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¿Crecer en incertidumbre?

La incertidumbre no es una accidente en nuestras vidas. Es su roca basal, piedra angular de un


mundo líquido que, por ser tal, ha perdido su continente, su forma, su previsibilidad, su geografía.
Ya no construimos sobre terreno consolidado, debemos incluir construcción antisísmica, prever
sacudones y temblores que agitarán mercados hipersensibles y peligrosamente interconectados
unos con otros. La fuerza laboral se está volviendo inestable y migrante. La pertenencia parece
una categoría del pasado. Otro tanto con los clientes, quienes contemplan góndolas virtuales
inagotables de proveedores que se cambian haciendo añicos toda expectativa de “fidelidad”,
propia de los “amores sóidos”.

La dilusión de lo estable, nos conmina a vivir en la transitoriedad. Como dijera un famoso


pensador hace 170 años, “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, es decir, que lo único que
permanece es lo transitorio, lo volátil. ¿Cómo se vive en transitoriedad? ¿Cómo se piensa el
trabajo cuando el suelo que pisamos se rebela movedizo y frágil? Construir sobre la arena requiere
elaborar el duelo por el anhelo de la piedra, pero también nos lleva a reconsiderar la arquitectura
misma, el tipo de construcción, las dimensiones, el peso de la estructura, etc. Si el mundo de lo
permanente se gestionaba trazando planes a largo plazo, planificando escenarios posibles y
elaborando estrategias para abordarlos que luego se llevaban a cabo sobre la base de un universo
estable, el de lo transitorio implica una fuerte disposición a un trabajo de reflexión permanente
para elaborar futuros muy próximos, siempre sujetos a confirmación y rectificación. La práctica de
lo transitorio vuelve imprescindible la construcción de horizontes cercanos de relativa
previsibilidad en el marco de un contexto agitado y turbulento.

Los tres horizontes

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