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El conejo transparente

El conejo transparente era un ser único en el mundo. Había nacido así, sin ningún pelo ni color que
lo cubriera. Su piel era tan clara que se podía ver a través de ella. Se podían ver sus huesos, sus
órganos, su sangre y su corazón. Era como un libro abierto, que mostraba todo lo que había en su
interior.

El conejo transparente vivía en un bosque, donde se escondía de los depredadores y de los


humanos. Sabía que era diferente, y que eso lo hacía vulnerable. Tenía miedo de que lo cazaran, lo
estudiaran o lo lastimaran. Por eso, se alejaba de todo lo que pudiera hacerle daño.

Pero el conejo transparente también era muy curioso y solitario. Quería conocer el mundo, y hacer
amigos. Quería encontrar a alguien que lo aceptara y lo quisiera tal como era. Quería ser feliz.

Un día, el conejo transparente vio a una niña que paseaba por el bosque. La niña llevaba un
vestido rojo y una cesta con flores. El conejo transparente se sintió atraído por ella, y la siguió a
una distancia prudente. La niña se detuvo junto a un árbol, y dejó la cesta en el suelo. El conejo
transparente aprovechó para acercarse y olfatear las flores.

La niña se dio cuenta de la presencia del conejo transparente, y se asombró al verlo. Nunca había
visto a un animal tan extraño y hermoso. Le pareció que era como un cristal, que reflejaba la luz
del sol. Le sonrió al conejo transparente, y le tendió la mano.

El conejo transparente se asustó al principio, pero luego se calmó. Vio en los ojos de la niña
bondad y ternura. No le tenía miedo ni repulsión. Al contrario, le tenía cariño y admiración. El
conejo transparente se acercó a la mano de la niña, y la rozó con su nariz.

La niña acarició al conejo transparente, y le habló con dulzura. Le dijo que era muy bonito, y que
quería ser su amiga. Le preguntó cómo se llamaba, y de dónde venía. El conejo transparente no
podía hablar, pero le respondió con gestos y sonidos.

Así empezó una amistad entre el conejo transparente y la niña. Cada día, la niña iba al bosque a
visitar al conejo transparente, y le llevaba comida y regalos. Jugaban juntos, se contaban secretos y
se reían. El conejo transparente se sentía feliz, y la niña también.

El conejo transparente había encontrado lo que buscaba: alguien que lo aceptara y lo quisiera tal
como era. Alguien que viera más allá de su apariencia, y que valorara su esencia. Alguien que fuera
su amigo.

Y así fue como el conejo transparente dejó de ser invisible, para ser visible para una persona: la
niña del vestido rojo.

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