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La roma primitiva

Sociedades mediterráneas
Documentos de cátedra
2012

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La Roma primitiva

“¿Vale la pena contar desde los orígenes mismos de Roma


la totalidad de la historia romana? No estoy muy seguro de
ello, y si lo estuviese, no osaría afirmarlo. Es que mi tema me
parece antiguo y sobre todo trillado, pues surgen sin cesar
nuevos historiadores que se jactan, unos, de aportar en el
dominio de los hechos una documentación más segura, y otros,
de superar por su talento literario la torpeza de los
antiguos.[…]
En cuanto a los sucesos que precedieron inmediatamente
a la fundación de Roma o se adelantaron al pensamiento
mismo de su fundación, a esas tradiciones embellecidas por las
leyendas poéticas, más que fundadas en documentos
auténticos, no tengo intención de garantirlos ni desmentirlos.
Concedemos a los antiguos permiso para mezclar lo
maravilloso en las acciones humanas a fin de hacer más
venerable el origen de las ciudades; además si en algún caso
debe reconocerse a una nación el derecho de santificar su
origen y vincularla a una intervención de los dioses, la gloria
militar de Roma es bastante grande como para que, cuando
atribuye su nacimiento y el de su fundador al dios Marte de
preferencia a todo otro, el género humano acepte esta
pretensión sin dificultad, como acepta su autoridad”.

Tito Livio, Ab urbe condita libri, Prefacio General. 1

¿Qué significa remontarnos a los orígenes de Roma?

En primer lugar, cabe precisar qué se entiende por los “orígenes” de un proceso
histórico. Como dice Marc Bloch, el término “orígenes” encierra una ambigüedad: “En
el vocabulario corriente los orígenes son un comienzo que explica. Peor aún: que
basta para explicar. Ahí radica la ambigüedad, ahí está el peligro” (Bloch, 1957: 27–
32). Un comienzo no constituye, por sí solo, una explicación. Explicar el comienzo no es
explicar el proceso. Un proceso incorpora y transforma a lo largo del tiempo elementos
que no se hallan contenidos o prefigurados en sus comienzos. Los orígenes –
entendidos como comienzos - no explican un proceso posterior. Pero es necesario
tenerlos en cuenta para iniciar el estudio del proceso.
En el caso romano, la cuestión de los orígenes entendida como la de los tiempos
que preceden al surgimiento de la ciudad y a sus etapas más tempranas, encierra una
serie de problemas de difícil solución para el historiador 2 .

1 La presente selección de textos fue extraída de André, J. M. y Hus, A. “La Historia en Roma”, Siglo XXI,
Madrid, 1983.
2 Para la historia de la época temprana recomendamos consultar la obra de T. J. Cornell sobre los orígenes

de Roma, especialmente valiosa por su profundo conocimiento de las más variadas fuentes disponibles, su
análisis crítico de las diversas posiciones historiográficas, la precisión de sus planteos y la puesta al día de
la metodología y la información arqueológica. El título no se refiere sólo a “[…] los remotos albores de la
ciudad, sino a los orígenes de Roma como una de las principales potencias del mundo mediterráneo […]
su objetivo es rastrear el desarrollo de la sociedad y el estado romanos desde sus inicios visibles hasta la
época, a comienzos del siglo III a. C., en la que toda la Italia peninsular pasó a estar bajo el dominio
incontestable de los romanos”. (Cornell, 1999: 9). En cuanto al período estudiado, considera que la historia
de Roma comenzaría alrededor del 1000 a. C.; el 264 a. C. señala el inicio de la primera guerra púnica, el
principio del fin de otra potencia en el Mediterráneo – Cartago - y para Roma, “el fin de sus comienzos”.

2
Entre ellos se encuentran especialmente los que plantean los testimonios -
fuentes literarias y arqueológicas - y el modo de abordarlos.
Se consideran fuentes literarias las obras escritas durante los últimos años de la
República y los comienzos del Imperio, por lo cual tienen un carácter secundario y
tardío y expresan lo que los romanos de la época clásica sabían o suponían acerca del
remoto pasado de su ciudad. Comprenden tanto los textos de los historiadores como los
de los anticuaristas.
Los historiadores antiguos que se ocuparon de esa etapa trabajaron en épocas
de Augusto o poco después. Entre ellos, señalamos a Tito Livio, Dionisio de
Halicarnaso, Estrabón, Plutarco de Queronea. 3
La obra de Tito Livio (59 a.C.-17 d.C.), “Ab urbe condita libri” (o sea, desde la
fundación de la ciudad) es, como texto historiográfico, una de las más importantes
fuentes para el conocimiento de la Roma arcaica, a pesar de no haberse conservado
íntegra. Por cierto, se trata de una obra tardía que recoge toda una tradición literaria
previa, en gran parte perdida. El haber sido contemporáneo de Augusto y haber escrito
durante su gobierno, es decisivo en cuanto al sentido que Livio asigna a la historia: el
pasado romano justifica y legitima su poder presente y éste permite atribuir a la ciudad
un origen cuasi divino. La gloria de Roma, asentada en el poder militar del que Marte
simboliza la protección de los dioses, hace que “[…] el género humano acepte esta
pretensión sin dificultad, como acepta su autoridad”.
Las fuentes de las que estos autores dispusieron están en gran medida perdidas
o sólo las conocemos indirectamente a través de su obra. Ellos son eslabones en una
línea que proviene de la que se llamó “tradición analística”, constituida esta última por
los tempranos cronistas romanos, los más antiguos de los cuales se remontan a la
segunda mitad del siglo III a. C., y cuyas fuentes, a la vez, pueden haber sido algunas
obras históricas griegas, las tradiciones de las grandes familias romanas, la tradición
oral y una serie de documentos y archivos oficiales, tales como los Anales máximos.
El tiempo transcurrido hasta que los historiadores se pusieron a escribir, la
transmisión oral previa a lo largo de siglos, la heterogeneidad de los materiales de que
dispusieron, el origen predominantemente aristocrático de aquellos autores, el
condicionamiento planteado por su extracción social y su participación en el clima
político de su propio tiempo - con la consecuente manipulación de datos y perspectivas
- son todos factores que hacen que la tarea de interpretación sea sumamente dificultosa
y haya dado lugar a numerosas polémicas entre los historiadores de ayer y de hoy.
Los registros de los anticuaristas – como M. Terencio Varrón - también entran
en la categoría de fuentes literarias. Estos eruditos investigaron muy diversos aspectos
del pasado romano, y dejaron datos sobre el calendario, los topónimos, las instituciones
jurídicas y políticas, los monumentos, los nombres, las creencias y las ceremonias de
culto, las costumbres y tantos otros. Hoy son más valorados, ya que nos ponen en
contacto directo con vestigios auténticos de un pasado remoto.
En cuanto a los aportes de la arqueología, nos encontramos con las únicas
fuentes primarias que proporcionan datos sobre la Roma arcaica; inclusive las escasas
inscripciones epigráficas de esa época han sido sacadas a la luz por los arqueólogos.
Los avances efectuados por las nuevas prospecciones en la ciudad de Roma, sus
alrededores y el conjunto del territorio italiano, apoyados por la tecnología más
moderna, han cambiado profundamente el panorama de los conocimientos que se
tenían hasta la década del ’60 del siglo XX.
A los tópicos ya tradicionales de la arqueología italiana – las necrópolis, los
santuarios y monumentos sagrados, las ofrendas votivas – se han agregado nuevos
enfoques, orientados hacia la prospección en superficie y la investigación de
asentamientos.

3 Plutarco no se consideró historiador sino que expresó que su propósito era escribir biografías. No

obstante, en la composición de sus “Vidas paralelas” utilizó materiales previos a él, muchos de los cuales
sólo se conocen a través de su obra, muy útil a los historiadores.

3
Hoy es posible detectar desde c. 900 a.C., el desarrollo de las comunidades de la
Edad de Hierro en el Lacio, hasta la aparición de ciudades-estado urbanizadas durante
los siglos VII y VI a.C., y a la vez constatar detalles de ese proceso. Las excavaciones en
Roma y otros lugares del Lacio, sobre todo en enterramientos y en santuarios, han
modificado el conocimiento del período arcaico. Es posible que nuevos trabajos
contribuyan a seguir acrecentándolo.
Frente a cada nuevo hallazgo y a la necesidad de interpretarlo, se plantea el
problema de la relación entre la tradición analística y la arqueología. Así lo plantea
Cornell:

“[…] El objeto de la arqueología es suministrar testimonios históricos […] Ello


no significa que la arqueología deba verse subordinada al estudio de los textos, o que
sólo pueda recurrirse a ella cuando ayuda a corroborar un relato tradicional […] El
hecho es que la historia, si no deseamos confinarla al estudio de una serie de reyes y
batallas, debe incluir aquellas áreas de la vida y la cultura que los testimonios
arqueológicos permiten iluminar. Por la misma razón, debemos reconocer que los
temas que mayor interés despiertan en los arqueólogos modernos – la organización
de los asentamientos, los patrones demográficos, los procesos de producción o los
intercambios comerciales o culturales – son a todas luces temas propios de los
estudios históricos. Las investigaciones arqueológicas […] deben ir dirigidas a
responder cuestiones históricas”.
“Arqueólogos e historiadores realizan, por lo tanto, la misma actividad,
aunque utilicen métodos distintos. Por consiguiente, las fuentes escritas, cuando
existen, no pueden ni deben ser ignoradas por los arqueólogos, del mismo modo que
los historiadores no pueden prescindir de los testimonios arqueológicos […].”

Sin embargo, dado que los testimonios arqueológicos constituyen un conjunto


de materiales – objetos en piedra o en metal, cerámica, materia orgánica - de una
índole totalmente distinta a la de los datos contenidos en los testimonios textuales, y
que ambos dan respuestas a muy distintos tipos de cuestiones, llegar a conjugarlos con
precisión y eficacia resulta bastante problemático. Ello se debe a que “[…] ambos
grupos de datos representan sendos distintos tipos de realidad, y deben ser ordenados
e interpretados cada uno con arreglo a sus propias leyes”. Cuando se cuenta con
fuentes escritas, resulta inevitable utilizarlas como ayuda en la interpretación del
material arqueológico, pero la clasificación más elemental en categorías, ya constituye
una interpretación secundaria. Así: “La mayor parte de los ‘hechos’ arqueológicos
resultan ser en realidad una compleja mezcla de datos primarios e interpretaciones
secundarias. Por eso es imprescindible tener una cautela extrema cuando se dice que
un determinado aspecto de la tradición literaria se ha visto ‘confirmado’ por los
testimonios arqueológicos. A menudo la relación es justamente la contraria. Es decir,
la tradición literaria se utiliza para interpretar los datos arqueológicos.” (Cornell,
1999: 46-48). Este criterio es el que predomina en los estudios actuales sobre el más
temprano pasado de Roma y de los pueblos que habitaron la península. La obra citada
ofrece numerosos ejemplos rigurosamente analizados, referidos tanto a recientes
descubrimientos como a otros ya conocidos, cuya interpretación muchas veces se
modifica ante los avances en la arqueología.
La complejidad de esos problemas requeriría un desarrollo muy extenso
imposible de realizar en un trabajo como éste, y que ya ha sido tratado ampliamente
por la bibliografía especializada, a la que remitimos al lector deseoso de ampliar el
conocimiento de aquellos. Nos limitaremos, pues, a señalar algunos, tratando de no
incurrir en la simplificación de cuestiones que están lejos de ser simples.
En primer lugar, la Italia prerromana. Los antiguos sabían muy poco y nos
llevaría mucho tiempo examinar leyendas y datos aislados de los que poca información
podríamos obtener. Dado que el poblamiento de la península Itálica y en especial el del
Lacio se remontan a tiempos prehistóricos, es obvio que la información más precisa es

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la que proviene de la moderna arqueología, información aún hoy incompleta y difícil de
interpretar, que no poseían los antiguos romanos.
Los únicos testimonios directos acerca de la Italia prerromana, provenientes de
la arqueología, muestran una uniformidad cultural durante la Edad del Bronce (el
segundo milenio antes de Cristo). Si bien hay yacimientos en toda la península, gran
parte de ellos se encuentra en las zonas montañosas centrales, razón por la cual los
arqueólogos crearon la denominación de ”cultura apenínica” para referirse a esos
grupos humanos que practicaban la inhumación y vivían en gran parte del pastoreo
trashumante. Hoy se ha demostrado que también existieron aldeas permanentemente
habitadas, cuyos pobladores practicaban, además, la agricultura y la cría de animales.
Hacia el 1200 a. C. se esboza una transición que ha dado lugar a controversias
que plantean la disyuntiva: ¿continuidad o ruptura cultural? Se observan más
yacimientos, lo que indicaría un aumento de la población; se registran cambios en los
hábitos funerarios (la incineración sustituye en muchos lugares a la inhumación); se
marcan claras diferencias entre unas y otras regiones de Italia.
Ya en el primer milenio, hacia el 900 a. C., cuando comienza en Italia la Edad de
Hierro, las culturas locales se encuentran muy diferenciadas. Así, las que practican la
incineración se concentran en el norte de la península y en las llanuras vecinas al
Tirreno: Etruria, Lacio, Campania, mientras que las que utilizan la inhumación se
distribuyen en el resto del territorio.
Entre las del primer grupo, una se distingue especialmente, la llamada
villanoviana (en Etruria y Emilia-Romaña, cerca de la actual Bolonia), algunos de
cuyos principales asentamientos evolucionaron hasta dar lugar a las ciudades-estado
etruscas.
Otro caso es el de la cultura lacial, en la cual se da una variante local del rito
fúnebre de incineración, que es la utilización de urnas funerarias con forma de cabaña.
Roma surgió en uno de los yacimientos identificados como pertenecientes a esa cultura.
La original civilización de los etruscos constituye un notable ejemplo de las
dificultades para correlacionar en la temprana historia de Italia los testimonios
literarios, lingüísticos y arqueológicos.
Esta civilización, localizada en la Toscana, vecina al Lacio, contó también con
algunos núcleos al sur de Roma. Alcanzó su apogeo entre los siglos VIII y V a. C, época
en que sobre asentamientos villanovianos, surgieron sus poderosas ciudades-estado,
tales como Veyes, Tarquinia, Volterra, Arezzo y otras.
La arqueología ha sacado a la luz las ciudades, pero también sus notables
cementerios. Las tumbas de cámara destinadas a la inhumación de familias
aristocráticas, a la vez que señalan un cambio en los ritos fúnebres, muestran una
cultura orientalizante, manifestada en la riqueza de las decoraciones de sus frescos, las
estatuas de quienes fueron allí enterrados y los ajuares. Testimonian para los siglos
VIII y VII, la emergencia de sectores aristocráticos dominantes, mientras crecen los
asentamientos. A fines del siglo VII se evidencia ya la existencia de ciudades
propiamente dichas, que en lo urbanístico han organizado monumentalmente sus áreas
públicas y sagradas construyendo murallas, cloacas y templos.
Los testimonios arqueológicos sugieren que la transformación social, económica
y política se generó desde adentro de esa sociedad, aunque estimulada por contactos e
intercambios con el mundo exterior, como las colonias griegas del sur de Italia o
algunos puntos cercanos al Mediterráneo oriental. La civilización etrusca, entonces, ha
surgido directamente a partir de la villanoviana y por consiguiente, el pueblo que
desarrolló esta última en la Edad del Hierro, fue efectivamente el etrusco.
La lengua etrusca plantea una serie de incógnitas no resueltas. Se conserva en
numerosas inscripciones que utilizan un alfabeto derivado del griego, pueden leerse y
como son breves y de tipo formular, entenderse a grandes rasgos dentro del contexto en
que son utilizadas. Pero la lengua en sí es desconocida, no se parece a otras conocidas
ni pertenece al conjunto indoeuropeo. Esta lengua misteriosa, aislada, ha suscitado la
curiosidad desde tiempos antiguos y ha llevado desde entonces a plantear una serie de
problemas y discusiones acerca de quiénes eran los etruscos, lo que implicó

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preguntarse de dónde provenían. Heródoto pensaba que venían de Lidia, aunque los
situó en la atemporalidad del mito, muy anteriores a Heracles; en cambio, Dionisio de
Halicarnaso los consideró originarios de la propia Italia.
Los investigadores modernos continuaron esta polémica hasta mediados del
siglo XX, y en general sostuvieron la hipótesis de un origen “oriental” 4 , según la cual
habrían llegado a Italia en el S. VIII y se habrían apoderado de los núcleos
villanovianos, transformándolos en ciudades. La cultura orientalizante no se explicaría
así por los contactos con los pueblos del Mediterráneo oriental, sino que sería la que
ellos habrían traído consigo mucho tiempo antes.
Esta teoría hoy es insostenible, ya que no hay indicios arqueológicos de
invasión, migración o colonización en el S. VIII. La tendencia orientalizante se explica
mejor teniendo en cuenta los intercambios comerciales y culturales con Egipto, Chipre
o Siria a través del Mediterráneo. Tampoco se ha podido establecer ninguna relación
entre la lengua etrusca y las del Asia Menor u otro lugar del Cercano Oriente.
La controversia ha perdido sentido y actualmente se considera que la
civilización etrusca es un producto de un proceso cuyas últimas etapas están
testimoniadas por los materiales arqueológicos de los siglos IX al VII a. C., proceso
cumplido en la propia Italia. Si hubo o no una migración prehistórica, no tendría mayor
relevancia en la explicación de este proceso histórico. 5
La Roma temprana mantuvo vínculos diversos con sus vecinas y llegó a tener
algunas semejanzas con ellas, pero también se vio envuelta en conflictos y guerras que
terminaron por la imposición del dominio romano sobre territorios etruscos.
En contraste con el área etrusca, otros procesos diferentes se advierten en el
poblamiento del sur de Italia, donde se establecieron las ciudades griegas, desde
Pitecusa, Cumas y Neápolis hasta el extremo sur de la península – Tarento, Crotona,
Síbaris – así como en la isla de Sicilia: Siracusa, Agrigento, Gela 6 . Todas son fruto del
gran movimiento colonizador de los siglos VIII, VII y VI proveniente de la Grecia
continental y de las islas del Egeo, cuando numerosas poleis buscaron aliviar la
situación de stasis interna, vinculada a la presión sobre la propiedad de la tierra y a los
conflictos entre ciudadanos, enviando afuera una parte de su población. Estas
migraciones llevaron a la fundación de las apoikías, nuevas comunidades de
ciudadanos – es decir, nuevos oikos colectivos – que implantaron la polis como modelo
de organización política y social a la vez que como núcleo y marco referencial de lo que
los antiguos griegos entendieron era una vida civilizada. Estas ciudades situadas en la
que luego sería llamada Megále Hellás - Magna Grecia - fueron focos de re-creación de
la cultura griega y de temprana irradiación de la misma hacia etruscos y romanos (Milia
y Lizárraga, 2008: 43-46). Los contactos que desde el siglo VIII tuvieron con Etruria, el
Lacio y Campania, fueron las vías por las que penetró la helenización a la península.
Más específicamente, cabe preguntarnos qué sabían los romanos de los tiempos
clásicos acerca de los comienzos de su ciudad.
Como ya se ha señalado, todo testimonio escrito sobre esos tiempos más
tempranos es tardío y está recogido en textos que ya en la antigüedad estaban lejos de
ser de primera mano, textos que de alguna manera expresan tradiciones colectivas
inicialmente orales, objeto de sucesivas recepciones 7 . Surge entonces otra pregunta:

4 El calificativo de “oriental” hace referencia a regiones marginales de los continentes asiático y africano,
situadas en las cercanías del Mediterráneo, el cual facilitó los intercambios culturales con Grecia y la
península itálica.
5 Para ampliar las referencias acerca del tema: Torelli, M. (1996): Historia de los etruscos. Barcelona,

Crítica; Martínez Pinna, Jorge (1989): El pueblo etrusco. Madrid, Akal, en: Akal. Historia del mundo
antiguo, Nº 36.
6 La más antigua, Pitecusa, fue fundada por Eubea en la isla de Ischia, convenientemente situada en las

rutas marítimas que llevaban a Etruria y sus yacimientos de cobre y estaño, y a Elba, productora de hierro.
Parece haber sido un empórion (puerto de comercio, factoría), con fundiciones para el tratamiento de los
metales.
7 Para un registro exhaustivo de las fuentes escritas referidas a los tiempos tempranos y un análisis crítico

de los problemas de interpretación que plantean, ver la ya indicada obra de T. J. Cornell. Para un

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cómo los romanos han construido a lo largo de su historia la visión acerca de “los
orígenes”, ese conjunto de representaciones en las que la memoria social, transmitida
oralmente, inevitablemente se entrelaza con el mito.
La historia de Roma escrita por ellos se caracteriza por “[…] haberse convertido
en escenario privilegiado para la manifestación del mito con todo lo que éste tiene de
modo de expresión de las preocupaciones del grupo por su pasado colectivo y por las
señas de la propia identidad. […] Los elementos vivos de la tradición mítica […] en
Roma revisten la peculiaridad de haberse convertido en historia y, en consecuencia,
de haberse desmitificado en gran parte. La relación entre mito e historia adquiere, en
el caso romano, una nueva complejidad”. (Plácido Suárez y otros, 1993: 34–37). Esa
historia, tal como fue construida en la Antigüedad, contiene numerosos ejemplos en los
que el mito se entremezcla con la experiencia colectiva, y queda expresada en una
tradición literaria muy vinculada a los registros del patriciado y de los hombres que
ejercieron directamente el poder. En la República tardía o en el Principado de Augusto,
esta interpretación fue condicionada por la necesidad de legitimar el poder de Roma
sobre lo que ya era un imperio territorial.
Tanto la arqueología como la crítica de esa tradición contribuyeron a
problematizar la historia del mundo romano, y a “despegarse” de lecturas casi literales
de los relatos míticos de la Roma primitiva, en los que cronistas e historiadores habían
creído identificar el pasado remoto de la Urbs.
La relectura crítica de los textos griegos y latinos tradicionalmente considerados
fuentes para la historia, está vinculada en nuestros días con los avances de los estudios
lingüísticos y el análisis del discurso historiográfico. Ya no se buscan tanto las
referencias a los ‘hechos reales’, sino las significaciones de esos textos y las
representaciones simbólicas generadas, puestas en circulación y transmitidas como
memoria histórica en el seno de la sociedad que las produjo. Cobran interés las
relecturas y apropiaciones realizadas por esa misma sociedad en sucesivas etapas, así
como su recepción por otras sociedades que le sucedieron en el tiempo.
Ya en el siglo XX, los avances en el estudio de los mitos, analizados desde la
antropología y desde los estudios socioculturales, han llevado a su relectura y a
situarlos en relación con la sociedad que los elaboró, que los conservó en su memoria
colectiva y que recurrió a ellos en el transcurso de su proceso histórico. Un ejemplo
claro lo constituyen los mitos fundacionales 8 .
Para Roma, el relato sobre los orígenes, el de Rómulo y Remo junto al Tíber y
que abarca los primeros tiempos de la ciudad, es el mito fundacional. Rómulo y Remo
habrían sido hijos de Rea Silvia, hija a la vez de Numitor, rey de Alba Longa, derrocado
por su hermano Amulio. Al nacer los gemelos, el usurpador ordena que se los ahogue
en el Tíber. Pero son alimentados por una loba y luego protegidos por unos pastores. Ya
mayores, dirigen una banda de pastores y asaltantes, hasta que al descubrir su origen,
eliminan a Amulio, restablecen a su abuelo en el trono y restauran el honor de su
madre.
Plutarco recoge estos y otros elementos en su Vida de Rómulo. No construye el
mito, sino que selecciona y organiza materiales mucho más antiguos, transmitidos por
la tradición, a los que acompaña de comentarios propios de la mirada que puede tener
un griego, integrante de las élites provinciales del Imperio Romano a comienzos del
siglo II d. C. 9

Transcribimos a continuación algunos fragmentos:

acercamiento a las fuentes literarias, aunque no limitado a las referencias a los primeros tiempos de la
ciudad: André, Jean-Marie y Hus, Alain (1983): op. cit.
8 Al respecto de los mitos como fuente para el trabajo del historiador, sugerimos consultar en el Tomo I de

esta serie, “Las fuentes para el estudio del mundo antiguo” (p. 80-86) y el trabajo de Nélida Diburzi y
Fabiana Alonso, “Los mitos de origen” (p. 91-96).
9 En el desarrollo de este libro, retomaremos más adelante el análisis de la obra de Plutarco, especialmente

las Vidas Paralelas.

7
Remo relata su origen a Numitor: “[…] en este riesgo de la vida se nos han referido
acerca de nosotros mismos cosas extraordinarias: si son o no ciertas, el éxito debe
decirlo. Nuestro nacimiento se dice que es un arcano, y nuestra crianza de recién
nacidos muy maravillosa, habiendo sido sustentados por las mismas aves y fieras a
las que nos habían arrojado, dándonos de mamar una loba […]”. Este y otros detalles
que Plutarco reconoce como fabulosos, sin embargo deben ser creídos “[…] en vista de
las grandes hazañas de que cada día es artífice la fortuna; y si se considera que la
grandeza de Roma no habría llegado a tanta altura, a no haber tenido un principio en
alguna manera divino, en el que nada parezca demasiado grande o extraordinario.”
El poder de Roma en el presente de Plutarco es la prueba de la protección dispensada
por los dioses.
Buscan un sitio para fundar una ciudad, y lo hacen “[…] en aquel territorio en
que al principio recibieron el primer sustento […]”, acompañados por esclavos y
sediciosos.
Ya en las colinas junto al Tíber, “Echados los primeros cimientos de la ciudad,
levantaron un templo de refugio para los que en él quisieran acogerse, llamándole del
dios Asilo; admitían en él a todos, no volviendo los esclavos a sus señores, ni el deudor
a su acreedor, ni el homicida a su gobierno, sino que aseguraban a todos la
impunidad, como apoyada en cierto oráculo de la Pitia; con lo que prontamente la
ciudad se hizo muy populosa”. Una discusión entre los hermanos, acerca del sitio de
fundación suscita una disputa que termina con la muerte de Remo.
He aquí el ritual de fundación de la ciudad encabezado por Rómulo, “[…]
haciendo venir de la Etruria o Tirrenia ciertos varones, que con señalados ritos y
ceremonias hacían y enseñaban a hacer cada cosa a manera de una iniciación.
Porque en lo que ahora se llama Comicio se abrió un hoyo circular, y en él se pusieron
primicias de todas las cosas que por ley nos sirven como provechosas, o de que por
naturaleza usamos como necesarias; y de la tierra que de él se sacó cada uno cogió y
trajo un puñado, que lo echó allí como mezclándolo […] Después […] como un círculo
describen desde su centro la ciudad; y el fundador, poniendo en el arado una reja de
bronce, y unciendo dos reses vacunas, macho y hembra, por sí mismo los lleva, y abre
por las líneas descritas un surco profundo, quedando al cuidado de los que le
acompañan ir recogiendo hacia dentro los terrones que se levantan, sin dejar que
ninguno salga para afuera. A la parte de allá de esa línea fabrican el muro, por lo que
por síncopa la llaman pomerio, como promerio o antemuro. Donde intentan que se
haga puerta, quitando la reja y levantando el arado, hacen como una pausa; así
tienen por sagrado todo el muro, a excepción de las puertas; porque si éstas se
reputasen sagradas, sería sacrilegio el introducir y sacar por ellas muchas cosas, o
necesarias o no limpias.” Ya fundada la ciudad, distribuye los hombres útiles en
cuerpos militares.
Uno de los objetivos inmediatos es procurar mujeres para tantos hombres solos,
lo cual da lugar a otro mito integrado en el fundacional, el del rapto de las sabinas. 10
Roma nace de luchas y desde sus inicios conquista su lugar luchando, lo cual le
significará ampliar el territorio y el número de habitantes. Los acuerdos de paz con los
diversos centros urbanos del Lacio y la Etruria de que habla la leyenda, no ocultan que
estos quedan sometidos a su control.
Las leyendas son más de una. Además de la de Rómulo y Remo, el origen de
Roma fue vinculado con otra originalmente diferente, la de Eneas que huye de la Troya
en llamas y recorre el Mediterráneo occidental hasta establecerse en el Lacio después
de arduas luchas. Tanto en aquellos relatos como en fiestas como la del Septimontium,
probablemente originadas en época muy temprana, pero conservadas en tiempos
posteriores, han quedado algunas reminiscencias de la etapa preurbana de Roma.
Las leyendas no son relatos históricos y encierran considerables componentes
de ficción, aunque fueron conformadas en el proceso histórico. Sus principales

10El del rapto de las sabinas es un mito historizado por los romanos durante los siglos IV y III a. C., que no
puede ser confirmado ni por la arqueología ni por los estudios lingüísticos.

8
elementos ya existían hacia la primera mitad del siglo VI, como parece testimoniarlo la
famosa estatua de la Loba Capitolina. Abordadas crítica e inteligentemente, puede
obtenerse de ellas alguna información acerca de la Roma primitiva.
Más allá de la versión de Plutarco, las posibles lecturas del mito son múltiples y
no necesariamente excluyentes. A través de toda la historiografía romana posterior, el
relato de la tradición se ha convertido en “[…] el campo privilegiado donde se sitúan
los recuerdos del pasado o las remodelaciones imaginarias del mismo, consciente o
inconscientemente. […] La leyenda de la fundación de la ciudad es en parte, la de la
sedentarización de las comunidades a las orillas fértiles del Tíber, atemporal en la
memoria colectiva, pero adaptada a un proceso que altera, desde luego, las
realidades de fondo, para adecuarlas a una historización bastante artificial. La
mitificación de la realidad y la historización del mito constituyen dos fenómenos
complementarios, necesarios para comprender la Roma primitiva”. (Plácido Suárez y
otros, 1993: 34–37)
La crítica histórica de la tradición, los estudios lingüístico-literarios y el análisis
de los mitos han contribuido a dibujar un cuadro no exento de cuestiones todavía
oscuras y de polémicas interpretativas entre los especialistas. La mirada antropológica
sobre el pasado temprano de Roma, descubre muchos rasgos “primitivos”, casi
“salvajes”, opuestos o diferentes a los arquetipos clásicos.
Es interesante observar cómo la más antigua tradición romana presenta la
fundación de la ciudad como un proceso lento y gradual, del cual la acción de Rómulo
habría sido sólo un comienzo, luego completado por los reyes que le sucedieron.
Igualmente, el crecimiento físico de la ciudad y del territorio controlado por ella, fueron
producto de una acción colectiva. En cambio, los griegos concibieron la fundación de
una polis como un acto singular, con ritos cumplidos por un héroe como Teseo, o bien
un oikista, que la creaban plenamente en forma inmediata.
Otra diferencia notable está en que los romanos definieron su identidad como la
de una mezcla de diversos grupos: allí están, por ejemplo, el ya mencionado rapto de las
mujeres sabinas por los compañeros de Rómulo, la guerra y luego el acuerdo con los
sabinos; ya en tiempos muy posteriores, las continuas extensiones de la ciudadanía a
miembros de los pueblos conquistados. Cabe observar también que el relato contiene
actuaciones y personajes caracterizados por diversos rasgos de marginalidad, más o
menos deshonrosos para los códigos éticos luego instaurados como norma ideal por la
República Romana. En cambio, los mitos fundacionales griegos hacen hincapié en la
pureza de origen de los miembros de cada polis.
Más tarde, la tradición historiográfica romana, influida por las concepciones
griegas, terminó de dar forma a estos relatos y concibió la leyenda como un rito
fundacional al estilo griego, de modo que pareció que Rómulo había creado la ciudad en
una acción única, donde antes no había nada. En esos relatos aparecen dos tendencias:
o bien no marcar diferencias demasiado grandes entre la sociedad primitiva y la de la
época de finales de la República, o bien imaginar a la temprana ciudad como un mundo
rústico, sencillo y virtuoso, de pastores y más tarde campesinos, contrastante con la
caída de las normas de vida tradicionales en la Roma cosmopolita y poderosa, actitud
que fue corriente entre los poetas latinos del Alto Imperio.

La leyenda de la fundación de Roma está impregnada de un intenso sentido


ideológico: “[…] nos aporta pruebas ante todo y sobre todo de cómo los romanos de
épocas posteriores decidieron verse a sí mismos y de cómo deseaban que los vieran los
demás […] era típica de un pueblo que había conseguido su poder a fuerza de extender
los derechos de ciudadanía y de acoger constantemente en su seno a nuevos
elementos”. (Cornell, 1999: 84). En este planteo, la tradición no es confirmada por los
testimonios arqueológicos, pero estos pueden ser usados para interpretar la tradición.

9
La hipotética cuestión de los orígenes indoeuropeos del pueblo romano proviene
de una teoría mucho más amplia. Las investigaciones de Georges Dumézil 11 sobre las
lenguas, las estructuras sociales, la religión y los mitos estudiados comparativamente,
le llevaron a afirmar la existencia de un modelo organizativo de una primitiva sociedad
indoeuropea, que habría existido en la India, el Irán, Escandinavia, Irlanda y la Roma
primitiva. Su planteo es estructuralista, ya que se apoya en conjuntos cuyos elementos
constituyentes mantienen correlaciones internas homogéneas. Aquel modelo común
supone que la sociedad habría estado dividida en tres grupos, cada uno con una función
definida: los sacerdotes y gobernantes (el área de la religión, la magia, la realeza y el
pensamiento), los guerreros (la fuerza física) y los productores (vinculados a la
conservación y reproducción materiales del grupo, la fecundidad, la alimentación, la
medicina).
En el caso romano, esa “ideología de las tres funciones” aparece en algunos
rasgos de las leyendas sobre la Roma primitiva y particularmente en la religión: las
funciones están corporizadas respectivamente en Júpiter, Marte y Quirino, dioses que
representan a quienes gobiernan, quienes luchan y quienes producen. Sin embargo, es
dudoso que estas funciones puedan ser localizadas en otros aspectos de la sociedad y
que den la clave para entender la tradición legendaria en su totalidad.
Las teorías de Dumézil han recibido numerosas críticas. Entre otras, que las
“funciones” no son funciones sociales, sino criterios de clasificación.
En nuestro campo de estudios, los cuestionamientos provienen de los
romanistas. En cuanto a su incidencia en la historia de Roma primitiva, Cornell plantea
la cuestión central: si fueron los romanos quienes convirtieron la mitología
indoeuropea en historia o ha sido Dumézil el que ha convertido la historia de Roma en
mitología indoeuropea. (Cornell, 1999: 103-106)

La arqueología y la Roma temprana

La arqueología ha esbozado un panorama diferente al de la tradición. Las


excavaciones (especialmente sus avances tan notables desde los años ’70 del siglo XX)
han mostrado unos tiempos “primitivos” mucho más complejos que lo que se había
pensado hasta entonces. Como ya se ha dicho, sólo nos ocuparemos de los lineamientos
más generales, y para profundizar en el tema remitimos a la bibliografía específica. 12
Además de lo ya expuesto acerca del poblamiento de Italia prerromana en su
conjunto durante la Edad del Bronce y la transición a la Edad del Hierro, es necesario
tener en cuenta algunos elementos propios de la cultura lacial (un caso específico
dentro de la protovillanoviana), que tuvo su ámbito de desarrollo en el Latium Vetus 13 y
en relación con la cual son hoy estudiados los comienzos de la ciudad de Roma.
El Lacio es una llanura ondulada, en el centro oeste de la Península Itálica.
Situada sobre la vertiente del mar Tirreno, el río Tíber la separa de otra llanura, la
Etruria o Toscana al noroeste; al sureste se halla la Campania. Hacia el noreste, las
tierras llanas quedan cerradas por los montes Apeninos, casi una espina dorsal que
recorre la península. Las colinas cercanas al río, junto al vado por donde se lo podía
atravesar y a corta distancia de su desembocadura en el mar, son adecuadas para el
poblamiento: facilidad para la defensa, abundancia de agua dulce (incluso excesiva en
los pantanos formados en las depresiones entre las colinas), posibilidad de
comunicaciones con los cercanos montes Albanos, con el interior montañoso y a lo
largo de la costa del Tirreno.

11 Georges Dumézil (1898-1986): mitólogo y lingüista francés, que estudió las lenguas indoeuropeas y
caucásicas y fundamentalmente, la mitología comparada indoeuropea.
12 Cfr.: Martínez-Pinna, J. (1989), La Roma primitiva, Madrid, Akal; Bravo, Gonzalo; Plácido Suárez y

otros (1993): op. cit.; Cornell, T. J., op. cit.


13 Latium Vetus: expresión que designa un territorio menor que la actual región del Lacio, limitado al

noroeste por el Tíber y que hacia el sur llegaba hasta Tívoli.

10
La arqueología detecta allí los primeros indicios de poblamiento (que
corresponderían a la Edad del Bronce) en torno al año 1000 a. C., lo que contrasta con
la fecha que tradicionalmente los romanos asignaban a la fundación de la ciudad: 753 a.
C.
En una primera fase (c. 1000 a c. 900 a. C.), se trata solamente de urnas en
forma de cabañas, conteniendo cenizas depositadas en tinajas que a la vez eran
enterradas, y dentro de las cuales se colocaban diversos útiles de la vida diaria. Este
simbolismo es un carácter específico de la cultura lacial.
La fase siguiente – a partir de c. 900, que indica el comienzo de la edad del
Hierro en el Lacio – muestra continuidad con la anterior, así como un gran aumento de
los testimonios y de los asentamientos en toda la región, hasta hace poco desconocidos.
En las necrópolis la incineración se mantiene, pero por el ajuar funerario hallado en las
tumbas es evidente que se usaba sólo para varones de un grupo socialmente relevante.
Comprende objetos de cerámica y de bronce en miniatura, con una clara función
simbólica: al pasar a otra vida le procuran al difunto lo necesario para su existencia y
para cumplir con el rol social que tuvieron en ésta.
También hay inhumaciones en tumbas más sencillas, tanto de hombres como
de mujeres, que incluyen objetos de uso cotidiano. El ejemplo más relevante es de
Osteria dell’Osa, yacimiento que permite la reconstrucción de la forma de vida del
conjunto de las comunidades latinas: una economía de subsistencia, en la que se
cultivaba la tierra y se criaban animales, se practicaba la cerámica y con mayor
especialización, la metalurgia, que probablemente daba lugar a relaciones comerciales
con otras regiones productoras de metales.
Se hace evidente un progresivo aumento de la población. Las prospecciones de
superficie muestran que aldeas inicialmente pequeñas fueron agrupándose y luego
fusionándose, dando lugar a una fase protourbana, que en Etruria había sido más
temprana, pero que en el Lacio se completa recién a comienzos del siglo VIII.
Los cimientos de chozas en el Palatino – una de las colinas sobre las que se
asentó la ciudad de Roma – corresponden a mediados de aquel siglo y fueron hallados
en la década del ’30 del siglo XX. Ya a fines de los años ’80, Andrea Carandini encontró
allí restos de murallas. Frente a estos hallazgos, muchos creyeron ver que la
arqueología confirmaba a las tradiciones antiguas.
Hacia las últimas décadas del siglo VIII, los testimonios arqueológicos
provenientes de yacimientos ubicados en diferentes zonas del Latium Vetus indican
cambios notables en la estructura social, que se profundizan durante la etapa
orientalizante.
En esos yacimientos – intensamente explorados a partir de la década del ‘70 del
siglo XX - abundan las llamadas “tumbas principescas”, en las cuales se encuentran
riquezas que acompañan a los cuerpos de hombres y mujeres: armas de hierro; objetos
de oro, plata y bronce; carros colocados junto a cuerpos femeninos; cerámica
protocorintia o proveniente de las costas del Levante mediterráneo, lo cual testimonia
la existencia de un proceso de diferenciación social, con una aristocracia cuyo poder le
posibilita retener los excedentes de la comunidad y conservarlos a través de la herencia.
En la segunda mitad del siglo VII, las tumbas de cámara en Etruria y en el Lacio
testimonian la continuidad en el tiempo de los enterramientos familiares, que
muestran la importancia de familias prolongadas a través de varias generaciones en las
estirpes que los romanos llamaron gens. 14
En tiempos históricos la gens fue “[…] un grupo familiar de ascendencia
patrilineal cuyos miembros (gentiles) afirmaban descender de un antepasado común.
Ese antepasado común, ya fuera real o ficticio, quedaba reflejado en el sistema de
nomenclatura. Cada miembro de una gens tenía dos nombres: el nombre propio o
praenomen (por ejemplo, Marco, Tito, Sexto, etc.) y un nombre de familia o nomem

14 “Gens” (singular); “gentes” (plural).

11
gentilicium, que a veces adoptaba la forma de patronímico (o sea, por ejemplo,
Marcio, Ticio, Sextio, etc.).” (Cornell, 1999: 111)
Si bien no todo es claro en cuanto a la importancia de la gens en la Italia
primitiva (lo que ha dado lugar a debates) hay algunos puntos mejor fundados. La gens
no es exclusiva de Roma, sino propia de todo el Latium Vetus. El sistema abarca
diversos niveles sociales, ya que todos los romanos libres, independientemente de su
rango social, se identifican a través del gentilicio. Inclusive, a comienzos del siglo VII la
gens es también un rasgo estructural de la sociedad etrusca.
Parecería que su sistema onomástico típico se difundió junto con el proceso de
urbanización. Los testimonios literarios de la tradición pueden también reflejar un
proceso de fondo genuino: los personajes de la época de Rómulo y Remo tienen un solo
nombre; en cambio, después de la fundación aparece el sistema binominal.
Esas tumbas principescas del Lacio, Etruria y algunas halladas en la Campania,
constituyen el marco del movimiento cultural orientalizante. Su distribución en esa
amplia zona geográfica ya no puede ser atribuida a inmigrantes etruscos (pues la teoría
de su origen oriental ha quedado desacreditada) sino a la influencia griega.
Desde finales del siglo VIII, la Grecia continental, las islas y las poleis del Asia
Menor mantienen intensos contactos con Palestina, Siria, Mesopotamia, canalizados a
través del comercio de objetos de lujo con puertos del Levante mediterráneo tales como
Al Mina (junto al río Orontes, en Siria actual) y también son afectadas por ese
movimiento. Estos contactos impulsan al arte griego a imitar estilos y motivos
orientales, especialmente en la cerámica, que abandona el estilo protogeométrico para
incorporar otros motivos, tales como animales exóticos y flores.
En Italia, donde – como ya hemos señalado – a partir de mediados del siglo VIII
se fundan colonias de las poleis griegas, se registra, directa o indirectamente, una doble
influencia: la de la cultura directamente oriental y la de la cultura griega orientalizante.
El comercio, llevado a cabo por griegos, canaliza la llegada de esta revolución cultural
que encuentra condiciones para arraigarse y crecer.
Los griegos influyen notablemente sobre el orden aristocrático en tierras
itálicas. Son portadores de un modelo cultural de identificación: los valores de la
aristocracia arcaica, unida por los lazos que crea la hospitalidad, el intercambio de
presentes y un estilo de vida y formas de sociabilidad compartidos, todo lo cual genera
una red de relaciones que favorece los traslados de sus miembros y la interacción entre
ellos. Es así que se difunden el banquete o simposio, el intercambio de objetos de lujo -
cerámica artística o metal - que dan prestigio a sus poseedores y que se exhiben hasta
después de su muerte. Nuevamente, la relativa uniformidad de esos objetos así como su
dispersión geográfica, muestran la gran movilidad de los sectores más altos de la
sociedad y constituyen expresión material de una koiné, una cultura común: un éthos
aristocrático fortalecido en las redes de mutuas obligaciones de hospitalidad que
recuerda a lo que Homero muestra en la Odisea.
En síntesis, la presencia de los griegos en el sur de Italia estimula cambios en los
hábitos sociales. Desde el siglo VIII en adelante, la influencia griega continuará
llegando más ampliamente y dejará sus huellas en el arte, la arquitectura y la religión
de los romanos.

El proceso de urbanización

Desde los siglos IX y VIII la arqueología pone a la luz una serie de cambios
físicos en los asentamientos del Lacio. Algunos pequeños poblados comienzan a
unificarse formando núcleos situados en la parte más alta de las colinas. Es éste un
fenómeno protourbano, claramente constatado en Etruria meridional y algo menos
definido en el Lacio, donde se observan grandes concentraciones de cabañas sin que se
advierta todavía una organización formal del espacio.
Ya c. 650 aparecen en el Lacio las grandes tumbas de cámara y en la segunda
mitad de ese siglo se desarrollan la arquitectura monumental y la planificación urbana
en los principales centros de población.

12
En cuanto a Roma, los más antiguos testimonios de desarrollo urbano muestran
una transformación notable a fines del período orientalizante: el primer foro (c. 650),
algunos edificios públicos, el santuario dedicado a Vulcano y relacionado con Rómulo.
Es aquí donde se encontró en 1899 el famoso Lapis Niger, losa debajo de la cual se
hallaron depósitos votivos que datan de 600-550, y que serían evidencia de la
fundación del culto. Estos testimonios del desarrollo de Roma a fines del siglo VII y
comienzos del VI indican que de un poblado primitivo de cabañas ha pasado a ser una
comunidad verdaderamente urbana. En torno al 500, es ya una ciudad que ha crecido
más que otras en el Lacio 15 . Este cuadro es confirmado por las excavaciones que desde
mediados de los años ’80 del siglo XX realizara Carandini en la ladera norte del
Palatino, donde exhumó grandes residencias particulares sobre la Vía Sacra.
Estos cambios en los asentamientos hacia fines del siglo VII, cuando los
poblados van tomando forma de centros urbanos, han sido considerados como una
revolución por Einar Gjerstad y la Escuela Sueca, que diferencian dos períodos: uno
preurbano y otro urbano. No obstante, su teoría de la “Revolución urbana” ha sido
sustituida por la de un proceso gradual de evolución espontánea – iniciado en el siglo
VIII - mucho más acorde con los testimonios arqueológicos, proceso en el cual las
cabañas fueron siendo poco a poco sustituidas por casas.
Es difícil establecer cuándo los rasgos típicos de la ciudad-estado se hicieron
visibles en esa Roma temprana. No podemos rastrear aquí los que Gordon Childe
identificara como propios de la ciudad-estado, ya que él tenía presente el “modelo”
mesopotámico, varios de cuyos componentes y modalidades son muy diferentes.
Corresponde, en cambio tomar como criterio los elementos constitutivos de la típica
ciudad-estado grecorromana, ya sea la polis o la civitas.
Ciertos componentes físicos detectados – el pavimento del Foro, lugar de
reunión al aire libre, ámbito tanto del mercado como centro cívico; el Comicio - son
símbolos de que ya está formada una comunidad cívica. También lo son los edificios
públicos monumentales de uso común o cívico, los templos o santuarios que
testimonian una actividad religiosa común y el establecimiento de cultos cívicos, como
el de Vesta (segunda mitad del siglo VII) y el de Júpiter Capitolino 16 .
Se advierte además la influencia etrusca en la realización de esos grandes
trabajos urbanísticos, que seguramente han requerido un aporte de mano de obra de
origen externo y que transformaron la ciudad. Ésta, sin embargo, sigue siendo de habla
latina, como lo testimonian las inscripciones del Lapis Níger ya mencionado.
Los datos arqueológicos testimonian una drástica reorganización de Roma hacia
las últimas décadas del siglo VII. Gjerstad habla de “sinecismo”, y con este término se
está refiriendo a una unificación de la comunidad, acompañada de la subordinación de
la autonomía local a una sola autoridad central. Nos hallamos ante una comunidad
política unificada.
Cornell cierra su análisis de esta manera:

“En Roma la formación de la ciudad-estado coincidió con las grandes innovaciones


introducidas en la organización del espacio urbano y en las técnicas arquitectónicas.
Todos esos cambios pueden situarse en un espacio de tiempo relativamente breve (en
las décadas inmediatamente anteriores y posteriores al año 625 a. C.), y debieron ser
llevadas a cabo deliberadamente. En mi opinión, tenemos perfecto derecho a
referirnos a este proceso calificándolo como la fundación de Roma, aunque no
podamos nombrar a la persona o personas que la fundaron. En este momento
empieza la verdadera historia de Roma.” (Cornell, 1999: 131-132)

15 Su ubicación estratégica junto al vado del Tíber y en la encrucijada del las comunicaciones y del comercio
entre Etruria, Campania y las colonias griegas de la Magna Grecia, es un factor estimulante de ese
crecimiento.
16 Este templo contiene materiales más antiguos propios de la cultura lacial, y otros más tardíos, de fines

del siglo VII o comienzos del siglo VI, aunque su construcción sería posterior.

13
Más allá de los testimonios materiales que dan cuenta de un espacio urbano,
cabe considerar aquellos componentes que indican juntamente la complejización y
jerarquización de la estructura social.
¿Podemos a partir del contexto antes reseñado hablar ya de la emergencia de la
ciudad-estado? ¿Sobre qué bases sociales se construyó la comunidad cívica?
Según la tradición, fundamentalmente trasmitida por el patriciado, la gens era
la unidad organizativa de esa sociedad. La gens constituyó por cierto una forma de
organización basada en los lazos interpersonales de sus miembros, que poseían un
antepasado común real o ficticio; estaban relacionados por lazos de consanguinidad,
rendían culto a los mismos dioses protectores, disponían de santuarios y sitios de
enterramientos comunes En cuanto al ordenamiento institucional, la tradición
posterior evoca una Roma monárquica desde los primeros tiempos. Según aquella, siete
habrían sido los reyes a partir de la mítica fundación de la ciudad. Acerca de los cuatro
primeros (Rómulo, Numa Pompilio, Tulio Hostilio y Anco Marcio) no se cuenta con
elementos que permitan asegurar su existencia; por el contrario, se trataría de
personajes cuasi míticos. Los tres últimos (Tarquino Prisco, Servio Tulio y Tarquino el
soberbio) serían quizás de origen etrusco y habrían llegado al poder no por la elección
sino por la fuerza.
A la par del desarrollo urbanístico ya señalado se habría producido una
progresiva emergencia de las instituciones que configuraron el primer ordenamiento de
la ciudad-estado: la Monarquía, el Senado y las Asambleas por curias.
En esta época es importante señalar la Reforma Serviana 17 la cual trajo tanto
una redistribución censitaria de los derechos políticos (basada en las diferencias de
riqueza) como una transformación del ejército. Los más humildes - los capite censi -
quedaban fuera de la obligación militar, pero también privados del ejercicio de los
derechos políticos.
Se dividió al pueblo romano en cinco “clases” 18 de ciudadanos, cada una de las
cuales aportaba al ejército una cantidad de centurias o grupos de cien soldados. Cada
ciudadano costeaba su equipo en relación con su riqueza, siendo aquel más complejo
cuanto más importantes fueran los bienes.
También se creó la Asamblea Centuriada. Como cada centuria era una unidad
de combate y de voto, los derechos políticos de cada clase estaban en relación con el
servicio que prestaba al ejército y por ende, con la riqueza, registrada por el censo. De
hecho, la primera clase imponía su mayoría absoluta.
Era, pues, una asamblea censitaria, en la cual los ciudadanos con mayor
capacidad económica imponían su voto, pero que sin embargo, al no estar basada en un
criterio de sangre, abría una fisura en el dominio de la aristocracia.
Frente a esto, es posible que cierto número de gentes se constituyeran en
patriciado y reivindicaran agresivamente privilegios hereditarios, frente a una plebe
cada vez más numerosa.
Servio Tulio también dividió la ciudad y el ager Romanus en tribus,
denominación que desde entonces adquiere un significado de circunscripción
territorial. Se reemplazaron así las tribus gentilicias (atribuidas a la creación de
Rómulo), por la repartición de los ciudadanos según el domicilio, lo cual constituye una
base para el catastro y la evaluación de la propiedad, a efectos de establecer el censo y
los impuestos.

La Constitución Serviana se fue modificando a lo largo del proceso romano, y la


tradición posterior a menudo confundió los tiempos de cada transformación y atribuyó
una antigüedad mayor de la real a algunas de sus características.

17 Atribuida a Servio Tulio. Seguimos en esta cuestión el planteo de Jacques Heurgon. Para ampliar esta
compleja cuestión, puede verse: Heurgon, J. (1982), Roma y el Mediterráneo occidental hasta las guerras
púnicas, Barcelona, Labor, pp. 163–172
18 No son clases sociales, sino categorías basadas en las diferencias de riqueza.

14
No obstante, desde esta época tan temprana quedaron establecidos algunos de
sus fundamentos, que con el tiempo constituirán algunas de las diferencias
fundamentales entre el sistema institucional de la democracia griega y el
funcionamiento de la República Romana.
En cuanto al tránsito de la monarquía a la república, la tradición historiográfica
romana narra una serie de episodios en los que se pone de relieve la expulsión del
último rey, debido a sus supuestas características autoritarias. De hecho, esa expulsión
habría sido provocada por la aristocracia, celosa de sus privilegios. Hoy sabemos que
este episodio debería ser considerado como uno más dentro de un cuadro conflictivo en
todo el Lacio, sumido en una lucha entre coaliciones militares de ciudades rivales,
dentro de la cual Roma habría sido temporariamente dominada.
En cuanto a la fecha del 509 a. C., ha sido cuestionada. Posiblemente el
surgimiento de la República haya sido posterior (primeras décadas del siglo V). El
tránsito hacia la organización institucional republicana debe ser pensado como algo
más gradual, un proceso creativo, detrás del cual vemos el fortalecimiento del
patriciado 19 y su control colectivo del poder, con el reforzamiento de las barreras para
excluir a la plebe. En la confrontación patricios / plebeyos, con que se abre la
República, ambos núcleos terminaron de conformarse plenamente. 20

19 La llamada “serrata del patriciado”.


20Cfr. Roldán, J.M. (1990), Instituciones políticas de la República Romana, Madrid, Akal.

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