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Texto elegido: Las Lealtades- Delphine de Vigan (Francia, 2018)

Tema especial: El concepto de lealtades en la novela y cómo se desarrolla en los personajes de


Théo y Cécile.

En la novela, la autora trabaja con el concepto de lealtades a través de las relaciones que tienen
los personajes con los demás y con ellos mismos. Ya desde el primer capítulo, nos encontramos
con una breve introducción (aunque también podríamos interpretarla como una conclusión) de la
novela, en la que redefine el término de una forma muy particular:

“Son las leyes de la infancia que dormitan en el interior de nuestros cuerpos, los valores en cuyo
nombre actuamos con rectitud, los fundamentos que nos permiten resistir, los principios ilegibles
que nos corroen y nos aprisionan. Nuestras alas y nuestros yugos. Son los trampolines sobre los
que se despliegan nuestras fuerzas y las zanjas en las que enterramos nuestros sueños” Pág. 7

Aquí vemos cómo de Vigan se corre del lugar común de pensar a la lealtad únicamente como una
virtud y la presenta como un arma de doble filo que puede liberar a las personas o no obstante
condenarlas. Todos los personajes de la novela se encuentran marcados por una lealtad que les
hace daño. Sin embargo, no todos lidian con el sufrimiento de la misma manera, por lo que
podríamos establecer que hay lealtades que se desarrollan de una forma más positiva (personaje
de Cécile) y otras de una forma más negativa (personaje de Théo).

Théo es un niño de doce años que generó una adicción al alcohol y que podríamos considerar
protagonista de la novela ya que el desarrollo del personaje repercute en el desarrollo de la
historia. Ya en el primer capítulo dedicado a él, conocemos el oscuro objetivo que persigue: perder
la conciencia del todo. Podemos deducir que atraviesa un conflicto al que no quiere o
directamente no sabe cómo afrontar. Más adelante, la autora nos introduce al porqué del
sufrimiento que arrastra: es hijo de padres separados, y en ninguno de los dos encuentra amor y
contención. Su madre, por un lado, ve en él la figura de su ex a quien no tolera en lo absoluto, a tal
punto que nunca lo llama por su nombre. Por ende, es igual de resentida con Théo, a quien obliga
a cumplir con un ritual completamente humillante cada vez que vuelve de casa de su padre: debe
poner a lavar la ropa que trae puesta y darse una ducha para quitarse el olor proveniente del “otro
lado” que su madre no puede soportar. La relación que tiene con su hijo es muy tensa, ya que ella
lo ve como un enemigo y él siente constantemente su mirada examinadora.

El padre, por otro lado, se encuentra sumido en una profunda depresión que apenas le permite
levantarse de la cama para abrirle la puerta. Incluso le cuesta un esfuerzo sobrehumano mantener
una conversación trivial con él. En uno de los capítulos, Théo le reclama porqué se había olvidado
abierto el gas, a lo que el padre solo responde que tenía frío y se larga a llorar. A Théo le genera
rechazo porque es tan grave la falta de cuidado que tiene hacia sí mismo que ya ni siquiera se
baña. El ambiente es totalmente nocivo, pero el protagonista le prometió no decir nada a su
madre del estado de miseria en el que viven, por lo que el pequeño se hace cargo de las tareas
domésticas con ayuda de la imaginación.

Así es como Théo cree protegerse en la cálida y al mismo tiempo efímera sensación que le brinda
el alcohol, cuando en realidad está cayendo en un proceso de autodestrucción que le trae aún más
problemas, ya que su salud y su rendimiento en clase se comienzan a dificultar
Probablemente la lealtad que guarda el protagonista hacia sus padres sea la más significativa de la
novela, ya que es tan silenciosa como dañina:

“Théo aprendió muy pronto a interpretar el papel que se esperaba de él. Palabras vertidas con
cuentagotas, expresión vaga, mirada gacha. Escurrirse. A ambos lados de la frontera se había
impuesto el silencio como la mejor postura, la menos peligrosa.” Pág. 54

Aquí de Vigan demuestra el dolor que callan los niños frente a la inestabilidad física y emocional
de los adultos. De hecho, hay un capítulo en el que Hélène, la profesora de Biología de Théo,
reflexiona acerca de por qué nunca había denunciado los castigos brutalmente violentos que le
infringía su padre. Ella misma se responde y con una frase muy reveladora teniendo en cuenta el
trágico final de Théo:

“Sé que los hijos protegen a los padres y qué pacto de silencio los conduce a veces a la muerte”
Pág. 155

Théo no tenía la posibilidad de comunicar lo que estaba viviendo por dos principales razones: en
primer lugar, no recibía la atención necesaria en el hogar (la madre era muy fría con él y el padre
estaba gravemente enfermo) y, en segundo lugar, el compromiso que lo ataba a los padres nunca
le permitió ver que, por ejemplo, Hélène y Mathis siempre estuvieron allí para darle una mano.
Pienso que la lealtad que sostiene Théo es negativa porque perjudica cada vez más su calidad de
vida y lamentablemente no logra escapar de ella sino hasta el final de la novela, en el cual
podemos deducir que Théo muere tras una sobredosis de alcohol.

Cécile es la madre de Mathis, mejor y único amigo de Théo. A diferencia del último, ella sí logró
liberarse de las lealtades que la aprisionaban, o al menos lo hizo de una forma más sana.
Considero que la autora incluye un personaje como el de Cécile para mostrar la otra cara de las
lealtades, aquella que es capaz de salvarnos. Pues recordemos que, según la definición del primer
capítulo, las lealtades son “nuestras alas y nuestros yugos”. A través de Cécile la autora construye
un nuevo concepto: la lealtad hacia uno mismo. Y es por ello que el personaje transmite un
mensaje más esperanzador comparado al de Théo, cuya fidelidad a los padres lo mata.

Pienso que hay dos momentos en la vida de Cécile donde ella decide revelarse y romper con las
lealtades que le hacen daño. La primera ocurre cuando abandona a su familia para seguir su
propio camino. Cécile era hija de un padre alcohólico que al volver del trabajo se dedicaba a beber
vino hasta altas horas de la noche, sentado en la mesa frente al televisor, y arremetía siempre el
mismo discurso agresivo contra el mundo entero. Luego lo despidieron, y siguió realizando la
misma actividad, solo que comenzaba antes. La madre de Cécile frente a la incapacidad de su
marido se hacía cargo de todo, y nunca emitió la menor queja. Con su hermano, Thierry, tampoco
tenía mucha comunicación, ya que se la pasaba encerrado en su cuarto escuchando discos. Narra
Cécile que un día se encontraba la familia cenando cuando en la televisión transmitieron una
noticia sobre una marea negra provocada por un petrolero accidentado. En las aves
embadurnadas de petróleo Cécile vio representada a la familia. Se sentía como aquellas aves,
sucia, inmóvil y envenenada. Ella misma reconoce que su padre le daba vergüenza. Su origen
humilde le daba vergüenza, por lo que no invitaba nunca a nadie a su casa. Cabe destacar que por
ello no le agrada Théo y lo considera una mala influencia para su hijo, porque representa el tipo de
persona que durante mucho tiempo estuvo desesperada por dejar de ser.
Al día siguiente de haber tenido aquél pensamiento tan significativo, los cuatro partieron en auto
hacia la boda de un primo. Su hermano era quien conducía, y había aumentado notablemente la
velocidad. Cécile le pidió que la bajara una vez, dos veces. Hasta que se sintió invadida por una
atmósfera mortífera que no era solo la de la situación concreta del coche, sino el hogar
disfuncional y vacío en el que vivían hacía años. Tras tener dicha impresión, comenzó a vociferar
“¡Me quiero bajar!”:

“Unos cientos de metro más allá, Thierry se detuvo en la primera área de descanso. Paró en seco, y
yo seguía repitiendo esa frase, quiero bajar, quiero bajar, entendéis, quiero bajar, aunque en
realidad gritaba quiero vivir y lo entendían muy bien.” Pág. 67

Finalmente, Cécile bajó del auto y quedó parada en el medio de la ruta. Se negó a volver a subir. A
partir de aquél momento, quiso olvidar el pasado y se convirtió en otra mujer. Mejor dicho, se
adaptó al estilo de vida de William, el hombre con el que se casó y formó una familia. Cuando se
conocieron él la corregía suavemente, hasta que con el paso del tiempo aprendió a ser una buena
ama de casa, a hablar con propiedad, a tener buenos modales en la mesa, etc. Así, en el intento de
dejar atrás su verdadera identidad, construyó una relación injusta y ficticia con William ya que
respondía a conceptos que le habían sido impuestos y que le hacían daño. Cécile no tiene por qué
permitir que su marido nunca se interese por ella, la subestime (“Te imaginas cosas”) y le oculte su
verdadera cara (el agresivo y obsceno álter ego cibernético Willmor75). Sin embargo, lo permitió
por no correrse del papel superficial o sumiso de ser esposa y madre.

Pero una noche, son invitados a cenar a casa de unos amigos, y rompe con la complicidad que
había sostenido hacia William durante tantos años, y que, en realidad, él ya había traicionado al
esconderle que tenía un blog activo en el que publicaba toda clase de comentarios misóginos,
racistas, homofóbicos, etc. En un momento determinado de la noche, William cuenta de forma
graciosa como una mujer se había asustado al pasar por al lado de un amigo suyo que se
encontraba borracho. Cécile, que era considerada por los presentes como una persona incapaz de
formular una opinión porque era ama de casa, lo desafió y le argumentó todas las razones por las
que aquella mujer y al fin y al cabo todas las mujeres sentían miedo al caminar solas por la calle.
Finalmente, se despide de todos y no se retira sin antes exponerlo a William, pues le dice que de
todas formas si volvía con él en el auto se quejaría de ellos. Al encontrarse sola en la calle, se
sentía orgullosa:

“Por primera vez, había infringido las reglas. No había hecho causa común con mi marido.” Pág.
145

Así, concluyo la comparación entre los personajes de Théo y Cécile que nos permiten reflexionar
los límites de aquellas lealtades que nos presenta la novela contantemente; ¿por qué seguimos
siendo leales a un otro, que sea por el motivo que sea, no nos ve? ¿por qué sentimos la necesidad
protegerlo? ¿acaso nosotros no merecemos el mismo trato? Pero cabe destacar que Cécile
termina por respetarse a ella misma porque es adulta y supo generar resiliencia para las
situaciones difíciles, en cambio Théo es tan solo un niño y es la primera vez que se enfrenta a una
realidad tan dura. Por ello no es casualidad que la autora narre las voces de los adultos (Hélène y
Cécile) en primera persona, y las voces de los niños (Théo y Mathis) en tercera persona.

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