Está en la página 1de 184

Probablemente el tratado más importante que se haya publicado en el contexto

de la persecución de brujas y la histeria brujeril del Renacimiento. Tras ser


publicado en Alemania se convirtió en el manual indispensable y la autoridad final
para la Inquisición, para todos los jueces, magistrados y sacerdotes, católicos y
protestantes, en la lucha contra la brujería en Europa. Abarcaba los poderes y
prácticas de los brujos, sus relaciones con el demonio, su descubrimiento…
Abarcaba los poderes y prácticas de los brujos, sus relaciones con el demonio, su
descubrimiento.
La Inquisición, la hoguera, la tortura mental y física de la cruzada contra la
brujería: todo esto es conocido. Y detrás de cada uno de los actos sanguinarios
se encontraba este libro, a la vez justificación y manual de instrucción.
Para cualquier comprensión de la historia y naturaleza de la brujería y el
satanismo, Malleus Maleficarum es sin duda una fuente importante.
Heinrich Kramer & Jacobus Sprenger

El martillo de las brujas


ePub r1.0
RLull 05.09.15
Título original: Malleus Maleficarum
Heinrich Kramer & Jacobus Sprenger, 1486
Traducción: Floreal Mazia
Editor digital: RLull
ePub base r1.2
Prólogo

BULA DE INOCENCIO VIII


Inocencio, Obispo, Siervo de los siervos de Dios,
para eterna memoria

Nos anhelamos con la más profunda ansiedad, tal como lo requiere Nuestro apostolado,
que la Fe Católica crezca y florezca por doquier, en especial en este Nuestro día, y que
toda depravación herética sea alejada de los límites y las fronteras de los fieles, y con gran
dicha proclamamos y aun restablecemos los medios y métodos particulares por cuyo
intermedio Nuestro piadoso deseo pueda obtener su efecto esperado, puesto que cuando
todos los errores hayan sido desarraigados por Nuestra diligente obra, ayudada por la
azada de un providente agricultor, el celo por nuestra Santa Fe y su regular observancia
que darán impresos con más fuerza en los corazones de los fieles.
Por cierto que en los últimos tiempos llegó a Nuestros oídos, no sin afligirnos con la
más amarga pena, la noticia de que en algunas partes de Alemania septentrional, así como
en las provincias, municipios, territorios, distritos y diócesis de Maguncia, Colonia,
Tréveris, Salzburgo y Bremen, muchas personas de uno y otro sexo, despreocupadas de su
salvación y apartadas de la Fe Católica, se abandonaron a demonios, íncubos y súcubos, y
con sus encantamientos, hechizos, conjuraciones y otros execrables embrujos y artificios,
enormidades y horrendas ofensas, han matado niños que estaban aún en el útero materno,
lo cual también hicieron con las crías de los ganados; que arruinaron los productos de la
tierra, las uvas de la vid, los frutos de los árboles; mas aún, a hombres y mujeres, animales
de carga, rebaños y animales de otras clases, viñedos, huertos, praderas, campos de
pastoreo, trigo, cebada y todo otro cereal; estos desdichados, además, acosan y atormentan
a hombres y mujeres, animales de carga, rebaños y animales de otras clases, con terribles
dolores y penosas enfermedades, tanto internas como exteriores; impiden a los hombres
realizar el acto sexual y a las mujeres concebir, por lo cual los esposos no pueden conocer
a sus mujeres, ni éstas recibir a aquéllos; por añadidura, en forma blasfema, renuncian a la
Fe que les pertenece por el sacramento del Bautismo, y a instigación del Enemigo de la
Humanidad no se resguardan de cometer y perpetrar las más espantosas abominaciones y
los más asquerosos excesos, con peligro moral para su alma, con lo cual ultrajan a la
Divina Majestad y son causa de escándalo y de peligro para muchos.
Y aunque Nuestros amados hijos Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger, profesores de
Teología de la orden de los Frailes Predicadores, han sido nombrados, por medio de Cartas
Apostólicas, Inquisidores de estas depravaciones heréticas, y lo son aún, el primero en las
ya mencionadas regiones de Alemania septentrional en las que se incluyen los ya citados
municipios, distritos, diócesis y otras localidades específicas, y el segundo en ciertos
territorios que se extienden a lo largo de las márgenes del Rin, no obstante ello, no pocos
clérigos y laicos de dichos países tratan, con excesiva curiosidad, de enterarse de más
cosas de las que les conciernen, y como en las ya aludidas cartas delegatorias no hay
mención expresa y específica del nombre de estas provincias, municipios, diócesis y
distritos, y dado que los dos delegados y las abominaciones que deberán enfrentar no se
designan en forma detallada y especial, esas personas no se avergüenzan de aseverar, con
la más absoluta desfachatez, que dichas enormidades no se practican en aquellas
provincias, y que en consecuencia los mencionados Inquisidores no tienen el derecho legal
de ejercer sus poderes inquisitoriales en las provincias, municipios, diócesis, distritos y
territorios antes referidos, y que no pueden continuar castigando, condenando a prisión y
corrigiendo a criminales convictos de las atroces ofensas y de las muchas maldades que se
han expuesto. Por consiguiente, en las referidas provincias, municipios, diócesis y
distritos, las abominaciones y enormidades de que se trata permaneces apunes, no sin
manifiesto peligro para las almas de muchos y amenaza de eterna condenación.
Por cuanto Nos, como es Nuestro deber, Nos sentimos profundamente deseosos de
eliminar todos los impedimentos y obstáculos que pudieren retardar y dificultar la buena
obra de los Inquisidores, así como de aplicar potentes remedios para impedir que la
enfermedad de la herejía y otras infamia dan su ponzoña pace destrucción de muchas
almas inocentes, y como Nuestro celo por la Fe nos incita a ello en especial, y para que
estas provincias, municipios, diócesis, distritos y de Alemania, que ya hemos especificado,
no se vean privados de los beneficios del Santo Oficio a ellos asignado, por el tenor de
estos presentes, y en virtud de Nuestra autoridad Apostólica, decretamos y mandamos que
los mencionados Inquisidores tengan poderes para proceder a la corrección,
encarcelamiento y castigo justos de cualesquiera personas, sin impedimento ni obstáculo
algunos, en todas las maneras, como si las provincias, municipios, diócesis, distritos,
territorios, e inclusive las personas y sus delitos, hubiesen sido específicamente
nombrados y particularmente designados en Nuestras cartas. Mas aun, decimos, y para
mayor seguridad extendemos estas cartas, de delegación de esta autoridad, de modo que
alcancen a las aludidas provincias, municipios, diócesis, distritos y territorios, personas y
delitos ahora referidos, y otorgamos permiso a los antedichos Inquisidores, a cada uno de
ellos por separado o a ambos, así como también a Nuestro amado hijo Juan Gremper, cura
de la diócesis de Constanza, Maestro en Artes, como su notario, o a cualquier otro notario
público que estuviere junto a ellos, o junto a uno de ellas, temporariamente delegado en
las provincias, municipios, diócesis, distritos y aludidos territorios, para proceder, en
consonancia con las reglas de la Inquisición, contra cualesquiera personas, sin distinción
de rango ni estado patrimonial, y para corregir, multar, encarcelar y castigar según lo
merezcan sus delitos, a quienes hubieren sido hallados culpables, adaptándose la pena al
grado del delito. Mas aun, decimos que disfrutarán de la plena y total facultad de exponer
y predicar la palabra de Dios a los fieles, tan a menudo como la oportunidad se presentare
y a ellos les pareciere adecuada, en todas y cada una de las iglesias parroquiales de dichas
provincias, y podrán celebrar libre y legalmente cualesquiera ritos o realizar cualesquiera
actos que parecieren aconsejables en los casos mencionados. Por Nuestra suprema
Autoridad, les garantizamos nuevamente facultades plenas y totales.
Al mismo tiempo, y por Cartas Apostólicas, solicitamos a Nuestro venerable Hermano
el Obispo de Estrasburgo que por si mismo anuncie o por medio de otros haga anunciar el
contenido de Nuestra Bula, que publicará con solemnidad cuando y siempre lo considere
necesario, o cuando ambos Inquisidores o uno de ellos le pidan que lo haga. También
procurará que en obediencia a Nuestro mandato no se los moleste ni obstaculice por
autoridad ninguna, sino que amenazará a todos los que intenten molestar o atemorizar a
los Inquisidores, a todos los que se les opongan, a esos los rebeldes, cualesquiera fuere su
rango, fortuna, posición, preeminencia, dignidad o condición, o, cualesquiera sean los
privilegios de exención que puedan reclamar, con la excomunión, la suspensión, la
interdicción y penalidades, censuras y castigos aun más terribles, como a él le pluguiere[1],
y sin derecho alguno a apelación, y que según su deseo puede por Nuestra autoridad
acentuar y renovar estas penalidades, tan a menudo como lo encontrare conveniente, y
llamar en su ayuda, si así lo deseare, al brazo Secular
Non obstantibus… Que ningún hombre, por lo tanto. Pero si alguno se atreviere a
hacen tal cosa, Dios no lo quiera, hacedle saber que sobre él caerá la ira de Dios
todopoderoso, y de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.
Dado en Roma, en San Pedro, el 9 de diciembre del Año de la Encarnación de Nuestro
Señor un mil y cuatrocientos y cuarenta y ocho, en el primer Año de Nuestro pontificado.
PRIMERA PARTE

Que trata de los tres concomitantes necesarios de la brujería,


cuales son el demonio, un brujo y el permiso de Dios Todopoderoso
PREGUNTA—. De si la creencia de que seres como las brujas existen es parte tan
esencial de la fe católica, que mantener con obstinación la opinión contraria tiene un
manifiesto sabor a herejía.
Y se afirma que una sólida creencia en los brujos no es doctrina católica: véase el capítulo
26, pregunta 5 de la obra de Epíscopo. Quien crea que cualquier criatura puede ser
cambiada para mejor o para peor, o transformada en otra cosa u otro ser, por cualquiera
que no sea el Creador de todas las cosas, es peor que un pagano y un hereje. De manera
que cuando informan que tales cosas son efectuadas por brujos, su afirmación no es
católica, sino simplemente herética. Mas aun, no existe acto de brujería que posea efecto
permanente entre nosotros. Y esta es la prueba de ello: que si así fuera, sería efectuada por
obra de los demonios. Pero asegurar que el diablo tiene el poder de cambiar los cuerpos
humanos e infligirles daño permanente no parece estar de acuerdo con las enseñanzas de
la Iglesia. Porque de este modo podrían destruir el mundo entero, y llevarlo a la más
espantosa confusión.
Más aún, toda alteración que se produce en el cuerpo humano —por ejemplo el estado
de salud o el de enfermedad— puede atribuirse a causas naturales, como nos lo demostró
Aristóteles en su séptimo libro de Fisica. Y la mayor de estas causas es la influencia de las
estrellas. Pero los demonios no pueden inmiscuirse en el movimiento de las estrellas. Esta
es la opinión de Dionisio en su epístola, a San Policarpo. Porque eso sólo puede hacerlo
Dios. Por lo tanto es evidente que los demonios no pueden en verdad efectuar ninguna
transformación permanente en los cuerpos de los humanos; es decir, ninguna
metamorfosis real Y de ese modo debemos atribuir la aparición de cualquiera de esos
cambios a alguna causa oscura y oculta.
Y el poder de Dios es más fuerte que el del diablo, así que las obras divinas son más
verdaderas que las demoniacas. De donde, cuando el mal es poderoso en el mundo, tiene
que ser obra del diablo, en permanente conflicto con la de Dios. Por lo tanto, como es
ilegal mantener que las malas artes del demonio pueden en apariencia superar la obra, de
Dios, del mismo modo es ilegal creer que las más nobles obras de la creación, es decir, los
hombres y los animales, puedan ser dañadas o estropeadas por el poder del diablo.
Mas aun, que lo que se encuentra bajo la influencia de un objeto material no puede
tener poder sobre los objetos corpóreos. Pero los demonios están subordinados a ciertas
influencias de las estrellas, porque los magos observan el curso de determinadas estrellas
para invocar a los demonios. Por lo tanto, ellos carecen del poder de provocar cambio
alguno en un objeto corpóreo, y de ahí que las brujas poseen menos poder que los
demonios.
Porque éstos no tienen poder alguno, salvo cierto arte sutil. Pero un arte no puede
producir permanentemente una forma verdadera. (Y cierto autor dice: los que escriben
sobre alquimia saben que no existe esperanza de ninguna trasmutación real). Por lo tanto
los demonios, por su parte, mediante el uso de lo más selecto de su industria, no pueden
producir curaciones permanentes, ni permanentes enfermedades. Pero si tales estados
existen, se debe en verdad a otra causa, que puede ser desconocida y que nada tiene que
ver con las obras de diablos o brujos.
Pero según las Decretales (XXXIII), el caso es el inverso: «Si por brujería o por
cualquier arte mágica permitida por el oculto pero justísimo designio de Dios, y con la
ayuda del poder del demonio, etc…». Esto se refiere a cualquier acto de brujería, que
pueda impedir la finalidad del matrimonio, y para que este impedimento produzca efecto
pueden concurrir tres causas, a saber: la brujería, el demonio y el permiso de Dios. Mas
aun, la más fuerte puede influir sobre la que lo sea menos. Pero el poder del demonio es
más fuerte que cualquier poder humano (Job, XL). No hay en la tierra poder que pueda
compararse con el suyo, que fue creado de modo que no temiese a nadie.
Respuesta—. He aquí tres errores heréticos que se deben enfrentar, y cuando se
hayan refutado se verá la verdad con sencillez. Porque ciertos autores que pretenden basar
su opinión en las palabras de Santo Tomás (IV, 24), cuando trata de los impedimentos
causados por los encantamientos mágicos, intentaron afirmar que no existe la magia, y que
ella sólo está en la imaginación de los hombres que atribuyen efectos naturales, cuyas
causas no son conocidas, a la brujería y los hechizos.
Hay otros que reconocen, por cierto, que los brujos existen, pero declaran que la
influencia de la magia y los efectos de los sortilegios son puramente imaginarios y
fantásticos. Un tercer tipo de escritores sostiene que los efectos que según se dice causan
los hechizos mágicos son por completo ilusorios y fantasiosos, aunque bien pudiera ser
que el diablo asista a algunos brujos.
De esta manera, es posible exponer y refutar los errores de cada una de estas personas.
Porque, en primer lugar, muchos escritores ortodoxos, en especial Santo Tomás,
demostraron que sus opiniones son desde todo punto de vista heréticas; este autor sostiene
que tales opiniones son en absoluto contrarias a la autoridad de los santos, y que se basan
en una total infidelidad. Porque la autoridad de las Sagradas Escrituras dice que los
demonios tienen poder sobre los cuerpos y las mentes de los hombres, sólo cuando Dios
les permite ejercer ese poder, tal como se desprende con claridad de varios pasajes de las
Escrituras. Por lo tanto, yerran quienes dicen que la brujería no existe, sino que es algo
puramente imaginario, aunque no creen que los diablos existan, salvo en la imaginación de
la gente ignorante y vulgar, y los accidentes naturales que le ocurren al hombre los
atribuye él por error a un supuesto demonio. Pues la imaginación de algunos hombres es
tan vívida, que les hace creer que ven figuras y apariciones reales, que no son otra cosa
que el reflejo de sus pensamientos, y entonces éstos son tomados por apariciones de
espíritus malignos, y aun por espectros de brujas. Pero esto es contrario a la verdadera fe,
que nos enseña que ciertos ángeles cayeron del cielo y ahora son demonios, y debemos
reconocer que por naturaleza son capaces de hacer cosas que nosotros no podemos. Y
quienes tratan de inducir a otros a realizar tales maravillas de malvada índole son llamados
brujos o brujas. Y como le, infidelidad en una persona bautizada se denomina
técnicamente herejía, esas personas son lisa, y llanamente herejes.
En lo qué se refiere a quienes sostienen los otros dos errores, es decir, quienes no
niegan que haya demonios y que éstos posean un poder natural, pero que difieren entre sí
acerca de los posibles efectos de la magia y de las posibles obras de los brujos: escuela,
una, que afirma que éstos pueden en verdad provocar determinados efectos, y que sin
embargo tales efectos no son reales, sino fantásticos, mientras que la otra escuela admite
que es verdad que algún daño real cae sobre la persona o personas atacadas, pero que
cuando un brujo imagina que este daño es efecto de sus artes, se engaña groseramente.
Este error parece basarse en dos pasajes de los Cánones en los cuales se condena a unas
mujeres por imaginar falsamente que durante la noche cabalgaban con Diana o Herodías.
Esto puede leerse en el Canon. Sin embargo, puesto que tales cosas suceden a menudo por
ilusión, quienes suponen que todos los efectos de las brujerías son simple ilusión e
imaginación, se equivocan en grande. En segundo lugar, con respecto a un hombre que
cree o afirma que una criatura puede ser hecha o trasformada para mejor o para peor, o
convertida en otra cosa o semejanza, Por cualquiera que no sea Dios, Creador de todas las
cosas, dicho hombre es un infiel y peor aún que un pagano. Por lo que,, y teniendo en
cuenta las palabras «trasformado para peor», dicen que si tal efecto es provocado por
brujería, no puede ser real, sino que debe ser pura fantasía.
Pero como estos errores saben a herejía y contradicen el sentido del Canon, primero
probaremos nuestras afirmaciones por medio de la ley divina, así como por la ley
eclesiástica y civil, pero ante todo de manera general.
Por empezar, las expresiones del Canon deben ser tratadas en detalle (aunque el
sentido del Canon quedará más en claro aun en el interrogante siguiente). Porque en
muchas partes la ley divina ordena que no sólo se debe evitar a los brujos, sino que
también tienen que ser ejecutados, y en verdad no impondría esta pena extrema si los
brujos no hicieran reales y auténticos pactos con los demonios para provocar daños y
males verdaderos. Pues la pena de muerte se impone sólo en casos de delitos graves y
notorios, pero a veces adopta la forma de muerte del alma, que puede ser causada por el
poder de una ilusión fantástica o aun por la tensión de la tentación. Esta es la opinión de
Santo Tomás, cuando considera si es malo utilizar la ayuda de los demonios (II, 7). Pues en
el capítulo 18 del Deuteronomio se ordena la destrucción de todos los magos y
encantadores. También el Levítico dice, en su capítulo 19: «Nos os volváis a los
encantadores o adivinos; no los consultéis ensuciándoos con ellos; yo pondré mi rostro
contra tal varón, y lo apartaré de su pueblo». Asimismo en el 20: «Y el hombre ola mujer
que evocaren espíritus de muertos o se entregaren a la adivinación, han de ser muertos; los
apedrearán con piedras; su sangre sobre ellos». Se dice que son adivinas las personas en
quienes los demonios han obrado cosas extraordinarias.
Más aun, debe recordarse que a causa de este pecado enfermó Ocozías y murió (IV,
Reyes, 22). Igualmente Saúl, según I Paralipómenos, 10. Tenemos, además, las autorizadas
opiniones de los Padres que comentaron las Escrituras y que trataron en detalle sobre el
poder de los demonios y las artes mágicas. Pueden consultarse los escritos de muchos
doctores acerca del Libro 2 de las Sentencias, y se comprobará que todos concuerdan en
decir que existen brujos y hechiceros que por el poder del diablo son capaces de producir
efectos reales y extraordinarios, y que éstos no son imaginarios, y que Dios permite que tal
cosa suceda. No mencionaré las muchas otras obras en que Santo Tomás considera en gran
detalle las acciones de este tipo. Como por ejemplo en su Summa contra Gentiles, libro III,
capítulos 1 y 2, pregunta 114, argumento 4. Y en el Segando de los Segundos, preguntas
92 y 94.
También podemos consultar a los comentaristas y exegetas que escribieron sobre los
sabios y los magos del Faraón, Éxodo, VII. Otro texto de consulta seria la opinión de San
Agustín en La ciudad de Dios, Libro 18, cap. 17. Véase asimismo su segundo libro, De la
doctrina cristiana. Muchos otros doctores de la Iglesia adelantan la misma opinión, y sería
el colino de la locura que cualquier persona intentara contradecirlos, y no podría afirmarse
que estuviese libre de la culpa de la herejía. Porque a cualquiera que yerre gravemente en
la exposición de las Sagradas Escrituras se lo considera con toda razón un hereje. Y quien
piense en forma diferente en lo tocante a estos asuntos que conciernen a la fe que sostiene
la Santa Iglesia Romana, es un hereje. Esa es la Fe. que negar la existencia de los brujos es
contrario al sentido evidente del Canon, lo demuestra la ley eclesiástica. Pues tenemos las
opiniones de los comentaristas del Canon, que comienzan diciendo: «Si cualquiera, por
medio de artes mágicas o brujería…». Y también están los autores que hablan de hombres
impotentes y embrujados, y que a causa de este impedimento causado por la brujería se
ven imposibilitados de copular, con lo cual el contrato matrimonial queda nulo y en esos
casos el matrimonio es imposible. Porque dicen, y Santo Tomás se muestra de acuerdo con
ellos, que si la brujería produce su efecto en el casos de un matrimonio, antes que haya
existido contacto carnal, si es duradera anula y destruye el contrato matrimonial; y es muy
evidente que no puede decirse que tal situación sea ilusoria y efecto de la imaginación.
Acerca de estos puntos, véase lo que tan exhaustivamente escribió el Beato Enrique de
Segusio en su Summa super Titulis Decretalium (Estrasburgo, 1512), también llamada
Summa arrea o Summa archiepiscopi; asimismo, las obras de Godofredo de Fontaines y
San Raimundo de Peñafort, quienes trataron este asunto con suma claridad y en detalle,
sin preguntarse si tal estado físico podía considerarse imaginario e irreal, sino que dieron
por seguro que se trataba de casos ciertos y comprobados; y luego establecen si debe
tratarse como enfermedad duradera o temporaria cuando se prolonga durante más de tres
años, y no dudan de que puede ser provocada por el poder de la brujería, aunque es verdad
que ese estado podría ser intermitente. Pero lo que sí es un hecho que está más allá de toda
discusión ea que dicha impotencia puede ser causada mediante el poder de un demonio,
por medio de un pacto celebrado con él, e inclusive por el diablo mismo, sin contar con la
asistencia de brujo alguno, aunque esto último rara vez ocurre en el seno de la iglesia,
puesto que el matrimonio es un excelentísimo sacramento. Pero entre los paganos en
verdad sucede, y ello se debe a que los espíritus del mal actúan como si tuviesen dominio
legítimo sobre ellos, como relata Pedro de Paludes en su cuarto libro, acerca de un joven
que se había prometido en matrimonio a cierto ídolo, pese a lo cual se casó con una
doncella, con la cual fue incapaz de mantener contacto alguno porque siempre intervenía.
El diablo, apareciéndose en forma física. Sin embargo, en la iglesia el demonio prefiere
actuar por intermedio de brujos y provocar esos efectos para su provecho propio, es decir,
para la pérdida de las almas. Y entre los otros interrogantes que teólogos y canonistas
plantean con referencia a estos puntos, hay uno muy importante, puesto que trata de cómo
puede curarse esa impotencia, y de si es permisible curarla por medio de un contrahechizo,
y qué debe hacerse si el brujo que obró el encantamiento está muerto, hecho que trata
Godofredo de Fontafnes en su Summa.
Esta, pues, es la razón de que los canonistas hayan elaborado con tanto cuidado un
catálogo que contiene las diferentes penas, con la diferenciación entre la práctica privada y
la práctica abierta de la brujería, o más bien de la adivinación, puesto que esta inmunda
superstición tiene varios grados y especies, de modo que a todo aquel que se entregue en
forma manifiesta a ella debe negársele la Comunión. Si se practica de manera encubierta,
el culpable ha de hacer penitencia durante cuarenta días. Si se trata de un clérigo, será
suspendido y encerrado en un monasterio. Si es un laico, se lo excomulgará, puesto que
todas estas infames personas deben ser castigadas, junto con quienes a ellas recurren, sin
que pueda admitirse excusa alguna.
La misma pena impone la ley civil. En su Summa sobre el Libro 9 del Códice, en el
rubro que trata de los hechiceros, dos rubros después de la Lea Cornelia, en que se habla
de asesinos y criminales, Azo establece: «Hágase saber que todos aquellos a quienes por
lo común se llama hechiceros, y también los diestros en el arte de la adivinación, incurren
en delito penado por la muerte». Más adelante vuelve a aludirse a esta penalidad, de la
cual este es, el teto exacto: «Es ilegal que cualquier hombre practique la adivinación; si así
lo hace, su recompensa, será la muerte por la espada del verdugo. También existen otros
que con encantamientos mágicos procuran quitar la vida a personas inocentes, que
convierten las pasiones de las mujeres en toda clase de lujurias; estos criminales deben ser
arrojados a los anímales salvajes. Y la ley permite que cualquier testigo sea admitido
como probatorio contra ellos. Esto lo especifica con toda claridad la parte del Canon que
trata sobre la defensa de la Fe. Y se permite el mismo procedimiento en una acusación de
herejía. Cuando se presenta tal acusación, cualquier testigo puede prestar testimonio, tal
como si se tratara de un caso de lesa majestad. Porque la brujería es alta traición contra la
Majestad de Dios. Y deben ser sometidos a tortura para hacerlos confesar. Cualquier
persona, fuese cual fuere su rango o profesión, puede ser torturada ante una acusación de
esa clase, y quien sea hallado culpable, aunque confiese su delito, será puesto en el potro,
y sufrirá todos los otros tormentos dispuestos por la ley, a fin de que sea castigado en
forma proporcional a sus ofensas». Nota: en edades doradas estos criminales sufrían doble
castigo, y a menudo eran arrojados a las fieras para que éstas los devorasen. Hoy se los
quema en la hoguera, y tal vez ello se deba a que la mayoría son mujeres.
La ley civil también prohíbe la connivencia y participación en tales prácticas, ya que ni
siquiera permite que un adivinador penetre en la casa de otra persona, y a menudo ordena
que todas sus posesiones sean quemadas, así como que nadie lo proteja o consulte; muchas
veces se los deportaba a alguna isla desierta y distante, y todos sus bienes se vendían en
subasta pública. Mas aun, quienes consultaban a brujos o recurrían a ellos eran castigados
con gel exilio y la confiscación de todas sus propiedades. Estas penas se pusieron en
práctica con el consenso de todas las naciones y gobernantes, y contribuyeron en gran
medida a la supresión del cultivo de tales artes prohibidas.
Debe observarse que las leyes mucho alaban a quienes tratan de anular los
encantamientos de los brujos. Y los que se ponen en grandes esfuerzos para que la obra de
los hombres no resulte dañada por la fuerza de las tormentas o del granizo son dignos de
gran recompensa, antes que de castigo. Más adelante se analizará cómo puede prevenirse
legalmente ese daño. Por lo tanto, ¿cómo es posible que la, negación o la frívola
contradicción de cualquiera de estas proposiciones esté libre de la señal de alguna herejía
notable? Que cada hombre juzgue por sí, a menos de que su ignorancia lo excuse de ello.
Pero en seguida explicaremos qué clase de ignorancia puede excusarlo. De lo que ya se
dijo podemos extraer la siguiente conclusión: es opinión muy cierta y muy católica que
existen encantadores y brujos quienes, con la ayuda del diablo y en virtud de un pacto con
él establecido, son capaces, puesto que Dios lo permite, de producir males y daños reales y
verdaderos, lo cual no excluye que también puedan causar ilusiones fantásticas y visiones
por medio de alguna arte extraordinaria y peculiar. No obstante, los alcances de esta
investigación abarcan a la brujería, la cual difiere mucho de esas otras artes, y por lo tanto,
la consideración de éstas nada agregaría a nuestro propósito, ya que quienes la practican
pueden, con gran exactitud, ser denominados adivinos y charlatanes, antes que
Hechiceros.
Debe señalarse, muy en particular, que estos dos últimos errores se basan en una total
incomprensión de las palabras del Canon (no hablaré del primer error, que como es
evidente lleva su condena en sí mismo, puesto que es por completo contrario a las
enseñanzas de las Sagradas Escrituras). Pasemos, pues, a una correcta comprensión del
Canon. Y ante todo hablaremos del primer error, que dice que el medio es pura ilusión,
aunque los dos extremos sean reales.
Aquí habrá que señalar que existen catorce especies diferentes a las que les cabe el
término de superstición, pero en homenaje a la brevedad casi no es necesario detallarlas,
puesto que San Isidoro las expuso con claridad en su Etimologice, Libro 8, y Santo Tomás
en su Segando de los Segundos pregunta 92. Mas aun, se hará mención explícita del tema
más adelante, cuando hablemos de la gravedad de esta herejía.
La categoría en que han de clasificarse las mujeres de esta clase se denomina de las
Pitonisas, personas en o por medio de quienes el diablo habla, o realiza alguna obra
asombrosa, y a menudo esta es la primera categoría. Pero aquella bajo la cual se agrupa a
los brujos es la de los Hechiceros.
Y dado que estas personas difieren mucho entre sí, no seria correcto que no se las
incluyese en las especies que abarcan a tantas otras; por lo tanto, como el Canon menciona
de modo expreso a ciertas mujeres, peso no habla de las brujas en otras tantas palabras, se
equivocan por completo quienes entienden que el Canon habla sólo de viajes imaginarios
y de traslaciones corpóreas, y quienes intentan reducir todas las supersticiones a esta
ilusión; porque así como aquellas mujeres se transportan en su imaginación, así las brujas
se transportan real y físicamente.
Y quien desee argumentar a partir de este Canon que los efectos de la brujería, el
hecho de infligir cualquier enfermedad o dolencia, son puramente imaginarios, confunde
por completo el significado del Canon, y yerra groseramente.
Además, es de señalar que aquellos que, si bien admiten que los dos extremos, es
decir, la obra del diablo y su efecto, una enfermedad perceptible, son reales y verdaderos,
al mino tiempo niegan que esto lo realice por medio de un instrumento; es decir, que
niegan que bruja alguna pueda haber participado en tal causa y efecto; ellos, digo, yerran
muy gravemente, porque en filosofía el medio debe participar de la naturaleza de los dos
extremos.
Mas aun, es inútil argumentar que cualquier resultado de la brujería puede ser
fantasioso e irreal, porque tal fantasía no puede lograrse sin acudir a los poderes del
demonio, y es preciso que se haya establecido un contrato con éste, por medio del cual la
bruja, real y verdaderamente, se obligue a ser la sierva del diablo y se consagre a éste por
entero, y ello no se hace en sueños, ni bajo la influencia de ilusión alguna, sino que
colabora real y físicamente con el demonio y se consagra a él. Pues en verdad, este es el
fin de toda brujería; se trate de efectuar encantamientos por medio de la mirada o por una
fórmula de palabras, o por cualquier otro hechizo, todo ello pertenece al diablo, como se
verá en la pregunta que sigue.

En verdad, si alguien se toma el trabajo de leer las palabras del Canon, encontrará en
él cuatro puntos que le llamarán la atención en especial. Y el primer punto es este: es de la
absoluta incumbencia de todas las criaturas y de los Sacerdotes, y de todos los
responsables del cuidado de las almas, enseñar a sus rebaños que existe un solo, único y
verdadero Dios, y que a nadie más debe venerarse en el cielo ni en la tierra. El segundo
punto es que, aunque estas mujeres imaginen cabalgar (que así lo piensan y dicen) con
Diana o Herodías, en verdad cabalgan con el diablo, quien se llama con algunos de esos
nombres paganos y arroja un reflejo seductor ante sus ojos. Y el tercer punto es este: que
el acto de cabalgar puede ser meramente ilusorio, puesto que el diablo posee un
extraordinario poder sobre las mentes de quienes a él se entregaron, de manera que las
cosas que hacen en su imaginación creen que las hicieron real y verdaderamente en el
cuerpo. Y el cuarto punto es este: las brujas firmaron un pacto que consiste en obedecer al
demonio en todas las cosas, de donde la afirmación de que las palabras del Canon
debieran extenderse hasta incluir y abarcar todos los actos brujeriles es un absurdo, puesto
que las brujas hacen mucho más que estas mujeres, y en verdad son de una especie
diferente.
Y hay un tercer error, que equivocando las palabras del Canon dice que todas las artes
mágicas son ilusión, que puede corregirse con las palabras del propio Canon. Porque en la
medida ven que dice que quien cree que una criatura cualquiera puede ser hecha o
trasformada para mejor a para peor, o metamorfoseada en alguna otra especie o semejanza,
como no haya sido por el propio Creador de todas las cosas, etc…, es peor que un infiel.
Si estas tres proposiciones se entienden así, como podrían parecer a simple vista, son todo
lo contrario del sentido de las Sagradas Escrituras y de los comentarios de los doctores de
la iglesia. Pues el siguiente Canon dice con claridad que las brujas pueden hacer criaturas,
aunque por fuerza serán muy imperfectas, y es probable que resulten deformadas de
alguna, manera. Y resulta claro que el sentido del Canon coincide con lo que nos dice San
Agustín acerca de los magos en la Corte del Faraón, que convirtieron sus varas en
serpientes, como escribe el santo doctor en el cap. 7 de Éxodo. vers. 11… «y el Faraón
llamó a los sabios y encantadores…». También podemos referirnos a los comentarios de
Estrabón, quien dice que los diablos corren de un lado a otro de la tierra, cuando con sus
encantamientos las brujas los emplean en distintas obras, y dichos diablos pueden reunir
diversos gérmenes o simientes, y de éstos hacer que crezcan varias especies.
También podemos referirnos al Beato Alberto Magno, De animalibus. Y asimismo a
Santo Tomás, Primera Parte, pregunta 114, artículo 4. Para ser concisos, no los citaremos
aquí en detalle, pero queda demostrado que es posible crear a ciertas criaturas de esa
manera.
Con referencia al segundo punto, de que una criatura puede ser modificada para mejor
o para peor, siempre debe entenderse que ello sólo puede hacerse con el permiso, y en
verdad por el poder de Dios, y que sólo se hace para corregir o castigar, pero que es muy
frecuente que Dios permita que los diablos actúen como Sus ministros y Sus servidores,
aunque siempre es Dios únicamente quien puede enfermar y sólo Él puede curar, pues «yo
hago morir y yo hago vivir» (Deuteronomio, XXXII, 39). Y en consecuencia los ángeles
malos pueden cumplir y cumplen con la voluntad de Dios. De ello también ofrece
testimonio San Agustín cuando dice: «En verdad existen encantamientos mágicos y
hechiza malignos, que no sólo afectan a los hombres con enfermedades, sino que inclusive
los matan». También debemos esforzarnos por entender ton claridad qué ocurre en
realidad cuando hoy en día, y por el poder del diablo, los magos y las brutas se convierten
en lobos y otros animales salvajes Pero el Canon habla de un cambio corporal y duradero,
y no habla de las cosas extraordinarias que pueden hacerse por el encantamiento al que se
refiere San Agustín en el libro 18, cap. 17, de La ciudad de Dios, cuando refiere muchas
extrañas historias de la famosa, bruja Circe, y de los compañeros de Diomedes, y del
padre de Prestancio. Esto se analizará en la Segunda Parte.
De si es una herejía afirmar que las brujas existen
La segunda parte de nuestra investigación consiste en averiguar si es herejía afirmar con
obstinación la existencia de las brujas. El interrogante es el de si las personas que
sostienen que las brujas no existen deben ser consideradas como herejes, o si se las tiene
que considerar como gravemente sospechosas de sustentar opiniones heréticas. Parece que
la primera opinión es la correcta. Pues no cabe duda de que coincide con la opinión del
erudito Bernardo. Pero acerca, de las personas que en forma abierta y con empecinamiento
perseveran en la herejía hay que demostrar, por medio de pruebas incontrovertibles, que
son herejes, y por lo general esa demostración es una de tres: o bien un hombre predicó y
proclamó doctrinas heréticas en forma abierta; o se demuestra que es un hereje por la
declaración de testigos dignos de confianza; o se demuestra que es un hereje gracias a su
propia y libre confesión. Y sin embargo existen quienes se oponen con irreflexión a todas
las autoridades y proclaman ene público que las brujas no existen, o por lo menos que en
modo alguno pueden herir y lesionar al género humano. Por lo tanto, y para, hablar en
términos estrictos, los convictos de tan maligna doctrina pueden ser excomulgados, según
el comentario de Bernardo, ya que están abierta e inconfundiblemente convictos de la
difusión de una falsa doctrina. El lector puede consultar las obras de Bernardo, donde
encontrará que esta sentencia es justa, correcta y fiel Pero tal vez este parece un juicio
demasiado severo, ante todo por las penalidades que siguen a la excomunión; pues el
Canon prescribe que el clérigo será degradado y el lego entregado al poder de los
tribunales seculares, a los cuales se ordena castigarlo como lo merece su delito. Mas aun,
debemos tener en cuenta la gran cantidad de personas que sin duda, debido a su
ignorancia, serán encontradas culpables de este error. Y como el error es muy común, el
rigor de la justicia estricta puede ser atemperado por la piedad. Y en verdad es nuestra
intención tratar de excusar a quienes son culpables de esta herejía, antes que acusarlos de
hallarse infectados de la malicia de la herejía. Es preferible, entonces, que si existieran
graves sospechas de que un hombre sostiene esa falsa opinión, no sea condenado en
seguida por el gran delito de herejía. (Véase la glosa de Bernardo a la palabra condenado).
En verdad se puede juzgar a ese hombre como a una persona de quien se tienen serias
sospechas, pero no se lo condenará en su ausencia, ni sin escucharlo. Empero, la sospecha
puede ser muy grave, y no podemos abstenernos de sospechar de esas personas, pues en
verdad sus frívolas afirmaciones parecen afectar la pureza de la fe. Porque existen tres
clases de sospechas: la sospecha leve, la seria y la grave. Se las trata en el capítulo sobre
las Acusaciones y en el referido a la Contumacia, Libro 6, De herética. Y estas cosas caen
bajo la jurisdicción del tribunal arquidiocesano. También puede hacerse referencia a los
comentarios de Giovanni d’Andrea, y en particular a sus glosas sobre las frases acusado,
gravemente sospechoso, y a su nota sobre una presunción de herejía. También es
indudable que algunos que sienten la ley al respecto no advierten que sostienen falsas
doctrinas y errores, pues muchos no conocen la ley canónica, y hay quienes, debido a que
están mal informados y tienen insuficientes lecturas, vacilan en sus opiniones y no pueden
decidirse, y como una idea que se mantiene en el fuero interno no es herejía, salvo que
después se la formule con obstinación, y se la mantenga en forma abierta, por cierto que
debemos decir que las personas que mencionamos no deben ser condenadas abiertamente
por el delito de herejía. Pero que nadie piense que puede escapar alegando ignorancia.
Porque quienes se han extraviado por ignorancia de esta clase pueden haber pecado muy
gravemente.
Aunque existen muchos grados de ignorancia, los encargados de la curación de las
almas no pueden alegar una ignorancia insuperable, que los escritores de la ley canónica y
los teólogos denominan Ignorancia del Hecho. Mas lo que puede censurarse en esas
personas es la ignorancia Universal, o sea, una ignorancia de la ley divina, que, como
estableció el papa Nicolás, pueden y deben conocer. Pues dice: «La dispensa de estas
enseñanzas divinas ha sido confiada a nuestra guarda, y ay de nos si no sembramos la
buena simiente, ay de nos si no enseñamos a nuestra grey. Y así, quienes tienen la guarda
de las almas están obligados a poseer un sólido conocimiento de las Sagradas Escrituras.
Es cierto que según Raymundo de Sabunde y Santo Tomás, no cabe duda de que quienes
tienen la guarda de las almas no tienen por qué ser hombres de extraordinarios
conocimientos, pero deben poseer un conocimiento competente, el suficiente para cumplir
con las obligaciones del cargo.
Y sin embargo, y este puede ser un pequeño consuelo para ellos, la, severidad teórica,
de la ley queda contrarrestada a menudo por la práctica concreta, y pueden saber que si
bien a veces esta ignorancia de la ley canónica es culpable y digna de censura, se
considera desde dos puntos de vista. Porque s veces las personas no saben, no desean
saber y no tienen intenciones de saber. Para tales personas no existe excusa, y deben ser
condenadas. Y de ellas habla el Salmista: «No quiere entender para no poder hacer el
bien». Pero en segundo lugar están quienes son ignorantes, pero no por deseo de no saber.
Y ello disminuye la gravedad del pecado, porque no existe un consentimiento real de la
voluntad. Y un caso tal es el de quien debería saber algo, pero no se da cuenta de que
debería saberlo, como dice San Pablo en su Primera Epístola a Timoteo (I, 13): «Mas fui
recibido a misericordia porque lo hice con ignorancia, en incredulidad». Y en términos
técnicos se dice que esto es una ignorancia que por lo menos de manera indirecta es falta
de la persona, en la, medida en que, a consecuencia de muchas otras ocupaciones,
descuida informarse sobre asuntos que debería conocer, y no usa esfuerzo alguno para
conocerlos, y esta ignorancia no lo excusa por completo, pero sí en cierto grado. Así dice
San Ambrosio, al escribir sobre ese pasaje de Romanos (II, 4): «¿No sabes que la
benignidad de Dios te gofa a arrepentimiento?». Si no lo sabes por tu propia falta,, tu
pecado es grande y doloroso. Y más en especial en estos días, en que las almas son
acosadas por tantos peligros, debemos adoptar medidas para disipar la Ignorancia, y
siempre saber que se pronunciarán contra nosotros severos juicios si no usamos; cada
quien según su adecuada capacidad, el único talento que nos ha sido dado. De este modo
nuestra ignorancia no será densa ni estúpida, pues en términos metafóricos decimos que
son densos y estúpidos los honrares que no vea lo que se encuentra ante sus propios ojos.
Y en el Flores regularum moralium el canciller romano comenta la segunda regla, y
dice; «La ignorancia culpable de la ley divina, no afecta por fuerza a la persona
ignorante». La razón es la siguiente: el Espirito Santo es capaz de instruir en forma directa
a un hombre en todos los conocimientos esenciales para la salvación, si estas cosas son
demasiado difíciles para que las entienda sin ayuda, con su intelecto natural.
Por lo tanto, la, respuesta a la primera objeción es una comprensión clara y correcta
del Canon. A la segunda, Pedro di Tarentasia (Beato Inocencio V) replica: «no cabe duda
de que el diablo, debido a la malicia que abriga contra el género humano destruiría a la
humanidad si Dios le permitiese hacerlo». El hecho de que Dios le permita a veces hacer
daño y otras se lo impida y prohíba, lleva al diablo, como es manifiesto, a un desprecio u
odio más francos, ya que en todas las cosas, para manifestación de Su Gloria, Dios usa al
diablo, aunque éste no lo quiera, come su servidor y esclavo. Con respecto a la tercera
objeción, de que una enfermedad o cualquier otro daño es siempre el resultado del
esfuerzo humano, por medio del cual la bruja somete si voluntad al mal, y por lo tanto,
como cualquier otro malhechor por su voluntad puede dañar a una persona, o producirle el
mal o ejecutar un acto ruin. Si se pregunta si el movimiento de objetos materiales, de un
lugar a otro, por el diablo, puede equipararse al movimiento de las esferas, la respuesta es
No. Porque los objetos materiales no se mueven de tal modo por un pode natural que les
sea inherente, sino por cierta obediencia al poder del diablo, quien en virtud de su propia
naturaleza posee determinado dominio sobre los cuerpos y las cosas materiales; afirmo
que posee ese poder, pero no puedo agregar a los objetos materiales creados ninguna
forma o aspecto, sea sustancias o accidental, sin cierta mezcla o colaboración de otro
objeto natura: creado. Pero como, por voluntad de Dios, en verdad puede mover objetos
materiales de un lugar a otro, por conjunción de vario: objetos puede producir
enfermedades o alguna otra circunstancia que desee. De ahí que los hechizos y efectos de
la brujería no se encuentran gobernados por el movimiento de las esferas, ni el diablo está
gobernado de tal manera, ya que a menudo puede utilizar esas condiciones para su
provecho.
La respuesta a la cuarta objeción. La obra de Dios puede ser destruida por la del
diablo, de acuerdo con lo que ahora decimos respecto del poder y los efectos de la
brujería. Pero como ello sólo puede ser con permiso de Dios, no se sigue que el demonio
sea más fuerte que Dios. Por lo demás, no puede usar tanta violencia como desee para
dañar las obras de Dios, porque si no tuviese limitaciones podría destruirlas por completo.
La respuesta a la quinta objeción puede exponerse con claridad de la siguiente manera:
los planetas y estrellas no tienen poder para empujar y obligar a los diablos a ejecutar una
acción contra su voluntad, aunque en apariencia los demonios están más dispuestos a
presentarse cuando los convocan los magos bajo la influencia de ciertas estrellas. Parece
que lo hacen por dos razones. Primero, porque saben que el poder de ese planeta
colaborará en el efecto que los magos desean obtener. Segundo, lo hacen para engañar a
los hombres, con lo cual les hacen suponer que las estrellas poseen algún poder divino o
una divinidad real, y sabemos que en los días de la antigüedad esta veneración de los
astros condujo a la más vil idolatría.
Con referencia a la última objeción, que se basa en el argumento de que los
alquimistas fabrican oro, podemos formular la opinión de Santo Tomás, cuando estudia el
poder del demonio y cómo actúa. Aunque determinadas formas que tienen sustancia
pueden producirse por el arte y el poder de un agente natural, como por ejemplo la forma
del fuego es producida por el arte empleado en la madera, ello no puede hacerse siempre,
porque el arte no siempre puede encontrar o mezclar los agentes adecuados en la
proporción conveniente para producir algo similar. Y de tal manera los alquimistas crean
algo parecido al oro, es decir, en lo que se refiere a los accidentes exteriores, pero no
hacen verdadero oro, porque la sustancia de éste no se encuentra formada por el calor del
fuego que emplean los alquimistas, sino por el del sol, que actúa y reacciona, sobre cierto
punto en que se concentra y amasa el calor mineral, y por lo tanto ese oro es de la misma
semejanza, pero no de la misma especie que el natural. Y el mismo argumento rige para
todas sus otras operaciones. Por lo tanto, nuestra proposición es la siguiente: con su arte,
los diablos producen efectos perniciosos por medio de la brujería, pero es cierto que sin la
ayuda de algún agente no pueden crear ninguna forma, ni sustancial ni accidental, y no
afirmamos que puedan causar daño sin la ayuda de algún agente, pero con ese agente es
posible provocar enfermedades, y cualesquiera otras pasiones o dolencias humanas, y son
reales y verdaderas. En los capítulos que siguen se aclarará cómo esos agentes o el empleo
de tales medios pueden resultar eficaces en colaboración con los demonios.
PREGUNTA—. Si concuerda con la Fe Católica la afirmación de que para producir
algún efecto de magia el diablo tiene que colaborar íntimamente con el brujo, o si el uno
sin el otro, es decir, el diablo sin el brujo, o ala inversa, pueden producir ese efecto.
Y el primer argumento es el que sigue. Que el diablo puede provocar un efecto mágico sin
la colaboración de un brujo. Así lo afirma San Agustín. Todas las cosas que suceden en
forma visible, de modo que es posible verlas, pueden (se cree) ser obra de los poderes
inferiores del aire. Pero los males y dolencias corporales no son por cierto invisibles; antes
bien, resultan visibles a los sentidos, por lo cual pueden ser provocados por los diablos.
Mas aun, por las Sagradas Escrituras conocemos los desastres que cayeron sobre Job,
cómo el fuego descendió del cielo y al caer sobre las ovejas y los criados los consumió, y
de cómo un viento violento derribó los cuatro costados de una casa, de modo que cayeron
sobre sus hijos y los mataron. El diablo por sí mismo, sin colaboración de brujos, sino
nada más que con el permiso de Dios, pudo provocar todos esos desastres. Por lo tanto no
cabe duda de que puede hacer muchas cosas que a menudo se asignan al poder de los
brujos.
Y ello resulta evidente del relato de los siete esposos de la doncella Sara, a quienes un
diablo mató. Mas aun, haga una potencia superior lo que hiciere, lo puede hacer sin
referencia a un poder superior a ella, y una potencia superior puede actuar mucho más sin
referencia a una inferior. Pero una inferior puede causar tormentas de granizo y
enfermedades, sin la ayuda de una mayor que ella. Pues el Beato Alberto Magno dice, en
su obra De passionibus aeris, que si la salvia podrida se usa como él explica, y se la arroja
al agua corriente, producirá las más temibles tempestades y tormentas.
Mas aun, puede decirse que el diablo usa a un brujo, no porque necesite tal agente,
sino porque busca la perdición de éste. Podemos referirnos a lo que dice Aristóteles en el
Libro tercero de su Ética. El mal es un acto voluntario demostrado por el hecho de que
nadie ejecuta una acción injusta nada más que por cometer una acción de injusticia, y
quien comete una violación lo hace con vistas a su placer, y no sólo para hacer el mal por
el mal. Pero la ley castiga a quienes hacen el mal, como si hubiesen actuado sólo por hacer
el mal. Por lo tanto, si el diablo trabaja por medio de una bruja, no hace otra cosa que
emplear un instrumento; y como un instrumento depende de la voluntad de la persona que
lo utiliza, y no actúa por su propia y libre voluntad, la culpa de la acción no debe
achacarse a la bruja, y por lo tanto no hay que castigarla.
Pero una, opinión contraria afirma que el diablo no puede hacer daño a la humanidad
por sí mismo, con tanta facilidad y sencillez, como el que le es posible provocar por
intermedio de las brujas, aunque sean sus servidoras. En primer lugar podemos considerar
el acto de engendrar. Pero en cada acto que tiene efecto sobre otro es preciso establecer
algún tipo de contacto, y como el diablo, que es un espíritu, no puede tener ese contacto
real con un cuerpo humano, puesto que no hay nada en común entre ellos, utiliza algún
instrumento humano, y le otorga el poder de herir por medio del contacto físico. Y muchos
afirman que esto lo demuestra el texto y sus glosas, en el capítulo 3 de la Epístola de San
Pablo a los Gálatas: «Oh gálatas insensatos, ¿quién os fascinó para no obedecer a la
verdad?». Y la glosa de este pasaje se refiere a quienes tienen ojos singularmente feroces y
funestos, que con una simple mirada pueden dañar al prójimo, en especial a los niños
pequeños. Y esto también lo confirma Avicenna, Naturalium, Libro 3, último cap., cuando
dice: «Muy a menudo el alma puede tener tanta influencia sobre el cuerpo del otro, en la
misma medida en que la tiene sobre su propio cuerpo, pues tal es la influencia de los ojos
de quien con la mirada atrae y fascina, a otro». Y la misma opinión la mantiene.
Al-Gazali en el Quinto Libro y décimo cap. de su Fisica. Avicenna también sugiere,
aunque no presenta esta opinión como irrefutable, que el poder de la imaginación puede
modificar o parecer modificar cuerpos extraños, en los casos en que dicho poder es
demasiado ilimitado; y por lo tanto suponemos que el poder de la imaginación no debe ser
considerado como distinto de los otros poderes sensibles del hombre, pues es común a
todos ellos, pero en cierta medida los incluye. Y ello es cierto, porque tal poder de la
imaginación puede cambiar los cuerpos adyacentes, como por ejemplo, cuando un hombre
puede caminar por una estrecha viga tendida en el centro de una calle. Pero si esa viga
flotase sobre aguas profundas, no se atrevería a caminar por ella, porque la imaginación le
pintaría en la mente, con gran fuerza, la idea de la caída, y entonces el cuerpo y el poder
de sus miembros obedecerían a su imaginación, y no a lo contrario de ésta, es decir,
caminar en forma directa y sin vacilaciones. Este cambio puede compararse a la influencia
que ejercen los ojos de una persona que la posee, con lo cual se provoca una modificación
mental, aunque no hay cambios reales y corporales.
Más aun si se argumenta que ese cambio lo provoca un cuerpo vivo, debido a la
influencia de la mente sobre otro cuerpo vivo, puede darse la siguiente respuesta. En
presencia de un asesino, la sangre fluye de las heridas del cadáver de la persona quien
asesinó. Por lo tanto, sin poderes mentales, los cuerpos pueden producir efectos
maravillosos, y de tal modo, si un hombre pasa cerca del cadáver de un hombre asesinado,
aunque no lo vea, resulta a menudo presa de terror. Por lo demás, existen en la naturaleza
algunas cosas que poseen ciertos poderes ocultos, cuya razón el hombre no conoce; tal,
por ejemplo, es la piedra imán, que atrae el acero, y muchas otras cosas por el estilo, que
San Agustín menciona en el Libro 20 de La ciudad de Dios.
Y así las mujeres, para provocar cambios en el cuerpo de otros, usan a veces ciertas
cosas que van más allá de nuestro conocimiento, pero eso lo hacen sin ayuda del diablo. Y
porque esos remedios sean misteriosos no hay motivos para asignarles el poder del
demonio, como lo asignaríamos a los encantamientos maléficos producidos por las brujas.
Lo que es más, éstas usan ciertas imágenes y algunos amuletos, que suelen colocar
bajo los umbrales de las puertas de las casas, o en los prados en que pastan los rebaños, o
inclusive donde se congregan los hombres, y de ese modo hechizan a sus víctimas, que
muchas veces han muerto. Pero como esas imágenes pueden causar efectos tan
extraordinarios, parecería que su influencia es proporcional a la que ejercen los astros
sobre los cuerpos humanos, pues como los cuerpos naturales son influidos por los celestes,
así también pueden serlo los artificiales. Pero los cuerpos naturales pueden encontrar el
beneficio de algunas influencias, secretas pero buenas. Por lo tanto, los cuerpos artificiales
pueden recibir tal influencia. En consecuencia, está claro que quienes ejecutan obras de
curación pueden muy bien ejecutarlas por medio de esas influencias benéficas, y ello nada
tiene que ver con un poder maligno.
Además, parecería que sucesos muy extraordinarios y milagrosos ocurren por obra de
los poderes de la naturaleza. Pues cosas maravillosas y terribles y sorprendentes suceden a
las fuerzas naturales. Y esto lo señala San Gregorio en su Segundo Diálogo. Los santos
ejecutan milagros, a veces por medio de una oración, otras sólo por su poder. Hay un
ejemplo para cada uno de estos medios: San Pedro, con oraciones devolvió la vida a
Tabitha, quien estaba muerta. Al reprender a Ananías y Sapfira, quienes decían una
mentira, los mató sin oraciones. Así, con su influencia mental, un hombre puede convertir
un cuerpo material en otro, o hacerlo pasar de la salud a la enfermedad, y viceversa. Mas
aún, el cuerpo humano es más noble que ningún otro, pero debido a las pasiones de la
mente cambia y se vuelve caliente o frío, como ocurre con los hombres coléricos o los que
tienen miedo; y así se produce un cambio aun mayor, respecto de los efectos de la
enfermedad y la muerte, que con su poder pueden modificar en gran medida un cuerpo
material.
Pero han de admitirse algunas objeciones. La influencia de la mente no puede producir
impresiones sobre ninguna forma, como no sea por la intervención de algún agente, como
dijimos antes. Y estas son las palabras de San Agustín en el libro ya citado: «Es increíble
que los ángeles que cayeron del cielo obedezcan a ninguna cosa material, pues sólo
obedecen a Dios». Y mucho menos puede un hombre, con sus poderes naturales, provocar
efectos extraordinarios y malignos.
Hay que responder que aun hoy existen muchos que se equivocan en grande en este
sentido, que excusan a las brujas y cargan toda la culpa sobre las artes del demonio, o
atribuyen los cambios que aquéllas provocan a alguna alteración natural. Estos errores
pueden aclararse con facilidad, primero, por la descripción de las brujas que San Isidoro
ofrece en su Etimologice, cap. 9: «Las brujas se llaman así debido a lo negro de su culpa,
es decir, que sus actos son más malignos que los de cualquier otro malhechor». Y
continúa: «Agitan y confunden los elementos con la ayuda del diablo, y crean terribles
tormentas de granizo y tempestades». Más aun, dice que confunden la mente de los
hombres, que los empujan a la locura, a un odio insano y a desmesurados apetitos.
Además, continúa, con la terrible influencia de sus hechizos, como si fuera con una
pócima o veneno, pueden destruir la vida.
Y las palabras de San Agustín en su libro La ciudad de Dios vienen muy al caso, pues
nos dicen quiénes son en verdad los magos y las brujas. Los magos, a quienes por lo
general se llama brujos, son denominados así debido a la magnitud de sus actos malignos.
Son quienes con permiso de Dios perturban los elementos, que llevan a la locura la mente
de los hombres que perdieron su confianza en Dios, y que con el terrible poder de sus
malos encantamientos, sin pócimas ni venenos, matan a los seres humanos. Como dice
Lucano: «Una mente que no ha sido corrompida por ningún brebaje nocivo perece a
consecuencia de un encantamiento maléfico». Por haber llamado a los demonios en su
ayuda, se atreven a derramar males sobre la humanidad, y aun a destruir a sus enemigos
con sus encantamientos maléficos. Y es indudable que en operaciones de esta clase el
brujo trabaja en estrecha conjunción con el demonio. En segundo lugar, los castigos son de
cuatro tipos: beneficiosos, dañosos, infligidos por brujería y naturales. Los castigos
beneficiosos se infligen por el ministerio de los ángeles buenos, tal como los dañosos
provienen de los espíritus malignos. Moisés azotó a Egipto con diez plagas mediante la
intervención de los ángeles buenos, y los magos sólo pudieron cumplir tres de estos
milagros con la ayuda del demonio. Y la peste que cayó sobre el pueblo durante tres días,
por el pecado de David, que hizo el recuento de la población, y los 72.000 hombres
muertos en una, noche en el ejército de Senaquerib, fueron milagros realizados por los
ángeles de Dios, es decir, por ángeles buenos, temerosos de Dios, y que sabían que
cumplían con Sus órdenes. Pero el daño destructivo se lleva a cabo por medio de los
ángeles malos, por cuyas manos fueron atacados muchas veces los hijos de Israel, en el
desierto. Y los daños que son sencillamente malos y nada más, las provoca el demonio,
quien trabaja por intermedio de hechiceros y brujas. También hay daños naturales, que de
alguna manera dependen de la conjunción dé los cuerpos celestes, tales coma la escasez, la
sequía, las tempestades y parecidos efectos de la naturaleza. Resulta evidente que hay una
enorme diferencia entre todas estas causas, circunstancias y acontecimientos. Pues Job fue
atacado por el demonio mediante una, maligna enfermedad, pero ello no viene al caso. Y
si a alguien demasiado listo y demasiado curioso pregunta cómo fue que Job resultó
atacado por el demonio mediante esa enfermedad, sin la ayuda de un hechicero o bruja,
que sepa que no hace otra cosa que andarse por las ramas y no se informa sobre la verdad
verdadera. Porque en tiempos de Job no había hechiceros y brujas, y aún no se practicaban
esas abominaciones. Pero la providencia de Dios deseaba que con el ejemplo de Job se
manifestara el poder del demonio, inclusive sobre los hombres buenos, para que
pudiéramos aprender a estar en guardia contra Satán, y más aun, para que gracias al
ejemplo de ese patriarca la gloria de Dios brillara en todas partes, ya que nada ocurre,
aparte de lo que Dios permite.
Con respecto a la época en que apareció esa maligna superstición, la brujería, debemos
distinguir primero a los adoradores del demonio de quienes eran simples idólatras. Y
Vincent de Beauvais, en su Speculum Historiale, cita a muchas autoridades eruditas y dice
que quien primero practicó las artes de la magia y la astrología fue Zoroastro, de quien se
dice que fue Cam, el hijo de Noé. Y según San Agustín, en su libro La ciudad de Dios,
Cam lanzó grandes carcajadas cuando nació, con lo cual demostró que era un servidor del
demonio, y aunque era un rey grande y poderoso, fue vencido por Nino, hijo de Belo,
quien construyó a Nínive, cuyo reinado fue el comienzo del reino de Asiria, en la época de
Abraham.
Ese Nino, a consecuencia de su demencial amor por su padre, cuando éste murió
ordenó que le levantaran una estatua, y cualquier criminal que se refugiase allí estaba a
salvo de todo castigo en que hubiera, podido incurrir. Desde entonces los hombres
comenzaron a adorar imágenes, como si fuesen dioses; pero ello ocurrió después de los
primeros años de la historia, pues en los primeros tiempos no había idolatría, ya que
entonces los hombres conservaban aún algún recuerdo de la creación del mundo, coma
dice Santo Tomás, Libro 2, pregunta 95, artículo 4. O bien puede haberse originado en
Nembroth, quien obligó a los hombres a adorar el fuego; y así, en la segunda era del
mundo comenzó la idolatría, que es la primera de todas las supersticiones, tal como la
Adivinación es la segunda y la Observación de los Tiempos y las Estaciones la tercera.
Las prácticas de los brujos se incluyen en el segundo tipo de supersticiones, a saber, la
Adivinación, ya que invocan al demonio en forma expresa. Y hay tres tipos de esta
superstición: la Nigromancia, la, Astrología, o más bien la Astromancia, observación
supersticiosa de las estrellas, y la Oniromancia.
Explico todo esto en detalle para que el lector pueda entender que estas males artes no
estallaron de repente en el mundo, sino que más bien se desarrollaron con el tiempo, y por
lo tanto es pertinente señalar que no había brujos en los días de Job. Pues a medida que
pasaban los años, tamo dice San Gregorio en su Moralia, crecía el conocimiento de los
santos, y por lo tanto también aumentaban las negras artes del demonio. El profeta Isaías
dice: «La tierra está henchida del conocimiento del Señor» (XI, 6). Y así en ese ocaso y
anochecer del mundo, en que florece el pecado por todos lados y en todas partes, en que la
caridad se enfría, sobreabundan las obras de los brujos y sus iniquidades.
Y como Zoroastro se entregó por entero a las artes mágicas, sólo el demonio lo empujó
a estudiar y observar los astros. Desde muy temprano hicieron los hechiceros y las brujas
pactos con el diablo, y entraron en connivencia con él para causar daño a los seres
humanos. Ello lo demuestra el séptimo capítulo del Exodo, donde, por el poder del
demonio, los magos del Faraón obran cosas extraordinarias, a imitación de las plagas que
Moisés lanzó sobre Egipto por el poder de los ángeles buenos.
De ello se sigue la enseñanza católica, de que para provocar un mal una bruja puede
colaborar y colabora con el diablo. Y cualquier objeción a esto puede responderse en
pocas palabras como sigue.
1. En primer lugar, nadie niega que ciertos daños y perjuicios que en la práctica y en
forma visible aquejan a los hombrea, animales, frutos de la tierra, y que con frecuencia se
producen bajo la influencia de los astros, pueden ser muchas veces provocados por los
demonios, cuando Dios les permite que así actúen. Pues como dice San Agustín en el
Cuarto Libro de La ciudad de Dios, los demonios pueden usar el fuego y el aire, si Dios
les deja hacerlo. Y un comentarista señala,: Dios castiga por el poder de dos ángeles
malos.
2. De esto se sigue, como es evidente, la respuesta a cualquier objeción relativa a Job,
y a cualquier objeción que pueda presentarse frente a nuestra exposición de los comienzos
de la magia en el mundo.
3. En relación con el hecho de que la salvia podrida que se deja caer en el agua
corriente produce, se dice, algún mal efecto sin la ayuda del demonio, aunque puede no
estar del todo separado de la influencia de algunos astros, queremos señalar que no
tenemos la intención de discutir la buena o mala influencia de los astros, sino sólo la
brujería, y por lo tanto esto es ajeno al asunto.
4. Con respecto al cuarto argumento, no cabe duda de que el demonio sólo emplea a
los brujos para provocar su daño y destrucción. Pero cuando se deduce que no se los debe
castigar, porque sólo actúan como instrumentos, no movidos por su volición, sino a
voluntad y placer del agente principal, existe una respuesta: porque son instrumentos
humanos y libres agentes, y aunque han firmado un pacto y contrato con el demonio,
gozan de libertad absoluta; porque, como se supo por sus propias revelaciones —y hablo
de mujeres convictas y quemadas en la hoguera, empujadas a la venganza, el mal y el
daño, si querían escapar a los castigos y golpes infligidos por el demonio—, dichas
mujeres colaboran con el demonio, aunque están unidas a él por la profesión por la cual al
comienzo se entregaron a su poder libre y voluntariamente.
En relación con los otros argumentos en los cuales se demuestra que ciertas ancianas
tienen conocimientos ocultos que les permiten provocar efectos extraordinarios y por
cierto que malignos sin la ayuda del diablo. Es preciso entender que extraer de un
argumento particular uno universal es contrario a la razón. Y cuando, como parece, en
todas las Escrituras no se puede encontrar un solo caso de esos, en que se hable de los
hechizos y encantamientos que practican las viejas, no debemos llegar a la conclusión de
que nunca sea así. Más aun, respecto de esos pasajes las autoridades dejan abierto el
interrogante, es decir, con referencia al asunto de si esos encantamientos tienen eficacia
sin la colaboración del demonio. Esos hechizos o fascinaciones parecen poder dividirse en
tres tipos. Primero, los sentidos se engañan, y ello, en verdad, puede hacerse por medios
mágicos, o sea, por el poder del diablo, si Dios lo permite. Y los sentidos pueden ser
esclarecidos por el poder de los ángeles buenos. En segundo término, la fascinación puede
obrarse por cierto deslumbramiento y extravío, como cuando el apóstol dice: «¿Quién os
fascinó?» Gálatas, III 1. En tercer lugar, determinada fascinación puede ejercerse por
medio de los ojos, sobre otra persona, y ello puede ser pernicioso y malo.
Y de esta fascinación hablaron Avicenna y Al-Gazali; también Santo Tomás menciona
dicha fascinación, Parte 1, pregunta 117. Pues dice que la mente de un hombre puede ser
modificada por la influencia de otra. Y la influencia que se ejerce sobre otro procede a
menudo de los ojos, pues en éstos puede concentrarse cierta influencia sutil. Porque los
ojos dirigen la mirada hacia cierto objeto sin prestar atención a otras cosas, pero ante la
visión de una impureza, como por ejemplo una mujer durante sus períodos mensuales, los
ojos, por decirlo así, contraen cierta impureza. Eso es lo que dice Aristóteles en su libro
Sobre el sueño y la vigilia, y así, si el espíritu de alguien se encuentra inflamado de
malicia y cóleras como ocurre con frecuencia en el caso de las viejas, su espíritu
perturbado mira a través de sus ojos, pues su semblante es muy maligno y dañino, y a
menudo aterrorizan a niños de tierna, edad, en extremo impresionables. Y es posible que
muchas veces esto sea natural, permitido por Dios; por otro lado, puede ser que estas
miradas malas sean inspiradas muchas veces por la malicia del demonio, con quien las
viejas brujas han establecido algún contrato secreto.
El siguiente interrogante surge en relación con la influencia de los cuerpos celestes, y
aquí encontramos tres errores muy comunes, pero se los explicará a medida que
explicamos otros asuntos.
Con respecto a las operaciones de brujería, vemos que algunas de ellas pueden deberse
a la influencia mental sobre otros, y en algunos casos esa influencia mental puede ser
buena, pero el motivo es lo que la hace maligna.
Y existen cuatro argumentos principales que deben objetarse contra quienes niegan
que haya brujas u operaciones mágicas que pueden ejecutarse en la conjunción de ciertos
planetas y astros, y que por la malicia de los seres humanos puede hacerse el mal mediante
el modelado de Imágenes, el uso de encantamientos y el trazado de caracteres misteriosos.
Todos los teóloga y filósofos coinciden en que los cuerpos celestes son guiados dirigidos
por ciertos médiums espirituales. Pero esos espíritu; son superiores a nuestra mente y
alma, y por lo tanto pueden influir sobre la mente y el cuerpo de un hombre, de modo que
resulte persuadido y orientado a ejecutar algún acto humano Pero para intentar una,
solución más plena de estos asuntos podemos considerar ciertas dificultades con cuyo
análisis llegaremos a la verdad con mayor claridad aun. Primero, las sustancias
espirituales no pueden llevar los cuerpos a alguna otra forma natural, a menos que lo
hagan por intermedio de algún agente. Por lo tanto, por fuerte que pueda ser una,
influencia mental no puede producir cambio alguno en la mente o índole de un hombre.
Más aun, varias universidades, en especial la de París, condenaron el siguiente artículo:
Que un encantador puede lanzar a un camello a una profunda zanja con sólo dirigirle la
mirada. Y entonces se condena el artículo según el cual un cuerpo corpóreo debe obedecer
a una sustancia espiritual, si ello se entiende en forma sencilla, es decir, si la obediencia
implica algún cambio o transformación. Pues en relación con ello sólo Dios puede ser
obedecido en forma absoluta. Si tenemos en cuenta estos puntos, podemos ver muy pronto
de qué modo la fascinación o influencia de los ojos, de que hemos hablado, resulta
posible, y en qué sentido no lo es. Porque no es posible que por medio de los poderes
naturales de su mente un hombre dirija esos poderes con los ojos de manera tal, que, sin la
acción de su propio cuerpo o de algún otro medio, pueda dañar el cuerpo de otro hombre.
Ni es posible que con los poderes naturales de su mente un hombre produzca algún
cambio a voluntad, y que dirigiendo ese poder por intermedio de los ojos trasforme por
entero el cuerpo de un hombre en quien fije su mirada, tal como le plazca.
Y por lo tanto, de ninguna de estas maneras puede un hombre influir sobre otro o
fascinarlo, pues hombre alguno, sólo con los poderes naturales de su mente, posee una
influencia tan extraordinaria. En consecuencia, querer demostrar que los malos efectos
pueden ser provocados por algún poder natural es decir que éste es el poder del demonio,
lo cual está, por cierto, muy lejos de la verdad.
Ello no obstante, podemos exponer con más claridad cómo es posible que una mirada
cuidadosa haga daño. Puede ocurrir que si un hombre o una mujer miran con fijeza a un
niño, éste, debido a su poder de visión y a su imaginación, recibe una impresión muy
sensible y directa. Y es frecuente que una impresión de esta clase vaya acompañada por un
cambio corporal, y como los ojos son los órganos más tiernos del cuerpo, son muy
pasibles de tales impresiones. Por ende, puede muy bien suceder que reciban alguna mala,
impresión y cambien para peor, ya que muy a menudo los pensamientos de la mente o los
movimientos del cuerpo quedan impresos en especial en los ojos y mostrados por ellos. Y
así es posible que suceda que una mirada colérica y maligna, fija con firmeza en un niño,
se imprima de tal manera en la memoria de éste, y en su imaginación, que se refleje en su
propia mirada, y entonces se siguen resultados concretos, como por ejemplo, que pierda el
apetito y no pueda ingerir alimentos, y que empeore y caiga enfermo. Y aveces vemos que
la visión de un hombre que padece de los ojos puede hacer que los de quienes lo miran se
enceguezcan y debiliten, aunque en gran medida esto no es más que el electo de la pura
imaginación. Aquí se podrían presentar varios otros ejemplos del mismo tipo, pero con
vistas a la concisión no los analizaremos más en detalle.
Todo esto lo confirman los comentaristas del Salmo Qui timent te uidebunt me. Hay
gran poder en los ojos, y ello aparece inclusive en las cosas naturales. Pues si un lobo ve a
un hombre primero, el hombre queda mudo. Más aun, si un basilisco ve a un hambre
primero, su mirada es fatal; pero si éste lo ve primero, puede matarlo; y la razón de que un
basilisco puede matar a un hombre con la mirada es que cuando lo ve, debido a su cólera
se pone en movimiento cierto terrible veneno en su cuerpo, que puede salirle por los ojos,
con lo cual infecta la, atmósfera de una ponzoña mortal. Y así el hombre respira el aire
infectado, y queda anonadado y muere. Pero cuando el animal es visto primero por el
hombre, si éste desea matar al basilisco se provee de espejos, y al verse el animal en el
espejo lanza su veneno al reflejo, pero el veneno rebota y el animal muere. Pero no parece
claro por qué el hombre que así mata al basilisco no muere a su vez, y sólo podemos llegar
a la conclusión de que ello se debe a, alguna razón que aún no se entiende con claridad.
Hasta ahora expusimos nuestras opiniones sin prejuicio ninguno, nos abstuvimos de
todo juicio apresurado o irreflexivo, y no nos desviamos de las enseñanzas y escritos de
los santos. Llegamos, pues, a la conclusión, de que la verdad católica es la de que, para
provocar esos males que constituyen el tema de la discusión, las brujas y el demonio
siempre trabajan juntos, y en lo que se refiere a estos aspectos, las unas nada pueden hacer
sin la ayuda y colaboración del otro.
Ya hemos tratado acerca de esa fascinación. Y ahora, con referencia al segundo punto,
a saber, el de que la sangre fluye de un cadáver en presencia del asesino. Según Speculum
naturale de Vincent de Beauvais, cap. 13, la herida, por decirlo así, resulta influido por la,
mente del asesino, y recibe cierta atmósfera impregnada por la violencia, y el odio de éste,
y cuando él se acerca, la sangre se acumula, y brota del cadáver. Pues parecería que esa
atmósfera, que fue causada y por así decirlo penetró en la herida debido al asesino, ante la
presencia de éste se perturba y conmueve en gran medida, y a consecuencia de ese
movimiento sale la sangre del cuerpo muerto, guay quienes declaran que ello se debe a
otras causas, y dicen que ese manar de la sangre es la voz de ésta que grita desde la, tierra
contra el asesino que se encuentra presente, y que ello es consecuencia de la maldición
pronunciada contra el primer asesino, Caín. Y con respecto al horror que siente una
persona cuando pasa cerca del cadáver de un hombre asesinado, aunque no conozca, en
manera alguna la proximidad de un cuerpo muerto, el horror es psíquico, infecta el
ambiente y trasmite a la mente un estremecimiento de temor. Pero adviértase que todas
estas explicaciones no afectan en manera alguna la verdad del mal provocado por las
brujas, ya que son todas muy naturales y surgen de causas naturales.
En tercer lugar, como ya dijimos más arriba, las operaciones y ritos de las brujas se
ubican en la segunda categoría de las supersticiones, llamada Adivinación; y de la
adivinación existen tres especies, pero el argumento no rige con respecto a la tercera, que
corresponde a una especie distinta, pues la brujería no es sólo una adivinación cualquiera,
sino que es la adivinación cuyas operaciones se ejecutan mediante invocaciones expresas
y explícitas del demonio; y ello puede hacerse de muchas maneras, como por ejemplo por
Nigromancia, Geomancia, Hidromancia, etcétera.
De donde esta adivinación, que usan cuando efectúan sus hechizos, debe ser juzgada
como el colmo de la perversidad criminal, aunque algunos intentaron considerarla desde
otro punto de vista. Y argumentan que como no conocemos los poderes ocultos de la
naturaleza, puede ser que las brujas empleen o traten de emplear esos poderes ocultos; por
supuesto, que si utilizaran los poderes naturales de las cosas naturales para producir un
efecto natural, ello sería muy correcto, como resulta en exceso evidente. O supongamos
inclusive que si en forma supersticiosa emplean cosas naturales, como por ejemplo
mediante la escritura de ciertos caracteres o nombres desconocidos de algunos, y que
luego usan esas runas para restablecer la salud de una persona, o para engendrar una
amistad, o con alguna finalidad útil, y en manera alguna para hacer daños o perjuicios,
digo que es preciso admitir que en tales casos no hay invocación expresa de los demonios;
ello no obstante, no es posible que esos hechizos se usen sin una invocación tácita, por lo
cual debe considerarse que esos encantamientos son totalmente ilegales.
Y porque estos y muchos otros encantamientos parecidos puedan ubicarse en la tercera
categoría de las supersticiones, es decir, en la ociosa y vana observación del tiempo y las
estaciones, ello no es en manera alguna un argumento pertinente en cuanto a la herejía de
las brujas. Pero de esta categoría, de la observación del tiempo y las estaciones, hay cuatro
especies diferentes. Un hombre puede usar las observaciones para adquirir ciertos
conocimientos; o de esa manera tratar de informarse respecto de los días y cosas castos y
nefastos; o emplear palabras y oraciones sagradas como un encantamiento, sin relación
con su significado; o querer y desear provocar algún cambio benéfico en un cuerpo. Todo
esto lo trató con amplitud Santo Tomás en el interrogante en que pregunta si esas
observaciones son legales, en especial cuando se trata de producir un cambio benéfico en
un cuerpo, a saber, el restablecimiento de la salud de una persona.
Pero cuando las brujas observan el tiempo y las estaciones, debe entenderse que sus
prácticas corresponden al segundo tipo de superstición, y por lo tanto, en lo que a ellas se
refiere, las preguntas referentes a esa tercera clase son en todo sentido ajenas al asunto.
Pasamos ahora a una cuarta proposición, en la medida en que de las observaciones del
tipo de las que hemos analizado se suelen hacer ciertos diagramas e imágenes, pero son de
dos clases distintas, que difieren por entero entre sí, y son las astronómicas y las
nigrománticas. Ahora bien, en la nigromancia hay siempre una expresa y especial
invocación de los demonios, pues esa arte implica que hubo con ellos un pacto y contrato
expresos. Por lo tanto, consideremos sólo la astrología. En ésta no hay pacto, y en
consecuencia, tampoco invocación, salvo que por casualidad exista cierto tipo de
invocación tácita, pues las figuras de los demonios y sus nombres aparecen a veces en
diagramas astrológicos. Y una vez más, los signos nigrománticos se escriben bajo la
influencia de determinados astros, para contrarrestar la influencia y oposiciones de otros
cuerpos celestes, y se los inscribe, pues los signos y caracteres de esa ciase se encuentran a
menudo grabados en anillos, joyas o algún otro metal precioso, pero los signos mágicos se
graban sin referencia alguna a la influencia de los astros, y con frecuencia en cualquier
sustancia, más aun, inclusive en sustancias sórdidas y viles, que, cuando se las entierra en
ciertos lugares, provocan daños y per juicio y enfermedad. Pero estamos analizando los
diagramas que se trazan con referencia a los astros. Y estos diagramas e imágenes
nigrománticos no tienen relación ninguna con los cuerpos celestes. Por lo tanto, su
consideración no tiene que ver con este estudio.
Más aun, muchas de estas imágenes que se hicieron con ritos supersticiosos no tienen
eficacia, es decir, en lo que se refiere a su fabricación, aunque es posible que el material
del cual están compuestas posea determinado poder, si bien ello no se debe al hecho de
que hayan sido fabricadas bajo la influencia de ciertos astros. Pero muchos afirman que de
todos modos es ilegal utilizar inclusive imágenes como esas. Pero las imágenes creadas
por las brujas no poseen poderes naturales, ni los tiene el material del cual están formadas;
mas modelan esas imágenes por orden del demonio, para que al hacerlo puedan, por
decirlo así, burlarse de la obra del Creador, y provocar Su cólera, de modo que, en castigo
de las fechorías de ellas, Él permita que muchas plagas caigan sobre la tierra. Para
aumentar su culpa, se complacen en modelar tales imágenes en las estaciones más
solemnes del año.
Con respecto al quinto punto, San Gregorio habla del poder de la gracia y no del de la
naturaleza. Y puesto que, como dice San Juan, nacemos de Dios, qué de extraño, entonces,
que los hijos de Dios gocen de poderes extraordinarios.
Respecto del último punto diremos que una simple semejanza está fuera del asunto,
porque la influencia de la propia mente sobre el propio cuerpo es distinta de su influencia
sobre otro cuerpo. Porque, dado que la mente se encuentra unida al cuerpo como si éste
fuese la forma material de aquélla,, y las emociones son un acto del cuerpo, pero separado,
las emociones pueden ser modificadas por la influencia de la mente, siempre que exista
algún cambio corporal, calor o frío, o alguna alteración, inclusive la muerte misma. Pero
para cambiar el cuerpo no basta un acto de la mente en sí mismo, salvo que pueda haber
algún resultado físico que modifique el cuerpo. De ahí que las brujas, sin ejercicio de un
poder natural, sino sólo con la ayuda del diablo, pueden provocar efectos dañinos. Y los
demonios mismos pueden hacerlo sólo mediante la utilización de objetos materiales como
instrumentos, tales como huesos, pelo, madera, hierro y toda clase de objetos de ese tipo,
respecto de cuya acción trataremos más en detalle en otro punto.
Y ahora con respecto ad tenor de la Bula de nuestro Santísimo Padre el Papa,
analizaremos el origen de las brujas, y cómo es que en años recientes sus obras se han
multiplicado tanto entre nosotros. Y debe tenerse en cuenta que para que así ocurra, tienen
que coincidir tres cosas: el demonio, la bruja y el permiso de Dios, quien tolera, que tales
cosas existan. Pues San Agustín dice que la abominación de la brujería surgió de la
pestífera vinculación del género humano con el diablo. Por lo tanto es claro que el origen
y aumento de esa herejía nacen de esa pestífera vinculación, hecho que muchos autores
confirman.
Debemos observar en especial que esta herejía, la brujería, no sólo difiere de todas las
otras en el sentido de que no sólo por un pacto tácito, sino por uno definido y expresado
con exactitud, blasfema del Creador y se esfuerza al máximo por profanarlo y por dañar a
Sus criaturas, pues todas las demás herejías simples no han hecho un pacto abierto con el
demonio, es decir, ningún pacto tácito o expreso, aunque sus errores e incredulidades
deben atribuirse en forma directa al Padre de los errores y las mentiras. Más aun, la
brujería difiere de todas las demás artes perniciosas y misteriosas en el sentido de que, de
todas las supersticiones, es la más repugnante, la más maligna, y la peor, por lo cual deriva
su nombre de hacer el mal, y aun de blasfemar contra la fe verdadera. (Maleficae dictae, a
Maleficiendo, seu a mate de fide sentiendo).
Señalemos, además, en especial, que en la, práctica de este abominable mal hacen falta
en particular cuatro puntos. Primero, renunciar de la manera más profana a la fe católica, o
por lo menos negar ciertos dogmas de la fe; segundo, dedicarse en cuerpo y alma a todos
los males; tercero, ofrecer a Satán niños no bautizados; cuarto, dedicarse a todo tipo de
lujuria carnal con íncubos y súcubos, y a todo tipo de asquerosos deleites.
Ojalá pudiéramos suponer que nada de esto es cierto, y todo puramente imaginario, y
que nuestra Santa Madre, la Iglesia, estuviera libre de la lepra de tal abominación. Ay, el
juicio de la Sede Apostólica, única Señora y Maestra de toda la verdad, ese juicio, digo,
expresado en la Bula de nuestro Santo Padre el Papa, nos asegura y nos infunde la
conciencia de que estos delitos y males florecen entre nosotros, y no nos atrevemos a
abstenernos de nuestra investigación de ellos, no sea que pongamos en peligro nuestra
propia salvación. Y por lo tanto debemos examinar en detalle el origen y aumento de esas
abominaciones; ha sido fruto de muchos trabajos, por cierto, pero confiamos en que cada
uno de los detalles será sopesado con la mayor exactitud y cuidado por quienes lean este
libro, pues aquí no se encontrará nada contrario a la razón, nada que difiera de las palabras
de las Escrituras y de la tradición de los Padres. Ahora bien, existen, por cierto, dos
circunstancias muy comunes en la actualidad, a saber, la vinculación de las brujas con
familiares, íncubos y súcubos, y el horrible sacrificio de niños pequeños. Por lo tanto
trataremos en especial estos asuntos, de modo que en primer lugar analizaremos a esos
mismos demonios, en segundo a las brujas y sus actos, y en tercer término investigaremos
por qué se tolera que existan esas cosas. Pues bien, esos demonios actúan debido a su
influencia sobre la mente del hombre, y prefieren copular bajo la influencia de ciertos
astros antes que bajo la de otros, pues parecería que en ciertas ocasiones su semen
engendra y procrea niños con más facilidad. Por consiguiente, debemos estudiar por qué
los demonios actúan en la conjunción de determinados astros, y cuáles son esos
momentos.
Hay tres puntos principales que examinar. Primero, si estas abominables herejías
pueden multiplicarse por el mundo gracias a, quienes se entregan a los incubas y súcubos.
Segundo, si sus acciones no tienen ciertos poderes extraordinarios cuando se ejecutan bajo
la influencia de determinados astros. Tercero, si esta abominable herejía no la difunden
quienes sacrifican niños a Satán de manera profana. Más aun, cuando hayamos estudiado
el segundo punto, y antes de pasar al tercero, consideraremos la influencia de los astros, y
qué poder ejercen en actos de brujería.
Con respecto al primer asunto, existen tres dificultades que deben aclararse.
La primera es una consideración general de esos demonios llamados íncubos.
La segunda es más especial, pues debemos interrogar «¿Cómo es posible que esos
íncubos ejecuten el acto humano de la copulación?».
La tercera también es especial. ¿Cómo se unen las brujas a esos demonios y copulan
con ellos?
PREGUNTA—. Si los íncubos y los súcubos pueden engendrar niños.
A primera vista podría parecer, en verdad, que no concuerda con la fe católica afirmar que
los niños pueden ser engendrada por demonios, es decir, por íncubos y súcubos: pues Dios
mismo antes que el pecado llegase al mundo, instituyó la procreación humana, pues creó a
la mujer de la costilla del hombre para ser la compañera del hambre: «Y a ellos les dijo
creced y multiplicaos», Génesis, 1, 28. Y Adán, inspirado por Dios, dijo: «Serán dos en
una sola carne», Génesis, a, 24. Del mismo modo, luego que el pecado llegó al mundo, se
le dijo a Noé: «Fructificad y multiplicaos», Génesis, 9, 1. Cristo confirmó esa unión,
también en la época de la nueva ley: «¿No habéis leído que el que los hizo al principio,
macho y hembra los hizo?», San Mateo, 19, 4. Por lo tanto, los hombres no pueden ser
engendrados de ninguna manera que no sea esa.
Pero puede argumentarse que los demonios tienen su papel en esa gestación, no como
causa esencial, sino como causa secundaria y artificial, para que se ocupan de
entrometerse en el proceso de la copulación y la concepción normales, pues obtienen
semen humano y ellos mismos lo trasladan.
Objeción—. El demonio puede ejecutar este acto en cada etapa de la vida, es decir,
en el estado matrimonial o en otro que no sea éste. O puede ejecutarlo en un solo estado.
Pero no puede cumplirlo en el primer estado, porque entonces el acto del demonio sería
más poderoso que el de Dios, Quien instituyó y confirmó ese sagrado estado, ya que se
trata de un estado de continencia y matrimonio. Ni puede efectuarlo en cualquier otro
estado, ya que jamás leemos en las Escrituras que los niños pueden ser engendrados en un
estado y no en otro.
Mas aun, engendrar un niño es un acto de un cuerpo vivo, pero los demonios no
pueden dar vida a los cuerpos que adoptan, porque la vida, en términos formales, sólo
procede del alma, y el acto de engendrar es el de los órganos físicos que poseen vida
corporal. Por lo tanto, los cuerpos que se adoptan de esa manera no pueden engendrar ni
procrear. Pero puede decirse que esos demonios adoptan un cuerpo, no para infundirle
vida, sino para conservar, por medio de ese cuerpo, el semen humano, y para pasar el
semen a otro cuerpo.
Objeción—. En la acción de los ángeles, sean ellos malos o buenos, nada hay de
superfluo e inútil, lo mismo que nada de superfluo e inútil hay en la naturaleza. Pero el
demonio, por su poder natural, que es mucho mayor que cualquier poder físico humano,
puede ejecutar cualquier acción espiritual, y ejecutarla una y otra vez, aunque no sea capaz
de discernirla. Por lo tanto puede ejecutar esa acción, aunque el hombre no discierna
cuándo tiene que ver el demonio con ella. Porque todas las cosas materiales y espirituales
se encuentran en una escala inferior a la de las inteligencias puras y espirituales, pero los
ángeles, sean buenos o malos, son inteligencias parea y espirituales. Por lo tanto pueden
dominar lo que se encuentra por debajo de ellos. En consecuencia el demonio puede reunir
y utilizar a voluntad el semen humano que pertenece al cuerpo. Sin embargo, reunir el
semen humano de una persona y trasmitirlo a otra implica ciertas acciones locales. Pero
los demonios no pueden llevar cuerpos de un lugar a otro en términos locales. Y este es el
argumento que formulan. El alma es una pura esencia espiritual, lo mismo que el diablo;
pero el alma no puede mover un cuerpo de un lugar a otro, salvo que se trate del cuerpo en
que mora y al cual da vida. De ahí que si cualquier miembro del cuerpo perece, queda
muerto e inmóvil. Por lo tanto los demonios no pueden trasladar un cuerpo de un lugar a
otro, salvo que se trate de uno al cual dan vida. Pero se ha mostrado y se reconoce que los
demonios no conceden la vida a nadie, y por lo tanto no pueden trasladar el semen
humano localmente, es decir, de lugar en lugar, de cuerpo en cuerpo.
Mas aun, todas las acciones se ejecutan por contacto, y en especial el acto de
engendrar. Pero no parece posible que exista contacto entre el demonio y los cuerpos
humanos, ya que aquél no tiene un punto de contacto concreto con ellos. Por consiguiente
no puede inyectar semen en un cuerpo humano, y en consecuencia ello exige cierta acción
corporal, por lo cual parecería que el demonio no puede ejecutarla.
Además, los demonios no poseen poderes para mover los cuerpos que en un orden
natural tienen una relación más estrecha con ellos, por ejemplo los cuerpos celestes, y por
lo tanto carecen de poderes para mover los cuerpos más distantes y distintos de ellos. La
premisa mayor está demostrada, ya que el poder que mueve y el movimiento son una sola
y la misma cosa, según Aristóteles, en su Fisica. Se sigue, pues, que los demonios que
mueven cuerpos celestes tienen que estar en el cielo, lo cual es en todo sentido falso, tanto
en nuestra opinión como en la, de los platonistas.
Mas aun, San Agustín, Sobre la Trinidad, III, dice que el demonio reúne en verdad
semen humano, por medio del cual puede producir efectos corporales; pero ello no puede
hacerse sin cierto movimiento local, con lo cual los demonios pueden trasladar el semen
que han reunido e inyectarlo en los cuerpos de otros. Pero como dice Walafrido Estrabón
en su comentario sobre Éxodo, va, 11: «Entonces llamó también el Faraón a sabios y
encantadores»: los demonios van por la tierra reuniendo todo tipo de simientes, y
trabajando con ellas pueden difundir varias especies. Véase también la glosa sobre esas
palabras (el Faraón llamó). Y también, en el Génesis, III, la glosa presenta dos
comentarios sobre las palabras: «Y los hijos de Dios vieron a las hijas de los hombres».
Primero, que por hijos de Dios se entiende a los hijos de Set, y por hijas de los hombres a
las de Caín. Segundo, que los gigantes fueron creados, no por algún acto increíble de los
hombres, sino por ciertos demonios, que son desvergonzados respecto de las mujeres.
Pues la Biblia dice que los gigantes estaban sobre la tierra. Mas aun, inclusive antes del
Diluvio, no sólo los cuerpos de los hombres, sino también los de las mujeres, eran
destacada e increíblemente bellos.
Respuesta—. Con fines de brevedad se omite buena aparte de lo relativo al poder
del demonio y de sus obras, en el aspecto de los efectos de la brujería. Pues el lector
piadoso lo acepta como demostrado, o, si desea investigar, puede encontrar todos los
puntos aclarados en el segundo Libro de Sentencias, V. Pues verá que los demonios
ejecutan todas sus obras de manera consciente y voluntaria; pues la naturaleza que les dio
no ha cambiado. Véase Dionisio, en su cuarto capítulo, al respecto; la naturaleza de ellos
se mantiene intacta y espléndida, aunque no pueden utilizarla para ningún buen fin. En
cuanto a su inteligencia, advertirá que descuellan en tres puntos de comprensión, a saber,
en la sutileza de su naturaleza, en su antigua experiencia y en la revelación de los espíritus
superiores. También descubrirá que, por influencia de los astros, conocen las
características dominantes de los hombres, y por lo tanto descubren que algunos están más
dispuestos a ejecutar obras de hechicería que otros, y que molestan a éstos ante todo con
vistas a tales acciones.
Y en cuanto a su voluntad, el lector hallará que se orienta en forma inmutable hacia el
mal, y que continuamente peca por orgullo, envidia y grosera codicia; y que Dios, para Su
propia gloria, le permite trabajar contra Su voluntad. También entenderá que con estas dos
cualidades del intelecto y la voluntad los demonios obran milagros, de modo que no existe
poder en la tierra que se compare con ellos: Job, n. No hay en la tierra poder que pueda
compararse con el que fue creado para no tener a nadie. Pero aquí la glosa dice que si bien
no teme a nadie, está sometido a los méritos de los Santos.
También verá que el demonio conoce los pensamientos de nuestros corazones; que en
forma esencial y desastrosa puede metamorfosear los cuerpos con la ayuda de un agente;
que puede trasladar los cuerpos de un lugar a otro y alterar los sentimientos exteriores e
internos en cualquier medida concebible; y que le es posible modificar el intelecto y la
voluntad del hombre, por indirectamente que lo hiciere.
Pues si bien todo esto es pertinente para nuestra investigación, sólo deseamos extraer
de ello una conclusión en cuanto a la naturaleza de los demonios, y de ese modo seguir el
estudio de nuestro interrogante.
Ahora bien, los Teólogos les asignaron ciertas cualidades, como la de que son espíritus
impuros, pero no por su naturaleza. Pues según Dionisio hay en ellos una locura natural,
una feroz concupiscencia, una desenfrenada fantasía, como se advierte en sus pecados
espirituales de orgullo, envidia, y cólera. Por este motivo son los enemigos de la raza
humana: racionales de mente, pero razonan sin palabras; sutiles en maldad, ansiosos de
hacer daño; siempre fértiles en nuevos engaños, modifican las percepciones y enturbian
las emociones de los hombres, confunden a los vigilantes y en los sueños perturban a los
durmientes; provocan enfermedades, engendran tempestades, se disfrazan de ángeles de
luz, siempre llevan en torno el infierno; a las brujas les usurpan para sí la adoración de
Dios, y por este medio se efectúan encantamientos mágicos; tratan de obtener el dominio
sobre los buenos, y molestarlos hasta el máximo de su poderío; a los elegidos se les
entregan como tentación, y siempre se encuentran al acecho de la destrucción de los
hombres.
Y aunque tienen mil maneras de hacer daño, y desde su caída intentaron provocar
cismas en la iglesia, impedir la caridad, infectar con la bilis de la envidia la dulzura de los
actos de los santos, y perturbar de todas las maneras posibles a la raza humana, su poder se
mantiene limitado a las partes privadas y al ombligo. Véase Job, XLI. Pues gracias al
desenfado de la carne posee gran poder sobre los hombres; y en los hombres la fuente del
desenfreno se encuentra en las partes privadas, ya que de ellas emana el semen, tal como
en las mujeres mana del ombligo. Por lo tanto, sobrentendidas estas cosas para una
adecuada comprensión del problema de los íncubos y los súcubos, debe decirse que es una
concepción tan católica afirmar que en ocasiones los hombres pueden ser engendrados por
medio de íncubos y súcubos, como es contrario alas palabras de los santos, y aun a la
tradición delas Sagradas Escrituras, mantener la opinión contraria. Y esto se demuestra
como sigue. En un lugar San Agustín formula este interrogante, no respecto de las brujas,
sino con referencia a las obras mismas de los demonios, y a las fábulas de los poetas, y
deja el asunto envuelto en ciertas dudas, aunque más tarde se muestra definido al respecto,
en las Sagradas Escrituras. Pues en su de Civitate Dei, Libro 3, capítulo a 2, dice:
«Dejamos abierto el interrogante en cuanto a si era posible que Venus diese nacimiento a
Eneas por medio del coito con Anquises». Pues un interrogante similar surge en las
Escrituras, donde se pregunta si los ángeles malos se acuestan con las hijas de los
hombres, y de este modo la tierra se llenó entonces de gigantes, es decir, de hombres
enormemente grandes y fuertes. Pero soluciona el tema en el Libro V, cap. 25, con estas
palabras: «Es creencia muy general, cuya veracidad muchos confirman por experiencia
propia, o al menos de oídas, por haber sido experimentada por hombres de indudable
confianza, que los sátiros y los faunos (que por lo general se denominan íncubos) se
aparecieron ante mujeres lascivas y trataron de obtener y obtuvieron el coito con ellas. Y
que ciertos demonios (que los galos llaman dusios) intentan en forma asidua, y lo logran,
esta actividad repugnante, cosa que confirman tantos testigos dignos de crédito, que sería
insolente negarlo».
Más tarde, en el mismo libro, soluciona la segunda afirmación, a saber, que el pasaje
del Génesis Sobre los Hijos de Dios (es decir, Set) y las hijas de los hambres (o sea, Caín)
no habla sólo de los íncubos, ya que la existencia de éstos no es creíble. En ese sentido
existe la glosa que ya mencionamos antes. Dice que no es ajeno a la creencia el hecho de
que los gigantes de quienes hablan las Escrituras fuesen engendrados, no por hombres,
sino por ángeles o ciertos demonios que buscan a las mujeres. El mismo sentido tiene la
glosa de Isaías, XIII donde el profeta predica la desolación de Babilonia y los monstruos
que la habitarán. Dice: «Los búhos morarán allí, y los sátiros bailarán allí». Aquí, por
sátiros se entiende demonios; como dice la glosa, los sátiros son criaturas salvajes y
velludas de los bosques, que representan cierto tipo de demonios llamados íncubos. Y una
vez más Isaías, XXXIV, donde profetiza la desolación del país de los idumeos porque
persiguieron a los judíos, y dice: «Será morada de dragones y refugio para mochuelos.
También los animales salvajes del desierto se encontrarán allí…». La glosa interlineal
interpreta esto como referido a monstruos y demonios. Y en el mismo lugar el Beato
Gregorio explica que estos son dioses de los bosques con otro nombre, no los que los
griegos llamaban Pan, y los latinos íncubos.
De la misma manera, el Beato Isidoro, en el último capítulo de su octavo libro, dice:
«Los sátiros son aquellos que se denominan Pan en griego e íncubos en latín. Y se los
denomina íncubos por su práctica de superposición, es decir, de orgía». Pues a menudo
ansían rijosamente a las mujeres, y copulan con ellas; y los galos los llaman dusios,
porque son diligentes en esa animalidad. Pero el demonio que la gente común llama
íncubo, es denominado fauno de los higos por los romanos; a lo cual Horacio dijo: «Oh,
fauno, amor de las ninfas que huyen, que recorre con dulzura, mis tierras y mis sonrientes
campos».
Y en cuanto a lo de San Pablo, en I Corintios, x4 una mujer debe llevar cubierta la
cabeza, por los ángeles, y muchos católicos creen que «por los ángeles» se refiere a los
íncubos. La misma opinión ostenta el Venerable Bede en su History of the English;
también Guillermo de París en su libro De Universo, última parte del tratado sexto. Más
aun, Santo Tomás habla de ello (I, 25 y II, 8 y en otras partes; también en Isaías, XII y XIV),
por lo tanto dice que es irreflexivo negar esas cosas. Pues lo que parece cierta para muchos
no puede ser del todo falso, según Aristóteles (al final de De Somno et Vigilia, y en la
segunda Etica). Nada diga de las muchas historias auténticas, tanto católicas como
paganas, que afirman de manera abierta la existencia de los íncubos.
Pero el motivo de que los demonios se conviertan en íncubos o súcubos no es con
vistas al placer, ya que un espíritu no tiene carne ni sangre; sino que ante todo es con la
intención de que por medio del vicio de la lujuria puedan provocar un doble daño contra
los hombres, es decir, en el cuerpo y en el alma, de modo que los hombres puedan
entregarse más a todos los vicios. Y no cabe duda de que saben bajo qué astros es más
vigoroso el semen, y que los hambres así concebidos estarán siempre pervertidos por la
brujería.
Cuando Dios todopoderoso enumeró muchos vicios de lujuria que reinaban entre los
no creyentes y los herejes, de los cuales deseaba que Su pueblo quedase purificado, dijo,
en Levítico, XVIII: «En ninguna, de estas cosas os amancillaréis; porque en todas estas
cosas se ha ensuciado la gente que yo he hecho delante de vosotros. Y la tierra fue
contaminada y yo visité su maldad sobre ella, y la, tierra vomitó sus moradores». Por el
contrario, la glosa explica la palabra «tierras», que significa demonios que, debido a su
multitud, se denominan las gentes del mundo, y se regocijan en todos los pecados, en
especial el de fornicación e idolatría., porque gracias a ellos quedan mancillados en cuerpo
y en alma, y el hombre entero, que se denomina «la tierra». Porque cada uno de los
pecados que el hombre comete se encuentra fuera de su cuerpo, pero el hombre que
comete fornicación peca en este cuerpo. Si alguien quiere seguir estudiando las historias
relativas a los íncubos y súcubos, que lea (como se dijo) a Bede en su History of the
English y a Guillermo, y por último a Tomás de Brabante en su libro Sobre Besa.
Para volver a nuestro asunto. Y ante todo, al acto natural dé propagación instituido por
Dios, es decir, entre el hombre y la mujer: que como si fuese por permiso de Dios, el
Sacramento del Matrimonio puede ser anulado por la, obra del demonio mediante la
brujería, como se mostró más arriba. Y lo mismo rige con mucha más fuerza para
cualquier otro acto venéreo entre hombre y mujer.
Pero si se pregunta por qué se permite al demonio efectuar hechizos sobre el acto
venéreo, antes que sobre cualquier otro acto humano, se responde que los Doctores dan
muchas razones, que se analizarán más adelante, en la parte referente al permiso divino.
Por el momento debe bastar la razón que se mencionó antes, a saber, que el poder del
demonio reside en las partes privadas de los hombres. Pues de todas las luchas, las más
difíciles son aquellas en que el combate es continuo, y rara la victorias. Y es poco sólido
afirmar que en ese caso la obra del demonio es más fuerte que la de Dios, ya que el acto
matrimonial instituido por Dina puede ser anulado; pues el demonio no lo anula, por la
violencia, ya que no tiene poder alguno en el asunto, salvó en la medida en que Dios se lo
permite. Por lo tanto sería mejor argumentar, a partir de esto, que carece de poderes.
Segundo, es verdad que procrear a un hombre es el acto de un cuerpo vivo. Pero
cuando se dice que los demonios no pueden dar vida porque ésta fluye formalmente del
alma, es cierto; pero en términos materiales, la vida nace del semen, y el demonio íncubo,
con permiso de Dios, puede lograrlo por medio del coito. Y el semen no brota tanto de él,
ya que es el de otro hombre recibido por él para tal fin (véase Santo Tomás, I, 51, art. 3).
Pues el demonio es el súcubo del hombre, y se convierte en íncubo de una mujer.
Asimismo, absorben las simientes de otras cosas para engendrar distintas cosas, como dice
S. Agustín, De Trinitate, M.
Y ahora podría preguntarse, ¿de quién es hijo el niño así nacido? Resulta claro que no
del demonio, sino del hombre cuyo semen se recibió. Pero cuando se insiste en que, tal
como en las obras de la naturaleza, tampoco hay nada superfluo en las de los ángeles, hay
que admitirlo; pero cuando se infiere que el demonio puede recibir e inyectar semen de
manera invisible, ello también es cierto; pero prefiere ejecutarlo de manera visible, como
un súcubo y un íncubo, para que mediante esa asquerosidad pueda infecta; a toda la
humanidad en cuerpo y alma, es decir, tanto al hombre como a la mujer, pues existe, por
decirlo así, con tanto físico real.
Más aun, en forma invisible los demonios pueden hacer más cosas de las que se les
permite hacer de manera visible, aunque lo deseen así; pero se les permite hacerlas de
modo invisible, ya sea como prueba para los buenos, o como castigo para los malos.
Por último, puede ocurrir que otro demonio ocupe el lugar del súcubo, reciba de él el
semen y se convierta en íncubo en lugar del otro demonio; y ello por tres motivos. Tal vez
porque un demonio, asignado a una mujer, debe recibir el semen de otro demonio,
asignado a un hombre, para que de esta forma cada uno de ellos sea encargado por el
príncipe de los demonios para efectuar una brujería; ya que a cada uno se le asigna su
propio ángel, inclusive de entre los malos; o debido a la asquerosidad del acto, que un
demonio sentida repugnancia de cometer. Pues en muchas investigaciones se muestra con
claridad que ciertos demonios, por alguna nobleza de su naturaleza, rehuyen acciones tan
repugnantes. O bien puede ser para que el íncubo, en lugar del semen del hombre, se
interponga él mismo ante una mujer e inyecte de manera invisible su propio semen, es
decir, el que recibió en forma invisible. Y no es ajeno a su naturaleza o poder efectuar
semejante interposición, ya que en forma física puede interponerse de manera invisible y
sin contacto físico, como en el caso del joven que se prometió a un ídolo.
Tercero, se dice que el poder del ángel corresponde, en grado infinito, a las cosas
superiores, es decir, que su poder no puede ser comprendido por los órdenes inferiores,
sino que siempre es superior a ellos, de modo que no se limita a un solo efecto. Pues las
potencias superiores tienen una influencia casi ilimitada sobre la creación. Pero porque se
diga que es infinitamente superior, no significa que sea indiferentemente poderoso para
cualquier obra que se le proponga; pues entonces tanto dada que se dijese que es
infinitamente inferior, como que es muy superior.
Pero debe existir cierta proporción entre el agente y el paciente, y no puede haberla
entre una sustancia puramente espiritual y una, corpórea. Por lo tanto, ni siquiera los
demonios tienen poder alguno para provocar un efecto, salvo mediante algún otro media
activo. Por eso usan las simientes de las cosas para producir sus efectos; véase San
Agustín, de Trinitate Dei, III. Por lo tanto, este argumento se remite al anterior, y no queda
fortalecido por él, a menos de que alguien quiera la explicación de San Agustín de por qué
las Inteligencias tienen poderes infinitos de grado superior, y no inferior, otorgadas a ellas
en el orden de las cosas corpóreas y de los cuerpos celestes, que pueden influir muchos e
infinitos efectos. Pero ello no se debe a la debilidad de los poderes inferiores. Y la
confusión es que los demonios, inclusive sin adoptar un cuerpo, pueden operar
trasmutaciones en el semen; aunque este no es un argumento contra la presente
proposición respecto de los íncubos y los súcubos cuyas acciones no pueden ejecutar si no
adoptan una forma corporal, como se consideró más arriba.
Para el cuarto argumento, los demonios no pueden trasladar cuerpos o semen en el
plano local, lo cual se comprueba con la analogía del alma. Debe decirse que una cosa es
hablar de la sustancia espiritual del ángel o demonio reales, y otra cosa hablar del alma
real. Pues la razón de que el alma no pueda mover un cuerpo de un lugar a otro, a menos
de que le haya dado vida, o bien por contacto de un cuerpo vivo con uno que no posee
vida, es la siguiente: que el alma ocupa, con mucho, el grado inferior en el orden de los
seres espirituales, y por lo tanto se sigue que tiene que existir cierta relación proporcional
entre ella y el cuerpo que es capaz de mover por contacto: Pero no ocurre así con los
demonios, cuyo poder supera al poder físico.
Y quinto, debe decirse que el contacto de un demonio con un cuerpo, ya sea en forma
de semen o de cualquier otra manera, no es un contacto corpóreo, sino virtual, y se
produce en concordancia con la proporción adecuada del que mueve y del movido;
siempre que el cuerpo movido no supere la proporción del poder del demonio. Y esos
cuerpos son cuerpos celestes, e inclusive toda la tierra o todos los elementos del mundo,
cuyo poder podemos denominar superior, según la autoridad de Santo Tomás en sus
preguntas respecto del Pecado (Pregunta 10, de Daemonibus). Pues ello se debe a la
esencia de la naturaleza o a la condenación por el pecado. Pues existe un orden de cosas
adecuado, en consonancia con su naturaleza misma y con su movimiento. Y así como los
cuerpos celestes más altos son movidos por sustancias espirituales superiores, lo mismo
que los ángeles buenos, así a los cuerpos inferiores los mueven sustancias espirituales
inferiores, como los demonios. Y si esta limitación del poder de éstos se debe a la esencia
de la naturaleza, algunos afirman que los demonios no son del orden de los ángeles
superiores, sino que forman parte del orden terrestre creado por Dios; y esta era la opinión
de los Filósofos. Y si se debe a la condenación por el pecado, como afirman los Teólogos,
entonces fueron expulsados de las regiones del cielo, a esa atmósfera inferior, en castigo, y
por lo tanto no son capaces de moverla, ni de mover la tierra.
Así se ha dicho acerca de dos argumentos que se rechazan con facilidad: uno, respecto
de los cuerpos celestes, que los diablos también podían mover, ya que eran capaces de
mover cuerpos de un lado al otro, ya que los astros están más cerca de ellos en la
naturaleza, como también lo afirma el último argumento. La respuesta es que esto no es
válido; pues si rige la primera opinión, dichos cuerpos superan la proporción del poder de
los demonios, y si es cierto lo segundo, entonces no puede moverlos, debido a su castigo
por el pecado.
Además está el argumento que objeta que el movimiento del todo y de la parte es la
misma cosa, tal como Aristóteles, en su Física cuarta ejemplifica el caso de toda la, tierra
y de un terrón; y que por lo tanto si los demonios pueden mover una parte de la tierra,
también pueden mover la tierra entera. Pero esto no es válido, como resulta claro para
cualquiera que examine la diferencia. Pero reunir el semen de las cosas y aplicarlo a
ciertos efectos no supera su poder natural, con el permiso de Dios, como es evidente por sí
mismo.
En conclusión, a despecho de la afirmación de algunos, de que los demonios, en forma
corporal, en ningún modo pueden engendrar niños, y de que por «hijos de Dios» se
entiende a los hijos de Set, y no a los demonios íncubos, así como por «hijas de los
hombres» se hace referencia a las descendientes de Caín, sin embargo muchos afirman con
claridad todo lo contrario. Lo que parece cierto para muchos no puede ser del todo falso,
según Aristóteles, en su Etica sexta, y al final de Somno et Uigilia. Y ahora, también en
los tiempos modernos, tenemos hechos y palabras atestiguados, de brujas, que en verdad y
realidad ejecutan esas cosas.
Por lo tanto, establecemos tres proposiciones. Primero, que los más repugnantes actos
venéreos son llevados a cabo por esos demonios, no con vistas al deleite, sino para la
polución de las almas y cuerpos de aquellos que actúan como íncubos o súcubos.
Segundo, que por medio de esa acción puede producirse una concepción y gestación
totales por las mujeres, ya que pueden depositar semen humano en el lugar adecuado de
un útero femenino, donde ya existe una sustancia correspondiente. De la misma manera,
también pueden reunir las simientes de otras cosas para provocar otros efectos. Tercero,
que en la gestación de esos niños, sólo el movimiento local debe atribuirse a los demonios,
y no la gestación real, que surge, no del poder del demonio o del cuerpo que adopta, sino
de la virtud de aquel a quien pertenecía el semen; por lo tanto, el niño no es hijo del
demonio, sino de algún hombre.
Y aquí hay una respuesta clara a quienes afirman que hay dos razones por las cuales
los demonios no pueden engendrar niños: primero que la gestación se efectúa por la virtud
formadora que existe en el semen liberado de un cuerpo viviente; y que como el cuerpo
adoptado por los demonios no es de esa clase, entonces, etcétera. Es clara la respuesta de
que el demonio, deposita semen formador, de manera natural, en su lugar adecuado,
etcétera. Segundo, se puede argumentar que el semen tiene capacidad de engendrar, sólo
en la medida en que se conserve en él el calor de la vida, que debe perderse cuando se lo
transporta grandes distancias. La respuesta es que los diablos pueden acumular el semen a
salvo, de modo que no se pierda su calor vital; o inclusive que no se evapore con tanta
facilidad debido a la gran velocidad con que se mueve en razón de la superioridad de lo
movible respecto de la cosa movida.
PREGUNTA—. ¿Qué demonios practican las operaciones de los íncubos y los
súcubos?
¿Es católico afirmar que las funciones de los íncubos y súcubos pertenecen, por igual, en
forma indiferente, a todos los espíritus impuros? Y parece que es así; pues afirmar lo
contrario sería asegurar que existe un buen orden entre ellos. Se argumenta que tal como
en los cálculos de los Buenos existen grados y órdenes (véase San Agustín en su libro
Sobre la naturaleza de los buenos), así también el cálculo del Mal se basa, en la
confusión. Pero como entre los ángeles buenos nada puede carecer de orden, así entre los
malos todo es desorden, y por lo tanto siguen, en forma indistinta, esas prácticas. Véase
Job,, X: «Tierra de oscuridad, lóbrega como sombra de muerte, sin orden y que aparece
cauro la, oscuridad misma».
Y una vez más, si no todos siguen con indiferencia estas prácticas, esta cualidad
proviene de su naturaleza, o del pecado, o del castigo. Pero no proviene de la naturaleza,
ya que todos, sin distinción, están integrados al pecado, como se expuso en la pregunta
precedente. Pues por naturaleza son espíritus impuros, pero no tanto como para perjudicar
sus buenas partes, sutiles en maldad, ansiosos de hacer daño, henchidos de orgullo,
etcétera. Por lo tanto, en ellos, estas prácticas se deben, o bien al pecado, o al castigo. Por
lo demás, cuando el pecado es mayor, hay un castigo mayor; y los ángeles superiores han
pecado mucho más, y por lo tanto, para su castigo, deben seguir estas prácticas inmundas.
Si ello no es así, se dará otro motivo por el cual no pueden practicar estas cosas en forma
indistinta.
Y una vez más, se afirma que cuando no existe disciplina u obediencia, todos trabajan
sin distinción, y se asegura que no existe disciplina u obediencia entre los demonios, ni
acuerdos. Proverbios, XIII: «Entre los soberbios siempre hay disputas».
Una vez más, así como debido al castigo todos serán arrojados por igual al infierno,
después del Día del Juicio, así antes de ese momento se encuentran detenidos en las
brumas inferiores, debido a las obligaciones que les han sido asignadas. Y no leemos que
exista igualdad debido a la emancipación, y por lo tanto tampoco la hay en el asunto de la
obligación y la tentación.
Pero contra esto está la primera glosa de I Corintios, XV: «Mientras perdure el mundo,
los ángeles estarán sobre los ángeles, los hombres sobre los hombres, y los demonios
sobre otros demonios». También en Job, XI, se habla de las balanzas de Leviatán, que
significan los miembros del demonio, y de cómo uno se aferra al otro. Por lo tanto hay
entre ellos, tanta diversidad de orden como de acción.
Surge otro interrogante, el de si los demonios pueden o no ser contenidos por los
ángeles buenos, e impedirles que realicen esas inmundas prácticas. Debe decirse que los
ángeles a cuyo mando están sometidas las Influencias adversas son llamados Poderes,
como dice San Gregorio, y San Agustín (De Trinitate, XXX, 3). Un espíritu de vida rebelde
y pecaminoso está sometido a un espíritu de vida obediente, piadoso y justo. Y las
Criaturas más perfectas y cercanas a Dios tienen autoridad sobre las otras; pues todo el
orden de preferencia se encuentra al comienzo y en primer lugar en Dios, y es compartido
por Sus criaturas según que se acerquen más a él. Por lo tanto, los ángeles buenos, que
están más cerca de Dios debido a su fruición de Él, de que carecen los demonios, tienen
preferencia sobre éstos, y los rigen.
Y cuando se afirma que los demonios producen mucho daño sin ningún medio, o que
no encuentran obstáculo porque, no están sometidos a los ángeles buenos, que podrían
impedírselo; o que si están sometidos, el mal que si se hace por el sujeto se debe a
negligencia por parte del amo malo, y parecen existir algunas negligencias entre los
ángeles buenos, la respuesta es que los ángeles son ministros de la sabiduría Divina.
Entonces se sigue que, como la sabiduría Divina, permite que se haga cierto mal por los
ángeles malos o los hombres, con vistas al bien que Él extrae de ello, así tampoco los
ángeles buenos impiden del todo que los hombres malvados o los demonios hagan daño.
Respuesta—. Es católico afirmar que existe cierto orden de acciones interiores y
exteriores, y un grado de preferencia entre los demonios, Cuando se sigue que ciertas
abominaciones son cometidas por los órdenes inferiores, de las cuales los órdenes
superiores están excluidos debido a la nobleza de su naturaleza. Y en general se dice que
esto nace de una congruencia triple, en el sentido de que tales cosas armonizan con su
naturaleza, con la sabiduría Divina, y con su propia maldad.
Pero más en especial, en lo que se refiere a su naturaleza. Se conviene que desde el
comienzo de la Creación algunos siempre fueron superiores por naturaleza, ya que difieren
entre sí respecto de la forma; y no hay dos ángeles iguales en forma. Esto sigue la opinión
más general, que también coincide con las palabras de los Filósofos. Dionisio también lo
establece en su décimo capítulo Sobre la jerarquía celestial, que en el mismo orden hay
tres grados separados, y debemos coincidir con ello, ya que son a la vez inmateriales e
incorpóreos… Véase también Santo Tomás (n, 2). Pues el pecado no les arrebata su
naturaleza, y después de la Caída los demonios no perdieron sus dones naturales, como ya
se dijo; y las operaciones de las cosas siguen sus condiciones naturales. Por consiguiente,
tanto en naturaleza cómo en acción son varios y múltiples.
Esto armoniza también con la sabiduría Divina; pues lo ordenado ha sido ordenado por
Dios (Romanos, XIII). Y como los demonios fueron delegados por Dios para la tentación
de los hombres y el castigo de los condenados, trabajan sobre los hombres desde afuera,
por muchos y variados medios.
También armoniza con su propia maldad. Pues como están en guerra con la raza
humana, combaten en forma ordenada, porque de ese modo piensan hacer un mayor daño
a los hombres, y lo hacen. De donde se sigue que no comparten en igual medida sus más
indecibles abominaciones.
Y esto se demuestra de manera más específica como sigue; puesto que, como se dijo,
la acción sigue a la naturaleza de la cosa, se entiende también que aquellos cuya
naturaleza está subordinada deben a su vez subordinarse en la operación, como ocurre con
las cosas corpóreas. Pues como los cuerpos inferiores están, por orden natural, por debajo
de los cuerpos celestes, y sus acciones y movimientos se hallan sometidos a los de los
cuerpos celestes; y como los demonios, según se dijo, difieren entre sí en el orden natural,
por lo tanto también difieren en sus acciones naturales, tanto extrínsecas como intrínsecas;
y en especial en la ejecución de las abominaciones de que se trata. De lo cual se llega a la
conclusión de que como la práctica de estas abominaciones es en su mayor parte ajena a la
nobleza de la naturaleza angélica, así también en las acciones humanas los actos más
inmundos y bestiales deben ser considerados en sí mismos, y no en relación con la
obligación de la naturaleza y procreación humanas.
Por último, como se cree que algunos han caído de todos los órdenes, no es
inadecuado afirmar que los demonios que caen del coro inferior, e inclusive en el que
figura en el rango más bajo, son delegados para la ejecución de esa y otras abominaciones.
Además, debe tenerse muy en cuenta que, aunque las Escrituras hablan de los íncubos y
súcubos que ansían a las mujeres, en ninguna parte leemos que íncubos y súcubos cayeran
en vicios contrarios a la naturaleza. No hablamos sólo de la sodomía, sino de cualquier
otro pecado por medio del cual se efectúe erróneamente el acto fuera del canal correcto.
Y la gran enormidad de quienes pecan de este modo la muestra el hecho de que todos
los diablos por igual, fuesen del orden que fueren, abominan y piensan
desvergonzadamente cometer tales acciones. Y parece que la glosa de Ezequiel, XIX
significa eso mismo, cuando dice: «Te entregaré en manos de los moradores de
Palestina», es decir, los demonios, quienes se avergonzarán de tus iniquidades, o sea, de
los vicios contra la naturaleza. Y el estudioso verá qué debe entenderse autorizadamente
respecto de los demonios. Pues Dios no castigó con tanta frecuencia ningún pecado por
medio de la muerte vergonzosa de multitudes.
Por cierto que muchos dicen, y en verdad se cree, que nadie puede perseverar, sin
correr peligro, en la práctica de esos vicios, más allá del periodo de la vida mortal de
Cristo, que duró treinta y tres años, a menos de que lo salve alguna gracia especial del
Redentor. Y esto lo demuestra el hecho de que a menudo han sido atrapados por este vicio
algunos octogenarios y centenarios, que hasta entonces habían regido su vida de acuerdo
con la disciplina de Cristo; y una vez que lo abandonaron, les resultó muy difícil obtener
su liberación y someterse a semejantes vicios.
Más aun; los nombres de los demonios indican qué orden existe entre ellos, y qué
oficio se le asigna a cada uno. Pues aunque el mismo nombre, el de demonio, se usa en
general en las Escrituras debido a sus diversas cualidades, éstas, sin embargo, enseñan que
Uno se encuentra por encima de esas acciones repugnantes, tal como ciertos otros vicios
están sometidos a Otro. Pues es práctica de las Escrituras y del lenguaje llamar a cada uno
de los espíritus impuros Diabolus, de Dia, es decir, «Dos», y Bolus, o sea, «Bocado»; pues
mata dos cosas, el cuerpo y el alma. Y esto coincide con la etimología, aunque en griego
Diabolus significa «encerrado en la Cárcel», lo cual también coincide, ya que no se le
permite hacer tanto daño como desea. O Diabolus puede significar «Flujo Descendente»,
ya que fluyó hacia abajo, es decir, cayó, tanto en términos específicos como locales.
También se lo llama Demonio, es decir, «Astucia sobre la Sangre», ya que ansía y procura
el pecado con un conocimiento triple, pues es poderoso en la sutileza de su naturaleza, en
su experiencia ancestral y en la revelación de los espíritus buenos. Asimismo se lo llama
Belial, que significa «Sin Yugo o Amo», pues puede luchar contra aquel a quien debería
someterse. Se lo llama Belcebú, que significa «Señor de las Moscas», es decir, de las
almas de los pecadores que abandonaron la verdadera fe de Cristo. También Satán, es
decir, «el Adversario»; véase I San Pedro, II: «Pues tu adversario el demonio ronda en
torno», etc. También Behemoth, es decir «la Bestia», porque hace bestiales a los hombres.
Pero el demonio mismo de la Fornicación, y el jefe de esa abominación, se llama
Asmodeo, que significa «Criatura de Juicio», pues debido a este tipo de pecado se ejecutó
un terrible juicio sobre Sodoma y las otras cuatro ciudades. De la misma manera, el
demonio del Orgullo se llama Leviatán, que significa «su Adición», porque cuando
Lucifer tentó a nuestros primeros padres les prometió, por orgullo, la adición de la
Divinidad. Respecto de él, el Señor dijo, por intermedio de Isaías: «Le enviaré a Leviatán,
esa vieja y tortuosa serpiente». Y el demonio de la Avaricia y las Riquezas se llama
Mammón, a quien también Cristo menciona en el Evangelio (San Mateo, VI): «No puedes
servir a Dios», etcétera.
Acerca de los argumentos. Primero, que puede encontrarse el bien sin el mal, pero que
el mal no puede encontrarse sin el bien, pues se vierte sobre una criatura que es bien en sí
misma. Y por lo tanto los diablos, en la medida en que poseen una buena naturaleza,
fueron ordenados según la naturaleza, y para sus acciones véase Job, X.
Segundo, puede decirse que los demonios delegados para actuar no están en el
infierno, sino en las brumas inferiores, y allí tienen orden entre sí, que no tendrían en el
infierno. De lo cual puede decirse que todo orden cesó entre ellos, en lo que se refiere al
logro de la, beatitud, en la época en que cayeron sin remisión de esas alturas. Y puede
decirse que inclusive en el infierno habrá entre ellos una gradación de poder, y de la
asignación de castigos, en la medida en que algunos, y no otros, sean destinados a
atormentar las almas. Pero esta gradación vendrá de Dios, antes que de ellos mismos, así
como también sus tormentos.
Tercero, cuando se dice que los demonios superiores, porque pecaron más son más
castigados, y por lo tanto deben estar más obligados a cometer esos actos inmundos, se
responde que el pecado se relaciona con el castigo, y no con el acto o función de la
naturaleza; y por lo tanto, en razón de su nobleza de naturaleza no son ellos dados a tales
iniquidades, y nada tienen que ver con su pecado o castigo. Y aunque son todos espiritas
impuros, y ansiosos, de hacer el mal, uno lo es más que otro, en la medida en que su
naturaleza está más hundida en la oscuridad.
Cuarto, se dice que existe acuerdo entre los demonios, pero de maldad, antes que de
amistad, en el sentido de que odian al género humano y se esfuerzan al máximo contra la
justicia. Pues entre los malvados existe tal acuerdo, que se unen y delegan a aquellos
cuyos talentos parecen adecuados para la ejecución de determinadas iniquidades.
Quinto, aunque el encarcelamiento es decretado por igual para todos, ahora en la
atmósfera inferior y después en el infierno, no por eso se ordenan para ello iguales
penalidades y obligaciones: pues cuanto más nobles son en naturaleza y más potentes en
su oficio, más pesado es el tormento a que se les somete. Véase Sabiduría, V,: «Los
poderosos sufrirán poderosos tormentos».
PREGUNTA—. ¿Cuál es la fuente del aumento de las obras de brujería? ¿De dónde
nace que la práctica de la brujería haya crecido en tan notable medida?
¿Es de alguna manera una opinión católica afirmar que el origen y crecimiento de las
obras de brujería proceden de la abundancia de los cuerpos celestes, o de la abundante
maldad de los hombres, y no de las abominaciones de los íncubos y súcubos? Y parece
que nacen de la maldad del hombre. Porque San Agustín, dice, en el Libro LXXXIII, I, que
la causa de la depravación de un hombre reside en su propia voluntad, ya sea que peque
por su propia sugestión o por la de otro. Pero una bruja se deprava por el pecado, y por lo
tanto la causa no es el demonio, sino la voluntad humana. En el mismo lugar habla del
libre albedrío, de que todos son la causa de su propia maldad. Y razona así: que el pecado
del hombre procede del libre albedrío, pero el demonio no puede destruir a éste, pues ello
iría en contra de la libertad; por lo tanto, el demonio no puede ser la causa de ese o de
ningún otro pecado. Además, en el libro del Dogma Eclesiástico se dice: «… no todos
nuestros malos pensamientos son engendrados por el demonio, sino que a veces surgen del
funcionamiento de nuestro propio juicio».
Pero se afirma que la verdadera fuente de la brujería es la influencia de los cuerpos
celestes, y no los demonios. Así como toda multitud se reduce a la, unidad, todo lo que es
multiforme se reduce a un comienzo uniforme. Pero los actos de los hombres, tanto en el
vicio como en la virtud, son variados y multiformes, y por lo tanto parece que pueden
reducirse a un comienzo uniformemente movido y moviente. Pero esto sólo puede
atribuirse a los movimientos de los astros; por lo tanto esos cuerpos son las causas de tales
acciones.
Por lo demás, si los astros no fueran la causa de las acciones humanas, canto buenas
como malas, los Astrólogos no predecirían con tanta frecuencia la verdad sobre el
resultado de las guerras y otras acciones humanas; por tanto, también son una causa.
Por otro lado, los astros pueden influir sobre los diablos mismos en la provocación de
ciertos hechizos; y por consiguiente, tanto más pueden influir sobre los hombres. Se
presentan tres pruebas para esta afirmación. Pues ciertos hombres denominados Lunáticos
son molestados por los demonios en una ocasión más que en otra; y éstos no se
comportarían de dicha manera, sino que más bien los molestarían en todo momento, si no
fuesen a su vez, profundamente afectados por ciertas fases de la luna. Además se
demuestra por el hecho de que los nigromantes observan ciertas constelaciones para
invocar a los demonios, cosa que no harían a menos de que supieran que éstos se
encuentran sometidos a los astros.
Y también lo siguiente se presenta como prueba: que según San Agustín (De Ciuitate
Dei, 10), los demonios emplean ciertos cuerpos inferiores, como hierbas, piedras,
animales, y algunos sonidos y voces, y figuras. Pero como los cuerpos celestes son de más
potencia que los inferiores, los astros tienen una influencia mucho mayor que estas cosas.
Y las brujas se encuentran más sometidas, ya que sus actos proceden de la influencia de
esos cuerpos, y no de la ayuda de los malos espíritus. Y el argumento tiene su respaldo en
I Reyes, XVI, donde Saúl fue vejado por un demonio, pero se calmó cuando David pulsó su
arpa delante de él y el mal espíritu huyó.
Pero contra esto, es imposible producir un efecto sin su causa; y las acciones de las
brujas son tales, que no pueden llevarse a cabo sin la ayuda de los demonios, como se
muestra por la descripción de ellas en San Isidoro, Etica, VIII. Las brujas son llamadas así
por la enormidad de sus hechizos mágicos; pues perturban los elementos y confunden la
mente de los hombres, y sin ninguna pócima venenosa, sino que nada más en virtud de
encantamientos, destruyen almas, etc. Pero este tipo de efectos no pueden ser provocados
por la influencia de los astros mediante la, acción de un hombre.
Además, en su Etica, Aristóteles dice que es difícil saber cuál es el comienzo de la
operación del pensamiento, y muestra que tiene que ser algo extrínseco. Pues todo lo que
comienza desde el principio tiene una causa. Un hombre empieza a hacer lo que desea; y
comienza a desear debido a alguna sugestión previa, y si ésta es una sugestión precedente,
debe proceder del infinito, o bien existe un comienzo extrínseco que lleva primero las
sugestiones a los hombres. Y en verdad es así, a menos de que se argumente que esta es
una casualidad, de lo cual se seguiría que todas las acciones humanas son fortuitas, lo cual
es un absurdo. Por lo tanto, se dice que el comienzo del bien en el bien es Dios, Quien no
es la causa del pecado. Pero para los malvados, cuando un hombre empieza a ser influido
hacia el pecado, y desea cometerlo, también debe existir una causa extrínseca de ello. Y
ésta no puede ser otra que el demonio, en especial en el caso de las brujas, como se
muestra más arriba, pues los astros no pueden influir sobre tales actos. Por lo tanto, la
verdad es sencilla.
Más aun, aquello que tiene poder sobre el motivo también lo tiene sobre el resultado
provocado por éste. Ahora bien, el motivo de la voluntad es algo que se percibe con los
sentidos o el intelecto, ambos sometidos al poder del demonio. Porque San Agustín dice
en el Libro LXXXIII: «Este mal, que es del demonio, se insinúa por todos los accesos
sensuales; se ubica en figuras, se adapta a colores, se une a sonidos, se agazapa en
conversaciones coléricas y equivocadas, mora en olores, se impregna de sabores y llena
con ciertas exhalaciones todos los canales de la comprensión». Por consiguiente, se ve
que el demonio tiene el poder de incluir sobre la voluntad, que es la causa directa del
pecado.
Además, todo lo que puede elegir entre dos caminos necesita un actor determinante
antes de pasar a la acción. Y el libre albedrío del hombre puede elegir entre el bien y el
mal; por lo tanto, cuando se embarca en el pecado, necesita que sea determinado por algo
que se oriente hacia el mal. Y esto parece hacerlo principalmente el demonio, en especial
en las acciones de las brujas, cuya voluntad está hecha para el mal. Por lo tanto parece que
la mala voluntad del demonio es la causa de la mala voluntad del hombre, en especial en
los brujos. Y el argumento puede respaldarse así: tal como un ángel bueno se apega al
bien, así un ángel malo se orienta hacia el mal; pero lo primero lleva al hombre a la
bondad, en tanto que lo segundo lo lleva a la maldad. Pues, dice Dionisio, la ley
inalterable y fija de la divinidad es que lo inferior tenga su causa en lo superior.
Respuesta—. Quienes afirman que la brujería tiene su origen en la influencia de los
astros se hacen pasibles de tres errores. En primer lugar, no es posible que se origine en
astrománticos y trazadores de horóscopos y adivinadores de la suerte. Pues si se pregunta
si el vicio de la brujería en los hombres es provocado por la influencia de los astros,
entonces, en consideración a la variedad de los caracteres de los hombres, y para la
defensa de la verdadera fe, es preciso establecer una distinción, a saber, que existen dos
maneras según las cuales puede entenderse que los caracteres de los hombres pueden ser
causados por los astros. O bien en forma total y por necesidad, o por disposición y
contingencia. Y en cuanto a lo primero, no sólo es falso, sino tan herética y contrario a la
religión cristiana, que la verdadera fe no puede mantenerse en semejante error. Por tal
razón, quien argumenta que por necesidad todo proviene de los astros, elimina todos los
méritos, y en consecuencia todas las culpas; al mismo tiempo elimina la Gracia, y por lo
tanto, la Gloria. Pues la rectitud del carácter se perjudica con este error, ya que la culpa del
pecador recae sobre los astros, se concede licencia para pecar sin culpa, y es entregado al
culto y adoración de los astros.
Pero en cuanto a la afirmación de que los caracteres de los hambres son variados en
términos condicionales por la disposición de los astros, hasta ahora es cierto que ella no
resulta contrario a la razón o la fe. Pues es evidente que la diversa disposición de un
cuerpo provoca muchas variaciones en los humores y carácter del alma; porque en general
el alma imita la contextura del cuerpo, como se dice en los Seis Principios. Por lo tanto los
coléricos son iracundos, los sanguíneos son bondadosos, los melancólicos son envidiosos
y los flemáticos son perezosos. Pero esto no es absoluto; porque el alma es dueña de su
cuerpo, en especial cuando tiene la ayuda de la Gracia. Y vemos a muchos coléricos que
son dulces, y a melancólicos que son bondadosos. Por ende, cuando la virtud de los astros
influye sobre la formación y calidad de los humores de un hombre se admite que tienen
alguna influencia sobre el carácter, pero muy distante; porque la virtud de la naturaleza
inferior tiene más efecto sobre la calidad de los humores, que la virtud de los astros.
Por lo cual San Agustín (De Civitate Dei, V), donde resuelve cierto asunto de dos
hermanos que enfermaron y se curaron al mismo tiempo, aprueba el razonamiento de
Hipócrates, antes que el de un Astrónomo. Porque Hipócrates respondió que ello se debía
a la similitud de sus humores; y el Astrónomo afirmó que se debía a la identidad de sus
horóscopos. Pues la respuesta del médico era mejor, ya que aducía la causa más poderosa
o inmediata.. Así, pues, debe decirse que la influencia de los astros es hasta cierto punto
conducente de la maldad de las brujas, si se admite que existe esa influencia sobre sus
cuerpos, que las predispone a ese modo de abominación, antes que a cualquier otro tipo de
obras, viciosas o virtuosas: pero no debe decirse que esta disposición sea necesaria,
inmediata y suficiente, sino remota y contingente.
Tampoco es válida la objeción que se basa en el libro de los Filósofos sobre las
propiedades de los elementos, donde dice que los reinos se despueblan y los países quedan
desiertos ante la conjunción de Júpiter y Saturno; y de esto se argumenta que tales cosas
deben entenderse como existentes fuera del libre albedrío de los hombres, y que por lo
tanto la influencia de los astros tiene poder sobre el libre albedrío. Pues se responde que al
decir tal cosa el Filósofo, no implica que los hombres no puedan resistir la influencia de
esa constelación respecto de las disensiones, sino que no lo harán. Porque Tolomeo, en
Almagesto, dice: «Un hombre sabio será dueño de los astros». Porque si bien, ya que
Saturno tiene una influencia melancólica y mala, y Júpiter una muy buena, la conjunción
de ambos puede disponer a los hombres a pendencias y discordias; pero por medio del
libre albedrío, los hombres pueden resistir esa inclinación, y con suma facilidad, con la
ayuda de la gracia de Dios.
Y una vez más, no es una objeción válida citar a San Juan Damasceno, donde dice
(Libro II, cap. VI) que los cometas son a menudo la señal de la muerte de los reyes. Pues
se responderá que aunque sigamos la opinión de San Juan Damasceno, que, como resulta
evidente en el libro a que se hace referencia, era contraria a la opinión del Camino
Filosófico, ello no es prueba de la inevitabilidad de las acciones humanas. Porque San
Juan considera que un cometa no es una creación natural, ni es uno de los astros ubicados
en el firmamento, con lo cual su significación y su influencia no son naturales. Porque
dice que los cometas no pertenecen a los astros creados desde el comienzo sino que se
hacen para determinadas ocasiones, y luego se disuelven por mandato Divino. Esta, pues,
es la opinión de San Juan Damasceno. Pero DIOS preanuncia con ese signo la, muerte de
reyes, antes que de otros hombres, tanto porque el rey es una persona pública, como
porque de ello puede surgir la confusión en un reino. Y los ángeles son más cuidadosos en
su vigilancia sobre los reyes en bien de todos; y los reyes nacen y mueren bajo el
ministerio de los ángeles.
Y no existen dificultades en las opiniones de los Filósofos, quienes dicen que un
cometa es un conglomerado caliente y seco, engendrado en la parte superior del espacio,
cerca del fuego, y que un globo acumulado de ese vapor caliente y seco adopta la
apariencia de un astro. Pero las partes no incorporadas de ese vapor se extienden en largas
extremidades unidas a ese globo, y son una especie de adjunto de él. Y según esta
concepción, no en si misma, sino por accidente, predice la muerte que proviene de las
enfermedades calientes y secas. Y como en su mayor parte los ricos se alimentan de cosas
de naturaleza caliente y seca, en esas ocasiones mueren muchos de ellos; entre los cuales,
la muerte de los reyes y príncipes es la, más notable. Y esta opinión no está muy lejos de
la de San Juan Damasceno, si se la considera con cuidado, salvo en lo que respecta al
funcionamiento y cooperación de los ángeles, que ni siquiera los filósofos pueden pasar
por alto. Pues en verdad, cuando los vapores, en su sequedad y calor, nada tienen que ver
con la creación de un cometa, aun entonces, por razones ya expuestas, un cometa puede
formarse por la acción de un ángel.
De este modo, el astro que presagió la, muerte del sabio Santo Tomás no fue uno de
los ubicados en el firmamento, sino que lo formó un ángel con algún material conveniente,
y después de ejecutar su función volvió a disolverse.
De esto vemos que, sea cual fuere la opinión que sigamos, los astros no tienen una
influencia intrínseca sobre el libre albedrío, o, por consiguiente, sobre la malicia y carácter
de los hombres.
También es de señalar que los Astrónomos presagian a menudo la, verdad, y que en su
mayor parte sus juicios son eficaces en una provincia o una nación. Y la razón es que
toman sus juicios de los astros, que según la opinión más probable tienen una influencia
mayor, aunque no inevitable, sobre las acciones del género humano en general, es decir,
sobre una nación o provincia, que sobre un individuo; y ello se debe a que la mayor parte
de una nación obedece la disposición natural del cuerpo, más de cerca que un solo
hombre. Pero esta se menciona de paso.
Y la segunda de las tres maneras por las cuales reivindicamos el punto de vista
católico es mediante la refutación de los errores de quienes trazan Horóscopos y de los
Matemáticos que adoran a la diosa de la fortuna. Acerca de ellos, San Isidoro en Etica,
VIII, 9) dice que quienes trazan Horóscopos son así llamados por su examen de los estros
en su nacimiento, y por lo general se los denomina Matemáticos; y en el mismo Libro,
Capítulo II, dice que la Fortuna toma su nombre de lo fortuito, y que es una especie de
diosa que se burla de los asuntos humanos en forma casual y fortuita. Por lo cual se la
llama ciega, ya que corre de aquí allá, y acude con indiferencia a los buenos y los malos.
Esto en lo que se refiere a Isidoro. Pero creer que existe semejante diosa, o que el daño
inferido a cuerpos y criaturas, que se atribuye a la brujería, no procede en verdad de ésta,
sino de la misma diosa Fortuna, es pura idolatría; y también afirmar que las propias brujas
nacieron con el fin de ejecutar esos actos en el mundo, es asimismo ajeno a la Fe, y en
verdad a las enseñanzas generales de los Filósofos. Quien lo desee, puede remitirse a
Santo Tomás, en el Libro III de su Summa la Fe contra los Gentiles, pregunta 87, etc., y
encontrará mucho en ese sentido.
Pero no hay que omitir un punto, en beneficio de quienes tal vez no poseen una gran
cantidad de libros. Se señala allí que es preciso considerar tres cosas en el hombre,
dirigida por tres causas celestiales, a saber, el acto de la voluntad, el del intelecto y el del
cuerpo. El primero está gobernado en forma directa y única por Dios, el segundo por un
ángel y el tercero por un cuerpo celeste. Pues la elección y la voluntad las gobierna Dios
en forma directa para las buenas obras, como dicen las escrituras en Proverbios, XII: el
corazón del rey está en manos del Señor; éste lo vuelve hacia donde quiere. Y dice «el
corazón del rey», y para significar que, así como los grandes no pueden oponerse a Su
voluntad, así tampoco los otros pueden hacerlo. Y también dice San Pablo: Dios hace que
deseemos y ejecutemos lo que es bueno.
La comprensión humana está gobernada por Dios, por lave mediación de un ángel. Y
las acciones corporales, ya sean exteriores o interiores, naturales al hombre, son reguladas
por Dios: «Él por mediación de los ángeles y los cuerpos celestes». Pues el Beato Dionisio
(De Diun, nom., IV) dice que los cuerpos celestes son las causas de lo que ocurre en este
mundo, aunque no sugiere una fatalidad.
Y como el hombre está gobernado en su cuerpo por los cuerpos celestes, y en su
intelecto por los ángeles, y en su voluntad por Dios, puede suceder que si rechaza la
inspiración de Dios hacia la bondad, y la guía de su ángel bueno, resulte orientado por sus
afectos corporales hacia las cosas a que lo inclina la influencia de los astros, de modo que
su voluntad y entendimiento queden enredados en la malicia y el error.
Pero no es posible que nadie sea influido por los astros de modo de caer en el tipo de
error en que quedan atrapadas las brujas, tales como derramamientos de sangre, hurtos o
robos, o inclusive la perpetración de las peores incontinencias, y ello rige para otros
fenómenos naturales.
Además, como dice Guillermo de París en su De Universo, la experiencia demuestra
que si una ramera trata de plantar un olivo éste no da frutos, en tanto que es fructífero si lo
planta una mujer casta.. Y un médico en sus curaciones, un agricultor en sus tareas o un
soldado en el combate pueden hacer más, con la ayuda de la, influencia de los astros, de lo
que pueden hacer otros que poseen la misma habilidad.
Nuestro tercer camino se toma de la refutación de la creencia en el Destino. Y aquí es
preciso señalar que una creencia en el destino es en un sentido muy católica, pero en otro
sentido herética desde todo punto de vista. Pues puede entenderse el Destino como lo
entienden ciertos Gentiles y Matemáticos, quienes creían que los distintos caracteres del
hombre tenían por causa inevitable la fuerza de la posición de los astros, de modo que un
mago estaba predestinado a ser tal, aunque fuese de buen carácter debido a la disposición
de los astros bajo la cual fue concebido o nació, que lo hizo lo que es. Y a esa fuerza le
daban el nombre de Destine.
Pero esa opinión no sólo es falsa, sino hereje y desde todo punto de vista detestable
debido a la privación que debe implicar, como se mostró más arriba, en la refutación del
primer error. Pues con ello se eliminaría toda razón de mérito o culpa, de gracia y gloria, y
Dios quedaría convertido en el autor de nuestro mal y muchas otras incongruencias. Por lo
tanto, es preciso rechazar de plano esa concepción del Destino ya que no existe tal cosa. Y
acerca de esta creencia, San Gregorio dice en su Homilía sobre la Epifanía: «Lejos de los
corazones de los fieles la afirmación de que existe un Destino».
Y si bien debido a la misma incongruencia que se percibe en ambas, esta opinión
puede parecer igual a la referente a los Astrólogos, son sin embargo distintas en la medida
en que chocan respecto de la fuerza de los astros y de la influencia de los siete Planetas.
Pero puede considerarse que el Destino es una especie de segunda disposición o un
ordenamiento de segundas causas para la producción de efectos Divinos previstos. Y en
verdad, de esta manera el Destino es algo. Pues la providencia de Dios logra Sus efectos a
través de causas mediadoras, en asuntos sometidos a segundas causas, aunque ello no es
así en el caso de otra asuntos, tales como la creación de almas, la glorificación y la
adquisición de la gracia.
También los ángeles pueden colaborar en la infusión de la Gracia, esclareciendo y
orientando la comprensión y capacidad de la voluntad, y de tal manera puede decirse que
cierto ordenamiento de los resultados es la misma cosa que la Providencia e inclusive el
Destino. Pues se considera del siguiente modo: que existe en Dios una cualidad que puede
denominarse Providencia, o puede decirse que Él ordenó las causas intermedias para, la
realización de algunos de Sus objetivos; y en esa medida el Destino es un hecho racional.
Y de tal forma habla Boecio sobre el Destino (De Consolatione, IV): el Destino es una
disposición intrínseca de las cosas móviles, por medio de la cual la Providencia obliga alas
cosas a lo que se les ha ordenado.
Ello no obstante los santos sabios se negaron a usar ese nombre en contraposición a
quienes retorcían su significado y le daban el de la fuerza de la posición de los astros. Por
lo tanto San Agustín (De Civitate Dei, V) dice: «Si alguien atribuye los asuntos humanos
al Destino, entendiendo por Destino la Voluntad y el Poder de Dios, que mantenga su
opinión pero corrija su lengua».
Resulta claro, pues, que lo que se ha dicho ofrece una respuesta suficiente a la
pregunta de si todas las cosas, incluidas las obras de brujería, están sometidas al Destino.
Pues si se dice que este es el ordenamiento de las causas segundas de resultados Divinas
previstos, es decir cuando Dios quiere realizar Sus propósitos por intermedio de segundas
causas, en esa medida están sometidos al Destino, o sea, a seguir las causas ordenadas por
Dios; y la influencia de los astros es una de esas segundas causas. Pero estas cosas que
provienen de Dios en forma directa, tales como la Creación de las cosas, la Glorificación
de las cosas sustanciales y espirituales, y otras de este tipo, no están sometidas a ese
Destino. Y Boecio, en el Libro que citamos respalda esta concepción cuando dice que las
cosas más cercanas a la Deidad primitiva se encuentran más allá de la influencia de los
decretos del Destino. Por lo tanto, las obras de las brujas por encontrarse fuera del curso y
orden comunes de la naturaleza no están sometidas a estas causas segundas. Es decir que
en lo que se refiere a su origen no se hallan sometidas por fuerza al Destino sino a otras
causas.
PREGUNTA—. Acerca de brujas que copulan con demonios. Por qué las mujeres son
las principales adictas a las supersticiones malignas.
También en lo que se refiere a las brujas que copulan con demonios existen grandes
dificultades para considerar los métodos por los cuales se consuman tales abominaciones.
Por parte del demonio: primero, de qué elemento está compuesto el cuerpo que adopta;
segundo, si el acto va siempre acompañado por la inyección de semen recibido de otro;
tercero, en cuanto al tiempo y lugar, si comete este acto con más frecuencia en ciertas
ocasiones que en otras; cuarto, si el acto es invisible para cualquiera qué pueda
encontrarse cerca. Y por parte de las mujeres es preciso averiguar si sólo quienes fueron
concebidas de esa manera repugnante son visitadas con frecuencia por los demonios; o
segundo, si quienes fueron ofrecidas a los demonios por comadronas en el momento de su
nacimiento; y tercero si el deleite venéreo real de los tales es de la clase más débil. Pero
aquí no podemos responder a todas estas preguntas, tanto porque sólo nos dedicamos a un
estudio general, como porque en la segunda parte de esta obra se las explica por sus
acciones. Por lo tanto, consideremos ante todo a las mujeres; y primero por qué este tipo
de perfidia se encuentra en un sexo tan frágil, más que en los hombres. Y nuestra
investigación será ante todo general, en cuanto al tipo de mujeres que se entregan a la
superstición y la brujería; y tercero de manera específica, con relación a las comadronas
que superan en malignidad a todas las otras.
Por qué la superstición se encuentra ante todo en las mujeres
En cuanto a la primera pregunta, por qué hay una gran cantidad de brujos en el frágil sexo
femenino, en mayor proporción que entre los hombres; se trata en verdad de un hecho que
resultaría ocioso contradecir, ya que lo confirma la experiencia, aparte del testimonio
verbal de testigos dignos de confianza. Y sin menoscabar en manera alguna un sexo en el
cual Dios siempre ha hallado gran gloria por el hecho de que Su poderío pudiera
difundirse, digamos que distintos hombres atribuyeron diversas razones a este hecho,
aunque coinciden en principio. Por lo tanto es conveniente, para admonición de las
mujeres, hablar de esto, y la experiencia demostró muchas veces que se muestran ansiosas
por oírlo, siempre que se exponga con discreción.
Pues algunos hombres sabios proponen esta razón: que hay tres cosas en la naturaleza:
la Lengua, un Eclesiástico y una Mujer, que no saben de moderación en la bondad o el
vicio, y cuando superan los límites de su condición llegan a las más grandes alturas y a las
simas más profundas de bondad y vicio. Cuando están gobernadas por un espíritu bueno,
se exceden en virtudes; pero si éste es malo se dedican a los peores vicios.
Esto resulta claro en el caso de la lengua, ya que por su ministerio la mayoría de los
reinos han sido atraídos hacia la fe de Cristo; y el Espíritu Santo se apareció sobre los
Apóstoles de Cristo en medio de lenguas de fuego. Otros sabios predicadores también
tuvieron, por decirlo así, lenguas de perros que lamían las heridas y llagas de Lázaro
agonizante. Como se dice: «con las lenguas de perros salváis vuestra alma del enemigo».
Por esta, razón, Santo Domingo, jefe y padre de la Orden de los Predicadores, es
representado en la figura de un perro que ladra, con una antorcha encendida en la boca,
para que, con sus ladridos, aparte los lobos herejes del rebaño de ovejas de Cristo.
También es de experiencia común que la lengua de un hombre prudente puede
dominar las tendencias de una multitud; en tanto que, con justicia, Salomón canta en su
alabanza, en Proverbios, X: «En los labios del prudente se halla sabiduría». Y luego:
«Plata escogida es la lengua del justo; mas el entendimiento de los impíos es como nada».
Y más adelante: «Los labios del justo apacientan a muchos; mas los necios por falta de
entendimiento mueren». Por tal motivo agrega en el capítulo XVI: «Del hombre son las
disposiciones del corazón; mas de Jehová la respuesta de la lengua». Pero acerca de una
lengua maligna se encontrará en el Ecclesiasticus, XXVIII: «Una lengua que replica
inquieta a muchos, y los ahuyenta de nación en nación; suertes ciudades derribó, y
derrumbó las casas de grandes hombres». Y por lengua que replica se refiere a un tercero
que con irreflexión o rencor interviene entre dos partes en pugna.
En segundo término, acerca de los Eclesiásticos, es decir, clérigos y religiosos de
cualquiera de los dos sexos, San Juan Crisóstomo habla en el texto: «Expulsó del templo a
quienes vendían y compraban». Pues el sacerdocio engendra todo lo bueno y todo lo malo.
En su epístola, a los nepotenses, San Jerónimo dice: «Eludid como si fuese la peste a un
sacerdote comerciante que se elevó de la pobreza a la riqueza, de una posición inferior a
una superior». Y el Beato Bernardo en su Homilía 23 Sobre los salmos, dice de los
clérigos: «Si uno surgiera como hereje franco, que sea expulsado y silenciado; sí es un
enemigo violento, que todos los hombres buenos huyan de él. ¿Pero cómo sabremos a
quiénes expulsar y de quiénes huir? Pues nos confunden, son amistosos y hostiles,
pacíficos y pendencieros, amables y egoístas».
Y en otro lugar: «Nuestros obispos se han convertido en lanceros, y nuestros pastores
en esquiladores. Y por obispos se entiende aquí a los orgullosos abates que imponen
pesados trabajos a sus inferiores, que ellos mismos no tocarían con el dedo meñique». Y
San Gregorio dice acerca de los pastores: «Nadie hace más daño en la iglesia que quien,
dueño del nombre u orden de santidad, vive en pecado; porque nadie se atreve a acusarlo
de pecado, y por lo tanto éste se difunde grandemente, ya que se honra al pecador por la
santidad de su orden». El Beato Agustín también habla de los monjes a Vicente el
Donatista: «Confieso libremente tu caridad ante el Señor nuestro Dios, que es testigo de
mi alma desde el momento en que comencé a servir a Dios, la gran dificultad que
experimenté en el hecho de que resulta imposible encontrar hombres peores o mejores que
los que honran o deshonran a los monasterios».
Y de la maldad de las mujeres se habla en Ecclesiasticus, XXV: «No hay cabeza
superior a la de una serpiente, y no hay ira superior a la de una mujer. Prefiero vivir con un
león y un dragón que con una mujer malévola». Y entre muchas otras cosas que en ese
lugar preceden y siguen al tema de la mujer maligna, concluye: todas las malignidades son
poca, cosa en comparación con la de una mujer. Por lo cual San Juan Crisóstomo dice en
el texto: «No conviene casarse». (San Mateo, XIX): ¡Qué otra cosa es una mujer, sino un
enemigo de la amistad, un castigo inevitable, un mal necesario, una tentación natural, una
calamidad deseable, un peligro doméstico, un deleitable detrimento, un mal de la,
naturaleza pintado con alegres colores! Por lo tanto, si es un pecado divorciarse de ella
cuando debería mantenérsela, es en verdad una tortura necesaria. Pues o bien cometemos
adulterio al divorciarnos, o debemos soportar una lucha cotidiana. En su segundo libro de
Retórica, Cicerón dice: «Los muchos apetitos de los hombres los llevan a un pecado, pero
el único apetito de las mujeres las conduce a todos los pecados, pues la raíz de todos los
vicios femeninos es la avaricia». Y Séneca dice en sus Tragedias: «Una mujer ama u odia;
no hay tercera alternativa. Y las lágrimas de una mujer son un engaño pues pueden brotar
de una pena verdadera, o ser una trampa. Cuando una mujer piensa a solas, piensa el mal».
Pero para las buenas mujeres hay tanta alabanza que leemos que han dado beatitud a
los hombres, y salvado naciones, países y ciudades; como resulta claro en el caso de
Judith, Deborah y Esther. Véase también I Corintios, va: «Y la mujer que tiene marido
infiel, y ella consiente en habitar con él, no la despida. Porque el marido infiel es
santificado en la mujer». Y Ecclesiasticus, XXVI: «Bendito el hombre que tiene una mujer
virtuosa, pues el número de sus días se duplicará». Y a lo largo de ese capítulo se dicen
muchos elogios sobre la excelencia de las mujeres buenas, lo mismo que en el último
capítulo de los Proverbios acerca de una mujer virtuosa.

Y todo esto también queda aclarado en el Nuevo Testamento, respecto de las mujeres y
vírgenes y otras mujeres santas que por la fe apartaron a naciones y reinos de la adoración
de ídolos, para llevarlos a la religión cristiana. Quien lea a Vincent de Beauvais (en Spec.
Histor., XXIII, 9) encontrará cosas maravillosas en la conversión de Hungría por la muy
cristiana Gilia, y de los francos por Clotilda, la esposa de Clodoveo. Por lo tanto, en
muchas vituperaciones que leemos contra las mujeres, la palabra mujer se usa para
significar el apetito de la carne. Y se dice: «He encontrado que la mujer es más amarga
que la muerte, y una buena mujer está sometida al apetito carnal».
Otros han propuesto otras razones de que existan más mujeres supersticiosas que
hombres. Y la primera es que son más crédulas; y como el principal objetivo del demonio
es corromper la fe, prefiere atacarlas a ellas. Véase Ecclesiasticus, XIX: «Quien es rápido
en su credulidad, es de mente débil, y será disminuido». La segunda razón es que, por
naturaleza, las mujeres son más impresionables y más prontas a recibir la influencia de un
espíritu desencarnado; y que cuando usan bien esta cualidad, son muy buenas; pero
cuando la usan mal, son muy malas.
La tercera razón es que tienen una lengua móvil, y son incapaces de ocultar a sus
congéneres las cosas que conocen por malas artes y como son débiles, encuentran una
manera fácil y secreta de reivindicarse por medio de la brujería. Véase Ecciesiasticus, tal
como se cita más arriba: «Prefiero vivir con un león y un dragón, que habitar con una
mujer malvada». Todas las maldades son poca cosa en comparación con la de una mujer.
Y a esto puede agregarse que, como son muy impresionables, actúan en consonancia.
También hay otros que postulan otras razones, de las cuales los predicadores deberían
tener sumo cuidado en cuanto a la manera en que las usan. Pues es cierto que en el
Antiguo Testamento las Escrituras dicen muchas cosas malas sobre las mujeres, y ello
debido a la primera tentadora, Eva, y sus imitadoras; pero después, en el Nuevo
Testamento, encontramos un cambio de nombre, como Evato Ave (como dice San
Jerónimo), y todo el pecado de Eva eliminado por la Bendición de María. Por lo tanto los
predicadores siempre deberían alabarlas tanto como sea posible.
Pero como en estos tiempos esta perfidia se encuentra con más frecuencia entre las
mujeres que entre los hombres, como lo sabemos por experiencia, si alguien siente
curiosidad en cuanto a la razón, podemos agregar, a lo ya dicho, lo siguiente: que como
son más débiles de mente y de cuerpo, no es de extrañar que caigan en mayor medida bajo
el hechizo de la brujería.
Porque en lo que respecta al intelecto, o a la comprensión de las cosas espirituales,
parecen ser de distinta naturaleza que los hombres, hecho respaldado por la lógica de las
autoridades, y apoyado por diversos ejemplos de las Escrituras. Terencio dice: «En lo
intelectual, las mujeres son como niños». Y Lactancio (Institutiones, III): «Mujer alguna
entendió la filosofía, salve Temestes». Y Proverbios, XI como si describiese a una mujer,
dice: «Zarcillo de oro en la nariz del puerco es la mujer hermosa y apartada de razón».
Pero la razón natural es que es más carnal que el hombre, como resulta claro de sus
muchas abominaciones carnales. Y debe señalarse que hubo un defecto en la formación de
la primera mujer, ya que fue formada de una costilla curva, es decir, la costilla del pecho,
que se encuentra encorvada, por decirlo así, en dirección contraria a la de un hombre. Y
como debido a este defecto es un animal imperfecto, siempre engaña. Porque dice Catón:
«Cuando una mujer llora, teje redes». Y luego: «Cuando una mujer llora, se esfuerza por
engañar a un hombre». Y esto lo muestra la esposa de Sansón, quien lo instó a que le
dijese el enigma que había propuesto a los filisteos, y les dio la respuesta, y así lo engañó.
Y resulta claro, en el caso de la primera mujer, que tenía poca fe; pues cuando la serpiente
preguntó por qué no comían de todos los árboles del Paraíso, ella respondió: de todos los
árboles, etcétera…, no sea que por casualidad muramos. Con lo cual mostró que dudaba, y
que tenía poca fe en la palabra de Dios. Y todo ello queda indicado por la etimología de la
palabra; pues Femina proviene de Fe y Minus, ya que es muy débil para mantener y
conservar la fe. Y todo esto, en lo que se refiere a la fe, pertenece a su naturaleza, aunque
por gracia y naturaleza la fe jamás faltó en la Santa Virgen, aun en el momento de la
pasión de Cristo, cuando le faltó a todos los hombres.
Por lo tanto, una mujer malvada es por naturaleza más rápida para vacilar en su fe, y
por consiguiente, más rápida para abjurar de la fe, lo cual constituye la raíz de la brujería.
Y en cuanto a su otra cualidad mental, es decir, su voluntad natural; cuando odia a
alguien a quien antes amó, hierve de ira e impaciencia en toda su alma, tal como las
mareas del océano siempre se hinchan y hierven. Muchas autoridades se refieren a esta
causa. Ecclesiasticus, XXV: «No hay ira superior a la de una mujer». Y Séneca (Tragedias,
va): «Ninguna fuerza de las llamas o de los vientos henchidos, ninguna arma mortífera,
deben temerse tanto como la lujuria y el odio de una mujer que ha sido divorciada del
lecho matrimonial».
Esto también se muestra en la mujer que acusó falsamente a José, y lo hizo encarcelar
porque no quiso aceptar el delito de adulterio con ella (Génesis, XXX). Y en verdad, la
causa más poderosa que contribuye al aumento del número de las brujas es la lastimosa
rivalidad entre la gente casada y las mujeres y los hombres solteros. Y si esto es así
inclusive entre las santas, ¿cómo será, entonces, entre las demás? Pues en Génesis, XXI se
ve cuán impaciente y envidiosa fue Sarah respecto de Hagar cuando concibió; cuántos
celos tuvo Raquel de Leah, porque no tenía hijos (Génesis, XXX); y Hannah, quien era
estéril, de la fructífera Peninnah (I Reyes, z); y de cómo María (Números, XII) murmuró y
habló mal de Moisés, y por lo tanto fue atacada de lepra; y de cómo Martha tenía celos de
María Magdalena, porque estaba ocupada y María se hallaba sentada (San Lucas, X). A
esto se refiere Ecclesiasticus, XXXVII: «No consultes con una mujer acerca de aquella de
quien está celosa». Quiere decir que es inútil consultar con ella, ya que siempre hay celos,
o sea, envidia en una mujer malvada. Y si las mujeres se comportan de ese modo entre sí,
cuánto más lo harán con los hombres.
Valerio Máximo cuenta que cuando Foroneo, el rey de los griegos, se encontraba
moribundo, le dijo a su hermano Leoncio que nada le habría faltado en materia de
felicidad total si siempre le hubiese faltado una esposa. Y cuando Leoncio le preguntó
cómo una esposa podía interponerse en el camino de la dicha, le respondió que todos los
hombres casados lo sabían muy bien. Y cuando al filósofo Sócrates se le preguntó si había
que casar con una esposa, respondió: «Si no lo haces estarás solo, tu familia morirá y te
heredará un ajeno; si lo haces sufres eterna ansiedad, quejumbrosos plañidos, reproches
respecto de la porción correspondiente al matrimonio, el fuerte desagrado de tus parientes,
la charlatanería de una suegra, el encornudamiento, y una llegada nada segura de un
heredero». Esto lo dijo como quien sabía lo que decía. Pues San Jerónimo, en sus Contra
Joviniano, dice: «Este Sócrates tenía dos esposas a quienes soportó con mucha paciencia,
pero no pudo librarse de sus contumelias y sus clamorosas vituperaciones. De modo que
un día, cuando se quejaban de él, salió de la casa para huir de su acoso, y se sentó delante
de ella; y entonces las mujeres le arrojaron aguas servidas. Pero el filósofo no se molestó
con ello, y dijo: “Ya sabía que después del trueno vendría la lluvia”».
Y también existe la historia de un hombre cuya esposa se ahogó en un río, quien,
cuando buscaba el cadáver para sacarlo del agua, caminó corriente arriba. Y cuando se le
preguntó por qué, ya que los cuerpos pesados no se elevan, sino que descienden, y él
buscaba contra la corriente del río, respondió: «Cuando esta mujer vivía, siempre, tanto en
palabras como en los hechos, contradijo mis órdenes; por lo tanto busco en la dirección
contraria, por si ahora, inclusive muerta, conserva su disposición contradictoria».
Y en verdad, así como por su primer defecto de inteligencia son más propensas a
abjurar de la fe, así, por su segundo defecto de afectos y pasiones exagerados, buscan,
cavilan e infligen diversas venganzas, ya sea por brujería o por otros medios. Por lo cual
no es asombroso que existan tantas brujas en este sexo.
Las mujeres también tienen memoria débil, y en ellas es un vicio natural no ser
disciplinadas, sino seguir sus propios impulsos, sin sentido alguno de lo que corresponde
hacer; esto es todo lo que saben, y lo único que conservan en la memoria. De manera que
Teofrasto dice: «Si se le entrega toda la administración de la casa, pero se reserva algún
minúsculo detalle para el propio juicio, ella pensará que uno exhibe una gran falta de fe en
ella, y armará rencillas; y si uno no pide pronto consejo, ella le preparará veneno y
consultará a videntes y augures, y se convertirá en una bruja».
Pero en cuanto a la dominación por las mujeres, escúchese lo que dice Cicerón en las
Paradojas: «¿Puede llamarse libre a un hombre cuya esposa lo gobierna, le impone leyes,
le da órdenes y le prohíbe hacer lo que desea, de modo que no puede ni se atreve a negarle
nada de lo que le pide? Yo no sólo lo llamaría esclavo, sino, además, el más bajo de los
esclavos, aunque provenga de la familia más noble». Y Séneca, en el personaje de la
furiosa Medea, dice: «¿Por qué dejas de seguir tu impulso feliz; cuán grande es la parte de
la venganza con que te regocijas?». Donde presenta muchas pruebas de que una mujer no
puede ser gobernada, sino que sigue su propio impulso, aun hasta su destrucción. De la
misma forma, leemos acerca de muchas mujeres que se mataron por amor o pena, porque
no podían vengarse.
Al escribir sobre Daniel, San Jerónimo relata una historia de Laodicea, esposa de
Antíoco, rey de Siria; de cómo, celosa de que amara a su otra esposa, Berenice, más que a
ella, hizo primero que Berenice y su hija con Antíoco fuesen asesinadas, y luego se
envenenó a su vez. ¿Y por qué? Porque no quería ser gobernada, sino que deseaba seguir
sus propios impulsos. Por lo tanto, San Juan Crisóstomo dice, no sin razón: «Oh maldad,
peor que todos los males, una mujer maligna, sea pobre o rica». Pues si es la esposa de un
rico, no deja de excitar, día y noche, a su esposo, con palabras ardientes, ni de usar
argumentos malignos e importunaciones violentas. Y si tiene un esposo pobre no deja de
acicatearlo también a la cólera y la riña. Y si es viuda, se dedica a menospreciar en todas
partes a todos, y se muestra inflamada para todas las audacias, por su espíritu de orgullo.
Si investigamos, vemos que casi todos los reinos del mundo han sido derribados por
mujeres. Troya, que era un reino próspero, fue destruido por la violación de una mujer,
Helena, y muertos muchos miles de griegos. El reino de los judíos sufrió grandes
desdichas y destrucción a causa de la maldita Jezabel, y su hija Ataliah, reina de Judea,
quien hizo que los hijos de su hijo fuesen muertos, para que a la muerte de ellos pudiese
llegar a reinar; pero cada una de ellas fue muerta. El reino de los romanos soportó muchos
males debido a Cleopatra, reina de Egipto, la peor de las mujeres. Y así con otras. Por lo
tanto, no es extraño que el mundo sufra ahora por la malicia de las mujeres.
Y examinemos en seguida los deseos carnales del cuerpo mismo, de los cuales han
surgido innumerables daños para la vida humana.
Con justicia podemos decir, con Catón de Utica: «Si el mundo pudiera liberarse de las
mujeres, no careceríamos de Dios en nuestras relaciones». Pues en verdad, sin la
malignidad de las mujeres, para no hablar de la brujería, el mundo seguiría existiendo a
prueba de innumerables peligros. Óigase lo que dijo Valerio a Rufino: «No sabes que la
mujer es la Quimera, pero es bueno que lo sepas, pues ese monstruo tenía tres formas; su
rostro era el de un radiante y noble león; tenía el asqueroso vientre de una cabra, y estaba
armado de la cola virulenta de una víbora». Quiere decir que una mujer es hermosa de
apariencia, contamina al tacto y es mortífero vivir con ella.
Consideremos otra de sus propiedades, su voz. Pues como es embustera por
naturaleza, así también en su habla hiere mientras nos deleita. Por lo cual su voz es como
el canto de las sirenas, que con sus dulces melodías atraen a los viajeros y los matan. Pues
los matan vaciándoles el bolso, consumiéndoles las fuerzas, y haciéndolos abandonar a
Dios. Y Valerio dice también a Rufino: «Cuando habla, es un deleite que aroma el pecado;
la flor del amor es una rosa, pues debajo de su capullo se ocultan muchas espinas». Véase
Proverbios, V, 3-4: «Porque los labios de la extraña destilan miel y su paladar es más
blando que el aceite; mas su fin es amargo como el ajenjo».
Consideremos también su porte, postura y vestimenta, que son vanidad de vanidades.
No hay hombre en el mundo que se esfuerce tanto por complacer al buen Dios, como una
mujer común estudia sus vanidades para complacer a los hombres. Un ejemplo de ello se
encuentra en la vida de Pelagia, una mujer mundana que solía pasearse por Antioquía
ataviada y adornada en la forma más extravagante. Un santo padre, llamado Nonno, la vio
y rompió a llorar, y dijo a sus compañeros que nunca en su vida había usado tanta
diligencia para complacer a Dios, y agregó mucho más, que se conserva en sus oraciones.
Esto es lo que se lamenta en Eclesiastés, VII y que la iglesia inclusive lamenta ahora
debido a la gran cantidad de brujas. «Y yo he hallado más amarga que la muerte la mujer,
la cual es redes, y lazos su corazón; sus manos como ligaduras. El que agrada a Dios
escapará de ella; mas el pecador será preso en ella». Más amarga que la muerte, es decir,
que el demonio: Apocalipsis, VI, 8, «Tenía por nombre Muerte». Pues aunque el demonio
sentó a Eva al pecado, Eva sedujo a Adán. Y como el pecado de Eva no habría llevado
muerte a nuestra alma y cuerpo, a menos de que el pecado pasara después a Adán, el cual
fue tentado por Eva, y no por el demonio, entonces ella es más amarga que la muerte.
Y más amarga que la muerte, además, porque eso es natural y destruye sólo el cuerpo;
pero el pecado que nació de la mujer destruye el alma al despojarla de la gracia, y entrega
el cuerpo al castigo por el pecado.
Y más amarga que la muerte porque la muerte del cuerpo es un enemigo franco y
terrible, pero la mujer es un enemigo quejumbroso y secreto. Y el hecho de que sea más
peligrosa que una trampa no habla de las trampas de los cazadores, sino de los demonios.
Pues los hombres son atrapados, no sólo por sus deseos carnales, cuando ven y oyen a las
mujeres; porque San Bernardo dice: «Su rostro es un viento quemante, y su voz el silbido
de las serpientes»; pero también provocan encantamientos en incontables hombres y
animales. Y cuando se dice que el corazón de ellas es una red, se habla de la inescrutable
malicia que reina en su corazón. Y sus manos son como lazos para amarrar, pues cuando
posan sus manos sobre una criatura para hechizarla, entonces, con la ayuda del demonio,
ejecutan su designio.
Para terminar. Toda la brujería proviene del apetito carnal que en las mujeres es
insaciable. Véase Proverbios, XXX: «Tres cosas hay que nunca se hartan; aun la cuarta
nunca dice basta»: la matriz estéril. Por lo cual, para satisfacer sus apetitos, se unen
inclusive a los demonios. Muchas más razones deberían presentarse, pero para el
entendimiento está claro que no es de extrañar que existan más mujeres que hombres
infectadas por la herejía de la brujería. Y a consecuencia de ello, es mejor llamarla la
herejía de las brujas que de los brujos, ya que el nombre deriva del grupo más poderoso. Y
bendito sea el Altísimo, quien hasta hoy protegió al sexo masculino de tan gran delito;
pues Él se mostró dispuesto a nacer y sufrir por nosotros, y por lo tanto concedió ese
privilegio a los hombres.
Qué tipo de mujeres son supersticiosas y brujas antes que ninguna otra
En cuanto a nuestra segunda investigación, qué clase de mujeres son más supersticiosas
que otras e infectadas de brujería, debe decirse, como se mostró en el estudio precedente,
que tres vicios generales parecen tener un especial dominio sobre las malas mujeres, a
saber, la infidelidad, la ambición y la lujuria. Por lo tanto, se inclinan más que otras a la
brujería, las que más que otras, se entregan a estos vicios. Por lo demás, ya que de los tres
vicios el último es el que más predomina, siendo las mujeres insaciables, etc., se sigue que
entre las mujeres ambiciosas resultan más profundamente infectadas quienes tienen un
temperamento más ardoroso para satisfacer sus repugnantes apetitos; y esas son las
adúlteras, las fornicadoras y las concubinas del Grande.
Ahora bien, como se dice en la Bula papal, existen siete métodos por medio de los
cuales infectan de brujería el acto venéreo y la concepción del útero. Primero, llevando las
mentes de los hombres a una pasión desenfrenada; segundo, obstruyendo su fuerza de
gestación; tercero, eliminando los miembros destinados a ese acto; cuarto, convirtiendo a
los hombres en animales por medio de sus artes mágicas; quinto, destruyendo la fuerza de
gestación de las mujeres; sexto, provocando el aborto; séptimo, ofreciendo los niños a los
demonios, aparte de otros animales y frutos de la tierra con los cuales operan muchos
daños. Y todo esto se considerará más adelante; pero por el momento dediquemos nuestra
reflexión a los daños inferidos a los hombres.
Y ante todo acerca de quienes son hechizados por un amor u odio desmesurados,
asunto de una clase que resulta difícil de analizar ante la indulgencia general. Sin embargo
debe admitirse que es un hecho. Porque Santo Tomás (IV, 34), al tratar de las
obstrucciones provocadas por las brujas, muestra que Dios otorga al demonio mayor poder
contra los actos venéreos de los hombres que contra sus otras acciones; y da el siguiente
motivo: que es posible que así sea, ya que tienen, más tendencia a ser brujas las mujeres
más dispuestas a tales actos.
Porque dice, que, desde que la primera corrupción del pecado por la cual el hombre se
convirtió en esclavo del demonio llegó a nosotros por el acto de engendrar, por lo tanto
Dios concede al demonio mayor poder en este acto que en todos los demás. Además, el
poder de las brujas resulta más evidente en las serpientes, como se dice, que en otros
animales, porque por medio de una serpiente tentó el diablo a la mujer. Y también por esta
razón, como se muestra después, aunque el matrimonio es una obra de Dios, instituida por
Él, a veces es destrozado por la obra del demonio; y no, en verdad, por la fuerza, ya que
entonces se lo podría considerar más fuerte que Dios, sino, con el permiso de éste,
mediante la provocación de algún impedimento temporario o permanente en el acto
conyugal.
Y respecto de esto podemos decir lo que se conoce por experiencia; que estas mujeres
satisfacen sus sucios apetitos, no sólo en sí mismas, sino inclusive en los poderosos de la
época, de cualquier clase y condición, que por todo tipo de brujerías provocan la muerte
de su alma debido a la excesiva ansia del amor carnal, de tal manera, que ninguna
vergüenza o persuasión puede disuadirlas de tales actos. Y por medio de esos hombres, ya
que las brujas no permiten que les ocurra daño alguno, ya sea por sí mismos o por otros,
una vez que los tienen en su poder surge el gran peligro de la época, es decir, el exterminio
de la Fe. Y de este modo aumentan las brujas todos los días.
Y ojalá esto no fuese cierto como lo dice la experiencia. Pero la verdad es que la
brujería despierta tal odio entre quienes han sido unidos en el Sacramento del Matrimonio
y tal congelamiento de la fuerza de gestación, que los hombres son incapaces de ejecutar
la acción necesaria para engendrar hijos. Pero como el amor y el odio existen en el alma,
en la cual ni siquiera el demonio puede entrar, es preciso investigar estas cosas, no sea que
parezcan increíbles para, alguien; y en el enfrentamiento de argumento y argumento, el
asunto quedará en claro.
Examinemos cómo, por medio del movimiento local, puede el demonio excitar la
fantasía y las percepciones sensoriales internas de un hombre, por medio de apariciones y
acciones impulsivas. Es de señalar que Aristóteles (De Somno et Vigilia) lo atribuye al
hecho de que, cuando un animal duerme, la sangre fluye a la sede más íntima de los
sentidos, de los cuales descienden movimientos o impresiones que perduran de
impresiones pasadas, conservadas en la mente o percepción interna; y éstas son la Fantasía
o Imaginación, que son la misma cosa según Santo Tomás.
Porque la fantasía o imaginación es, por decirlo así, el tesoro de ideas recibidas a
través de los sentidos. Y así ocurre que los demonios agitan de tal modo las percepciones
internas, o sea, el poder de conservar imágenes, que parecen ser una nueva impresión
decidida en ese momento desde cosas exteriores.
Es cierto que no todos concuerdan al respecto; pero si alguien desea ocuparse de este
asunto, debe considerar la cantidad y la función de las percepciones internas. Según
Avicenna, en su libro Sobre la mente, son cinco, a saber: el Buen Sentido; la Fantasía, la
Imaginación, el Pensamiento y la Memoria. Pero Santo Tomás, en la Primera Parte de la
Pregunta 79, dice que sólo son cuatro, ya que la Fantasía y la Imaginación son la misma
cosa. Por temor a la prolijidad, omito muchos otras cosas que se han dicho al respecto.
Sólo esto debe decirse: que la fantasía es el tesoro de las ideas, pero la memoria parece ser
algo distinto. Pues la fantasía es el tesoro o depósito de ideas recibidas a través de los
sentidos; pero la memoria es el tesoro de los instintos, que no se reciben por los sentidos.
Porque cuando un hombre ve un lobo huye, no por su feo color o aspecto, que son ideas
recibidas a través de los sentidos exteriores y conservadas en sus fantasías; sino que huye
porque el lobo es su enemigo natural. Y ello lo sabe por algún instinto o temor, aparte del
pensamiento, que reconoce al lobo como hostil, pero al perro como amistoso. Pero el
depósito de estos instintos es la memoria. Y la recepción y la retención son dos cosas
distintas en la naturaleza animal; pues quienes son de naturaleza húmeda reciben con
facilidad pero retienen mal; y lo contrario ocurre con quienes son de humor seco.
Para volver al tema. Las apariciones que surgen en el sueño de los durmientes
proceden de las ideas conservadas en el depósito de su mente, por medio de un
movimiento local natural causado por el flujo de la sangre hacia la primera y más íntima
sede de sus facultades de percepción; y hablamos de un movimiento local intrínseco en la
cabeza y en las células del cerebro.
Y esto también puede ocurrir debido a un movimiento local similar creado por
demonios. Estas cosas ocurren también, no sólo a quienes duermen, sino inclusive a
quienes están despiertos. Pues en esto los demonios también pueden erguirse y excitar las
percepciones y humores internos, de modo que las ideas conservadas en los depósitos de
su mente sean extraídas y evidenciadas ante las facultades de la fantasía y la imaginación,
para que tales hombres imaginen que esas cosas son ciertas. Y esto se llama tentación
interior.
Y no es extraño que el demonio pueda hacerlo por su propio poder natural, ya que
cualquier hombre por sí mismo, despierto y gozando del uso de su razón, puede extraer en
forma voluntaria, de sus depósitos, las imágenes que conservó en ellos; de tal forma que
convoque las imágenes de las cosas que le plazcan. Y admitido esto, es fácil entender el
asunto del excesivo ardor en el amor.
Ahora bien, hay dos maneras en que, como se dijo, los demonios pueden provocar este
tipo de imágenes. A veces actúan sin encadenar la razón humana, como se dijo en lo
referente a la tentación y en el ejemplo de la imaginación voluntaria. Pero en ocasiones el
uso de la razón está encadenado por entero; y esto puede ejemplificarse con ciertas
personas defectuosas por naturaleza, y con los locos y los borrachos. Por consiguiente, no
es extraño que, con el permiso de Dios, los demonios puedan encadenar la razón; y a esos
hombres se los llama delirantes, porque sus sentidos han sido arrebatados por el demonio.
Y lo hacen de dos maneras, con o sin la ayuda de las brujas. Pues Aristóteles, en la obra
que citamos, dice que quien vive en pasión es movido sólo por una cosa pequeña, como el
enamorado por la apariencia más remota de su amor, y lo mismo en el caso de quien siente
odio. Por lo tanto los demonios, que aprendieron de los actos de los hombres a cuyas
pasiones están principalmente sometidos, a incitarlos a ese tipo de amor u odio
desmesurados, imponen su objetivo sobre la imaginación de los hombres, con tanta más
fuerza y eficacia cuanta mayor es la facilidad con que pueden hacerlo. Y ello les resulta
tanto más fácil, cuanto le es más sencillo a un enamorado convocar la imagen de su amor
en la memoria, y conservarla placenteramente en sus pensamientos.
Pero actúan por brujería cuando hacen estas cosas por y a instancias de las brujas, en
razón de un pacto convenido con ellas. Pero no es posible tratar de estos asuntos en
detalle, debido a la gran cantidad de hechos, tanto entre los clérigos como entre los laicos.
¡Pues cuántos adúlteros abandonaron a las más bellas esposas en pos de su lujuria, por las
más viles mujeres!
Sabemos de una anciana que, según la versión común de los hermanos de ese
monasterio, inclusive hasta la actualidad, no sólo embrujó de ese modo a tres abates, uno
tras otro, sino que inclusive los mató, y de la misma forma enloqueció al cuarto. Pues ella
misma lo confesó en público, y no teme decir: «Lo hice y lo hago, y no pueden dejar de
amarme porque han comido tanto de mi estiércol…», y mide cierta longitud sobre su
brazo. Lo que es más, confieso que desde entonces no hemos tenido motivos para
enjuiciarla o llevarla ante los tribunales, y sobrevive aún en la actualidad.
Se recordará que se dijo que el demonio atrae en forma invisible al hombre al pecado,
no sólo por medio de la persuasión, como se dijo, sino también por medio de la
disposición. Aunque esto no es muy pertinente, digamos que por una admonición similar
de la disposición y humores de los hombres, hace que algunos tiendan más a la cólera, la
concupiscencia u otras pasiones. Pues es manifiesto que un hombre que tiene un cuerpo de
esa disposición es más proclive a la concupiscencia y la ira y tales pasiones; y cuando se
despiertan, posee más tendencia a someterse a ellas. Pero como resulta difícil citar
precedentes, es preciso encontrar un medio más fácil de declararlo, para admonición de la
gente. Y en la Segunda Parte de este libro tratamos de los remedios por los cuales pueden
quedar en libertad los hombres así hechizados.
El método de predicar a las personas acerca del amor enardecido
Respecto de lo que se dijo antes, un predicador formula esta pregunta: ¿es una concepción
católica afirmar que las brujas pueden infectar la mente de los hombres con un amor
enardecido por mujeres desconocidas, e inflamar de tal modo su corazón que ninguna
vergüenza o castigo, palabra o acción alguna, los obligue a desistir de tal amor; y que, del
mismo modo, puedan engendrar tal odio entre las parejas casadas, que les resulte
imposible ejecutar en forma alguna las funciones procreadoras del matrimonio, de modo
que, en verdad, en el intemporal silencio de la noche, recorran grandes distancias en busca
de amantes masculinos y femeninos irregulares?
En ese sentido, si lo desea, puede encontrar algunos argumentos en la pregunta
precedente. Por lo demás, sólo hay que decir que existen dificultades en esos
interrogantes, respecto del amor y el odio… Pues estas pasiones invaden la voluntad, que
en su propio acto siempre es libre, y que no puede ser forzada por criatura alguna, aparte
de Dios, quien la gobierna. De lo cual resulta claro que ni el demonio ni una bruja que
actúen según ese poder pueden obligar a la voluntad de un hombre a amar u odiar. Una
vez más, ya que la voluntad, como el entendimiento, existe de manera subjetiva en el
alma, y sólo puede entrar en el alma Quien la creó, este interrogante, entonces, presenta
muchas dificultades en lo que se refiere a desentrañar su verdad.
Sin embargo, debemos hablar antes del enardecimiento y el odio, y en segundo lugar
del embrujamiento de la capacidad de engendrar. Y en cuanto a lo primero, aunque el
demonio no puede actuar en forma directa sobre el entendimiento y voluntad del hombre,
sin embargo, según todos los sabios Teólogos del segundo Libro de sentencias, sobre el
tema del poder del demonio, éste puede actuar sobre el cuerpo, o sobre las facultades que
le pertenecen o le son concomitantes, ya sea por medio de las percepciones internas o de
las exteriores. Esto queda autorizada y razonablemente demostrado en la pregunta
precedente, si se desea estudiarla; en caso contrario, existe la autoridad de Job: … y dijo
Jehová a Satán: «He aquí, él está en tu mano». Es decir, que Job se encuentra en su poder.
Pero esto sólo se refería al cuerpo, pues Él dijo: «Mas guarda su vida», es decir, mantenla
intacta. Y ese poder que Él le concedió sobre su cuerpo, también se lo concedió sobre
todas las facultades vinculadas con el cuerpo, que son las cuatro o cinco percepciones
exteriores e internas, a saber, el Buen Sentido, la Fantasía o Imaginación, el Pensamiento y
la Memoria.
Si no puede darse otro caso, tomemos un ejemplo de los cerdos y las ovejas. Pues los
cerdos conocen por instinto el camino a su refugio. Y por instinto natural, las ovejas
distinguen un lobo de un perro, y saben que uno es el enemigo y el otro el amigo de su
naturaleza.
Por consiguiente, ya que todos nuestros conocimientos razonados provienen de los
sentidos (porque Aristóteles, en el segundo libro Sobre la mente dice que un hombre
inteligente debe tener en cuenta a los fantasmas), el diablo puede afectar la fantasía
interior, y nublar el entendimiento. Y esto no es actuar de manera inmediata sobre la
mente, sino por medio de fantasmas. Porque, además, nada es amado hasta que se lo
conoce.
Se podrían sacar del oro tantos ejemplos como fuesen necesarios, del oro que el avaro
ama porque conoce su poder, etc. Por lo tanto, cuando el entendimiento se oscurece,
también la voluntad queda nublada en sus afectos. Más aún, el demonio puede lograr esto
con o sin ayuda de una bruja; y estas cosas pueden inclusive ocurrir por simple falta de
previsión. Pero daremos ejemplos de cada tipo. Pues, como se dice en Santiago, I: «Sino
que cada uno es tentado cuando de su propia concupiscencia es atraído y cebado. Y la
concupiscencia, después que ha concebido, pare el pecado; y el pecado, siendo cumplido,
engendra muerte». Y una vez más, cuando Sichem vio a Dina salir para ver a las hijas de
la tierra, la amó y la tomó y se acostó con ella, y su alma se unió a ella (Génesis, XXXIV). Y
según la glosa: cuando la mente débil olvida sus propios asuntos, y se ocupa, como Dina,
de los de otras personas, es extraviada por la costumbre, y se convierte en una de las
pecadoras.
En segundo lugar, que este apetito puede surgir aparte de la brujería, y nada más que
por la tentación del demonio, se muestra como sigue. Pues leemos en II Samuel, III, que
Ammón amaba con desesperación a su hermana Tamar, y la ansiaba mucho, de modo que
enfermó de amor por ella. Pero nadie caería en un delito tan grande e inicuo, si no
estuviese corrompido por completo y grandemente tentado por el demonio. Por lo cual la
glosa dice: esta es una advertencia para nosotros, y fue permitida por Dios para que
siempre estemos en guardia, no sea que el vicio nos domine y el príncipe del pecado,
quien promete una falsa paz a los que se encuentran en peligro, al hallarnos dispuestos nos
mate sin que lo advirtamos.
En el Libro de los Santos Padres se menciona esta clase de pasión, cuando se dice que,
por lejos que se retirasen de todas las ansias carnales, fueron a veces tentados por el amor
de las mujeres en mayor medida de lo que podría creerse. Por lo cual en II Corintios, a el
Apóstol dice: «Me es dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me
abofetee». Acerca de lo cual la glosa dice: me es dado dejarme tentar por la lujuria. Pero
quien es tentado y no cede no es pecador, sino que es cosa para el ejercicio de la virtud. Y
por tentación se entiende la del demonio, no la de la carne, que es siempre venial en un
pecado menor. Si lo quisiera, el predicador podría encontrar muchos ejemplos.
El tercer punto, que el amor enardecido procede de las malas artes del demonio, se
analizó ya, y hablamos de esta tentación. Podrá preguntarse cómo es posible decir si ese
amor enardecido, procede, no del demonio, sino sólo de una bruja. Y la respuesta es que
existen muchas maneras. Si el hombre tentado tiene una esposa bella y honrada, o si lo
contrario ocurre en el caso de una mujer, etcétera. Segundo, si el juicio de la razón está
encadenado de tal modo, que ni golpes, ni palabras, ni hechos, ni siquiera la vergüenza,
pueden hacer desistir de esa lujuria. Y tercero, en especial, cuando no puede contenerse,
sino que en ocasiones, de manera inesperada y a pesar de lo dificultoso del viaje, se ve
obligado a recorrer grandes distancias (como puede saberlo cualquiera por las confesiones
de esos hombres), tanto de día como de noche. Porque como dice San Juan Crisóstomo en
Mateo, XX, acerca del asno sobre el cual cabalgaba Cristo: cuando el demonio posee la
voluntad de un hombre por el pecado, lo lleva a su arbitrio, a donde le plazca, y da el
ejemplo de un barco en el mar, sin timón, que los vientos arrastran a su placer; y de un
hombre sentado con firmeza en un caballo; y de un rey que domina sobre un tirano. Y
cuarto, se muestra por el hecho de que a veces son arrebatados, de repente y en forma
inesperada, y transformados y nada puede impedirlo. También se muestra por lo
repugnante de su apariencia.
PREGUNTA—. De si las brujas pueden embotar el poder de gestación u obstruir el
acto venéreo.
Ahora bien, el hecho de que las rameras y prostitutas adúlteras se entreguen ante todo a la
brujería está confirmado por los hechizos efectuados por las brujas sobre el acto de
engendrar. Y para hacer más clara la verdad, debemos considerar los argumentos de
quienes no concuerdan con nosotros al respecto. Y ante todo se afirma que ese
encantamiento no es posible, porque si lo fuera regiría por igual para quienes están
casados; y si esto se admitiera, entonces, tamo el matrimonio es obra de Dios y la brujería
obra del demonio, esta íntima sería más fuerte que la primera. Pero si se admite que sólo
puede afectar a los fornicadores y a los solteros, ello implica la vuelta a la opinión de que
en realidad la brujería no existe, como no sea en la imaginación de los hombres. Y esto ya
fue refutado. O bien se encuentra alguna razón de que afecte a los solteros y no a los
casados; y la única razón posible es que el matrimonio es obra de Dios. Y como, según los
Teólogos, esta razón no es válida, sigue en pie el argumento de que haría la obra del
demonio más fuerte que la de Dios; y como sería injustificado hacer semejante afirmación,
también es injustificado afirmar que el acto venéreo puede ser obstaculizado por brujería.
Una vez más, el demonio no puede obstaculizar las otras acciones naturales, tales las
de comer, caminar y erguirse, como resulta evidente que, si lo pudiera, destruiría a todo el
mundo. Además, como el acto venéreo es común a todas las mujeres, si se lo
obstaculizara, sería con respecto a todas las mujeres; pero no es así, y por tanto vale el
primer argumento. Porque los hechos prueban que no es así; pues cuando un hombre dice
que ha sido embrujado, sigue siendo muy capaz respecto de otras mujeres, aunque no con
aquella con la cual le es imposible copular; y la razón de ello es que no lo desea, y por lo
tanto nada puede hacer en ese sentido.
Hay también otra razón: la de que como el diablo es más poderoso que el hombre, y un
hombre puede obstruir la capacidad de engendrar por medio de hierbas frígidas o
cualquier otra cosa en que se pueda pensar, mucho más puede hacerlo el demonio ya que
tiene mayores conocimientos y astucia.
Respuesta—. La verdad resulta bastante evidente de los dos aspectos que ya se han
argumentado, aunque no se declaró de manera específica el método de obstrucción. Pues
se mostró que la brujería no existe sólo en la imaginación de los hombres, sino en los
hechos; en que en verdad y en realidad pueden ocurrir innumerables encantamientos con
el permiso de Dios. También se ha mostrado que Dios lo permite más en el caso de la
capacidad de engendrar, debido a su mayor corrupción, que en el caso de otras acciones
humanas. Pero acerca del método por el cual se procuran esas obstrucciones, es de señalar
que no afecta sólo el poder de engendrar, sino el de la imaginación o fantasía.
Y en cuanto a esto, Pedro de Paludes (III, 34) señala cinco métodos. Pues dice que el
demonio, por ser un espíritu, tiene poder sobre una criatura corpórea, y puede causar o
impedir un movimiento local. Y por lo tanto puede impedir que los cuerpos se acerquen
entre sí, ya sea de manera directa o indirecta, interponiéndose en alguna forma corpórea.
Así ocurrió con el joven desposado con un ídolo, y que sin embargo casó con una joven
doncella, y luego fue incapaz de copular con ella. Segundo, puede excitar a un hombre a
ese acto, o congelar su deseo de él, en virtud de cosas secretas cuyo poder conoce mejor
que nadie. Tercero, puede perturbar de tal manera la percepción e imaginación de un
hombre, que la mujer le parezca repugnante, ya que, como se dijo, puede influir sobre la
imaginación. Cuarto, puede impedir, de manera directa, la erección del miembro adaptado
a la fructificación, del mismo modo que obstaculizar un movimiento local. Quinto, puede
impedir el aflujo de la esencia vital a los miembros en que reside la energía motriz,
cerrando, por decirlo así, los canales seminales, de modo que no descienda a las vías de
gestación, o retroceda de ellas, o no se proyecte de ellas, o en alguna de muchas maneras
fracase en su función.
Y continúa, en consonancia con lo que se trató más arriba, por otros Doctores. Pues
Dios otorga al demonio más espacio respecto de este acto por medio del cual se difundió
primero el pecado, que de otros actos humanos. De la misma forma, las serpientes están
más sometidas a los encantamientos mágicos que los demás animales. Y un poco más
adelante dice: lo mismo ocurre en el caso de la mujer, pues el demonio puede nublarle de
tal modo el entendimiento, que considere a su esposo tan repugnante, que por nada del
mundo le permita acostarse con ella.
Más tarde desea encontrar la razón de por qué más hombres que mujeres se encuentran
hechizados respecto de esa acción; y dice que tal obstrucción ocurre por lo general en el
conducto seminal, o en la incapacidad en materia de erección, que con más facilidad
puede suceder en los hombres; y por lo tanto hay más hombres embrujados que mujeres.
También podría decirse que, como la mayor parte de las brujas son mujeres, ansían más a
los hombres que a las mujeres. Además, actúan por despecho contra las mujeres casadas, y
encuentran todas las oportunidades para el adulterio cuando el esposo puede copular con
otras mujeres, pero no con la propia, y de la misma manera, la esposa también debe buscar
otros amantes.
Agrega asimismo que Dios permite que el demonio afecte a los pecadores con más
encono que a los justos. Por lo cual el ángel dijo a Tobías: otorga al demonio poder sobre
aquellos que se han entregado a la lascivia. Pero también tiene, a veces, poder sobre los
justos, como en el caso de Job, pero no en relación con las funciones genitales. Por lo cual
deberían dedicarse a la confección de otras buenas obras, no sea que el hierro permanezca
en la herida, y resulte inútil aplicar remedios.
Se aclaran algunas dudas pasajeras sobre el tema de la copulación impedida por
los encantamientos malignos
Pero de pasada, si se pregunta por qué esta función es a veces obstaculizada respecto de
una mujer, pero no de otra, la respuesta, según San Buenaventura, es ésta: «O bien la
encantadora o bruja afecta de ese modo a las personas que el demonio ha determinado, o
es porque Dios no permite que ello se inflija sobre ciertas personas». Pues el objetivo
oculto de Dios en este aspecto es oscuro, como se muestra en el caso de la esposa de
Tobías: Y agrega: «Si se pregunta cómo hace esto el demonio, hay que decir que obstruye
la capacidad genital, no en forma intrínseca, mediante una lesión del órgano, sino de
manera extrínseca, inutilizándolo». Por lo tanto, como es una obstrucción artificial, y no
natural, puede hacer a un hombre impotente hacia una mujer, pero no hacia otras:
«arrebatando la inflamación de su lujuria por ella, pero no por otras mujeres, ya sea por
medio de su propio poder, o por alguna hierba, o piedra, o ciertos medios naturales
ocultos». Y esto coincide con las palabras de Pedro de Paludes.
Además, como la impotencia en este acto se debe a veces a la frialdad de la naturaleza,
o a algún defecto natural, se pregunta cómo es posible distinguir si se debe o no a la
brujería: Hostiensis da la respuesta en su Summa (pero esto no debe predicarse en
público): «Cuando el miembro no se conmueve de ninguna manera, y no puede ejecutar el
acto del coito, ello es signo de frigidez de la naturaleza; pero cuando se conmueve y se
yergue, y sin embargo no puede ejecutar, es un signo de brujería».
También debe señalarse que la impotencia del miembro para ejecutar el acto no es el
único encantamiento, sino que a veces se hace que la mujer no pueda concebir, o bien que
aborte.
Obsérvese, además, que según lo que establecen los Cánones, quien por deseo de
venganza o por odio hace a un hombre o a una mujer algo que les impide engendrar o
concebir debe ser considerado un homicida. Y adviértase, además, que el Canon habla de
amantes libres que, para salvar a sus enamorados de la vergüenza, usan anticonceptivos
tales como pociones o hierbas que van en contra de la naturaleza, sin ayuda alguna de los
demonios. Y esos penitentes deben ser castigados como homicidas. Pero las brujas que
hacen tales cosas por brujería son castigables, por ley, con la pena extrema.
Y para una solución de los argumentos; cuando se objeta que estas cosas no pueden
suceder a quienes están unidos en matrimonio, es preciso señalar además que, aunque la
verdad de este asunto no se hubiese ya aclarado lo suficiente, esas cosas pueden verdadera
y ciertamente ocurrir, tanto a quienes están casados como a quienes no lo están. Y el lector
prudente, quien posee abundancia de libros, se remitirá a los Teólogos y a los Canonistas,
en especial cuando hablan de los impotentes y hechizados. Encontrará que coinciden en
condenar dos errores: en particular con respecto a las personas casadas, que parecen creer
que esos encantamientos no pueden ocurrir a los que están unidos en matrimonio, pues
postulan la razón de que el demonio no puede destruir las obras de Dios.
Y el primer error que condenan es el de quienes dicen que no existen brujerías en el
mundo, sino sólo en la imaginación de los hombres que, por su ignorancia de las causas
ocultas que nadie entiende todavía, asignan ciertos efectos naturales a la brujería como si
fuesen producto, no de causas ocultas, sino de demonios que trabajan por sí mismos o en
conjunción con las brujas. Y aunque todos los otros Doctores condenan este error como
una pura falsedad, Santo Tomás lo ataca con más vigor y lo estigmatiza como verdadera
herejía, y dice que este error procede de la raíz de la infidelidad. Y como la infidelidad en
un cristiano se considera herejía, esos tales merecen ser sospechados de herejía. Y esto se
estudió en la Primera Pregunta, aunque no se declaró con tanta, claridad. Pues si alguien
considera los otros dichos de Santo Tomás en otros lugares, encontrará las razones por las
cuales afirma que ese error procede de la raíz de la infidelidad.
Pues en sus preguntas referentes al Pecado, donde trata de los demonios, y en su
primera pregunta, donde los demonios tienen un cuerpo que les corresponde por
naturaleza, entre muchas otras cosas menciona, las que refieren todos los efectos físicos a
las virtudes de los astros, a los cuales decían que estaban sometidas las causas ocultas de
los efectos terrestres. Y él decía: «Debe considerarse que los Peripatéticos, los discípulos
de Aristóteles, afirmaban que los demonios no existen en la realidad, sino que las cosas
que se les atribuyen proceden del poder de los astros y de otros fenómenos naturales». En
tanto que San Agustín dice: (De Civitate Dei, X) que Porfirio opinaba que de las hierbas y
animales, y de ciertos sonidos y voces, y de figuras y ficciones observadas en el
movimiento de los astros, los hombres fabricaban en la tierra poderes correspondientes a
los astros, para explicar diversos efectos naturales. Y el error de ellos es claro, ya que todo
lo referían a causas ocultas en los astros, y afirmaban que los demonios sólo eran
fabricados por la imaginación humana.
Pero Santo Tomás demuestra con claridad, en la misma obra, que esta opinión es falsa;
pues existen algunas obras de los demonios que en manera alguna pueden proceder de una
causa natural. Por ejemplo, cuando quien está poseído por un demonio habla en un idioma
desconocido; y muchas otras obras demoníacas se encuentran, tanto en las artes rapsódicas
como en las nigrománticas, que sólo pueden proceder de cierta Inteligencia, que por
supuesto no es buena, sino mala en su intención. Y por lo tanto, debido a estas
incongruencias, otros Filósofos se vieron obligados a admitir que había demonios. Pero
más tarde cayeron en varios errores, y algunos pensaron que el alma de los hombres,
cuando abandonaba su cuerpo, se convertía en demonio. Por tal motivo, muchos Adivinos
han asesinado a niños, para poder tener sus almas como colaboradores; y se relatan
muchos otros errores.
De todo esto resulta claro que —no sin motivos— el Santo Doctor afirma que
semejante opinión procede de la raíz de la infidelidad. Y quien lo desee puede leer a San
Agustín (De Civitate Dei, VII, IX) sobre los distintos errores de los infieles acerca de la
naturaleza de los demonios. Y por cierto que la opinión común de todos los Doctores,
citada en la obra antes mencionada, contra quienes yerran de esta manera al negar que
existan brujas, tiene gran peso en su significado, aunque se exprese en pocas palabras.
Pues dicen que quienes afirman que no existe la brujería en el mundo contradicen la
opinión de todos los Doctores y de las Sagradas Escrituras, y declaran que hay demonios,
y que éstos tienen poder sobre el cuerpo y la imaginación de los hombres, con permiso de
Dios. Por lo cual, quienes son los instrumentos de los demonios por cuyo impulso éstos a
veces causan daño a una criatura, son llamadas brujas por ellos.
Ahora bien, en la condenación de este primer error por los Doctores, nada se dice
acerca, de los unidos en matrimonio; pero ello resulta claro en su condenación del segundo
error. Pues dicen que otros caen en el de creer que, aunque la brujería existe y abunda en
el mundo, inclusive contra la copulación carnal, ninguno de esos encantamientos puede
considerarse permanente, jamás anula un matrimonio que ya se ha contraído. Allí hablan
de los unidos en matrimonio. A1 refutar este error (pues lo hacemos aunque venga poco al
caso, en bien de quienes no poseen muchos libros), es de señalar que lo refutan afirmando
que va contra todos los precedentes, y es contrario a todas las leyes, antiguas y modernas.
Por lo tanto, los Doctores católicos establecen la siguiente distinción: que la
impotencia causada por la brujería es temporaria o permanente. Y si es temporaria, no
anula el matrimonio. Más aun, se presume que es temporaria si pueden ser curados del
impedimento antes de transcurridos tres años de su cohabitación, luego de hacer todos los
esfuerzos posibles, ya sea por medio de los sacramentos de la iglesia, o por otros
remedios, para curarse. Pero si para entonces no han sido curados por remedio alguno, a
partir de ese momento se considera permanente. Y en ese caso precede al contrato y
consumación del matrimonio, y entonces impide contraer éste, y anula el que no se ha
contraído aún; o bien sigue al contrato de casamiento, pero impide su consumación, y
entonces, asimismo, según algunos, anula el contrato anterior. (Pues se dice en el
Libro XXXIII, Pregunta 1, cap. 1, que la confirmación de un matrimonio consiste en su
oficio carnal). O bien es subsiguiente a la consumación del matrimonio, y entonces el
vínculo matrimonial no queda anulado. Allí, Hostiensis y Godofredo y los Doctores y los
Teólogos señalan muchas cosas acerca de la impotencia.
Acerca de los argumentos. En cuanto al primero, queda muy claro por lo que se dice.
Pues respecto del argumento de que las obras de Dios pueden ser destruidas por las del
demonio, si la brujería tiene poder contra quienes están casados, carece de fuerza; antes
bien, parece lo contrario, ya que el demonio nada puede hacer sin permiso de Dios. Pues
no destruye por la fuerza, como, un tirano, sino por ciertas artes extrínsecas, como se
demuestra arriba. Y también queda claro el segundo argumento, de por qué Dios permite
esta obstrucción, más en el caso del acto venéreo que de otros actos. Pero el demonio
también tiene poder sobre otros actos, cuando Dios lo permite. Por lo cual no es correcto
argumentar que podría destruir al mundo entero. Y de la misma manera, la tercera
objeción queda contestada.
PREGUNTA—. De si las brujas pueden operar una ilusión prestidigitatoria, de modo
que el órgano masculino parezca por entero alejado y separado del cuerpo.
Aquí se declara la verdad acerca de las operaciones diabólicas con referencia al órgano
masculino. Y para dejar en claro los hechos, se pregunta si las brujas, con la ayuda de los
demonios, pueden en realidad y en verdad eliminar el miembro, o si sólo lo hacen en
apariencia, por algún encantamiento o ilusión. Y se afirma a fortiori que pueden hacerlo;
pues como los demonios pueden hacer cosas más grandes que esa, tales como matarlos o
trasportarlos de un lugar a otro —como se mostró más arriba, en los casos de Job y Tobías
—, también pueden, en verdad y en realidad, eliminar los miembros de los hombres.
Una vez más, se toma un argumento de la glosa sobre las visitas de los ángeles malos,
en los Salmos: Dios castiga por medio de los ángeles malos, como a menudo castigó al
Pueblo de Israel con varias enfermedades, en verdad y en realidad cayó sobre sus cuerpos.
Por lo tanto, el miembro también está sometido a tales visitas.
Puede decirse que esto se hace con el permiso Divino. Y en ese caso, como ya se dijo
que Dios permite más poder de brujería sobre las funciones genitales, debido a la primera
corrupción de pecado que nos vino del acto de engendrar, así también otorga mayor poder
sobre el órgano genital completo, inclusive hasta su eliminación total.
Y una vez más, fue una cosa más grande convertir a la esposa de Lot en una columna
de sal, de lo que lo es arrebatar el órgano masculino; y esa (Génesis, =) fue una
metamorfosis real y verdadera, no aparente (pues se dice que esa columna todavía puede
verse). Y eso lo hizo un ángel malo, tal como los ángeles buenos atacaron de ceguera a los
hombres de Sodoma, de modo que no pudiesen encontrar la puerta de la casa. Y lo mismo
sucedió con los otros castigos de los hombres de Gomorra. Por cierto que la glosa afirma
que la esposa de Lot estaba manchada de ese vicio, y por eso fue castigada.
Y una vez más, quien puede crear una forma natural también puede eliminarla. Pero
los demonios han creado muchas formas naturales, como resulta claro por los magos del
faraón, quienes con la ayuda del demonio hacían sapos y serpientes. También San
Agustín, en el Libro LXXXIII, dice que las cosas que hacen de manera visible los poderes
inferiores del aire no pueden considerarse simples ilusiones; pero inclusive los hombres,
por medio de una hábil incisión, son capaces de eliminar el órgano masculino; en
consecuencia, los demonios pueden hacer en forma invisible lo que otros hacen de manera
visible.
Pero por el lado contrario, San Agustín (De Civitate Dei XVIII) dice: «No hay que creer
que por medio del arte o el poder de los demonios, el cuerpo del hombre pueda cambiarse
a semejanza del de un animal. Por eso es también imposible que pueda eliminarse lo
esencial para la verdad del cuerpo humano». Asimismo dice (De Trinitate, III): «No hay
que pensar que esta sustancia de materia visible esté sometida a la voluntad de los ángeles
caídos, pues sólo se encuentra sometida a Dios».
Respuesta—. No cabe duda de que ciertas brujas pueden hacer cosas maravillosas
respecto de los órganos masculinos, pues ello coincide con lo que muchos vieron y
oyeron, y con la afirmación general de lo que se conoce acerca del miembro, por medio de
los órganos de la vista y el tacto. Y entonces, en cuanto a la forma en que esto es posible,
debe decirse que se puede hacer de dos maneras, ya sea en verdad y en la realidad, como
lo dijeron los primeros argumentos, o por medio de algún prestigio o hechizo. Pero cuando
lo hacen las brujas, es sólo un asunto de hechizo, aunque no es una ilusión en opinión del
que lo sufre. Pues en verdad y realidad su imaginación puede creer que algo no se
encuentra presente, ya que ninguno de sus sentidos exteriores como la vista o el tacto,
pueden percibir que esté presente. De esto puede decirse que hay una verdadera atracción
del miembro en la imaginación, aunque no en los hechos; y hay que señalar varias cosas
en cuanto a la forma en que esto sucede. Y primero con referencia a los dos métodos por
los cuales puede hacerse. No es extraño que el demonio pueda engañar a los sentidos
humanos exteriores, ya que, como se trató más arriba, puede hacerlo en los sentidos
internos, llevando a la percepción concreta ideas acumuladas en la imaginación. Más aun,
engaña a los hombres en sus funciones naturales, y hace que lo que es visible resulte
invisible para ellos, e intangible lo tangible, e inaudible lo audible, y lo mismo en lo que
se refiere a los otros sentidos. Pero esas cosas no son ciertas en la realidad, ya que las
provoca algún defecto introducido en los sentidos, tales como los ojos o los oídos, o el
tacto, en razón de cuyo defecto se engaña el juicio del hombre.
Y esto podemos ilustrarlo con ciertos fenómenos naturales. Pues el vino dulce parece
amargo en la lengua del afiebrado, y su gusto se engaña, no por el hecho real, sino por su
enfermedad. Otro tanto ocurre en el caso que se considera, en que el engaño no se debe al
hecho, ya que el miembro sigue en su lugar, sino que es una ilusión de los sentidos
respecto de él.
Además, como se dijo antes, acerca de la capacidad de engendrar, el demonio puede
obstruir esa acción imponiendo algún otro cuerpo del mismo color y apariencia, de tal
manera que un cuerpo muy bien modelado, con el color de la carne, se interpone entre la
vista y el tacto, y entre el verdadero cuerpo del sufriente, de modo que le parece que no ve
ni siente otra cosa que un cuerpo liso, de superficie no interrumpida por un órgano genital.
Véase los dichos de Santo Tomás acerca de los hechizos e ilusiones, y también en el
Segundo de los Segundos, XCI, y en sus preguntas acerca del Pecado; donde a menudo cita
a San Agustín en el Libro LXXXIII. Este mal del demonio se insinúa por todos los accesos
sensuales; se entrega a figuras; se adapta a colores, mora en los sonidos, se agazapa en los
olores, se impregna de sabores.
Además, hay que considerar que esa ilusión de la vista y el tacto puede ser causada, no
sólo por la interposición de algún cuerpo liso y sin miembros, sino también por el
surgimiento, a la fantasía o imaginación, de ciertas formas e ideas latentes en la mente, de
tal manera que una cosa se imagina como percibida entonces por primera vez. Pues como
se mostró en la pregunta precedentes los demonios, por su propio poder, pueden cambiar
los cuerpos en el plano local; y así como la disposición o el humor pueden resultar
afectados de esta manera, así también sucede con las funciones naturales. Hablo de cosas
que parecen naturales para la imaginación o los sentidos. Porque Aristóteles, en de Somno
et vigilia, dice, al atribuir la causa de las apariciones en los sueños, que cuando un animal
duerme afluye mucha sangre a la conciencia interna, y de ahí provienen las ideas o
impresiones derivadas de experiencias previas reales, acumuladas en la mente. Ya se
definió cómo, de esta manera, ciertas apariencias trasmiten la impresión de nuevas
experiencias. Y como esto puede ocurrir de manera natural, en mayor medida puede el
diablo llevar a la imaginación la apariencia de un cuerpo liso, no provisto del miembro
viril, de manera tal que los sentidos crean que se trata de un hecho concreto.
En segundo lugar, hay que señalar otros métodos más fáciles de entender y explicar.
Pues según San Isidoro (Etim., VIII, 9), un hechizo no es más que cierta ilusión de los
sentidos, y en especial de los ojos. Y por esta razón también se lo llama prestigio, de
prestringo, ya que la visión de los ojos está tan aherrojada, que las cosas parecen ser lo
que no son. Y Alejandro de Hales, Parte II, dice que un prestigio, bien entendido, es una
ilusión del demonio no causada por cambio alguno en la materia, sino que sólo existe en la
mente del engañado, ya sea en relación con sus percepciones internas o exteriores.
Por lo cual, por hablar así, podemos decir inclusive, del arte prestidigitatoria humana,
que puede efectuarse de tres maneras. Por la primera, puede hacerse sin demonios, ya que
se hace de forma artificial, por la agilidad de los hombres que muestran cosas y las
ocultan, como en el caso de los trucos de los prestidigitadores o ventrílocuos. El segundo
método también carece de la ayuda de los demonios, como cuando los hombres pueden
usar alguna virtud natural de los cuerpos o minerales naturales, de modo de dar a tales
objetos alguna otra apariencia, muy diferente de la verdadera. Por eso, según Santo Tomás
(I, 114, 4) y varios otros, los hombres, por medio del humo de ciertas hierbas encendidas,
pueden hacer que las varas parezcan serpientes.
El tercer método de engaño se efectúa con la ayuda de los demonios, otorgado el
permiso de Dios. Pues resulta claro que poseen, por su naturaleza, algún poder sobre
ciertas materias terrenales, que ejercen sobre ellas, cuando Dios lo permite, de modo que
las cosas parecen lo que no son.
Y en cuanto a este tercer método, hay que observar que el demonio tiene cinco
maneras por las cuales puede engañar a cualquiera, de modo que piense que una cosa es lo
que no es. Primero, por una treta artificial, según se dijo, pues lo que un hombre puede
hacer por sus artes el demonio puede hacerlo mejor. Segundo, por un método natural, por
la aplicación, como se dijo, e interposición de alguna sustancia para ocultar el cuerpo
verdadero, o para confundirlo en la fantasía del hombre. El tercer método es cuando en un
cuerpo adoptado se presenta como algo que no es, como lo atestigua la historia que San
Gregorio narra en su Primer diálogo, de una Monja que comió lechuga, que sin embargo,
como confesó el demonio mismo, no era una lechuga, sino el demonio en forma de
lechuga, o en la lechuga misma. O como cuando se apareció San Antonio en un trozo de
oro que encontró en el desierto. O como cuando toca a un hombre verdadero, y lo hace
aparecer como un animal, como muy pronto se explicará. El cuarto método es cuando
confunde el órgano de la vista, de modo que una cosa clara parece brumosa, o a la inversa,
o como cuando una anciana parece ser una jovencita. Pues inclusive después de llorar la
luz parece distinta de lo que era antes. Su quinto método consiste en trabajar sobre el
poder de imaginación, y, por una perturbación de los humores, efectuar una trasmutación
en las formas que perciben los sentidos, como se trató antes, de modo que los sentidos
perciben entonces, por decirlo así, imágenes nuevas. Y en consecuencia, por los tres
últimos métodos, y aun por el segundo, el demonio puede obrar un hechizo sobre los
sentidos de un hombre. Por lo cual no hay dificultades en su ocultamiento del miembro
viril por algún prestigio o hechizo. Y una prueba o ejemplo manifiestos de esto, que se nos
reveló en nuestra condición de inquisidores, se expondrá más adelante, cuando se exponga
más acerca de este y otros asuntos, en la Segunda Parte de este Tratado.
Cómo puede distinguirse un encantamiento de un defecto natural
Sigue un tema incidental, con algunas otras dificultades. El miembro de Pedro ha sido
arrebatado, y no sabe si por brujería o de alguna, otra manera, por el poder del demonio,
con permiso de Dios. ¿Existe alguna forma de determinar o distinguir entre éstas? Puede
contestarse como sigue. Primero, que aquellos a quienes estas cosas ocurren más a
menudo son adúlteros o fornicadores. Pues cuando no responden a la exigencia de sus
queridas, o si desean abandonarlas y unirse a otras mujeres, entonces su querida, por
venganza, hace que suceda esa cosa, o por algún otro poder consigue que su miembro sea
eliminado. Segundo, puede distinguirse por el hecho de que no es permanente. Pues si no
se debe a la brujería, la pérdida no es permanente, sino que se restablece con el tiempo.
Pero aquí surge otra duda, acerca de si se debe a la naturaleza de la brujería el hecho
de que no sea permanente. Se contesta que puede ser permanente, y durar hasta la muerte,
tal como juzgan los Canonistas y los Teólogos respecto del impedimento de la brujería en
el matrimonio, que lo temporario puede llegar a ser permanente. Porque Godofredo dice
en su Summa: un encantamiento no siempre puede ser eliminado por quien lo provocó, ya
sea porque ha muerto, o porque no sabe eliminarlo, o porque el encanto se ha perdido. Por
lo tanto podemos decir, de la misma manera, que el hechizo obrado sobre Pedro será
permanente si la bruja que lo hizo no puede curarlo.
Pues hay tres grados de brujas. Porque algunas curan y dañan; otras dañan, pero no
curan; y algunas sólo parecen capaces de curar, es decir, de eliminar daños, cómo se verá
más adelante. Pues así nos ocurrió a nosotros: dos brujas reñían, y mientras se injuriaban,
una dijo: no soy tan malvada como tú porque sé curar a aquellos a quienes quiero. El
hechizo será también permanente si, antes de haber sido curado, la bruja se ausenta, ya sea
porque cambia de morada o porque muere. Porque Santo Tomás también dice: cualquier
hechizo puede ser permanente cuando es tal, que no tiene remedio humano; o si lo tiene,
los hombres no lo conocen o es ilegal; aunque Dios pueda encontrar un remedio por medio
de un ángel santo que obligue al demonio, cuando no a la bruja.
Pero el principal remedio contra la brujería es el sacramento de la Penitencia. Porque
la enfermedad corporal procede a menudo del pecado. En la Segunda Parte de este Tratado
se mostrará cómo pueden eliminarse los hechizos de las brujas.
SOLUCIONES DE LOS ARGUMENTOS
En cuanto al primero, está claro que no cabe duda de que, tal como, con permiso de Dios,
pueden matar a los hombres, así también los demonios pueden quitar ese miembro, lo
mismo que otros, en verdad y realidad. Pero entonces no actúan por intermedio de brujas,
respecto de lo cual ya se hizo mención. Y de esto también queda clara la respuesta al
segundo argumento. Pero es preciso decir esto: que Dios otorga más poder de brujería
sobre las fuerzas genitales porque, etc.; y por lo tanto inclusive permite que ese miembro
sea quitado en verdad y realidad. Pero no es válido decir que esto ocurre siempre. Pues no
seria propio de la brujería que ello fuese así; y aunque las brujas, cuando hacen esas obras,
no pretenden poseer el poder de restablecer el miembro cuando lo deseen, ni que sepan
hacerlo. Por lo cual está claro que no se lo quitan en realidad, sino sólo por un hechizo. En
cuanto al tercero, respecto de la metamorfosis de la esposa de Lot, decimos que fue real, y
no un hechizo. Y acerca del cuarto, de que los demonios pueden crear ciertas formas
sustanciales, y por lo tanto, también eliminarlas, se debe decir, con respecto a los magos
del faraón, que crearon serpientes de verdad; y que los demonios, con la ayuda de otro
agente, pueden producir ciertos efectos sobre las criaturas imperfectas, que no pueden
provocar sobre los hombres, que están bajo la guarda de Dios. Pues se dice: ¿le importa a
Dios de los bueyes? Sin embargo con permiso de Dios pueden hacer a los hombres un
verdadero daño, y también crear un hechizo dañino, y con ello aclara la respuesta al último
argumento.
PREGUNTA—. Las brujas que son comadronas matan de distintas maneras a los
niños concebidos en el útero, y procuran un aborto; o si no hacen eso, ofrecen a los
demonios los niños recién nacidos.
Aquí se expone la verdad acerca de cuatro horribles delitos que los demonios cometen
contra los niños, tanto en el útero materno como después. Y como lo hacen por medio de
las mujeres, y no de los hombres, esta forma de homicidio se vincula más bien con las
mujeres que con los hombres. Y los que siguen son los métodos con los cuales se hace.
Los Canonistas tratan más a fondo que los Teólogos las obstrucciones debidas a la
brujería; y dicen que es brujería, no sólo cuando alguien es incapaz de ejecutar el acto
carnal, de lo cual hablamos arriba, sino también cuando a una mujer se le impide concebir,
o se la hace abortar después de haber concebido. Un tercer y cuarto métodos de brujería es
cuando no lograron provocar un aborto, y entonces devoran al nieto o lo ofrecen a un
demonio.
No caben dudas acerca de los dos primeros métodos, ya que, sin la ayuda de los
demonios, un hombre, por medios naturales, tales como hierbas o emenagogos, procura
que una mujer no engendre o conciba, como se mencionó más arriba. Pero con los otros
dos métodos, las cosas son distintas, pues son utilizados por brujas. Y no hace falta
presentar los argumentos, ya que casos y ejemplos muy evidentes mostrarán con mayor
facilidad la verdad del asunto.
La primera de estas dos abominaciones es el hecho de que algunas brujas, contra el
instinto de la naturaleza humana y, en verdad, contra la naturaleza de todos los animales,
con la posible excepción de los lobos, tienen el hábito de devorar y comer a los niños
pequeños. Y acerca de esto, el Inquisidor de Como, antes mencionado, nos relató lo
siguiente: que fue llamado por los habitantes del distrito de Barby para realizar una
inquisición, porque a cierto hombre le había faltado su hijo de su cuna, y al encontrar un
congreso de mujeres en horas nocturnas, juró que las había visto matar a su hijo y beber su
sangre y devorarlo. Y además, en un solo año, que es el que acaba de pasar, dice que
fueron quemadas cuarenta y una brujas, y varias otras huyeron a buscar la protección del
señor archiduque de Austria, Sigismundo. En confirmación de esto, existen ciertos escritos
de Johann Nider, en su Formicarius, cuyo recuerdo, como el de los acontecimientos que
relata, sigue fresco en la mente de los hombres; por lo cual resulta evidente que esas cosas
no son increíbles. Debemos agregar que en todos estos asuntos las brujas comadronas
provocan daños aun mayores, como a menudo nos dijeron, a nosotros y a otros, las brujas
penitentes afirmando que nadie hace más daño a la fe católica que las comadronas. Pues
cuando no matan a los niños, entonces, como para cualquier otro propósito, los sacan de la
habitación, los levantan en el aire y los ofrecen a los demonios. Pero el método que
observan en delito de este tipo se mostrará en la Segunda Parte, a la cual pronto
llegaremos.
PREGUNTA—. Comparación de las obras de las brujas con otras supersticiones
funestas.
Existen catorce tipos de magia, que nacen de las tres clases de Adivinación. La primera de
las tres es la invocación franca de los demonios. La segunda no es más que una
configuración silenciosa de la disposición y movimiento de alguna cosa, como de los
astros, o de los días, o las horas, o algo por el estilo. La tercera es la consideración de
algún acto humano con el fin de encontrar algo oculto, y se llama con el nombre de
Sortilegio: Y las especies de la primera forma de Adivinación, es decir, la franca
invocación de los demonios, son las siguientes: Hechicería, Oniromancia, Nigromancia,
Horáculos, Geomancia, Hidromancia, Aeromancia, Piromancia y Augurio (véase Santo
Tomás, Segundo de los segundos, preguntas 95, 26 y 5).
Las Especies del segundo tipo son la Horoscopía; el trabajo de los Arúspices,
Presagios, Observación de señales, Quiromancia y Espatulomancia. Las especies de este
tercer tipo varían según todas las cosas que se clasifican como Sortilegio para el hallazgo
de algo oculto, tal como la consideración de agujas y pajas, y figuras de plomo fundido. Y
Santo Tomás también habla de ello en la referencia precitada. Ahora bien, los pecados de
las brujas van más allá de todos estos delitos, como se probará respecto de las especies
precedentes. No cabe duda alguna acerca de los delitos menores.
Pues consideremos la primera especie, en la cual quienes son diestros en la brujería y
la hechicería engañan a los sentidos humanos con ciertas apariciones, de modo que la
materia corpórea parece volverse distinta a la vista y al tacto, como se trató más arriba, en
el asunto de los métodos de creación de ilusiones. Las brujas no se conforman con tales
prácticas en punto del miembro genital, y de causar cierta ilusión prestidigitatoria de su
desaparición (aunque ésta no sea un hecho real); sino que a menudo arrebatan la propia
capacidad de engendrar, de modo que una mujer no puede concebir, y un hombre no puede
ejecutar el acto aunque todavía conserve su miembro.
Y sin ilusión alguna, también provocan el aborto después de la concepción,
acompañado a menudo de muchas otras enfermedades. Y aun se aparecen en distintas
formas de animales. La nigromancia es la convocatoria de los muertos y la conversación
con ellos, como lo muestra su etimología; porque deriva de la palabra griega Nekros, que
significa cadáver, y Manteia, que quiere decir adivinación. Y esto lo logran operando
cierto hechizo sobre la sangre de un hombre o de algún animal, sabiendo que el demonio
se deleita en tal pecado, y adora la sangre y su derramamiento. Por lo cual, cuando creen
que llaman a los muertos del infierno para responder a sus preguntas, quienes se presentan
y ofrecen esas respuestas son los demonios con el aspecto de los muertos. Y de este tipo
fue el arte de la gran pitonisa de que se habla en I Reyes, XXVIII quien levantó a Samuel,
por instancias de Saúl.
Pero no se piense que estas prácticas son legales porque las Escrituras registren que el
alma del Profeta justo, llamado del Hades para predecir el hecho de la inminente guerra de
Saúl, se apareció por intermedio de una mujer que era una bruja. Porque, como dice San
Agustín a Simpliciano: no es absurdo creer que fuese permitido por alguna dispensa, no
por la potencia de una arte mágica, sino por alguna dispensa oculta, desconocida por la
pitonisa o por Saúl, que el espíritu de ese hombre justo apareciera ante la vista del rey,
para pronunciar contra él la sentencia Divina. O bien no fue en verdad el espíritu de
Samuel arrancado de su descanso, sino algún fantasma e ilusión imaginaria de los
demonios, provocada por las maquinaciones del diablo; y las Escrituras llaman a este
fantasma con el nombre de Samuel, tal como las imágenes de las cosas se denominan por
los nombres de las cosas que representan. Esto lo dice en su respuesta s, la pregunta de si
la adivinación por invocación de los demonios es legal. En la misma Summa el lector
encontrará la respuesta a la pregunta de si existen grados de profecía entre los Beatos, y
puede remitirse a San Agustín, XXVI, 5. Pero esto tiene poco que ver con los actos de las
brujas, que no conservan en sí vestigios de piedad, como resulta evidente de una
consideración de sus obras, pues no dejan de derramar sangre Inocente, sacar a la luz
cosas ocultas, bajo la guía de los demonios, y al destruir el alma con el cuerpo, no
perdonan a los vivos ni a los muertos.
La Oniromancia puede practicarse de dos maneras. La primera es cuando una persona,
usa los sueños para poder hundirse en lo oculto con la ayuda de la revelación de demonios
invocados con él, con quienes ha firmado un pacto abierto. La segunda es cuando un
hombre usa los sueños para conocer el futuro, en la medida en que existe en los sueños tal
virtud procedente de la revelación Divina, de una causa natural intrínseca o extrínseca; esa
adivinación no sería ilegal Así dice Santo Tomás.
Y para que los predicadores cuenten por lo menos con un núcleo de una comprensión
de este asunto, debemos hablar primero de los ángeles. Un ángel tiene poderes limitados, y
puede revelar el futuro con más eficacia cuando la mente se encuentra adaptada a esas
revelaciones, que cuando no lo está. Ahora bien, ante todo la mente se halla adaptada de
ese modo después del aflojamiento del movimiento exterior e interior, como cuando las
noches son silenciosas y se aquietan los vapores del movimiento; y estas condiciones se
cumplen cerca del alba, cuando se ha completado la digestión. Y digo esto de nosotros,
pecadores, a quienes los ángeles, en su Divina piedad, y en ejecución de sus oficios,
revelan ciertas cosas, de modo que cuando estudiamos a la hora del alba se nos ofrece la
comprensión de ciertos aspectos ocultos de las Escrituras. Pues un ángel bueno preside
nuestra comprensión, tal como Dios rige nuestra voluntad, y los astros dominan nuestro
cuerpo. Pero a ciertos hombres más perfectos el ángel puede revelarles cosas en cualquier
hora, estén despiertos o dormidos. Sin embargo, según Aristóteles, de Somno et Vigilia,
tales hombres son más capaces de recibir revelaciones en un momento que en otro, y así
ocurre en todos los casos de Magia.
Segundo, hay que señalar que ocurre, por el cuidado de la naturaleza y la regulación
del cuerpo, que ciertos hechos futuros tienen su causa natural en los sueños de un hombre.
Y entonces estos sueños o visiones no son causas, como se dijo en el caso de los ángeles,
sino sólo señales de lo que le ocurrirá a un hombre en el futuro, como en el caso de la
salud, la enfermedad o el peligro. Y esta es la opinión de Aristóteles. Porque en los sueños
del espíritu la naturaleza imagina la disposición del corazón, por la cual la enfermedad o
cualquier otra cosa acaece de manera natural al hombre, en el futuro. Pues si un hombre
sueña con fuegos, es señal de una índole colérica; si de volar o de otra cosa semejante,
señal de disposición sanguínea; si sueña con agua o cualquier otro liquido, es signo de un
humor flemático, y si sueña con cosas terrenas, señal de una disposición melancólica. Y
por lo tanto los médicos reciben a menudo ayuda de los sueños en sus diagnósticos (como
dice Aristóteles en el mismo libro).
Pero estas son cosas leves en comparación con los sueños impíos de las brujas. Pues
cuando no desean, como se mencionó antes, ser trasladadas físicamente a un lugar, sino
ver qué hacen las otras brujas, tienen por costumbre recostarse sobre el flanco izquierdo de
su propio nombre y en el de todos los demonios; y estas cosas se revelan a su visión, en
imágenes. Y si tratan de conocer algún secreto, para sí o para otros, lo conocen en sueños,
gracias al demonio, por razón de un pacto abierto, no tácito, firmado con él. Y por lo
demás, éste pacto no es simbólico, realizado por el sacrificio de algún animal, o por un
acto de sacrilegio, o por la adoración de algún culto extraño, sino que es una verdadera
ofrenda de sí mismas, en cuerpo y alma, al demonio, por la abnegación de la Fe,
pronunciada en forma sacrílega e interiormente intencional. Y no conformes con esto,
inclusive matan, u ofrecen a los demonios, sus propios hijos y los ajenos.
Otra especie de adivinación es la que practican las pitonisas, así llamadas por Apolo
Pitio, de quien se dice que fue el originador de este tipo de adivinación, según San Isidoro.
Ello no se efectúa por sueños o por conversaciones con los muertos, sino por medio de
hombres vivos, como en el caso de quienes son azotados por el demonio hasta el frenesí,
por su voluntad o contra ella, sólo con el fin de predecir el futuro, y no para la
perpetración dé ninguna otra monstruosidad. A esta clase pertenecía la joven mencionada
en Hechos, XVI, quien gritó a los Apóstoles que eran los servidores del Dios verdadero; y
San Pablo, encolerizado por esto, ordenó que el espíritu saliera de ella. Pero está claro que
no hay comparación entre tales cosas y los actos de las brujas, que según San Isidoro se
llaman así por la magnitud de sus pecados y la enormidad de sus crímenes.
Por lo cual, con vistas a la brevedad, no hace falta continuar este argumento respecto
de las formas menores de adivinación, ya que se demostró en relación con las formas
mayores. Porque el predicador, si lo desea, puede aplicar estos argumentos a las otras
formas de adivinación: a la Geomancia, que se ocupa de las cosas terrenas, como el hierro
o la piedra pulida; la Hidromancia, que trata del agua y los cristales; la Aeromancia, que
se ocupa del aire; la Piromancia, que se refiere al fuego; el Augurio, que tiene que ver con
las entrañas de los animales sacrificados en los altares del demonio. Pues aunque todo esto
se hace por medio de una franca invocación de los demonios, no se los puede comparar
con los delitos de las brujas, ya que no tienen el objetivo directo de dañar a los hombres,
los animales o los frutos de la tierra, sino sólo la previsión del futuro. Los otros tipos de
adivinaciones, que se ejecutan con una invocación tácita, pero no abierta, de los demonios,
son la Horoscopía o Astrología, así llamada por la consideración de los astros en el
momento del nacimiento; las acciones de los Arúspices, que observan los días y las horas;
los Augurios, que observan la conducta y los gritos de las aves; los Presagios, que estudian
las palabras de los hombres; y la Quiromancia, que analiza las líneas de la marco o de las
patas de los animales. Quien lo desee, puede remitirse a las enseñanzas de Nider, y
encontrará truchas aclaraciones en lo referente a cuándo son legales estas cosas, y cuándo
no. Mas los actos de las brujas nunca son legales.
PREGUNTA—. Comparación de sus delitos, según catorce rubros, con los pecados de
los demonios de todos los tipos y de cada uno.
Tan horrendos son los delitos de las brujas que inclusive superan sus pecados y la caída de
los ángeles malos; y si esto es así en cuanto a su culpa, ¿cómo no habría de serlo en lo que
se refiere a sus castigos en el infierno? Y no es difícil demostrarlo mediante varios
argumentos referentes a sus culpas. Y primero, aunque el pecado de Satán es
imperdonable, ello no se debe a la magnitud de su delito, teniendo en cuenta la naturaleza
de los ángeles, con especial atención hacia la opinión de quienes dicen que los ángeles
fueron creados sólo en estado de naturaleza, y nunca en estado de gracia. Y como el bien
de la gracia supera el bien de la naturaleza, los pecados de quienes caen de un estado de
gracia, como las brujas al negar la fe que recibieron en el bautismo, superan los pecados
de los ángeles. Y aunque decimos que los ángeles fueron creados, pero no confirmados, en
gracia, así también las brujas, aunque no fueron creadas en gracia, cayeron de ésta por su
propia voluntad, tal como Satán pecó por la suya propia.
Segundo, se admite que el pecado de Satán es imperdonable por varias otras razones.
Porque San Agustín dice que pecó por instigación de nadie, y por lo tanto, y con justicia,
su pecado es remediable por nadie. Y San Juan Damasceno dice que pecó en su
comprensión contra el carácter de Dios; y que su pecado fue mayor debido a la nobleza de
su entendimiento. Pues el criado que conoce la voluntad de su amo, etc. La misma
autoridad afirma que, dado que Satán es incapaz de arrepentimiento, es también incapaz
de perdón; y ello se debe a su naturaleza, que por ser espiritual, sólo podía ser modificada
una vez, cuando la modificó para siempre; pero no es así en el caso de los hombres, en
quienes la, carne siempre lucha contra el espíritu. O porque pecó en las altas esferas del
cielo, en tanto que el hombre peca en la tierra.
Pero a despecho de todo esto, su pecado es en muchos sentidos pequeño en
comparación con los delitos de las brujas. Primero, como lo mostró San Anselmo en uno
de sus Sermones, pecó en su orgullo cuando todavía no existía castigo para el, pecado.
Pero las brujas siguen pecando después que a menudo se han infligido grandes castigos a
muchas otras brujas, y luego de que los castigos que les enseña la iglesia han sido
infligidos por causa del demonio y su caída; y se burlan de todo ello, y se apresuran a
cometer, no los pecados menos mortales, como otros pecadores que pecan por enfermedad
o maldad, pero no por malicia habitual, sino más bien los delitos más horribles, por la
profunda malicia de su corazón.
Segundo, aunque el ángel malo cayó de la, inocencia en la culpa, y de ahí en la
desdicha y el castigo, cayó de la inocencia sólo una, vez, de tal modo que jamás recuperó
la inocencia por el bautismo, y vuelve a caer, y cae muy hondo. Y es así en especial con
las brujas, como lo demuestran sus delitos.
Tercero, pecó contra el Creador; pero nosotros, y en particular las brujas, pecamos
contra el Creador y el Redentor.
Cuarto, abandonó a Dios, quien le permitió pecar pero no le otorgó piedad; en tanto
que nosotros, y ante todo las brujas, nos apartamos de Dios por nuestros pecados, mientras
que, a pesar de su permiso de nuestros pecados, Él nos muestra siempre piedad y nos
protege en Sus incontables beneficios.
Quinto, cuando pecó, Dios lo rechazó sin mostrarle gracia, en tanto que nosotros, los
desdichados, corremos al pecado aunque Dios nos pide siempre que huyamos de él.
Sexta, mantiene su corazón enardecido contra un castigador, pero nosotros contra un
piadoso persuasor. Ambos pecamos contra Dios, pero él contra un Dios que ordena, y
nosotros contra uno que muere por nos, a Quien, como dijimos, las malvadas brujas
ofenden ante todo.
Las soluciones de los argumentos vuelven a declarar la verdad por comparación
A los argumentos. La respuesta al primero está clara por lo que se dijo al principio de toda
esta pregunta. Se afirmó que un pecado debería considerarse más intenso que otro, y que
los pecados de las brujas son mayores que todos los demás respecto de la culpa, pero no
de los castigos que implican. A esto debe decirse que el castigo de Adán, lo mismo que su
culpa, tienen que considerarse de dos maneras: o bien referidos a él en forma personal, o
bien referidos al conjunto de la naturaleza, es decir, de la posteridad que vino tras él. En
cuanto a lo primero, mayores pecados se cometieron después de Adán, pues éste sólo pecó
al hacer lo que era malo, no por sí mismo, sino porque estaba prohibido; pero la
fornicación, el adulterio y el asesinato son en ambos sentidos pecados por sí mismos, y
porque están prohibidos. Por lo cual esos pecados merecen el mayor castigo.
En cuanto a lo segundo, es verdad que el mayor castigo resultó del primer pecado;
pero esto sólo es cierto de modo indirecto, ya que por medio de Adán toda la posteridad
fue infectada por el pecado original, y él fue el primer padre de todos aquellos a quienes el
único Hijo de Dios pudo perdonar por el poder que estaba ordenado. Más aun, en su
propia persona, con la mediación de la gracia Divina, Adán se arrepintió, y después fue
salvado por el Sacrificio de Cristo. Pero los pecados de las brujas son muchísimo mayores,
ya que no se conforman con sus propios pecados y perdición, sino que siempre arrastran a
muchos otros tras ellas.
Y tercero, de lo dicho se sigue que por accidente el pecado de Adán implicó el mayor
daño. Pues encontró la naturaleza incorrupta, y era inevitable, y no por su voluntad, que la
dejase inoculada; por lo cual no se sigue que su pecado fuese mayor que otros en términos
intrínsecos. Y una vez más, la posteridad habría cometido el mismo pecado si hubiese
encontrado la naturaleza en el mismo estado. De igual manera, quien no encontró la gracia
no comete un pecado tan mortal como quien la encontró y la perdió. Esta es la solución de
Santo Tomás (II, 2, art. 2), en su solución del segundo argumento. Y si alguien desea
entender a fondo esta solución, debe considerar que aunque Adán haya conservado su
inocencia primitiva, no la habría trasmitido a toda la posteridad; porque como dice San
Anselmo, quien viniese detrás de él también habría podido pecar. Véase también Santo
Tomás, XX, donde considera si los niños recién nacidos habrían sido confirmados en
gracia, y en 101, si los hombres ahora salvados lo habrían sido si Adán no hubiese pecado.
PREGUNTA—. Aquí sigue el método de predicar y discutir contra los cinco
argumentos de los legos y de la gente lasciva, que parecen contar con diversas
aprobaciones, en el sentido de que Dios no concede tan gran poder al demonio y a las
brujas como el que implica la ejecución de tan poderosas obras de brujería.
Por último, que el predicador se arme contra ciertos argumentos de los legos, y aun de
algunos hombres sabios, quienes niegan, hasta cierto punto, que existan brujas. Pues si
bien admiten la malicia y poder del demonio para infligir esos daños a voluntad, niegan
que se le conceda el permiso Divino, y no admiten que Dios tolere que se hagan esas
cosas. Y aunque carecen de método en su argumento, y andan a tientas ora hacia un lado,
ora hacia el otro, es necesario reducir sus afirmaciones a cinco argumentos, de los cuales
nacen todas sus cavilaciones. Y el primero es que Dios no permite que el demonio ataque
a los hombres con tan grande potencia.
La pregunta que se formula es de si el permiso Divino debe acompañar siempre un
daño causado por el demonio por intermediación de una bruja. Y se presentan cinco
argumentos para demostrar que Dios no lo permite, y que por lo tanto no hay brujería en el
mundo. Y el primer argumento se toma de Dios;. el segundo, del demonio; el tercero, de la
bruja; el cuarto, de la dolencia asignada a la brujería; y el quinto, de los predicadores y
jueces, en la suposición de que predicaron contra las brujas, y las castigaron tanto que no
tendrán seguridad en su vida.
Y ante todo lo que sigue: Dios puede castigar a los hombres por sus pecados, y los
castiga con la espada, el hambre y las plagas, así como con diversas e incontables
enfermedades a que está sometida la naturaleza humana. Por lo cual, como no necesita
agregar otros castigos, no permite la brujería.
Segundo, si lo que se dice del demonio fuese cierto, a saber, que puede obstruir la
capacidad de engendrar, de manera que una mujer no pueda concebir, o que si concibe él
provoque un aborto; o que si no hay aborto, puede hacer que los niños sean muertos
después del nacimiento; en ese caso podría destruir al mundo entero, y también podría
decirse que las obras del demonio son más fuertes que las de Dios, ya que el Sacramento
del Matrimonio es obra de Dios.
Tercero, argumentan, a partir del hombre mismo, de que si existiera brujería en el
mundo, algunos hombres estarían más embrujados que otros, _y que es un falso
argumento decir que los hombres están embrujados como castigo de sus pecados, y por lo
tanto es falso mantener que existe la brujería en el mundo. Y demuestran que es falso
mediante el argumento de que, si fuese cierto, los más grandes pecadores recibirían el
mayor castigo, y ello no es así, pues los pecadores son castigados a veces menos que los
justos, como se advierte en el caso de los niños inocentes, supuestamente hechizados.
Su cuarto argumento puede agregarse a lo que aducen respecto de Dios; a saber, que
una cosa que un hombre puede impedir y no lo hace, sino que permite que suceda, puede
considerarse que procede de su voluntad. Pero como Dios es Todo Bondadoso, no puede
desear el mal, y en consecuencia no puede permitir que se haga el mal que Él es capaz de
impedir.
Y una vez más, tomando su argumento del daño mismo, que se supone debido a la
brujería, declaran que es similar a las debilidades y defectos naturales, y por lo tanto puede
ser causado por un defecto natural. Pues puede ocurrir, por algún defecto natural, que un
hombre se vuelva cojo, o ciego, o pierda la razón, o inclusive muera, por lo cual estas
cosas no pueden asignarse con certeza a las brujas.
Por último, argumentan que los predicadores y jueces predicaron y practicaron contra
las brujas de tal manera, que si fueran brujas, sus vidas jamás estarían a salvo de ellas,
debido al gran odio que las brujas abrigarían contra ellos.
Pero los argumentos contrarios pueden tomarse de la Primera Pregunta, donde trata del
tercer postulado de la Primera Parte; y se pueden proponer a las personas los puntos más
convenientes. De cómo Dios permite que exista el mal, aunque Él no lo desea, pero lo
permite para la maravillosa perfección del universo, que puede considerarse en el hecho
de que las cosas buenas son más altamente elogiables, más placenteras y laudables,
cuando se las compara con las cosas malas; y pueden citarse autoridades en respaldo de
esto. También, que la profundidad de la sabiduría, justicia y bondad Divinas de Dios
deberían exponerse, ya que de lo contrario permanecerían ocultas. Para una breve solución
de este interrogante existen varios tratados disponibles sobre el tema, para información de
la gente, a saber, en el sentido de que Dios permitió dos Caídas, la de los ángeles y la de
nuestros primeros padres; y como éstas fueron las mayores de todas las caídas, no es
extraño que se permitan otras menores. Pero estas dos Caídas fueron mayores en sus
consecuencias, no en sus circunstancias, en cuyo último sentido, como se mostró en la
última Pregunta, los pecados de las brujas superan los de los ángeles malos y los de
nuestros primeros padres. En el mismo lugar se muestra que Dios permitió con justicia las
primeras Caídas, y cualquiera puede reunir y ampliar lo que allí se dice, tanto como lo
desee.
Pero debemos responder a sus argumentos. En cuanto al primero, de que Dios castiga
bastante por medio de enfermedades naturales, y por la espada y el hambre, damos una
triple respuesta. Primero, que Dios no limitó Su poder al proceso de la naturaleza, o
siquiera a las influencias de los astros, de tal manera que no pudiese ir más allá de esos
límites, pues a menudo los superó en el castigo de los pecados, al enviar plagas y otros
castigos fuera de la influencia de los astros; y cuando castigó el pecado de orgullo en
David, cuando contó a su pueblo, al enviar una peste contra el pueblo.
Segundo, conviene con la Sabiduría Divina que Él gobierne de tal modo las cosas, que
les permita actuar por su propia instigación. Por consiguiente, no tiene el objetivo de
impedir por completo la malicia del demonio, sino más bien permitirla hasta donde la
considera necesaria para el bien final del universo, aunque es cierto que el demonio se ve
constantemente frenado por los ángeles buenos de forma que no pueda impedir todo el
daño que desea. De la misma manera, Él no se propone limitar los pecados humanos que
son posibles para el hombre gracias a su libre albedrío, tales como el de renegar de la Fe y
su dedicación al demonio, cosas que se encuentran en el poder de la voluntad humana. De
estas dos premisas se sigue que cuando Dios está más ofendido, permite los males que
ante todo buscan las brujas, y por los cuales reniegan de la Fe, en la medida del poder del
demonio; y tal es la capacidad de dañar a los hombres, los animales y los frutos de la
tierra.
Tercero, Dios permite los males que de modo indirecto provocan la mayor inquietud y
tormento al demonio; y de tal tipo son los efectuados por las brujas mediante el poder de
los demonios. Porque el diablo se atormenta mucho, de manera indirecta, cuando ve que,
contra su voluntad, Dios usa todo mal para gloria de Su nombre, para alabanza de la Fe,
para purificación de los elegidos y para la adquisición de méritos. Pues es cierto que nada
puede ser más irritante para el orgullo del demonio, que siempre se eleva contra Dios
(como se dice: el orgullo de quienes te odian aumenta sin cesar), que el hecho de que Dios
utilice sus malévolas maquinaciones para Su propia gloria. Por consiguiente, Dios permite
todas estas cosas.
Su segundo argumento ya fue contestado antes; pero hay dos puntos en los cuales se lo
debe responder en detalle. En primer lugar, lejos de ser cierto que el demonio o sus obras
son más fuertes que Dios, resulta evidente que su poder es pequeño, ya que nada puede
hacer sin el permiso Divino. Por lo cual puede decirse que el poder del diablo es pequeño
en comparación con el permiso Divino, aunque muy grande en comparación con los
poderes terrenales a los que, por supuesto, supera, como se muestra en el texto, tantas
veces citado, de Job, VI: «No hay en la tierra poder que se compare con él».
En segundo lugar, debemos contestar al interrogante de por qué Dios permite que la
brujería afecte la capacidad de engendrar, más que ninguna otra función humana. Esto ya
sé trató antes, pues se debe a lo vergonzoso del acto, y al pecado original correspondiente
a la culpa de nuestros primeros padres que se eleva por medio de ese acto. También se
simboliza por la serpiente, que fue el primer instrumento del demonio.
A su tercer argumento respondemos que el demonio tiene más intención y deseo de
tentar a los buenos que a los malvados; aunque en verdad tienta a los malvados más que a
los buenos, porque los primeros tienen más aptitud que éstos para responder a su
tentación. De la misma manera, se muestra más ansioso de dañar a los buenos que a los
malos, pero le resulta más fácil dañar a los segundos. Y la razón de esto, según San
Gregorio, es que cuanto más a menudo cede un hombre al demonio, más difícil le resulta
luchar contra él. Pero como los malvados son quienes con más frecuencia ceden al
demonio, sus tentaciones son las más intensas y frecuentes, ya que carecen del escudo de
la Fe para protegerse. Acerca de este escudo, San Pablo habla en Efesios, vi. Ante todo,
tomando el escudo de la Fe, con él podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno.
Pero por otro lado, ataca a los buenos con más encono que a los malos. Y la razón es que
ya posee a estos últimos, mas no a los primeros; y por lo tanto se esfuerza por atraer a su
poder a los justos por medio de tribulaciones, pues no son suyos, y no tanto a los
malvados; que ya le pertenecen. De la misma manera, un príncipe de la tierra castiga con
más severidad a quienes desobedecen sus leyes o perjudican a su reino, que a quienes no
se oponen a él.
En respuesta a su cuarto argumento, además de lo que se escribió al respecto, el
predicador puede exponer la verdad de que Dios permite que el mal se haga, pero que no
lo desea, me diente los cinco signos de la voluntad Divina, que son el Precepto, la
Prohibición, el Consejo, la Acción y el Permiso. Véase Santo Tomás, en especial en su
Primera Parte, Pregunta 18, ad. 12, donde esto se expone con suma claridad. Pues aunque
existe una sola voluntad en Dios, que es Dios Mismo, Su voluntad se nos muestra y señala
de muchas maneras, como dice el Salmo: las poderosas obras del Señor se cumplen en
todos Sus deseos. Por lo cual hay una diferencia entre la verdadera y esencial Voluntad de
Dios y sus efectos visibles; ya que la voluntad, propiamente dicha, es la voluntad del buen
placer de un hombre, pelo en un sentido metafórico es la voluntad expresada por signos
exteriores. Pues por medio de signos y metáforas se nos muestra que Dios desea que eso
sea así.
Podemos tomar un ejemplo de un padre humano quien, si bien posee una sola
voluntad, la expresa de cinco maneras, ya sea por sí mismo, o por medio de algún otro.
Por sí mismo la expresa de dos modos, directo o indirecto. Directo, cuando él mismo hace
una cosa; y entonces es una Acción. Indirecto, cuando no impide que algún otro actúe
(véase la Física de Aristóteles, IV: la prohibición es causación indirecta), y esto se
denomina, la señal del Permiso. Y el padre humano señala su voluntad por medio de algún
otro, de tres formas. O bien ordena que alguien haga algo, o, a la inversa, prohíbe algo; y
estos son los signos del Precepto y la Prohibición. O persuade y aconseja a alguien que
haga algo, y esta es la señal del Consejo. Y tal como la voluntad humana se manifiesta de
estas tincó maneras, lo mismo ocurre con la voluntad de Dios. Pues el hecho de que la
voluntad de Dios se muestra por Precepto, Prohibición y Consejo se ve en San Mateo, VI:
«Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra», es decir, cumplamos en
la tierra Sus Preceptos, evitemos Sus Prohibiciones y sigamos Sus Consejos. Y de la
misma manera, San Agustín muestra que el Permiso y la Acción son señales de la
voluntad de Dios, cuando dice, en el Enquiridión: nada se hace que Dios Todopoderoso no
desee que se haga, bien por su permiso o porque lo hace él mismo.
Para volver al argumento; es muy cierto que cuando un hombre puede impedir una
cosa, y no lo hace, puede decirse que esa cosa procede de su voluntad. Y la inferencia de
que Dios, siendo todo Bondad, no puede desear el mal, también es cierta respecto del
verdadero Buen Placer de la Voluntad de Dios, y también en relación con cuatro de los
signos de Su Voluntad; pues ni falta hace decir que Él no puede hacer el mal, ni ordenar
que se lo haga, ni dejar de oponerse al mal, ni aconsejar el mal; sin embargo, puede
permitir que se lo haga.
Y si se pregunta cómo es posible distinguir si una enfermedad es causada por brujería
o por algún otro defecto físico natural, contestamos que existen varios métodos. Y el
primero es por medio del juicio de los Doctores. Véase las palabras de San Agustín Sobre
la doctrina cristiana: a esta clase de superstición corresponden todos los encantamientos y
amuletos colgados o atados de la persona, que la escuela de Medicina desprecia. Por
ejemplo, los doctores puede percibir por las circunstancias, tales como la edad del
paciente, su contextura sana y la reacción de sus ojos, que su enfermedad no es producto
de ningún defecto de la sangre o del estómago, o de cualquier otra dolencia; y por lo tanto
juzgan que no se debe a un defecto natural, sino a alguna causa extrínseca. Y como ésta no
podría ser una infección venenosa, que iría acompañada por malos humores en la sangre y
el estómago, tienen motivos suficientes para juzgar que se debe a un acto de brujería.
Y segundo, cuando la enfermedad es incurable, de modo que el paciente no encuentra
alivio en las drogas, sino que éstas parecen más bien agravarlo.
Tercero, el mal puede caer tan de repente sobre un hombre, que sólo sea posible
asignarlo a brujería. Se nos ha hecho conocer un ejemplo de cómo esto le ocurrió a un
hombre. Cierto ciudadano de Spires, bien nacido, tenía una esposa de índole tan obstinada,
que, si bien trataba de complacerla de todas las maneras, ella se negaba casi siempre a
cumplir con sus deseos y lo perseguía con injurias y denuestos. Sucedió que, al entrar un
día en su casa, y su esposa atacarlo como de costumbre, con palabras oprobiosas, él quiso
salir de la casa para evitar la pendencia. Pero ella se le adelantó con rapidez y echó llave a
la puerta por la cual quería salir. Y juró en voz alta que, si no la castigaba, no había en él
honradez ni fidelidad. Ante estas fuertes palabras, él estiró la mano, sin intención de
herirla, y la golpeó con suavidad, con la palma abierta, en la nalga; ante lo cual, de pronto,
cayó al suelo, y perdió el sentido, y guardó cama durante muchas semanas, aquejado de
una gravísima enfermedad. Resulta evidente que no era una enfermedad natural, sino
provocada por alguna brujería de la mujer. Y han ocurrido muchos casos parecidos,
conocidos por muchos.
Existen algunos que pueden distinguir estas dolencias por medio de cierta práctica, que
es como sigue. Sostienen plomo fundido sobre el hombre enfermo, y lo vierten en un
cuenco de agua. Y si el plomo se condensa en alguna imagen, juzgan que la enfermedad se
debe a brujería. Y cuando a esos hombres se les pregunta si la imagen así formada es
causada por obra de los demonios, o si se debe a una causa natural, responden que es
producto del poder de Saturno sobre el plomo, ya que la influencia de ese planeta es
maligna en otros sentidos, y puesto que el sol tiene un poder similar sobre el oro. Pero lo
que debería pensarse acerca de esta práctica, y de si es legal o no, se analizará en la
Segunda Parte de este Tratado. Porque los Canonistas dicen que es legal que la vanidad
sea confundida por la vanidad; pero los Teólogos sostienen una opinión contraria, y
afirman que no es correcto hacer el mal para obtener el bien.
En su último argumento postulan varios objetos. Primero, ¿por qué las brujas no se
enriquecen? Segundo, ¿por qué, ya que cuentan con el favor de los príncipes, no cooperan
en la destrucción de todos sus enemigos? Tercero, ¿por qué son incapaces de dañar a los
Predicadores y a otros que las persiguen?
En cuanto a lo primero, hay que decir que en general las brujas no son ricas por esta
razón: que a los demonios les agrada mostrar su desprecio por el Creador comprando a las
brujas por el más bajo precio posible. Y además, para que no se destaquen por sus
riquezas.
Segundo, no dañan a los príncipes porque, hasta donde sea posible, desean conservar
su amistad. Y si se pregunta por qué no hieren a sus enemigos, se responde que un ángel
bueno, que trabaja del otro lado, impide esa brujería. Compárese el pasaje de Daniel: «El
príncipe de los persas se puso contra mí veintiún días». Véase Santo Tomás en el Segundo
Libro de sentencias, donde debate si existe alguna pugna entre los ángeles buenos, y de
qué tipo.
Tercero, se dice que no pueden herir a los inquisidores y otros funcionarios, porque
dispensan la justicia pública. Se podrían presentar muchos ejemplos para demostrarlo,
pero el tiempo no lo permite.
SEGUNDA PARTE

Que trata de los métodos por medio de los cuales se obra la brujería
PREGUNTA—. De aquellos contra quienes el poder de las brujas de nada sirve.
La segunda parte de esta obra trata del método de procedimiento adoptado por las brujas
para la ejecución de sus brujerías; y se distinguen según nueve rubros, nacidos de dos
dificultades principales. La primera de las dos, tratada al comienzo, se refiere a los
remedios protectores gracias a los cuales un hombre queda inmunizado contra la brujería:
la segunda, tratada al final, se refiere a los remedios curativos mediante los cuales se
puede curar a los embrujados. Pero como dice Aristóteles (Fisica, IV), la prevención y la
cura se relacionan entre sí, y son, accidentalmente, asuntos de causación. De este modo
quedará clara toda la base de esta horrible herejía.
En las dos divisiones precedentes se destacarán ante todo los siguientes puntos.
Primero, la iniciación de las brujas y su profesión de sacrilegio. Segundo, el avance de su
método de trabajo y de sus horribles observancias. Tercero, las protecciones preventivas
contra sus brujerías. Y como ahora tratamos de asuntos vinculados con la moral y la
conducta, y no hace falta, una variedad de argumentos y disquisiciones, ya que las
materias que ahora siguen bajo sus títulos han sido lo bastante analizadas en las preguntas
precedentes, rogamos a Dios que el lector no busque pruebas en cada caso, ya que basta
con presentar ejemplos que han sido vistos u oídos en personas, o que son aceptados bajo
palabra de testigos fieles.
En el primero de los puntos mencionados se examinarán ante todo dos temas: primero,
los distintos métodos de atracción que adopta el demonio mismo; segundo, las diversas
maneras en que las brujas profesan su herejía. Y en el segundo de los puntos principales se
examinarán por orden cuatro materias relacionadas con el procedimiento de la brujería y
su cura. Primero, las prácticas de las brujas respecto de sí mismas y de su propio cuerpo.
Segundo, sus prácticas con referencia a otros hombres. Tercero, los tipos de brujería que
se practican sólo por hombres, y no por mujeres; cuarto, el problema de eliminar la
brujería, y de cómo puede curarse a los embrujados. Por lo tanto, la primera pregunta se
divide en dieciocho temas, ya que en otras tantas formas son variadas y múltiples sus
observancias.
Se pregunta si un hombre puede ser bendecido de tal manera por los ángeles buenos,
que las brujas no puedan encantarlo de ninguno de los modos que siguen. Y parece que no
puede, pues ya se mostró que inclusive los puros e inocentes y justos son a menudo
atacados por los demonios, como ocurrió en Job; y se advierte que muchos niños
inocentes, así como innúmeros hombres justos son hechizados, aunque no en la misma
medida que los pecadores; pues no resultan dañados en la perdición de su alma, sino sólo
en sus bienes terrenales y en su cuerpo. Pero lo contrario lo indican las confesiones de las
brujas, a saber, que no pueden dañar a nadie, sino sólo a aquellos de quienes saben, por
información de los demonios, que carecen de la ayuda Divina.
Respuesta—. Hay tres clases de hombres bendecidos por Dios a quienes esa detestable
raza no puede lesionar con su brujería. Y la primera son las de quienes administran la
justicia pública contra ellas, o las enjuician en cualquier condición oficial pública. La
segunda es la de quienes, según los ritos tradicionales y santos de la iglesia, hacen empleo
legal del poder y la virtud que la iglesia, por sus exorcismos, proporciona en la aspersión
del Agua Bendita, la aceptación de la sal consagrada, el trasporte de los cirios bendecidos
el Día de la Purificación de nuestra Señora, de las hojas de palma en el Domingo de
Ramos, y los hombres que de tal modo se fortalecen actúan de tal manera, que los poderes
de los demonios quedan disminuidos; y de ellos hablaremos más adelante. La tercera es la
de quienes, de distintas e infinitas formas, son bendecidos por los santos ángeles.
La razón para ello en la primera clase se dará y demostrará en distintos ejemplos. Pues
ya que, como dice San Pablo, todo el poder proviene de Dios, y es una espada para la
venganza contra los malvados y la recompensa de los justos, no es extraño que los
demonios sean mantenidos a raya cuando se hace Justicia para vengar ese horrible crimen.
En el mismo sentido, los Doctores señalan que hay cinco modos en que el poder del
demonio es obstaculizado en todo o en parte. Primero mediante un límite fijado por Dios a
su poder, como se ve en Job, I y a. Otro ejemplo es el caso del hombre del cual leímos en
el Formicarius de Nider, quien confesó a un juez que había llamado al demonio para
poder matar a un enemigo suyo, o causarle daño físico, o herirlo de muerte por un rayo. Y
dijo: «Cuando invoqué al demonio para cometer semejante hecho con su ayuda, me
respondió que no podía hacer ninguna de esas cosas, porque el hombre tenía buena fe y se
defendía con diligencia, con la señal de la cruz; y que por lo tanto no podía dañarlo en su
cuerpo, sino que lo más que podía hacer era destruir la undécima parte de los frutos de sus
tierras».
Segundo, es obstaculizado por la aplicación de alguna fuerza exterior, como en el caso
del asno de Balaam, Números, XXIII Tercero, por algún milagro de poder de ejecución
exterior. Y hay algunos bendecidos con un privilegio singular, como se mostrará más
adelante, en el caso de la tercera clase de hombres que no pueden ser embrujados. Cuarto,
por la buena providencia de Dios, Quien dispone de cada cosa de diversos modos, y hace
que un ángel bueno se interponga en el camino del demonio, como cuando Asmodeo mató
a los siete esposos de la Virgen Sara, pero no mató a Tobías.
Quinto, a veces se debe a la cautela del demonio mismo, pues en ocasiones no desea
hacer daño, para que lo peor se siga de ello. Como, por ejemplo, cuando puede molestar a
los excomulgados, pero no lo hace, como en el caso de los corintios excomulgados (I,
Corintios, V), para debilitar la fe de la iglesia en el poder de ese castigo. Por consiguiente
podemos decir, de la misma forma, que, aunque los administradores de justicia pública no
estuviesen protegidos por el poder Divino, es muy frecuente que los demonios, por su
propia voluntad, retiren su apoyo y protección a las brujas, ya sea porque temen su
conversación, o porque desean y apresuran su condenación. Este hecho también lo
demuestran las experiencias. Pues el mencionado Doctor afirma que las brujas han
atestiguado como hecho de su experiencia que sólo por haber sido apresadas por
funcionarios de la justicia pública, perdieron en seguida todo su poder de brujería. Por
ejemplo, un juez llamado Pedro, a quien mencionamos antes, deseó que sus funcionarios
arrestaran a cierto brujo llamado Stadlin; pero sus manos fueron presas de un temblor tan
grande, y un hedor tan nauseabundo llegó a su nariz, que abandonaron toda esperanza de
atreverse a tocar al brujo. Y el juez les ordenó, diciendo: «Pueden arrestar tranquilos al
desdichado, porque cuando lo toque a mano de la justicia pública, perderá todo el poder de
su iniquidad». Y así resultó ser, pues fue arrestado y quemado por muchas brujerías por él
perpetradas, que se mencionan aquí y allí, en esta obra, en sus lugares correspondientes.
Y muchas más de estas experiencias nos ocurrieron a nosotros, inquisidores, en el
ejercicio de nuestras funciones inquisitoriales, que arrebatarían el sentido del lector, hasta
hacerle preguntarse si es conveniente relatarlas. Pero como el autoelogio es sórdido y
mezquino, será mejor guardar silencio sobre ellas, antes que incurrir en el estigma de la
jactancia y el engreimiento. Pero debemos hacer una excepción con las que han llegado a
ser tan conocidas, que no se las puede ocultar.
No hace mucho, en la ciudad de Ratisbona, los magistrados condenaron a una bruja a
ser quemada, y se les preguntó por qué nosotros, los inquisidores, no éramos atacados de
brujería como los otros hombres. Respondieron que las brujas habían intentado dañarlos
muchas veces, pero no pudieron, y al preguntárseles por la razón de ello, respondieron que
no lo sabían, como no fuese que los demonios les habían advertido que no lo hicieran.
Pues, dijeron, sería imposible decir cuántas veces nos acosaron día y noche, ora en forma
de monos, ora de perros o cabras, y nos molestaron con sus gritos e insultos, y nos sacaron
de nuestro lecho con sus blasfemas oraciones, de modo que llegábamos hasta el otro lado
de la ventana de su cárcel, que era tan alta, que nadie podía llegar a ella sin la más larga de
las escaleras; y entonces parecían clavarse los alfileres con que se ceñían sus tocas, y los
clavaban con violencia en la, cabeza, y así las encontrábamos cuando nos levantábamos,
como si hubieran querido clavárnoslos en nuestra propia cabeza, pero alabado sea Dios
Todopoderoso, Quien en Su piedad, y sin ningún mérito propio, nos ha protegido a
nosotros, indignos servidores públicos de la justicia de la Fe.
La razón, en el caso de la segunda clase de hombres, es evidente por sí misma. Porque
los exorcismos de la iglesia están destinados a ello, y son remedios en todo sentido
eficaces para protegerse de los daños de las brujas.
Pero si se pregunta de qué manera debería un hombre usar esas protecciones, debemos
hablar primero de las que se emplean sin pronunciar las palabras sagradas, y luego de las
invocaciones sagradas. Porque en primer lugar, es legal en cualquier habitación decente de
hombres o animales asperjar el Agua Bendita para seguridad y protección de hombres y
animales, con la invocación de la Santísima Trinidad y un Padre Nuestro. Pues se dice en
el Oficio del exorcismo, que cuando se la salpica, toda suciedad queda purificada, todo
daño ahuyentado, y ningún espíritu pestilente puede morar allí, etc. Porque el Señor salva
al hombre y al animal, según el Profeta, cada uno a su medida.
En segundo término, así como en el primero hay que efectuar por fuerza la aspersión,
así en el caso de un cirio Bendito, aunque es más adecuado para encenderlo, cuya cera
puede salpicarse con ventaja en las viviendas. Y tercero, es conveniente colocar o quemar
hierbas consagradas en las habitaciones en que mejor se las puede consumir en algún lugar
adecuado.
Y sucedió en la ciudad de Spires, en el mismo año en que se inició este libro, que
cierta mujer devota mantuvo una conversación con una sospechada de bruja, y a la manera
de las mujeres, usaron palabras abusivas, la una contra la otra. Pero por la noche hizo
depositar en su cuna a su niñito de pecho, y recordó su encuentro de ese día con la
sospechosa de ser bruja. De modo que, temiendo algún peligro para el niño, colocó hierbas
consagradas debajo de él, lo roció con Agua Bendita, le puso un poco de Sal Bendita en
los labios, lo signó con el Signo de la Cruz, y aseguró con diligencia la cuna. En mitad de
la noche oyó el llanto del niño, y como hacen las mujeres, deseó abrazarlo y levantar la
cuna hasta su cama. Por cierto que la levantó, pero no pudo abrazar al niño, porque no
estaba allí. La pobre mujer, aterrorizada y derramando amargas lágrimas por la pérdida de
su hijo, encendió una luz y encontró al niño en un rincón, bajo una silla, lloroso pero
indemne.
Y en esto puede verse qué virtud tienen los exorcismos de la iglesia contra las trampas
del demonio. Es manifiesto que Dios Todopoderoso, en Su piedad y sabiduría, que se
extiende de extremó a extremo, vigila los actos de esos hombres malvados; y que dirige
con dulzura la brujería de los demonios, de modo que cuando tratan de disminuir y
debilitar la Fe, por el contrario, la fortalecen y la arraigan con más firmeza en el corazón
de muchos. Pues los fieles pueden obtener gran provecho de estos males; cuando, en razón
de las obras del demonio, la fe se fortalece, se advierte la piedad de Dios, y se manifiesta
Su poder, y los hombres son llevados a Su guarda y a la reverencia de la Pasión de Cristo,
y esclarecidos por las ceremonias de la iglesia.
En una ciudad de Wiesenthal vivía cierto alcalde embrujado por los dolores más
terribles y contorsiones físicas; y descubrió, no por medio de otros brujos, sino por su
propia experiencia, cómo se le había practicado esa brujería. Pues dijo que tenía la
costumbre de fortalecerse todos los domingos con Sal Bendita y Agua Bendita, pero
omitió hacerlo en una ocasión debido a la celebración del matrimonio de alguien; y ese
mismo día quedó embrujado.
En Ratisbona un hombre era tentado por el demonio, en forma de mujer, para copular
con ella, y se sintió perturbado en gran medida cuando el demonio no quiso desistir. Pero
en la mente del pobre hombre surgió el pensamiento de que debía defenderse tomando la
Sal Bendita como había oído en un sermón. De manera que tomó un poco de Sal Bendita
al entrar en el cuarto de baño, y la mujer lo miró con ferocidad, y maldijo al demonio que
le había enseñado a hacerlo, y desapareció de repente. Porque el demonio, con permiso de
Dios, puede presentarse en forma de una bruja, o poseer el cuerpo de una bruja real.
Había también tres compañeros que se paseaban por un camino, y dos de ellos fueron
heridos por el rayo. El tercero se aterrorizó cuando escuchó voces que hablaban en el aire:
«Ataquémoslo también a él». Pero otra, voz respondió: «No podemos, porque hoy escuchó
las palabras “el Verbo se ha hecho Carne”». Y entendió que había sido salvado porque ese
día oyó misa, y al final de ella, el Evangelio de San Juan: en el comienzo fue el Verbo,
etcétera.
También las palabras sagradas unidas al cuerpo son maravillosamente protectoras, si se
observan siete condiciones para su uso. Pero se mencionarán en la última pregunta de esta
Segunda Parte, cuando hablemos de las medidas curativas, tal como aquí hablamos de las
preventivas. Y esas palabras sagradas, no sólo ayudan a proteger, sino también a curar a
los embrujados.
Pero la protección más segura para los lugares, hombres o animales se encuentra en las
palabras del triunfal título de nuestro Salvador, y se las escribe en cuatro lugares en forma
de una cruz: IESUS NAZARENUS REX IUDAEORUM. También puede agregarse el
nombre de la Virgen María, y de los evangelistas, o las palabras de San Juan: el Verbo se
hizo Carne.
Pero la tercera clase de hombres que no puede ser dañados por las brujas es la más
notable; pues están protegidos por una custodia angélica especial, tanto por dentro como
por fuera. Por dentro, por la infusión de la gracia; por fuera, por la virtud de los astros, es
decir, por la protección de los Poderes que mueven los astros, y esta clase se divide en dos
sectores de los Elegidos: pues algunos están protegidos contra todo tipo de brujería, de
modo que no pueden recibir daño ninguno; y a otros los vuelven castos en especial los
ángeles buenos, respecto de la función de engendrar, tal como los espíritus malos, con su
brujería, inflaman el apetito de ciertos hombres malignos hacía una mujer, en tanto que los
vuelven fríos hacia otra.
Y su protección interior y exterior, por gracia e influencia de los astros, se explica
como sigue. Pues si bien es Dios mismo Quien vierte gracia en nuestra alma, y ninguna
otra criatura tiene un poder tan grande para hacerlo (como se dice: el Señor dará gracia y
gloria), sin embargo, cuando Dios desea conceder una gracia especial, lo hace en forma
ejecutiva, por intermedio de un ángel bueno, como nos enseña Santo Tomás en cierto
lugar del Tercer libro de sentencias.
Y esta es la doctrina formulada por Dionisio en el cuarto capítulo de Diuinis
Nominibus: tal es la ley fija e inalterable de la. Divinidad, que lo Alto pase a lo Bajo a
través de un Medio, de modo que todo lo bueno que emane a nosotros de la fuente de toda
bondad, nos llegue por el ministerio de los ángeles buenos. Y esto, se demuestra a la vez
por medio de ejemplos y por argumentos. Pues aunque sólo el poder Divino fue la causa
de la Concepción del Verbo de Dios en la Santísima Virgen, a través de la cual Dios se
hizo hombre, la mente de la Virgen, por ministerio de un ángel, fue muy estimulada por la
Salvación, y por el fortalecimiento e información de su entendimiento, con lo cual quedó
predispuesta a la bondad. Esta verdad también puede razonarse como sigue: es opinión del
mencionado Doctor que existen en el hombre tres propiedades, la voluntad, el
entendimiento y los poderes internos y externos pertenecientes a los miembros y órganos
corporales. Sobre la primera, sólo Dios puede influir, pues el corazón del rey está en
manos del Señor. Un ángel bueno puede influir sobre la comprensión hacia un más claro
conocimiento de la verdad y la bondad, de modo que en la segunda de sus propiedades,
Dios y un ángel bueno pueden iluminar a un hombre. Lo mismo en la tercera, un ángel
bueno puede dotar a un hombre de buenas cualidades, y uno malo, con permiso de Dios,
acosarlo con malas tentaciones. Pero la voluntad humana tiene el poder de aceptar esas
influencias malignas o rechazarlas, y un hombre puede hacerlo siempre mediante la
invocación de la gracia dé Dios.
En cuanto a la protección exterior que proviene de Dios a través de Quienes Mueven
las estrellas, la tradición es conocida, y coincide por igual con las Sagradas Escrituras y
con la filosofía natural. Porque todos los cuerpos celestes son movidos por poderes
angélicos que Cristo llama los que Mueven los astros, y la iglesia Poderes de los cielos; y
por consiguiente, todas las sustancias corpóreas de este mundo están gobernadas Por
influencias celestiales, como lo atestigua Aristóteles, Metafisica, I. En consecuencia,
podemos decir que la Providencia de Dios vigila a cada uno de Sus elegidos, pero somete
a algunos de ellos a los males de esta vida para su corrección, en tanto que protege a otros
de tal modo, que no pueden ser ofendidos. Y este don lo reciben de los ángeles buenos
delegados por Dios para su protección, o de la influencia de los cuerpos celestes o de los
Poderes que los mueven.
Además hay que señalar que algunos están protegidos contra toda brujería, y otros sólo
contra una parte de ésta. Pues algunos son purificados en especial, por los ángeles buenos,
en sus funciones genitales, de modo que las brujas no puedan hechizarlos respecto de
dichas funciones. Pero en un sentido es superfluo escribir al respecto, aunque en otro
sentido es necesario por el siguiente motivo: pues quienes están embrujados en su función
de gestación quedan privados de la protección de los ángeles, de tal modo, que se
encuentran siempre en pecado mortal, o practican esas impurezas con celo demasiado
lujurioso. En ese sentido se mostró, en la Primera Parte de esta obra, que Dios permite
mayores poderes de brujería contra esas funciones, no tanto por lo desagradables, como
porque fue este acto el que provocó la corrupción de nuestros primeros padres, y por
contagio llevó la herencia del pecado original a toda la raza humana.
Pero demos unos pocos ejemplos de cómo un ángel bueno bendice a veces a los
hombres justos y santos, en particular en el aspecto de los instintos genitales. Porque la
siguiente fue la experiencia del abate San Sereno, como lo narra Casiano en sus
Colaciones de los Padres, en la primera conferencia del abate Sereno. Este hombre, dice,
se esforzó por lograr una castidad interior de corazón y alma, con oraciones nocturnas y
diurnas, ayunos y vigilias, hasta que al final percibió que, por gracia Divina, había
extinguido todas las oleadas de concupiscencia carnal. Al cabo, movido por un deseo aun
mayor de castidad, usó todas las santas prácticas precedentes para rogar al Todopoderoso
y Todo Bondadoso Dios que le concediera que, por donde Dios, la castidad que sentía en
el corazón le fuese conferida a su cuerpo de manera visible. Entonces un ángel del Señor
llegó a él en una visión nocturna, y parió abrirle el vientre, y arrancarle de las entrañas un
tumor ardiente de carne, y luego remplazar todos sus intestinos, tales como estaban antes,
y dijo: ¡He aquí que la provocación de tu carne o sido cortada y sabe que en este día
obtuviste la perpetua pureza de tu cuerpo, de acuerdo con la oración que rezaste, de
manera que nunca más volverás a ser acosado por ese deseo natural que inclusive surge en
los niños recién nacidos y de pecho!
De la misiva manera San Gregorio, en el Primer Libro de sus Diálogos, habla del
bendito abad Equicio. Este hombre, dice, fue muy perturbado en su juventud por la
provocación de la carne; pero la congoja misma de su tentación lo hizo más celoso aun en
su aplicación a la oración. Y cuando rezaba continuamente a Dios Todopoderoso por un
remedio contra ese mal, se le presentó un ángel, una noche, y pareció convertirlo en
eunuco, y le pareció, en su visión, que sus órganos genitales perdían toda sensación; y
desde entonces fue tan ajeno a la tentación, como si no tuviese sexo en el cuerpo. He ahí el
beneficio que existía en esa purificación; pues estaba tan henchido de virtud, que, con la
ayuda de Dios Todopoderoso, tal como antes se destacaba entre los hombres, así después
se destacó entre las mujeres.
Una vez más, en las Vidas de los Padres, reunidas por el santísimo hombre San
Heráclides en el libro que intitula Paraíso, habla de cierto Santo Padre, un monje llamado
Helías. La piedad movió a este hombre a reunir a treinta mujeres en un monasterio, y
comenzó a regir sobre ellas. Pero luego de dos años, cuando tenía treinta de edad, huyó de
la tentación de la carne a una ermita, y allí ayunó durante dos días y oró a Dios: «Oh
Señor Dios, mátame o líbrame de esta tentación». Y por la, noche tuvo un sueño, y vio que
tres ángeles se acercaban a él; y le preguntaron por qué había huido del monasterio de
vírgenes. Pero cuando no se atrevió a responder, de vergüenza, los ángeles dijeron: si
quedas libre de la tentación, ¿regresarás a tu cura de esas mujeres? Y él respondió que lo
haría de muy buen grado. Entonces le arrancaron un juramento en ese sentido, y lo
convirtieron en un eunuco. Pues uno pareció tomarlo de las manos, otro de los pies, y el
tercero cortarle los testículos con un cuchillo, aunque esto en realidad no fue así, sino que
sólo pareció serlo. Y cuando le preguntaron si se sentía remediado, respondió que estaba
liberado por entero. De modo que al quinto día volvió a las acongojadas mujeres y las
gobernó durante los cuarenta años que continuó viviendo, y jamás volvió a sentir una
chispa de aquella primera tentación.
Y leemos que un beneficio no menor se le confirió al Beato Tomás, un Doctor de
nuestra Orden, a quien sus hermanos aprisionaron por ingresar en esa Orden; y como
deseaban tentarlo, le enviaron una seductora ramera, suntuosamente adornada. Pero
cuando el Doctor la miró, corrió hacia el fuego material, tomó una antorcha encendida,
expulsó a la máquina del fuego de la lujuria fuera de su prisión; y postrado en oración por
el don de la castidad, quedó dormido. Dos ángeles se le aparecieron y dijeron: he aquí que
por pedido de Dios te ceñimos con un cinturón de castidad, que no puede ser aflojado por
ninguna otra de esas tentaciones; ni es posible adquirirlo por los méritos de la virtud
humana, sino que sólo se entrega por don de Dios. Y se sintió ceñido, y tuvo conciencia
del contacto del cinturón, y lanzó un grito y despertó. Y en adelante se sintió dotado de un
tan grande don de castidad, que desde entonces aborreció todos los deleites de la carne, de
modo que ni siquiera podía hablar con una mujer, como no fuese por obligación, y era
fuerte en su perfecta castidad. Esto lo tomamos del Formicarius de Nider.
Por lo tanto, con excepción de estas tres clases de hombres, nadie está seguro de las
brujas. Pues todos los demás están en condiciones de ser hechizados, o tentados e
incitados por alguna brujería, en las nueve formas que ahora se considerarán. Pues primero
debemos describir estos métodos en su orden, para poder analizar luego, con mayor
claridad, los remedios con los cuales se puede aliviar a los hechizados. Y para poder
mostrar con más claridad los nueve métodos, se los expone de la siguiente manera.
Primero, mostramos los diversos métodos de iniciación de las brujas, y de cómo atraen a
jóvenes inocentes para aumentar el número de su pérfida compañía. Segundo, cómo
profesan las brujas su sacrilegio y el juramento de fidelidad al demonio que pronuncian.
Tercero, cómo se someten a los íncubos, que son demonios. Cuarto, su método general de
práctica de la brujería mediante los Sacramentos de la iglesia, y en especial cómo, con
permiso de Dios, pueden afectar a todas las criaturas, con excepción de los cuerpos
Celestes. Quinto, su método de obstruir la capacidad de engendrar. Sexto, cómo pueden
arrebatar el miembro viril por alguna arte de ilusión. Séptimo, cómo pueden provocar todo
tipo de enfermedades, y ello en general. Octavo, de ciertas enfermedades en particular.
Noveno, de cómo las brujas comadronas provocan el máximo daño, ya sea al matar a los
niños o al ofrecerlos a los demonios en forma sacrílega. Después seguirá el tema de los
métodos por medio de los cuales pueden eliminarse estos tipos de brujería.
Pero que nadie piense que, como hemos enumerado los diversos métodos por los
cuales se infligen las distintas formas de brujería, llegará a un conocimiento total de estas
prácticas; porque ese conocimiento sería de poco uso, e inclusive pernicioso.
Ni siquiera los libros prohibidos de nigromancia contienen tales conocimientos; pues
la brujería no se enseña en los libros, ni la practican los iniciados, sino los no educados, y
tiene un solo cimiento, sin cuyo conocimiento o práctica es imposible que nadie practique
la brujería como brujo.
Lo que es más, los métodos se enumeran aquí al comienzo para que sus actos no
parezcan increíbles, como a menudo se los consideró hasta hoy, para gran daño de la Fe y
crecimiento del número de los brujos. Pero si alguien afirma que, como (según se mostró
más arriba) algunos hombres son protegidos por la influencia de los astros, de modo que
no pueden ser dañados por la brujería, también debe atribuirse a los astros el hecho de que
alguien esté embrujado, como si fuese un asunto de predestinación el que un hombre sea
inmune a la brujería o esté sometido a ella, y entonces ese hombre no entiende bien lo que
quieren decir los Doctores, y ello en varios sentidos.
Y primero, porque existen tres cualidades humanas que puede decirse que están
gobernadas por tres causas celestes, a saber: el acto de volición, el de entendimiento y los
actos corporales. Y el primero, como se dijo, lo gobierna directa y solamente Dios; el
segundo un ángel; y el tercero lo gobierna, mas no lo impone, un cuerpo celestial.
Segundo, de lo que se ha dicho resulta claro que la elección y la volición son
gobernadas de manera directa por Dios, como dice San Pablo: Dios hace que queramos y
ejecutemos según Su buena voluntad; y el entendimiento del intelecto humano es
ordenado por Dios, por mediación de los ángeles. Por lo tanto, también todas las cosas
corpóreas, ya sean interiores, como los poderes y el conocimiento adquiridos por las
facultades físicas internas, o exteriores, como la enfermedad y la salud, son dispensadas
por los cuerpos celestes, por mediación de los ángeles. Y cuando Dionisio, en el cuarto
capítulo de Diuinis Nominibus, dice que los cuerpos celestes son la causa de lo que sucede
en este mundo, esto debe entenderse como la salud y la enfermedad naturales. Pero las
enfermedades que consideramos son sobrenaturales, ya que las inflige el poder del
demonio, con permiso de Dios. Por lo tanto no podemos decir que un hombre esté
hechizado por influencia de los astros, aunque es posible decir, en verdad, que algunos
hombres no pueden ser hechizados debido a la influencia de los astros.
Pero si se objeta que estos dos efectos opuestos deben nacer de la misma causa, y que
el péndulo tiene que oscilar hacia los dos lados, se responde que cuando un hombre es
protegido, gracias a la influencia de los astros, de esos males sobrenaturales, ello no se
debe de modo directo a la influencia de los astros, sino a un poder angélico, que puede
fortalecer esa influencia de modo que el enemigo, con su malicia, no prevalezca contra él;
y ese poder angélico puede ser trasmitido por virtud de los astros. Pues un hombre puede
estar a punto de morir, habiendo llegado al plazo de vida natural, y Dios, en Su poder, que
en tales casos obra siempre en forma indirecta, puede modificar eso enviando algún poder
de conservación, en lugar del defecto natural del hombre y de su influencia dominante.
Por consiguiente, de un hombre sometido a la brujería podemos decir que de la misma
manera es posible protegerlo de ésta, o que esta protección proviene de un ángel delegado
para guardarlo; y éste es el medio principal de todos los medios de protección.
Y cuando se dice en Jeremías, XXII «Escribid que será este hombre privado de
generación, hombre a quien nada sucederá prósperamente en todos los días de su vida»,
esto debe entenderse respecto de las elecciones de la voluntad, en que un hombre prospera
y otro no, y también puede asignarse a la influencia de los astros. Por ejemplo: los astros
pueden influir sobre un hombre para que haga una elección útil, tal como la de ingresar en
alguna Orden religiosa. Y cuando su entendimiento resulta esclarecido y considera esa
medida, y por operación Divina su voluntad se inclina a ponerla en ejecución, se dice que
ese hombre próspera bien. O de la misma manera, cuando un hombre se inclina a algún
oficio, o a algo útil. Por otro lado, se lo llamará infortunado cuando los altos Poderes
inclinan su elección hacia cosas improvechosas.
En su tercer libro de la Summa contra los Gentiles, y en varios otros lugares, Santo
Tomás habla de estas y muchas otras opiniones, cuando analiza en qué reside la diferencia
de que un hombre sea bien nacido y otro tenga un nacimiento desdichado. Que un hombre
sea afortunado o infortunado, o bien o mal gobernado o protegido. Pues según la
disposición de sus astros se dice que un hombre ha sido bien o mal nacido, y por lo tanto
es dichoso o desdichado; y según que sea esclarecido por un ángel, y siga ese
esclarecimiento, se dice que está bien o mal protegido. Y según que Dios lo dirija hacia el
bien, y lo siga, se dice que está bien gobernado. Pero estas elecciones no tienen cabida
aquí, ya que no nos ocupamos de ellas, sino de la protección respecto de la brujería; y por
el momento hemos dicho lo suficiente acerca del tema. Pasaremos a los ritos practicados
por los brujos, y primero a considerar cómo atraen a los inocentes para convertirlos en
colaboradores de sus perfidias.
Sobre los diversos métodos por los cuales los demonios, por intermedio de las
brujas, atraen y engañan a los inocentes para crecimiento de sus horrendas
artes y compañía
Existen ante todo tres métodos por los cuales los demonios, por intermedio de las brujas,
subvierten a los inocentes, y mediante los cuales aumentan en forma constante la perfidia.
Y el primero es por cansancio, por la provocación de enormes pérdidas en sus posesiones
temporales. Porque como dice San Gregorio: el demonio nos tienta a menudo a ceder por
pura fatiga. Y debe entenderse que un hombre tiene poder para resistirse a tal tentación;
pero que Dios lo permite como una advertencia para que no nos entreguemos a la pereza.
Y en este sentido debe entenderse Jueces, a, donde dice que Dios no destruyó las naciones
para que por medio de ellas pudiese probar al pueblo de Israel; y habla de las naciones
vecinas de los canaanitas, jebusitas y otros. Y en nuestro tiempo están permitidos los
husitas y otros heréticos, de manera que no puedan ser destruidos. Los demonios,
entonces, por medio de las brujas, afectan a sus inocentes vecinos con pérdidas
temporales, de tal manera que, por decirlo así, se ven obligados, primero a pedir los
sufragios de las brujas, y luego a someterse a sus consejos, como nos lo han enseñado
muchas experiencias.
Conocemos a un extranjero de la diócesis de Augsburgo, quien antes de llegar a los
cuarenta y cuatro años perdió todos sus caballos, en forma sucesiva, por brujería. Su
esposa, aquejada de fatiga debido a esto, consultó con brujas, y después de seguir sus
consejos, aunque eran malsanos, todos los caballos que compró (era carretero) fueron
protegidos de la brujería.
Y muchas mujeres se quejaron a nosotros, en nuestra condición de inquisidores, de que
cuando sus vacas fueron perjudicadas por quedar privadas de su leche, o de cualquier otra
manera, consultaron con mujeres sospechadas de ser brujas, e inclusive éstas les dieron
remedios, a condición de que prometieran algo a algún espíritu; y cuando preguntaron qué
deberían prometer, las brujas respondieron que sólo una cosa pequeña, que aceptaran
ejecutar las instrucciones de ese amo respecto de ciertas observancias durante los Santos
oficios de la iglesia, u observar algunas silenciosas reservas en sus confesiones a los
sacerdotes.
Aquí es preciso señalar que, como ya se insinuó, esta iniquidad tuvo reducido y escaso
comienzo, como que en el momento de la elevación del Cuerpo de Cristo escupieron en el
suelo, o cerraron los ojos, o mascullaron algunas palabras vanas. Conocemos a una mujer
que todavía vive, protegida por la ley secular, que, cuando el sacerdote, en la celebración
de la misa, bendice al pueblo y dice Dominus Vobiscum, siempre agrega para sus adentros
las siguientes palabras en la lengua vulgar: «Kehr mir die Zung im Arss umb»[2], o
inclusive dicen algo por el estilo en la confesión, después de haber recibido la absolución,
o no lo confiesan todo, en especial los pecados mortales, y así, poco a poco, se ven
llevadas a renegar por completo de la Fe, y a la abominable profesión del sacrilegio.
Este, o alguno parecido, es el método que las brujas usan con las honestas matronas
poco dadas a los vicios carnales, pero preocupadas por las ventajas terrenales. Pero con las
jóvenes, más dispuestas a los deleites y placeres corporales, observan un método distinto,
y trabajan por medio de sus deseos carnales y de los placeres de la carne.
Y aquí es de señalar que el demonio se muestra más ansioso y ávido de tentar a los
buenos que a los malos, aunque en la práctica tiente más a éstos que a aquéllos, porque en
los malos se encuentra más aptitud para ser tentados que en los buenos. Por lo cual el
demonio se esfuerza más por seducir a todas las vírgenes y doncellas más santas, y hay
razones para ello, además de muchos ejemplos.
Pues como ya posee a los malvados, pero no a los buenos, se esfuerza más por seducir
a los buenos, a quienes no puede poseer, que a los malos, a quienes ya posee. De la misma
manera, un príncipe de la tierra toma sus armas contra quienes no reconocen su poder,
antes que contra quienes no se le oponen.
Y he aquí un ejemplo. Dos brujas fueron quemadas en Ratisbona. Y una de ellas, que
atendía baños públicos, confesó, entre otras cosas, lo siguiente: que había sufrido muchos
daños del demonio, por esa razón. Había cierta virgen devota, hija de un hombre muy rico
cuyo nombre no hace falta aclarar, ya que la joven está ahora muerta, a disposición de la
merced Divina, y no querríamos que los pensamientos de él fuesen pervertidos por el mal;
y se le ordenó a la bruja que la sedujese invitándola a su casa en algún día festivo, para
que el demonio mismo, en forma de un joven, pudiese hablar con ella. Y aunque ella
intentó muchas veces cumplirlo, cada vez que hablaba con la joven ésta se protegía con la
señal de la Santa Cruz. Y nadie puede dudar de que lo hacía por inspiración de un ángel
santo, para repeler las obras del demonio.
Otra virgen que vivía en la diócesis de Estrasburgo confesó a uno de nosotros que se
encontraba sola, cierto domingo, en la casa de su padre, cuando una anciana de esa ciudad
acudió a visitarla, y, entre otras palabras malignas, le hizo la siguiente proposición: que si
lo deseaba, la llevaría a un lugar donde había algunos jóvenes desconocidos por todos los
ciudadanos. Y cuando consentí, dijo la virgen, y la seguí a su casa, la vieja dijo: «Ves, —
subimos a una habitación de arriba, donde están los jóvenes—; pero cuídate de hacer la
Señal de la Cruz». Le prometí que no lo haría, y cuando subía delante de mí, me persigné
en secreto. En la cima de las escaleras, cuando ambas nos encontrábamos fuera de la
habitación, la arpía se volvió hacia mí colérica, con un semblante horrible, y me miró y
exclamó: —¡Maldita seas! ¿Por qué te persignaste? Vete de aquí. Sal, en nombre del
demonio—. Y así volví a mi hogar, indemne.

De esto puede verse con cuánta astucia trabaja el antiguo enemigo en la seducción de
las almas. Pues de tal manera, la encargada de la casa de baños, a quien mencionamos, y
que fue quemada, confesó que habla sido seducida por una anciana. Pero se utilizó un
método distinto en el caso de su bruja acompañante, quien había conocido al demonio en
forma humana, en el camino, mientras ella misma iba a visitar a su amante con fines de
fornicación. Y cuando el demonio íncubo la vio, y le preguntó si lo reconocía, y ella
contestó que no, él replicó:
—Soy el demonio, y si quieres estaré siempre dispuesta a tu placer, y no te faltaré en
ninguna necesidad—. Y cuando ella consintió, continuó durante dieciocho años, hasta el
final de su vida, practicando con él las diabólicas abominaciones, junto con una total
renuncia a la Fe, como condición necesaria.
Existe además un tercer método de tentación por el camino de la tristeza y la pobreza.
Pues cuando las niñas han sido corrompidas y rechazadas por sus amantes, luego de
copular inmodestamente con ellos, con la esperanza y promesa de casamiento con éstos, y
se encuentran desalentadas en todas sus esperanzas, y en todas partes despreciadas,
recurren a la ayuda y protección de los demonios, ya sea con fines de venganza, para
embrujar a esos amantes o a las esposas con quienes casaron, o con vistas a entregarse a
todo tipo de lujurias. Mas ¡ay!, la experiencia nos dice que estas jóvenes son
innumerables, y que por consiguiente también lo son las brujas que nacen de esta clase.
Demos unos pocos, de entre muchos ejemplos.
Hay un lugar, en la diócesis de Brixen, donde un joven declaró los siguientes hechos
sobre el embrujamiento de su esposa. «En la época de mi juventud amaba a una joven
quien me importunaba para que me casase con ella; pero yo la rechacé y me casé con otra
muchacha de otra región. Pero como deseaba complacerla por amistad, la invité a la boda.
Acudió, y mientras otras mujeres honradas nos deseaban suerte y nos ofrecían regalos, ella
levantó la mano, y en presencia de las otras mujeres que se encontraban en torno, dijo:
después de hoy tendrás muy pocos días de salud: Mi novia se asustó, ya que no la conocía
(pues, como dije, era de otra región), y preguntó a los presentes quién era la que nos había
amenazado de ese modo; y le dijeron que era una mujer ligera y vagabunda. Ello no
obstante, sucedió tal como dijo. Pues al cabo de pocos días mi esposa quedó embrujada de
tal manera, que perdió el uso de sus miembros, y aun hoy, después de diez años, pueden
verse en su cuerpo los efectos de la brujería». Si recogiéramos todos los casos similares
que ocurrieron en un pueblo de esa diócesis, nos ocuparía todo un libro; pero están
escritos y conservados en la casa del obispo de Brixen, quien aún vive para atestiguar su
verdad, por asombrosos e increíbles que parezcan.
Pero no debemos dejar en silencio un caso sorprendente y singular. Cierto conde de
noble cuna, del distrito de Westerich, diócesis de Estrasburgo, casó con una noble niña de
igual cuna; pero después de celebrar la boda, no pudo, durante tres años, conocerla
carnalmente, debido, como se demostró, a cierto encantamiento que se lo impedía. Con
gran ansiedad, y sin saber qué hacer, llamó en alta voz a los santos de Dios. Y ocurrió que
fue al Estado de Metz, por ciertos negocios, y mientras se paseaba por las calles y plazas
de la ciudad, acompañado por sus criados y domésticos, se encontró con cierta mujer que
antes había sido su querida. Y al verla, y sin pensar en el hechizo que actuaba sobre él, le
habló con bondad, y en forma espontánea, por la antigua amistad que se tenían y le
preguntó cómo le iba, y si estaba bien. Y ella, al ver la bondad del conde, a su vez inquirió
muy en especial por su salud y asuntos; y cuando él respondió que estaba bien y que
prosperaba, ella se asombró, y guardó silencio durante un rato. El conde, al verla así
sorprendida, la invitó a conversar con él. De modo que ella preguntó por su esposa, y
recibió una respuesta parecida, que estaba bien desde todo punto de vista. Entonces ella
preguntó si tenían hijos, y el conde contestó que tres, uno nacido en cada año. Ante esto,
ella se asombró aun más, y volvió a guardar silencio. Y el conde le preguntó: ¿por qué,
querida mía haces averiguaciones? Estoy seguro de que te felicitas por mi dicha. Y ella
replicó: por cierto queme felicito, pero maldigo a la vieja que dijo que encantaría tu
cuerpo para que no pudieses tener relaciones con tu esposa. Y en prueba de ello, hay un
cacharro en el pozo, en medio de tu patio, que contiene ciertos objetos malignamente
embrujados, y fue puesto allí para que, mientras su contenido se conservase intacto, tú
fueses incapaz de cohabitar. ¡Pero ya ves, todo es en vano, y me alegro!, etc. Al volver a
su hogar, el conde no demoró en vaciar el pozo, y al encontrar la olla quemó su contenido
y todo, con lo cual recuperó en el acto la virilidad que había perdido. Por eso la condesa
volvió a invitar a todos los nobles, a una nueva celebración de bodas, y dijo que ahora era
la dama del castillo y las fincas, después de haber permanecido virgen durante tanto
tiempo. En bien de la reputación del conde, no es conveniente nombrar ese castillo y
fincas, pero hemos relatado esta historia para que se conozca la verdad del asunto, y se
deteste abiertamente un tan grande delito.
De esto resulta claro que las brujas utilizan diversos métodos para aumentar su
número. Pues la mujer mencionada, por haber sido suplantada por la esposa del conde,
lanzó el hechizo sobre éste, con la ayuda de otra bruja; y así es como una brujería trae
muchas otras a su zaga.
Sobre la manera en que se establece el pacto formal con el demonio
El método con que profesan su sacrilegio mediante un franco pacto de fidelidad a los
demonios varia según las distintas prácticas a que son adictas las diferentes brujas. Y para
entender esto debe señalarse, ante todo, que existen, como se mostró en la Primera Parte
de este Tratado, tres tipos de brujas, a saber: las que dañan pero no pueden curar; las que
curan, pero, por algún extraño pacto con el diablo, no pueden dañar; y las que dañan y
curan. Y entre quienes dañan, se destaca una clase en especial, que puede ejecutar todo
tipo de brujerías y encantamientos, que abarcan todo lo que las otras, cada una por
separado, pueden hacer. Por lo tanto, si describimos el método de profesión en su caso,
también bastará para todos los otros tipos. Y esta clase está compuesta de aquellas que,
contra todos los instintos de la naturaleza humana o animal, tienen la costumbre de comer
y devorar a los niños de su propia especie.
Y esta es la clase más poderosa de brujas, que practica además muchísimos otros
encantamientos Pues provocan granizo y graves tempestades y rayos; causan esterilidad en
los hombres y animales; ofrecen a los demonios, o matan de otras maneras, los niños que
no devoran. Pero éstos son sólo los niños que no han renacido por bautismo en la fuentes
porque no pueden devorar a los bautizados, ni a ninguno sin permiso de Dios. Además, y a
la vista de sus padres, y cuando nadie más está presente, pueden arrojar al agua a los niños
que caminan junto a ella; hacen que los caballos enloquezcan bajo sus jinetes; pueden
trasportarse de lugar en lugar, por el aire, en el cuerpo o en la imaginación; pueden afectar
a jueces y magistrados, de manera que no les hagan daño; pueden hacer que ellas mismas
y otros guarden silencio bajo tortura; pueden provocar un gran temblor en las manos y
horror en la mente de quienes quieran arrestarlas; pueden mostrar a otros cosas ocultas y
ciertos acontecimientos futuros, por información de los demonios, aunque a veces esto
tenga una causa natural (véase la pregunta: de si los diablos pueden predecir el futuro, en
el Segundo libro de sentencias); pueden ver cosas ausentes como si estuviesen presentes;
pueden llevar la mente de los hombres hacia un amor u odio desmesurado; en ocasiones
pueden herir con un rayo a quien les plazca, e inclusive matar a algunos hombres y
animales; pueden eliminar el efecto de los deseos de engendrar, e inclusive el poder de
copulación, provocar abortos, matar a los niños en el útero materno por un simple contacto
exterior; en oportunidades pueden embrujar a hombres y animales con una simple mirada,
sin tocarlos, y causar la muerte; dedican sus propios hijos a los demonios; y en una
palabra, como se dijo, pueden provocar todas las pestes que las otras brujas sólo pueden
causar en parte, es decir, cuando la Justicia de Dios así lo permite. Esta, la más poderosa
de todas las clases de brujas, puede hacer todas esas cosas, pero no deshacerlas.
Pero es común en todas ellas practicar la copulación carnal con los demonios; por lo
tanto, si mostramos el método que usa esta clase principal en su profesión de su sacrilegio,
cualquiera puede entender con facilidad el método de las otras clases.
Existían tales brujas últimamente, hace treinta años, en el distrito de Saboya, hacia el
Estado de Berna, como nos lo dice Nider en su Formicarius. Y ahora hay algunas en el
distrito de Lombardía, en los dominios del duque de Austria, donde el Inquisidor de
Como, como dijimos en la parte anterior, hizo quemar a cuarenta y una brujas en un año; y
tenía cincuenta y cinco de edad, y aún sigue trabajando en la Inquisición.
Ahora bien, el método de protección es doble. Uno es una ceremonia solemne, como
un voto solemne. El otro es privado y puede ser hecho al demonio a cualquier hora, a
solas. El primer método es cuando las brujas se reúnen en cónclave, en un día prefijado, y
el demonio se les aparece en el cuerpo de un hombre, y las insta a tener fe en él, y les
promete prosperidad mundana y larga vida; y ellas recomiendan a una novicia a su
aceptación. Y el demonio pregunta si abjurará de la Fe, y abandonará la santa religión
cristiana y la adoración de la Mujer Anómala (pues así llaman a la Santísima Virgen
María), y jamás venerará los Sacramentos; y si ve que la novicia o el discípulo se
muestran dispuestos, el demonio extiende la mano, lo mismo que la novicia, y ésta jura,
con la mano levantada, cumplir con el pacto. Y hecho esto, el diablo agrega en seguida
que no es suficiente; y cuando el discípulo pregunta qué más debe hacerse, el diablo exige
el siguiente juramento de homenaje: que ella se le entregue en cuerpo y alma, para
siempre, y que haga lo posible por atraer a otras de su sexo a su poder. Y por último añade
que debe preparar ciertos ungüentos con los huesos y miembros de niños, en especial de
los que han sido bautizados; por todos cuyos medios podrá cumplir con todos sus deseos,
con la ayuda de él.
Los Inquisidores hemos tenido experiencias creíbles acerca de este método en el
pueblo de Breisach, en la diócesis de Basilea, y recibimos plena información de una joven
bruja que había sido convertida y cuya tía también fue quemada en la diócesis de
Estrasburgo. Y añadió que se había convertido en bruja por el método con que su tía trató
primero de seducirla.
Porque un día su tía le ordenó que subiese con ella, y por su orden entrara en una
habitación en la cual encontró a quince jóvenes ataviados con ropas verdes, según la
manera de los caballeros alemanes. Y la tía le dijo:
—Elige a quien quieras de entre estos jóvenes, que yo te lo daré; y él te tomará por
esposa—. Y cuando dijo que no quería a ninguno de ellos, fue castigada con brutalidad y
después se la inició según la mencionada ceremonia. También dijo que con frecuencia se
la transportaba de noche con su tía, a lo largo de enormes distancias, aun desde
Estrasburgo hasta Colonia.
Cuando se le preguntó si viajaban sólo en imaginación y fantasía, por una ilusión de
los demonios, respondió que lo hacían de las dos maneras. Dijo también que los mayores
daños eran los infligidos por las comadronas, porque estaban obligadas a matar u ofrecer a
los demonios tantos niños como fuese posible; y que había sido castigada intensamente
por su tía porque abrió un jarro secreto y encontró las cabezas de muchos niños. Y mucho
más nos relató, luego de jurar que decía la verdad, como era adecuado.
Y su relato sobre el método de profesar la fe del demonio coincide sin duda con lo que
escribió el eminentísimo doctor Johann Nider, quien aun en nuestra época ha escrito en
forma muy esclarecedora; y puede señalarse en especial que nos dice lo siguiente, que
supo por un Inquisidor de la diócesis de Edua, quien llevó a cabo muchas inquisiciones de
brujas en ésa diócesis, e hizo quemar a muchas.

Pues dice que este Inquisidor le dijo que en el ducado de Lausanne ciertas brujas
habían cocido y comido a sus propios hijos, y que el siguiente era el método en que se
iniciaban en tales prácticas. Las brujas se reunían, y por sus artes convocaban a un
demonio en forma de hombre, a quien la novicia era obligada a jurar que renegaba de la
religión cristiana, que jamás adoraría la Eucaristía, y a pisar la Cruz siempre que pudiese
hacerlo en secreto.
He aquí otro ejemplo de la misma fuente. Hace poco hubo un informe general, llevado
a conocimiento de Pedro, el Juez de Boltingen, de que trece niños habían sido devorados
en el Estado de Berna, y que la justicia pública ejerció una venganza total sobre los
asesinos. Y cuando Pedro preguntó a una de las brujas cautivas de qué manera comían a
los niños, ella respondió:
—Esta es la manera. Ante todo tendemos nuestras trampas a niños no bautizados, e
inclusive a los bautizados, en especial cuando no han sido protegidos por el signo de la
Cruz y las oraciones —(lector, advierte que, por orden del demonio, toman ante todo a los
no bautizados, para que no puedan llegar a serlo)—, y con nuestros hechizos los matamos
en la cuna, o aun cuando duermen junto a sus padres, de tal modo que después se cree que
han fallecido o muerto de alguna muerte natural. Entonces, en secreto, los sacamos de sus
tumbas, y los cocemos en un caldero, hasta que toda la carne se desprende de los huesos
para hacer una sopa que puede beberse con facilidad. Con la sustancia más sólida hacemos
un ungüento, que tiene la virtud de ayudarnos en nuestras artes y placeres, y de nuestros
viajes, y con el liquido llenamos un frasco u odre, y quien bebe de él, con el agregado de
algunas otras ceremonias, adquiere en seguida muchos conocimientos y se convierte en
jefe de nuestra secta.
He aquí otro ejemplo muy claro y concreto. Un joven y su esposa, ambos brujos,
fueron encarcelados en Berna; y el hombre, encerrado a solas, aparte de ella, en otra torre,
dijo:
—Si pudiese obtener perdón por mis pecados, declararía de buena gana todo lo que
conozco sobre la brujería; pues veo que debería morir—. Y cuando los escribientes,
informados que se encontraban allí le dijeron que podía obtener el perdón total si me
arrepentía de veras, con alborozo se resignó a la muerte, y reveló el método por medio del
cual había sido afectado por su herejía. —La siguiente —dijo— es la manera en que se me
sedujo. Primero es necesario que, un domingo antes de la consagración del Agua Bendita,
el novicio entre en la iglesia con los maestros, y en su presencia niegue a Cristo, su Fe, el
bautismo y la iglesia toda. Y luego debe rendir homenaje al Pequeño Maestro, pues así, y
no de otro modo, llaman al demonio. Aquí es preciso advertir que este método coincide
con los ya narrados; pues carece de importancia que el diablo esté presente o no, cuando
se le rinde homenaje. Pues lo hace en su astucia, al percibir el temperamento del novicio,
quien podría asustare con su presencia y retractarse de sus votos, en tanto que quienes lo
conocen encuentran más fácil persuadirlo. Y por lo tanto lo llaman Pequeño Maestro
cuando está ausente, para que, por el aparente desdén a su Maestro, el novicio experimente
menos temor. «Y luego bebe del odre, que ya se mencionó, y en el acto siente dentro de sí
un conocimiento de todas las nuestras artes, y el entendimiento de nuestros ritos y
ceremonias. Y de este modo se me sedujo. Pero creo que mi esposa es tan obstinada, que
preferirá ir a la hoguera antes que confesar la menor parte de la verdad: mas ¡ay!, los dos
somos culpables». —Y como dijo el joven, así ocurrió en todos los aspectos.
Pues el joven confesó y fue visto morir en la máxima contrición; pero la esposa,
aunque convicta por los testigos, no quiso confesar la verdad, ni bajo tortura ni en la
muerte misma, y cuando en hoguera fue preparada por el carcelero, lo maldijo con las
palabras más terribles, y así ardió. Y con estos ejemplos resulta claro su método de
iniciación en cónclave solemne.
El otro método privado se ejecuta de diversas maneras. Pues a veces, cuando los
hombres o las mujeres han padecido alguna dolencia corporal o temporal, se les aparece el
demonio, en ocasiones en persona, y en oportunidades les habla por boca de otro; y
promete que, si aceptan sus consejos, hará por ellos lo que deseen. Pero empieza por cosas
pequeñas, como se dijo antes, y pasa poco a poco a las cosas mayores. Podríamos
mencionar muchos ejemplos que han llegado a nuestro conocimiento en la Inquisición,
pero como este tema no ofrece dificultad, se lo puede incluir brevemente con los temas
anteriores.
Aquí sigue la forma en que las brujas copulan con los demonios conocidos como
íncubos
En cuanto al método en que las brujas copulan con los demonios íncubos, hay que señalar
seis puntos. Primero, acerca del demonio y el cuerpo que adopta, el elemento de que está
formado. Segundo, respecto del acto, de si siempre va acompañado por la inyección de
semen recibido de algún otro hombre. Tercero, en cuanto al tiempo y lugar, de si un
momento es más favorable que otro para esta práctica. Cuarto, de si el acto es visible para
las mujeres, y de si sólo aquellas que fueron engendradas de esa manera son así visitadas
por los demonios. Quinto, si rige sólo para las que fueron ofrecidas al demonio, en el
momento del nacimiento, por las parteras. Sexto, de si el placer venéreo concreto es mayor
o menor en este acto. Y ante todo hablaremos de la materia y calidad del cuerpo que
adopta el demonio.
Debe decirse que adopta un cuerpo aéreo, y que en algunos sentidos es terrestre, en la
medida en que posee una propiedad terrenal debido _a la condensación, y esto se explica
como sigue. Por sí mismo, el aire no puede adoptar una forma definida, salvo la de algún
otro cuerpo en el cual está incluido. Y en ese caso no está encerrado por sus propios
límites, sino por los de alguna otra cosa; y una parte del aire continúa en la simiente. Por
lo tanto no puede adoptar un cuerpo aéreo como tal.
Sépase, por lo demás, que el aire es en todo sentido una materia muy cambiable y
fluida; y una señal de ello es el hecho de que cuando intentamos cortar o atravesar con una
espada el cuerpo adoptado por un demonio, no fue posible hacerlo; pues las partes
divididas del aire vuelven a unirse en seguida. De ello se sigue que el aire es, por si
mismo, una materia muy competente, pero como no puede adoptar una forma a 1 menos
de que se le una otra materia terrestre, es necesario que el aire que constituye el cuerpo
adoptado por el demonio se espese de alguna manera, y se acerque a la propiedad de la
tierra, a la vez que conserva su verdadera propiedad de aire Y los demonios y espíritus
desencarnados pueden efectuar esta condensación por medio de densos vapores que se
elevan de la tierra, y reuniéndolos en formas en las cuales moran, no como corruptores de
ellos, sino como su fuerza motriz que otorga a ese cuerpo la apariencia formal de vida, de
la misma manera, que el alma informa al cuerpo al cual está unido. Además, en estos
cuerpos adoptados y modelados, son como un marinero en un barco movido por el viento.
De manera que cuando se pregunta de qué tipo es el cuerpo que adopta el demonio,
debe decirse que, respecto de su material, una cosa es hablar del comienzo de su adopción,
y otra hablar del final. Pues al principio no es más que aire, pero al final es aire espesado,
que participa de algunas de las propiedades de la tierra, y todo esto, con permiso de Dios,
los demonios pueden hacerlo por su propia naturaleza; pues la naturaleza espiritual es
superior a la corporal. Por lo tanto, esta última debe obedecer a los demonios en lo que se
refiere al movimiento local, aunque no en lo relativo a la adopción de formas naturales,
sean ellas accidentales o sustanciales, salvo en el caso de algunas criaturas pequeñas (y
entonces, sólo con la ayuda de algún otro agente, como ya se insinuó). Pero en cuanto al
movimiento local, forma alguna se encuentra más allá de su poder; de tal manera, pueden
moverlas como quieran, en las circunstancias que deseen.
De esto puede surgir un interrogante incidental en cuanto a lo que debe pensarse
cuando un ángel bueno o uno malo ejecutan algunas de las funciones de la vida por medio
de verdaderos cuerpos naturales, y no en cuerpos aéreos; como en el caso del asno de
Balaam, por intermedio del cual habló el ángel, y cuando los demonios se adueñan de los
cuerpos. Hay que decir que estos cuerpos no se consideran adoptados, sino ocupados.
Véase Santo Tomás, 11, 8, acerca de si los ángeles adoptan un cuerpo. Pero atengámonos
en forma estricta a nuestro argumento.
¿De qué manera debe entenderse que los demonios hablan con las brujas, las ven, las
escuchan, comen con ellas y copulan con ellas? Y esta es la segunda parte de la primera
dificultad. En cuanto a lo primero, debe decirse que hacen falta tres cosas para una
verdadera conversación: a saber, pulmones para inspirar el aire; y ello, no con vistas a
producir sonido, sino también para refrescar el corazón; y hasta los mudos poseen esta
cualidad necesaria.
Segundo, es necesario que se efectúe alguna percusión de un cuerpo en el aire, ya que
se produce un mayor o menor sonido cuando uno golpea madera en el aire, o hace sonar
una campana. Pues cuando una sustancia susceptible de sonido es golpeada por un
instrumento que lo produce, emite un sonido según su dimensión, que se recibe en el aire
y se multiplica en los oídos del oyente a quien, si se encuentra lejos, le parece llegar a
través del espacio.
Tercero, se requiere una voz, y se podría decir que lo que se llama Sonido en los
cuerpos inanimados se llama Voz en los cuerpos vivos. Y en este acto la lengua golpea las
respiraciones de aire contra un instrumento u órgano natural vivo proporcionado por Dios.
Y esto no es una campana, que se llama sonido, sino que es una voz. Y este tercer
requisito puede ser ejemplificado con claridad por el segundo, y lo establezco para que los
predicadores cuenten con un método para enseñar a la gente. Y en cuarto término, es
necesario que quien forma la voz quiera expresar por medio de ésta algún concepto de la
mente, a otra persona, y que él mismo entienda lo que dice; y que administre su voz de tal
modo, golpeando sucesivamente los dientes con la lengua en su boca, abriendo y cerrando
los labios, y enviando al aire exterior el aire golpeado dentro de la boca, que dé esta
manera el sonido se reproduzca por su orden en los oídos del oyente, quien entonces
entiende lo que se le quiere decir.
Para volver al tema. Los demonios no tienen pulmones ni lengua, aunque pueden
mostrar asta última, así como los dientes y los labios, hechos en forma artificial según el
estado de su cuerpo; por consiguiente, hablando en términos exactos y correctos, no
pueden hablar. Pero como poseen entendimiento, y cuando desean expresar algo producen,
por medio de alguna perturbación del aire incluido en su cuerpo adoptado, no del aire
inspirado y espirado, como en el caso de los hombres; producen, digo, no voces, sino
sonidos que se parecen a voces, y los envían, articulados, a través del aire exterior, hasta
los oídos del oyente. Y resulta claro que puede crearse la semejanza de una voz sin la
respiración de aire, como en el caso de otros animales que no respiran, pero que según se
dice crean sonidos, lo mismo que ciertos otros instrumentos, como dice Aristóteles en de
Anima. Porque ciertos peces, cuando son atrapados, lanzan de pronto un grito fuera del
agua, y mueren.
Todo esto es aplicable a lo que sigue hasta el punto en que tratamos de la función de
engendrar, pero no en lo que respecta a los ángeles buenos. Si alguien quiere investigar
más a fondo el asunto de los diablos que hablan en cuerpos poseídos, puede remitirse a
Santo Tomás en el Segundo libro de sentencias, 8, art. 5. Porque en ese caso pueden usar
los órganos físicos del cuerpo poseído, ya que lo ocupan respecto de los límites de su
cantidad corpórea, pero no en relación con los límites de su esencia, ya sea del cuerpo o
del alma. Obsérvese la distinción entre sustancia y cantidad o accidente. Pero esto no
viene al caso. Pues ahora debemos decir de qué modo ven y oyen. Ahora bien, la visión es
de dos tipos. Espiritual y corpórea, y la primera supera infinitamente a la segunda, pues
puede penetrar, y la distancia no es un obstáculo debido a la facultad de la luz que utiliza.
Por lo cual puede decirse que un ángel bueno o malo, en modo alguno ve con los ojos de
su cuerpo adoptado, ni usa propiedades corpóreas como lo hace al hablar, cuando utiliza el
aire y su vibración para producir sonidos que se reproducen en los oídos del oyente. Por lo
cual sus ojos son ojos pintados. Y se aparecen libremente ante los hombres en esas
semejanzas que les manifiestan, de sus propiedades naturales, y por esos medios
conversan con ellos en el plano espiritual. Con este fin, los ángeles santos se han
aparecido a menudo ante los Padres, por orden de Dios, y con Su permiso. Y los ángeles
malos se manifiestan a los hombres malignos para que éstos, al reconocer sus cualidades,
puedan vincularse con ellos, aquí en pecado y en otras partes en castigo.
Al final de su Jerarquía celestial, San Dionisio dice: «En todas las partes del cuerpo
humano, el ángel nos enseña a considerar sus propiedades, y se llega a la conclusión de
que, como la visión corpórea es una función del cuerpo vivo por medio de un órgano
físico, de los cuales carecen los demonios, por lo tanto, en sus cuerpos adoptados, así
como tienen una apariencia de miembros, así también poseen la apariencia de sus
funciones».
Y lo mismo podemos decir de su audición, que es mucho más fina que la del cuerpo,
pues puede conocer el concepto de la mente y la conversación del alma con más sutileza
que un hombre que escucha el concepto mental por medio de las palabras habladas. Véase
Santo Tomás, Segundo libro de sentencias, 8. Porque si los deseos secretos de un hombre
se leen en su cara, y los médicos pueden adivinar los pensamientos del corazón por sus
latidos y por el estado del pulso, tanto más Pueden conocer estas cosas los demonios.
Y en cuanto a la comida, podemos decir que en el acto completo de ella existen cuatro
procesos. La masticación en la boca, la deglución en el estómago, la digestión en el
estómago y, cuarto, el metabolismo de los alimentos necesarios y la eyección de lo
superfluo. Todos los ángeles pueden ejecutar los dos primeros procesos de la comida en
sus cuerpos supuestos, pero no el tercero y cuarto; pero en lugar de digerir y excretar,
poseen otro poder por el cual el alimento se disuelve de pronto en la materia circundante.
En Cristo, el proceso de comer era completo en todo sentido, ya que poseía los poderes
nutritivos y metabólicos; no, dicho sea de paso, con el fin de convertir la comida en Su
propio cuerpo, pues esos poderes, lo mismo que su cuerpo, estaban glorificados, de modo
que el alimento se disolvía en Su cuerpo como cuando se arroja agua al fuego.
La manera en que las brujas, en los tiempos modernos ejecutan el acto carnal
con los demonios íncubos, y cómo se multiplican por ese medio
Pero de lo que se dijo no surgen dificultades acerca de nuestro tema principal, que es el
acto carnal que los íncubos con cuerpo adoptado ejecutan con las brujas; salvo, tal vez,
que alguien dude de que las brujas modernas practican esos abominables coitos, y que las
brujas se originaron en esa abominación.
En respuesta a estas dos dudas, diré, en cuanto a la primera, algo sobre las actividades
de las brujas que vivieron en tiempos pasados, unos mil cuatrocientos años antes de la
Encarnación de Nuestro Señor. No se sabe, por ejemplo, si eran; propensas a estas
repugnantes prácticas como lo han sido las brujas modernas desde esa época; pues hasta
donde lo sabemos, la historia nada nos dice en ese sentido. Pero nadie que lea las historias
puede dudar de que siempre hubo brujas, que con sus malas artes se hizo mucho daño a
los hombres animales y frutos de la tierra, y que los demonios íncubos súcubos existieron
siempre, porque las tradiciones de los Cánones y de los santos Doctores han dejado y
trasmitido a la posteridad muchas cosas relacionadas con ellos, durante muchos cientos de
años. Pero existe la diferencia de que en tiempo muy remotos los demonios íncubos solían
infestar a las mujeres contra su voluntad, como a menudo lo muestra Nider en su
Formicarius, y Tomás de Brabante en su libro sobre El bien universal o sobre Las abejas.
Pero la teoría, de que las brujas modernas están manchadas de esta especie de
asquerosidad diabólica no resulta confirmada sólo en nuestra opinión, ya que el testimonio
experto de las brujas mismas ha hecho creíbles todas estas cosas; y que no se someten
ahora como en tiempos pasados, a desgana, sino que de buena gana abrazan esta tan
pútrida y desdichada servidumbre. ¿Pues cuántas mujeres dejamos para que fuesen
castigadas por la ley secular en diversas diócesis, en especial en Constanza y en la ciudad
de Ratisbona, que durante muchos años se dedicaron a estas abominaciones, algunas desde
los veinte años, y otras desde los doce o trece, y siempre con una renuncia total o parcial a
la Fe? Todos los habitantes de esos lugares son testigos de ello. Pues sin tener en cuenta a
quienes se arrepintieron en secreto, y a los que volvieron a la Fe, en cinco años fueron
quemados no menos de cuarenta y ocho. Y no se trata de credulidad en la aceptación de
sus relatos, pues se arrepintieron libremente; pues todos convinieron en que debían
dedicarse a esas prácticas lascivas para que crecieran las filas de su perfidia. Pero ya
hablaremos de esto, en forma individual, en la Segunda Parte de esta, obra, donde se
describen sus acciones especificas, y omitiremos los que pasaron a jurisdicción de nuestro
colega el Inquisidor de Como, en el distrito de Burdia, quien en el espacio de un año, que
fue el año de gracia de 1485, hizo quemar a cuarenta y una brujas, todas las cuales
afirmaron en público, como se dice, que habían practicado estas abominaciones con los
demonios. Por lo tanto, esto está confirmado por testigos oculares, de oídas, y por el
testimonio de testigos dignos de fe.
En cuanto a la segunda duda, de si las brujas tuvieron su origen en estas
abominaciones, podemos decir con San Agustín que es cierto que todas las artes
supersticiosas se originaron en la pestífera asociación de los hombres con los demonios,
pues así lo dice en su obra Sobre la doctrina cristiana: todo este tipo de prácticas, ya sea de
supersticiones triviales o nocivas, nacieron de una vinculación pestilente de los hombres
con los demonios, como si se hubiese formado un pacto de amistad infiel y crédula, y
todos deben ser repudiados por entero. Adviértese aquí que es manifiesto que, como
existen varios tipos de superstición o artes mágicas, y diversas sociedades de quienes las
practican; y como entre los catorce tipos de esas artes la especie de las brujas es la peor, ya
que tienen un pacto, no tácito, sino abierto y expreso, con el demonio, y, más aun, deben
reconocer una forma de adoración del demonio por abjuración de la Fe, se sigue que las
brujas mantienen el peor tipo de relación con los demonios, con especial referencia a la
conducta de las mujeres, que siempre se complacen en las cosas vanas.
Adviértase también en Santo Tomás, el Segando libro de sentencias (a, art. 41, en la
solución de un argumento, donde pregunta si los engendrados de esta manera por los
demonios son más poderosos que otros hombres. Y responde que esta es la verdad, y basa
su creencia, no sólo en el texto de las Escrituras en el Génesis, VI: y lo mismo ocurrió con
los hombres poderosos de la antigüedad; pero también por la siguiente razón. Los
demonios saben cómo asegurarse de la virtud del semen: primero, por el temperamento de
aquel de quien se lo obtiene; segundo, porque saben qué mujer es más adecuada para la
recepción de ese semen; tercero, porque saben qué constelación es favorable para ese
efecto corpóreo; y podemos agregar, cuarto, que por sus propias palabras nos enteramos
de que aquellos a quienes engendran tienen el mejor tipo de disposición para las obras del
demonio. Cuando todas estas causas coinciden de esa manera, se llega a la conclusión de
que los hombres así nacidos son poderosos y grandes de cuerpo.
Por lo tanto, para volver al tema de si las brujas tuvieron su origen en estas
abominaciones, diremos que se originaron en alguna pestilente asociación mutua con los
demonios, como resulta, claro de nuestro primer conocimiento de ellas. Pero nadie puede
afirmar con certidumbre que no aumentaran y se multiplicasen por medio de esas sucias
prácticas, aunque los demonios cometen ese hecho con vistas, no al placer, sino a la
corrupción. Y el siguiente parece ser el orden del proceso. Un demonio súcubo extrae el
semen de un hombre maligno; y si es el demonio particular de ese hombre, y no desea
convertirse en íncubo de una bruja, entrega el semen al demonio delegado a gana mujer o
bruja; y este último; bajo alguna constelación que favorece su objetivo de que el hombre o
la mujer así nacidos sean fuertes en la práctica de la brujería, se convierta en el íncubo de
la bruja.
Y no constituye una objeción el hecho de que aquellos de quienes habla el texto no
fueran brujas, sino sólo gigantes y hombres famosos y poderosos; porque como ya se dijo,
la brujería no se perpetró en la época de la ley de la naturaleza, debido al reciente recuerdo
de la Creación del mundo, que no dejaba lugar para la Idolatría. Pero cuando la maldad del
hombre comenzó a aumentar, el demonio encontró más oportunidades para difundir esta
clase de perfidia. Ello no obstante, no debe entenderse que aquellos de quienes se dice que
eran hombres famosos lo eran así, por fuerza, en razón de sus buenas virtudes.
De si las relaciones de un demonio íncubo con una bruja van siempre
acompañadas por la inyección de semen
A esta pregunta se contesta que el demonio tiene mil modos y maneras de infligir daño, y
desde el momento de su primera Caída trató de destruir la unidad de la iglesia, y subvertir
a la raza humana en todas las formas. Por lo tanto, no es posible establecer una regla
infalible en este sentido, pero existe la siguiente distinción probable: que una bruja es vieja
y estéril o que no lo es. Y si lo es, entonces es natural que él se asocie con ella sin la
inyección de semen, ya que seria inútil, y el demonio evita todo lo superfluo, en sus
acciones, hasta donde le es posible. Pero si no es estéril, se le acerca por el camino del
deleite carnal que se procura para la bruja. Y si ésta estuviese en condiciones para el
embarazo, entonces, si él puede poseer convenientemente el semen extraído de otro
hombre, no demora en acercarse a ella con vistas a infectarle su progenie.
Pero si se pregunta si es capaz de reunir el semen emitido en alguna polución
nocturna, durante el sueño, tal como reúne el que se emite en el acto carnal, la respuesta es
que es probable que no pueda, aunque otros sostienen una opinión contraria. Pues debe
señalarse que, como se dijo, los demonios prestan atención a la virtud procreadora del
semen, y tal virtud es más abundante y se conserva mejor en el semen obtenido por el acto
carnal, que el que se derrocha en las poluciones nocturnas, durante el sueño, que sólo
surgen de lo superfluo de los hombres, y no se emiten con una virtud engendradora tan
grande. Por lo tanto se cree que no emplea ese semen para engendrar su progenie, salvo
que sepa que la virtud necesaria se encuentra presente en ese semen.
Pero tampoco puede negarse por completo que aun en el caso de una mujer casada que
ha sido impregnada por su esposo, el demonio, con el agregado de otro semen, puede
infectar lo que se ha concebido.
De si un íncubo actúa mas en un momento que en otro; y lo mismo en lo que
concierne al lugar
A la pregunta de si el demonio observa tiempos y lugares, debe decirse que, aparte de su
observación de ciertos momentos y constelaciones, cuando su objetivo consiste en
efectuar la polución de la progenie, también observa ciertos períodos en que su objeto no
es la polución, sino el de provocar placer venéreo por parte de la bruja; y estos son los
momentos más sagrados de todo el año, como Navidad, Pascuas, Pentecostés y otros días
festivos.
Y los demonios lo hacen por tres razones. Primero, para que de esta manera las brujas
queden imbuidas, no sólo del vicio de la perfidia, por apostasía de la Fe, sino también del
de Sacrilegio, y que pueda inferirse la mayor ofensa al Creador, y caiga sobre el alma de
las brujas la más fuerte condenación.
La segunda razón es que cuando Dios recibe tamaña ofensa, les otorga mayor poder de
dañar, inclusive a hombres inocentes, al castigarlos en sus asuntos o en su cuerpo. Pues
cuando se dice: «El hijo no heredará la iniquidad del padre», etc., ello sólo se refiere al
castigo eterno, pues es muy frecuente que los inocentes sean castigados con daños
temporales a consecuencia de pecados ajenos. Por lo tanto, en otro lugar Dios dice: «Soy
un Dios poderoso y celoso, que trasmite los pecados de los padres hasta la tercera y cuarta
generaciones». Semejante castigo fue ejemplificado en los hijos de los hombres de
Sodoma, destruidos por los pecados de sus padres.
La tercera razón es que tienen mayores oportunidades para observar a muchas
personas, en especial a muchachas jóvenes, que en los días festivos se dedican más á la
ociosidad y la curiosidad, y por lo tanto las brujas viejas las seducen con mayor facilidad.
Y lo siguiente sucedió en el país natal de uno de nosotros, los Inquisidores (pues somos
dos los que colaboramos en esta obra).
Cierta joven, virgen devota, fue solicitada, en un día festivo, por una anciana, quien le
pidió que subiese a una habitación en que había algunos jóvenes muy hermosos. Y
entonces consintió, y cuando subían y la anciana abría la marcha, advirtió a la joven que
no hiciese la señal de la Cruz. Y aunque ella lo aceptó, se persignó en secreto. Por lo tanto
sucedió que, cuando subieron, la virgen no vio a nadie, porque los demonios que se
encontraban allí fueron incapaces de mostrarse en sus cuerpos adoptados. Y la anciana la
maldijo, y exclamó: «Véte, en nombre de todos los demonios; ¿por qué te persignaste?».
Esto lo supe por el franco relato de la buena y honrada doncella.
Puede agregarse una cuarta razón, a saber, que de esa, manera les resulta más fácil
seducir a los hombres, haciéndoles pensar que si Dios permite que se hagan tales cosas en
las fechas más sagradas, no puede ser un pecado tan grande como si no las permitiera en
esas ocasiones.
Con respecto al tema de si prefieren más un lugar que otro, hay que decir que ello lo
demuestran las palabras y acciones de brujas en todo sentido incapaces de cometer esas
abominaciones en lugares sagrados. Y en ello puede verse la eficacia de los ángeles
guardianes, pues tales lugares son reverenciados. Y por lo demás, las brujas afirman que
jamás tienen paz, salvo en el momento de los Servicios Divinos, cuando se encuentran en
la iglesia; y por lo cual son las primeras en entrar y las últimas en salir de ella. Pero están
obligadas a observar ciertas otras abominables ceremonias por orden del demonio, como
las de escupir en el suelo ante la Elevación de la Hostia, o emitir, de manera verbal o de
cualquier otra, los más horribles pensamientos, como por ejemplo: ojalá estuvieses en tal o
cual lugar. Esto se estudia en esta Segunda Parte.
De si los íncubos y súcubos cometen este acto visible para la bruja o para los
presentes
En cuanto a si cometen esas abominaciones en forma visible o invisible, hay que decir, en
todos los casos de que tenemos conocimiento, que el demonio siempre actuó en forma
visible para la bruja; pues no necesita acercársele de manera invisible, debido al pacto de
federación con él, que ya se expresó. Pero en relación con cualquier observador, a menudo
se ha visto a las brujas mismas echadas de espaldas en los campos de los bosques,
desnudas hasta el ombligo, y resultaba evidente, por la disposición de los miembros que
corresponden al acto y orgasmo venéreos, y además por la agitación de sus piernas y
muslos, que invisibles para los presentes, habían estado copulando con demonios íncubos.
Pero a veces, aunque esto es raro, al final del acto se eleva al aire, desde la bruja, un vapor
muy negro, más o menos de la estatura de un hombre. Y la razón es que el Maquinador
sabe que de este modo puede seducir o pervertir la mente de las jóvenes u otros hombres
que se encuentran próximos. Pero de estos asuntos y de cómo se llevaron a cabo en
muchos lugares, en la ciudad de Ratisbona, y en la finca de los nobles de Rappolstein, y en
algunos otros lugares, trataremos en esta Segunda Parte.
También es cierto que ocurrió lo que sigue. Algunos esposos llegaron a ver a demonios
íncubos fornicando con sus esposas, aunque en verdad pensaron que no eran diablos, sino
hombres. Y cuando tomaron un arma y trataron de atravesarlos, el demonio desapareció de
pronto, haciéndose invisible. Y entonces sus esposas los abrazaron, aunque a veces fueron
heridas, y se burlaron de sus maridos, los injuriaron y les preguntaron si tenían ojos o si
estaban poseídos por el demonio.
Los demonios íncubos no sólo infestan a las mujeres engendradas por sus
asquerosos actos o a aquellas que les han sido ofrecidas por comadronas, sino a
todas, con mayor o menor deleite venéreo
Por último, para terminar, puede decirse que estos demonios íncubos no sólo infectan a las
mujeres engendradas por medio de tales abominaciones, o a quienes les fueron ofrecidas
por parteras, sino que tratan con todas sus fuerzas, por medio de brujas que son rameras o
ardientes prostitutas, de seducir a todas las doncellas devotas y castas, de todo el distrito o
ciudad. Pues esto es bien conocido por la constante experiencia de los magistrados; y en la
ciudad de Ratisbona, donde algunas brujas fueron quemadas, las desdichadas afirmaron,
antes de su sentencia final, que sus Maestros les habían ordenado que usaran todos los
esfuerzos para lograr la subversión de las doncellas y viudas piadosas.
Si se pregunta si el deleite venéreo es mayor o menor con los demonios íncubos en
cuerpos adoptados que en iguales circunstancias con hombres de verdadero cuerpo físico,
podemos decir lo siguiente: parece que, si bien el placer, por supuesto, debería ser mayor
cuando un semejante se relaciona con otra semejante, el astuto Enemigo puede reunir de
tal manera los elementos activos y pasivos, y por cierto que no de modo natural, sino en
esas cualidades de ardor y temperamento, que parezca excitar un grado de concupiscencia
no menor. Pero esto se analizará en detalle con referencia a las cualidades del sexo
femenino.
Las brujas ejecutan por lo general sus hechizos mediante los sacramentos de la
iglesia, y de cómo perjudican la capacidad de engendrar y pueden hacer que las
criaturas de dios padezcan de otros males de toda clase, pero aquí se exceptúa la
influencia de los astros
Pero ahora es preciso señalar varias cosas acerca de sus métodos de herir a otras criaturas
de ambos sexos, y de dañar los frutos de la tierra. En cuanto a los hombres, primero, cómo
pueden obrar un hechizo obstructor sobre las fuerzas de procreación, y aun sobre el acto
venéreo, de modo que una mujer no pueda concebir, o un hombre cumplir el acto.
Segundo, cómo este acto es obstruido a veces respecto de una mujer, pero no de otra.
Tercero, cómo arrebatan el miembro viril como si fuese arrancado por completo del
cuerpo. Cuarto, si es posible distinguir si alguno de los daños precedentes fue causado por
un demonio, por su propia cuenta, o por intermedio de una bruja. Quinto, de cómo las
brujas convierten a los hombres y mujeres en animales por medio de algún prestigio o
encantamiento. Sexto, de cómo las brujas comadronas matan de diversas manera lo que
fue concebido en el útero materno; y cuando no lo hacen, ofrecen los niños a los
demonios. Y por si estas cosas parecieran increíbles, han sido demostradas en la Primera
Parte de esta obra por preguntas y respuestas a argumentos; a los cuales, si es necesario, el
lector que dude puede volver con el fin de investigar la verdad.
Por el momento, nuestro objetivo no es otro que el de presentar hechos y ejemplos
concretos que hemos descubierto, o escrito por otros en repugnancia de tan grande delito,
para respaldar los argumentos anteriores, en caso de que a alguien le resultase difícil
entenderlos; y mediante las cosas que se relatan en esta segunda Parte, devolver a la Fe y
apartar de su error a quienes creen que no existen brujas, y que en el mundo no pueden
hacerse brujerías.
Y respecto del primer tipo de daños con que atacan a la raza humana, hay que señalar
que, aparte de los métodos con que hieren a otras criaturas, tienen seis maneras de lesionar
a la humanidad. Y una consiste en inducir un amor maligno en un hombre por una mujer,
o en una mujer por un hombre. Y la segunda es implantar el odio o los celos en alguien.
La tercera consiste en embrujarlos de tal modo, que un hombre no pueda ejecutar el acto
genital con una mujer, o a la inversa, una, mujer con un hombre; o por distintos medios
provocar un aborto, como ya se dijo. La cuarta es causar alguna enfermedad en cualquiera
de los órganos humanos. La quinta, arrebatar la vida. La sexta, privarlos de la razón.
En este sentido debe decirse que, aparte de la influencia de los astros, y por sus
poderes naturales, los demonios pueden provocar, en todos los sentidos, verdaderos
defectos y enfermedades, y ello por su poder espiritual natural, que es superior a cualquier
poder físico. Pues ninguna, enfermedad es igual a otra, y ello rige también para los
defectos naturales en que no existe una enfermedad física. Por lo tanto, proceden por
medio de distintas enfermedades o defectos. Y de ellos daremos ejemplos en el texto de
esta obra, según lo requiera la necesidad.
Pero ante todo, para que no queden dudas en la mente del lector en cuanto a que no
poseen poder para modificar la influencia de los astros, diremos que existe una triple
razón. Primero, los astros se encuentran por encima de ellos, en la región del castigo, que
es la región de las brumas inferiores, y ello a consecuencia de la tarea que les está
asignada. Véase la Primera Parte, en la pregunta en que tratamos de los demonios íncubos
y súcubos.
La segunda razón es que los astros son gobernados por los ángeles buenos. Véase en
muchos lugares, sobre las Potencias que mueven a los astros, y en especial Santo Tomás,
Parte I. pregunta 90. Y en esto los Filósofos coinciden con los Teólogos
Tercero, se debe al orden general y al bien común del universo, que sufriría un
detrimento general si se permitiese que los malos espíritus causaran una alteración en la
influencia de los astros. Por lo tanto, los cambios milagrosamente engendrados en el
Antiguo o Nuevo Testamento, fueron hechos por Dios, por intermedio de los ángeles
buenos, como por ejemplo cuando el sol se detuvo para Josué, o cuando retrocedió para
Ezequías, o cuando quedó sobrenaturalmente oscurecido en la Pasión de Cristo. Pero en
todos los otros casos, con permiso de Dios, pueden efectuar sus hechizos, ya sea los
diablos por si mismos, o éstos por intermedio de las brujas; y en rigor, es evidente que así
lo hacen.
Segundo, se debe señalar que en todos sus métodos para producir daños instruyen casi
siempre a las brujas para que fabriquen sus instrumentos de brujería por medio de los
Sacramentos o cosas sacramentales de la iglesia, o alguna cosa santa consagrada a Dios;
como cuando a veces colocan una imagen de cera debajo del mantel del altar, o pasan un
hilo a través del Crisma. Sagrado, o de esa manera usan alguna otra cosa consagrada. Y
hay tres motivos para ello.
Por una razón similar suelen practicar sus brujerías en los momentos más sagrados del
año, en especial durante el Adviento de Nuestro Señor, y en Navidad. Primero, porque por
tales medios hacen culpables a los hombres, no sólo de perfidia, sino también de
sacrilegio, de contaminar lo que hay de divino en ella; y porque de ese modo ofenden más
profundamente a Dios su Creador, condenan su alma y hacen que muchos más se
precipiten al pecado.
Segundo, para que Dios, tan ofendido por los hombres, pueda otorgar al demonio un
mayor poder para atormentar a éstos. Pues dice San Gregorio que en Su cólera, Él admite
a veces, a los malignos, sus oraciones y peticiones, que piadosamente niega a otros. Y la
tercera razón es la de que, mediante la apariencia del bien, puede engañar con más
facilidad a ciertos hombres sencillos, quienes creen haber ejecutado algún acto piadoso y
obtenido la gracia de Dios, en tanto que no hicieron otra cosa que pecar con mayor
intensidad.
También puede agregarse una cuarta razón referente a las estaciones más sagradas y al
Año Nuevo. Porque según San Agustín, hay otros pecados mortales aparte del adulterio,
por los cuales puede infringirse la observancia de las festividades. Lo que es más, la
superstición y la brujería que nacen de las acciones más serviles del demonio son
contrarias a la reverencia debida a Dios. Por lo tanto, como se dijo, hace que un hombre
caiga más bajo, y el Creador se ofende más.
Y sobre el Año Nuevo podemos decir, según San Isidoro, Etim., VIII, 2, que Jano, cuyo
nombre lleva el mes de enero, que también comienza el Día de la Circuncisión, era un
ídolo de dos caras, como si una fuese el final del año anterior y la otra el comienzo del
nuevo, y, por decirlo así, el protector y auspicioso autor del año entrante. Y en honor a él,
o más bien al demonio en forma de ese ídolo, los paganos efectuaban ruidosas orgías y
festejaban mucho entre sí, y celebraban diversos bailes y fiestas. Y acerca de todo ello, el
Beato Agustin menciona muchos lugares, y ofrece una muy amplia descripción en su
Libro XXVI.
Y ahora los malos cristianos imitan esas corrupciones, las convierten en lascivia
cuando corren de un lado al otro, en la época del Carnaval, con máscaras y bromas y otras
supersticiones. Del mismo modo, las brujas usan estas jaranas del demonio para su
ventaja, y obran sus hechizos para la época del Año Nuevo respecto de los Oficios y
Cultos Divinos, y en el día de San Andrés y en Navidad.
Y ahora, en cuanto a cómo operan su brujería, primero por medio de los Sacramentos,
y luego mediante los objetos sacramentales, nos referiremos a unos pocos hechos
conocidos, descubiertos por nosotros en la Inquisición.
En una ciudad que mejor es no nombrar con fines de caridad y conveniencia, cuando
cierta bruja recibió el Cuerpo de Nuestro Señor, bajó de pronto la cabeza, como es de
detestable costumbre en las mujeres, acercó su vestimenta a su boca, y sacando el Cuerpo
del Señor de la boca, lo envolvió en un pañuelo. Y después, por sugestión del demonio, lo
depositó en un caldero en el cual había un sapo, y lo ocultó en el suelo, cerca, de su casa,
junto al depósito, al mismo tiempo que varias otras cosas, por medio de las cuales debía
llevar a cabo su brujería. Pero con la ayuda de la merced de Dios se descubrió este delito y
se lo llevó a la luz. Pues al día siguiente un obrero iba a sus ocupaciones cerca de esa casa,
y escuchó un sonido como el llanto de un niño. Y cuando se acercó a la piedra debajo de la
cual estaba oculto el cacharro, lo escuchó con mayor claridad, y pensando que la mujer
había enterrado allí a un niño, fue a ver al alcalde, o principal magistrado, y le dijo lo que
se había hecho, según le parecía, con el infanticidio. Y el alcalde envió en el acto a sus
criados y vio que era como el otro había dicho. Pero no estaban dispuestos a exhumar al
niño, y les pareció más prudente poner una guardia y esperar a ver si alguna mujer se
acercaba al lugar, pues no sabían que lo oculto allí era el Cuerpo del Señor. Y así fue como
la misma bruja llegó al lugar, y en secreto ocultó el cacharro bajo sus ropas, ante la vista
de ellos. Y cuando se la arrestó e interrogó reveló su delito, y dijo que el Cuerpo del Señor
había sido oculto en la olla con un sapo, de modo que con su polvo pudiese provocar
daños, a voluntad, a hombres y otras criaturas.
Es de señalar que cuando las brujas comulgan observan la costumbre de, cuando
pueden hacerlo sin ser vistas, recibir el Cuerpo del Señor bajo la lengua, y no encima de
ella. Y hasta donde puede advertirse, el motivo es que no desean recibir remedio alguno
que pueda contrarrestar su abjuración de la Fe, ya sea por la Confesión o por la recepción
del Sacramento de la Eucaristía; y segundo, porque de esta manera les resulta más fácil
sacarse de la boca el Cuerpo del Señor, para aplicarlo, como se dijo, a sus propios usos,
para mayor ofensa del Creador.
Por esa razón, todos los rectores de la iglesia, y quienes comulgan a la gente, son
instados a adoptar los máximos cuidados cuando administran la comunión a las mujeres,
de que la boca esté bien abierta y la lengua sobresaliente, y de que sus ropas no sean
tocadas. Y cuantos más cuidados se adoptan en ese sentido, más brujas se descubren por
estos medios.
Muchísimas otras supersticiones practican mediante los objetos sacramentales. A
veces colocan una imagen de cera o alguna sustancia aromática bajo el mantel del altar,
como ya dijimos, y luego la ocultan debajo del umbral de una casa, de modo que la
persona así afectada pueda quedar hechizada al cruzar el umbral. Se podrían presentar
incontables ejemplos. Pero estos tipos de encantamientos menores son probados por los
mayores.
De cómo las brujas impiden y obstaculizan el poder de procreación
Acerca del método con que obstruyen la función procreadora en hombres y animales, y en
ambos sexos, el lector puede consultar lo que ya se escribió en el sentido de si los
demonios pueden llevar la mente de los hombres al amor o al odio por medio de las
brujas. Allí, después de la solución de los argumentos, se efectúa una declaración
específica acerca del método por el cual, con el permiso de Dios, pueden obstruir la
función procreadora.
Pero debe señalarse que este obstáculo es tanto intrínseco como extrínseco. En el
terreno intrínseco, lo crean de dos maneras. Primero, cuando impiden de modo directo la
erección del miembro destinado a la fructificación. Y esto no tiene por qué parecer
imposible, cuando se considera que son capaces de viciar el uso natural de cualquier
miembro. Segundo, cuando impiden el flujo de las esencias vitales a los miembros en que
reside la fuerza motriz, y cierran los conductos seminales de modo que no llegue a los
vasos generadores, o que no pueda ser eyaculado, o que se derrame infructuosamente.
En el terreno extrínseco, lo hacen a veces por medio de imágenes, o por la ingestión de
hierbas; en otras ocasiones, por otros medios exteriores, como los testículos del gallo. Pero
no se debe pensar que en virtud de estas cosas quede impotente un hombre, sino debido al
poder oculto de las ilusiones del demonio, con el cual las brujas procuran esa impotencia,
a saber que hacen que un hombre sea incapaz de copular, o una mujer de concebir.
Y la razón de ello es que Dios les permite más poder sobre este acto, por el cual se
difundió el primer pecado, que sobre otras acciones humanas. Asimismo, tienen más poder
sobre las serpientes, que están más sometidas a la influencia de los encantamientos, que
sobre otros animales. Por lo cual a menudo descubrimos nosotros, y otros inquisidores,
que provocaron esta obstrucción por medio de serpientes o de cosas parecidas.
Porque cierto hechicero que había sido arrestado confesó que durante muchos años, y
por medio de brujerías, provocó la esterilidad de todos los hombres y animales que
habitaban cierta casa. Más aun, Nider nos habla, de un hechicero llamado Stadlin,
arrestado en la diócesis de Lausana, quien confesó que en una casa donde vivían un
hombre y su esposa, por medio de su brujería él mató sucesivamente, en el útero de la
mujer, a siete niños, de manera que durante otros tantos años la mujer siempre abortó. Y
que en la misma forma hizo que todo el ganado y los animales preñados de la casa fuesen
incapaces, durante esos años, de dar a luz ninguna cría viva. Y cuando se le interrogó en
cuanto a cómo había hecho eso, y qué tipo de acusación profería contra él, reveló su delito
al decir: pongo una serpiente bajo el umbral de la puerta de afuera de la casa; y si se la
saca se restablece la fecundidad de los habitantes. Y es como se dijo, porque aunque la
serpiente no se encontró, ya que había sido reducida a polvo, se removió todo el trozo de
tierra, y en el mismo año la fecundidad volvió a la esposa y a todos los animales.
Otro caso ocurrió hace apenas cuatro años en Reichshofen. Había una conocida bruja,
que en cualquier momento y por un simple toque podía embrujar a las mujeres y provocar
un aborto. Ahora bien, la esposa; de un noble de ese lugar había quedado embarazada y
llamado a una comadrona para que la cuidase, y la comadrona le previno que no saliera
del castillo, y que ante todo cuidase de no mantener conversaciones con esa bruja. Luego
de unas semanas, sin tener en cuenta la advertencia, salió del castillo para visitar a algunas
mujeres reunidas en una ocasión festiva; y cuando se sentó por un momento, entró la
bruja, y como con el objeto de saludarla, le apoyó ambas manos en el vientre; y de pronto
sintió que el niño se movía, dolorido. Asustada por ello, volvió al hogar y le contó a la
comadrona lo ocurrido. Y ésta exclamó: «¡Ay!, ya perdiste a tu hijo». Y así resultó ser,
cuando le llegó el momento, pues dio a luz, no un aborto entero, sino, poco a poco,
fragmentos separados de la cabeza, los pies y las manos. Y este gran dolor fue permitido
por Dios para castigar al esposo, cuya obligación era llevar a las brujas ante la justicia y
vengar sus injurias al Creador.
Y en la ciudad de Mersburgo, en la diócesis de Constanza, existía cierto joven
embrujado de tal modo, que jamás podía ejecutar el acto carnal con ninguna mujer, salvo
una. Y muchos le oyeron decir que a menudo deseaba rechazar a esa mujer y huir a otras
tierras, pero que hasta entonces se había visto obligado a levantarse por la noche y a
regresar con suma rapidez, a veces por tierra, y a veces a través del aire, como si volara.
De cómo, por decirlo así, despojan al hombre de su miembro viril
Ya mostramos que pueden arrebatar el órgano masculino, por cierto que sin despojar al
cuerpo humano de él, sino ocultándolo con algún hechizo, en la manera en que ya
declaramos. Y de ello presentaremos unos pocos ejemplos.
En la ciudad de Ratisbona, cierto joven que tenía una intriga con una muchacha y
deseaba abandonarla, perdió su miembro, es decir, que se arrojó sobre él algún hechizo de
modo que no podía ver ni tocar otra cosa que su cuerpo liso. En su preocupación por ello,
fue a una taberna a beber vino, y después que estuvo sentado allí durante un rato, entró en
conversación con otra mujer que allí estaba, y le habló de la causa de su tristeza, se lo
explicó todo, y le demostró en su cuerpo que así era. La mujer era astuta y le preguntó si
sospechaba de alguien, y cuando él nombró a la persona, y reveló todo el asunto, ella dijo:
«Si la persuasión no es suficiente, debes usar alguna violencia para inducirla a devolverte
la salud». De modo que por ta noche el joven vigiló el camino que la bruja acostumbraba
seguir, y al encontrarla le rogó que restableciese la salud de su cuerpo. Y cuando ella
afirmó que era inocente y que nada sabía de eso, él se le arrojó encima, le enrolló con
fuerza una toalla en torno del cuello, y la asfixió, diciéndole: «Si no me devuelves la salud
morirás a mis manos». Entonces ella, incapaz de gritar Y con el rostro ya hinchado y
ennegrecido, dijo: «Suéltame y te curaré». El joven entonces aflojó la presión de la toalla,
y la bruja le tocó con la mano entre los muslos, y dijo: «Ahora tienes lo que deseas». Y el
joven, como dijo después, sintió con claridad, antes de verificarlo con la vista y el tacto,
que el miembro le había sido devuelto por el simple contacto de la mano de la bruja.
Una experiencia similar es la que narra un Venerable Padre de la casa Dominica de
Spires, muy conocido en la Orden por la honradez de su vida y por su erudición. «Un día
—dice—, mientras escuchaba confesiones, vino a mí un joven, y a lo largo de su
confesión me dijo, acongojado, que había perdido el miembro. Asombrado ante ello y
nada dispuesto a creerle, ya que en opinión de los sabios, creer con demasiada facilidad es
una señal de ligereza, obtuve pruebas de ello cuando nada vi luego que el joven se quitó
las ropas y me mostró el lugar. Luego, usando el consejo más prudente que pude, le
pregunté si sospechaba que alguien lo hubiese hechizado de esa manera. Y el joven
respondió que sospechaba de alguien, pero que estaba ausente y vivía en Worms. Entonces
le dije: “Te aconsejo que vayas a ella lo antes posible y te esfuerces por ablandarla con
dulces palabras y promesas”, y así lo hizo. Porque volvió luego de pocos días y me
agradeció, diciéndome que estaba intacto y que había recobrado todo. Y yo creí sus
palabras, pero una vez más las confirmé con la evidencia de mis ojos».
Pero es preciso señalar algunos puntos para una comprensión más clara de lo que ya se
ha escrito en este sentido. Primero, no debe creerse en modo alguno que esos miembros
sean arrancados en verdad del cuerpo, sino que el demonio los oculta por alguna arte
prestidigitatoria, para que no se los pueda ver ni sentir. Y esto lo demuestran las
autoridades y los argumentos, aunque se trató antes, allí donde Alejandro de Hales dice
que un Prestigio bien entendido es una ilusión del demonio no provocada por un cambio
material, sino que sólo existe en las percepciones del engañado, ya sea en sus sentidos
interiores o en los exteriores.
Con referencia a estas palabras, he de señalar que, en los casos que consideramos, se
engañan dos de los sentidos exteriores, a saber, el de la vista y el del tacto, y no los
interiores, es decir, el buen sentido, la fantasía, la imaginación, el pensamiento y la
memoria. (Pero Santo Tomás dice que sólo son cuatro, como ya se dijo, contando que la
fantasía y la imaginación son uno; y con cierta razón pues existe muy poca diferencia
entre imaginar y fantasear. Véase Santo Tomás, 1, 78). Y estos sentidos, y no sólo los
exteriores, son afectados cuando no se trata de ocultar algo, sino de hacer que algo se le
aparezca a un hombre, esté despierto o dormido.
Como cuando un hombre que se encuentra despierto ve las cosas como no son; tal
como alguien que devora un caballo con su jinete o pensar que ve a un hombre convertido
en un animal, o que él mismo es un animal y debe vincularse con ellos.
Pues entonces se engañan los sentidos exteriores, y son utilizados por los interiores.
Porque, por el poder de los demonios, con permiso de Dios, las imágenes mentales
conservadas durante mucho tiempo en el tesoro de ellas, que es la memoria, son extraídas,
no de la comprensión intelectual en que se acumulan dichas imágenes, sino de la memoria,
que es el depósito de las imágenes mentales y se encuentra situada en la parte posterior de
la cabeza, y se presentan ante la facultad imaginativa. Y se imprimen con tanta energía
sobre esa facultad, que un hombre tiene el impulso inevitable de imaginarse que es un
caballo o un animal, cuando el demonio extrae de la memoria la imagen de un caballo o
un animal; y así se ve obligado a pensar que ve con los ojos exteriores un animal, cuando
en realidad no lo hay; pero parece haberlo hecho en razón de la fuerza impulsiva del
demonio que actúa por medio de esas imágenes.
Y no tiene por qué parecer asombroso que los demonios puedan hacer eso, cuando
inclusive un defecto natural puede provocar el mismo resultado, como lo demuestra el
caso de los hombres frenéticos y melancólicos, y de los maniáticos y algunos ebrios,
incapaces de discernir con exactitud. Pues los hombres frenéticos creen que ven cosas
maravillosas, tales como animales y otros horrores, cuando en verdad nada ven. Véase
más arriba, en la pregunta de si las brujas pueden impulsar la mente de los hombres hacia
el amor y el odio, donde se señalan muchas cosas.
Y por último, la razón resulta evidente por sí misma. Pues como el demonio tiene
poder sobre las cosas inferiores, salvo en el alma, es capaz de efectuar ciertos cambios en
dichas cosas, cuando Dios lo permite, de modo que las cosas parecen ser lo que no son. Y
como ya dije, esto lo hace confundiendo y engañando el órgano de la visión, de modo que
una cosa clara parece nublada, tal como después de llorar, debido a los humores reunidos,
la luz parece distinta de lo que era antes. O mediante la actuación sobre la facultad
imaginativa, por una transmutación de imágenes mentales, como se dijo, o por la agitación
de varios humores, de modo que las materias que son terrenas y secas parecen ser fuego o
agua, como algunas personas hacen que todos los de la casa se desnuden, bajo la
impresión de que están nadando en el agua.
También puede preguntarse, con referencia a los precedentes métodos de los
demonios, si este tipo de ilusión puede surgir tanto a los buenos como a los malvados, así
como otras enfermedades corporales, cual se mostrará después, pueden ser provocadas por
las brujas, inclusive en quienes se encuentran en estado de gracia. A esta pregunta,
siguiendo las palabras de Casiano en su Segunda colación del abate Sireno, tenemos que
contestar que no pueden. Y de esto se sigue que es de presumir que quienes se engañan de
esta manera están en pecado mortal. Pues dice, como surge con claridad de las palabras de
San Antonio: el demonio en modo alguno puede penetrar en la mente o cuerpo de ningún
hombre, ni tiene el poder de penetrar en los pensamientos de nadie, salvo que tal persona
haya quedado despojada primero de todos los pensamientos santos y esté privada de la
contemplación espiritual.
Esto coincide con Boecio, donde dice, en la Consolación de la filosofía: «Les hemos
dado tales armas, que, si no las hubieran arrojado, se habrían protegido de la enfermedad».
También Casiano habla en el mismo lugar de dos brujas paganas, cada una maliciosa a su
manera, que con su brujería enviaron una sucesión de demonios a la celda de San Antonio,
con el propósito de expulsarlo de allí por medio de sus tentaciones, henchidos como
estaban de odio hacia el santo hombre a causa de la gran cantidad de personas que lo
visitaban todos los días. Y aunque estos demonios lo asaltaban con los más agudos
acicates de sus pensamientos, él los expulsó persignándose en la frente y en el pecho, y
postrándose en sincera oración.
Por lo tanto podemos decir que todos los así engañados por los demonios, sin hablar
de otras enfermedades corporales, carecen del don de la gracia divina. Y así se dice en
Tobías, vi: «El demonio tiene poder contra quienes están sometidos a sus apetitos».
Podemos resumir nuestras conclusiones como sigue: los demonios, para su provecho y
beneficio, pueden herir a los buenos en su fortuna, es decir en cosas exteriores tales como
la riqueza, la fama y la salud física. Esto resulta claro por el caso del bendito Job, acosado
por el demonio en tales asuntos. Pero estas lesiones no las causan ellos mismos, de modo
que no pueden ser llevados o empujados a pecado ninguno, aunque es posible tentarlos por
dentro y por fuera, en la carne. Pero los demonios no pueden atacar a los buenos con este
tipo de ilusiones, ni activa ni pasivamente. No en forma activa, mediante el engaño de sus
sentidos, como hacen con otros que no están en estado de gracia. Y no de manera pasiva,
arrebatándoles los órganos masculinos con algún hechizo. Pues en esos dos sentidos nunca
pudieron herir a Job, y menos con la herida pasiva referente al acto venéreo, pues era de
tal continencia, que podía decir: he hecho un Juramento con mis ojos, de que jamás
pensaré acerca de una virgen, y menos todavía sobre una esposa ajena. Ello no obstante, el
demonio sabe que posee gran poder sobre los pecadores; véase San Lucas, XI «Cuando el
fuerte armado guarda su atrio, en paz está lo que posee».
Pero puede preguntarse, en cuanto a las ilusiones acerca del órgano masculino, si,
admitido que el demonio no puede imponer esta ilusión a quienes se encuentran en estado
de gracia en forma pasiva, tampoco puede hacerlo en un sentido activo, siendo el
argumento que el hombre en estado de gracia se engaña porque debería ver el miembro en
su lugar correspondiente, cuando quien piensa que le ha sido arrebatado, lo mismo que los
otros testigos, no lo ve en su lugar; pero si se admite esto, parece ser contrario a lo que se
dijo. Puede afirmarse que no existe tanta fuerza en la pérdida activa como en la pasiva; por
pérdida activa se entiende, no la del que soporta la pérdida, sino del que ve la pérdida
desde afuera, como es evidente por sí mismo. Por lo tanto, aunque un hombre en estado de
gracia puede ver la pérdida de otro, y en esa medida el demonio puede engañar sus
sentidos, no puede sufrir esa pérdida, de manera pasiva, en su propio cuerpo, como por
ejemplo, verse privado de su miembro, ya que no es esclavo de la lujuria. De la misma
manera, también es cierto lo contrario, como dijo el ángel a Tobías: «Sobre aquellos que
están entregados a la lascivia, el demonio tiene poder».
¿Y qué debe pensarse entonces de las brujas que de esta manera reúnen, a veces,
órganos masculinos en grandes cantidades, en ocasiones veinte o treinta miembros, y los
ponen en un, nido de aves, o los encierran en una caja, donde se mueven como miembros
vivos, y comen avena y trigo, como lo vieron muchos y es cosa de información común?
Hay que decir que todo ello lo hace la obra del demonio y la ilusión. Pues los sentidos de
quienes los ven se engañan en la forma en que dijimos. Porque cierto hombre dice que,
cuando perdió su miembro, se acercó a una conocida bruja para pedirle que se lo
devolviera. Ella le dijo al hombre lesionado que se trepase a cierto árbol, y que podía
tomar el que le agradara de un nido en el cual había varios miembros. Y cuando trató de
tomar uno grande, la bruja dijo: no debes tomar ése, y agregó que pertenecía a un
sacerdote de la parroquia.
Y todas estas cosas son provocadas por los demonios por medio de una ilusión o
hechizo, tal como dijimos, mediante la confusión del órgano de la visión, por
transmutación de las imágenes mentales en la facultad imaginativa. Y no debe decirse que
esos miembros que se muestran sean demonios con miembros adoptados, tal como a veces
se aparecen a las brujas y los hombres en cuerpos aéreos, adoptados, y conversan con
ellos. Y la razón es que efectúan esto por un método más fácil, a saber, extrayendo una
imagen mental del depósito de la, memoria, e imprimiéndola sobre la imaginación.
Y si alguien desea decir que podrían trabajar de la misma manera, cuando se dice que
conversan con brujas y otros hombres en cuerpos adoptados; es decir, que podrían causar
esas apariciones cambiando las imágenes mentales en la facultad imaginativa, de modo
que cuando los hombres creyesen que los demonios se encontraban presentes en cuerpos
adoptados, en realidad no eran más que una ilusión provocada por un cambio de las
imágenes mentales en la percepción interna.
Es necesario decir que, si el demonio no tuviese otro objetivo que el de mostrarse en
forma humana, no necesitaría aparecer en un cuerpo adoptado, ya que podría lograr su
propósito bastante bien con la mencionada ilusión. Pero esto no es así, pues tiene otras
finalidades, a saber, hablar y comer con ellos, y cometer otras abominaciones. Por lo tanto,
es necesario que él mismo esté presente, que se coloque ante la vista en un cuerpo
adoptado. Pues como dice Santo Tomás, donde está el poder de un ángel, allí actúa.
Y podría preguntarse si el demonio por sí mismo, y sin una bruja, arrebata a alguien el
miembro viril, si existe alguna diferencia entre uno y otro tipo de privación. Además de lo
que se dijo en la Primera Parte de la obra sobre el asunto de si las brujas pueden arrebatar
el órgano masculino, es posible decir que cuando el diablo se lleva un miembro por sí
mismo, se lo lleva en realidad, y cuando hay que restablecerlo lo restablece de verdad.
Segundo, así como se lo arrebata sin, herir, así también se lo arrebata sin dolor. Tercero,
que nunca hace esto si no es impulsado por un ángel bueno, pues al hacerlo interrumpe
una fuente de grandes beneficios para él; pues sabe que puede obrar más brujerías en ese
acto que en ningún otro acto humano. Porque Dios le permite lesionar más ese acto
humano que otros, como ya se dijo. Pero ninguno de los puntos precedentes rige cuando
actúa por medio de una bruja, con permiso de Dios.
Y si se pregunta si el demonio es más capaz de herir al hombre y a las criaturas, por sí
mismo más que por intermedio de una bruja, puede decirse que no hay comparación entre
los dos casos. Pues es muchísimo más capaz de hacer daño por Intermedio de las brujas.
Primero, porque así ofende más a Dios al usurpar para sí a una criatura dedicada a Él.
Segundo, porque cuando Dios es más ofendido, le otorga más poder de dañar a los
hombres. Y tercero, por su propio beneficio, que encuentra en la perdición de las almas.
Sobre el método con que pueden infligir todo tipo de enfermedades, en general
dolencias de las mas graves
No hay enfermedad física, ni siquiera la lepra o la epilepsia, que no puedan ser causadas
por brujas, con permiso de Dios. Y esto lo prueba el hecho de que los Doctores no
exceptúan ninguna clase de enfermedad. Pues una cuidadosa consideración de lo que ya se
ha escrito acerca del poder de los demonios y la malignidad de las brujas mostrará que
esta afirmación no ofrece dificultades. Nider también trata este tema en su Libro de
preceptos y en su Formicarius, donde pregunta si las brujas pueden en verdad dañar a los
hombres con sus brujerías. Y la pregunta no exceptúa ninguna enfermedad, por incurable
que fuere. Y allí responde que pueden hacerlo, y pasa a preguntar de qué manera y por qué
medios.
Y en cuanto a lo primero, responde como se mostró en la primera Pregunta de la.
Primera Parte de este Tratado. Y también lo demuestra San Isidoro, cuando describe las
acciones de las brujas (Etim., 8, cap. 9), y dice que se las llama brujas debido a la
magnitud de sus delitos; porque perturban los elementos creando tormentas con ayuda de
los demonios, confunden las mentes de los hombres de las maneras ya mencionadas,
obstaculizando por entero o impidiendo gravemente el uso de su razón. Y además agrega
que, sin el empleo de un veneno, por la pura virulencia de sus encantamientos, pueden
privar de su vida a los hombres.
También lo demuestra Santo Tomás en el Segundo libro de sentencias, 7 y 8, y en el
Libro IV, 34, y en general todos los Teólogos escriben que las brujas, con la ayuda del
demonio, pueden provocar daño a los hombres y a sus asuntos en todas las formas en que
un diablo por sí solo puede dañar o engañar a saber, en sus asuntos, su reputación, su
cuerpo, su razón y su vida; lo cual significa que los daños causados por el demonio sin una
bruja, también pueden ser provocados por ésta, y con mayor facilidad aun, debido a la
mayor ofensa que se infiere a la Divina Majestad, como se mostró más arriba.
En Job, I se encuentra un claro caso de daño en los asuntos temporales. El daño a la
reputación se muestra en la historia del beato Jerónimo, donde el demonio se trasformó en
la apariencia de San Silvano, obispo de Nazaret, amigo de San Jerónimo. Y este demonio
se acercó de noche a una noble dama, en su cama, y primero trató de provocarla y atraerla
con palabras obscenas, y luego la invitó a ejecutar el acto pecaminoso. Y cuando ella
llamó, el demonio; en forma del santo obispo, se ocultó debajo de la cama de la mujer, y al
ser buscado y hallado allí, con lenguaje meloso declaró, embustero, que era el obispo
Silvano. Al día siguiente, cuando el diablo desapareció, el santo varón fue
escandalosamente difamado, pero su buen nombre quedó en claro cuando el demonio
confesó, ante la tumba de San Jerónimo, que había hecho eso con un cuerpo adoptado.
El daño al cuerpo se muestra en el caso del bendito Job, herido por el demonio con
terribles llagas, que se explican como una forma de lepra. Y Sigisberto y Vincent de
Beauvais (Spec. Hist. XXV, 37) dicen ambos que en tiempos del emperador Luis II, en la
diócesis de Maguncia, cierto demonio comenzó a arrojar piedras y a golpear en las casas
como con un martillo, y luego, por declaraciones públicas e insinuaciones secretas,
difundió la discordia y perturbó la mente de muchos. Luego excitó la ira de todos contra
un hombre, cuya vivienda, siempre que descansaba en ella, incendiaba y decía que todos
sufrían por los pecados de él. De modo que al final el hombre tuvo que encontrar su
morada en los campos. Y cuando los sacerdotes a decían una letanía en su favor, el
demonio apedreó a muchas de las personas, hasta que las hirió y las hizo sangrar; y a
veces desistía, y otras se enfurecía; y esto siguió durante tres años, hasta que todas las
casas quedaron quemadas. Ejemplos del daño al uso de la razón, y del tormento de las
percepciones internas, se len en los hombres posesos y frenéticos de quienes hablan los
Evangelios. Y en cuanto a la muerte, y a que privan a algunos de su vida, se demuestra en
Tobías, en el caso de los siete esposos de la virgen Sara, muertos por sus lujuriosos
apetitos y desenfrenados deseos por la virgen Sara, de quien no eran dignos de ser
esposos. Por lo tanto se llega a la conclusión de que por sí mismos, y más aun con la
ayuda de las brujas, los demonios pueden dañar a los hombres en todas las formas, sin
excepción.
Pero si se pregunta si daños de este tipo deben ser atribuidos a los diablos antes que a
las brujas, se responde que cuando los primeros provocan daños por su propia acción
directa, se les atribuyen principalmente a ellos. Pero cuando trabajan por intermedio de las
brujas, para rebajar y ofender a Dios, y para la perdición de las almas, sabedores de que
por este medio Dios se encoleriza más y les otorga mayor poder para hacer el mal; y como
en verdad perpetran incontables brujerías que el demonio no se le permitiría ejercer sobre
los hombres si desease’ herirlos por sí solo, sino que son permitidas en el justo y oculto
designio de Dios, por intermedio de las brujas, debido a su perfidia y abjuración de la Pe
católica, por lo tanto esos daños son atribuidos, con justicia, a las brujas en términos
secundarios, por más que el demonio sea el actor principal.
Por lo cual, cuando una mujer hunde una ramita en el agua y salpica el agua por el aire
para, hacer llover, aunque ella misma no cause la lluvia, y no pueda ser culpada de ello,
sin embargo, como firmó un pacto con el demonio, gracias al cual puede hacer eso como
bruja, aunque el demonio es quien provoca la lluvia, ella merece cargar con la culpa,
porque es una infiel y efectúa la labor del demonio, y se entrega a sus servicios.
Y así también cuando una bruja elabora una imagen de cera o alguna otra cosa por el
estilo, para hechizar a alguien; o cuando una imagen de una persona aparece al verter
plomo fundido en el agua, y se hace algún daño a la imagen, como perforarla o
perjudicarla de alguna otra manera, cuando el hombre embrujado es herido de ese modo
en su imaginación; y aunque el daño se hace en verdad a la imagen, por parte de la bruja o
algún otro hombre, y el demonio daña de manera invisible, y en la misma forma, al
hombre hechizado, ello se atribuye merecidamente a la bruja. Porque sin ella, Dios nunca
permitiría que el demonio infligiese el daño, ni el diablo, por su propia cuenta, trataría de
herir al hombre.
Pero como se dijo que en el caso de su buen nombre los demonios pueden lesionar a
los hombres por su propia cuenta y sin la, colaboración de brujas, puede surgir la duda de
si los demonios no serán capaces también de difamar a mujeres honradas de forma que se
las considere brujas, cuando dan la impresión de hechizar a alguien; de lo cual surgiría que
semejante mujer sería difamada sin causas.
Para responder debemos hacer antes unas pocas observaciones. Primero, se dijo que el
demonio nada puede hacer sin el permiso Divino, como se muestra en la Primera Parte de
esta obra. También se mostró que Dios no concede tan gran poder de mal contra los justos
y los que viven en gracia, como contra los pecadores; y como los demonios tienen mayor
poder contra éstos (véase el texto: «Cuando un fuerte hombre armado», cte.), Dios les
permite afectarlos más que a los justos. Por último, si bien pueden, con el permiso de
Dios, herir a los justos en sus asuntos, su reputación y su salud corporal, como saben que
este poder se les concede ante todo para engrandecimiento de los méritos de los justos, se
muestran menos ansiosos de dañarlos.
Entonces puede decirse que en esta dificultad es preciso considerar varios puntos.
Primero, el permiso Divino. Segundo, el hombre a quien se considera justo, pues los así
reputados no están siempre, en verdad, en estado de gracia. Tercero, el delito del cual se
sospecharía de un hombre inocente, pues ese delito, en su origen mismo; es superior a
todos los crímenes del mundo. Por lo tanto, es de decir que se permite que, con
autorización de Dios, una persona inocente, se encuentre o no en estado de gracia, sea
perjudicada en sus negocios o reputación, pero con respecto a este, delito y a la gravedad
de la acusación (pues a menudo citamos a San Isidoro cuando dice que sé llaman brujas
por la magnitud de sus crímenes), puede decirse que es imposible, por muchas razones,
que una persona Inocente sea difamada por el demonio en la forma en que se describió.
En primer lugar, una cosa es ser difamado en relación con vicios cometidos sin
contrato expreso o tácito’ con el demonio, tales como hurto, robo o fornicación; pero otra
muy distinta es ser difamado en punto de vicios de qué es imposible acusar a un hombre
de haber perpetrado, a menos de que firmase un contrato expreso con el demonio; y tales
son las obras de las brujas, que no les pueden ser imputadas si no es por el poder de los
demonios que embrujan a los hombres, los animales y los frutos de la tierra: Por lo tanto,
aunque el diablo puede ensombrecer la reputación de los hombres respecto de otros vicios,
no parece posible que lo haga en relación con el vicio que no puede perpetrarse sin su
colaboración.
Además, hasta hoy nunca se supo que ocurriese que una persona inocente haya sido
difamada por el demonio hasta tal punto, que se la condenara a muerte por ese delito.
Además, cuando una persona sólo está bajo sospecha, no sufre castigos, salvo los que el
Canon prescribe para su purificación.
Y aquí se afirma que, si ese hombre fracasa en su purificación, se lo debe considerar
culpable, pero tiene que ser objeto de una solemne súplica antes que se proceda con
castigo de su pecado y se lo ponga en práctica. Pero aquí tratamos de hechos concretos, y
nunca se supo que una persona inocente haya sido castigada por sospecha de brujería, y no
cabe duda de que Dios jamás permitirá que ocurra tal cosa. Además, Él no permite que los
inocentes que se encuentran bajo su protección angélica sean sospechados de delitos
menores, tales como robos y otras cosas; tanto más protegerá Él a quienes se encuentran
bajo esa guarda, de la sospecha del delito de brujería.
Y no es objeción válida citar la leyenda de San Germano, cuando los demonios
adoptaron el cuerpo de otras mujeres y se sentaron ala mesa, y durmieron con los esposos,
y llevaron a éstos a la creencia de que esas mujeres comían y bebían con ellos en sus
propios cuerpos, como ya mencionamos. Pues en este caso las mujeres no deben ser
consideradas inocentes. Porque en el Canon (Episcopi 26, pregunta 2) esas mujeres son
condenadas por pensar que se las trasporta en verdad y en realidad, cuando sólo lo son en
la imaginación, si bien, como mostramos más arriba, a veces son trasportadas físicamente
por los demonios. Pero nuestra proposición actual es la de que, con permiso de Dios,
pueden provocar todas las otras enfermedades sin excepción; y de lo que dijimos debe
extraerse la conclusión de que así es. Porque los Doctores no hacen excepciones, ni
existen motivos para que hagan ninguna, ya que, como dijimos muchas veces, el poder
natural de los demonios es superior a todos los poderes corpóreos. Y en nuestra
experiencia hemos visto que ello es así. Porque si bien pueden sentirse mayores
dificultades para creer que las brujas pueden causar lepra o epilepsia, ya que por lo general
estas enfermedades surgen de alguna predisposición o defecto físicos de larga data, ello no
obstante, se ha visto muchas veces que fueron engendradas por brujería. Porque en la
diócesis de Basilea, en el distrito de Alsacia y Lorena, cierto honrado trabajador habló con
rudeza a una mujer pendenciera, y ella, encolerizada, lo amenazó diciéndole que pronto se
vengaría de él. El hombre le prestó poca atención, pero la misma noche sintió que le crecía
una pústula en el cuello, y la frotó tanto, y encontró toda la cara y cuello hinchados, y una
horrible forma de lepra le apareció en todo el cuerpo. En seguida acudió a sus amigos en
procura de consejo, y les habló de la amenaza, de la mujer, y dijo que apostaba, la vida en
la sospecha de que ello le había sido producido por las artes mágicas de la misma bruja.
En una palabra, la mujer fue arrestada, interrogada, y confesó su delito. Pero cuando el
juez le preguntó en especial por el motivo de ello, y de cómo lo hizo, contestó: «Cuando
ese hombre usó palabras injuriosas contra mí, me enfurecí y me fui a casa; y mi familiar
me preguntó por el motivo de mi malhumor. Yo se lo conté, y le pedí que me vengase del
hombre. Y él me preguntó qué quería que le hiciera; y yo le contesté que quería que
tuviese siempre el rostro hinchado. Y el demonio se fue y afectó al hombre mucho más
allá de lo que yo le pedía, pues no había abrigado la esperanza de que lo infectase con tan
horrible lepra». Y por lo tanto la mujer fue quemada. Y en la diócesis de Constanza, entre
Breisach y Priburgo, hay una mujer leprosa (a menos de que haya pagado la deuda de toda
la carne en estos dos últimos años) que solía decir a muchas personas que lo mismo le
había ocurrido en razón de una pendencia similar que ocurrió entre ella y otra mujer.
Porque una noche, cuando salió de la casa para hacer algo delante de la puerta, un viento
caliente llegó de la casa de la otra mujer, que se encontraba enfrente, y de pronto le dio en
la cara; y desde entonces se vio afectada de la lepra que ahora sufría.
Y por último, en la misma diócesis, en el territorio de la Selva Negra, una bruja era
levantada por un carcelero al montículo de leña preparado para quemarla, y dijo: «Te
pagaré», y le sopló en la, cara. Y en el acto se vio afectado dé una horrible lepra en todo el
cuerpo, y no sobrevivió muchos días. Con fines de brevedad, se omiten los temibles
delitos de esta bruja, y muchos otros casos que se podrían narrar. Pues a menudo hemos
visto que ciertas personas fueron castigadas con epilepsia ú otra enfermedad, por medio de
huevos enterrados con cadáveres, en especial los cadáveres de brujas, junto con otras
ceremonias de las cuales no podemos hablar, en especial cuando dichos huevos fueron
dados a una persona, ya sea para comerlos o para beberlos.
De la manera en que, en especial, afectan a los hombres con otras enfermedades
parecidas
¿Pero quién puede calcular la cantidad de otras enfermedades que infligieron a los
hombres, como la ceguera, los más agudos dolores y las contorsiones del cuerpo? Pero
expondremos unos pocos ejemplos que vimos con nuestros ojos, o que fueron relatados a
uno de nosotros, inquisidores.
Cuando se llevaba a cabo una inquisición con ciertas brujas en la, ciudad de Innsbruck,
surgió a la luz, entre otros, el siguiente caso. Una mujer honrada, legalmente casada con
un miembro de la casa del archiduque, declaró formalmente lo siguiente. En la época de su
doncellez se encontraba al servicio de uno de los ciudadanos, cuya esposa fue afectada por
fuertes dolores en la cabeza; y llegó una mujer que dijo que podía curarla, e inició ciertos
encantamientos y ritos que según afirmó aliviarían los dolores. Y yo observé con cuidado
(dijo esta mujer) lo que hacia, y vi que, contra la naturaleza del agua vertida en un vaso,
hacía que el agua se elevara en su recipiente, junto con otras ceremonias que no hace falta
mencionar. Y como consideré que los dolores de cabeza de mi ama no se mitigaron por
estos medios, me dirigí a la bruja, con cierta indignación, con estas palabras: «No sé lo
que haces, pero sea lo que fuere, es brujería, y lo haces para tu propio beneficio». La bruja
replicó en el acto: «En el lapso de tres días sabrás si soy o no una bruja». Y así fue; porque
al tercer día, cuando me senté y tomé una rueca, sentí de pronto un terrible dolor en el
cuerpo. Primero surgió dentro de mí, de modo que me pareció que no había parte alguna
de mi cuerpo en que no sintiese horribles dolores punzantes; luego me pareció que me
derramaban continuamente, sobre la cabeza, carbones encendidos; tercero, desde la
coronilla de la cabeza hasta las plantas de los pies, no quedó un solo espacio, mayor que la
cabeza de un alfiler, que no estuviese cubierto de una erupción de pústulas blancas; y así
seguí en estos dolores, gritando y ansiando la muerte, hasta el cuarto día. Por último el
esposo de mi ama me dijo que fuese a cierta taberna, y con gran dificultad me encaminé
hacia allí, mientras él caminaba delante, hasta que estuvimos frente a la taberna. «¡Mira!
—me dijo—. Hay una hogaza de pan blanco sobre la puerta de la taberna». «Ya la veo»
respondí. Y él dijo: «Bájala, si puedes, pues te hará bien». Y yo, tomándome de la puerta
con una mano hasta donde me fue posible, aferré la hogaza con la otra. «Ábrela —dijo mi
amo— y mira con cuidado lo que hay adentro». Entonces, cuando partí la hogaza,
encontré muchas cosas dentro de ella, y en particular unos granos blancos muy parecidos a
las pústulas de mi cuerpo; y también vi algunas simientes y hierbas tales, que yo no podía
comer, y ni siquiera mirar, con huesos de serpientes y de otros animales. En mi asombro,
pregunté a mi amo qué debía hacer, y él me dijo que arrojase todo al fuego. Así lo hice, y
he ahí que de pronto, no en una hora o siquiera en unos pocos minutos, sino en el
momento mismo en que el pan fue arrojado al fuego, recuperé mi salud anterior.
Y mucho más se declaró contra la esposa del ciudadano a cuyo servicio estaba esa
mujer, en razón de que se sospechaba de ella, no con ligereza, sino con gran fuerza, y en
especial porque había usado una gran familiaridad con brujas reconocidas, se presume
que, conocedora del hechizo de brujería oculto en la hogaza, se lo contó a su esposo; y
luego, de la manera descrita, la criada recobró la salud.
Para provocar repugnancia contra un crimen tan grande, es bueno que narremos cómo
otra persona, también una mujer, fue hechizada en la misma ciudad. Una honrada, mujer
casada declaró lo siguiente bajo juramento. Detrás de mi casa (dijo) tengo un huerto, y el
jardín de mi vecino está contiguo a él. Un día advertí que se había practicado un pasaje
desde ese jardín hasta mi huerto, no sin provocar algunos daños; y me encontraba ante mi
huerto, cavilando y lamentando el pasaje y el daño cuando de pronto apareció mi vecina y
preguntó si sospechaba de ella. Pero yo me asusté debido a su mala reputación, y sólo
respondí: «Las huellas de pisadas en el césped son pruebas del daño». Entonces ella se
indignó porque, al contrario de lo que esperaba, yo no la había acusado con palabras que
le permitiesen enjuiciarme, y se fue murmurando, y aunque escuché sus palabras, no pude
entenderlas. Al cabo de varios días enfermé de fuertes dolores del estómago, y de los más
agudos calambres, que me recorrían el cuerpo del lado izquierdo al derecho, y a la inversa,
como si me atravesaran el pecho con dos espadas o cuchillos. Día y noche molesté a todos
los vecinos con mis lamentos. Y cuando vinieron de todas partes para consolarme, ocurrió
que cierto alfarero, enredado en adúltera intriga con la bruja, mi vecina, al visitarme se
apiadó de mi enfermedad, y luego de unas pocas palabras de consuelo, se fue. Pero al día
siguiente regresó de prisa, y después de consolarme, agregó: «Voy a probar si tu
enfermedad se debe a la brujería, y si descubro que ello es así, te restableceré la salud»:
De modo que tomó un poco de plomo derretido, y mientras yo yacía sobre el lecho, lo
derramó en un cuenco de agua que colocó sobre mi cuerpo. Y cuando el plomo se
solidificó en cierta imagen y varias formas, dijo: «¡Ves, tu enfermedad ha sido causada por
brujería! Y uno de los instrumentos de ese embrujo está oculto bajo el umbral de la puerta
de tu casa. Vayamos, entonces, a sacarlo, y te sentirás mejor». Así que mi esposo y él
fueron a quitar el encantamiento, y el alfarero, luego de levantar el umbral, le dijo a mi
esposo que metiera la mano en el hoyo que entonces apareció, y que sacase lo que
encontrara; y así lo hizo. Al principio sacó una imagen de cera de un palmo de largo, toda
perforada, y atravesada en los costados por dos agujas, de la misma manera en que yo
sentía los punzantes dolores de lado a lado; y luego, varios bolsitos que contenían todo
tipo de cosas, tales como granos, simientes y huesos. Y cuando todas estas cosas fueron
quemadas, mejoré, pero no del todo. Pues aunque los dolores y calambres cesaron, y
recuperé mi apetito, todavía no me encuentro en modo alguno restablecida en mi salud
total. Y cuando le preguntamos por qué no se había recuperado por completo, contestó:
hay ocultos otros instrumentos de brujería que no puedo hallar. Y cuando le pregunté al
hombre cómo sabía dónde estaban escondidos los primeros instrumentos, respondió: «Lo
supe por el amor que impulsa a un amigo a contarle cosas a un amigo; pues tu vecina me
lo reveló cuando me instaba a cometer adulterio con ella». Esta es la historia de la mujer
enferma.
Pero si hablase de todos los casos que se conocieron en esa ciudad, tendría’ que hacer
un libro con ellos. Pues incontables hombres y mujeres ciegos, cojos, encogidos, o
atacados de varias enfermedades, juraron en diversas ocasiones que tenían fuertes
sospechas de que sus enfermedades, tanto en general como en particular, eran originadas
por las brujas, y que debían soportar esas dolencias durante un periodo, o hasta su muerte.
Y todo lo que dijeron y atestiguaron era cierto, ya sea en relación con una enfermedad
especifica, o en cuanto a la muerte de otros. Pues ese país abunda en secuaces y caballeros
que disponen de tiempo para el vicio, y seducen a las mujeres, y luego quieren
desprenderse de ellas cuando desean casar con una mujer honrada, pero pocas veces
pueden hacerlo sin incurrir en la venganza de alguna brujería sobré ellos o sus esposas.
Pues cuando esas mujeres sé ven despreciadas, insisten en atormentar, no tanto al marido
como a la esposa, en la esperanza de que, si ésta muere, el esposo volverá a su anterior
amante.
Porque cuando un cocinero del archiduque se casó con una honrada muchacha de un
país extranjero, una bruja, que había sido su querida, los encontró en la carretera pública, y
al alcance del oído de otras personas honradas, predijo el embrujamiento y muerte de la
joven, extendió la mano y afirmó: «No será mucho el tiempo en que te regocijes con tu
esposo». Y en el acto, al día siguiente, cayó en cama, y luego de varios días pagó la deuda
de toda la carne, y exclamó en el momento de expirar: «¡Ay, así muero, porque esa mujer,
con el permiso de Dios, me mató con su brujería; pero ea verdad voy a otro y mejor
casamiento con Dios!».
De la misma forma, según las pruebas de un informe público, cierto soldado fue
muerto por brujería, y muchos otros cuya mención omito. Pero entre ellos había un
conocido caballero, cuya amante deseó que fuese a visitarla en una ocasión pata pasar la
noche; pero él envió a su criado para decirle que no podía visitarla esa noche porque
estaba ocupado. Entonces ella se encolerizó y dijo al criado: Vé y dile a tu amo que no me
molestará mucho tiempo. Al día siguiente, el caballero cayó enfermo, y una semana
después era enterrado. Y hay brujas que pueden hechizar a sus jueces con una simple
mirada de los ojos, y en público se jactan de que no pueden ser castigadas; y cuando los
malhechores son encarcelados por sus delitos, y expuestos a las más severas torturas para
obligarlos a decir la verdad, esas brujas pueden dotarlos de tal obstinación en su silencio,
que no les sea posible revelar sus crímenes.
Y existen quienes, para cumplir sus malos hechizos y encantamientos, golpean y
hieren el Crucifijo, y emiten las más sucias palabras contra la Pureza de la muy Gloriosa
Virgen MARIA, y lanzan las más horrendas calumnias contra la Natividad de Nuestro
Salvador en Su inviolado útero. No es conveniente repetir esas ruines palabras, ni describir
todavía sus detestables crímenes, ya que la narración ofendería en grande los oídos de los
piadosos; pero todas se conservan y guardan por escrito, y detallan la manera en que cierta
judía bautizada instruyó a otras jóvenes. Y una de ellas, llamada Walpurgis, que en el
mismo año se encontraba al borde de la muerte, e instada por quienes la rodeaban a que
confesase sus pecados, exclamó: me entregué en cuerpo y alma al demonio; no hay para
mí esperanza de perdón; y así murió.
Estos detalles no han sido descritos para vergüenza, sino más bien para alabanza y
gloria del ilustrísimo archiduque. Pues era, un verdadero príncipe católico, y trabajó con
gran celo, con la iglesia de Brixen, para exterminar a las brujas. Pero se escriben más bien
con odio y repugnancia, hacia un delito tan grande, y para que los hombres no dejen de
vengar sus horrores, y los insultos y ofensas que estas desdichadas ofrecen al Creador y a
nuestra Santa Fe, para, no hablar de las pérdidas corporales que provocan. Pues este es su
mayor y más grave crimen, a saber: que abjuran de la Fe.
De cómo las comadronas cometen horrendos crímenes cuando matan a los niños
o los ofrecen a los demonios en la forma mas aborrecible
No debemos dejar de mencionar los daños hechos a los niños por brujas comadronas,
primero al matarlos, y segundo ofrecerlos a los diablos en forma blasfema. Ea la diócesis
de Estrasburgo y en la ciudad de Zabern hay una honrada mujer muy devota de la Santa
Virgen María, quien narra la siguiente experiencia a todos los huéspedes que acuden a la
taberna que posee, conocida con el emblema de El águila Negra. Estaba, dice, embarazada
por mi legítimo esposo, ya muerto, y cuando se acercaba mi momento cierta comadrona
me importunó para que la tomase para ayudar en el nacimiento de mi hijo. Pero yo
conocía su mala reputación, y aunque había decidido llamar a otra mujer, fingí, con
palabras conciliatorias, aceptar su pedido. Pero cuando llegaron mis dolores, y traje a otra
comadrona, la primera se enfureció mucho, y apenas una semana más tarde entró en mi
habitación, una noche, con otras dos mujeres, y se acercó al lecho en que yacía, y cuando
traté de llamar a mi esposo, quien dormía en otra habitación, mis miembros y lengua
quedaron sin movimiento, de modo que aparte de ver y oír, no podía mover un músculo. Y
la bruja, de pie entre las otras dos, dijo: «¡Vean cómo esta vil mujer, que no quiso tomarme
por comadrona, no triunfará sin ser castigada!». Y las otras dos, que se hallaban junto a
ella, le rogaron por mí, y le dijeron: «Nunca nos hizo daño». Mas la bruja agregó: «Pero
me ofendió a mí y por eso le pondré algo en las entrañas; pero para complacerlas a
ustedes, no sentirá dolores durante medio año, mas al cabo de ese lapso sufrirá grandes
torturas». Y así se acercó y me tocó el vientre con las manos, y me pareció que me
arrancaba las entrañas, y puso adentro algo, que sin embargo yo no pude ver. Y cuando se
fueron y recuperé el habla, llamé a mi esposo lo antes posible, y le conté lo ocurrido. Pero
él lo atribuyó al embarazo, y dijo: «Ustedes, las mujeres embarazadas, siempre sufren de
fantasías e ilusiones». Y cuando en modo alguno quiso creerme, le respondí: «Se me han
dado seis meses de gracia, y si después de ese período no experimento tormento alguno, te
creeré». Relató esto a su hijo, clérigo, que entonces era archidiácono del distrito, y quien
fue a visitarla el mismo día. ¿Y qué ocurrió? Cuando pasaron seis meses, con exactitud,
experimentó en el vientre un dolor tan terrible, que no pudo dejar de alarmar a todos con
sus gritos, día y noche. Y dado que, como se dijo, era muy devota de la Virgen, la Reina
de la Piedad, ayunó con pan y agua todos los sábados, de manera que creyó que había sido
librada por Su intercesión. Pues un día, cuando quiso ejecutar una acción de la naturaleza,
todas las cosas impuras le cayeron del cuerpo; y llamó a su esposo y a su hijo, y les dijo:
«¿Son estas fantasías? ¿No dije que al cabo de medio año se sabría la verdad? ¿O quién
me vio comer alguna vez espinas, huesos hasta trozos de madera?». Pues había espinos tan
largos como la palma de una mano, así como una cantidad de otras cosas.
Más aun (como se dijo en la Primera Parte de la obra), se mostró, por la confesión de
la criada, quien fue llevada a juicio en Breisach, que los mayores daños a la Fe, en lo que
se refiere a la herejía de las brujas, son los que hacen las comadronas; y esto resulta más
claro que la luz del día, gracias a las confesiones de algunas que después fueron
quemadas. Porque en la diócesis de Basílea, en la ciudad de Dann, una bruja a quien luego
se quemó confesó que había muerto a más de cuarenta niños clavándoles una aguja en la
cabeza, hasta el cerebro; cuando salían del útero.
Por último, otra mujer de la diócesis de Estrasburgo confesó que había matado a más
niños de los que podía contar. Y se la atrapó de la siguiente manera. Había sido llamada de
una ciudad a otra para actuar como comadrona de una mujer, y luego de cumplir con su
tarea, regresaba a su hogar. Pero cuando salió de las puertas de la ciudad, el brazo de un
niño recién nacido le cayó de la capa con que se había envuelto, en cuyos pliegues se
hallaba oculto. Esto lo vieron quienes estaban sentados en la puerta, y cuando ella siguió
de largo recogieron del suelo lo que confundieron con un trozo de carne; pero cuando
miraron más de cerca y vieron que no era, un trozo de carne, sino que lo reconocieron por
los dedos, como el brazo de un niño, le informaron a los magistrados, y se descubrió que
un niño había muerto antes del bautismo, con un brazo de menos. De modo que se apresó
a la bruja y se la interrogó, y confesó el crimen, y que, como se dijo, había matado a más
niños de los que podía contar.
Ahora bien, la razón de tales prácticas es la que sigue: es de suponer que las brujas se
ven obligadas a hacer estas cosas por orden de los malos espíritus, y a veces contra su
propia voluntad. Pues el demonio sabe que, debido al dolor de la pérdida, o pecado
original, esos niños no pueden entrar en el Reino de los Cielos. Y por este medio se
demora el Juicio Final, en que los demonios serán condenados a la tortura eterna, ya que la
cantidad de los elegidos se completa con más lentitud, y cuando haya terminado se
consumirá el mundo. Y además, como ya se mostró, el demonio enseña a las brujas a
confeccionar, con los miembros de estos niños, un ungüento muy útil para sus hechizos.
Pero para que tan gran pecado sea detestado al máximo, no debemos guardar silencio
respecto del siguiente y horrible delito. Porque cuando no matan al niño, lo ofrecen al
demonio, de manera blasfema, de esta manera. Ea cuanto nace el chico, la comadrona, si
la madre misma no es una bruja, lo saca de la habitación con el pretexto de calentarlo, lo
levanta y lo ofrece al Príncipe de los Demonios, es decir, Lucifer, y a todos los diablos. Y
esto se hace junto al fuego de la cocina.

Un hombre relata que advirtió que su esposa, cuando le llegaba el momento de dar a
luz en contra de la costumbre habitual de las mujeres en el parto, no permitía que mujer
alguna se acercase al lecho, salvo su propia hija, que actuaba de comadrona. Como
deseaba conocer la razón de ello, se ocultó en la casa y presenció todo el orden del
sacrilegio y la dedicación al demonio, como se describió. También vio, según le pareció,
que sin ayuda humana, sino con el poder del diablo, el niño trepaba por la cadena de que
colgaban las ollas de la comida. Con gran consternación, tanto por las terribles palabras de
la invocación de los demonios, como por las otras inicuas ceremonias, insistió con energía
en que se bautizara al niño en el acto. Mientras se lo llevaba a la aldea vecina, donde había
una iglesia, y cuando tuvieron que cruzar un puente sobre un río, desenvainó la espada y
corrió hacia su hija, quien llevaba el niño, y dijo, en presencia de otros dos que estaban
con ellos:
«No llevarás el niño al otro lado del puente, pues lo cruzará por sí mismo, o tú te
ahogarás en el río». La hija se aterrorizó, y, junto con las otras mujeres acompañantes, le
preguntó si estaba en sus cabales (pues había ocultado lo sucedido a todos los demás,
salvo a los dos hombres que iban con él). Y entonces él respondió: «Bruja ruin, con tus
artes mágicas hiciste que el niño trepara por la cadena de la cocina; ahora haz que cruce el
puente sin que nadie lo lleve, o te ahogaré en el río». Y así, obligada, depositó al niño en
el puente e invocó al demonio con sus artes, y de pronto se vio al chico al otro lado del
puente. Y cuando se lo bautizó y regresó al hogar, ya que ahora tenía testigos para
condenar a su hija por brujería (pues no podía demostrar el crimen anterior, de oblación al
demonio, ya que había sido el único testigo de ese sacrílego ritual), acusó a la hija y la
madre ante el juez, luego de su período de justificación. Y ambas fueron quemadas, y se
descubrió el delito de las comadronas que hacían esa sacrílega ofrenda.
Pero aquí surge la duda: ¿con qué fin u objetivo se hace esta ofrenda sacrílega de los
niños, y cómo beneficia a los demonios? A esto puede decirse que los diablos lo hacen por
tres razones que sirven a tres finalidades muy malignas. La primera nace de su orgullo,
que siempre aumenta; como se dice: «Quienes te odian han levantado la cabeza». Pues
hasta donde les es posible, tratan de adaptarse a los ritos y ceremonias divinos. Segundo,
les es más fácil engañar a los hombres so capa de una acción en apariencia piadosa. Pues
de la misma manera atraen a vírgenes y muchachos a su poder; pues aunque podrían
solicitarlos por medio del mal y corromper a los hombres, prefieren engañarlos con
espejos mágicos y los reflejos que se ven en las uñas de las brujas, y atraerlos con la
creencia de que aman la castidad, cuando en verdad la odian. Pues el demonio odia ante
todo a la Santísima Virgen, porque ella le hirió la cabeza (Génesis, XIII 15). Del mismo
modo, en esta oblación de los niños engañan la mente de las brujas y las llevan al vicio de
infidelidad bajo la apariencia de un acto virtuoso. Y la tercera razón es que la perfidia de
las brujas puede crecer, para beneficio del demonio, cuando tienen brujas dedicadas a ellos
desde la cuna.
Y este sacrilegio afecta al niño de tres maneras. En primer lugar, las ofrendas visibles a
Dios se hacen con cosas visibles, tales como el vino o el pan o los frutos de la tierra, en
señal de honor y sometimiento a Él, como se dice en Ecalesiasticus, XXV: «No te
presentarás sin nada ante el Señor». Y tales ofrendas no pueden ni deben ser más tarde
utilizadas con fines profanos. Por lo tanto, el Santo Padre San Juan Damasceno, dice: las
oblaciones que se ofrecen en la iglesia, pertenecen sólo a los sacerdotes, pero no para que
las empleen para sus propios fines, sino para que las distribuyan con fidelidad, en parte en
la observancia del culto divino, y en parte para uso de los pobres. De esto se sigue que un
niño que ha sido ofrecido al demonio en señal de sometimiento y homenaje a él no puede
ser dedicado por los católicos a una vida santa, en digno y fructífero servicio de Dios, para
beneficio de sí mismo y de los demás.
¿Pues quién puede decir, que los pecados de las madres de otros no redundarán en
castigo sobre los niños? Tal vez alguien cite el dicho del profeta: «El hijo no heredará la
iniquidad del padre». Pero hay otro pasaje en Éxodo, XX: «Yo soy Jehová tu dios, fuerte,
celoso, que visito la maldad de los padre sobre los hijos sobre los terceros y sobre los
cuartos, a los que me aborrecen». Ahora bien, el significado de estos dos dichos es como
sigue. El primero habla de castigo espiritual en el juicio del Cielo o Dios, y no en el juicio
de los hombres. Y es el castigo del alma, tal como una pérdida de la gloria, o el castigo del
dolor, es decir, del tormento del fuego eterno. Con tales castigos, nadie resulta castigado,
salvo por su propio pecado, ya sea heredado como pecado original o cometido por pecado
real.
El segundo texto habla de quienes imitan los pecados de sus padres como lo explicó
Graciano (I, Pregunta 4, etc.); y allí ofrece explicaciones acerca de ceso el juicio de Dios
inflige otros castigos al hombre, no sólo por los pecados que cometió, u que pueda
cometer (pero que el castigo le impide cometer), sino también por los pecados de los
demás.
No puede argumentarse que entonces se castiga a un hombre sin causa y sin pecado,
que debería ser el motivo del castigo. Pues según el régimen de la ley, nadie debe ser
castigado sin pecado, a menos de que haya alguna causa para ello. Y podemos decir que
existe siempre una causa muy justa, aunque no la conozcamos: véase San Agustín, XXIV,
4. Y si en el resultado no podemos penetrar en la profundidad del juicio de Dios, sabemos
que lo que Él dijo es cierto, y justo lo que Él hizo.
Pero es preciso observar una distinción entre los niños inocentes que son ofrecidos a
los demonios, no por sus madres, cuando son brujas, sino por comadronas, que, como
dijimos, los arrebatan en secreto del abrazo y el útero de una mujer honrada. Esos niños no
quedan tan apartados de la gracia, que por fuerza deban ser objeto de tales delitos; pero se
cree piadosamente que más bien pueden cultivar las virtudes de sus madres.
El segundo resultado de este sacrilegio para los niños es el siguiente. Cuando un
hombre se ofrece en sacrificio a Dios, reconoce a éste como su Principio y su Final; y ese
sacrificio es más digno que todos los sacrificios exteriores que hace, que tienen su
comienzo en su creación y su fin en su glorificación, como se dice: un sacrificio a Dios es
un espíritu afligido, etc. De la misma manera, cuando una bruja ofrece un niño al
demonio, se lo encomienda en cuerpo y alma, como su comienzo y su fin, en eterna
condenación; por lo cual, sólo un milagro puede librarlo del pago de una deuda tan grande.
Y a menudo leemos la historia de niños a quienes sus madres, en una pasión o
perturbación mental, los ofrecieron al demonio, sin pensarlo, desde el útero mismo, y de
cómo sólo con las mayores dificultades pueden, cuando llegan a una edad adulta, librarse
de la esclavitud que el demonio, con permiso de Dios, usurpó para sí. Y el Libro de los
ejemplos, Santísima Virgen MARIA, ofrece muchos ejemplos de estos; uno de los más
notables es el del hombre a quien el Supremo Pontífice no pudo librar de los tormentos del
demonio, sino que al cabo fue enviado a un santo hombre que vivía en Oriente, y por
último, con grandes dificultades, quedó libre de sus ataduras gracias a la intercesión de la
muy gloriosa Virgen.
Y si Dios castiga con tanta severidad, inclusive de modo tan irreflexivo, no diré ya en
sacrificio, sino encomendación usada airadamente por una madre cuando su esposo,
después de copular con ella, dice: «Espero que de esto nazca un niño», y ella responde:
«¡Ojalá se vaya el niño al demonio!», cuánto mayor debe de ser el castigo cuando la
Divina Majestad resulta ofendida de la manera que describimos.
El tercer efecto de esta sacrílega oblación consiste en inculcar una inclinación habitual
a lanzar hechizos sobre los hombres, animales y frutos de la tierra. Esto se muestra en
Santo Tomás, en el Libro Segundo, Pregunta 108, cuando habla del castigo temporal, de
cómo algunos son castigados por los pecados de otros. Pues dice que, hablando en
términos corporales, los hijos son una parte de las posesiones de sus padres, y criados y
animales pertenecen a sus amos; por lo cual, cuando un hombre es castigado en todas sus
posesiones, se sigue que a menudo los hijos sufren por los padres.
Y esto es muy distinto de lo que se dijo acerca de que Dios visita los pecados de los
padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generaciones. Pues allí se trata de quienes
imitan los pecados de sus padres, pero aquí hablamos de quienes sufren en lugar de sus
padres, cuando no imitan sus pecados cometiéndolos en la práctica, sino que sólo heredan
los resultados de dichos pecados. Porque de esta manera murió muy pronto el hijo nacido
a David, en adulterio; y se ordenó que fuesen muertos los animales de los amalecitas. Sin
embargo, en todo esto hay mucho misterio.
Si se tiene en cuenta todo lo que dijimos, podemos llegar a la conclusión de que tales
niños, siempre, hasta el final de su vida, están predispuestos a la perpetración de brujerías.
Pues así como Dios santifica lo que está dedicado a Él, como lo demuestran los hechos de
los Santos, cuando los padres ofrecen a Dios el fruto que engendraron, así también el
diablo no deja de infectar con maldad todo lo que se le ofrece. Muchos ejemplos pueden
encontrarse en el Antiguo y Nuevo Testamento. Pues así fueron muchos de los Patriarcas y
Profetas, tales como Isaac, Samuel y Sansón; y así fueron Alexis, y Nicolás, y muchos
otros, guiados, por una gran gracia, a una vida santa. Por último, sabemos por experiencia
que las hijas de las brujas son siempre sospechosas de prácticas similares, como
imitadoras de los delitos de sus madres; y que en verdad queda infectada toda la progenie
de una bruja. Y la razón de ello y de todo lo que se dijo antes es que, de acuerdo con su
pacto con el demonio, siempre tienen que dejar tras de si e instruir con cuidado a un
sobreviviente, para cumplir con su voto de hacer todo lo posible para aumentar el número
de brujas. Pues de qué otra manera podría ocurrir, como a menudo se vio, que tiernas
niñas de ocho o diez años hayan provocado tempestades y granizo, a menos de que sus
madres las hubieran dedicado al demonio, según un pacto por el estilo. Pues los niños no
pueden hacer esas cosas por sí mismos, mediante la abjuración de la e, que es como deben
empezar todas las brujas adultas, ya que no tienen conocimiento de un solo artículo de la
Fe. Narraremos un ejemplo de uno de esos niños.
En el ducado de Suabia, cierto campesino fue a sus campos con su hijita, de apenas
ocho años de edad para observar sus cosechas, y se quejó de la sequia y dijo: «¡Ay!
¿Cuándo lloverá?». La niña lo oyó, y en la sencillez de su corazón dijo: «Padre, si quieres
que llueva, yo puedo conseguirlo». Y el padre le contestó: «¿Qué? ¿Sabes hacer llover?».
Y la niña respondió: «Puedo hacer llover y puedo provocar granizos y tormentas
también». Y el padre preguntó: «¿Quién te enseñó?». Y ella dijo: «Mi madre, pero me dijo
que no se lo contara a nadie». Y entonces el padre interrogó: «¿Cómo te lo enseñó?». Y
ella contestó: «Me envió a un maestro que hará todo lo que le pida en cualquier
momento». Pero el padre dijo: «¿Alguna vez lo viste?». Y ella: «A veces vi a hombres que
entraban a ver a mamá y salían; y cuando le pregunté quiénes eran, me dijo que eran
nuestros amos, a quienes ella me había entregado, y que eran patronos poderosos y ricos».
El padre se aterrorizó, y le preguntó si podía provocar entonces una tormenta. Y la niña
dijo: «Sí, si tengo un poco de agua». Entonces llevó a la niña de la mano a un arroyo, y le
dijo: «Hazlo, pero sólo en nuestras tierras». Entonces la niña metió la mano en el agua y la
agitó en el nombre de su amo, como le había enseñado su madre, y he aquí que la lluvia
cayó sólo sobre esa tierra. Y al verlo, el padre dijo: «Ahora conviértelo en granizo, pero
sólo en uno de nuestros campos». Y cuando la niña lo hizo, el padre quedó convencido, y
acusó a su esposa ante el juez. Y la esposa fue apresada y condenada y quemada; pero la
hija se reconcilió y fue dedicada a Dios con solemnidad, pues desde entonces ya no pudo
efectuar esos hechizos y encantamientos.
TERCERA PARTE

Que trata de los métodos de destrucción y curación de la brujería


Introducción, en que se establece la dificultad de este tema
PREGUNTA¿Es legal eliminar la brujería por medio de otras brujerías o por cualquier
otro método prohibido?
Se argumenta que no, pues ya se mostró que en el Segundo libro de sentencias, y en la
Distinción octava, todos los Doctor coinciden en que es ilegal usar la ayuda de los
demonios, y que ello implica apostasía respecto de la Fe. Y se argumenta que no es
posible eliminar ninguna brujería sin la ayuda d los demonios. Pues se afirma que debe ser
curada por el poder humano, o por el diabólico, o por el Poder Divino. No puede serlo por
el primero, porque el poder inferior no puede contrarrestar al superior, ya que no tiene
dominio sobre lo que encuentra fuera de su capacidad natural. Tampoco por el Poder
Divino, pues ello sería un milagro, que Dios sólo ejecuta a Su voluntad, y no por
instancias de los hombres. Pues cuando su Madre rogó a Cristo que hiciese un milagro
para satisfacer la necesidad de vino, Él respondió: mujer, ¿qué tengo que ve contigo? Y los
Doctores explican que esto significa: «¿Qué asociación existe entre tú y yo en la ejecución
de un milagro?». También parece que es muy poco frecuente que los hombres se libren de
un hechizo pidiendo la, ayuda de Dios o con las oraciones a los Santos. Por lo tanto sólo
pueden liberarse con la colaboración de los demonios, y es ilegal buscarla.
Además se señala que el método común que se practica para anular un encantamiento,
aunque sea ilegal, es que las personas hechizadas recurren a las mujeres sabias, por
quienes son curadas, con mucha frecuencia, y no por los sacerdotes o exorcistas. De
manera que la experiencia muestra que esas curas se efectúan con la ayuda de los
demonios, que es ilegal procurar por lo tanto, no puede ser legal curar de ese modo un
encantamiento, sino que se lo debe soportar con paciencia.
Además se argumenta que Santo Tomás y San Buenaventura, en el libro IV, dist. 34,
dijeron que un hechizo debe permanente porque no tiene remedio humano; pues si existe
es desconocido para los hombres o ilegal. Y se entiende q estas palabras significan que
dicha enfermedad es incurable; agregan que, aunque Dios proporcionara un remedio
forzando al demonio, y éste pudiese eliminar su maldición de un hombre y el hombre
quedara curado, esa cura no sería humana. Por lo tanto, si Dios no efectúa la cura, no es
lícito que el hombre la busque de alguna otra manera. En el mismo lugar, estos dos
Doctores agregan que inclusive es ilegal procurar un remedio agregando otro
encantamiento, pues dicen que, si se siente que esto es posible, y que el hechizo original
queda eliminado, ello no obstante deberá considerarse permanente la brujería, pues en
modo alguno es licito invocar la ayuda del diablo por medio de la brujería. Además, se
afirma que los exorcismos de la, iglesia no son siempre eficaces en la represión de los
demonios, en materia de afecciones corporales, ya que éstas sólo se curan por discreción
de Dios; pero que son siempre efectivas contra los ataques de los diablos contra los cuales
han sido ante todo instituidas, como por ejemplo, contra hombres poseídos, o en materia
de exorcismo de niños.
Por otro lado, no se sigue que, porque se le haya otorgado poder al demonio sobre
alguien, a causa de sus pecados, ese poder deba terminar al cesar el pecado. Pues con
suma frecuencia un hombre puede dejar de pecar, pero sus pecados siguen en pie. Por lo
cual parece, por estos dichos, que los dos Doctores que hemos citado opinaban que es
ilícito eliminar un hechizo, sino que debe ser tolerado, tal como lo permite Dios Nuestro
Señor, Quien puede eliminarlo cuando le plazca.
Contra esta opinión se argumenta que así como Dios y la naturaleza no abundan en
cosas superfluas, tampoco carecen de las necesarias; y es una necesidad que se dé a los
fieles, contra esos actos del demonio, no sólo un medio de protección (del cual tratamos en
el comienzo de esta Segunda Parte), sino también remedios curativos. Pues de lo
contrario, los fieles no estarían lo bastante armados por Dios, y las obras del demonio
parecerían más fuertes que las de Dios.
Además está la glosa de ese texto en Job. No existe poder en la tierra, etc. La glosa
dice que, aunque el demonio tiene poder sobre todas las cosas humanas, está sometido a
los méritos de los Santos, e incluso a los de los hombres santos en esta vida.
Y una vez más San Agustín (De moribus Ecelesiae) dice: «Ningún ángel es más
poderoso que nuestra mente, cuando nos aferramos a Dios». Pues si el poder es una virtud
en este mundo, la mente que se mantiene cerca de Dios es más sublime que el mundo
entero. Por lo tanto, esas mentes pueden deshacer los actos del demonio.
Respuesta—. He aquí dos opiniones importantes, que, según parece, difieren por entero
entre sí, pues hay algunos Teólogos y Canonistas que afirman que es licito anular la
brujería, inclusive por medios supersticiosos y vanos. Y esta es la opinión de Duna Escoto,
Enrique de Segusio, y Godofredo, y todos los Canonistas. Pero es opinión de los otros
Teólogos, en especial de los antiguos, y algunos de los modernos, tales como Santo
Tomás, San Buenaventura, el Beato Alberto, Pedro de Paludes y muchos otros, que en
ningún cric debe hacerse el mal para obtener buenos resultados, y que un hombre debería
morir, antes de aceptar su curación por método; supersticiosos y vanos.
Examinemos ahora sus opiniones, con vistas a hacerla coincidir en la mayor medida
posible. En su Libro IV, dist, 39 sobre las obstrucciones e impotencia provocadas por la
brujería Escoto dice que es tonto afirmar que es ilícito anular un hechizo aunque sea por
medios supersticiosos y vanos, y que hacerlo así no es en manera alguna contrario a la Fe;
pues quien destruya la obra del demonio no es cómplice de dichas obras, sino que cree que
el diablo tiene el poder y la inclinación de ayudar infligir un daño, sólo en la medida en
que el símbolo o seña exteriores de ese daño perduren. Por lo tanto, cuando el símbolo se
destruye, pone fin al daño. Y agrega que es meritorio destruí las obras del demonio. Pero
como habla de los símbolos, daremos un ejemplo.
Hay mujeres que descubren a una bruja por el siguiente símbolo. Cuando el
rendimiento de leche de una vaca ha sido reducido por brujería, cuelgan un cubo de leche
sobre fuego, pronuncian ciertas palabras supersticiosas, golpean cubo con un palo. Y
aunque las mujeres golpean el cubo, demonio trasmite todos esos golpes a la espalda de la
bruja y de ese modo se fatiga a la bruja y al demonio. Pero el diablo hace para poder llevar
a peores prácticas a la mujer que golpea el cubo. Y así, si no fuese por el riesgo que ello
implica no habría dificultad en aceptar la opinión de este sabio Docto Podrían darse
muchos otros ejemplos. En su elocuente Summa sobre la impotencia genital causal por
brujería, Enrique de Segusio dice que en tales casos debe recurrirse a los remedios de los
médicos; y aunque algunos tales remedios parecen vanos y supersticiosos sortilegios
encantamientos, se debe confiar en todos en su propia profesión y la iglesia puede muy
bien tolerar la supresión de vanidad por medio de otras vanidades.
También Ubertino, en su Libro Cuarto, usa estas palabra «Un hechizo puede anularse
por oración; o por la misma arma con que se le infligió».
Godofredo dice en su Summa: un hechizo no siempre puede ser eliminado por quien lo
causó, ya sea porque ha muerto, o porque no sabe cómo curarlo, o porque se ha perdido el
encantamiento necesario. Pero si sabe cómo lograr alivio, es licito que lo cure. Nuestro
autor habla contra quienes dijeron que una obstrucción del acto carnal no podía ser
causada por brujería, y que nunca es permanente, y que por lo tanto no anula un
matrimonio ya contraído.
Además, quienes afirmaban que ningún maleficio es permanente, eran movidos por las
siguientes razones: pensaban que todos los hechizos podían ser anulados, bien por otro
encantamiento mágico, o por los exorcismos de la iglesia, ordenados para la supresión del
poder del diablo, o por una verdadera penitencia, ya que el demonio sólo tiene poder sobre
los pecadores. De modo que en el primer sentido convienen con la opinión de los otros, a
saber, que un hechizo puede eliminarse por medios supersticiosos.
Pero Santo Tomás opina lo contrario cuando dice: si un hechizo no puede revocarse,
como no sea por algún medio ilícito, tal como la ayuda del demonio o cualquier cosa por
el estilo, aunque se sepa que es posible eliminarlo de esa manera, se lo debe considerar
permanente, pues el remedio no es lícito.
La misma opinión sustentan San Buenaventura, Pedro de Paludes, el beato Alberto y
todos los Teólogos. Pues en una breve referencia al problema de invocar la ayuda del
demonio, ya sea de manera tácita o expresa, parecen sostener que esos hechizos sólo
pueden eliminarse por un exorcismo legal o una verdadera penitencia (como se establece
en la Ley Canónica, acerca del sortilegio), movidos, según parece, por consideraciones
mencionadas al comienzo de este tema.
Pero es conveniente hacer coincidir, hasta donde resulte posible, estas diversas
opiniones de los sabios Doctores, y ello puede hacerse en un sentido. Pues debe señalarse
el objetivo de que los métodos con que es posible eliminar un hechizo de brujería son los
siguientes: por intermedio de otra bruja y otro hechizo, o sin la ayuda de otra bruja, pero
mediante ceremonias mágicas e ilícitas. Y este último método puede dividirse en dos, a
saber: el empleo de ceremonias al mismo tiempo ilegales y vanas, o la utilización de
ceremonias que son vanas pero no ilícitas.
El primer remedio es en todo sentido ilegal, tanto respecto del agente como del
remedio mismo. Pero puede lograrse de dos maneras; o con cierto daño para quien efectuó
el hechizo, o sin daño alguno, pero con ceremonias mágicas e ilícitas. En este último caso,
se lo puede incluir en el segundo método, es decir, aquel por el cual se elimina el hechizo,
no con la ayuda de una bruja, sino con ceremonias mágicas e ilegales; y en este caso debe
seguir siendo juzgado ilícito, aunque no en la misma medida que el primer método.
Podemos resumir la situación como sigue. Existen tres condiciones por las cuales un
remedio resulta ilegal. Primero, cuando el encantamiento se elimina por la acción de otra
bruja, y por una nueva brujería, o sea, por el poder de algún demonio. Segundo, cuando no
lo elimina una bruja, sino alguna persona honrada, pero de tal modo, que el hechizo, por
medio de algún remedio mágico, se traslada de una persona a otra; y una vez más, esto es
ilícito. Tercero, cuando el encantamiento se elimina, sin imponerlo a otra persona, sino
que se usa una invocación abierta o tácita a los demonios; y otra vez, esto es ilícito.
Y con referencia a estos métodos dicen los Teólogos que es mejor morir que
aceptarlos. Pero existen otros dos métodos por medio de los cuales, según los Canonistas,
es licito, o no ocioso y vano, anular un hechizo; y que tales métodos pueden usarse cuando
se han probado y fracasado todos los remedios de la iglesia, tales como los exorcismos y
las oraciones de los santas y la verdadera penitencia. Pero para una comprensión más clara
de estos remedios, relataremos algunos ejemplos que conocemos por experiencia.
En época del papa Nicolás llegó a Roma, por ciertos negocios, un obispo de Alemania,
a quien es caritativo no nombrar, aunque ya pagó la deuda de toda la naturaleza. Allí se
enamoró de una muchacha, y la envió a su diócesis, al cuidado de dos criados, junto con
algunas otras de sus posesiones, entre ellas varias, ricas joyas. Mientras esta joven se
encontraba en gracia, con la habitual codicia, de las mujeres, llegó a ansiar apoderarse de
las joyas, que en verdad eran muy valiosas; y comenzó a pensar, en el fondo del corazón,
que si el obispo muriese por alguna brujería, ella podría apoderarse de los anillos,
pendientes y collares. A1 día siguiente el obispo enfermó de repente, y los médicos y sus
criados sospecharon que había sido envenenado; pues había tal fuego en su pecho, que
debía beber continuos tragos de agua fría para atenuarlo. Al tercer día, cuando parecían no
existir esperanzas para él, llegó una anciana y rogó que se le permitiese verlo, diciendo
que había ido para curarlo, de manera que la hicieron pasar, y ella prometió al obispo que
lo curaría si aceptaba sus proposiciones. Cuando el obispo preguntó qué debía aceptar para
recuperar la salud, como tan lo deseaba, la anciana respondió: tu enfermedad ha sido
causada si por un hechizo de brujería, y sólo puedes curarte con otro, que trasladará la
enfermedad, de ti a la bruja que la provocó, de forma que ella morirá. El obispo se
asombró, y al ver que no podía curarse de otra manera, y como no deseaba adoptar una
decisión irreflexiva, decidió pedir consejo al Papa. Ahora bien, el Santo Padre lo amaba
tiernamente, y cuando se enteró de que sólo podía curar por la muerte de la bruja, aceptó
permitir el menor de los dos males, y firmó ese permiso con su sello. Entonces se buscó
otra vez a la anciana y se le dijo que tanto él como el Papa habían aceptado la muerte de la
bruja, a condición de que a él se le devolviera su salud anterior; y la anciana se fue,
prometiéndole que quedaría curado a la noche siguiente. Y he aquí que en mitad de la
noche se sintió curado y libre de toda enfermedad, y envió un mensajero para averiguar
qué había sido de la joven; y éste volvió e informó que había enfermado de pronto, en
mitad de la noche, mientras dormía junto a su madre.
Debe entenderse que a la misma hora y momento la enfermedad abandonó al obispo y
cayó sobre la joven bruja, por intermedio de la bruja vieja; y así, el mal espíritu al dejar de
acosar al obispo, pareció restablecerle la salud por casualidad, en tanto que no era él, sino
Dios, quien le permitía acosarlo, y el demonio, en razón de su pacto con la segunda bruja,
que envidiaba la fortuna de la joven, tuvo que atacar a la amante del obispo. Y debe
pensarse que estos dos malos encantamientos no fueron hechos por un demonio que
sirviese a dos personas, sino por dos demonios, servidores de dos brujas distintas. Pues los
demonios no trabajan contra sí, sino que actúan, en la medida de lo posible, de acuerdo
para la perdición de las almas. Por último y por compasión; el obispo fue a visitar a la
joven, pero cuando entró en la habitación ella lo recibió con horribles execraciones, y
exclamó: ¡que tú y quien te curó sean condenados para siempre! Y el obispo trató de
apaciguarla, y llevarla a la penitencia, y le dijo que le perdonaba todos sus errores, pero
ella apartó el rostro y dijo: «No tengo esperanza de perdón, y encomiendo mi alma a todos
los demonios del infierno». Y tuvo una muerte desdichada. Pero el obispo regresó a su
hogar con alborozo y agradecimiento.
Aquí debe señalarse que un privilegio otorgado a uno no constituye un precedente para
todos, y la dispensa del Papa en este caso no significa, que sea licita en todos los casos. En
su Formicarius, Nider se refiere a la misma materia, pues dice: a veces se emplea el
siguiente método para eliminar un hechizo de brujería, o para vengarse de él. Alguien, que
ha sido hechizado en sí mismo o en sus posesiones, acude a una bruja con el deseo de
saber quién lo dañó. Entonces la bruja vierte plomo fundido en el agua hasta que, por obra
del demonio, el plomo solidificado forma alguna imagen. Entonces la bruja pregunta en
qué parte del cuerpo desea que su enemigo sea herido, para poder reconocerlo por ese
daño. Y cuando lo eligió, , la bruja en seguida perfora o hiere con un cuchillo la imagen de
plomo en la misma parte, y le muestra el lugar por el cual puede reconocer a la persona
culpable. Y se sabe por experiencia que, tal como la imagen de plomo queda herida, tal
ocurre también con la bruja que obró el hechizo.
Pero yo digo, acerca de este tipo de remedio, y de otros como él, que en general son
ilícitos, aunque la debilidad humana, en la esperanza de obtener el perdón de Dios, queda
atrapada muy a menudo por tales prácticas, ya que cuida más la salud del cuerpo que la
del alma.
El segundo tipo de cura practicada por brujas que eliminan un hechizo exige, una vez
más, un pacto expreso con el demonio, pero no va acompañada por un daño a otra
persona. Existen muchas de estas brujas, pues siempre se las encuentra a intervalos de una
o dos millas alemanas, y parecen capaces de curar a quien haya sido hechizado por otra
bruja de su propio distrito. Algunas de ellas afirman que pueden efectuar esas curaciones
en todo momento; otras, que sólo pueden curar a los hechizados de las tierras señoriales
vecinas; otras, que sólo pueden ejecutar sus curas con el consentimiento de la bruja que
practicó el encantamiento primitivo.
Y se sabe que estas mujeres han entrado en un pacto abierto con el demonio, porque
revelan asuntos secretos a quienes acuden a ellas para ser curados. Porque de pronto
revelan a esa persona la causa de su calamidad, le dicen que ha sido hechizado en su
propia persona o en sus posesiones, debido a alguna pendencia que tuvo con un vecino, o
con otra mujer u hombre; y en ocasiones, para mantener en secreto sus prácticas
criminales, imponen a sus clientes una peregrinación otra obra piadosa. Pero abordar a
estas mujeres para curar es tanto más pernicioso, pues parecen atraer mayor desprecio
sobre la Fe que otras que realizan sus curas por medio de un pacto tácito con el demonio.
Pues quienes recurren a tales brujas piensan más en salud física que en Dios, y además,
Dios abrevia sus vidas para castigarlos por tomar en sus manos la venganza por sus daños.
Pues así la venganza Divina alcanzó a Saúl, porque primero expulsó del país a todos los
magos y hechiceros, y después consultó a una bruja, por lo cual fue muerto en combate
con sus hijos, I Samuel, XXXI, y I Paralipómenos, X. Y por el mismo motivo, tuvo que
morir el enfermo Ochozías, IV, Reyes, (Ahaziah; II Reyes, I).
Además, quienes consultan con esas brujas son considerados difamados, y no se les
puede permitir que presenten una acusación. Y por ley deben ser sentenciados a la pena
capital, como se dijo en el Primer Tema de esta obra.
Mas ¡ay!, Oh Señor Dios, que eres justo en todos Tus juicios, ¿quién librará a los
pobres hechizados que claman en sus dolores incesantes? Pues nuestros pecados son tan
grandes y el enemigo tan fuerte; ¿y quiénes son los que pueden deshacer las obras del
demonio por medio de exorcismos lícitos? Parece quedar un remedio: que los jueces, por
medio de diversas penalidades, frenen en todo lo posible esas maldades, castigando a las
brujas que las ocasionan; de modo que así priven a los enfermos de la oportunidad de
consultar a las brujas. Mas ¡ay! nadie entiende esto en su corazón, sino que todos buscan
su propio beneficio en lugar del de JESUS Cristo.
Porque tantas personas solían acudir a liberarse de hechizos, a la bruja de Reichshofen,
a quien ya mencionamos, que el conde del castillo instaló un puesto de portazgo, y todos
los encantados en sus personas o posesiones debían pagar una moneda antes de poder
visitar la casa de ella; y él se jactaba de obtener una importante ganancia con estos medios.
Sabemos por experiencia que existen muchas de esas brujas en la diócesis de
Constanza; no porque esta diócesis esté más infectada que otras, ya que esta forma de
infidelidad es general en todas las diócesis; pero ésta ha sido investigada más a fondo. Se
descubrió que se recurría todos los días a un hombre llamado Hengst, por una gran
cantidad de pobres que habían sido hechizados, y con nuestros propios ojos vimos esas
multitudes en la aldea de Eningen, y por cierto que los pobres nunca acudían en tales
números a ningún altar de la Santísima Virgen, o a un pozo Sagrado, o a una Ermita. Pues
en medio del más crudo invierno, cuando todas las carreteras y caminos laterales se
hallaban cubiertos de nieve, acudían a él desde cuatro a diez kilómetros a la redonda, a
pesar de las mayores dificultades, y algunos eran curados, pero otros no. Pues supongo
que no todos los hechizos pueden anularse con la misma facilidad, debido a los diversos
obstáculos, como ya se dijo. Y estas brujas anulan encantamientos por medio de una
invocación abierta de los demonios, a la manera del segundo tipo de remedio, que es
ilícito, pero no en el mismo grado que la primera clase.
El tercer tipo de remedio es el que se emplea mediante ciertas ceremonias
supersticiosas, pero sin daño para nadie, y no por una bruja confesa. Un ejemplo de este
método es el siguiente:
Cierto comerciante del mercado de la ciudad de Spires declaró que le había ocurrido la
experiencia que sigue. Me encontraba, dijo, en Suabia, en el castillo de un noble muy
conocido, y un día, después de la cena, me paseaba a mis anchas, con dos de los criados,
por los campos, cuando nos encontramos con una mujer. Pero mientras ella se encontraba
todavía lejos, mis compañeros la reconocieron, y uno me dijo: «Persígnese en seguida», y
el otro me instó a hacer lo mismo. Les pregunté qué temían, y contestaron: «La bruja más
peligrosa de toda la provincia viene a nuestro encuentro, y puede lanzar un hechizo sobre
los hombres con sólo mirarlos». Pero por obstinación me jacté que nunca les había temido,
y apenas pronuncié las palabras cuando me sentí fuertemente herido en el pie izquierdo, de
modo que no pude separarlo del suelo, ni dar un paso sin el mayor dolor. Ante lo cual,
enviaron en seguida a buscar, al castillo, un caballo para mí, y así me llevaron de vuelta.
Pero los dolores fueron en aumento durante tres días. La gente del castillo, entendiendo
que había sido embrujado, relató lo que le había ocurrido a cierto campesino que vivía a
un kilómetro y medio de distancia, y de quien sabían que era diestro para eliminar
hechizos. Ese hombre llegó muy pronto, y después de examinar mi pie dijo: «Probaré si
estos dolores se deben a una causa natural; y si descubro que no, tendrá que recurrir a
remedios no naturales». A lo cual repliqué: «Si puedo curar sin magia, y con la ayuda de
Dios, aceptaré de buen grado; pero nada quiero tener que ver con el demonio, ni deseo su
ayuda». Y el campesino prometió que no usaría otros medios que los legales, y que me
curaría con la ayuda de Dios, siempre que pudiese asegurarse de que mis dolores eran obra
de brujería. Entonces acepté sus proposiciones. Tomó plomo derretido (a la manera de otra
bruja a quien ya mencionamos), y lo sostuvo en un cucharón de hierro, sobre mi pie, y lo
dejó caer en un cuenco de agua, y en el acto aparecieron las formas de varias cosas, como
espinas y pelos y huesos y otras cosas por el estilo, depositadas en el cuenco. «Ahora —
dijo— veo que esta enfermedad no es natural, sino que se debe, por cierto, a un
embrujamiento». Y cuando le pregunté cómo podía saberlo por el plomo fundido,
contestó: «Existen siete metales que pertenecen a los siete planetas, y como Saturno es el
Señor del plomo, cuando éste se vierte sobre alguien que ha sido hechizado, tiene la
propiedad de descubrir la brujería con su poder. Y así ha quedado demostrado con certeza,
y pronto curarás; pero debo visitarte durante tantos días cuantos pasaste bajo este
hechizo». Y me preguntó cuántos días habían transcurrido; y cuando le dije que ese era el
tercero, fue a verme cada uno de los tres días siguientes, y con sólo examinar y tocar mi
pie, y decir para sí algunas palabras, disolvió el encantamiento y me restableció la salud.
En este caso resulta claro que quien cura no es un brujo, aunque su método sea un
tanto supersticioso. Pues como prometió una cura con ayuda de Dios, y no por obra del
demonio, y afirmó la influencia de Saturno sobre el plomo, se mostró irreprochable y más
bien digno de elogio. Pero aún queda una pequeña duda en cuanto al poder mediante el
cual se eliminó el hechizo de la bruja, y las figuras creadas en el plomo. Pues ninguna
brujería, puede eliminarse por un poder natural, aunque es posible atenuarla, como se
mostrará más tarde, cuando hablemos de los remedios para los posesos. Por lo tanto
parece que ejecutó esa cura, al menos por medio de un pacto tácito con un demonio. Y lo
llamamos pacto tácito cuando el practicante acepta de manera tácita emplear la ayuda del
diablo. Y de este modo se llevan a cabo muchas obras supersticiosas, pero con un grado
variable de ofensa al Creador, ya que puede existir mayor ofensa para Él en una operación
que en otra. Pero como este campesino estaba seguro de lograr una cura y como debía
visitar al paciente durante tantos días como había estado enfermo, y si bien no usó
remedios naturales, sino que lo curó de acuerdo con la promesa hecha, por estas razones,
aunque no tenía un pacto abierto con el diablo, se lo debe considerar, no sólo como
sospechoso, sino como claramente culpable de herejía, y como convicto y sujeto por lo
menos a los castigos expuestos en el segundo método de sentencia; pero su castigo debe
ser acompañado por una solemne adjuración, a menos de que esté protegido por otras
leyes que parezcan ser de intención contraria.
La cuarta clase de remedios, respecto de los cuales los Canonistas coinciden en parte con
algunos de los Teólogos, se dice que no es nada peor que ociosa y vana, ya que sólo es
supersticiosa, y no hay pacto, ni abierto ni tácito, con el demonio en cuanto a la intención
u objetivos del practicante. Y dicen que los Canonistas y algunos Teólogos sólo coinciden
en parte en que se debe tolerar este tipo de remedios; pues su acuerdo o desacuerdo
depende de si clasifican o no este tipo de remedios con la tercera clase. Pero esta clase de
remedio vano se ejemplifica más arriba, en el caso de las mujeres que golpean un cubo
colgado sobre el fuego para que pueda ser apaleada la bruja que hizo que la vaca quedase
sin leche; aunque esto puede hacerse en nombre del demonio o sin ninguna referencia a él.
Podemos presentar otros ejemplos del mismo tipo, porque a veces, cuando una vaca ha
sido dañada de esa manera, si desean descubrir quién la embrujó, la llevan a los campos
con los pantalones de un hombre, o con cualesquiera otras de esas cosas impuras, sobre la
cabeza o el lomo. Y esto lo hacen ante todo en los días festivos y santos, y tal vez con
alguna invocación al demonio, y castigan a la vaca con una vara y la ahuyentan. Y
entonces el animal corre en línea recta a la casa del brujo, y golpea con vehemencia en la
puerta, con los cuernos, mientras lanza grandes mugidos; y el demonio hace que la vaca
siga haciendo esto hasta que se la pacifica con otra brujería.
En verdad, y según los mencionados Doctores, estos remedios pueden ser tolerados,
pero no son meritorios, como algunos tratan de afirmar. Porque San Pablo dice que todo lo
que hacemos, de palabra o de acto, debe hacerse en el nombre de Nuestro Señor JESUS
Cristo. Ahora bien, en este tipo de remedio puede no haber invocación directa del
demonio, y sin embargo mencionarse el nombre de éste; o no existir intención de hacer
tales cosas por medio de un pacto abierto o tácito con el diablo, y un hombre puede decir
«Quiero hacer esto, participe o no el demonio en ello», y esa temeridad, al apartar el temor
a Dios, ofende a éste, Quien entonces concede al demonio poder para efectuar esas curas.
En consecuencia, quienes usan tales prácticas deben ser llevados al camino de la
penitencia, e instados a abandonar esas cosas y recurrir más bien a los remedios de que
hablaremos luego, aunque ya los mencionamos antes, a saber, el uso del Agua Bendita y
de la Sal Bendita, y de exorcismos, etcétera.
Del mismo modo debe verse a quienes usan el siguiente método. Cuando un animal ha
sido muerto por brujería, y desean encontrar a la bruja, o asegurarse de si su muerte fue
natural o debida a hechicería, van al lugar en que se despelleja a los animales muertos, y
arrastran sus intestinos por el suelo, hasta su casa; y no entran en la casa por la puerta
principal, sino por sobre el umbral de la entrada trasera a la cocina, y entonces encienden
un fuego y ponen los intestinos sobre él. Después, según lo que con mucha frecuencia se
nos dijo, así cómo los Intestinos se calientan y se queman, así los intestinos de la bruja
resultan afectados por quemantes dolores.
Pero cuando ejecutan este experimento cuidan que la puerta esté bien cerrada, porque
los dolores obligan a la bruja a tratar de entrar en la casa, y si puede sacar un carbón del
fuego, todos sus dolores desaparecerán. Y muchas veces se nos dijo que, cuando no puede
entrar en la casa, la rodea por dentro y por fuera con la más densa niebla, con tan horribles
chillidos y alborotos, que al final quienes se encuentran en la casa creen que el techo está a
punto de derrumbarse y aplastarlos, si no abren la puerta.
Algunos otros experimentos son de la misma naturaleza. Porque a veces las personas
eligen a las brujas de entre una cantidad de mujeres de la iglesia, haciendo que las brujas
no puedan salir de la iglesia sin su permiso, inclusive después de terminados los ritos. Y lo
hacen de esta manera. Un domingo cubren los zapatos de los jóvenes con grasa, sebo o
unto de cerdo, como suelen hacerlo cuando desean reparar y renovar la festividad del
cuero, y de tal modo los jóvenes entran en la iglesia, de la cual es imposible que ninguna
de las brujas presentes salga o parta hasta que quienes estaban ansiosos por descubrirlas se
vayan o les den permiso expreso para regresar a sus casas.
Lo mismo ocurre con ciertas palabras, que no es conveniente mencionar, no sea que el
demonio seduzca a alguien para que las emplee. Pues los jueces y magistrados no deben
asignar demasiado peso a las pruebas de quienes pretenden descubrir brujas por estos
medios, por temor de que el demonio, el sagaz enemigo, los induzca; con este pretexto, a
difamar a mujeres inocentes. Por lo tanto, hay que instar a tales personas a que busquen el
remedio de la penitencia. Pero en ocasiones es preciso tolerar y permitir prácticas de este
tipo.
De tal manera hemos contestado a los argumentos de que ningún hechizo de brujería
debe ser anulado. Porque los dos primeros remedios son por completo ilícitos. El tercero
es tolerado por la ley, pero necesita un muy cuidadoso examen por parte del juez
eclesiástico. También San Antonino, en su Summa, señala esta discrepancia entre la Ley
Canónica y la ley civil.
Los remedios que prescribe la santa iglesia contra los demonios íncubos y
súcubos
En los capítulos precedentes del Primer Tema tratamos de los métodos de embrujar a los
hombres, animales y frutos de la tierra, y en especial de la conducta de las brujas en sus
propias personas; de cómo seducen a las jóvenes para aumentar sus malignas huestes; cuál
es su método de protección y de rendir homenaje; cómo ofrecen a los demonios sus
propios hijos y dos ajenos; y cómo se transportan de lugar en lugar. Ahora digo que no
existe remedio para tales prácticas, a menos de que las brujas sean desarraigadas por
entero por los jueces, o los por lo menos castigadas como ejemplo para toda que quieran
imitarlas; pero no tratamos en seguida este punto Por el momento sólo nos ocupamos de
los remedios contra los daños que infligen; y ante todo, de cómo puede curarse a los
hombres hechizados. Con respecto al encantamiento de los seres humanos por medio de
demonios íncubos y súcubos, es de seglar que esto puede darse de tres maneras. Primero,
como en el caso de las propias brujas, cuando las mujeres se prostituyen voluntariamente a
los demonios Íncubos. Segundo, cuando los hombres tienen relaciones con los demonios
súcubos; pero no parece que los hombres forniquen de ese modo, diabólicamente, con el
mismo grado pleno de culpabilidad, porque los hombres, que por naturaleza tienen un
intelecto más fuerte que las mujeres, tienden en mayor medida a rechazar esas Prácticas.
Tercero, puede ocurrir que hombres o mujeres se vean enredados, por brujería, con
íncubos y súcubos, contra su voluntad. Esto sucede ante todo en el caso de ciertas vírgenes
molestadas por los demonios íncubos contra su voluntad; y parecería que son hechizadas
por las brujas, que, como ocurre muchas veces en otras enfermedades, hacen que los
demonios molesten a tales vírgenes, en forma de íncubos, con el fin de seducirlas e
incorporarlas a su ruin compañía. Demos un ejemplo.
En la ciudad de Coblenza hay un pobre hombre embrujado de ese modo. En presencia
de su esposa, tiene la costumbre de actuar como los hombres con las mujeres, es decir, de
practicar el coito, por así decirlo, y lo hace en repetidas ocasiones, y los gritos y ansiosos
ruegos de su esposa no producen efecto alguno que lo haga desistir. Y después de haber
fornicado así, dos o tres veces, ruge: «Vamos a empezarlo todo de nuevo», cuando en
verdad no existe ninguna persona visible para los’ ojos mortales, acostada junto a él. Y
después de una increíble cantidad de estos encuentros, el pobre hombre cae por fin al
suelo, completamente agotado: Cuando recobra un poco las; fuerzas y se le pregunta cómo
le ocurrió eso, y si tenía a alguna’ mujer consigo, responde que nada vio, pero que su
mente está poseída de alguna manera, de modo que no puede contenerse de ese priapismo.
Y por cierto que abriga una fuerte sospeche de que cierta mujer lo embrujó de esa manera,
porque él se ofendió, y ella lo maldijo con palabras amenazadoras, y le dije qué quería que
le sucediera.
Pero no existen leyes ni ministros, de justicia que pueda vengar un delito tan grande
sin otro justificativo que una vaga acusación o una grave sospecha; pues se afirma que
nadie debe ser condenado si no ha sido convicto por su propia confesión, o por las pruebas
de tres testigos dignos de confianza, ya que el simple hecho del delito, unido inclusive a la
más grave de las sospechas contra alguna persona, no basta para justificar el castigo de
ésta. Pero este asunto se tratará más adelante. En cuanto a los casos en que jóvenes
doncellas son molestadas de ese modo por demonios íncubos, llevaría demasiado tiempo
mencionar siquiera a los que ocurrieron en nuestra propia época, porque existen muchas
historias, muy bien atestiguadas, de tales encantamientos. Pero la gran dificultad para
encontrar un remedio para tales afecciones puede ejemplificarse con una historia narrada
por Tomás de Brabante en su Libro sobre las abejas.
Yo vi, escribe, y escuché la confesión de una virgen revestida de hábitos religiosos,
quien al comienzo dijo que nunca había consentido en participar en una fornicación, pero
al mismo tiempo me dio a entender que había sido tratada de esa manera. No pude creerlo,
y la insté y exhorté con energía, y con los ruegos más solemnes, a que dijese la verdad,
para no poner en peligro su alma. Al cabo, llorando con amargura, reconoció que había
sido corrompida, más bien en la mente que en el cuerpo; y que aunque después la congoja
estuvo casi a punto de matarla, y que todos los días se confesaba con lágrimas, ningún
recurso o estudio de artes pudo librarla de un demonio íncubo, ni siquiera por el Signo de
la Cruz, ni por el Agua Bendita, prescritas en especial para la expulsión de los demonios, y
menos por el Sacramento del Cuerpo de Nuestro Señor, que hasta los ángeles temen. Pero
luego de muchos años de oraciones y ayunos, quedó liberada.
Puede creerse (salvo mejor juicio) que después de arrepentirse y confesar su pecado, el
demonio íncubo debería ser considerado más bien un castigo por el pecado, que un pecado
en sí mismo.
Una monja devota llamada Cristina, de los Países Bajos, del ducado de Brabante, me
dijo lo siguiente acerca de la misma mujer. En la vigilia de un Pentecostés la mujer acudió
a ella para quejarse de que no se atrevía a tomar el Sacramento debido a los importunos
acosos de un demonio. Cristina se apiadó de ella y le dijo: “Vé y descansa, en la seguridad
de que mañana recibirás el Cuerpo de Nuestro Señor, pues yo tomaré sobre mí tu castigo”.
Y así se fue, gozosa, y después de rezar esa noche, durmió en paz, y por la mañana se
levantó y comulgó con toda la tranquilidad del alma. Pero Cristina, sin pensar en el castigo
que había atraído sobre sí, fue a reposar por la noche, y mientras yacía en el lecho oyó, por
decirlo así, un violento ataque de que se la hacía objeto; y aferrando de la garganta a lo
que fuese, trató de quitárselo de encima. Volvió a recostarse, pero fue molestada otra vez,
y se levantó aterrorizada; y esto sucedió en varias ocasiones, en tanto que la paja de su
cama era revuelta y arrojada por todas partes, de modo que al final advirtió que era
perseguida por la malicia de un demonio. Entonces abandonó su jergón, y pasó una noche
insomne; y cuando deseaba orar, se vio tan atormentada por el demonio, que dijo que
jamás había sufrido tanto hasta entonces. En consecuencia, por la mañana, luego de decir a
la otra mujer «Renuncio a tu castigo, y apenas me queda vida para renunciar a él», escapó
de la violencia del maligno tentador. Según esto, puede verse cuán difícil es curar este tipo
de mal, se deba o no a la brujería.
Pero todavía existen algunos medios por los cuales es posible expulsar a esos
demonios, sobre los cuales escribe Nider en su Formicarius.
Dice que hay cinco maneras de liberar a las muchachas o los hombres: primero, por
Confesión sacramental; segundo, por el Sagrado Signo de la Cruz, o por el recitado de la
Salutación Angélica; tercero, por el uso de exorcismos; cuarto, mudándose a otro lugar; y
quinto, por medio de la excomunión empleada con prudencia por santos varones. Por lo
dicho resulta, evidente que los dos primeros métodos no le servían a la monja; pero no por
ello deben ser omitidos, pues lo que cura a una persona no cura por fuerza a otra, y a la
inversa. Y es un hecho registrado el de que los demonios íncubos han sido muchas veces
ahuyentados por la Oración del Señor, o por la aspersión de agua bendita, y también, en
especial, por la Salutación angélica.
Porque San Cesáreo nos dice en su Diálogo que, después que cierto sacerdote se
ahorcó, su concubina entró en un convento, donde fue carnalmente solicitada por un
íncubo. Lo expulsó persignándose y usando Agua Bendita, pero él volvió en seguida. Pero
cuando ella recitó la Salutación Angélica, el demonio desapareció como una flecha
disparada por un arco; aun así regresó, pero no se atrevió a acercársele a causa de ese Ave
María.
San Cesáreo también se refiere al remedio de la Confesión Sacramental. Pues dice que
la mencionada concubina fue abandonada por entero por el íncubo después de la
confesión. También habla de un hombre de Leyden acosado por un súcubo, y que quedó
libre por completo después de la Confesión Sacramental. Agrega otro ejemplo, el de una
monja enclaustrada, una contemplativa, a quien un íncubo no quería dejar a pesar de las
oraciones y confesiones y otros ejercicios religiosos. Pues persistía en llegar a su lecho por
la fuerza. Pero cuando por consejo de un religioso, ella, pronunció la palabra Benedícite,
el demonio la dejó en el acto. Del cuarto método, el de trasladarse a otro lugar, dice que la
hija de cierto sacerdote había sido mancillada por un íncubo y enloquecida de pena; pero
cuando se fue lejos, al otro lado del Rin, el íncubo la dejó en paz. Pero como su padre la
había alejado, fue tan acosado por el demonio, que murió al cabo de tres días. También
menciona a una mujer a quien un íncubo molestaba tan a menudo en su propia cama, que
pidió a una devota amiga suya que fuese a dormir con ella. Así lo hizo, y toda la noche se
sintió perturbada por la mayor inquietud y desasosiego, y entonces la primera mujer quedó
en paz. Guillermo de París también señala que los íncubos parecen molestar ante todo a
las mujeres y muchachas de hermosa cabellera; ya sea porque se dedican demasiado al
cuidado y adorno de su pelo, o porque suelen tratar de excitar a los hombres por medio de
su cabello, o porque se jactan y envanecen de él, o porque Dios, en Su bondad, así lo
permite, para que las mujeres teman atraer a los hombres por los mismos medios por los
cuales los demonios desean que los atraigan.
El quinto método, el de la excomunión, que tal vez es lo mismo que el exorcismo,
queda ejemplificado en una historia de San Bernardo. En Aquitania una mujer fue
molestada durante seis años por un íncubo, con increíbles abusos y obscenidades carnales;
y oyó al íncubo amenazarla de que no debía acercarse al santo varón, quien viajaba hacia
allí, y le dijo: «De nada te servirá, porque cuando se vaya, yo, que hasta ahora fui tu
amante, me convertiré para ti en el más cruel de los tiranos». Ello no obstante, la mujer
acudió a San Bernardo, y éste le dijo: «Toma mi báculo y colócalo en tu cama, y que el
diablo haga lo que pueda». Cuando ella así lo hizo, el demonio no se atrevió a entrar en su
cuarto, pero le lanzó terribles amenazas desde afuera, y le dijo que la perseguirla cuando
San Bernardo se hubiese ido. Cuando éste se enteró de ello por labios de la mujer,
convocó a la gente, les pidió que llevaran velas encendidas en la mano, y con todos los así
reunidos excomulgó al demonio, prohibiéndole volver a acercarse nunca más a esa mujer,
o a ninguna otra. Y así quedó ella libre de e castigo. Aquí debe señalarse que el poder de
las Llaves otorgado San Pedro y sus sucesores, que resuena en la tierra, es en ver, dad un
poder curativo otorgado a la iglesia, en beneficio d los viajeros sometidos a la jurisdicción
del poder papal; por lo tanto parece asombroso que inclusive los Poderes del aire puedan
ser rechazados por esa virtud. Pero hay que recordar que las personas molestadas por los
diablos se encuentran bajo la jurisdicción del Papa y de sus Llaves; y por lo tanto no
sorprendente ‘que tales Poderes sean mantenidos a raya en forro indirecta, en virtud de las
Llaves, tal como por la misma virtud las almas del purgatorio pueden ser liberadas, de mol
indirecto, de los sufrimientos del fuego; en la medida en que este Poder rige sobre la
tierra, sí, y para alivio de las almas que están bajo tierra.
Pero no es justo discutir el Poder de las Llaves otorgado al Jefe de la Iglesia como
Vicario de Cristo, ya que se sabe que, para uso de la iglesia, Cristo concedió a ésta y a Su
Vicario tanto poder como le es posible a Dios conceder a un simple hombre.
Y debe creerse piadosamente que, cuando las dolencias infligidas por las brujas por
intermedio del poder de los demonios junto con las brujas y los demonios mismos, son
excomulgados los afectados ya no recibirán tormento, y serán liberados tan antes por el
uso de otros legítimos exorcismos agregados.
Existe un informe corriente en los distritos del río Etsc como en otros lugares, de que
por permiso de Dios una roan de langostas llegó y devoró todos los viñedos, hojas verdes
cosechas, y que de pronto fueron ahuyentadas y disperso por medio de ese tipo de
excomunión y maldición. Ahora bien si alguien desea que esto se atribuya a algún santo
varón, no a la, virtud de las Llaves, que así sea, en nombre del Señor pero de una cosa
estamos seguros: de que el poder de ejecuta milagros y el poder de las Llaves presupone
por fuerza estado de gracia en quien ejecuta ese acto de gracia, ya q ambos poderes
proceden de la gracia otorgada a los hombre que se encuentran en ese estado.
Una vez más, hay que destacar que si ninguno de los remedios precedentes es de
utilidad, hay que recurrir a los exorcismo habituales, de los cuales trataremos más
adelante. Y si esto no son suficientes para eliminar la iniquidad del demonio, de
considerarse que la afección es un castigo expiatorio por pecado, que debe soportarse con
toda mansedumbre, como o enfermedades de este tipo, que nos oprimen, para que, por
decirlo así, nos empujen a buscar a Dios.
Pero también hay que señalar que a veces las personas sólo piensan que son
molestadas por un íncubo, cuando en verdad no es así; y esto puede ocurrir más en el caso
de las mujeres que en el de los hombres, pues son más tímidas y pasibles de imaginar
cosas extraordinarias. En este sentido se cita muchas veces a Guillermo de París. Éste
dice: muchas apariciones fantásticas ocurren a personas que sufren de una dolencia
melancólica, en especial a las mujeres, como lo muestran sus sueños y visiones. Y la razón
de ello, como lo saben los médicos, es que el alma de la mujer es, por naturaleza mucho
más fácil y rápidamente impresionable que la de los hombres. Y agrega: sé que he visto a
una mujer quien pensaba que un demonio copulaba con ella por dentro, y dijo que tenía
conciencia física de cosas tan increíbles.
Además, en oportunidades, las mujeres piensan que han sido embarazadas por un
íncubo, y su vientre crece en enormes dimensiones; pero cuando llega el momento del
parto, la hinchazón se alivia nada más que con la expulsión de una gran cantidad de
viento. Pues si se toman huevos de hormiga en la bebida, o las simientes del pino negro, se
engendra en el estómago humano una increíbles proporción de viento y flatulencia. Y al
demonio le resulta muy fácil provocar estas perturbaciones del estómago, y otras aun
mayores. Esto se ha, establecido para que no se dé mucho crédito a las mujeres, sino sólo
a aquellas a quienes la experiencia mostró que son dignas de confianza, y a las que porque
duermen en sus camas o cerca de ellas, saben con certeza que las cosas de que hemos
hablado son ciertas.
Remedios prescritos para los hechizados por una limitación de la capacidad de
engendrar
Aunque hay muchas más brujos mujeres que hombres, como se mostró en la Primera Parte
de esta obra, más hombres que mujeres resultan embrujados. Y la razón de ello reside en
el hecho de que Dios concede al demonio más poder sobre el acto venéreo, por medio del
cual se trasmite el pecado original, que sobre otras acciones humanas. De la misma
manera, permite que se ejecuten más brujerías por medio de serpientes, que están más
sometidas a los encantamientos que otros animales, porque ese fue el primer instrumento
del demonio. Y el acto venéreo puede hechizarse con más rapidez y facilidad e el hombre
que en la mujer, como se mostró con claridad. Pues hay cinco maneras en que el diablo
puede impedir el acto de la gestación, y se las dirige con más facilidad contra los hombre.
Hasta donde sea posible, nombraremos los remedios que pueden aplicarse en cada una
de las obstrucciones, y que quien se encuentre embrujado en esa facultad tome nota de la
clase de obstrucción a la cual pertenece la suya. Porque hay cinco clases, según Pedro de
Paludes, en su Libro Cuarto, dist. 3 sobre el juicio de este tipo de encantamientos.
Pues el diablo, por ser un espíritu, tiene, por su propia naturaleza, y con permiso de
Dios, poder sobre una criatura corporal, en especial para promover o impedir el
movimiento local. De modo que con este poder puede impedir que los cuerpos de hombres
y mujeres se acerquen entre sí, y ello, de modo directo o indirecto. Directo, cuando los
separan a una distancia y no les permiten aproximarse. Indirecto, cuando provocan alguna
obstrucción, o se interponen en un cuerpo. Así ocurrió con el joven pagano que casó con
un ídolo, pero que sin embargo contrajo matrimonio con una muchacha; pero debido a ello
fue incapaz de copular con ella, como se mostró más arriba.
Segundo, el demonio puede inflamar a un hombre resto de una mujer y volverlo
impotente para con otra, y e puede hacerlo en secreto, mediante la aplicación de ciertas
hierbas u otras materias cuya virtud para este fin con muy bien.
Tercero, puede perturbar la percepción de un hombre una mujer, y hacer que uno
aparezca repugnante para el otro pues como se mostró, puede influir sobre la imaginación.
Cuarto, puede suprimir el vigor del miembro necesario para la procreación, tal como le
es posible privar de movimiento local a cualquier otro órgano.
Quinto, puede impedir el aflujo de semen a los miembros en que se encuentra la fuerza
motriz, cerrando, por decirlo el conducto seminal, de modo que no descienda a los órganos
genitales, o no vuelva a ascender de ellos, o no brote de e o se derrame en vano.
Pero si un hombre dijera: no sé por cuál de estos distintos métodos he sido hechizado;
sólo sé que nada puedo hacer mi esposa, se le responderá de la, siguiente manea. Si es
activo y capaz en relación con otras mujeres, pero no con su es entonces está embrujado
de la segunda forma; pues en cuanto a la primera puede afirmársele que está siendo
dañado por demonios súcubos o íncubos. Más aun, si no encuentra repulsiva a su esposa, y
sin embargo no puede tener trato carnal con ella, pero sí con otras mujeres, se trata, una
vez más, de la segunda forma; pero si la encuentra repulsiva y no puede copular con ella,
entonces son la segunda y tercera formas. Si no la encuentra repulsiva y desea tener
contacto con ella, pero carece de poder en sus miembros, es la cuarta forma. Pero si tiene
poder en su miembro y no puede emitir su semen, entonces es la quinta forma. El método
de curarlas se mostrará cuando consideremos si quienes viven en gracia y quienes no lo
hacen son igualmente pasibles de ser embrujados de estas maneras; y respondemos que
no, con excepción de la cuarta, y aun así en muy pocas ocasiones. Pues una afección de
ese tipo puede ocurrirle a un hombre que vive en la gracia y la rectitud; pero el lector debe
entender que en este caso hablamos del acto conyugal entre personas casadas; porque en
cualquier otro caso todos son pasibles de encantamiento, porque todo acto venéreo fuera
del matrimonio es un pecado mortal, y sólo lo cometen quienes no viven en estado de
gracia. Por cierto que contamos con la autoridad de todas las enseñanzas escriturales, en el
sentido de que Dios permite al demonio afectar a los pecadores más que a los justos.
Porque aunque ese justísimo hombre, Job, fue atacado, no lo fue, de manera particular o
directa, respecto de la función procreadora. Y puede decirse que cuando una pareja casada
se ve afectada de esta manera, ambos integrantes o uno de ellos no viven en estado de
gracia; y la autoridad y la razón respaldan esta opinión en las Escrituras. Porque el ángel
dijo a Tobías: el demonio recibe poder contra quienes se entregan a la lujuria. Y lo mostró
en el asesinato de los siete esposos de la virgen Sara.
En su Colación de los padres, Casiana cita a San Antonio, quien habría dicho que el
demonio no puede entrar en nuestra mente o cuerpo a menos de que los haya privado de
todos los pensamientos santos, para dejarlos vacíos y desnudos de contemplación
espiritual.
Estas palabras no deben aplicarse a una afección maligna de todo el cuerpo, pues
cuando Job fue afectado de ese modo no carecía de la gracia Divina; pero se refiere en
especial a una enfermedad infligida al cuerpo por algún pecado. Y la enfermedad que
consideramos sólo puede deberse al pecado de incontinencia. Porque, como dijimos, Dios
otorga al demonio más poder sobre ese acto que sobre otros actos humanos, debido a su
fealdad natural, y porque con él se legó a la posteridad el primer pecado. Por lo tanto,
cuando las personas unidas en matrimonio han sido privadas, por algún pecado, de la
ayuda Divina, Dios permite que sean hechizadas ante todo en sus funciones procreadoras.
Pero si se pregunta de qué tipo son esos pecados, puede decirse, según San Jerónimo,
que aun en estado de matrimonio es posible cometer el pecado de incontinencia de
diversas maneras. Véase el texto: «Quien ama a su esposa en exceso es un adúltero». Y
quienes aman de esta manera son más pasibles de ser embrujados, como dijimos.
Los remedios de la iglesia, entonces, son dobles: uno aplicable en el tribunal público,
el otro en el tribunal del confesonario. En cuanto al primero, cuando se descubre en
público que la impotencia se debe a la brujería, es preciso distinguir si es temporaria o
permanente. Si es sólo temporaria, no anula el casamiento. Y se supone que es temporaria,
cuando en el lapso de tres años, y usando todos los expedientes posibles de los
Sacramentos de la Iglesia y otros remedios, puede efectuarse una cura. Pero si después de
ese tiempo no pueden curarse por remedio alguno, entonces se supone que es permanente.
Así como la facultad de engendrar puede ser hechizada, así también puede provocarse
en la mente humana un amor o un odio desmesurados. Primero consideraremos la causa de
esto, y luego, hasta, donde sea posible, los remedios.
El filocapcion, amor desmesurado de una persona por otra, puede provocarse de tres
maneras. A veces sólo se debe a la falta de control sobre los ojos; otras a la tentación de
los demonios; otras, a los hechizos de los nigrománticos y brujas, con ayuda de los
demonios.
Del primero se habla en Santiago 1, 14, 15: «Sino que cada uno es tentado cuando de
su propia concupiscencia es atraído y cebado. Y la concupiscencia, después que ha
concebido, pare el pecado; y el pecado, siendo cumplido, engendra muerte». Y así, cuando
Sichem vio a Dina salir a ver a las hijas de la tierra, la amó y la violó y yació con ella, y su
alma se apegó a ella (Génesis, XXXIV). Y aquí la glosa dice que esto ocurrió a un espíritu
enfermo, porque ella abandonó sus propias ocupaciones para investigar las ajenas, y un
alma así resulta seducida por las malas costumbres, y se ve llevada a aceptar prácticas
ilícitas.
La segunda causa nace de la tentación de los demonios. De esta manera Ammón amó a
su hermosa hermana Tamar, y tan angustiado, que cayó enfermo de amor por ella
(II Samuel, XIII). Pues no podía haber estado tan por completo corrompido en la mente
como para caer en el gran delito del incesto, a menos de que hubiese sido fuertemente
tentado por el demonio. El libro de los Santos Padres se refiere a este tipo de amor, donde
dice que inclusive en las ermitas se ven expuestos a todas las tentaciones, incluida la del
deseo carnal; pues en ocasiones algunos de ellos fueron tentados por el amor de mujeres,
más de lo que es posible creer. San Pablo también dice, en II Corintios, XII: «Me es dado
un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee»; y la glosa explica que
esto se refiere a la tentación de la lascivia.
Pero se dice que cuando un hombre no cede a la tentación, no peca, sino que es un
ejercicio para su virtud; pero esto debe entenderse acerca de la tentación del demonio, no
de la carne: pues es un pecado venial, aunque un hombre no ceda a él. Se leerán muchos
ejemplos de ello.
En cuanto a la tercera causa, por la cual el amor desmesurado proviene de las obras de
los demonios y las brujas, la posibilidad de este tipo de brujería fue considerada de manera
exhaustiva en las preguntas de la Primera Parte, en cuanto a si los demonios, por
intermedio de las brujas, pueden llevar la mente de los hombres a un amor o un odio
desmesurados, y se demostró con ejemplos conocidos por experiencia propia. Por cierto
que esta, es la forma más conocida y general de brujería.
Pero podría hacerse la siguiente pregunta: Pedro ha sido presa de un amor desesperado
de esa descripción, pero no sabe si se debe a la primera, la segunda o la tercera causa. Hay
que responder que puede ser obra del demonio el que surja el odio entre las personas
casadas, de modo de provocar el delito de adulterio. Pero cuando un hombre se encuentra
envuelto de tal manera en las redes del ansia y el deseo carnales, que ni la vergüenza, las
palabras, los golpes o la acción pueden hacerlo desistir de ello; y cuando un hombre
rechaza a su bella esposa para aferrarse a la más repugnante de las mujeres, y cuando no
tiene reposo de noche, sino que está enloquecido, que debe llegar hasta su querida por
medios tortuosos; y cuando se descubre que los de noble cuna, gobernadores y otros
hombres ricos, están desdichadamente hundidos en este pecado (pues esta época se
encuentra dominada por las mujeres, como lo predijo San Hildegardo, como Vincent de
Beauvais lo registra en Espejo de la historia, aunque dijo que no duraría tanto como ya ha
durado); y cuando el mundo está ahora repleto de adulterio, en especial entre los de más
alta cuna; cuando se considera todo esto, digo, ¿de qué sirve hablar de remedios a quienes
no los desean? Sin embargo, para satisfacción del lector piadoso, expondremos en pocas
palabras algunos de los pocos remedios para el filocapcion, cuando no se debe a la
brujería.
Avicenna menciona siete remedios que pueden usarse cuando un hombre enferma
físicamente de esta clase de amor; pero son muy poco pertinentes para nuestra
investigación, sólo en la medida en que resulten útiles para la enfermedad del alma. Pues
en el Libro III dice que la raíz de la enfermedad puede descubrirse tomando el pulso y
pronunciando el nombre del objeto del amor del paciente; y luego, si la ley lo permite,
pueden casarse con ella, y así curarse cediendo a la naturaleza. O pueden aplicarse ciertas
medicinas acerca de las cuales ofrece instrucciones. O el hombre enfermo puede ser
apartado de su amor por remedios lícitos que le hagan orientar su amor hacia un objeto
más digno. O puede eludir su presencia, y así apartar sus pensamientos de ella. O, si está
en condiciones de ser corregido, se le puede amonestar y censurar, en el sentido de que ese
amor es la, mayor desdicha. O puede llevárselo a alguien que, hasta, donde le sea posible
con la verdad de Dios, denigre el cuerpo y la disposición de su amor, y manche de tal
modo el carácter de ella, que se le aparezca baja y deformada desde todo punto de vista. O
por último, se le pueden encomendar pesadas tareas que distraigan sus pensamientos.
En verdad, así como estos remedios pueden curar la naturaleza animal de un hombre,
así también pueden ser útiles para reformar su espíritu interno. Que el hombre obedezca la
ley de su intelecto antes que la de la naturaleza, que vuelva su amor hacia placeres
seguros, que recuerde cuán momentáneo es al deleite de la lujuria y cuán eterno el castigo,
que busque su placer en esa vida en que las alegrías comienzan para no terminar jamás, y
que considere que si se aferra a su amor terrenal, esa será su única recompensa, pero
perderá la bendición del cielo, y será condenado al fuego eterno, las tres pérdidas
irrecuperables que provienen de la lujuria desenfrenada.
Con respecto al filocapcion provocado por la brujería, los remedios detallados en el
parágrafo anterior también pueden ser aplicados aquí sin inconvenientes; en especial los
exorcismos con palabras sagradas, que la propia persona embrujada puede utilizar. Que
invoque todos los días al ángel guardián que le ha designado Dios; que use la confesión y
frecuente los altares de los santos, en especial el de la Virgen Santa, y sin duda quedará
liberado.
Mas cuán abyectos son esos hombres fuertes que desechan sus dones naturales y la
armadura de la virtud, y dejan de defenderse; en tanto que las jóvenes mismas, en su
invencible fragilidad, usan las mismas almas rechazadas para apartar ese 4 tipo de
brujería. Damos, en su elogio, uno de muchos ejemplos. En una aldea campesina cercana a
Lindau, en la diócesis de Constanza, había una doncella crecida, de bella apariencia y de
conducta más elegante aun, ante cuya vista cierto hombre de principios disolutos, en
verdad un clérigo, pero no un sacerdote, fue herido por violentas ansias de amor, y como
ya no podía ocultar la herida de su corazón, fue al lugar donde la joven trabajaba, y con
bellas palabras mostró que se encontraba en las redes del demonio, y comenzó por hablar
sólo por convencer a la joven de que le concediese su amor. Ella percibió, por instinto
Divino, lo que ocurría, y como era casta de mente y cuerpo, le contestó con valentía:
«Señor, no vengas a mi casa con tales palabras, pues la modestia misma lo impide». A lo
cual él replicó: «Aunque las dulces palabras no te convencen de que me ames, te prometo
que pronto mis acciones te obligarán a amarme». Ahora bien, ese hombre era sospechado
de mago y hechicero. La doncella consideró sus palabras como amenazas huecas, y hasta
ese momento no sentía en sí ni una chispa de amor carnal por él; pero al cabo de un breve
tiempo comenzó a tener pensamientos amorosos. Al percibirlo, e inspirada por Dios,
buscó la, protección de la madre de la Merced, y le imploró, devota, que intercediese ante
Su hijo para ayudarla. Además, ansiosa de gozar de la compañía de personas piadosas, fue
en una peregrinación a una ermita, donde había, una iglesia milagrosamente consagrada en
esa diócesis a la Madre de Dios. Allí confesó sus pecados, para que ningún espíritu
maligno pudiese penetrar en ella, y después de sus oraciones a la Madre de la Piedad
cesaron todas las maquinaciones del demonio contra ella, y en adelante las malas artes
jamás volvieron a afectarla.
Ello no obstante, todavía existen algunos hombres fuertes, cruelmente atraídos por las
brujas hacia ese tipo de amor, de modo que parecería que nunca pueden contenerse de su
desenfrenada lujuria por ellas, pero es muy frecuente que se resistan virilmente a la
tentación de los atractivos obscenos y repugnantes, y con las mencionadas defensas
superen todas las artimañas del demonio.
Un joven adinerado de la ciudad de Innsbruck nos proporciona una, notable pauta de
este tipo de lucha. Las brujas lo importunaban de tal manera, que la pluma casi no puede
describir sus sufrimientos, pero siempre mantenía el ánimo en alto, y escapaba por medio
de los remedios que hemos mencionado. Por lo cual puede llegarse a la justa conclusión
de que estos remedios son infalibles contra dicha enfermedad, y que quienes usan tales
armas serán liberados sin duda alguna.
Y debe entenderse que lo que dijimos acerca del amor desmesurado también se aplica
al odio desenfrenado, ya que la misma disciplina resulta beneficiosa para los dos extremos
opuestos. Pero aunque el grado de brujería es igual en ambos, existe una diferencia en el
caso del odio: la persona odiada debe buscar otro remedio. Pues el hombre que odia a su
esposa y la expulsa de su corazón, si es un adúltero, no volverá con facilidad a ella,
aunque haga una peregrinación.
Ahora bien, por las brujas se ha sabido que provocan ese hechizo de odio por medio de
serpientes, pues éstas fueron el poner instrumento del demonio, y en razón de su
maldición heredan el odio a las mujeres; por lo tanto, pueden causar esos encantamientos
colocando la piel o la cabeza de una serpiente bajo el umbral de una habitación o casa. Por
tal motivo, es preciso examinar a fondo todos los rincones y recovecos de la casa en que
vive tal mujer, y reconstruirlos lo antes posible; o bien hay que alojarla en otra casa.
Y cuando se dice que los hombres hechizados pueden exorcizarse, debe entenderse
que pueden llevar en torno del cuello las palabras sagradas o bendiciones o
encantamientos, si no son capaces de leer o pronunciar las bendiciones.
Remedios prescritos para quienes, por artes prestidigitatorias, han perdido su
miembro viril, o en apariencia fueron trasformados en formas animales
En lo que ya se escribió se mostraron con bastante claridad los remedios de que se dispone
para el alivio de los engañados por un hechizo, y que creen que han perdido su miembro
viril, o han sido metamorfoseados en animales. Pues como esos hombres carecen por
completo de la gracia Divina, según la condición esencial de quienes están así embrujados,
no es posible aplicar un ungüento curativo mientras el arma sigue clavada en la herida. En
consecuencia, ante todas las cosas, deben reconciliarse con Dios por medio de una buena
confesión. Además, como se mostró en esta Segunda Parte, esos miembros nunca son
arrebatados en realidad del cuerpo, sino ocultados, por un hechizo, de los sentidos de la
vista y el tacto.
También resulta claro que a quienes viven en gracia no es fácil engañarlos de esa
manera, ni activa ni pasivamente, es decir, de tal modo, que parezcan perder sus miembros
o que les parezca que faltan los de otros. Por lo tanto, en ese capítulo se explica el remedio
tanto como la enfermedad, a saber, que en la medida de lo posible deben llegar a un
entendimiento amistoso con la bruja misiva. En cuanto a quienes piensan que han sido
convertidos en animales, debe saberse que este tipo de brujería se practica más en los
países orientales que en Occidente; es decir, que en Oriente las brujas hechizan más a
menudo a otras personas de esta manera, pero parece que las brujas se trasforman con más
frecuencia en nuestra parte del mundo; cuando se cambian, a plena vista, para adoptar
formas de animales.
Pero en Oriente se usa el siguiente remedio para tales ilusiones. Pues hemos aprendido
mucho acerca de esto, de los Caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén, en Rhodas;
y en especial este caso que ocurrió en la ciudad de Salamis, en el reino de Chipre. Pues es
un puerto marítimo, y una vez, cuando un navío era cargado con mercancías adecuadas
para un barco que partía a países extranjeros, y todos sus tripulantes se proveían de
vituallas, uno de ellos, un joven fuerte, fue a la casa de una mujer que se encontraba en las
afueras de la ciudad, sobre la costa, y le preguntó si tenía huevos para vender. La mujer, al
ver que era un joven fuerte, y un marino mercante alejado de su propio país, pensó que
debido a ello la gente de la ciudad abrigaría menos sospechas si se perdiera, y le dijo:
«Espera un poco, y te conseguiré todo lo que quieres». Y cuando entró y cerró la
puerta, y lo dejó esperando, el joven, afuera, le gritó que se diese prisa, pues no quería
perder el barco. Entonces la mujer trajo unos huevos y se los dio al joven, y le dijo que
volviera de prisa, para no perder el barco, de modo que él corrió a éste, que se hallaba
anclado junto a la costa, y antes de subir a bordo, ya que no habían regresado sus demás
compañeros, decidió comer allí los huevos, y vigorizarse. Y he ahí que una hora más tarde
quedó mudo, como si careciera del poder del habla; y como dijo más tarde, se preguntó
qué le habría ocurrido, pero no pudo saberlo. Pero cuando quiso subir a bordo fue
expulsado con palos por quienes todavía quedaban en tierra, y que exclamaron: «¡Mira lo
que hace ese asno! Maldito sea el animal, no subirás a bordo». El joven así expulsado,
entendió, por las palabras de ellos, que pensaban que era un asno, y reflexionó y comenzó
a sospechar que había sido hechizado por la mujer, en especial porque no podía pronunciar
una palabra, aunque entendía todo lo que se decía. Y cuando volvió a tratar de subir a
bordo y fue ahuyentado con golpes más duros, la amargura de su corazón lo obligó a
quedarse y a ver cómo se alejaba el barco. Y así, mientras corría de aquí allá, como todos
creían que era un asno, lo trataban como tal. Al cabo, por fuerza, volvió a la casa de la
mujer, y; para mantenerse con vida la sirvió a su placer durante tres años, en los cuales no
trabajaba, sino que llevaba a la casa elementos tan necesarios como leña y trigo, y
acarreaba lo que era preciso trasportar, como un animal de carga. El único consuelo que le
quedaba era el de que, aunque todos los demás lo confundían con los asnos, las brujas
mismas, por separado y juntas, que frecuentaban la casa, lo reconocían como a un hombre,
y podía hablar y comportarse con ellas como lo haría un hombre. Ahora bien, si se
pregunta cómo le pusieron encima cargas como si fuese un animal, debemos decir que este
caso es análogo a aquel del cual habla San Agustín en de Civitate Dei, Libro XVIII,
capítulo 17, donde habla de las mujeres de taberna que convertían a sus invitados en
animales de carga; y al del padre de Prestancio, quien creía que era un caballo de carga y
acarreaba trigo con otros animales. Pues los engaños provocado por este encantamiento
son triples.
Primero, en su efecto sobre los hombres que veían al joven, no como un hombre, sino
como un asno, los demonios puede usar esto con facilidad. Segundo, las cargas no eran
una ilusión, pero cuando resultaban superiores a las fuerzas del joven, el demonio las
sostenía en forma invisible. Tercero, que cuando se encontraba con otros, el propio joven
consideraba, por lo menos en su imaginación y facultades perceptivas, que son facultades
correspondientes a los órganos corporales, que era un asno; pero no es su razón, pues no
estaba tan hechizado que no supiese que era un hombre, aunque se lo había engañado
mágicamente, de modo que imaginara ser un animal. Nabucodonosor ofrece un ejemplo
del mismo engaño.
Después de pasar tres años de esta manera, al cuarto año ocurrió que el joven fue una
mañana a la ciudad, seguido desde lejos por la mujer, y pasó ante una iglesia en que se
celebraba la Santa Misa, y oyó sonar la campana en el momento de la elevación de la
Hostia (pues en ese reino la misa se celebra de acuerdo con el rito latino, y no el griego).
Y se volvió hacia la iglesia, y como no se atrevía a entrar por miedo de ser expulsado con
golpes, se arrodilló afuera, doblando las rodillas de las patas traseras y levantó las
delanteras, es decir, la manos, unidas sobre su cabeza de asno, como se consideraba que lo
era, y contempló la elevación del Sacramento. Y cuando algunos mercaderes genoveses
vieron este prodigio, siguieron asno con asombro, discutiendo entre sí esa maravilla. Y he
aquí que la bruja llegó y apaleó al asno. Y dado que, como dijimos, este tipo de brujerías
es mejor conocido en esas partes, por instancia de los mercaderes el asno y la bruja fueron
lleva ante el juez, donde, interrogada y torturada, ella confesó s delito y prometió devolver
su verdadera forma al joven, si le permitía regresar a su casa. Con lo cual se la despidió,
regresó a su hogar, donde el joven recuperó su forma anterior y arrestada una vez más, ella
pagó la deuda que merecían delitos. Y el joven volvió alegremente a su país natal.
Remedios prescritos para quienes padecen de obsesión debido a algún
encantamiento
Ya hemos mostrado que algunos demonios, por medio d artes de brujería habitan en
esencia dentro de ciertos hombre y por qué lo hacen, a saber: que puede ser por algún
grave delito del hombre mismo, y para su propio beneficio final; o en ocasiones, por una
leve falta de otro hombre; a veces, por el pecado venial del hombre; y otras, por un pecado
grave de otro. Por cualquiera de estas razones, y en diversos grados, un hombre puede ser
poseído por el demonio. En su Formicarius, Nider afirma que no es de extrañar que los
demonios, a instancias de las brujas y con permiso de Dios, se apoderen, en sustancia, de
los hombres.
También resulta claro cuáles son los remedios con que es posible liberar a esos
hombres, es decir: por los exorcismos de la iglesia, y por una verdadera contrición y
confesión, cuando un hombre es poseído por un pecado mortal. Un ejemplo es la forma en
que quedó libre el sacerdote de Bohemia. Pero además existen otros tres remedios que son
de gran virtud: la Sagrada. Comunión de la Eucaristía, la visita de altares y las oraciones
de santos varones, y la anulación de la sentencia de excomunión. De ellos hablaremos,
aunque son expuestos con claridad en los discursos de los Doctores, ya que no todos
tienen fácil acceso a los tratados necesarios. En su Colación de los abates, Casiano habla
de la Eucaristía con las siguientes palabras: no recordamos que nuestros mayores
prohibiesen nunca la administración de la Sagrada Comunión a los poseídos por los
espíritus malignos; inclusive debería serles administrada todos los días, si ello es posible.
Pues debe creerse que es de gran virtud en la purificación y protección del alma y del
cuerpo; y cuando un hombre la recibe, el mal espíritu que afecta sus miembros o se
agazapa oculto en ellos, es expulsado como si se lo quemase con fuego. Y hace poco
vimos que el abate Andrónico se curó de esa manera; y el demonio ruge de loca furia
cuando se siente expulsado por la medicina celestial, y trata de infligir sus torturas con
más intensidad y frecuencia, ya que se siente cada vez más alejado por este remedio
espiritual. Así dice San Juan Casiano.
Y además agrega: hay que creer en dos cosas con firmeza. Primero, que sin permiso de
Dios nadie es poseído por estos espíritus. Segundo, que todo lo que Dios permite que nos
ocurra, ya sea que parezca tristeza o alegría, es enviado para nuestro bien, por un Padre
afectuoso y un Médico piadoso. Pues los demonios; por decirlo así, son maestros de
humildad, de modo que quienes descienden de este mundo pueden ser purificados para la
vida eterna o sentenciados al dolor de su castigo; y tales, según San Pablo, son entregados
en la vida actual a Satán para la destrucción de la carne, con el fin de que el espíritu pueda
salvarse en el día del Señor Jesucristo.
Pero aquí surge una duda. Porque San Pablo dice: que hombre se examine, y así coma
de ese Pan. Y entonces, ¿cómo puede comulgar un hombre poseído, ya que no tiene uso de
razón? Santo Tomás responde a esto en su Tercera Parte, pregunta 80, diciendo que existen
diversos grados de locura. Porque decir que un hombre no tiene uso de la razón puede
significa dos cosas. En un caso posee un débil poder de raciocinio, col se dice que un
hombre ciego lo es cuando, sin embargo, puede ver de manera imperfecta. Y como tales
hombres pueden unir hasta cierto punto, a la devoción de este Sacramento, no posible
negárselo. Pero se dice que otros están locos porque lo han sido desde el nacimiento, y
esos no pueden participar del Sacramento ya que en modo alguno son capaces de
dedicarse a una devota preparación para él.
O tal vez no siempre han carecido del uso de su razón, entonces, si cuando estaban
cuerdos parecían apreciar la devoción debida al Sacramento, hay que administrárselo
cuando están al borde de la muerte, a menos de que se tema que vomiten o escupan.
La siguiente decisión la registra el Consejo de Cartago pregunta, 6. Cuando un
enfermo desea confesar, y si a la gada del sacerdote su enfermedad lo enmudece, o cae
enTren quienes lo oyeron hablar deben prestar su testimonio. Y si lo considera al borde de
la muerte, que se reconcilie con por la imposición de manos y la colocación del
Sacramento en su boca. Santo Tomás también dice que el mismo procedimiento puede
utilizarse con personas bautizadas, atormentadas físicamente por espíritus impuros, y con
otras personas que padecen de perturbaciones mentales. Y agrega en el Libro IV, dist, que
la comunión no debe negarse a los demoníacos, a menos que exista la certeza de que el
demonio los tortura por el delito. A esto agrega Pedro de Paludes: «En este caso se debe
considerar como personas excomulgadas y entregadas a Satán».
Pues es claro que, aunque un hombre sea poseído por diablo por sus propios crímenes,
tiene intervalos lúcidos, y mi tras posee uso de su razón, es contrito y confiesa sus puesto
que se lo absuelve a la vista de Dios, y en modo al debe ser privado de la Comunión del
Divino Sacramento de Eucaristía.
En las Leyendas de los Santos se ve cómo puede liben a los posesos por medio de
intercesiones y oraciones a los santos. Pues por los méritos de los santos, mártires,
confesores y vírgenes, los espíritus impuros son sometidos por sus oraciones en el país en
que viven, tal como los santos los sometieron en su viaje terrenal.
De la misma manera leemos que las devotas oraciones de los viajeros obtuvieron
muchas veces la liberación de los posesos. Y Casiano los insta a rezar por ellos, y dice:
«Si sostenemos la opinión, o más bien la fe acerca de la cual escribí más arriba, de que
todo es enviado por el Señor, para bien de nuestra alma y mejoramiento del universo, en
modo alguno despreciaremos a los poseídos, sino que oraremos sin cesar por ellos, lo
mismo que por nosotros, y nos apiadaremos de ellos con todo el corazón».
En cuanto al último método, el de liberar al sufriente de la excomunión, debe saberse
que es raro, y sólo lo practican legalmente quienes poseen autoridad y están informados,
por una revelación, de que el hombre se encuentra poseído a consecuencia de la
excomunión de la iglesia; tal fue el caso del fornicador corintio (I Corintios, v),
excomulgado por San Pablo y la iglesia, y entregado a Satán para la destrucción de la
carne, que su espíritu podía ser salvo en el día de nuestro Señor JESÚS Cristo; es decir,
como dice la glosa, ya sea para la iluminación de la gracia por contrición o por juicio.
Y entregó a Satán a los falsos maestros que habían perdido la fe, tales como Himeneo
y Alejandro, para que aprendiesen a no blasfemar (I Timoteo, I). Pues tan grandes eran el
poder y la gracia de San Pablo, dice la glosa, que con las simples palabras de su boca
podía entregar a Satán a quienes se habían alejado de la fe.
Santo Tomás (IV, 18) enseña lo que sigue acerca de los tres efectos de la excomunión.
Si un hombre, dice, es privado de las oraciones de la iglesia, sufre una triple pérdida
correspondiente a los beneficios que pertenecen a quien se encuentra en comunión con la
iglesia. Pues los excomulgados quedan privados de la fuente de la cual fluye un aumento
de gracia para quienes la poseen, y un medio de obtener gracia para quienes no la tienen; y
privados de la gracia, también pierden el poder de conservar su rectitud, aunque no debe
considerarse que estén excluidos por entero de la, providencia de Dios, sino sólo de esa
providencia especial que vigila a los hijos de la iglesia; y también pierden una gran fuente
de protección contra el Enemigo, pues se concede al demonio un mayor poder para dañar
a esas hombres, tanto en su espíritu como en su cuerpo, porque en la iglesia primitiva,
cuando los hombres debían ser atraídos a la fe por medio de signos, tal como el Espíritu
Santo se hacía manifiesto por un signo visible, así también una afección física producida
por el demonio era un signo visible en un hombre excomulgado. Y no es impropio que un
hombre cuyo caso no es tan desesperado sea entregado a Satán. Porque no se lo entrega al
demonio como alguien que debe ser condenado, sino parra ser corregido, ya que la iglesia,
cuando lo desea, tiene el poder de volver a librarlo de las manos del diablo. Así dice Santo
Tomás. Por lo tanto, la anulación del acta de excomunión, cuando un exorcista discreto la
usa con discreción, es un remedio adecuado para los posesos.
Pero Nider agrega que el exorcista debe cuidar en especial de utilizar sus poderes en
forma demasiado presuntuosa, o del bromear o hacer chanzas con la seria obra de Dios, o
agregarle algo que huela a superstición o brujería, porque de lo contrario no podrá escapar
al castigo, como lo demuestra con un ejemplo.
Pues el Beato Gregorio, en su Primer diálogo, habla de cierta mujer que, contra su
conciencia, cedió a las persuasiones de su esposo, de participar en las ceremonias de
vigilia de la dedicación de la iglesia de San Sebastián. Y como se unió a la procesión
contra su conciencia, quedó poseída y enfureció en público. Cuando el sacerdote de la
iglesia vio esto, tomó la tela del altar y la cubrió con ella; y el demonio penetró de pronto
en ese, sacerdote. Y porque había presumido de fuerzas superiores a las que poseía, sus
tormentos lo obligaron a revelar quién era. Así` dice San Gregorio.
Y para mostrar que no es posible permitir que un espíritu de broma impregne el santo
oficio del exorcismo, Nider cuenta: que en un monasterio de Colonia vio a un hermano
que se complacía en hablar en broma, pero que era famoso expulsor de demonios. Este
hombre expulsaba a un demonio del cuerpo de un hombre poseído, en el monasterio, y el
diablo le pidió que le dijese algún lugar a donde pudiera ir. Esto complació al Hermano, y
dijo en broma: «Vé a mi excusado». Y entonces el demonio salió, y por la noche, cuando
el Hermano quiso ir aliviar su vientre, el demonio lo atacó con tal salvajismo en excusado,
que con dificultades escapó indemne.
Pero es preciso cuidar en especial que los obsesionados por brujería no se vean
inducidos a visitar a brujas para ser curados. Porque San Gregorio dice luego, acerca de la
mujer que acabamos de mencionar: sus parientes y quienes la amaba en la carne la
llevaron a algunas brujas para que la curase quienes la condujeron a un río y la hundieron
en el agua con muchos encantamientos; ante lo cual fue presa de violentas sacudidas, y en
lugar de expulsar a un demonio, toda una legión entró en ella, y la mujer rompió a gritar
con las diversas voces de ellos. Por lo tanto sus parientes confesaron lo que habían hecho,
y con gran pena la llevaron ante el santo obispo Fortunato, quien por medio de oraciones y
ayunos diarios le devolvió por entero la salud.
Pero como se dijo que los exorcistas deben cuidarse de utilizar nada que huela a
superstición o brujería, algún exorcista podrá dudar de si es licito usar ciertas hierbas y
piedras no consagradas. En respuesta, decimos que es mucho mejor si las hierbas están
consagradas; pero si no, no es supersticioso usar determinada hierba llamada demonífugo,
o inclusive las propiedades naturales de las piedras. Pero no debe pensar que expulsa a los
demonios por el poder de ellas, porque entonces caería en el error de creer que puede usar
otras hierbas y encantamientos de la misma manera; y este es el error de los
nigrománticos, que creen que pueden ejecutar este tipo de tarea por medio de las virtudes
naturales y desconocidas de tales objetos.
Por lo tanto Santo Tomás dice, Libro IV, dist. 7, último articulo: «No debe creerse que
los demonios estén sometidos a poderes corpóreos». Y por lo tanto no son Influidos por
invocaciones o acto alguno de brujería, salvo en la medida en que hayan firmado un pacto
con una bruja. De esto habla Isaías, (XXVIII): «Concierto tenemos hecho con la muerte, e
hicimos acuerdo con la sepultura». Y de tal modo explica el pasaje de Job, XVI: «¿Sacarás
tú al Leviatán con el anzuelo?», y las palabras que siguen. Porque dice: si se considera con
corrección todo lo que se dijo antes, parecerá que corresponde a la presunción herética de
los nigrománticos cuando alguien intenta un convenio con los demonios, o someterlos de
alguna otra manera a su voluntad.
Después de demostrar, entonces, que un hombre no puede superar al demonio por su
propio poder, termina diciendo: pon tu mano sobre él, pero entiende que, si posees algún
poder, todavía es dominado por la virtud Divina. Y agrega: recuerda la batalla que entablo
contra él; es decir, poniendo el presente en lugar del futuro, lucharé contra él en la Cruz,
donde el leviatán será atrapado con un anzuelo, es decir, por la divinidad oculta bajo el
cebo de la humanidad, ya que pensará que nuestro Salvador es sólo un hombre. Y después
dice: no hay poder en la tierra que se le compare; por lo cual se entiende que ningún poder
físico puede igualar al poder del demonio, que es puramente espiritual. Así dice Santo
Tomás.
Pero un hombre poseído por un demonio puede ser aliviado de modo indirecto por el
poder de la música, como Saúl por el arpa de David, o de una hierba, o de cualquier otra
sustancia corpórea que contenga alguna virtud natural. Y por lo tanto pueden usarse esos
remedios, como es posible argumentar por medio de la autoridad y de la razón. Porque
Santo Tomás, XXVI, 7, dice que pueden usarse piedras y hierbas para el alivio de un
hombre poseído por el demonio. Y están las palabras de San Jerónimo.
Y en cuanto al pasaje de Tobías, donde un ángel dice: «Luego de tocar el corazón y el
hígado (que se sacaron de un pez), si un demonio o un espíritu maligno molestan a
alguien, debemos hacer con ellos un humo delante del hombre o la mujer, y ya no serán
molestados». Santo Tomás dice: «No debemos asombrarnos de esto, porque el humo de
cierto árbol, cuando es quemado, parece poseer la misma virtud, como si tuviese cierto
sentido espiritual, o poder de oración espiritual para el futuro».
De la misma opinión son el Beato Alberto, en su comentario de San Lucas, IX, y
Nicolás de Lira y Pablo de Burgos, sobre I Samuel, XVI. El homilista nombrado en último
lugar llega a la siguiente conclusión: que debe admitirse que los poseídos por un demonio,
no sólo pueden ser aliviados, sino liberados por completo, por medio de cosas materiales,
entendiendo que en este último caso no son molestados en exceso. Y lo demuestra
razonando como sigue: los demonios. No pueden modificar la materia corporal a voluntad,
sino sólo mediante la conjunción de agentes activos y pasivos complementarios, como
dice Nicolás. De la misma manera, un objeto material puede provocar en el cuerpo
humano una disposición que lo vuelva susceptible a las acciones del demonio. Por
ejemplo, según los médicos, la manía predispone a un hombre, en gran medida, a la
demencia, y por consiguiente, a la obsesión demoníaca. Por ende, si en tal caso se elimina
el agente pasivo de predisposición, se seguirá que quedará curada la afección activa del
demonio.
Bajo esta luz podemos considerar el hígado de pescado; y la música de David, por la
cual Saúl fue al comienzo aliviado, y luego liberado por entero del espíritu maligno.
Porque dice: «Y el mal espíritu se alejó de él». Pero no concuerda con el significado de las
Escrituras decir que esto se hizo por los méritos u oraciones de David; porque las
Escrituras nada dicen al respecto, en tanto que habrían hablado muy en su alabanza, si así
hubiese sido. Este razonamiento lo tomamos de Pablo de Burgos. También está la razón
que vimos en la Primera Parte: que Saúl fue liberado porque el arpa prefiguraba la virtud
de la Cruz en que estaban clavados los Sagrados Miembros del Cuerpo de Cristo. Y allí se
escriben más cosas que pueden ser consideradas con esta investigación. Pero sólo
terminaremos diciendo que no es supersticioso el empleo de cosas materiales en
exorcismos lícitos. Y ahora hablemos de los propios exorcismos.
Remedios prescritos, a saber: los exorcismos lícitos de la iglesia para toda clase
de enfermedades y dolencias debidas a la brujería; y el método de exorcizar a
quienes están embrujados
Ya se dijo que las brujas pueden afectar a los hombres con todo tipo de enfermedades
físicas; por lo tanto puede entenderse como regla general que los diversos remedios
verbales o prácticos aplicables en el caso de las enfermedades que acabamos de estudiar
son también aplicables para todas las otras, tales como la epilepsia o la lepra. Y como los
exorcismos legales se cuentan entre dos remedios verbales, y muy a menudo han sido
considerados por nosotros, puede vérselos como un tipo general de esos remedios; y hay
tres asuntos que deben considerarse respecto de ellos.
Primero, debemos juzgar si una persona que no ha sido ordenada como exorcista,
como por ejemplo un lego o un clérigo secular, puede lícitamente exorcizar a los
demonios y sus obras. Unidos a este interrogante hay otros tres: a saber, primero, qué
constituye la legalidad de esta práctica; segundo, las siete condiciones que deben
observarse cuando se desea hacer uso personal de encantamientos y bendiciones; y
tercero, cómo se debe exorcizar la enfermedad y conjurar al demonio. Segundo, debemos
considerar qué es preciso hacer cuando el exorcismo no produce una gracia curativa.
Tercero, es preciso estudiar los remedios prácticos y no verbales, junto con la solución de
ciertos argumentos.
En cuanto a lo primero, tenemos la opinión de Santo Tomás en el Libro IV, dist. 23.
Dice: «Cuando un hombre es ordenado como exorcista o en cualquier otra de las órdenes
menores, se le confiere el poder de exorcismo en su condición oficial; y este poder puede
ser usado lícitamente, inclusive por quienes no pertenecen a una orden, pero no lo ejercen
en condiciones oficiales. De mismo modo, la misa puede decirse en una casa no
consagrada, aunque el propósito de consagrar una iglesia es que la misa se diga allí; pero
esto se debe más a la gracia que existe en los rectos, que a la gracia del Sacramentos».
De estas palabras podemos extraer la conclusión de que aunque es bueno que en la
liberación de una persona embrujada se recurra a un exorcista autorizado a exorcizar esos
encantamientos, en otras ocasiones, otras personas devotas, con o sin exorcismos, pueden
eliminar ese tipo de enfermedades.
Pues oímos hablar de cierta virgen pobre y muy devota uno de cuyos amigos fue
gravemente embrujado en su pie, modo que a los médicos les resultó claro que ninguna
medie podría curarlo. Pero ocurrió que la virgen fue a visitar al enfermo, y éste le pidió en
seguida que aplicase alguna bendición a su pie. Ella consintió, y no hizo otra cosa que
pronunciar e silencio la Oración del Señor y el Credo de los Apóstoles, a vez que utilizaba
el signo de la Cruz, dador de vida. Entone el enfermo se sintió curado en el acto, y para
contar con remedio para el futuro, preguntó a la virgen qué hechizos había causado. Pero
ella, respondió: «Eres de poca fe, y no te atienes a las santas y lícitas prácticas de la
iglesia, y a menuda aplicas encantos y remedios prohibidos a tus enfermedades; e
consecuencia, pocas veces tienes salud en tu cuerpo, porque siempre estás enfermo del
alma. Pero si depositaras tu confianza en la oración y en la eficacia de los símbolos lícitos,
s menudo te curarías con suma facilidad. Porque yo no hice más que repetir la Oración del
Señor y el Credo de los Apóstoles, y ahora estás curado».
Los ejemplos plantean la duda de si no existe ninguna eficacia en otras bendiciones y
encantamientos, y aun en conjuraciones por medio de exorcismos, pues en este relato
parecen condenados. Contestamos que la virgen sólo condenó los encantamientos ilícitos y
las conjuraciones y exorcismos ilegales.
Para entender esto último debemos considerar cómo originaron, y cómo se llegó a
abusar de ellos. Pues en su origen eran sagrados, pero así como por medio del demonio y
los hombres malignos todas las cosas pueden ser mancilladas, así también ocurrió con
estas palabras sagradas. Porque en el último capítulo de San Marcos se dice acerca de los
Apóstoles y santos varones: «En Mi Nombre expulsarán a los demonios»; y visitaron a los
enfermos y rezaron sobre ellos las palabras sagradas; y en tiempos posteriores los
sacerdotes usaban ritos parecidos, en forma devota; por lo cual hoy pueden encontrarse, en
iglesias antiguas, oraciones devotas y exorcismos sagrados que los hombres pueden usar o
sufrir, cuando se los aplica por hombres piadosos, tal como antes solía hacerse, sin
supersticiones; tal como ahora, existen hombres sabios y Doctores de la Teología sagrada,
que visitan a los enfermos y usan esas palabras pes,la .ación, no sólo de los demoniacos,
sino también de otras enfermedades.
Mas ¡ay!, los hombres supersticiosos, al igual que éstos, han encontrado muchos
remedios vanos e ilícitos que en estos días emplean para hombres y animales enfermos; y
el clero se ha vuelto demasiado perezoso para seguir usando las palabras licitas, cuando
visita a los enfermos. En este aspecto, Guillermo Duranti, el comentarista de San
Raimundo, dice que esos exorcismos legales pueden ser usados por un sacerdote religioso
y discreto, o por un lego, o aun por una mujer de buena vida y discreción probada; o por el
ofrecimiento de oraciones licitas a los enfermos. Pues el Evangelio dice: colocarán sus
manos sobre los enfermos, etc. Y a esas personas no se les debe impedir que practiquen de
tal manera; salvo, tal vez, que se tema que, siguiendo su ejemplo, otras personas
indiscretas y supersticiosas puedan hacer un uso inadecuado de los encantamientos. A
estos adivinos supersticiosos condenó la virgen que mencionamos, cuando dijo que
quienes los consultaban tenía una fe débil, es decir, mala.
Ahora bien, para la aclaración de este asunto se pregunta cómo es posible saber si las
palabras de esos encantamientos y bendiciones son lícitas o supersticiosas, y cómo debe
utilizárselas, y si el demonio puede ser conjurado y exorcizadas las enfermedades.
En primer lugar, en la religión cristiana se dice que es lícito lo que no es supersticioso;
y se dice que es supersticioso lo que se encuentra por encima de la forma prescrita de
religión (Véase Colosenses) cosas que en verdad tienen apariencia de sabiduría en la
superstición; acerca de lo cual la glosa dice: la superstición es religión indisciplinada, o
sea, religión observada con métodos defectuosos y en circunstancias malignas.
Además, es superstición todo lo que la tradición humana, sin autoridad superior, ha
hecho para usurpar el nombre de religión, como la interpolación de himnos en la Santa
Misa, la alteración del Prefacio de los Réquiems, la abreviación del Credo que se debe
entonar en la misa, el confiar en un órgano antes que en el coro para la música, el olvido
de la presencia de un Servidor en el Altar, y otras prácticas por el estilo. Pero para volver a
nuestro punto, cuando una obra se hace en virtud de la bendición cristiana, como cuando
alguien desea curar al enfermo por medio de oraciones y bendiciones y palabras sagradas
(que es lo que estamos considerando), esa persona debe observar siete condiciones gracias
a las cuales tales bendiciones resultan lícitas. Y aunque utilice adjuraciones, por
intermedio de la virtud del Divino Nombre, y por la virtud de las obras de Cristo, Su
Natividad, Pasión y Preciosa Muerte, con las cuales el demonio fue dominado y
expulsado, tales bendiciones y encantamientos y exorcismos se considerarán lícitos, y
quienes los practican son exorcistas o encantadores legales. Véase en San Isidoro,
Etim. VIII, los encantadores cuyo arte y destreza reside en el uso de palabras.
Y la primera de estas condiciones, como sabemos por Santo Tomás, es que nada debe
haber en las palabras que insinúe una invocación expresa o tácita de los demonios. Si
existiera, no cabe duda de que sería ilícita. Si fuera tácita, podría considerársela a la luz de
la intención, o a la del hecho; en la de la intención, cuando quien actúa no se preocupa de
si quien lo ayuda es Dios o el demonio, siempre que logre su resultado deseado; en la del
hecho, cuando una persona no tiene aptitud natural para ese trabajo, pero crea algún medio
artificial, y de éstos no sólo deben ser jueces los médicos y los astrónomos, sino en
especial los Teólogos. Porque de esa manera trabajan los nigromantes, fabricando
imágenes y anillos y piedras por medios artificiales, que carecen de virtudes naturales para
lograr los resultados que a menudo esperan, por lo cual el demonio debe ocuparse de sus
obras.
Segundo, las bendiciones o encantamientos no deben contener nombres desconocidos,
porque según San Juan Crisóstomo, éstos tienen que ser considerados con temor, no sea
que oculten alguna materia de superstición.
Tercero, no tiene que haber en las palabras nada que no sea cierto, pues si lo hay, su
efecto no puede provenir de Dios, Quien no es testigo de una mentira. Pero en sus
encantamientos algunas ancianas usan coplillas como la que sigue: Santa María fue a
pasear por el río Jordán. Esteban la encontró y se pusieron a conversar, etcétera.
Cuarto, no debe haber vanidades, ni caracteres escritos, aparte de la Señal de la Cruz.
Por lo tanto quedan condenados los talismanes que los soldados suelen llevar.
Quinto, no debe ponerse fe en el método de escribir o leer o atar el amuleto en torno de
una persona, o de cualquiera de esas vanidades, que nada tiene que ver con la reverencia a
Dios, sin la cual el encantamiento es por completo supersticioso.
Sexto, al citar y pronunciar las Palabras Divinas y de las Sagradas Escrituras, sólo
debe prestarse atención a las propias palabras sagradas y a su significado, y a la reverencia
a Dios, ya sea que el efecto se busque en la Virtud Divina, o de las reliquias de los santos,
que son un poder secundario, dado que su virtud surge primitivamente de Dios.
Séptimo, el efecto buscado debe quedar en manos de la Voluntad Divina, pues Él sabe
si es mejor que un hombre se cure o siga enfermo, o muera. Esta condición fue establecida
por Santo Tomás. De modo que podemos llegar a la conclusión de que si no se viola
ninguna de estas condiciones, el encantamiento será licito. Y Santo Tomás escribe en este
sentido, sobre el último capítulo de San Marcos: «Y estas señales seguirán a los que
creyeren; en mi nombre echarán fuera demonios; quitarán serpientes». De ello resulta
claro que, si se observan las condiciones precedentes, es legal mantener alejadas a las
serpientes por medio de las palabras sagradas.
Santo Tomás dice luego: las palabras de Dios no son menos santas que las Reliquias de
los Santos. Como dice San Agustín: la palabra de Dios no es menos que el Cuerpo de
Cristo. Pero todos convienen en que es legal llevar encima, con reverencia, las Reliquias
de los Santos. En consecuencia, invoquemos por todos los medios el nombre de Dios
mediante el debido uso de la Oración del Señor y la Salutación Angélica, con Su
Nacimiento y Pasión, Sus Cinco Heridas y las Siete Palabras que pronunció en la Cruz, la
Inscripción triunfante, los tres clavos y las otras armas del ejército de Cristo contra el
demonio y sus obras. Con todos estos medios es licito trabajar, y debemos depositar
nuestra confianza en ellos, y dejar el resultado a la voluntad de Dios.
Y lo que se dijo sobre alejar a las serpientes rige también para otros animales, siempre
que la atención se fije sólo en las palabras sagradas y en la Virtud Divina. Pero debe
usarse gran cuidado en encantamientos de esta naturaleza. Porque Santo Tomás dice: esos
adivinadores utilizan a menudo observancias ilícitas, y obtienen efectos mágicos por
medio del demonio, en especial en el caso de la serpiente, porque ésta fue el primer
instrumento del diablo, con el cual engañó a la humanidad.
Pues en la ciudad de Salzburgo existía cierta imagen que un día, a la vista de todos,
quiso encantar a todas las serpientes de determinado pozo, y matarlas a todas en un
kilómetro a la redonda. Así que reunió a todas las semientes, y él mismo se encontraba
sobre el pozo, cuando por último llegó una enorme y horrible serpiente que no quiso entrar
en el hoyo. Esta serpiente hacia señales al hombre, de que la dejase ir y arrastrarse a donde
quisiera, pero él no cesó en sus encantamientos, e insistió en que, como todas las demás
serpientes habían entrado en el pozo y muerto allí, lo mismo debía hacer esa horrible
serpiente. Pero ésta se encontraba en el lado opuesto del hechicero, y de pronto saltó sobre
el pozo, y cayó encima del hombre, y se le enroscó en el vientre, y lo arrastró consigo al
hoyo, donde ambos murieron. De esto puede verse que sólo con un fin útil, tal como el de
alejarlas de las casas de los hombres, pueden practicarse esos encantamientos, y se los
debe hacer con la Virtud Divina, en temor a Dios y con reverencia.
En segundo lugar debemos considerar cómo es preciso emplear los exorcismos o
encantamientos de este tipo, y si se los debe usar en torno del cuello o cosidos a las ropas.
Podría parecer que tales prácticas son ilegales, pues San Agustín, en el Segundo libro de la
doctrina cristiana: «Existen mil recursos mágicos y amuletos y talismanes que son todos
supersticiosos, y la Escuela de Medicina los condena a todos, ya se trate de
encantamientos, o de ciertas marcas que se denominan caracteres, o amuletos grabados
para ser llevados en torno del cuello».
Y también San Juan Crisóstomo, al comentar San Mateo, dice: «Algunas personas
usan alrededor del cuello una porción escrita del Evangelio». ¿Pero acaso el Evangelio no
se lee todos los días en la iglesia, y no lo escuchan todos? ¿De qué ayuda le será entonces
a un hombre el usar el Evangelio al cuello, cuando no obtuvo beneficios de escucharlo con
los oídos? ¿Pues en qué consiste la virtud del Evangelio: en los caracteres de sus letras o
en el significado de sus palabras? Si en los caracteres, hacen bien en colgarlos del cuello;
pero si en el significado, sin duda es más beneficioso cuando se implanta en el corazón
que cuando se usa en tornó del cuello.
Pero por otro lado, los Doctores responden como sigue, en especial Santo Tomás,
cuando pregunta si es ilícito colgar palabras sagradas del cuello. Su opinión es que en
todos los talismanes y escritos así usados hay que evitar dos cosas.
Primero, en lo escrito no debe haber nada que huela a invocación de los demonios,
porque entonces es manifiestamente supersticioso e ilícito, y debe ser considerado como
una apostasía de la fe, como ya se dijo muchas veces.
Del mismo modo, en consonancia con las siete condiciones precedentes, no debe
contener nombres desconocidos. Pero si se evitan estas dos trampas, es legal colocar esos
amuletos en los labios del enfermo, y que éste los lleve consigo. Pero los Doctores
condenan su uso en un sentido, a saber, cuando un hombre presta mayor atención a los
simples signos de las letras escritas, que a su significado, y tiene más confianza en ellos.
Puede decirse que un lego que no entiende las palabras no puede prestar atención a su
significado. Pero basta con que ese hombre fije sus pensamientos en la Virtud Divina, y
deje que ésta haga lo que parezca bien a Su Merced.
En tercer lugar, debemos considerar si es preciso conjurar al demonio y exorcizar la
enfermedad al mismo tiempo, o si habrá que observar un orden diferente, o si una de estas
operaciones puede efectuarse sin la otra. Hay varios puntos que considerar. Primero, si el
diablo está siempre presente cuando el enfermo se encuentra aquejado. Segundo, qué tipo
de cosas son capaces de ser exorcizadas o remediadas. Tercero, el método de exorcismo.
En cuanto al primer punto, parecería, según el pronunciamiento de San Juan
Damasceno; que el diablo está donde actúa, que el demonio se encuentra siempre presente
en el enfermo, cuando lo ataca. Además, en la historia de San Bartolomé, parece que un
hombre sólo se libera del demonio cuando se cura de su enfermedad. Pero esto puede
contestarse como sigue. Cuando se dice que el demonio está presente en un enfermo, ello
puede entenderse de dos maneras: bien que está presente en persona, o que se encuentra
presente en el efecto que causó. En el primer sentido, está presente cuando provoca la
enfermedad; en el segundo, se dice que está presente, no en persona, sino en el efecto. De
esta manera, cuando los Doctores preguntan si el demonio habita en esencia al hombre que
comete pecado mortal, dicen que no está presente en persona, sino sólo en efecto; tal como
se afirma que un amo mora en sus criados, en el respeto a su autoridad. Pero el caso es
muy distinto en los hombres poseídos por un demonio.
Para el segundo punto, en cuanto a los tipos de cosas que pueden exorcizarse, debe
señalarse la opinión de Santo Tomás, Libro IV, dist. 6, donde dice que, debido al pecado
del hombre, el demonio recibe poder sobre éste, y sobre todo lo que usa para herirlo con
ello; y como no puede haber conciliación entre Cristo y Belial, entonces, cuando algo debe
ser santificado para el culto Divino, primero se lo exorciza, de modo que se lo pueda
consagrar a Dios libre del demonio, por el cual se lo podría utilizar para dañar a los
hombres. Esto se muestra en la bendición del agua, la consagración de una iglesia, y en
todos los asuntos de esta clase, En consecuencia, ya que el primer acto de reconciliación
por medio del cual un hombre es consagrado a Dios desde el bautismo, resulta necesario
que el hombre sea exorcizado, antes de bautizarlo; por cierto que en esta circunstancia es
más imperativo que en cualquier otra. Pues en el hombre mismo reside la causa en razón
de la cual el demonio recibe su poder en otros asuntos creados por el hombre, a saber, el
pecado, original o actual. Este es, pues, el significado de las palabras que se usan en el
exorcismo, como cuando se dice: «Vade retro, Satanás», y lo mismo acerca de las cosas
que entonces se hacen.
Para volver, pues, al asunto que nos ocupa. Cuando se pregunta, si la enfermedad debe
ser exorcizada y el demonio adjurado, y cuál de las dos cosas tiene que hacerse primero,
se responde que no se exorciza la enfermedad, sino al hombre enfermo y embrujado, tal
como en el caso de un niño lo que se exorciza no es la infección del fomes, sino al niño
mismo. Además, tal como el niño se exorciza primero, y luego se ordena al demonio que
se vaya, así primero se exorciza a la persona embrujada, y después se ordena que
desaparezcan el demonio y sus obras.
Una vez más, así como se exorcizan la sal y el agua, así también se hace con todas las
cosas que puede usar el enfermo, de modo que es conveniente exorcizar y bendecir ante
todo sus alimentos y bebidas. En el caso del bautismo se observa la siguiente ceremonia
de exorcismo: la exuflación hacia el oeste, y la renuncia al demonio; segundo, la elevación
de las manos, con solemne confesión de la fe de la religión cristiana; tercero, oración,
bendición e imposición de las manos; cuarto, desnudamiento y unción con los Santos
óleos; y después del bautismo, la comunión y la colocación de la bata. Pero todo esto no es
necesario en el exorcismo del hechizado, sino que primero debe hacer una buena
confesión, y si es posible, sostener un cirio encendido y recibir la Sagrada Comunión; y en
lugar de ponerse una bata debe permanecer desnudo, unido a un Santo Cirio del largo del
cuerpo de Cristo o de la Cruz. Y puede decirse lo siguiente:
“Te exorcizo, Pedro, o a ti, Bárbara, que eres débil pero renacido en el Santo
Bautismo, por el Dios vivo, por el Dios ver Dios que te redimió con Su Preciosa Sangre,
que puedas ser exorcizado, que todas las ilusiones y maldades de los engaños del demonio
puedan alejarse y huir de ti con todos los espíritus impuros, adjurados por Aquel que
vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos, y que purgará la tierra con el fuego. Amén.
Oremos”.
“Oh Dios de merced y piedad, Quien según Tu tierna y amante bondad castigas a
aquellos a quienes amas, y empujas con dulzura a aquellos a quienes recibes a volcar su
corazón, te invocamos, oh Señor, para que quieras dignarte conceder Tu gracia a Tu
servidor que sufre de una debilidad de los miembros de su cuerpo, porque todo lo que sea
corrompido por la fragilidad terrena, todo lo violado por los engaños del demonio, pueda
encontrar su redención en la, unidad del cuerpo de la iglesia. Ten piedad, Oh Señor, de sus
gemidos, ten piedad de sus lágrimas; y como él deposita sólo su confianza en Tu merced,
recíbelo en el sacramento de Tu reconciliación, por medio de Jesucristo Nuestro Señor.
Amén”.
“Por lo tanto, demonio maldito, escucha tu condena y honra al Dios verdadero y vivo,
honra al Señor Jesucristo, y vete con tus obras de este servidor a quien Nuestro Señor
Jesucristo redimió con su Preciosa Sangre”.
Y que luego exorcice por segunda y tercera vez, con las oraciones precedentes.
Oremos.
Dios, que piadosamente gobiernas todas las cosas que hiciste, inclina Tu oído a
nuestras oraciones y mira con piedad a Tu servidor que sufre bajo la enfermedad del
cuerpo; visítalo y concédele Tu salvación y la virtud curativa de Tu gracia celestial, por
medio de Cristo Nuestro Señor. Amén. Por lo tanto, demonio maldito, etcétera.
La oración para el tercer exorcismo.
“Oh Dios, sola protección de la fragilidad humana, muestra la potente fuerza de Tu
enorme ayuda a nuestro hermano enfermo (o hermana) para que, ayudado (ayudada) por
Tu merced, sea digno de entrar en Tu Santa Iglesia en seguridad, por medio de Cristo
Nuestro Señor. Amén”.
Y que el exorcista lo asperje continuamente con Agua Bendita, y adviértase que este
método se recomienda, no porque deba observárselo con rigidez, o que otros exorcismos
no sean de mayor eficacia, sino para que exista algún sistema regular de exorcismo y
adjuración. Pues en las viejas historias y libros de la iglesia se encuentran a veces
exorcismos más devotos y poderosos; pero como ante toda las cosas es necesaria la
reverencia a Dios, que cada uno proceda, en este asunto, como mejor le parezca.
En conclusión, y para mayor claridad, podemos recomendar esta forma de exorcismo
para una persona hechizada. Que primero haga un buena confesión (según el Canon tantas
veces citado: si por sortilegio, etc.). Que luego se efectúe una búsqueda diligente en todos
los rincones, y en las camas y colchones, y debajo del umbral de la puerta, por si se
encuentra algún instrumento de brujería. Los cuerpos de los animales muertos por
maleficio deben ser quemados en el acto. Y es conveniente que se renueven todas las
ropas de cama y vestimentas, e inclusive que cambie de casa y de morada. Pero si nada se
encuentra, quien debe ser exorcizado tendría que ir a la iglesia, si es posible, por la
mañana, en especial en los días santos, tales como las fiestas de Nuestra Señora, o en
alguna vigilia; y mejor si el sacerdote también se ha confesado y se encuentra en estado de
gracia, porque más fuerte será entonces. Y que quien debe ser exorcizado sostenga en la
mano un Santo Cirio tan bien como pueda, ya sea sentado o de hinojos; y que los
presentes ofrezcan devotas oraciones por su liberación. Y que él comience la Letanía en
«Nuestra ayuda está en el nombre del Señor», y se designe a alguien que dé las respuestas;
que lo salpique con Agua Bendita, y le coloque una estola en torno al cuello, y recite el
Salmo «Apresúrate, oh Dios, a liberarme»; y que continúe con la Letanía para los
Enfermos, diciendo en la Invocación de los Santos, «Ora por él y favorécelo; líbralo, oh
Dios», y así continúe hasta el final. Pero cuando hay que decir oraciones, entonces, en
lugar de éstas, que comience con el exorcismo, y continúe en la forma que hemos
declarado, o en cualquier otra mejor, como le parezca. Y este tipo dé exorcismo puede
continuarse por lo menos tres veces por semana, para que gracias a muchas intercesiones
se obtenga la gracia de la salud.
Por último debe recibir el Sacramento de la Eucaristía, aunque algunos crean que esto
debe hacerse antes del exorcismo. Y en su confesión, el confesor debe preguntar si se
encuentra bajo alguna pena de excomunión, y en ese caso, si por irreflexión omitió
obtener la absolución de su juez; pues entonces, aunque a su discreción pueda absolverlo,
cuando haya recuperado la salud también debe pedir la absolución al juez que lo
excomulgó.
Debe señalarse, asimismo, que cuando el exorcista no está ordenado en la Orden de los
exorcistas, puede proceder con oraciones; y si puede, que lea los comienzos de los cuatro
Evangelios de los Evangelistas, y el Evangelio que comienza «Fue enviado un ángel», y
la, Pasión de Nuestro Señor, todo lo cual posee gran poder para expulsar las obras del
demonio. Además, que se escriba el Evangelio de San Juan, «al principio fue el Verbo», y
colgado en torno del cuello del enfermo, y que la gracia de la curación se busque en Dios.
Pero si alguien pregunta cuál es la diferencia entre la aspersión de Agua Bendita y el
exorcismo, ya que ambos se ordenan contra los ataques del demonio, la respuesta la da
Santo Tomás, quien dice: el demonio nos ataca por fuera y por dentro. Por lo tanto se
ordena el Agua Bendita contra sus ataques desde afuera, pero el exorcismo contra los de
adentro. Por tal motivo, aquellos para quienes es necesario el exorcismo se denominan
Energoumenoi, de En, que significa «en», y Ergon, que significa «Obra», ya que trabajan
dentro de sí. Pero para exorcizar a una persona embrujada deben usarse los dos métodos,
pues se encuentra atormentada por dentro y por fuera.
Nuestra segunda consideración principal es lo que debe hacerse cuando el exorcismo
no produce una gracia curativa. Ahora bien, esto puede ocurrir por seis razones; y existe
una séptima acerca de la cual debemos suspender cualquier juicio definitivo. Porque
cuando una persona no se cura, se debe a falta de fe en los espectadores o en quienes
presentan al enfermo, o a los pecados de quienes sufren del embrujo, o a un olvido de los
debidos y adecuados remedios, o a algún defecto en la fe del exorcista, o a la falta de una
mayor confianza en los poderes de otro exorcista, o a la necesidad de purificación y de
mayores méritos de la persona embrujada.
Acerca de los cuatro primeros, el Evangelio nos enseña en el incidente del hijo único
de su padre, que era un lunático, y de los discípulos de Cristo allí presentes (San Mateo,
XVII y San Marcos, IX). Porque en primer lugar, Él dijo que la multitud carecía de fe, ante
lo cual el padre le rogó diciendo: «Señor, yo creo, ayuda a mi incredulidad». Y JESÚS
dijo a la multitud: «Oh generación infiel y perversa, ¿cuánto tiempo estaré con vosotros?».
Segundo, con relación a aquel que soportó al demonio, JESUS lo censuró, es decir, el
hijo; pues como dice San Jerónimo, fue atormentado por el demonio a causa de sus
pecados.
Tercero, esto ilustra la omisión de los remedios correctos, porque al principio no
estaban presentes hombres buenos y perfectos. Porque San Juan Crisóstomo dice: «Las
columnas de la fe, es decir, Pedro y Santiago y Juan, no se hallaban presentes, pues
estaban en la Trasfiguración de Cristo; ni hubo rezos y ayuno, sin los cuales Cristo dijo
que ese tipo de demonio no se va». Por lo tanto Orígenes, al escribir acerca de este pasaje,
dice: «Si en algún momento un hombre no es curado después de la oración, no nos
asombremos ni hagamos preguntas, ni hablemos, como si el espíritu impuro nos
escuchara, sino expulsemos nuestros malos espíritus por medio de la oración y el ayuno».
Y la glosa dice: este tipo de demonio; es decir, la variabilidad de los deseos carnales
inducidos por ese espíritu, sólo es vencido por el fortalecimiento del alma con la oración,
y por el sometimiento de la carne con el ayuno.
Cuarto, el defecto de la fe del exorcista está ejemplificado en los discípulos de Cristo
que se hallaban presentes. Porque cuando después le preguntaron en privado por la causa
de su fracaso, Él respondió: «Debido a vuestra incredulidad; pues en verdad os digo, si
tenéis fe del tamaño de un grano de mostaza diréis a esta montaña, apártate de aquí», etc.
Y San Hilario dice: «En verdad, los Apóstoles creían, pero todavía no eran perfectos en la
fe, pues mientras el Señor se encontraba en la montaña con los otros tres y ellos se
quedaron con la multitud, su fe se entibió».
La quinta razón se ejemplifica en las Vidas de los Padres, donde leemos que ciertas
personas posesas no pudieron ser libradas por San Antonio, sino que lo fueron por su
discípulo Pablo. Ya se aclaró la sexta razón, pues no siempre, cuando un hombre es
librado del pecado, queda también libre del castigo, pues a veces la penalidad persiste
como castigo y expiación del pecado anterior.
Pero hay otro remedio por el cual se dice que muchos fueron librados, a saber, la
confirmación de los embrujados; pero este es un asunto acerca del cual, como dijimos, no
podemos efectuar un pronunciamiento definitivo. Sin embargo, es muy cierto que cuando
una persona no fue exorcizada debidamente antes del bautismo, el demonio, con permiso
de Dios, siempre tiene más poder contra esa persona. Y se muestra con claridad, y sin
ninguna duda, en lo que se ha escrito, a saber, que sacerdotes mal instruidos cometen
muchas negligencias (en cuyo caso corresponde al cuarto de los impedimentos antes
citados, a saber, un defecto del exorcista), o por algunas ancianas que no observan el
método correcto de bautismo en el momento necesario.
Pero Dios no quiera que yo afirme que los Sacramentos no pueden ser administrados
por hombres malvados, o que cuando el bautismo lo ejecuta un hombre maligno no es
válido, siempre que observe las formas y palabras adecuadas. De la misma manera, que en
el exorcismo se comporte con el debido cuidado, sin timidez y sin audacia. Y que nadie se
entrometa en esos sagrados oficios, por omisión accidental o habitual de cualesquiera
formas o palabras necesarias; pues hay cuatro asuntos que deben observarse en la correcta
ejecución del exorcismo, o sea: la materia, la forma, la intención y el orden, como los
establecimos más arriba, y cuando falta uno, no puede ser completo.
Y no es válido objetar que en la iglesia primitiva las personas eran bautizadas sin
exorcismo, porque en ese caso San Gregorio habría instituido el exorcismo en vano, y la
iglesia erraría en sus ceremonias. Por lo tanto no me he atrevido a condenar del todo la
confirmación en ciertas condiciones, de personas embrujadas, para que recuperen lo que al
comienzo se omitió.
También se dice, de quienes caminan en su sueño, durante la noche, sobre altos
edificios, sin sufrir daños, que lo que así los conduce es la obra de los malos espíritus; y
muchos afirman que cuando estas personas se confirman resultan muy beneficiadas. Y es
maravilloso que, cuando se las llama por su nombre, caen de pronto al suelo, como si ese
nombre no les hubiese sido dado en forma correcta en el momento de su bautismo.
Que el lector preste atención a los seis impedimentos mencionados más arriba, aunque
se refieren a los energoumenoi, u hombres poseídos, antes que a los embrujados; porque si
bien se requiere igual virtud en ambos casos, puede decirse que es más difícil curar a una
persona embrujada que a una poseída. Por lo cual dichos impedimentos rigen de manera
más pertinente aun en el caso de los embrujados, como lo prueba el siguiente
razonamiento.
En esta Segunda Parte se mostró que algunos hombres son poseídos a veces por un
pecado que no les es propio, sino por el pecado venial de otros hombres, y por varias otras
causas. Pero en la brujería, cuando los adultos son hechizados, en general les ocurre que el
demonio los posee gravemente por dentro, para la destrucción de su alma. Por lo tanto, el
trabajo requerido en el caso de los embrujados es doble, en tanto que es uno solo en lo que
se refiere a los posesos. Acerca de esta horrenda posesión habla Juan Casiano en su
Colación del abate Sereno: en verdad deben ser considerados desdichados y tristes
quienes, aunque se manchan con todos los delitos y Maldades, no muestran señales
exteriores de estar henchidos por el demonio, ni parece existir una tentación concorde con
sus hechos, ni un castigo bastante para frenarlos. Pues ni siquiera merecen la medicina
curativa del purgatorio, ya que en la dureza de su corazón y en su impenitencia están más
allá del alcance de toda corrección terrena, y acumulan sobre sí cólera y venganza en el
día de la ira y la revelación del Juicio Final, en que sus gusanos no morirán.
Y un poco antes, comparando la posesión del cuerpo con la atadura del alma y el
pecado, dice: mucho más horrendo y violento es el tormento de quienes no muestran
señales de ser poseídos físicamente por los demonios, mas son terriblemente poseídos en
su alma, atados por sus pecados y vicios. Porque según el Apóstol, un hombre se vuelve
esclavo de aquel que lo conquista. Y en ese sentido, su caso es el más desesperado, ya que
son los servidores de los demonios, y no pueden resistir ni tolerar ese dominio. Resulta
claro, entonces, que los más difíciles de curar no son los poseídos por el demonio desde
afuera, sino los embrujados en el cuerpo y poseídos desde adentro, para perdición de su
alma, y ello debido a muchos impedimentos.
Nuestra tercera consideración principal es la de los talismanes curativos, y debe
señalarse que son de dos clases. O bien son lícitos y libres de sospecha, o se debe
sospechar de ellos si no son del todo legales. Ya tratamos de los primeros, cuando
eliminamos la duda en cuanto a la legalidad del empleo de hierbas y piedras para expulsar
un maleficio.
Ahora debemos tratar de los segundos, sospechosos de no ser del todo lícitos, y llamar
la atención hacia lo que se dijo en la Segunda Parte de esta obra, en cuanto a los cuatro
remedios, de los cuales tres se consideran ilegales, y el cuarto no del todo, pero vano, pues
es aquello de lo cual los Canonistas dicen que es legal oponer la vanidad a la vanidad.
Pero los Inquisidores tenemos la misma opinión que los Santos Doctores, en el sentido de
que, cuando, debido a los seis o siete impedimentos detallados, no son suficientes los
remedios de las palabras sagradas y el exorcismo legal, quienes así están embrujados
deben ser exhortados a soportar con espíritu paciente los males de la vida actual, en
purgación de sus crímenes, y no buscar de ninguna otra manera, remedios supersticiosos y
vanos. Por lo tanto, si alguien no se conforma con los precedentes exorcismos lícitos, y
desea recurrir a remedios que cuando menos son vanos, y de los que ya hablamos, que
sepa que no lo hace con nuestro consentimiento o permiso. Pero el motivo de que
hayamos explicado y detallado con tanto cuidado esos remedios es el de lograr cierta
especie de acuerdo entre las opiniones de Doctores tales como Duns Escoto y Enrique de
Segusio, por un lado, y las de los otros Teólogos, por el otro. Pero convenimos con San
Agustín en su Sermón contra los adivinadores, que se llama Sermón sobre los augurios,
donde dice: «Hermanos, ustedes saben que a menudo les rogué que no siguieran las
costumbres de los paganos y hechiceros, pero ello produjo poco efecto en algunos de
ustedes. Y sin embargo, si no les hablo, seré el responsable por ustedes en el Día del
Juicio, y ustedes y yo deberemos sufrir eterna condena. Por lo tanto, me absuelvo ante
Dios porque una y otra vez los exhorto y les ruego que ninguno busque adivinadores, y
que no consulten con ellos por causa o enfermedad alguna; pues quien cometa este pecado
perderá en el acto el Sacramento del bautismo, y en seguida se convertirá en un sacrílego y
pagano, y si no se arrepiente perecerá para toda la eternidad».
Y después agrega: «Que nadie observe días para salir y volver, porque Dios hizo bien
todas las cosas y Quien ordenó un día, ordenó también el otro. Pero siempre que tengan
algo que hacer o deban salir, persígnense en nombre de Cristo, y luego de decir con
fidelidad el Credo o la Oración del Señor, pueden ocuparse de sus asuntos, seguros de la
ayuda de Dios». Pero algunos supersticiosos hijos de nuestra época, no conformes con las
precedentes seguridades, y con acumular error sobre error, y con ir más allá del sentido o
intención de Escoto y los Canonistas, tratan de justificarse con los siguientes argumentos.
Si los objetos naturales poseen ciertas virtudes ocultas; cuya causa no pueden explicar los
hombres; tal como la piedra imán atrae al hierro, y muchas otras cosas por el estilo, que
San Agustín enumera en la Ciudad de Dios, XXI. Entonces, dicen, buscar la recuperación
de la salud en virtud de esas cosas, cuando han fracasado los exorcismos y las medicinas
naturales, no será ilegal, aunque parezca ser vano. Y ello sería así si un hombre tratase de
obtener su propia salud o la de otro por medio de imágenes, no nigrománticas, sino
astrológicas, o por anillos y otros objetos parecidos. Argumentan también que, así como la
materia natural está sometida a la influencia de los astros, lo mismo ocurre con los objetos
artificiales tales como las imágenes, que reciben de los astros alguna virtud oculta, con la
cual pueden producir ciertos efectos; por lo tanto no es ilícito utilizar tales cosas.
Además los demonios pueden cambiar los cuerpos de muchas maneras, como dice San
Agustín, De Trinitate, 3 y es evidente en el caso de los embrujados; por ello es licito usar
las virtudes de esos cuerpos para la eliminación de la brujería.
Pero en verdad todos los Santos Doctores tienen una opinión muy contraria, como se
mostró aquí y allá, en esta obra. Por consiguiente, podemos contestar de esta manera su
primer argumento: que si los objetos naturales se usan en forma sencilla, para producir
ciertos efectos para los cuales se cree que poseen alguna virtud natural, ello no es ilegal.
Pero si se los une a esos ciertos caracteres y signos desconocidos y vanas observaciones,
que, como es manifiesto, no pueden tener una eficacia natural, entonces es supersticioso e
ilícito. Por lo cual Santo Tomás, II, pregunta 96, art. 2, al hablar de este asunto, dice que
cuando se usa algún objeto con el fin de causar un efecto físico; como el de curar a los
enfermos, es preciso tomar nota de si tales objetos parecen poseer alguna cualidad natural
que pueda producir ese efecto; y en ese caso no es ilegal, ya que es licito aplicar las causas
naturales a sus efectos. Pero si no parece que puedan provocar esos efectos de manera
natural, se sigue que no se los aplica como causas a dichos efectos, sino como signos o
símbolos, y por lo tanto corresponden a algún pacto simbólicamente firmado con los
demonios. También San Agustín dice, en La Ciudad de Dios, XXI: «Los demonios los
enredan. Por medio de criaturas formadas, no por ellos, sino por Dios, y con diversos
deleites coincidentes con su propia versatilidad; y no como a los animales, con alimento,
sino como a los espíritus, con signos, por diversos tipos de piedras, hierbas y árboles,
animales y amuletos y ceremonias».
En segundo lugar, Santo Tomás dice: «Las virtudes naturales de los objetos naturales
se siguen de sus formas materiales, que obtienen por la influencia de los astros, y de la
misma influencia derivan ciertas virtudes activas». Pero las formas de los objetos
artificiales proceden de la concepción del artesano, y puesto que, como dice Aristóteles en
su Fisica, I, no son más que una composición artificial, no pueden tener una virtud natural
que cause efecto alguno. Se sigue, pues, que la virtud recibida de la influencia de los
astros sólo puede residir en los objetos naturales y no en los artificiales. Por lo tanto, como
dice San Agustín en La Ciudad de Dios, X, Porfirio se equivocaba cuando pensó que de
las hierbas y piedras y animales, y de ciertos sonidos y voces y figuras, y de algunas
configuraciones en las revoluciones de los astros y su movimiento, los hombres fabricaban
en la tierra ciertos Poderes correspondientes a los distintos efectos de los astros; como si
los efectos de los magos procedieran de las virtudes de los astros. Pero como agrega San
Agustín, todos estos asuntos corresponden a los demonios, los engañadores de almas
sometidas a ellos. Y así también, las imágenes que se llaman astronómicas son obras de
los demonios, cuya señal consiste en que inscribieron en ellas ciertos caracteres que no
poseen poder natural para lograr nada; pues una figura o signo no es causa de acción
natural. Pero existe una diferencia entre las imágenes de los astrónomos y las de los
nigromantes: que en el caso de estos últimos hay una invocación abierta, y por lo tanto un
pacto franco y abierto con los demonios, en tanto que los signos y caracteres de las
imágenes astronómicas sólo implican un pacto tácito.
Tercero, no existe poder concedido al hombre sobre los demonios, por el cual el
hombre pueda usarlos lícitamente para sus propios fines; pero hay una guerra declarada
entre el hombre y los demonios, y por lo tanto, en manera alguna puede usar la ayuda de
los diablos, ya sea por un pacto tácito o expreso con ellos. Así dice Santo Tomás.
Para volver al punto: dice «en manera alguna». Por lo tanto, ni siquiera por medio de
ninguna cosa, vana en la cual el demonio pueda estar involucrado de alguna manera. Pero
si son sólo vanas, y el hombre, en su fragilidad, recurre a ellas para recuperar su salud, que
se arrepienta, del pasado y cuide del futuro, y que rece para que sus pecados sean
perdonados y no se vea llevado otra vez a la tentación, como dice San Agustín al final de
su Regla.
Ciertos remedios prescritos contra los negros y horrendos daños con que los
demonios pueden afectar a los hombres
Podemos citar a Santo Tomás, el Segundo de los segundos, pregunta 90, donde interroga si
es licito ad jurar a una criatura irracional. Y responde que sí, pero sólo en la manera de una
compulsión, por la cual se la envía de vuelta al demonio, quien usa criaturas irracionales
para dañarlo. Y tal es el método de adjuración en los exorcismos de la iglesia, por el cual
el poder del demonio se mantiene alejado de las criaturas irracionales. Pero si la
adjuración se dirige a la, propia criatura irracional, que nada entiende, será inválida y nula.
De esto puede entenderse que es posible ahuyentarlos por medio de exorcismos y
abjuraciones legales, si se otorga la ayuda de la merced Divina; pero ante todo hay que
pedir a la gente que ayune y vaya en procesión y practique otras devociones. Pues este tipo
de mal se envía a consecuencia de adulterios y de la multiplicación de delitos, por lo cual
hay que instar a los hombres a que confiesen sus pecados.
En algunas provincias se pronuncian inclusive solemnes excomuniones, pero luego
obtienen el poder de adjuración sobre los demonios. Otra cosa terrible que Dios permite
que les suceda a los hombres es cuando sus propios hijos son arrebatados de las mujeres, y
los demonios ponen niños ajenos en su lugar. Y estos niños, que por lo general se
denominan cambiados, o en idioma alemán «Wechselkinder», son de tres clases. Pues
algunos siempre sufren y lloran, y sin embargo la leche de cuatro mujeres no basta para
satisfacerlos. Algunos son engendrados por la acción de demonios íncubos, de los cuales,
sin embargo, no son hijos, sino del hombre de quien el diablo recibió el semen como
súcubo, o cuyo semen reunió de alguna polución nocturna ocurrida durante el sueño.
Porque a veces estos niños, por permiso Divino sustituyen a los niños reales.
Y hay una tercera clase, en que los demonios se presentan a veces en forma de niños
pequeños, y se apegan a las nodrizas. Pero los tres tipos tienen en común que, si bien son
muy pesados, siempre están enfermos y no crecen, y no pueden recibir suficiente leche
para satisfacerlos, y a menudo se informa que han desaparecido.
Y puede decirse que la piedad Divina permite esas cosas por dos razones: Primero
cuando los padres chochean demasiado con sus hijos, y éste, es un castigo por su propio
bien. Segundo, se supone que las mujeres a quienes ocurren estas cosas son muy
supersticiosas, y que los demonios las seducen de muchas otras maneras. Pero Dios es en
verdad celoso, en el correcto sentido de la palabra, que significa un fuerte amor por la
esposa de un hombre, que no sólo no permite que se le acerque otro hombre, sino que,
como un marido celoso, no tolera la insinuación o sospecha de adulterio: De la misma
manera es celoso Dios del alma que compró con Su Preciosa Sangre y desposó con la Fe;
y no tolera que se la toque, que converse con el demonio, o que de alguna manera se
acerque a él o tenga tratos con él, enemigo y adversario de la salvación. Y si un esposo
celoso no puede soportar siquiera una insinuación de adulterio, ¡cuánto más le molestará
cuando el adulterio se comete de veras! Por lo tanto no es extraño que les arrebaten sus
propios hijos y los remplacen por niños adúlteros.
Y por cierto que puede acentuarse con más energía la forma en que Dios está celoso
del alma y no tolera que nada pueda provocar una sospecha, como se muestra en la Ley
antigua, en la cual, para poder llevar a Su pueblo lejos de la idolatría, no sólo prohibió
ésta, sino muchas otras cosas que habrían podido ocasionarla, y que parecían no tener uso
en sí mismas, aunque de alguna forma maravillosa conservan cierta utilidad en un sentido
místico. Porque Él no sólo dice en Éxodo, XXII: «A la hechicera no dejarás que viva», sino
que agrega lo siguiente: «No morará en tu tierra, no sea que te lleve al pecado». Del
mismo modo, las rameras comunes son muertas, y no se le permite la compañía de los
hombres.
Adviértase los celos de Dios, Quien dice como sigue en el Deuteronomio, XXII:
«Cuando topares en el camino algún nido de ave en cualquier árbol, sobre la tierra, con
pollos o huevos, y estuviere la madre echada sobre los pollos o los huevos, no tomes la
madre con los hijos. Dejarás ir a la madre»; porque los gentiles utilizaban esto para
procurar la esterilidad. El Dios celoso no permite en Su pueblo este signo de adulterio. De
la misma manera, en nuestros días, cuando las ancianas encuentran una moneda, la
consideran una señal de gran fortuna, y a la inversa, cuando sueñan con dinero es un signo
de desdicha. También Dios enseñó que todos los recipientes debían ser cubiertos, y que
cuando uno no lo estaba, había que considerarlo impuro.
Existía la creencia errónea, de que cuando los diablos llegaban por la noche (o la
Buena Gente, como los llamaban las ancianas, aunque son brujas o demonios en sus
formas), debían comerlo todo, para que después pudiesen traer mayor abundancia de
alimentos. Algunas personas dan color a la historia, y las llaman búhos; pero esto es
contrario a la opinión de los Doctores, quienes dicen que no existen criaturas racionales,
salvo los hombres y los ángeles; por lo tanto, sólo pueden ser demonios. Por lo demás, en
Levítico, XIX: «No cortaréis en redondo las extremidades de vuestra cabeza ni, dañaréis la
punta de su barba», porque esto lo hacían de manera idólatra, en veneración de los ídolos.
Y otra vez, en Deuteronomio, XXII: «No vestirá la mujer hábito de hombre, ni el
hombre ropa de mujer»; porque esto lo hacían en honor de la diosa Venus, y otros en
honor de Marte o de Priapo. Y por la misma razón, Él ordenó que los altares de los ídolos
fuesen destruidos, y Ezequías destruyó la Serpiente de Bronce, cuando la gente quería
hacerle sacrificios, y dijo: es de bronce. Por el mismo motivo, prohibió la observancia de
visiones y augurios, y ordenó que el hombreo mujer en quienes existiera un espíritu
familiar, fuesen muertos. Los tales se llaman ahora augures. Por lo tanto, todas estas cosas,
porque engendran la sospecha de adulterio espiritual, como se dijo, por el celo que Dios
tiene de las almas que desposó, como un marido desposa a una mujer, fueron todas
prohibidas por Él.
Y así los predicadores también deberíamos tener en cuenta, que ningún sacrificio es
más aceptable para Dios que un celo de las almas, como dice San Jerónimo en sus
comentarios sobre Ezequiel.
Un remedio. Cuando ciertas personas, con vistas a un beneficio temporal, se han
entregado por entero al demonio, a menudo se vio que, aunque podían liberarse del poder
del diablo por una verdadera confesión, fueron atormentadas larga y horriblemente, y en
especial durante la noche. Y Dios tolera esto para su castigo. Pero una señal de que han
sido liberadas es que, después de la confesión, desaparece todo el dinero de su bolso o
cofres. Muchos ejemplos de esto podrían presentarse, pero con fines de brevedad los
pasamos por alto y omitimos.
CARTA OFICIAL DE APROBACIÓN DEL «MALLEUS
MALEFICARUM», DE LA FACULTAD DE TEOLOGÍA
DE LA HONORABLE UNIVERSIDAD DE COLONIA
El Documento oficial de Aprobación del Tratado Malleus Maleficarum, y las
firmas de los Doctores de la Honorabilísima Universidad de Colonia, debidamente
asentadas y registradas como documento público y declaración.
En nombre de nuestro Señor Jesucristo, Amén. Sepan todos los hombres por las
presentes, que puedan leer, ver o conocer el tenor de este documento oficial y público, que
en el Año de Nuestro Señor, 1487, un sábado, el decimonoveno día del mes de mayo, a la
quinta hora después del mediodía, aproximadamente, en el afeo tercero del Pontificado de
Nuestro Santísimo Padre y Señor, el Señor Inocencio, Papa por providencia divina, octavo
de ese nombre, en mi real y concreta presencia, Arnold Kolich, notario público, y en
presencia de los testigos cuyos nombres más abajo figuran, y que fueron reunidos y en
especial convocados para este fin, el Venerable y Reverendísimo Padre Heinrich Kramer,
Profesor de Teología Sagrada, de la Orden de los Predicadores, Inquisidor de la
depravación herética en forma directa y delegado para ello por la Santa Sede, junto con
el Venerable y Reverendísimo Padre Jacobus Sprenger, Profesor de Teología Sagrada y
Prior del Convento Dominico de Colonia, en especial designado como colega del ya
citado Padre Heinrich Kramer, en nombre de sí mismo y de su mencionado colega nos
hizo saber y declaró que el Supremo Pontífice que ahora reina por fortuna, el señor
Inocencio, Papa, como se expuso más arriba, ordenó y otorgó por Bula debidamente
sellada y firmada, a los mencionados Inquisidores Heinrich y Jacobus, miembros de la
Orden de Predicadores y Profesores de Teología Sagrada, por Su Suprema Autoridad
Apostólica, el poder de investigar e inquirir en todas las herejías, y más en especial en la
herejía de las brujas, abominación que medra y se fortalece en nuestros desdichados
tiempos, y les pidió que ejecutaran con diligencia este deber en las cinco arquidiócesis de
las cinco Iglesias Metropolitanas, es decir, Maguncia, Colonia, Tréveris, Salzburgo y
Bremen, y les concede toda facultad de juzgar y proceder contra tales, aun con el poder
de dar muerte a los malhechores, según el tenor de la Bula apostólica, que tienen y
poseen, y exhibieron ante nosotros, documento que está completo, entero, intacto, y en
modo alguno lacerado o perjudicado; in fine cuya integridad se encuentra por encima de
toda sospecha. Y el tenor de la mencionada bula comienza así: «Inocencio, obispo, Siervo
de los siervos de Dios, para eterna memoria. Nos anhelamos con la más profunda
ansiedad, tal como lo requiere Nuestro apostolado, que la Fe Católica crezca y florezca
por doquier, en especial en este Nuestro día…», y termina así: «Dado en Roma, en San
Pedro, el 9 de diciembre del Año de la Encarnación de Nuestro Señor un mil y
cuatrocientos y cuarenta y ocho; en el primer Afeo de Nuestro Pontificado».
En tanto que algunos encargados de almas y predicadores de la palabra de Dios han
tenido la audacia de afirmar y declarar en público, en discursos desde el púlpito, sí, y en
sermones al pueblo, que no existen los brujos, o que esos desdichados en manera alguna
molestan o dañan a los humanos o a los animales, y ha ocurrido que como resultado de
tales sermones, que deben ser muy reprobados y condenados, el poder del brazo secular
haya sido detenido y obstaculizado en el castigo de tales ofensores, y ello resultó ser una
gran fuente de estímulo para quienes siguen la horrenda herejía de la brujería, y
acrecentó y aumentó sus huestes en notable medida, por lo tanto, los mencionados
Inquisidores, que con toda el alma y energía desean poner fin a tales abominaciones y
contrarrestar tales peligros, con muchos estudios, investigaciones y trabajos han
compilado y compuesto cierto Tratado en el cual usaron sus mejores esfuerzos en
beneficio de la integridad de la Fe Católica, para rechazar y refutar la ignorancia de
quienes se atreven a predicar tan groseros errores, y se han tomado además grandes
trabajos para exponer las formas legales y correctas en que estas brujas pestilentes
pueden ser llevadas a juicio, sentenciadas y condenadas, según el tenor de la precedente
Bula y las reglamentaciones de la ley canónica. Pero como es muy correcto y en todo
sentido razonable que esta buena obra que elaboraron en beneficio común de todos
nosotros sea sancionada y confirmada por la aprobación unánime de los Reverendos
Doctores de la Universidad, no sea que por alguna mala casualidad, hombres mal
intencionados e ignorantes supongan que los mencionados Rectores de la Facultad y los
Profesores de la Orden de los Predicadores no coinciden en un todo, en su opinión, con
estos asuntos, los autores de dicho Tratado, escrito con exactitud tal como se lo imprimirá
en caracteres claros, de modo que cuando esté así impreso pueda ser recomendado y
honorablemente aprobado por las buenas opiniones registradas y el juicio maduro de
muchos eruditos Doctores, entregaron y presentaron ante la Honorabilísima Universidad
de Colonia, es decir, ante ciertos Profesores de Teología Sagrada, a quienes se encarga y
pide que actúen como representantes de la Honorabilísima Universidad, el mencionado
Tratado para que lo estudien, examinen y analicen de modo que si se encontraran puntos
que puedan parecer de alguna manera dudosos o en desacuerdo con las enseñanzas de la
Fe Católica, esos puntos puedan ser corregidos y enmendados por el juicio de los sabios
Doctores quienes además aprobarán y elogiarán oficialmente todo lo que contenga el
Tratado, que convenga a las enseñanzas de la Fe católica. Y en consonancia, esto se hizo
tal como se ha expuesto.
En primer lugar, el honrado señor Lamberlos de Monte por su propia mano suscribió
su juicio y opinión tal como sigue: «Yo, Lamberlos de Monte profesor (aunque indigno) de
Teología Sagrada, y en este momento decano de la facultad de Teología Sagrada de la
Universidad de Colonia, declaro con solemnidad, y confirmo ésta, mi declaración, por mi
propia mano, que he leído y con diligencia examinado y considerado este Tratado, y que,
en mi humilde juicio las dos partes nada contienen que sea en manera alguna contrario a
las doctrinas de la filosofía, o contrario a la verdad de la Santa Fe Católica y Apostólica,
o contrario a las opiniones de los doctores cuyos escritos son aprobados y permitidos por
la Santa Iglesia. Y dadas las importantísimas y saludables materias que contiene este
Tratado, que, aunque sólo fuese por la honorable condición, sabiduría y buenos oficios de
estos dignísimos y honrados Inquisidores, podría muy bien ser considerado útil y
necesario, es preciso ejercer todos los cuidados diligentes para que este Tratado se
distribuya con amplitud entre los hombres sabios y henchidos de celo, para que con ello
cuenten con la ventaja de tantas y tan bien consideradas orientaciones para el exterminio
de las brujas, y que también se ponga en manos de todos los rectores de iglesias, en
especial de quienes son hombres honrados, activos y temerosos de Dios, que por la
lectura se vean estimulados a despertar en todos los corazones el odio contra la pestilente
herejía de las brujas y sus sucias artes, de modo que todos los hombres buenos se vean
prevenidos y salvaguardados, y se pueda descubrir y castigar a los malhechores, para que
a la plena luz del día la merced y la bendición caigan sobre los rectos y se haga justicia
con quienes hacen el mal, y así, en todas las cosas, se glorifique a Dios, a Quien vayan
todos los honores, alabanzas y gloria».
Luego el Venerable Maestro Jacobus de Stralen, con su propia mano redactó su juicio
y ponderada opinión: «Yo, Jacobus de Stralen, Profesor de Teología Sagrada, después de
haber leído con diligencia el mencionado Tratado, declaro que en mi opinión es en todo y
por completo coincidente con el juicio expuesto por nuestro Venerable Maestro Lambertus
de Monte, Decano de Teología Sagrada, como escribe más arriba, y ello lo atestiguo y
confirmo en mi propia firma, para gloria de Dios».
De la misma manera, el Honorable maestro Andreas de Ochsenfurt escribió por su
propia mano lo siguiente: «Del mismo modo, yo Andreas de Ochsenfurt, Profesor
Suplente de Teología Sagrada, dejo registrado que mi opinión ponderada sobre las
materias que contiene el mencionado Tratado coinciden del todo y por completo con el
juicio escrito más arriba, y para verdad de esto doy testimonio con mi firma».
Y luego, en la misma forma, el honorable Maestro Tomás de Scotia firmó de su puño y
letra, y siguió: «Yo, Tomás de Scotia, Doctor de Teología Sagrada (aunque indigno de
ello), me manifiesto de pleno acuerdo con todo lo que escribieron nuestros Venerables
Maestros respecto de las materias que contiene el mencionado Tratado, que también
examiné y estudié con cuidado, y en confirmación de esto lo atestiguo con mi firma escrita
por mi propia mano».
Aquí sigue la segunda firma con respecto a los discursos que fueron pronunciados
desde el púlpito por predicadores ignorantes e indignos. Y en primer lugar parece
conveniente exponer los siguientes artículos:
Artículo primero: los Maestros de Teología Sagrada que firman abajo elogian a los
Inquisidores de la depravación herética, quienes, según los Cánones, han sido enviados
como delegados por la autoridad suprema de la Sede Apostólica, y con humildad los
exhortan a cumplir con su exaltada tarea con todo celo e industria.
Artículo segundo: la doctrina de que la brujería puede ejercerse por Permiso Divino,
debido a la colaboración del demonio con hechiceros o brujas, no es contraria a la Fe
Católica, sino en todo sentido coincidente con las enseñanzas de las Sagradas Escrituras;
más aun, según las opiniones de los Doctores de la Iglesia, es una creencia que puede
sostenerse con seguridad y mantenerse con firmeza.
Artículo tercero: por lo tanto es un grave error predicar que la brujería no puede
existir, y quienes en público predican este vil error, obstaculizan de manera notable la
santa obra de los Inquisidores, para gran perjuicio de la seguridad de muchas almas. No
es conveniente que los secretos de magia que a menudo se revelan a los Inquisidores sean
conocidos por todos en forma indiscriminada.
Último artículo: debe exhortarse a todos los príncipes y católicos piadosos a que usen
siempre sus mejores esfuerzos para ayudar a los Inquisidores en su buena obra de defensa
de la Fe Católica.
Por lo tanto, estos Doctores de la mencionada Facultad de Teología, que ya firmaron
antes y que también firmaron abajo, agregan sus firmas a estos artículos, tal como yo,
Arnold Kolich, notario público, que agrego mi nombre abajo, lo conocí por la
información jurada de Johann Vörde de Mechlin, hombre bueno y veraz, Bedel jurado de
la Honorabilísima Universidad de Colonia, quien me declaró esto bajo juramento, y que
(pues su letra, tal como aparece en las firmas de arriba y de abajo me son bien conocidas)
yo mismo expongo como sigue: «Yo, Lambertus de Monte, Profesor de Teología Sagrada,
Decano de la Facultad, declaro con firmeza y apruebo por entero que mantengo los
artículos aquí expuestos, y de cuya verdad doy testimonio con mi firma escrita por mi
propia mano. Yo, Jacobus de Stralen, Profesor de Teología Sagrada, del mismo modo
mantengo y en todo sentido apruebo, las artículos expuestos más arriba, en prueba de lo
cual doy testimonio agregando mi firma con mi propia mano. Yo, Udalricus Kriduiss von
Esslingen, Profesor de Teología Sagrada, también mantengo y por completo apruebo los
artículos antes expuestos y de cuya verdad doy fe agregando mi firma con mi propia
mano. Yo, Conradus von Campen, Profesor Ordinario de Teología Sagrada, declaro que
asiento y estoy en entero de acuerdo con el juicio de los profesores superiores. Yo,
Cornelius de Breda, profesor suplente, mantengo y apruebo por completo los artículos
expuestos más arriba, en prueba de lo cual doy testimonio agregando mi firma con mi
propia mano. Yo, Tomás de Scotia, profesor de Teología sagrada (aunque indigno), estoy
en todo sentido de acuerdo, mantengo y apruebo la opinión de los Venerables Profesores
que firmaron arriba, y en prueba de ello agrego mi nombre por mi propia mano. Yo,
Theoderish der Bummel, profesor suplente de Teología Sagrada, convengo por entero con
lo que escribieron arriba los honorables maestros que firmaron sus nombres, y en prueba
de ello lo atestiguo con mi firma escrita por mi propia mano. En confirmación de los
artículos precedentes, declaro que soy de la misma y plena opinión que los precedentes y
honorabilísimos maestros y profesores, yo, Andreas de Ochsenfurt profesor de la facultad
de Teología Sagrada, miembro inferior de la junta de Teólogos de la Honorabilísima
Universidad de Colonia».
Por último, el antedicho Venerable y Reverendísimo Padre Heinrich Kramer,
Inquisidor, poseía y nos mostró obra carta, escrita con claridad en pergamino virgen,
concedida y otorgada por el Serenísimo y Noble monarca, Rey de los romanos, cuyo
pergamino ostentaba su propio sello oficial real, rojo, impreso sobre un fondo de cera
azul, cuyo sello estaba suspendido y colgado del final del dicho pergamino, y estaba
completo y entero, intacto, no cancelado ni sospechoso, en modo alguno lacerado o
perjudicado, y por el tenor de las presentes el muy encumbrado señor, el mencionado y
noble Rey de los Romanos, para que, en beneficio de nuestra Santa Fe, estos asuntos
puedan ser despachados con la mayor rapidez y facilidad, en su real condición de rey muy
Cristiano, deseó y desea que la misma Bula Apostólica, de la cual hemos hablado arriba,
sea en todo sentido respetada, honrada y defendida, y puestas en vigor las cláusulas allí
establecidas, y toma a los Inquisidores por completo bajo su augusta protección, y ordena
y exige a todos y cada uno de los súbditos del Imperio Romano que muestren a los dichos
Inquisidores todo el favor posible y les concedan toda la ayuda de que necesiten en
cumplimiento de su misión, y que presten a los Inquisidores toda la colaboración según
las cláusulas que más plenamente se encuentran contenidas y expuestas en dicha carta. Y
la mencionada carta emitida por el rey comienza así y termina así, como se expone por
orden, a continuación: «Maximiliano, por Favor Divino y Gracia de Dios, Augustísimo
Rey de los Romanos, archiduque de Austria, duque de Burgundia, de Lorena, de Brabante,
de Limburgo, de Luxemburgo y de Celderlandia, conde de Flandes…»; y termina así:
«Dado en nuestra buena ciudad de Bruselas, por nuestra propia mano y sello, en el sexto
día de noviembre, en el año de Nuestro Señor un mil cuatrocientos ochenta y seis, en el
primer año de nuestro reinado». Por lo cual, respecto de todo lo que se expuso y
estableció más arriba, el mencionado Venerable y Reverendísimo Padre Heinrich,
inquisidor, en su nombre y los de sus mencionados colegas, me pidió a mí, notario
público, cuyo nombre está escrito arriba y firmado abajo, que cada documento y todos
ellos fuesen redactados en forma oficial y elaborados en la forma de instrumento o
instrumentos públicos, y ello se hizo en Colonia, en la casa y vivienda del mencionado
Venerable Maestro Lambertus de Monte, cuya casa se encuentra situada dentro de las
inmunidades de la Iglesia de San Andrés, de Colonia, en la habitación en que el mismo
Maestro Lambertus realiza sus estudios y despacha sus asuntos, en el año de Nuestro
Señor, en el mes, en el día, a la hora y durante el Pontificado, todo lo cual se expuso más
arriba, encontrándose presentes allí, en ese momento, el mencionado Maestro Lambertus
y el Bedel Johann, así como también Nicolas Cuper van Venroid, notario jurado de la
Venerable Curia de Colonia, y Christian Wintzen von Eusskirchen, empleado de la
diócesis de Colonia, ambos hombres buenos y dignos, quienes atestiguan que este pedido
se hizo y concedió de manera formal.
Y yo, Arnold Kolich van Eusskirchen, empleado de la diócesis de Colonia, notario
jurado, también estuve presente mientras los hechos anteriores se ejecutaron y
desarrollaban, y de ello doy prueba con los mencionados testigos; y en consonancia con
lo que vi y con lo que, como más arriba digo, escuché en el testimonio jurado del
mencionado Bedel, hombre bueno y digno, he escrito de mi puño y letra y sellado el
presente instrumento público, que he firmado y hecho publicar, desde que lo redacté en
esta forma oficial para su publicación, y porque así se me pidió y solicitó, lo firmé y sellé
de acuerdo con la manera solicitada, con mi propio nombre y mi propio sello, para que
pueda ser aprobado oficialmente y constituya un testimonio y prueba suficientes y legales
de que todos y cada uno están aquí contenidos, expuestos y ordenados.
O bien la incapacidad sigue a la consumación de un matrimonio, y entonces no
disuelve sus vínculos. Los Doctores señalen muchas cosas más en este sentido, en varios
escritos en que tratan de la obstrucción debida a la brujería; pero como no son
pertinentes para esta investigación, las omitimos.
Pero algunos podrán encontrar difícil entender cómo puede obstruirse esta función
respecto de una mujer y no de otra. San Buenaventura responde que esto puede ser
porque una bruja convenció al demonio que así lo hiciera respecto de una mujer, o porque
Dios no permite que la obstrucción se aplique, salvo en el caso de esa mujer en especial.
El juicio de Dios en este asunto es un misterio, como en el caso de la esposa de Tobías.
Pero lo que ya se dijo muestra con claridad de qué manera provoca el demonio esa
incapacidad Y San Buenaventura dice que obstruye la función procreadora, no en
términos intrínsecos, dañando el órgano, sino en forma extrínseca, impidiendo su uso; y
es un impedimento artificial, no natural; y por lo tanto puede hacer que se aplique a una,
mujer y no a otra. O bien anula todo deseo hacia una u otra mujer; y esto lo hace por su
propio poder, o por medio de alguna hierba o piedra, o alguna criatura oculta. Y en este
sentido coincide en lo sustancial con Pedro de Paludes.
El remedio eclesiástico en el tribunal de Dios se establece en el Canon, donde dice: si
con el permiso del justo y secreto juicio de Dios, mediante las artes de hechiceras y
brujas, y la preparación del demonio, los hombres son hechizados en su función
procreadora debe instárselos a que hagan plena confesión ante Dios y Su sacerdote, de
todos sus pecados, con corazón contrito y espíritu humilde; y a dar satisfacción a Dios
con muchas lágrimas y grandes ofrendas y rezos y ayunos.
De estas palabras resulta claro que tales afecciones sólo se deben al pecado, y sólo
ocurren en quienes no viven en estado de gracia. Luego dice cómo los ministros de la
iglesia pueden efectuar una cura por medio de exorcismos y otras protecciones y
curaciones que proporciona la iglesia. De este modo, con la ayuda de Dios, Abrahán curó
con sus oraciones a Abimelech y su casa.
En conclusión, podemos decir que existen cinco remedios que se pueden aplicar en
forma lícita a quienes se encuentran hechizados de ese modo, a saber: una peregrinación
a algún altar santo y venerable; la verdadera confesión de los pecados, con contrición; el
uso abundante de la Señal de la Cruz y de devotas oraciones; exorcismos lícitos por
medio de palabras solemnes, cuya naturaleza se explicará más adelante; y por último,
puede lograrse un remedio abordando con prudencia a la bruja, como se mostró en el
caso del conde que durante tres años no pudo cohabitar carnalmente con una virgen con
la cual había casado.
HEINRICH KRAMER (Schlettstadt, Alsacia, hacia 1430 - Brünn o Olmütz, hacia 1505)
fue un inquisidor de la Orden Dominica, conocido por ser el coautor del Malleus
Maleficarum. A edad temprana ingresó en la Orden de Santo Domingo y fue nombrado
Prior de la Casa Dominica de su ciudad natal. Fue predicador general y maestro de
teología sagrada. Antes de 1474 fue designado Inquisidor para el Tirol, Salzburgo,
Bohemia y Moravia.
JAKOB SPRENGER (Rheinfelden, 1435 - Estrasburgo, 6 de diciembre de 1495) fue un
monje dominico alemán. Ingresó como novicio en la Casa Dominica de Basilea en 1452.
Se graduó como maestro de teología y fue elegido Prior y Regente de Estudios del
convento de Colonia. En 1480 fue designado decano de la Facultad de Teología de la
Universidad. En 1488, Provincial de toda la Provincia Alemana.
Ambos fueron nombrados Inquisidores con poderes especiales, por bula papal de
Inocencio VIII, para que investigasen los delitos de brujería de las provincias del norte de
Alemania. Malleus Maleficarum es el resultado final y autorizado de esas investigaciones
y estudios.
Notas
[1] Alberto de Baviera, 1478-1508. <<
[2] «Pásame la lengua por el culo». (N. del T.). <<

También podría gustarte