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05 Editorial
05 El mundo y la serotonina. Vigencia del análisis existencial/Alberto Botto
07 Ensayo
07 La pesadilla, esa carga onírica de alto voltaje/Andrés Correa
25 Cuando la depresión no es patología: Más allá del modelo biomédico/Juan
Pablo Jiménez
38 No sé si lo estoy pasando bien o me quiero matar/Constanza Michelson
51 ¿A qué le tememos cuando hablamos de género? Reflexiones sobre la práctica
y su transmisión en psicoanálisis/Isabel Belmar y Anthea Catalán
67 Reflexión
67 La formación de Psicoanalistas/César Ojeda
72 Práctica clínica
72 Sobre lo “ganancial” en un tratamiento: Quién gana qué/Rodrigo Middleton
88 Arte y psicoanálisis
88 Paisaje interior: morfologías psicológica/María Ignacia Mardones
REVISTA APSAN
EDITOR GENERAL
Alberto Botto
COMITÉ EDITORIAL
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EDITORIAL
EDITORIAL
Alberto Botto
Una de las hipótesis más reconocidas y difundidas acerca de las bases biológicas de la
depresión forma parte la denominada teoría monoaminérgica y postula que los síntomas
depresivos serían consecuencia de un déficit de monoaminas en el sistema nervioso central.
Dentro de las moléculas más estudiadas, sin lugar a dudas, se encuentra la serotonina; no
obstante, a pesar de los enormes esfuerzos que se han destinado en dilucidar las causas
de la enfermedad depresiva, la evidencia disponible aún es insuficiente y contradictoria.
Una revisión sistemática publicada recientemente (Moncrieff et al., 2022) concluyó que no
existen pruebas convincentes de que la depresión se encuentre asociada o esté causada
por una baja concentración o una menor actividad de serotonina. Sus autores señalan que
los estudios genéticos tampoco confirman una asociación entre los genotipos relacionados
con el sistema de la serotonina y la depresión, aun considerando los modelos propuestos de
interacción con el estrés. Asimismo, sugieren la posibilidad de que el uso de antidepresivos
a largo plazo incluso puede reducir la concentración del neurotransmisor. En consecuencia,
el trabajo concluye, de modo categórico, que actualmente la teoría serotoninérgica de la
depresión no cuenta con un fundamento empírico.
Es posible que luego de una primera lectura una afirmación como la anterior pueda
parecer sorprendente o novedosa; sin embargo, si tenemos en cuenta algunas breves
consideraciones, la impresión inicial probablemente dará paso a la confirmación de que
las conclusiones del trabajo citado resultan ser bastante predecibles y, hasta cierto punto,
evidentes. Pero para eso debemos retrotraernos a los primeros años del siglo pasado.
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Diálogo entre Jacques Lacan y Henry Maldiney. Tomado de: Lacan, J. (2022). Mi enseñanza y otras lecciones. Buenos
Aires: Paidós.
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El domingo 3 de marzo de 1907 pasará a la historia del psicoanálisis por ser el día
en que Sigmund Freud se reunió por primera vez en Viena con el que sería uno de sus más
reconocidos discípulos (aunque, como se sabe, al poco andar se transformaría en uno de
sus mayores detractores): Carl Gustav Jung. De tal encuentro sobrevive la famosa anécdota
de la súbita aparición de un inexplicable ruido y las divergentes posturas que ambos
interlocutores asumieron al momento de interpretarlo. Sin embargo, pocos recuerdan que
ese día, junto con la mujer de Jung, Emma Rauschenbach, los acompañaba también el
joven psiquiatra suizo Ludwig Binswanger con quien Freud trabó una fecunda amistad y
que luego se transformaría en el precursor de la corriente analítico-existencial (Askay &
Farquhar, 2006).
El análisis existencial —sostendrá Binswanger— es una forma de investigación
científica acerca del ser humano basada en la analítica existencial de Martin Heidegger
que presenta la existencia en su estructura fundamental de ser-en-el-mundo (Binswanger,
1973). El mundo es entendido aquí formando una unidad inextricable con el ser humano,
demoliendo de golpe la separación —que, por otra parte, ha sostenido al edificio de la
ciencia durante siglos— entre sujeto y objeto. Es así como la consciencia, el yo, o el sujeto
no se constituyen como entes aislados y autónomos que, por decirlo así, se encuentran
uno al lado del otro, entre el resto de los entes y que, ocasionalmente, pueden entrar en
contacto, sino que, por el contrario —como afirmará Ortega incluso antes que Heidegger—
se encuentran invariablemente inmersos y determinados por su mundo, por su circunstancia.
A diferencia de los animales que se desenvuelven en un ambiente y cuyas reacciones
están, de alguna manera, determinadas por una naturaleza de la cual no pueden escapar,
el hombre se encuentra arrojado en ese, su mundo, donde es libre y puede, por lo tanto,
no solo elegir, sino también elegirse en esa elección.
La principal conclusión que podemos sacar de todo esto es que ser humano implica
ser en el mundo (un mundo pleno de posibilidades y significados) y que esta estructura forma
una totalidad cuya aprehensión —nunca estará de más insistir en ello— es el fundamento
de toda psicopatología. Así, por citar un par de ejemplos notables, vale la pena recordar
las descripciones fenomenológicas del mundo del obsesivo formuladas por von Gebsattel
o aquellas acerca del mundo del depresivo hechas por Minkowski. En segundo lugar, esta
codeterminación entre hombre y mundo supone que es imposible entender los procesos
biológicos como funciones aisladas, perdidas allá en las prístinas regiones de la objetividad;
en ese sentido, ¡hasta la serotonina se encuentra en un mundo! Por lo tanto, ahora estamos
en condiciones de entender por qué las explicaciones puramente biológicas formuladas
para dar cuenta de fenómenos complejos que involucran al ser humano en su totalidad y
que, por lo mismo, ocurren en el mundo, fracasen estrepitosamente, una y otra vez.
Referencias
Askay, R., Farquhar, J. (2006). Apprehending the Inaccessible. Freudian Psychoanalysis and
Existential Phenomenology. Northwestern University Press.
Binswanger, L. (1973). De la dirección analítico-existencial de la investigación en psiquiatría.
En Artículos y conferencias escogidas (pp. 166-190). Gredos.
Moncrieff, J., Cooper, R. E., Stockmann, T., Amendola, S., Hengartner, M. P., & Horowitz, M.
A. (2022). The serotonin theory of depression: a systematic umbrella review of the evidence.
Mol Psychiatry. https://doi.org/10.1038/s41380-022-01661-0
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ENSAYO
REFLEXIÓN
ENSAYO
Andrés Correa1
George Bataille
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Psicoanalista Apsan. Jacorreamo@gmail.com
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ENSAYO
La boda en discordia
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Giorgio Vasari (1511 – 1574) y Johann Winckelmann (1717 – 1768) quizás los dos más importantes historiadores del arte
hasta fines del siglo XIX, impusieron esta clase de epistemología basada en la arqueología. Aby Warburg (1866 – 1929), en
cambio, desarrolló un modelo de historia del arte basado en una suerte de antropología psicoanalítica.
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esto es lo más relevante para él– la idea de que en ella hay siempre algo rechazado
que, como un residuo extemporáneo, sobrevive dentro de su forma. Si bien esta
última idea deja entrever la directa influencia del pensamiento de Freud3 –quién en
vez de “rechazado” diría “reprimido”–, Warburg retoca su significado al añadirle la
noción de “sobrevivencia” (nachleben). Esta noción remite inmediatamente a la de
resistencia; hacia ese ‘algo’ que, a pesar de la fuerte opresión que se ejerce sobre
él, insiste en permanecer vigente. Con ello, se podría decir que Warburg invita a
pensar el síntoma –y por ende el sueño– fundamentalmente a través del concepto
de “retorno”: concepto psicodinámico con el que Freud (1896), rompiendo con la
linealidad del tiempo, describe como algo reprimido del pasado aparece actualizado
–intrincándose– en el presente. Es esta condición de “intrincamiento no resolutivo”
que caracteriza a la forma del síntoma, lo que más le atrae al pensamiento epistémico
de Warburg, ya que es en este donde, según él, se funda y mantiene la tensión de
la obra de arte, esa con la que esta empuja hacia una reflexión.
3
Warburg recibe, indirectamente, esta influencia a través de su tratamiento con Ludwig Binswanger (1881 – 1963),
psiquiatra suizo que no sólo tuvo cercanía con Freud, sino que también formó parte del temprano “Grupo Freud” que Carl
Gustav Jung lideraba en Suiza.
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ENSAYO
que resume tan bien la cita de Novalis, él desarrolla una concepción del arte que
termina más bien emparentándose con la noción de trauma, específicamente con
esa con la que, en un momento, él llegará a definir la experiencia de ‘lo real’.
En ese momento Lacan (1964) plantea que “el análisis, más que ninguna otra
praxis, está orientado hacia lo que, en la experiencia, es el hueso de lo real…” (p.
61). Es con esta última frase con la que él parte vinculando la idea de lo real con la
de trauma y, creo, que dentro de esta, es la palabrita ‘hueso’ la que hace de bisagra
entre las dos. Si bien se pueden hacer varios juegos de sentido con esta palabra,
estos, en su mayoría, se apuntalan en su función anatómica, vale decir, en el rol
estructurante y sostenedor que el hueso, en su conjunto, cumple para la estabilidad
del cuerpo. Es por ello que cuando hablamos del “hueso de algo” hablamos de su
eje, de su centro, de ese núcleo que sólo podemos visualizar por medio de la herida:
la hendidura por la que parece encaramarse nuestra más temida interioridad.
Se podría entonces decir que
“
con la expresión “el hueso de lo real”,
Lacan llama al analista a colocar su
Se podría entonces decir que con la
mirada en ese lugar prohibido, íntimo,
expresión “el hueso de lo real”, Lacan
nuclear, en el que inconscientemente
llama al analista a colocar su mirada en
se reserva y refugia la médula de la
ese lugar prohibido, íntimo, nuclear, en
emocionalidad del paciente. Ahora
el que inconscientemente se reserva y
bien, ¿en que parte de la experiencia
refugia la médula de la emocionalidad del
se encuentra supuestamente
paciente. Ahora bien, ¿en que parte de la
ese lugar? Aparentemente en la
experiencia se encuentra supuestamente
cicatriz: la huella sintomática del
ese lugar?
trauma –palabra que, a su vez,
viniendo del griego trauma significa
originariamente ‘herida’. En un plano psicológico, la cicatriz es la señal de un
trauma (herida) cuyo contenido se cerró no tanto por su desmesura sino más por su
‘indefinición’; condición desde la que parece muchas veces despegar la cualidad
de lo primero. Desde esta perspectiva, lo inconsciente, en cuanto hiere, es algo
amorfo, larvario, que, inmerso en el circulo de lo no nacido, está a la espera de una
definición. Esta situación hace que el camino exploratorio hacia lo inconsciente sea
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espeso, cenagoso, tanto que, para avanzar por este, es inevitable tener que cargar
con la fatigosa frustración de no poder abrazar ese significado que insistentemente
se nos aplaza. Este es el terreno donde el gesto de la resignificación (nachträglich)
–con su efecto retardado– cumple su cometido; ese, cuyo contenido se concibe,
a primera vista, como algo que de manera casual aparece repentinamente en el
camino. Digo “a primera vista” porque esa casualidad es sólo aparente, ya que en
realidad el contenido de la resignificación es más bien el corolario consciente de un
extenso, frustrante e inadvertido proceso de elaboración inconsciente: proceso en
el que el sueño juega un rol facilitador.
Si el sueño facilita el proceso de la elaboración inconsciente, entonces, la
pesadilla lo interrumpe. Esto último, aparentemente ocurre por la ‘pesadez’ que
la propia literalidad de la palabra pesadilla denota ¿Cuál es el tipo de pesadez
que supuestamente se siente a través de esta? Pareciera que se trata de una cuyo
peso oprime, aplasta. Esta idea aparece visualmente representada en el cuadro
La pesadilla de Heinrich Füssli (1781). En este lienzo aparece una mujer dormida,
subyugada por un íncubo (demonio que se presenta en sueños de tipo erótico)4
quién, en una postura de empolladura, figura, en señal de posesión onírica, posado
sobre el vientre de esta. La sensación de opresión en el cuerpo es una de las
manifestaciones físicas de la angustia: el sentimiento con el que se tiende a iniciar,
desarrollar y a bruscamente suspender la trama de la pesadilla. La angustia, con su
intenso y creciente escozor, impide que la inercia a la que naturalmente propende
el movimiento de la elaboración inconsciente, se perpetúe en su aleatoriedad
asociativa. Para conservar la inercia de dicho movimiento pareciera ser necesario
atenuar la presión que, sobre lo inconsciente, ejerce la angustia; hacer de su
aplastante peso algo ligeramente oxigenante. Si ello resultase ser así, habría que
decir entonces que el acto de la resignificación que interviene en la pesadilla no es
una coronación, sino más bien un abrupto punto de inflexión dentro del proceso de
la elaboración inconsciente; uno que, al momento de imprimirse, hace que el curso
de este proceso gire violentamente en otra dirección. Este punto no sólo determina
la lectura que se hará de la experiencia pasada, sino también la que se hará de la
futura.
4
El íncubo (del latín in: “sobre” y de cubare: “yacer”) es un demonio en la creencia y mitología popular europea de la
Edad Media, que se supone se posa encima de la víctima durmiente, para tener relaciones sexuales con ella. El súcubo es
su contraparte femenina.
12
ENSAYO
5
Cf. Historia del diablo de Robert Muchembled (2002), Ed. Fondo de cultura económica, México.
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panteón de los dioses griegos, fue siempre un dios resistido. Ello no se debió
tanto a su procedencia, sino más bien a esa fascinante pero a la vez atemorizante
locura extática que su culto despertaba. Con este culto; el desenfreno, el frenesí,
el espanto, el horror, en fin, todas esas exaltaciones afectivas en las que participa
directa o indirectamente la angustia, se abren como nuevas fuentes de inspiración
artística, específicamente de esa –advierte Nietzsche (1886)– de la cual nace el
pensamiento trágico; el tipo de pensamiento que, de cuyas venas brota, lacerando,
un oscuro saber.
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ENSAYO
provocación afectiva? Pienso que se trata de ese leve pero inquietante rumor que,
formándose alrededor de esa materia, hace que el significado encriptado de esta
aparezca flotando en medio de una atmósfera de suspenso. El suspenso es un estado
anímico que se crea a partir de ese punto en donde la sensación de peligro se cruza
con la de enigma. Su curso, intrigante, lo fija la inminencia de algo supuestamente
desconocido que tenuemente vislumbramos a través de una temerosa curiosidad.
La actividad cognoscente está anclada en la lógica de la autoconservación;
originariamente animada por ese instinto de sobrevivencia que nos empuja a tener
que captar y controlar aquello que nos resulta amenazante. Esta meta hacia la cual
parece apuntar el desarrollo del conocimiento aparece, según Freud (1915), ya en
el albor de la vida cognitiva, dice: “no son intereses teóricos sino prácticos los que
ponen en marcha la actividad investigadora del niño. La amenaza que para sus
condiciones de existencia significa la llegada… de un nuevo niño, y el miedo de que
ese acontecimiento lo prive de cuidados y amor, lo vuelven reflexivo y penetrante”
(p. 177)6. Freud entiende esta actividad como una que, si bien se apuntala en la
“pulsión de apoderamiento”, trabaja con la energía de la “pulsión de ver”; es decir,
con la excitación libidinosa que provoca la impresión óptica. Ahora bien, cuando
Freud se refiere específicamente a esta última pulsión lo hace, curiosamente, desde
un prisma estético, señala: “sobre la transitabilidad de ese camino [de la pulsión
de ver] se apoya –si es que está permitido este abordaje teleológico– la medida en
que hace desarrollarse al objeto sexual en el sentido de la belleza. La ocultación
del cuerpo… mantiene despierta la curiosidad sexual, que aspira a completar el
objeto sexual mediante el desnudamiento de las partes ocultas” (p. 142). Creo
que esta temprana intuición de Freud se prolonga y depura posteriormente en la
idea de “conflicto estético” de Donald Meltzer (1988), concepto con el que este
autor construye su último y particular modelo de desarrollo psíquico. Al vincular
la idea de lo “estético” con la de “conflicto”, Meltzer plantea que la experiencia
de la belleza es, en sí misma, una experiencia conflictiva; una que, a su vez, está
en el origen del desarrollo del conocimiento. La imagen primaria en la que parece
descansar este modelo, es la de un bebé que, embelesado con el cuerpo de su
6
Si bien esto aparece publicado en “Tres ensayos de la teoría sexual” (1905), la sección en la que Freud habla específicamente
de este asunto fue agregada en 1915.
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madre, se siente impulsado, o más bien acuciado, a tener que escrutarlo. Según
Meltzer, el impacto que tiende a provocar la belleza de una persona, un objeto o
una escena, tiene que ver con ese extraño encanto sensual que nos produce eso
que, no dejándose comprender, nos cautiva. En este sentido, plantea que todo
aquel que pretenda abordar la enigmática condición de este peculiar impacto,
tiene que estar dispuesto a dejarse embargar por esa inexplicable perplejidad en
que este inicialmente lo dejó.
Si bien esta concepción de Meltzer significó una importante contribución
para el pensamiento psicoanalítico de la belleza –especialmente por su relación
con la pulsión epistemofílica–, esta sigue siendo una que se mueve dentro del
restringido marco que se trazó a partir del tradicional concepto de esta, no dando
cabida, por tanto, a esa ambigua dimensión en que lo bello entra en íntimo contacto
con lo feo. Esta insólita unión no es para nada un fenómeno nuevo. El mundo de
la antigüedad griega estaba repleto de figuras que la encarnaron; sirenas, harpías,
gorgonas, fueron algunas de estas. Dentro de este específico bestiario mítico se
encontraba también la “esfinge”; ese monstruo híbrido con alas de ave, cuerpo de
león, cara y pechos de mujer7 que, personificando la incógnita que debe resolver
Edipo en el umbral de la trama que lo llevará a completar su trágico destino8,
ha cumplido una importante función dentro de la ecuación psicoanalítica de lo
inconsciente. Según cuenta el filólogo Cristóbal Macías (2012), la esfinge griega
tiene junto a su valor funerario –determinado originariamente por su ancestro
egipcio–9, “un curioso componente erótico” (p. 252). Este componente, plantea
él, lo fijó la faceta femenina con la que la versión griega alteró la masculina versión
egipcia (cuerpo de león y cabeza de hombre). Se podría decir que es mediante esta
renovada composición con la que la esfinge, desde su condición de enigmática
monstruosidad, hace que ese hermético y nocturno mundo subterráneo que a
través de ella se tiende a asociar con la muerte, aparezca levemente erotizado.
Siguiendo por medio de esta misma línea interpretativa, la escritora Pilar Pedraza
(1991) plantea que la figura del íncubo –la misma que aparece en el cuadro de
7
Esta es una de las versiones de la Esfinge griega, específicamente la que aparece en Edipo rey de Sófocles.
8
En la obra de Sófocles, Edipo se encuentra con la esfinge poco antes de ingresar a la ciudad de Tebas.
9
La esfinge egipcia era el dios-león: “guardián del mundo subterráneo, del mundo nocturno y de la muerte” (Macías, p.
252).
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ENSAYO
10
Este mecanismo, aunque en un contexto de duelo, también se encuentra en el “juego del carrete (fort - da)” que Freud
describe en la conducta del niño cuando su madre lo deja durante algunas horas. Cf. Cap. II de “Más allá del principio de
placer” (1920), Vol. XVIII, Ed. Amorrortu, Buenos Aires (pp. 12 -17).
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Sus imágenes fuerzan, con la implacable arremetida del shock, a mirar lo que no
se quiere ver de si, haciendo que finalmente el yo del soñante, sacudiéndose de
su sopor, prontamente se levante para impedir que se cumpla con dicha exigencia.
En este contexto, el despertar funciona como ese “corte” que repentinamente se
escucha cuando el director de la película, molesto ante lo percibido, decide detener
la grabación. Pareciera que la pesadilla, para cancelarse en su registro, requiere de
la intervención de una censura conscientemente voluntaria por parte del sujeto
que la padece, tal como lo hace Edipo cuando, después del impacto de percibir
el cuadro general de su historia, decide, arrancándose los ojos, borrarse la mirada.
Ahora bien, dicha cancelación nunca es total. El natural derrotero por el cual
el despertar hace que el contenido del sueño caiga aceleradamente en el olvido se
ralentiza en el caso de la pesadilla, ya que esta tiende, por su punzante egodistonía, a
quedarse, al menos en parte, atascada en algún recodo de la memoria del soñante.
Probablemente esta sea la condición que despierta en el paciente la urgencia de
que aparezca otro –otra mirada– que, mediando, intervenga entre él y su sueño.
En este sentido, creo que la pesadilla es el tipo de experiencia que un paciente, sin
antes haber recibido la instrucción psicoanalítica de comunicar su material onírico,
tendería a relatar espontáneamente en la sesión.
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ENSAYO
una extrañeza (sueño) o de una angustia (pesadilla)– sea, junto al deseo, uno de
los ejes por medio de los cuales suele desplazarse el contenido de lo onírico. Diría,
también, que esta es la razón que se haya implícita dentro de esa máxima con la
que Lacan (1976), rematando, resume su concepción del sueño: “todo sueño es
una pesadilla, aunque sea una pesadilla moderada” (p. 123).
Ahora, ¿qué es lo que hace que el sueño, siendo una pesadilla moderada,
pase a ser tajantemente una pesadilla? Si se continúa por la senda teórica de Lacan
(1964), creo que habría que considerar su concepto de “pantalla”. Para él, la pantalla
es una suerte de retícula cuya textura, al estar definida por los esquemas y códigos
de representación propios de una cultura, determina la estructura de la mirada del
sujeto que se encuentra inmerso en esa misma cultura. En este sentido, la pantalla
“es la reserva de asociaciones culturales” (Valdés, 2006, p. 250) que, a modo de
cedazo (censura), media entre el sujeto y el objeto; tanto entre la mirada que el
primero le dirige al segundo como entre la que le dirige el segundo al primero.
Esta mediación, según Lacan, cumple con la función de apaciguar, domar y atrapar
en una imagen esa parte del campo visual que, provocándonos una “pulsátil y
esplendente” (p. 96) mirada, nos desencaja, excediéndonos por un momento en
nuestra capacidad figurativa. Cuando esta pulsátil luminosidad logra permanecer
en la mirada más allá de lo resistible, la pantalla, desgarrándose en su tejido, se
rompe, quedando con ello desactivada la función mediadora que se encarga de
amortiguar el impacto de ese brillo. Como se puede ver hay una evidente similitud
entre la función que Lacan le adjudica a la pantalla en el contexto del trabajo
onírico y la que Nietzsche le atribuye a lo apolíneo en la creación artística; ya que
sin esa transparente telilla que antepone el espíritu de lo apolíneo, la visión de lo
dionisiaco, con sus sulfúricos destellos, se nos abriría, de golpe, en medio de una
escalofriante sensación.
Apropiándome de una expresión de Adriana Valdés (2006)11, diría que en
la pesadilla “no hay ya un sujeto que mira sino un sujeto que se encuentra en la
mira” (p. 249). La ausencia de control que comúnmente el soñante experimenta
en relación al curso de su sueño es aún más categórica en la pesadilla, puesto que
11
Adriana Valdés (1943 - ) es una destacada ensayista chilena que ha dedicado gran parte de su carrera a analizar una
vastísima variedad de obras plásticas y literarias.
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ENSAYO
Para él, el sueño constituye una barrera que protege al durmiente de aquellos
fenómenos vivenciales que lo abruman. Al marcar el punto de separación entre los
elementos conscientes e inconscientes, el sueño es un estado que se desarrolla en
forma paralela al dormir, sin anteponerse a este. Ahora, para Bion, este estado, a
diferencia de lo sostenido por Freud (1900), no se produce solamente durante el
dormir, sino que también durante la vigilia. En este sentido, el sueño no sólo hace
posible el dormir sino también el estar despierto. De esta idea se desprende esa
extraña afirmación en la que él sostiene que el sujeto incapaz de soñar es, a su
vez, incapaz de permanecer dormido y despierto. En ambos estados, el proceso
de lo inconsciente, no logrando mantenerse dentro de la vía que corre de manera
paralela a la de la consciencia, es uno que irrumpe dentro de esta; perdiendo, por
así decirlo, su condición de pensamiento en segundo plano. En el caso del dormir,
ello se manifiesta a través de esa angustiante confusión con la realidad que el
soñante siente al momento de despertar de su pesadilla. En el caso de la vigilia, en
la dificultad que tiene un sujeto para poder mantener a cierta distancia las diversas
fantasías que colateralmente se le vienen a la mente cuando se encuentra focalizado
en una determinada actividad. El paciente psicótico es el prototipo de paciente en el
que, según Bion, se puede claramente observar esta incapacidad; específicamente
en la desorganización de su pensamiento consciente o –si se considera la versión
defensiva de este– en la rigidez y concretud de un pensamiento que rápidamente
se ahoga en su falta de resonancia.
Apoderándose del concepto de “barrera de contacto” que Freud (1895) –
aunque en otro contexto– acuña en su “Proyecto de psicología” 12 para neurólogos,
Bion plantea que la barrera psíquica que crea el trabajo de lo onírico es también una
franja donde la actividad de la consciencia se cruza con la de lo inconsciente para
mutuamente transformarse. De este modo, el sueño, para él, no sólo se comporta
como una membrana aislante, sino también como una osmótica. De acuerdo con
esto, se podría decir que su noción de “barrera de contacto” –la que a mi juicio
enriquece la de “pantalla” que propone Lacan– es una que intenta reanudar la
senda que Freud (1915) inauguró –pero que por alguna razón suspendió– a través
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Este concepto neurofisiológico que Freud crea en este texto describe la idea que posteriormente se conceptualizará
mediante el término de sinapsis.
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ENSAYO
Referencias
________ (1900). Interpretación de los sueños, en Obras completas Vol. IV, Ed.
Amorrortu, Buenos Aires.
_______(1905). “Tres ensayos de teoría sexual”, en Obras completas, Vol. VII, Ed.
Amorrortu, Buenos Aires.
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ENSAYO
ENSAYO
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Dr. med. Psicoanalista, Profesor Titular de Psiquiatría, Universidad de Chile. Director Instituto Milenio para la
Investigación en Depresión y Personalidad, MIDAP
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ENSAYO
entra de lleno en el tema de los determinantes sociales del bienestar y del malestar
subjetivo individual y colectivo y nos obliga a entender el fenómeno en el horizonte
más amplio de la inter- y la transdisciplina y de la interseccionalidad. Es claro que
el Sistema de Salud y de Salud Mental en particular, no puede hacerse cargo de
condicionantes que dependen de la situación de desigualdad social extrema y de
desastre ecológico al que nos ha conducido un modelo de desarrollo que sólo
considera variables macroeconómicas, pero que es sordo y ciego al impacto y sus
consecuencias en la percepción y la subjetividad de una mayoría que se siente
desprotegida y maltratatada por el Estado y por la Sociedad (Jiménez 2020).
Para ser justos, creo que la propia investigación en Salud Mental ha
contribuido a esta expansión del significado de depresión, más allá del diagnóstico
clínico. En epidemiología, es frecuente el uso de tamizajes (screening), que
buscan ubicar en una comunidad grupos que están en mayor riesgo de padecer
de una patología para así concentrar los esfuerzos sanitarios en ese grupo. En
investigación epidemiológica en depresión se utilizan instrumentos (como el PHQ9),
generalmente autoreportes, que miden síntomas depresivos, aún cuando estos no
permiten diagnosticar “depresión clínica”, sólo sospecha de ésta. Por ejemplo,
en la encuesta de Salud del 2017 (Minsal) el 15.8% de la población general sobre
los 18 años de edad reportó haber sufrido de síntomas depresivos el último año
pero sólo el 6.2% fue diagnosticado clínicamente con esta patología. Entonces,
debemos pensar que esa fracción de la población con síntomas depresivos que no
alcanzan a configurar una depresión clínica, son personas que sienten un malestar
que no es necesariamente patología. Por cierto, si el malestar se intensifica y se
hace muy frecuente esas personas enfermarán, pero muchas no lo harán y serán
capaces de modificar en la realidad los motivos que originan el malestar (Jiménez y
cols. 2020, Jiménez 2021). Así, llegamos al tema de la depresión como adaptación.
En este capítulo trataremos de entender la depresión como adaptación desde
dos perspectivas teóricas. Desde la teoría de la evolución y desde el psicoanálisis.
Como veremos, ambas vertientes son muy parecidas en su manera de entender la
relación más bien borrosa entre patología y normalidad.
Partamos diciendo que frente a una persona que se presenta con ánimo
bajo, anhedonia o incapacidad para disfrutar y baja autoestima con autoreproches,
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“
Tanto la teoría de la evolución como
Tanto la teoría de la evolución
como el psicoanálisis nos arrojan luces
el psicoanálisis nos arrojan luces para para entender cómo y cuándo una
entender cómo y cuándo una depresión depresión puede ser una respuesta
puede ser una respuesta adaptativa a
situaciones de la vida, esto es, más que adaptativa a situaciones de la vida,
patología una señal de alerta frente a esto es, más que patología una señal
conflictos. de alerta frente a conflictos.
Que nuestros genes controlan el desarrollo de nuestras manos y cerebro para
que tengamos la ventaja de manipular objetos es bastante claro. En la evolución
de nuestra especie, los cambios en nuestro cuerpo y el comportamiento debido
a los cambios en los genes pueden dar lugar a la selección de aquellos cambios
que son más favorables para la supervivencia y la reproducción. El pensamiento
darwiniano sobre medicina también puede ayudar a entender el origen de varias
enfermedades. El ejemplo más claro es la mutación que da lugar a la anemia
de células falciformes, que es más común en zonas de infección por malaria, ya
que puede proteger contra la infección debido a la estructura modificada de la
hemoglobina en los glóbulos rojos.
Pero la depresión es un estado emocional complejo, y si queremos entender
la depresión en relación con la evolución de nuestra especie, debemos primero
considerar las emociones. Una característica común entre los diferentes estados
emocionales es que son una respuesta a señales, tanto externas como internas,
que están vinculadas a una recompensa positiva o a un daño. Han evolucionado
para que el individuo sobreviva mejor. El miedo es una emoción que ayuda a un
individuo a escapar de una situación peligrosa, mientras que el placer anima a un
individuo a tratar de repetir las acciones, como el sexo, que le dieron origen. Se
pueden hacer argumentos similares para otras emociones como la ira, el asco y la
tristeza.
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ENSAYO
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ENSAYO
más realista y maduro, es quizás lo que explique que, a lo largo de los siglos,
todas las culturas celebren alguna forma de melancolía, aun cuando también traten
de domeñarla con ritos, narraciones y ceremonias religiosas. Filósofos griegos,
como Platón y Aristóteles destacaban que debemos a la melancolía las mayores
bendiciones y la definían como un “don divino”. Aristóteles se preguntaba sobre
la relación entre melancolía y genialidad: “¿Por qué parecen ser de temperamento
melancólico todos los hombres que se han destacado en filosofía, poesía y
arte?” Pareciera así que en el proceso de superación del ánimo depresivo hay un
mecanismo universal de crecimiento personal y cambio psicológico que, incluso,
está en la base de los procesos creativos.
El pensamiento de Freud, creador del psicoanálisis, está fuertemente
influenciado por las ideas de Darwin. De hecho, las explicaciones evolucionarias
sobre la función adaptativa de la depresión, son totalmente compatibles con la teoría
psicoanalítica del desarrollo psicológico individual y del impacto de las pérdidas
significativas en la génesis de la depresión. Esto es muy claro si consideramos el rol
articulador que tiene la teoría del apego entre ambas perspectivas, la evolucionaria
(evo, por evolution en inglés ) y la perspectiva psicoanalítica del desarrollo individual
(devo, por development en inglés).
John Bolwlby, psicoanalista británico, padre de la teoría del apego e
introductor de la etología en la psicología invidivual, plantea que, “en el caso de
sistemas biológicos, la estructura toma una forma que está determinada por el
tipo de ambiente en el cual el sistema ha estado de hecho operando durante su
evolución… A este ambiente yo propongo llamarlo ‘ambiente de adaptación’ del
sistema. Sólo dentro de su ambiente de adaptación se puede esperar que un sistema
opere eficientemente.” (John Bowlby 1969). De esta afirmación se deduce que, para
entender el rol de la tristeza como señal de pérdida y su impacto en la génesis de la
depresión, debemos conocer las características del “ambiente de adaptación” en el
cual se formó y desarrolló nuestra especie humana. Nuestro cuerpo, mente y cerebro,
evolucionaron durante millones años para adaptarse al medio ambiente de la sabana
africana. A partir de la aparición de la agricultura, hace unos 10.000 años, empieza un
proceso de “modernización” individualista que se ha acelerado en los últimos siglos
y decenios. Pero, ¿cuáles eran las características adaptativas al ambiente “original”
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“
Del mismo modo como la teoría de la
reportan sentimientos de tristeza o
desánimo. En estas comunidades
evolución entiende el presente de la la expresión de sentimientos,
especie humana en función de su historia
evolutiva, para el psicoanálisis, las especialmente de afectos negativos,
preocupaciones psicológicas del presente, se considera culturalmente reprobable.
normales y patológicas, son un reflejo de En cambio, presentan molestias
precursores infantiles. como dolor, somnolencia, fatiga y
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La depresión anaclítica o síndrome de hospitalismo, fue descrita por René Spitz en 1945 en niños/as que sufrían un
abandono más o menos brutal y prolongado por parte de sus madres o cuidadoras primarias durante el primer año de vida,
tras haber tenido el niño/a una relación normal con ellas. Posteriormente, Sidney Blatt las generalizó como un tipo básico
de depresión también en el adulto. El término “anaclítico” proviene del griego (apoyarse en, acostarse sobre) y se refiere a
la necesidad de dependencia de los demás, que es uno de los organizadores básicos de la personalidad.
34
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“
Tanto psicoanalistas como filósofos han
filósofos han planteado que la
condición humana de posibilidad de
planteado que la condición humana la depresión está en la conciencia de
de posibilidad de la depresión está en
nuestra limitación ontológica, de la
la conciencia de nuestra limitación
ontológica, de la carencia o falta básica carencia o falta básica que radica en
que radica en lo más profundo de nuestra lo más profundo de nuestra propia
propia subjetividad. subjetividad. La esperanza emana de
la melancolía que experimentamos al
tomar conciencia de que nunca estaremos completos, de que siempre “parece
faltar algo” en el momento presente.
Si entendemos la melancolía en el contexto más amplio de la naturaleza
humana, encontramos los factores de los que se nutre, –como la noción de
pérdida, la conciencia de la transitoriedad de la vida y el recuerdo de nuestra
primera infancia, cuando formábamos un todo con nuestra madre y el mundo–, y
aquello que nos permite superarlos, sin que por ello desaparezcan del todo, esto
es, nuestra capacidad de pensar con una conciencia expandida y de crear algo
nuevo haciendo uso de nuestra creatividad. Estos son aspectos opuestos que los
humanos compartimos desde que el mundo es mundo, y sobre los que hemos
intercambiado experiencias e historias a través de los siglos, en todas las culturas y
que están en la base del sentimiento religioso. Como psicoanalista he acompañado
muchos procesos terapéuticos individuales a lo largo de los cuales se produce este
cambio, diría, de una depresión negativa a una melancolía positiva.
De este modo, la melancolía causada por la experiencia negativa de la
pérdida lleva implícita una promesa, la esperanza en un nuevo comienzo. En este
sentido, somos seres duales en los que confluyen de manera simultánea emociones
antagónicas de tristeza y alegría. Y eso es precisamente lo que nos conmueve como
seres humanos y nos proporciona un sentimiento de solidaridad, algo fuera del
alcance de los fríos mecanismos de la economía de mercado, que no son más que
un pálido reflejo de nuestra naturaleza humana, orientados a explotar con fines
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Referencias
Bowlby J: Attachment and Loss, Loss: Sadness and Depression Volume 3. London:
Hogarth Press; Harmondsworth: Penguin; 1981.
Darwin Ch, Francis ed. (1887) The life and letter of Charles Darwin, including and
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ENSAYO
Freud S (1915 [1917]) Duelo y Melancolía. Tomo XIV, Buenos Aires: Amorrortu.
Freud S (1926) Inhibición, Síntoma y Angustia. Tomo XX, Buenos Aires: Amorrortu.
Jiménez JP, Behn A, Manzi J y Flores P (2020) Depresión y Malestar social en Chile
(I): Lo que no sabemos. Ciper Académico, 05.12.2020.
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Constanza Michelson1
1
Fragmento del libro de Constanza Michelson, Hacer Noche: insomnio, arritmia y otros modos de existencia. Editorial
Paidos, Santiago-Chile, Marzo 2022. Reproducido con autorización.
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2
The BMJ: FDA to review “missing” drug company documents. https://www.bmj.com/content/330/7481/7
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depresión a casi cualquier persona que llegaba con algún tipo de malestar anímico,
porque era la única forma de que accediera a atención psicológica y que los centros
de salud recibieran los fondos para que los equipos contaran con un terapeuta. En
ese tiempo sabíamos, y se lo hacíamos saber a los pacientes, que hacíamos una
trampa piadosa; nunca creímos que todas esas personas padecieran una depresión,
pero necesitaban ser escuchadas.
El tratamiento oficial consistía en algunas sesiones de psicoterapia y un
tratamiento farmacológico llevado por un médico general; el esquema era bastante
uniforme: las depresiones “moderadas” recibían un ansiolítico y un antidepresivo;
las “leves”, aunque no era la idea, también, y las “severas” derivadas a psiquiatría.
Se comenzó a medicar a destajo, a los mucho o poco deprimidos, a los viejos que
ya llevaban años de adicción a las benzodiacepinas se les cambiaba el tratamiento
como un mal menor. Recuerdo a un colega que participaba en un estudio de
Prozac, con el propósito de demostrar que funcionaba mejor que los genéricos
para los trastornos de personalidad. Investigando sobre estos asuntos, leí que en
esos años el laboratorio había perdido el juicio para proteger su patente y evitar
que se comercializaran los equivalentes.
Hacíamos lo que podíamos, y creo que aun no éramos tan conscientes de
cómo se expandía una maquinaria que encapsulaba a la experiencia interior en el
lenguaje sanitario, homogenizándolo todo. Creo que tanto los terapeutas como
los pacientes empezaron a creer en los diagnósticos, como si fueran la causa y la
verdad del malestar, antes que un rótulo orientador. El lenguaje del campo de la
salud mental se fue volviendo institucional, desmoralizante.
Si se busca en la literatura psiquiátrica se pueden encontrar estudios que
demuestran pocos riesgos y alta efectividad en psicofármacos, tanto como lo
contrario. Generalmente ambos lados se acusan mutuamente de fallas metodológicas
en sus estudios, así como de conflictos de interés. Y ocurre lo mismo en los relatos
de las personas: hay quienes encuentran calma química y otros que se sienten
despersonalizados.
El biólogo Peter C. Gotszche publicó un polémico libro3, en el que afirma
3
P. C. Gotszche. Psicofármacos que matan y denegación organizada. Los libros del Lince. Barcelona, 2016.
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que lo que se está haciendo con los fármacos nuevos es lo mismo que ocurrió hace
décadas con las benzodiacepinas: sobreindicarlos y no responder por sus efectos
secundarios. No se termina de asumir que pueden generar dependencia, y que
crean un círculo vicioso: cuando alguien se siente mal al dejar los fármacos se suele
asumir que se trata de una recaída antes que de una abstinencia, se vuelven a
recetar y se cronifica a los pacientes. Además, se ha instalado la idea de que los
trastornos son producidos por un desequilibrio químico que habría que recuperar,
pero la mayor parte del tiempo no se hace un examen para verificar, como se haría
con una diabetes, tal desequilibrio o medirlo para cuantificar las dosis a prescribir.
¿De qué se trata entonces, de una metáfora, de la extrapolación abusiva de ciertos
hallazgos? ¿O es como en el tiempo de Freud coquero, una presunción sostenida en
el hecho de que los fármacos siempre generan algún efecto en el sistema nervioso?
Si bien Gotszche ha sido muy discutido, hay un término que propone al
que debiésemos atender: en el campo de la salud mental hay una denegación
organizada. Se actúa negando que, a diferencia de otros campos médicos, en el
mental no hay cosas concluyentes, pero se actúa como si lo hubiera. Tanto respecto
al abordaje biológico como al de la terapia psicológica. Hace algunas décadas el
psicoanálisis venía sufriendo un desprestigio por parte de las terapias cognitivas,
por ser consideradas largas, inútiles y con pocos resultados demostrables. Pero
hace unos años comenzó a ocurrir lo inverso, se tuerce la idea de lo útil: el pasado y
la memoria vuelven a cobrar relevancia; por cierto, como el movimiento político de
los últimos años. ¿Modas epistemológicas, estudios sesgados? O bien, una práctica
que no tiene un lenguaje a la altura de su complejidad.
Si sigue habiendo algo misterioso en el campo de lo mental, creo que es
porque se trata del territorio donde converge lo más definitivo de lo humano: ser
un animal atravesado por el lenguaje. Hay una disputa epistemológica (y política)
respecto del énfasis en el animal o en el lenguaje, sin embargo, hay algo que no se
agota en ninguno de los dos, porque nuestro lío es que somos justo la intersección.
A propósito de su libro Yoga, Carrére dijo en una entrevista que, aunque no
está seguro, hubo un punto de angustia indescriptible en que solo los químicos y
el electroshock sirvieron. Aunque habría sido el yoga lo que lo llevó a comprender
que ningún estado es absoluto, cuestión que le dio calma. Creo que de lo que
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Silvia Schwarzböck. Los espantos. Buenos Aires: Los Cuarenta, 2016 .
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portal de manera irreversible. Styron relata que tras un viaje a París supo, con gran
aflicción, que no volvería jamás a ese lugar, que seguramente se quitaría la vida.
“Esa certeza me asombró y me llenó de un nuevo terror (…) me vería obligado a
juzgar que la vida no merecía la pena ser vivida y en consecuencia a responder, en
cuanto a mí mismo por lo menos, la pregunta fundamental de la filosofía”5.
Al Alvarez, en su ensayo sobre la muerte de la poeta Sylvia Plath, plantea
algo similar, dice que su escritura cambió en un momento dado. Contrariando su
apacible comportamiento social, sus poemas estaban afectados de desesperación
y una despiadada agresividad: “Hablaba del suicidio con un desapego seco, sin
mención alguna al sufrimiento o al dramatismo”6. Como si en ella se hubiese
instalado una certeza horrorosa pero tranquila, que confundía a los demás dado su
talante optimista; versión en la que él prefirió creer. Su amiga se veía adaptada y
a la vez se encontraba en una etapa de intensidad creativa. ¿Estaba bien o estaba
tratando de morir?
Alvarez pensó después que, como ocurre en muchos casos, sus poemas eran
un grito de ayuda, pero que ese mensaje no llegó a tiempo. Porque si Plath con
su escritura se acercó al horror, primero como modo de exorcizarlo, luego habría
quedado encerrada en él, indefensa, sin poder retroceder. El día en que se encerró
en la cocina y prendió el gas dejó una nota: “Por favor llamen al doctor”. ¿Qué
significa eso? ¿Un intento que no pretendía llegar hasta el final?
Hay otra clase de suicidas, más estridentes, una especie de “suicidas
crónicos”; pero aun así el deseo de muerte puede resultar inaudible, incluso para
ellos mismos. El dramaturgo y actor Spaldin Gray en No sé si lo estoy pasando bien
o estoy tratando de matarme, habla de años de sobrerreacciones emocionales,
exageraciones y conductas disruptivas. Obsesionado con esquiar, incluso antes
de experimentarlo por primera vez, depositó en ese deporte una extraña (des)
orientación vital. Recuerda cómo, un día, ya convencido de que era lo único que
valía la pena, abandonó de un segundo a otro el set en el que actuaba para una
película de Soderbergh. El director, consternado, le preguntó si no quería trabajar
5
W. Styron. Esa visible oscuridad. Santiago: Hueders, 2015, p. 33.
6
A. Alvarez. El Dios salvaje. Ensayo sobre el suicidio. Santiago: Hueders, 2014, p. 40.
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más para él. Spalding, muy práctico, le respondió que quedaba solo una escena,
en la que por lo demás, debía hacer de muerto, ¿qué sentido tenía hacerla?
Simplemente salió de ahí, convencido de que debía irse a la montaña. Como si
fuera una autoparodia, partió maquillado de suicida, con las muñecas rojas de
sangre falsa, a tomar un avión. Sus amigos le advirtieron que a veces “esquiar no
es solo esquiar”, que quizá debía pedir ayuda, pero Spalding ya había roto con el
mundo.
El modo de existencia que describe Spalding, es uno de cortocircuitos que
no le alcanzaban para comprender su situación vital, entre otras cosas su inadvertida
crisis de pareja. Solo tras el nacimiento de un hijo no deseado con su amante, logró
separarse de una relación fusionada con su pareja: de esas en que no puedes estar,
pero tampoco dejar de hacerlo. Spalding, imposibilitado de articular un conflicto y
decidir algo, no sabe cómo, pero luego de ser abandonado por su pareja se acercó
al hijo, y algo tomó forma. Decidió quedarse ahí, decidió por fin, algo.
Styron escribe que en su caso fue la hospitalización, a pesar de que su
médico no la recomendaba, lo que lo ayudó; no las terapias, que le parecían del
todo infantiles, sino que la reclusión y el tiempo. Pero hubo algo más. El día en que
supo, con esa certeza ominosa, que sería el último, había visitas en su casa. Incapaz
de hablar, se excusó y fue en busca de su cuaderno de notas. “Como un ritual
solemne”, lo quemó. Como si ese fuera un gesto de autodestrucción, supo que
había llegado a un punto irreversible. Entre la fascinación y el terror decidió escribir
una nota de despedida. ¿Cómo se hace para que no sea demasiado pomposa, ni
cómica y tampoco degradante? Pensó después que una nota precisa y simple fue
la de Cesare Pavese: “No más palabras. Un acto. No volveré a escribir más”. Pero
no logró hacerla, rompió varias tentativas, y su decisión fue que se iría en silencio.
Luego ocurrió lo inesperado. Tras meses de aturdimiento, vio algo en la
televisión que lo conmovió. Escuchó una música que alguna vez le había oído a su
madre y que lo llevó a un recuerdo súbito, que le “traspasó el corazón como un
puñal”: las alegrías sentidas, los niños, las fiestas, el amor y el trabajo vivido. No
se trataba simplemente de lo que dejaría si se mataba, sino que sintió que su acto
excedía lo que era “lícito” infligir a esos recuerdos, a esas personas. Como si algo
viniera hacer de límite a su desintegración, una ley que lo detuvo de hacer(se) daño.
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de entender sus efectos en la subjetividad. Sin un más allá, ya sea bajo la forma
de un dios, del misterio, del inconsciente o de una palabra capaz de separar de la
carne cruda; las cosas, las ideas, el tiempo y las mentes se comienzan a fusionar de
un modo insoportable.
Precisamente los modos existenciales que el campo de la salud mental
describe en aumento, son aquellos en que se pierde la “mentalización”, es decir el
erotismo mental como resistencia a la esclavitud de los impulsos. Pero también el
hastío, el asco existencial y el tedio, que, a diferencia de un aburrimiento común,
se presentan como una falta de relación con el mundo. Son expresiones del arraigo
a un más acá sin horizonte.
Quizá un rasgo desesperante de nuestra época sea la locura consentida.
Como dice el psicoanalista Luciano Lutereau, cada vez con mayor frecuencia la toma
de la palabra pública se hace con locura; que tal como la locura clínica, adquiere la
forma de una certeza que no hace mundo, sino que lo destruye. La locura en tanto
falta de distancia hace entonces masa (un gran Uno), pero no lazo social (el Dos).
Si existiera algo así como una política de la salud mental, para que sea
política y mental, debiese a lo menos denunciar la locura. Pero no es lo que suele
ocurrir. Quizá porque antes debe interrogar la que puede venir desde sus propias
disciplinas.
Termino con Alvarez. También trató de matarse. No solo no lo logró, sino
que además se sintió estafado. Si esperaba de un acto tan grande como el suicidio
(fallido) que algo se cumpliera, que se aclararan las confusiones, que la vida cerrara
en algún sentido vital, reconoce que no obtuvo más que un agujero en la cabeza.
Dice que quizá siempre esperó demasiado, soluciones rotundas; escribió que es
posible que todo fuera culpa de una adolescencia retrasada, demasiadas películas
o de un uso peculiar del lenguaje: “Lo había traducido todo a norteamericanismos”.
No se sintió feliz después, pero reconoce una variación de la infelicidad:
dejó de sentirse aproblemado, y si no hay problemas, tampoco se trata de buscar
soluciones. Quizá esa aceptación podía ser el principio de alguna felicidad. Me
parece que Freud enunció lo mismo a su manera: de lo que se trata es de cambiar
una miseria neurótica por un infortunio corriente.
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Ensayamos una y otra vez el inicio de este texto como si algo de él fuera a
marcar en usted lector(a) una especie de destellante entusiasmo inicial, evidenciando
la inminente fragilidad que nos ha dejado el estudio y el problema de la transmisión
sobre la cuestión del género y los psicoanalisis. Intuimos que estamos en campos
pedregosos, los cuales no podríamos avizorar sin la obstinación de quienes han
tomado con insistencia y seriedad la pregunta por la dominación, desigualdad
y padecer de mujeres, infancias y grupos marginados, aguzando la escucha ahí
donde para otros a hubo silencio, pero para nosotras silenciamiento.
1
Psicólogas. Miembros del Colectivo Cuerpo Clínico Désir.
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oferta a optativos que incluyan estas problemáticas. Sin embargo, nada de estos
tópicos es nuevo. Entonces ¿por qué ahora? ¿qué pasó antes? Reconocemos a modo
de homenaje, a analistas que han trabajo incesablemente en este campo que, sin
quererlo, se ha transformado en una trinchera, mostrando en primer lugar una falla
en la transmisión al menos en el sector académico. Ejemplo de esto están a la orden
del día: es cuestión de revisar la producción teórica, la presencia de las mujeres
en espacios de visibilidad y/o dirección. Si bien para lo anterior pueden existir
múltiples causales, nos quedamos con el efecto de invisibilización en la producción
y saber de las mujeres amparado en lo que el feminismo ha venido denunciando:
múltiples violencias, simbólica, económica, institucional, sexual, psicológica y la lista
sigue… Así, los psicoanalisis no escapan
“
Así, los psicoanalisis no escapan al
al androcentrismo, y se hace necesario,
a la luz de los cambios culturales de
androcentrismo, y se hace necesario, a
la luz de los cambios culturales de los los que somos parte, que no queden
que somos parte, que no queden ajenos a ajenos a dichos cambios ni a las lógicas
dichos cambios ni a las lógicas de poder de poder que permean la trasmisión,
que permean la trasmisión, la producción
la producción de conocimiento, y sus
de conocimiento, y sus dispositivos
clínicos. dispositivos clínicos.
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persona está presente sólo una clase de productos genésicos —óvulos o células
de semen—, no podrán ustedes menos que desconcertarse en cuanto al valor
decisorio de estos elementos y extraer la conclusión de que aquello que constituye
la masculinidad o la feminidad es un carácter desconocido que la anatomía no
puede aprehender.” (Freud, 1932, p.106)
Este fragmento nos da luces que de existe ya en la lectura que Freud hace
de la masculinidad/feminidad la noción de no causalidad con la anatomía, enlazada
a la idea de bisexualidad infantil, que nos orienta a pensar estos como un devenir,
idea íntimamente ligada a la noción de género en clave antiesencialista. Así mismo,
al pensar en estos pasajes enlazado al concepto de género, es indispensable situar
los desarrollos de la teoría psicoanalítica en relación a las condiciones sociales de la
época para su indagación, como eran los límites que existían para pensar y hablar
de sexualidad en la época. Sobre la feminidad señalaba: “Las condiciones de la
elección de objeto de la mujer se vuelven hartas veces irreconocibles por obra de las
circunstancias sociales.” (Freud, 1932, p.123). En este sentido, existen limitaciones
en referencia al objeto de su investigación que de una u otra forma determinan lo
posible de decir, lo que era susceptible de escuchar.
Asimismo, encontraremos numerosas menciones a la vinculación del
desarrollo psíquico y al malestar que aparece en la clínica con cuestiones de
referencia a los constructos sociales sobre los sexos y la sexualidad humana. En su
investigación sobre la sexualidad ya logra establecer la distinción entre caracteres
sexuales somáticos, caracteres sexuales psíquicos y elección de objeto, como
independientes entre sí y con múltiples intercambios (Freud, 1920) planteando
la pregunta para las condiciones en que estos tres elementos se conjugan en el
desarrollo psicosexual humano. A partir de lo cual es dable suponer que existía en
Freud reconocimiento de que existían componentes de la sexualidad que exceden
los caracteres somáticos (anatomía) y que también responden en su desarrollo al
intercambio sujeto-cultura.
En ese sentido, hay en estos primeros periodos de desarrollo del psicoanálisis
la incorporación de cuestiones relativas a lo que llamamos hoy género, donde el
contexto social en relación a la época y territorio desde que él escribe, tienen
directa influencia en sus propuestas sobre lo femenino/masculino, las elecciones de
54
ENSAYO
Sin embargo, este núcleo no analizado de las relaciones de poder entre los
géneros será retomado en los desarrollos posfreudianos, donde aparecen figuras
como las psicoanalistas Helene Deutsch, Joan Riviere y Jeanne Lampl-de Groot,
contemporáneas a Freud, que continuaron sus trabajos sobre sexualidad femenina,
poniendo de relieve los límites de lo propuesto por Freud y habilitando la posibilidad
de hablar de algo que las implicaba en sus propias posiciones.
Así también, de
“
formas más explícita
Así también, de
más explícita y agudizado por los
formas
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ENSAYO
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La consideración de cuestiones
“
La consideración de cuestiones de género
de género en psicoanálisis, en
en psicoanálisis, en todas las dimensiones todas las dimensiones que esto
que esto supone, tiene implicancias tanto supone, tiene implicancias tanto
en su institucionalidad como en analistas, en su institucionalidad como en
ya que no estamos ajenos al sistema sexo/
analistas, ya que no estamos ajenos
género imperante, un sistema imbricado
en la intimidad de nuestra subjetividad, al sistema sexo/género imperante,
no dispuesto a la neutralidad. un sistema imbricado en la intimidad
de nuestra subjetividad, no dispuesto
a la neutralidad. Al hablar sobre género siempre se nos interpela, no solo como
algo implementable en la teoría o la intervención, no sólo como un saber, sino
que también se encarna en nosotras/os en tanto ejercemos nuestro trabajo y
desarrollamos nuestras vidas, en su veta performativa.
La concepción del género como un pilar para la construcción teórica, la
práctica del psicoanálisis y para su transmisión está plasmada en su historia desde
los inicios, con momentos de auge y problematización más o menos legibles, con
los vaivenes propios de las implicancias políticas que estas cuestiones suponen. Si
bien podemos rastrear cómo cuestiones sobre el género permean a los psicoanálisis
desde Freud a la actualidad, sigue presente la interrogante por la resistencia
de éste por situarse a sí mismo dentro del sistema heteropatriarcal, a través del
cuestionamiento de sus prácticas clínicas, en la formación, en la producción de
conocimiento: la obviedad que se vuelve omisión.
Nuestra propuesta respecto al estudio del género en los psicoanálisis incluye
pensar al menos tres dimensiones de análisis, las cuales distinguimos en relación
a sus efectos. Lo anterior viene a ser indispensable en la medida en que, aunque
los analistas no se vean necesariamente convocados por estas temáticas, no están
ajenas a ellas por su carácter inconsciente, considerando que estamos inscritos
en la trama de género. El riesgo de no situarlo y darle un lugar puede obturar
claves relevantes que tocan tanto lo reprimido, la sexualidad, como también sus
interacciones con los discursos que se presentan como soportes culturales.
Cómo primer nudo de conflicto tenemos la transmisión del género
inconsciente del o la analista. Si el efecto psicoanalítico se produce en un encuentro
58
ENSAYO
entre dos inconscientes en transferencia, ¿cómo puede ser la mujer analista con su
superyó débil y complejidades para la sublimación una transmisora del psicoanálisis?
(Rutenberg, 2019, p.106). Es una interrogante que viene a sostener la pregunta ya
tan bullada sobre el género del analista. Sin embargo, sería ingenuo pensar que
aquello no opera entre consultante y analista en la lectura, en la medida que el
género configura un soporte identificatorio de/en la cultura. Advertimos que esto
poco tiene que ver con suponer que cuando hay una analista mujer, ésta determina
su escucha por su género; ello sería una lectura simplista o malintencionada. En la
medida que la transferencia es un encuentro donde se actualiza un conflicto, hay
lógicas de poder que podrían poner en juego ciertas agresiones, como también el
riesgo de emergencia de la violencia en dicho espacio.
Eduardo Agejas (2010) en su artículo El poder en el psicoanálisis realiza un
recorrido sobre la cuestión del poder dentro de la matriz psicoanalítica, trabajando
la idea de que la obra freudiana se sostiene en el poder de lo inconsciente para
la totalidad de los actos del sujeto. En un segundo aspecto, el autor dirá que: “El
poder [...] es inherente al ser humano, por lo tanto, su ejercicio activo o pasivo es
inevitable. De ahí la importancia de estudiarlo, sobre todo en sus formas implícitas
donde el psicoanálisis puede hacer aportes originales” (Agejas, 2010, p.25). En
este sentido, poder, inconsciente y género, se entretejen y leerlos implica también
su precisión del campo. Ana María Fernandez (2014) va a decir que, en la medida
que el uso del término se pone en circulación, también se hace cada vez menos
específico (perdiendo a nuestro criterio relieve y profundidad). Sin embargo, “hablar
de diferencias de género implica necesariamente poner en visibilidad las relaciones
de poder entre hombres y mujeres” (Fernández, 2014,p. 17). Relaciones de poder
que interpelan la historia de los y las analistas que dejando fuera de la escucha por
un afán purista de la técnica pueden reproducir como esencialismos cuestiones que
incluso no están en la teoría misma.
Aquello no implica negar los discursos de época ni la construcción de los
géneros que han emergido; más bien implica escuchar dichas emergencias para
poder abrir la fisura y la posibilidad de movimiento a cuestiones que aparecen a
veces tan enquistadas en la subjetividad. Lugar donde, si bien todas las identidades
padecen los mandatos de género, éstas no se igualan en sus desdichas y cuya
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diferencia resulta crucial para pensar, por ejemplo, cómo escuchamos a una mujer
que materna decir que no da más. ¿A dónde nos lleva ese “no más”? ¿Tiene que
ver con las condiciones materiales e históricas en las que se produce su maternidad
solamente? ¿O también aquello produce un efecto en la subjetividad en la medida
que el otro social le devuelve una falta de reconocimiento a su padecer ahí donde
su falta se alimenta de algo que no le pertenece?
Incluso Freud (1933-1932) es explícito en la 33a conferencia respecto a La
feminidad en las complicaciones que suscita el carácter inferior de las mujeres en
relación al varón, siendo las colegas de aquella época quienes ya problematizaban
las dificultades de estar ahí, admitiendo la sospecha sobre el carácter parcial de
las investigaciones en este tema, en desarmonía con el discurso freudiano que
hipotetiza que la mujer deviene desde el niño con disposicion bisuexual.
Aquí volvemos a un punto anterior: con cuánta dificultad se piensa el
psicoanálisis a sí mismo. Ello nos da paso al segundo nudo conflictivo: el género
en la metapsicología. Pero antes de entrar en ello, cabe hablar sobre la relevancia
de cómo hemos sido socializados y de nuestra relación al propio género, ya que es
aquí donde no podemos huir de sus implicancias en transferencia, por más que, en
lo consciente, se evite o se esté en desacuerdo con las perspectivas de género (y lo
que eso implique): éstas se pondrán en juego en las manifestaciones inconscientes,
en la relación a las mujeres de nuestra biografía, a las masculinidades que arman su
propia trama sintomática, entre otros. Por efecto de esto es que muchos analistas
pueden incorporar en sus lecturas cuestiones que eviten o mantengan a raya ciertas
violencias interpretativas sin necesidad de trabajar desde el género. Sin embargo,
parece riesgoso por las implicaturas inconscientes que el género despliega, aunque
así ha funcionado por mucho tiempo.
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ENSAYO
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ENSAYO
bien un recordatorio para nuestras clínicas de lo que tenemos que hacer ingresar
en el campo de lo analizable y de las curas posibles. Hacer ingresar discursos que
pueden operar como soportes identificatorios necesarios para echar andar un
andamiaje del deseo.
Tener en cuenta la perspectiva de género va a implicar una relectura al edificio
siempre en construcción de la teoría y la clínica. Su introducción permite llevar a la
superficie el conflicto y silenciamiento de estas cuestiones, movilizando a lo menos
la reflexión. Introduce un corte ahí donde pareciera ser que no hay espacio para la
pregunta y más bien solo certezas sobre la sexualidad.
“ Si el psicoanálisis habla de
sexualidad convoca de manera
Si el psicoanálisis habla de sexualidad
necesaria al cuerpo, así como los
convoca de manera necesaria al cuerpo,
desarrollos que trabajan con las
así como los desarrollos que trabajan con
subjetividades y el sujeto inconsciente
las subjetividades y el sujeto inconsciente
no pueden ser pensados sin su
no pueden ser pensados sin su territorio;
territorio; así escribir y retomar la
así escribir y retomar la historia es parte
historia es parte de situar nuestra
de situar nuestra práctica encarnada y
práctica encarnada y viva.
viva.
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ENSAYO
Referencias
Bach, A.M (2015) Para una didáctica con perspectiva de género. Universidad de
San Martín. Buenos Aires: Miño y Dávila Editores.
Radiszcz, E., Sabrovsky, M., & Vetö, S. (2014). La dictadura militar en la historia
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REFLEXIÓN
REFLEXIÓN
La formación de psicoanalistas1
Rev APSAN 2022,2(2): 67-71
César Ojeda
1
Presentación en la Asociación Psicoanalítica de Santiago (APSAN), marzo de 2019.
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1) Debe creer que hay un algo, un lugar, una estructura, y una operación que
denominamos “inconsciente”. No puedo imaginar un psicoanalista que descarte
la idea de inconsciente.
2) También debe suponer que ese inconsciente no es una mónada, en sentido
leibzniano, es decir, que no es una unidad clausurada en sí misma. Es porosa y se
expresa a través de derivados o efectos, se filtra parcial e inadvertidamente, y esa
expresión, metamorfoseada, afecta a otros niveles de lo que creemos es “la” mente,
sea cual sea el modelo que de esa mente tengamos. Sin embargo, que esa expresión
sea parcial nos indica que nunca ese lugar o estructura estará como totalidad a
disposición de nuestro “saber”. Dicho algo más enrevesadamente (cosa que en este
ambiente no es problema), pareciera que “el inconsciente se muestra ocultándose”.
3) De acuerdo a lo anterior, quien sufra de una fobia a las ambigüedades del
lenguaje y de la conducta, o un horror a la polisemia, no podrá ser psicoanalista.
4) Por eso, el cuarto rasgo que imagino sería necesario para pretender ser
psicoanalista, es la comprensión inicial de lo que denominamos hermenéutica, en su
sentido habitual (que no es el original). Se quiere decir, ‘exegesis’, ‘interpretación’,
‘suposición’, ‘construcción’, es decir un proceso que no acepta la denotación en
crudo. A partir de la hermenéutica surge la teoría, y en este caso, las teorías acerca
de lo que se oculta en el mostrar, es decir “del” inconsciente. Jaime Coloma en su
importante y extensa obra deja claro desde el título este ambiguo: “El Oficio en lo
Invisible”.
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REFLEXIÓN
La formación
La poiesis que lleva a una persona de no-ser psicoanalista a serlo, consiste en
formar, es decir, en” dar forma”. Sin embargo, el problema no está en enseñar escritos
teóricos, como si el psicoanálisis estuviese allí. Yo, o cualquiera, puede entender
conceptualmente los escritos psicoanalíticos con mayor o menor dificultad. Pero
ocurre que el psicoanálisis es un actus exercitus( es decir, ejercido, llevado a cabo,
cumplido) y no solo un actus signatus (acto señalado en la teoría). El psicoanálisis
está en cada sesión psicoanalítica real. Sin praxis, el psicoanalisis sería filosofía.
Yo puedo enseñar los principios técnicos y estratégicos del tenis. Pero, con ese
conocimiento el aprendiz no logrará ni golpear la pelota. Debe practicar con una
raqueta, pelotas, en la cancha real, y ser conducido ahí, guiando su perfeccionamiento
a través de la ejercitación, por alguien que está más adelante en sus destrezas.
Pero aquí ya empiezan los problemas. El psicoanálisis no solo es un actus
exercitus, es además, un acto íntimo entre dos personas, y no caben allí terceros que
sean testigos, entrenadores o simples mirones. Eso sería obsceno, es decir poner
en escena pública lo que, siendo perfectamente ético, no puede estar allí. Eduardo
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Gomberoff acentúa este punto: las descripciones del proceso psicoanalítico hechas
por el propio analista son filtradas y parecen protagónicas y codificables. Pero el
psicoanálisis no está en esos apuntes, ni permanece en un archivo: como hemos
dicho, se hace de nuevo en cada sesión ejercida. La investigación empírica en
psicoterapia, tema sobre el que hemos escrito en otras partes, es una suerte de
voyerismo de quienes, generalmente, no realizan psicoterapia, sino que ocultos, la
miran, la registran y sacan codificados “datos” adaptables el “método científico”,
método que es otro camino y cuyo destino es completamente diferente al del
psicoanálisis. Si hay, advertidamente, alguien mirando por la cerradura, nadie actúa
como lo hace en la intimidad que ha construido desde su propio espacio de sentido.
Si se trata de evaluar “científicamente” al psicoanálisis se estaría entonces frente a
una especie de masteryjohnsonización del psicoanálisis, del mismo modo en que
Master y Johnson intentaron atrapar, como voyeristas científicos, a la erótica.
La certificación
Percibo (aunque tal vez no es así) la irritación de Eduardo Gomberoff con lo
que el describe como ana—listas. Con un gran guión. Las instituciones formadoras
acreditan qué postulantes han cumplido con los requisitos curriculares y el así
llamado análisis didáctico, e implícitamente dicen: esta lista contiene los nombres
de quienes “verdaderamente” son psicoanalistas. Los demás, digan lo que digan,
no lo son. Y, los que “son”, por serlo, lo que hacen en sus oficinas, es psicoanálisis.
Luego, la pregunta ¿qué es un psicoanalista?, se puede responder con un batido
como el que Heidegger hace (entre otros) con al arte. “El artista –dice en Sendas
Perdidas- es el que hace obras de arte, y obra de arte es lo que hace un artista”.
Gomberoff discrepa, y expresa que la identidad psicoanalítica se ha enquistado en
el ser y el hacer, si se es psicoanalista, entonces, lo que se hace, es psicoanálisis.
Pero él pone en duda esta ontologización, este “ser”, derivado de una certificación.
Y nos recuerda a Lacan: “el psicoanalista se autoriza a partir de él mismo”, aunque
después agrega, tal vez tímidamente “y con algunos otros”. No obstante, es
necesario preguntarse, ¿cómo se autoriza el psicoanalista a sí mismo y con cuáles
otros? Pero también sostiene que un psicoanálisis es didáctico si su efecto es
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REFLEXIÓN
Muchas gracias.
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PRÁCTICA CLÍNICA
Rodrigo Middleton1
1
Psicólogo clínico, rodrigo.middleton@gmail.com
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PRÁCTICA CLÍNICA
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pudiera implicar sólo una necesidad de diferenciar clínicamente mejor entre motivos
de consulta manifiestos y latentes. Debido a que las implicancias epistemológicas
son importantes, digámoslo con claridad: es muy distinto evaluar una conducta
como inconsciente, a calificarla como aprovechadora.
2
Rodrigo Rojas-Jerez [comunicación personal] establece una diferencia entre dejarse “usar” y dejarse “abusar”.
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PRÁCTICA CLÍNICA
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Camino alternativo
El segundo camino anunciado, y que sigue la ruta de ese Freud que
inicialmente escuchó a sus pacientes histéricas, pasa por tomar firmemente el
propio narcisismo, recordarle que los cambios no siempre funcionan al ritmo que
uno quisiera, y acompañarlo a mirar fenómenos que uno puede no estar captando,
para seguir estudiando, compartiendo con colegas las inquietudes que aparezcan,
y seguir creciendo junto con los pacientes.
En este punto, me resuena una interrogación ya célebre de Ferenczi (1931):
¿es la resistencia del paciente quien provoca el fracaso, o se trata más bien de que
nuestra comodidad se resiste a adaptarse a las particularidades de la persona, en
el plano de la aplicación del método? (p.113).
Pero enseguida aparece el delicado desafío, en el observador que participa
de la situación clínica, de comunicar algo de esto a sus compañeros de labores,
sin desmentir la odiosidad que uno también puede sentir con el paciente (e.g.,
Winnicott, 1947), y sin posicionarse como un terapeuta ideal para el paciente, y
persecutorio para el colega.
Porque, si desmentir todo esto hace caer en una complicidad silenciosa,
limitarse a una crítica fácil implica el riesgo de que lo ganancial recaiga ahora
del lado de uno (precisamente como un terapeuta ideal y persecutorio), y, quizás
peor, conlleva el riesgo de que se precipite una disociación en la matriz contra
transferencial ampliada, contribuyendo torpemente a la intratabilidad del paciente,
ahora como una especie de pronóstico autocumplido.
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PRÁCTICA CLÍNICA
a. Freud:
Abocado al estudio y tratamiento de la histeria, tempranamente postula que
“el síntoma es primero, en la vida psíquica, un huésped mal recibido; (…) no cumple
ningún cometido útil dentro de la economía psíquica” (Freud, 1905, p.39). Así, el
beneficio o ganancia de la enfermedad aparecería sólo en un segundo momento,
en aquellos casos donde “una corriente psíquica cualquiera halla cómodo servirse
del síntoma, y entonces este alcanza una función secundaria y queda como anclado
en la vida anímica” (Ibid., p.39).
Más tarde rectifica su postura, y en una nota añadida en 1923 al mismo texto
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señala que:
el motivo para enfermar es en todos los casos el propósito de obtener una
ganancia (…) El enfermarse ahorra, ante todo, una operación psíquica:
se presenta como la solución económicamente más cómoda en caso de
conflicto psíquico (refugio en la enfermedad) (Ibid., p.39).
De hecho, en el tiempo transcurrido entre un texto y otro, ya había indicado
algunos motivos primarios del yo para respaldar la enfermedad: resguardarse de
los peligros “cuya amenaza fue la ocasión para que se contrajera la enfermedad”;
obtener resarcimiento por el peligro corrido; conseguir “satisfacción a la tendencia
yoica represora”; ahorrarse un trabajo interno penoso (Freud, 1917, p.347).
Pero, aun frente a estos motivos, expresa lo siguiente:
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PRÁCTICA CLÍNICA
b. Fenichel:
En su libro sobre teoría psicoanalítica de las neurosis, señala que los beneficios
secundarios parecieran menos interesantes que los beneficios primarios, desde un
punto de vista teórico, pero que son muy importantes desde un punto de vista
práctico. Aún más, estima que son muy variados, y que “valdría la pena hacer una
compilación de los mismos” (1973, p.516).
En el caso de las psiconeurosis, en general, menciona que la ganancia
primaria se relacionaría con la evitación de enfrentar el complejo de Edipo. Luego,
los beneficios secundarios sí serían más variables:
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c. Winnicott:
En aparente sintonía con Freud, Winnicott (1963a) retoma el concepto
de ganancia secundaria, pero para profundizar en el estudio clínico de los
trastornos del carácter, que enlaza con experiencias tempranas de deprivación
emocional. Podemos diferenciar algunos momentos lógicos en su escrito:
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PRÁCTICA CLÍNICA
Caso clínico
Francisca4 tiene 40 años, y hace tres meses sufrió una caída de altura en su
lugar de trabajo, con resultado de una fractura de muñeca y posterior desarrollo
de Síndrome de Sudeck. Desde entonces se mantiene hospitalizada, y desde
su seguro laboral solicitan una evaluación de salud mental para establecer qué
prestaciones de salud debieran mantener. La pregunta surge porque la ven “rascarse
constantemente de manera inconsciente y mirar el techo”, pero las heridas han
aparecido incluso en zonas que preventivamente fueron cubiertas con tela 5.
En entrevista, Francisca señala tener fobia a mirar los brazos de “personas
que tienen hoyos”, “como panel de abeja”. Teme a que su brazo también quede
así, y a no poder volver a mirárselo. “Como que algo va a salir de ahí, y no sé
qué”. “Me paraliza. Es como extraño… Como que la persona se está disolviendo.
3
Traducido por el autor.
4
Se han cambiado detalles accesorios para resguardar la identidad de la paciente.
5
Los procesos inflamatorios, así como los cambios de coloración en la piel, en la sensación táctil, y de dolor, son
comunes en personas que desarrollan síndromes de Sudeck o distrofias simpático reflejas, con una fisiopatología sólo
parcialmente conocida (Fornos & cols., 2008).
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6
En casos extremos, conseguir sólo esta tarea, y que un paciente aprenda a mitigar o reducir los daños colaterales, ya es
bastante (e.g., Tatarsky, 2002).
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Referencias bibliográficas
Fornos, B., López, F.E., Ciriza, A., & López, D. (2008). Síndrome de Sudeck (distrofia
simpático refleja). En Actualizaciones en Medicina de Familia, 34(9), pp.455-458.
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ARTE Y PSICOANÁLISIS
1
Analista en formación (APSAN), mardonesmariaignacia@gmail.com
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ARTE Y PSICOANÁLISIS
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ARTE Y PSICOANÁLISIS
Para Bion (1962), son las características de la función materna las que afectan el
psiquismo temprano de un bebé, favoreciendo u obstaculizando su desarrollo.
Bion denominó capacidad de reverie (estado de ensoñación) a la capacidad de la
madre de estar en sintonía con el bebé, de contener y satisfacer sus necesidades.
La gestación psíquica requiere fundamentalmente de esta función de reverie, que
es como un proceso de metabolismo mental que realiza la madre. El bebé proyecta
y descarga en la madre aquello que le es intolerable, displacentero, ocasionado
por sensaciones, percepciones o sentimientos que le generan ansiedad y angustia.
A su vez, la madre que está disponible emocionalmente puede contener aquellas
ansiedades y angustias proyectadas por el bebé (elementos beta), las transforma
y una vez que hayan sido digeridas y metabolizadas por ella, las devuelve como
elementos alfa para que sean posibles de ser asimiladas, pensadas e integradas
por el niño. Esta función metabolizadora, Bion (1962) la llama función alfa y es la
que el niño luego internaliza para digerir y pensar sus propios pensamientos. Para
Esther Bick (1968), esta misma función de contención de la madre en la primera
infancia, está simbolizada por la piel. La madre que abraza gratifica y contiene
al bebé (cuando tiene hambre, sueño, frío, ansiedad, rabia), lo envuelve mental
y emocionalmente como con una piel protectora que lo protege y sostiene en
su ansiedad. Así mismo, la terapia puede transformarse en una segunda piel y el
terapeuta alguien que cobija y envuelve para sentirse cubierto y protegido. Matta
expresa muy claramente que la pintura representaba para él como una segunda
piel, al manifestar su deseo de construir un cubo con cuatro paredes, todo pintado
por dentro, donde él pudiera caber dentro para traspasar la obra, para que la
pintura pueda envolverlo corporalmente ¿Quizás es algo similar a esto lo que
deseamos? Caber dentro de la mente del analista, de un proceso analítico, de
un campo vincular donde sentir una envoltura y contención para que sea posible
desplegar la historia y el self.
Cuando la madre falla en la sintonía y contención, siendo incapaz del reverie
y de metabolizar la experiencia emocional del bebé, deja a éste con la sensación
de que su experiencia no tiene significado, reintroyecta un pánico sin nombre y
desarrolla una identificación proyectiva patológica. El daño puede ser irreversible,
expresarse en autismo, esquizofrenia u otros síntomas o patologías. El psicoanálisis
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ARTE Y PSICOANÁLISIS
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Algo similar nos produce la expresión del mundo interno de los pacientes a través
de sus fantasías, sueños, juegos, dibujos, narraciones, síntomas, psicopatologías.
Así también adentrarnos en nuestro propio paisaje interior, nos conecta con una
historia, una infancia, con contenidos que comenzamos a sentir, a conectar e
identificar y que van adquiriendo un sentido y significado en la relación y vínculo
con un analista. En este encuentro es posible reeditar lo que fue en nuestros inicios
la relación más temprana con una madre o figura materna. Para esto, se requiere la
capacidad de tolerar la frustración y soportar el dolor mental que invariablemente
surge cuando nos encaminamos a buscar nuestra propia “verdad”. Lo que vamos
descubriendo en el proceso analítico es un mundo psíquico interno que, como diría
Matta no sería un paisaje interior sino un sersaje, un paisaje del ser, una especie de
cartografía de la realidad humana que contempla sus anhelos y contradicciones.
Un despliegue y manifestación del propio ser dinámico y vivo, que va tomando
diferentes formas de expresión. En el trabajo analítico se encuentran los sersajes
del analista y paciente y dan lugar a un espacio intermedio, a un nuevo paisaje,
auténtico y verdadero. Para Matta, “el papel del pintor es de buscar no la ‘otra’
realidad sino ‘la auténtica realidad’. Es con el ojo mental, creando un gesto poético
como puede reconstruirse la verdad”4.
El proceso analítico, a través del vínculo analista-paciente, permite que el
paciente vaya reconstruyendo su verdad y transformando su psiquismo. Aquella
realidad y experiencia pasada pulsa por ser escuchada y pensada. Ya no está en
juego un análisis que apunta a levantar el velo de la represión o integrar escisiones,
sino un psicoanálisis que se interesa en el desarrollo de instrumentos que permitan
el desarrollo y la creación de pensamientos, esto es, del aparato mental para soñar,
sentir, pensar (Ferro, 2002). Para Bion y Ferro las transformaciones de los contenidos
mentales y el crecimiento de la mente ocurren en el encuentro analista-paciente,
entre los mundos internos de ambos. Para Ferro una de las herramientas centrales
para lograr la transformación del funcionamiento mental tanto del paciente como
del analista es escuchar todo lo que relata el paciente como tramas oníricas,
expresiones de su mundo interno. Él entiende todo lo que dice el paciente como
indicaciones de su reacción a las interpretaciones previas del analista. Para estos
4
Libro de Matta (2000) Sala De Arte Fundación Telefónica.
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autores el énfasis no está puesto en revelar los aspectos ocultos de la relación, sino
crear significado que permita avanzar en la narrativa que está viva en el campo y
aprender cómo el paciente responde a las interpretaciones e intervenciones del
analista. Estas interpretaciones no serían algo premeditado ni calculado, con la
intención de producir un determinado efecto, sino que buscan una participación
auténtica del analista, donde la espontaneidad, calidez e intuición son esenciales en
el terapeuta junto con un clima de familiaridad y cercanía emocional que no excluye
la seriedad y la colaboración. Esto facilitaría el trabajo analítico. Para Bion, no sólo
es necesario la reverie por parte del analista, sino una disposición de escucha sin
memoria y sin deseo y una capacidad para tolerar la incertidumbre, el no saber ni
entender, por momentos, lo que ocurre en la situación analítica y relación paciente
analista.
Gran desafío el que nos espera: cultivar esta actitud de apertura y confianza
en el propio proceso analítico, que abre un espacio y campo donde se escenifican
experiencias originarias de la primera infancia, las cuales pueden dar respuestas
a los acontecimientos del presente. Es un proceso profundo y paciente donde un
concepto importante, como dice Matta, y lo planteó desde sus inicios también
Freud, es la energía, la fuerza tanto del universo como del propio ser humano,
necesaria para pensar y para el permanente cambio, interacción, movimiento,
dinamismo y transformación. Matta se interrogaba sobre los orígenes del mundo
y en el amplio sentido de la palabra; decía que era necesario conocer las culturas
originarias (egipcios, sirios, africanos, mapuches), saber qué pensaban hace cientos,
miles de años; introducirse en estas culturas para entender mejor lo que ocurre en
el presente. De esta misma manera, es necesario conocer la formación y origen
del psiquismo, la relación temprana entre el bebé y la madre, las características
y descripción de ese escenario primario, de ese capítulo uno de la historia para
comprender lo que ocurre hoy en el paciente que sufre. Bien lo decía también
Aulagnier (1991) en su escrito “Construir(se) un pasado”, que es en los orígenes,
en la infancia donde está el fondo de memoria que permite tejer y comprender una
historia. El analista acompaña al paciente en esa reconstrucción de su pasado para
mentalizar y comprender su presente. Y escucharlo realmente es sostener el hecho
de no saber.
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Libro de Matta (2000) Sala de Arte Fundación Telefónica.
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Libro de Matta (2000) Sala de Arte Fundación Telefónica.
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Epílogo
El paisaje y morfología de un psicoanálisis en palabras de Matta:
“Me niego a aceptar que una yuxtaposición de imágenes, recibidas, por sorprendente
que resulte el efecto de ciertas aproximaciones, pueda verdaderamente dar
cuenta de lo que experimentamos en una situación psicológica dada. Quiero una
morfología que no se detenga en la silueta, en la piel de los seres y de las cosas.
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Libro de Matta (2000) Sala de Arte Fundación Telefónica.
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Libro de Matta (2000) Sala de Arte Fundación Telefónica.
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Libro de Matta (2000) Salde Arte Fundación Telefónica.
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Referencias
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Libro de Matta (2000) Sala de Arte Fundación Telefónica.
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RESEÑAS DE LIBROS
Andrés Muñoz
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literaria, a través del discurso, Preciado, con mordaz ironía, fustiga a la comunidad
psicoanalítica por sus concepciones de la sexualidad humana, la psicopatología,
y al Freud heteronormado de 1905, (el de “Tres ensayos para una teoría sexual”)
que, siendo un “monstruo” para su época, formulara una viva sexualidad infantil.
Esto último, según Preciado, no privó a Freud de usar el habla que lo introdujo
en su cultura. Al igual que todos, él estaba atrapado en los cánones de su época
ya que escribe de “aberraciones”, “perversiones” e “invertidos” para entender
la mente inconsciente -el negativo dirá- de la neurosis. Más de un siglo después,
con otros códigos de convivencia social, y en hora buena, Preciado y Despentes,
nos vienen a testificar de ello. Sin embargo, al igual que Freud, sin la intención
de quedar atrapado en el lenguaje y la reflexión de sus respectivos momentos
históricos, sus pensamientos podrán ser tomados tentadoramente por sus lectores,
todos nosotros, como nuevos códigos morales convirtiéndolos en otros monstruos
del futuro.
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