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Boris Vian

LA MERIENDA DE
LOS GENERALES

el laberinto·16
Director de la colección: José Manuel Infiesta

Título original: "Le Goûter des Généraux"


© Société Nouvelle des Editions Pauvert
© Ediciones de Nuevo Arte Thor, para la traducción española.

Traducción y epílogo de René Palacios More


Ilustración de portada: Fernando Marín
Diseño de la colección: Manuel Domingo

Ediciones de Nuevo Arte Thor


Gala Placidia 1, 08006 Barcelona.
Imprenta: Hipercolor S.A., Badalona.
Impreso en España. Printed in Spain.

ISBN: 84-7327-115-7
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Luchemos tan solo contra los abusos, o seremos también abusadores. 
Boris Vian tocando la trompeta en 1946.
“Le Gouter des Généraux” (París, septiembre 1965).
LA MERIENDA DE LOS GENERALES

Representada por vez primera en alemán el 4 de noviembre de 1964 en el Staatstheater


Braunschweig.

Personajes:

General James Audubon Wilson de la Pétardière-Frenouillou.


Madame de la Pétardière, madre del general.
General Dupont-d'Isigny
General Lenvers de Laveste, Mandos del Estado Mayor de Audubon
General Juillet
Robert, ayuda de cámara de Audubon.
Léon Plantin, Presidente del Consejo.
General Korkiloff, Agregado militar de la URSS.
General Jackson, Agregado militar de los USA.
General Chin-Pin-Tin, Agregado militar de China.
Francine, secretaria de Plantin.
Roland Tapecul, arzobispo de París.
ACTO I
CUADRO PRIMERO

Una habitación en casa del general James Audubon Wilson de la Pétardière-


Frenouillou. Interior burgués coqueto pero anticuado en el que se siente la presencia
de una vieja madre de aliento fétido. Al alzarse el telón se divisa la puerta abierta de un
cuarto de aseo a la derecha y se escucha cantar al general Audubon, que se arregla.
Instantes después, el mismo aparece en escena. Es un individuo bastante endeble, de 55
años, tipo nervioso y más bien petulante. Está en mangas de camisa, sin cuello duro, en
pantalones y con tirantes. Acaba de secarse la cara y apoya la toalla en el respaldo de
una silla. Tararea sin cesar y se dispone a ajustarse el cuello duro y anudarse la
corbata. Esto le cuesta un trabajo inaudito y lo intenta cinco o seis veces, ante el
espejo, sin lograrlo. Por último, chilla de rabia y, furioso, patalea en tanto grita.

ESCENA I
Audubon, su madre.

AUDUBON
¡Canastos! ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Oh, esto me pone furioso! ¡Me vuelve loco furioso!
¡Mamá!
MME. DE LA PETARDIERE (desde bambalinas).
¿Qué ocurre, mi pequeño?
(Aparece, es una cosa innoble, fidedigna, de cabellos blancos).
¿Qué te pasa? Dime...
AUDUBON.
¡Ay! ¡Me exaspera! ¡Esta maldita corbata! No puedo conseguir hacer el nudo.
MADRE.
Vamos, vamos, Audubon, no te pongas nervioso. No tienes más que llamar a tu
mamá.
AUDUBON.
¡Oh! ¡Detesto que las cosas me resulten tan difíciles! ¡Es humillante!
MADRE.
Nada de eso, Audubon, esto no tiene nada de humillante, se trata de un trabajo
manual. Tú has sido hecho para pensar, para reflexionar, y no para usar las manos como
un vulgar paleto.
Boris Vian La merienda de los generales

AUDUBON.
Es que yo soy un general, madre mía...
MADRE.
Tienes que ser el cerebro del cuerpo de tus tropas.
AUDUBON.
De mi cuerpo de ejército, mamá. Se dice un cuerpo de ejército. Cuando se es
general de cuerpo de ejército, se manda un cuerpo de ejército. Cuando se es general de
brigada, se manda una brigada, y cuando se es general de división, se manda una
división.
MADRE (anudando la corbata).
Nada, nada, Audubon. Como solía decir tu padre, que en paz descanse, en tu
cuerpo de ejército tienes que ser el cerebro que ordena y al que obedecen sin chistar los
innúmeros engranajes de la organización, mediante la virtud lenitiva y doblegadora del
aceite que constituye la disciplina. Listo, ya tienes anudada tu corbata.
AUDUBON (le besa la mano).
Madre mía, eres maravillosa.
MADRE.
Ay, Audubon, sin mí te encolerizarías diez veces diarias. ¿Te has lavado bien los
pies?
AUDUBON.
Pues claro, madre.
MADRE.
¿Y también las orejas?
(Él asiente).
Déjame comprobarlo. Audubon. Recuerdo que cuando tenías seis años era
imposible conseguir que te lavaras las orejas.
(Efectúa la comprobación).
Hum. Hijo mío, esta oreja me parece un poco dudosa.
AUDUBON
Habrás visto mal, mamá. Yo que tú, revisaría la punta de la toalla.
(Coge la toalla y se la tiende. Ella la estudia, menea la cabeza y vuelve a dejarla).
MADRE
Ay, Audubon, eran tan moninas tus orejitas a los seis años... Pero hete aquí
convertido en semejante papanatas de militar, haciendo más burradas todavía que a la
edad en que sumergías el gato en la sopa con el pretexto de fortificarlo.
(Ríe. Él se siente molesto.)
AUDUBON
Madre mía, ¿nunca olvidarás esas viejas historias?
MADRE
Vamos, Audubon, sé muy bien que nada les gusta tanto a los jovencitos como que
se les recuerde su infancia. Pero estamos solos y no es ésta la ocasión para incomodarte.
Siempre serás para mí el niñito que no sabía anudarse solo los cordones de los zapatos.
AUDUBON
Pero ahora ya lo hago solo, mamá.
MADRE
Sí, pero me llamas para la corbata.
(Suena un timbre.)
¡Vaya, vaya! ¿Así que esperas visita?
AUDUBON
Te aseguro que no, madrecita.

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Boris Vian La merienda de los generales

MADRE (lo amenaza con el índice).


Audubon, Audubon, no eres lo que se dice muy serio. Sigues siendo un mujeriego.
AUDUBON
¡Oh! ¡Mamá! ¿Cómo puedes pensar eso?
(Ríe, sin embargo, ligeramente halagado).
¡Robert!
(Llama).
¡Robert! ¿Quieres abrir?
(Ruido de pasos. Voz: —Si, señor. Y puerta que se abre y vuelve a cerrarse).
MADRE
Ya te dejo, hijo mío.
(Sale. Entra Léon Plantin).

ESCENA II
Audubon, Robert, Léon Plantin.

ROBERT (siguiendo a Léon.)


Es el señor Presidente del Consejo, mi general.
(Se pone en posición de firmes)
AUDUBON
Bien, descanso.
(Audubon a Léon.)
Querido Presidente...
(Robert sale)

ESCENA III
Audubon, Léon Plantin.

LEON
Mi buen Audubon.
(Se abrazan afectuosamente)
AUDUBON
¡Qué hermosa sorpresa!
LEON
¡Ay! Pero no para mí.
AUDUBON
¿Cómo que no para usted?
(Aparte.)
Este hombre es muy mal educado.
LEON
Pues... Quiero decir que para mí no es una sorpresa porque yo sabía que venía a
verle.
AUDUBON
Ah, claro, es verdad. Pero siéntese, querido Presidente. ¿Querrá usted servirse
algo? ¿Una limonada? ¿Una horchata?
LEON

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Boris Vian La merienda de los generales

Pues... ¿No tendrá pastis, mejor?


AUDUBON
Ay... no, sólo me queda un poco de anisete... pero ya sabe, es algo fuerte, sobre
todo a esta hora...
LEON
Hubiera preferido un Ricard, pero en fin... déjeme probar su anisete. Dígame
Wilson, ¿es usted capaz de ver las cosas cara a cara?
AUDUBON
Si se trata del enemigo...
(Se yergue ufanamente)
Un Wilson de la Pétardière siempre estará dispuesto a enfrentar...
LEON
No, no, por favor, ¿en qué está pensando? Vamos, la situación no es tan grave
(suspira)
todavía...
AUDUBON
Ah, bueno, bueno. Eso me devuelve la tranquilidad.
(Se muestra solícito.)
Pero le preparo el anisete.
LEON
Muy poca agua, se lo ruego.
(Audubon le tiende un vaso. El otro bebe.)
¡Aj! ¡Qué horror! ¡Si esto no es anisete!
AUDUBON
¡Oh! Discúlpeme... Le he dado mi horchata. Fue un momento de despiste.
(Procede al cambio de vasos; luego se instala)
LEON
Hubiese preferido un pastis, pero en fin...
(Bebe y se estremece.)
Esto no es mucho mejor que digamos.
(Deja el vaso)
En el fondo, creo que no tengo sed.
(Mira a su alrededor)
Pero bueno, está bien montada, su casa...
AUDUBON (modesto)
Oh... Es muy simple. Este es mi cuarto de soltero. Aquí es donde recibo a mis
amigos... estamos mucho más tranquilos.
(Con un guiño)
Vivo en el apartamento de mi madre, pero ella es de ideas muy abiertas... una vez
por semana organizamos una velada aquí... entre amigos...
LEON
¡Atiza! No lo pasa mal... Y... dígame, ¿vienen mujeres?
AUDUBON
Por supuesto, algunas veces... hay quienes están casados y otros traen a sus madres.
Es muy divertido.
LEON (defraudado)
¡Ah! ¡Sí! ¡Debe ser encantador! Pues bien, mi querido Wilson, con usted no me
andaré con rodeos; la situación actual de Europa es grave.
AUDUBON (también grave)
Ajá...

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Boris Vian La merienda de los generales

LEON
Sí.
(Positivo.)
Nos hallamos en estos momentos ante un conjunto de circunstancias totalmente
imprevisibles y especialmente inesperadas. Quiero suponer que sigue usted de cerca las
vicisitudes de la coyuntura económica, ¿verdad?
AUDUBON (grave).
¡Válgame Dios si me intereso! ¡Como todos los individuos sobre los que el destino
ha arrojado cierta parte de responsabilidades!
LEON
Su firmeza me gusta. Para ser concretos, ¿ha visto usted lo que hacen las vacas?
AUDUBON
¿Las vacas?
LEON
¿Y las gallinas?
AUDUBON
¿Cómo dice? ¿Las gallinas?
LEON
¿Y los mineros?
AUDUBON
Ah, sí, claro... ¿Los mineros?
LEON
Mi querido Wilson, las vacas paren terneros, las gallinas ponen huevos y los
mineros extraen carbón.
AUDUBON
Pero... eh... ¿es tan grave?
LEON
Bueno, en tiempos normales, la verdad, no tiene nada de grave, porque se hace
jugar la ley de la oferta y la demanda, ¿está claro?..
AUDUBON (no pesca nada pero quiere hacer creer lo contrario)
Ah, sí, la ley... perfectamente. Se la hace jugar... Así...
(gesto de columpio).
LEON
De ninguna manera... así.
(gesto de acordeón).
No obstante, aparte el hecho de que en la hora actual eso resulta imposible, se
plantea el caso especialmente lamentable de que todas esas circunstancias resultan
concomitantes.
AUDUBON (perdido).
Escúcheme... eh... Yo no estoy lo que se dice muy versado en estos asuntos...
¿podría usted facilitarme algunos detalles? Yo, cómo decirle... hum... yo soy un
soldado...
LEON
Es cierto, discúlpeme.
(Risa complaciente).
Suelo olvidar que me dejo arrastrar por el vocabulario de mi antigua profesión...
AUDUBON
Es verdad, usted era...
LEON
Tenía a mi cargo la página financiera de L'Aurore. En síntesis, para resumirle la

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Boris Vian La merienda de los generales

situación, en la actualidad experimentamos una crisis de superproducción. En tiempos


normales, cuando la producción agrícola aumenta nos las arreglamos para que la
producción industrial disminuya; como consecuencia de lo cual los precios agrícolas
bajan y los precios industriales suben; llegados aquí, se otorga una subvención a los
agricultores que, de esta manera, pueden esperar y mantener los precios, y se aumentan
los salarios de la industria, de modo que les permita aprovecharse de la abundancia; la
subvención otorgada a los agricultores es utilizada por éstos en la adquisición de
material industrial; y los sobre beneficios obtenidos consecuentemente por los
industriales retornan a nosotros en forma de cotizaciones sociales, impuestos a la
producción y diversas multas aplicadas por las brigadas de control del ministerio. El
circuito se cierra y todo el mundo contento.
AUDUBON (que sigue sin comprender nada, definitivo).
Y son entonces los militares los que pagan el pato.
LEON
En absoluto, Wilson, o al menos, no más que los otros funcionarios. No sea
derrotista. Yo le expongo los métodos de compensación del presupuesto practicados
desde hace años y jamás me he enterado de que los militares se hayan quejado alguna
vez de los créditos que, a fin de cuentas, se les otorga.
AUDUBON
Aceptado. De todos modos, no veo dónde reside la gravedad de la situación actual.
LEON
Pero, Audubon, es algo espantoso. En el momento actual, la producción agrícola
aumenta al mismo tiempo que la producción industrial. Deberá admitir que no hay
ninguna posibilidad de compensación en tales condiciones.
AUDUBON
¿Y si se fusilase a algunos cabecillas?
LEON
No, no, Audubon, ése sería un paliativo temporal. Es necesario canalizar esa
producción, encontrarle nuevas salidas.
AUDUBON
¿Los consumidores, quizá?
LEON
Los consumidores, sí, pero es peligroso acostumbrarlos a la abundancia. Peligroso
y nocivo. La abundancia aletarga, Audubon. Una nación, para ser sana, exige
privaciones. Pero está usted bien encaminado: Busque, busque. Veamos, ¿Cuál es el
consumidor ideal?
AUDUBON (iluminado, busca, y luego).
¡El ejército!
LEON
¡Exacto! El ejército presenta una ventaja capital; porque es el consumidor el que
paga el ejército. Audubon, y es el ejército el que consume. De donde se origina un
desequilibrio permanente, o sea lo único que nos permite proceder a equilibrar. Porque
no se puede equilibrar si no existe desequilibrio, eso salta a la vista.
AUDUBON (admirado).
Pues fíjese, nosotros, la gente de armas tomar, tenemos la tendencia a minimizar
sus facultades, las de ustedes, los hombres de estado... pero esto que me acaba de
decir... es muy fuerte.
LEON
Es usted muy amable.
AUDUBON

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Boris Vian La merienda de los generales

Sí, sí, insisto, es muy fuerte. ¿Un poco de anisete?


LEON
Que, por el contrario, no es nada fuerte... pero, ya que no tiene usted pastis...
(tiende su vaso).
AUDUBON (se interrumpe bruscamente).
¡Al grano, Léon! ¡No querrá usted decir!....
LEON
Sí. La guerra.
AUDUBON
La guerra.
(Audubon suelta su vaso y se desploma en un sillón).
LEON
Vamos... vamos... reanímese, viejo... ¡Wilson!.... Después de todo...
AUDUBON
Ay... Léon... Pero no es posible... Ay... rápido... Alcánceme mi horchata... vaya...
vaya...
(Léon se vuelve y le da un vaso de anisete. Audubon bebe de un trago y chasquea
la lengua).
¡Ah!.... esto siempre cae bien.
LEON (bebe).
¡Venga! A su salud, viejo...
(bebe).
¡Oh! ¡Qué horror! ¡Nuevamente su horchata! Y usted se ha tomado mi anisete.
AUDUBON
¡Bah! Tanto peor... al diablo la avaricia. Es que usted me ha alterado con su guerra.
Por favor no vuelva a hacer bromas como ésa...
LEON
Escuche, Wilson, no es una broma...
AUDUBON
Entonces, ¡Estoy soñando!
LEON (frío).
Mi querido amigo, no es usted nada divertido.
AUDUBON
¡Vaya! Pues sepa que usted tampoco.
LEON
Los productores cuentan con usted. Hay que ver las cosas de frente y hacerse cargo
de las responsabilidades.
AUDUBON
En cuanto a eso, un general no es responsable de una guerra. La prueba es que son
siempre los civiles los que la declaran.
LEON
¿Qué es lo que teme? Tendrá cinco millones de comerciantes detrás de usted.
AUDUBON
Sí, ¿pero qué tendré delante de mí, eh? Un montón de tipos con fusiles, cañones y
sables. Y a usted eso le parece gracioso.
LEON
Pero, finalmente, su oficio es hacer la guerra, maldita sea.
AUDUBON
Mi oficio es ser general, y créame que no es nada divertido en estas condiciones.
Ah, resulta encantador en tiempos de paz; un ascenso regular, sin prisas, ¡y no se corre

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Boris Vian La merienda de los generales

el riesgo de que cualquier jovenzuelo le pase a uno por las narices simplemente por
haber estado en el frente o alguna otra idiotez como ésa!.... Pero en tiempo de guerra,
con los efectivos que van y vienen, semejante desorden, todo eso, ¡oh, le juro que es una
verdadera lata!
LEON
¡Pero el país entero estará detrás de usted!
AUDUBON
Hace poco eran los comerciantes, y ahora todo el país. Dígame... ¿acaso el
resultado de las últimas elecciones no dio el setenta y cinco por ciento de abstenciones?
LEON
¡Razón de más! ¡Quien calla, otorga!
AUDUBON
Permítame que le diga una cosa: usted está loco.
LEON
Páseme el anisete.
AUDUBON
Se acabó. No hay más.
LEON
Entonces, envíe a su asistente a buscar una botella de pastis.
(Audubon intenta protestar).
Vamos, pago yo.
AUDUBON (llama).
¡Robert!
(entra Robert).

ESCENA IV
Robert, Léon, Audubon.

ROBERT
Sí, mi general.
LEON
Ten, Robert, aquí tienes trescientos pavos, baja a buscar una botella de pastis.
ROBERT
Cuesta ochocientos pavos, mi presidente.
LEON
¡Vaya, vaya! Hay que ver lo roñosos que son ustedes, ¡los dos! Hasta se me van las
ganas de aprobarles los créditos.
(Entrega mil pavos y recupera los otros).
Aquí van mil francos, trae la vuelta.
ROBERT
Sí, señor Presidente del Consejo.
(Robert sale).

ESCENA V
Léon, Audubon.

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Boris Vian La merienda de los generales

LEON
Hmm... ¿en dónde estábamos?
AUDUBON
Le decía que estaba loco y para probarme que yo tenía razón, usted me volvió a
pedir anisete.
LEON
Su infecto anisete.
AUDUBON
No importa. Sólo pretendo demostrarle que ha perdido la cabeza. Por otra parte, no
se puede querer la guerra si no se padece alguna perturbación sexual.
LEON
Y tampoco la paz, sobre todo cuando se es general.
AUDUBON (desesperado).
Pero, después de todo, ¡tenga en cuenta que se trata de algo muy peligroso! En la
última guerra hubo incluso generales muertos.
LEON
Eran generales alemanes.
AUDUBON
Peo ahora somos aliados de los alemanes. Y hubo prisioneros, como Giraud, ¡lo
que nunca había pasado hasta entonces! Y a Darían lo mataron, y se contaron un
montón de sucias historias como ésas de Esteva, Gamelin... euh, éste... pudo salir del
asunto, pero en fin, ya no es ningún chollo ser general. Hay que pagar con la propia
persona, por decirlo de algún modo.
LEON
Vamos, vamos, los hubo que se las supieron arreglar muy bien. Fíjese en Juin, por
ejemplo. Y en cualquier caso, es esencial que usted me dé su consentimiento hoy
mismo.
AUDUBON
Pues bien, yo le digo que no hay sino una cosa esencial cuando se trata de la vida
de un militar. Quiero decir de un militar de carrera, naturalmente. Consiste en que no
hay que precipitarse. Vea usted, 1914. Esa fue una guerra decente. ¡Las trincheras! Ahí
sí se tenía tiempo, ¡al menos se veía lo que se hacía! Y, además, se tenía la retaguardia,
los parientes... Vaya, vaya, nunca se hará nada mejor que la guerra del 14.
LEON
¿Qué hacía usted en 1914?
AUDUBON
Era ayuda de campo del general Robert, en el Estado Mayor. Y le juro que echo de
menos aquella época.
LEON
Pues yo, a mi vez, le juro que cuando uno viene a proponerle una guerra, usted,
precisamente ¡se toma mucho tiempo en decidirlo!
AUDUBON
No conozco ningún ejemplo de un general que haya lanzado a su país a la guerra.
Oh, considere al que quiera. Fíjese, Gamelin, por ejemplo. Él era de la misma opinión.
LEON
¿Y Bonaparte?
AUDUBON
¿Bonaparte? Es muy fácil, ¡era un corso! ¡Le daba lo mismo que los franceses
pelearan! Porque no irá a decirme que eran corsos los ejércitos que invadieron Rusia en
1812 ¿no?

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Boris Vian La merienda de los generales

LEON
Dice usted idioteces.
AUDUBON
Me da lo mismo. Por otra parte, decir idioteces en estos días en que todo el mundo
reflexiona profundamente es el único medio de probar que se tiene un pensamiento libre
e independiente.
LEON (se incorpora).
Oh, además pierdo el tiempo discutiendo. El proyecto ya se ha votado. Yo sólo
quería apelar a su razón, pero puesto que no tiene remedio, considere que se trata de una
orden.
AUDUBON
¿Una orden?
LEON (seco).
Una orden. De la Nación.
AUDUBON (reacciona con alegría).
En tales condiciones, todo es diferente. ¿Usted me cubre?
LEON
Naturalmente.
AUDUBON (muy natural).
Entonces, de acuerdo. ¿Para cuándo?
LEON
Lo más pronto posible.
AUDUBON (solícito).
Perfecto.
(Entra Robert).
Cuente conmigo.

ESCENA VI
Robert, Audubon, Léon.

AUDUBON
¡Ah! ¡Tú aquí! Descorcha este pastis. Tenemos que brindar. Venga, date prisa,
borrico del demonio.
LEON
¿Usted se encarga de todo a partir de este momento?
AUDUBON
¿Me sigue cubriendo?
LEON
Naturalmente.
AUDUBON (seguro de sí).
Entonces, me encargo de todo.
ROBERT
Listo el pastis, mi general.
AUDUBON
¡Dame un vaso!
(Brindan).
¡Bebe con nosotros, soldado!
(Robert se sirve).

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Boris Vian La merienda de los generales

¡Por la victoria!
(Bebe y se ahoga horriblemente, Léon y Robert le golpean la espalda).
LEON
No tan rápido.
AUDUBON
¡Es muy fuerte la porquería ésta!
(Tiende su vaso).
Vuelve a servirme, Robert.
(Se sopla con autoridad el segundo trago).
LEON
¡Bueno! ¡Parece que se recupera!
AUDUBON
Sí... esto marcha.
(A Robert):
¿Puede saberse qué sigues haciendo ahí?
ROBERT
Le traigo la vuelta, mi general.
AUDUBON
Quédate con ella.
LEON
Espere, un momento, usted...
AUDUBON
¡Venga, no sea tacaño! Es la guerra, ¿no?
LEON (refunfuña).
¡Pues sí que comienza a costarme cara!....
AUDUBON
Y ahora, voy a solicitarle que me deje trabajar.
LEON
¿Tratará el asunto con sus colegas?
AUDUBON
En el acto.
LEON
¡Magnífico!
(Se incorpora).
Mi sombrero, Robert.
ROBERT
Sí, señor Presidente del Consejo.
(Corre a buscarlo, junto con el abrigo).
Si el señor Presidente del Consejo quiere tener a bien...
(Audubon queda absorto a la izquierda en la pose de Napoleón).
LEON
¡Robert!
(A media voz).
Déjame doscientos pavos, no tengo ni un duro para el taxi.
(Le indica con un gesto que le devuelva la pasta).
ROBERT (en voz muy alta).
¿Decía usted, señor Presidente?
(Audubon se sobresalta y se acerca).
LEON
¡Nada! ¡Nada! ¡Hasta la vista!....

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Boris Vian La merienda de los generales

AUDUBON
¡Hasta pronto!
ROBERT
Por aquí, señor Presidente del Consejo.

ESCENA VII
AUDUBON (solo).
¡La guerra! ¡Vaya tipo! ¡Como si yo no tuviese otra cosa que hacer!
(Pasa junto a la mesilla en donde todavía se hallan los vasos, la botella y el resto
y, como si temiese que se le viera, se sirve rápidamente un trago y se lo bebe).
Hum. No está mal.
(Contempla la etiqueta).
Con agua, tiene casi el mismo color que la horchata.
(Asegura la botella y se apresura a ocultarla en su armario, luego se vuelve. Toma
un vaso, duda, está a punto de beber un trago y se vuelve nuevamente).
¡Mamá! ¡Mamita!
MADRE (voz desde el foro).
¿Me llamas?

ESCENA VIII
Audubon, su madre.

AUDUBON
Mamá, quiero pedirte una cosa.
MADRE
Por supuesto, hijo mío. Me encantará concedértela en tanto se trate de un deseo
razonable.
AUDUBON
Mamá, querría recibir a unos compañeritos esta tarde. ¿Puedo?
MADRE
¿Son chicos bien educados?
AUDUBON
Oh, sí, madre. Todos son generales. Oh, ya sabes, son incluso muy bien educados.
MADRE
Si son muchachos agradables, Audubon, no hay ninguna razón para que yo me
niegue. Invita a tus amiguitos a merendar.
AUDUBON
Mamá, ¿sería posible que nos hicieses una tarta?
MADRE (indulgente).
Ah, vaya, ya te veía venir. Abusas de mi indulgencia.
AUDUBON
¡Oh!, eres encantadora, mamá.
MADRE
Pero veamos, dime, ¿cuál es el motivo de esta reunión?
AUDUBON
Oh, sólo para charlar con ellos, en fin, verles... Son buenos amigos.

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Boris Vian La merienda de los generales

MADRE
Me ocultas algo, Audubon.
(Olisquea).
Ven aquí.
(Se le acerca).
Sopla.
(El resopla).
Más fuerte.
(Le hace Ah en la nariz).
¡Oh! Qué horror.
(Lo abofetea con todas sus fuerzas).
¡Pero si has estado bebiendo! Apestas a absenta.
AUDUBON (lloriquea).
Mamá, yo no quería... ¡Fue Plantin!...
MADRE
¿Plantin? ¿Conoces a un tal Plantin?
AUDUBON
Léon Plantin, el Presidente del Consejo...
MADRE
¡Sus funciones no constituyen una excusa para que le frecuentes! ¡Su nombre hiede
a plebe!
AUDUBON
Pues fue él quien estuvo aquí, hace un rato, y me dio de beber, casi me obligó, y
después me exigió que declarase la guerra.
MADRE
¡Cómo! ¿Y aceptaste?
AUDUBON
El me lo ordenó, mamá.
MADRE
Hay órdenes que uno no tiene que dejarse dar.
AUDUBON
Yo no podía hacer nada.
MADRE
¡Y ése fue el individuo que te hizo beber ese innoble raki!
AUDUBON
Sí, mamá. Pero yo no quería, mamá, y él casi me obligó.
MADRE
¡Buena la has hecho! Y yo que soy tan buena como para dejarte recibir a tus
amigos.
AUDUBON
Pero, mamá, el gobierno es el que...
MADRE
¡El gobierno! ¡El gobierno! Ya te enseñaré yo a ti, caballerito. Te has portado muy
mal. Y como castigo, no cuentes con la tarta.
AUDUBON
¡Oh! Mamá, a pesar de eso...
MADRE
Además, ¿qué es esa guerra en la que hasta puedes estropear tus uniformes?
AUDUBON
Oh, pero no saldré mucho, ya sabes... los soldados son los que pelean...

21
Boris Vian La merienda de los generales

MADRE
Pensar que no se te puede dejar solo ni cinco minutos sin que acabes metiéndote en
un asunto horrible. Audubon, acabas de producirme un gran disgusto. Recibe a tus
amigos por esta vez, pero si vuelve a repetirse semejante barbaridad, serás severamente
castigado.
AUDUBON
Sí, mamá. ¿Puedo telefonear a mis amigos?
MADRE
Utiliza el teléfono, si así lo deseas. En mis épocas se hacía enviar la tarjeta por el
ordenanza.
AUDUBON
Robert se negaría. Le enviaré a buscar unas pastas secas.
MADRE
Eres ridículamente débil con ese muchacho.
(Sale).

ESCENA IX
Audubon, después Robert.

AUDUBON
¡Robert! ¡Robert!... Qué fastidio que mamá no haga la tarta, voy a tener que
comprar pastas secas con mi dinero.
(Se alza de hombros).
En fin. ¡Oh! Tengo una idea.
(Entra Robert).
¡Robert!
ROBERT
Sí, mi general.
AUDUBON
Vas a bajar a comprar media libra de pastas secas. De las que no son muy caras.
Las redondas, ya sabes, con un agujero.
ROBERT
Sí, mi general. ¿Mi general puede facilitarme el dinero?
AUDUBON
Coge del tuyo, te lo devolveré.
ROBERT
Es que no tengo, mi general.
AUDUBON
¡Cómo! ¡Te has guardado la vuelta hace un momento!
ROBERT
Ya no la tengo... Me la han cogido. Fue la señora, yo la había dejado sobre la mesa
de la cocina.
AUDUBON
Exageras un poco... hubieras podido repartirla conmigo.
ROBERT
Es verdad, mi general. No es muy elegante de mi parte. Voy a invertir parte de mis
ahorros, si mi general así lo desea.
AUDUBON

22
Boris Vian La merienda de los generales

Oh, muy amable...


ROBERT
Ahora bien, si mi general no lo desea...
AUDUBON
Sí, muy amable, aceptado. Ve rápido.
ROBERT
Sí, mi general.
(Robert sale).

ESCENA X
AUDUBON (solo).
Es así como se hace amar uno por sus hombres.
(Se encamina al teléfono).
¡Ah! voy a telefonear a mis amigos... Taitbout... cinco... cuatro... tres... nueve...
Hola... Hola... Hola... ¿Es usted, d'Isigny? Aquí Wilson... muy bien, querido, y usted...
Bueno, quería preguntarle si aceptaría venir dentro de poco... Oh, no, todo muy sencillo,
seremos unos pocos amigos... para tomar el té...

TELON

23
CUADRO SEGUNDO

Transcurre en la misma habitación, si se quiere, o en el salón comedor de los


Pétardière, de todos modos innoblemente burgués y adornado con retratos de suavos.
Al alzarse el telón, Audubon, solícito, arregla la mesa de la merienda sobre la que
instala un florero muy feo.
Suena un timbre.

ESCENA I
AUDUBON
¡Robert! ¿Quieres abrir?
(Voz de Robert).
Ya voy, ya voy, mi general.
(Voces. Aparece, introducido por Robert, el general Dupont d'Isigny).

ESCENA II
Dupont, Audubon.

DUPONT
¡Mi querido Wilson!
AUDUBON
¡Mi querido d'Isigny!
DUPONT
Dupont d'Isigny. Si no le resulta molesto, llámeme por mi nombre entero, o de lo
contrario no me llame de ninguna manera y no me dirija más la palabra.
AUDUBON
Créame usted que en absoluto he tenido la intención...
DUPONT (frío).
¡Oh! ¡Carece de importancia!...
(Observa).
¡Su casa es encantadora! Está deliciosamente arreglada.
(Aparte).
Boris Vian La merienda de los generales

¡Qué horror!
AUDUBON
Mi madre se ocupa de todo de una manera admirable. ¡Es tan abnegada!
DUPONT
¡Ah! ¡Las madres! Las verdaderas compañeras de los guerreros.
AUDUBON
Cuánta justicia hay en sus palabras. Eso apunta lejos, aunque no lo parezca.
DUPONT (mosqueado).
Pues a mí me parece que sí lo parece...
AUDUBON
Por favor, ¡tome asiento! ¿Un dedo de anisete?
DUPONT
Oh, creo que sería más educado de nuestra parte esperar a los otros invitados...
AUDUBON
Que, por lo demás, no tardarán en...
(Ambos prestan oídos).
No...
(Timbre).
Sí...
AMBOS
Helos aquí...
(Robert introduce a los generales Laveste y Juillet).

ESCENA III
Audubon, Dupont, Laveste, Juillet.

AUDUBON
¡Queridos amigos!... ¡Qué exactitud!
DUPONT (mosqueado).
¡Entonces, yo he llegado con antelación!
LAVESTE
No lo tome así, ¡Somos nosotros los que llegamos con retraso!...
AUDUBON
Escuche, mi buen Dupont, ¡creo que es usted muy susceptible!
DUPONT
Yo me llamo Dupont d'Isigny.
(Acentúa las D).
LAVESTE
¡Lenvers de Laveste! ¡Encantado!
JUILLET
¡Juillet! Mucho gusto.
(Apretones de manos).
AUDUBON
Pues bien, ¡henos aquí en pleno! Si les parece, merendaremos. Siéntense, por
favor...
(Todos se sientan).
Cada cual elige su sitio a placer. ¡Nada de cumplidos!...
JUILLET

25
Boris Vian La merienda de los generales

¡Mmmm! ¡Todas estas delicias tienen un aspecto muy tentador!


AUDUBON
Ah, a pesar de todo, mamá ha preparado una tarta. Pero ya me costó convencerla.
Figúrense que estaba muy enfadada conmigo porque me sorprendió bebiendo pastis...
(Ríe, bastante orgulloso).
¡Eh!... Soy un pequeño demonio.
LAVESTE
¡Oh! ¡Eso está muy mal!
(A Juillet, en voz baja.)
Este tipo es un débil mental.
JUILLET (de igual modo).
Oh, debe tener su lado bueno.
(En voz alta:).
Pero usted nos citó para darnos una gran noticia, mi querido Audubon. ¿Acaso es
demasiado pronto para decírnosla?
AUDUBON
Oh, merendemos primero.
DUPONT
Pero nos asamos de impaciencia.
LAVESTE
¡Vaya! Usted dice "nos asamos". En cambio, ¡yo digo "hervimos"!
DUPONT
¿Cómo? ¿Hervimos?
LAVESTE
Digo que yo digo que hervimos de impaciencia.
JUILLET
Ah, qué cosa más rara, yo digo "nos secamos" de impaciencia.
AUDUBON
Bueno, bueno, el asamos es como cocinar con aceite, el secamos es algo a la
parrilla, y el hervimos es con agua...
DUPONT (estupefacto, aparte).
¡No entiendo nada de nada! ¡Este tipo es rematadamente idiota!
JUILLET
Lo que no impide, mi querido Audubon, que yo me consuma de impaciencia.
LAVESTE
¡Ah, ahora usted se consume!
JUILLET
¡Toma! Esta discusión culinaria me está dando hambre.
AUDUBON
Escuchen, antes de que vayamos al grano, ¡en absoluto nos está prohibido el que
mantengamos una conversación de salón! ¡Nos vemos tan poco! ¡Aprovechemos la
ocasión para conocernos con mayor profundidad! Después de todo, es la primera vez
que se reúne el Estado Mayor. En primer lugar, deberíamos comenzar por llamarnos por
nuestros nombres de pila, lo que resultaría más agradable.
(A Laveste:)
Usted, ¿cuál es el suyo?
LAVESTE
Miguel.
AUDUBON
Ah, es encantador.

26
Boris Vian La merienda de los generales

LAVESTE (modesto).
Es el patrón de los combatientes.
AUDUBON
Sí, es la única pega, pero es encantador.
(A Juillet.)
¿Y usted, querido?
JUILLET (taciturno).
¡Felipe!
(Todos se incorporan).
TODOS A LA VEZ
Honor al coraje desdichado.
(Vuelven a sentarse).
LAVESTE (nostálgico).
¡Ay! ¡Dónde han ido a parar las épocas en las que todo el mundo podía aspirar a
siete estrellas sin tener que acabar en prisión!
JUILLET
Sí, nos racionan las estrellas, y la más ínfima parejita de novios las tiene todas en
sus manos.
TODOS A LA VEZ
¡Oh, sublime!
¡Qué expresión deliciosa!
¡Qué poeta!
JUILLET
Oh, no es nada; hace ya seis años que estoy vertiendo en alejandrinos el manual de
preparación militar superior; entonces, ya imaginarán que...
AUDUBON
Mi querido Felipe, si le manifiesto que posee usted una encantadora brizna de lira
en el extremo de sus hojas de roble, creo que no hago sino resumir la opinión...
general...
(ríe).
TODOS A LA VEZ
Exquisito. Bien logrado. ¡Qué espíritu!
AUDUBON
Son sumamente amables.
(A Dupont).
Y en cuanto a usted, querido Dupont d'Isigny, ¿cuál es su nombre de pila?
DUPONT
¡Eh!... Casi afirmaría que mi nombre de pila no me gusta nada... Me llamo Jorge.
LAVESTE
¡Cómo! San Jorge y el Dragón...
JUILLET
¡Y la caballería de San Jorge!...
AUDUBON
¡Cierto, tiene usted una multitud a sus órdenes!...
DUPONT
Pues no me resulta suficiente. Soy muy orgulloso.
(Ríe).
Oh, no me avergüenzo de ello. Ahí reside mi encanto. Pero, si quieren saberlo,
siempre tuve una idea muy loca. Hubiese querido llamarme Dios.
(Frío general. Distancia, desprecio, molestia).

27
Boris Vian La merienda de los generales

AUDUBON
Por favor, Dupont...
LAVESTE
¡Me parece que va usted un poco lejos!...
JUILLET
Sí, en fin, después de todo no somos simplemente unos carniceros.
DUPONT (mosqueado).
Bueno, si es así, no diré ni una palabra más.
AUDUBON
Vamos, vamos, no discutamos.
(Pasa las pastitas).
Mejor merendemos.
(Ruido de mandíbulas, llenado de vasos).
¿Anisete, Miguel? ¿Anisete, Jorge?
LAVESTE-JUILLET
De buena gana. Con sumo placer.
AUDUBON
Venga, Dupont d'Isigny, beba con nosotros, no esté de morros.
DUPONT (enfurruñado).
No estoy de morros. Sólo pongo cara larga.
JUILLET
Vamos, alegrémonos un poco. Yo sé una adivinanza.
(A Audubon.)
¿Puedo decirla?
AUDUBON
¿Es decente, por lo menos?
JUILLET
Oh, por supuesto...
(ríe)
LAVESTE
Pues bien, dígala de una vez por todas.
JUILLET
Bueno, la digo, pero no quiero que nadie se moleste.
AUDUBON
¡Se lo ruego! Si es correcta, ¡estaremos encantados de escucharla!...
JUILLET
Ay, ahora me siento incómodo, es ridículo.
TODOS A LA VEZ
Sí, dígala. Vamos, adelante. Anímese.
JUILLET
Bueno, ahí va: Hay que encontrar una palabra de cinco letras, con una M al
principio, una R en el medio y una E al final, que recuerde a un gran general.
(Silencio glacial).
¡Oh!... ¡Ahora me da vergüenza!...
AUDUBON
Hum... querido mío... sea como fuere... tengo para mí que es usted un auténtico
caballero, pero incluso si se habla de caballos, existen algunos límites...
JUILLET (vehemente)
¡Ah, cáscaras! Yo no quería decirla. Ya sabía que no les gustaría... Pues bien, la
palabrita recuerda la victoria del general Joffre, es el MARNE.

28
Boris Vian La merienda de los generales

LAVESTE
¡Ah, muy bien, exquisito!
(Dupont se queda pálido v boquiabierto).
AUDUBON
Excelente, viejo. Excelente. Y de un buen gusto... Pero sírvase más anisete, su vaso
está vacío.
JUILLET
Gracias.
(Bebe).
AUDUBON (a los otros).
¿Algunas pastitas? ¿Un poco más de anisete? ¿Jorge? ¿No? ¿Miguel? ¿De verdad?
TODOS A LA VEZ
Completo. Gracias. Estamos llenos.
AUDUBON (deja su servilleta y aparta su silla).
Y bien, ahora que nos hemos entonado, conversaremos seriamente.
JUILLET
Ah, por fin.
LAVESTE
Me moría de impaciencia.
DUPONT
¡Cómo! ¿Se muere usted?
JUILLET
¡Se muere! ¡Qué gracioso!
AUDUBON
Bueno, ahí va.
(Un silencio, se concentra).
Léon Plantin ha salido de aquí no hace mucho.
DUPONT (seco).
Tiene usted relaciones singulares.
AUDUBON
Créame que no soy yo quien las busca. Con todo, no se puede dejar de reconocer
que es actualmente el Presidente del Consejo.
JUILLET (superficial).
Bah, no durará mucho.
AUDUBON.
Soy de la misma opinión, sobre todo después de lo que acaba de proponerme.
(Ríe burlonamente)
Seguramente, no fallará. En una palabra, Léon Plantin quiere la guerra.
(Todos se levantan).
TODOS A LA VEZ
¡Pero eso es una locura!
AUDUBON
Sí, claro, pero así es.
DUPONT
Al menos, hicimos bien en merendar.
LAVESTE
Es verdad que una noticia como ésa es capaz de cortarle el apetito a cualquiera. ¿Y
le dijo por qué?
AUDUBON
Imagínese. Me contó un montón de historias como para dormir de pie. En suma,

29
Boris Vian La merienda de los generales

creo que la chatarra se vende mal.


LAVESTE
Pero eso es idiota, con que se venda otra cosa...
AUDUBON
Es que el resto también se vende mal.
JUILLET
Ah, no, es demasiado, por favor siempre somos nosotros los que pagamos el pato.
Juega sobre seguro en el tapete, ese Plantin.
AUDUBON
Pues creo que los tapetes se venden tan mal como el resto.
LAVESTE
Oh, escuchen, todo esto es muy desagradable, nada desorganiza tanto a un ejército
como la guerra.
JUILLET
¿Y no se podría, tal vez, hacer una que fuese breve?
AUDUBON
Plantin se enfurecería. Y, por lo demás, una guerra breve... Correríamos el riesgo
de que surgieran un montón de mocosos que nos pasarían por encima... No, puestos a
hacerla, hay que lanzarse a una que sea auténtica. ¡Oh, pueden suponer que hice todo lo
posible para que entrase en razón!
DUPONT
Definitivamente, no podemos aceptar. Sea serio, Wilson. Hay que convencer a
Plantin. Llámele por teléfono.
AUDUBON
Imposible. Es muy terco. Si quieren un consejo, lo mejor sería que no traten con él,
les quebraría la cabeza con unas teorías económicas totalmente confusas... Yo no le he
entendido nada de nada.
JUILLET
Yo me opongo. No a la guerra.
LAVESTE
No a la guerra...
DUPONT
Comparto su opinión. No a la guerra.
AUDUBON (se incorpora)
Señores, es una orden.
(Silencio de muerte).
JUILLET
¿Usted se encarga de todo?
AUDUBON
De todo.
LAVESTE
Ah, en tales condiciones, de acuerdo.
(Asentimientos).
Pero no deja de ser un lío. Deme un poco de anisete, me siento molido.
AUDUBON
Tengo algo mejor.
(Misterioso).
Pastis.
(Se levanta y acude a buscarlo).
JUILLET

30
Boris Vian La merienda de los generales

¡Oh! ¡Qué buena idea!


DUPONT
Mi querido Wilson, me parece que hace usted ciertos progresos.
(Ríe sarcásticamente).
Dos o tres guerras más y se convertirá en un auténtico soldado.
AUDUBON
¡Usted siempre tan cáustico!
(Sirve el pastis).
¿Bastante agua? ¿Así?
(Los otros lo detienen, cada cual en su punto. Audubon se sirve y vuelve a
sentarse).
Señores, tengo que solicitarles algo especial: no digan nada de esto a mi madre.
JUILLET
¿Lo de la guerra? ¡Por supuesto que no!
AUDUBON
No, el asunto de la guerra, no; no importaría mucho y, de todas maneras, tendré que
discutirlo con ella; lo del pastis.
(Incómodo).
Me tiene prohibido beberlo.
(Tunante).
Pero lo hago a escondidas. Un auténtico diablillo, se lo aseguro.
DUPONT (aparte).
Yo me equivocaba, es total y absolutamente idiota.
LAVESTE
Pero, dígame, ¿ha pensado ya en todo?
AUDUBON
Eh... en cuanto a los detalles, ¿no es así?, son ustedes los que han de ajustados...
ahora veremos esto grosso modo... Un asunto se plantea de manera inmediata: ¿con qué
podemos contar?
JUILLET
¿Cómo con qué?
AUDUBON
Sí, claro, con qué efectivos, yo no lo sé. ¿Cuántas divisiones tenemos que estén
preparadas? Veamos, Dupont, ¿en su ejército?
DUPONT
Este... Ya sabe usted que, de hecho, una división, algo tan elástico... por mi parte...
hum... Eh... Debo de tener entre dos y nueve divisiones... pero ahora, con los permisos,
las exenciones, el Tour de France y todo eso, sería muy difícil que pasase de los doce
mil hombres.
AUDUBON
¿Cada una?
DUPONT
¡Oh, no! ¡En total!
AUDUBON
Ay, ay, no es mucho que digamos. En fin... de aquí a entonces, quizá pueda
arreglarse la cosa.
DUPONT
¿Cómo de aquí a entonces? ¿De aquí a cuándo, en concreto?
AUDUBON
Ah, no tengo por qué saberlo; después de todo, ésa es tarea que les compete a

31
Boris Vian La merienda de los generales

ustedes. Ustedes son el Estado Mayor, ¿verdad? En cualquier caso, lo más pronto
posible, según Plantin.
LAVESTE
¿Están listos los carteles?
JUILLET
¿Qué carteles?
LAVESTE
Los carteles de Movilización General.
AUDUBON
¡Ay, es verdad! ¡Los carteles! ¡Falta eso! ¡Qué lata! Oh, habría que tenerlos
preparados.
DUPONT
Los carteles son necesarios.
AUDUBON
Por otro lado, los carteles permitirán completar los efectivos.
LAVESTE
Sí, pero con eso no se consigue sino aficionados. Ay, qué molesta es esta guerra.
Sírvame un pastis.
AUDUBON (a Laveste).
En fin... Usted, Laveste, de qué dispone en este momento?
LAVESTE
Oh, eso carece de importancia, yo siempre me las arreglo. Ya sabe que los aviones
son siempre secundarios.
AUDUBON
Yo opino lo mismo. En otras palabras, la infantería dispara con estupendos
cañones, ¡en nombre de Dios! ¡Oh! ¡Pero qué es lo que estoy diciendo!
(Coge la botella).
¿Otra ronda, amigos míos?
(Distintas aprobaciones). (A Juillet):
¿Y usted, Juillet? ¿Qué tal andan sus tanques?
JUILLET
¿Mis tanques?
(Ríe burlonamente).
Pues bien, todo normal, gracias. Siempre en el mismo estado. Todos oxidados.
AUDUBON
¡Cómo! ¿Siguen siendo los mismos?
JUILLET
Sí, los recuperados en las playas en el 45. Hay prototipos, naturalmente, pero se
está a la espera de ver qué hacen los demás. De cualquier manera, en el momento actual
no hay ni un tanque que pueda resistirse a las armas antitanque, por lo que no vale la
pena construirlos. Los viejos andarán bien... Nada de gastos inútiles. Se tratará del
asunto con los industriales, son ellos los que deciden.
AUDUBON (optimista).
En suma, la cosa no se presenta peor que de costumbre.
DUPONT
¡Desde luego! Yo incluso me animaría a afirmar que se presenta tan normal como
de costumbre.
AUDUBON
Por otra parte, todo se remite a una cuestión de instrucción, ¿verdad? A fin de
cuentas, la infantería es la que decide la suerte de la guerra y, gracias a Dios, los

32
Boris Vian La merienda de los generales

suboficiales franceses son una institución que el mundo militar nos envidia.
(Se frota las manos).
Y ahora que hemos examinado lo esencial del problema, quizá habría que atender
un poco a los detalles. Con relación al público, nos enfrentaremos con una situación
delicada... Tenemos que suponer que una guerra, en fin, se han hecho tantas, la gente no
querrá prestarle atención; habría que encontrar algo nuevo, una manera original de
presentar las cosas... En una palabra, la cuestión de la propaganda tiene su importancia.
JUILLET
En cuanto a eso, podemos contar con los periodistas, siempre nos apoyan. Siempre
nos han otorgado los titulares mayores. Les viene bien porque así tienen que escribir
menos.
AUDUBON
Por supuesto, por supuesto, pero también hay que reconocer que nadie los lee; por
otra parte, todos son embustes; no, lo que yo llamo la propaganda no son los periódicos,
sino la publicidad pagada. Habría que interesar a la gente en el asunto... Seguramente
podrá hacerse algo.
DUPONT
En todo caso, hay un punto primordial, y querría estar seguro de que son de mi
opinión: creo que es infinitamente necesario que seamos apoyados por el Arzobispado.
LAVESTE
¡Ah! Con eso creo que usted ha puesto el dedo en la llaga.
JUILLET
Me parece esencial.
DUPONT
Sí, en verdad, son los únicos que todavía gozan de cierto crédito; tienen tal cantidad
de dinero, más que cualquiera, que nadie puede afirmar que se venden... Más bien
comprarían. A los ojos del público, naturalmente, eso les otorga mucha autoridad.
Créanme, y no es ésta mi primera guerra: si el Arzobispado se pone de nuestro lado, la
partida está ganada.
LAVESTE
¿Podríamos quizá rogarles que vinieran? ¿Conoce usted bien al arzobispo?
AUDUBON (observa su reloj).
Paciencia, señores, ya le he citado; pero tenía que hacer un recado. Oh, un recado
idiota... Figúrense que es imposible encontrar calcetines violetas en Saint-Sulpice en
este momento, los jovenzuelos de Saint-Germain-des-Prés se los compran todos... ¡y el
pobre de Roland ha tenido que acercarse a Versalles! Ya tendría que estar aquí... Lleva
un retraso de cinco minutos según mis pronósticos...
(Se levanta y se acerca a la puerta).
DUPONT (aparte).
¡Es idiota, pero tiene oficio!
LAVESTE (a Juillet).
¿Qué le parece todo esto?
JUILLET (señala a Audubon).
Por el momento, que él se encargue de todo, a mí me da igual.
DUPONT
Es su guerra, ¿no?, a nosotros no nos concierne.
LAVESTE
De todos modos, en estos tiempos es un riesgo. Piensen en ese pobre de Rommel.
JUILLET
Cierto, sí, ¿qué pretendéis?, es muy fastidioso, pero a ver quién hace entrar en

33
Boris Vian La merienda de los generales

razón a ese estúpido de Plantin.


LAVESTE
No hay nada que hacer, los civiles son la muerte del ejército.
DUPONT
Tampoco hay que dejar de reconocer que, en este caso, Plantin también corre
grandes riesgos.
JUILLET
¡Ah, usted me la quiere pegar! ¡Todo el mundo puede correr grandes riesgos
cuando se trata de los riesgos de otros!
LAVESTE
Es igual, no tenemos salida.
JUILLET
Sigo creyendo que Audubon nos sacará de esto. En cualquier caso, mi querido
Dupont, esa idea del Arzobispado es muy hábil.
DUPONT
Se lo agradezco, pero yo me llamo Dupont d'Isigny.
LAVESTE
¡Muy hábil, en verdad! Pero no puedo dejar de pensar en Rommel. Es algo
enfermizo. En su momento me afectó mucho.
DUPONT
¡Pero eso es un trauma! Escúcheme, tendría que ver a mi médico, es excelente. Me
liberó de mis complejos en un santiamén.
AUDUBON (vuelve).
No puede tardar.
(A Dupont).
¿Cómo, querido amigo? ¿Tenía complejos, usted, todo un soldado?
DUPONT
Un complejo terrible. Figúrense que me ponía completamente neurasténico. Oh,
una tontería, pero el caso es que a uno le influye. Siempre sufrí mucho por causa de mi
pederastía.
AUDUBON
¿Ah, sí? ¿Qué le hacía sufrir? ¿Qué quiere decir con eso?
DUPONT
Pues que tenía vergüenza; me ruborizaba por la calle cada vez que miraba a un
fontanero joven... sí, siempre los fontaneros. ¡Vaya! ¿Por qué? Pues vaya uno a buscar
lo que se oculta en el fondo del alma de un hombre de armas... Aquello me parecía una
mancha insoluble. Sin embargo, mi médico consiguió acabar con ella, y actualmente
estoy totalmente curado.
JUILLET
¡Ah, pues qué bien!
DUPONT
Sí, ya no tengo en absoluto la menor vergüenza de ser pederasta. Me parece
perfectamente normal.
(Timbre atronador).
LAVESTE
¡Han llamado!
AUDUBON
¡Gracias! ¡Seguramente es Roland! Voy a ver.
(Se aleja).
JUILLET

34
Boris Vian La merienda de los generales

El vigor de ese timbrazo tiene algo de tranquilizador.


(Voz de Audubon que pone de vuelta y media a Robert).
VOZ DE AUDUBON
¡Pero, de una vez por todas, imbécil, no es éste el momento!
(Vuelve).
Era ese cretino de Robert que ponía en marcha su despertador.
LAVESTE
Qué cosa más rara.
(Aparte).
Decididamente, en esta casa son todos idiotas.
(Tremendos golpes en la puerta).
VOZ DE ROBERT
Ya voy, patrón.
AUDUBON
Ah, esta vez ni me tomo la molestia.

ESCENA IV
Los mismos, entra monseñor Roland Tapecul.

ROLAND
¡Pero, vamos, tu ayudante es un débil mental!
AUDUBON (levantándose).
¡Roland! Al fin... Permíteme que te presente a mi Estado Mayor. General Lenvers
de Laveste, general Juillet, general d'Isigny.
DUPONT
General Dupont d'Isigny, si no lo toma a mal...
AUDUBON
General Dupont d'Isigny, discúlpeme, querido amigo... o más exactamente Felipe
Dupont d'Isigny.
JUILLET
No, soy yo Felipe.
TODOS A LA VEZ (poniéndose de pie).
Honor al coraje desdichado.
AUDUBON (empalma).
Y aquí monseñor Roland Tapecul.
ROLAND (muy estilo Texas).
Roland, llamadme Roland, amigos míos.
(Se sienta).
¿Qué estáis bebiendo?
AUDUBON
Pastis...
ROLAND
¡Perfecto! Lo mismo para mí.
(Audubon le sirve).
AUDUBON
¿Quién repite? ¡Vamos, vamos, no todos los días son fiesta!
(Distintas manos se tienden).
ROLAND (bebe).

35
Boris Vian La merienda de los generales

¡Mmm! Exactamente lo que necesitaba. Es inimaginable lo lejos que puede estar


Versalles.
JUILLET
¡Monseñor! ¡Con todo, en coche!...
ROLAND
¡Oh, se lo ruego, nada de monseñor! Roland. Pues sí, en coche, sí, pero el chófer
del Arzobispado conduce como un ganso.
LAVESTE
¿Puede saberse qué coche tiene?
ROLAND
Oh, un Talbot, un coche grande... yo hubiese preferido un cuatro caballos, pero mi
cayado no cabe. Ya sabe, nosotros... pues nada, que uno se conforma con lo que le dan.
JUILLET
En Talbot, a Versailles se llega enseguida.
ROLAND
Ya le he dicho que mi chófer es un pobre hombre. Nunca ha llevado sino a buenas
hermanitas. Se detiene ante todas las viejas que se cruzan.
DUPONT
Sea como fuere, está usted aquí y podremos conversar seriamente.
AUDUBON
Sí, te pedí que vinieras porque estos señores y yo tenemos un... eh... un pequeño
asunto que tratar y querríamos tu opinión.
ROLAND
Eso es darme demasiada importancia, hijos míos... ¿No se consideran libres de
pasar de mi opinión?
AUDUBON
Más exactamente, necesitamos tu apoyo. Oh, no demos más vueltas alrededor del
copón, la cosa es así... Léon Plantin quiere la guerra.
ROLAND
Sí, por supuesto, todo el mundo lo sabe. Es su manía.
AUDUBON
Pero ahora la quiere de verdad, y de inmediato. Y, naturalmente, el incordio es para
mí.
ROLAND
Querido, me siento sinceramente desolado por ti...
AUDUBON
Sólo que como yo tengo la intención de salir del paso lo más limpiamente posible,
quiero tener las bazas en mi mano. Y por eso te pedí que vinieras. En dos palabras,
como si fuera en diez, ¿cuál es la posición de Pío?..
JUILLET
Pío, oh, pi 3,1416, como siempre... Oh... Discúlpenme, un recuerdo de la escuela.
ROLAND
¿La posición de Pío? Es decir, ¿la posición de la Iglesia? Muy clara, como de
costumbre. Los elementos del problema son los siguientes. Está, por una parte, la buena
causa, y por otra, la mala causa.
DUPONT
Vaya, en efecto. Por una vez, todo es perfectamente exacto.
ROLAND
Nuestra tesis consiste en que la buena causa tiene que triunfar.
LAVESTE

36
Boris Vian La merienda de los generales

Ah, naturalmente.
JUILLET
Sí, realmente notable.
AUDUBON
Querido mío, he aquí resuelto el problema.
(Un silenció).
Hum. Pero... ¿en qué puede reconocerse la buena causa?
ROLAND
En que es la que triunfa, ¡es evidente!
JUILLET (entusiasmado)
¡Oh! ¡Sublime!
ROLAND
¡Pero cuidado!
(Bebe).
La experiencia demuestra que hay que cuidarse de confundir un triunfo aparente
con un triunfo real.
LAVESTE (decepcionado)
Pero entonces... El problema vuelve a plantearse... ¿Cómo se distingue entre esas
dos categorías de triunfo?
ROLAND
Con el pifómetro.
(Se toca la nariz).
AUDUBON
¿Perdón?
ROLAND
Es una cuestión de olfato. Se siente. Se capta la onda.
AUDUBON
Así y con todo, el asunto parece bastante complicado.
ROLAND
Puede considerarse que una espera de cinco a seis años basta para revelar el
verdadero vencedor. Llegado ese momento, dado el caso de que uno se hubiese
equivocado, se tiene siempre la excusa de afirmar que las condiciones no son ya las
mismas.
AUDUBON
Para ser concretos, ¿qué pensará Pío de esto?
ROLAND
Le diré una cosa: emprendan la guerra, que todo se arreglará como corresponde...
Pase lo que pase, en un principio yo les apoyo. Llegado el caso, me retracto... ¿y qué
más da? Eso no me impedirá ser cardenal. La Iglesia no es responsable de los errores
humanos...
AUDUBON
Roland, eres un buen camarada. No esperaba menos de ti.
ROLAND
Venga, venga, nada de enternecimientos. Dame de beber, vejestorio carcamal.
AUDUBON
¡Oye! No me llames así, por un momento eres amable como el que más y al minuto
siguiente me pones como un trapo...
ROLAND
No, no, carcamal es algo totalmente normal, sólo que no tenías que haber elegido
ese oficio.

37
Boris Vian La merienda de los generales

AUDUBON
Abajo el capelo, aguanta...
ROLAND (se desternilla de risa).
¡Vaya, vaya, qué ceporro!
DUPONT (aparte).
En verdad, me da pena.
ROLAND
En vez de cubrirte de ridículo, harías mejor en pensar en la guerra; supongo que
tendréis que ajustar algunos detalles. ¿Cómo se presenta la cosa?
AUDUBON
¿Cómo se presenta qué cosa?
ROLAND
Pues bien, todo... por ejemplo, ¿sigue existiendo la segunda sección?
AUDUBON
Ya no se llama así pero, por otra parte, Laveste es quien dirige esa maquinaria, así
que podrá contestarte de inmediato.
ROLAND (a Laveste).
¿Entonces? ¿Qué tal su sector?
LAVESTE
Oh, tranquilo, muy tranquilo; ahí no se dispara nada.
ROLAND
¡Pero, en fin, de todos modos usted debe estar enterado de algo! ¿Qué podría
decirnos?
LAVESTE
Fruslerías; ¡vaya!, ¿sabía usted que el almirante Floraline es cornudo?
AUDUBON
¡Laveste! Si mi madre entrase... Modere sus expresiones...
LAVESTE
Discúlpeme... Estoy acostumbrado a los términos técnicos... pero admita que es
divertido.
ROLAND
¡Ah! sí, entonces... Floraline... Oh, resulta muy raro... Normalmente es él el que
cornea a los otros. Pero vamos, usted debe de saber más cosas, con sus efectivos. ¿Es
cierto que Plantin se acuesta con la hija de Molleton?
LAVESTE
Sí, pero eso es archisabido. Sale hasta en las revistas.
ROLAND
¿Sabe que el suyo es un oficio formidable? Eso de poder enterarse de los secretos...
LAVESTE
De todos modos, también usted cuenta con ciertas facilidades.
ROLAND
Oh, el confesionario no es nada parecido... la gente acude a nosotros sólo para
contarnos algo expresamente... no tiene el encanto del fruto prohibido. Pero dígame, ¿no
sabe nada más? ¿Y Bragoton? ¿Qué hay de cierto en lo que se comenta sobre sus
costumbres?
LAVESTE
Lo ignoro. En general, hago mi trabajo lo más discretamente posible... ya me
molesta un poco el tener que estar siempre escuchando detrás de las puertas...
ROLAND
Sí, pero es tan gracioso. Y resulta inofensivo.

38
Boris Vian La merienda de los generales

LAVESTE (enojado)
Sería gracioso si lo hiciese yo mismo. Pero siempre me entero de todo por terceras
personas.
AUDUBON
Hum... amigos míos, creo que estamos perdiendo un poco de vista el tema central.
ROLAND
Venga, no te ruborices, pequeño virgo...
AUDUBON
¡Roland, oye!
DUPONT
Pero si Roland sólo quiere bromear, vamos, Audubon.
(Aparte:)
¡Qué miseria!
AUDUBON
Pues no, no quiere bromear, yo lo conozco, siempre ha querido picarme. En la
escuela ya era así. Es un malintencionado.
JUILLET
Vamos, vamos, bebamos un poco de pastis y dejemos de discutir. Besaros y que
todo quede en paz.
AUDUBON
¡Ah, no, nada de eso! ¡Yo no quiero besar a este tipo!
ROLAND
Mira que le haces ascos a las cosas buenas... Cabeza de cerdo, acaba ya. Ven a
besarme ahora mismo.
AUDUBON (pone morros, hace pucheros)
No.
(Se incorpora y, con la cabeza baja, reticente, avanza hacia Roland).
ROLAND
Aquí no ha pasado nada.
(Lo besa).
Listo, vejestorio carcamal.
(Audubon masculla algo indefinido).
¿Qué?
(Audubon reitera su sonido. Roland se horroriza).
¡Oh!... ¡Muy bien, mis parabienes! Muy hermoso, Audubon...
AUDUBON (vagamente satisfecho vuelve a sentarse).
Así aprenderás.
JUILLET
¿Qué ha dicho?
ROLAND
¡Oh! ¡El marrano! Dijo "que te meen en la mitra".
DUPONT
¡Eh!... ¡Bastante bien hallado!...
LAVESTE
Es... aceptable...
AUDUBON (en triunfo).
¡Ah! ¡La burla, la burla!
ROLAND
Bien, veo que son todos unos buenos cochinos. Si no me contuviese...
AUDUBON

39
Boris Vian La merienda de los generales

¡Pues deberás hacerlo!... Mi madre podría venir.


(Se yergue).
Pero creo que necesitábamos una pequeña diversión, y tengo la impresión de que
no te ha molestado demasiado... Ahora bien, resumamos: ¿marchas a nuestro lado?
ROLAND
Escucha, viejo, ya he contestado a eso. Nosotros siempre marchamos a vuestro
lado. ¡Qué pregunta!
AUDUBON
Bueno, eso elimina las dificultades. Se podrá comenzar a trabajar en los detalles
desde mañana mismo...
JUILLET (se levanta).
Señores, queda por determinar un asunto capital.
(Puñetazo en la mesa).
TODOS A LA VEZ (turbados).
¿Qué?
Me atemoriza. Juillet, ¿qué ocurre?
JUILLET
¿Por quién nos decidiremos para que sea nuestro santo patrón?
LAVESTE
¡Ah! ¡Cierto!
DUPONT
¡Claro! ¡He ahí un problema!
ROLAND
¡Vaya! ¡Sí! ¡La cosa es difícil! Veamos.
(Cuenta con los dedos).
¿Santa Odilia?
DUPONT
No, santa Odilia está muy usada.
ROLAND
¿Santa Juana de Arco?
LAVESTE
Ah, no, Santa Juana de Arco está recocida.
ROLAND
Bueno, bueno... eh... ¿San Lorenzo?
JUILLET
¿San Lorenzo? ¡Vamos! Está achicharrado.
AUDUBON
¡Cáspita! ¡Lo he hallado! ¡Ah, amigos, es formidable!
TODOS A LA VEZ
¿Quién?
¿Qué?
¿Có?..
AUDUBON (se levanta).
¡San Felipe!
TODOS A LA VEZ (se levantan).
¡Honor al coraje desdichado!
ROLAND
¿San Felipe? Veamos... hum... en principio me cae bastante bien, ¿pero qué es lo
que hizo ese tipo?
DUPONT

40
Boris Vian La merienda de los generales

¡Vamos, Roland! Procure recordar.


ROLAND (impaciente).
Sí, lo sé, lo sé; pero ¿el otro, el auténtico?
JUILLET (recita).
En primer lugar, hay tres: San Felipe Apóstol, que nació en Betsaida, que predicó
en Frigia y que murió colgado de los pies y crucificado en el 80 por haberse opuesto al
culto de las serpientes. Se le honraba el primero de mayo antes que ese día estuviese
dedicado a la deplorable institución de una fiesta que a todos nos afecta. Está San Felipe
Obispo de Heraclea, condenado a ser quemado por el abad Severo y el diácono Hermes
de Andrinópolis en el 304, el 22 de octubre. Y, por último, San Felipe Diácono, que
nació en Cesárea, bautizó al eunuco de Candada, predicó en Samaria y murió en el 70
delante de Jicea. ¡Atención!: se le festeja el 6 de junio.
LAVESTE
¡El 6 de junio! ¡Esa es toda una señal! Pero, en concreto, ¿qué ocurrió el 6 de
junio?
(Busca, muy absorto, y finalmente encuentra).
Ah, qué idiota. Me confundí con la noche del 4 de agosto.
ROLAND (a Juillet).
¡Muy acertado! ¿Sabe que es usted un empollón? ¿A quién se elige?
DUPONT
Al Obispo de Heraclea; ya lo quemaron, es a prueba de fuego. Le nombraremos
patrono de los lanzallamas.
AUDUBON
Muy bien, Juillet, haré que se le conceda la orden de Nicham Iftikar.
JUILLET
Gracias, la tengo ya once veces... No... Pero, ¿sabe lo que me causaría mayor
placer?... y no es que yo crea demasiado, pero de todos modos; Roland, ¿podría usted
darnos su bendición?
ROLAND
Oh, permítame... Mucho me gustaría, pero es que no hay suficiente gente aquí. ¿Y
si, mejor, nos fuésemos a tomar una copa a El Cayado Volador? Es una tasquita de
Saint-Sulpice; allí nos reunimos todos después de los grandes mogollones.
AUDUBON
No, no, aquí... ¡Una bendición, y Robert nos saca una foto!
(Llama).
¡Robert!
ROBERT (entrando).
Sí, aquí estoy.

ESCENA V
Los mismos, Robert.

AUDUBON
Robert, trae todo lo necesario para tomarnos una foto bendita.
ROBERT
De acuerdo, patrón.
(Sale, volverá con el material, etc.).
AUDUBON (pidiendo).

41
Boris Vian La merienda de los generales

¡Y no olvides la música!
(A los otros:)
Acérquense, nos pondremos aquí.
(Robert trae un armonio).
Venga, como en los ángeles virtuosos de Cranach.
LAVESTE
¿Podría tocar la trompetilla? ¡Soy muy bueno con la trompetilla.
AUDUBON
No, no, un coro a capela.
(Se instala y preludia. Robert vuelve, instala proyectores, aparatos. Todos
adquieren poses que les favorezcan).
¡Vamos! ¡Uno, dos, tres!
CORO
Salvad, salvad a Europa.
En nombre del Sagrado Corazón.
(Flash).
ROBERT
¡Excelente! Otra.
CORO
Salvad, salvad a Europa
En nombre del Sagrado Corazón.
DUPONT (en éxtasis).
¡Ah, esta música! ¡A uno le transporta!
(Aparece la madre de Audubon. Silencio total).

ESCENA VI
Los mismos, más Madame de la Pétardière.

MADRE
¡Muy bien, muy bien, me parece que los pequeñuelos se divierten!
(A su hijo.)
Preséntame a tus compañeritos, Audubon.
AUDUBON
Sí, mamá.
(Procede a las presentaciones).
Ya conoces a Roland. Aquí, Jorge, Miguel y Felipe.
TODOS A LA VEZ
Mucho gusto, señora.
(Uno después de otro acuden a besar cortésmente la mano de la madre).
MADRE
Entonces, ¿estaba bien esa tarta?
DUPONT
Oh, sí, madame.
ROLAND
De primera.
LAVESTE
Excelente.
JUILLET

42
Boris Vian La merienda de los generales

Perfecta, realmente perfecta.


MADRE
Seguid entretenidos, hijos míos. ¿Qué estabais haciendo?
AUDUBON
Eh, bueno... éste... un poco de música, mamá.
ROLAND
Discúlpeme, madame.
(A Audubon:)
Permíteme, tendría que partir...
DUPONT
Sí, yo también.
LAVESTE
Y yo debo volver, mi mujer está sola para cuidar a papá...
JUILLET
Le acompaño, tengo que estar en L'Etoile a las seis.
AUDUBON
¡Oh! ¿Vais a iros todos?
MADRE
Por lo menos, no soy yo quien provoca la fuga, ¿verdad?
(Con un tono tal que se nota que espera que sí).
TODOS A LA VEZ (protestando).
En absoluto. Claro que no. Por favor, madame. Por supuesto...
(Todos se encaminan hacia ella y cada cual se despide cortésmente y con
embarazo. Después, más alegremente, pasan a Audubon. Roland, el último, propina a
éste un sonoro guantazo).
ROLAND
Bueno, carcamal, adiós; hasta la vista.
(La madre se pone ceñuda, todos salen).
AUDUBON
¡Robert! ¿Quieres abrir?
(Sale un instante y vuelve. La madre va husmeando en los vasos).

ESCENA VII
Audubon, su madre.

MADRE
Entonces, ¿a qué habéis jugado?
AUDUBON
Oh, jugamos a juegos, cotilleamos un poco.
MADRE
Audubon, has estado bebiendo raki.
AUDUBON
¡Madre, te juro que no!
MADRE
He olfateado tu vaso.
AUDUBON
Pero no fui yo quien bebió de él. No he bebido absolutamente nada.
MADRE

43
Boris Vian La merienda de los generales

No te creo en absoluto, pero dejémoslo estar. No me sorprende que te dejes


arrastrar por la compañía de gamberros como ese Roland.
AUDUBON
Es un compañero de escuela, mamá...
MADRE
Lo lamento por la reputación de un liceo como el de Janson de Sailly, que antaño
tenía otra distinción... Te prohíbo que vuelvas a ver a ese muchacho que sólo puede
perjudicarte.
AUDUBON
Es que... debido a mi oficio, estoy obligado a mantener algunos contactos...
MADRE
¡Como con ese innoble de Plantin! Me pregunto qué es lo que puedes encontrar en
esos sujetos.
AUDUBON
Pero mamá...
MADRE
Apuesto que hasta habéis jugado a la guerra.
(Audubon baja la cabeza).
Estaba segura. ¿Y quién tuvo tan brillante idea?
AUDUBON
Plantin, mamá. Y todo el mundo estaba de acuerdo.
MADRE
Naturalmente. Es un pequeñuelo muy mal educado, ese Plantin. ¿Y contra quién
vais a emprender esa guerra?
AUDUBON
¿Contra quién?
(Se percata).
¡Contra quién! ¡Pero, en nombre de Dios! ¡Es verdad!
MADRE (grito de horror).
¡Oh! ¡Audubon! ¡Estás perdiendo la cabeza!
(El no la escucha y se abalanza sobre el teléfono).
¡Oh! ¡Ya verás lo que es bueno, hijo mío!
(Ella sale).

ESCENA VIII
AUDUBON (solo).
¡Hola! ¡Hola!
(Cuelga y se acomoda).
¡Hola! ¡Cáscaras! ¡Maldición! ¡Hola! ¡Hola! ¡Léon Plantin, por favor! Es
personal... El general Audubon James Wilson de la Pétardière-Frenouillou... sí... ¡le he
dicho que es personal! En el sagrado nombre del Señor, querría ponerme con Plantin...
Sí... Plantin... ¿Cómo? Pero si no pongo en duda que usted sea Vilmorin-Andrieux, yo
sólo estoy pidiendo la Presidencia del Consejo... ¿Qué? ¿Ataúdes? ¿Que usted vende
ataúdes? ¿Qué número es ése, por favor?
(Silencio).
¡Oh!, ¡mierda!...
(Vuelve a colgar, masculla).
Estoy muy nervioso. Veamos...

44
Boris Vian La merienda de los generales

(Marca lentamente).
E... L... Y... cero... cero... uno... nueve... ¡Hola!... Elysées cero, cero, 19. Uf. Aquí
el general Audubon James Wilson de la Pétardière. ¿Oiga?.. ¿De la Pétardière-
Frenouillou?, sí, naturalmente, no irá usted a decirme, después de todo, que hay otro...
Hola... Póngame con Léon Plantin... El Presidente del Consejo... ¿Qué?.. ¿Que ya no es
presidente del Consejo?.. Ah, era una broma... Pues, querido amigo, sepa que su broma
es sencillamente idiota... Hola... ¿Plantin? Sí... Aquí Audubon... Sí... Viejo, nos hemos
olvidado de algo... ¿Contra quién? ¿A quién le declaramos la guerra?... ¿Qué?... Yo no
le planteo cuestiones descabelladas, le planteo un asunto esencial... ¿Teníamos que
haberlo pensado nosotros? Escúcheme, nuestra tarea consiste en hacer la guerra, pero no
en elegir al adversario, me parece que eso le compete a usted... Es usted el que lleva la
cartera de Asuntos Exteriores... ¿que a usted le importa un comino? ¡Oh, a mí
también!... Bueno... Es necesario que esto quede arreglado en seguida... ¿mañana por la
mañana? De acuerdo... bien, avise a Korkiloff, a Jackson y a Chin-Pin-Tin... a las diez...
de acuerdo... hasta entonces...
(Vuelve a colgar).
Vaya, vaya... qué historia... y mi madre que me dará la lata toda la noche... qué
oficio... el día en que no haya más que militares todos estaremos mucho más
tranquilos... y no habrá más guerras...
(Llama).
¡Mamá!... ¡Mamá!...
(Sale mientras sigue llamando).

TELON

45
ACTO II
Sala de reuniones, en casa de Plantin, detrás del telón. Delante de éste, una mesa,
una silla, un teléfono. Aquí está instalada la secretaria de Plantin, Francine. Robert, el
asistente de Audubon, está sentado en la mesa y, visiblemente, está haciéndole la corte.

ESCENA I
Francine, Robert.

FRANCINE
Por más que insista, no impedirá que me siga gustando Luis Mariano.
ROBERT
No pretendo impedírselo. Eso me deja frío.
FRANCINE
¡Oh! Canta tan bien.
ROBERT
Basta de palabras, ¡hechos!, ¡hechos!
(Pasa a la acción).
FRANCINE
¡Vamos! ¡Quiere terminar! ¡Puede venir alguien!
ROBERT (la suelta).
Naturalmente, pero también alguien puede no venir... ése es el encanto del
jueguecito...
FRANCINE
Siempre dice usted cosas que nadie entiende.
ROBERT
Por eso mismo... por eso, como soy idiota con las palabras, prefiero pasar a los
hechos.
(La abraza; aparece el general Korkiloff, de aspecto extremadamente ruso).

ESCENA II
Francine, Robert, Korkiloff.

KORKILOFF (tosiendo discretamente).


¡Disculpen la interrupción! El camarada Léon Plantin es aquí, ¿verdad?
FRANCINE
Llegará de un momento a otro, señor; si quiere pasar, le recibirá en seguida...
Boris Vian La merienda de los generales

(Le introduce y cierra la puerta. Korkiloff desaparece).


Ese tío da miedo...
ROBERT
Es el general Korkiloff.
FRANCINE
Me da miedo de todos modos.
ROBERT (soñador).
Tiene un hermoso uniforme...
FRANCINE
¡Le sentaría mejor a usted que a él!
ROBERT (halagado).
¡Eh! Quizás, quizás...
(Nuevo ataque. Entra Jackson, con acento americano).

ESCENA III
Jackson, Francine, Robert.

JACKSON
¡Oh! ¡Lo siento! ¿Está aquí Léon Plantin? Me pidió que pasara esta mañana.
FRANCINE
Pues sí, señor... eh... mi general... please... por aquí...
(Le conduce).
¡Verywell! ¡Por aquí!...
JACKSON
Muchas gracias...
(Francine vuelve a su mesa y trabaja. Breve espera. Entra Ching, y la misma
historia, Se alza el telón sobre la mesa de reuniones).

ESCENA IV
Korkiloff, Jackson, Ching.

KORKILOFF
¡Camarada Ching! Encantado de verle.
JACKSON
¡Pero si es Ching! Pues vaya sorpresa. Así que venimos a encontrarnos en casa de
Plantin.
CHING (a ambos).
Me llamo Ching-Ping-Ting, si no les resulta molesto...
JACKSON
¡Oh! ¡Lo siento!
KORKILOFF
Mi pesar, camarada...
CHING
No es nada, les ruego humildemente que me excusen esta pequeña manía. ¡Pero no
estoy menos asombrado que usted, general Korkiloff! ¡Qué buen aspecto! Querido
Jackson, usted sigue, como siempre, resplandeciente.

48
Boris Vian La merienda de los generales

(Apretón de manos).
Perdón, ¿se conocían? Korkiloff, Jackson.
(Saludo entre Korkiloff y Jackson).
KORKILOFF
Creo que sí, nos encontramos en la embajada de San Marino.
JACKSON
¿San Marino o Andorra?
KORKILOFF
Ya no lo sé, Nitchevo, una embajada es igual que otra. Y americanos, hay por todas
partes.
CHING
Me siento dichoso de que mi humilde persona haya sido el nexo de unión entre dos
héroes.
KORKILOFF
¡Héroes! Usted exagera.
JACKSON
Sí, es demasiado, Ching... después de todo, el general Korkiloff no tiene nada de
héroe.
KORKILOFF
Vaya, vaya, es usted muy malicioso, eh. ¿Es el plan Marshall el que le proporciona
tanto ingenio?
JACKSON
Vamos, vamos, un poco de buen humor, camarada.
KORKILOFF
¡Buen humor! En primer lugar, el humor lo inventó el ingeniero Bobliskin en 1713
en Moscú. Está científicamente probado.
CHING
Amigos míos, amigos míos, no permitan que la lengua les arrastre más allá del
pensamiento.
KORKILOFF
Como si un americano pensase.
CHING
Desgraciadamente, sí. Pero, ¿y si optáramos por hablar un poco de lo que nos ha
traído aquí? ¡Porque quiero suponer que se nos ha citado por algún motivo! Yo,
personalmente, recibí una orden terminante de mi embajada por la que se me mandaba
que me pusiese a disposición de Léon Plantin para una conferencia urgente.
KORKILOFF
Yo también.
JACKSON
También yo.
CHING
¿Una conferencia sobre qué, en su opinión?
KORKILOFF
Hum...
JACKSON
Eh...
CHING
Ejem... Veo, naturalmente, que todos hemos llegado a iguales conclusiones. ¿Se
dan cuenta de las dificultades de este proyecto?
KORKILOFF

49
Boris Vian La merienda de los generales

Con suma precisión.


JACKSON
Muy claramente.
CHING
Pues bien, entonces están más enterados que yo, porque realmente me sigo
preguntando para qué nos ha citado Plantin.
KORKILOFF
Estaba a punto de decirlo, da, da.
JACKSON
No nos deja nada, Ching... Nos arranca las palabras de la boca.
CHING
Evidentemente, me hallo mal situado para adivinar lo que se oculta en el alma
plena del misterio de un occidental como Plantin...
KORKILOFF
Por otra parte, los Franzuski nunca saben lo que quieren. Y son los rusos los
inventores del automóvil.
JACKSON
Y no tienen cuartos de baño en los hoteles.
(Francine introduce a Audubon).

ESCENA V
Audubon, los mismos.

AUDUBON
Señores...
(Todos se inclinan gravemente).
¿Léon Plantin no está aquí?
CHING
Le estamos esperando.
AUDUBON
Estos civiles carecen del sentido de la puntualidad...
KORKILOFF
Muy cierto, da, da.
JACKSON
Oh, si apenas es la hora...
AUDUBON
No tienen ninguna disciplina.
JACKSON
Son civiles, no la necesitan tanto.
AUDUBON
No les estará defendiendo, de todas formas.
KORKILOFF
Así es, la característica fastidiosa de los generales americanos es su manera civil.
AUDUBON
Carecen de esa tradición secular que constituye el orgullo de los cuadros únicos
que tenemos en Europa...
CHING
Si me permiten... También luchamos desde hace bastante tiempo en Asia.

50
Boris Vian La merienda de los generales

AUDUBON
¡Desde luego, desde luego!... En absoluto he tenido la intención... y, además,
¡ustedes han inventado la pólvora!
KORKILOFF
¡No es verdad! Fue el pope Schwartzki en la Edad Media... un estajanovista.
JACKSON
Bueno, bueno, muy bien, civil o no, esta vez Plantin se ha atrasado, de acuerdo.
Pero díganos, querido Audubon, ¿sabría usted por qué nos ha reunido?
CHING (a Korkiloff).
Ese es su lado práctico, eso es lo que tienen de bueno.
AUDUBON
Es que... el secreto militar...
KORKILOFF
Ah, bueno, ¿entonces se trata de la guerra? Normalmente se nos convoca para otras
cosas, vernissages, presentaciones... desfiles de modelos...
AUDUBON
Se trata de la guerra en un cierto sentido... pero eso no tiene mucha importancia; lo
que cuenta sobre todo, y en lo que hace tiempo vengo pensando, es lo siguiente,
veamos: ¿no creen que tendría sumo interés, antes de que sea demasiado tarde, el
conseguir que se vote una ley internacional en la que se estipule que, en caso de
inculpación de crímenes de guerra, todo general acusado deberá ser juzgado por sus
¿pares?
JACKSON
Oiga, en Nuremberg los generales no pagaron el pato demasiado...
AUDUBON
No importa, la sola posibilidad de ser juzgados por civiles resulta molesta...
CHING
Su proyecto podría presentar cierto interés.
AUDUBON
Apóyenme, si en algún momento el asunto es objeto de discusión.

ESCENA VI
Plantin, Francine.

Plantin llega ante su secretaria.


PLANTIN
Buenos días a todos...
(Parece tener prisa).
Francine, ¿todo listo?
FRANCINE
Esos señores están ahí, señor Plantin.
PLANTIN
¡Cómo! ¡Ya!
(Mira el reloj).
Es cierto, llego tarde. ¿Han venido todos?
FRANCINE
Son cuatro, señor Plantin... todos generales, me parece...
PLANTIN

51
Boris Vian La merienda de los generales

Así es... sólo tiene que haber cuatro, ¿está usted segura?
FRANCINE
Sí, señor Plantin... Al menos, entraron cuatro...
PLANTIN
Oh, no se preocupe, no se reproducen tan pronto... Dígame, ¿cuál es el plural de
general?
FRANCINE
Pues no lo sé, yo... ¿generales?
PLANTIN
Degenerados. De-general, de-generados. Es como para los mariscales; un mariscal,
muchos marixcones.
(Estalla en carcajadas).
Idiota, ¿no?
FRANCINE
Sí, señor Plantin. ¡Oh! Perdón, señor Plantin... Quería decir...
PLANTIN
Coja el registro especial y acompáñeme.
(Se reúnen con los generales).

ESCENA VII
Plantin, Francine, los cuatro generales.

PLANTIN
¡Pues bien! ¡Todo el mundo reunido! ¡Perfecto! Señores, la República Francesa les
saluda. ¿Qué desean beber?
(Francine abre su inmenso libraco que contiene licores).
¿Coñac, pastis, beaujolais?
(Les ha ido dando la mano).
KORKILOFF, CHING, JACKSON
¡Beaujolais!
AUDUBON
¿No tendrá usted un vodka-cola?
PLANTIN
Audubon, beberá beaujolais, como todo el mundo.
(A la secretaria:)
Una botella y cinco vasos, Francine.
(Señala los asientos)
Siéntense... Audubon, ¿querría usted exponer a estos señores el motivo de nuestra
reunión?
AUDUBON
Permítame, sabe usted muy bien de qué se trata; si usted mismo les explicase.
LEON
Audubon, es una orden.
AUDUBON
¿Usted me cubre?
LEON
Yo le cubro.
AUDUBON

52
Boris Vian La merienda de los generales

Bueno. Entonces, fírmeme un papel.


LEON
¿Cómo un papel?
AUDUBON
¿Ha leído usted Los tres mosqueteros?
LEON
No puedo gobernar Francia y, a la vez, leer.
AUDUBON
Precisamente, dado que no gobierna en absoluto, tiene mucho tiempo para leer.
LEON
Audubon, no sea terco.
(A los otros:)
Disculpen, señores, este ligero incidente, pero es que este imbécil es duro de
manejar.
KORKILOFF
No se preocupe...
CHING
Por favor...
JACKSON
¿Podría servirme un poco más de beaujolais? ¿Mitad beaujolais, mitad leche
condensada, si tiene?
(La secretaria, horrorizada, se apresura a servirle).
AUDUBON
Pues bien, lea Los tres mosqueteros. O mejor no, le dictaré. Coja un papel.
LEON
Francine...
(Ella coge papel y lápiz).
AUDUBON
"Es por orden y por el bien del Estado que el portador de la presente ha hecho lo
que ha hecho; firmado: Léon Plantin". Prepare dos copias.
LEON
¿Eso está en Los tres mosqueteros?
AUDUBON
Sí.
LEON
Francine, tome nota: comprarme Los tres mosqueteros.
(A Audubon:)
¿Y hay muchos jueguecitos como éste en Los tres mosqueteros?
AUDUBON
Sí, en toda la obra.
LEON
¡Entonces es formidable!
JACKSON
Ah, es un libro maravilloso.
LEON
¿Usted lo ha leído?
JACKSON
Sí, naturalmente, con subtítulos en inglés.
LEON (a Korkiloff y a Ching).
¿Y ustedes?

53
Boris Vian La merienda de los generales

JUNTOS
¡Por supuesto!
(Francine escribe a máquina).
KORKILOFF
Abuela Alejandro Dumas era rusa. Lo leí todo.
LEON
¡Ah! Entonces soy el único que queda. No es nada extraño que Francia resulte
siempre timada en las conversaciones diplomáticas.
AUDUBON
¿Querría firmarme el papel?
LEON
Me siento orgulloso de firmar un texto tan sorprendente.
AUDUBON
Bueno, y ahora deme beaujolais. De este modo, si vuelvo borracho siempre puedo
enseñarle el papel a mi madre.
LEON
Excelente idea.
(Le sirve bebida).
Y ahora, exponga el problema a estos señores.
AUDUBON (se levanta).
¡Señores, es la guerra!
(Todos se levantan).
KORKILOFF
¿Le ocurre a menudo?
CHING
De todos modos, no con los tres a la vez.
AUDUBON (vuelve a sentarse).
Señores, siéntense, por favor, se lo ruego, han interpretado mal mi pensamiento.
LEON
Pero usted, también, explica las cosas como un gilipollas.
AUDUBON
¡Ah, entonces explíquelas usted!...
LEON
Oiga, Wilson, usted es imposible. La próxima vez le entrego el mando del Estado
Mayor a Dupont.
AUDUBON
¡Ah, no! ¡No a esa sucia mariquita!
LEON
¡Entonces, explique bien las cosas!
AUDUBON
Pues bien, señores, en la base... eh... se plantea el problema de la coyuntura
económica actual. Eh... que es... crucial. En una palabra: Trabajo, Familia, Patria, Honor
al soldado desconocido y a los muertos del Mont Valérien y todos unidos detrás del
pabellón tricolor.
(Vuelve a levantarse).
Señores, es la guerra.
LEON
Ay, Audubon, resulta usted exasperante.
AUDUBON
Ya le dije que yo no sabía explicar nada.

54
Boris Vian La merienda de los generales

LEON
Bueno... entonces, siéntese. Yo lo haré... Bien, señores, ocurre que Francia, sus
industriales y sus agricultores, asfixiados por una situación implacable, se ven en la
obligación de recurrir a la guerra con el fin de reabsorber una superproducción
fastidiosa. Así pues, he dado instrucciones al general Wilson de la Pétardière, jefe de mi
Estado Mayor aquí presente, para que tome las medidas necesarias. Y el muy cretino ha
solventado todos los detalles sin preguntaros siquiera contra quién Íbamos a emprender
esta guerra. A ello se debe que me haya tomado la libertad de convocarles con el fin de
plantearles francamente la cuestión: ¿hay alguno, entre ustedes, que quiera hacerla
contra nosotros?
CHING
Ah, yo no. Están demasiado lejos.
KORKILOFF
Niet... ¡Usted sabe que nosotros tenemos compromisos anteriores!
JACKSON (señala a Korkiloff).
Sí... en fin, nosotros dos, ya nos hemos puesto de acuerdo.
LEON
Señores, hace mucho tiempo que Francia desempeña un papel de segundo plano en
la política internacional. Sabrán comprender que con un pasado histórico como el
nuestro, casi nos resulta imposible permanecer a la espera de que se decidan. Tenemos
en este campo, así como en los de la cocina, la alta costura, el champán o la perfumería,
el deber de mantenernos a la cabeza de la civilización y, por consiguiente, recuperar la
iniciativa. Repito: ¿contra quién?
AUDUBON
Un poco más de beaujolais, Plantin, por favor.
(Francine se lo sirve).
KORKILOFF
Bueno, escuche, a mí no me interesa.
JACKSON
Nosotros no estamos preparados.
CHING
No es posible. Están demasiado lejos. Elija a otro.
LEON
Reflexionen, veamos...
KORKILOFF
Y no podrían encontrar un país como Venezuela, no sé... O Tierra de Fuego...
AUDUBON
¡Señor! ¡Por qué no el Principado de Mónaco! ¡Y nuestro prestigio!
CHING
¿Inglaterra?
LEON
Desgraciadamente, eso no es realizable. Una nefasta política de entendimiento ha
eliminado esta eventualidad desde hace bastantes años.
AUDUBON
¿Se podría, tal vez, evocar a Juana de Arco? ¿O a Fachoda?
LEON
¿Fachoda? Puf... ¿Por qué no Mers-el-Kebir, entonces? No, eso no funcionaría.
KORKILOFF
¿Italia?
LEON

55
Boris Vian La merienda de los generales

Si uno no quiere, dos no se pelean.


JACKSON
Escuche, en cualquier caso con nosotros la cosa no va. Nuestros hombres no van a
mover un dedo para volver a Francia. Se los timó demasiado en el 44. Y, además, todos
los franceses son unos descreídos.
LEON
Ah, cáscaras... entonces no hay salida.
CHING
¿Que no hay salida? Me hace usted gracia, muy honorable Plantin. ¿Y África?
LEON
¿Cómo África?
CHING
¡Declárele la guerra a Marruecos y a Argelia! ¡Constituyen ustedes una nación
suficientemente gloriosa como para arreglársela por su propia cuenta! Y se trata,
también, de un territorio considerable.
LEON (mira a Audubon).
¡Pues tiene razón!
AUDUBON
¡Tiene razón!
LEON
¡Pero si es formidable!
AUDUBON
¡Es formidable!
CHING
E incluso se me ocurre una muy modesta idea complementaria...
AUDUBON
¡Ah, por favor, Ching!
CHING (se inclina).
Ching-Ping-Ting, si no es pedirle demasiado.
LEON
¡Hable, hable, Ching-Ping-Ting-Ling-Ding!...
CHING
Pues bien, en este momento, si se trata de África, mi muy humilde país no
solicitaría nada mejor que estar presente en el ajo... Enviaríamos una división.
KORKILOFF
¡De acuerdo, y también yo!
JACKSON
¡Excelente! ¡Pensándolo bien!... ¡Les podemos enviar un contingente entero de
tropas negras! ¡Y no se detengan en Argelia y Marruecos!... Toda África... y así se
resuelve automáticamente el problema racial... Les enviamos a los nuestros, que
aniquilan a los suyos y terminan quedándose en su lugar... En fin, los sobrevivientes...
LEON
Hum... Bueno, bueno, eso me parece bastante genial.
AUDUBON
¡Pues sí! ¡Sí!
(Se sobrexcita).
¡La batalla! ¡La degollina! ¡La guerra! ¡La infantería! ¡Ping! ¡Ping! ¡Ah!... un poco
de beaujolais, Plantin...
LEON (se levanta).
¡Señores! En nombre del gobierno de la República, tengo el honor de agradecerles

56
Boris Vian La merienda de los generales

la preciosa cooperación que acaban de prestar para la solución de un grave problema de


interés nacional. General Ching-Ping-Ting, tendré el sumo placer de proponerle para la
Gran Cruz de la Legión de Honor.
CHING
Se me ha concedido el honor de otorgármela cinco veces... pero finalmente,
aceptado... siempre con el mismo placer.
LEON
¡Francine!... Copie la propuesta número tres en esténcil; y complete los blancos...
poniendo a los negros.
AUDUBON (embelesado por la sutileza).
¡Oh! ¡Sumamente ingenioso!
FRANCINE (postrada).
Sí, señor Plantin.
KORKILOFF (a Jackson).
Por fin vamos a ver su último modelo de carro de combate.
JACKSON
Sí... Oh, esto también va a ser muy cómodo para que pruebe usted su 205 rápido.
Ching ha tenido una muy buena idea. Un poco de propaganda y todo irá sobre ruedas...
KORKILOFF
Hum. Propaganda, da. Por supuesto. Pero, ¿en qué basaría usted la suya?
JACKSON
Un camelo que siempre da resultado, sobre la medicina perfeccionada.
(Declama).
"En nuestros días, los heridos ya no se mueren".
KORKILOFF
Sigue siendo un cuento para civiles. En Rusia no funcionaría. Entre nosotros jamás
se ha visto que los militares le propongan a la gente que se cure.
CHING
Y desde un punto de vista más científico, podría yo, muy humildemente, señalar
que, en el fondo, restaurar a un soldado en el campo de batalla lo convierte en un
mutilado, al que hay que pensionar, lo que acaba resultando caro y es desagradable de
ver, por todo lo cual constituye una pésima propaganda. A mi entender, tal como tan
hábilmente ha observado mi digno amigo Korkiloff, creo que más vale desarrollar la
medicina civil; un civil curado quiere volver a ser soldado con tal de probar que está
sano. Eso es excelente.
PLANTIN
Todo eso son detalles. Lo esencial ha quedado fijado. ¿Estamos de acuerdo?
KORKILOFF
Da.
JACKSON
Oquéi.
CHING
Totalmente de acuerdo, muy honorable Plantin.
PLANTIN
Entonces firmaremos un pequeño compromiso... Francine...
(Ella se acerca).
Querida... tráigame lo necesario... usted ya sabe...
FRANCINE
En seguida, señor.
AUDUBON

57
Boris Vian La merienda de los generales

¡Cómo!... ¿Había usted previsto el desarrollo de los acontecimientos con tal grado
de precisión? ¡Ah! Plantin, ¡es muy fuerte esto! ¡Extremadamente fuerte!
(A los otros).
¡Él es extremadamente fuerte! ¡Nosotros somos extremadamente fuertes!
(Alza su vaso).
Pues bien, bebamos, amigos míos, brindemos a la salud del Imperio, ¡y por todos
aquéllos que van a morir y por el feliz resultado de la aventura y por el vendaval de
belleza de la pequeña Francine! ¡Brindemos! ¡Bebamos!
(Todos se levantan y entrechocan sus vasos).
Señores, ¡tengo el placer de anunciarles que Plantin nos invita a todos a comer a la
Tour d'Argent!
PLANTIN (a Audubon, en voz baja).
¡Pero si yo no he dicho ni una palabra, por favor! ¡Usted quiere dejarme sin un
cuarto!
AUDUBON (en el mismo tono).
¡No se preocupe! Conseguirá gastos de representación excepcionales, y listo.
(Se levanta).
¡Adelante! ¡Formar, firmes!
(Se sitúan uno detrás de otro y salen en fila india. Audubon hace las veces de cabo
de fila, canturreando).
La torre, en guardia,
La torre, en guardia...

TELON

58
ACTO III
Un refugio costero en el que, en pleno frente, se hallan los generales del principio:
Audubon, Laveste, Juillet y Dupont d'Isigny. Tienen un mapa de operaciones que, en
realidad, es el del Tour de France, desplegado temporalmente en Suecia. O sea que se
trata de un mapa de Suecia.
Al levantarse el telón hay cuatro catres de campaña en el refugio. Tres están
ocupados por Dupont, Laveste y Juillet. Audubon, despierto y vestido, recorre
rabiosamente el espacio libre, bastante poco libre a decir verdad ya que hay una mesa
y el retrete y además la escena es pequeña; dado que jamás se representará esta obra
en un teatro serio.

ESCENA I
Audubon, Juillet, Dupont, Laveste.

AUDUBON (monologa).
Vaya, vaya... ¡hay que ver el sueño pesado que tienen éstos!
(Ríe sarcásticamente).
¡Y se consideran militares!
(Gira continuamente en redondo como una fiera que, a decir verdad, se desplaza
más bien a lo largo y a lo ancho si la jaula es un cuadrilátero).
Duermen como tarugos.
(Juillet abre los ojos y se levanta).
JUILLET (adormecido).
Extraño... dice usted como tarugos... yo digo como troncos.
(Vuelve a caer en un gran ronquido).
AUDUBON
¿Cómo?..
(Se alza de hombros).
Como tarugos...
DUPONT (mismo gesto que Juillet)
...Yo... yo digo como un lirón...
(Vuelve a tumbarse, Audubon se vuelve hacia Laveste).
AUDUBON (furioso).
¿Y usted? Vamos, no se preocupe... ¿Cómo dice usted? ¿Tarugos? ¿Troncos?
¿Lirones? ¿Salchichas? ¿Patatas?
(Se exaspera).
¿Pepinillos? ¿Fresones con nata?
(Se enloquece y patalea).
Boris Vian La merienda de los generales

¿Bienaventurados? ¿Duermen como bienaventurados? ¡Vaya, vaya! ¡Así son los


generales de hoy día! ¡Hay que ver!
(Lanza un objeto a tierra, algún libro o florero de cobre).
¡Chúpate ésa!
(Nadie se mueve).
¿No es suficiente? ¡Hala, aguantar!
(Precipita el reloj de pared, que se rompe salvajemente; observa a todos).
¡Nada de nada! Ah, si es para desesperarse...
(Coge una corneta, sopla con todas sus fuerzas, no se escucha nada, la arroja lejos
de sí).
¡Cochino instrumento!
(Agotado, se sienta en la mesa).
¡Qué cansancio!...
(Vuelve a levantarse, se mete en su catre; bosteza).
¡Aaaaaaaah!
(Se deja caer).
Arrorró, Audubon...
(En este mismo instante, brevísima luz clara y nítida; los otros tres generales,
vestidos, se incorporan en sus catres, giran sobre si mismos con igual gesto, apoyan los
pies en tierra y se levantan y se cubren con sus quepis. Los tres se agrupan delante de
Audubon).
JUILLET
¿Y bien, Wilson. ¿Todavía dormido?
AUDUBON (pastoso).
¿Qué?
(Se levanta a su vez).
Vaya... vaya... ustedes, nuevamente ustedes...
DUPONT
Nosotros, claro... sí, nosotros.
AUDUBON
Basta ya... basta...
JUILLET
¿Cómo que basta?
AUDUBON
¡Ay, sí, basta, basta!
DUPONT
¿Pero qué mosca le ha picado?
JUILLET
Vamos, vamos, ya ven que Wilson no se siente bien... ¿Qué pasa, amigo?
AUDUBON (enfurruñado).
Nada...
JUILLET
Estamos en confianza... podría decirnos qué ocurre...
AUDUBON
He dormido como un cerdo.
JUILLET
Permítame... después de todo, no estamos tan mal aquí...
AUDUBON
Tal vez les parezca ridículo, pero me resulta totalmente imposible dormir si mi
madre no me ha arropado antes.

61
Boris Vian La merienda de los generales

DUPONT (agotado).
Oh, la, la...
JUILLET
¡Vamos, Dupont!...
DUPONT
Es agotador, con eso de su madre...
LAVESTE
¿Decía?
DUPONT
Digo que es agotador...
LAVESTE
Eso precisamente era lo que había escuchado.
(Coge una hucha gigante).
¡Para el bote!
JUILLET
Sabe muy bien que hay palabras que aquí no pueden pronunciarse...
DUPONT (Se alza de hombros y paga).
¡Prefiero no hacer comentarios!
AUDUBON
¡Pues bueno está! ¡Yo sí! ¡Yo sí tengo un comentario que hacer. Cuando ayer por la
mañana usted lloró porque no tenía noticias de su fontanero, no dije ni palabra... ¡si hay
alguien que sea ridículo aquí, ése es usted!
DUPONT
¡Wilson, su puesto de mando no le autoriza a ser indiscreto!
AUDUBON
¡Qué mente indecente! ¡Bueno!, ¿y qué? ¡Pensar que uno está obligado a convivir
con semejante tipo!
JUILLET
Señores... Por favor...
LAVESTE
Si permitimos que nuestras pequeñas diferencias se vuelvan tan agrias, en el estado
de inactividad en que nos hallamos, comparto la opinión de Juillet... Esto acabará mal.
JUILLET (aparte).
No he dicho ni una palabra de eso... pero lo lamento... porque está bien dicho.
DUPONT
¿Qué quiere decir con eso de la inactividad? ¿Qué pretende insinuar? ¿Que yo no
cumplo con mi deber?
LAVESTE
Por favor, Dupont... d'lsigny... Estoy hablando por los cuatro... sabe usted muy bien
de qué se trata...
AUDUBON
Cierto, es un hecho que salta a la vista, este frente está estancado...
DUPONT (seco).
A cuarenta metros bajo tierra, no tiene nada de extraordinario.
AUDUBON
¡Oiga, se está usted poniendo cada vez más desagradable! ¡Los de enfrente también
están a cuarenta metros bajo tierra!
JUILLET
Procure entrar en razón, Dupont... Ya no estamos en la época de las cargas con
bayoneta calada. Ante todo, nos compete el saber conservar a los jefes para nuestras

62
Boris Vian La merienda de los generales

tropas...
DUPONT
Y durante ese tiempo, se lucha en la retaguardia.
(Patalea).
¡Oh! ¡Es irritante!
AUDUBON (con un guiño a los otros).
Voy a tranquilizarle. Dupont...
DUPONT
Si usted vuelve a omitir una vez más el otorgarme mi patronímico en su totalidad,
no le dirigiré la palabra durante tres días.
AUDUBON
¡Ay, qué demonio! ¡Escúcheme! Escuche lo que le propongo. ¿Se acuerda usted de
hace dos años? ¿Cuándo tomamos pastis en mi casa y...
JUILLET (ceñudo).
Sí...
(Mismo gesto por parte de los otros).
AUDUBON
Pues bien, organizaremos una pequeña merienda entre todos... como entonces.
DUPONT
¡Ah!, ¡no, por favor! ¡Va a ser aburrido hasta morir!
LAVESTE
¿Perdón?
DUPONT
¡Hasta morir! ¡No quiero!
JUILLET
¡El bote!
(Le tiende la hucha a Dupont, que rezonga pero paga).
DUPONT
Prefiero pagar a tener que aguantar esa merienda.
AUDUBON
¡Y ya ve a dónde nos ha traído su primera merienda! ¡A mí, como experiencia me
basta!
AUDUBON (mosqueado).
Bueno... bueno... No insisto, no insisto... y puesto que es usted tan malvado y
astuto, ¡encuentre otra cosa! ¡No me encargaré yo de distraerle! ¡Venga, adelante!
DUPONT
Hay, exactamente, otras treinta y seis maneras de entretenerse los cuatro.
JUILLET
Dupont, sus costumbres no le obligan en absoluto a proponer obscenidades...
DUPONT
¡Me parece que exagera! En primer lugar, si yo hubiese querido proponerles
obscenidades, habría dicho treinta y dos maneras. ¡Y, además, no existe la menor
posibilidad! ¡Todos ustedes son demasiado feos!
LAVESTE
Como si fuese tan hermoso su fontanero.
(Audubon se frota las manos, sarcástico.)
AUDUBON
¡Observo que su propuesta ha tenido tanto éxito como la mía!
DUPONT
¡Todos son unos cochinos!

63
Boris Vian La merienda de los generales

JUILLET
Yo creo que podríamos jugar a un juego.
LAVESTE
¡Ah! ¡Por fin una buena idea!
AUDUBON
¿Una buena idea?.. Depende de qué juego.
LAVESTE
Es un juego muy divertido. Recuerdo que siempre lo jugábamos en casa. Mi padre
fue el que nos lo enseñó y, realmente, creo que les gustará. Se llama "como una
esponja".
JUILLET
¡Estupendo!
AUDUBON
¡Reconozco que promete!
LAVESTE
Estoy seguro de que les divertirá. Venga, instalémonos.
JUILLET
¿Cómo?
LAVESTE
Eh... es como a la canasta, si mal no recuerdo... cuatro alrededor de una mesa...
JUILLET
Entonces se equivoca... es como al bridge...
AUDUBON
Por favor, no sean idiotas, amigos míos, es como al juego de la oca, eso es todo...
DUPONT (entusiasmado).
¡Es como a la batalla!
(Juillet se levanta y coge la hucha).
JUILLET
Decididamente, tiene usted mucho dinero, querido mío... vamos... ¡sus veinte
verdes!...
DUPONT
¡Vaya, vaya!
(Paga y, taciturno, acude a sentarse).
JUILLET
Magnífico, amigo... así es como hay que ser... Nada de rencores mezquinos aquí...
AUDUBON
Tiene razón... nada de rencores mezquinos... Dupont d'Isigny, démonos la mano.
DUPONT (maquinalmente)
Le repito que yo me llamo...
(Se da cuenta).
Hum... así está bien.
(Ambos se dan la mano).
JUILLET (excitado)
Entonces, ¿cómo se juega?
LAVESTE (todos se han sentado)
Espere un poco, querido, intento recordar... veamos... primero hay que elegir a uno
que corte...
AUDUBON
¡Oh! ¡Querría ser yo!
LAVESTE

64
Boris Vian La merienda de los generales

Me parece bien si nadie tiene inconveniente... venga... bien... entonces, el que corta
coge veinte paquetes de cincuenta y dos cartas, las mezcla cuidadosamente y entrega
doscientas treinta y tres a cada uno... una por una... y cambiando de sentido cada diez
vueltas... no... cada siete vueltas... hum...
AUDUBON (espantado)
¿Nadie tiene ganas de cortar?..
DUPONT
No, gracias.
JUILLET
Siga usted, querido...
LAVESTE
Déjeme pensar un momento...
(Habla entre dientes).
Si un dos rojo le sigue a un cuatro negro... el que corta entrega diecisiete cartas al
jugador inmediatamente anterior al último que ha tenido dos bazas consecutivas... eh....
no... tres bazas consecutivas... con la condición de que por lo menos una de esas tres
bazas incluyese un as rojo... ah... así es, ahora recuerdo... ante todo, hay que saber quién
jugará primero... para esto, necesito uno que dé... ¿quién quiere ser el que dé?..
AUDUBON
¡Yo!
LAVESTE
No... usted ya es el que corta... ¿Dupont?
DUPONT
Gracias, no.
LAVESTE
¿Y usted, Juillet?
JUILLET
De ninguna manera...
LAVESTE
Entonces, seré yo. Bueno. Cada uno de los jugadores comienza por entregar
quinientos francos al que da en pago de sus servicios...
AUDUBON
¡Anda ya! ¿Y al que corta, entonces?
LAVESTE
Ah, no es lo mismo... usted se ofreció voluntariamente... de no ser así, habría
habido que elegir... pero el que da las cartas ha sido designado por eliminación... Es éste
uno de los incentivos del juego, que es totalmente injusto.
AUDUBON (refunfuña)
Quinientos francos... por suerte tenemos nuestras pagas extras de guerra, que sin
eso...
(Pagan los tres).
JUILLET
Siga, Laveste, esto comienza a ser apasionante...
LAVESTE
No nos apresuremos... Sea como fuere, es relativamente bastante complicado.
AUDUBON
¿Y dice que esto se llama "como una esponja"?
LAVESTE
Sí... en fin, así es como se lo llamaba en mi familia. Hum... entonces, veamos... el
que da comienza por abandonar el juego y correr alrededor de la mesa tres veces

65
Boris Vian La merienda de los generales

apretándose la nariz.
(Empieza a hacerlo pero se detiene bruscamente).
Pero, ahora que pienso... ¿tenemos aquí veinte paquetes de cincuenta y dos cartas?
JUILLET
A fe mía, creo que no... Audubon, ¿qué cree usted?
AUDUBON
En absoluto. Por otra parte, mamá siempre me prohibió que jugase.
DUPONT
Y a mí las cartas me dan horror.
LAVESTE
Entonces, creo que es inútil que siga. Por lo demás, no recuerdo bien las reglas.
AUDUBON
¡Uf! Puedo respirar.
LAVESTE
Pero si la cosa les gusta, está también el talazintazín.
JUILLET
Hum...
DUPONT
Sí...
AUDUBON
Parece menos prometedor que el "como una esponja".
LAVESTE
Tengan en cuenta que, si bien tampoco recuerdo las reglas, sí me acuerdo de que
era realmente divertido.
(Silencio. Cada cual tamborilea en la mesa, paulatinamente más fuerte. La puerta
se abre bruscamente. Entra Robert en ropa militar, llevando un periódico plegado).

ESCENA II
Los cuatro generales, Robert.

ROBERT
¡El periódico!
AUDUBON
¡Ah!
(Todos están a punto de lanzarse sobre el periódico; él tiene un gesto imperativo).
¡Permítanme!
(Los otros vuelven a sentarse. Coge el periódico).
¡Gracias, Robert!
ROBERT
De nada, mi general.
AUDUBON
¡Descanso!
(Robert se retira).
DUPONT
¡Las noticias! ¡Rápido!
JUILLET
¿Qué hay de nuevo?
LAVESTE

66
Boris Vian La merienda de los generales

¡Venga ya, lea!


(Religiosamente, Audubon despliega el periódico, que es el Fígaro, totalmente en
blanco, enteramente censurado).
AUDUBON
¡Vean ustedes mismos!
(Lo hojea).
DUPONT
Bien... ¡magnífico! Por lo menos, la censura marcha...
JUILLET
¡Eso, si es que puede decirse que algo marcha!
(Desvían la mirada hacia Laveste).
AUDUBON
Laveste... ¿no podría afirmarse que sus servicios son quizás un poco... puntillosos?
LAVESTE
Hum. Ya saben que... no se le puede decir todo al público... hay noticias que
podrían hacerle perder la cabeza...
AUDUBON (señala el periódico).
Y de este modo, usted no cree que...
LAVESTE
¡Ah, en absoluto! ¡Ninguna noticia, buenas noticias!
JUILLET
¡Acertado!
AUDUBON
¡Muy acertado!
LAVESTE
Además... ese papel, tal como está, puede perfectamente servir para la impresión
del número siguiente... ¡Un formidable ahorro! Convendrán conmigo en que esto
permite que se le siga ofreciendo al público periódicos con doce páginas.
(Audubon las cuenta).
AUDUBON
¡La cuenta es exacta!
LAVESTE
Psicológicamente, es algo muy importante...
AUDUBON
Le creo, le creo...
(Dupont queda absorbido en la lectura del periódico.
Silencio. Igual acción que la anterior, tamborileo de dedos en la mesa,
paulatinamente más fuertes, hasta detenerse nítidamente).
Pero, finalmente, ¿quieren explicarme por qué no podemos lograr encontrar la
atmósfera de antaño?
JUILLET
¿Y usted nos lo pregunta?
AUDUBON
Con verdadero estupor.
JUILLET
Pues nada, simplemente que hay guerra, qué quiere usted...
(Dupont se levanta y le tiende la hucha, Juillet obedece).
AUDUBON
Pues claro, dónde tengo la cabeza... Y todo por culpa de Plantin. Mi madre ya me
decía que no era una buena compañía para mí.

67
Boris Vian La merienda de los generales

(Se escucha un cañonazo).


¿Qué es eso? ¡Pero qué ocurre!... ¡Dios mío! Hasta se diría que es...
JUILLET (preocupado).
Tiene todo el aspecto de ser eso...
DUPONT (arrebatado).
¡Ah! ¡Por fin!
LAVESTE
¿Cómo por fin? ¡Pero usted es un fanático! ¿No le parece que ya hay bastantes
marranadas como ésta?
(Vuelve a aparecer Robert).

ESCENA III
Los mismos, Robert.

ROBERT
Mi general... una visita...
AUDUBON
¿Cómo, una visita?.. Ante todo, ¿quieres decirme qué fue ese ruido?
ROBERT
Mi general, el capitán comandante de guardia ha creído adecuado disparar una
salva para saludar a los visitantes... eh... los cañones comienzan a oxidarse, así que
pensó que esto serviría de entrenamiento para los hombres y el material...
AUDUBON (furioso).
Ve a decirle que tiene las ocurrencias de un cretino... es un despilfarro,
simplemente... y recuérdale que a ningún precio quiero volver a oír eso. Pero qué se ha
creído, es fantástico, a ver quién manda aquí... le pondré una multa... ¡cincuenta francos
para el bote!
ROBERT
Iré a decírselo, mi general...
AUDUBON
Espera, ¿quiénes son esos visitantes?
ROBERT
El señor Presidente del Consejo, mi general... y hay otros oficiales con él... el
general Korkiloff... monseñor Tapecul... el general Ching...
AUDUBON
¿Y Jackson?
ROBERT
No le he visto, mi general...
AUDUBON
¡Qué follón! ¡Son unos insensatos!
(Robert está a punto de salir).
Un momento.
(Se acerca al mapa).
¿Quién ganó la etapa de hoy?
ROBERT
Robic, mi general... ¡y Bartali fue segundo!...
AUDUBON
Entonces, ¿qué anda haciendo Koblet? Vuelve a las andadas, como hace dos años...

68
Boris Vian La merienda de los generales

oh, la la...
(Clava una banderita en el mapa).
JUILLET
Estoy seguro de que Biquet no podrá aguantar en la etapa Estocolmo-Malmö...
AUDUBON
Habla en guasa, Juillet... Bobet, con suma facilidad...
LAVESTE
Yo, desde que el Tour de France se corre en Suecia, no entiendo nada de nada...
antes había puntos de referencia, el Galibier, el Izoard... En cambio, ahora, vaya a
reconocer esos sitios...
DUPONT (Sarcástico).
De cualquier modo, no es mucho más complicado que su "como una esponja",
Laveste, así que...
JUILLET
¡Y podemos darnos por muy dichosos de que los suecos hayan aceptado!
Imagínese si el Tour fuese en Azerbaidján...
ROBERT
Discúlpenme, mis generales...
(A Audubon:)
Mi general... ¿Introduzco a esos señores?
AUDUBON
Sí... rápidamente... espera... ¿Tienes algo de beber?..
ROBERT
Oh, no, mi general... No tengo dinero...
AUDUBON
Entonces, ¡al grano!
(Tiende la mano).
Laveste... dado que ya no da las cartas...
(A Dupont, a Juillet:)
Supongo que aceptarán participar en la compra de algunas bebidas...
DUPONT
¡Pero nada de anisete, eh!...
LAVESTE (a Audubon).
Discúlpeme... aquí tiene los mil quinientos francos... Más quinientos francos
míos...
AUDUBON
Eh... compra una botella de oporto... te alcanzará con mil francos, ¿no?..
ROBERT
Sí, mi general...
(Sale).
AUDUBON
¡Perfecto!
(Se embolsa el tercer billete).
Corre a la cantina... trae algunas pastitas...
(Se frota las manos).
Tendremos nuestra merienda, cueste lo que cueste...
DUPONT
Para ser general, es espantoso ver cuán civil es usted...
AUDUBON (se apresura)
¡Preparemos todo! Un tapetito... ¿ninguno de ustedes tiene un tapetito?

69
Boris Vian La merienda de los generales

DUPONT (exasperado).
¿Qué pretende que hagamos con un tapetito?
AUDUBON
En casa de mamá había tapetitos en todos los armarios, y resultaban muy cómodos.
(Busca).
Veamos... ¿con qué podría yo reemplazar el tapetito?
(A Juillet).
Juillet... ¿sigue usted guardando su bufanda amarilla?
JUILLET
Supongo.
AUDUBON
Irá bien... ¿Puede prestármela?
JUILLET
Oiga, no sea pesado... se me va a llenar de manchas...
AUDUBON
¿Se niega usted?
JUILLET
¿Debo considerar sus palabras como un ultimátum?
AUDUBON
Juillet, deme su bufanda amarilla. No es un ultimátum, es una orden.
JUILLET
¡Ah, si es una orden, es diferente!
(Acude en busca de su bufanda amarilla).
AUDUBON
Y flores... se necesitarían algunas flores. Nada anima una reunión como un
ramillete de caléndulas.
LAVESTE (meditativo).
Tal vez haya alguien que recuerde mejor que yo las reglas completas del "como
una esponja".
DUPONT
Espero que no.
AUDUBON
Qué más podría hacerse... Dupont, ¿no tiene usted algunos farolitos chinos?
DUPONT
¡Maldita sea! ¿Qué diablos pretende usted que yo haga en el frente con unos
farolitos chinos?
AUDUBON
Siempre los había en mi casa... para mi cumpleaños los encendían alrededor de la
lámpara del salón.
DUPONT (rabioso).
¡Basta de una vez! ¿Hasta cuándo va a estar dándonos la tabarra con los recuerdos
de su ñoña juventud? ¡Se lo aseguro, es mortal!
JUILLET
Hum... el bote, querido...
(Le presenta la hucha).
DUPONT (furioso)
¡Ay, mierda! ¡Además, esto!
(Se encamina a la salida y topa con Robert, que se vuelve y se aparta para dejar
paso al pequeño grupo).

70
Boris Vian La merienda de los generales

ESCENA IV
Los mismos más Plantin, Korkiloff, Ching y Robert.

PLANTIN (a sus acompañantes).


Henos aquí.
(Abriendo los brazos, a Audubon:)
¡Wilson! ¡Mi querido amigo! ¡Qué alegría volver a ver a todos vivos!
AUDUBON
¡Oh! Plantin... Me siento confuso... no hay nada preparado... Es que, prácticamente,
no les esperábamos, fíjese: ¡semejante viaje para venir a parar en este desorden!
PLANTIN
Querido amigo... ¡el placer de volver a verle es una recompensa ampliamente
suficiente!
AUDUBON
Me siento realmente confundido...
(Saluda a los otros).
Querido general Korkiloff... y usted, Ching-Ping-Ting... pero creo que no conocen
a mi Estado Mayor... Dupont d'Isigny, Lenvers de Laveste, Juillet...
(Apretones de mano, exclamaciones, etc. Hacia al final de estas acciones llega
Roland Tapecul, con una botella).
ROLAND
Encontré al camello de tu asistente a punto de liquidar la botella... pensar que no se
te ha ocurrido todavía quitarte de encima a ese elemento... Mira lo que queda...
(Entra Robert con dos platos de pastas secas).
AUDUBON
¡Robert! ¿Qué ha ocurrido con el recipiente (sic)?
ROBERT (al arzobispo).
¡Tendré que decirle la verdad, monseñor!
ROLAND
Guárdatela para ti, imbécil... Ya he dado mi versión del asunto... es la buena.
(Le desliza un billete. Robert dispone las pastas y se va. Roland, Korkiloff y Ching,
con discreción, comienzan a preparar una bebida en un cucurucho).
PLANTIN
Mi querido Wilson, tenemos muy poco tiempo por delante, así que seré breve.
Estamos actualmente en gira de inspección por el frente y no hemos querido dejar
escapar esta ocasión de hacerle una visita. En líneas generales, todo va bien.
AUDUBON
Ah, bueno.
PLANTIN
Pero debe usted de hallarse al corriente.
AUDUBON
A fe mía, ya sabe usted que el periódico es bastante vago, y la nuestra es una vida
muy retirada. A mi entender, resulta imposible llevar a cabo un buen trabajo si hay
demasiado movimiento en un cuartel general. Así pues, nosotros nos conformamos con
el mínimo.
PLANTIN
Sí... ¡ese viejo y buen Tour de France!
(Todos menean la cabeza con nostalgia).

71
Boris Vian La merienda de los generales

DUPONT
Señor Presidente del Consejo, con el fin de no ocultarle nada, debo informarle que
aquí uno se aburre como una ostra.
PLANTIN
Ah... ¿también usted? Personalmente, es también mi caso.
LAVESTE
¿Y qué hace para superarlo?
PLANTIN
Pues bien, ya lo ve, giras de inspección. La compañía de estos señores, lo confieso,
es sumamente divertida.
(Señala a los tres apóstoles que se están dando el atracón).
AUDUBON
Pero, ¿y volviendo a los hechos?
JUILLET (aparte, a Laveste).
A pesar de todo es un jefe, fíjese... Va directamente a lo esencial.
PLANTIN
Como ya le decía, las noticias son excelentes. La economía francesa está por fin
completamente desequilibrada.
AUDUBON
Hum. ¿Y eso es muy positivo?
PLANTIN
¿Cómo? Pues eso significa que nosotros, los políticos, podremos por fin dar la
talla... He aquí cómo veo yo la situación: usted acaba pronto la guerra —bien entendido
que con una victoria— y nosotros restablecemos la situación.
(Juillet se acerca y tiende la hucha a Plantin. Gesto de asombro de este último).
Y eso, ¿qué es?
JUILLET
Nuestro pequeño bote... hay palabras prohibidas...
PLANTIN
¿Cuáles?
JUILLET
Ah, no puedo decírselas... También se me multaría... pero no se preocupe, las irá
sabiendo a medida que las emplee.
AUDUBON
Vamos, vamos...
(A Plantin:).
Sí... bueno... ya veo cuál es su punto de vista; pero naturalmente, en cuanto la...
hum... la cosa termine...
(gesto de Juillet que dispone la hucha y, cada vez, resulta decepcionado),
usted se dispondrá a recortar el presupuesto de... hum... nuestro presupuesto...
PLANTIN
Eso cae por sí solo.
AUDUBON
¿Y usted quiere una victoria?
PLANTIN
¡Vaya pregunta!
AUDUBON
Oiga... lo lamento, pero me temo que eso no será muy factible en este momento...
PLANTIN
¡Cómo! ¡Por favor, Wilson! ¡No sea insensato! ¡No le estoy pidiendo su opinión!

72
Boris Vian La merienda de los generales

AUDUBON
¿Es una orden? ¿Usted me cubre?
PLANTIN
¿No lo he hecho siempre?
AUDUBON
¡Entonces, de acuerdo!
(A los otros:)
Consideremos que la... que el jueguecito ha terminado, chicos...
(Juillet tiende la hucha, acaba decepcionado).
DUPONT (furioso).
¡Ah! ¡No, nada de eso! ¡Todavía no!
AUDUBON
En fin... virtualmente... a partir de la próxima victoria...
DUPONT
¡Ah!... ¡Me tranquiliza! ¡Entonces la licencia no será mañana mismo!
AUDUBON
Mi querido d'Isigny... Por lo demás, me propongo confiarle la operación en
cuestión...
DUPONT
Aceptado... ¿Puedo ir a prepararme?
AUDUBON
¡Vaya, vaya! ¡Qué buen chico!
DUPONT
¡Uf!
(Saluda y sale).
PLANTIN
¡La moral de sus subordinados es asombrosa!
AUDUBON
Sí... eh... Sé conducirlos...
PLANTIN
¡Cuento con usted!
AUDUBON
¡Confíe en mí!
PLANTIN
Pues bien, creo que habría que regar esto...
AUDUBON
Reguémoslo... si a pesar de todo esos tres bribones no se lo han bebido todo
(Acuden a instalarse).
¡Robert!
(Aparece Robert).
ROBERT
¿Mi general?
AUDUBON
¡El rancho!
(Robert hace el ademán de frotar el pulgar y el índice).
¡Dinero, siempre el dinero! ¡Cáscaras, después de todo!... ¡Pídeselo a Plantin! O a
Roland, venga.
(Roland se levanta).
ROLAND
¿Qué pasa? ¿Qué es lo que tiene que pedirme?

73
Boris Vian La merienda de los generales

AUDUBON
Que pongas morlacos...
ROLAND (se ríe a carcajadas).
¡Morlacos! Oye, carcamal, tu argot está más pasado de moda que un pater noster...
(Saca dinero del bolsillo).
Ahí van unos pavos, amigo...
ROBERT (mosqueado).
Yo digo la guita.
ROLAND
Sí, pero tú no tienes las mismas responsabilidades que yo. ¡Marchando!
(Robert sale pitando, volverá con las botellas y nuevamente se marchará).
AUDUBON (emocionado).
¡Siempre seguirás siendo tan mal bicho conmigo, pero estoy contento de verte,
cretino!
ROLAND
¡Venga! ¡Ahora, una lagrimita!
AUDUBON
Ah, me exasperas...
ROLAND (le palmea la espalda).
Ven a beber.
(Ambos se mezclan con el grupo).
LAVESTE
Figúrense que nos aburríamos tanto que intenté enseñarles el "como una esponja".
(Risotadas).
¡Sin resultado alguno!...
PLANTIN
Mis pobres amigos... felizmente esta... ¡todo esto acabará!...
(Juillet preparaba la hucha y vuelve a dejarla).
JUILLET
¡Vaya! ¡Aprende pronto usted!
KORKILOFF
Ah, es terrible, aburrimiento estratégico, da, da...
CHING
¿Por qué? ¿Cree que nosotros cortábamos a la gente en pedacitos?
LAVESTE
Sí, por supuesto... eso debe ser bastante divertido la primera vez... pero prefiero un
juego menos ruidoso...
AUDUBON
Lo que prefiero sobre todo es una merienda, como ésta, en compañía de buenos
amigos...
KORKILOFF (a Laveste).
Folklore ruso... ¡muy rico en juegos de sociedad!...
LAVESTE (interesado).
¡Ah! ¡Vaya!
ROLAND
¿Qué os parece, chicos, si cantamos una canción?
AUDUBON
¡Ah! ¡Estupendo!
(A Juillet:).
¡Juillet, por una vez guarde su hucha, que cantaremos una canción de marcha!

74
Boris Vian La merienda de los generales

ROLAND
¡Oh... qué desgracia! ¿Y por qué no El zapatero pánfilo?
KORKILOFF (prosigue, a Laveste).
Da... Venga, ¿conoce usted la ruleta rusa?
(Le muestra un revólver de tambor, le quita las balas).
AUDUBON
Yo comienzo, muchachos...
(Carraspea).
KORKILOFF
Se deja una bala dentro... se hace girar tambor... como una lotería...
LAVESTE
¿Y Grédy?
KORKILOFF
¡Ah... suficiente! ¡Nada de trampas! ¡Juego! Haga girar el tambor, ¡hala!
(Se dispara en la sien, ningún resultado. Risotada).
¡Ja! ¡ja!
LAVESTE (verde).
Ah... y entonces...
KORKILOFF
¡Pruebe!
(Le tiende el revólver. Laveste, mortalmente preocupado, va a obedecer cuando
Audubon inicia su canción).
AUDUBON
Marchemos
Marchemos
Marchemos marchemos marchemos
Marchemos con paso alerta
Por una senda abierta
Marchemos
Marchemos
(Aplausos)
¡Hagamos ruido de pasos!
TODOS A LA VEZ
¡Pluc! ¡Pluc! ¡Pluc! ¡Pluc! ¡Pluc! ¡Pluc! ¡Pluc! ¡Pluc!
ROLAND
¡Me toca a mí!
(Carraspea, igual acción mientras Laveste se ha decidido, se dispara sin resultado
y, tranquilizado, estalla en carcajadas con Korkiloff).
¡Un poco de silencio!...
Marchemos
Marchemos
Marchemos marchemos marchemos
Marchemos con paso tenso
Por un camino intenso
Marchemos
Marchemos
(Los otros hacen ruido de pasos. Lenvers le ha pasado el revólver a Ching-Ping-
Ting que se golpea los muslos, lo coge y, en voz baja, le pide explicaciones).
JUILLET
¡A mí, a mí, tengo una buena!...

75
Boris Vian La merienda de los generales

Marchemos
Marchemos
Marchemos marchemos marchemos
Marchemos con paso alegre
Por una senda negra
Marchemos
Marchemos
AUDUBON
¡Ah! ¡Juillet! Está usted maduro para la Academia...
(Entusiasmo general. Ching dispara, acierta y se desploma).
¿Qué ocurre?
KORKILOFF
¡No es nada! ¡Jugamos a la ruleta rusa!...
AUDUBON
¡Ah! ¡Perfecto! Ahora usted, Léon... ¿Puedo llamarle Léon?
LEON
¡Encantado!
(Canta).
Marchemos
Marchemos
Marchemos marchemos marchemos
Marchemos con paso agitado
Por una senda roja
Marchemos
Marchemos
(Igual acción. Roland, que había cogido el revólver, se desploma. Korkiloff y
Laveste revientan de risa).
Pues este juego suyo parece muy divertido, la verdad... déjeme ver.
(Coge el revólver).
KORKILOFF
(canta).
Marchemos
Marchemos
Marchemos marchemos marchemos
Marchemos con paso de bronce
Por una senda de bronce
Marchemos
Marchemos
(Se vuelve, Léon se desploma y la bala atraviesa a Korkiloff, que cae a su vez).
AUDUBON
¡Formidable! ¡Dos pájaros de un tiro! ¡Usted, Laveste!
(Durante este tiempo, Juillet coge el revólver, mismo gesto que los otros, se
desploma al término de la estrofa).
LAVESTE
Marchemos
Marchemos
Marchemos marchemos marchemos
Marchemos marchemos sin pausa
Por una senda sin causa
Marchemos

76
Boris Vian La merienda de los generales

Marchemos
AUDUBON
¡Magnífico!...
(Coge el revólver).
Explíqueme cómo funciona esto... estaban ahí, divirtiéndose por su cuenta...
LAVESTE
¡Es pueril! Se pone una bala en el tambor... se lo gira... y se dispara... así....
(Se desploma, muerto).
AUDUBON
¡Delicioso! ¡Ahora yo!
(Carga el arma, hace girar el tambor).
Uno... dos... tres...
(Nada ocurre).
¡Ay ay ay! ¡Por poco!
(Vuelve a disparar, cae un cuadro).
¡Eh! ¡Casi casi!
(Lo intenta de nuevo, el artefacto funciona y cae muerto gritando:)
¡Gané!
(De pronto se escucha una pequeña Marsellesa tocada en caramillo y Dupont, en
uniforme de gala, el sable al hombro y arrastrando un cañón con ruedas, cruza la
escena cantando).
DUPONT
Marchemos
Marchemos
Marchemos marchemos marchemos
Marchemos con paso mortal
Por un camino infernal
Marchemos
Marchemos

TELON

77
SIMPLEMENTE EPILOGO PERSONAL Y NO EPILOGO
SIMPLEMENTE PERSONAL
René Palacios More

En general (nunca mejor dicho que en este caso quizás adverbial; pues un general,
¿es un adverbio o un modo adverbial?: me lo pregunto por su posible manera in-
específica, ya que no creo que nadie detente una respuesta referida a su especificidad;
ante esta carencia podría, sí, hablarse de su actuación. De lo que se desprende que no
toda actuación tiene por qué ser específica, con lo cual el acto gratuito gideano —véase
por dónde— se denostaría a sí mismo con semejante ejemplo de su acierto, es decir con
una recurrencia vacua a la insania, zona en que la crueldad y la creación se dan, a veces,
la mano; pero, ¿hay creación sin crueldad?), en general todo libro con prólogo es un
libro rematadamente malo. Basta para entenderlo así con hojear —no merecen más—
los pergeñados por esas encantadoramente sufrientes jovenzuelas a las que Borges
florilegio con prólogos a lo largo de su vida (una diversión, más, borgiástica). Por lo que
no seré yo quien opte por prologar nada menos que a Vian, pese a solicitud de editor
bienintencionado, volcándome entonces a la redacción de algunas consideraciones a
posteriori de lectura (y traducción) que ninguna persona en su sano juicio tiene la
obligación de leer. Por lo demás, el atrevimiento de un prólogo podría hallar cauce de
mayor calado en el frontispicio de las llamadas obras maestras, con esos criterios
didascálicos que mucha gente parece necesitar.
Creo que Boris Vian jamás quiso escribir una obra maestra y, como suele ocurrir
con todos los auténticos creadores, esta actitud lo salvó para nosotros, para nuestro goce
que se place en su goce irreverente, el que le permitió tomar a guasa todas las
instituciones que plantaron su fuste en la historia humana.
Entre las mejor implantadas de las instituciones se cuenta, desde luego, la de los
militares. Ante la visión de tal planta, no fue vano que el mismo Vian dedicase otra de
sus obras teatrales a su "enemigo íntimo: Carlomagno". Podría recurrirse aquí a los
tópicos instrumentados hoy por movimientos objetores para efectuar una crítica
supuestamente "seria" de la institución militar. Vian no la aceptaría, primero por el
mero hecho de tenerse que barajar tópicos, enemigo como fue de todos; segundo,
porque es harta la primaria visión apocalíptica de los propios objetores, que mal han
leído la Biblia ("Raja, turrito, rajá; te crees que porque leo la Biblia soy otario": para
lectores de Arlt); y, en tercer lugar, por la falacia implícita en el deseo de manifestar
algún discurso serio sobre lo militar, caso que, por cierto, resultaría cuando menos
curiosísimo (apto para ganar los honores de inclusión en la columna de Ripley), por no
decir abstruso o estólido; cuando quizás lo único serio sea el humor (habida cuenta que
Boris Vian La merienda de los generales

el humor es tal si lo es sobre lo serio, con lo cual lo serio se establece como referente y
cumple el triste papel de carecer de humor como para dejar de serlo, condición sine qua
non para que en tanto que serio, lo serio deba verse obligado a autodefinirse, es decir
onanizarse con sus así llamados logros, dejando de una buena vez en paz al humor),
decía, dadas sus consecuencias; y a las provocadas por la lectura de La merienda de los
generales me remito. Consciente del poderío corrosivo del humor, Vian también nos
pondría en la picota si de tal suerte actuásemos.
Así pues, quizá sea preferible decidirse por el recuerdo —el de quienes
"cumplimos" con las obligaciones militares de los veinte años aproximadamente, nada
frescos por lo demás— para insuflar jocosidad a la eventual reunión con amigos en la
que se incluiría desde el relato de las obsesiones de toda una casta por uniformar no sólo
los cuerpos, sino el pensamiento, hasta el hecho de habernos visto obligados a caminar
de manera forzada, pasando por las presunciones de dominio jerárquico, en función de
la obediencia, entre hombres de carne y hueso. No es preciso que recomiende aquí el
hilarante ejercicio de este recuerdo pues, por una parte, no hay quien no lo practique y,
por otra, quiero entender que cualquier anécdota al respecto —no voy a decir que traída
por los pelos ya que los militares acostumbran a raparlos hasta un punto en exceso, más
allá de lo aconsejable por una visión convenientemente urbana que ellos dicen, sólo
dicen, propiciar (extraño: coinciden en esto del pelo con ciertos seres obsesivos que
pasean su odio no únicamente antipiloso por algunas cosmópolis, enfundando cual arma
sus neurosis redentoristas tras unas pupilas de recto mirar, exacerbadas hacia la nada
interior por vaya a saberse qué ocultas razones traumáticas infantiles; pero estas últimas
son por lo común siempre las mismas, y Vian apela a las consecuencias de una de ellas
en concreto en La merienda de los generales)—, arrojada al desgaire en medio de un
grupo humano, supera seguramente en irrisión a las que particularmente puede
afirmarse que me competen.
Con todo, habría que extraer de la lectura de La merienda de los generales algunas
imágenes que considero deben de ser comunes a todos sus lectores. Y creo que no me
engaño si afirmo que el infantilismo, "dueño" de la obra, es una clave que a más de uno
le habrá llevado a asociar a hombres tan aparentemente adultos con aquellos amiguitos
anteriores a la pubertad que solían jugar a los soldaditos —de plomo, bien entendido—.
¿Cuál es el quid de que carecen, en su desarrollo mental, estos personajes tachonados de
una soberbia sin fundamento alguno? Y, para más inri, topamos de pronto, en nuestra
cotidianidad, con tests muy a la americana que nos indican un IQ suficiente y hasta
notable en personajes paralelos a los pintados por Vian. ¿O es que deberemos desconfiar
de los tests, precisamente a la americana, ya que ateniéndonos a ellos sólo podríamos
medir grados de eficacia? (La eficacia, uno de esos despreciables valores en los que se
sustenta tanta vida despreciable). Nos falta una obra de Vian —al menos yo la
desconozco— que tratase exclusivamente de la institución de los tests, incluido el
Rorschach.
Pero hay más. Y cuando se dice "más" siempre aparece la ávida Iglesia. El
arzobispo Roland Tapecul de La merienda de los generales no constituye una caricatura
con la cual Vian sólo aspirase a divertirse. En efecto, no están cargadas las tintas en este
personaje; Vian apenas si se vale de él para proceder a una "mostración" de la
característica fundamental que sostiene todo el aparato eclesiástico: la hipocresía. Y
tampoco ésta aparece como extremada, sino que se desprende de la aplicación a
rajatabla de una lógica jesuita implacable. Es valor de Vian el haber sabido desbrozar de
oropeles esa lógica para permitirse hacerla desembocar en una toma de posiciones que
se presenta como muy normal. Se reserva el derecho de reforzar el aguafuerte en unas
pocas apreciaciones referidas a la puesta en escena (Roland tiene que ser "muy Texas",

79
Boris Vian La merienda de los generales

o debe propinar un guantazo oportuno para el gag a su carcamal amigo de la infancia, el


general Audubon, entre otros efectos).
Si se consideran todas las cartas —tantas veces opuestas entre sí— a que jugó la
Iglesia a través de la historia, la síntesis efectuada por Vian en su humorística denuncia
de tal "ideología" crece ante nosotros con una justicia por excelencia: la de tener que
reconocer el valor de su escalpelo, más aún, el de las manos capaces de dirigirlo con
precisión en un adecuado ajuste de cuentas con la Iglesia mediante la escritura. Sobran
ejemplos de lo mostrado por Vian: el más cercano a nosotros es el de la Iglesia en
América latina, en donde unos presuntos teólogos "de la liberación" siguen haciendo las
veces de mendaces talladores en una mesa de juego al servicio de una banca (valgan
todas las acepciones) o institución que siempre se alineó con lo peor del poder
declarado, ya fuere éste aristocrático, o de predominio económico o militar. Teólogos
que renuncian a la palabra (¡renuncian a la palabra!) a la primera llamada al orden frente
al riesgo de desobediencia al padre castrador en quien, por supuesto, creen, y a quien, en
falaz consecuencia, defienden. Vian no llegó tan lejos como para afirmar esto, ni falta
que le hizo: le bastó con destacar unos gruesos trazos —¿expresionistas?— para que,
por lo menos, nos divirtiéramos corrosivamente, que es decir eliminásemos la
incidencia de la mentira —tamaña mentira— en nosotros. ("Jamás supuse que la Iglesia
liberase de algo; por el contrario, siempre creí que sólo debíamos liberarnos de la
Iglesia", Octavio Paz, cito de memoria).
La gravedad de esta inserción de la Iglesia en la vida de los pueblos
latinoamericanos reside en que, en una coruscante vuelta de tuerca, la hipocresía resulta
doble: no sólo se nos quiere hacer creer que la Iglesia se ha alejado —?— del juego por
y para y en apoyo del poder, sino incluso que se opone a éste en defensa de valores
"populares". Por cierto que, además, sería sumamente interesante iniciar un discurso que
atendiese al hecho de que los movimientos guerrillerofoquistas tuvieron origen, en gran
parte si no en su totalidad, en visiones conventuales del mundo que entienden la vida
como mediatizada por una muerte "heroica", por qué no apoyada en un iluminismo
cristiano —en esto nada alejado del fundamentalismo musulmán (siendo éste más
entendible, aun cuando no justificable desde una perspectiva civilizada, dados los
seiscientos años de atraso con que el islamismo "entró" en la historia, por lo que está
viviendo las inquisiciones que domeñaron a Europa en pleno auge del cristianismo)—
sinónimo de una manumisión o, mejor, de una redención a través de la muerte y el
sacrificio. Pero es ésta agua —y no harina— de otro costal, por lo que rápidamente se
escurre de las manos hasta no dejar huella (en tierras tan calientes). Boris Vian advirtió
acerca del nefasto sentido del bulo eclesiástico (muchos más lo hicieron, pero aquí sólo
él nos interesa), y tarea nuestra es reconocerle el acierto.
Otra línea maestra atendida por Vian es la de la política internacional, pero
poniendo en solfa las motivaciones, las decisiones en "alto nivel", el contubernio, en fin,
que sobrevuelan las mesas de negociaciones; así como critica la política internacional
francesa de toda una época: la de la guerra de Argelia. Cuando Francia se decide por el
enfrentamiento abierto con Argelia, debe uno preguntarse si tal decisión no fue
precedida por razones semejantes a las expresadas en la reunión, de La merienda de los
generales, del Presidente del Consejo con sus asesores y los agregados —todos
militares— de otras potencias. Quizás apenas se rozó el grotesco en esas reuniones de la
alta cúpula y, ya entonces, muchas otras razones "históricas" se lanzarían sobre el
tapete. Pero, ¿quién puede certificar que muchos de los razonamientos válidos para la
guerra, tal como los muestra Vian, no hayan sido similares a los que incluye su crítica?
Después de todo, en las cúpulas secretas de entonces participaron militares luego
apartados del servicio por el propio De Gaulle, militares con "luces" que bien pudieron

80
Boris Vian La merienda de los generales

haber iluminado posiciones perfectamente semejantes a las dibujadas por Vian en La


merienda de los generales.
Habría que aceptar que son mesas de negociaciones las que deciden muchos
destinos. En el ajedrez internacional hay movimientos que así lo comprueban. Nadie le
quitará méritos a la población de Vietnam en la defensa de su suelo; pero no puede
negarse que el negociador por excelencia de la época, Kissinger, en aplicación del más
estricto espíritu de Yalta, "entrega" el acoso a Vietnam ¿por qué no a cambio de una
"entrega" compensatoria de Chile? Y todos en paz. Desgraciadamente, la única paz que
pervive tras los ajetreos de tanta delegación negociadora es la de las tumbas.
Cuando Léon Plantin, El Presidente del Consejo, convence de la necesidad de la
guerra, primero a Audubon y luego a los agregados militares extranjeros, procede a una
voltereta por la cual es visible que también él juega a los soldaditos de plomo. Imagino
su figura como la resultante, a través del tiempo, de aquellos susodichos chiquillos, muy
estudiosos, faltos de calle y que, oh casualidad, solían señalar a la maestra al culpable de
la última jacarandosa travesura en el aula. La guerra ha sabido valerse de este tipo de
alcahuetes en todos los gobiernos.
Vian especifica sabiamente las "aptitudes" a que están destinados sus personajes —
tan reconocibles en cualquier telediario actual— al conducirles a un acto final (nunca
tan definitivamente final) en el que todos estos apostadores de pacotilla se divierten
jugando a la ruleta rusa. Quienes hayan entrenado su ser alguna vez en este juego —en
esas épocas en que sólo la inconciencia más desaforada pudo habernos llevado a tal
desgaste neuronal— saben muy bien de las sensaciones del momento. En ellas, puestas
en escena, quizá queden conjugados todos los vectores utilizados por Vian para
certificar una condena de la estupidez, la enemiga nata de su lucidez, la perfecta
antagonista de su aptitud para crear.
No es casual que Boris Vian sea reivindicado por el Colegio de Patafísica, ni que él
reivindicara a la patafísica. Ya con Alfred Jarry era dable apreciar la existencia de un
espacio en el que todas las transformaciones son posibles. Pero, ay, únicamente
posibles. Como en toda utopía, condenada por sola enunciación, también la de la
transformación integral del hombre corresponde a un circunloquio en el que abundan las
palabras abisales entre la realidad y el deseo. Jarry supo circunscribir su deseo
transformador a la realidad de la risa inmediata —incluso efectista por momentos—.
Creo que Vian entendió el sentido del "mensaje" jarryano y se lanzó por la misma
senda, sin necesidad de crear palotines extremadamente grotescos. Tenía el grotesco
muy al alcance de la mano, y lo usufructuó en toda su obra, que se caracteriza por
aplicar una lógica interna hasta su última instancia a personajes que han hecho un
absurdo de su propia existencia, de las reglas que se han fijado para existir.
Y si bien el diálogo Vian-Jarry es factible, lo es contra un fondo que sostiene la
demencia de su lucidez; en la cultura francesa, el mismo tiene un nombre: François
Rabelais, el hombre que mostró el espanto de las vidas sin sentido de sus
contemporáneos, hasta que gran parte de ese sinsentido cobró forma "armónica",
cartesianamente hablando. También por aquel entonces había instituciones. Rabelais-
Jarry-Vian nos enseñan que si ellas están ahí, ante nuestras narices, al menos podemos
reírnos de sus tonterías: la primera, la de instituirse en instituciones.
En los tres autores citados —hoy y aquí en Boris Vian— es de destacar el sustrato
de una inocencia desesperada, que sólo detenta la palabra exorcizadora para mantenerse
de pie en el mundo. Esa inocencia y esa desesperación —lúcidas y lúdicas a la vez
cuando se conjugan (las pocas veces que se conjugan en un autor a lo largo de quizá
todo un siglo)— provienen en Vian, a mi entender y según comentario de Noel Arnaud,
de haberse educado él mismo "en el más perfecto desprecio de la Trinidad Social:

81
Boris Vian La merienda de los generales

Ejército, Iglesia, Dinero". Al menos, La merienda de los generales me ha llevado a esta


afirmación sin titubeos.

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