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Este documento resume la experiencia de un estudiante de filosofía que se interesó en los jesuitas y en el papa Francisco luego de que Jorge Mario Bergoglio fuera elegido como el primer papa jesuita en la historia. El autor describe cómo el papado de Francisco lo inspiró a profundizar en su fe y compromiso pastoral, aunque expresa decepción porque después de 10 años cree que no se han logrado los cambios estructurales en la Iglesia que Francisco prometió, especialmente en lo referente al reconocimiento del papel de la mujer.
Descripción original:
Reflexión sobre la cumplida decada de pontificado del Papa Francisco
Este documento resume la experiencia de un estudiante de filosofía que se interesó en los jesuitas y en el papa Francisco luego de que Jorge Mario Bergoglio fuera elegido como el primer papa jesuita en la historia. El autor describe cómo el papado de Francisco lo inspiró a profundizar en su fe y compromiso pastoral, aunque expresa decepción porque después de 10 años cree que no se han logrado los cambios estructurales en la Iglesia que Francisco prometió, especialmente en lo referente al reconocimiento del papel de la mujer.
Este documento resume la experiencia de un estudiante de filosofía que se interesó en los jesuitas y en el papa Francisco luego de que Jorge Mario Bergoglio fuera elegido como el primer papa jesuita en la historia. El autor describe cómo el papado de Francisco lo inspiró a profundizar en su fe y compromiso pastoral, aunque expresa decepción porque después de 10 años cree que no se han logrado los cambios estructurales en la Iglesia que Francisco prometió, especialmente en lo referente al reconocimiento del papel de la mujer.
"Pero esperar lo que no vemos, es aguardar con paciencia"
Romanos 8, 25 Por: Jaime Junior Torres Díaz Recuerdo casi que a la perfección que, para esos días de marzo de 2013, encontrándome en la universidad, estudiando filosofía, estaba entusiasmado pensando y trabajando en mi proyecto de investigación para un seminario que estaba cursando sobre “El proyecto de una metafísica racionalista en Descartes”. Leyendo a Descartes y comentarios sobre su obra, me tropecé en uno de esos textos con una biografía del autor donde poderosamente llamo mi atención saber que había recibido educación durante muchos años, gran parte de su infancia y juventud, con los Jesuitas, una comunidad religiosa. Eso me llevo a investigar al respecto, qué es eso, quiénes son, en qué consistía esa educación. Planteándome yo esas preguntas, surge al tiempo una noticia con la que habrá una extraña coincidencia con mis dudas. Para esos días había renuncia el Papa Benedicto XVI y sentía que asistía a un hito histórico, había ocurrido cerca de 598 años desde la última vez que un Papa renunciara, ya veía cómo los libros, más bien, la historia en adelante haría mención al hecho y pensaría que lo viví. Sin embargo lo más curioso de la historia esta por llegar, justo escuchando por primera vez en mi vida acerca de los Jesuitas, se da una de las grandes noticias de ese año: se ha elegido un nuevo Pontífice y es el primer Papa Jesuita de la historia. Vaya que era una sorpresa, no solo porque era el primero de la historia, sino que para mí eso me llevaría ahondar aún más sobre ellos. Así fue, se me dio por plantear entonces un problema de investigación, analizar la influencia de la espiritualidad ignaciana de los Jesuitas en la filosofía Cartesiana. Fui adentrándome en el pensamiento, identidad, carisma y espiritualidad de la Compañía de Jesús (jesuitas). Todo ello me condujo a mí estar a su vez muy atento a todo lo relacionado con el nuevo Obispo de Roma, prestaba mucha atención a sus acciones, discursos, etc. A parte que no solo era el primer Papa Jesuita, al tiempo que por vez primera me acercaba a esa comunidad religiosa, sino que era el primer Latinoamericano en presidir a la Iglesia. ¡Vaya que era otro hito histórico! Me sentía contemplando de cerca algo que marcaría indudablemente la historia. Esa es la primera obra lograda por el Papa, sí una muy puntual y personal, acercarme a la espiritualidad Ignaciana y a su vez, a la persona de Francisco de Asís, estos dos elementos así conjugados como acontecieron en mí, me hicieron persuadirme de que el modo de ser humano de Jesús era el camino que dotaría de sentido mi vida. Encontré una fuente de plenitud existencial que me alimentaría desde entonces e hizo cambiar mi mirada sobre mi entorno, circunstancias. Me hizo repensarme todo. ¡Una locura! Desde entonces, encendido en mí una llamarada como de pasión, de amor, de justicia, fui empezando a comprender eso de sentir la Iglesia. Y encontré en esa institución, que hasta esos momentos me parecía una estructura anquilosada, conservadora, una mera institucionalización de la fe, una madre. Desde entonces todo sería diferente para mí. Asumí un compromiso pastoral que años atrás sería impensable y respondí a la misión. De paso el Papa comienza a hablar de “hacer lío en las iglesias” y sí que lo tome en serio. Preguntándome ¿qué era hacer lío? Empecé a realizar un camino que, en mis convicciones de ese entonces, me condujo a lo que llamé “crecer en la fe”. ¿Qué cosas deberían tener el sello del evangelio? ¿Cómo ejecutamos la revolución de la ternura de la cual hablaba Francisco? ¿De qué manera haría lío? Lamentablemente fui entendiendo que eso que se llamaba lío no debería ser extraordinario. Que los pastores huelan a ovejas, no debería ser un llamado o motivación de acción del Papa, es lo que debería estar ocurriendo. Que hagamos sentir al otro más humano y optemos por el amor como el mejor de los caminos y así construir una civilización basada en ello, como lo expresa en concreto la Doctrina Social de la Iglesia, no debería ser algo por fuera de lo común, sino lo cotidiano, la tarea del día a día de la Iglesia. Todo ello me condujo que la cuestión era entonces de “volver a Jesús”. Es que fue el camino marcado por Jesús y que quizá nos hemos extraviado, hemos perdido el camino. Quizá como le ocurre al mismo José y María cuando se les pierde el pequeño Jesús y van metidos, muy avanzados en el camino hay un punto que lo nota y se descolocan y regresan sobre lo andado para buscar un reencuentro con él. Esa fue la tarea que logre comprender, debería ser la de nosotros que somos la iglesia, la de las comunidades de base que compartimos y celebramos la Fe. Nunca hubiese llegado a tal consideración si no hubiese sido por Francisco. Reconozco en Francisco haber propiciado en mí, y bueno, para ser justos, no solo él, fueron varios factores y también personas, pero por no querer extenderme y fijando mi concentración en lo que aspiro y es expresar con sinceridad lo que es esta década del primer Papa jesuita y latinoamericano de la historia, quiero reconocer que, en parte gracias a él, pude profundizar en mi espiritualidad, vocación y misión. Volviendo a la idea de las expectativas que surgieron en mí sobre Francisco, lo primero que debo decir es que nacieron al leer y tomar muy en serio su exhortación apostólica, la alegría del Evangelio, en su nombre original “Evangelli Gaudium”, que por cierto fue la primera vez en mi vida que leería un documento oficial de la Iglesia, el primero de muchos y me llenó el corazón de contento y motivación leerla porque adherí perfectamente a sus postulados. Asumí con entereza y convicción la invitación que nos hacía de anunciar “la buena noticia a los pobres y a proclamar la liberación de los cautivos proclamando el año de gracia, el jubileo de la justicia y de la paz” (Lc, 4, 18-19). Leer al Papa denunciar a la economía que mata, al egoísmo globalizado, todo ello me hizo convencerme de que vendrían enormes cambios para bien de la Iglesia y liderados con él. Un mensaje cargado de mucha fuerza y valentía marcado por el espíritu del evangelio, así se sentía leer la Exhortación. Eso me condujo a mis primeras experiencias de misión, junto a mis amigos de comunidad juvenil nos propusimos asumir en nuestras vidas dicha exhortación. Agradezco mucho a ese texto y al que saldría más adelante, Laudato Sí, porque me ayudo a construir mi pensamiento y postura política, hoy expreso que mi compromiso y apuesta política es fruto de los principios del Evangelio, y es que leer al Papa hablar con fervor y denunciar la economía de la exclusión y la inequidad, como una condena para la vida de las personas, y que debíamos actuar ya, tomar acciones para acabar con “la inequidad que es la raíz de los males sociales” (Francisco). Todo ello también, me hizo llenar de esperanzas respecto a él. Pero esa esperanza no solo surgió por sus posturas sociales, económicas y políticas que en últimas ahora mirando con un espectro más amplio y contextualizado, son las de la DSI (Doctrina Social de la Iglesia). Francisco dotaba de esperanza porque hacía pensar en una renovación de la iglesia. Y en este punto me refiero no solo a cargos, nombres sino a su esencia. En la misma exhortación dirá que en le Iglesia, las personas deben encontrar “una espiritualidad que los sane, los libere, llene de vida y de paz al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria” y que “la iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (Francisco) y va agregar enfáticamente, que “Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás” y entonces empezó hacer un llamado que me enamoró: debemos ser una “iglesia en salida” que primerea, se involucra, acompaña, fructifica y festeja. Todo esto daba la sensación de nuevos aires. Sin embargo, hoy se cumple una década desde su llegada y me apena mirar que todas esas palabras quedaron en la espectacularidad de incitar expectativas que no han podido cumplirse. Me parece que diez años es tiempo suficiente para que más que buenas intenciones y voluntades, se hayan podido realizar cambios de forma y estructuras solidos que permitan la renovación de la Iglesia. Para mí, este sería el pontificado que lideraría con pasos contundentes el reconocimiento de la mujer en la Iglesia, y no quiero que me malinterpreten porque seguro mis lectores dirán que ¿acaso la iglesia no las reconoce? Hablo del papel de las mujeres en sí dentro de la iglesia. Muy genial todos sus discursos sobre la necesidad de trabajar por la igualdad y reconocimiento de los derechos de las mujeres en la sociedad, pero por qué no se aplica ese discurso en la iglesia. Siendo la iglesia una institución donde la mayor parte de sus feligreses son mujeres, son ellas quienes menos protagonistas son de la dirección de la iglesia. Ha hecho insinuaciones y comentarios muy tímidos sobre la posible ordenación de diaconisas e incluso llego a considerar que las mujeres presidan un dicasterio vaticano, pero no es algo contundente, son simple cargos subalternos desligados al sacerdocio sacramental. La mujer sigue siendo lamentablemente en la Iglesia un símbolo, porque eso enseñan: María como representación de la mujer, simboliza el amor esencial en la iglesia, pero no tiene poder ya que es una cuestión exclusiva de Pedro y sus sucesores. La Iglesia sigue siendo patriarcal en toda su estructura y si queremos una renovación, debe abrirse la participación real y efectiva de la mujer en los espacios decisorios y de poder. Francisco sin duda se ha quedado corto con el tema de las mujeres. Alguna vez me hizo pensar un gran cambio para la Iglesia cuando en una entrevista que le hicieron al regresar de la JMJ en Brasil, dijo sobre la homosexualidad que “si una persona es gay y busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?” Y eso me impacto en su momento, fue también en 2013, pero la verdad, tengo ahora una certeza y es que no dijo nada nuevo, es ese el argumento por excelencia de la iglesia. ¿Quiénes somos para juzgar? No juzgamos a nadie, ni al homicida más peligroso del mundo. Eso es un lavado de mano por salir del paso, va en línea de lo que dice el catecismo cuando enseña que “los homosexuales no son pecadores pero los actos homosexuales sí son pecados”. Eso es seguir promoviendo una teología homofóbica. Y esta premisa o señalamiento se refuerza cuando el mismo Francisco afirma refiriéndose a la “teoría de género” como una “colonización ideológica o adoctrinamiento” es ofensiva, atenta la dignidad de las personas que se reconocen LGTBIQ+ y contradice a la empatía y sensibilización del evangelio. No entiendo a Francisco y eso me hiere, cuando lo escucho oponerse a leyes que conciben la homosexualidad como delito y cuando acepta que civilmente debe permitirse el matrimonio entre parejas del mismo sexo, y al tiempo se contradice porque es incapaz de sostener dichas posturas al interior de la iglesia. Así es impensable una renovación eclesial. Es por ello que siento que las expectativas quedaron altas, que no ha estado a la altura y que es mejor desearle que haga las cosas bien sin que signifique esperar que lo haga así. A todo ello se le suma que siento que no veo nada nuevo en el camino sinodal, no sé si soy muy ciego, pero no reconozco los frutos de los cerca de cuatro sínodos que ha generado, el de los jóvenes, de la Amazonía, la familia y el general llamado también sínodo sobre la sinodalidad, porque en vez de ser un camino que avance a la reconstrucción de la iglesia, o mi palabra querida: renovación, siento que se ha dado vueltas y más vueltas sin que signifique realmente un contundente cambio. Por ejemplo, el de los jóvenes, aunque fui muy iluso pensar que podía expresar cómo me pienso la iglesia, seguro muchos comparten mi sentir porque extrañamente quienes debieron ser sus protagonistas brillaron, pero por su ausencia: los jóvenes. Frente a la Amazonía me enorgulleció ver que en una de sus conclusiones proponía que diáconos permanentes ya casados y que se encontraren en zonas periféricas pudieran ordenarse sacerdotes, tras que de por sí ya tenía como muchas piedras, finalmente se retractó y desaprobó tal cosa. El de la familia, esperaba enormemente que los divorciados que se han vuelto a casar pudieran nuevamente comulgar, y nada, quedo en el aíre. Esperaba una mayor comprensión de las diversas realidades que viven las familias y no fue así, al contrario, distanciado idealizando la familia con una idea totalmente desfazada de la realidad. ¿Qué más puedo esperar de Francisco? Perdónenme si fui muy iluso y ahora por ello parecer muy pesimista, pero en verdad, he esperado más. ¿Puedo exigirle más? O ¿Soy yo quien debe reconocerle más? Mi sentir es el de un discípulo que mira en su maestro alguien capaz y valiente de grandes obras, por eso no quiero que la flor en primavera (que para mí representa él), se marchite.