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MONÓLOGOS

El maleficio de la mariposa .......................................................................................... 2

Alesio, una comedia... .................................................................................................. 3

Hamlet .......................................................................................................................... 4

Antígona, de Sófocles ................................................................................................... 5

Electra, de Sófocles....................................................................................................... 6

Doña Rosita, la soltera, de F. García Lorca ...................................................................7

El gran dictador ............................................................................................................. 8

Aquel aire infinito, de Lluisa Cunillé .............................................................................. 9

Flechas del ángel del olvido, de J. Sanchis Sinisterra ..................................................10

Dorita Mayalde, cocinera, (Adaptación) ........................................................................ 11

Los figurantes, de José Sanchis Sinisterra ................................................................... 12

Como todos los días, de Virginia Guarinos ................................................................... 13

La Celestina, de Fernando de Rojas ………………………………………………………. 14

Antes del desayuno, de Eugene O’Neill …………………………………………………… 15


Fuga, de Itziar Pascual ……………………………………………………………………… 16
El tiempo que estemos juntos (Sole), de Pablo Messiez ……………………………….. 17
La respiración (Nagore), de Alfredo Sanzol …………………………………………………18
La respiración (Íñigo), de Alfredo Sanzol ……………………………………………………19
Últimas palabras de Copito de nieve. Juan Mayorga ……………………………………. 20
Tristán & Isolda, de Marco Antonio de la Parra …………………………………………… 21
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El maleficio de la mariposa, de Federico García Lorca

Señores: La comedia que vais a escuchar es humilde e inquietante, comedia rota del que quiere arañar a la
luna y se araña su corazón. El amor, lo mismo que pasa con sus burlas y sus fracasos por la vida del hombre,
pasa en esta ocasión por una escondida pradera poblada de insectos donde hacía mucho tiempo era la vida
apacible y serena. Los insectos estaban contentos, solo se preocupaban de beber tranquilos las gotas de rocío
y de educar a sus hijuelos en el santo temor de sus dioses. Se amaban por costumbre y sin preocupaciones. El
amor pasaba de padres a hijos como una joya vieja y exquisita que recibiera el primer insecto de las manos de
Dios. Con la misma tranquilidad y la certeza que el polen de las flores se entrega al viento, ellos se gozaban
del amor bajo la hierba húmeda. Pero un día... hubo un insecto que quiso ir más allá del amor. Se prendó de
una visión que estaba muy lejos de su vida... Quizá, leyó con mucha dificultad algún libro de versos que dejó
abandonado sobre el musgo un poeta de los pocos que van al campo, y se envenenó con aquello de "yo te
amo, mujer imposible". Por eso, yo suplico a todos que no dejéis nunca libros de versos en las praderas,
porque podéis causar mucha desolación entre los insectos. La poesía que pregunta por qué se corren las
estrellas es muy dañina para las almas sin abrir... Inútil es deciros que el enamorado bichito se murió. ¡Y es
que la Muerte se disfraza de Amor! ¡Cuántas veces el enorme esqueleto portador de la guadaña, que vemos
pintado en los devocionarios, toma la forma de una mujer para engañarnos y abrirnos las puertas de su
sombra! Parece que el niño Cupido duerme muchas veces en las cuevas vacías de su calavera. ¡En cuántas
antiguas historietas, una flor, un beso o una mirada hacen el terrible oficio de puñal! Un viejo silfo del bosque
escapado de un libro del gran Shakespeare, que anda por los prados sosteniendo con unas muletas sus alas
marchitas, contó al poeta esta historia oculta en un anochecer de otoño, cuando se fueron los rebaños, y
ahora el poeta os la repite envuelta en su propia melancolía. Pero antes de empezar quiero haceros el mismo
ruego que a él le hizo el viejo silfo aquel anochecer de otoño, cuando se fueron los rebaños. ¿Por qué os
causan repugnancia algunos insectos limpios y brillantes que se mueven graciosamente entre las hierbas? ¿Y
por qué a vosotros los hombres, llenos de pecados y de vicios incurables, os inspiran asco los buenos gusanos
que se pasean tranquilamente por la pradera tomando el sol en la mañana tibia? ¿Qué motivo tenéis para
despreciar lo ínfimo de la Naturaleza? Mientras que no améis profundamente a la piedra y al gusano no
entraréis en el reino de Dios. También el viejo silfo le dijo al poeta: "Muy pronto llegará el reino de los
animales y de las plantas; el hombre se olvida de su Creador, y el animal y la planta están muy cerca de su luz;
di, poeta, a los hombres que el amor nace con la misma intensidad en todos los planos de la vida; que el
mismo ritmo que tiene la hoja mecida por el aire tiene la estrella lejana, y que las mismas palabras que dice la
fuente en la umbría las repite con el mismo tono el mar; dile al hombre que sea humilde. ¡Todo es igual en la
Naturaleza!" Y nada más habló el viejo silfo. Ahora, escuchad la comedia. Tal vez os riáis al oír hablar a estos
insectos como hombrecitos, como adolescentes. Y si alguna honda lección sacáis de ella, id al bosque para
darle las gracias al viejo silfo de las muletas, un anochecer tranquilo, cuando se hayan marchado los rebaños.
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«Alesio, una comedia de tiempos pasados» de I. García May

La acción está situada Sevilla en la primera mitad del siglo XVII. Alesio es un actor napolitano que pretende
pasar a las Indias junto con su criado para triunfar allí y porque tiene que huir de demasiados maridos celosos.

ALESIO.- Señores, tenéis ante vuestras miradas a Alesio de Nápoles, el magnífico, a quien otros, más humildes,
llaman el Genio. Mi primo fue Arlequín, y Polimia, Talía y Melpómene asistieron a mi bautizo para darme sus
bendiciones. Prometieron también acudir a mi entierro, aunque no tengo ninguna prisa en volverlas a ver.
Cuando otros niños andaban a gatas, yo hacía acrobacias, teniendo como maestro a mi propio abuelo, quien,
por cierto, se emborrachó con el Ruzzante, en su juventud, más de una vez y menos de un millar. Dos cosas se
aprenden en Nápoles antes de que le crezca a uno la barba: a beber y a cortejar mujeres, ambas muy útiles
para cualquier actor. Estas dos asignaturas aprobé con muy buena nota, huyendo de un marido engatusado y
cuernilargo, y por cierto bastante enfurecido, dejé la compañía de mi abuelo para unirme a un grupo de
titiriteros franceses que viajaban desde Padua a su tierra chica. También a éstos abandoné, contratado por
Cornelio Dominique, de quien se decía que era el actor que mejor interpretaba a los reyes, en los dramas
históricos, por su nobleza. Y aun así, deslucía tanto en comparación con mi persona que pronto ocupé su lugar
como director de la compañía. Tiempos de gloria me esperaban en París, como actor favorito de la Corte.
Representé ante augustos duques, dueños de augustas panzas, que me cubrieron de oro. Pero..., Fortuna es
mujer y, por tanto, caprichosa, y pronto me volvió la espalda. Así pues, endeudado hasta la nariz por asuntos
de juego, cambié el rumbo, robé sus alas a Mercurio y me planté en la que llaman Albión, tierra de buen
teatro, donde a los comediantes se les quiere y respeta como a tales, y no como a ladrones de gallinas. Bastó
poner un pie en tierra inglesa para que las mejores compañías se pelearan por contratarme, aunque,
naturalmente, me tomé mi tiempo para considerar las ofertas. Al fin acabé uniéndome a una alegre banda de
colegas, que me tiznaron la cara para representar la tragedia de un moro celoso. En breves jornadas, por toda
la isla circulaba la frase: «Alesio el Grande está aquí». Y puedo aseguraros que jamás habéis visto tanto
público reunido. «Merecerías ser inglés», me decían. «Sí, pero soy napolitano», respondía yo, «y muy feliz de
serlo». Y ahí estuvo el error. Puedes acóstate con la mujer de un britano, que éste no se irritará. Pero no se te
ocurra poner a ningún país por encima del suyo, que te sacará los ojos y echará sal en las cuencas. Siendo yo
tan orgulloso de mi origen, como ellos lo son del suyo, entendieron que les hacía grave ofensa y me hicieron
salir de sus tierras, casi a nado, y con unos cuantos golpes encima. Por último, llegué a costa española, y
viendo el sol tan brillante y gentes tan cariñosas, decidí quedarme. Como veis, domino varias lenguas, sé de
acrobacias y de títeres, pero también de tragedias, pasos, dramas y entremeses. Soy, en suma, actor
completo, poco humilde, bien es cierto, pero un príncipe sobre las tablas. Soy Alesio de Nápoles.
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Hamlet, de William Shakespeare

HAMLET.- ¡Ser o no ser, he aquí el problema! ¿Qué es más elevado para el espíritu: sufrir los golpes y dardos
de la insultante Fortuna, o tomar las armas contra un piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar
con ellas? ¡Morir! Dormir... no más ¡Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del corazón y a los mil
naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne! ¡He aquí un término devotamente apetecible!
¡Morir... dormir! ¡Dormir... tal vez soñar! ¡Sí, ahí está el obstáculo! ¡Porque es forzoso que nos detenga el
considerar qué sueños pueden sobrevenir en aquel sueño de la muerte, cuando nos hayamos librado del
torbellino de la vida! ¡He aquí la reflexión que da existencia tan larga al infortunio! Porque... ¿Quién
aguantaría los ultrajes y desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las congojas del
amor desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del poder y las vejaciones que el paciente mérito
recibe del hombre indigno; cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple estilete? ¿Quién
querría llevar tan duras cargas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, si no fuera por el temor de un
algo, después de la muerte, esa región cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno, temor que
confunde nuestra voluntad y nos impulsa a soportar aquellos males que nos afligen, antes que lanzarnos a
otros que desconocemos? Así la conciencia hace de todos nosotros unos cobardes; y así los primitivos matices
de la resolución desmayan bajo los pálidos toques del pensamiento, y las empresas de mayores alientos e
importancia, por esa consideración, tuercen su curso y dejan de tener nombre de acción...

Pero ¡silencio!... ¡La hermosa Ofelia! Ninfa, en tus plegarias acuérdate de mis pecados.
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«Antígona» de Sófocles

Antígona dice este monólogo poco antes de ser llevada a la muerte por haber desobedecido las leyes de los
hombres (la prohibición de dar sepultura al cuerpo de Polinices, su hermano, por traidor) y haber obedecido
las leyes de los dioses dándole sepultura a su hermano.

ANTÍGONA:

¡Oh sepulcro, cámara nupcial, eterna morada subterránea que siempre ha de guardarme! ¡Voy a juntarme con
casi todos los míos, a quienes Perséfone ya ha recibido entre las sombras! ¡Desciendo la última y la más
desgraciada, antes de haber vivido la parte de vida que me había sido asignada! ¡Allí al menos iré nutriendo la
certera esperanza de que mi llegada será grata a mi padre (mi querido padre); grata a ti, madre mía, y grata a
ti también, hermano mío, bien amado! Mis propias manos, después de vuestra muerte, os han lavado, os han
vestido y han derramado sobre vosotros las libaciones funerarias; y hoy, Polinice, por haber sepultado tus
restos, ¡he aquí mi recompensa! No he hecho, sin embargo, a juicio de las personas sensatas, más que
rendirte los honores que te debía. (Es verdad que si hubiese sido madre con hijos por quienes mirar, si mi
esposo hubiese estado consumiéndose por la muerte, nunca me hubiera impuesto tal tarea en contra del
pensar de los ciudadanos. Pero ¿qué razón justifica lo que acabo de decir? Después de la muerte de un
esposo me hubiera sido permitido tomar otro esposo; y por el hijo que hubiese perdido me hubiera podido
nacer otro. Pero puesto que tengo a mi padre y a mi madre encerrados en el Hades, ya no me puede nacer
otro hermano.) Por esta razón, ¡oh hermano mío!, te he honrado más que a nadie, aunque a los ojos de
Creonte haya cometido un crimen y realizado una acción inaudita. Y ahora, con las manos atadas, me
arrastran al suplicio sin haber conocido el himeneo, sin haber gustado de las felicidades del matrimonio ni de
las de criar hijos. Abandonada de mis amigos, ¡desgraciada!, voy a encerrarme viva en la caverna subterránea
de los muertos. ¿Qué ley divina he podido transgredir? ¿De qué me sirve, infortunada, elevar todavía mi
mirada hacia los dioses? ¿Qué ayuda puedo invocar, ya que el premio de mi piedad es ser tratada como una
impía? Si la suerte que me aflige es justa a los ojos de los dioses, acepto sin quejarme el crimen y la pena;
pero si los que me juzgan lo hacen injustamente, ojalá tengan ellos que soportar más males que los que me
hacen sufrir inicuamente.
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«Electra» de Sófocles

Electra dice este monólogo cuando le entregan la urna con las cenizas de Orestes, su hermano. En realidad,
Orestes no ha muerto sino que ha fingido su muerte hasta saber qué ha sucedido en casa de su padre.

ELECTRA: ¡Oh, recuerdo de aquel que fue para mí el más querido de los hombres, lo solo que quedas de mi
alma, Orestes, cuán diferente vuelvo a verte de lo que esperaba de ti cuando te hice marchar! ¡Porque, ahora,
te tengo, cosa vana, entre mis manos, y te hice salir de esta morada, oh, hijo, todo resplandeciente de
juventud! ¡Pluguiera a los Dioses que hubiese muerto cuando te envié a tierra extraña, habiéndote sacado
con mis manos y salvado de la muerte! ¡Hubieras muerto aquel día y habrías tenido la misma tumba que tu
padre! y he aquí que has perecido fuera de la morada, miserablemente desterrado en suelo extranjero, y lejos
de tu hermana. Y yo, desventurada, no te he lavado con mis manos, ni retirado esta lamentable carga del
fuego voraz, como era justo. ¡Sino que, infeliz, has sido sepultado por manos extrañas, y vuelves, pesando
poco, en una estrecha urna! ¡Oh, infortunada! ¡Oh, cuidados inútiles que tan frecuentemente te he prodigado
con tan dulce fatiga! Nunca, en efecto, fuiste más querido para tu madre que para mí. Ninguna otra, en la
casa, sino yo sola, era tu protectora, y me llamabas siempre tu hermana. Todo me falta a la vez en este día con
tu muerte, y, como una tempestad, me lo has arrebatado todo al morir. ¡Mi padre ha perecido, yo soy muerta,
tú no existes! Nuestros enemigos ríen; nuestra madre impía está insensata de gozo, porque me habías hecho
anunciar frecuentemente que volverías como vengador. Pero un Genio, funesto para ti y para mí, lo ha
deshecho todo, y trae aquí, en lugar de tu querida forma, tus cenizas y una sombra vana. ¡Ay de mí! ¡Oh,
cuerpo mísero! ¡Ay! ¡Ay! ¡Oh, funesto viaje! ¡Ay! ¡Lo has hecho, oh, queridísimo, para perderme! ¡Sí, me has
perdido, oh, hermano! Por eso, recíbeme en tu morada, a mí que ya no existo, para que, no siendo ya nada,
habite contigo bajo tierra. Cuando estabas entre los vivos, compartíamos el mismo destino, y, ahora que estás
muerto, quiero compartir tu tumba, porque no creo que los muertos puedan sufrir.
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«Doña Rosita, la soltera» de F. García Lorca

Rosita lleva veinticinco años esperando al prometido que marchó a buscar fortuna y que no volvió. El
monólogo a continuación no aparece tal cual en la obra, sino que es una adaptación de textos del tercer acto.
En él Rosita reconoce su situación, de la que nunca había hablado antes.

DOÑA ROSITA.- Me he acostumbrado a vivir muchos años fuera de mí, pensando cosas que estaban muy
lejos, y ahora que estas cosas ya no existen sigo dando vueltas y más vueltas por un sitio frío, buscando una
salida que no he de encontrar nunca. Yo lo sabía todo. Sabía que él se había casado; ya se encargó un alma
caritativa de decírmelo, y todo este tiempo he estado recibiendo sus cartas desde América, con una ilusión
llena de sollozos que aún a mí misma me asombraba. Si la gente no hubiera hablado; si vosotras no lo
hubierais sabido; si no lo hubiera sabido nadie más que yo, sus cartas y su mentira hubieran alimentado mi
ilusión como el primer año de su ausencia. Pero lo sabían todos y yo me encontraba señalada por un dedo
que hacía ridícula mi modestia de prometida y daba un aire grotesco a mi abanico de soltera. Cada año que
pasaba era como una prenda íntima que arrancaran de mi cuerpo. Y hoy se casa una amiga y otra y otra, y
mañana tiene un hijo y crece, y viene a enseñarme sus notas de examen, y hacen casas nuevas y canciones
nuevas, y yo igual, con el mismo temblor, igual; yo, lo mismo que antes, cortando el mismo clavel, viendo las
mismas nubes; y un día bajo al paseo y me doy cuenta de que no conozco a nadie: muchachos y muchachas
me dejan atrás porque me canso, y uno dice: “ahí está la solterona”; y otro, hermoso, con la cabeza rizada,
que comenta: “a esa ya no hay quien le clave el diente”. Y yo lo oigo y no puedo gritar, sino vamos adelante,
con la boca llena de veneno y con unas ganas enormes de huir, de quitarme los zapatos y no moverme más,
nunca más, de mi rincón. Ya soy vieja. Ayer le oí decir al Ama que todavía podía yo casarme. De ningún modo.
Ya perdí la esperanza de hacerlo con quien quise con toda mi sangre, con quien quise y... con quien quiero.
Todo está acabado... y sin embargo, con toda la ilusión perdida, me acuesto y me levanto con el más terrible
de los sentimientos, que es el sentimiento de tener la esperanza muerta. Quiero huir, quiero no ver, quiero
quedarme serena, vacía... ¿es que no tiene derecho una pobre mujer a respirar con libertad?. Y sin embargo
la esperanza me persigue, me ronda, me muerde; como un lobo moribundo que apretara sus dientes por
última vez. Soy como soy. Ahora lo único que me queda es mi dignidad. Lo que tengo por dentro lo guardo
para mí sola. ¿Qué os voy a decir? Hay cosas que no se pueden decir porque no hay palabras para decirlas; y
si las hubiera, nadie entendería su significado. Me entendéis si pido pan y agua y hasta un beso, pero nunca
me podríais ni entender ni quitar esta mano oscura que no sé si me hiela o me abrasa el corazón cada vez que
me quedo sola. Sería el cuento de nunca acabar. Yo sé que los ojos los tendré siempre jóvenes, y sé que la
espalda se me irá curvando cada día. Después de todo, lo que me ha pasado les ha pasado a mil mujeres.
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«El gran dictador» (Charlie Chaplin)

Lo siento, pero no quiero ser emperador. Ese no es mi trabajo. No quiero gobernar ni conquistar a nadie. Me
gustaría ayudar a todo el mundo, si fuera posible: a judíos y gentiles; a negros y blancos. Todos queremos
ayudarnos mutuamente. Los seres humanos son así. Queremos hacer feliz a la gente, no desgraciada. No
queremos odiarnos y despreciarnos mutuamente. En este mundo hay sitio para todos: la buena tierra es rica
y puede proveer a todos. El camino de la vida puede ser libre y bello; pero hemos perdido ese camino. La
avaricia ha envenenado las almas de los hombres, ha levantado en el mundo barricadas de odio, nos ha
llevado al paso de la oca a la miseria y a la matanza. Hemos aumentado la velocidad, pero somos presos de
ella. La maquinaria, que proporciona abundancia, nos ha dejado en la indigencia. Nuestra ciencia nos ha
hecho cínicos; nuestra inteligencia, duros y faltos de sentimientos. Pensamos demasiado y sentimos
demasiado poco. Más que maquinaria, necesitamos humanidad. Más que inteligencia, necesitamos
amabilidad y cortesía. Sin estas cualidades, la vida será violenta y todo se perderá. El avión y la radio nos han
aproximado más. La verdadera naturaleza de estos adelantos clama por la bondad en el hombre, clama por la
fraternidad universal, por la unidad de todos nosotros. Incluso ahora, mi voz está llegando a millones de seres
de todo el mundo, a millones de hombres, mujeres y niños desesperados, víctimas de un sistema que tortura
a los hombres y encarcela a personas inocentes. A aquellos que puedan oírme, les digo: “No desesperéis”. La
desgracia que nos ha caído encima no es más que el paso de la avaricia, la amargura de los hombres, que
temen el camino del progreso humano. El odio de los hombres pasará, y los dictadores morirán, y el poder
que arrebataron al pueblo volverá al pueblo. Y mientras los hombres mueren, la libertad no perecerá jamás.
¡Soldados! ¡No os entreguéis a esos bestias, que os desprecian, que os esclavizan, que gobiernan vuestras
vidas; diciéndoos qué hacer, qué pensar o qué sentir! Que os obligan a hacer la instrucción, que os mal
alimentan, que os tratan como a ganado y os utilizan como carne de cañón. ¡No os entreguéis a esos hombres
desnaturalizados, a esos hombres-máquina con inteligencia y corazones de máquina! ¡Vosotros no sois
máquinas! ¡Sois hombres! ¡Con el amor de la humanidad en vuestros corazones! ¡No odiéis! ¡Sólo aquellos
que no son amados odian, los que no son amados y los desnaturalizados!¡Soldados! ¡No luchéis por la
esclavitud! ¡Luchad por la libertad! Vosotros, el pueblo, tenéis el poder, el poder de crear máquinas. ¡El poder
de crear felicidad! Vosotros, el pueblo, tenéis el poder de hacer que esta vida sea libre y bella, de hacer de
esta vida una maravillosa aventura. Por tanto, en nombre de la democracia, empleemos ese poder, unámonos
todos. Lucharemos por un mundo nuevo, por un mundo digno, que dará a los hombres la posibilidad de
trabajar, que dará a la juventud un futuro y a los ancianos seguridad. Prometiéndoos todo esto, las bestias
han subido al poder. Pero mienten No han cumplido esa promesa. ¡Ni la cumplirán! Los dictadores se dan
libertad a sí mismos, pero esclavizan al pueblo. Ahora, unámonos para liberar el mundo, para terminar con las
barreras nacionales, para terminar con la codicia, con el odio y con la intolerancia. Luchemos por un mundo
de la razón, un mundo en el que la ciencia y el progreso lleven la felicidad a todos nosotros. ¡Soldados, en
nombre de la democracia, unámonos!
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Aquel aire infinito, de Lluisa Cunillé

El breve monólogo siguiente forma parte de la obra Aquel aire infinito de Lluisa Cunillé.

Nunca he considerado la posibilidad de irme de aquí. No me sentiría mejor ni peor en otra parte y cualquier
novedad no me consolará de la pérdida de mi odio. He pedido al camarero una copa de anís porque el olor
confunde a los sentidos y enmascara el olor dulzón de los muertos. Pero no quiero emborracharme. Y
tampoco quiero subirme a ninguna noria para enturbiar mi cabeza ni insensibilizar mi corazón. La única
persona que podría llegar a odiar como hasta ahora, con la misma intensidad, es a mí misma, y no porque me
sienta culpable de nada sino porque no conozco a nadie lo bastante cercano. Sin mi madre no tengo razón
para odiar a nadie aparte de a mí misma. Y si pudiera amar a alguien no tendría bastante. No me bastaría para
llenar el vacío que siento. La ausencia de odio sólo se llena con odio, como imagino que la ausencia de amor
sólo se llenará con amor.
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Flechas del ángel del olvido, de J. Sanchis Sinisterra

Este monólogo lo dice el personaje llamado X en la obra del maestro Sanchis Sinisterra. R

X.- Era como una casa... Una casa grande, creo, pero vacía... O llena toda de humo... o de niebla, ¿te la
imaginas? Y yo no me atrevía a entrar... o me quedaba a la puerta, mirando hacia dentro, pero sin entrar.
Porque no sabía si era mi casa, si me iba a encontrar allí conmigo, o qué. Así estuve varios meses, desde que
me trajeron aquí. Ni bien ni mal. Me asomaba, no veía nada, no reconocía nada, y así cada día... Hasta hoy.
(Pausa) Cuando llegó esa mujer que dice que es mi hermana y empezó a hablarme, no sé... Era como si
algunas partes de la casa fueran despejándose y llenándose de muebles, ¿entiendes?, y de personas... Y yo
me veía por allí con unos o con otros, puede que reconociéndolos, y recordaba cuartos y pasillos y escaleras...
y cortinas y alfombras. Aquel jarrón, ese cuadro, un tal Toni... (Pausa) No era así, no era nada de eso: ni casa
ni alfombras ni personas... Pero es el único modo de explicártelo... y de entenderlo yo. Tengo que usar
palabras para llegar a ti... y las palabras son tan poca cosa... (Pausa) Luego me habló aquel hombre... ¿Efrén se
llama...? Y todo lo de antes se borró... Y me vi en otras partes de la casa, y con otra luz... Y también yo parecía
distinta, más... No sé, pero era yo, estoy segura, ¿comprendes? Y había gente que me conocía... ese don
Pablo, por ejemplo... Y yo también los conocía, y pasaba el tiempo, y ocurrían cosas en el jardín, en los
cuartos... y se llenaba todo de olores y ruidos... (Pausa) Y lo mismo me pasó contigo y con la otra mujer, que
era arquitecta, ¿no? Me hablabais, me mirabais y yo notaba cosas, la niebla se despejaba, sí, y otras figuras
que llegaban, otros olores, y ganas de reír o de llorar, y hasta vergüenza o miedo, no sé por qué, pero ahí
estaban...
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«Dorita Mayalde, cocinera» de Alberto Miralles (Adaptación)

(DORITA MAYALDE prepara un dulce rodeada de instrumental de cocina. A DORITA le repugna cocinar, pero se
esfuerza y parece dominar la técnica. Durante todo el monólogo está preparando una tarta de forma que al
final la tenga terminada)

DORITA MAYALDE.- “Al hombre se le conquista por su estómago”, eso dijo mi madre. Y debe de ser verdad
porque mi padre tenía una barriga como la proa del Titanic. Adolfo, mi marido, en cambio, tiene un vientre de
atleta: fuerte, plano, que se le ven hasta las filas de músculos reventones, como si quisieran salir a buscar un
premio. (Echa tres cucharadas de azúcar) Una, dos y tres, como la Santísima Trinidad. (Lo piensa) Pero dado
mi ateísmo, mejor cuatro como las estaciones del año. (Echa otra. Vuelve a quedarse pensativa) ¿Y por qué no
siete, como los días de la semana? Cinco, seis... y domingo. ¡Así estará mejor! Lo de mi Adolfo fue un milagro.
¿Dónde he puesto la batidora? Aquí está. (Sigue batiendo)Un milagro. Porque hace tan solo seis meses era el
hermano gemelo de mi padre y sus dos barrigas juntas eran como un catamarán olímpico. (Sigue con las
tareas del pastel) A mí, si he de ser sincera, no me importaba. Es decir, no me importaba, salvo porque los
kilos excesivos son un peligro para la salud. Pero vino un día y me dijo: “Dorita, se acabó el colesterol, no más
dulces, al diablo los hidratos de carbono, basta de ácido úrico”. Me lo dijo así, todo seguidito, sin respirar.
Luego me dictó una lista de lo que debía comprar. Yo estaba aturdida y venga a apuntar barbaridades: aceite
desnatado, yogur sin cafeína, leche sin alcohol y todo light, muy light ¡light! Que parecía un ladrido de chucho
pequinés: ¡light! ¡light! ¡Ah! Y fibra, mucha fibra, que yo, la verdad no sabía qué era eso, entre otras cosas
porque yo odio cocinar. (Mira lo que tiene en la cazuela) El almíbar ya está espesito. Ahora el chocolate
rallado. Luego se apuntó al gimnasio. La primera semana tuve que darle Gerovital, ponerle parches en los
tirones de la cadera y darle friegas en las pantorrillas. Pero a la segunda comenzó a brillar... Ahora la
mantequilla... (Echa mantequilla) Adelgazó quince kilos y se compró ropa nueva, por cierto que de un estilo
demasiado juvenil... ¡pero le quedaba bien! Y el pelo... ¡se tiñó las canas! Las dos que tenía... Al principio no
noté nada. Es decir, le noté más solícito, incluso me traía flores... Al final, ni flores ¡Qué patético era mi
Adolfo! La sospecha la tuve por su obsesión por rejuvenecer, Mantenerse en forma, sí, cuidar el aspecto
exterior, también, pero encontrarle a todas horas frente al espejo contándose las arrugas , que él llamaba
pliegues... olía a cuerno quemado.
Yo soy de las que cumplen a rajatabla las leyes de la dinámica. A una acción, reacción y media. Mi madre tenía
razón: el estómago del hombre es su fortaleza. Por eso me matriculé en el cursillo de alta cocina para
aprender las recetas más creativas, exquisitas, apetitosas... y grasientas. De momento he conseguido que
vuelva a engordar cinco kilos. No hay mejor compensación que ver cómo se acaba una fuente de espárragos.
Sí, ya sé que los espárragos no engordan, pero es que yo los hago con besamel al oporto y se los adorno con
crema de castañas y nata batida.
Ahora ya tengo una meta: conseguir que a mi Adolfo le rebabe la nata montada por las orejas hasta que en la
repisa de su barriga puedan anidar todas las cigüeñas de Castilla- La Mancha. Dicen que la venganza es un
plato frío. En mi caso, la venganza es repostería selecta.
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«Los figurantes» de José Sanchis Sinisterra

METALÚRGICO 8o- A mí no es fácil desanimarme...(Repara en que no hay nadie en escena, pero no parece
importarle mucho. Mira al público y le habla con total despreocupación, mientras inspecciona y retoca
detalles de los distintos elementos escenográficos.) Yo, la verdad, esta obra no acabo de entenderla.
Empezando porque no sé si esto es una obra... y terminando porque no sé yo de qué obra soy. Si es que soy
de alguna. Pero esto es lo bueno de estos zipizapes: que todo queda desbaratado y patas arriba, y nadie sabe
dónde tiene la cara y dónde el culo... Con perdón... Quiero decir que las cosas ya no son lo que eran, y lo
blanco se vuelve negro y lo negro blanco, y ahora tú te bajas y yo me subo, y donde dije digo, digo Diego, y si
te he visto no me acuerdo... Y si sale con barba San Antón, y si no, la Purísima Concepción... Y así todo. Claro
que, a veces, uno se marea y no recuerda ni cómo se llama y, según a quién, eso le pone nervioso. A mí, por
ejemplo, lo de Nicanor Jaime no me suena, para qué les voy a engañar. Y si a uno no le suena ni su nombre, ya
me dirán qué papel va a hacer en una obra que nadie sabe ni cómo suena. No sé si me explico... A mí, por
ejemplo, me gustaría hacer un monólogo en esta obra... si es que esto es una obra. Un monólogo, sí: eso de
que sales tú solo a escena y largas un parlamento sin que nadie te interrumpa. Como en mi casa éramos
muchos y yo era uno de los más pequeños, y además tenía frenillo en la lengua y me daba vergüenza hablar,
pues casi nunca abría la boca, y siempre soñaba con decir un monólogo. Y ahora también: casi siempre sueño
en monólogos. A lo mejor, por eso duermo tanto y tan a fondo... Ahora que lo digo:¿y si resulta que estoy
soñando? Recuerdo una obra en que a un tipo lo dormían con una droga y le pasaban muchas cosas y se
armaba un lío, porque no sabía si estaba soñando o era de verdad... Y también decía muchos monólogos...
Claro, que yo estaba casi toda la obra durmiendo, agarrado a la lanza, y no me enteraba de mucho... ¿Esto no
lo dije antes?... Bueno, a lo que iba: ¿qué voy a decir yo aquí, si ni mi nombre me suena y hasta decir “yo” me
parece que me viene grande?... Además, para qué les voy a engañar: tengo todo el tiempo la sensación de
que estoy hablando de relleno... O sea, que en realidad, no tengo nada que decir, y que alguien me ha puesto
a hablar aquí para cubrir un hueco... No sé si me explico. Es mucha casualidad, me parece a mí, que justo
cuando todos los demás salen y esto se queda vacío, aparezca yo aquí, como sin querer, y me ponga a largar
un parlamento... si es que esto es un parlamento. Claro, se aprovechan de que a uno le gustaría hacer un
monólogo y le sacan precisamente cuando no hay nadie en escena... ¿Y qué va a hacer uno? No va a dejar
escapar una ocasión así y se pone a parlotear como si de verdad estuviera haciendo un monólogo...No: esto
es un truco para que la escena no se quede vacía, mientras por ahí afuera pase lo que tiene que pasar, a mí
me dan la patada y me dejan con la palabra en la boca, y adiós muy buenas... (Bruscamente se hace el oscuro
y suena la estridente trompetería del principio. Cuando cesa, se escucha la voz del Metalúrgico 8a en la
oscuridad.)
13

«Como todos los días» de Virginia Guarinos

El escenario estará provisto de lo mínimo necesario para representar que es el dormitorio de una persona
joven. Al menos contará con una cama vestida con su ropa correspondiente y una mesita de noche en la que
habrá un despertador y una lamparilla. La iluminación será la misma durante toda la pieza, la de luz blanca.
Suena el despertador. En la cama se mueve un bulto bajo las ropas. Aparecen unos brazos desperezándose
espectacularmente, acompañados de un sonoro bostezo.

PERSONAJE.- Como todos los días, comienza una dura jornada para este pobre mortal (Se destapa, bosteza y
se despereza. Sigue en la cama a medio incorporar. Por supuesto, va en pijama) No es que me queje, pero
¡cuánto me gustaría que fuera sábado! Estaría aquí hasta que mi madre viniera con la escoba a levantarme.
En fin... ya llegará. (Termina de destaparse. No se levanta. Se sienta en la cama) Por si fuera poco, tengo que
aguantar esta noche a mis padres. Como es el aniversario de boda, tenemos que cenar todos juntos y poner
buena cara a los invitados. Hoy no importa que mi hermano sea un sinvergüenza, ni que mi abuelo esté muy
enfermo, ni que mis padres en realidad no se aguanten. Y encima tengo que guardar la compostura y no tocar
los alimentos con las manos. (Imitando otra voz) ¡Qué chicos más educados! Es que sois una familia ideal (Con
su propia voz) Ideal. Sí, sí...

Me parece que esta tarde por lo menos me fugo a tomar una copa con la gente. A ver si cojo fuerzas para
después. De paso llevaré el libro que me pidieron prestado hace un mes. Ya es hora, van a decir que no tengo
palabra. Al fin y al cabo es la verdad. (Pausa)
14

«Conjuro a Plutón» de Fernando de Rojas, La Celestina

Celestina conjura al Demonio, «triste Plutón», hijo de Satumo y, en la mitología antigua, dios de los infiernos, y
le obliga a intervenir de modo activo dentro de la casa de Melibea para conseguir que la joven se sienta
locamente enamorada de Calisto:

Celestina (Sola): Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de la corte dañada,
capitán soberbio de los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos que los hervientes étnicos montes
manan, gobernador y veedor de los tormentos y atormentadores de las pecadoras ánimas, regidor de las tres
furias, Tesífone, Megera y Aleto, administrador de todas las cosas negras del reino de Éstige y Dite, con todas
sus lagunas y sombras infernales y litigioso caos, mantenedor de las volantes harpías, con toda la otra
compañía de espantables y pavorosas hidras. Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te conjuro por la virtud
y fuerza de estas bermejas letras, por la sangre de aquella nocturna ave con que están escritas, por la
gravedad de aquestos nombres y signos que en este papel se contienen, por la áspera ponzoña de las
víboras de que este aceite fue hecho, con el cual unto este hilado, vengas sin tardanza a obedecer mi
voluntad y en ello te envuelvas, y con ello estés sin un momento te partir, hasta que Melibea con aparejada
oportunidad que haya lo compre, y con ello de tal manera quede enredada, que cuanto más lo mirare, tanto
más su corazón se ablande a conceder mi petición. Y se le abras y lastimes del crudo y fuerte amor de
Calisto; tanto, que, despedida toda honestidad, se descubra a mí y me galardone mis pasos y mensaje; y esto
hecho pide y demanda de mí a tu voluntad. Si no lo haces con presto movimiento, ternásme por capital
enemiga; heriré con luz tus cárceres tristes y escuras; acusaré cruelmente tus continuas mentiras; apremiaré
con mis ásperas palabras tu horrible nombre, y otra y otra vez te conjuro, y así confiado en mí mucho poder,
me parto para allá con mi hilado, donde creo te llevo ya envuelto.
15

«Antes del desayuno» de Eugene O’Neill

El autor refleja las penurias de un matrimonio norteamericano de los años ´50. A partir de la señora Rowland,
joven mujer, se desencadenan su odio y melancolía, de donde nacerá su más sangriento deseo que se
transformará en el más trágico final.

Sra. Rowland. ¡Alfred!... ¡Alfred!... ¿Todavía no te parece una buena hora para levantarte? ¿O es que piensas
seguir durmiendo toda tu puñetera vida? ¡Cualquiera sabe la hora que es!... El caballero empeñó el reloj como
un imbécil y ahora... Has encontrado la solución ideal... empeñar una cosa. .. y otra... y otra... y otra...
Empeñar la casa entera... lo que sea... menos buscar trabajo, cualquier cosa… ¡Alfred!... Levántate, coño...
¿Es que no me oyes?... Tengo que hacer ese cuarto antes de irme a la calle... Aunque ahí es donde nos van a
poner muy pronto si no consigues dinero para pagar los atrasos... Si no lo consigues tú, porque lo que es yo...
más de lo que hago ya no puedo hacer... coso y coso y coso por todas las casas mientras el señor, como un
chulo, presume de culto por los bares rodeado de listos y artistas... bueno, artistas... lo que dicen ellos. ..
Habría que verlos de cerca... Anoche me dijiste que no puedes encontrar trabajo... ¡Y eso no es verdad! ... No
es que no puedas encontrarlo... Es que no te has molestado buscándolo... Te pasas las horas muertas
haciendo el vago... pensando. Y mira que casualidad, que yo, en cambio, busco trabajo y lo encuentro todos
los días... Por eso no nos hemos muerto todavía de hambre... o de asco... 00154994 Número 87 - Jueves, 9
de mayo de 2019 página 22 Boletín Oficial de la Junta de Andalucía Depósito Legal: SE-410/1979. ISSN:
2253 - 802X http://www.juntadeandalucia.es/eboja BOJA Date prisa, coño... El café va a estar listo enseguida
y estás frito si esperas que te lo sirva yo misma... Pero, ¿se puede saber qué carajo estás haciendo? Vaya,
menos mal que te has decidido a empezar a vestirte... ¡Joder, aféitate de una vez, que eso no cuesta dinero!...
Me das asco... Asco... Pareces un vagabundo de mierda... ¡Deja ya de temblar, joder!... ¿O es que estás
todavía borracho? Estoy harta... No puedo seguir soportando esta vida... Tengo muchas ganas de volverme a
mi casa y... si no me vuelvo es por orgullo... Tendrían una prueba clarísima de que me casé con un mierda...
Sí, sí, un mierda... Hijo único del supermillonario señor Rowland... licenciado en Harward, escritor ilustre,
poeta de su calle y... una mierda... ¡Ja!... Me gustaría explicarles algún día la clase de asco que ha sido
nuestro matrimonio... ¡Vaya una pareja!... Cuando se murió tu padre resultó que el tal millonario le debía
dinero hasta al portero... Y tú no gastaste conmigo ni siquiera un poco de tu tiempo... Por lo visto yo debía
estar satisfecha con tu caballeresca actitud, proponiéndome la boda, después de haberme dejado
embarazada... Te casaste conmigo y listo... Me alegro de que aquel pobre niño naciese muerto... ¡Así no pudo
llegar a saber el padre que le había tocado!
16

«Fuga» de Itziar Pascual

Antrophos, Señor de Bellver. (…)

–Silencio. Carraspeo- Hijos de la isla del sueño. Súbditos y amigos fieles. «Que mis ejércitos sean las olas y
los vientos, los pájaros y árboles de mi amada isla». No voy a recordaros nuestro himno. Pero sabed que en
noches terribles, estas palabras han resonado con fuerza dentro de mi. Ningún guerrero hubiera podido soñar
con un ejército como el que me ha brindado esta tierra. Sin temor al horror ni a lo mas terrible -no quiero que
mis palabras sirvan para confundir y dispensar el temor, por lo que os oculto los detalles mas escabrosos-, se
lanzaron contra el enemigo. Y sin embargo, súbditos comprensivos, la fortuna no nos fue fiel. En noches de
tempestad singular, hubiera querido contar con el océano como aliado, cuando fue mi mayor adversario. El me
ha arrebatado mis mejores hombres(…) ¿Queréis que su muerte haya sido en vano? ¿Queréis que sus hijos
no tengan motivos para ser huérfanos Yo una cosa os pido: dadles una oportunidad a vuestros hijos y nietos,
para apreciar en el futuro el valor de sus actos. Que no queden para la historia pequeña como alocados e
ilusos, sino como héroes y guerreros sin igual posible. Yo os pido un minuto de reflexión y de calma, aunque
las lágrimas cubran sus mortajas. Por bien de su memoria y de sus hijos, seguidme en el combate. Os habla
–pensadlo bien– , quien regresa de la muerte y ansía la tranquilidad de su hogar, quien podría ahora
regodearse ante el calor del fuego. Mas no podía permanecer ni un instante amparado en la comodidad de
Palacio, cuando mi pueblo sufre de penurias. Permitidles un reposo debido y justo, aun cuando sus cuerpos
ya no estén con nosotros, sino en el océano. Rumores…Tumultos…Silencio.
17

SOLÉ: Cuando pueda. Cuando pueda me voy a callar. Y entonces voy a mirar
a todo el mundo, voy a mirarte, y no va a hacer falta hablar. No va a hacer
falta. La gente que me mire lo entenderá todo. Aunque no creo que me mire
mucha gente. Voy a ser mudo otra vez, como al principio. Mudo de todas las
lenguas posibles. Y si hiciera falta, usaré mi voz. Pero palabra no. Palabras,
basta. Cuando pueda. Señalaré las cosas. Las miraré despacio. Habré
aprendido a mirar despacio para poder callar. Y no estaré loco. Ni solo, si no
me dejas. Si me dejas. Estaré en silencio. Haciendo silencio. Si ya sé que es
bonito callarse para hacer silencio. Ya sé que parece que no haces nada
porque no hablas, pero estás haciendo algo hermoso y raro. Estás haciendo
silencio. Y te invitaré a mi silencio. A lo mejor querrás callar conmigo también.
Por un tiempo. Y mirar mucho como un sordo. Escuchar todo como un ciego.
Hasta que algún día, con suerte, a lo mejor, haga falta una palabra otra vez.
Y se escape por la boca como una exhalación. Como un efluvio del cuerpo.
Me pregunto si hará falta. Y cuál será. Y a lo mejor después de eso volvamos
a hablar, con un habla nueva. El mismo lenguaje supongo, pero el habla
nueva. Con la voluptuosidad de cada letra. Sí. Quiero. Claro que quiero. Pero
todavía no puedo. Y tampoco es plan hacerme el monje ahora, ¿no? Ya
vendrá solo ese silencio. Cuando termine de entender que me hace falta.
Como hizo falta hablar algún día.
(El tiempo que estemos juntos. Pablo Messiez. Edit. Continta me tienes)
18

MONÓLOGO FEMENINO:
NAGORE: Y no aguanto la presión. ¿Vale? Bueno, pues eso. No levanto
cabeza. Tengo ansiedad, sentimiento de culpa y esas cosas. Sin más. No
paro de llorar. Y no lo aguanto más. Llevo un año llorando y ya está. Hago
terapia pero sigo llorando. Me emborracho y sigo llorando. Y además tengo
sentimiento de culpa porque sé que hay problemas mucho más importantes
en el mundo que una desgraciada quejándose de cómo le va la vida,
¿sabes?... El amor es una puta mierda, así que bueno… Me ha costado
entenderlo pero creo que estoy en el buen camino. Me va entrando en la
cabeza, y en el corazón, que es lo más importante. Las relaciones de pareja
son un imposible, pero la puta sociedad de mierda nos ha metido en la
cabeza el rollo de que vas a encontrar al hombre de tu vida, a tu príncipe
azul y ahora me gustaría fusilar en la plaza pública a todo el que ha metido
esas fantasías en mi cabeza desde que soy niña, y nunca me han hablado
de lo que pasa de verdad con las putas relaciones de pareja. Yo nunca he
querido tener a un tío pegado a mi culo, pero mira, me encontré a uno y
estuve quince años con él. ¿Qué te parece? Y encima le echo de menos. Y
perdona mi lenguaje pero por ahora no puedo controlar mi mala hostia
cuando hablo del tema, y hablar mal me sienta bien. Espero que se pase.
Cuando veo una pareja besándose por la calle me dan ganas de vomitar y
de avisarles de todo lo que les va a pasar.
(La respiración. Alfredo Sanzol)
19

MONÓLOGO MASCULINO:
ÍÑIGO:
Acabo de verlos besándose en la calle. Iba subiendo por la Cuesta de Santo
Domingo y al doblar la esquina estaban en la plaza besándose. ¿Y sabéis
que me ha pasado? Por un segundo, por una milésima de segundo, he
tenido la sensación de que era yo el que la estaba besando a ella, porque
primero la he visto abrazada a algo, pero era como si fuese una sombra de
algo. Como si no fuese un hombre diferente a mí. Ha sido como si me
estuviese viendo a mí desde fuera. Me ha venido muy bien para aceptar cuál
es la realidad porque todas las fantasías que tenía yo de cómo serían ellos
dos juntos han desaparecido cuando los he visto juntos de verdad. ¡Los he
visto besándose! La he visto a ella besándole a él como me besaba a mí,
pero nunca la había visto a ella besando. Siempre veía su cara, y su boca, y
sus ojos, y yo tocaba su pelo y su espalda y su culo, pero ahora la he visto
besando a otro, pero tampoco ha sido tan horrible, porque ha sido bonito
verla besando. Ha sido bonito verla besando enamorada, apasionadamente,
aunque estuviera besando a otro. Ha sido una sensación de espacio y de
tiempo muy perturbadora. Como si yo no tuviese que estar donde estaba.
Como si ella no pudiera estar besando sin estar yo con ella. Como si ella no
pudiese hacer lo que estaba haciendo sin mí. Pero claro, cuando me he dado
cuenta de que yo estaba fuera, alejado… la imagen se ha hecho tan fuerte…
Tan dura… Tan pesada… Tan insoportable… que he ido a saludarles.
(La respiración. Alfredo Sanzol)
20

Últimas palabras de Copito de nieve. Juan Mayorga [Teatro 1989-2014].

GUARDIÁN: Al principio no me lo tomé bien. Lo hacía de mala gana, y no hay nada peor que trabajar de mala
gana. No era el puesto que yo había soñado. No era para esto para lo que me prepararon. Tardé un año en
confesárselo a mi mujer: «Soy guardaespaldas de un mono». Me sentía fracasado. Fue ella, mi señora, la que
me hizo ver el aspecto bueno de la cosa. Me hizo ver que no hay en la ciudad nadie tan valioso como él.
Quiero decir, en valor simbólico. ¿Os habéis fijado en el mapita, ahí delante? Los puntos rojos son los lugares
del mundo en que hay gorilas albinos. Mirad Madrid. ¡No hay punto rojo en Madrid! Sigue sin gustarme
limpiarlo, pero ¿a quién podría confiarse esa tarea sin poner en peligro a Copito de Nieve? No come un
cacahuete sin que yo lo pruebe antes, no sea que intenten envenenarlo. En realidad, ya da igual lo que coma,
el final es inminente. ¿Será también el final para mí, como mis enemigos pronostican? No, para mí será el
principio, según mi mujer. A ella se le ocurrió lo de la biografía: «Nadie lo conoce como tú. ¿Quién como tú
puede explicar su visión política, sus hábitos sexuales, los detalles de la autopsia...? Tú ve tomando notas,
que yo te las paso a limpio». Además, he ido guardando cosas que ahora parecen tonterías, pero que, como
ella dice, subirán de precio en cuanto expire. (Muestra algunas de esas cosas.) También conservo
manuscritos en los que grafológicamente podemos comparar escalones de su evolución.(Muestra un papel
con un rayajo.) Firma de Copito a los catorce años, en que son visibles las inestabilidades de la adolescencia.
(Muestra otro papel con rayajo.) Copito en la madurez. (Muestra otro papel con rayajo.) En los años setenta,
Copito vive una etapa emocionalmente convulsa, afectado por la guerra de Vietnam. Y, por fin, Copito en la
senectud. (Muestra otro papel con rayajo.)
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MONÓLOGO FEMENINO. Tristan & Isolda.


Marco Antonio de la Parra.

ISOLDA: Lo vi ¿sabe, doctor? Y me rompió la vida, doctor. Y era como si, no sé, no entiendo mucho. Yo
quiero a mi marido. O, no sé, tal vez ya no lo quiera tanto. Tal vez, no puede ser, no lo haya querido nunca. No
sé, sí, soy un poco coqueta pero, no sé, con él, no sé, era como un amigo. Un amigo de él, además. Amigos
de siempre. Él le dijo que me acompañara en el viaje. Nos conocíamos. Bromas, usted entiende. Todos los
adultos hacemos bromas. Piropos, tonterías. Tonterías. ¿Cuándo una broma deja de ser broma? No sé.
¿Cuándo los asuntos livianos se tornan serios? ¿Cuándo? ¿Cuándo es el límite? ¿El abrazo, el beso, la
caricia en el pecho?... ¿Le conté cuánto me excitaba que me acariciase los pechos?... Yo creo que ahí, sí, ahí,
sí, ahí, sí. Sí, doctor, sí. Me morí, doctor, sí, me morí. Tengo hijos, doctor, tengo hijos. Me quieren. Nos
quieren. Yo...no... me... quiero... separar... nunca... Nunca, ¿me entiende, doctor? Nunca… Nunca... Nunca...

MONÓLOGO MASCULINO. Tristan & Isolda.


Marco Antonio de la Parra.

TRISTÁN:
¿Saben? ¿Saben? Yo no la veía hace tiempo. Hace tiempo. Una mujer increíble, guapísima, fantástica. Que te
llegas a pellizcar de no creerlo, de morirse su cuerpo. Entonces se acerca y me saluda. ¿Tristán? me dice.
¿Cómo estás Tristán?... Ay, mi amor, corazón. ¿No te acuerdas de mí? Cómo no me iba a acordar de ella. Se
mueren si la ven. El pelo lanzado
sobre el hombro. Una blusa negra escotada. Una chaqueta con piel de leopardo. De cagarse, lo juro, increíble.
Y me subo al auto con ella. Y voy a partir, voy a partir cuando... cuando... cuando... me toma las manos... ¿y
saben lo que hace? ¿Saben lo que hace? Me besa las manos... Esa mujer... Esa mujer... me besa las
manos... ¿Me oyen? ¡Me besó las manos! Años sin verla, años, años, años. Y me besa las manos. Y me besa
las manos. Y toda la noche me besó las manos. Toda la noche. Toda la noche. Toda la noche. Toda la noche.
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