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Este domingo se lo ha conocido tradicionalmente como Dgo de Gaudete: Es decir de


alegría. Ya la antífona de entrada nos decía Alégrense, se los repito estén alegres
porque el Señor está cerca Porque, si bien lo propio del adviento es la conversión del
corazón y el arrepentimiento por mis pecados, hoy la mirada no está puesta en
nosotros sino en el Señor que viene y su venida es inminente. Ya está cerca el que
nos va a salvar.

El Apóstol Santiago nos dice tengan paciencia porque la venida del Señor esta
próxima. Isaías nos exhorta a la alegría:
Regocíjese el desierto y la tierra reseca, alégrese y florezca la estepa.
Les ha sido dada la gloria del Líbano. Ellos verán la gloria del Señor.
Él mismo viene a salvarlos

Juan el Bautista es la encarnación de este anuncio. Él es continuador de la tradición


profética desde Elías a Zacarías, y representa a todos los profetas que en Israel y
Judá han anunciado la venida del Señor. Es Elías, el Precursor, el que debía venir
antes del mesías para preparar y disponer los corazones antes de su llegada.

Sin embargo, Juan oye hablar de las obras de Jesús y le surgen dudas. El
mesianismo de Jesús supone una ruptura respecto del mesianismo de Israel
anunciado por los profetas:

Israel espera un mesías guerrero y político, alguien que conducirá a Israel a la


Victoria sobre los Romanos, y expulsará a los ocupantes imperiales de sus tierras.
Un renuevo en el tronco de Jesé, un descendiente de David que restaurará el Reino
de David y gobernará con justicia y rectitud y cuyo reino no tendrá fin. Pero Jesús
no viene con violencia, ni anuncia la revolución. Como programa, el sermón del
Monte, está a años luz de lo que los judíos esperaban. Bienaventurados los mansos,
bienaventurados los misericordiosos, bienaventurados los que lloran.

El mesianismo de Jesús -y esto es esencial para nosotros- pasa por el amor a los
enemigos, poner la otra mejilla, devolver bien por mal, perdonar hasta setenta veces
siete, caminar dos millas con quien te obliga a caminar una. “Den al Cesar lo que es
del Cesar” -dice Jesús- lo que suponía someterse al pago de impuestos. No se parece
mucho al esplendor del Reino davídico. Pero no se trata de una nueva ley que hay
que cumplir para después de mucho sufrimiento alcanzar la salvación sino un
camino de felicidad real y verdadera. El mesianismo de Jesús supone aceptación de
las humillaciones y abajamiento, porque en la reivindicación de nuestro orgullo y en
la lucha por el reconocimiento se nos va la vida verdadera y la plenitud.
Sobreponerse al pecado, al poder y al dinero. No combate contra enemigos de carne
y hueso sino contra el maligno, el Príncipe de este mundo. Combate contra el mal,
contra el pecado y la muerte.
Por eso Jesús citará a Isaías: los sordos oyen, los ciegos ven, a los pobres se les
anuncia la buena noticia. Es el anuncio de Isaías del Mesías, pero también le dice,
dichoso el que no se escandaliza de mí. Feliz aquel para quien Yo no soy motivo de
tropiezo.

El mesianismo de Jesús pasa por la cruz: La alegría de vivir de acuerdo a la


dinámica del evangelio. No supone una renuncia a la felicidad de ahora para
alcanzar algún día una recompensa. Nos habla de una felicidad mucho más profunda
que nace del bien, de la honestidad, de la sinceridad, de vivir para los demás. La
felicidad de darse uno mismo por entero empieza ya hoy y tiene pretensiones de
eternidad.

¿En que Mesías creemos nosotros? ¿En uno que vendrá a dirimir las ambiciones
territoriales de tal o cual? ¿Alguien que nos sacará a los romanos de turno de
encima? ¿O esperamos realmente a aquel que nos hace hermanos de todos, que nos
impulsa a amar a nuestros enemigos y a rezar por quienes nos persiguen? ¿A uno
que nos dé la razón contra los otros o uno que nos una en una misma comunión?

Juan el Bautista, si bien espera y anuncia la salvación de Israel, no llegará a ser


testigo de la pascua del Señor, del triunfo final de Jesús. Es en la muerte y
resurrección de Jesús que se desvela el misterio de la salvación. Es allí que se ve con
claridad que su camino es camino de salvación y de plenitud. Por eso el menor en el
Reino es mayor que Juan.

Los cristianos somos testigos del Reino y de la resurrección. Esto significa que
hemos descubierto en alguna medida la alegría de vivir así, en la entrega, en el amor
a todos y que así esperamos la venida definitiva del Señor. Como dice spes salvi la
encíclica sobre la esperanza: nuestra fe es sustancia de lo que esperamos. La fe nos
da, en germen, aquello que esperamos y que será plenitud. Pidamos al Señor Jesús
que aumente nuestra fe y nos llene con el gozo y la alegría de la salvación. QAS

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