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Simone de Beauvoir

¿Qué es ser mujer? ¿Qué implica esto? ¿Existe alguna forma de hacer que esto
deje de ser así?

El término “mujer” se emplea de diferente manera según el uso que se le dé. Es


decir, dependiendo de si se hace referencia a las características biológicas
vinculadas a la función reproductora, ya que existen otros usos que van más allá
del hecho de tener útero para referirse a una mujer como tal. Por ello, hay quienes
afirman que “la feminidad está en peligro” o se pide a las mujeres que actúen
como ello, como mujeres, pues no son “suficientemente femeninas”. Respecto a
ello, entonces, Simone de Beauvoir se pregunta si realmente hay mujeres y,
consecuentemente, qué es una mujer. También expone que hay quienes no
dudan acerca del término “femenino” y lo utilizan para valorar a las mujeres
acorde a cuán femeninas son. Se trata del eterno femenino: el resultado de un
complejo proceso de aprendizaje que empieza en los primeros momentos de vida
y que niega los esencialismos. Con ello, se llega a la conclusión de que el ser
mujer o no está basado en estereotipos o mitos.

Cada ser humano tiene un posicionamiento singular que hace que vea o entienda
las cosas de un modo en concreto. El posicionamiento singular es el conjunto de
determinaciones históricas, económicas, sociales, psicológicas y demás que
afectan al propio individuo y a su punto de vista.

En referencia a lo anterior, Beauvoir expone que un varón nunca se plantearía la


situación particular de los varones en la humanidad, con lo que deja ver el
problema que supone a una mujer ser identificada como una. Así, el punto de
vista del hombre se relaciona con el punto de vista del ser humano, con lo que la
mujer queda apartada y subordinada a este. A partir de este se define toda la
especie; es el centro, lo auténtico, lo objetivo.

Ello provoca una falta de simetría en la relación hombre-mujer, donde la segunda


se encuentra delimitada por sus características físicas o biológicas. A él se le
denomina Sujeto, mientras a ella se le reconoce la posición de Alteridad. Es decir,
la mujer no es algo por sí misma, sino que es algo en relación al hombre, el punto
de referencia, lo que define el resto.

Teniendo en cuenta esto, ¿por qué la mujer acepta esta situación? ¿Existe alguna
razón que haga que mantengan esta posición de subordinación? Beauvoir
expone las siguientes tres razones:

- Las mujeres no tienen medios concretos para agruparse en una unidad que
se afirme al oponerse. Es decir, no tienen elementos que les faciliten la
composición de un grupo unido, ya que no existe nada en común que las
distinga de los varones.
- Los vínculos que las unen a los dominadores son más estrechos que los que
podrían existir entre ellas. La mujer ha estado tan relegada al hombre que se
ha convertido, la pareja, en algo esencial en la sociedad.
- La reivindicación como sujeto implicaría una pérdida de ventajas que ofrece
la alianza o unión con quien tiene el poder: el hombre.

Esta última razón se relaciona estrechamente con la dialéctica hegeliana del amo
y el esclavo, en la que se observa la relación hombre-mujer como una relación de
dependencia de la mujer hacia el hombre, por lo que esta no es recíproca, sino
desigual y jerárquica. Esta desigualdad está enraizada en todas las sociedades
conocidas y tiene lugar por una falta de simetría en la relación: no hay alteridad
simétrica, el hombre tiene un papel, la mujer otro. De este modo, como hemos
mencionado anteriormente, la mujer representa la alteridad, la “otra”, mientras
que el hombre representa lo neutro, el “mismo”.

Así, Hegel en La fenomenología del Espíritu (1808) expone que toda relación es
una relación dialéctica que se desarrolla mediante la oposición entre elementos,
que toda relación es hostilidad, ya que la oposición de lo hostil constituye la
propia consciencia. De esta manera, todo sujeto toma conciencia de sí mediante
la negación de otras posibles conciencias.

Se explica la relación amo-esclavo como dos individuos unidos en una necesidad


económica y de dependencia, en la que el esclavo reconoce el prestigio del amo
y sabe que es dependiente; tiene interiorizado la necesidad que tiene del amo.

Ello se puede extrapolar a la relación hombre-mujer, es decir, a las mujeres y su


relación de vasallaje. Ellas aceptan su situación ya que piensan que la “alianza”
con los hombres y el “sometimiento” a estos les reporta “ventajas”.

Entonces, ¿rompe en algún momento la mujer esta relación? ¿cuándo lo hará, si


lo hace? Cuando pueda afirmarse como sujetos (reconocimiento, posibilidad
económica, educación), tras la aceptación del “nosotras” (cuerpo vivido) y un
esfuerzo moral.

Una vez se consigue esto, ¿cómo se alcanza la emancipación? Llevando a cabo


una conciliación del trabajo productivo con el reproductivo; consiguiendo una
autonomía económica sin discriminación laboral ni salarial; con una educación
igualitaria en la que el sistema educativo sea mixto; libertad erótica con acceso a
métodos adecuados de control de la natalidad; reconocimiento social, ser
reconocido por el otro como conciencia autónoma y una relación simétrica entre
el hombre y la mujer.
Todo ello se relaciona con la moral existencialista, el “trasfondo ético”. Sin
embargo, Beauvoir parte de su concepción del ser humano y la división que
siempre ha habido en la humanidad, pues la mitad no contaba con la
característica principal de los seres humanos: la libertad. La libertad es concebida
como algo que cada sujeto hace por sí mismo y las acciones que lleva a cabo. El
“ir haciéndose” hace que sea algo trascendente, algo que su ser está más allá,
algo continuo. En este caso, ¿qué ocurre cuando un individuo deja de mirar el
futuro y de actuar acorde a este? Para Beauvoir, esto implica caer en la
inmanencia, en el estatismo y quietismo de las cosas y los animales. La humanidad
está en constante evolución, y ello hace referencia a la afirmación de que el
hombre no es una especie natural sino una idea histórica, por lo que no proyectar
hacia el futuro no es más que dejar de ser humano. Si esto ocurre, dentro de esta
moral pasa a ser identificado como el “mal”. No obstante, puede darse de manera
voluntaria o inconsciente. En el primer caso, la persona es responsable de que el
suceso haya ocurrido y se produce lo que se denomina una falta moral, ya que se
deja de hacer algo que es propio del ser humano, de nosotros mismos. Llevado
al ámbito de la mujer, aquella que produce una falta moral es aquella que
mantiene su situación de alteridad y subordinación al hombre para mantener su
“alianza” y no perder las “ventajas” que esta relación le proporciona. Por otro lado,
cuando se da de manera inconsciente, no se considera una falta moral. La
situación provoca la frustración del individuo, en este caso la mujer, que se
encuentra oprimida y obligada a seguir un rol que no le pertenece, que se
encuentra sometida y sin oportunidades vitales. Cuando un individuo se
encuentra oprimido, este es incapaz de decidir las acciones que lleva a cabo.

Así, la mujer, considerada menos y débil durante toda la historia, mantiene una
relación de dependencia con el hombre porque cree que esto le proporciona
ciertas ventajas que perderá si se reivindica. Así mismo, la moral existencialista
hace que quienes rechazan esta posición conscientemente produzcan una falta
moral, mientras que quienes no lo hacen se sienten frustradas. Se concluye, de
este modo, que la condición femenina es un modo no humano impuesto de vivir
que limita las posibilidad vitales de la mujer.

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