Está en la página 1de 5

José María Ezquiaga:

“¿Cambio de estilo o cambio de paradigma? Reflexiones sobre la crisis del planeamiento urbano”

Crisis del Plan y nuevo paradigma urbanístico.

El planeamiento urbanístico atraviesa hoy una crisis teórica y práctica.

Para evaluar la situación, resulta necesario profundizar en los orígenes y naturaleza de esta crisis, a partir del contraste entre los
fundamentos teóricos y la práctica del planeamiento tradicional, y las transformaciones experimentadas en la construcción del espacio
urbano y territorial, en los valores y conflictos sociales y en los estilos de ejercicio profesional del planeamiento. De esta forma se dispone de
elementos objetivos, para luego evaluar si nos hallamos ante la necesidad de cambios adaptativos de la disciplina al nuevo contexto social y
espacial en el que se desenvuelve la actividad urbanística, o si la radicalidad de las transformaciones obliga a modificar la lógica del discurso
de la urbanística tradicional.

Dada la creciente ruptura de la hegemonía del planeamiento general convencional, resulta necesario elucidar si dicha ruptura se limitará a
la aparición y adición de nuevos estilos de planeamiento al hoy dominante, o si resultará en un nuevo paradigma, es decir, en la formulación de
una nueva matriz disciplinar.

Existe una necesidad de focalización hacia la construcción de alternativas positivas que permitan recuperar la legitimidad social de la
disciplina, en su doble dimensión de instrumento racionalizador de las políticas territoriales y expresión del interés público.

Se plantean dos reflexiones respecto a la crisis:

·Crisis del planeamiento; su naturaleza en una doble dimensión: como quiebra de los fundamentos epistemológicos –bases- de la
disciplina; pero también como crisis de la cultura del Plan, entendido como expresión holística y única del interés público.
·Crisis de la ciudad; afecta al fundamento de las ideas de urbanidad, espacio público y la relación ciudad-territorio. además, la
emergencia de un nuevo territorio que cambia la escala de comprensión e intervención sobre los hechos urbanos y multiplica su
complejidad, demanda nuevos instrumentos y estilos de planeamiento y proyecto arquitectónico.

Como consecuencia de ambas situaciones surge la necesidad de refundar la legitimidad teórica de la disciplina, y la legitimidad social del
planeamiento desde nuevas hipótesis:

·Desde la conciencia de la necesidad de armonizar las técnicas urbanísticas con la complejidad e indeterminación de la realidad
urbana y territorial;
·como expresión de la responsabilidad intergeneracional sintetizada en el concepto de desarrollo sostenible;
·como marco de armonización de los intereses plurales presentes en la ciudad, incluidos los de las mujeres, los niños, ancianos,
minorías culturales, etc.;
·como derecho y garantía de los ciudadanos en relación con el futuro de su medio ambiente y los riesgos inherentes a sus
transformaciones.

Surge una nueva “sensibilidad urbana”, interesada en la búsqueda de formas innovadoras de incidir sobre la realidad urbana y territorial,
apareciendo nuevas modulaciones de “la cultura del Plan”, que incorporan enfoques metodológicos y voces de colectivos antes excluidos.

Crisis de los fundamentos teóricos.

La crisis del Urbanismo científico se enmarca en la crisis epistemológica de alcance más general que afecta a los modelos explicativos y
predictivos basados en metodologías científicas reduccionistas y cuantitativas. En estos modelos se asociaba simplemente el orden al
equilibrio y el desorden a la inestabilidad. La historia resultaba, a priori, excluida de los sistemas en equilibrio ya que estos, por definición,
sólo pueden persistir en su estado si no existen fluctuaciones.
Hoy, tanto en la epistemología como en las ciencias experimentales, existe un especial interés por el no-equilibrio, la irreversibilidad,
indeterminación y probabilidad como nociones clave para el entendimiento de los sistemas dinámicos –la ciudad-.

Según la distinción efectuada por Levi-Strauss entre modelos mecánicos –sus elementos constitutivos se encuentran a la misma escala que
los fenómenos- y modelos estadísticos –sus elementos constitutivos se encuentran a otra escala-, el paradigma del planeamiento integral
tradicional sería de naturaleza normativa y mecánica, ya que las técnicas utilizadas –clasificación y zonificación del suelo- se conciben en
correspondencia directa con los fenómenos espaciales –crecimiento y transformación de la ciudad-. Sin embargo, la realidad urbana y
territorial, como sistema dinámico complejo, es difícilmente reducible a un modelo mecánico simple.

El reiterado fracaso de los planes generales –como anticipación a largo plazo de la forma o modelo territorial- se arraiga en la asimetría entre
la simplicidad de las técnicas urbanísticas y la complejidad del fenómeno social –la construcción de la ciudad- sobre el que dichas técnicas se
aplican.
Estas técnicas han mostrado su eficacia en 2 situaciones aparentemente opuestas: cuando han modelizado
- o prefigurado- un ámbito definido de escala intermedia en un tiempo acotado, es decir, cuando operan en condiciones más próximas a la
idea de proyecto; o cuando se conciben como reglas del juego, es decir, a modo de reglas de sintaxis de la construcción de la ciudad en un
horizonte espacial y temporal abierto.

En los años 60, la reacción teórica frente al esquematismo funcionalista, focalizó su atención sobre la dimensión dinámica de los hechos
urbanos. La consideración de la ciudad como sistema de transformaciones, abrió la posibilidad de formulación de nuevos modelos
explicativos lógico-matemáticos.
La formulación de modelos de escala diferente a los fenómenos urbanos significaba 2 importantes problemas: por un lado, implicaba una
gran dificultad para traducir las formulaciones teóricas en estrategias operativas; por el otro lado, el relativo fracaso de la aplicación de estos
modelos puso de manifiesto los límites de la descripción determinista a la hora de abordar la complejidad urbana.

Constatar la anomalía epistemológica que supone modelizar reductivamente un sistema complejo como lo es la metrópolis moderna, no
significa que los fenómenos territoriales sean inabarcables por el conocimiento o la regulación; y mucho menos justifica la consideración de
la mano invisible del mercado como lógica explicativa de la dinámica de los hechos urbanos.

Plan y proyecto.

La práctica del planeamiento ha sido cuestionada también en su fundamento esencial: la idea de que es posible abordar la realidad urbana y
territorial –en sus dimensiones espaciales- de manera global y desde el interés público. Estas críticas tienen diversos orígenes, pero la
corriente más extendida y radical emana del discurso económico liberal y su defensa de la limitación de la intervención pública en la vida
económica. Desde esta posición, aseguran que la regulación del mercado de suelo por parte del planeamiento urbanístico es innecesaria,
cuando no perjudicial, para la iniciativa empresarial.

Esta crítica de naturaleza económica se ha visto solapada por otra de carácter profesional, procedente de la disciplina de la arquitectura, que
cuestiona la capacidad de los métodos de planeamiento convencionales como instrumentos eficientes para el gobierno y la transformación
de la ciudad. Desde este punto de vista, se entiende que la sumatoria de intervenciones arquitectónicas de diferentes escalas resulta el
camino más propicio para obtener resultados morfológicos concretos en un plazo de tiempo razonable.

Ambos sectores comparten la desconfianza hacia el planeamiento generalista y de gran escala, pero difieren en el momento de asignar las
tareas a desarrollar en el gobierno del territorio, correspondientes a la Administración Pública. Mientras que el sector económico neo-
liberal aboga por limitar el papel del gobierno de la ciudad, basándose en el postulado de que el mercado resulta el instrumento más
eficiente para la asignación de los recursos y funciones en el territorio, el proyecto arquitectónico ha sido defendido por su mayor capacidad
de adaptación a un entorno social y económico en acelerado cambio, pero también como instrumento de innovación y creatividad, en
oposición al conservadurismo inherente a las ideas urbanísticas predominantes y a la estéril rutina del planeamiento burocrático.

Se entiende que es posible salvar el vacío existente entre la arquitectura del edificio y la ciudad, a partir de la aspiración a la totalidad de la
arquitectura, que “debe tener como objetivo el todo, lo completo, sin dejar de tener en cuenta que la transformación total se halla en la esfera de
lo utópico, y que solo se ejecutan fragmentos de una idea completa” (Kollof, 1989).

Desde una perspectiva muy distinta, tanto el proyecto arquitectónico como el urbano, han sido considerados como instrumentos para un
gobierno más eficiente del territorio. Esta corriente asume la necesidad de un papel pro-activo por parte de la Administración Pública en el
proceso de construcción de la ciudad, y estima que si se incrementan los proyectos físicos –arquitectura-, podría conllevar a una
transformación de la ciudad más eficiente que la operada desde los documentos de planeamiento convencional.

La incorporación de proyectos de arquitectura a los planes urbanísticos más recientes, dio lugar a una interesante polémica metodológica,
focalizada en las posiciones de Benévolo y Secchi.

· Benévolo, rechazaba la incorporación de proyectos de arquitectura a los planes, argumentando que:


- éstos perturban la sistemática normativa del Plan,
- plantean el riesgo de resultar obsoletos en el momento de su ejecución,
- dificultan los acuerdos con los operadores urbanos.

Como alternativa sugería:

- Entender el Plan como anclaje a tierra de los proyectos particulares, dejando un margen de libertad en la definición de las
volumetrías –ordenador de los proyectos particulares-.
- Delimitar restrictivamente su número y extensión, de manera que su perímetro se vea siempre condicionado por la ordenación del
entorno.
· Secchi, por el contrario, entiende que lo relevante no radica en la compatibilidad entre la ordenación general y los proyectos
particulares, sino en los cambios que este hecho introduce en la metodología tradicional del planeamiento.
Los proyectos que acompañan al Plan, tienden a convertirse en Proyectos del Plan, formulándose de manera cada vez más precisa
y diferenciada de los proyectos de arquitectura convencionales, e integrándose en el cuerpo normativo del propio Plan.
Se ha incorporado una nueva variable a la cultura del proyecto, la de marketing urbano. Se busca captar inversiones en las capitales mediante
la imagen urbana, materializada en proyectos arquitectónicos e infraestructuras emblemáticas.

El fundamento de que en las transformaciones urbanas prima el proyecto arquitectónico como única variable, adolece de la misma
deficiencia metodológica del paradigma urbanístico tradicional: unilateralidad, parcialidad e incapacidad para el manejo de una realidad
urbana compleja. Para Ezquiaga, el problema radica en el reduccionismo implícito en entender que pueden producirse cambios
significativos en la ciudad, manejando como única variable las transformaciones arquitectónicas puntuales –acercarse a la ciudad desde los
“fragmentos”-. La arquitectura no puede operar cambios relevantes en la ciudad cuando se produce en ausencia de estrategias más amplias
de transformación y gestión del espacio urbano., con criterios comunes.

Plan y Mercado.

Existe un divorcio evidente entre la esfera de problemas planteados en el debate de las reformas legislativas del Estado y los elementos
esenciales para construir un nuevo paradigma urbanístico: complejidad, pluralismo, sostenibilidad, concertación y garantía pública.
Asimismo, es constatable un desfasaje entre la ciudad real que pretende regular la ley, y la ciudad configurada desde el modelo legal. La
persistencia de íconos y nociones convencionales, nos sustrae la posibilidad de percibir, entender y manejar la realidad.

Desde una perspectiva económica, se ha intentado fundamentar la legitimidad del planeamiento a partir del reconocimiento de la necesidad
de corregir las deficiencias del mercado.

El suelo es una mercancía, indisociable de las cualidades inherentes a su localización en el territorio y de las ventajas relativas que ello
suponga. No se produce, entonces, la existencia de un gran número de compradores y vendedores comercializando con idénticos bienes y
servicios: las situaciones de abundancia o escasez son siempre relativas a una calidad de suelo determinada.

El suelo urbanizado es resultado de un largo y complejo proceso de producción. Para edificar, es necesaria la previa disponibilidad de
infraestructuras cuya financiación –pública o privada- constituye el punto crítico del proceso de construcción de la ciudad.

La fragmentación y opacidad de los mercados dificulta la disposición de la información requerida por los actores para poder tomar
decisiones racionales de localización e inversión; generando, además, posiciones de asimetría y desigualdad entre ellos.

A partir de esto puede constatarse que esta esfera de actividad pública es condición necesaria de la legitimidad del urbanismo. No obstante,
no siempre la vía del Plan resulta ser la más adecuada, ya que existen casos particulares en los que la regla general no es aplicable.

Límites y sostenibilidad.

La disciplina urbanística tiene la capacidad de dar cuenta del tejido de acontecimientos, acciones y relaciones que constituyen la ciudad real,
y el planeamiento es una herramienta para instrumentar, de manera eficiente, su gobierno.

La representación de la ciudad tradicional se concebía sobre la idea de límite, bien fuera este la demarcación física del recinto urbano
–materializado en puertas, murallas o bulevares-, o bien la escisión –separación- más ideal entre el universo artificial ordenado y el mundo
de lo orgánico y natural. La cultura urbanística y los instrumentos de planeamiento se han formado históricamente sobre el ícono canónico
de la ciudad delimitada.

El debate urbanístico quedó planteado durante muchos años como la opción entre los partidarios del crecimiento extensivo ordenado, y los
partidarios de la limitación de dicho crecimiento y la descentralización.

Hacia los 80, el discurso de la imagen armoniosa de un crecimiento continuo, ordenado en torno a un centro urbano donde tienen lugar las
funciones directivas, delimitado por autopistas y cinturones verdes, comienza a evidenciarse como incapaz para dar cuenta de una realidad
urbana esencialmente compleja, es decir, ambigua, heterogénea, múltiple y paradójica. El nuevo enfoque urbanístico iniciado en la
generación de planes de esta década, incorporó una nueva sensibilidad ante las cualidades materiales del sitio de la ciudad y del paisaje,
como base de la acción proyectual.
El planeamiento se despega así de sus orígenes, dejando de ser un mero instrumento de distribución de usos y valores del suelo, para pasar a
plasmar un proyecto de ciudad, reivindicando lo diferencial, lo local. Ante la disolución de identidad urbana y desterritorialización que
caracterizan a la ciudad moderna, la intervención urbanística aparece como instrumento para introducir una cualidad diferencial en la
ciudad y el territorio.

Las nuevas concepciones de espacio y tiempo, las transformaciones sociales y el crecimiento exponencial de la movilidad metropolitana,
han generado una alteración importante del escenario urbano, propiciando una ocupación difusa del territorio sin precedentes. Lo que
resulta más interesante respecto a este fenómeno, es que las actividades más débiles no se ven desplazadas hacia la periferia –como ocurre
generalmente en las ciudades tradicionales-, sino que funciones y elementos emblemáticos de la centralidad abandonan sus localizaciones
tradicionales para colonizar un nuevo territorio suburbano. Como consecuencia, se ven distorsionadas las relaciones de dependencia
tradicionales entre la ciudad central y los núcleos exteriores: el modelo metropolitano segregado y jerarquizado deja lugar a la formación de
una estructura policéntrica o reticulada. Actividades que antes se desarrollaban en un espacio concentrado, ahora consumen una mayor
extensión del territorio. La nueva periferia difumina los límites conceptuales entre la ciudad y el campo.

La nueva estructura organizativa de las metrópolis desarrolladas –Ciudad Difusa-, supone una crisis de los fundamentos más arraigados de
la idea de urbanidad. En el modelo emergente todavía pueden identificarse algunos elementos característicos de la conformación de la
ciudad, pero las condiciones de densidad, interacción funcional y continuidad espacial -que definen los espacios urbanos y sobre las que se
asientan los métodos urbanísticos convencionales- han desaparecido.
Esta proliferación urbana coloca en primer plano la cuestión de la sostenibilidad a largo plazo de un modelo de ocupación del territorio
basado en el consumo masivo de los 3 elementos básicos del medio ambiente: suelo, agua y aire.

David Harvey ha criticado las premisas subyacentes al New Urbanism, preguntándose si la idea de formalizar un orden espacial –un Plan- es,
o puede ser, la base de un nuevo orden estético y moral.

Reivindicación de la Complejidad.

En la metrópolis actual, el Plan tradicional –entendido como modelo inerte de equilibrio a largo plazo- tiene una capacidad muy limitada
como instrumento eficiente para la organización del territorio. Resulta necesario un enfoque desde la complejidad, sensible a la
heterogeneidad de los espacios y territorios, más orientado a identificar sus oportunidades para promover acciones de transformación, que
a imponer técnicas normativas.
En definitiva, dadas las nuevas realidades territoriales, el planeamiento deberá adoptar un enfoque estratégico, estructural y pluralista.

- La idea de estrategia se maneja en contraste con la noción de programa.


Programa supone una secuencia predeterminada de acciones para la consecución de un objetivo. La Estrategia, por el contrario, permite
anticipar escenarios para la acción, susceptibles de ser modificados en función. Mientras la aparición de circunstancias inesperadas
adversas supone la paralización del programa, la estrategia es capaz de integrar el azar para modificar o enriquecer su acción.

La contradicción no resuelta entre la vocación de estabilidad de las previsiones del planeamiento –la definición de modelo de ciudad implica
previsiones a largo plazo- y la adaptación al cambio, ha dificultado una respuesta eficiente a las demandas del mercado inmobiliario. Como
principio básico de la técnica planificadora, se recomienda separar temporal y documentalmente el Plan del programa, con el objetivo de
conjugar la deseable estabilidad del Plan, con la incertidumbre sobre la evolución de la demanda de productos inmobiliarios. Aquí, el Plan se
define como un marco estable, y ampliamente consensuado, de los elementos esenciales que conforman la ciudad, y deberá ser simple,
flexible y ágil. El Programa de Actuación constituirá, en el marco del plan, el instrumento de acción del gobierno municipal en materia de
suelo, adaptable a las coyunturas cambiantes en virtud de su horizonte temporal acotado.
Los conceptos de estabilidad y flexibilidad del Plan, deberán entenderse conforme al enfoque estratégico anteriormente enunciado.

El objetivo esencial del planeamiento es formular un proyecto territorial coherente en respuesta a las necesidades del municipio, y no debe
cargarse de artificios que lo alejen de él.

Un enfoque estratégico demanda una clara definición de los objetivos del Plan, para establecer cuáles son los problemas que deben
resolverse a través del mismo y cuáles son las cuestiones que deben remitirse a otros instrumentos de gobierno de la ciudad. Debe, además,
ser capaz de establecer unas reglas del juego o sintaxis de elementos irrenunciables o negociables; fuertes o débiles. Según Secchi, el
problema no es decir dónde construir, sino cómo construir; definir la gramática y la sintaxis; establecer reglas, no cantidades, matrices, no
planos de calificación del suelo.

- El enfoque estructural supone entender la realidad urbana organizada en diferentes niveles significativos, sobre los que se puede
incidir con diversos instrumentos teóricos y normativos.
Es decir, se maneja en un sentido metodológico -diferente al habitual- con un doble objetivo:

·Proporcionar un marco legible de diagnóstico de los hechos urbanos, sin reducir su complejidad
–diagnosticar claramente los hechos urbanos, teniendo en cuenta su complejidad-;
·proporcionar una adecuada correspondencia en los planos de diagnóstico y los instrumentos de intervención y ordenación de la
ciudad –según el diagnóstico, se realizan intervenciones diversas-.

Un ejemplo del alcance de esta idea se encuentra en las aproximaciones más actuales al problema de la recuperación de los centros urbanos.
El éxito de la estrategia de recuperación dependerá, en gran parte, de la capacidad de identificar la relevancia de las diferentes patologías y
articular coherentemente políticas que habrán de incidir, desde escalas, sectores y metodologías diversas.

- La idea de pluralidad se utiliza en un doble sentido:

·Como toma de conciencia de que la formulación de una estrategia urbanística está estrechamente conectada con la posición del
planificador –con sus valores, ideología-, y con la posición de la instancia promotora del planeamiento.

·Como actitud de apertura epistemológica, es decir, como asunción del marco de incertidumbre en el que necesariamente se ha de
desenvolver la actividad urbanística.

Como ha señalado Edgar Morín, la patología de la razón, es la racionalización, que encierra a lo real en un sistema de ideas coherente,
pero parcial y unilateral, y que no sabe que una parte de lo real es irracionalizable, ni que la racionalidad tiene por misión dialogar
con el irracionalizable.

El aprendizaje del razonamiento heurístico.

El nuevo paradigma urbanístico habrá de efectuar una clara delimitación entre lo que constituye el cuerpo disciplinar de la proyectación
urbanística, lo plural del encargo social y la práctica profesional del planeamiento, y el formato legal en el que esta última se desenvuelve.
Esto requiere de un replanteo respecto a la poca importancia que se le da al desarrollo de la capacidad profesional para identificar y
diagnosticar problemas urbanos complejos.
Peter Rowe ha señalado que frecuentemente los problemas que se le plantean al arquitecto o al planificador no están correctamente
formulados; o bien no contienen la información suficiente, o directamente la información es errónea. En el caso de que el problema no esté lo
suficientemente definido, el Plan deberá operar, en primera instancia, como instrumento de conocimiento, que permita al conjunto de actores
sociales tomar conciencia de los requerimientos concretos de la situación. En el caso de que se esté ante un problema subjetivamente mal
formulado, el Plan puede llegar a operar como alternativa capaz de alumbrar, desde la propuesta concreta, los condicionamientos de
naturaleza ideológica o teórica que impiden la correcta comprensión del problema.

Por este motivo, tanto la planificación y proyectación urbanística, como la enseñanza de la disciplina, demandan el razonamiento heurístico
como modo peculiar de afrontar la resolución de problemas complejos.
El enfoque heurístico se opone a las aproximaciones deterministas, asumiendo anticipadamente el desconocimiento de si una secuencia de
pasos llevará a una buena solución o no.
Implica un proceso de toma de decisiones, en donde no es posible conocer si se dispone de una solución hasta que el conjunto de la línea de
razonamiento se completa y todos los pasos se materializan –Rowe-.

Este enfoque se relaciona con el concepto de situación (introducido por el pensamiento fenomenológico) como el compromiso con las
circunstancias, o la implicación personal activa que se establece con los problemas naturales, culturales o sociales. El profesional inmerso en
una situación determinada, puede llegar a comprender sus implicaciones y superarlas de manera creativa e innovadora a partir de esta toma
de conciencia.
Esta tarea se realiza en forma de proceso interactivo, constituido por episodios o nudos en cuya superación ha de desplegarse una particular
estrategia heurística. La orientación de estas operaciones u opciones de diseño no es enteramente objetiva ni subjetiva, sino que participa de
ambos enfoques.

Desde los enfoques científicos de la disciplina, se ha pretendido reducir el ámbito de la incertidumbre y expulsar los elementos subjetivos
del proceso de decisión. Pero ya se ha visto que, en la práctica, los hechos urbanos difícilmente pueden reducirse a un modelo predictivo
determinista, lo cual pone de manifiesto la insuficiencia del arsenal teórico empleado.
Desde los enfoques artísticos de la disciplina se ha argumentado que, dado que los hechos urbanos son irreductibles en su complejidad, la
única aproximación posible nace de la subjetividad artística.

Ambas críticas desconocen las insuficiencias epistemológicas, además de otra dimensión esencial de la práctica profesional: el principio de
responsabilidad ética.
Como señaló Raymond Unwin, del planeamiento surge de una voluntad de compromiso colectivo en la configuración de la ciudad. La
responsabilidad profesional del planificador consiste en anticipar las consecuencias derivadas de las decisiones proyectuales, y en proponer
aquellas acciones que mejor se acomoden a la vida, necesidades y aspiraciones de las comunidades.

También podría gustarte