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Zygmunt Bauman
«A falta de comodidad existencial, hoy nos conformamos con la seguridad o con un trasunto
de esta», escriben los editores del Hedgehog Review en la introducción a un número especial de la
revista dedicado al miedo. El terreno sobre el que supuestamente descansan nuestras perspectivas de
vida es sin duda inestable, como también lo son nuestros empleos y las empresas que los ofrecen,
nuestros compañeros/compañeras y nuestras redes de amigos, la situación de la que disfrutamos en la
sociedad, y la autoestima y la autoconfianza que se derivan de aquella. El «progreso» (…) representa
ahora la amenaza de un cambio implacable e inexorable que, lejos de augurar paz y descanso,
presagia una crisis y una tensión continuas que harán imposible el más mínimo momento de respiro
(algo así como un juego de las sillas en el que un segundo de distracción puede comportar una
derrota irreversible y una exclusión inapelable). En lugar de grandes expectativas y de dulces sueños,
el «progreso» evoca un insomnio repleto de pesadillas en las que uno sueña que «se queda
rezagado», pierde el tren o se cae por la ventanilla de un vehículo que va a toda velocidad y que no
deja de acelerar.
Incapaces de aminorar el vertiginoso ritmo del cambio (para cuánto más de prever y controlar
su dirección), nos centramos en aquello sobre lo que podemos (creemos que podemos o se nos
asegura que podemos) influir: tratamos de calcular y minimizar el riesgo de que nosotros mismos (o
aquellas personas que nos son más cercanas y queridas en el momento actual) seamos personalmente
víctimas de los incontables e indefinibles peligros que este mundo impenetrable y su futuro incierto
nos deparan. Nos sumergimos en el escudriñamiento de «los siete signos del cáncer» o de «los cinco
síntomas de la depresión», o en la exorcización de los fantasmas de la hipertensión arterial y de los
niveles elevados de colesterol, el estrés o la obesidad. Buscamos, por así decirlo, blancos hacia los
que dirigir nuestro excedente de temores a los que no podemos dar una salida natural y los hallamos
tomando elaboradas precauciones contra todo peligro visible o invisible, presente o previsto,
conocido o por conocer, difuso aunque omnipresente: nos encerramos entre muros, inundamos los
accesos a nuestros domicilios de cámaras de televisión, contratamos vigilantes armados, usamos
vehículos blindados (como los famosos todoterrenos), vestimos ropa igualmente blindada (como el
«calzado de suela gruesa») o vamos a clases de artes marciales (…). Cada cerradura adicional que
colocamos en la puerta de entrada como respuesta a sucesivos rumores de ataques de criminales de
aspecto foráneo, cada revisión de la dieta en respuesta a un nuevo «pánico alimentario», hace que el
mundo parezca más traicionero y temible, y desencadena más acciones defensivas (que, por
desgracia, están condenadas seguramente a desembocar en el mismo resultado). Nuestros miedos se
perpetúan y se refuerzan cada vez más a sí mismos. Además, han adquirido ya impulso propio.
De la inseguridad y del temor se puede extraer un gran capital comercial, como, de hecho, se
extrae. «Los anunciantes», comenta Stephen Graham, «han explotado deliberadamente los miedos
extendidos al terrorismo catastrófico para aumentar las ventas de todoterrenos altamente rentables».
Estos auténticos monstruos engullidores de gasolina, mal llamados «utilitarios deportivos», se alzan
ya con el 45% de todas las ventas de coches en Estados Unidos y se están incorporando a la vida
urbana cotidiana como verdaderas «cápsulas defensivas». El todoterreno es
(…) El capital del miedo puede ser transformado en cualquier forma de rentabilidad, ya sea
económica o política, como así ocurre en la práctica. La seguridad personal se ha convertido en un
importante (puede que, incluso, en el más importante) argumento de venta en toda suerte de
estrategias de marketing. «La ley y el orden», reducidos cada vez más a una mera promesa de
seguridad personal, se han convertido en un importante (si no el más importante) argumento de venta
en los programas políticos y las campañas electorales. La exhibición de amenazas para la seguridad
personal ha pasado a ser un importante (quizás el más importante) recurso en las guerras de los
medios de comunicación de masas por los índices de audiencia (lo que ha redundado aún más en el
éxito de los usos comercial y político del capital del miedo). Como dice Ray Surette, el mundo que
se ve por televisión se parece a uno en el que los «ciudadanos/ovejas» son protegidos de los
«delincuentes/lobos» por «policías/perros pastores».