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El hombre q lo tenía Todo Todo Todo no lograba contener a espejito con ojos, siempre triste, como si se sintiera
desamparado.
Algo le hacía falta. Pero que… que… rascabase la cabeza perplejo aquel que lo tenía todo…
Consultaba con su esposa, consultaba con la almohada y no pocas veces, en su desesperación, terminaba
sacudiendo a su hijo, exigiéndole que le dijera, que le hacía falta.
-Tu padre es todopoderoso –gritábale, mientras lo zarandeaba -, no hay nada en la Tierra que no te pueda dar…
nada… ¿oyes…? Nada… lo que se te antoje, soy el dueño de todo, todo, todo, todo…
¿A quién consultar?
Se paseaba por los campos solitarios, al anochecer, cuando empezaba a borrarse todo lo existente.
¿De qué le servía ser el hombre que lo tenía todo, todo, todo, todo, todo, todo… si lo que le faltaba a su hijo no
podía dárselo?
Se le apareció Lucernino, fantasma del idioma fosforescente. De la boca le salían luciérnagas y el parpadeo de las
luces era su lenguaje.
Apareados caminaron algunos pasos, antes de que éste trazara con chispas verdosas en el aire, esta frase:
“No pierdas la cabeza…”
Y tras un largo momento, se iluminó la misma frase con su luz dolorida y tenue:
- Si lo supiera…-suspiro él.
-Pregúntaselo… me ofreció decírtelo…
Y Espejito con Ojos explicó a su papito lo del aguacatal.
¿Cuál aguacatal…? –frunció el ceño colérico el Hombre que lo Tenía Todo Todo Todo.
-Aquel del bosque…, el grande… el más grande… -siguió Espejito-, me negó una de sus pepitas, y eso me puso
triste para toda la vida…
-¿Una de sus pepitas? –pregunto aquél, cada vez más indignado por lo que le contaba a su hijo.
-Sí, papá, una de sus pepitas…
-Y para qué… para qué la querías… teniendo aquí en casa todo lo que tienes y fuera de aquí todo lo que quieras,
ya sabes que yo soy dueño y señor de todo, todo, todo, todo y todo lo que yo tengo, todo, todo, todo es tuyo…
- Fue el día en que Salí a buscar anteojos. Le pedí al aguacatal una pepita, para partirla en dos y abrirle a cada
mitad un agujero, para, con unos alambritos, hacerme un par de anteojos de pepita de aguacate.
-¿Y te la negó?
-Me la negó y por eso ningún juguete me llama la atención. Dijo el árbol de aguacate que una pepita era una
plantita y que una plantita, convertida en árbol, se hacía en una cascada de frutos…
“Muy bien, muy bien, pero con qué derecho ese árbol de aguacate, con qué derecho, si desde sus raíces hasta sus
más altas ramas es mío, si el bosque es mío, si el bosque, si todo es mío, niega a mi hijo, a mi Espejito con Ojos,
una pepita… habrase visto… una pepita de las miles y miles pepitas que se esconden en sus frutos…
“Le hablaré, le protestaré, le pediré que si el niño vuelve a pedirle una pepita, no se la niegue… qué vale una
pepita… qué valor tiene un vulgar hueso redondo que cada aguacate esconde en sus entrañas…”
Logró por fin dormirse.
¡Felices los que duermen, porque el sueño es el reino de los que no tienen nada!
Y no despertó hasta bien entrada la mañana de un día brumoso, caliente, propio para pasarse de la cama a la
hamaca.
Fue sin perder tiempo.
Todo el bosque parecía dormido por falta de ruidos. La bruma no dejaba salir a los pájaros. Sólo sus pasos en el
silencio.
Después se oyó su voz, al dirigir la palabra al enorme tronco del árbol de aguacate:
-¿Por qué aguacatal, si eres mío, niegas a mi hijo lo que no es tuyo…?