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7.

Asuntos de viaje
El lunes Camilo se despertó más temprano que de costumbre, estaba animado y enérgico, había pensado mejor las cosas y ha- ría algunas acciones
para arreglarlas. Lo primero sería disculparse con Mujica. Este había resultado ser un gran amigo y Cami- lo, quizá por esta razón, la había pagado
con él, pues en el fondo sabía que no lo abandonaría. Luego, al final del día, pasaría por el convento para mostrarle su apoyo a sor Alicia. Y tercero,
y más importante, a partir de hoy no permitiría que lo siguie- ran matoneando Quijano y Ujueta, ni nadie. Temprano en la mañana y camino del
colegio, pasó por enfrente al convento. Si- guió derecho, pero cuando llegó al semáforo, miró para atrás y pensó que pasaría de una vez a ver a sor
Alicia. No era viernes, día de su acostumbrada visita, y tal vez la encontraría desayunando o rezando sus oraciones matutinas, pero decidió hacerlo.
Timbró una vez.
¡Joven Camilo! Qué sorpresa verlo a estas horas.
Sí, sé que es tempguano paga visitas, pego necesito hablag un minuto con sog Alicia.
—Tranquilo, está bien. Últimamente visitan a sor Alicia desde muy temprano —dijo mirándolo a los ojos con cierto sarcasmo. Siga.
Camilo esperó en el cuarto de visitas acostumbrado, al otro lado de la reja. Con un lápiz, iba golpeando los barrotes, pasan- do de barrote en
barrote, de un lado a otro del cuarto, haciendo un ruido repetitivo, mientras aparecía sor Alicia
-Es un sonido un poco molesto, joven, sobre todo a esta hora del día —dijo la madre superiora, que justamente pasaba por allí—. Parece un poco
nervioso, joven. ¿Me equivoco? -dijo con su aire altivo, que era una mezcla de autoritarismo y amabilidad.
-Lo siento, madgue, es que tengo algo de afán.
-Sor Alicia me ha hablado mucho de usted. Me dice que es un gran ajedrecista.
Camilo se sorprendió mucho.
-¿Ah, sí? ¿Eso dice?
-Sí. Entre otras cosas. Tal vez, si le parece, me puede ayudar a organizar un torneo de ajedrez en el convento, cuando ya no e sté sor Alicia -dijo
levantando la mirada.
Camilo no respondió. Se quedó pensativo, pero agradeció que la madre superiora lo tratara con tanta amabilidad.
-Esta es su casa, joven Camilo dijo la madre antes de salir de la salita de espera. Solo recuerde no tocar batería con los barrotes de
la reja.
Camilo se sentó impaciente.
¡Buen día, Camilo! -dijo sor Alicia irrumpiendo al otro lado de la reja.
Sog Alicia... —dijo Camilo, como dispuesto a decir un discurso. Solo vine paga decigle cuatguo cosas: la pguimega es que hoy
llega mi tía Nancy y me igué con ella, con su esposo y con mi papá a Boyacá, vuelvo hasta la otgua semana. Hubiega queguido que
la conociega, pego ni siquiega alcanzagá a ig a mi colegio. La segunda es que le aguadezco todo este tiempo, fue muy especial paga
mí y me aleguo de habeg pateado ese estúpido balón del Gueal Madguid. Lo tegcego es que, como le dije, usted meguece seg feliz,
entonces, aunque yo no esté de acuegdo con su decisión, la apoyo, solo haga que ese tipo la va- logue y la guespete. Y la cuagta y
más impogtante... ¿me puede dag unas clases de kagate?
Sor Alicia quedó muy sorprendida ante esa estampida de ideas.
-Camilo, para mí fue grandioso haberte conocido, es de las mejores cosas que me pasaron en este convento, además de los rábanos
de sor Egidia. Todo ha pasado muy rápido últimamente. Se me ha presentado una oportunidad importante, tal vez la más importante
de mi vida. Aunque quisiera, no alcanzaría a darte clases de karate, he decidido dejar el convento y es muy po- sible que me vaya a
vivir a España.
Camilo otra vez quedó en shock. Respiró hondo.
-Fue un gusto conocegla, sog Alicia-dijo y se retiró.
-¡Camilo, espera, por favor! —dijo sor Alicia algo sobresaltada.
Salió corriendo por el corredor. Llegó hasta la puerta. Al llegar vio a sor Mariana hablando con un hombre. Este llevaba un ramo
de flores en la mano.
-No creo que se demore-le decía la hermanita al hombre.
Cuando Camilo irrumpió en el zaguán de entrada, sor Mariana volteó a mirarlo.
-Ah, ya terminó la visita de sor Alicia, ya puede atenderlo.
Camilo miró al hombre a los ojos, su rostro le pareció familiar. Luego abrió la puerta y salió corriendo.
Que esté bien, joven Camilo -dijo sor Mariana sin obtener respuesta a su despedida.
Mientras corría, Camilo sentía que tenía más rabia en su corazón que el viernes anterior. Tuvo que detenerse un poco antes de llegar a la entrada
al colegio porque, del carrerón, le estaba doliendo el costado derecho debajo de las costillas. El clásico dolor de bazo. Apoyó las manos sobre las
rodillas y levantó la mirada. Vio entrar a Quijano con un balón del Barcelona. Se quedó pensando en el rostro del hombre que vio en la entrada,
por supuesto debía ser Carlos, el pretendiente de sor Alicia. En- tró al colegio, saludó a don Ananías sin decir palabra. En clase de Física, la primera
del día, se hizo detrás de Mujica. Mientras el profesor explicaba algo de la inercia, Camilo le pasó a Mujica una caja pequeña. Mujica la abrió. Era
un pequeñísimo aje- drez de imanes, con figuras circulares. Dentro del tablero había un letrero que decía "Lo siento. ¿Me perdona?". Mujica no
dijo nada, solo miró un buen rato el pequeño tablero. Un minuto más tarde tomó el ajedrez y sin mirar para atrás, solo estiran- do la mano se lo
devolvió. Camilo lo recibió. Se sintió triste y se quedó pensativo. Luego lo abrió y vio que las fichas estaban en posición. Un peón blanco estaba
dos casillas adelantado. Camilo sonrió y adelantó un peón negro un par de casillas, luego se lo pasó de nuevo. La partida se prolongó hasta la clase
de filoética. No cruzaron palabra. Excepto una que escribió Mujica al reverso del papelito: "Lo siento. ¿Me perdona?". Esta decía: "Jaque mate".
En el descanso Camilo iba caminando con Mujica cuando se le acercó el prefecto de disciplina.
-Camilo, llamó su papá: que lo van a recoger en 10 minutos, que esté listo en la carrera séptima porque van a recoger a su tía al aeropuerto. Me
habría gustado conocerla. Dígale que es la acudiente más cumplida que he visto en toda mi vida como docente.
Camilo se alistó, se puso el morral sobre ambos hombros para poder correr y se dirigió a la portería en compañía de Mujica. A su lado pasó trotando
su profesor de educación física con una sudadera gris.
Al verlo, Camilo recordó dónde había visto al hombre que le llevaba el ramo de flores a sor Alicia. Era el mismo que había discutido con una
mujer a lado de un carro en la calle, hacía unas semanas. Su corazón se aceleró y pensó que ese tipo, Carlos, estaba buscando a sor Alicia solo por
despecho, que tal vez la estaba embaucando. “¡A mí nadie me deja!" recordó claramente que había sido el grito que le lanzó a la mujer antes de
que saliera en su carro chirriando las llantas. No sabía qué hacer, iba de afán y estaba enojado con sor Alicia, pero en parte sentía que debía
informarle sobre sus sospechas de que el hombre no estaba siendo honesto con ella. Solo atinó a contarle a Mujica lo ocurrido.
Al salir vio que Quijano y Ujueta estaban trepados en el cerezo que había a la entrada intentando bajar algunas cerezas ne- gras que estaban en
cosecha. El balón del Barcelona estaba en el piso. Mujica se quedó mirándolo. A Camilo le dieron ganas de patearlo fuera del colegio pero se las
aguantó. Llegó corriendo a la carrera séptima. Un minuto más tarde, su padre lo recogía y partían rumbo al aeropuerto para recoger a su tía.

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