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ISBN: 978-956-9761-00-3
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la narrativa del tukulpadungun1 y nütram2 de Pascual Coña un resultado de
una “decisión” que pasa por un agente colonial.
Anticipadas las premisas, y para generar un contexto sobre el territorio
en que vive Pascual Coña, estableceré, en una primera etapa, un “mapa de
la cuestión” en torno a cómo fue gestándose la influencia de las misiones
capuchinas en territorio lafkenche3 a partir de 1851, cuya incidencia adquiere
especial relevancia sobre nuestro protagonista y su tuwün4. Esto es lo que se
refleja en los capítulos iniciales del libro en cuestión. Asimismo, abordaré el
tipo de relaciones, tensiones y problemáticas que se entablaron entre ambos
sectores y que marcaría el inicio de la concepción documental de los monjes
respecto al mapudungun. En este caso, tomaré como fuente algunos relatos
de los monjes capuchinos y también del mismo Pascual Coña durante su es-
tadía con el Padre Constancio. Conforme a ambas fuentes, nos será también
útil abordar la incidencia de este último —conocido como el chaw mapuche
(“padre mapuche”)—, precisamente al analizar parte de la correspondencia
que mantenía con Cornelio Saavedra.5
Posteriormente, abordaré el proceso de elaboración del libro a partir del
testimonio de Pascual Coña, trabajando dos categorías problemáticas para
nuestro análisis: tanto el “discurso” como su “autor” y, en esta dualidad,
pondré en tensión las interrogantes que rondan ambas definiciones cuando
es el estatuto del testimonio lo que las cohesionaría. Esto considerando los
reveses que ha tenido el documento original al restituir la autoría a Pascual
Coña desde el año 2000 con el título: Lonco Pascual Coña ñi tuculpazugun
Testimonio de un cacique mapuche.
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Preguntarse por quién habla, en qué condiciones lo hizo, qué propuso,
qué dijo y la forma en la cual se enunció, resultan ser puntos cruciales que
permiten adentrarnos sobre él y los sujetos comúnmente invisibilizados en
las relaciones de colonialismo y cómo dicho despliegue de influencias com-
pactas ejercen y demarcan relaciones asimétricas.
Por último, expondré aquellos pasajes de libro que sugieren la clara inci-
dencia de Wilhelm de Moesbach al traducir aspectos que pareciesen ser del
todo fieles, pero que cotejando el registro escritural del mapudungun, no-
tamos la tendencia a omitir, alterar y ocultar conceptos fundamentales del
mapuche rakiduam (pensamiento mapuche). En este sentido entenderemos
estas estrategias como formas de “silenciar el lenguaje”, un tipo de violen-
cia expresada en las condiciones y estrategias discursivas que configuran al
texto, tratándose de un “documento final”, escrito como material para los
estudios de la “raza”, dirigido y pensado para frailes, lingüistas y etnólogos.
En razón de lo anteriormente expuesto, partamos con la siguiente cita:
Estas advertencias para leer el texto, nos invitan a reflexionar otras tantas
interrogantes que se enmarcan dentro de las mismas distancias respecto de
la traducción. Por ejemplo: ¿En qué momento existe esa violencia que pasa
por el monje capuchino al no transcribir desde el pensar mapuche la lógica
misma del relato de Coña? O también ¿Qué es lo que Moesbach excluye
al no “traducir literalmente”? ¿Cuáles son las decisiones que realiza? ¿Hay
algo en el tukulpadungun de Coña que pondría en entredicho la supuesta
facilidad para el lenguaje que todo ejercicio de traducción supone para el
lector ajeno a un idioma? Como señala José Ancán Jara (2006), considero
fundamental el giro hacia la columna del mapudungun para dar visibilidad a
tales omisiones y cambios, objetivo que intenta reposicionar parte del pensar
de Pascual Coña.
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Consideraciones generales respecto al texto
Los capítulos desde el i al v (1-2), más el xi, xv, xvi, xxii están mayormente
comprendidos por los episodios y experiencias del narrador en vida; su infancia
en Rawkenwe; donde estudió; su temprana ida a Santiago, la participación
que tuvo en el fütra malon¸ su ida y vuelta a Argentina. A grandes rasgos,
todos estos capítulos diagraman su biografía.
Por otra parte, los capítulos abarcados desde el v al xiv, el xix y xx tienden
a explicar las diversas características y peculiaridades que posee la sociedad
mapuche, ya sea haciendo referencia al entorno natural, a la vida social, a la
cultura material, organización política, etc., como también, a los profundos
cambios que se experimentan entre la soberanía territorial y la situación pos
despojo; aspectos minuciosamente detallados por el narrador vividos en
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“primera fuente”; pero a diferencia del criterio anterior, no están estricta y
notoriamente contados en primera persona.
Esta relación bastante afectuosa que tiene el narrador con los misioneros
tiene sus cimientos tras su experiencia de interno en la escuela de Bajo Im-
perial. José Ancán verá allí el status que alcanzó Pascual en el sector, motivo
por el cual podemos entender por qué Moesbach lo “escoge” para hacer los
apuntes de la raza:
El indudable estatus adquirido entre sus iguales por Coña, se debe sin
lugar a dudas a su condición de temprano alfabetizado y por lo tanto a su
bilingüismo, muy poco común en aquellos años. Tal rasgo lo hizo adquirir
una inédita posición de poder al interior de su sociedad, rol que puso en
juego tanto en su labor de facilitador de la labor evangelizadora de los frailes,
como de las nuevas autoridades chilenas y sorprendentemente de sus propios
usurpadores, como en el caso de Eleuterio Domínguez. (12)
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tal relación entre las misiones, los longko y el Estado chileno tienen como
causales una serie de factores y motivaciones de diversa índole, las cuales
pasamos a esbozar.
1. Este es el término con que se conoció a muchos misioneros en Wallmapu. Por una
parte, podríamos desprender que es una palabra que se “mapuchiza” al mapudungun; por
otro lado, de acuerdo a lo que los misioneros documentan, el término pareciese tener una
correspondencia ligada al imaginario mapuche en torno a las apariencias. Sin ir más lejos,
el propio Augusta lo define de tal modo: “(del castell.) El padre Misionero; una especie de
tábano o mosca de color gris (cuerpo y alas)” (177). Sobre esta misma discusión, José Qui-
del retoma el término precisando su definición como: “Entre los Mapuche, los sacerdotes
jesuitas recibieron el nombre de kurü patiru, (padre negro), y los franciscanos kazü patiru
(padre café) referidos a sus vestimentas de negro y café respectivamente. Interesante resulta
el término patiru, al que se le ha asignado varias explicaciones a su significado, pero perso-
nalmente sostengo que este proviene del latin paternitas, que significa “padre”, nombre con
que se presentaron los primeros sacerdotes y que al ser pronunciado desde el mapuzugun se
mapuchiza como patiru” (Rol y presencia 50).
2. El tan nombrado P. Constancio de Trosobio fue miembro del primer conjunto de
monjes capuchinos italianos que viajan hacia Wallmapu en 1849.
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claro modo de enunciación mapuche: “Kuyfi ñi pichikael nütramkakefenew
ñi ñuke yem. Wüne fey pienew:” [Hace tiempo, mientras yo era pequeño, mi
fallecida madre habituaba contarme muchas cosas. Primero me dijo esto]
(Coña 26). Es interesante destacar que en la escritura del párrafo siguiente,
tanto en el registro en español, es decir, la traducción efectuada, como en
el texto en mapudungun, se ignora el uso necesario de comillas que debería
atenderse. Esta exigencia está demarcada, al no ser Pascual quien vio el suce-
so, sino su madre; por ende, en este apartado, él habituará citarla a ella. Esta
omisión en la cita la veremos de manera constante en la columna traducida
al español por Moesbach, ya sea cuando Pascual menciona lo que dijo otra
persona, como en lo que el monje traduce. Esta característica es particular-
mente significativa, ya que indica el modo en que sitúa el testigo frente a lo
que ocurre o experimenta, y así también, la forma en que transmite dicha
información. Reiterando, como no es Pascual quién ve el suceso, se verá
obligado a transmitir la información a modo de cita. Respecto a la columna
en mapudungun transcrita por el monje bajo supuesto cuidado de Coña, esa
característica y que en la oralidad del mapudungun es crucial, en su mayoría
se conserva. No obstante, en este pasaje, se omite esa grafía necesaria en la
columna mapuche.
Pascual prosigue: “‘tripawyey nafiu tüfachi Puawchu ñi playa mew. Feychi
mew eymi küpülwe mew miawüleyu yu pemeafiel tüfachi nafiu: fey tripalu
traforkey; ‘Joven Daniel’ pingefuy’” [“‘Salió un navío de la playa de Puaucho.
En ese tiempo yo te llevaba en la cuna y fui contigo a ver ese navío; entonces
cuando salió se habría roto: se llamaba ‘Joven Daniel’”] (26).
Esta sección del libro, correspondiente al capítulo i, titulada “Lo que me
contaba mi Madre” instaura una forma peculiar en la que Pascual Coña
armará, desde su conocimiento, la causal del asentamiento de la misión ca-
puchina en Bajo Imperial (Puerto Saavedra), suceso ocurrido en 1851. Como
le es referido, la memoria oral incide en su forma de construir el relato. Por
ejemplo, cuando cita lo que cuentan que le dijeron al ese entonces ñidol lon-
gko1 Wakiñpang, quien había viajado a Santiago para negociar el indulto de
dos longko. Werapill de Rawkenwe y Kuriñ de Malalwe habían sido decla-
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rados responsables por la muerte de los tripulantes y el robo de mercaderías
del buque “Joven Daniel”. Luego de que Wakiñpang parlamentara con el
entonces presidente Manuel Bulnes, los dos longko culpados son liberados de
calumnia. Sin embargo, Pascual Coña retiene y describe lo que habría dicho
el mandatorio de Chile al ñidol longko:1
Fey ka pingeyngün: ‘ fanten mew may ñi ngenoam wesha dungu eluwaiñ kiñe
Padre; yeyeaimün tüfachi Padre. Niel[i]mün pu fotüm kimelelngeaymün,
papeltuayngün, itrokom kümeke dungu kimelngeayngün; eymün ka fey
kimaymün. Fey mew kümeleaymün, chem dungu rume ngelayay’ pingerkeyngün.
(…) Femngechi anümpafi rulu mew, fewla Puerto Saavedra pingey tüfachi
mapu. (28)
[También les dijeron: ‘hasta ahora para que no haya malas cuestiones,
dejaremos un Padre: llevarán a este Padre. Si tienen hijos, les enseñarán,
aprenderán a leer y escribir, todas esas buenas cosas les enseñarán; ustedes
también aprenderán de eso. Entonces estarán bien, no habrá ninguna cuestión
siquiera’ cuentan que les dijeron (…) De este modo, lo asentó {Wakiñpang}
en la vega, ahora esta tierra se llama Puerto Saavedra].
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Más bien, tal suceso entorpecería la ejecución de una decisión pactada des-
de mucho antes entre el Estado chileno y Roma. Durante el mandato de
Manuel Bulnes Prieto, por medio del Ministro Plenipotenciario en Roma,
el Señor Ramón Luis de Irarrázabal, el 16 de febrero de 1848 el gobierno de
Chile celebra un contrato con la orden Capuchina en la cual se estipula que
se dirigirían hacia la Araucanía por un plazo no inferior a diez años y que
se les daría cobertura económica a sus necesidades. El documento oficial
establece, entre algunos puntos, lo siguiente:
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(…) hacer lucir a sus ojos la luz del Evangelio que tanto ennoblece al hombre,
es una empresa bien digna de la República, y el único objeto noble, patriótico
y humano que debe proponerse (…) La empresa de civilizar a los indígenas
requiere una orden de autoridades encargadas de su gobierno, con atribuciones
calculadas para este objeto, y un buen sistema de medios civilizadores. Es
indispensable en esta materia, primero que todo dotar al Misionero del
verdadero espíritu de tal, formarlo para esta actividad, conocer el idioma y
hablarlo con soltura, lo que sólo le dará más confianza al mapuche. El terreno que
el misionero nunca debe dejar de considerar como prioritario, es el trabajo con el
niño; esto supone junto a la misión, la escuela. (13, 14, 19)
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traduce ambas voluntades. Pascual dirá: “Tufachi P.Constancio niefuy kiñe
rulpanütrampelu, Carmen Colúpue üyngefuy, ‘Capitán de Amigos’ pingefuy.
(…)Mütewe kimfuy mapudungun” [El P. Constancio tenía un “lenguaraz”
{lit. que pasa el nütram (la conversación)}, se llamaba Carmen Colüpue, “ca-
pitán de amigos” le decían (…) Sabía demasiado el mapudungun] (54).
En el desarrollo del libro, Pascual destaca la importancia que para esos
tiempos representaba el dominio de otro idioma, ya sea desde mapudun-
gun-español o viceversa. Así dirá también sobre Paynemilla que, al haber sido
criado en la Escuela del Padre Constancio y también por dominar el wingka-
dungun, había sido elegido Ñidol Longko, sucediendo entonces a Kallfüpang,
hijo del gran Wakiñpang. Esta tarea fue fundamental para el desarrollo y
consolidación del trabajo misional en el lafkenmapu. Sin ir más lejos —y en
correlato a la táctica advertida por Antonio Varas—, los primeros asuntos
que debían atender los misioneros era el manejo del mapudungun, cuyo fin
radicaba primero en la evangelización de los “paganos y salvajes” y, con pos-
terioridad actuar como mediadores entre la avanzada militar y los longko. En
una crónica del Padre Adeodato de Bolonia, quien acompaña al P. Constan-
cio en Bajo Imperial podemos leer lo siguiente:
A los dos meses había ya veintiocho alumnos, todos hijos de infieles, menos
tres que eran hijos de Paiglialef, cristiano indígena, los cuales me sirvieron
mucho, porque sabiendo bien la lengua castellana, me ayudaba a enseñar a
los demás: de entre los hijos de infieles había cinco que eran hijos de caciques
respetables y poderosos. La enseñanza se limitaba al catecismo, a leer y
escribir y también aritmética, ejercitándolos con la traducción de su idioma al
castellano y viceversa, para que así fuesen buenos intérpretes”. (195)
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que dominasen el mapudungun, pues posteriormente, veremos un matiz de
tales denominaciones en algunas publicaciones de carácter “científico” de
las primeras décadas del siglo posterior.
Esa peculiaridad instrumental que se le confiere al mapudungun —
vale decir, el aprenderlo para aleccionar a una población mediante me-
canismos de organización civil y evangélica— no fue la única estrategia
que desempeñaron los monjes capuchinos en territorio mapuche. Otros
aspectos importantes a destacar lo constituyen la instalación de una econo-
mía específica y el carácter vigilante que sostuvieron algunos de estos mon-
jes. En esta pretensión fue fundamental la figura del P. Constancio de Tro-
sobio, quien se hizo cargo de la misión de Imperial durante treinta y cinco
años, llegando a ser conocido, incluso, como el Chaw Mapuche 1. El mismo
Adeodato declara la estrategia del Padre, pues este aconsejaba siempre dar
regalos a los mapuche a pesar de que ese tributo, muchas veces, implicaba
“casi humillarse a ellos, y suplicarles encarecidamente que les permita ins-
truir a sus hijos gratuitamente, educarlos, alimentarlos y vestirlos. (…) He
aquí por qué el P. Constancio me recordaba con frecuencia que debíamos ser
precavidos y hacer la más estricta economía” (195).
Siendo niño, Pascual Coña fue testigo fundamental de este proceso, pues
en la Escuela del P. Constancio se percató cómo día a día, el Padre suminis-
traba todo tipo de mercaderías. En la visión de Coña, Constancio: “Müte
küme piwkengefuy, ngünafel wülnielkakefuy, dungukelafuy” [Tenía muy buen
corazón (era bondadoso), siendo considerado el daba no más, no hablaba]
(61). El Padre estableció una red de suministros y colaboración entre las
misiones en aquellos tiempos en que no había dónde comprarlos. ¿Podría-
mos considerar aquella estrategia como una incipiente economía en red en
territorio mapuche, que servía para conectar las misiones y que Foote, a
propósito de las mercaderías del “Joven Daniel”, denominó colonización del
deseo? ¿Será esta economía incipiente otro sistema de medios civilizadores que
demarcan y preparan el terreno para el avance de las tropas militares chi-
lenas en el periodo de despojo territorial? Claramente sí, pues vemos que la
implementación de un modelo de este tipo iría mermando las actividades
productivas del sector lafkenche, como también incidiría sobre el asenta-
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miento de una red de comercio que promovieran el libre paso de los en ese
entonces “extranjeros” por el territorio. El padre Constancio observó que
dentro de la sociedad mapuche existía tal actitud de agasajos —enfocados
a partir del término “yewün”, entendido como un “regalo”— que marca el
inicio de una relación de confianza entre quienes comparten, muy asociado
a la estima mutua y constante.
Reforcemos esta idea. Este afán de Constancio por agasajar a los longko
no solo circulaba entre los monjes. Susan Foote nos proporciona algunos
datos obtenidos de la correspondencia que sostenía el P. Constancio con
Cornelio Saavedra,1 las cuales pondrían en entredicho la supuesta parciali-
dad del Chaw Mapuche frente al proceso de avance militar chileno:
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que el proceso de posesión territorial del Wallmapu y, específicamente, del
lugar donde se desarrolla la mayor parte de la vida del narrador, solo fue po-
sible mediante un cambio en la estrategia de ocupación, que desde el gobier-
no de Manuel Bulnes fue gestando y promoviendo lo que Antonio Varas de-
finió como sistemas de medios civilizadores. La operación debía así calcularse
a través de una interrelación de procesos coetáneos que tuvieran por motivo
la tarea de “civilizar” al araucano. De modo tal que la incidencia de una red
de comercio, la instalación de misiones en el “corazón de la Araucanía”, la
integración al trabajo, establecer unidades militares en las líneas de frontera,
fueron procesos que prepararon el terreno de la invasión militar. Un estudio
bastante aclaratorio de tal proceso nos lo ofrece Nahuelpán Moreno:
Aun así se destaca que para utilizar la última carta, la guerra, debían existir
ciertas condicionantes, como un trabajo de infiltración e inteligencia. Los
comisarios de naciones, capitanes de amigos, comandantes de fuertes,
misioneros y científicos, fueron acopiando la información necesaria para crear
un convencimiento y opinión favorable en tomar lo ajeno. (125)
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Escritura y “ocaso”: algunas nociones sobre
la concepción documental de la escritura
en torno a lo mapuche a principios del siglo xx
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confinando el sentido a un estricto margen simbólico de la “reducción” y la
“superación”. Estas investigaciones, además, organizan un control del dis-
curso que posteriormente suministran a la sociedad chilena para consolidar
la anexión del “otro”. Estas situaciones debemos leerlas como complementa-
rias al proceso de usurpación efectiva que ya hace muchos años ocurría en
Wallmapu. Por ende, se refuerzan denominaciones como las últimas familias
o los antiguos araucanos con el propósito de acaecer y dar por pasado al ma-
puche en el discurso, razón por la cual, precisamente, durante las primeras
décadas del siglo xx obras de esta índole proliferan. A propósito de la obra
de Manquilef, Ancan Jara indica: “los textos de Guevara acogieron y dieron
factura discursiva a una especie de huella ideológica, que como telón de
fondo autojustificó y dio legitimidad, a ambas lados de la cordillera de los
Andes, a la ocupación político-militar del otrora Wallmapu soberano” (10).1
Esta propuesta exige examinar las tantas “advertencias al lector” que da-
ban inicio al cuerpo textual, como también, los diversos prólogos que enca-
bezan las páginas de esta historia. Es ese el ímpetu que agrega Moesbach,
“autor” del libro por aquel año de su aparición original, cuando en su pluma
recoge y selecciona la validez del texto recopilatorio de Coña, manifestando
de antemano sus intereses y propósitos:
para poder ejercer el ministerio sacerdotal entre los araucanos era indispensable
aprender la lengua mapuche (…) el interés lingüístico era también el que
me hacía pensar en la publicación de mis apuntes. (…) Esa autenticidad y
originalidad [de Coña] dará tal vez a estos apuntes algún valor para el estudio
de la etnología y antropología del indígena chileno”. (8-9)
1. A Mañquilef se menciona como autor tras la edición de Kiñe mufü trokinche ñi piel.
Historias de familias/ siglo xix. Temuco & Santiago de Chile: Liwen & CoLíbris, 2002.
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realización de proyectos de dicha índole, no sin antes aludir en qué estado
(material, psicológico, cultural) se encuentran estos informantes o si, remo-
tamente, importa quiénes son. Por ejemplo, en el prefacio de Moesbach que
prosigue al prólogo de Lenz, se señala respecto a Pascual Coña, como un to-
tal excluido del mapuche mongekefel ya que “hace años se había apartado de
los ritos paganos de sus antepasados” (10) y de las instancias de reunión del
lof, porque según el monje capuchino: “los capítulos xvii y xviii que des-
criben las usanzas religiosas primitivas de los araucanos, no son obra suya,
sino debidos a un indígena bien versado en estas prácticas y hermano de un
machi” (10, mi énfasis en cursivas).1 Al ser Moesbach un agente de evange-
lización, la operación de validación y el lugar desde donde toma posición
es doble: demarca su visión hegemónica sobreº el “primitivo” y, asimismo,
excluye al sujeto auto-biografiado, que en este caso, se erige como ejemplo y
concreción del proyecto civilizatorio.
Sobre lo anterior, podemos observar también en Lenz la perspectiva civili-
zatoria. El lingüista concibe el libro como un aporte para los “problemas que
ofrece su transformación [del indio] en ciudadanos útiles” y lo trata como un
ejemplo rotundo de “cómo se civiliza a un indígena con la ayuda del clero”
(Lenz, “Prólogo” 15). Por otra parte, Moesbach invisibiliza al otro colaborador
subsumiéndolo en el anonimato. No obstante, y paradójicamente, en la pri-
mera nota al pie del capítulo xviii, Moesbach reinstaura la autenticidad del
informante, bifurcando así dos operaciones: por un lado, niega el derecho al
reconocimiento de quiénes contribuyen la información (anónimos); por otro,
valida al mismo tiempo la veracidad del relato. Declara lo siguiente: “Los textos
son referidos por un ‘contestador’, en presencia de su mujer, que es yegül (ayu-
dante de machi); por eso no cabe duda respecto a su autenticidad” (350). En re-
sumen, oculta al sujeto en el mismo momento en que le confiere plena validez,
en tanto ofrece un conocimiento específico que se transforma en “la fuente”.
De este modo, la condición necesaria para que este tipo discurso —asi-
métrico y colonialista— no exponga fisuras que abran interrogantes, con-
sistiría en no alterar las relaciones de poder que se diagraman en el ejercicio
constitutivo de ese saber que se recoge. Dicha característica se hace patente
en las primeras páginas de los textos araucanistas, en los “prólogos” o “pre-
1. Cap. xvii “La machi. Vocación e inauguración” y xviii “El Machitun. Curaciones
hechas por una machi”.
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facios”, con el propósito de posicionar a quienes fuesen dignos de la palabra,
reinstalando el sentido de aquellos mapuche civilizados que “alcanzan” la
inteligencia. Para complementar este punto, señalo un extracto de una carta
enviada por Robert Lehmann-Nitsche a Rodolfo Lenz en la que le dedica
su obra: “Espero que se encuentren otros indíjenas intelijentes que puedan
servir a otros winkas para continuar mi trabajo” (Canío y Pozo 23). Esta
premisa es sostenida por Canío y Pozo cuando señalan que “Era la época en
que los ‘indíjenas inteligentes’ —aquellos que tenían la habilidad para dictar
lentamente o escribir ‘de puño y letra’— fueron usados para hacer extensas
recopilaciones de relatos orales” (23).
Esta idea de la “inteligencia alcanzada” es algo que marca parte impor-
tante del discurso de la época, al menos, desde la primera mitad del siglo
xix. Sin ir más lejos, en el célebre libro de Moesbach (1960), nuevamente en
las “hojas de entrada”, se transfiere esa cualidad que, a los ojos del monje,
progresivamente se fue logrando:
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Finalmente, son estas reflexiones las que nos invitan a considerar, necesaria-
mente, el contexto de emergencia e inscripción de un texto de esta peculiaridad,
ya que tanto la figura de “autor” y “discurso” constituyen los ejes claves para
discutir una violencia colonial de invisibilidad recaída sobre los “informantes”
y que, actualmente, algunos proyectos editoriales pretenden modificar.
Otro aspecto relevante por considerar en este apartado, tiene relación
con la doble columna. Pavez Ojeda señala que: “la asignación de sentido
de una obra pasa también por el control editorial de las tipografías, formas,
puestas de página, anotaciones y, en general, todas las operaciones impli-
cadas en el despliegue del texto sobre la superficie de su soporte” (Pavez
Ojeda 27). Sobre este aspecto me gustaría detenerme, para poner en relieve
la huella de un imaginario que ve, en la columna a la izquierda, la porfiada
remembranza de una lengua supuestamente agónica. Pavez Ojeda insiste en
señalarnos este argumento pensando la obra de Tomás Guevara y las preten-
siones del otrora Director del Liceo de Temuco en este formato:
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que se le asigna al “prólogo de narrador” y que el texto, al mismo tiempo, sea
concebido como una autobiografía—, Coña activa el dispositivo lifru (libro),
en tanto herramientas de enunciados, para dirigirse a los propios mapuche.
Por otro, respecto al rulpadungutun, en todo el libro se señala solo una vez
la palabra o la función de “traductor”, expresada desde el mapudungun con
el término rulpanütrampelu; asimismo, casi todas las indicaciones en las que
Coña declara saber algo o que vivió algo, van precedidas por nütramyeafiñ o
nütramafiñ o konümpayafiñ.1
Esto es fundamental para demarcar una resistencia dentro del margen
colonial de documentación. Desde mi perspectiva, Coña es plenamente
consciente de su función primordial dentro del texto y no como un mero
traductor que apunta las cosas necesarias para ser instrumentalizadas en
otro orden. De tal modo, apropia en mapudungun el modo de comprender el
relato bajo modalidades claras de enunciación. Como insiste Catrileo “dicta
su mensaje siguiendo la organización oral que le imponen los patrones lin-
güísticos de su lengua” (91). Teniendo esa premisa de apropiación sobre el
texto leído desde el mapudungun, precisaré un pasaje del prólogo:
1. Nütram indica el conversar, contar una historia, aportar un relato. Para esto caso, sería
“Lo conversaré”. Konümpa- refiere a acordarse de algo, mantenerlo en la memoria, “konüm-
payafiñ” (me acordaré).
2. En otras oportunidades ya ha sido traducida esta frase final; todas expresan la idea
implícita que está al finalizar un enunciado con plena certeza y que Coña señala. Catrileo:
“Eso es lo que pienso siempre y lo manifiesto aquí (96)”; Rosendo Huisca: “Esto pienso yo
ahora” (203); José Quidel Lincoleo “Es lo que digo yo” (Un niño llamado 9).
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su küpal (linaje) y el ngülam (consejos) mapuche.1 Se dirige a los que van
olvidando su lengua y es esto lo que motiva su mandato. Reforcemos el
argumento. En los capítulos dedicados a la estadía de Pascual Coña donde
el Padre Constancio, como también en los que refieren a su ida a Santiago y
Valparaíso, advierto que la palabra para precisar “estudiar-leer” es constan-
temente chillkatun o papeltun.2 En el caso del prólogo, él hace alusión al acto
imperativo de que ellos lo hablen (refiriéndose al libro) pues indica el dungu
que comprende.3 En este contexto, dicha esfera, es decir, la palabra (dungu)
está más orientada a hablar y no directa y estrictamente a “estudiar” o “leerlo”.
Esto puedo caracterizarlo como una simplificación del enunciado que se
presenta en la traducción, una decisión “editorial” que pasa por el monje capu-
chino que modifica el sentido imperativo de Pascual, así excluyendo a quienes
pudiesen hablarlo o hacerlo circular dadas las condiciones de alfabetización
de la época. Dicho sentido pareciese ser una forma de exclusión en la cual se
invierte el significado para un público estrictamente definido, omitiendo ade-
más a otros quienes pueden hacer “uso” del libro, restringiendo la circulación
del dungu. Pues para la época, los mapuche cargaban consigo el peso de su
caducidad y asimilación completa. Por esa razón, Lenz refuerza: “¿Cuántos
serán los hombres que se dedicarán a leer el texto mapuche de Coña, fuera de
los misioneros que aprenden la lengua de los indios para enseñarles la palabra
divina e introducirlos a la cultura superior?” (Lenz, “Prólogo” 5).
Por otra parte, debemos comprender que el concepto de rulpadungun o
rulpadungutun para el rakiduam de Coña no se refiere, necesariamente, a lo
que hoy en día sería la traducción escritural en un soporte texto. Más bien
comprende el hacer circular la palabra en un contexto específico, como por
1. Se suele señalar que, el mapudungun al ser una lengua polisintética y aglutinante, con-
tiene morfemas y sufijos que poseen significados autónomos. En este sentido, según Har-
melink (1986) y Salas (2006), uno de estos serían los “direccionales” o “sufijos locativos”
que indican la locación específica del hablante. Para estos dos casos: “ngoymarpuyngün” y
“kimwelarpuyngün” la partícula –rpu señala el locativo de que la acción ocurrió “hacia allá”,
en el camino “hacia allá”. Por ende, Pascual concibe perfectamente su condición de “acá” (esta
vida, contexto) cuando implica que ambas acciones de la raíz verbal ‘ngoyma’ (olvidar) ‘kim’
(saber) conllevan que la acción se hace “hacia allá…” o “en el camino a…”
2. Véase los capítulos III “En la escuela del P. Constancio (1862-1866) y IV “Carpinte-
ro, aprendiz y oficial en Santiago (1866-1871). Un ejemplo de ello es: “Rupan küme kimel
chillkatun ka kimelngen ñi kelluael Misa mew fey ka kimün” [Después de que supe bien
estudiar, también me enseñaron a ayudar para la misa; eso también lo sé] (Coña 22).
3. Catrileo define dungu como “lengua y contenidos culturales” (Catrileo 96).
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ejemplo cuando señala la preparación de un ngillatun1 e indica que es el ngen-
pin quien decide correr la voz, enviando así a alguien a notificar al lof. Pascual
indica: “Rulpayaymi düngu fillpüle, pifi ñi werken” [Pasarás el aviso por todos
lados, le dice a su werken] (Coña 393). Propongo que una lectura de ese pasaje
del prólogo podría comprenderse a partir de hacer hablar el texto. Claramente,
Pascual se dirige a los jóvenes para que ellos mismos difundan el mapudun-
gun, subvirtiendo de ese modo la hegemonía colonial que caracteriza la época.
Otro aspecto que, necesariamente, debemos reparar, es el claro compo-
nente evangelizador de Moesbach como agente colonial, que se materializó
en el ejercicio traductológico, yuxtaponiendo su imaginario religioso sobre
el mapudungun y “vaciando el contenido” de lo que Pascual Coña describe.
El texto presenta estas características en reiteradas ocasiones. Desclasificar
cada una de ellas sería un trabajo enorme del cual no puedo abarcar aquí en
su totalidad. Meramente me remitiré a esclarecer algunos aspectos ínfimos
en lo que podemos denotar tal aseveración. Un ejemplo de esto, puede ob-
servarse en la siguiente tabla:
229
Si hay algo en lo que debemos puntualizar es la temprana cristianización
a la que Pascual Coña fue sometido y que “declara” en el libro. En el apar-
tado dos, me encargué de analizar la incidencia que tuvieron los capuchinos
instalándose en territorio mapuche y la unión que existió entre el Estado y
la Iglesia, hecho que fue condicionando la posterior usurpación. Coña fue
llevado a la Misión del P. Constancio entre los años 1862 y 1866, pero el nü-
tram de nuestro protagonista, al menos así dispuesto en el libro, comienza
con sus recuerdos de la niñez.
En la traducción anterior —y que contrasta algunos términos que pro-
seguirán durante el relato—, el monje capuchino decide transcribir y su-
perponer conceptos que, a primeras luces, difieren de lo expresado en ma-
pudugun por Pascual Coña. En este sentido, homologa el no poseer nombre
cristiano con no estar bautizado. El término “üy” hace alusión a un nombre
específico, y no así al rito del bautismo como tal. De hecho, cuando Coña
señala su vida como cristiano e inclusive cuando en la columna en español
encontramos “pero más o menos en aquél tiempo me bautizaron” (Moes-
bach, 44), ocupará los términos “kristianolngen”, “kristianongefel ”, “kristia-
nolel ”. En suma, no podríamos reducir y/u homologar el no poseer nombre
cristiano frente al bautismo como rito; incluso, teniendo en consideración
que los mismos monjes se empeñasen en acudir a las propias casas para
hacerlo. En tal sentido, menos aún, podríamos equiparar el afirmar que
“dicen que encontró” referente a la idea de por “casualidad” o que “le tocó”
tal nombre, frente a un condicionante de “por suerte”, pues en el segundo
caso, se enfatiza un carácter religioso y de persuasión que hace de los sujetos
mencionados ejemplos de “salvación”.
Del mismo modo, esta corrección del sentido último —que Moesbach,
como “autor” del texto, intenta posicionar— lo lleva a equiparar conceptos
y configurar el perfil religioso del testimonio proporcionado por Coña. Para
reforzar esta idea, hablaré de una violencia por yuxtaposición, que ocurre en
la fluctuación de la escritura del mapudungun al español.
Conforme a esto, el monje capuchino interviene en un proceso crucial
del discurso mapuche que guarda relación con los modos de enunciación
del relato a modo de piam (‘se dice’ o ‘se cuenta’) y que intenta posesionarlo,
otorgando certezas, las que Coña no refiere en plenitud. A este propósito, se
le suma el sentido de yuxtaposición religioso, que dispone en la traducción
230
su despliegue por hacer control del testimonio. Examinemos el siguiente
caso. Luego de que Pascual recordara los diversos juegos que realizaba en
su niñez, ya sea en el manzanal, jugando awar kuden, haciendo carreras a
pie, o columpios, procede a detallar de forma muy precisa tanto el palinkan-
tun como el fütrapalin.1 José Quidel (2003) reinterpretará la traducción de
Moesbach de este apartado: “Los mapuche de antes eran admiradores de
este juego. En muchas oportunidades dirimían algún pleito sólo jugando al
palin. ‘Nosotros sostenemos esta afirmación y, mientras, ustedes la rebaten.
Jugaremos un palin, el que gane, ganará también el pleito’, sentenciaban”
(Quidel Lincoleo 21). Pascual Coña envuelve la narración, de modo tal que
podamos concebir la preponderancia que tenía el palin para poder decidir
ciertos asuntos; por eso, luego de contar los detalles, señala lo que ocurrió en
Purulón al fundar la misión. Como existían aquellos que querían al Padre
muerto y otros que apoyaban la fundación de la misión, finalmente el asun-
to decide zanjarse por medio de un palin:
1. Véase la excelente publicación de José Quidel referida anteriormente, y que para los
propósitos que nos convocan, ofrece otra alternativa de traducción.
231
estará presente en innumerables ocasiones durante el texto, mas me remito
aquí a precisar dos aspectos. En una nota al pie del Capítulo “El Machitun”
señala el capuchino: “los indígenas dan al Ser Supremo diversos nombres,
pero son y eran siempre estrictos monoteístas” (Moesbach 365).1 El monje
impone la yuxtaposición que advertíamos anteriormente, pues restringe en
la traducción la posibilidad de comprenderlo desde el nütram de Coña. En
la publicación de su Idioma Mapuche precisará otra referencia:
Ahora bien, como esta es una precisión realizada tras treinta y tres años
de haber publicado Vidas y costumbres, Wilhelm de Moesbach repara que
en determinados casos es necesario una aclaración. Sin embargo, en la obra
que lo consolida como profundo erudito del mapudungun, no advierte la
simplificación y depuración de los conceptos cuando la operación consiste
en homologar desde la columna en mapudungun al español, forzando el sig-
nificado de quienes, como hispanohablantes, leen una mediación de sentido
realizada por un agente de evangelización.
Por lo mencionado, es bastante evidente que debamos tener cierta mesura
respecto a la traducción que realiza el monje, pues constantemente deposita
la estructura cristiana en sus precisiones. No obstante, hay otros tipos de ins-
tancias que hemos caracterizado como silenciamiento y/o violencias en el len-
guaje. Una de ellas, podemos reconocerla en los modos en que traduce pasajes
claves para la coherencia de la historia, emanada desde el nütram de Coña y
que narran su “triste papel” en el último malón de 1881. No pretendo explicar
los detallados pormenores que esclarecen su rol como mandado de Painemilla
en tal suceso clave, sino como señala Ancán Jara abordar el nütram sobre quie-
nes “deciden tomar el destino entre sus manos”, sin la operación precipitada
de “establecer, a casi un siglo de distancia, una especie de juicio al rol histórico
que en vida le tocó jugar a nuestro protagonista” (“El hombre” 12).
232
Columna Mapudungun. Traducción Wilhelm de
Traducción libre
Pascual Coña Moesbach
Ruka ngewelay tüfachi Los pobres mapuches ya no Ya no habían casas de
pu mapuche yem, kom poseían casas siquiera, se les estos mapuche muertos,
pütreñmangey ñi ruka habían reducido a cenizas les quemaron todas sus
mew yengün. Feymew fen- todas; ellos quedaron en un casas a ellos. Entonces
tren kuñifalingün. (Coña estado por demás lamen- muy pobres estuvieron.
304) table.
233
En este sentido, esta disminución expresiva de cómo se cuentan las anéc-
dotas y relatos que son materializados en un testimonio, nos da pie para sus-
tentar que la traducción no se esfuerza por llevar toda la carga significante
necesaria que le declara la persona que es testigo de tales hechos. Aquí se
depura el peso expresivo del hablante y es transferido, digámoslo así, en una
mediación pactada de quien conjura y confiere al testimonio un lugar dentro
del discurso en el cual se pretende inscribir y perpetrar. Por ende, la carga
expresiva es filtrada desde un registro escritural y simbólico a otro.
Esta aseveración, también podemos vislumbrarla en el siguiente ejemplo,
en el que el término “ocupación” substituye el robo, usurpación y despojo
que manifiesta el hablante. Es este sentido y lógica en la que historiadores
como Sergio Villalobos han mermado la compresión histórica del proceso,
bajo el supuesto de que las tierras debiesen ser “ocupadas”, pues ergo, “esta-
ban desocupadas” y libres.
1. Nótese que en Capítulo “1, 2, 3.”, cuando alude que fue tomado prisionero y que
después llegó a saber que se trataba de un motivo pendiente por causa de “robo” dirá “weñen
dungu”. Esta palabra, es la que comúnmente se utiliza para emplear “robo”, de ahí que los we-
234
referí, la historia prosigue con “re nentuyeñmangeingün ñi dew plata(…)” y
vemos que en este caso, Moesbach sí traduce con el concepto despojar en tal
acción: “Solamente se las despojó de sus prendas de plata” (283, mi énfasis en
cursivas). Es por ello, que como he venido insistiendo, ninguna traducción
es inocente en el sentido que se le quiere perpetrar al texto. El cuadro nos in-
dica que Pascual Coña, citando a Augusta, no denota de un modo explícito
una “ocupación” como si emplease el eufemismo del despojo territorial con
que el discurso histórico “oficial” demarca el margen de sentido que el poder
instaura. Más bien, deja claramente precisado en mapudungun que Domín-
guez quiere quitarles las tierras a los Wapiche. Por ende, esta violencia en la
sustitución de términos y que el transcurso del libro refleja al cotejar ambos
registros, me permiten sostener algunas aseveraciones que conduzcan críti-
camente las mesuras para y con el texto. Esto no debe desatenderse al inten-
tar instaurar una distancia crítica frente a la incidencia colonial religiosa de
un agente de evangelización, que además incide por distintos mecanismos
en el proceso de avance del Estado chileno en territorio mapuche.
A modo de conclusión
ñefe sean conocidos como ladrones de ganado específicamente. Sin embargo, en la precisión
que señalo se substituye el término por otro.
235
y lo enunciable, es decir, la operación que da lugar para inscribir el relato
en el o los discursos, pasa por la incidencia de un agente colonial —aquel
que ejerce el ministerio de evangelización— que desde esa matriz ejerce un
dominio y control sobre el testimonio.
Convendremos, por ende, que el “producto final” de la relación de auto-
res Coña-Moesbach no es un resultado finito y único, pues el considerarlo
de tal modo nos haría caer en la trampa de dar por hecho que la totalidad de
los pasajes que Moesbach traduce poseen plena y absoluta fiabilidad. Planteo
entonces que la traducción, en tiempos en que se pregonaba la “civilización
del indio” o su completa desaparición, puede concebirse como un dispositivo
colonial. Por esto, nos urge la tarea de subvertir y doblegar el sentido del tex-
to, volviendo a emerger desde la “columna-ataúd” lo que Coña enuncia y de-
clara desde los propios patrones que su rakiduam (pensamiento) le consignan.
Tal propósito no está ajeno de complejidad, pues implica remover las he-
rencias coloniales que fueron dispuestas sobre el lenguaje a modo de violen-
cia discursiva. En las primeras páginas, me encargué de instalar las cautelas
pertinentes que motivasen un ejercicio conjunto, en la que la disposición
de saberes lograse remover el sentido encriptado en la cual fluctúa Pascual
luego de ser llevado a otro patrón lingüístico. En segunda instancia, diri-
mí la relación que se entretejía entre ambos actores que se vinculan desde
muy temprano, concluyendo ahora que esa avanzada territorial, disciplinar
y simbólica de las misiones capuchinas instalan incipientemente el afán do-
cumental que hará en inicios del siglo xx su gala triunfal en un discurso que
vaticina la extinción del mapuche o su completa asimilación. No obstante,
el registro en mapudungun nos da las suficientes herramientas para concebir
el testimonio de Pascual Coña en un margen de resistencia y de apropiación
frente a esas condiciones coloniales de documentación. Por eso, mientras se
erige la figura de Pascual Coña esbozando su mandato hacia los jóvenes, al
mismo tiempo tomando conciencia de la progresiva pérdida del mapudun-
gun, dinamiza el texto exigiendo que, por consecuencia, lo hablen y circulen.
Con esta disposición, Coña pone énfasis en el mapuche mongen (la vida
mapuche) y la lengua propia. Por ello, se puede concluir que este llamado a
hablar y circular nuestra lengua es una posibilidad que se afirma y se abre
hacia el futuro. Felepe may.
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