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Pérez Avilés Eduardo

Filosofía de la Historia II

La crítica de la verdad como lucha social.

La virtud de la verdad siempre ha tenido un peso fundamental para el acontecer

humano, todas las sociedades, todas las historias y las relaciones sociales se

desarrollan bajo el marco de una verdad. La verdad de cómo comportarse, la

verdad de como fuimos originados y la verdad del camino que llevamos y la

verdad sobre el punto al cual nos dirigimos.

Tomo la verdad como herramienta coercitiva en el devenir humano. Pues es la

verdad la línea sobre la cual intentamos trabajar, buscamos hacer y defender

nuestra propia verdad, y en cada punto en que nos es criticada, es cuando llegan

los momentos de crisis, momentos que pueden resultar más comunes y

tormentosos si esta verdad no es meramente propia, y nos damos cuenta que

llevamos mucho tiempo trabajando bajo verdades infundadas e impuestas.

En nuestro actuar podemos comportarnos como los personajes que describe Emil

Cioran, podemos ser un individuo escéptico, que siempre va buscando criticar,

dudar y cuestionar sobre todo lo que le es dicho para llegar a una propia verdad, o

un bárbaro el cuál puede no creer en nada por el simple hecho de no hacerlo sin

buscar ningún resultado, o solo creer en todo y dejarse llevar por todo lo que le

rodea, pero en cada uno de estos casos hay un margen de verdad, para cada

quien, para el que se cuestiona todo, el ser escéptico es el mejor comportamiento

para llegar a la verdad, y para el que se pregunta todo o no se pregunta nada,


esos son sus márgenes de verdad, le son cómodos, y son los que le permiten

seguir obrando.

Con todo este peso que hemos atribuido a la virtud de la verdad, hemos dejado

muy poco espacio para la problematización, esto ha logrado que el papel del

escéptico cada vez se encuentre menos en las sociedades, pues parece ser que

la humanidad ya no le interesa más que los resultados finales, vive con tantas

incertidumbres en su acontecer diario, que al momento de escuchar una noticia,

leer un libro o cualquier forma de obtener información, ya solo le interesa saber el

juicio final, la conclusión, lo que se le presenta ya como una verdad dogmática y

no criticable, esto le resulta no solo más cómodo sino más alentador.

La satisfacción de tener bajo su poder la verdad y no sólo más problemas se

refleja en la vida diaria, las personas van al trabajo para obtener un resultado final,

practican cualquier deporte o disciplina en búsqueda del juicio y la competencia

final, nosotros como historiadores realizamos trabajos a veces más interesados

por llegar a conclusiones concretas y perdemos interés en el rico aprendizaje que

se obtiene de la problematizaciones que se laboran en el contenido. Esta

búsqueda por la verdad final va disminuyendo lo apasionante que puede llegar a

ser el camino hacia ella.

Las personas quieren la certidumbre, la certidumbre de iniciar una carrera que los

lleve a la obtención de un título, ya sí se aprende o no durante el camino parece

haber quedado en segundo plano. Quiere leer libros que estén llenos de verdades

y conclusiones que puedan solucionarlo la vida incluso, y si estas verdades son


cómodas y no los han hecho problematizarse o repensarse para llegar a ellas,

mejor aún.

Pero, qué sucede cuando no solo no criticamos la verdad de nuestro actuar y de

nuestros conocimientos, sino que también pasamos de largo el origen de dichas

verdades. Estamos tan cómodos con las certidumbres y la confianza que estas

nos estregan, que no pensamos en si estas verdades están delimitadas para

ciertos fines.

Sin hablar de determinismos o condiciones, las acciones humanas están

permeadas por algo más allá que la mera individualidad, las verdades de las que

hablamos no siempre van a partir puramente del sujeto, pues este, al encontrarse

rodeado de cualquier grupo, le son señalados y enseñados los márgenes de la

verdad dentro de los cuales podrá sentir cierta libertad siempre y cuando no los

sobrepase. La verdad al ser una virtud humana, está permeada por el momento y

el espacio en que se genera. Dicha virtud no siempre ha sido la misma y ha

recibido diferentes transformaciones según los grupos que la elabore y la

practiquen.

El mismo M. Foucault habla de esta verdad y del saber cómo todos los

conocimientos y prácticas que han sido validados por un momento y espacio

definido y sobre todo, por un dominio. Lo cual nos remonta a la cuestión señalada

anteriormente, sobre el origen de las verdades que nos son delimitadas, ¿Qué

grupos las delimita? ¿Cómo funciona la verdad dentro de las relaciones de poder

ejercidas en todo tipo de sociedad?


Así como también Foucault señala, estas verdades, conocimientos y saberes,

función como herramienta para legitimación y validación de los sectores que

controlan el poder en cualquier grupo.

Haciendo creer a la gente que tienen el control de sus propios márgenes de

verdad y conocimiento, estos grupos de poder manipulan el saber, a través de

censuras prácticamente invisibles, como la creación de un status quo, los exilios y

castigos, las represiones, que van más allá del control de una marcha o denuncia,

si no que se pueden encargar de demeritar unos movimientos y exaltar a otros, y

es así como generan una verdad sobre las formas correctas e incorrectas de

actuar.

El bárbaro del cual se comentó al inicio, sería la figura más idónea para estos

grupos, pues al no cuestionar nada en su haber, solo actúa bajo una línea

inamovible, será la figura más leal dentro de un partido o al defender cualquier

bandera, funcionará como un soldado solo encargado de atender ordenes sin

pensarlo, en un ciclo de comodidad para él y para sus superiores.

Será el escéptico, entonces, la figura que más cause molestias a esto grupos

moldeadores de la verdad, pues la única verdad para este personaje es

cuestionarse todo, y no solo por el mero hecho de la incredulidad, si no por la

necesidad que tiene de encontrar el resultado real y verdadero de las cosas.

Esta iniciativa constante por parte del escéptico no solo de dudar sino de criticar la

verdad, es la más pura lucha social, y tal vez el origen de todos los movimientos

sociales. Pues no es la crítica un reflejo de mera irreverencia, esta crítica inicia por
el descontento al panorama y contexto en que si sitúa el escéptico, algún malestar

ha notado o sufrido este personaje que lo ha llevado a dudar de las supuestas

virtudes que le rodean.

Así inician los movimientos y luchas sociales, con la duda y por tanto crítica de lo

ya cimentado y estructurado. Así como las críticas en su momento al antiguo

régimen o las constantes críticas al capitalismo, parten de un escepticismo de no

concebir a las relaciones de poder como las más idóneas para el bienestar de la

comunidad.

Entonces, desde la postura de historiadores en formación, o de cualquier otra

disciplina, o siquiera como ciudadanos responsables, si se quiere buscar el

cambio o la transformación y erradicación de cualquiera de los malestares que se

exponen en nuestra comunidad, se debe partir de la actitud crítica y escéptica de

la verdad. El hecho de creer solo por creer y no creer por mero hartazgo hace que

todo funcione para el sistema, mientras que la actitud escéptica y por tanto crítica

son los primeros avisos de las diferentes fallas en la estructura, fallas que si lo

actitud escéptica se mantiene, pueden ser corregidos y mejorados.

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