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Son hojas de acero sueltas. Las engarza el Llegó “Lurucha”, el arpista del dansak’,
dansak’ por los ojos, en sus dedos y las hace tocando; le seguía don Pascual, el violinista. Pero
chocar. Cada bailarín puede producir en sus el “Lurucha” comandaba siempre el dúo. Con su
manos con ese instrumento una música leve, uña de acero hacía estallar las cuerdas de
como de agua pequeña, hasta fuego: depende del alambre y las de tripa, o las hacía gemir sangre
ritmo, de la orquesta y del “espíritu” que protege en los pasos tristes que tienen también las
al dansak’. danzas.
Bailan solos o en competencia. Las proezas Tras de los músicos marchaba un joven:
que realizan y el hervor de su sangre durante las “Atok’ sayku”4, el discípulo de “Rasu-Ñiti”.
figuras de la danza dependen de quién está También se había vestido. Pero no tocaba las
asentado en su cabeza y su corazón, mientras él tijeras; caminaba con la cabeza gacha. ¿Un
baila o levanta y lanza barretas con los dientes, dansak’ que llora? Sí, pero lloraba para adentro.
se atraviesa las carnes con leznas o camina en el Todos lo notaban.
aire por una cuerda tendida desde la cima de un
árbol a la torre del pueblo. “Rasu-Ñiti” vivía en un caserío de no más de
veinte familias. Los pueblos grandes estaban a
Yo vi al gran padre “Untu”, trajeado de negro pocas leguas. Tras de los músicos venía un
y rojo, cubierto de espejos, danzar sobre una pequeño grupo de gente.
soga movediza en el cielo, tocando sus tijeras. El
canto del acero se oía más fuerte que la voz del —¿Ves “Lurucha” al Wamani?— preguntó el
violín y del arpa que tocaban a mi lado, junto a dansak’ desde la habitación.
—Sí, lo veo. Es cierto. Es tu hora.
—¡“Atok’ sayku”! ¿Lo ves? Le faltaba ya saliva. Su lengua se movía como
revolcándose en polvo.
El muchacho se paró en el umbral y
contempló la cabeza del dansak’. —¡“Lurucha”! ¡Patrón! ¡Hijo! El Wamani me
dice que eres de maíz blanco. De mi pecho sale tu
—Aletea no más. No lo veo bien, padre. tonada. De mi cabeza.
—¿Aletea?
—Sí, maestro. Y cayó al suelo. Sentado. No dejó de tocar las
—Está bien. “Atok’ sayku” joven. tijeras. La otra pierna se le había paralizado.
— Ya siento el cuchillo en el corazón. ¡Toca! —
le dijo al arpista. Con la mano izquierda sacudía el pañuelo
rojo, como un pendón de chichería en los meses
“Lurucha” tocó el jaykuy (entrada) y cambió de viento.
enseguida al sisi nina (fuego hormiga), otro paso
de la danza. “Lurucha”, que no parecía mirar al bailarín,
empezó el yawar mayu (río de sangre), paso final
“Rasu-Ñiti” bailó, tambaleándose un poco. El que en todas las danzas de indios existe.
pequeño público entró en la habitación. Los
músicos y el discípulo se cuadraron contra el El pequeño público permaneció quieto. No se
rayo de sol. “Rasu-Ñiti” ocupó el suelo donde la oían ruidos en el corral ni en los campos más
franja de sol era más baja. Le quemaban las lejanos. ¿Las gallinas y los cuyes sabían lo que
piernas. Bailó sin hervor, casi tranquilo, el pasaba, lo que significaba esa despedida?
jaykuy; en el “sisi nina” sus pies se avivaron.
La hija mayor del bailarín salió al corredor,
—¡El Wamani está aleteando grande; está despacio. Trajo en sus brazos uno de los grandes
aleteando! —dijo “Atok’ sayku”, mirando la racimos de mazorcas de maíz de colores. Lo
cabeza del bailarín. depositó en el suelo. Un cuy se atrevió también a
salir de su hueco. Era macho, de pelo
Danzaba ya con brío. La sombra del cuarto encrespado; con sus ojos rojísimos revisó un
empezó a hen-chirse como de una cargazón de instante a los hombres y saltó a otro hueco. Silbó
viento; el dansak’ renacía. Pero su cara, antes de entrar.
enmarcada por el pañuelo blanco, estaba más
rígida, dura; sin embargo, con la mano izquierda “Rasu-Ñiti” vio a la pequeña bestia. ¿Por qué
agitaba el pañuelo rojo, como si fuera un trozo de tomó más impulso para seguir el ritmo lento,
carne que luchara. Su montera se mecía con como el arrastrarse de un gran río turbio, del
todos sus espejos; en nada se percibía mejor el yawar mayu éste que tocaban “Lurucha” y don
ritmo de la danza. “Lurucha” había pegado el Pascual? “Lurucha” aquietó el endiablado ritmo
rostro al arco del arpa. ¿De dónde bajaba o de este paso de la danza. Era el yawar mayu,
brotaba esa música? No era sólo de las cuerdas y pero lento, hondísimo; sí, con la figura de esos
de la madera. ríos inmensos, cargados con las primeras lluvias;
ríos, de las proximidades de la selva que
—¡Ya! ¡Estoy llegando! ¡Estoy por llegar! —dijo marchan también lentos, bajo el sol pesado en
con voz fuerte el bailarín, pero la última sílaba que resaltan todos los polvos y lodos, los
salió como traposa, como de la boca de un loro. animales muertos y árboles que arrastran,
indeteniblemente. Y estos ríos van entre
Se le paralizó una pierna montañas bajas, oscuras de árboles. No como los
ríos de la sierra que se lanzan a saltos, entre la
—¡Está el Wamani! ¡Tranquilo! —exclamó la gran luz; ningún bosque los mancha y las rocas
mujer del dansak’ porque sintió que su hija de los abismos les dan silencio.
menor temblaba.
“Rasu-Ñiti” seguía con la cabeza y las tijeras
El arpista cambió la danza al tono de Waqtay este ritmo denso. Pero el brazo con que batía el
(la lucha). “Rasu-Ñiti” hizo sonar más alto las pañuelo empezó a doblarse; murió. Cayó sin
tijeras. Las elevó en dirección del rayo de sol que control, hasta tocar la tierra.
se iba alzando. Quedó clavado en el sitio; pero
con el rostro aún más rígido y los ojos más Entonces “Rasu-Ñiti” se echó de espaldas.
hundidos, pudo dar una vuelta sobre su pierna
viva. Entonces sus ojos dejaron de ser —¡El Wamani aletea sobre su frente! —dijo
indiferentes; porque antes miraba como en “Atok’ sayku”.
abstracto, sin precisar a nadie. Ahora se fijaron —Ya nadie más que él lo mira —dijo entre sí
en su hija mayor, casi con júbilo. la esposa—. Yo ya no lo veo.
—El dios está creciendo. ¡Matará al caballo! — “Lurucha” avivó el ritmo del yawar mayu.
dijo. Parecía que tocaban campanas graves. El arpista
no se esmeraba en recorrer con su uña de metal “Rasu-Ñiti” cerró los ojos. Grande se veía su
las cuerdas de alambre; tocaba las más extensas cuerpo. La montera le alumbraba con sus
y gruesas. Las cuerdas de tripa. Pudo oírse espejos.
entonces el canto del violín más claramente.
“Atok’ sayku” salió junto al cadáver. Se elevó ahí
A la hija menor le atacó el ansia de cantar mismo, danzando; tocó las tijeras que brillaban.
algo. Estaba agitada, pero como los demás, en Sus pies volaban. Todos estaban mirando.
actitud solemne. Quiso cantar porque vio que los “Lurucha” tocó el lucero kanchi (alumbrar de la
dedos de su padre que aún tocaban las tijeras estrella), del wallpa wak’ay (canto del gallo) con
iban agotándose, que iban también a helarse. Y que empezaban las competencias de los dansak’,
el rayo de sol se había retirado casi hasta el a la media noche.
techo. El padre tocaba las tijeras revolcándolas
un poco en la sombra fuerte que había en el —¡El Wamani aquí! ¡En mi cabeza! ¡En mi
suelo. pecho, aleteando! —dijo el nuevo dansak’.
(1961)