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CANTO
- Acto de Contrición
Madre del Perpetuo Socorro, con gran confianza vengo hoy ante tu sagrada imagen para
implorar tu ayuda. No confío en mis méritos ni en mis obras, sino en la fidelidad de Jesús a
sus promesas y en tu materna e invencible intercesión, Tú has visto, Madre, las llagas del
Redentor y su sangre derramada sobre la cruz por nuestra salvación. Ha sido tu Hijo quien
antes de morir te dio a nosotros por Madre. Y eres tú quien ha querido escoger el dulce
título de Perpetuo Socorro.
Madre del Perpetuo Socorro, por la dolorosa pasión y muerte de tu divino Hijo, por los
indecibles sufrimientos de tu corazón, te suplico ardientemente que me obtengas del Señor
esta gracia que tanto deseo y necesito.
(petición general)
“Amada Patrona, Virgen del Perpetuo Socorro, llenos de confianza recurrimos a ti.
Socórrenos en esta hora en que las tinieblas del error nublan las conciencias de tantos y
alcánzanos la gracia de conocer la Verdad que es tu Hijo.
Líbranos de la indiferencia y la mudez ante lo que ocurre en nuestra sociedad. Hoy que en
el colmo de la estupidez humana se reclama como un “derecho” matar a niños por nacer
mediante el aborto; o dar muerte a enfermos y ancianos con la eutanasia; o destruir el
matrimonio y la familia, negándose a aceptarse como hombres o mujeres, tal como Dios
nos creó.
Acude en nuestro socorro, Madre Nuestra, en esta hora en la que “el humo de Satanás se
ha colado dentro de la propia Iglesia” y convierte el corazón de aquellos que desde dentro
desean destruirla. Danos la fuerza para combatir el mal, Tú que pisas la cabeza de la
serpiente maligna.
Que nuestra diócesis de Arecibo sea testimonio viviente de una Iglesia misionera,
evangelizada y evangelizadora, que tiene la Eucaristía como fuente y culmen de su vida.
Una diócesis donde nuestras familias sean auténticas “iglesias domésticas”. Donde los
niños crezcan conociendo y amando a tu Hijo. Una diócesis donde nuestros ancianos sean
valorados y respetados. Donde los jóvenes aporten su audacia y dinamismo, sabiendo ser
defensores valientes de su fe en todos los ambientes.
Cuida, Virgen del Perpetuo Socorro, a todos los sacerdotes, tus hijos predilectos. Que haya
un florecer de vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa. Que nuestros diáconos
permanentes recuerden a todos con su ejemplo a Aquel que no vino a ser servido sino a
servir.
Concédenos, Amada Patrona, que agarrados con confianza de tu mano, y bajo tu tierna
mirada maternal, podamos gozar un día de la contemplación de tu verdadero rostro y habitar
contigo en el cielo eternamente, en la presencia de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Amén”.
Tú sabes, Madre bendita, cuánto desea Jesús Redentor darnos los frutos de su Redención.
Estos tesoros han sido puestos en tus manos para que tú nos los dispenses. Obtenme,
pues, Madre de bondad, del Corazón de Jesús, la gracia que humildemente te pido, y
cantaré feliz tus misericordias por toda la eternidad. Amén.
4. Oración final para todos los días: (San Juan Pablo II)
Oh Virgen del Perpetuo Socorro, Santa Madre del Redentor; socorre a tu pueblo que desea
levantarse.
Da a todos el gozo de caminar en solidaridad activa y consciente con los más pobres,
anunciando de manera nueva y valiente el Evangelio de tu Hijo, fundamento y culmen de
toda la humana convivencia, que aspira a una paz verdadera, justa y duradera.
Como el Niño Jesús, que contemplamos en este Icono venerado, también nosotros
queremos estrechar tu mano.
Por la intercesión de María, Madre del Perpetuo Socorro, nos proteja, nos acompañe y nos
bendiga Dios Omnipotente que es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
5. CANTO FINAL
¡Oh Salvador mío, Jesucristo! Al contemplarte en brazos de tu Madre, veo que en medio de
tu santo temor te estrechas con Ella y me dices a mí que te imite, recurriendo yo también a
la que es mi perpetuo socorro. Quiero, pues, entregarme a Ella sin restricción alguna. ¡Oh
María! Dios ha querido honrarte, comunicando al culto de tus imágenes virtud milagrosa.
Inspírame ¡oh Madre del Perpetuo Socorro! confianza ilimitada en tu poderosa intercesión.
Antífona: Jesucristo quiere que en nuestros trabajos acudamos a la Virgen del Perpetuo
Socorro. (3 Avemarías y 1 Gloria)
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DÍA SEGUNDO
Vemos que la Virgen Santísima del Perpetuo Socorro, cuando el Niño Jesús estrecha su
mano, en vez de volver su mirada a Él la vuelve hacia nosotros. Sin duda quiere así
mostrarnos su ardiente deseo de que acudamos a Ella. Con esta tierna y amorosa mirada
nos está diciendo a todos: “Yo soy Madre de Dios y también Madre de ustedes”. ¿Qué mayor
deseo puede tener una madre que el de ayudar y socorrer a sus hijos? Venid, pues, hijos
míos, a mí. Acudan a mí en todas sus necesidades y miserias; en sus penas, en sus
desfallecimientos, en sus dudas; y si alguna vez llegan, por desgracia, a caer, después de
su caída vengan: yo soy la Madre del Perpetuo Socorro; los consolaré, los llevaré hacia un
verdadero arrepentimiento y los conduciré a la Patria bienaventurada del cielo. (breve
pausa)
¡Oh dulce Madre mía! Si en ti no viese yo mi perpetuo socorro, mis pecados me inducirían
a temer que no había misericordia para mí. Pero tú eres la misericordia perpetua: después
de Dios en ti quiero poner toda mi confianza, y desde ahora, me propongo acudir siempre a
ti en todas mis necesidades. ¡Oh Madre del Perpetuo Socorro. Dígnate socorrerme en todo
tiempo y en todo lugar, en mis tentaciones y dificultades, en todas las miserias de esta vida,
y sobre todo en la hora de la muerte.
Antífona: La Virgen del Perpetuo Socorro quiere que acudamos a Ella en todas nuestras
necesidades. (3 Avemarías y 1 Gloria)
Propósito: Invocar con frecuencia a la Virgen del Perpetuo Socorro durante la Novena.
La vida del cristiano sobre la tierra es una lucha constante. Rodeados estamos de enemigos
por doquier; de enemigos de todas clases, que se conjuran contra nosotros, maquinando
nuestra perdición y ruina; ¿quién nos defenderá en medio de tantos peligros? La que
continuamente vela por sus hijos: la Virgen del Perpetuo Socorro, que por sí sola es más
terrible que un ejército puesto en orden de batalla; la que es torre de David, fortaleza
inexpugnable, de la cual penden mil escudos, armadura de los fuertes, y al mismo tiempo
Madre nuestra; Madre tierna y amorosa. Más desea Ella concedernos su socorro, que
nosotros alcanzarlo. (breve pausa)
¡Oh María! Si he tenido la desgracia de pecar, yo mismo he sido el autor de esta desgracia.
¡Ah! Si yo te hubiera invocado, tu hubieras acudido en mi socorro y yo no hubiera caído.
Haz, Madre mía, que en la hora del peligro me acuerde de ti y te invoque diciendo: ¡Madre
mía, socórreme! Así saldré victorioso.
Antífona: La Virgen del Perpetuo Socorro defiende a sus devotos en las tentaciones. (3
Avemarías y 1 Gloria)
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DÍA SEXTO
Nuestra naturaleza tiene horror a las contradicciones y trabajos de esta vida los cuales son,
sin embargo, favores señalados que Dios hace a las almas que le aman. La verdadera
sabiduría consiste en descubrir los tesoros inestimables que se hallan encerrados en las
humillaciones y en los trabajos. ¿Quién, pues, nos dará a conocer este tesoro? María
Santísima, la Reina de los mártires. La Virgen del Perpetuo Socorro, que pasó toda su vida
entre penas y dolores, nos enseñará, con su ejemplo que, en este valle de lágrimas, la cruz
es la herencia de los elegidos y nos hará más llevaderos los trabajos de este penoso
destierro. (breve pausa)
¡Oh María, Madre y Señora nuestra del Perpetuo Socorro! ¿Cómo quejarme de mis trabajos,
cuando considero tus amargos dolores? Tu eres verdadera Madre de Dios, y tu vida fue vida
de dolor y sufrimiento: quiero, pues, aceptar con resignación, a lo menos, todas las penas
que Dios me envíe. Alcánzame, Madre mía, la gracia de no quejarme nunca en mis trabajos.
Antífona: La Virgen del Perpetuo Socorro asiste a sus devotos en todas las necesidades y
trabajos de la vida. (3 Avemarías y 1 Gloria)
El instante solemne en que morimos decide de nuestra suerte feliz o desgraciada por toda
una eternidad. Esa es la hora en que el demonio despliega toda su astucia y todas sus
fuerzas para ver de ganar una nueva alma. Pero no desmayemos: tengamos confianza,
porque esa también es la hora de la Virgen del Perpetuo Socorro. No en balde dice tan a
menudo todo fiel cristiano: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte”. Allí estará, pues, a nuestro lado, a la hora de la
muerte, para que podamos pasar felizmente del tiempo a la eternidad. (breve pausa)
¡Oh María! cuando pienso en las angustias de mi última hora tiemblo y me siento lleno de
confusión. No me abandones, Madre mía, en tan críticos momentos: concédeme la gracia
de que te invoque entonces con más fervor que nunca, a fin de expirar con tu dulcísimo
nombre y el de tu Santísimo Hijo en los labios.
Antífona: La Virgen del Perpetuo Socorro ampara a sus devotos en la hora de la muerte.
(3 Avemarías y 1 Gloria)
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DÍA OCTAVO
Muy dignas son de compasión las almas del Purgatorio, porque padecen tormentos atroces
y no pueden ayudarse a sí mismas; pero María las socorre con la más tierna misericordia.
La Santísima Virgen alivia a aquellas almas tan queridas, rogando por ellas; su poderosa y
maternal intercesión se emplea en abreviar el tiempo de sus penas y en librarlas de aquel
fuego purificador. (breve pausa)
Propósito: Rogar a la Virgen del Perpetuo Socorro por las almas del Purgatorio.
En este día consagrémonos a María; y para esto hagamos por Ella lo que Ella hace por
nosotros. María nos ama; pues amémosla nosotros. ¡Qué honra la nuestra amar a la Madre
de Dios! Amémosla, entregándonos a Ella con entera confianza, por ser nuestra verdadera
Madre. María es nuestra bienhechora; es nuestro perpetuo socorro. Por nuestra parte,
prometámosle recurrir constantemente a su misericordia; prometámosle sinceramente
perseverar en nuestros ejercicios o practicas diarias de devoción en honor suyo, y
experimentaremos cuan cierta es esta sentencia: que el verdadero devoto de María no
puede condenarse. (breve pausa)
Consagración a María. ¡Oh Madre del Perpetuo Socorro! Yo te consagro mi cuerpo con
todos sus sentidos, y mi alma con sus potencias. De aquí en adelante quiero servirte con
fervor, invocarte sin cesar y trabajar por ganar corazones que te amen. ¡Oh Madre mía! Haz
que no pase día alguno de mi vida sin que te invoque con amor filial.
Antífona: Consagrarse a la Virgen del Perpetuo Socorro y servirla con fidelidad es hacer
cierta la perseverancia. (3 Avemarías y 1 Gloria)