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Clase de escuela dominical

Lección # 15

Apocalipsis – Las siete cartas de Apocalipsis: Esmirna

Lectura Bíblica: Apocalipsis 2:8:11


Texto para memorizar: Apocalipsis 2:12

La segunda carta de siete se dirige a la iglesia que se encuentra en la ciudad de


Esmirna. Como ya hemos mencionado, es dirigida a la iglesia local por medio del
pastor local. Él leía el documento y la iglesia escuchaba atenta.
Jesús se identifica, como lo ha hecho, tomando una de las características con las
que se le ha revelado a Juan, con el propósito de confirmar o corregir la actitud
particular de cada una de las siete iglesias. En este caso, se identifica como: “El
primero y el postrero, el que estuvo muerto y vivió…” Esta identificación nos da luz
acerca de la vida y experiencia de la iglesia local. Esmirna era una iglesia que sufrió
severamente la persecución y que, permaneció fiel pese al sufrimiento
experimentado.

I. Sufrimiento por causa de la verdad.

Como ya mencionamos anteriormente, el saludo de cada una de las siete cartas se


caracteriza por que Cristo se identifica utilizando algunas características de la
descripción inicial dada a Juan. Existe una correlación entre la descripción y la vida
de la iglesia local. Jesús Cristo dice a cada una de las siete iglesias: “Yo conozco tus
obras…” (cf. 2:2; 2:9; 2:13; 2:19; 3:1b; 3:8; 3:15), por tanto, el conoce perfectamente la
vida de cada una de las iglesias locales ¡Como no! Si él es quién camina en medio
de ellas (cf. 2:1b). El que por Su Palabra ha creado a cada una de las iglesias locales.

La iglesia de Esmirna era una comunidad perseguida. Jesús conoce su sufrimiento,


de modo que se presenta ante ellos como: “El primero y el postrero”, o sea, como el
Dios soberano. El que no tiene principio ni final. El que venció la muerte, ya que,
“el estuvo muerto y vivió…”. Así que, sí él venció la muerte, ellos también la han
vencido por la resurrección de Cristo.

Ya hemos comentado con anterioridad que, la muerte física externaliza lo que


sucedió en el corazón del ser humano. La separación de Dios. El ser humano está
separado de Dios. Muerto en su pecado. Sin embargo, Jesús sufrió está separación,
aunque de manera relacional, ya que la maldición de la muerte que él padeció fue
de carácter representativo, cumpliendo la demanda (en su vida perfecta) y la pena
de muerte por el quebrantamiento del pacto de obras que el hombre cometió. Jesús
vivió, murió y resucitó, entonces, para nuestra justificación y así los creyentes
morir una sola vez (cf. Apo. 20:14). Por tanto, los creyentes en Esmirna pueden
hacer frente al martirio por y en la gracia de Dios.
Jesús está plenamente consciente de la tribulación y pobreza que tienen que
soportar los miembros de la iglesia de Esmirna por causa del nombre de Cristo.
Ellos vivían en situaciones de “estrechez”. Vivian bajo opresión. Así que, esta
tribulación conducía a los creyentes a la pobreza; ya que las posibilidades u
oportunidades de trabajo para producir recursos era nula por razón del testimonio
que ellos daban de Cristo. Quizás sus bienes terrenos fueron confiscados al grado
de quedar en pobreza extrema. Sin embargo, Jesús les dice que la iglesia de
Esmirna es espiritualmente rica en bienes espirituales. Significa que en la gracia de
Dios era una iglesia fiel a su Señor y Salvador, pese a los maltratos y dificultades.
Ellos eran bendecidos espiritualmente (cf. Mateo 5:11-12; Stg. 2:5).

La ciudad de Esmirna era habitada por judíos también. Ellos negaron, algunos
hasta el día de hoy, reconocer a Jesús como el Mesías y lo maldecían a él y a sus
seguidores. Para Jesús, ellos no son judíos, o sea, hijos espirituales de Abraham
(ver 2:9b). Ahora, los creyentes son hechos hijos de Abraham, verdaderos israelitas
(ver Gálatas 3:6-9). Mientras que los judíos que “blasfeman” rechazando al Hijo de
Dios, se les considera socios del diablo: “…sino sinagoga de Satanás.”

II. El consuelo.

Nuevamente Jesús usa las palabras: “no temas”. Sin embargo, para la iglesia de
Esmirna, se amplia la afirmación diciendo: “Y no temas en nada…” Jesús Cristo, que
es el único que tiene el control total de todas las situaciones sabe bien lo que le
espera a su pueblo. Así que, les revela lo que están a punto de experimentar: un
periodo de sufrimiento: “Y no temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo
echará a algunos de vosotros en la cárcel…” El diablo incitará a las autoridades de tal
manera que algunos miembros de la iglesia local van a ser encarcelados con la
clara posibilidad de pena de muerte. Sin embargo, este peligro en sus vidas dice
Jesús, es para probar su fe en él. Esta persecución será en un tiempo que ni es corto
ni largo sino completo, que con toda seguridad concluirá. Diez días expresa la
totalidad del período de sufrimiento, entonces.

Jesús ánima a su iglesia a permanecer fiel hasta la muerte, prometiéndoles la


corona de la vida. La fidelidad del creyente para con su Señor, es una gracia que
viene de Dios. El Espíritu Santo otorga el poder y la fe para que permanezca fiel a
Cristo, pese las situaciones de sufrimiento, de otra manera, se acobardaría al mirar
la fuerte oposición del mundo a la verdad de la Palabra de Dios. La corona
prometida, da la idea de triunfo. La victoria de Cristo sobre la muerte es la victoria
de la iglesia también. Por tanto, la fidelidad de un cristiano a su Señor, en medio de
la prueba, solo externaliza un corazón regenerado por la gracia de Dios.
A los cristianos no se les buscaba con el fin de asesinarlos, sin embargo, si alguno
de sus vecinos, familiares, etc., los delataba de negarse servir a los dioses paganos
o, rendir culto al emperador romano, era necesario castigarlos. Se cuenta que un
grupo de creyentes en Esmirna fue acusado y condenado por los tribunales. Se les
aplicaron, según testigos, los más dolorosos castigos, y ninguno de ellos se quejó
de su dolorosa situación, porque “descansando en la gracia de Cristo tenían en menos
los dolores del mundo”.

Uno de los ancianos de la iglesia de Esmirna en el año 155 d.C. era Policarpo de
Esmirna. Sufrió, al igual que sus hermanos en Cristo, el martirio. Cuando el juez
insistió, diciéndole que si juraba por el emperador y maldecir a Cristo quedaría
libre. Policarpo respondió:

“Llevo ochenta y seis años sirviéndole, y ningún mal me ha hecho. ¿Cómo he de


maldecir a mi Rey, que me salvó?”

Entonces, Policarpo de Esmirna fue condenado a morir en la hoguera. Atado ya en


medio de la hoguera, y cuando estaban a punto de encender el fuego, Policarpo
elevó la mirada al cielo y oró en voz alta:

“Señor Dios soberano…te doy gracias, porque me has tenido por digno de este
momento, para que, junto a tus mártires, yo pueda tener parte en el cáliz de Cristo.
Por ello…te bendigo y te glorifico…Amén.”

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