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Carlos III retratado hacia 1765 por Anton Raphael Mengs (1728-1779)
El Conde también nos devela que una de las cosas que más detestaba era
que los que debían ir a verle fueran impuntuales, una falta de respeto que
si se repetía el Rey no pasaba por alto: «Si el que faltaba era de los que
tenían costumbre de descuidarse, no les hablaba una palabra, y su
silencio e indiferencia era una muy sensible reprensión para
cualquiera». No obstante, Carlos III era benevolente y comprendía que
un error lo tenía cualquiera: «Amigo, habrá usted encontrado al
Santísimo, a quien habrá acompañado, o las carretas le habrán detenido
en el camino», les decía riendo a quienes puntualmente llegaban tarde.
Por otra parte, uno de los grandes desamores de su vida fue la costumbre
más cosmopolita de la época: la música. Obligado desde pequeño a asistir
a la ópera italiana junto a su ayo, el Conde de Santisteban, Carlos
terminó por aborrecerla. Con esto, resulta sorprendente que a lo largo de
su reinado napolitano ordenase construir el Teatro de San Carlos
(Nápoles), el teatro de ópera en funcionamiento más antiguo del mundo
y sin duda, uno de los más importantes de la época. Durante su
edificación el Rey mandó al arquitecto, Giovanni Antonio Medrano, que
su palco, el palco real, se encontrase alejado del escenario y que estuviera
lo más insonorizado posible. Así podía conversar (e incluso dormir)
cuando el deber le obligaba a presentarse.
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