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Irene es una tonta.

Para mí no es nada fácil, dejarla a ella y mi vida era la decisión más


difícil que había tomado en toda mi vida. Y lo peor de todo era que ahora me sentía
culpable. Escuchar su grito de dolor me dejó algo tocado, pero no podía hacer nada al
respecto.

Tomé la botella de Whisky que siempre llevaba conmigo en mi motocicleta y bebí un


gran trago, era la única forma de lidiar con esto. Primero mi tía, luego Andrea, y ahora
mi hermana. Gracias destino, las personas más importantes de mi vida ahora me
odiaban.

— ¿La puntualidad significa algo para ti? —la voz de Omar hizo que recordara que
había quedado en reunirme con él en la Calle de los Inmortales. Magnífico, Rodrigo,
añade a alguien más a la larga lista de personas que no te quieren.

Me acosté sobre el suelo y admiré las nubes que había sobre mí. Siempre me había
gustado verlas, me hacía sentir bien, era un sentimiento de libertad incomparable con
ningún otro.

— ¿No me escuchaste? — dijo nuevamente. Sí, estaba molesto, seguramente se había


paseado por los monumentos mientras me esperaba. ¿Cuánto tiempo se habría
quedado hasta resignarse y buscarme?—. Maldita sea, responde.

Lo miré y observé durante unos instantes. Alto, cabello rizado, piel oscura y ojos
negros. Si, era mi mejor amigo, el alcohol no me había hecho perder todavía la
consciencia. También me di cuenta que se había vestido con mucho empeño, al
parecer quería que lo recordarán como el plebeyo mejor vestido de la historia.

—Estoy ocupado, Omar, vete —le dije con languidez. La selección sería en una hora,
creo que me da oportunidad de terminar de beberme lo que queda de Whisky.

—No estás haciendo nada, idiota, solo estás tirado mientras miras las nubes —acoto.
Su tono de voz reflejaba que estaba a punto de perder la paciencia.

—Para tu información, amigo mío, finjo ser un cadáver —aclare. Eso seguramente lo
haría molestar. Me gustaba molestarlo, creo que es uno de mis pasatiempos favoritos.

— ¡Rodrigo! —grito con fuerza. Vaya, no duró nada, me la puso muy sencilla hoy, por
lo general tiende a tardar un poco más de tiempo.

Me levanté y noté que estaba furioso. Que delicado… seguramente debe estar
nervioso por la selección, o puede que esté menstruando.

—Lo siento —dije con resignación—. Tuve una discusión con Irene y olvidé que
habíamos quedado en vernos.
Al mencionar a mi hermana bajo su mirada al suelo. Siempre hacía lo mismo cuando se
ponía nervioso. De hecho, casi todos tenemos alguna manía para lidiar con los nervios;
Irene jugaba con los dedos de sus manos, mi madre y mi tía diseñaban máscaras para
los bailes que solían dar a sus amistades, mi tío solía disparar a aves en vuelo para
practicar su puntería, y yo… bueno, yo me emborrachaba mientras escuchaba mi
música favorita.

—Escúpelo, sé que tienes que decirme algo y te resulta difícil, así que no pierdas el
tiempo —exigí.

Omar se llevó tímidamente una mano a uno de sus bolsillos y sacó lo que parecía ser
un brazalete y lo sostuvo frente a mí. Este era muy parecido al de Irene, de hecho, eran
idénticos…

Caminé hasta donde estaba y se lo quité. Era el brazalete de Ómicron de mi hermana.

— ¿De dónde lo sacaste? —pregunte. Los miembros de mi familia no podemos


quitarnos el emblema real que nos caracteriza como miembros de la realeza. Debemos
portarlos hasta nuestra muerte o en mi caso, cuando renunciará a mi título.

—Irene me pidió que te lo entregara, dijo que era un regalo para ti —respondió luego
de una pausa. Maldición, mi hermana se volvió loca—. Dice que lo lamenta.

Me giré, no podía verlo, no en estos momentos. Al parecer entendió a la perfección, ya


que respetó mi silencio. Guarde el brazalete y respire hondo antes de hablar.

— ¿Irene sabe que quitarse su emblema real la meterá en problemas? — pregunté.


Todavía me mantenía de espaldas a él, seguía sin querer mirarlo.

—Eso creó, no dijo mucho pero no es ninguna estúpida —aclaro. Note que había algo
de duda en su voz. Mi hermana no era tonta, o eso esperaba. Aunque ahora que lo
pienso, a mi padre le daría igual, siempre ignoraba las tonterías que ella hacía.

Finalmente me giré para mirarlo y se veía algo incómodo, seguía con la mirada puesta
en sus zapatos. Estábamos frente a frente, y con la mirada fija en el subí su mentón,
debía mirarme a los ojos. Le tendí la botella y sonreí, esté lleno de alivio la tomó y dio
un largo trago.

—Por un momento me asustaste, pensé que harías una tontería —dijo con voz
temblorosa a causa del whisky que seguramente había quemado su garganta.

—Se vieron en la Calle de los Inmortales —dije. Era una afirmación, no una pregunta.
Estaba seguro que se había encontrado con Irene después de nuestra discusión—.
¿De qué hablaron?
—Tu hermana y tú se parecen demasiado, aunque no lo creas son igual de dramáticos
—indico mientras se sentaba en mi motocicleta que estaba cerca de donde había
estado de pie—. Estuvimos hablando del porqué de tu decisión de hoy —volvió a beber
otro trago de whisky y alzó la vista al cielo—. Debo decir que tanto a ella como a mí nos
gustaría saber. Además, si te acompañaré al infierno no estaría mal conocer tus
motivos.

Lo fulmine con la mirada pero en esta ocasión no se inmutó. El niño que había salvado
tiempo atrás había cambiado y pronto se convertiría en un soldado del imperio.
Además, era más que mi mejor amigo, era un hermano, me había acompañado en los
más importantes momentos de mi vida, de hecho, no hubiera podido superar la muerte
de mi madre sin su respaldo.

—Te mereces una explicación, lo entiendo —dije con seriedad—. Todo empezó hace
unos meses.

Este parpadeó sorprendido por la respuesta que le había dado. Si él quería una
explicación, entonces se la daría. Busqué en mis bolsillos, saqué un sobre y se lo tendí
como había hecho antes con la botella de whisky.

Dejó la botella en el suelo y contempló el sobre por unos instantes, dudando si debía
abrirlo o no, luego se percató que no tenía remitente y me observó con incredulidad.

— ¿De quién es esta carta? — preguntó, la duda se reflejaba en su voz

Me limité a sonreír e hice un gesto con la mano para que abriera el sobre. Bien,
Rodrigo, prepárate para que tú mejor amigo sepa lo peor de tu familia. Apreté con
fuerza mis puños mientras Omar sacaba la carta del sobre y empezaba a leer. Mientras
más avanzaba en la lectura más incrédula era su expresión. Luego, después de
terminar de leer me pasó la carta.

—Esa es la razón por la que debo redimir los pecados de mi familia —dije mientras
rompía la carta en pedazos y los lanzaba al aire. La primera vez que supe la verdad
cuestione toda mi vida y empecé a sentir asco de mí mismo—. Servir como un civil y
llegar al poder por méritos propios es la mejor forma de romper el legado de los
Hidalgos.

— ¿Por qué no me lo dijiste antes? —estaba afectado. Precisamente por eso no quería
hacerlo, había sido demasiado para mí que al verme al espejo mi reflejó me regresará
una mirada llena de reproche.

— ¿Crees que es fácil decirle a tu mejor amigo que provienes de una familia de
villanos? —pregunte.
Omar se levantó de mi motocicleta, miró alrededor, se llevó las manos a la sien y
empezó a masajearse en círculos. Después me miró entre incómodo e indeciso antes
de hablar.

—Y yo pensé que mi familia era complicada —exclamo para después acercarse a mí y


abrazarme con fuerza—. Puedes contar conmigo hermano.

Me limité a palmear su espalda, esperando que entendiera cuánto significaban para mí


sus palabras. A veces estas últimas sobraban cuando las demostraciones de afecto
eran suficientes.

—Bueno, basta, no quiero que Andrea piense que tú y yo tenemos algo —dijo Omar en
tono de burla. Lo solté de inmediato mientras me reía por su chiste.

—Hablando de ella, esta mañana también tuvimos una discusión —le dije a la vez que
tomaba nuevamente la botella y vuelto a beber de ella; ahora era a mí a quien le tocaba
sentir el alcohol quemar mientras bajaba por mi garganta.

— ¿Y ahora por qué? —Pregunto mientras ponía los ojos en blanco—. ¿No le
regalaste la Flor Imperial que quería?

Pese a que fuera una mujer de clase, Andrea amaba la jardinería. No sentía asco de
ensuciarse las manos cultivando sus flores favoritas, podía pasar horas y horas
cuidando de ellas. Sin embargo, por algún motivo, no sentía apreció por la Flor
Imperial. Cuando le pregunté por qué no le gustaba, se limitó a responder que no era
tan bonita como otras, que sus favoritas eran las flores con espinas. Desde ese
momento le había colocado el apodo de la Reina de Espinas, cosa que le encantó.

—No, para nada, tuvo la brillante idea de querer manipularme para que no dejará la
capital —respondí para después pasarle la botella, le quedaba poco para vaciarse—.
Me amenazó con dejarme si no accedía.

Guardó silencio por unos instantes, meditando sus siguientes palabras. Estaba seguro
de que pensaba como decir que estaría mejor sin Andrea. Nadie en mi familia la había
aceptado tampoco, pero al final mi tío había aprobado su presencia en el palacio y
también tuvo la gentileza de ceder una de las mansiones de la Villa de Miranda para
que ella pudiera vivir allí con su familia cuando me marchara.

— ¿Te vas a despedir de ella antes de que partamos? —pregunto con incomodidad. La
respuesta correcta era sí, me hubiera gustado decírselo, pero no podía dejar que me
viera flaquear.
—Si deja de portarse como una niña inmadura, sí — indique, esperaba que se lo haya
creído. Este bebió el resto del contenido de la botella mientras me miraba de reojo. No,
no se lo creyó, a veces odiaba que me conociera tanto.

—Sera mejor que nos vayamos, quedan pocos minutos para que inicie la selección —
dijo mientras lanzaba la botella sobre su cabeza e ignoraba mi intento de indiferencia
sobre Andrea.

Subí en mi motocicleta y me coloque mis lentes de sol. Encendí el motor, y este


relincho como un caballo. Mire a Omar y le hice un gesto para que subiera en la parte
de atrás, pero este seguía inmóvil.

—No estoy tan ebrio como para subirme a ese monstruo —dijo. Lo había olvidado,
siempre le habían dado miedo las motocicletas.

—Te dan miedo las motocicletas pero no te da miedo viajar a la velocidad de la luz con
esa cosa que tienes en la muñeca —dije. Es difícil de creer, pero Omar había creado
un Tele Transportador. Había instalado un armatoste en mi sección del Palacio, tardó
aproximadamente dos años en terminarlo pero finalmente logró lo que se creía
imposible, la Tele Transportación de la materia.

Avanzó tanto que había creado también un dispositivo que podía usarse cómodamente
en la muñeca, pudiendo cumplir la misma función que el primer dispositivo, el cual era
fijo y por ende solo podía usarse en el palacio. Sin embargo, este tenía un rango de
acción mucho mayor, de hecho tenía tanto poder que podía incluso Tele Transportarse
a kilómetros de distancia.

Debo confesar que nunca lo he usado, puede que sea algo cobarde de mi parte, y no
es que desconfiara de mi mejor amigo, de hecho lo consideraba la persona más
inteligente del mundo, pero no me llamaba la atención ser destruido en un lugar y
armado en otro, o algo así me había explicado Omar que ocurría.

—Amigo mío, hay más probabilidades de que choques contra un automóvil o una roca
que termines sin piernas después que te materialices —aseguro en tono divertido.

Fingí que lo pensaba para después poner marcha y dejarlo atrás. Lo vi por el retrovisor
haciendo una seña con el dedo para después activar su dispositivo y desaparecer.

El camino de regreso a la Plaza de la Victoria se hizo mucho más corto. Al llegar pude
ver que los asistentes ya estaban presentes, y los seleccionados estaban ya en fila,
posiblemente contando los minutos que restaban para el principio del fin.

Baje de mi motocicleta y le di una larga mirada de despedida. Empecé a caminar por


los alrededores, todavía algo de tiempo, faltaba poco para el anuncio oficial. Además,
como miembro de la familia real era el último en seleccionar mi Orden Militar. Ahora
que lo pienso, puede que esto se deba a la tensión que generaba la elección de un
futuro gobernante, y vaya que mi elección dará de qué hablar.

—Llegas tarde —dijo una voz detrás de mí. Era Andrea, estaba vestida de verde, igual
que Irene, seguramente al verla se iría a su casa a cambiarse de vestido. Nunca
entendí porque a las mujeres les incomodaba que otra vistiera igual que ellas.

—Bonito vestido —comente con timidez. Tenía un escote muy pronunciado y el corto
vestido dejaba poco a la imaginación. Con dificultad, resistí las ganas de quitárselo, no
importaba mucho que nos encontráramos en un lugar público.

—Lo lamento, fui una tonta —dijo con los brazos cruzados. Me percate que tenía el
ceño fruncido, era obvio que seguía molesta, pero había sido un bonito gesto de su
parte, siempre era yo el que cedía en las peleas que teníamos—. Lo lamentó, no debí
amenazar con dejarte, debí permanecer a tu lado y…

Pero Andrea no terminó su frase, ya que la tomé por la cintura y me fundí con ella en
un intenso beso. Así sería nuestra despedida, llena de amor y pasión.

—Olvidemos lo que pasó, no hablemos más sobre ello —exclame con dificultad,
todavía con excitación en la voz. Cada beso era más intenso que el anterior, lleno de
lujuria y ferocidad.

—Te extrañare demasiado, no sé qué haré sin ti —dijo entre gemidos. Sonreí en medio
del beso, el diminutivo de mi nombre nunca me había gustado, pero en sus labios no
sonaba tan mal.

—Pronto regresaré, y cuando lo haga todo lo que mires será nuestro, el mundo entero
nos pertenecerá, serás la mujer más poderosa de la tierra —asegure. No era una
promesa, era una profecía, nuestro destino sería gobernar juntos.

Interrumpimos nuestro momento de placer cuando su Hologrofono empezó a sonar.


Esta con nerviosismo lo tomó y contestó, de inmediato la imagen en miniatura de su
jefe, el general Joaquín Rodríguez, uno de los siete grandes del imperio se materializó
frente a nosotros.

—Custodio, te necesito en la plataforma de inmediato, en cualquier segundo dará inicio


la ceremonia de selección, ¡Apresúrate! —ordeno con voz autoritaria antes de cortar.

Era malo servirle a un miembro de la Corte Real, como muchos otros trataban con
desdén a los civiles. No eran líderes, solo eran idiotas que amaban dar órdenes. Pero
eso cambiará, muy pronto todo será mío y daré inicio a una limpieza a fondo en el
imperio.
—Regresare, nena —exclame antes de besar su frente. Ella me miró y solo sonrió, al
fin había entendido que hacía todo esto por un buen motivo, por un bien mayor. Nos
besamos por última vez, luego se dio vuelta y empezó a caminar, perdiéndose entre la
multitud.

—Que lindos se ven —la voz de Omar interrumpió mis pensamientos—. ¿Todo bien?

Estaba completo, la Tele Transportación había sido exitosa. La próxima vez intentaría
viajar de esa forma, debía intentarlo en algún momento.

—Sí, todo arreglado, al final fue ella la que dio el brazo a torcer —le indique—. Bien,
será mejor que nos formemos, la ceremonia está por iniciar.

Caminamos hasta donde estaban formados los hombres y mujeres que acababan de
cumplir la edad requerida. Fue entonces que me di cuenta que todos nos miraban, o
mejor dicho, me miraban a mí. Algunos lo hacían con odio, otros con incomodidad,
algunos eran discretos, mirándome por el rabillo del ojo.

—Pueden tomar una fotografía, les durará mucho más —dije a la multitud, todos
apartaron la vista.

—Que malo eres, por eso la gente te odia —dijo Omar—. Seguro que haces buenos
amigos en el Cuartel si sigues así.

—Muy gracioso —comente con sarcasmo—. Sabes que a donde vaya siempre habrá
alguien que me mire con la boca abierta, eso es lo único malo de ser yo.

Siempre había sido así, desde que tengo memoria las personas me miran de la misma
forma, con aversión. Por mucho tiempo ignoré el motivo, de hecho, siempre pensé que
era envidia, pero luego supe la razón. En un primer momento me sorprendí, pero luego
no me pareció extraño.

«Bienvenidos sean todos a la ceremonia de selección Imperial número trescientos


cuarenta y ocho» la voz del anunciante hizo estremecer a todos. Había llegado el
momento.

Le hice un gesto con la cabeza a Omar para que me siguiera. Subimos a uno de los
muros que rodeaban la plaza para mirar mejor el evento. A lo lejos pude ver las Rocas
de la Promesa, el símbolo que representaba el pacto que cada individuo hacía con el
Imperio Celestial.

La ceremonia consistía en que cada persona debía tomar un cuchillo y hacerse un


pequeño corte en una de sus manos y dejar caer algunas gotas de sangre en la roca
de la Orden Imperial de su elección. Después, debía recitar el juramento.
Desde ese momento y para siempre su vida estará ligada a la dicha orden. Sin duda
alguna es una decisión difícil, no todos tienen su destino claro ya que hay Órdenes que
son más peligrosas que otras.

Hay siete Órdenes Militares; La Orden de la Aviación, la Orden de la Corte Real, la


Orden de la Infantería, la Orden de la Marina, la Orden del Servicio de Asistencia
Médica, la Orden del Servicio Tecnológico y la Orden del Servicio de Inteligencia.

Mire a Omar, estaba seguro que de no ser por mí, él seleccionaría la Orden del
Servicio Tecnológico, pasaría horas y horas creando innumerables artefactos. Sin duda
alguna es el mejor de los amigos al renunciar a todo eso por mí.

— ¿Tengo algo en la cara o por fin declararas tu amor por mí? —pregunto en broma.

—No eres mi tipo, Omar —respondí en el mismo tono—. Prefiero los rubios. Esta vez
ambos reímos, los que nos observaban nos miraron muy extrañados, por lo general
todos mantenían un semblante de seriedad, así que era raro ver a alguien reír.

Volteé a ver nuevamente la plataforma, y ya estaban en fila frente a ella más de mil
personas. Arriba, observando a los aspirantes desde el Altar de los Dioses se
encontraba mi familia. Casi entré en shock cuando vi a mi tía, estaba reluciente, ¿Qué
había pasado? Se supone que tenía un pie en la tumba. A su izquierda se encontraba
mi padre, mirando a los presentes con desdén, a su lado, Irene sonreía a todos, era la
persona más querida del imperio, finalmente vi a mi tío, saludaba a todos con la mano,
pude ver que en su cinturón estaba colgada la Espada del Libertador, el símbolo de
poder del Rey.

El anunciante siguió hablando del Gobierno Mundial que antes había gobernado el
mundo con puño de hierro, dijo como este había surgido de las cenizas de la
civilización luego del término del Capítulo Negro, el periodo de tiempo que vivió el
mundo luego del apocalipsis que casi extinguió la humanidad. Habló también de cómo
los países oprimidos se unieron y destruyeron al Gobierno Mundial en la denominada
Guerra de la Supremacía.

Continuó y explicó que los países sobrevivientes se organizaron en siete poderosos


Imperios, dividiendo así el poder político del mundo. Narró cómo estos Imperios
convivieron pacíficamente durante dos años, pero después, todo cambió, los celos, el
espionaje y el crecimiento tecnológico y bélico de cada Imperio hizo que se rompiera la
frágil paz que había existido en el mundo.

Así fue como dio inicio la Guerra Imperial, el conflicto armado que se ha mantenido por
más de trescientos años. Por algún motivo los imperios han estado en un punto muerto,
por lo que la conquista absoluta se ha visto como algo inalcanzable por cada
generación, pero ningún rey del imperio lo admitiría jamás, cada uno de ellos
aseguraba que la victoria llegaría, ya que éramos el Imperio más poderoso sobre la
tierra.

«Si, la victoria llegará, pero solo cuando yo tomé el poder.»

Culminó dando gracias a todos los presentes por el sacrificio que hacían al entregar su
vida por el imperio.

Al terminar todos aplaudieron, bien sea por cortesía o por miedo a las repercusiones de
no hacerlo. Siempre era el mismo discurso, cada año había escuchado las mismas
palabras, ahora significaban algo diferente, tenían un impacto distinto, puede que se
deba a que ahora yo estaría por escribir parte de la nueva historia.

Cuando el aplauso culminó, un hombre bajito, vestido con ropa elegante habló a la
multitud desde el centro de la plataforma. Era el maestro de ceremonias que año tras
año se encargaba de dirigir la selección.

—Han transcurrido trescientos cuarenta y ocho años desde la primera ceremonia de


selección —exclamo en tono solemne—. Verlos aquí reunidos nos hace recordar el
lema del imperio: «Unidos por la causa» —indico con añoranza, mientras alzaba las
manos en un gesto exagerado—. Puede que antes esas palabras no significarán nada
para ustedes, pero a partir del día de hoy se convertirían en su dogma.

Puede que estuviera lejos de la realidad, ya que todos se miraban unos a otros con
impaciencia, y en algunos casos, distraídos. Mire detrás del hombre y pude ver cómo
Andrea hablaba con su jefe en susurros como si las palabras que decía el hombrecito
no merecieran su atención, y vaya que los entendía. Junto a ellos, el hombre de
confianza de mi padre encendía un cigarrillo, a su lado se encontraba Popo, el sirviente
con condiciones mentales especiales que vivía con nosotros en el Palacio. Fue una
gran sorpresa verlo, este miraba con aire risueño una mariposa que volaba cerca de él.
Al parecer se percató que lo estaba observando, ya que me saludo con la mano desde
la distancia y yo le devolví el saludo, siempre me había caído bien.

Me percate que había más personas distraídas. Los más ancianos bostezaban,
algunos parecieran esforzarse por no morir de aburrimiento, algunos simplemente
habían cedido y caído dormidos profundamente. Alce la visita nuevamente al podio
donde se encontraba mi familia, al parecer ellos no parecían disfrutar de la ceremonia;
mi padre resoplaba mientras jugaba con su corbata, Irene le lanzaba besitos a su
reflejó en un espejo de bolsillo que solía llevar con ella siempre, mi tía se acercaba una
petaca con contenido desconocido a los labios, es curioso, era la tercera vez que lo
hacía, lo había hecho antes mientras la cinta pregrabada del anunciante narraba la
historia de la creación. Finalmente, se encontraba mi tío, miraba a los aspirantes con
fingido interés. Al parecer había perdido la paciencia, ya que ordenó que sonara el
himno, por lo que las palabras del pequeño hombre fueron opacadas. Éste, muy
incómodo, regresó hasta su asiento ubicado junto a unos de los ancianos del fondo.

—Excelentes palabras, Juan —pronunció mi tío con jovialidad—. Todos agradecemos


profundamente tu dedicación y compromiso con el imperio —miro nuevamente a los
presentes preparado para hablar—. Llegó el momento, hijos míos, den un paso
adelante y sellen su pacto con el Imperio Celestial—. Elijan sabiamente, ya que su
elección los acompañará para toda la vida —añadió, posiblemente para hacer énfasis
en la importancia del momento.

Uno por uno los jóvenes que estaban formados en la fila pasaron al frente. Tomaban el
cuchillo que se encontraba delante de ellos, se hacían un pequeño corte en una de sus
manos y a continuación dejaban caer unas gotas de sangre sobre la roca de la orden
de su elección.

Algunos parecían satisfechos por lo que acababan de hacer, otros, por el contrario,
mantenían una expresión fría en su rostro. Es curioso, pero posiblemente muchos de
ellos entendieran perfectamente que acababan de asegurar su muerte con su elección.

Los minutos poco a poco se convirtieron en horas, la fila iba disminuyendo. Los que ya
habían sellado el pacto con la Roca de la Promesa debían esperar junto a su grupo
hasta que la ceremonia hubiera culminado. Ya faltaba menos, en pocos minutos será
mi turno.

—Hasta aquí llegamos, hermano —dijo Omar cerca de mí. Había olvidado que estaba
a mi lado.

—Seguro que daré de que hablar —comente con calma—. El Imperio estará en caos
por días.

No es un secreto para nadie que todos los ciudadanos de clase alta me odian, pero
seguramente despertará las alarmas, el riesgo de muerte en la primera línea de fuego
era muy grande, y dejar al imperio sin descendiente era el peor de todos los
escenarios, los enemigos podrían aprovechar ese momento de debilidad.

—Haces lo correcto, sé que cambiarás este mundo para mejor —sus palabras eran
reconfortantes.

Ya quedaban pocas personas. Bajamos del muro donde estábamos y caminamos


hasta la plataforma. Todos nos miraban, era extraño, según el protocolo los miembros
de la familia real jamás debían relacionarse con un plebeyo. Pero ahora que lo pienso,
Omar valía más que cualquiera de los miembros de la clase alta que había a nuestro
alrededor.
Mi mejor amigo subió a la plataforma, le guiño un ojo a Irene y está lo saludo con un
gesto que no le hizo mucha gracia a mi padre. Genial, seguramente estaría molesto por
el resto del día, le debo un trago al idiota.

Se aproximó a la Roca de la Promesa de la Orden de la Infantería y selló finalmente su


pacto con el Imperio. Me miró e hizo una seña con la cabeza para que continúe.

Después de tanto tiempo de espera, el momento finalmente había llegado. Cada paso
me acercaba más a mi destino, faltaba poco. Cuando estuve frente a la Roca de la
Promesa la observé con más detenimiento, los siglos que había pasado recibiendo la
sangre de los millones de miembros del imperio habían hecho que adquiera un color
rojo oscuro.

Nuevamente alce la vista, mi tía me veía con inquietud, mi tío me miraba con orgullo,
Irene me dedicó una tímida sonrisa y mi padre me lanzó una mirada oscura que
respondí con una sonrisa lobuna.

Podía escuchar cómo la gente hablaba detrás de mí, parecían escandalizados, algunos
simplemente habían olvidado donde se encontraban y exclamaban su desconcierto en
voz alta. Finalmente, cuando tomé el cuchillo, todos guardaron silencio. El corte fue
rápido y sin dolor, estiré mi mano y dejé caer tres gotas de sangre en la roca a la vez
que pronunciaba el juramento.

Todo acabó, volví a posar mis ojos en los de mi padre, éste me miraba con odio. No
era necesario decir palabras, ambos supimos, que desde ese momento viviríamos con
el único propósito de acabar con el otro.

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