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Dos proyecciones del editor: una, el ser antropófago que mutila y devora la obra
ajena; dos, una suerte de Mesías salvador, capaz de lograr “un verdadero milagro”
con el resultado final del trabajo. ¿Qué imagen resulta predominante entre los
autores holguineros?
R: Alguien me dijo que el editor era un mal necesario, de todos modos por lo que
he asimilado hasta el momento, creo que es un trabajo hermoso, que se disfruta
mucho, aunque el proceso sea doloroso y como toda obra hermosa redime de un
momento de dolor, recordando palabras del Maestro. Cuando llega ese instante de
recibir el libro como arte final, no se puede evitar sentir un ligero escozor en todo
el cuerpo y vivir varios días pendientes de la respuesta del autor con el que has
trabajado; hasta tanto él no te da su conformidad, no respiras y vuelves a
adentrarte en el próximo texto, que a la vez te enfrenta a situaciones nuevas pero
que vas disfrutando, en la medida en que el texto que trabajas asume las
características del libro que ha soñado su autor y con el cual te sientes altamente
comprometido. Hasta hoy he tenido una relación de mucho respeto con los
autores y veo que cada experiencia es nueva y doblemente reconfortante cuando
la imprenta te muestra el libro ya concluido. Creo que los calificativos les
corresponden a los autores, y, por suerte, los escritores con los que he trabajado
han sido talentosos, yo no he hecho milagros, cada libro se defiende por sí sólo.
La seriedad del proceso editorial, frente a frente con el escritor, las sucesivas
lecturas, y luego el miedo al “fantasma de las erratas”. La frase “el ojo del editor”,
se ha convertido en lugar común dentro de la jerga editorial. ¿Cómo asumes los
trajines habituales del oficio?
R: Creo en eso que llaman "el ojo del editor”, y siento que un día he de tener ese
ojo con el que se identifique lo que hago, pero, hoy por hoy, siento un miedo
perenne por las erratas, trato de que no existan y cuando las descubro, las sufro
doblemente, primero por el autor y segundo porque me resulta imperdonable que
las descubra cuando ya el libro está, lo que me obliga a un cuidado extremo en
esta labor que es sumamente absorbente y apasionante, se disfruta de manera
increíble, pero ya tu pregunta me cierra todo razonamiento, inicias con el
sustantivo seriedad y sé que no hay otra manera de encararlo.
Hay escritores que confiesan que llegan a odiar sus libros después de publicados,
¿cómo te relacionas con el libro concluido?
R: Yo nunca he escuchado a un padre que diga odio a mi hijo, tal vez alguien
algún día lo haya dicho y ahora recuerdo a Mayda Pérez Gallego que ha dicho que
quien dice que un libro es como un hijo, es porque no ha tenido uno de los dos,
pero eso no lo puedo rebatir, por respeto, yo nunca me arrepiento de lo que he
hecho, cada libro, exitoso o de dudosa calidad, sólo refiere las limitaciones que
tenemos en ese instante y superarlas es parte de la vida, vivir es eso, un
constante aprendizaje.