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El epazote de Castilla y los perros que dan algodón:

diversidad biológica e introducción de especies en los vocabularios


indígenas de Oaxaca del siglo XVI

Artículo publicado en la revista Acervos, Vol. 5, No. 21,


número dedicado a la historia de la ciencia en Oaxaca

Alejandro de Ávila Blomberg


Jardín Etnobotánico de Oaxaca
Centro Cultural Santo Domingo
(versión corregida II/2003)

La diversidad biológica de Oaxaca ha llamado la atención de los científicos recientemente.


El Estado presenta uno de los mosaicos ecológicos más complejos en el planeta, con
gradientes que varían desde matorrales espinosos en los valles secos intermontanos hasta
bosques tropicales siempre verdes en las zonas bajas más húmedas, y desde arrecifes de
coral y manglares en la costa del Pacífico hasta bosques de niebla, encinares, pinares y
bosques de oyamel en las montañas más altas (1.). Pocas áreas del mundo, aun en los
países de mayor biodiversidad como Brasil, Colombia e Indonesia, muestran tanta
variación de ecosistemas. Al interior de México, los inventarios de plantas y animales
ubican a Oaxaca a la cabeza: el Estado sobrepasa en diversidad de especies a las demás
entidades del país (2.), aun cuando falta investigar grandes áreas de la Sierra Sur,
Chimalapa y otras regiones donde probablemente se descubrirán varias especies nuevas.

Además de presentar cifras muy altas de diversidad total, Oaxaca destaca por un nivel
sorprendente de endemismo, es decir que la distribución natural de un gran número de las
especies nativas no sobrepasa los límites estatales. Para los biólogos, un porcentaje alto de
endemismo en un territorio continental es indicio de aislamiento ecológico, debido a
heterogeneidad del clima y el suelo; sugiere patrones locales de evolución. En el Estado
sobresalen un alto número de especies endémicas de anfibios y reptiles entre los
vertebrados, y de cícadas entre las plantas, grupos que representan linajes que se
diferenciaron en fechas muy tempranas. La variedad de especies endémicas de estos
grupos en Oaxaca es testimonio de una historia geológica larga y complicada, moldeada por
la interacción entre tres o más placas tectónicas que ha conformado un territorio de gran
complejidad de relieve y tipos de roca. Un factor adicional que ha propiciado diversidad y
endemismo en el Estado es su posición en el extremo sur de la masa continental
norteamericana, constituyendo por mucho tiempo una península aislada de otras floras y
faunas tropicales; una vez emergido el puente centroamericano en tiempos geologicamente
recientes, Oaxaca quedó posicionado en el punto de contacto e intercambio entre el reino
biogeográfico neotropical, de origen sudamericano, y el reino neártico, con afinidades hacia
Norteamérica y Eurasia. La diversidad biológica del Estado refleja así procesos de gran
profundidad temporal. Más que el interés de enumerar y describir especies, la variedad de
animales, plantas y hongos nativos motiva a la curiosidad científica para entender la
compleja historia natural que la subyace.

1
Las culturas indígenas de Oaxaca se han desarrollado en el marco de esta diversidad
biológica. La diferenciación lingüística interna de la familia otomangue, grupo mayoritario
en el Estado, ha sido relacionada con la adaptación cultural a espacios geográficos
ecologicamente disímiles (3.). El hábitat de las comunidades chinantecas, por ejemplo,
corresponde a bosques tropicales perennifolios y mesófilos de montaña; las lenguas de la
rama popolocana, en cambio, parecen haberse diferenciado en el área de matorrales
xerófitos y bosques tropicales caducifolios del Valle de Tehuacán y la Cañada de Cuicatlán;
y los grupos mixtecanos y zapotecanos se habrán diversificado en zonas comparativamente
altas del interior del Estado, caracterizadas principalmente por chaparrales y bosques de
encino y pino. La terminología etnobiológica en diferentes lenguas de Oaxaca parece
reflejar una familiaridad mayor con ambientes específicos, que probablemente
corresponden a los hábitats ancestrales. El estudio comparativo de los nombres de plantas
y animales en una zona de alta diversidad ecológica y lingüística como el Estado ofrece la
posibilidad de reconstruir la historia de los sistemas indígenas de clasificación biológica.
Documentando modificaciones en la nomenclatura biológica de una lengua podemos inferir
cambios en la visión del mundo y la categorización de los seres vivos en tiempos de
migración, expansión territorial o contacto con otros grupos culturales. A partir de 1519,
los sistemas indígenas de conocimiento tuvieron que responder a modificaciones drásticas
en la composición de los ecosistemas, particularmente en el dominio de las especies
domesticadas, a raíz de la invasión europea y la introducción de nuevas plantas y animales.
Los documentos que registran el léxico etnobiológico de ese período son particularmente
interesantes porque nos permiten acercarnos al pensamiento clasificatorio en un momento
de profundo cambio.

El vocabulario zapoteco de fray Juan de Córdova (1578) y el vocabulario mixteco de fray


Francisco de Alvarado (1593) incluyen un gran número de nombres de animales, plantas y
hongos. Revisando la totalidad de los términos etnobiológicos registrados en ambas obras
(4.), encuentro una serie de paralelos notables. Córdova fue más acucioso en su trabajo:
según mi recuento, registró en total 241 especies de plantas y 217 especies de animales. En
el vocabulario de Alvarado las cifras respectivas son 184 y 169, siguiendo mis cuentas. La
disparidad entre ambos vocabularios no se debe a pobreza biológica en la Mixteca, que es
una región de gran heterogeneidad ambiental y alta diversidad de especies. Las
investigaciones etnobiológicas contemporáneas en diversas zonas del mundo indican que el
número de plantas y animales nombrados en una comunidad lingüística tiende a superar las
500 especies, y frecuentemente sobrepasan las 1000 (5.). Es muy probable que el total de
plantas y animales nombrados en mixteco y en zapoteco a fines del siglo XVI haya
duplicado o triplicado el número de términos registrados en los vocabularios, y la cifra más
alta del zapoteco seguramente refleja el mayor esfuerzo lexicográfico de Córdova (6.). No
obstante esta disparidad entre los vocabularios, la proporción de plantas a animales se
mantiene practicamente constante: 241/217 = 1.11 en Córdova, 184/169 = 1.09 en
Alvarado. Más aun, la proporción entre especies nativas y especies introducidas varía muy
poco entre ambos vocabularios: en el caso de las plantas, 176/65 = 2.7 en Córdova,
131/53 = 2.5 en Alvarado; para los animales, 200/17 = 11.8 en Córdova, 156/13 = 12.0 en
Alvarado. Estos paralelos tan cercanos podrían explicarse si uno de los vocabularios
hubiera tomado como modelo textual al otro, o si ambos partieran de un modelo común.
Sin embargo, un gran número de las especies registradas en mixteco no aparecen en el
vocabulario zapoteco: 36 de las 184 plantas (19.6%), y 28 de los 169 animales (16.6%).
2
Evidentemente el porcentaje de especies documentadas por Córdova que no aparecen en el
vocabulario mixteco es mayor. En ambos casos se trata fundamentalmente de animales y
plantas que se distribuyen ampliamente en Oaxaca, por lo que esperaríamos que fueran
igualmente familiares a los hablantes de las dos lenguas. Estas especies ponen en duda la
posibilidad que las proporciones casi constantes de plantas a animales y de nativas a
introducidas en los dos glosarios se deba simplemente a que los autores hayan partido de
una misma guía para compilar los términos indígenas. Parece probable que la constancia
de las proporciones refleje, además de los sesgos culturales compartidos por ambos autores
(entre ellos, un énfasis en las plantas y animales introducidos, así como en las especies
nativas similares a especies europeas), el efecto de un muestreo limitado dentro de un
léxico mucho más amplio en el que probablemente el total de especies nombradas, la
proporción de animales a plantas, y el número de especies introducidas eran similares en
ambas lenguas.

Los paralelos entre mixteco y zapoteco se confirman cuando examinamos los nombres de
especies registradas en los dos vocabularios que caracterizan a ecosistemas específicos.
Tanto Alvarado como Córdova documentan nombres de plantas y animales representativos
de zonas ecológicas muy distintas y distantes del área donde recogieron la información
(Tamazulapan y Teposcolula en la Mixteca Alta para Alvarado, el Valle de Oaxaca para
Córdova). Ambos citan especies de las selvas húmedas y de los bosques tropicales secos,
así como de los diferentes tipos de vegetación de las zonas altas:

1. Los ecosistemas tropicales húmedos están representados en ambos vocabularios por la


ceiba, una “caña maciza otate” y la pita (Aechmea magdalenae), entre las plantas, y el
“lagarto cocodrillo”, los monos, las iguanas y las cigarras. Córdova registra además
nombres zapotecos para la danta (tapir), el tigre (jaguar), un “ave que bozea mucho”
(probablemente una chachalaca), y un “faysan negro desta tierra con cresta de plumas”, que
parece corresponder al hocofaisán (Crax rubra), especie restringida a la vertiente del Golfo
de México. Las iguanas, las cigarras, el jaguar y las chachalacas se distribuyen también en
bosques tropicales secos, pero el tapir y el hocofaisán habitan zonas húmedas
exclusivamente. Es sorprendente que estos últimos aparezcan citados en un vocabulario
recopilado cerca de la Ciudad de Oaxaca, pues los sitios más cercanos para observarlos
serían probablemente la zona húmeda del distrito de Pochutla para el primero (7.), y el
distrito de Tuxtepec para el segundo, una distancia aproximada de 200 kilómetros en ambos
casos.

2. Los bosques tropicales caducifolios y bosques espinosos están representados en ambos


vocabularios por el palo de brasil, copal, huaje (8.), “garroba” (probablemente una
mimosácea de zonas secas, acaso el mezquite), pitaya (prob. Stenocereus sp.) y añil entre
las plantas, y un “lagarto ponzoñoso” o “escorpión” (prob. Heloderma horridum) entre los
animales. Alvarado registra el nombre mixteco del guayacán (prob. Guaiacum coulterii),
árbol característico de zonas áridas a baja altitud; Córdova cita designaciones zapotecas
para otras plantas de los bosques tropicales secos: guamúchil, guácima, tepehuaje, y un
yagalàche, “Arbol quasi como el del Piru”, que parece corresponder a Pseudosmodingium
sp., conocido hoy en Oaxaca por el elocuente nombre de “hinchahuevos” por sus
propiedades alergénicas. La mayoría de estas especies se encuentran dentro de un radio de
50 kilómetros alrededor de las comunidades donde se compilaron los dos vocabularios.
3
3. Los bosques de encino y pino, los bosques riparios de ahuehuete y sauz, y otros tipos de
vegetación de las zonas de altitud media y alta están representados en ambos vocabularios
por las siguientes plantas nativas: cuatro clases de encinos, robles y carrascos (Quercus
spp.), dos tipos de pinos, el madroño, cedro, sauz, sauco, sabino, tejocote (“Mançanillo
arbol desta tierra”), capulín (“Cereza fruta”), zarzamora, moral (Morus celtidifolia), laurel
(prob. Litsea glaucescens), cardo, yerba jabonera (prob. Phytolacca sp.), acedera (Oxalis
sp.), chamizo (prob. Baccharis sp.), siempreviva (Sedum praealtum u otra especie de este
género), heno (“Mal hojo yerua como barbas que cuelga de los robles, y en mexicano,
pachtli”, Tillandsia usneoides), un “lirio cárdeno” (prob. orquídeas del género Laelia), y una
flor amarilla usada como tinte (itacayu en mixteco, [nagache]quietije en zapoteco, prob.
Cosmos sulphureus). Alvarado registra además un nombre mixteco para el poleo (prob.
Satureja sp.), y para el oso y el lobo entre los animales. Córdova incluye términos
zapotecos para el fresno y para las bromeliáceas epífitas en forma de roseta que abundan en
los encinares (“Yeruas que estan sobre los robles como açauira y tienen dentro agua.”)

4. Los bosques mesófilos de montaña están representados en ambos vocabularios por el


liquidámbar y la zarzaparrilla (Smilax sp.). Córdova registra además el nombre zapoteco de
una magnolia (“Suchitl como espiga de mayz sin grano. Yoloxuchitl en mexicano”, prob.
Talauma mexicana).

5. La vegetación de las montañas por encima de 2,500 metros sobre el nivel del mar está
representada en los dos vocabularios por los nombres indígenas del abeto (Abies sp.).

De esta reseña breve resalta el mayor número de especies características de las zonas de
altitud media y alta, como podría anticiparse por el hecho que tanto Alvarado como
Córdova vivieron y trabajaron en comunidades dentro de ese rango ecológico. Un factor
adicional para explicar esta representación desproporcionada de la vegetación de las
montañas y valles interiores de Oaxaca es la probabilidad que los hablantes ancestrales
tanto del proto-mixteco como del proto-zapoteco habitaban precisamente en ese contexto
ecológico. De ser así, esperaríamos que las lenguas descendientes poseyeran un léxico más
vasto, y más finamente diferenciado, para nombrar a las especies comunes en esos
ecosistemas.

Si bien ambos vocabularios incluyen términos representativos de la flora y fauna de los


principales ecosistemas del Estado, muestran también diferencias interesantes en el número
de especies correspondientes a grupos ecológicos o taxonómicos específicos. Alvarado
registra un número más alto de especies de agaváceas, como podría predecirse sabiendo que
la Mixteca es el área de mayor diversidad para esta familia de plantas (9.). Ante la rareza
actual de humedales, llama la atención la variedad de plantas y aves acuáticas que citan
ambos autores, pero especialmente Alvarado: 14 nombres de juncos, juncias, espadañas y
cañas, frente a 10 términos similares consignados por Córdova. El vocabulario mixteco
incluye cuatro clases de “ébano” y un “box”, entre otras especies que nos falta identificar.
En Córdova (10.) resalta un alto número de insectos (44) y otros invertebrados terrestres,
especialmente “gusanos” (19); sobresale también la diversidad de anfibios (6), peces (15),
crustáceos (5) y moluscos (7), incluyendo especies marinas como almeja, ostra, “esponja de
la mar” y “cazon tollo” (tiburón), las que también registra Alvarado. Córdova cita
4
repetidamente los icacos (Chrysobalanus icaco), fruta de árboles que crecen a la orilla del
mar, como lo especifica la glosa zapoteca, pepèpe nízatào: ‘clasificador seres vivos +
nombre específico + agua + grande’. Ninguno de los autores, en cambio, documenta un
nombre indígena para el coco, especie que probablemente no había sido introducida aún.
Cocoteros y pericos son hoy día íconos del trópico; los dos vocabularios registran cinco
clases de psitácidos (loros, guacamayas y sus parientes), reflejando quizá la importancia
cultural que tuvieron sus plumas antes de la conquista española. Córdova hace notar la
distinción entre “Pata o pato desta tierra para la pluma”, péte palláo (prob. Cairina
moschata), y los patos introducido por los europeos, paláo castilla.

El nombre paláo castilla ejemplifica el patrón más común en ambos vocabularios para acuñar
nuevos nombres: una categoría indígena es ampliada para incluir a una especie introducida,
agregando generalmente un epíteto para distinguir al nuevo referente, y en algunos casos para
marcar también al original. Los epítetos se refieren frecuentemente a la supuesta procedencia
castellana de las nuevas especies, o al carácter silvestre del referente original. Los ejemplos
abundan en ambas lenguas. En mixteco y zapoteco, el término para ‘venado’ se extiende para
nombrar a los caballos y las reses, agregando epítetos para diferenciarlos. El animal nativo se
convierte en el ‘venado del monte’ (ydzu yucu en Alvarado, pichìna tàni en Córdova). En
mixteco, toros y vacas se distinguen como ydzundeque, ‘venados con cuernos (en contraste
con astas)’. Las palomas introducidas (dzata, péeti castilla) desplazan a las torcazas nativas,
que se convierten en la ‘paloma del monte’ (dzata yucu, pèeti tàni), de la misma forma como
el puerco (quene, [pèco] péhue) suplanta al pecarí (quene yucu, péhue táni). En zapoteco,
el asno aparece como ‘liebre castellana’ (pilláana castilla) y los nombres de las gallinas
pueden interpretarse como ‘guajolote de Castilla’ y ‘guajolote de cresta’. Los ejemplos son
aun más abundantes entre las plantas: ambos vocabularios relacionan al trigo, la cebada y el
arroz (nuni castilla, nuni vuiyu tedzoho, nuni cuisi castilla; xòopa castilla, xóopayàti
castilla tàgo mani, xòopanagàti castilla) con el maíz (nuni, xòopa); el garbanzo, lentejas,
habas y arvejas con los frijoles; la yerbabuena (mino castilla, nocuàna pèti) con el epazote,
las almendras con el cacao, las aceitunas con las ciruelas nativas (Spondias sp.), y todas las
especias introducidas (pimienta, mostaza, clavo, canela, azafrán) con el chile: la pimienta se
nombra ‘chile negro’ o ‘chile de Castilla’, la canela es ‘chile corteza’ y ‘chile dulce’, el
azafrán es ‘chile viejo’, etc. Alvarado registra los higos, duraznos y melones como aguacates,
capulines y chilacayotas de Castilla, respectivamente, y Córdova cita al membrillo, la granada
y la lechuga como el zapote blanco, el elote y el huaje de los castellanos (11.).

Un segundo patrón en la nomenclatura de especies introducidas, el menos frecuente, es la


incorporación directa de nombres en español o náhuatl. Los únicos préstamos que aparecen
en el vocabulario mixteco parecen ser yutnu peras (‘peral’) y misto (‘gato’), que
representan sólo el 3% del total de 65 especies introducidas documentadas por Alvarado.
El vocabulario zapoteco muestra un número mayor de préstamos, incluyendo yága lima
(‘limar’), nocuàna coles (‘col’), guije mançanilla (‘manzanilla’) y mani misto (‘gato’);
suman en total 20 términos, 24% del total de 82 especies introducidas registradas por
Córdova. Esta diferencia entre ambas lenguas en su propensidad a aceptar préstamos se
constata al examinar diccionarios de las variantes habladas actualmente en diferentes áreas
geográficas: los términos tomados del español son mucho más frecuentes en las comunidades
zapotecas que en las mixtecas. Varios de los nombres copiados del español al zapoteco tienen
contrapartes imaginativas en mixteco: la manzanilla, por ejemplo, es referida como ‘flor +
5
verdura que se come cruda + nombre específico de Galinsoga parviflora (a la cual asemeja) +
Castilla’.

El tercer patrón es el más interesante desde el punto de vista del funcionamiento de los
sistemas de clasificación natural. Varias especies introducidas reciben en ambas lenguas
designaciones acuñadas ex profeso. Los nuevos términos en algunos casos no pueden ser
analizadas etimologicamente, como cuando se crea un nombre onomatopéyico para un
animal. En otros casos, más comunes, se trata de términos compuestos donde puede
reconocerse por lo menos una raíz. Ejemplos de ello son los nombres que documentan
ambos vocabularios para el rábano: [n]duvua ñami (‘verdura que se come cruda +
tubérculo comestible’) y còo quijña (‘tubérculo comestible + chile’). Alvarado transcribe
el ajo como ‘cebolla picante’, la naranja como ‘fruto amarillo/guayaba + dulce’, y el limón
como ‘fruto amarillo/guayaba + agrio + pequeño’. Córdova registra la albahaca como
‘flor-verdura’, la amapola como ‘flor-chile’, y la alfalfa como ‘yerba + verdura + comer +
caballos/reses’. El patrón aparece también en los nombres de animales: el vocabulario
mixteco designa al carnero ticachi, ‘clasificador animal + algodón’ (zapoteco: péco xílla,
‘perro + algodón’), y a la cabra [n]didziyu, ‘[otro] clasificador animal + pelo + boca’. Este
último parece ser una calca de tentzon, ‘labio + pelo’, nombre acuñado en náhuatl para los
chivos que fue tomado en préstamo en otras lenguas mesoamericanas.

Al generar nuevos nombres y también al tomar en préstamo las denominaciones de otras


lenguas, los vocabularios documentan la productividad de un sistema de clasificadores
presente en ambas lenguas. La gran mayoría de los nombres inicia con un marcador
semántico que define la categoría de plantas o animales a la que se asigna a la nueva
especie. Estas categorías reflejan tanto criterios culturales (especialmente comestibilidad
en el caso de las plantas) como naturales (forma de vida, afinidades filogenéticas). Algunos
de los clasificadores que registran Alvarado y Córdova, particularmente [n] duvua
(“ortaliza para comer cruda”) y yuvua (“verdura que se come cozida”) en mixteco, cóo
(“Cima de cardo o rayz assi”) y nocuàna (“Verdura todo genero comestible”, “Fruta
generalmente”) en zapoteco, establecen categorías basadas fundamentalmente en el uso de
las plantas. De igual manera, la designación de la yerbabuena como epazote, la lechuga
como huaje, etc., relaciona estas especies importadas no con sus parientes biológicos más
cercanos de la flora nativa, sino con plantas que tienen un uso similar. Al hacerlo,
contradice el enunciado que postula que “los sistemas etnobiológicos de clasificación están
basados principalmente en las afinidades que los humanos observan entre los taxa mismos,
muy independientemente de la significación cultural actual o potencial de esos taxa...”
(12.). Este enunciado resume la postura más influyente hasta ahora entre los investigadores
que han estudiado la clasificación de plantas y animales en diversas lenguas del planeta.
Entrenados en las disciplinas cognoscitivas, estos científicos han pretendido generalizar
principios universales de la clasificación etnobiológica como una respuesta contra el
relativismo cultural y el utilitarismo. El debate se reconfigura ahora al seno de las “guerras
culturales” de la academia postmoderna. La clasificación de las plantas en las lenguas
otomangues de Oaxaca parece plantear el cuestionamiento empírico más profundo
documentado hasta este momento contra la postura universalista dentro de la etnobiología.

Los lexicógrafos del siglo XVI en Oaxaca hicieron así dos contribuciones importantes para
la historia de la ciencia. Registraron con tal detalle la diversidad de su entorno que sus
6
vocabularios representan los listados de especies más ricos de todo el periodo virreinal en la
entidad; cuatrocientos años después, siguen siendo el acervo más completo de la
nomenclatura biológica indígena en el Estado publicado hasta la fecha. Además, al
capturar un momento clave del comportamiento lingüístico ante cambios ecológicos sin
precedente, atestiguaron la productividad de un sistema taxonómico mixto en el que los
criterios culturales pueden sobreponerse a las semejanzas morfológicas que reflejan a la
filogenia. Los datos que nos legaron ponen en entredicho las generalizaciones en boga
acerca del pensamiento clasificatorio frente a la naturaleza. Los diligentes dominicos nos
dejan ver cómo los científicos de hoy pueden aferrarse a sus inclinaciones teóricas más que
a la evidencia empírica. Nos recuerdan, en otras palabras, que la ciencia es ante todo una
empresa humana.

Agradecimientos: Por gentileza de Alfredo Saynes Vásquez obtuve copia de la versión


electrónica del vocabulario zapoteco de Córdova preparada por Thomas C. Smith-Stark,
Sergio Bogard y Ausencia López Cruz en el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de
El Colegio de México, a partir de la cual pude compilar el léxico etnobiológico registrado en
toda la obra.

NOTAS:

1. Lorence y García (1989) caracterizan doce tipos de vegetación en el Estado.

2. Flores y Gerez (1994) compilan el total de especies de vertebrados terrestres registradas


en cada entidad del país; Oaxaca presenta las cifras más altas (598 especies endémicas de
Mesoamérica, 95 especies endémicas del Estado). Rzedowski (1998, p. 134, fig. 3.1)
ofrece una estimación de la flora fanerogámica (plantas que dan flores o conos) de varios
estados y regiones de México; la estimación más alta (9,000 especies) corresponde
nuevamente a Oaxaca.

3. Josserand, Winter y Hopkins (1984) relacionan la diversificación lingüística del grupo


otomangue con la adaptación cultural a ambientes diferenciados ecologicamente.

4. Usé los siguientes criterios para calcular las cifras que reporto:
a) En los numerosos casos donde aparecen varias glosas indígenas para un término en
español, consideré las diferentes designaciones como sinónimos para una sola especie,
excepto cuando se trata de cognados de nombres registrados en estudios de las lenguas
zapotecas y mixtecas actuales que nos permiten claramente diferenciar dos o más especies
como referentes. Puesto que el léxico etnobiológico está pobremente representado en la
mayoría de los vocabularios recientes de ambos grupos de lenguas, considero que las cifras
totales que reporto son conservadoras, pues varias de las glosas indígenas que tomo como
sinónimos probablemente se referían a especies distintas no diferenciadas en español.
b) No incluyo en la suma los términos que corresponden a variedades de una misma
especie biológica, como es el caso de los diversos maíces y tipos de perros nombrados en
ambos vocabularios.

7
c) En muchas ocasiones en ambos vocabularios resulta difícil distinguir si la glosa
registrada para una especie introducida corresponde realmente a un nombre de uso común o
se trata más bien de una breve descripción, tal vez formulada por el propio religioso cuando
dominaba la lengua indígena. Trátese o no de un nombre propio, incluyo la especie en
cuestión en mi recuento.
d) Varios de los nombres indígenas para plantas y animales introducidos siguen el esquema
‘X de Castilla’, donde la X toma el nombre de una especie nativa. En muchos de estos
casos, es posible identificar a la planta o animal original (que incluyo en el recuento),
aunque el autor no dé una equivalencia en español.
e) No contabilizo las instancias, frecuentes en el vocabulario zapoteco, donde el autor
unicamente anotó el nombre de la especie en español, sin registrar una glosa en la lengua
indígena.
f) En los casos donde un término indígena corresponde a diversas especies distinguidas con
nombres diferentes en español (v.g. el término mixteco [yucu]dzucuadzavui para
‘polipodio’, ‘doradilla’ y ‘culantrillo de pozo’), los considero una sola especie para fines
del recuento.

5. Berlin (1992) reseña datos comparativos del total de especies nombradas por diversos
grupos étnicos.

6. Thomas Smith-Stark (1998) compara el vocabulario zapoteco con el diccionario náhuatl


de Molina y el latín de Nebrija para subrayar la prolijidad y sofisticación lingüística de
Córdova.

7. La extinción del tapir en el distrito de Pochutla es reciente: personas de edad avanzada


en Candelaria Loxicha y Pluma Hidalgo recuerdan todavía a la danta o anteburro.

8. Ni Alvarado ni Córdova citan al huaje (Leucaena sp.) como tal, pero ambos documentan
su nombre indígena: en zapoteco, yagalàha, “Arbol grande con vnas vaynillas coloradas que
comen”; en mixteco, [n]duvua, “Verdura que se come cruda”.

9. García Mendoza (1989) ha estudiado la distribución de las agaváceas en Oaxaca.

10. Al sumar estos totales, cuento por separado los “gusanos”, si bien algunos de éstos
seguramente corresponden a larvas de insectos.

11. Las hojas tiernas y brotes del huaje son comestibles, lo cual explica que la lechuga
haya sido relacionada con esta especie.

12. Texto original en inglés: "Ethnobiological systems of classification are based primarily
on the affinities that humans observe among the taxa themselves, quite independent of the
actual or potential cultural significance of these taxa.... " (Berlin, 1992, p. 21).

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BIBLIOGRAFÍA:

- Berlin, Brent 1992 Ethnobiological cassification; principles of categorization of plants


and animals in traditional societies. Princeton University Press.

- de Alvarado, fray Francisco 1593 Vocabulario en lengua misteca. En casa de Pedro Balli,
México. Copia fotostática, sin datos del original.

- de Córdova, fray Juan 1578 Vocabvlario en lengva çapoteca. . Impreso por Pedro Charte
y Antonio Ricardo en México. Versión electrónica preparada por Thomas C. Smith Stark,
Sergio Bogard y Ausencia López Cruz, Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El
Colegio de México, México, D.F., 1998.

- Flannery, Kent V. (editor) 1986 Guilá Naquitz: archaic foraging and early agriculture
in Oaxaca, Mexico. Academic Press.

- Flannery, Kent V., & Joyce Marcus (eds.) 1983 The Cloud People; divergent evolution
of the Mixtec and Zapotec civilizations. Academic Press.

- Flores Villela, Óscar, y Patricia Gerez 1994 Biodiversidad y conservación en México:


vertebrados, vegetación y uso del suelo. CONABIO y UNAM, México, D.F.

- García Mendoza, Abisaí 1989 La familia Agavaceae en el Estado de Oaxaca, México.


Cactáceas y Suculentas Mexicanas, 34: 16-22. México, D.F.

- Josserand, J. Kathryn, Marcus Winter & Nicholas Hopkins (eds.) 1984 Essays in
Otomanguean culture history. Vanderbilt University Publications in Anthropology, No.
31. Nashville.

- Lorence, David H., y Abisaí García Mendoza 1989 Oaxaca, Mexico. En: Campbell,
David G., y H. David Hammond (eds.) Floristic inventory of tropical countries. The New
York Botanical Garden, Bronx.

- Rzedowski, Jerzy 1998 Diversidad y orígenes de la flora fanerogámica de México.


En: T.P. Ramamoorthy et al. (eds.) Diversidad biológica de México, orígenes y
distribución. Instituto de Biología, UNAM, México, D.F.

- Smith Stark, Thomas C. 1998 Juan de Córdova como lexicógrafo. Guchachi’ reza, 58:
2-13. Oaxaca.

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ILUSTRACIONES:

 Yag gubé (Dioon merolae), cícada que crece en la Sierra Sur y el Istmo. (Foto: Ariel
Mendoza)

 Rana sobre una flor de platanillo; el vocabulario zapoteco de Córdova documenta seis
términos específicos para sapos y ranas. (Foto Tony Rath, Chimalapa)

 Tapir, registrado en el vocabulario de Córdova como pechexólo. (Foto: Tony Rath)

 Laelia furfuracea, orquídea endémica de Oaxaca; el vocabulario de Alvarado registra


como ‘lirio cárdeno’ un término genérico, ytandaca, que designa a varias orquídeas
epífitas en las lenguas mixtecas contemporáneas. (Foto: Ariel Mendoza, Ciudad de
Oaxaca).

 Los nombres mixtecos y zapotecos del guajolote se ampliaron para incorporar a las
gallinas del Viejo Mundo. (Foto Tony Rath, San Antonio Nuevo Paraíso,
Chimalapa)

 Galinsoga parviflora, planta comestible que crece en los campos de cultivo; el


vocabulario de Alvarado consigna el nombre mixteco de esta especie, nduvua
[n]duhu, como parte de una de las glosas que se refieren a la manzanilla, planta
introducida de Europa a la cual se asemeja. (Foto: Gary Martin, Valle de Oaxaca)

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