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Martínez Lozano, Enrique - ¿Qué Dios y Qué Salvación. Claves para Entender El Cambio Religioso
Martínez Lozano, Enrique - ¿Qué Dios y Qué Salvación. Claves para Entender El Cambio Religioso
y qué salvación?
Claves para entender
el cambio religioso
Enrique Martínez Lozano
¿Qué Dios
y qué salvación?
Claves para entender
el cambio religioso
2ª edición
Desclée De Brouwer
© Enrique Martínez Lozano, 2008
www.enriquemartinezlozano.com
El iceberg,
esa inmensa mole luminosa,
aparece solitario y separado...,
pero todo –también él– es Agua:
su ínfima parte emergida;
la parte sumergida envuelta de mar;
el océano entero.
Todo es Agua que se manifiesta en formas diferentes...
Por eso,
en cuanto trascendemos el pensamiento,
se muestra la No-dualidad de
Lo Que Es.
“Vacío es forma, forma es Vacío”.
(Sutra del corazón)
Introducción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
2. ¿Qué Dios? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
Ante un cambio epocal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90
La “trampa” de la religión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 96
Y “Dios” también ha evolucionado . . . . . . . . . . . . . . . . 114
Decir “Dios” en paradigmas diferentes . . . . . . . . . . . . . . 121
Espiritualidad: entre la deformación y la represión . . . . 130
Repercusiones en la expresión y vivencia de la fe . . . . . . 137
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267
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Introducción
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INTRODUCCIÓN
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INTRODUCCIÓN
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INTRODUCCIÓN
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INTRODUCCIÓN
que “atraviesa” todos los estadios, como “alma” del mismo proceso
evolutivo, nos orienta hacia horizontes insospechados, donde Dios
y la salvación serán una realidad. Me he expresado mal. Nos orien-
ta hacia horizontes insospechados en los que despertar y descubrir,
caer en la cuenta de que Dios y la salvación son ya –y siempre lo han
sido– una realidad, la Realidad luminosa de Lo Que Es.
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La evolución de la conciencia:
estadios y paradigmas
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CONCIENCIA
NO-ASOCIADA A UN YO ASOCIADA A UN YO (mente)
CONCIENCIA ASOCIADA A UN YO
Fase Pre-personal Personal Transpersonal
Fusión: No-yo Yo racional y autónomo No-yo
pre-personal transpersonal
Estadio Arcaico Mágico Mítico Racional Transpersonal
Año ... – 200.000-10.000 10.000-1.500 1.500 a.C. ...
200.000 a.C. a.C. a.C. – ... ...
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1. Estadio arcaico
1.1. Conciencia individual (0-6 meses de vida)
Es el estadio del no-yo fusional o “yo material”, de Piaget. En
cualquier caso, se trata, estrictamente hablando, de un “no-yo
prepersonal”. Es un estadio de conciencia físico, dominado por las
sensaciones y los impulsos; estadio de fusión inicial o “narcisismo
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2. Estadio mágico
2.1. Conciencia individual (6 meses – 2 años)
Es el estadio del “yo-corporal”. Se trata todavía de una fase
pre-personal, aunque la mente empieza ya a emerger como algo
separado de lo físico y de lo emocional. Es una etapa caracterizada
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3. Estadio mítico
3.1. Conciencia individual (3-7 años)
El “yo-corporal” quedó atrás. Gracias a su propia capacidad de
observarlo, el niño toma conciencia de que tiene cuerpo, pero no es
su cuerpo. Este descubrimiento, que constituye un paso importante
en su evolución psicológica, coincide con la aparición del lenguaje.
Por todo ello, al “nuevo yo” que emerge se le puede llamar, con
razón, “yo-verbal” o “yo-mental”. Se trata del primero de los nive-
les mentales (o, en el sentido en que lo usamos aquí, “personales”).
Y, con la emergencia del yo-mental, el niño es capaz de entender
lo “abstracto”, aunque todavía sea incapaz de percibir lo que es
“tolerancia” o “diversidad”. Para el niño, en esta etapa, su grupo
familiar lo es todo, y todo “lo suyo” será siempre lo mejor: es el
período más claro de lo que luego denominaremos etnocentrismo.
Un “etnocentrismo” exacerbado por el hecho de que, para el niño
mítico, todo lo que existe en su entorno es la única forma verdadera
de ser y de hacer las cosas: lo que es es lo que debe ser. Se com-
prende entonces que, en esta etapa, la tolerancia sería sinónimo de
traición a los suyos y, por tanto, amenaza para su propio sentido del
yo, por cuanto perdería las referencias “seguras” que le permiten
identificarse como individuo.
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4. Estadio racional
4.1. Conciencia individual (7-21 años, con subestadios: tempra-
no, medio, alto)
Aquel incipiente “yo-mental” de la primera infancia da lugar al
que podemos llamar “yo-racional” más evolucionado. Este esta-
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5. Estadio integrado
Al llegar a este estadio, no podemos ya seguir estableciendo el
paralelismo entre “conciencia individual” y “conciencia colectiva”,
por la sencilla razón de que se trata de un estadio que no se ha plas-
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6. Estadios transpersonales
Lo que decía en el parágrafo anterior es también válido para este
nuevo estadio: a nivel individual, el “yo-integrado” da paso a un
“no-yo transpersonal”, que requiere la integración y trascendencia
del yo personal del estadio anterior.
Llegada a su apogeo como “yo racional integrado”, la mente
empieza a ser observada, y el pensamiento visto y tratado como
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1. ESTADIO ARCAICO
Conciencia individual Conciencia colectiva
0-6 meses. 2,5 millones de años – 200.000 a.C.
No-yo fusional o “yo material”, de Piaget. Estadio de no-yo prepersonal: ausencia de un
“Narcisismo primario”. yo diferenciado.
Sensaciones e impulsos. Sensaciones e instintos.
2. ESTADIO MÁGICO
Conciencia individual Conciencia colectiva
6 meses – 2 años. –200.000 æ –10.000.
“Yo corporal”. Toma de conciencia de la naturaleza.
Fase pre-personal y mágica. Pensamiento mágico.
Toma de conciencia del cuerpo. Agrupaciones: tribus étnicas, de parentesco.
Conciencia socializada. Sociedades hortícolas y matrifocales.
Primer atisbo del “yo”, no mismidad.
Animismo, rituales mágicos, deidades femeninas.
3. ESTADIO MÍTICO
Conciencia individual Conciencia colectiva
3-7 años. –10.000 æ –1.500.
“Yo verbal” – “Yo mental”. Paso de la sociedad hortícola a la agraria.
Sentimiento de pertenencia. Conciencia de la identidad personal, pero
Empieza a entender lo “abstracto”. dominada por el grupo: pertenencia.
Conciencia cerebral y conformismo social. Etnocentrismo. Grandes imperios.
Todo lo que existe en su entorno es la única. Control mental/imaginativo: mitos.
forma verdadera de ser y de hacer las cosas. Conciencia rígida y exclusivista.
Cualquier otra cosa sería sinónimo de traición Vida social marcada por la Ley y el orden
al grupo y también una amenaza para su y la culpa. Jerarquías sociales rígidas y
sentido del yo. paternalistas.
Un único Dios verdadero, que le dará lo que Deidades masculinas. Grandes religiones:
pide si es “bueno” y cumple las normas. Convertir a todos a la religión verdadera.
Excluyen de la salvación a los que no se
adhieren a su fe.
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4. ESTADIO RACIONAL
Conciencia individual Conciencia colectiva
7-21 años (niveles racionales temprano, –1.500 æ ... ?
medio, alto). Fase personal: ego individualizado,
“Yo racional”. autoconsciente.
Requiere superar la conciencia mítica. Emergencia del pensamiento filosófico:
Capacidad de pensar de manera abstracta. abstracción y dualismo.
Conciencia autónoma, marcada por la Conciencia racional y autónoma.
racionalidad. Agudizada a partir de la Ilustración (s.XVIII).
Religiosidad tamizada por la razón. Centralidad del “yo”.
Religión “personalista”.
5. ESTADIO INTEGRADO
“Yo integrado” (Centauro).
Capacidad para pensar desde diferentes perspectivas: perspectiva global o aperspectivismo.
Superación de rígidas ideologías.
Interés y preocupación por otras personas.
Personas más tolerantes, solidarias, compasivas, afectuosas; menos agresivas, menos temerosas.
Racionalización y conciencia de la “relatividad” (relacionalidad) de todas las formas religiosas.
6. ESTADIOS TRANSPERSONALES
No-yo transpersonal, que requiere la integración y trascendencia del yo personal del estadio anterior.
A partir de la observación de la propia mente.
Emergencia del “Testigo interior”.
Desarrollo de la percepción extrasensorial.
Capacidad creciente de vivir en presente: dimensión atemporal.
Superación del dualismo.
Liberación del propio ego.
Experiencias unitivas.
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4. No quiero dejar de señalar, aunque sea sólo a pie de página, que son esas mismas
características las que la física cuántica descubre en su aproximación a la realidad
subatómica: también ella habla de vacío primordial, interrelación de todo, acau-
salidad, paradoja, indeterminismo, aespacialidad y atemporalidad, inefabilidad e
incluso Misterio... Por eso creo que se producirá colectivamente una “revolución
copernicana” en el modo de aproximarnos a la realidad, una vez que estos descu-
brimientos trasciendan a la cultura general. La cosmovisión colectiva actual, deu-
dora de la física clásica, es materialista, individualista, determinista... Al descubrir
la inadecuación de estos postulados mecanicistas e integrar las conclusiones de la
nueva física, habrá de producirse un giro radical en el modo colectivo de ver la
realidad y de entender la vida; se modificarán la percepción y el comportamiento.
Se habrá producido una transformación de la conciencia.
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El horizonte transpersonal
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5. E. LASZLO, La ciencia y el campo akásico. Una teoría integral del todo, Nowtilus,
Madrid 2004, p. 149.
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Un “salto” de conciencia
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CONCIENCIA ASOCIADA A UN YO
Fase Pre-personal Personal Transpersonal
Fusión: No-yo Yo racional y autónomo No-yo Transp...
pre-personal
Nivel Arcaico Mágico Mítico Racional Transpersonal
Año ... – 200.000-10.000 10.000-1.500 1.500 a.C. ...
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a.C.
Paradigma Premoderno Moderno Postmoderno
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7. E. MARTÍNEZ LOZANO, ¿Dios hoy?..., pp. 86-98. Remito a esas páginas para
la explicación sobre los dos primeros paradigmas.
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Paradigma pre-moderno
Tres planos; la tierra, sometida a influjos celestiales o infernales;
trascendencia como distancia física e intervencionismo divino. Idea
mítica de otros “mundos” paralelos a la tierra.
En este paradigma, Dios es el que hace (intervencionismo).
CIELO
morada de Dios
TIERRA,
lugar de los humanos
Paradigma moderno
La realidad es una, autónoma y racional. En ella, el yo, como
mente racional, toma el protagonismo. Es el apogeo del individuo,
también racional y autónomo.
Pero la realidad puede concebirse como cerrada sobre sí misma
–“mundo chato”, en expresión de Wilber– o abierta a dimensiones
que trascienden lo empírico, la dimensión de “profundidad”.
En este paradigma, Dios es el que hace ser.
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RACIONALIDAD RACIONALIDAD
AUTONOMÍA AUTONOMÍA
“YO” “YO”
Dimensión de profundidad
Dios
Paradigma postmoderno
Interrelación de todo lo real y deconstrucción del yo.
La red que somos/es, en la que todo está en todo y repercute en
todo.
En este paradigma, Dios es El Que Es, Lo Que Es; la Red en la
que todo es.
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¿No es ése el discurso de la Nueva Era? Más aún, ¿no sería equi-
parable la Nueva Era con la misma postmodernidad?
Introduces un fenómeno muy amplio y difuso, que requeriría un
análisis pormenorizado, para evitar caer en una trampa frecuente
entre los estudiosos del mismo. La trampa consiste en etiquetar
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10. Ver diversos accesos a este fenómeno en un reciente e interesante número monográfico
de la revista Crítica LVII (abril 2007), dedicado a “El nuevo universo de creencias”.
El lector atento descubrirá el diferente “talante” y la distinta aproximación –más o
menos “confusa” y más o menos “descalificadora”– de cada uno de los articulistas,
dependiendo de su propio posicionamiento, en definitiva, de su absolutización o no
de la “conciencia personal”. Prácticamente todos ellos, con la meritoria excepción de
J. Melloni, adolecen de la aludida falta de matización al tratar este fenómeno.
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11. K. WILBER, Breve historia de todas las cosas, Kairós, Barcelona 42003, pp. 96
y 260. También su obra más extensa Sexo, ecología, espiritualidad. El alma de
la evolución, Gaia, Madrid 22005. Puede verse una síntesis más apretada de su
posicionamiento en el capítulo 13: “De la modernidad a la postmodernidad”, de
Una visión integral de la psicología, Alamah, México 2000, pp. 267-290.
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Postmodernidad
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árbol DIOS
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La “trampa” de la religión
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DIOS humanos
y “sus intereses” y sus intereses
objetivación
separación/distancia
dualismo
rivalidad
legalismo
alienación
rebeldía
resentimiento
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niño/a
Papá y mamá y sus
y sus intereses intereses
objetivación
separación/distancia
dualismo
rivalidad
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ese mismo territorio en el año 1974, y tendría una edad de 3,3 millo-
nes de años. En torno a esa fecha se data, pues, la aparición de los
homínidos. Homínidos, sobre los que conocemos muy pocas cosas.
En realidad, carecemos de documentos sobre la etapa más dila-
tada de la historia de la humanidad, la llamada “era prehistórica”,
que abarca cientos de miles de años. Por lo que se refiere a la cues-
tión religiosa, aparecen algunos yacimientos muy escasos al final de
la misma, y algo más abundantes desde hace cerca de 40.000 años,
pero en la mayoría de los casos su testimonio sigue siendo oscuro.
De ellos podría deducirse que aquellos humanos veneraron poderes
cosificados de los que se sentían dependientes.
¿A partir de qué momento tenemos datos para poder hablar
sobre la religión de nuestros antepasados con un mínimo de rigor?
Como te decía, a partir de hace unos 40.000 años. Durante un
tiempo extenso –no hay que olvidar que la evolución de la especie,
en sus comienzos, es tremendamente lenta, y que sólo se acelerará a
partir del surgimiento del homo sapiens sapiens, hace unos 130.000
años, para llegar a ser vertiginosa en la actualidad–, la religión de
nuestros antepasados parece que estuvo marcada por el carácter
ctónico1 y la ausencia de “divinidades” personales.
De un estadio original de conciencia, caracterizado por la fusión
pre-personal con el entorno y por la carencia de un “yo” indivi-
dual, los humanos fueron pasando a percibir el entorno como una
realidad natural superpoderosa, de la que dependían para subsistir.
En sus primeras representaciones, los temas recurrentes serán los
animales, la fertilidad de la tierra, el sol y la luna. Lo que podríamos
llamar “poder divino” se encuentra en los procesos naturales de la
fertilidad –primariamente femeninos–, a los que se venera en cuevas
o en los “santuarios portátiles” (estatuillas femeninas).
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Con todo esto, parece que, tanto a nivel colectivo como indivi-
dual, la evolución de la conciencia religiosa, apunta hacia un pro-
gresivo Silencio y a una creciente inefabilidad ante el Misterio. Lo
que puede ocurrir es que, para quien viene de una tradición teísta,
ese “silencio” en torno a Dios le resulte insoportable. O, por decirlo
de otro modo, ¿cómo puede expresarse y compartirse una fe “des-
nuda” de conceptos y de imágenes?
Ésa es, a mi modo de ver, la mayor dificultad con la que el
creyente se encuentra en este momento de transición, cuando ha
debido dejar formas desfasadas y se ha hecho consciente de la
inadecuación radical de palabras, expresiones y modos de expresar
lo divino. La palabra le resulta absolutamente insatisfactoria, pero
el silencio lo encierra en un vacío igualmente insatisfactorio en un
primer momento.
¿Podrías explicar un poco más los dos términos de esa aparente
aporía?
Sí. Por un lado, el creyente que se encuentra en este nuevo para-
digma sabe que no puede dirigirse a Dios como a un Ser separado,
sin caer en una imaginería mítica que no puede aceptar. Pensar en
un Ser separado es pensar en un dios objetivado, es decir, reducido
a objeto, por más que se escriba con mayúscula. Más aún, el sim-
ple hecho de nombrarlo es ya reducirlo. Puesto que delimitar exige
necesariamente limitar, al pensar o nombrar a Dios, habríamos
caído en un callejón sin salida: limitar lo I-limitado.
Las consecuencias son inquietantes: Si Dios no es un Ser separa-
do, no es tampoco Alguien que esté “frente” a mí. ¿Cómo podría,
en tal caso, dirigirme a él?
A esto me refería al hablar de la dificultad que encuentra la per-
sona religiosa cuando su propio proceso la lleva a tomar distancia
de las formas que anteriormente había vivido y que, de pronto, se
le muestran como desajustadas.
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Ésta es, pues, la paradoja. No hay que hacer nada para provocar
la transformación de la conciencia; no hay que hacer nada para
vivir la Unidad. Basta con que la mente no oscurezca ni vele lo real.
Basta con que la mente se detenga. En ese mismo instante, desapa-
recen los pensamientos y se disuelve el yo. Emerge la conciencia de
Lo Que Es, sin distancia y sin separación. No se niega nada, pero
todo se percibe de un modo nuevo.
Ésta es la nueva conciencia capaz de sacarnos del atolladero
adonde nos había conducido la mente egoica. Sólo una conciencia
unitaria podrá transformar la humanidad y salvar el planeta. Es
cierto que los signos no son muy esperanzadores. Pero son ellos pre-
cisamente los que deberían estimularnos para potenciar, por todos
los medios a nuestro alcance, el desarrollo de la nueva conciencia.
¿Y por dónde empezar?
Me parece importante el simple hecho de hacernos conscientes
del horizonte hacia el que caminamos. En ese sentido, considero
positivo que toda esta argumentación teórica empiece a formar
parte del bagaje cultural amplio. Como decía Enomiya-Lasalle, lo
que hay que hacer es, “ante todo, darle crédito”.
Pero, hablando con propiedad, el medio no es otro que la medi-
tación, entendida como aquietamiento de todo movimiento mental.
Remito a lo que he escrito con detalle en otro lugar4 sobre ella en sus
distintas modalidades, así como al Anexo de este mismo libro. Es
esa práctica el medio que rompe las estrecheces egoicas y nos abre
al horizonte de la Unidad que es, la Unidad que somos.
Ello no significa que el resultado sea fácil ni rápido. Los hábitos
mentales son poderosos, así como la inercia de la conciencia ante-
rior, por no decir nada de las resistencias que el propio “yo” opone
a todo lo que percibe como su propia “desaparición”. Pero vale la
pena mantener la práctica meditativa con asiduidad, en la certeza
de que contribuye poderosamente al advenimiento de la nueva con-
ciencia.
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Redención Rescate y expiación desde Identificación con Cristo Como revelación de lo que
“fuera” y sus valores es: despertar
Sacramentos “Ex opere operato” Por la fe del sujeto Expresión de lo que somos
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5. R. PANIKKAR, ¿Quién dice la gente que soy yo?, en Éxodo 86 (2006) 43.
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6. A. NOLAN, Jesús, hoy. Una espiritualidad de libertad radical, Sal Terrae, Santander
2007, p. 190 y 229.
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10. Upanisad. Con los comentarios advaita de S´ankara (edición de Consuelo Martín),
Trotta, Madrid 2001, pp. 44-46.
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3. A. PUIG, Jesús. Una biografía, Destino, Barcelona 2004, pp. 470-471. Tales afir-
maciones, que parecen seguir ancladas en una concepción mítica, siguen dando
fundamento, consciente o inconscientemente, a lecturas de la salvación en clave
expiatoria.
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4. Para más precisiones sobre el sentido del sacrificio expiatorio en Pablo, así como
para valorar la “novedad” de su postura con respecto a Jesús, puede verse la valio-
sa obra de A. PIÑERO, Guía para entender el Nuevo Testamento, Trotta, Madrid
2006, especialmente pp. 243, 273ss, 299ss, 517-519. Tomo de él las reflexiones
que siguen.
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¿Cuáles son las ideas que, sobre este tema, encontramos en los
escritos paulinos?
El propio Piñero las resume de este modo: El Dios único de Israel
ha enviado a su Hijo al mundo. Tras el sacrificio expiatorio de la
cruz, Dios ha borrado el pecado de la humanidad y la ha reconci-
liado consigo. El tiempo restante es muy escaso y Dios ha decidido
que también los paganos se integren en el pueblo de Dios.
Veámoslo más despacio, porque nos encontramos ante un punto
decisivo para comprender el desarrollo posterior. Para Pablo, es
claro que toda la humanidad se hallaba sumida en una situación
de pecado, de la que no podía salir por sí misma. Pero Dios decide
actuar: el salvador divino desciende de las alturas y se abaja, encar-
nándose en Jesús de Nazaret, hombre y Dios. El salvador muere
violentamente en la cruz, conforme a un plan divino, y esa muerte
es un sacrificio expiatorio por los pecados de la humanidad. Y, al
resucitar, confirma su divinidad e inmortalidad. Los beneficios del
acontecimiento salvador sólo son efectivos para quienes hacen un
acto de fe en el significado y la eficacia de la muerte redentora. Y
aquí es donde encontramos la que puede ser considerada como la
mayor aportación de Pablo a la teología cristiana: la “justificación
por la fe y no por las obras”. De ese modo, además, la justificación
por la fe aporta los mismos beneficios que las religiones de los
misterios –las grandes competidoras del cristianismo naciente–: la
salvación eterna y la inmortalidad.
¿Hay, por tanto, diferencias entre el mensaje de Jesús y la teolo-
gía de Pablo?
Indudablemente. Entre ellas, habría que señalar las siguientes.
Para empezar, parece que Pablo tiene poco interés por el Jesús histó-
rico; se fija sólo en dos acontecimientos: su muerte y su resurrección.
¿Qué significa esto? Que Pablo, en cierta forma, ya ha “espirituali-
zado” el mensaje y la propia persona de Jesús. Cuenta menos lo que
fue su vida histórica, y empieza a tomar relieve la figura divina del
salvador, como fuente de salvación eterna para quienes creen en él.
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¿Qué consecuencias?
En primer lugar, el dolorismo; aquel esquema arrancaba con tres
elementos básicos encadenados: pecado – culpa – castigo. Todo lo
demás, en un contexto mítico, era consecuencia. El castigo habría
de centrarse, de un modo particularmente más intenso, en el cuerpo
y en la sexualidad, es decir, en todo lo placentero. No sólo porque,
en una comprensible proyección psicológica, la culpabilidad exija
castigo y se vincule de un modo especial al placer, del mismo modo
que el castigo se vincula al dolor, sino porque, debido a influjos
puritanos que habrían de invadir el pensamiento helenista, se acaba-
ría ensalzando el dolor por sí mismo, en la misma medida en que se
denigraba el placer. “El placer es malo en todas las circunstancias;
porque vinimos aquí para ser castigados, y deberíamos ser castiga-
dos”, afirmaba el catecismo pitagórico que, por extraños vericue-
tos, y a pesar de ser varios siglos anterior al cristianismo, acabaría
inoculándose en éste. Sin olvidar que, como ha puesto de relieve el
psicoanálisis, la culpa se genera en el niño asociada a la afectividad
y a la sexualidad; el conflicto edípico nos recuerda que lo sexual
aparecerá marcado por la censura y la prohibición.
La unión de un planteamiento de este tipo con el hecho de la cruz
de Jesús produjo una mezcla explosiva, de consecuencias desastro-
sas: el dolor –cualquier dolor– salva y nos une a Cristo; por tanto,
el placer es condenable y nos aleja de él –del mismo Cristo–. El
dolorismo había alcanzado su cota más alta. La redención se acabó
identificando con la sangre. De ahí que se viera el sufrimiento como
medio para “aplacar” (!) a Dios y “hacer méritos”, sacando la
conclusión de que lo que agradaba a ese Dios era la obediencia y el
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11. H.Ch. LEA, cit. por G. CORM, La cuestión religiosa en el siglo XXI. Geopolítica
y crisis de la posmodernidad, Taurus, Madrid 2007, p. 137.
12. J.M. CASTILLO, Espiritualidad para insatisfechos, Trotta, Madrid 2007, p. 59.
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13. De Sermones para todos los domingos y fiestas del año, año 1876, cit. en J.M.
CASTILLO, ob.cit., p. 48.
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Sin embargo, por otra parte, resulta tan obvio que un dios así
se asemeja tanto a los sueños de grandeza e incluso de prepotencia
que todos llevamos dentro, que la sospecha se hace inevitable. Y
con la sospecha, la denuncia y la necesidad de hacer luz, una vez
más. Pero hay algo que, no por sabido, deja de llamar la atención:
esa imagen de Dios tiene tal resonancia en la experiencia biográfica
–y en la estructura inconsciente– del ser humano que hasta el pro-
pio anuncio de Jesús quedó contaminado por ella; es decir, no fue
el anuncio de Jesús el que modificó aquella imagen, sino justamente
al revés, con lo que la originalidad del evangelio volvió a quedar
oscurecida.
Estoy viendo lo decisiva que es la cuestión de las imágenes de
Dios, por lo que luego repercuten en toda la vivencia.
Y, por ello precisamente, la importancia de ser lúcidos en este
tema y de estar prestos a cuestionar, de entrada, cualquiera de ellas.
Un cuestionamiento que no es ataque, sino apertura y fidelidad,
justamente lo opuesto al miedo. La referencia al propio Jesús y a la
experiencia viva tendría que mantenernos alerta frente a cualquier
tentación de nombrar a Dios a la ligera..., particularmente cuando,
consciente o inadvertidamente, lo hacemos en beneficio propio.
Parece claro que la cuestión fundamental es la que tiene que
ver con nuestras imágenes de Dios. Lo cual, a su vez, nos remite
a la necesidad de revisar el concepto de revelación para superar
el literalismo, que nos ha llevado a confundir a Dios con nuestras
proyecciones.
En la misma línea, debemos aprender humildad para abando-
nar la pretensión de comprender a Dios y encerrarlo en fórmulas
dogmáticas. Toda actitud dogmática esconde un afán de seguridad,
pero termina fracasando porque parte de un presupuesto equivoca-
do, el de pretender hablar de Dios adecuadamente. La dogmática
aparece empeñada en hablar de lo que no se puede hablar. Y, en
último término, habrá que cuestionar el dualismo que se halla en el
origen de toda esa confusión.
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su vida, eso hubiera dado lugar a una praxis, una teología y una
espiritualidad mucho más en la línea que nos muestra el evangelio;
más centrada en la vida –y en su potenciación– que en la muerte;
más anclada en la necesidad y el sufrimiento de las personas para
aliviarlas, y menos en la obsesión por el pecado y la “perfección”;
más fundada en la experiencia de la gratuidad divina que en el
miedo ante un dios justiciero y sus amenazas.
Perdona que desvíe momentáneamente el hilo de nuestra con-
versación. Porque, al escucharte, me surge una cuestión que ya
había detectado al hablar de que Pablo “espiritualizó” el mensaje
de Jesús, con un “olvido” de lo que había sido su historia concreta.
Planteado abiertamente: ¿Podemos decir que, en la historia del cris-
tianismo se produjo, desde muy temprano, una “espiritualización”,
no sólo de la cruz, sino de la misma persona de Jesús?
Sin duda; y todavía se sigue haciendo de un modo tan sutil,
incluso inconsciente, que puede pasar desapercibido, pero con gra-
ves repercusiones de cara a la vivencia de la propia fe. Me explico.
Desde el mismo proceso de helenización del cristianismo, lo que
había sido la práctica histórica de Jesús fue quedando relegada
a un segundo plano, mientras que la “fe” –más exactamente, la
creencia– se centraba en “Nuestro Señor Jesucristo”. Y no estoy
negando que la fe deba centrarse ahí. Lo único que quiero subrayar
es el riesgo que implica ese proceso: al “espiritualizar” a Jesús y
convertirlo prioritariamente en “objeto de adoración”, lo que fue
su práctica puede dejar fácilmente de interpelarnos, porque no nos
confrontamos tanto con ella, en lo concreto de nuestra vida, cuanto
con nuestra propia creencia en un ser espiritual.
¿Cómo se explica, si no, que, a lo largo de la historia de la
Iglesia, hayamos caído en comportamientos tan antagónicos con
el evangelio? Me parece que el deslizamiento desde “Jesús de
Nazaret” a “Nuestro Señor Jesucristo” –en la mayoría de documen-
tos y discursos eclesiásticos se usa más la segunda expresión que la
primera– hace que se desactive la denuncia, la crítica –también a
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El cambio de paradigma
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15. Esto es lo que quiere expresar el conocido cuento del rabino. Todos en la comu-
nidad sabían que Dios hablaba al rabino todos los viernes, hasta que llegó un
extraño que preguntó: ¿Y cómo lo sabéis? –Porque nos lo ha dicho el rabino. ¿Y
si el rabino miente? -¿Cómo podría mentir alguien a quien Dios habla todas las
semanas? El cuento nos hace sonreír, pero quizás sin percibir que nuestra propia
forma de razonar puede caer en ese círculo vicioso o argumento tautológico, cada
vez que afirmamos la propia doctrina como “Verdad absoluta”, a partir de una
lectura literalista de los textos.
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hay ningún lugar fuera de tus ideas desde el que supuestamente juz-
gar el valor de las mismas. Cuando juzgas las ideas que son deudoras
de tu propio marco de comprensión..., ¡lo estás haciendo desde ese
mismo marco! No existe una percepción neutra; o, de otro modo, la
proyección es la base de la percepción. Todo punto de vista depende
de ciertos supuestos referentes a la naturaleza de la realidad.
¿Podrías poner un ejemplo?
Trataré de hacerlo sobre el mismo tema de nuestro diálogo: la
salvación. Si mi modelo piensa a Dios como un Ser separado, que
ha sido ofendido por la desobediencia del hombre, pero que ha deci-
dido salvarme por la muerte de Cristo en la cruz, no sólo no tendré
ninguna dificultad en aceptar el modo tradicional de presentar la
salvación, sino que percibiré en todo él una coherencia sin resqui-
cios. El modelo se ha autovalidado: tiene respuestas para todo. Más
aún, cualquier formulación diferente –que se aleje simplemente de la
literalidad de las palabras– será considerada blasfema.
El problema se plantea cuando empiezan a surgir lo que he lla-
mado “disonancias”, cuando aparecen “grietas” en ese edificio tan
bien construido: ¿de dónde nace esa imagen de Dios?, ¿qué significa
atribuir a Dios ese tipo de sentimientos?, ¿qué tipo de pensamiento
y de marco cultural está condicionando esa presentación?...
Observa, sin embargo, que esas disonancias únicamente se
perciben en la medida en que hemos podido “tomar distancia”
del propio modelo. Y eso sólo es posible, porque otro nuevo se
empieza a abrir camino. De ahí que, con más frecuencia de lo que
nos parece, nuestros enfrentamientos sean, en realidad, choques
entre paradigmas.
Recuerda lo que decíamos sobre ellos en el primer capítulo: Un
paradigma es una especie de teoría general de un alcance tal que
puede abarcar la mayor parte de los fenómenos conocidos en su
campo o proporcionar un contexto para ellos. Una vez que llega a ser
implícito, adquiere un poder tremendo, aunque no reconocido, sobre
sus partidarios, que se convierten en creyentes. De un modo inadver-
tido, han confundido un paradigma determinado con la verdad.
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Epílogo:
¿Qué iglesia y qué creyente?
El futuro es transpersonal.
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EPÍLOGO
3. La Iglesia y su “práctica”
Otro punto de no menor importancia es el que se refiere a la
práctica. Al final, es ésta la que nos hace o no creíbles. Porque
éste es uno de los “lenguajes” que trasciende cualquier paradigma
–otro será el de la experiencia mística–. Para la Iglesia constituye
algo absolutamente prioritario porque la remite directamente a lo
que ve en su propio fundador. El mensaje de Jesús cautivaba por
su sencillez –no encontraremos en él conceptos abstractos– y por
su insistencia en la práctica, marcada y caracterizada por el amor
compasivo hacia toda persona en situación de necesidad. Los mís-
ticos lo han expresado también con rotundidad: “El alma enamo-
rada de mi Verdad –decía escuchar santa Catalina de Siena– nunca
deja de servir al mundo entero”. Como he expresado en páginas
anteriores, la gran pregunta de la Iglesia no es tanto: ¿cuáles son
los pecados de los que esta sociedad deba convertirse?, sino: ¿cuá-
les son las necesidades humanas a las que tenemos que socorrer?
Y no es sólo un cambio de acentos…
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4. La Iglesia y su organización
Un cuarto frente tiene que ver, por fin, con la organización
de la propia Iglesia, desde sus elementos más “externos” hasta
su modo de funcionamiento. Cuestiones como “calidad demo-
crática”, “estatus de la mujer”, aceptación del disenso, recono-
cimiento de la pluralidad, respeto y valoración de las diferencias
culturales también en el modo de expresar y celebrar la fe…, son
cuestiones que están reclamando cambios en la propia estructura
organizativa. Y, en medio de todas ellas, la vuelta a la sencillez,
la apertura y el frescor del evangelio, para que éste pueda seguir
siendo percibido como “buena noticia” para todo hombre y toda
mujer, también en nuestra cultura postmoderna y ante un horizon-
te transpersonal.
Ello requiere de comunidades cristianas que hayan asumido la
modernidad (y la postmodernidad), crítica y constructivamente, y
que vivan centradas en la experiencia espiritual más genuina y en
la práctica compasiva del evangelio.
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Anexo:
¿Qué yo?
Modalidades de la práctica meditativa
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Oración profunda-afectiva
Es la práctica meditativa más familiar para las personas que
provienen de una tradición religiosa teísta. La llamo “profunda”,
porque busca conscientemente implicar a toda la persona, desde su
realidad más honda. Y “afectiva”, porque toma en cuenta, de un
modo especial, esa dimensión fundamental del ser humano.
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ANEXO
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¿QUÉ DIOS Y QUÉ SALVACIÓN?
con los otros y con Dios. Es el “lugar de Dios” (topos tou Zeou,
decían los antiguos monjes) en nosotros. No es algo que tengamos
que “construir”, sino sólo “descubrir”. En eso consistirá nuestro
primer aprendizaje, en venir a nuestro centro y permanecer en él.
Para ello, quizás debamos empezar por hacernos conscientes
de que: 1) con frecuencia, nos hemos reducido a la cabeza, al
pensamiento, a las ideas; 2) estamos y vivimos lejos de nuestros
sentimientos y, en consecuencia, lejos de nuestra intimidad, de la
vida; 3) estamos a distancia de nuestro centro vital, instalados en
una “capa de protección” en la que, en lugar de vivir, “actuamos”.
Pero a Dios no lo encontramos en ella; todo lo más que hallamos
ahí es una “idea” de Dios, que nos servirá incluso para reforzar
ese modo de funcionar alejado de quien en realidad somos. Sólo
aceptando nuestra verdad, seremos capaces de reorientar nuestra
forma de vivirnos, en una apertura saludable, aunque sea costosa,
a un cambio transformador.
Al acoger la oración en ese lugar, podremos permanecer en
un silencio cada vez más hondo, hasta que vayamos aprendiendo
a descansar en el no-pensar y en el no-sentir, experimentando la
verdad de las palabras del abad san Antonio: “La oración perfecta
es no saber que estás orando”. Ahí se nos podrá regalar –emerge-
rá– la Nada, el Vacío, la No-dualidad, la Presencia, la Plenitud,
Dios mismo...; términos todos ellos equivalentes para balbucear lo
Inefable.
A nuestro yo le parece que, si dejamos de pensar, dejaremos
de existir. Y algo de razón tiene, porque el yo se va diluyendo
al silenciar la mente. Pero, como escribe Thomas Keating, en ese
silencio, lo que aparece es la paz perfecta, la paz que “supera todo
lo que podemos pensar” (Filp 4, 7). Habremos pasado del reino del
yo –que es el reino del pensar y del sentir, de la dualidad y de la
separación– a la No-dualidad luminosa y autofundamentada de Lo
Que Es, el horizonte de Unidad hacia el que apunta todo camino
de oración.
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ANEXO
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¿QUÉ DIOS Y QUÉ SALVACIÓN?
Observar la mente
¿Cómo hacerlo?
U Como un juego.
U Sin expectativas, sin prisa, sin juicio y sin esfuerzo.
U Como un espectador imparcial y “distante”, que únicamente
“toma nota” de los pensamientos que discurren por la mente.
U Con mucha paciencia, sobre todo al principio, porque la falta
de hábito puede hacernos creer que es una tarea imposible.
U Nos “situamos” en la nuca y, desde ahí, sin esfuerzo, diri-
gimos la atención a todo lo que pasa en nuestra mente. Nos
preguntamos: “¿En qué estoy pensando?” –ésa es la pregunta
del observador– y sencillamente lo constatamos, de un modo
neutral, sin implicarnos en ello.
U Puede ayudar –sobre todo al principio, cuando parece un ejer-
cicio imposible–, el hecho de nombrar interiormente los pen-
samientos que se van descubriendo (“estoy pensando que...,
estoy pensando en...”).
5. Vivir lo que somos…, pp. 129-142, donde analizo detalladamente toda esta
cuestión.
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ANEXO
ciarse.
U Va apareciendo un vacío en el espacio mental.
do?
U Observa los pensamientos que pasan por tu mente, con las
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Observar el yo
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ANEXO
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¿QUÉ DIOS Y QUÉ SALVACIÓN?
¿Cómo hacerlo?
U Observa directamente a tu “yo”, que siempre irá acompañado
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ANEXO
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ANEXO
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¿QUÉ DIOS Y QUÉ SALVACIÓN?
Práctica interna
¿Cómo hacerlo?
U Entra en tu interior.
tos externos).
U Distánciate también de los objetos internos (pensamientos,
emociones...).
U Céntrate en el sujeto (la realidad que no puede percibirse por
entrecejo.
U Observa el sujeto, no los pensamientos que el sujeto tiene.
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ANEXO
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ANEXO
Práctica externa
257
¿QUÉ DIOS Y QUÉ SALVACIÓN?
¿Cómo hacerlo?
U Céntrate en el objeto y “vuélcate” –ésta es la palabra clave– en
él, como el niño “se pierde” en los dibujitos que está viendo.
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ANEXO
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¿QUÉ DIOS Y QUÉ SALVACIÓN?
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ANEXO
Observar el cuerpo
¿Cómo hacer?
U Adopta una postura cómoda (sentado o acostado).
U Entra en contacto con tu cuerpo, a través de alguna respira-
ción profunda.
U Dirige toda la atención al cuerpo.
U No pienses en él; siéntelo.
U Siéntelo de un modo global.
U Ábrete a percibir la “energía” del cuerpo o “cuerpo interno”.
U Sin prisa, con paciencia, sin esperar resultados inmediatos.
U Sin caer en la trampa de pensar en él (o en lo que ocurre).
U Fúndete con ese “cuerpo interno”, de modo que desaparezca
la percepción de dualidad entre el observador y lo observado,
entre tú y tu cuerpo.
U Consiente a que lo emergido, gracias a la atención, lo sea todo.
U Sin que la mente persista en llevar el control.
U Entrégate a lo emergido, más allá de la mente.
U Permite que Eso emergido guíe todo el proceso.
U Mantente ahí, en el puro Ser, en la conciencia inmediata y sin-
forma de Lo Que Es.
¿Qué ocurre?
U Al centrar toda la atención en el cuerpo, de un modo global,
la mente se detiene.
U Se diluyen las fronteras corporales. Se irá disolviendo la dis-
tinción entre lo interno y lo externo; entrando en el cuerpo, lo
has trascendido.
U El “cuerpo interno” es omnicomprensivo, omniincluyente.
U Aparece el Presente con intensidad.
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7. E. TOLLE, Practicando el poder del Ahora, Gaia, Madrid 62005, pp. 69-71.
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ANEXO
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ANEXO
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MODALIDADES DE LA PRÁCTICA MEDITATIVA – SÍNTESIS
Camino de la
1
sensación Vientre Permanecer Sensación
Oración profunda Sentirse a sí mismo/a, camino imprescindible
Entregarse
5
Objetos
Práctica externa Acciones “Volcarse” = Vivir en presente,
Personas no-controlar, dejar fluir
6
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BIBLIOGRAFÍA
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BIBLIOGRAFÍA
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BIBLIOGRAFÍA
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BIBLIOGRAFÍA
275
Director: Manuel Guerrero
1. Leer la vida. Cosas de niños, ancianos y presos, (2ª ed.) Ramón Buxarrais.
2. La feminidad en una nueva edad de la humanidad, Monique Hebrard.
3. Callejón con salida. Perspectivas de la juventud actual, Rafael Redondo.
4. Cartas a Valerio y otros escritos,
(Edición revisada y aumentada). Ramón Buxarrais.
5. El círculo de la creación. Los animales a la luz de la Biblia, John Eaton.
6. Mirando al futuro con ojos de mujer, Nekane Lauzirika.
7. Taedium feminae, Rosa de Diego y Lydia Vázquez.
8. Bolitas de Anís. Reflexiones de una maestra, Isabel Agüera Espejo-Saavedra.
9. Delirio póstumo de un Papa y otros relatos de clerecía, Carlos Muñiz Romero.
10. Memorias de una maestra, Isabel Agüera Espejo-Saavedra.
11. La Congregación de “Los Luises” de Madrid. Apuntes para la historia de una
Congregación Mariana Universitaria de Madrid, Carlos López Pego, s.j.
12. El Evangelio del Centurión. Un apócrifo, Federico Blanco Jover
13. De lo humano y lo divino, del personaje a la persona. Nuevas entrevistas con
Dios al fondo, Luis Esteban Larra Lomas
14. La mirada del maniquí, Blanca Sarasua
15. Nulidades matrimoniales, Rosa Corazón
16. El Concilio Vaticano III. Cómo lo imaginan 17 cristianos,
Joaquim Gomis (Ed.)
17. Volver a la vida. Prácticas para conectar de nuevo nuestras vidas, nuestro mundo,
Joaquim Gomis (Ed.)
18. En busca de la autoestima perdida, Aquilino Polaino-Lorente
19. Convertir la mente en nuestra aliada, Sákyong Mípham Rímpoche
20. Otro gallo le cantara. Refranes, dichos y expresiones de origen bíblico, Nuria
Calduch-Benages
21. La radicalidad del Zen, Rafael Redondo Barba
22. Europa a través de sus ideas, Sonia Reverter Bañón
23. Palabras para hablar con Dios. Los salmos, Jaime Garralda
24. El disfraz de carnaval, José M. Castillo
25. Desde el silencio, José Fernández Moratiel
26. Ética de la sexualidad. Diálogos para educar en el amor, Enrique Bonete (Ed.)
27. Aromas del zen, Rafa Redondo Barba
28. La Iglesia y los derechos humanos, José M. Castillo
29. María Magdalena. Siglo I al XXI. De pecadora arrepentida a esposa de Jesús.
Historia de la recepción de una figura bíblica, Régis Burnet
30. La alcoba del silencio, José Fernández Moratiel –Escuela del Silencio (Ed.)–
31. Judas y el Evangelio de Jesús. El Judas de la fe y el Iscariote de la historia, Tom
Wright
32. ¿Qué Dios y qué salvación? Claves para entender el cambio religioso, Enrique
Martínez Lozano
33. Dios está en la cárcel, Jaime Garralda
34. Morir en sábado ¿Tiene sentido la muerte de un niño?, Carlo Clerico Medina
35. Zen, la experiencia del Ser, Rafael Redondo Barba
36. La Sabiduría de vivir, José María Toro
37. Descubrir la grandeza de la vida. Una vía de ascenso a la madurez personal,
Alfonso López Quintás
38. Dirigir espiritualmente. Con San Benito y la Biblia, Anselm Grün, Friedrich
Assländen