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Servicio Bíblico Latinoamericano
S e celebra hoy la Solemnidad de Todos los Santos. Qué bueno sería que los «santos»
en ella celebrados no se redujeran sólo a los del “mundo católico”, los santos de
nuestro pequeño mundo, de la Iglesia Católica, sino a «todos los santos del mundo», a
los santos de un mundo verdaderamente «cat–hólico» (etimológicamente, según el
todo, referido al todo), o sea, «universal». ¿No queremos celebrar en este día a todos
los santos que están ya ante Dios? ¿Pues cómo vamos a limitarnos a pensar en
«catálogo romano de los santos», de los «canonizados» por la Iglesia católica romana,
según esa práctica llevada a cabo sólo desde el siglo XI, de «inscribir» oficialmente a
los santos particulares de nuestra Iglesia, en ese libro? ¿Será que quienes figuran
oficialmente inscritos durante 9 siglos en esta sola Iglesia son «todos los santos»... o tal
vez serán sólo una insignificante minoría entre todos ellos?
Es decir: pocas fiestas como ésta requieren ser «universalizadas» para hacer
honor a su nombre: la festividad de «todos los santos». Por tanto, hay que hacer un
esfuerzo por entenderla con una real universalidad. Ésta es una fiesta «ecuménica»:
agrupa a todos los santos. Es más que ecuménica, porque no contempla sólo a los
santos cristianos, sino a «todos», todos los que fueron santos a los ojos de Dios. Ello
quiere decir, obviamente, que también incluye a los «santos no cristianos»... a los
santos de otras religiones (debería ser una fiesta inter-religiosa), e incluso a los santos
sin pertenencia a ninguna religión, los «santos paganos» (Danielou tituló así un libro
suyo), los santos anónimos (éstos deben ser verdadera legión), incluso los «santos
ateos», a los que el pasaje de Mt 25,31ss pone en evidencia («cada vez que lo hicieron
con alguno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron»).
Una fiesta, pues, que podría hacernos reflexionar sobre dos aspectos: sobre la
santidad misma (¿qué es, en qué consiste, qué «confesionalidad» tiene...?), y sobre el
«Dios de todos los santos». Porque muchas personas todavía piensan -sin querer, desde
luego- en «un Dios muy católico». Para algunos Dios sería incluso «católico,
apostólico... y romano». O sea, «nuestro». O «un Dios como nosotros», de hecho.
Pudiera ser que, también... un poco... hecho «a imagen y semejanza» nuestra.
La actitud universalista, la amplitud del corazón y de la mente hacia la
universalidad, a la acogida de todos sin etiquetas particularistas, siempre nos cuestiona
la imagen de Dios. Dios no puede ser sólo nuestro Dios, el nuestro, el que piensa como
nosotros e intervendría en la historia siempre según nuestras categorías y de acuerdo
con nuestros intereses... Dios, si es verdaderamente Dios, ha de ser el Dios de todos los
santos, el Dios de todos los nombres, el Dios de todas las utopías, el Dios de todas las
religiones (incluida la religión de los que con sinceridad y sabiendo lo que hacen optan
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con buena conciencia por dejar a un lado “las religiones”, aunque no «la religión
verdadera» de la que por ejemplo habla Santiago en su carta, 1,27). Dios es «católico»
pero en el sentido original de la palabra. Está más allá de toda religión concreta. Está
«con todo el que ama y practica la justicia, sea de la religión que sea», como dijo Pedro
en casa de Cornelio (Hch 10).
Hoy nos parece todo esto tan natural, pero hace apenas 50 años que estamos
pensando de esta manera -los años que hace que se celebró el Concilio Vaticano II-. En
las vísperas de aquel Concilio, el famoso teólogo dominico Garrigou-Lagrange
(avanzado, progresista, y por ello perseguido) escribía, con la mentalidad que era
común en el ambiente católico: «Las virtudes morales cristianas son infusas y
esencialmente distintas, por su objeto formal, de las más excelsas virtudes morales
adquiridas que describen los más famosos filósofos… Hay una diferencia infinita entre
la templanza aristotélica, regulada solamente por la recta razón, y la templanza
cristiana, regulada por la fe divina y la prudencia sobrenatural» (Perfection chrétienne
et contemplation, Paris 1923, p. 64). Danielou, por su parte, afirmaba: «Existe el
heroísmo no cristiano, pero no existe una santidad no cristiana. No debemos confundir
los valores. No hay santos fuera del cristianismo, pues la santidad es esencialmente un
don de Dios, una participación en Su vida, mientras que el heroísmo pertenece al plano
de las realidades humanas» (Le mystère du salut des nations, Seuil, Paris 1946, p. 75).
Todas las grandes figuras de la humanidad, personajes como Sócrates o como Gandhi...
sólo podrían considerarse héroes, no santos. No quedarían incluidos hoy en esta fiesta,
según la visión católico-romana de aquellos tiempos preconciliares, porque «santos»,
sólo podrían serlo los buenos cristianos, ¡y católicos! Ésta es una de las tantas
«rupturas» que realizó el Concilio Vaticano II.
La primera lectura bíblica de esta fiesta litúrgica, del Apocalipsis, aun estando
redactada en ese lenguaje no sólo poético, sino ultra-metafórico, lo viene a decir
claramente: la muchedumbre incontable que estaba delante de Dios era «de toda
lengua, pueblo, raza y nación»... En aquel entonces, hablar de «las naciones» implicaba
a las religiones, porque se consideraba que cada pueblo-raza-nación tenía su propia
religión. A Juan le parece contemplar reunidos, en aquella apoteosis, no sólo a los
judeocristianos, sino a «todos los pueblos», lo que equivale a decir: a todas las
religiones.
Si corregimos así nuestra visión, estaremos más cerca de «ver a Dios tal como
es» (segunda lectura), tal como podremos verle más allá de los velos carnales del
chauvinismo cultural o el tribalismo religioso -que no son muy distintos-. Obviamente,
esos «ciento cuarenta y cuatro mil» (doce al cuadrado, o sea, «los Doce», o «las Doce
‘tribus’ de Israel», pero elevadas al cuadrado y multiplicadas por mil, es decir,
totalmente superadas, llevadas fuera de sí hasta disolverse entre «toda lengua, pueblo,
raza y nación»), esos ciento cuarenta y cuatro mil, o los entendemos como un símbolo
macroecuménico, o nos retrotraerían a un fantástico tribalismo religioso.
Oración comunitaria
- Dios Eterno, Misterio inabarcable, Fuerza creadora, sin principio ni fin, Sabiduría
escondida: Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón
sensato, y ayúdanos a sentir, en la fe, la presencia espiritual de nuestros hermanos y
hermanas que nos han precedido en la existencia y en el amor. Tú que vives y haces vivir,
por los siglos de los siglos. Amén.ntir, en la fe, la presencia espiritual de nuestros
hermanos y hermanas que nos han precedido en la existencia y en el amor. Tú que vives y
haces vivir, por los siglos de los siglos. Amén.
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• En algunos lugares, la celebración de este día puede ser buena ocasión para
hacer una catequesis sobre el sentido de la «oración de petición respecto a los
difuntos», para la que sugerimos esquemáticamente unos puntos:
-el juicio de Dios sobre cada uno de nosotros es sobre la base de nuestra
responsabilidad personal, no en base a otras influencias (como si la eficacia de la
oración de intercesión por los difuntos pudiera actuar ante Dios como "argolla,
enchufe, recomendación, coima...");
-Dios no necesita de nuestra oración para ser misericordioso con nuestros
hermanos difuntos...; nuestra oración no añade nada al amor infinito que Dios ya les
tiene por su propio amor; nuestra oración, en cierto modo, es literalmente innecesaria;
-«no rezamos para cambiar a Dios, sino para cambiarnos a nosotros mismos»;
-la «vida eterna» no es una prolongación de nuestra vida en este mundo; la «vida
eterna», como todo el resto del lenguaje religioso, es una metáfora, que tiene contenido
real, pero no un contenido “literal-descriptivo”.
Oración comunitaria
Dios Eterno, Misterio inabarcable, Fuerza creadora, sin principio ni fin,
Sabiduría escondida: «enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos
un corazón sensato», y ayúdanos a sentir, en la fe, la presencia espiritual de
nuestros hermanos y hermanas que nos han precedido en la vida y en el amor. Tú
que vives y haces vivir, más allá del espacio y del tiempo. Amén.
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L a parábola del banquete del reino muestra cómo los que están empeñados
exclusivamente en sus negocios (“compré un terreno, te ruego que me disculpes”), en
el frenesí de su trabajo (“compré cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas”) o en la
exclusividad del círculo familiar, no pueden entrar a participar plena y gozosamente en
la vida comunitaria. Esta exige una disponibilidad generosa y la aspiración de construir
algo más grande que los pequeños negocios y trabajos familiares. Va de la mano con el
“dejar todo” para servir al reino de Dios. Por estas razones, aquéllos que están
empeñados en sus propias preocupaciones sin mirar el horizonte de los pueblos, sin
valorar las utopías históricas, no están aptos para participar del banquete del reino. Este
necesita de una apertura a todos los seres humanos y a todos los ideales de
humanización. Por esto, los invitados son aquéllos que tienen realmente esperanza
histórica y confían en que pueden construir la nueva casa del Señor. Esta es un
proyecto alternativo, un mundo donde no hay excluidos y donde lo importante no es la
productividad ni el lucro, sino la máxima expresión de la Creación: el ser humano,
que es el centro de la acción de Dios en el mundo.
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¿Para qué son los bienes, las riquezas, las posesiones que tenemos en este mundo?
¿Para acumularlos en fortunas descomunales? ¿Para derrocharlos en francachelas
interminables? ¿Para reprimir a otros? ¿Para crear imperios multinacionales que rijan
el destino de los pueblos? ¿Para dar una imagen de solidez y éxito? Pareciera que en el
mundo las riquezas han servido siempre sólo para esto. Sin embargo, Jesús nos plantea
otro camino: emplear el «dinero sucio» (véase Lc 16,9-11) en buenas obras. La
parábola del administrador astuto, leída en su totalidad, nos ofrece la imagen de un
hombre que aprovecha sus últimos momentos al frente de una gran fortuna para
beneficiar a los deudores. Es un administrador que emplea el dinero para reducir la
carga de los demás y procurarse amistades duraderas. Esta parábola no quiere ser un
elogio a la corrupción, sino una invitación a que no aumentemos las cargas de los
demás, porque podemos estar a punto de perderlo todo. Jesús plantea un desafío:
convertir la economía de la explotación en una economía de los beneficios. El quiere
un nuevo ser humano que rompa con la mentalidad acaparadora y se oriente por el
horizonte de fraternidad y solidaridad que se alza más allá de la acumulación
desmedida.
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E l dios de cada nación representaba para ella el ideal, las aspiraciones y, en general,
el modelo de sociedad que cada pueblo quería formar. Artemisa, Aserá, Baal, Dagón,
Pitón, Beelzebú… eran los nombres de algunos de esos dioses ajenos que pervertían la
conciencia popular de los israelitas. Cuando algún grupo, aldea o nación se sujetaba al
servicio de estos dioses, se sometía a todo el régimen de ideas que su ideología
imponía. Por esto, cuando Jesús –continuando el discurso del día de ayer- enfrenta a
los fariseos en relación al dinero, no los acusa de idolatría por tener una escultura
romana en sus casas; los señala como idólatras porque se han puesto al servicio del
dinero, del dios “Manmón”, y han abandonado el del Dios verdadero. El dinero ofrece
a quienes le rinden culto la falsa creencia de tener todo asegurado en esta vida; los
convierte en opresores de sus hermanos y en astutas criaturas de las tinieblas. El Dios
de la vida, por el contrario, muestra cómo el camino para la realización del ser humano
pasa por la libertad de la conciencia, la solidaridad con los hermanos y la búsqueda del
bien común. Es el Dios solidario quien sale al encuentro del ser humano para
humanizarlo de verdad; para que ese encuentro genere un mejor vivir como
hermanos, hijos e hijas de Dios, utilizando en beneficio de todos los recursos que él
otorgó justamente para todos.
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L a primera lectura tomada de 1Re nos presenta el caso de una viuda que comparte
lo poco y único que tiene con el profeta Elías. El pasaje está ambientado en una sequía
que el mismo profeta había pedido a Yavé para Israel. Ante una situación tan extrema,
todo el mundo evita gastar lo poco que tiene como una forma de mantenerse aferrado a
la vida. Eso es lo que ha hecho esta viuda. Sin embargo se ve «obligada» por el profeta
a compartir con él aquello que solamente le proporcionará unas horas más de vida. Este
gesto de la viuda tiene un final feliz: no faltó harina en la tinaja ni aceite en la jarra.
Significa esto que cuando se comparte con generosidad lo poco que se tiene, parece
que se multiplicara, y esa es una de las características principales del pobre. Donde más
disponibilidad hay para compartir, donde más desprendimiento uno encuentra es entre
los pobres; con toda razón se puede decir que los pobres nos evangelizan. Con razón
están ellos en primer lugar en el corazón de Dios, no sólo porque es Él lo único que a
ellos les queda, sino porque entre ellos, los signos de la presencia de Dios son más
visibles; son ellos por medio de los cuales Dios se hace ver con mayor claridad en el
mundo; ellos son el sacramento de Dios en el mundo y el testimonio permanente de
cuán lejos estamos del proyecto de solidaridad y de la igualdad querido por Dios.
Nos encontramos en el reino del Norte. El país está pasando por una de las etapas
más difíciles de su historia: la dinastía de Omrí ha ido dejando el país en la miseria; el
último de los monarcas de esa monarquía, Ahab, gobierna veintidós años (nunca un
largo gobierno es benéfico para ninguna institución, más frecuentemente termina por
arruinarla), y también él ha hecho su aporte al desastre nacional: se casó con una
extranjera: Jezabel, hija de Et-Baal, rey de Sidón, y acabó por adorar y rendir culto a
Baal (1Re 16,29-31). Es fácil entonces imaginar el ambiente del reino en todos sus
ámbitos: político, económico, social y religioso. El autor bíblico lo simboliza en una
sequía que el profeta hace venir sobre Israel. En esa situación de extrema urgencia, el
profeta hará ver que sólo Yavé es la salvación para el pueblo, y que esa salvación de la
que está urgido el pueblo Dios la realizará con y desde los desheredados, con los
pobres. En el Segundo Testamento vamos a encontrar esta misma realidad: Dios
actuado en medio de los pobres, y con los pobres llama a la construcción de un orden
de cosas distinto en donde los pobres parece que fueran los únicos capaces de aportar.
El evangelio de hoy nos presenta dos perícopas: la primera, todavía en conexión
con la del domingo anterior sobre la declaración del mandamiento más importante o,
mejor, los dos mandamientos más importantes. Jesús previene a sus discípulos para que
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no repitan el modo de ser de los escribas que se las dan de mucho cuando en su interior
no existe ni amor a Dios ni al prójimo, sólo amor a sí mismos.
La segunda perícopa está más en consonancia con la primera lectura del primer
libro de los Reyes. El dar implica renuncia, desprenderse no de lo que abunda y sobra,
sino desde la misma escasez.
A Jesús, que observa cómo los fieles van pasando a depositar su ofrenda para el
tesoro del templo, no lo ha impresionado, como al común de los observadores, la
cantidad que cada rico ha depositado en el cofre de las ofrendas; sus criterios y
parámetros de juicio son completamente diferentes a los criterios mercantilistas y
economicistas que se basan en la cantidad, en el binomio inversión ganancia (costo
beneficio se diría hoy).
A partir de esta imagen Jesús instruye a sus discípulos y en definitiva alecciona
hoy a las iglesias. Esa viuda que a duras penas sobrevive, objeto de la caridad y del
recibir, se mete a pesar de todo en la fila para dar, no desde lo que le sobra, y sin
intención alguna de aparentar, todo lo contrario lo haría con cierto disimulo para que
nadie viera la «cantidad» que depositó. Aún si pensáramos que ella también deposita lo
que tiene con el fin de ser retribuida, y lo más seguro es que así fue porque ya la falsa
religión había alienado su conciencia, aún admitiendo eso, no deja ser un caso
aleccionador que Jesús no deja pasar por alto. Mientras los demás teniendo ya
suficiente para vivir desean tener mucho más, para lo cual realizan la inversión que sea,
esta mujer echa lo único que tiene y seguro lo ha hecho con amor, con toda seguridad
no se atreve a pedirle a Dios le multiplique esa mínima cantidad, tal vez su único
«interés» es que Dios no le falte con aquello con lo cual sobrevive.
Desde la óptica de Jesús, esta pobre viuda, representación de lo más pobre entre
los pobres, salió del templo justificada; fue quien recibió un mayor don a cambio de su
desprendimiento: la gracia divina, mas desde la óptica de un donante rico, esta mujer
tendría muy poca, casi ninguna recompensa.
El reino que Jesús proclama no puede regirse por los mismos criterios de
personas como los dirigentes de Israel; el reino se construye desde los criterios de la
calidad y disponibilidad para aportar desde una genuina generosidad, desde las propias
carencias, no desde lo superfluo.
Se necesita discernir continuamente nuestro comportamiento y actitudes con
aquellas personas que dan generosas ofrendas a nuestros centros religiosos comparado
con aquellos que ofrecen poco o definitivamente no tienen nada qué ofrecer, ¿quiénes
son los de mayor objeto de nuestra «consideración» y aprecio? Seamos sinceros en esto
y reconozcamos con humildad que las más de las veces nos sentimos muy a gusto con
aquellos que dan más, que tienen más y mejores medios; y el evangelio... ¿dónde está?
La viuda del evangelio que hoy escuchamos simboliza aquella porción del Israel
empobrecido, que entró en la dinámica de Jesús, que está dispuesto a dar, a darse, a
entregarse con lo que tiene a la causa del reino del Padre. Esos que dedican tiempo
desinteresadamente en nuestras obras nos evangelizan con su generosidad, y
especialmente ellas que no escatiman nada para que la obra del reino continúe su
marcha, ¿captan esas personas nuestra atención como aquella viuda a Jesús, y nos
dejamos interpelar realmente por ellas?
Oración comunitaria
Dios Madre-Padre nuestro, que nos has mostrado tu gusto por la autenticidad, la
entrega generosa y la coherencia entre la fe y la vida: robustece nuestra fe,
fortalece nuestra sinceridad, y ayúdanos a estar, como Jesús, siempre atentos al
amor de los pequeños. Nosotros te lo pedimos por Jesús, nuestro Hermano
Mayor, Transparencia tuya. Amén.
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Ez 47,1-2.8-9.12: Vi salir agua del templo: era un agua que daba vida y fertilidad
Salmo 45: El Señor de los ejércitos está con nosotros.
1Cor 3,9c-11.16-17: ¿No saben que son santuario de Dios?
Jn 2,13-22: No conviertan la casa de mi Padre en un mercado
L a parábola está compuesta con base en imágenes del pequeño labrador que posee
un solo esclavo. Este forma parte de la propiedad de su señor, de modo muy distinto al
jornalero que se contrata por un tiempo con el patrón. El relato comienza con una
pregunta de Jesús que tiene por finalidad hacer conciencia de la realidad del esclavo.
Al regresar del duro trabajo del día, cansado y hambriento, no puede el esclavo pensar
aún en la comida y el descanso. Al contrario, como esclavo que es, se le encarga otra
nueva tarea: el servicio de su amo. Una vez cumplido este mandato, cuando el señor no
tenga más que mandarle, puede él también comer y beber. El evangelio nos recuerda
que somos seguidores, discípulos del Señor. A pesar de que los proyectos, tareas y
actividades que realizamos diariamente estén llenos de triunfos y reconocimientos, no
es a nosotros mismos a quienes anunciamos, sino a Jesús y el reino de Dios. Somos
simples siervos inútiles que hacemos lo que teníamos que hacer. No podemos
vanagloriarnos por el trabajo realizado, sino más bien ser humildes y no propagar lo
que hacemos buscando el favor de los demás; hemos de recordar siempre que nada
de lo que hagamos por el Señor será suficiente para recompensar lo que él ha hecho
por nosotros.
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J esús asegura que la venida del reino de Dios no ocurrirá aparatosamente, con
grandes signos en el cielo, guerras ni hambres; porque el reino ya está actuando en
medio de nosotros. La presencia del reino de Dios se hace efectiva en las acciones de
ayuda y solidaridad, desde el interior de cada ser humano. No hay que esperar un
tiempo futuro; hay que hacerlo posible ahora mismo. El reino de Dios crece en el
interior de cada uno cuando nos volcamos, nos lanzamos hacía los demás. De esta
manera nos vamos pareciendo un poco más a Dios. Muchas veces esperamos que las
soluciones a los problemas vengan de afuera; que se impongan sin nuestra iniciativa.
Pero esto no es así. Nosotros esperamos un mundo mejor, cada día con menos
problemas. De nosotros depende que el futuro sea más parecido al reino de Dios que
esperamos. Pero el texto, refiriéndose a Jesús, termina diciendo que primero tendrá que
padecer mucho y ser reprobado por esta generación. Es decir, antes que pueda volver,
el Hijo del Hombre, Jesús, tiene que sufrir. Ello quiere decir que las soluciones
cuestan; no son fáciles. Pero siguiendo el ejemplo del Maestro, podemos construir una
sociedad mejor. La pregunta sería: ¿qué estamos haciendo para que el reino siga
aconteciendo en medio de nosotros? ¿Somos signos del reino de Dios que hemos sido
llamados a anunciar, o más bien signos del anti-reino, en medio de nuestros
hermanos de comunidad y de afuera?
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L ucas presenta dos ejemplos del Antiguo Testamento para enseñarnos que las
situaciones-límite no deben tomarnos por sorpresa. El primero es el de la gente de
tiempos de Noé, que se interesaba sólo en lo terrenal. Pero vino el diluvio y los hizo
perecer a todos. El segundo ejemplo es el de los habitantes de Sodoma en tiempos de
Lot. Estos comían, bebían, compraban, vendían, construían… Pero llovió fuego y
azufre, y todos perecieron. A Noé y Lot apenas se les menciona, pero son ejemplos
típicos del creyente salvado en medio de la perdición general. Este evangelio es una
invitación al desprendimiento. Sodoma y los contemporáneos de Noé perecieron por su
indiferencia y su apego a lo material, olvidándose de Dios y de los demás.
Comencemos por revisar nuestra actitud ante las cosas y nuestra apertura a los
hermanos. Cuántas veces nos aferramos a lo material, a proyectos o ideas, y sólo
pensamos en lograr lo que queremos. El evangelio es un llamado de atención a quienes
propugnan un mundo sin valores evangélicos. Y éstos nos dicen que quien quiera
ganar su vida la perderá; en cambio el que la pierda, la ganará; porque no buscarse
a sí mismo, sino entregarse por entero a los demás por la causa de Jesús, es trabajar
por la vida plena del ser humano.
Servicio Bíblico Latinoamericano
L a idea central de la parábola es que los discípulos deben orar siempre y sin
desfallecer, con mucha perseverancia. Para ilustrar esta idea Jesús pone como ejemplo
el caso de esa mujer viuda y desamparada que se presenta una y otra vez ante un juez
caracterizado como inicuo, porque no temía a Dios ni a los hombres. Después de
mucho importunarlo, el juez decide hacer justicia a la viuda para que no siga
molestándolo. La mujer es caracterizada por su insistencia; nunca deja de ir a pedir al
juez que le haga justicia. Pero Jesús no llama la atención sobre la insistente viuda, sino
sobre el juez. El punto central de la parábola no está puesto en la perseverancia de la
súplica, sino en la seguridad de que ésta será atendida. Nos muestra la forma como
Dios procede ante nuestros ruegos. Si aquel juez perverso se dejó convencer por los
ruegos de una viuda en virtud de su propio egoísmo, cuánto más nos atenderá Dios,
que es un Padre bondadoso. Resaltan en el trasfondo del ejemplo la misericordia y el
amor de Dios que nos acoge. Jesús nos interroga por la imagen que tenemos de Dios
y nuestra confianza en su acción misericordiosa. Tratemos de responderle con
sinceridad.
Servicio Bíblico Latinoamericano
C ercanos ya al final del año litúrgico, la liturgia de hoy nos presenta a través de la
lectura del libro de Daniel y del evangelio, textos relativos al final de los tiempos. En
efecto, el pasaje de Daniel anuncia la intervención de Dios a favor de sus fieles a través
de Miguel, el ángel encargado de proteger a su pueblo. Estas palabras de Daniel hay
que enmarcarlas en el marco amplio de todo el libro cuyo género y estilo corresponden
a la corriente apocalíptica bastante popularizada a finales del período
veterotestamentario. Todo el libro de Daniel es un llamado a la esperanza,
característica principal de toda la literatura apocalíptica. No se trata tanto de una
revelación especial de lo que sucederá al final de los tiempos, cuanto la utilización de
imágenes que invitan a mantener viva la esperanza, a no sucumbir ante la idea de una
dominación absoluta de un determinado imperio. El texto que leemos hoy es
subversivo para la época, pues invita al rechazo del señorío absoluto de los opresores
griegos de aquel entonces que a punta de violencia se hacían ver como dueños
absolutos de las personas, del tiempo y de la historia.
Por su parte el evangelio nos presenta una mínima parte del «discurso
escatológico» según san Marcos. Un poco antes de comenzar la narración de la pasión,
muerte y resurrección de Jesús, los tres sinópticos nos presentan palabras de Jesús
cargadas de sabor escatológico.
El pasaje de hoy hay que leerlo a la luz de todo el capítulo 13. Es más, conviene
que en casa o en el grupo lo leamos completo y, de ser posible, leamos también el
discurso escatológico de Mateo y de Lucas, eso nos ayudará a ver mucho mejor las
semejanzas y las diferencias entre los tres y, por otro lado, nos facilitará una mejor
comprensión del sentido y finalidad que cada uno quiso darle a esta sección.
Tengamos en cuenta que en ningún momento hablan los evangelistas del «fin del
mundo», en sentido estricto, esa es una interpretación equivocada que no ha traído los
mejores resultados ni a la fe del creyente ni a su compromiso con el prójimo y con la
historia. No es éste, con palabras sacadas de aquí y de allá, el «fundamento» bíblico o
teológico de las «postrimerías del hombre» de que nos hablaba el «catecismo del padre
Astete», o de los «novísimos» que nos enseñaba la teología... O, por lo menos, no se
debe reducir a eso.
Jesús no predica el fin del mundo, ése no era su interés. Las imágenes de una
conmoción cósmica descrita como estrellas que caen, sol y luna que se oscurecen, etc.,
son una forma veterotestamentaria de describir la caída de algún rey o de una nación
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opresora. Para los antiguos, el sol y la luna eran representaciones de divinidades
paganas (cf. Dt 4,19-20; Jr 8,2; Ez 8,16), mientras que los demás astros y lo que ellos
llamaban «potencias del cielo», representaban a los jefes que se sentían hijos de esas
divinidades y en su nombre oprimían a los pueblos, sintiéndose ellos también como
seres divinos (Is 14,12-14; 24,21; Dn 8,10). Pues bien, en línea con el Primer
Testamento, Jesús no pretende describir la caída de un imperio o cosa por el estilo, para
él lo más importante es anunciar los efectos liberadores de su evangelio; y es que el
evangelio de Jesús debe propiciar, en efecto, el resquebrajamiento de todos los
sistemas injustos que de uno u otro modo se van erigiendo como astros en el
firmamento humano.
Jesús es consciente y sabe que la única forma de rescatar, redireccionar el rumbo
de la historia por los horizontes queridos por el Padre y su justicia, es haciendo caer los
sistemas que a lo largo de la historia intentan suplantar el proyecto de la justicia
querido por Dios, con un proyecto propio, disfrazado de vida pero que en realidad es
de muerte. Esta tarea la debe realizar el discípulo, el que ha aceptado a Jesús y su
proyecto. Recordemos la intencionalidad teológica y catequética de Marcos: a Jesús, el
Mesías (cuyo «secreto» se mantiene a lo largo de todo el evangelio), sólo se le puede
conocer siguiéndolo; y bien, el seguimiento implica no sólo ir detrás de él, implica
además, tomar el lugar de él, asumir su propuesta como propia y luchar hasta el final
por su realización.
Discípulas y discípulos están entonces comprometidos en ese final de los
sistemas injustos cuya desaparición causa no miedo, sino alegría, aquella alegría que
sienten los oprimidos cuando son liberados. Ésa debiera de ser nuestra preocupación
constante y el punto para discernir si en efecto nuestras tareas de evangelización y
nuestro compromiso con la transformación de lo injusto en relaciones de justicia está
causando de veras el efecto que debe tener el evangelio, o si simplemente estamos ahí a
merced de las corrientes del momento esperando quizás que se cumpla lo que no ni
siquiera pasó por la mente de Jesús.
El planteamiento ordinario del fin del mundo dentro de las religiones –al menos,
ciertamente, dentro del judeocristianismo–, ha adolecido de nuestro típico
antropocentrismo: el fin del mundo se equipara, exactamente, a lo que pasará al plan de
la «historia de la salvación» (humana) por parte de Dios... Aunque lo consideramos
como «el fin del mundo», en realidad es el final «de nuestro pequeño mundo», del
pequeño mundo de nuestra religión, que cree que ella misma ocupa todo el escenario,
toda la realidad... Así, consideramos que los dos grandes protagonistas de la realidad
somos, exclusivamente, Dios y nosotros, y que el mundo va a acabar cuando Dios
decida que acabe nuestra aventura humana en su/nuestra «historia de salvación. En esa
perspectiva queda totalmente olvidado el mundo mismo, o sea, la realidad cósmica, el
cosmos...
Para salir al paso de esta forma inconsciente de antropocentrismo, un correctivo
más eficaz de lo que pensamos puede ser la visualización de sencillos videos
disponibles en la red (muy accesibles en la red) sobre el dinamismo físico del cosmos.
Se puede «preguntar», por ejemplo, en la barra de búsqueda de YouTube, por «placas
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tectónicas dentro de mil años», «futuro de la tierra»... y dejarse llevar por las opciones
y enlaces. Hay documentales muy buenos, y de base científica, para ver que estamos en
un planeta, dependiente de una estrella que, como todas, nacen, crecen y mueren, y
nuestro Sol está hacia la mitad de su vida calculable. El cosmos también tiene algo que
ver con el fin del mundo; no es una cuestión simplemente religiosa.
Oración comunitaria
Dios Padre y Madre del ser humano, de la Tierra, del Cosmos, de los miles de
millones de estrellas que pueblan la noche… Tú que eres el origen misterioso de
los Astros, y el fin inefable del Universo, danos un corazón sensato para
comprender la pequeñez de nuestra vida, y lúcido para ponerse al servicio de la
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Vida hacia la que nos llamas. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de los
siglos. Amén.
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E l evangelio nos narra la sanación del ciego de Jericó. Jesús sube con sus discípulos
a Jerusalén, y en su camino tiene que pasar por esa ciudad. El ciego se encontraba
pidiendo limosna, pero al escuchar la algarabía de la gente pregunta cuál es la razón de
tal jolgorio. Le contestan que Jesús pasa por allí. El ciego sabe reconocer quién es
Jesús de Nazaret y le grita pidiendo compasión. Jesús lo sana por la gran fe que ha
demostrado. La sanación de este ciego es otra demostarción de cómo Jesús introduce
en la comunidad a diferentes personas que habían sido relegadas por causa de sus
enfermedades. Es una práctica reiterada del Maestro, que invita una y otra vez a incluir
en lugar de excluir; a acoger en vez de despedir. Nosotros excluimos hoy de nuestras
comunidades eclesiales a muchos hermanos por diferentes motivos. El evangelio nos
invita a ser capaces de crear nuevos espacios donde todos, a pesar de las diferencias,
tengamos cabida. Por otra parte, queda en claro que la fe en Jesús posee una fuerza
liberadora que es capaz de desatar todo yugo que oprime y deshumaniza al ser humano.
Como Jesús estamos llamados a trabajar con todas nuestras fuerzas para devolverles
la dignidad a quienes la han perdido y han sido marginados por sistemas
excluyentes.
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L os galileos van a Jerusalén a celebrar la Pascua y Jesús camina con ellos. Sabe que
le espera la muerte; ellos, sin embargo, están convencidos de que se proclamará rey.
Con esta historia, Jesús invita a los que lo escuchan a que no esperen un triunfo
inmediato en Jerusalén. Reinará a su regreso de un país lejano al fin de los tiempos. La
parábola recalca la actitud responsable que debe ser la de los discípulos: el mundo
presente les ha sido encargado. La salvación que Jesús ofrece a los que crean en él no
se puede separar de su misión al servicio del mundo. Seguirán los pasos de su Maestro
y como él alcanzarán su plenitud humana al hacerse servidores del plan de Dios
sobre la historia humana.
Servicio Bíblico Latinoamericano
Oración comunitaria
Oh Dios que quisiste fundar todas las cosas en tu amor universal a todos los
Pueblos, y en tu comunicación multiforme e inefable con todos ellos. Haz que
toda la Creación y la Humanidad, unidas por el Cuidado mutuo y el Diálogo,
logre la plenitud del Amor hacia el que siempre le has estado atrayendo. Tú que
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vives y estás presente en todos los pueblos y religiones desde siempre y para
siempre. Amén.
Dios, Padre nuestro, que quieres que en nuestra vida nos veamos libres de toda
esclavitud y que luchemos para liberar a los oprimidos, haciendo así presente tu
Reino entre nosotros, te pedimos que guíes nuestros pasos para que
construyamos un mundo en el que todos vivamos como hermanos, como
auténticos hijos tuyos, en paz, en justicia y en libertad. Por Jesucristo.
E l texto del evangelio de hoy responde al “cuándo sucederán todas estas cosas”
planteado a Jesús por los discípulos. Se hace una distinción entre la cercanía del reino
de Dios y la venida del día del Hijo del Hombre. La respuesta al cuándo es diferente si
se trata de la cercanía del reino o de ese día del Hijo del Hombre. La cercanía del reino
de Dios no es algo repentino, sino un proceso histórico. Jesús utiliza la imagen de la
higuera: cuando echa brotes, el verano está cerca. Igualmente podemos discernir los
signos que anuncian la cercanía del reino. Hoy los llamamos “signos de los tiempos”.
Sabemos que el reino de Dios llegará en su plenitud con la venida de Jesús. El
Apocalipsis de Juan nos dice claramente que cuando Jesús se manifieste, resucitarán
los mártires y reinaran con él durante mil años (Ap 20,6). Es la realización del reino de
Dios en la historia. Hay miles de acciones y testimonios donde ya encontramos
adelantado y realizado el reino. La vasta generación de los mártires descubre, desde ya,
la cercanía del reino y trata de vivirla, desde los orígenes del cristianismo y hasta
nuestro tiempo presente. También a nosotros nos corresponde seguir propugnando el
reinado de Dios en nuestra realidad actual e impulsándolo hacia su consumación
futura.Texto
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J esús pide que vayamos con cuidado. Hay actitudes negativas y otras positivas. Entre
las negativas puede ser que se nos oscurezca la mente con la injusticia y la maldad. Las
positivas implican estar en permanente vigilancia y oración para tener fuerzas en todo
momento. El día de la manifestación plena es el último día, pero marca la historia de
todos los tiempos. Toda la historia está orientada hacia ese día y debe ser una
permanente preparación para vivirlo con gran gozo. Pero no sabemos cuándo
acontecerá ese día. Jesús nos invita a estar siempre preparados. Esta preparación se
alimenta con la escucha asidua de la Palabra, la oración continua y la práctica del amor
solidario y compasivo hacia los hermanos. De todas maneras Jesús nos deja en absoluta
libertad. La decisión de acoger o no su oferta salvífica depende, en buena parte, de
nosotros. Sólo hay dos caminos posibles para elegir: el que conduce a la vida en
plenitud en comunión con Dios, y el que conduce a la muerte definitiva. Tenemos
llibertad para escoger consciente y responsablemente. Ahora bien, seguir el camino de
Jesús implica exigencias, compromiso, sacrificio, entrega por amor a los hermanos.
Las reglas del juego están claras.
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Dos esperas han marcado la historia de nuestra fe desde nuestro padre Abraham
hasta nuestros días. La primera espera, la espera del AT, es la espera del
Mesías, del rey que restauraría el esplendor del pueblo de Israel, una vez
destruido por Asiria y Babilonia. Para que este Mesías apareciera era necesario
una vida transparente, el cumplimiento de la alianza del pueblo con Yahvé,
fidelidad a Dios, en último término. Esa espera llegó a su cumplimiento en Jesús
de Nazaret.
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La segunda espera, la espera del NT, es la espera de la parusía, del retorno del
señor en gloria para reinar sobre su pueblo, cuando el sea todo en todos y en
todo. Esta Parusía esta asociada a la idea del juicio universal de las naciones:
El Señor vendrá a juzgar. Esa escatología inminente fue lo que en la Iglesia
primitiva dio pie para enfatizar en la preparación moral para ese momento.
Nosotros hoy continuamos expectantes esperanzados esperando la Parusía.
Seguimos de camino. Preguntémoslos:
En las situaciones de muerte que vive el mundo (guerras, epidemias, hambre,
injusticia, crisis económica que descarga su crueldad sobre quienes no
provocaron la crisis) ¿nos preguntamos por el sentido de la vida y de nuestra
existencia?
¿Qué interpretación hacemos de estas tragedias como signos apocalípticos o
como situaciones de injusticia que merecen ser rechazadas?
En mi vida personal, en medio de la situación de crisis del mundo actual, ¿cuál
es el ideal que me anima a continuar luchando hacia el futuro?
Oración comunitaria
Oh Dios, Madre y Padre, Fuerza y Origen, Fundamento misterioso del Ser, que
llamas a la existencia y siembras los impulsos y los brotes, e suscitas siempre la
creatividad gratuita. Al comenzar este nuevo Adviento acoge nuestras
limitaciones y temores, y libera toda tu energía en nosotros, para que
renazcamos a una esperanza nueva. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de
los siglos. Amén.
Servicio Bíblico Latinoamericano
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In italiano: http://www.peacelink.it/users/romero/parola.htm