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Los Reínafé tienen miedo

(BARRANCA YACO - ASESINATO DE QUIROGA (16 de febrero de 1835)


Quiroga parece no tener enemigos, pero alguien lo espía, le teme. Alguien espera una
oportunidad para asesinarlo: los hermanos Reinafé, que siguen reteniendo el gobierno de
Córdoba, a pesar de la oposición de aquél.
Estos cuatro hermanos, bastan por sí solos para dominar una provincia situada entre los
dominios de Facundo Quiroga y Estanislao López, sufren la obsesión de sentirse amenazados
por Quiroga. Lo conocen, están al corriente de los intereses políticos que tiene en juego, con
relación a la provincia de Córdoba, no se les oculta ímpetu de este hombre apasionado, y
saben muy bien lo que es capaz de hacer cuando entran en juego sus pasiones. Le temen.
Están convencidos de que no los dejará vivir en paz, y de que no perderá ocasión de
aniquilarlos. Esta obsesión llega a colocar a los hermanos Reinafé frente al dilema de que
Facundo ha de morir, para que vivan ellos, o viceversa. Tienen que matar o que morir, porque
no caben todos en el mismo escenario.
Los amigos de Facundo también lo saben, Ruiz Huidobro entre ellos. Por eso le escribe a
Facundo desde Mendoza:
"Que Reinafé es hechura de López, y que éste, se me asegura, se halla en campaña, me hacen
sospechar una combinación contra el general Quiroga".
Facundo, por su parte, no se recata cuando se trata de injuriar o de amenazar a los Reinafé.
Después del fracaso de dos revueltas quiroganas en Córdoba, uno de los anmigos más íntimos
del caudillo riojano, y al propio tiempo uno de los enemigos más encarnizados de los
Reinafé, dice:
- A la tercera será la vencida. Ya volveremos. Esta ciudad tiene que ser la capital de la
federación quirogana.
Por dificultades relacionadas con la vigilancia de las fronteras, la lucha contra los indios y el
traslado de oficiales expedicionarios de un regimiento a otro, se produce un entredicho que
conduce a la suspensión de relaciones oficiales entre las provincias de Buenos Aires y
Córdoba. El coronel Francisco Reinafé, siempre el hombre de mayor acción entre los cuatro
hermanos, se siente amenazado y va a la provincia de Santa Fe para entrevistarse con
Estanislao López, quien llega hasta la población cordobesa de El Tío. El pretexto es la
necesidad de combinar operaciones militares contra los indios del Chaco.
Cuando el coronel Reinafé regresa de la entrevista, le informa a su hermano el gobernador
que todo está arreglado, que ha resuelto aumentar a 500 el número de veteranos de la
guarnición de Río Cuarto y a 125 los del departamento de Achiras. Estas guarniciones de
nada sirven, cuando se trata de luchar contra los indios del Chaco, pero robustecen la
situación militar del gobierno de Córdoba, el cual, por otra parte, reorganiza todas las milicias
de la provincia, nombrando jefes y oficiales de confianza, entre los cuales se encuentran
algunos que luego intervienen en el asesinato de Quiroga.
Aunque las finanzas de Córdoba están en una situación calamitosa, los movimientos y las
concentraciones de tropas no cesan, con el pretexto de organizar la guerra contra los indios.
Poco después de la entrevista de El Tío con Estanislao López, el coronel Reinafé va a
visitarlo a Santa Fe, donde permanece varios días, realizando conversaciones privadas.
López, quizás alarmado del giro que puedan tomar los acontecimientos, le escribe a Rosas,
algún tiempo más tarde:
"El coronel Reinafé estuvo aquí en Septiembre del año pasado, cuando yo menos lo esperaba.
Luego que llegó el tal hombre, sus primeras conferencias estuvieron reducidas a referirme
todas las ocurrencias de la revolución de del Castillo, y las del Ejército del Centro, a
manifestarme las quejas del gobierno de Córdoba contra el de Buenos Aires por la ocupación
que se había dado al coronel Seguí, y luego descendió a hablarme sobre las posibilidades que
había de que el general Quiroga me atacase, dejando entrever cierta ingerencia de parte de
usted en la empresa. Con este motivo hablé muy claro, diciéndole que jamás le haría daño al
general Quiroga, ni creía que él me lo hiciera, porque no había mérito para ello; y por lo que
respecta a usted le hablé muy extensamente, demostrándole con hechos y con cartas, que era
el único de quien los pueblos debían esperar bienes, que era un fiel amigo, y que por mi parte
tenía en usted depositada tanta confianza como en mí mismo".
Respecto a las misteriosas vistas de los Reinafé a López, este luego dice a Rosas que fueron
hechas con excusas intrascendentes, con la finalidad de involucrarlo en lo que se preparaba.
(Ver La sagacidad de Rosas)
A la espera de una oportunidad
El lugar y las circunstancias en que los Reinafé resuelven matar a Facundo no están probados
documentalmente. Estos hechos, estos antecedentes, no pueden probarse, pero por una
versión que publica el doctor Ramón J. Cárcano en su obra Juan Facundo Quiroga puede
suponerse que ello ocurre poco después de la visita que el coronel Reinafé le hace al brigadier
Estanislao López:
"El coronel -dice Cárcano-, a su regreso de Santa Fe, muéstrase resuelto a eliminar a Quiroga.
Lo que antes es una idea cambiada con sus hermanos, ahora es una voluntad aplicada"... "El
coronel conversa con José Antonio y José Vicente, el gobernador, y parte a los departamento
del Norte. La noche del día de su salida, don Francisco duerme en Portezuelo, en casa del
capitán Santos Pérez, sobre el camino real. Al día siguiente ambos continúan a Tulumba y
bajan en la casa de Guillermo Reinafé, donde pasan la noche. A la mañana salen los tres para
la estancia de Chuña Huasí, pasando por Chañar, el centro entonces de mayor comercio y
población de los departamentos del Norte, situado sobre el camino principal de Santiago del
Estero. De Chañar regresa Santos Pérez y los dos hermanos continúan camino, acompañados
de Domingo Oliva, comandante de milicias, hermano de señor de Chuña Huasí".
El doctor Cárcano continúa su relato haciendo referencia al propietario principal de esta
hacienda, con una de cuyas hijas va casarse Francisco Reinafé. Refiere la forma en que
permanecen allí un tiempo, y luego continúa:
"Una tarde, desaparecido ya el sol tras los cerros verdes de Chuña Huasí, conversan en el
patio abierto sobre el campo, de pie y en rueda, Clemente y Domingo Oliva, Guillermo
Reinafé, el cura Soria y el Coronel. Hablan en voz baja. El último tiene la palabra, y por sus
ademanes violentos se advierten sus pensamientos. Las campanas de la capilla llaman a
oraciones"... "Los hombres del patio se descubren su cabeza, y en ese momento, acentuando
su palabra con un movimiento enérgico del brazo, el Coronel exclama: 'Al general Quiroga
hay que matarlo'."
Esta versión puede parecer un poco novelesca, y quizá lo sea. pero son muchas las referencias
que obligan a tomarla como seria. Evidentemente, la idea de matar a Quiroga no es la obra de
un momento, sino el producto de una larga reflexión, a cuyo término los hermanos Reinafé
llegan a un convencimiento: el de que para que puedan sobrevivir ellos, tiene que morir el
otro.
Lo cierto es que en uno de aquellos momentos, y a raíz de uno de esos viajes al Norte, viajes
de los que participa Santos Pérez, el "clan de los Reinafé”, como suele llamársele, resuelve la
muerte de Facundo Quiroga, y permanece a la espera de una oportunidad para materializar la
idea. Por lo tanto, es muy probable que en la oportunidad a la que se refiere el doctor
Cárcano, el coronel Francisco Reinafé comience a seleccionar la gente. Santos Pérez está allí.
Y los restantes también son hombres de armas llevar, dispuestos a cualquier cosa. Clemente
Oliva, entre ellos, aunque convertido ahora en sosegado jefe de familia, y en hombre de
sólida posición social y económica, fue guerrillero en otros tiempos, integrante de las huestes
que vieron caer sin vida al Supremo Entrerriano Francisco Ramírez, en el norte de Córdoba.
¿En qué momento, y debido a qué circunstancias han de encontrar los Reinafé la oportunidad
que esperan? No lo saben, pero esta oportunidad tiene que presentarse. No en Buenos Aires,
donde vive ahora Facundo, porque allí lo protege Rosas y lo oculta una ciudad en cuyo seno
no es posible, aún, asesinar en el medio de la calle. Ellos esperan, como el árabe que sentado
frente a su puerta tiene la certeza de que tarde o temprano ha de pasar por allí el cadáver de su
enemigo.
Y la oportunidad esperada llega. La noticia no puede tener mejor procedencia. Es el mismo
gobernador de Buenos Aires quien lo comunica, pidiendo que en todas las postas se tenga
caballos de repuesto. ¿Qué mejor ocasión para ellos? No obstante, cuando todo parece
haberse realizado para que cumplan sus designios, vacilan.
¿Quién y cómo asesinará a Quiroga? Los Reinafé son hombres de acción, capaces de
enfrentar a cualquiera, pero se resisten a cometer personalmente el asesinato. Piensan.
Cambian impresiones, remiten hombres de confianza a los confines de la provincia para que
les informen sobre cualquier movimiento sospechoso.
El Monte de San Pedro
Alguien previene a los Reinafé de que Facundo ya está en marcha rumbo al Norte; alguien les
hace saber, "posta por posta", los lugares en que ha de detenerse para cambiar caballos, y los
caminos que deberá transitar. No se explica de otro modo que el mismo día en que llega a
Córdoba, los Reinafé participan de una reunión en la que estudian los pormenores del primer
intento de asesinato.
Desde días antes, desde que llegan de Buenos Aires los primeros informes sobre la misión
que Rosas va a confiarle a Quiroga, el coronel Francisco Reinafé y su hermano José Antonio
no pueden dominar su pasión y sus nervios. Hablan sin precauciones de la conveniencia de
eliminar a Facundo.
El mismo día en que Facundo llega a Córdoba, Francisco y José Antonio Reinafé van a la
casa de José Lozada, donde se encuentra de visita un empleado de ellos, llamado Rafael
Cabanillas, hombre de confianza absoluta para los Reinafé, y de pocos escrúpulos, puesto que
forma parte, voluntariamente, de los pelotones de fusilamiento. Esperan en la puerta de la
casa al amigo, lo llevan a caminar por la orilla del río, y una vez allí es el coronel quien se
encarga de plantearle el problema:
- Va usted a realizar un servicio de mucha importancia para su país y toda la República. El
general Quiroga viene pasando a Tucumán. Este hombre viene con el disfraz de mediador, y
su principal objeto es incendiar. Viene a convocar a los pueblos de arriba, para una guerra
contra Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes".
Como Francisco vacila un poco, interviene prestamente José Antonio Reinafé:
- Andemos claro. Usted lo va a matar al General Quiroga. Usted va a lo del capitán Santos
Pérez, y allí llamará al teniente Santos Peralta y con ellos y la gente que le entreguen, le
saldrá al camino al general, y si resiste lo ataca, y de cualquier modo que lo tome lo fusila.
Cabanillas enmudece dominado por el terror. Tiene miedo le increpa José Antonio.
- Yo lo hacía más gaucho.
Cabanillas trata de justificarse. No es lo mismo fusilar a un reo que asesinar a una persona.
Invoca cuestiones de honor, de hombría. Recuerda que tiene familia.
- Le abonaremos dos mil pesos -prosigue José Antonio- y, además, dispondrá usted de todo lo
que le secuestre al general.
Cabanillas mueve negativamente la cabeza. Francisco Reinafé observa entonces a su
hermano.
- Es preciso ver la persona con quien se trata.
José Antonio insiste invocando razones, mas al advertir la resistencia de Cabanillas amenaza
con el castigo. Cabanillas cede, aunque pensando ya en que ha de encontrar la forma de no
cometer el asesinato.
A las ocho de la noche de esa misma fecha Cabanillas concurre al domicilio del coronel
Reinafé, donde también se encuentra José Antonio.
- Aquí tiene tres cartas le dice el coronel : para mi hermano Guíllermo, comandante de
Tulumba, para el capitán Santos Pérez y para el comandante José Vicente Bustamante. Ellos
le proporcionarán inmediatamente los hombres, las armas y todo lo que necesite.
Cabanillas recibe las cartas, mientras José Antonio le obsequia un hermoso par de pistolas, de
su uso personal, diciéndole: - Le aseguro el éxito. Dichoso usted que va a prestar un gran
servicio a la patria.
El lugar elegido es el Monte de San Pedro, al que Facundo Quiroga tiene que llegar al cabo
de pocas horas. Todo está listo. A pesar de esto, la duda se refleja en los semblantes, como si
se temiese algo.
Facundo, entre tanto, continúa su viaje, sin otra compañía que la del doctor Ortiz, su
secretario. Va enfermo, cada vez más mortificado por el reumatismo, cuyos ataques lo dejan
postrado. Pero no se queja; no acepta demorar un poco el viaje para tomar descanso. En las
postas donde se detiene para cambiar caballos, sus amigos le previenen que van a matarlo,
que pida una escolta para que lo acompañe. Facundo no lo dice, pero quizá lo piensa: el
caudillo que necesita una escolta para que lo cuide, no está capacitado para cuidar a nadie.
Por lo tanto, no puede ser caudillo. Y él quiere seguir siéndolo.
Al llegar a Pitambalá, el atentado parece materializarse, porque de pronto los caballos se
encabritan y la galera queda atascada en el medio del río. Sólo se trata de un desperfecto del
vehículo. Pero esto obliga a los ocupantes a pasar la noche entre el agua. Allí lo alcanzan
correos con malas nuevas sobre lo que ocurre en las provincias del norte, donde ya han
comenzado las hostilidades entre los partidarios de Heredia y Latorre. Facundo aprovecha el
alto forzoso para escribirle a Rosas:
"Pitambalá, 25 leguas de Santiago, diciembre 29 de 1834.
Compañero y muy apreciado amigo. Hoy a las 7 de la mañana llegué a este de la fecha y por
ello verá que no he sido moroso en la diligencia".
"Estando trabajando en el pasaje de este río, pues ya es de noche, y que existe sepultado en el
agua el rodado de la galera, menos la capa, ha llegado el correo de Games con la noticia de
que la guerra entre Tucumán y Salta es concluida, con la prisión del gobernador Latorre, por
los jujeños; sin embargo yo paso a Tucumán a hacer notoria mi comisión de paz, a dar pasos
en el otro ramo de ella, y hacer valer en cuanto sea posible la mediación de este gobierno en
favor de los infelices vencidos, sobre cuyo punto insistiré hasta donde lo permita el carácter y
la delicadeza de mi misión, pues estos triunfos tienen por inevitable consecuencia las
confiscaciones y total exterminio de las personas, de aquí las miserias de las familias, lo
insanable de los odios y el inextinguible germen de la discordia; hacer parar estos males es de
muchísima más importancia a mi juicio, que si se hubiese evitado el desenlace que han tenido
las cosas. No puedo extenderme más porque el tiempo es muy corto, pero ya usted penetrará
toda la extensión de mis ideas."
"Mi salud sigue en una alternativa cruel que los ratos de despejo no compensan los de
decaimiento y destemplanza que sufro, sin embargo, yo pugno contra los males y no
desmayaré sí del todo no me abandonan las fuerzas."
He aquí al "caudillo gallardo, ágil y resuelto" que algunos historiadores presentan, durante el
recorrido de los polvorientos caminos del Norte, cuando vive sus días postreros. A pesar de la
edad, a pesar de estar en la plenitud de la vida, viaja como un anciano achacoso que se
propone no abdicar, 'si del todo no lo abandonan las fuerzas". No obstante, es este hombre
enfermo, casi inmovilizado, el que hace temblar a los caudillos más poderosos del país. Es el
único a quien le teme López; no hay otro ante el cual se cuide Rosas en la forma en que ante
él se cuida; sólo él es capaz de hacer temblar a una provincia poderosa, como Córdoba, y a
los cuatro hermanos que la mandan. Lo que causa terror no es ya su capacidad física, sino su
nombradía, su terrible fama.
Facundo tendría que sucumbir en el Monte de San Pedro. Los Reinafé lo han preparado todo,
pero no es allí donde muere. ¿Porqué? Porque el hombre encargado de dirigir el crimen tiene
miedo de matarlo. No por una cuestión de honor o de conciencia, como él mismo pretende,
que poco puede ser el honor y menor la conciencia de quien se ofrece voluntariamente para
integrar pelotones de fusilamiento.
Al día siguiente de haber recibido las cartas para quienes han de proporcionarle armas y
hombres, Cabanillas pasa por la tesorería de la casa de gobierno y, a pesar de ser feriado,
recoge algún dinero. Se aproxima la Nochebuena y la gente va hacia la iglesia, cuando él sale
del pueblo, lentamente, como si temiese cansar el animal que monta, o como si no tuviese
apuro. No obstante, el tiempo urge y él lleva caballo de repuesto. La vida de Facundo
depende de la prisa o de la demora de este hombre, que tiene miedo de matar después de
haberse comprometido a hacerlo.
Al amanecer se desvía de la ruta y a las 8 de la mañana se detiene en la casa de un amigo de
toda su confianza, llamado Manuel Antonio Cardoso. Le dice la verdad y le pide que salga al
encuentro de la galera de Facundo, para prevenirlo, a fin de que esa noche avance lo más
rápidamente posible, y sin detenerse en ninguna parte, hasta después de haber pasado San
Pedro, porque en esta forma podrá evitar el asalto.
Cardoso promete hacer lo que el amigo le pide, pero, por causas que se ignoran, no lo hace.
De todos modos, al dar ese rodeo, Cabanillas pierde cuatro horas que van a ser preciosas para
Facundo. Después de entrevistarse con Cardoso, Cabanillas se dirige a la casa de Santos
Pérez, en Portezuelo, pero no lo encuentra. Sigue viaje a Tulumba, en procura del
comandante Guillermo Reinafé, quien también está ausente. Le informan que ambos han ido
a las famosas cuadreras de Villa del Chañar, que se realizan para Navidad todos los años.
Busca y encuentra entonces al comandante Bustamante, le entrega la carta y recibe la gente
armada.
Cabanillas duerme esta noche en Tulumba, reúne a su gente en Manantiales y luego se dirige
hacia el Monte de San Pedro, retardando discretamente la marcha. Cuando llegan llama al
capitán Saracho y le ordena mirar hacia el camino, desde la cumbre de un cerro, si se divisa la
galera de Facundo. Saracho sube al cerro y mira hacia el Sur. No ve nada. Después mira hacia
el Norte y ve, a más de media legua, un vehículo envuelto en las nubes de polvo de la
carretera.
- ¡La galera del general Quiroga acaba de pasar! -grita.
Cabanillas se encamina hacia Tulumba al frente de su gente. Encuentra aquí a Guillermo
Reinafé y le informa de las circunstancias en que ha fracasado el asalto. Después sigue rumbo
a la ciudad de Córdoba, donde tiene que enfrentarse con el coronel.
- No he podido cumplir la comisión -dice- , porque no me entregaron la gente a tiempo.
El coronel Reinafé escucha el relato de Cabanillas y luego responde, entre contrariado y
altivo:
- Si ahora se ha, frustrado, a su regreso no sucederá así. Sobre esto no sabe nada el
gobernador don Vicente, y si desaprueba lo que hago a este respecto, le haré fusilar si puedo
más, y si no seré fusilado yo junto con quien yo mande a fusilar a Quiroga. Si yo hubiese
estado en el gobierno, lo hubiese sumariado y fusilado a media plaza. La muerte de Quiroga
será celebrada por todos los gobiernos, menos por el de Buenos Aires".
En el estado a que han llegan las cosas, "la amenaza y el temor al despojo del poder", han
fomentado en tal forma los odios, que ya no parece quedar otro camino que venganza, a
muerte. "El odio ha desterrado al discernimiento. No se piensa en las graves consecuencias
morales y políticas" que aquel crimen puede traer aparejadas. Los complotados piensan que
todos los gobiernos aplaudirán "el bárbaro atentado", menos el de Buenos Aires, "y para
enfrentar a ese gobierno ellos cuentan con la ayuda de Santa Fe, para contenerlo".
Facundo inicia el regreso
Una vez en Santiago del Estero Facundo convoca una reunión de personalidades políticas de
las provincias del norte. Allí se trata lo relacionado con la misión de paz que lleva y él
solicita que se trate con consideración a los vencidos. Después todos convienen en firmar un
acuerdo, cuyas principales cláusulas son las siguientes: los gobiernos de Tucumán, Salta y
Santiago del Estero, se comprometen a vivir en paz, sin recurrir en ningún caso "al funesto
medio de las armas, para terminar cualquier desavenencia que en lo sucesivo tenga lugar". En
el caso de que esas dificultades surgiesen, se recurrirá al arbitraje ,de provincias amigas. En
vista de las luchas recientes, los vencedores se comprometen a respetar las personas y bienes
de los vencidos. Los gobiernos de Salta y Santiago facultan al de Tucumán para que se dirija
a las demás provincias, invitándolas a adherirse al presente tratado. Los tres gobiernos se
comprometen a perseguir a muerte todo intento de desmembramiento del territorio patrio.
Lograda esa solución, Quiroga se dispone a iniciar el regreso sin atender las advertencias que
le hacen sobre posibles atentados en el camino, y sin que parezca impresionarle mucho que el
gobernador Latorre haya sido muerto en Salta. Lo acompañan su secretario, el doctor José
Santos Ortiz, el correo Marín y su asistente.
La galera inicia la marcha en, forma resuelta, aprovechando que Quiroga se encuentra algo
mejor. En un alto del camino alguien se aproxima al doctor Ortiz y le informa que serán
atacados tan pronto como penetren al territorio de Córdoba.
En plena carrera, el vehículo que conduce a Facundo y a sus pocos acompañantes termina de
cruzar los montes santiagueños y se detiene en la posta de Intiguazi, ya dentro del
departamento cordobés de Tulumba, cuyo comandante militar es José Antonio Reinafé.
Quiroga pasa aquí una noche apacible, porque el reumatismo parece dejar de mortificarlo. Se
acuesta y duerme sin querer escuchar las advertencias del maestro de posta, que anuncia la
proximidad de la partida que ha de matarlo.
- Con un solo grito que dé -asegura Facundo-, los que vienen a matarme, si es que vienen, me
servirán de escolta.
Mientras Facundo duerme, el maestro de postas informa al doctor Santos Ortiz, quien tiene la
certeza de que Quiroga será asesinado y, juntamente con él, todos los que lo acompañan. Los
datos que proporciona el lugareño no pueden ser más amplios. Se sabe que lo esperan en un
lugar llamado Barranca Yaco, y que el nombre del gaucho encargado de matarlo es Santos
Pérez. El doctor Ortiz tiembla. Facundo duerme.
El Capitán Santos Pérez
Pero, ¿quién es Santos Pérez? ¿De dónde sale y cómo ha vivido el hombre que se atreve
contra Facundo Quiroga, aunque sea tomando toda suerte de alevosas ventajas? Quizá no esté
demás una breve biografía del hombre que, se encarga de poner fin a la vida de Facundo
Quiroga.
El capitán Santos Pérez es un antiguo soldado, que revista en el departamento cordobés de
Tulumba desde la época en que la provincia está gobernada por el general Bustos. Es un
entusiasta adicto de los Reinafé, a cuyas órdenes sirve siempre. Emigra con ellos a Santa Fe,
cuando el general Paz se apodera del gobierno cordobés. Incursiona por las sierras de esta
provincia cumpliendo órdenes de sus antiguos jefes y llega a formar en aquellos lugares una
pequeña republiqueta. Cuando los Reinafé regresan a Córdoba con el ejército confederado,
está al lado de ellos. No sabe leer ni escribir, pero posee una inteligencia natural que le
permite suplir tales conocimientos.
Cuando el general Paz cae prisionero, Santos Pérez es el capitán que manda la escolta
encargada de llevarlo al campamento de Estanislao López, y en el momento en que los
Reinafé llegan al gobierno de Córdoba, Santos Pérez desempeña las funciones
correspondientes a su grado militar en las milicias provinciales.
En el departamento de Tulumba, que es donde actúa, tiene fama de hombre valiente, aunque
también de arbitrario. De él se asegura "que castiga a quien le disgusta, carnea vacas y ensilla
caballos sin consultar a sus dueños. En las reuniones de carreras es siempre juez de raya y
nadie duda de su justicia. Es capaz de un crimen, pero no de una trampa en el juego o
deslealtad en la conducta. En las canchas de taba todos apuestan a sus manos. Es tan diestro
que siempre gana. En las pulperías le ceden el sitio de preferencia. El paga las copas y nunca
llega a la embriaguez. Su casa está diariamente concurrida de paisanos y transeúntes, su
hospitalidad es generosa,. pero jamás recibe a un desconocido, la enemistad o desconfianza
terminan en el atropello y para él nunca hay jueces ni castigos. En la región del norte, donde
es popular, se le teme y obedece".
Tales son los antecedentes del hombre a quien José Vicente Reinafé manda llamar, después
de que Cabanillas fracasa en el Monte de San Pedro.
- Lo he mandado venir -le dice el gobernador-, para darle un socorro de cien pesos.
Un tiempo antes, Guillermo Reinafé, hermano del gobernador y comandante militar de
Tulumba, le había ordenado a Santos Pérez que matase a Quiroga. Pero complicaciones
posteriores hicieron necesaria la actuación de Cabanillas, con quien debió colaborar aquél.
El capitán Santos Pérez recibe los cien pesos en la fiscalía, después de lo cual va a saludar al
coronel Francisco Reinafé, quien le pregunta:
- ¿Por qué motivo no ha dado muerte usted a Facundo Quiroga en el lugar indicado por mi
hermano?
- A causa de una enfermedad que me sobrevino -dice Santos Pérez, sin atreverse a confesar
que ha sido a raíz de las carreras de Navidad.
- Es necesario que ahora esté pronto -agrega el coronel-, para cumplir la orden cuando le
avise don Guillermo, al volver el general para Buenos Aires.
Santos Pérez parece mostrar ciertos recelos.
- No tenga usted cuidado y esté tranquilo -agrega el coronel-, por que unidos los señores
generales Rosas y López, en la resolución o plan convenido de matar al señor general
Quiroga, el primero lo manda con pretexto de enviado, para que el segundo lo mate en el
tránsito por esta provincia".
El gobernador sustituto de la provincia, presente en la entrevista, aprueba y confirma lo dicho
por su hermano. Con estos antecedentes, el capitán Santos Pérez vuelve a Tulumba
conduciendo cartas para el comandante Guillermo Reinafé y trescientos pesos enviados por el
gobernador. Es aquí en Tulumba donde recibe las armas necesarias para cumplir con su
misión, y donde el comandante Guillermo Reinafé le indica que el asesinato de Quiroga debe
realizarse en el lugar denominado Barranca Yaco, con un grupo de los mejores hombres de su
escolta personal para que lo secunden. Después, en tono imperativo, le ordena:
- Matará usted no sólo al general Quiroga y toda su comitiva, sino también a cualquier otra
persona que pasase por aquel lugar en el momento de la ejecución.
Todo queda convenido, hasta en sus menores detalles, para que el crimen sea ejecutado por
un capitán de las milicias cordobesas, de acuerdo con lo que le ordena el comandante militar
de Tulumba, con tropas provinciales que éste proporciona y con el conocimiento pleno de las
principales autoridades. Se quiera o no, ésta es una forma de darle carácter oficial al crimen.
Recibidas las órdenes, Santos Pérez regresa a su domicilio, para esperar que se le comunique
la fecha y hora en que debe cometer el crimen. ¿Qué ocurre en estos momentos dentro de su
alma? ¿Cuáles son los sentimientos de esta naturaleza primitiva' ¿Siente algún remordimiento
o considera que va a cumplir con una misión de hombre, por gratitud a quienes lo distinguen
con su confianza? He aquí un secreto y un misterio que Santos Pérez se lleva a la tumba,
porque jamás habla de ello.

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