Está en la página 1de 154

1

ÍNDICE

Cap. 1 – Regalos  3

Cap. 2 – Entrenando  11

Cap. 3 – Separándose  19

Cap. 4 - Por tu propia voluntad  29

Cap. 5 – Culpa  39

Cap. 6 – Responsabilidad  54

Cap. 7 – Curiosidad  65

Cap. 8 – Normalidad  76

Cap. 9 - Un cambio de escenario  87

Cap. 10 – Rindiéndose  101

Cap. 11 – Conjeturando  116

Cap. 12 – Según recuerdo  126

Cap. 13 – Recuperación  137

2
CAPÍTULO 1 - REGALOS

–Las protecciones mágicas están colocadas, Severus. Todo está en orden.

Qué alegría. Mientras Dumbledore disfruta de las vacaciones, recreándose en las


festividades navideñas, yo estaré recomponiendo a un escindido Harry Potter. Claro
que esto significa que no tendré que soportar esa puñetera broma del sombrero que
nunca deja de darle a Dumbledore ocasión para reírse bien a mi costa. Maldigo en
silencio a Lupin y Longbottom una vez más. Espero que ambos se pudran en el
infierno.

–No te preocupes tanto. Lo harás bien.

Lo haré bien. Por supuesto que lo haré bien. Es Potter quien me preocupa. El
muchacho no puede ni concentrarse en una jodida poción digestiva, mucho menos en
Aparecerse. Irá perdiendo distintas partes de su cuerpo por toda la mazmorra. Y
puedo pensar en un millón de cosas que preferiría hacer durante mis vacaciones antes
que ir por ahí recogiendo los pedazos perdidos de Potter. Supongo que debería
alegrarme de que sólo haya una habitación. Sin embargo, aunque odie admitirlo, estoy
de acuerdo con Albus en que es un entrenamiento necesario. Si el tonto del chico cae
en manos de Voldemort una vez más, al menos será capaz de escapar. Esperemos
que Voldemort también lo sea.

Para. Se me encoge el estómago ante la idea y la suprimo rápidamente. Estoy


desolado por lo mucho que he tardado en ser capaz de reprimir la noticia que me dio
Dumbledore. Me falta práctica, diría yo. Han pasado catorce años desde que hice el
papel de Mortífago. Mis habilidades para la memoria selectiva fueron esenciales
durante aquél tiempo. Era brillante, capaz de engañar incluso a los más efectivos
métodos para descubrir la verdad. Yo era mi propio Guardián Secreto.

Me volveré a entrenar durante las vacaciones.

–Bueno, entonces me voy. Pasaré por aquí dentro de unos días para ver qué tal os va
a los dos. Si las cosas se descontrolan, sabes cómo localizarme. Buenas noches,
Severus. Y saluda a Harry de mi parte, ¿hmm?

Le miro desdeñosamente y él suelta una risita ahogada antes de cerrar la puerta tras
de sí. Tengo la clara impresión de que a este hombre le encanta torturarme. Se me
ocurre que Dumbledore es un sádico. Fuerza a la gente a la amistad igual que
Voldemort fuerza a la enemistad. El tipo de sadismo propio de Dumbledore se acepta
porque no deja cicatrices visibles. Poco menos que ha envuelto al chico en papel de
regalo y lo ha puesto sobre mi regazo –sin molestarse en incluir un puto recibo con el
que pueda cambiarlo por algo que realmente me guste.

Harry Potter, el bizcocho rancio dentro de mi calcetín navideño.

Me acerco a mi escritorio y cojo la botella de vino tinto que he dejado abierta para que
respire. Una pequeña recompensa por superar otro trimestre más sin echar una
maldición a un solo alumno. Me sirvo una copa y voy a sentarme en la más reciente
adquisición de mis aposentos: una mullida butaca de piel verde Slytherin. Un regalo de
Albus. Dumbledore, el Rey de la Sutileza –aunque él no me ha dicho nada. Le

3
pregunté acerca de él y me miró con su habitual destello travieso. Me avergüenza
reconocer que mi resentimiento ante tan presuntuoso gesto me abandona tan pronto
como me siento. Sospecho que debe tener incorporado un hechizo para aliviar la
tensión porque, al sentarme, mi mente se llena de un zumbido suave y agradable y
siento un hormigueo por todo el cuerpo.

Cuando oigo que llaman a la puerta, estoy demasiado feliz para sentirme molesto. Me
arrepiento vagamente de no haberle dado al chico la contraseña para no tener que
levantarme a abrir. Algún débil fragmento de mi casi adormecida conciencia me
ordena que me levante. Una vez en pie de nuevo, me sermoneo severamente por ni
tan solo jugar con la idea de darle al chico libre acceso a mis habitaciones. Resuelvo
no sentarme en la butaca mientras él esté aquí. No podría hacerme responsable de las
amabilidades que pudiera cometer en tal estado.

Me estremezco ante esa idea y abro la puerta.

----------------------------------------------------

Ha pasado una semana desde que Dumbledore le dio un pase para acceder a mi vida
privada. Después de la tercera noche dejó de molestarse en parecer arrepentido.
Ahora tiene la audacia de sonreírme abiertamente cuando abro la puerta. A pesar de
mi gesto amenazador. Me aparto y le hago un gesto con la mano para que entre.
Siempre lo hago. Mi propia consciencia se ha cansado de maldecirme por mi
debilidad, teniendo en cuenta cuán a menudo ha tenido ocasión de hacerlo. En lugar
de eso, le ha dado por reunir todas sus protestas y desatarlas todas a la vez en
ataques de autodesprecio aleatorios. Estos ataques ocurren normalmente justo
después de despedirme del chico por la noche.

Pasa a mi lado rozándome y noto que ha traído consigo una mochila bastante grande.

–¿Te mudas aquí, Potter? Déjame adivinarlo, le has pedido permiso al Director,
¿verdad? A lo mejor tienes otro pase.

Me echa una mirada. Y pone los ojos en blanco burlándose. De mí.

Esto se ha convertido en un suceso demasiado habitual. Su total desprecio hacia mis


intentos de provocarle nunca cesa de dejarme sin habla. Cualquier otro alumno de
este colegio se encoge de miedo ante mí y antes se morrearía (1) con una
mandrágora que provocar mi ira. Potter la ignora sin darle más importancia. Le lanzo
un comentario malévolo y él pone los ojos en blanco. Estoy desconcertado por su
insolencia. El chico merece morir.

Para.

–Pensé que, ya que nos tenemos que ir por la mañana y no queda nadie en Gryffindor,
podría quedarme aquí. Si le parece bien. Yo me quedaré en el sofá, esta vez–. El
chico tiene la cara dura de fingir que tengo elección. El jodido sabe muy bien que le
dejaré quedarse. Aunque por mi vida que no puedo entender por qué, exactamente,
voy a dejarle que se quede.

4
Disfrutas de su compañía. Por supuesto que no.

Elijo la salida más digna: no responder a la pregunta implícita. No voy a echarle de una
patada, pero me niego a extenderle una invitación. Cierro la puerta y vuelvo hacia la
chimenea. Me siento en la silla que traje a Hogwarts desde la mansión.

Oigo cómo el chico deja su bolsa y se acerca.

Mira fijamente la butaca y luego me mira con una sonrisa irónica. Cree que la he
comprado para acomodarle a él. Me alegra desilusionarle.

–Es un regalo –aclaro.

–¿De quién?

–Tu mayor fan.

–¿Hagrid?

Enarco una ceja y hago una mueca. Él sonríe. Maldito chico.

–¿No le gusta?

–Tiene algo raro. Creo que podría estar encantado. Puedes sentarte ahí.

Resopla, pero acepta mi invitación. Observo cómo le invade el mismo alivio que yo
había experimentado. Sus párpados tiemblan y se cierran, y yo intento no pensar en lo
que esa imagen me sugiere. Su boca se curva en una sonrisa satisfecha y suspira. Yo
apuro mi copa de vino.

–Oh, vaya… oh, qué bien –susurra obscenamente. Soy vagamente consciente de que
mis ojos se han abierto el doble de su tamaño. Cambio de postura en la silla y trato de
no fijarme en cómo sus labios están entreabiertos. Gime de gusto y abre los ojos. Me
mira soñadoramente.

–Dios. Quienquiera que le regaló esta butaca debe apreciarle un montón. ¿Está
seguro de que no quiere sentarse aquí?

Yo habría resoplado ante ese comentario, pero el sonido de su respiración


entrecortada, seguido de un susurro: “Dios, noto como si fueran dedos…” me llena de
una furia repentina. Mis ojos huyen frenéticamente del orgásmico muchacho y se
paran en la botella de vino apoyada al lado de la butaca que está abusando
sexualmente de mi alumno. Me inclino hacia delante para cogerla. Me paro en seco
cuando una mano toca mi hombro.

–Snape, tiene que probar esto –susurra distraídamente.

Un dilema. Puedo correr el riesgo de exhibir las mismas reacciones en esa butaca en
la que, aparentemente, no he pasado el tiempo suficiente en absoluto, o puedo seguir
observando cómo el chico se excita. Ninguna de las opciones se me antoja apetecible.
O decente.

5
El chico se levanta y yo aplaudo en silencio su autocontrol. Se sienta en la otra silla y
me pongo de pie mirándole seriamente desde arriba.

–Adelante.

No me muevo cuando se levanta, animándome con gestos a sentarme en la butaca.


Me encuentro demasiado aturdido por el hecho de que me esté empujando
físicamente como para evitar caerme de espaldas. Aterrizo en el asiento,
pecaminosamente blando, y me reclino de forma automática. El agradable zumbido
inunda mi cerebro y, de nuevo, empiezo a sentir un hormigueo en mis músculos. Me
oigo suspirar, pero parece que no puedo controlarlo. No podría decir cuánto tiempo
llevo sentado aquí cuando los “dedos” que Potter había mencionado entran en acción.
Mis ojos, que no era consciente de haber cerrado, se abren de repente. Puedo ver a
Potter sonriéndome pero no soy capaz de regañarle por ello porque esos dedos han
paralizado mi voluntad y empezado a trabajar sobre todo mi cuerpo, despojándome
sutilmente de cualquier vestigio de buen juicio. Alguien gime y me doy cuenta de que
he sido yo, pero se me olvida horrorizarme por ello.

Una débil voz dice: –Feliz Navidad, Profesor.

----------------------------------------------------

De alguna manera consigo despegarme de la butaca. El estado de consciencia vuelve


a mí tan rápidamente que casi me vuelvo a caer sobre ella. Mi cuerpo se parece un
poco a una masa de pan bien trabajada y parece que mi cerebro se ha vuelto de la
misma sustancia. El chico se ha tumbado sobre la alfombra, delante del fuego, y
parece dormido. Me impresiona la belleza de su rostro en el cálido resplandor de la
lumbre. El fuego proyecta sombras que bailan sobre su cara, creando un
extraordinario juego de ilusiones. Me arrodillo junto a él y pongo mi mano en su pecho
con intención de despertarle, creo.

–Harry.

Abre los ojos de repente. Sonríe. –¿Está bien? –Su voz me devuelve el juicio, y puedo
sentir cómo los músculos de mi cuello se tensan bajo su peso. –Me ha llamado
“Harry”. Creo que la butaca le ha confundido–. Se ríe.

–Dumbledore –refunfuño y miro con desdeño al mueble culpable. Se me ocurre que


había querido decir mucho más que “Dumbledore”.

Bosteza y se estira. –Creo que podré dormir esta noche. ¿Tiene una manta de sobra?
–Mi cerebro se queda atrás y le miro fijamente con expresión estúpida. He decidido
que esa butaca es un peligroso objeto de Artes Oscuras que ralentiza los procesos
mentales del usuario hasta tal punto que deja hasta a los magos más poderosos
incapaces de defenderse. He decidido buscar el fabricante y presentar una queja ante
el Ministerio. ¿Por qué me daría Dumbledore tal objeto? Se me encoge el estómago.
Tal vez no fue él; tal vez alguien lo introdujo aquí. Lucius puede haberlo puesto aquí,
sabiendo que me sentaría en él, pensando aprovecharse de mi estado de confusión.
Podría haber conseguido que Draco lo hiciera.

6
¿Sabe él que he estado trabajando con el chico? Quizá intente venir esta noche y
llevarse a Harry. Potter, me corrijo.

–¿Profesor? ¿Está seguro de que se encuentra bien?

–Potter, dormitorio–. Él abre mucho los ojos, sorprendido. Me pregunto qué diablos le
ha pasado al resto de esa frase.

–¿Por qué?

–No. Ahora. Vete –gruño, y luego analizo la frase. Faltan palabras. Había empezado
como “No discutas conmigo, pequeño demonio, ahora no es el momento. Vete”. No
importa. Parece que le ha llegado el mensaje. Me doy cuenta de que, probablemente,
no debería dejarle volver solo. Tendré que acompañarle.

–Bueno, está bien. Pero no lo entiendo. ¿Qué ocurre?–. Veo que está preocupado
pero no enfadado. Va a coger sus zapatillas deportivas y se acerca a la butaca para
sentarse y ponérselas. Farfulla algo a lo que no presto atención. Estoy demasiado
ocupado intentando convencer a mi boca para que diga “No te sientes ahí”.

–No te –consigo decir justo en el momento en que se sienta. Me mira como si


estuviera loco.

–¿No te qué? –dice finalmente.

–Silla. Ahí. Yo–. Alguna parte de mi cerebro está formando pensamientos coherentes,
pero parece estar desconectada de la parte que controla el lenguaje. Noto como mi
boca se mueve, pero no oigo nada.

–Oh. Lo siento, no debí haberme dormido mientras usted estaba en la butaca. La


mujer a la que se lo compré no me dijo que te hace papilla el cerebro.

Oigo las palabras en seguida. Cada uno de los sonidos tiene su propio significado.
Intento enlazar los significados y al final lo consigo, después de unos minutos. Por
supuesto, mi concepto del tiempo ha sido absorbido por ese cuero maléfico, así que
puedo estar equivocado sobre cuánto tardé realmente.

–¿Tú? Mi. Pero. ¿Por?

Decido no hablar hasta que mi cerebro recupere su consistencia original y siento cómo
el pánico se apodera de mí cuando considero que tal vez nunca pueda volver a hablar.
Este pánico está teñido de rabia dirigida hacia el maldito muchacho ahí sentado. Estoy
furioso con él, y aún más furioso por no poder decirle que lo estoy.

–Es su regalo de Navidad. Pensé que sería perfecto para usted. Es decir, le vendría
bien un poco de relajación. Tal vez no debería sentarse en ella tanto tiempo la próxima
vez. En serio, deberían poner una advertencia o algo así.

Mi mente está gritando: “Lárgate ahora mismo de aquí, antes de que te eche una
maldición, capullo. Me voy a la cama. ¡Buenas noches!”

Me oigo decir: –Ahora. Te. Capullo. Cama. Buenas –. Si aún fuera capaz de
sonrojarme, podría haberlo hecho en ese momento. Renuevo mi voto de silencio y

7
empiezo a preguntarme si podría alzar mi varita y decir “Obliviate” antes de que él
pudiera esquivar el hechizo. Después de mirarme con la boca abierta durante un
momento, se desternilla de risa doblándose en dos. Aprieto los labios para no hablar y
luego me vuelvo y camino apresuradamente hacia mi dormitorio.

Puedo oír cómo trata de calmarse detrás de mí, resollando entre risas. Cierro la puerta
tras de mí dando un portazo.

------------------------------------------------------

Abro los ojos súbitamente y la luz de una lámpara ahuyenta las imágenes de un sueño
desagradable. No puedo recordar de qué trataba, pero el fantasma de la pena persiste
a mi alrededor. Me levanto de la cama y miro la hora –cinco y media. Miro hacia el
sillón y veo que el chico no está allí. Debe haber vuelto a su dormitorio –espero que
temiendo por su vida.

No sin aprensión, pruebo mis habilidades verbales. Inspiro profundamente y digo: –


Soy Severus Snape–. Esto ha salido bien. Quizás algo un poco más complejo. –Soy
Severus Snape, Maestro de Pociones en la Escuela Hogwarts de Magia y Hechicería y
siervo contratado de Albus Dumbledore.

Todo parece estar en orden y reconectado. Mi cuerpo está rígido y mi rostro muestra
su ceño habitual. Suspiro con alivio y me dirijo a la sala de estar, donde pienso pasar
la mañana trabajando para recuperar mis habilidades de memoria selectiva. Me aferro
a la vaga esperanza de conseguirlo antes de verme atrapado en la habitación con el
chico. Ya es bastante difícil mantener la concentración cerca de él sin que me torture
el saber que podría morirse en cualquier momento. Las palabras de Dumbledore me
atormentan una vez más: “Si alguien matase a Lord Voldemort, Harry perecería”.

Resoplo al descubrir que estoy agradecido de que el Señor Oscuro sea tan
jodidamente difícil de matar.

El Señor Oscuro Que Vivió. En realidad, su logro es merecedor de muchas más


alabanzas que la supervivencia accidental de Potter. Él consiguió llevar a cabo un
ritual que ha matado a todos los que lo intentaron excepto a dos. No, no lo ha llevado
a cabo completamente, me recuerdo a mí mismo. Sólo ha terminado una parte del
mismo –pero la parte difícil, igualmente. La mayoría de los magos, incluso la mayoría
de los magos oscuros, no son lo bastante siniestros como para siquiera considerar
hacer este ritual. De todas las formas de obtener la inmortalidad, Voldemort escogió la
más malvada. Ciertamente, el hombre insiste en alcanzar la excelencia. Una parte de
mí está impresionada, una vez más, por su poder.

Asqueada, pero impresionada.

Me sacudo de encima ese pensamiento y voy a sentarme en mi silla habitual. Miro con
odio una vez más a la maldita incorporación a los muebles de mi sala de estar,
mientras la rodeo. Mi mirada de odio desaparece cuando descubro un cuerpo
acurrucado en el asiento. Suspiro. Se acabó lo de meditar. Me siento en la silla de

8
enfrente y observo al chico mientras duerme, maldiciéndole por no haber huido
aterrorizado anoche.

Mientras mis ojos se deslizan sobre su cara, pálida y relajada por el sueño, me
encuentro invadido por una emoción indescifrable. Intento apartar de mí la certeza de
que esa cara nunca conocerá los signos del envejecimiento. Las líneas de la
experiencia y la sabiduría que marcan las del resto de nosotros no mancillarán su piel.
Nunca será hermoso. Nunca dejará de ser hermoso.

Está soñando. Observo cómo su rostro se contrae y sus ojos se mueven bajo los
párpados. Sus labios resecos se mueven formando palabras silenciosamente. Gime
suavemente y frunce el ceño, y luego murmura cosas sin sentido. Me encuentro
deseando que su sueño sea agradable e intento convencerme de que sólo quiero
evitar otra escena emocional. Se me corta la respiración cuando veo que su cara se
contrae en una mueca de dolor, y me muerdo los labios con aprensión cuando su
aliento se vuelve entrecortado.

Antes de darme cuenta de lo que hago, he cruzado el espacio que separa los dos
asientos. –Potter –susurro, y alargo la mano para sacudirle por el hombro. Al tocarle,
el chico grita y agita el brazo salvajemente, y un puño crispado colisiona bruscamente
con mi nariz. Me caigo al suelo de espaldas.

Te lo merecías, patético imbécil. Agarro mi herido apéndice y me pregunto vagamente


dónde he puesto mis pelotas. Parece que las he extraviado.

–Oh, Dios. Profesor, yo–. El chico se desliza desde la butaca y se arrodilla ante mí.
Aparta mi mano de mi cara. –Lo siento. Creí que era… cuando… mm. Lo siento–. Al
principio temo que la butaca le haya quitado la capacidad de hablar, y luego recuerdo
que él nunca ha podido construir frases completas.

El contacto me ha sorprendido más que hacerme daño. Me recupero rápidamente y


me pongo en pie –¿Qué demonios estás haciendo aquí? Creía haberte dicho que
volvieras a tu habitación.

–Oh, estaba… quiero decir, me sentía mal… ya sabe. Por lo de la butaca. Estaba…
preocupado. Por usted. Así que me quedé–. Preocupado. Se supone que debía estar
preocupado por lo que yo le haría una vez recobrase el juicio. Muchacho estúpido. –
Pero ahora parece encontrase bien.

Sí, estoy bien. ¿Pero cómo ha podido pasar la noche en la butaca sin ser reducido a
un pegote de masilla tartamudo?

–¿Qué le has hecho a la butaca? –le pregunto. Su sonrisa avergonzada se convierte


en astuta y le odio por ello.

–Usé la palabra clave.

Espero. No le voy a preguntar cuál es la palabra. Quiere que lo haga y lo está


esperando. Sus ojos buscan los míos y me mantiene la mirada, desafiándome. Oh,
joder, esto es ridículo. –Bueno, ¿vas a decírmela o no?

Sonríe burlonamente y parece demasiado satisfecho de sí mismo. –Harry.

9
Por supuesto.

(1) N. de la T.: en el original “snog”, que significa “besarse con lengua”. Ante la
variedad de expresiones existente en los distintos países hispanohablantes,
optamos por la expresión más comúnmente utilizada en España.

10
CAPÍTULO 2 - ENTRENANDO

–Bueno, ¿en qué vamos a trabajar esta vez?

–Aparición.

Se queda boquiabierto y veo aprensión en su mirada. Por lo menos, el chico sabe lo


suficiente sobre esto como para estar asustado. Casi estoy impresionado.

–Pero no tengo la edad suficiente.

–¿De repente te preocupa saltarte las normas, Potter?

Por supuesto, no tiene nada que ver con la ley. Pero le gustaría que yo lo creyera.
Disfruto observando cómo flaquea ese dichoso valor de los Gryffindor. De pronto, me
apetece hacer esto mucho más que antes.

–Es sólo que, ¿qué ocurriría si yo, ya sabe... esto... Perdiera… algo?

Me permito una sonrisa siniestra y burlona. En las trémulas sombras que proyectan las
antorchas en la habitación, imagino que debo parecer el mismísimo diablo. Traga
saliva con nerviosismo y se mueve inquieto. Me pregunto si debería decirle que está
relativamente seguro con las protecciones mágicas que hay colocadas y que todas las
partes de su cuerpo permanecerán, al menos, en la misma habitación que él. No.
Dejémosle que sufra.

–Entonces te sugiero que lo hagas bien.

Abre mucho los ojos y asiente débilmente. Inspira profundamente y puedo ver cómo se
arma de valor para enfrentarse a la tarea.

–Comenzaremos esta tarde. Tal vez quieras intentar dormir antes un poco más. No
quiero tener que andar buscando tu cabeza porque no puedes concentrarte como es
debido.

Parpadea. Luego asiente. Luego parpadea un poco más. Asintiendo de nuevo, camina
hacia la cama y se deja caer de espaldas sobre ella con un suspiro. Le sigo y me
tumbo en la cama vecina, pero sin intención de dormir. Si el chico se queda callado,
entonces podré trabajar en mi propio entrenamiento. Le oigo quitarse los zapatos y
gatear bajo las mantas.

Respiro profundamente y me concentro en llevar toda mi energía desde mi cuerpo


hasta mi mente. Entrenarse uno mismo para reprimir información a voluntad es muy
difícil de conseguir. La primera vez que adquirí esta habilidad fue como Mortífago y
luego la usé de nuevo como espía para Dumbledore durante aquellos días que he
venido llamando el Primer Asalto. El truco consiste en ligar toda la información y el
sentimiento que acompaña a esa información con una palabra clave aleatoria y
aparentemente sin conexión con ellos. Para esto, he elegido la palabra Moksha (1),
que debo relacionar inextricablemente con mi concepto de Harry Potter, de forma que
la información no se pierda irreversiblemente. Ni la tortura ni el Veritaserum
funcionarán para desentramar la información entretejida una vez el proceso se haya

11
completado. La palabra será algo así como una bandera roja y, si todo va según lo
planeado, conscientemente me avisará de que hay información almacenada dentro de
ella, pero para extraer dicha información necesitaré realizar un proceso de
autohipnosis para desligarla.

Sólo puedo suponer la razón por la que no ha funcionado aún. Antes, cuando utilizaba
esta habilidad, era cuestión de vida o muerte. Ahora es meramente cuestión de salvar
mi cordura. Autoprotección mental. La empatía que despierta dentro mí conocer el
destino del chico mina mi decisión, y sentir algo hacia el chico que no sea un vago
sentido del deber es inaceptable. Por no mencionar peligroso.

Comienzo a concentrarme en la palabra, manteniendo una clara imagen mental de ella


hasta que cada inspiración, cada latido de mi corazón la alimenta. Cuando ya no hay
nada más en mi mente, revivo la conversación con Dumbledore.

–Creo que es hora de que conozcas la verdad sobre Harry. Lo que te voy a contar,
Severus, el chico no puede saberlo. Pero creo que es hora de que sepas cuan
importante es tu trabajo...

Sus palabras se transforman en las hebras con las que se teje la palabra Moksha.
Queda teñida por la aprensión y el mal presentimiento que recuerdo haber sentido en
aquel momento.

–Estoy seguro de que conoces la búsqueda de la inmortalidad de Voldemort. Ha


probado numerosos hechizos antes de decirse por uno -tal vez el más oscuro y
siniestro posible. El ritual tiene dos partes. La primera parte lleva años de preparación
y es horriblemente dolorosa. Implica separar el alma del cuerpo. La mayoría de las
personas mueren antes lograrlo. Voldemort ha logrado el primer cometido.

Nauseas. Ira. Un vago sentimiento de asombro teñido de envidia. Las emociones


rugen a través de mí una vez más. Corren por mis venas y fluyen hacia esa palabra.

–Para sobrevivir a este ritual...

–¿Profesor Snape?

La queda voz me hace regresar al presente y, por un momento, me siento


desorientado. Abro los ojos y comienzo a ser consciente de mi cuerpo, del frío de la
habitación, del chico en la cama de al lado. La palabra se disuelve en mi consciencia,
barrida como si fuera polvo. Maldita sea.

----------------------------------------------------

–¿Está despierto?

Antes de que pueda detenerlo, un gruñido de frustración se escapa de mi garganta. –


¿Qué ocurre? –digo bruscamente.

–¿Puedo morirme? –pregunta, y me entra el pánico.

12
–¿Qué?

–Por escindirme, quiero decir.

Me pregunto si mi suspiro de alivio es audible. –No seas ridículo, Potter. ¿Realmente


crees que el Director permitiría que murieras? – La frase queda suspendida sobre mi
cama durante un momento antes de caer y golpearme sólidamente en el estómago.
Respiro profundamente para tranquilizarme. –No, no puedes morir. Lo peor que puede
pasar es que quedes irremediablemente desfigurado–, le tranquilizo, y sonrío con
satisfacción al imaginar la expresión de su cara.

–Pero, ¿cómo es posible? Quiero decir, ¿cómo puede una persona dividirse en
trocitos y continuar viva?

El chico está pensando como un Muggle. Y un Muggle estúpido, además. ¿Se le ha


ocurrido alguna vez preguntar cómo alguien puede coger un trozo de basura y
transportarse a un lugar totalmente diferente con él? No. ¿Se le ha ocurrido preguntar
cómo el psicópata de su padrino puede ser capaz de transformarse en un cánido sin
cambios aparentes en su capacidad mental? No. ¿O cómo Voldemort fue capaz de
separar su alma de su cuerpo y seguir vivo?

Por supuesto, él no sabe esto último.

–La respuesta a su pregunta, señor Potter, requeriría el escaso y valioso tiempo que
tenemos para completar su instrucción. En resumen, usted puede vivir porque sus
partes no se separan de su cuerpo. Simplemente se distancian. Si está interesado en
saber más sobre la física de la magia, le sugiero que haga una visita a la biblioteca. O,
tal vez, podría preguntar a su amiga Granger. Estoy seguro de que se ha tragado
varios cientos de libros sobre el tema. Ahora, cállese y vaya a dormir.

–¿No se cansa nunca de ser mezquino? –Su voz no delata ningún signo de ira.
Pregunta con una curiosidad distante. Haciéndolo todavía más irritante. ¿Cómo se
atreve a preguntarme?

–¡¿Cómo dices?!

–Porque la verdad es que usted no es mezquino–. Que síiiii, grita mi conciencia con
infantil indignación.

–En el fondo, quiero decir.

–Aunque sería fascinante escuchar tu análisis sobre mi fondo, Potter, tengo que insistir
en que recuerdes con quién estás hablando. Puede que lo hayas olvidado, pero soy tu
Profesor. Te exijo que me demuestres el respeto que mi posición merece. ¿Queda
claro? –Mi voz tiembla con rabia contenida y estupefacción de que una vez más haya
cruzado la línea bien definida que separa nuestras posiciones. Se queda en silencio y
siento una punzada de triunfo. La punzada de triunfo se transforma rápidamente en
una punzada de irritación cuando continúa.

–No estoy siendo irrespetuoso. Sólo pensaba... –Se detiene y mi cerebro intenta
encontrar a toda velocidad un comentario que le haga callar. Comienzo a preguntarme
si eso sigue siendo posible. –Sabe, la pasada noche cuando estaba sentado en esa
butaca, se le veía tan... diferente. Quiero decir, su rostro. Parecía, no lo sé, contento.

13
Fue agradable. Sólo me gustaría que otras personas supieran cómo es usted
realmente.

Cómo soy realmente. Que Merlín me ayude, pero siento curiosidad. Decido dejar que
el chico se tropiece con sus propias palabras y se ahogue en su propia estupidez. –Ya
veo. ¿Y cómo soy realmente, señor Potter? Por favor, ilumíneme con sus profundas
percepciones sobre mi ser.

Le oigo incorporarse y puedo sentir sus ojos sobre mí. No soy capaz de mirarle. –
Bueno, es usted imposible, para empezar. Y es sarcástico e insidioso. Pero debajo de
todo eso, es usted realmente una buena persona–. Ese pequeño bastardo. ¿Cómo se
atreve? Rechino los dientes y él continúa. –Quiero decir, le irrito hasta decir basta.
Pero usted sigue haciendo todo lo posible para ayudarme. Y no puede decir que todo
lo hace por Dumbledore. Podría haber perdido su trabajo aquella noche en que me
dejó quedarme en su habitación, pero me dejó de todos modos. Y Dumbledore no le
obligó a dejarme venir a visitarle por la noche. Tan sólo me dio permiso. Podría haber
dicho que no, pero no lo dijo. Sé que no le gusto, así que esa no es la razón. La otra
única explicación es que, en lo más profundo de su ser, usted es una buena persona.
Creo que haría lo mismo por cualquiera.

Dejo que el chico termine y cada palabra que pronuncia añade carbón a ese fuego que
es mi rabia. Estoy mudo de asombro. No sé ante qué acusación reaccionar primero. El
chico me ha acorralado en una esquina. Si digo que no haría esto por cualquiera,
podría llegar a la absurda conclusión de que me preocupo por él. Si no niego que me
preocupo por ayudar a la gente, llegará igualmente a la absurda conclusión de que soy
buena persona. Ya, claro.

–¿Se le ha ocurrido, señor Potter, que he tolerado su presencia simplemente porque


los patéticos despliegues emocionales con los que me ha abordado este último
trimestre me han asqueado hasta el punto de preferir tolerarle rondando por mi cuarto
durante la noche antes que ser testigo de sus melodramáticas escenas? –Le miro y
veo su rostro, sin expresión alguna de nuevo. El alivio me embarga.

–¿Es eso cierto? –Su voz se quiebra; se aclara la garganta y dice, –¿Realmente es así
como se siente?– Me estremezco y me digo a mí mismo que es debido al frío en el
ambiente y que no tiene nada que ver con ese algo en su voz. Me armo de valor y
respondo.

–No, Potter. En realidad, mi ambición secreta es ser el consejero de chicos con


problemas.

–Así que sí cree que estoy loco. Lo siento, Profesor, de ahora en adelante no tendrá
que tratar conmigo o mis sentimientos.

–Oh, por los dioses. Potter, deja de actuar como un niño. No permitiré que te hagas el
mártir en mi presencia.

Se tumba y me da la espalda. Me levanto de la cama e intento determinar si estoy


contento o no por haber resucitado la aversión que el chico siente por mí. Mi
conciencia me aplaude, otro lado más débil me maldice por ser un gilipollas insensible.

Afortunadamente, mi conciencia somete adecuadamente a la otra parte de una


bofetada.

14
----------------------------------------------------

–Concéntrate, Potter–. Nuestros dos primeros intentos han ido relativamente bien. De
todos modos, mejor de lo que había esperado. Infundir miedo, recuerdo, es uno de los
métodos más efectivos de enseñanza. Lo he usado en mi clase durante años. Si los
alumnos tienen miedo, prestan mayor atención a lo que están haciendo. Hay
excepciones, por supuesto. Neville Longbottom es incapaz de hacer algo bien incluso
frente al miedo de sufrir una muerte dolorosa.

Por supuesto, me asombra la repulsión que me atraviesa cuando tengo que


recomponer los trozos que va dejando atrás. Es desasosegante ver al chico sin labios.
Apenas puede ocultar su vergüenza y la humillación no beneficia a su concentración.

–Recuerda, tienes que ser consciente de cada parte de tu cuerpo, hasta tus uñas. Las
puntas de tu pelo. Imagínate completamente. ¿Ya tienes la imagen? –Respira hondo y
cierra los ojos. Tras un momento, asiente. –Bien. Ahora proyecta esa imagen a través
de la habitación. Inténtalo de nuevo–. Frunce el ceño por la concentración y, de pronto,
desaparece con un “pop”.

Bueno... más o menos.

Se me ocurre que he olvidado recordarle que también debería ser consciente de su


ropa. Le oigo aparecer con un “pop” al otro lado de la habitación en el mismo momento
en que veo cómo sus ropas caen al suelo. Deja escapar un gritito y veo fugazmente un
trozo de piel desnuda que se tira al suelo fuera de mi ángulo de visión. Estallo en
carcajadas.

La hilaridad del momento corta la tensión que había crecido entre nosotros desde
nuestra disputa de esta mañana. El chico ha sido profesional y obediente y me digo a
mí mismo que estoy agradecido por ello. Por lo menos, debería estarlo. Aunque no
estoy descontento, de alguna manera no estoy tan satisfecho como pensé que estaría.
Su falta de expresión no es un intento de jugar conmigo. No es para irritarme. Se está
protegiendo a sí mismo. O tal vez a mí. Probablemente a los dos.

Recojo sus ropas con cuidado para asegurarme de que no ha perdido ninguna parte
de su cuerpo. No hay ninguna. Lo que significa que el chico ha tenido éxito. No tiene
poco mérito tras sólo tres intentos. Lo único que queda por hacer es practicar para que
pueda hacerlo sin pensar. Satisfecho con nuestros progresos, cruzo la habitación y le
alcanzo su ropa. Me la arranca de las manos y me giro, dándole la espalda.

–Estoy impresionado, Potter. Lo has hecho mejor de lo que hubiera esperado.

–Claro. Jodidamente perfecto–, refunfuña. –Disculpe, lo sé. Mi lenguaje.

–Le pasa a todo el mundo, Potter. La Aparición es difícil de controlar. Alégrate de que
sólo hayas perdido los calzoncillos. Podría haber sido mucho peor.

–Vale. Ya puede darse la vuelta.

Me giro cuando él comienza a ponerse la camiseta. Mi mirada queda atrapada en el


sutil sendero de vello negro bajo su ombligo que conduce hacia sus vaqueros, y no

15
consigo dejar de mirar antes de que su camiseta lo cubra. Mis ojos se alzan para
encontrar los suyos y compruebo que se ha dado cuenta de que le he estado mirando
boquiabierto. Busco en sus ojos el miedo que espero ver, pero no está. Me mira con
una débil luz de confusión en sus ojos, acentuada por... otra cosa.

Aparto mis ojos con aire de culpabilidad.

–Creo que deberíamos hacer una pausa –digo y entonces me maldigo por faltarme el
aliento. Saco mi varita e invoco té y sandwiches desde Hogwarts. Sentado a la mesa,
intento disipar la imagen que ahora parece quemarme la conciencia. Unos momentos
después me sigue y se sienta.

Él come en silencio. Yo me ahogo en el asco que siento hacia mí mismo.

------------------------------------------------------------

–Buenos días.

Está sentado en la cama con las piernas cruzadas y parece que ha estado
observándome. Parpadeo para ahuyentar el sueño.

–¿Qué hora es? –Miro el reloj sobre la mesilla de noche y parpadeo de nuevo para
asegurarme de que veo correctamente. –¿Qué está haciendo despierto a las tres de la
mañana, Potter? –Pregunta estúpida.

–No estaba cansado –miente. Estaba durmiendo profundamente cuando yo conseguí


dormirme. Me siento y enciendo la lámpara. Ahora puedo verle bien y me doy cuenta
de que detrás de sus gafas sus ojos están enrojecidos por la falta de sueño. Sonríe sin
fuerzas. –Lo siento si le he despertado.

–No lo has hecho. Yo... –tuve un sueño. Un sueño muy perturbador y no del todo
desagradable, que me avergüenza haya salido de mi cerebro. ¿Cuál es mi maldito
problema? El chico tiene quince años. Se me encoge el estómago mientras las
imágenes pasan fugazmente ante mí. Agito la cabeza físicamente para sacudírmelas
de encima. –No me has despertado.

–Estaba sonriendo. Es una pena que se despertara –dice torpemente, y entonces


parece reparar en la admisión implícita en su afirmación. –No es que yo... esto, yo no
estaba. No importa. Lo siento–. Cae sobre su almohada, pero sus ojos permanecen
abiertos.

–Potter...

–Sólo le estaba observando porque me calma. Lo siento. No lo volveré a hacer–. Hay


rencor en su voz y resentimiento. Quiero echárselo en cara, pero soy no capaz de
hacerlo. Por su parte, me ha ocultado casi todas sus emociones durante las dos
semanas que llevamos aquí. Ha insistido en mantener la promesa que hizo el primer
día que volvimos. No le puedo culpar por observarme mientras duermo. Yo he hecho

16
lo mismo en numerosas ocasiones. Es bastante tranquilizador. Y si necesitaba
calmarse, entonces...

–¿De qué trataba tu sueño? –pregunto, despojándome así del título de “Bastardo
Mezquino y Sin Corazón” que había insistido en conservar.

–No lo... –comienza y luego suspira. –No quiero hablar sobre ello.

–De acuerdo. Entonces dime solamente si tiene algo que ver con Voldemort–. La
impaciencia resuena en mi voz y me maldigo por ello. Y entonces me pregunto por qué
tendría que maldecirme por algo así. Esto era de esperarse. El chico está siendo
obstinado.

–No. Mire, no era nada.

Cierro fuertemente la boca para evitar regañarle. Una vez que me he calmado lo
suficiente, hablo. –No es que me incumba, pero creo que si no hablas sobre lo que te
está molestando, nunca podrás superarlo–. Ahí lo tienes. Me he convertido
oficialmente en el terapeuta del chico. Te arrepentirás. Ya lo estoy.

–Le he dicho que no era nada. Dios, es usted la persona más difícil de entender que
he conocido en mi vida–. Se da la vuelta para mirarme. Sus ojos se entrecierran y
arden con furia. Me quedo sin respiración. –Primero me llama maldito bebé llorón y al
minuto siguiente espera que le abra mi corazón. ¡Tal vez sea usted quien tiene que
superar algo, Profesor!–. Se tira de espaldas y se cubre el rostro. Clavo los ojos en él
con desprecio y finjo no darme cuenta de tiene algo de razón.

–Potter...

–Sí, lo sé. Que cuide mi tono.

Bobo insolente. –Como tu profesor, estoy obligado a velar por tu bienestar.

Resopla con indignación. –No se moleste. Hay gente suficiente que se preocupa por
mi bienestar–. Estoy de acuerdo mentalmente, y tengo intención de expresarlo
verbalmente, cuando él suspira con fuerza y dice, –¿Podemos simplemente parar, por
favor? No quiero pelear con usted, Profesor. Siento lo que he dicho–. Su voz se
quiebra bajo el peso de su súplica y mi propia ira se desvanece.

Cierro los ojos y la discusión se repite en mi cabeza. Se me ocurre que el motivo se ha


perdido en algún punto de la misma y que, de alguna manera, yo soy culpable. De
pronto me siento ridículo de que él y yo vayamos a pasarnos la noche dándole vueltas
al asunto. Pero el único camino para remediar la situación...

No.

–Potter...

No lo hagas.

–Me disculpo.

Idiota sin agallas.

17
–Deberías saber que mi oferta para hablar contigo era sincera y sigue en pie. Muy
pocas personas pueden entender por lo que has pasado, pero creo que me puedo
incluir entre ellas.

El silencio que sigue a mi oferta lo es suficientemente largo como para que la bestia
imprudente que la hizo reciba una concienzuda azotaina por parte de mi conciencia, mi
orgullo y, extrañamente, mi corazón. Finalmente, una risa sin alegría rompe el silencio.
–Gracias, Profesor. Pero realmente no lo entiende–. Ese granuja. ¿Cómo se atreve a
rechazar mi generosidad? ¿Qué más quiere? ¿Que vaya hasta allí y le acaricie la
cabeza como su mamá?

–Maldita sea, Potter. Si no me cuentas qué demonios te ocurre, te embrujaré por


hacerme quedar como un tonto.

–Pero, Profesor, no puedo...

–Potter, suéltalo.

–Soy gay –se le escapa. –Creo.

Tiene razón. No le entiendo. Otra cosa más para reprimir cuando mi cerebro vuelva a
funcionar correctamente. De pronto oigo la inconfundible voz de una botella de brandy
llamándome desde mi baúl. Salgo de la cama para ir a cogerla, determinando empezar
a escuchar a mi conciencia de nuevo. Una vez que se haya recuperado del shock.

N. de la T.: “Moksha” designa el concepto de “liberación espiritual” según el


hinduismo.

18
CAPÍTULO 3 - SEPARÁNDOSE

—Lo siento, no debería habérselo contado.

—Joder, claro que no deberías habérmelo contado. ¿Por qué lo has hecho? —digo
bruscamente y me echo un buen trago de mi vaso.— Realmente, Potter. ¿De todos los
problemas que podrías haber compartido conmigo, por qué demonios elegiste ése?

Se sienta en la silla enfrente de mí y se encoge de hombros; sus ojos enfocan el suelo


entre nosotros. —Le dije que no querría saberlo, pero usted insistió. Además, de todas
formas usted ya lo había adivinado.

—¿¡Qué!? —¿De qué demonios está hablando?

—La última vez que estuvimos aquí.

Mi mente rebusca en mi memoria y lo encuentro. Seguro que tú también eres


marica. Se me encoge el estómago.¡Idiota! —Potter, entonces solo estaba intentando
provocarte. Déjame asegurarte que la noticia me toma totalmente por sorpresa. —Y
ese no es el asunto que nos ocupa—. Y cuando me ofrecí a hablar contigo, era
respecto a tu sueño.

Le fulmino con la mirada. Me mira a los ojos momentáneamente y luego aparta la


mirada. Me parece ver un rubor que tiñe sus mejillas. Caigo en la cuenta de que
estamos hablando de su sueño. Siento nauseas. Y me siento ligeramente herido por el
hecho de que él me estaba mirando para calmarse después de tener esa clase de
sueño. Ignoro a mi vanidad e intento convencerme de que es mejor que la alternativa.
Apuro mi vaso y me sirvo otro.

—¿Puedo beber un poco de eso? —Le miro fijamente durante un instante y espero a
ver si oigo una voz discrepante en mi cabeza. Mi conciencia no parece haberse
recuperado todavía. Con un suspiro, invoco otro vaso y se lo doy. —Gracias.

—¡Salud! —murmuro y bebo. Nos quedamos sentados en silencio durante un largo


rato y yo intento encontrar mi calma. Hay un modo profesional de tratar esto. Estoy
bastante seguro de que sentir una estupefacción horrorizada no es el modo
profesional. Soy un profesor. Y es el trabajo de un profesor el de guiar... Oh, coño, yo
no soy un modelo de conducta. Ciertamente, el chico debería haberse dado cuenta de
ello cuando me lo soltó. Al infierno con la profesionalidad. Cuando alzo la mirada de
nuevo, le encuentro mirándome fijamente. Sonríe.

—Creo que usted se siente incluso más incómodo por ello de lo que yo lo estoy. —Da
un sorbo su bebida y luego hace una mueca, estremeciéndose.

—Uhm. Y déjame que te diga por qué. Hay ciertos aspectos sobre la gente que no me
interesa conocer. La sexualidad ocupa el puesto más alto entre ellos. ¿Sería exponer
lo obvio decir que no me concierne?

Se bebe lo que le queda en el vaso de un solo trago y luego me lo extiende


expectante. Le sirvo otro. —Ten cuidado con eso. No quiero tener que llevarte a la
cama, —digo y, entonces, me ruborizo por primera vez en veinte años. Potter, a pesar

19
de su propio sonrojo, se ríe. Pequeño idiota de las narices. Hago una mueca
despectiva y bebo, intentando ignorar mi declaración que, ahora, ha decidido dar
vueltas dentro de mi cabeza.

—Me siento mejor —dice. Enarco una ceja. —Desde que llegamos aquí, las cosas han
estado raras.

—Interesante. Yo diría que las cosas acaban de empezar a ponerse raras.

—¿Tanto le molesta?

—Sí.

—Lo siento. Por algún motivo, pensé... No importa. —Escudriña mi rostro por un
instante y entonces vuelve sus ojos hacia el fuego.

—¿Qué?

—Pensaba que usted... lo entendería.

Mierda. Joder. Maldición. Mi conciencia vuelve a la vida, tosiendo y escupiendo, y


niega frenéticamente con la cabeza. Inspiro profundamente. —Ya veo.

—Entonces, usted no lo es. Gay. —Sus ojos encuentran los míos una vez más y, esta
vez, aparto yo la mirada.

No contestes a eso.

—No estoy aquí para discutir mi orientación sexual.

Oh, eso ha sido brillante. Podrías haberte pegado también un triángulo rosa en medio
del pecho y haber bailado por toda la habitación cantando “We are Family”. Maldita
sea.

Una sonrisa que dice “lo sabía” aparece juguetona en sus labios. Se lleva el vaso a la
boca para ocultarla.

—Lo que sea que crea haber descubierto sobre mí, señor Potter, sus pequeños co-
conspiradores no necesitan saberlo.

—Oh, Dios. Profesor, incluso si quisiera contárselo, que no quiero, no sabría ni por
donde empezar a explicarles cómo lo averigüé. Aparte, si alguien debiera estar
preocupado, ese soy yo. Usted es el “Rey de Slytherin”, ¿recuerda?

Sonrío burlonamente ante la referencia a mi mapa. El chico no reconocería el ingenio


ni aunque le mordiera en el culo. —No te preocupes, tu oscuro secreto está a salvo
conmigo. —Mi voz destila sarcasmo, pero viendo al chico no creo que haya captado el
sutil insulto.

—Lo sé. Confío en usted.

Definitivamente no lo ha captado. Y ahora ha conseguido, una vez más, hacerme


sentir incómodo. —Dijiste “Creo”. ¿He de interpretar eso como que no estás seguro?

20
Se encoge de hombros. —¿Creo que estoy seguro? —Una pregunta. Ni siquiera está
seguro de si cree que está seguro. Resoplo con impaciencia.

—Bueno, ¿qué es lo que te hace pensar que eres gay? —Bebe un gran trago y baja
los ojos. Suspiro. Él insistió en sacar este tema, ¿por qué demonios tengo que ser yo
el que le sonsaque los detalles? —Así que, ¿no te gustan las chicas? Hubiera creído
que tú y Granger...

—¡Por Dios, no! —tose y hace una mueca. —¡Es mi amiga! No creería el artículo de
Skeeter, ¿verdad?

Sonrío ante el recuerdo. Uno de mis momentos más canallas. Ignoro un deseo
nostálgico de volver a aquellos días en que aún era capaz de reducir al chico a la
humillación y la rabia. Por supuesto, no había considerado el artículo. Y, ciertamente
no soy lo suficientemente estúpido como para creer lo que se escribe en las revista
para brujas. —Entonces, no te sientes atraído hacia las chicas.

—Bueno, estaba aquella chica de Ravenclaw. Pero eso podría haber sido sólo porque
era una jugadora bastante buena de Quidditch.

Ahogo una risa. Así que sentía atraído por la escoba de la chica. El cliché es casi
demasiado. —Sí, del Quidditch al amor... solo hay un paso.

Me mira con expresión recriminatoria, y luego sonríe. —Muy gracioso.

—Bueno, pues, ¿te atraen los chicos? —casi digo hombres, pero me paro a
tiempo. Ten cuidado con lo que deseas...Para.

—No lo sé.

—Oh, por el amor de... Potter, si no sabes si te atraen los chicos y no sabes si te
atraen las chicas, ¿cómo narices has llegado a la absurda conclusión de que eres
gay? —¿Cómo narices me he liado en esta conversación?

—Bueno, ¡es lo que estaba intentando averiguar antes de que usted insistiera en que
le contase qué me pasaba! —grita, disculpándose inmediatamente después.
Permanecemos sentados en silencio por un momento antes de de que hable de
nuevo. —¿Cuándo lo supo usted? Quiero decir, cómo...

Su voz se apaga. Ahora hemos llegado a la parte de la conversación en la que yo me


maldigo por haber ralentizado con alcohol mi capacidad para pensar con rapidez. Hay
algunas cosas que un chico no debería saber sobre su padre. La ironía me golpea tan
fuerte que la cabeza me da vueltas y casi olvido la pregunta del chico.

—¿Profesor? Perdone. Si no quiere contarme...

—Yo era joven. Desarrollé ciertos sentimientos por un amigo de la infancia. —Un
antiguo amargor repta sobre mi lengua. Me lo trago con lo que queda en el vaso. No
soy capaz de mirar al chico, que, recuerdo una vez más, es la viva imagen de su
padre. Excepto los ojos —el único rasgo notable que poseía aquella horriblemente
aburrida mujer.

—Entonces, ¿qué pasó?

21
Oh, lo hicimos unas cuantas veces. Él decidió que era hetero, decidió contar a todos
sus amigos que yo era un pervertido y que le acosaba, antes de que decidiera casarse
con la mujer viva menos interesante del mundo. Entonces se puso en el lado
equivocado de una maldición mortal y diez años después su hijo gay regresó para
atormentarme.

Pensándolo mejor: —Nada. Se volvió hetero y yo no.

—Eso es triste. Lo siento.

Sí, deberías sentirlo. —Casi lo he olvidado —Embustero.

----------------------------------------------------

Decido que procede un rápido cambio de tema antes de que sucumba al impulso de
destruir el pedestal sobre el que el chico ha colocado a su padre. No es que no me
encantara ver cómo la ilusión del chico se hace añicos y se dispersa a su alrededor,
pero algo me dice que yo saldría peor parado. Entierro el tema lo más lejos de mi
mente consciente que puedo y desvío la atención hacia otro tema.

—Vale, ya que estamos teniendo esta pequeña charla íntima, voy a insistir en que me
cuentes lo que quiero saber. Quiero que me cuentes tus sueños. —Se queda con la
boca abierta y se sonroja. —No esos sueños, chico estúpido, tus pesadillas. ¿Qué
estabas soñando la noche en la que casi me rompiste la nariz?

La vergüenza se desvanece y su rostro se vuelve inexpresivo una vez más. Mi


paciencia empieza a agotarse. —Potter, solo cuéntamelo.

Sacude la cabeza débilmente. —Es estúpido. —Comienzo a pensar con nostalgia en


mi armario de pociones de Hogwarts, donde se encuentra un pequeño vial de cristal
que hubiera tenido al chico contándome su vida y milagros durante horas. Maldición,
sabía que se me había olvidado meter algo en la maleta. Le dedico una severa mirada
y él suspira con resignación. —A veces sueño con la noche de la tercera prueba. Es
solo que aquella... bueno, aquella noche estaba soñando con ella de nuevo y usted me
tocó en el hombro del que Cola—... Pettigrew tomó mi sangre. —Baja la mirada y
sacude la cabeza de nuevo. —Profesor, en realidad no quiero hablar de esto.

De pronto, no quiero oírlo. He escuchado fragmentos de la historia que me contó


Dumbledore. Lo que he oído es suficiente como para helarme la sangre. La idea de
obtener la historia de primera mano, completa con todo el bagaje emocional, me aterra
hasta casi sacarme de quicio. Mira fijamente el interior del vaso y casi puedo
escucharle pidiéndome que pare. La comprensión viene a mí como de ninguna parte,
pero resuena claramente a través de la niebla inducida por el brandy.

—Te culpas a ti mismo, ¿verdad? —La pregunta cae de mi boca, pero una vez fuera
no me arrepiento. Parpadea y entonces niega con la cabeza.

—Sé que no es culpa mía. —Se aclara la garganta.

22
—Una cosa es saberlo. Creerlo es bastante diferente. Sé como funciona, Potter.
Revives la escena en tu cabeza una y otra vez y te centras en todos los fallos que
cometiste, intentado encontrar una manera para evitar la muerte de Diggory, para
evitar quedar atado, para prevenir que el Señor Oscuro recuperara su cuerpo. ¿Estoy
en lo cierto? —Sé que lo estoy. He jugado tantas veces a este juego que me he hecho
agujeros en el estómago. Casi me tira de espaldas el darme cuenta de cuánto
tenemos en común el chico y yo. De repente, comprendo por qué he sido yo a quien
se ha elegido para ayudarle.

La has hecho buena, ¿a que sí? Cállate.

—Por favor, pare —susurra.

La desesperación en su voz me llena de reticencia. Decido no insistir más. —Lo haré.


Pero Potter, tienes que dejar de hacer esto. O acabarás como yo. —Alza la vista y
sonrío con complicidad. Me devuelve una sonrisa y me siento agradecido de verla. Me
percato de que no debería sentirme tan agradecido. Bebo con ganas e intento
ahuyentar la voz en mi cabeza que gruñe, “No tendrá tiempo de acabar como tú,
¿verdad?”.

—Así que, ¿qué estaba soñando usted esta noche, Profesor?

Por segunda vez en veinte años mi cara recuerda cómo ruborizarse y por billonésima
vez desde que conocí al chico, le maldigo. Mis ojos se apartan apresuradamente y los
maldigo también por ello. —Eso no te concierne, Potter. —Te concierne mucho más
de lo debido, Potter. Intento hacer que mi tono sea lo más intimidante posible.

—Hipócrita.

Touché.

----------------------------------------------------

Nos vamos esta tarde y acabo de darme cuenta de que Dumbledore no ha venido
todavía para ver cómo estamos. Se me encoge el estómago cuando pienso en lo que
eso puede significar. Doy por sentado el hecho de que este viejo murciélago nos
sobrevivirá a todos. Pero ahora, me enfrento a la comprensión de que el hombre es
mortal. De que es posible que muera. Considero brevemente lo que su muerte
significaría para el resto de nosotros. Para el chico.

Mi intención es proteger al chico mientras viva, Severus.

¿Y después? ¿Qué sucederá entonces? Una elección. Sí, y menuda elección sería
esa. Sacrificarse por el bien de la humanidad, o vivir y dejar que Voldemort establezca
su reinado de terror sólo para acabar con él con el tiempo. Un ladrillo bastante grande
se instala en mi estómago y yo resisto el impulso de temblar. Las palabras “no es
justo” corretean por mi mente y las ahuyento, recordándome a mí mismo que no hay
justicia en el mundo.

23
—¿Está usted bien?

—Miro al chico al otro lado de la mesa y compruebo mi expresión. Me parece normal.


Enarco una ceja, pero no hablo. No me fío de mi voz, debido al considerable nudo que
se me ha instalado en la garganta.

¿Qué ocurre? Sus ojos escudriñan los míos y siento curiosidad por saber cómo el
chico ha discernido que algo va mal. Aparte del ataque pasajero de rubor de la otra
noche, aún soy capaz de mantener una expresión imperturbable.

Me aclaro la garganta. —Nada. ¿Por qué?

—No sé. Usted no, eh... —El chico se encoge de hombros. —No importa. —Vuelve su
atención hacia su libro de texto de Historia de la Magia y continúa leyendo. O fingiendo
que lee, pero lo aparenta bastante bien.

Se me ocurre que si Voldemort ha conseguido llegar hasta Dumbledore, el chico


podría saberlo. Voldemort insistiría en asesinar al anciano él mismo, de eso estoy
seguro. Pero seguramente el chico diría algo. —Potter, ¿has tenido últimamente algún
sueño relacionado con la actividad de Voldemort? ¿Te ha molestado la cicatriz?

Intento mantener una voz neutral, pero me mira con aprensión. —No últimamente.
¿Por qué? —No me siento aliviado del todo. Podemos saber por la cicatriz del chico si
ha ocurrido algo, pero no podemos estar necesariamente seguros de que no haya
pasado nada, si la cicatriz no indica actividad.

—Sólo por curiosidad —murmuro e intento ignorar su mirada de sospecha.

—Algo va mal. Sólo dígame qué es. Por favor.

—No pasa nada. Estudia. —Puedo ver por su expresión que no tiene intención de
escucharme. Tensa los labios con tozudez.

—Mire, yo formo parte del problema con Voldemort tanto como usted —insiste. Más,
me atrevo a decir. Para. —Si algo ha sucedido, debería decírmelo. Al final, voy a
averiguarlo.

—No sé si algo ha pasado, Potter. Y no voy a dejar que te preocupes por nada. —
Levanto la voz y le lanzo una mirada severa. El maldito chico no vacila.

—Si no fuera nada, usted no estaría preocupado —insiste. —¡Por Dios, deje de
intentar protegerme! Tengo derecho a saberlo, ¿no?

—Solo me preocupa que el director no nos haya hecho ninguna visita. Probablemente
no sea nada. —Eso no es del todo cierto. Si Dumbledore no ha venido todavía, tiene
que haber alguna razón. El chico me mira boquiabierto y entonces contempla su libro
en silencio. Ha palidecido.

—No cree... —no acaba la frase.

—Es un mago muy poderoso —digo, tanto para confortarle a él como a mí mismo. He
visto a Dumbledore ejercer ese poder en toda su extensión en muy pocas ocasiones.

24
Cada vez, me sirvió como un potente recordatorio de por qué, exactamente, elegí
unirme a él.

—Si él... si algo le ocurriera al Profesor Dumbledore... ¿quién le protegería a usted? —


Soy consciente de que me he quedado con la boca abierta. ¿A mí? Esa debería ser la
última de sus preocupaciones. Es, al menos, la última de las mías. Me doy cuenta, no
sin un sentimiento de horrorizada confusión, de que mi mano se ha movido a través de
la mesa y ha comenzado a dar palmaditas a la del chico para confortarle. Por mi vida,
que no recuerdo cuándo se ha movido hasta ahí. Sus dedos se entrelazan con los
míos y no soy capaz de obligarme a retirarlos. Mi corazón se acelera de pánico. Él me
los aprieta.

----------------------------------------------------

—Dos minutos. ¿Estás seguro de que lo tienes todo? —Asiente y la expresión de su


rostro es de cautela. Me pregunto si está pensando en Dumbledore, pero no le
preguntaré. No quiero revelar mi propia preocupación. Alza su mirada hasta encontrar
la mía y me pongo tenso.

—Profesor, ¿iba en serio lo que dijo de mí, eh, sobre rondar sus habitaciones? —De
repente aparta la vista y se arma de valor para esperar mi respuesta. Maldita sea. El
chico lo ha vuelto a hacer. Mi mente corre a buscar una manera diplomática de decirle
que le está permitido visitarme sin darle la impresión de que le quiero allí. No diría que
disfruto de su compañía. Pero he llegado ha aceptarle como parte de mi rutina diaria y
no me gusta cuando mis rutinas se ven perturbadas.

—¿Qué sucede, Potter? ¿No se ha cansado de mí todavía? —Se me ocurre que


probablemente no quiero una respuesta honesta a esa pregunta. Y al mirarle puedo
ver que va a dármela. Contengo el aliento.

—A pesar de lo mucho que va a cabrearle escucharlo, usted me gusta... estar cerca


de usted, quiero decir. No como... Vale. Soy un imbécil. —Se frota la cara con las
manos y me río ante su azoramiento. Entonces recuerdo que debería sentirme irritado.
Joder. —No sé. Usted me calma.

Yo le calmo. Otra vez esa palabra. Lástima que él tenga exactamente el efecto
contrario sobre mí. Mi irritación toma el control. —¿Cómo es que te calmo? De verdad,
Potter. ¿Hago lo posible por ser desagradable contigo y eso te calma? ¿Eres
masoquista o simplemente demasiado lerdo para darte cuenta? —Le miro con furia y
el me sonríe con suficiencia. Reviso mi exposición para ver si encuentro algo digno de
hacerle sonreír así.

—Quizás calmar no sea la palabra adecuada. Pero usted... simplemente me siento...


normal cuando estoy cerca de usted. Y no es desagradable todo el tiempo. Y cuando
lo es, es algo que ya espero. Es... bueno, es usted. Es parte de usted.

—Desde luego tienes numerosas ideas sobre quién crees que soy.

—Ya, no dormir por la noche le deja a uno un montón de tiempo para pensar.

25
Mi turno de sonreír con suficiencia. —Pasa las noches pensando en mí, ¿verdad?

Se ruboriza. Yo también podría haberlo hecho, si no fuera porque es la hora del


Traslador.

----------------------------------------------------

Aterrizamos y me pregunto vagamente cómo el chico logra mantener ese equilibrio en


el campo de Quidditch. Se cae sobre mí y yo me caigo sobre esa maldita butaca que,
afortunadamente, no está en funcionamiento en ese momento. Si hubiera estado en
marcha podría no haberme dado cuenta de que Dumbledore está sentado en la silla
de enfrente, ni hubiera tenido la presencia de ánimo de empujar al torpe chico fuera de
mi regazo.

—Bienvenidos. Confío en que todo haya ido bien.

—Albus —Mi intención es reprocharle el haberme preocupado, pero me detengo


cuando reconozco esa mirada en sus ojos. Algo ha sucedido. Y alguien ha muerto. Me
quedo frío y me falta el aliento.

—Profesor Dumbledore, estábamos preocupados de que algo le hubiera ocurrido. —


Albus desvía los ojos de mí hacia el chico y sonríe con tristeza.

—Quizás deberías sentarte, Harry. —Alzo la mirada el tiempo suficiente para ver al
chico palidecer y dejarse caer al suelo. Un estremecimiento me atraviesa. Si se
requiere la presencia del chico, entonces se trata de alguien a quien conoce. Intento
evitar que mi mente repase una lista de posibles víctimas de asesinato.

—¿Qué ha ocurrido? —digo. Quién ha sido, pienso.

—Mientras vosotros dos estabais fuera, me temo que... —respira hondo y puedo ver
furia en sus ojos. Una vez más me siento intimidado por el poder que desprende este
hombre. La calma regresa a su rostro y continúa, mirando a Potter. —Harry, Hagrid ha
sido asesinado. —Se me encoge el estómago y no soy capaz de mirar al chico o a
Dumbledore. Cierro los ojos y acallo la furia que ruge en mi interior. El frío penetra
dentro de mí lentamente, automáticamente. Puedo sentir como mis rasgos se tensan.
Este reflejo no ha desaparecido. Probablemente nunca lo hará.

—¿Cómo? —La voz del chico es tan firme como la mía. Lo cual me sobresalta. Abro
los ojos para ver esa maldita expresión en su rostro y le maldigo. Y me maldigo a mí
mismo por ponerla ahí. No es normal. Él no es normal.

—Había accedido a acudir a los gigantes como enviado. Alguien lo averiguó. Estaba
atravesando el Callejón Knockturn cuando sucedió. —El chico asiente como si lo
hubiera esperado. Muy a mi pesar, comienzo a preocuparme por él. Me digo a mí
mismo que solo está conmocionado por la noticia y que reaccionará más tarde. De
repente, pienso que quiero ver un estallido emocional. Y me alarma lo mucho que
quiero verlo. Quiero que llore y que se enfade como un chico normal. De algún modo,
me convencería de que él va a estar bien.

26
Vuelvo la vista hacia Dumbledore y veo que me ha estado mirando. Reconozco esa
expresión como su expresión contemplativa y me estremezco. En un instante, ha
desaparecido. —Harry, me pregunto si podrías disculparnos un momento. —El chico
se incorpora y Dumbledore le detiene. —El Profesor Snape y yo estaremos en la
habitación contigua.

Tanto decir de hablar abiertamente, pienso con rencor mientras me obligo a


levantarme. Hipócrita. Camino rápidamente hacia mi dormitorio y espero a que el
hombre me siga. Entra y cierra la puerta tras él. Sonríe y yo ahogo palabras amargas.

—¿Ha ido todo bien? —pregunta. Asiento impaciente. —Bien. —Se detiene como si
intentara componer con cuidado lo que sea que quiere contarme. Se me acaba la poca
paciencia que me quedaba.

—Ve al grano, Albus.

—Severus, he sido muy insensible contigo y me disculpo por ello.

A estas alturas debería estar acostumbrado a que este hombre me deje sin habla.
Pero nunca cesa de... bueno, de dejarme sin habla. Intentaré recordar que tengo que
enfadarme por ello después. Por ahora, estoy demasiado ocupado mirándole
boquiabierto.

—Mi preocupación por Harry me hace, a menudo, estar ciego ante las necesidades de
otros. Has sido amable al permitírmelo.

La próxima persona que me acuse de ser amable se va a encontrar con algunas


partes esenciales de menos. Cierro la boca de golpe para que no salgan varias
maldiciones que, de pronto, han hallado el camino hasta la punta de mi lengua.

—Pero me pregunto por el precio que esto se ha cobrado en ti. Has sacrificado
generosamente tu tiempo libre y tu privacidad. Te he cargado con un secreto terrible.
Has sobrepasado lo que tenía derecho a esperar de ti, Severus. Lo siento.

—¿A dónde quieres llegar con esto, Albus? —La pregunta se me escapa antes de
tener la oportunidad de detenerla. Me dejo llevar por mi enfado al ser tratado con
condescendencia por este hombre. A menudo me ocurre en su presencia. Soy
perfectamente consciente de lo que he sacrificado, muchas gracias. Sigue adelante
con el asunto.

—Te estoy relevando de tus obligaciones.

Se me encoge el estómago y no sé exactamente por qué. Me siento como un niño al


que le arrebataran su regalo de Navidad nada más abrirlo. Y al reconocer ese
sentimiento me abofeteo mentalmente por ser un estúpido. Debería sentirme
entusiasmado. Es lo que quería, ¿no?

—El entrenamiento que ya has proporcionado al chico será suficiente para mantenerle
a salvo. No le hace falta tu presencia necesariamente durante las vacaciones.

—¿Y qué hay sobre sus visitas a media noche? —Mi voz es ronca y un abismo que se
ha creado en mi estómago está absorbiendo lentamente mi capacidad para mantener
la calma. Respiro profundamente.

27
—Por supuesto, esa es tu decisión. Siempre lo ha sido. Si prefieres que paren,
siempre puedo encontrar otra cosa que el chico pueda hacer por las noches, para que
no se pasee por pasillos que desaparecen. —El hombre sonríe con cariño y yo me
estremezco.

—¿Y qué pasa con lo de querer que yo sea su hombro sobre el que llorar? —La
amargura y el sarcasmo son todo lo intensos que deberían y estoy agradecido por ello.
Me mira fijamente y yo enderezo mis hombros y afronto su mirada.

—Sería injusto para Harry que la persona sobre la que elija volcarse esté ahí por
obligación. Fue una estupidez por mi parte pedirte eso. Ahora bien, en el caso de que
decidieras continuar con vuestra amistad, sería por tu propia voluntad.
Me armo de valor e ignoro una tensión en mi estómago. Ni siquiera necesito pensar en
ello. La elección está hecha. Siento cómo mi cuerpo se enfría y se me aclara la
garganta.

—Muy bien, Albus. Procura evitar que chico haga cosas estúpidas.

El anciano me mira por un momento antes de suspirar y desearme un buen día. Puedo
oírle llamando a Potter e indicándole que se vaya con él, y luego oigo como la puerta
de mis aposentos se cierra suavemente. En algún lugar dentro de mí, otra puerta se
cierra de un portazo.

28
CAPÍTULO 4 – POR TU PROPIA VOLUNTAD

Me siento en la mesa de profesores e intento no darme cuenta de que él me está


mirando fijamente, sus ojos ardiendo, traicionados, resplandeciendo en su cara, por lo
demás, inexpresiva. Temo mi clase de Pociones de quinto curso con renovada
intensidad. Ha pasado un mes desde que rompí todo contacto con el chico, y no
parece haberse recuperado todavía. Las primeras dos clases fueron, con diferencia,
las peores, y me costó reafirmar mi posición como profesor suyo. Cuatro noches de
diversión con Filch y el chico aprendió a mantener su insolencia bajo control. La
transición no fue ni remotamente tan dura como suprimir mi propio impulso de echar
una maldición a las caras preocupadas de Weasley y Granger. Como si el chico
necesitara su compasión. ¿No se dan cuenta de que sólo se lo hacen pasar peor?

Para. Maldición. Este instinto de protección que he desarrollado hacia el chico es


irritantemente tenaz. Incluso he tomado la costumbre de dejar mi mapa en mi oficina
para no pasarme noche tras noche observando cómo vaga entre las estanterías de la
biblioteca, donde Dumbledore lo encierra para mantenerle a salvo. Como si eso fuera
a retrasar el viaje sin escalas del chico hacia una crisis nerviosa, pienso amargamente.
Y luego me pongo freno una vez más.

Esto no es problema tuyo.

Él no es problema tuyo.

Suena la campana, señalando el fin de la pausa de mediodía, y me aparto de otra


comida más que no he consumido. Mientras camino hacia las mazmorras, me preparo
mentalmente para otro enfrentamiento silencioso con el chico. Al menos, me consuelo,
la ola de sentimentalismo que siguió a la muerte de Hagrid ha decrecido. Las
expresiones públicas de emoción deberían ser prohibidas por la ley. Y a aquellos que
tienen la audacia de lloriquear en mi clase deberían sellarles los lagrimales
definitivamente. Tuve que contenerme para no engañar a esos pequeños mocosos y
hacerles preparar una poción que hiciera justamente eso.

A la gente se le debería enseñar que las emociones no tienen lugar fuera de sus
aposentos privados. Yo lloré a ese bobo gigante de una forma digna de él –con una
pinta de cerveza negra y mis buenos deseos de una vida eterna feliz en aquel gran
zoo del cielo. Por Hagrid, y que le muerdan una vez al día y que los dragones
calienten su cama.

Paso por mi oficina a recoger mis cosas, antes de irrumpir por la puerta que comunica
con la clase. Los alumnos aún están entrando y me vuelvo hacia la pizarra para
escribir los ingredientes de una poción para hacer crecer el pelo. Empiezo a pensar a
quién someteré a la prueba. Un Gryffindor y un Slytherin, para ser justo. Ya no puedo
aguantar las constantes quejas de McGonagall diciendo que la he tomado con sus
alumnos.

¿Pero a quién escogeré esta vez? No puedo, de ningún modo, correr el riesgo de
darle la poción de Longbottom a alguno de sus compañeros de clase que no se lo
merezca. Adopté la resolución de no matar a los alumnos si puedo evitarlo. En cuanto
a mis propios alumnos: a Malfoy ya le toca vivir una experiencia como conejillo de
indias, pero mi pequeño Cadete Mortífago En Prácticas iría corriendo a contárselo al
bastardo de su padre, quien, una vez más, intentaría que me despidieran de forma que

29
él pudiera entregarme personalmente al Señor Oscuro con un puto lazo rojo atado a
mi condenado culo. Crabbe y Goyle ya se parecen de manera desconcertante a unos
simios. Parkinson —pobre niña fea, ni siquiera yo soy tan cruel. Suspiro y me decido
por el muchacho Thomas y por Nott.

Acabo de terminar de escribir el último ingrediente en la pizarra cuando me percato de


su presencia. Me estremezco bajo el aura de amargo resentimiento que le acompaña
a la clase. Para cuando me doy la vuelta, no obstante, él ya no me está mirando. Está
siguiendo a Finnigan con los ojos. Se me ocurre que está embobado mirando el culo
del chico y, lo que es más, ni siquiera se molesta en hacerlo con discreción. Mi sonrisa
de desprecio se acentúa y me aclaro la garganta. Todos los ojos se vuelven
obedientemente hacia mí, excepto los suyos.

—Hoy mezclaréis una poción para hacer crecer el pelo. Parkinson, tú probarás la tuya
en Nott. Señor Potter —sus ojos se vuelven hacia mí ahora y los míos se entrecierran,
mirándole. Sonrío malvadamente y su mirada se endurece—. Como parece costarle
mucho apartar su atención del señor Finnigan, le permitiré que le dé a probar al objeto
de sus afectos un poco de lo que puede ofrecer.

Se queda con la boca abierta momentáneamente, antes de cerrarla con un chasquido.


Los Slytherins sueltan risitas quedas y los Gryffindors se vuelven para ver a Potter
mirándome con el más profundo de los odios. Puedo ver a Finnigan de reojo, con la
cara de un violento tono rojo. Weasley tira de la túnica de Potter para desviar su
atención y, después de un momento, aparta la mirada. La clase se calma y empieza a
preparar la poción mientras intento combatir una repentina y extraña ola de
arrepentimiento.

He traicionado la confianza del chico —reclamando el título de Bastardo Mezquino y


Sin Corazón que sacrifiqué la noche en que me reveló su secreto.

----------------------------------------------------

Me siento en mi oficina revisando una pila de exámenes sorpresa con los que me sentí
inspirado a sorprender a mis clases de la tarde después de mi enfrentamiento con
Potter. Mi ataque sobre Potter, me corrijo. Intento decirme a mí mismo que le habría
hecho lo mismo a cualquier estudiante que se fijara tan descaradamente en sus
compañeros de clase. Pero eso no es verdad. Tomé la decisión consciente de ignorar
la lujuria adolescente hace mucho tiempo. Mi tiempo y energía se emplean mejor
criticando los asquerosos preparados que los alumnos intentan hacer pasar por
pociones.

Fui contra el chico. Injustamente. Siempre lo has hecho. Otra ola de remordimiento me
atraviesa. En contra de mi buen juicio, mi mente empieza a hurgar en el pasado para
localizar las razones iniciales de mi profunda necesidad de atormentar al chico. No
tiene que cavar demasiado hondo para llegar a un recuerdo recientemente
recuperado.

James. Sí, vale. Odiaba al chico a causa de James —él era la culminación final de la
traición de James. Pero eso no tiene nada que ver con lo que ha ocurrido hoy. Y hace
mucho que aprendí a odiar a Harry Potter por sus propios méritos. Como su

30
extraordinario parecido con el chico que convirtió tu adolescencia en un infierno en la
tierra. Para.

No soy ajeno al sentimiento de culpa, pero sentirme culpable por un comentario


insidioso es ridículo. Y me niego a analizar demasiado las razones de éste. Fue algo
perfectamente normal. El chico debería agradecérmelo. Aquel que quiere mantener en
secreto su sexualidad no debería mirar boquiabierto los culos de sus compañeros. Y
los otros alumnos posiblemente atribuirán mi comentario a que estoy siendo malvado,
como de costumbre. No he hecho nada malo.

Invierto todos mis esfuerzos en concentrarme en el montón de pergaminos que hay


sobre mi mesa. Siento que mi mente se aclara misericordiosamente cuando mojo mi
pluma en la tinta roja. Obtengo un siniestro placer reprendiendo a la clase
Hufflepuff/Ravenclaw de segundo curso por su falta de preparación. Por la mitad de la
pila, oigo que llaman a la puerta. Echo una mirada al reloj y trato de recordar a quién
he puesto un castigo.

—Entre —. No levanto la vista de mi trabajo. Esta técnica siempre ha probado ser


efectiva para despojar completamente a mis alumnos de toda la confianza de que se
arman con objeto de llamar a mi puerta para empezar. Habitualmente, tras una pausa
penosamente larga (penosa para ellos, pecaminosamente divertida para mí) chillan
débilmente: “¿Profesor Snape?”. Les identifico por el sonido de sus voces y no les he
dado el beneficio de mi atención.

Tras una pausa más larga de lo normal, digo impaciente: “¿Qué pasa?”. En el instante
en que las palabras abandonan mi boca, sé de quién se trata. Mi corazón comienza a
latir con fuerza y la adrenalina corre rápidamente por mis venas. ¿Luchar o Huir?

Luchar. —¿Tiene pensado mirarme fijamente toda la noche o quería alguna cosa,
señor Potter?

—Ni siquiera puede mirarme, ¿verdad?

Endurezco mis facciones mentalmente y levanto la vista hacia él. Su expresión es


igual que la mía, pero sus ojos están vivos de rabia. Intento hacer que los míos brillen
de la misma forma, pero sólo consigo reflejar un vago resentimiento. Me doy por
vencido. —¿Y bien? No recuerdo haberte puesto un castigo. ¿Por qué estás aquí?

Su mandíbula se mueve como si quisiera decir algo y se queda en silencio. Me vuelvo


absurdamente inseguro bajo su mirada furiosa. —Si no tiene nada que decir, señor
Potter, entonces le pediré que me disculpe.

Huir. Me pongo en pie y empiezo a recoger pilas de pergamino de mi escritorio al azar.


De no se sabe dónde, me viene la idea de que debería estar encerrado a salvo en mis
aposentos, disfrutando de otra velada de borrachera y olvido. ¿Por qué no se me ha
ocurrido ese pensamiento en primer lugar? Paso a su lado y abro la puerta, indicando
que debería irse. No es que tuviera mucha fe en que lo fuera a hacer.

—No—. Su voz es fría y peligrosamente grave. Podría haberme sentido impresionado


por su capacidad para resultar intimidante, pero estoy demasiado ocupado rogándole
silenciosamente que se vaya.

—No, ¿qué?

31
—No, Profesor, no le voy a disculpar—. Su autocontrol se quiebra y grita: —¿Cómo
diablos pudo hacerme eso? ¡Joder, yo confiaba en usted!

Ni siquiera se me ocurre reprocharle su lenguaje. Me ocupo en luchar por dominar la


culpa que había alejado antes razonando. Calmo mi respiración y digo: —Tal vez, a
partir de ahora, te lo pensarás dos veces antes de comerte con los ojos a los alumnos
en mi clase.

—¿Celoso? —dice entre dientes. La palabra se desliza bajo mi piel y tiemblo con gran
indignación.

Suena terriblemente familiar, ¿verdad? —Veinte puntos menos para Gryffindor, Potter.
Lárgate.

—¿Sólo veinte? ¿Por qué no cincuenta? Mejor aún, quíteme todos los jodidos puntos,
Profesor. ¡Me importa un carajo!

—Vete —digo..., o, más bien, intento decirlo, pero la palabra se atasca en mi garganta,
que no para de estrecharse, y escapa sonando más bien como el último y áspero
aliento de un hombre moribundo. Él se sienta en la silla frente a mi escritorio y pone la
cabeza entre sus manos. Cierro la puerta por si empieza a gritar otra vez —lo último
que necesito es que los otros alumnos sepan que le consiento este comportamiento.
¿Y por qué le estoy consintiendo este comportamiento? Se me revuelve el estomago
de odio a mí mismo.

—¿Qué demonios quieres, Potter? ¿Viniste aquí esperando una disculpa? ¿Eres de
verdad tan tonto como para creer que conseguirías una?

—Quiero saber por qué ha cambiado —murmura, y su resentimiento resuena más


fuerte que sus palabras.

—Dígame, ¿en qué he cambiado? En los cuatro años y medio que lleva aquí, señor
Potter, ¿le he tratado alguna vez de forma diferente a como lo hice hoy? Ciertamente,
¿no será tan inocente como para creer que con un par de tête a tête conmigo se
ganaría mi afecto?

Estudia mi cara por un minuto y puedo ver cómo intenta presentar un argumento.
Empieza con cuidado: —Tiene razón. Usted nunca ha sido amable conmigo en clase.
—¡Ajá! Casi llego a creer que he acabado en efecto con esta tontería, hasta que
dice—: Pero yo no soy mi padre, Profesor. —Se me va toda la sangre de la cara por
un instante. Me recuerdo a mí mismo que el chico lo ignora todo y que su comentario
no es más que un absurdo intento de ser perspicaz. No es un mal intento, admito con
resentimiento. —Usted siempre me ha odiado a causa de alguna estúpida rencilla que
tiene contra él. Pero a veces se le olvida odiarme, y creo que le cabrea aún más —que
yo… yo no soy él. Y que no tiene ninguna razón para odiarme.

En algún momento alguien me ha pegado la lengua al paladar y no puedo responder


inmediatamente. Para no saber de qué diablos está hablando, el chico ciertamente se
ha acercado mucho al corazón del problema. Por supuesto, él no debe saberlo.
Despego mi lengua el tiempo suficiente para decir: —Tonterías, Potter, tengo
numerosas rezones para odiarte. Y déjame asegurarte que mis sentimientos hacia ti
son exclusivamente tuyos. —Hago una mueca triunfante.

32
Se ríe. No es la risa de alguien que acaba de perder una batalla —seca y desprovista
de alegría. Algo que he dicho le ha parecido gracioso. Dudo de su cordura. —Gracias,
supongo —dice en tono divertido—. ¿Recuerda lo que dije acerca de que usted me
calmaba? Era una chorrada. Me vuelve loco. —Mi propio bufido de sorpresa sale antes
de que pueda suprimirlo. Entonces maldigo a este gamberro por no sentirse aplastado
por mi más que impresionante insulto. Él continúa—: Pero cuando no está ocupado
intentando fingir que es usted horrible…

—Potter…

—Sólo déjeme terminar, ¿vale? Y luego me iré. —Cierro la boca con firmeza. Se toma
un momento para recuperar el hilo de sus pensamientos.

—Mire, tal vez es usted horrible. Pero eso no es todo lo que usted es. Y ahora que he
aprendido eso, ya no quiero odiarle más. Puede decirme que me desprecia, y
humillarme delante de todos, pero sé que una parte de usted no quiere hacerlo. Y por
eso… es sólo que ya no quiero pelearme con usted. Por favor. Es sólo que… no
puedo. Ya no.

Su discurso empezó como si estuviera bien ensayado y estoy bastante seguro de que,
cuando lo preparó, no pretendía acabarlo tan desesperadamente. Aficionado. —¿Has
terminado? —Asiente y se pone en pie. —¿Me está permitido responder? —Me mira
con cautela y luego suspira, tomando asiento una vez más. Tengo mi propio discurso
preparado antes de que su culo toque el asiento y puedo garantizar que mi discurso no
terminará en un patético ruego.

—Me es totalmente indiferente que me odie o no. No es algo que me preocupe. Lo que
sí me preocupa, señor Potter, es el hecho de que es usted mi alumno. Como alumno
mío, espero que se comporte de una manera adecuada a su posición. No tengo por
costumbre hacerme amigo de los niños a los que enseño. Si sigue comportándose
bajo la falsa creencia de que una amistad es posible entre nosotros, de que bajo mi
duro y frío caparazón hay algo cálido y paternal, le advierto que se verá dolorosamente
decepcionado. En otras palabras, chico, harías bien en continuar odiándome. Por tu
propio bien. —Me yergo en toda mi estatura y le miro desde arriba con el ceño
fruncido. Mi conciencia aplaude mi brillante actuación.

—¿Y si no lo hago? —Serás capullo, enano. ¡Acobárdate de una vez y vete!

—¡Entonces eres un muchacho idiota que debería aprender a prestar atención a las
advertencias que se le hacen!

—¿Por qué? ¿A quién está tratando de proteger realmente, Snape? —¡A los dos, niño
estúpido! —Porque no quiero que se me proteja. De usted no. Si no quiere tenerme
cerca, tan sólo dígalo. Pero tenga el valor de decírmelo cara a cara esta vez, en lugar
de hacer que Dumbledore le haga el trabajo sucio. Porque ese fue un golpe muy bajo,
incluso para usted. Y no finja que lo hizo por mi propio bien. Y una mierda. ¡El único
momento en el que me siento medio normal es cuando estoy con usted! — La
intensidad de la voz del chico me deja sin habla. Él inspira profundamente y se frota la
cara con las manos. —Lo siento. No quería… Me voy.

Se pone en pie y camina hacia la puerta, la cual no me doy cuenta de que estoy
bloqueando hasta que él se para delante de mí. Alza la mirada y no puedo mirarle a
los ojos. Se me ha quedado la mente en blanco cuando cada parte de mí capaz de
generar pensamientos inteligentes corrió a refugiarse ante la amenaza de una escena

33
potencialmente lacrimosa. Debería decirle algo al chico, explicarle que para hacer lo
correcto lo único posible era expulsarle de mis aposentos. Que no está bien que
dependa tanto de mi compañía para su bienestar. Que es peligroso depender tanto de
alguien. Él alarga la mano, rodeándome, para llegar al picaporte y detengo su mano
con la mía.

—Tienes razón. Debería haberte informado personalmente de nuestro nuevo arreglo.


—¡No! Justifícalo, no te disculpes, capullo estúpido.

—Sí, bueno. No es algo fácil de decir a un adolescente emocionalmente inestable,


¿verdad? —murmura infantilmente.

Una parte de mi cerebro sale de su escondite para responder: —¿Estarás bien? —


Maldita sea. Es la parte equivocada.

—Estaré bien —. Baja la mirada hacia sus deportivas. —¿Y usted?

La pregunta me confunde. No fui yo el que tuvo una pataleta temperamental en su


oficina. Estoy perfectamente. —Me vendría bien un trago.

Espera. ¿Lo he dicho en voz alta? Maldita sea.

Da un bufido. —Yo también —. Me hago a un lado para permitirle el acceso a la


puerta. La abre y sonríe débilmente. —Buenas noches, Profesor. Lo siento.

—Potter —. Sólo deja que se vaya. —Si deseas unirte a mí, eres bienvenido —. Creo
que puedo oír quejidos que vienen de alguna parte.

—El Profesor Dumbledore me está esperando.

—Estoy seguro de que sabrá dónde encontrarte —Por tu propia voluntad. En efecto.
De pronto tengo la sensación de que he seguido el juego exactamente como el
Director pensó que lo haría. Y maldito sea otra vez por tener fe en mi lado bueno.

El chico parece preocupado. Frunce el ceño y respira profundamente. —Quiero. De


verdad. Pero… ¿quiere usted? Porque usted dijo…

—Soy muy consciente de lo que dije, señor Potter.

Cerrando la puerta de mi despacho, miro de pasada al confundido muchacho antes de


darme la vuelta y recorrer el pasillo hacia mis habitaciones. Puedo oír sus pasos
vacilantes tras de mí y me recuerdan las palabras de un poeta Muggle Americano.

Que yo me contradigo. Muy bien, pues me contradigo (soy grande, contengo


multitudes). (1)

----------------------------------------------------

34
Termino de corregir y me bebo lo que queda en mi vaso. El reloj da la hora menos
cuarto y levanto la vista, sorprendido al ver que son más de las tres. El chico debería
volver pronto a su dormitorio. Me levanto de mi escritorio y me acerco a donde está,
hecho un ovillo en esa butaca. Agarra un vaso de whisky a medio beber, sobre su
tripa. Se lo quito y él se agita, suspirando. Al dejar el vaso al lado de la botella, sobre
la mesita del té, noto que la botella está considerablemente más vacía de lo que
recuerdo haberla dejado. Pero seguro que el chico no podría haber…

—Potter—. Tengo cuidado de no tocarle. Cuando no responde, me acerco más. —


Potter, despierta —. Abre los ojos somnolientamente y me lanza una sonrisa tonta.

—Ahora mismo estaba soñando contigo —susurra. Su aliento apesta a whisky y habla
arrastrando las palabras. Estoy a la vez alarmado, enfadado y divertido. Alarga una
mano y me aparta un mechón de pelo de la cara. Me echo hacia atrás rápidamente.
Demasiado rápido.

—Es hora de que te vayas —Es la ira, que ha encontrado su voz.

Responde con un gruñido y se cubre la cara con las manos. —Pero era tan agradable
—gime sin sentido, hablándole a sus codos.

Aparto sus brazos de su cara y le ordeno: —Potter, levántate —. Me mira e intenta


enfocar la vista. Aparentemente incapaz de hacerlo, cierra los ojos de nuevo.

—Por favor, Profesor, ¿no puedo dormir aquí contigo? —gime. —Oh… no con… ah, a
tomar por culo —. Bufa de risa, y yo sacudo la cabeza, intentando sopesar las
posibilidades que tiene de conseguir llegar hasta su sala común. Las probabilidades
son escasas, en el mejor de los casos. Este sería un buen momento para maldecirme
por darle alcohol, pero no lo hago. El chico merece agarrarse una buena moña.

—Muy bien, Potter.

—Ojalá me llamaras Harry —dice y luego gime profundamente. Observo como una
lengua rosada pasa rápidamente a lo largo de su labio inferior. —Oh, Dios, eso es…
oh —. Sus ojos se abren momentáneamente y luego se ponen en blanco. Observo,
asombrado y desconcertado, mientras su boca se abre. Al principio, temo que esté
sufriendo algún tipo de ataque inducido por el alcohol, hasta que gime: —Mmmm…
dedos.

Vale, la jodida butaca. —Potter, apágala —exclamo con impaciencia.

—¿Mm? Abre los ojos otra vez. —Oh… pero… ah, Harry —. Observo cómo recupera
lo que queda de su consciencia y me sonríe. Muchacho ridículo. —Creo que bebí
demasiado —dice, arrastrando las palabras. Me fuerzo a parecer severo, a pesar de la
sonrisa que intenta extenderse por mis labios.

—Vete a la cama.

Contrae la cara en una mueca de concentración y, apoyando las manos en los brazos
de la butaca, se ayuda para levantarse. Poniéndose de pie con poca estabilidad,
extiende los brazos para guardar el equilibrio. Finalmente da un paso hacia delante y
le cojo antes de que se caiga. Alza la vista hacia mí, sobresaltado, y entonces su cara
se relaja mientras se yergue de nuevo. Se me ocurre que el chico ha crecido en gran
medida, pero no puedo decir desde cuándo. Él inclina la cabeza ligeramente hacia

35
atrás para mirarme y se me corta la respiración. Doy un paso hacia atrás,
sosteniéndole con una mano en su hombro. Frunce el ceño.

—Ven conmigo, Potter —digo con voz ronca, y luego le guío a través de la sala de
estar a un ritmo demasiado rápido para que pueda seguirlo sin tropezarse. Debería ir
más despacio pero, de repente, me invade la urgencia de llevar al chico a la cama a
salvo. Una vez que hemos llegado a la cama se sienta y forcejea intentando
desabrochar su túnica, antes de suspirar con frustración y tirarse sobre la cama de
espaldas. Voy al baño a cambiarme y ponerme mi ropa de dormir.

Cuando vuelvo le veo saliendo del montón de ropa que parece haber desabrochado
sólo parcialmente. Sonrío con arrogancia cuando alza la vista hacia mí con orgullo, y le
lanzo un camisón de sobra. Cae a sus pies, junto a su túnica. Empieza a
desabrocharse los vaqueros. Me entra el pánico y me doy la vuelta, decidiendo
preparar el sofá para otra noche sin descanso. Ya tengo bastantes problemas para
dormirme sin la imagen de un muchacho borracho y medio desnudo brincando por mi
cabeza. Acabo de sacar la manta extra del armario cuando oigo un fuerte “¡Au!” y un
golpe sordo. Me asomo por el lado de la cama y veo a Potter en el suelo riéndose
tontamente. Olvidó descalzarse antes de quitarse sus pantalones. Juro no volver a
darle alcohol al chico nunca más.

Extendiendo la manta sobre el sofá, me armo de valor para la tarea de ayudarle a


quitarse la ropa. Intenta incorporarse hasta quedar sentado, y me arrodillo junto a él
mientras le miro con el enfado adecuado. Él desiste de intentar sentarse y se vuelve a
tumbar en el suelo, relajado y mirándome desde allí.

—Esto es absurdo —gruño, tirando de una deportiva.

—Lo siento —susurra él, pero su sonrisa le traiciona. No lo siente. Pero lo sentirá. Tiro
por ahí la primera deportiva y empiezo con la otra.

—¿En qué diablos estabas pensando cuando decidiste beberte media botella de
whisky? —le pregunto, tirando la otra deportiva. Suspiro y, dándome mentalmente de
patadas por dejar una botella de whisky al lado de un adolescente depresivo, le quito
los vaqueros.

—Quería pillarme un pedo —dice alegremente.

—Bueno, entonces, bravo por ti.

Me pongo en pie y cuelgo sus vaqueros sobre el pie de la cama. Cuando me vuelvo
hacia él, me quedo fascinado por esa imagen: él, tendido en mi suelo, su camisa
medio subida, exponiendo un estómago plano y duro y ese diabólico sendero que
desaparece dentro de unos calzoncillos rojos de franela donde… oh, mierda.

Mis ojos vuelven repentinamente a su cara y veo que me está observando,


mordiéndose el labio inferior. Se me ocurre, finalmente, cerrar la boca. Cerrando los
ojos, inspiro profundamente para fortificarme y alargo la mano para ayudarle a
levantarse del suelo. He tratado con la lujuria adolescente en varias ocasiones en las
que alumnos idiotas han decidido que todo lo que su mezquino profesor necesita es un
poquito de amor. Sin embargo, nunca he tratado el problema tan íntimamente, ni me
he excitado mientras lo hacía.

Maldición.

36
Se levanta y se pone en pie peligrosamente cerca, otra vez. Intento forzarme a
moverme, pero me distrae el hecho de que la fina tela de mi camisón no hace nada
para ocultar mi excitación. Rezo para que esté demasiado borracho como para darse
cuenta. Rechinando los dientes, me obligo a apartarme. Él avanza hacia mí,
mirándome fijamente, y parece excepcionalmente sobrio de repente. Mi erección roza
contra su estómago y me arranca un grito sofocado. Mi grito encuentra un eco en el
suyo.

Me percato de que aún estoy sosteniendo su mano cuando él tira de ella y la acaricia
suavemente con sus labios. Abro la boca para protestar, pero no me vienen las
palabras. Mi cuerpo se ha puesto rígido —todas y cada una de sus partes. Él me mira
y sonríe, soltando mi mano y poniendo las dos suyas sobre mis hombros. Puedo sentir
cómo tiembla… o no, soy yo. Maldición. Se pone de puntillas y se aprieta contra mí.
Susurra tan cerca de mi boca que casi puedo saborearlo: —He vuelto a soñar contigo
esta noche, Profesor.

Sus labios rozan los míos y la palabra “Profesor” resuena en mi cabeza, resucitando a
mi petrificada moralidad. Sin aliento, me aparto de él y casi se cae al suelo.

—Potter. Vete a la cama.

Tarda un momento en volver a orientarse. Parpadea, mirándome, y niega con la


cabeza. —No quiero. Solo. No.

Si no estuviera absolutamente alucinado por la completa ausencia de vergüenza en su


voz, habría tenido la presencia de ánimo de enfadarme. Siendo así, sin embargo, miro
al chico fijamente, con incredulidad, y olvido apartarme cuando se aproxima una vez
más. Toma mi mano y empieza a guiarme hacia la cama. Cada paso que doy
siguiéndole me lleva a un mayor entendimiento de a dónde me está llevando. Se
sienta en la cama y libero mi mano de la suya.

—Estás borracho. Duérmete.

—¿Es por eso que tú no… porque estoy borracho?

—Hay un buen número de razones, señor Potter. Razones que estoy seguro verá
claramente dentro de unas cuantas horas, por lo que ni me molestaré en enunciarlas
ahora. Buenas noches.

Me doy la vuelta y camino hacia el sofá, maldiciendo simultáneamente a mis principios


y a mí mismo por casi olvidarlos. ¿En qué diablos estaba yo pensando? No estabas
pensando. ¿Y por qué cojones no?

Le oigo volver a tirarse sobre la cama. —¿Profesor? Me siento aliviado al oír un punto
de incertidumbre en su voz.

—¿Qué?

—¿Me va a echar de su habitación de una patada otra vez?

—Potter, duérmete —. Suspiro con exasperación y el silencio llena la habitación. No


ha pasado mucho tiempo cuando puedo oír su respiración constante. Temo que mi

37
propia respiración nunca se recupere. Maldigo al chico desde el fondo de mi palpitante
y acelerado corazón.

Notas: el poeta Muggle en cuestión es, por supuesto, Walt Whitman.

(1) N. de la T.: ante las diferencias entre las diversas traducciones del poema de Walt
Whitman encontradas en Internet, hemos optado por ofrecer nuestra propia traducción.

38
CAPÍTULO 5 - CULPA

Me despierta el sonido del agua corriendo, un doloroso recordatorio para mi vejiga de


que está a punto de estallar. Abro los ojos e inmediatamente reconozco la tenue
iluminación de las mazmorras: las habitaciones de Snape. Consulto mi todavía
confusa memoria: recuerdo haber venido aquí, haber bebido mucho mientras él
corregía exámenes, quedarme dormido en la butaca...

Me incorporo sobre los codos y miro alrededor de la habitación. Al darme cuenta de


que mis vaqueros cuelgan del pie de la cama es cuando el recuerdo me golpea.
Vuelvo a echarme sobre la almohada.

Oh, me cago en la leche.

Mis labios hormiguean al recordar los suyos y se me hace un nudo en el estómago.


Tal vez fue un sueño. Solo un sueño. Por favor, Señor, que haya sido un sueño.

No. En mis sueños él no se aparta.

Oigo cómo se cierra el agua en el baño y cierro los ojos. Quizá, si finjo estar dormido
no tendré que enfrentarme a él nunca más. Intento desaparecer con todas mis fuerzas,
pero entonces escucho a Hermione decir—: “No te puedes desaparecer dentro del
recinto. Hum, ¿soy la única que lee?” Rezo para que Voldemort tome el castillo por
asalto y me mate antes de que Snape salga del baño. Ni siquiera ofrecería resistencia.
Entregaría mi varita y sonreiría educadamente, esperando a que dijera las palabras.
Incluso le agradecería su misericordia.

—Potter. —Demasiado tarde.

¿Sería muy infantil poner la almohada sobre mi cabeza? Abro un ojo cautelosamente.
Me acerca un vial de algo. Veneno, muy probablemente. Yo me envenenaría si fuera
él. Cojo el vial y alzo la cabeza.

—Es para la resaca—dice con calma. Probablemente quiere que esté perfectamente
antes de destruirme. Será más satisfactorio de esa forma.

—No tengo resaca —digo, pero me tomo la poción de todas formas. Desearía tenerla.
Tal vez, él sería más benévolo si yo me encontrara mal. Oh, espera. Se trata de
Snape. Cuanto peor me encuentro yo más contento está él. Me la bebo con
resignación. La poción me quema mientras baja por mi garganta. La sensación se
extiende por todo mi cuerpo, consumiendo la niebla que se había establecido
misericordiosamente sobre mi memoria. De pronto, todo está muy, muy claro.

Todo el curso de los acontecimientos comienza a proyectarse como las imágenes de


una película: todo lo que hice, todo lo que dije. “He vuelto a soñar contigo esta noche,
Profesor”. Estúpido imbécil. Estúpido, estúpido... Vuelvo a echarme sobre la almohada
y cierro los ojos con fuerza, intentando todavía encontrar una vía de escape. Puedo
oírle alejándose de la cama y saliendo de la habitación. Después de unos minutos
deseando estar muerto, me levanto y me pongo los vaqueros, casi vomitando al
pensar lo que tuvo que haber visto cuando me los quitó.

39
Oh, bueno, estoy acostumbrado a ser humillado delante de él, ¿verdad?

Hago una muy necesaria visita al baño antes de recoger mis ropas del suelo y
dirigirme al cuarto de estar, donde él me está esperando, sin ninguna duda, para
amonestarme y echarme fuera de su vida de nuevo. Si tengo suerte, eso será todo lo
que haga. Inspirando profundamente, cruzo el umbral y decido arrojarme a sus pies y
rogar su perdón si todo lo demás falla.

—Profesor...

—Te perderás el desayuno si no te das prisa. Tienes clase en cuarenta y cinco


minutos. —Se entretiene examinando los pergaminos sobre su escritorio y no me
dirige la mirada.

—Sobre lo de anoche, Profesor...

Alza la vista y frunce los labios. Le miro a los ojos y me estremezco cuando un
repentino recuerdo se abalanza sobre mi conciencia. Él también estaba empalmado.
Recuerdo la sensación de él presionando sobre mi estómago. Todas las palabras
vuelan de mi cerebro y me arde la cara. Otras partes mí también están bastante
calientes.

—Sería inteligente por tu parte olvidar que lo de anoche ocurrió alguna vez.

Oh. Bueno, eso es bueno, ¿no? A menos que eso signifique...

—¿Todo lo de anoche, señor? O sólo... ya sabe. —Soy muy consciente de lo


increíblemente estúpido que sueno. Bajo la vista e intento evitar ruborizarme de nuevo.
Como no contesta, continúo. Sé que no debería, pero mi boca se mueve sin mi
permiso—. Lo siento, Profesor Snape. De verdad. No debería haber bebido tanto. Y
realmente siento... cuando yo... eh, intente,... oh, por Dios. Lo siento. —Escondo mi
rostro tras las manos. Sí, definitivamente debería callarme. Creo que debería existir un
dispositivo que pudiera implantarse en la boca, de forma que paralizara la lengua
cuando uno fuera a farfullar sin sentido. Por supuesto, a mí no me estaría permitido
volver a hablar de nuevo.

—Potter, vete. Discutiremos esto más tarde.

No debería sentirme aliviado por esto, pero por lo menos puedo entenderlo como que
va a hablar conmigo después. Incluso si es para gritarme por abalanzarme sobre él, lo
cual merezco, no me está echando. Aún no, de todas formas.

Oh, por Dios. ¿En qué demonios estaba pensando?

Rezongo para mis adentros y me pongo la túnica rápidamente, antes de que empiece
a dudar de la sinceridad de mi disculpa. No sabía que era posible sentirse excitado y
horrorizado al mismo tiempo. Supongo que eso explica su parte de la historia de
anoche. Yo, por otro lado, no tengo ese consuelo.

Camino hacia la puerta y me giro para murmurar: —Nos vemos. —No tenía que sonar
como una pregunta, pero de hecho ha sonado así. Joder.

—Que tenga un buen día, señor Potter.

40
----------------------------------------------------

Miro mi plato fijamente e intento no percatarme de que el Profesor Snape no está en el


Gran Comedor para la comida. Creo que me está evitando. Yo también me evitaría.
Hago dibujos en mi puré de patatas mientras estudio su oferta de hablar más tarde,
probando formas distintas en las que la conversación podría devenir.

Señor Potter, ¿cómo pudo siquiera pensar que yo podría estar interesado en tocarle?
Usted hace que me entren ganas de vomitar. Lárguese.

Bueno, tal vez no. Después de todo, su interés estaba bastante claro. Mi estómago
comienza a girar de nuevo al sentir el fantasma de su erección rozar sobre él. De
acuerdo. Sigamos.

Potter, a pesar de que admita estar intrigado por su espontánea oferta de sexo, me
asquea que haya caído en semejante muestra de lujuria. No quiero volver a verle
nunca fuera de las clases; de hecho, preferiría no tener que verle en clase, pero eso
no se puede evitar. Debería estar agradecido de que sus genitales sigan unidos a su
cuerpo. Ahora, váyase.

Probablemente se acerca más a lo que él tiene en mente. También está:

Potter, no quise aprovecharme de su estado de embriaguez. Pero ahora que estamos


los dos sobrios, sugiero que nos desnudemos y probemos de una vez por todas que
los sueños se hacen realidad.

Decididamente no. Pero un chico puede soñar.

—¿Harry? —Alzo la vista de mi plato.

—¿Hm? —Hermione me está echando esa mirada de nuevo. Esa mirada que dice:
algo va mal, maldita sea, y voy a averiguar qué es incluso si eso implica desgarrar tu
cráneo y diseccionar tu cerebro.

—¿Estás seguro de que estás bien? Apenas has dicho una palabra en toda la
mañana. Y tienes aspecto...

—... de que te hayan atropellado —añade Ron amablemente—. ¿Dónde estabas esta
mañana? —Intento mantener mi expresión libre de culpa, pero no puedo evitar darme
cuenta de que los dos me están mirando con más preocupación de lo normal. Mi
cerebro continúa con su nueva salmodia favorita, que no es de ninguna ayuda para
intentar encontrar una explicación.

Estúpido imbécil. Estúpido imbécil. Estúpido imbécil.

—Eh...

—Hola, Harry.

Se me para el corazón. Me vuelvo en la silla para ver al Director sonriéndome. Snape


no le habrá dicho nada, ¿verdad? Ha nacido un nuevo escenario.

41
Discutiremos esto más tarde. Por ejemplo, en el despacho del Director mientras me
explican por qué me tienen que expulsar.

—Holá (1), P… Profesor Dumbledore. —Brillante, Potter. ¿Por qué no podía Snape
haberme enseñado cómo mantener la lengua neutral en lugar de la expresión?
Hubiera sido muchísimo más útil.

—Siento interrumpir tu comida, pero me preguntaba si podría tener una palabrita


contigo.

Una palabra: “fuera”, “expulsado”...

Asiento y miro de reojo a Hermione y a Ron. —Os veo luego —digo con voz rota, y
sigo al Director saliendo del Gran Comedor hacia su despacho.

Al entrar, miro hacia donde está Fawkes y me pregunto vagamente si las lágrimas de
Fénix pueden enmendar la dignidad de uno. No pensé que Snape le iría a Dumbledore
con esto. Quizás porque yo estaba borracho en ese momento y fue Snape quien me
dio el whisky. Bueno, no sería la primera vez que estoy equivocado respecto a él.
Dumbledore me dice que me siente. Camina alrededor de su escritorio y toma también
asiento. Tarda una eternidad antes de mirarme sobre sus gafas de media luna y dice:
—He recibido una carta del Profesor Snape que te concierne, Harry. ¿Sabes cuál es el
motivo?

Oh, Dios. ¿Gryffindors borrachos y calentorros? —No, señor —miento, e intento


parecer lo más inocente posible.

—Bien, echa una mirada —dice, alcanzándome un trozo de pergamino en el cual la


cuidadosa escritura del Profesor Snape brilla en rojo. El color de mi truncada carrera
escolar. Adecuado.

Inspirando profundamente, concentro mi atención en la carta e intento bloquear la voz


que grita ¡Corre!

Querido Albus:

Aunque he considerado la posibilidad de que el tema de esta carta sea solicitar un


periodo sabático, de forma que pueda ir en busca de mi cordura, no albergo ninguna
esperanza de que escuches tan descarado grito de ayuda. Así que permíteme
presentarte las pruebas de que tal permiso es necesario bajo la apariencia de otra
petición.

He decidido permitir al chico que venga a mis habitaciones, siempre que esté de
acuerdo en utilizar el tiempo como periodo de estudio. Quizás se podría llegar a un
acuerdo con sus otros profesores para preparar trabajo adicional, dándole la
oportunidad de mejorar sus notas. Entiendo que darle clase a Potter es una causa
perdida, pero enseñar lo es habitualmente y no voy a pasar mis noches con un chico

42
ignorante. Por favor, haz que traigan un escritorio adicional a mis habitaciones para
acomodarle.

Por si necesitas más evidencia de que he perdido la cabeza, solicito que se le


preparen excusas razonables para el caso de que Potter se caiga dormido sobre sus
deberes de Historia de la Magia. Es proclive a reacciones violentas cuando se le
despierta y mi nariz ya es lo bastante grande. Sin mencionar que el chico sufre
insomnio y debe aceptar el descanso allí donde se le ofrece.

Debo, por supuesto, insistir en que esto sea confidencial. Si se corre la voz de que le
he ayudado, tendrás más de una muerte sobre tu cabeza. Si eliges rehusar estas
peticiones y decides reservar una tranquila habitación para mí en San Mungo, te
estaré agradecido por siempre.

S. Snape

Con la boca abierta de par en par, leo la nota tres veces antes de alzar la vista y mirar
al Director. Estoy helado y completamente confundido. Snape tiene razón; lo que
necesitaría exactamente es una habitación en San Mungo. Dumbledore observa mi
reacción con tranquila satisfacción.

—Yo no me preocuparía por el tono de la carta, Harry. El Profesor Snape siempre ha


sido reacio a mostrar su generosidad.

El tono, por supuesto, no tiene nada que ver con quedarme patidifuso. Aunque
llamarme “causa perdida” no ayuda mucho a mi ego, tampoco es algo inesperado.
Pero, —Señor, ¿cuándo la escribió?

—La recibí justo después de las doce del mediodía, así que sospecho que no mucho
antes. ¿Por qué lo preguntas?

Oh, bueno, intenté echarle un polvo anoche y por eso estoy un poco sorprendido de
que, en lugar de prohibirme la entrada a sus habitaciones para siempre, me haya
extendido una invitación explícita.

—Eh, es solo que no lo mencionó.

Dumbledore sonríe y, si no supiera que no es posible, diría que lo sabe todo. —No,
supongo que no te lo habría mencionado. No hubiera querido darte la impresión de
que disfruta con tu compañía. —Los ojos de Dumbledore centellean y yo combato con
éxito el rubor que intenta atacar mis mejillas—. ¿Asumo que estás de acuerdo con sus
condiciones? ¿Estás preparado para pasar las noches trabajando para ponerte al día
en tus clases?

Asiento y trato de no pensar en todas las otras formas en las preferiría pasar mis
noches con Snape. Intento apartar una serie de nuevas fantasías y escenarios que
han aparecido de repente en mi cabeza. Solo tengo una mínima esperanza, pero
incluso un grano de esperanza es suficiente para despertar mi erección. Me remuevo
en la silla.

—Muy bien, entonces. Organizaré un programa de estudio con los otros profesores.
Espero que tu rendimiento en clase mejore, Harry. El Profesor Snape ha sido muy
amable al ofrecer su tiempo y su privacidad para ayudarte. Sería muy desagradecido
por tu parte no usar ese tiempo tal y como él solicita.

43
—Sí, señor —digo en un tono apropiadamente humilde. No es que no me sienta
culpable por ser un desastre en mis clases. Lo siento. Es solo que me he sentido
culpable durante tanto tiempo y por tantas cosas que tengo que recordarme actuar con
más culpabilidad cuando se me pide. Y es irritante que se me recuerde que debería
sentirme culpable cuando, de todos modos, me siento así siempre.

Dumbledore me coge el pergamino y lo repasa. —Y... sí, el escritorio adicional. Eso no


debería ser ningún problema. Las ausencias de tu habitación. Ya hemos hablado de la
importancia de la confidencialidad. Pero tampoco podemos alegar que estás enfermo
con demasiada frecuencia sin inspirar sospechas en tus compañeros de clase. Me
parece recordar a otro estudiante cuyas ausencias regulares de la escuela
despertaron la curiosidad de sus compañeros Gryffindors. Tenemos que ser más
cuidadosos esta vez. —Su referencia al Profesor Lupin me hace pensar en Sirius,
quien estoy bastante seguro de que me mataría si supiera lo que he hecho. No, tacha
eso. Mataría a Snape; incluso aunque no haya sido culpa suya. Una nueva ola de
remordimiento. Una ola más profunda que la que normalmente me arrastra.

Dumbledore permanece sentado en silencio durante un momento, sus cejas arrugadas


por la concentración. Finalmente, su rostro se relaja y me mira. —Creo que a lo mejor
tengo una idea, Harry. No he tenido corazón para expulsar a Fang de la cabaña de
Hagrid. He estado yendo allí por las tardes para hacerle compañía al perro. Nuestro
nuevo guardián, el señor Rigger, no aprecia las cualidades rústicas de la cabaña ni su
proximidad al bosque. Así que está vacía. ¿Qué te parecería pasar unas pocas horas
con Fang por la tarde antes de comenzar tus sesiones de estudio?

Estudia mi reacción y me pregunto si parezco tan acojonado cómo me siento. No he


pensado mucho en Hagrid, a propósito. He intentado apartar de mi mente la idea de su
muerte para evitar volverme realmente loco. Regresar a su cabaña, ver a Fang,
significa que no podría seguir fingiendo que ésta no ha ocurrido nunca.

—Harry, lo entenderé si no te sientes capaz.

—¡No! Quiero decir, sí. Es una buena idea. Es solo que... no sabía que Fang estaba
todavía ahí fuera. Eso es todo. —Intento sonreír con convicción y decirme a mí mismo
que le debo esto a Hagrid. Es lo mínimo que puedo hacer por el hombre que me
rescató de los Dursleys. Un pavor insistente se cierne sobre mí.

—Puedo conectar la entrada Flú de Hagrid con tu Sala Común y con las habitaciones
del Profesor Snape para que no tengas que cruzar el recinto de noche. Puede que sea
necesario tomar medidas de precaución para mantener alejados a los estudiantes
curiosos. Puedes hablar a tus amigos sobre tus deberes y si en alguna ocasión una
sesión de estudio se alarga hasta la mañana, puedes contarles que te quedaste allí
dormido.

Conforme le escucho, siento como un agujero gigante se abre en mi estómago,


amenazando con tragarme entero. Me imagino yendo a la cabaña de Hagrid y
encontrando el lugar vacío excepto por Fang. Puedo imaginar al perro mirándome
fijamente con una mirada acusadora. Mientras he permanecido alejado de la cabaña,
he fingido que Hagrid todavía estaba allí y que yo intentaría ir a visitarle al día
siguiente si tenía tiempo. Pero si tengo que volver allí, tendré que admitir que es cierto.
Él se ha ido. No va a regresar. Y, de alguna forma, es a mí a quien hay que echar la
culpa. Mi sangre. Mi culpa. Comienzo a temblar y no puedo parar. Dumbledore se ha
dado cuenta y parece preocupado.

44
—Un poco de frío —murmuro y me rodeo el pecho con los brazos. Dumbledore no
está convencido. Era una excusa bastante mala.

—Quizás podrías persuadir a la señorita Granger y al señor Weasley para que te


acompañaran esta noche. Puede que así fuera más fácil para ti, Harry, si no trataras
de hacerle frente tú solo. Sé que ahora es difícil, pero realmente es mejor enfrentarnos
a nuestros miedos mientras éstos son lo suficientemente pequeños como para
manejarlos.

—Sí, señor. —Juro que hemos tenido esta conversación antes, pienso con amargura.
Y entonces, me siento culpable enseguida. El hombre ha hecho mucho por mí...
forzando todo tipo de normas y saltándoselas para adaptarlas a mí. A veces, desearía
que no lo hiciera. A veces, desearía que simplemente me dijera que deje de pensar en
mí mismo y sea normal. Sus cuidados hacia mí solo me hacen sentir más como un
engendro. Solo desearía saber por qué hace todo esto. ¿Lo haría por cualquiera? ¿O
es porque soy Harry “El Puñetero Chico Que Vivió” Potter?

Oh, Dios. Sueno como Snape.

Intento ignorar la idea, pero se me fija en la mente. ¿Por qué? ¿Por qué me deja
salirme tanto con la mía? —Señor, ¿puedo hacerle una pregunta?

Sonríe y dice—: Creo que la acabas de hacer. Pero puedes hacerme otra, si lo
deseas.

—Vale —Cierto. ¿Cómo la formulo? De alguna manera, —¿Por qué es tan indulgente
conmigo? —No parece ser la forma correcta de hacerlo. Pero es lo que quiero saber—
. ¿Por qué está haciendo todo esto por mí? Quiero decir, yo lo aprecio, pero... bueno.
—Muy elocuente, como de costumbre.

Mi voz se va apagando y le miro. Ha comprendido lo que he preguntado y ahora está


elaborando un modo muy farragoso de eludir la pregunta. Y cada vez que le hago a
este hombre una pregunta, me marcho incluso con más preguntas que no me va a
contestar. ¿Por qué me molesto siquiera?

—Harry, no eres el primer estudiante de Hogwarts para el que se hacen arreglos


especiales. Y me atrevería a decir que no serás el último. Las normas solo son buenas
en tanto que son flexibles. Es necesario hacer concesiones en circunstancias
extraordinarias.

Quiero argüir que mis circunstancias no son tan extraordinarias. De pronto recuerdo lo
que Snape dijo aquella primera noche en sus habitaciones sobre Malfoy. Pero puedo
ver por la expresión del anciano que no dirá nada más. Quizás se hicieron
concesiones especiales para Malfoy y el resto de los hijos de los Mortífagos. Yo no lo
sabría, ¿verdad? Y ciertamente Dumbledore no me lo va a contar.

—Muy bien, Harry. Lo organizaré para que la entrada Flú de Hagrid esté conectada.
Puedes invitar a Hermione y Ron a que te acompañen, si lo deseas, siempre que
regresen al castillo a las ocho en punto. Creo que Fang disfrutaría de un agradable
paseo por el recinto, pero debo pedirte que tú también estés en el castillo a las ocho.
Una simple precaución. ¿Puedo decirle al Profesor Snape que te espere alrededor de
las ocho y cuarto?

45
—Sí. Gracias. —Consigo que las palabras salgan justo antes de que mi boca se seque
por completo. Aunque la verdad es que siento curiosidad por lo que sucede en la
cabeza de Snape, de alguna forma dudo que sea lo que a mí me gustaría que
pensase. A pesar de ese grano de esperanza, la montaña que es la realidad me
sepulta.

Hermione, Ron y yo caminamos con dificultad a través de los terrenos del colegio
hacia la cabaña de Hagrid. No hablamos. Sé que ninguno de los dos quería venir, pero
aprecio que lo hayan hecho. No podría haberlo hecho solo. Si ellos están allí, tendré
alguna distracción. No tendré que pensar en lo mal que me siento por todo esto.

Mi corazón palpita con fuerza al acercarme a la puerta. Puedo oír a Fang aullando en
el interior y, en cualquier momento, espero ver a Hagrid abriendo bruscamente la
puerta y dándome palmadas en la espalda hasta sacarme todo el aire de dentro. Un
alegre “¿Todo bien, Harry?” y una oferta de té y galletas incomestibles. Fang araña la
puerta y alzo la mano, conteniendo la necesidad de llamar. Inspirando profundamente,
la abro.

Somos recibidos con emoción por el gran danés, que salta como un cachorro y casi
nos tira al suelo a los tres. No puedo evitar sonreír. Ha pasado mucho tiempo. Miro
alrededor de la estancia y encuentro que casi todo sigue igual. Quizás un poco más
limpio (no hay cadáveres medio destrozados de pequeños animales tirados por ahí,
esperando ser el alimento de alguna nueva mascota). No hay un montón de pasteles
sobre la mesa. No hay ningún Hagrid para comérselos.

Intento ignorar lo real que es la ausencia de Hagrid en la cabaña. Tan solo está fuera
cuidando de los animales. Me ha pedido que venga y le eche un vistazo a Fang. Él
volverá más tarde. Con la mandíbula apretada, relleno los recipientes de comida y
agua de Fang antes de girarme hacia mis amigos. —Dumbledore dijo que deberíamos
sacarle a pasear —digo, probablemente con demasiada impaciencia.

—Bueno —comienza Ron; tampoco se le ve muy cómodo.

—En realidad, creo que me apetecería un té —dice Hermione apresuradamente, y


cruza la habitación para coger la tetera antes de llenarla con agua hirviendo.

—Claro, buena idea. Té —concuerda Ron, y luego se sienta.

Miro a los dos dubitativamente. Algo pasa. De pronto me siento atrapado. Con
desgana, me siento a la mesa enfrente de Ron. Hermione coloca las tazas de té y se
sienta en el extremo de la mesa. Ninguno ocupa el sitio habitual de Hagrid. Fang pone
su cabeza en mi regazo y yo le acaricio ausentemente, mirando fijamente el interior de
mi taza.

Tras un rato, siento sus ojos sobre mí. Alzo la mirada para encontrarme a los dos con
idéntica expresión de preocupación en sus rostros. Podría haber sido cómico, si yo no
hubiera sido el objeto de su expresión.

—¿Qué? —Se miran el uno al otro. Hermione se muerde el labio inferior.

46
—Harry —comienza Ron. Puedo ver cómo intenta decidir qué decir—, Hermione y
yo... —Mira un segundo con desesperación a Hermione, que se ha puesto roja.

—Oh —digo mientras me inunda la comprensión. Sonrío—. Está bien. Esperaba que
finalmente salierais juntos. —Se quedan boquiabiertos y me río—. Bueno, los dos ya
os peleáis cómo una pareja.

—¡No! Harry... no es eso... —Toda la sangre del cuerpo de Ron se le ha subido a la


cara. Entierra la cabeza entre sus brazos—. Hermione, díselo tú.

Ella cierra los ojos y respira profundamente. —Usamos tu capa de invisibilidad y te


seguimos anoche. Lo siento. —Tardo un momento en asimilar las palabras. Mi capa.
Me siguier... oh, Dios.

Mi garganta se cierra y me ahogo diciendo: —Seguirme, ¿a dónde?

Ron suspira y levanta la vista. —A la oficina de Snape. Harry, ¿qué está pasando?

—¿Cómo pudisteis hacer eso? —grito. La expresión de Ron se endurece.

—Bueno, no íbamos a averiguar por ti qué iba mal. Ya nunca nos cuentas nada.

—Oh, perdón. No me di cuenta de que fuera de vuestra maldita incumbencia.

—Tienes razón. Ni siquiera sé por qué estaba preocupado. Oh, quizás porque eres mi
mejor amigo. O al menos eso pensaba. Pero ahora que tienes a Snape ¡imagino que
ya no me necesitas más! Vamos, Hermione. —Se pone en pie, casi tirando la silla.

Durante un momento, quiero que se vayan los dos. Entonces, alguna parte lógica de
mí comienza a preocuparse sobre lo que podrían contar a otras personas. El mero
hecho de que Snape y yo nos conozcamos fuera de clase tiene que ser un secreto.
Incluso si no lo saben todo, lo que pudieran haber escuchado por casualidad de la
discusión de anoche podría ser suficiente para levantar las sospechas del colegio
entero. Bajo la cara hacia mis manos, dividido entre el miedo y la ira y, por supuesto,
la culpa.

—Harry —dice Hermione con voz ronca. Me sobresalto cuando siento el tacto de su
mano sobre la mía—, estamos realmente preocupados. —Ron resopla—. Nosotros
solo... bueno, no duermes últimamente. Sé que nos dijiste que pasabas las noches en
la biblioteca, pero tus apuntes son terribles. —La fulmino con la mirada. Frunce los
labios y me lanza una mirada de “a ver si te atreves a negarlo”—. Es verdad. Y ayer...
bueno, parecías tan disgustado. Queríamos asegurarnos de que estabas bien.

No sé qué decir. No sé si ponerme a gritar o a llorar como un bebé. Me decido por


suspirar y las palabras “lo siento” brotan de mi boca. Oigo como Ron se desliza de
nuevo en su asiento. —¿Qué oísteis?

—Todo. Hermione encontró un hechizo para escuchar a hurtadillas. —Alzo la vista y él


sonríe débilmente—. Se puso hecha una furia cuando te oyó hablarle de ese modo. —
Me río suavemente intentando imaginar la expresión de su cara. Ron frunce el ceño de
pronto. —¿Lo hiciste? Quiero decir, no, eh... no pasaste la noche con él, ¿verdad?

47
Asiento débilmente e intento apartar de mí el recuerdo de anoche. Una situación
horrible a la vez es todo con lo que puedo lidiar. Ron me mira boquiabierto y, de
pronto, me doy cuenta de lo que me estaba preguntando. —No. ¡No es eso! Quiero
decir, él no haría... nosotros no hicimos... ¡Por Dios, Ron! —Me siento febril y
repentinamente me entran nauseas.

Ron parece aliviado. Sonríe. Hermione no está sonriendo. Parece que esté
resolviendo un rompecabezas. Me aferro a la esperanza de que tenga algo que ver
con sus deberes de Aritmancia. Abre la boca para hablar y la interrumpo. —Mirad, se
supone que nadie tiene que saber nada sobre esto. Ninguno de vosotros dos puede
decir nada a nadie.

Ron pone los ojos en blanco. Hermione frunce el ceño. Me mira con dureza y dice—:
De acuerdo. Pero la poca información que tengo sobre esto me va a volver loca. ¿Por
qué estás durmiendo en las habitaciones de Snape? ¿Por qué estabas tan enfadado
ayer? ¿Te dio de beber alcohol? ¿Cuánto tiempo hace que...?

—¡Hermione! —la interrumpe Ron. Se lo agradezco silenciosamente—. Bah, déjale


responder. —Retiro mi agradecimiento.

Tengo claro que Hermione no me va a dejar vivir en paz hasta que lo sepa. Y en
cuanto a Ron, tan solo está dejando que ella sea la voz de su propia curiosidad. He
mantenido todo esto en secreto durante tanto tiempo, que me pregunto si no será en
parte el motivo de que haya estado tan jodidamente deprimido. Comienzo a contarles
todo, comenzando por el entrenamiento extra. O casi todo, excluyo la parte en la que
intento echarle un polvo a mi profesor. No creo que Ron sobreviviera a eso. No creo
que yo pudiera sobrevivir a contarlo. Muerte por humillación. Ninguno de los dos habla,
a pesar de que puedo ver a Hermione apretando la mandíbula para no preguntar más.
Cuando he terminado, me siento unos mil kilos más ligero.

—Caramba, Harry. No sé si sentirlo por ti, por haber tenido que pasar todo ese tiempo
con Snape, o estar impresionado. Sabía que Dumbledore estaba un poco ido, pero no
me había dado cuenta hasta ahora de cuánto —dice Ron, negando con la cabeza.

—No fue tan malo. Quiero decir, al principio estaba bastante acojonado, pero luego
llegué a conocerle. —Mentira. No sé nada de él. ¿Pero de qué otro modo voy a
explicar por qué busco la compañía de un completo bastardo? Que en realidad me
gusta el imbécil grasiento, tanto, que de hecho, prácticamente me lancé en sus brazos.
Me estremezco interiormente y aparto de mi mente ese pensamiento. Ron me observa
fijamente con incredulidad. Me río.

—Vale. Es un completo bastardo. Supongo que ya me he acostumbrado. En realidad


es bastante divertido... de una forma mezquina.

Ron mira a Hermione con fingida gravedad. —Se ha vuelto loco. —Ella sonríe—. No lo
sé, Harry. Ayer en clase no te estabas riendo. —Frunzo los labios ante el recuerdo de
la traición de Snape. Supongo que reaccioné de una forma exagerada. Quiero decir,
en realidad él no fue y le contó directamente a todo el mundo que soy gay. En aquel
momento, sentí que lo había hecho. Me encojo de hombros sin saber qué más decir.
Obviamente, no puedo explicar por qué me molestó tanto.

Hermione está pensando de nuevo. Realmente desearía que dejara de hacer eso.
Echa una mirada a Ron y parece que los dos estén manteniendo una conversación
silenciosa. Ron le mira enfurecido y ella se gira.

48
—¿Qué? —pregunto estúpidamente. Estoy bastante seguro de que no quiero saber lo
que están pensando.

Hermione mira de nuevo a Ron, que ha devuelto la mirada hacia la mesa. Ella respira
hondo. —Lo que el Profesor Snape dijo ayer, ya sabes, lo de que estabas mirando a
Seamus. Sólo quiero que sepas que, uhm, si tú fueras, quiero decir, nosotros no… no
es… —Su voz se apaga, ruborizándose ella de un rojo furioso.

Ron suspira con impaciencia. —Si eres gay, nos lo puedes contar —murmura
rápidamente.

No sé si sentirme aliviado u horrorizado. —¿Lo sabe todo el mundo? —digo con voz
ronca. Ya puedo ver los titulares: El Chico Gay Que Vivió, por Rita Skeeter.

—¡No! —me asegura Hermione rápidamente—. Quiero decir, todo el mundo supone
que Snape estaba siendo… bueno, Snape. En realidad, nosotros no pensamos nada
hasta, ya sabes, tu discusión con él. Estabas tan enfadado. —Asiento. No soy capaz
de mirar a Ron. Casi siento la necesidad de disculparme, aunque no estoy muy seguro
de la razón.

—Harry, no es para tanto. —Miro a Ron, que sonríe de oreja a oreja—. Pero… eh,
Seamus no es... ya sabes, está con Lavender.

Gimo. —Por Dios, Ron, no me gusta. Sólo estaba mirando. —Oculto el rostro entre las
manos y añado—: Tampoco es que pudiera ver algo a través de su túnica. —Ron casi
se ahoga y me río.

Hermione entrecierra los ojos. —Harry, quiero que nos prometas que nunca nos
volverás a ocultar nada. Puedo averiguar cómo hacer el suero de la verdad, ¿sabes?
—Muestra una amplia sonrisa cuando me quedo boquiabierto. Se lo prometo, pero
mentalmente cruzo los dedos (es sólo que hay algunas cosas que no necesitan saber).

En la hora que nos queda, decidimos sacar a Fang de paseo por el recinto. Hablo y río
con ellos como si no les hubiera visto en meses. De alguna forma, no les he visto.
Cuando llega su hora de regresar, me despido de ellos a regañadientes. Al alcanzar la
puerta de la cabaña de Hagrid, intento combatir el pánico que me invade al pensar en
estar allí solo, incluso si es sólo durante quince minutos. Desafortunadamente, lo que
me espera al final de esos quince minutos no es ningún alivio. La aprensión que siento
por mi inminente discusión con Snape une fuerzas con el pánico que siento por estar
solo en este lugar, derrotando con éxito al alivio y alegría que he sentido con Ron y
Hermione.

Pasa una eternidad entre las veces que miro el reloj. Casi creo que el reloj está roto,
cuando me doy cuenta de que la eternidad solo ha durado un minuto o así. Acaricio a
Fang para distraerme de la mejor forma que puedo. Cada crujido de la casa
asentándose, el sonido del viento soplando, me asustan hasta casi hacerme morir de
miedo. Uno pensaría que después de haber vivido con fantasmas durante cinco años,
estaría curado de espanto. Y, ¿de qué, exactamente, estoy asustado?

Cuando son las ocho y cuarto, casi corro hacia la red Flú sin usar el polvo.
Afortunadamente, me detengo justo antes de saltar dentro. Me doy cuenta de que
prefiero bastante más enfrentarme a Snape, y a la completa humillación que traerá el
encuentro, que a la casa vacía y encantada por el recuerdo de un viejo amigo. Me
siento avergonzado.

49
Saco de mi mochila la lata de polvos Flú que Dumbledore me dio esta tarde. Lanzo un
puñado, y observo cómo las llamas se vuelven verdes. Susurrando una disculpa hacia
la casa, doy un paso hacia el hogar.

—Habitaciones del Profesor Snape.

Me traga, llevándome, y casi instantáneamente me transporta a sus habitaciones,


donde salgo a trompicones de la chimenea y aterrizo hecho un montón sobre el suelo,
a sus pies. Alzo la mirada, para encontrarle sonriéndome desde arriba con suficiencia,
por encima de un libro.

—Enhorabuena por otro suave aterrizaje, Potter.

----------------------------------------------------

Me pongo de pie y me enderezo las gafas. —Lo siento —refunfuño. Me pregunto


cuántas veces voy a tener que repetir esa palabra antes de que finalice el día de una
vez. Si alguna vez consigo hacer algo delante de este hombre que no sea
agonizantemente humillante, será un milagro. Me quedo de pie, congelado en el sitio.
No creo que jamás me haya sentido más incómodo en toda mi vida. No puedo mirarle,
así que clavo la vista en el suelo y me preparo para otro momento embarazoso.

—¿Qué has traído para trabajar? —Le miro a mi pesar. Mi mente se acelera para
procesar la pregunta.

—Eh... tengo lectura de cartas del tarot para el lunes. Y luego el capítulo para su
clase. Esto es todo. El Profesor Dumbledore todavía no me ha dado el programa de
estudio.

—Tu mesa está por allí. —Hace una seña con la mano por detrás de su cabeza. Veo
un pequeño escritorio enfrente del suyo—. Te aconsejaría que repasaras
meticulosamente el capítulo para mi clase. Puede que no lo estés haciendo peor pero,
ciertamente, podrías hacerlo mejor. En cuanto a Adivinación, bueno, no puedo
imaginar por qué estás dando esa basura de curso, pero sospecho que no será
demasiado duro inventarse alguna tontería que apacigüe a ese viejo murciélago.

Me sorprendo a mí mismo riendo. —De todas formas, es lo que hago normalmente.


Mientras muera una vez por semana, parece estar suficientemente contenta—. Mi
sonrisa se desvanece cuando veo su expresión pétrea. Creo ver ira en su mirada.
Supongo que no está de humor para charlar. Ahogo un nudo que tengo en la garganta
y me armo de valor para recibir un ataque.

—Ponte a trabajar, Potter —dice con voz queda. Recojo mi mochila y me pongo en
marcha enseguida, obviando que hoy es viernes por la noche y que tengo todo el fin
de semana para hacer mis deberes. Sólo me siento agradecido por haber pensado en
traerme mi bolsa, por si acaso. Sentado a mi nueva mesa, comienzo con Pociones, ya
que parece la más apremiante. Me resulta difícil concentrarme mientras intento calmar
el estómago, revuelto por mi creciente aprensión. Comienzo a copiar prácticamente
cada palabra del libro sólo para mantener la concentración. No sé cuánto tiempo ha

50
pasado, cuando él pone una taza de té delante de mí. Me estremezco al ser
consciente de su repentina presencia detrás de mí. Se aleja.

—¿Qué? ¿Hoy no hay whisky? —digo con un poco de humor, esperando disipar parte
de la tensión que está amenazando con aplastarme. Él no parece divertido. Cojo la
taza para esconder otra ola de turbación. Me encojo cuando el líquido me escalda la
lengua. Se sienta ante su escritorio y me congela con una fría mirada.

—¿Es necesario que te diga que no volverá a suceder jamás?

Niego con la cabeza e intento con por todos los medios abrir mi garganta. —Lo siento
—me las arreglo para decir con voz rota.

—¿Qué es lo que sientes, Potter?

—¿Señor? —Oh, no. Por favor, no me haga decirlo. Lucho contra el impulso de volver
a colocar la cabeza en su posición aparentemente natural, sobre la mesa.

—Me gustaría saber por qué, específicamente, te estás disculpando.

Vale. Me está torturando. Era de esperar. Me lo merezco. —Eh... —Comienzo tan


bien—. Por... (quedar como un imbécil) hacerle sentir incómodo, señor. —Le miro de
reojo y llego a la conclusión de que no he respondido a esa pregunta correctamente—.
Y... eh, ¿por beberme todo su whisky? —Se supone que eso no debía ser una
pregunta, ¿no? Maldición. ¿Qué es lo que quiere oír?

Después de una larga y dura mirada, que puedo sentir perforándome la coronilla
mientas agacho la cabeza, se ríe amargamente. Miro hacia arriba para ver que ha
enterrado el rostro entre sus manos. Lucho contra la urgencia de consolarle. Dios,
realmente soy un imbécil. Sigo su ejemplo, decidiendo que las manos son un sustituto
perfectamente válido para la mesa. —Mire —digo hacia mis palmas; mi yo más
inteligente me dice que me calle—. Lo siento... por todo. Fue estúpido por mi parte
pensar que... quiero decir, yo sabía que usted no haría... no sé por qué...

—Potter, cállate. —Casi se lo agradezco—. ¿Es necesario decir que si alguien


averigua lo que ocurrió, yo perdería mi empleo?

Le miro boquiabierto. —Pero usted no hizo nada. —Tengo que admitir que eso ni se
me había ocurrido. Y tiene aspecto de estar muy cabreado por ello.

—Uhm, repasemos el curso de los acontecimientos, ¿te parece? Animé y permití


beber a un alumno en mis habitaciones. En lugar de insistir en que regresara a su
dormitorio, le consentí quedarse. Desvestí a un chico de quince años y luego casi le
permití que me besara.

—Así no fue cómo pasó. Usted me detuvo. —Me arde la cara.

—No lo suficientemente pronto.

—¡Demasiado pronto! —grito, y su rostro se congela. Repaso mi réplica. Por algún


motivo no suena exactamente como se suponía—. ¡No! Quiero decir, eso no es... —Mi
cabeza encuentra la mesa con un débil sonido sordo. Decido no volver a levantarla... o
a hablar. Nunca. Jamás.

51
—Potter, no importa lo que ocurriera en realidad. Esa es la versión de los hechos que
vería la Junta del Consejo Escolar. Yo soy un adulto, tu profesor. Tú eres un chico de
quince años. La culpa recae sobre mí.

—Lo siento tanto —murmuro, rompiendo mi voto, tan pronto después de haberlo
hecho. Pero no tengo demasiadas probabilidades de fastidiar esas palabras. Me salen
tan naturales como el respirar.

—Igual que yo. —Su voz se resquebraja. Igual que mi esternón. Levanto la cabeza.

—Dios, usted no tiene que... quiero decir, por favor, no lo esté. —Preferiría que me
odiara y que me expulsara de su vida. Se me ocurre de pronto que la versión de los
hechos que ha narrado es la suya propia. Se me hace un nudo en el estómago y me
siento invadido por una urgente necesidad de hacerle sentir mejor—. Puede que tenga
quince años, pero sabía lo que estaba haciendo... quiero decir, fui yo quien lo hizo.
Todo. Y no hice nada que no... —Se estremece y me detengo. No le estoy haciendo
sentir mejor y he hecho diez veces más el idiota. Brillante, Potter.

No hablamos durante un largo rato. Él apoya la cabeza sobre una mano y yo miro
fijamente hacia mi libro de pociones, que lo mismo podría estar escrito en japonés, por
el sentido que le encuentro. Hurgo en mi cabeza intentando dar con algo que decir que
haga desaparecer esta situación. Que se lleve su sentimiento de culpa. Señor, qué
estúpido por mi parte. Nunca debería haber bebido tanto. No debería haberle pedido
que me dejara quedarme. Yo debería haberme quitado mis jodidos zapatos.
Pero no lo hice. Y no puedo cambiarlo. De repente, me siento inspirado para hablar de
nuevo. Sólo ruego que acierte.

—Sé cómo funciona, Profesor. Repasa la escena en su cabeza una y otra vez y
piensa en todos los errores que cometió... —Reconoce sus palabras y me mira con
furia. Sonrío con suficiencia—... deseando haberse llevado consigo la botella,
deseando haberme enviado a mi habitación, deseando...

—Potter, ponte a estudiar. —Intenta parecer enfadado pero puedo discernir que no lo
está. Veo como la comisura de su boca se curva hacia arriba. De pronto, siento que el
aire se hace respirable e inspiro profundamente.

Frunzo el ceño para intentar parecer serio. —Lo haré. Pero, Snape, tiene que dejar de
hacer esto. O acabará como yo. —Casi se me para el corazón cuando le veo sonreír.
Una sonrisa de verdad. Con dientes. Casi me ruborizo, pero sonrío en vez de eso.

Me lanza una mirada severa. —Repase. —Reprimo con éxito el impulso de sacarle la
lengua.

Regreso a mi libro de pociones. Se me ocurre preguntarle por qué demonios ha


organizado estas sesiones de estudio, pero mantengo la boca cerrada, en parte
asustado de que cambie de idea.

—Y diez puntos menos para Gryffindor, Potter, por ser un niñato insolente.

—Diez puntos menos para Slytherin, Profesor, por obligarme a hacer deberes en
viernes. —Le echo una rápida mirada y él sonríe con suficiencia. Me estremezco.

—Si tu libro de pociones no te interesa, tal vez podríamos discutir tus sueños.

52
Mi cabeza recuerda su lugar en el mundo. Él se ríe.

(1) N. de la T.: En el original “Hullo”. Expresión inglesa para decir hola, que se
pronuncia de forma distinta a “hello”, pero que significa lo mismo, motivo por el cual la
hemos traducido por “holá”.

53
CAPÍTULO 6 - RESPONSABILIDAD

He vuelto a soñar contigo esta noche, Profesor.

Su voz me persigue por el pasillo mientras me dirijo hacia la sala de profesores; llego
tarde a una reunión del profesorado. Fue una declaración de borracho y debería
ignorarla fácilmente como justo lo que es. Vuelto. El pegamento que fija su confesión a
mi conciencia. La palabra crece y se ramifica, conectando con una conversación
anterior acerca de sus sueños, definiendo una serie de rubores y largas miradas
contemplativas. “Vuelto” insiste en que se le preste atención. Aún puedo saborear el
lugar donde presionó la palabra contra mis labios en un momento de embriagado
olvido. “Vuelto” convierte una situación que, de otro modo, sería perfectamente
explicable (chico que se emborracha, chico que tiene un sueño erótico, chico que
olvida la diferencia entre sueño y realidad) en un problema potencial.

“Vuelto” contiene una promesa.

He pasado cada segundo desde que se quedó callado examinando la situación,


dándole vueltas y más vueltas, buscando desesperadamente una forma de hacer que
esto sea culpa de Potter. Lo mire como lo mire, la culpa es mía. Yo, el adulto, permití
al chico beber en mis habitaciones. Yo, la parte responsable, permití al chico borracho
quedarse en mis habitaciones. Yo, el profesor, me quedé de pie mirando
estúpidamente al chico con la boca abierta, arrastrado por mi propia excitación,
mientras él se apretaba contra mí. Yo, Severus Snape, soy culpable de comportarme
como un adolescente guiado por las hormonas durante un momento condenatorio de
debilidad.

Torciendo la boca con asco, me tomo un momento para tocar con los dedos el rollo de
pergamino que hay en mi bolsillo antes de abrir la puerta de la sala de profesores.
Todas las cabezas se vuelven hacia mí, mostrando cada una de las caras una
expresión de leve sorpresa. En catorce años de enseñanza, nunca he llegado tarde a
una reunión. Catorce años. Potter truncó accidentalmente el malévolo plan del Señor
Oscuro, liberándome indirectamente de mis obligaciones como agente doble y
permitiéndome con ello aceptar el puesto de profesor de Pociones. Sonrío cínicamente
ante la ironía. Mi carrera comenzó y acabará a causa de Harry Potter.

—Buenos días, Severus. Hemos empezado sin ti. —Dumbledore sonríe con
indulgencia y señala con un movimiento de cabeza hacia un asiento vacío al lado de
esa lerda francesa que contrató para enseñar las clases de Defensa. La chica perdió
en un torneo contra un chico de catorce años y, aún así, le dieron trabajo como
profesora. Esto sólo viene a confirmar que mi dimisión en una buena idea. Toco el
pergamino otra vez.

—Justo estábamos hablando de Aguí, le pauvre.

Sí, le pauvre. Pobre Harry Potter. Pongo toda mi atención en concentrar otra ola más
de amargo resentimiento y enviarla a la ya inundada ciénaga de mi estómago. Será
mejor no dejar que se muestre aún. Me aferro a la esperanza de que Dumbledore
mantenga en secreto la razón de mi dimisión. En realidad, no toqué al chico, después
de todo. Su virtud sigue intacta; en este hecho radica mi dignidad.

54
Las sombrías caras alrededor de mí me hablan de otra acalorada disputa más acerca
de lo que es mejor para el chico. Todos parecen ser unos puñeteros expertos en la
materia. Miro de reojo a McGonagall, que tiene aspecto asesino; la leona protegiendo
a su cachorro.

—Albus, no creerás en serio que sacar a Potter del equipo de Quidditch es la


respuesta. —Una sacudida de ira fluye a través de mí y miro a Dumbledore, que
mueve la cabeza exasperadamente. Por supuesto que él no consideraría semejante
idea. A pesar de lo ridículo que es el juego, sigue siendo la única cosa que mantiene
cuerdo al chico. ¡El único momento en el que me siento medio normal es cuando estoy
con usted! Su voz grita a través de mi consciencia y me encojo para mis adentros. Él
ya no es mi problema.

Él no está a salvo conmigo.

—Tal vez sea hora de traer un profesional de San Mungo. Necesita alguien con quien
pueda hablar. He consultado con la señorita Granger y el señor Weasley y ninguno de
ellos ha sido capaz de sacarle ninguna información. Un consejero podría ser capaz de
ayudarle… o de decirnos cómo ayudarle —termina McGonagall, frunciendo los labios
con fuerza. Gruñidos dispersos de aprobación alimentan la indignación asqueada que
bulle dentro de mí. Lo último que el chico necesita es la confirmación de que todo el
mundo cree que está loco. Excepto usted, Profesor. Usted no ha cambiado. Trago
saliva con dificultad.

—Tal vez una reducción de su programa. Puede que le ayudase tener menos clases.
—Flitwick mira a su alrededor para valorar la respuesta. Le golpeo con mi mejor
fruncimiento de ceño. Él aparta la vista rápidamente. Me vuelvo hacia Dumbledore,
que está sentado con una expresión pensativa en su cara. Empiezo a preguntarme si
está escuchando en absoluto la conversación. ¿Cómo puede sentarse y ver cómo
estos tontos juegan a la pelota con la vida del chico?

—Ha habido varios avances en el tratamiento de la depresión. Severus, ¿puede que tú


sepas sobre eso? —Sprout me mira y enarca las cejas. Ya hemos pasado por esto
antes. No tomaré parte alguna en este juego.

—¿Se os ha ocurrido que todo lo que el chico necesita es que todos vosotros dejéis de
preocuparos tanto por él?

—Sí, Severus. Todos estamos muy enterados de tus sentimientos hacia el chico —
murmura McGonagall. Un rubor provocado por la ira se extiende sobre sus pómulos.

—Tal vez haríais bien en escucharme. No es ninguna coincidencia que la calidad de


su trabajo escolar no haya disminuido en mi clase. Mis expectativas hacia él no han
disminuido. La última cosa que el chico necesita es más piedad por vuestra parte. —
Me queda poco para ponerme a gritar y las caras rojas a mi alrededor me prometen
que esta reunión del profesorado podría estallar en una andanada de maldiciones.
Dumbledore se aclara la garganta.

—No hay necesidad de levantar la voz.

—Bueno, alguien tiene que poner fin a esta tontería —argumento. Él me mira fija e
intensamente, y yo me arrugo bajo el peso de su mirada. Se me ocurre que perdí mi
oportunidad de poner fin a esta tontería justo después de las vacaciones. Por mi
propia voluntad.

55
—No parece que este problema se vaya a resolver hoy. Estad seguros de que
consideraré vuestras sugerencias cuidadosamente. Si no hay nada más… las clases
van a empezar pronto. Que tengáis un buen día. —Sillas arrastrándose y un coro de
voces. McGonagall se pone en pie y se vuelve hacia Dumbledore.

—No se puede tolerar que duerma en clases abandonadas, Albus. Hay que hacer algo
antes de que le perdamos. —Sus ojos se vuelven rápidamente hacia mí antes de salir
a grandes zancadas, dejándome a solas con Dumbledore.

El momento ha llegado. Aferro la carta con mi mano y abro la boca para hablar. Él me
interrumpe.

—¿Cómo está Harry, Severus? —Hay una mirada en su rostro que no puedo descifrar,
sus ojos azules pierden su brillo y su boca se retuerce con preocupación. Contengo el
aliento. A pesar de lo mucho que el habitual semblante titilante y travieso de este
hombre me llega a irritar, lo prefiero antes que aquellos momentos en los que parece
no saberse el final del chiste cósmico. Momentos como el de ahora, en los que la
carga de su sabiduría resalta las líneas alrededor de sus ojos, arrastrándolas hacia
abajo de forma que se puede ver su verdadera edad. De repente, me siento muy
joven.

Me aclaro la garganta, ronca por el remordimiento, e intento concentrarme en mi ira. —


Bueno, si preguntas a aquellos a quienes concierne su bienestar, está listo para ir a
San Mungo. Si me preguntas a mí, estará bien tan pronto como la gente le deje olvidar
que es Harry Potter, el pobre chico que ha sobrevivido a tanto, y, simplemente, le
dejen ser un maldito grano en el culo de quinto curso normal.

Se ríe sin alegría. Uno de esos raros momentos en que olvida corregir mi lenguaje. —
¿Debo asumir que tú y él habéis llegado a algún entendimiento sobre la naturaleza de
vuestra relación?

Oh, bueno, nos las hemos arreglado para desdibujar unas cuantas fronteras más.
Gruño evasivamente. Un momento de indecisión detiene mi lengua. Ahora podría ser
un buen momento para lanzarme a recitar ese discurso que pasé toda la noche
redactando. Sin embargo, ese discurso no está disponible para su presentación en
este momento. Está indispuesto debido a un caso repentino de cobardía.

Me clava a la silla con otra larga mirada. Siento como si sus ojos me estuvieran
perforando para examinar mi alma. Me revuelvo, incómodo.

—Harry ha sufrido mucho, Severus. Si eliges aceptarle de nuevo en tu vida, debo


insistir en que lo hagas tomando en consideración todas las posibles consecuencias; si
me perdonas la expresión, debo insistir en que lo hagas con todo tu corazón. —Sonríe
suavemente y yo intento mirarle con furia. No me sale bien. Mi capacidad para la
amargura, noto no sin un sentimiento de pánico, ha sido reemplazada por un pozo de
remordimiento, ahora sin fondo.

—Albus, como su profesor…

—Me doy cuenta de que existen ciertos convencionalismos relativos a las distancias
que se supone que profesores y alumnos han de respetar. Espero haber dejado claro
que estoy dispuesto a hacer excepciones en este caso. Si hay una oportunidad de
ayudarle, no puedo, atendiendo a mi conciencia, negarle esa ayuda.

56
Resoplo, bien seguro de que este hombre no sería tan condenadamente indulgente si
supiera lo cerca que ha estado su pequeño prodigio de perder el único retazo de
inocencia que le queda.

—No te voy a pedir que te hagas amigo de Harry. Todo lo que pido es que, sea lo que
sea lo que elijas hacer, seas consecuente con esa decisión. No sé cómo le sentaría al
chico otra pérdida. Por favor, piénsalo cuidadosamente.

Me dirige una débil sonrisa antes de levantarse de la silla y me deja regodeándome en


mi propio odio.

----------------------------------------------------

—No estaba en su cama esta mañana.

—He oído que le encontraron vagando por el Bosque Prohibido.

—No está tan loco. ¿Verdad?

—Neville dijo que casi nunca duerme.

—Es tan raro. Quiero decir, es Harry Potter.

Iracundo, acorralo a un grupo de Gryffindors de cuarto curso. Técnicamente la clase


no ha empezado todavía, pero su incesante cotilleo ha agujereado la tan delicada
membrana entre mi ira controlada y mi furia violenta. Tengo intención de hacerles
temblar de miedo pero se me adelanta la chica Weasley, con la cara de un violento
tono rojo. Apunta con su varita hacia sus cuatro compañeros de clase y dice,
rechinando los dientes—: El próximo que diga otra palabra estará escupiendo babosas
hasta el fin de semana.

Reprimo una sonrisa de sorpresa. La panda se da cuenta de mi presencia y levanta


los ojos hacia mí con miradas de terror. Weasley pasa del rojo al blanco antes de
quedarse en un avergonzado tono rosado. Baja la varita. Aprieta la mandíbula
testarudamente, enfrentándose a su inminente castigo con valor de Gryffindor. O con
estupidez de Weasley. Pero eso, bien puede que sea lo mismo.

—Creevey, Muldoon, Harvey y Brandon: diez puntos menos para Gryffindor por cada
uno. Esto es una clase, no un gallinero. Weasley, vete a buscar tu asiento. —Ella
parpadea y luego se escabulle para obedecer, llevando una expresión atónita con una
pizca de alivio. Miro con furia a los cuatro infractores una vez más, por si acaso, y sigo
escribiendo la tarea en la pizarra.

Malditos cretinos. Uno puede estar seguro de que en la casa de Slytherin hay, al
menos, un cierto grado de lealtad y entendimiento entre sus miembros. Los
prepotentes de Gryffindor condenarían a su propio fundador si tuviera un mal día.
Cuando suena la campana, gruño rápidamente las notas introductorias y observo
mientras los alumnos comienzan sus preparativos. Hago mis rondas y ni siquiera soy
capaz de sentirme complacido por cómo los granujas se encogen de miedo al pasar a

57
su lado. Mi mal humor aumenta exponencialmente cuando oigo casualmente cómo mis
propios alumnos están extendiendo la misma tontería.

—He oído que está bajo la maldición Imperius.

—He oído que el Señor Oscuro puso una maldición sobre él que le volvería loco
lentamente.

—Draco dijo que han estado llevándole a San Mungo en Traslador cada noche.

Oigo como se rompe el último hilo de mi paciencia. Los alumnos lo van a pagar. —
Dado que esta clase ha demostrado un notable interés por la salud mental, os
recompensaré con la oportunidad de estudiarla. Quiero un trabajo de cinco pies de
longitud sobre la enfermedad psicológica de vuestra elección y las pociones
disponibles para curarla; para entregar el miércoles. Asimismo, como habéis
malgastado treinta minutos de mi clase discutiendo el tema, estoy seguro de que no os
importará recuperar ese tiempo durante la hora del almuerzo. Poneos a trabajar.

Gemidos apagados y suspiros de exasperación resuenan a través de la clase antes de


disolverse en el silencio. Me siento en mi escritorio y saco un trozo de pergamino
nuevo. Dudando seriamente de mi propia cordura, redacto una cuidadosa carta para el
Director con una propuesta que, espero, ponga fin a toda esta cháchara ridícula
acerca de la salud mental de Potter. Si bien yo mismo sólo llego a bordear la
estabilidad en el mejor de los casos, sigo siendo el único que tiene un mínimo de
raciocinio en lo que respecta al chico. Elijo resolver El Problema con Potter
permitiendo a Potter no tener ningún problema.

Firmo la carta con el más leve sentimiento de temor. Mis pensamientos se mueven de
nuevo hacia mi carta de dimisión, que aún espera en mi bolsillo. La extraigo y rompo el
sello.

Querido Albus:

Adjunta encontrarás mi carta oficial de dimisión, donde se cita mi deseo de viajar como
razón de mi marcha. Dado que tienes la habilidad, bastante inquietante, de ver a
través de mí, te daré una explicación honesta.

Como estoy seguro de que ya sabes, permití al chico venir a mis habitaciones anoche.
Siendo perfectamente consciente de las reglas que prohíben a los alumnos consumir
alcohol, le ofrecí una copa. Tenía aspecto de necesitarla. Puesto que fue totalmente
intencionado, no me disculparé por ello. Sí me disculparé, sin embargo, por dejarle la
botella mientras corregía exámenes. Fue descuidado por mi parte. Él se encargó de
beber mucho más de lo debido. Cuando me preguntó si podía quedarse, en contra de
mi buen criterio, se lo permití.

Solamente esto sería suficiente para presentar un caso contra mí ante la Junta del
Consejo Escolar. No es, no obstante, la razón por la que siento la necesidad de dimitir.
Potter, en estado de embriaguez, intentó besarme. Le detuve… pero mucho más tarde
de lo que hubiera debido. Por mucho que me gustaría decir que nunca más volvería a
permitir que esto ocurriera, no puedo correr el riesgo de que ocurra.

Te pido disculpas, Albus. Si eliges enviar esta carta al Comité en lugar de la otra, lo
comprenderé. Únicamente solicito que se deje al chico fuera de esto. También pido
que se me permita decirle yo mismo que me marcho; en tu presencia, naturalmente.

58
Atentamente,

Severus Snape

Leyéndola de nuevo, se me ocurre que tal vez haya reaccionado exageradamente. La


había escrito de madrugada, todavía perturbado y frenético a raíz de la situación. Me
digo a mí mismo que la disculpa humillada del chico testifica el hecho de que no lo
volverá a intentar. Sólo debo evitar cometer el error de dejar que el chico se
embriague, para que no se olvide de quién es.

Sólo debo evitar olvidarme de quién soy.

Absurdo. Soy un adulto y bien capaz de moderarme. Me aturdió el comportamiento del


chico. Estabas excitado. Estaba horrorizado. “He vuelto a soñar contigo esta noche,
Profesor”. Él es un chico de quince años que perdió el control en el calor del momento.
Yo soy un hombre de treinta y siete que debería saber qué hacer.

Aparto un persistente sentimiento de aprensión con determinación de hierro. Si me


marcho, ellos destruirán las escasas probabilidades que tiene el chico de vivir lo que le
queda de vida en un estado de semi-felicidad. Le destruirán. No, no dejaré que el
suicidio de Potter caiga sobre mi conciencia; sin mencionar el problema, aún mayor,
que será la inmortalidad de Voldemort en caso de que el chico finalmente se quiebre
entre los gentiles dedos de aquellos que se preocupan jodidamente en exceso por él.

Suena la campana, señalando la hora del mediodía. Los ojos de los alumnos me
miran, sin muchas esperanzas de que les deje irse.

—Pasaréis los próximos treinta minutos escribiendo un trabajo sobre la poción


Reductora que acabáis de preparar. Empezad. Señorita Weasley, venga aquí.

Te arrepentirás de esto. No tanto como de la alternativa.

—¿Sí, Profesor?

—Por favor, entregue esta carta al Director. Llévese las cosas con usted. —Se se
queda momentáneamente boquiabierta, pero se recupera y, rápidamente, coge el
pergamino.

Esto sólo le espoleará. Le estoy salvando.

¿Quién te va a salvar a ti?

Aparto ese pensamiento de mi cabeza y saco mi varita. Poniendo mi carta de dimisión


en un caldero cercano, la quemo. Observo cómo el fuego la consume
instantáneamente. Mi sensibilidad ética reducida a poco más que una nube azulada
que se disuelve en un instante. Inspiro bruscamente, con la esperanza de salvar
alguna pequeña parte de ella.

----------------------------------------------------

59
Severus:

Él llegará a las ocho y cuarto vía Flú. Hemos acordado una historia como excusa para
explicar su ausencia en caso de que fuera necesario. Encontrarás un escritorio
adecuado que ya está en tus habitaciones. Haré que se prepare un programa de
estudios después del fin de semana. Al final del trimestre, revisaremos sus progresos.
Si en ese momento deseas reconsiderar los planes, estaré abierto a escuchar otras
opciones.

En nombre de Harry y en el mío propio, deseo expresarte mi más profunda gratitud.

Respetuosamente,

D.

Bajo la vista hasta el pergamino, como si leyera la proclamación de mi sentencia de


muerte. Creo que puedo oír el espeluznante alarido de mi agonizante aislamiento.
Recuerdo de pronto una lección que aprendí hace tiempo sobre tomar decisiones que
te cambian la vida bajo la influencia de las emociones. Por supuesto, antes me rendiría
ante los Mortífagos que decirle a Dumbledore que he cambiado de opinión. Sospecho
que tendría muchas más probabilidades de sobrevivir. La hora en el reloj de mi oficina
marca las ocho y cinco minutos. La miro fijamente por un momento, incrédulo; juraría
que hace tan solo un segundo sólo eran las siete.

El tiempo nunca ha sido mi mejor amigo.

Reúno la pila de castigos del cuarto curso y me dirijo hacia mis habitaciones,
preguntándome vagamente cuántos vasos de licor puedo consumir en diez minutos.
La idea se disipa. Necesitaré cada onza de serenidad para sobrevivir a los primeros
minutos de mi reunión con el chico. Esos preciosos segundos deben servir para
ahogar cualquier esperanza residual que el chico albergue.

Al entrar, miro consternado mi espacio privado, que se encoge rápidamente. El nuevo


escritorio ha sido emplazado frente al mío. Estudio la sala de estar, buscando un sitio
a donde moverlo. Está en el lugar más apropiado. Derrotado, tiro los trabajos sobre mi
mesa y cojo un libro en el que, con suerte, podría quedar absorto. Me siento en la
atrocidad que he empezado a llamar “esa butaca”, a la que, inadvertidamente, me he
aficionado. Abriendo el libro, espero la llegada del chico con un sentimiento de
creciente inquietud, sólo para que él caiga desde mi chimenea segundos más tarde y
aterrice hecho un guiñapo a mis pies. Me maravillo una vez más ante la destreza del
chico sobre la escoba. Es poco menos que un milagro que aún no se haya lisiado.

—Enhorabuena por otro suave aterrizaje, Potter.

----------------------------------------------------

60
Se pone en pie trabajosamente y se coloca las gafas. Sin mirarme a los ojos, se queda
de pie ante mí como un criminal ante un jurado, esperando su sentencia. No puedo
evitar sentirme igual. La vergüenza escrita en su rostro paraliza mi lengua y me
encuentro inundado por el deseo de disculparme ante él. Lo suprimo.

—¿Qué has traído para trabajar? —Se me corta la respiración cuando me mira.
Afortunadamente retira los ojos rápidamente y le veo luchar para apartar su mente del
tema que, sin duda, le ha estado obsesionando todo el día, y concentrarse en
responder a mi pregunta.

—Eh... tengo lectura de cartas del tarot para el lunes. Y luego el capítulo para su
clase. Esto es todo. El Profesor Dumbledore todavía no me ha dado el programa de
estudio.

—Tu mesa está por allí. Te aconsejaría que repasaras meticulosamente el capítulo
para mi clase. Puede que no lo estés haciendo peor pero, ciertamente, podrías hacerlo
mejor. En cuanto a Adivinación, bueno, no puedo imaginar por qué estás dando esa
basura de curso, pero sospecho que no será demasiado duro inventarse alguna
tontería que apacigüe a ese viejo murciélago.

Se ríe y me mira de nuevo con un destello de su antigua confianza asomando a su


cara. Durante un breve instante, casi me relajo. —De todas formas, es lo que hago
normalmente. Mientras muera una vez por semana, parece estar suficientemente
contenta. —Sus palabras me golpean como un puñetazo en el estómago y me pongo
tenso. Aparto de mí un impulso repentino de subir a esa torre y lanzar una Maldición
Imperdonable sobre esa estúpida mujer. Se me encoge el estómago e intento calmar
este impulso ilógico de proteger al chico. No nos hará ningún bien a ninguno de los
dos. Me recuerdo a mí mismo que la única razón por la que estoy haciendo esto es
para protegerle de aquellos que tienen el mismo jodido reflejo.

¿Pero quién le protegerá de ti?

—Ponte a trabajar, Potter. —Las palabras apenas consiguen escapar de mi garganta.


Le veo recoger su mochila y escabullirse. Estoy ligeramente sorprendido de que no
haya protestado por hacer sus deberes un viernes por la tarde. También estoy
aliviado; y bastante seguro de que no habría sido capaz de reunir la fuerza necesaria
para reprenderle por ello, teniendo en cuenta la bola gigante de plomo que siento bajo
mi esternón.

Podría encontrar cierto humor en la situación si estuviera en proceso de agarrarme


una cogorza. Mi mente se distrae añorando mi vitrina de licores, donde hay media
botella de buen whisky esperando que la termine. Por supuesto, esa misma botella de
whisky me metió en esta situación en primer lugar, y debería tirarla por cuestión de
principios. No, mejor echarme la culpa a mí mismo que malgastar alcohol del bueno.
En lugar de eso, conjuro una tetera. No liberará mi sentido de la ironía pero rehidratará
ese trozo de tiza que, una vez, fue mi lengua.

De acuerdo, acepté esta obligación. La solicitaste. Hago una mueca de amargura ante
ese pensamiento y, entonces, decido buscar esperanzas en la vergüenza que vi en la
cara del chico. Nunca volverá a ocurrir. Él nunca lo volverá a intentar y, si él no lo
intenta, yo no puedo fallar al intentar detenerle. Inspirando profundamente, me preparo
para lo inevitable. Me levanto de esa butaca y me acerco, tomándome un momento
para mirar por encima de su hombro. Parece estar copiando el libro entero. Coloco
una taza de té ante él y tengo la intención de hacer un comentario sobre sus hábitos

61
para tomar apuntes, momento en el que él da un respingo. Me trago otra disculpa.
Estoy a la vez horrorizado de que me rehuya, y encantado de que me encuentre
repulsivo cuando no está bajo la influencia del alcohol. Se me ocurre lo extraño que
me resulta encontrar consuelo en eso. Pero hará mi nuevo compromiso mucho más
fácil. Respirando con más libertad, me dirijo a mi escritorio y me siento.

—¿Qué? ¿Hoy no hay whisky? —Sonríe débilmente y yo entorno los ojos en una
mirada penetrante y furiosa. Él se acobarda apropiadamente.

—¿Es necesario que te diga que no volverá a suceder jamás?

Baja los ojos y niega con la cabeza. —Lo siento.

Observo cómo la culpa inunda sus facciones y lucho contra el impulso de sentirme mal
por el chico. La culpa es buena. La culpa y la humillación. Si voy a retomar el control
sobre esta situación, debe ser tan doloroso para él como sea posible.

—¿Qué es lo que sientes, Potter? —digo con una sonrisa cínica.

—¿Señor?

—Me gustaría saber por qué, específicamente, te estás disculpando.

Veo un matiz de rubor que sube por sus mejillas. —Eh... por... —Trato de no sonreír
mientras observo cómo reúne el valor para decir las palabras intentar besarle. Se me
ocurre cuán absurdo es intentar hacer algo de lo que uno no puede ni siquiera hablar
sin sentirse incómodo. La humillación que veo en su rostro reaviva mi vena sádica,
tanto tiempo dormida. Empiezo a sentirme yo mismo de nuevo— …hacerle sentir
incómodo, señor. —Las palabras adquieren sentido para mí y se me tensa la
mandíbula Eso no es lo que esperaba oír. No es lo que confiaba en oír. ¿Cómo se
atreve ese muchacho del infierno a preocuparse por cómo me afecten sus acciones?
Le miro furioso y él se mueve nerviosamente—. Y... eh, ¿por beberme todo su whisky?

Alguien debería explicarle que uno no debería presentar disculpas en forma de


pregunta. Pierden su sinceridad. Esa, no obstante, es la menor de mis
preocupaciones. De pronto siento el impulso de hacerme un ovillo y lloriquear como un
niño. Él no lamenta lo que hizo. Sólo lamenta que ello me hiciera sentir incómodo,
dejando abierta la posibilidad de que pueda intentarlo de nuevo si recibe la impresión
de que yo estaría dispuesto. Esto no va a funcionar.

Tiene que funcionar. Ya no tienes elección.

Resoplo amargamente y apoyo la cabeza sobre mi mano. Me rindo. Mátame ahora.

—Mire. —Empieza a hablar y contengo la respiración—. Lo siento... por todo… —


Exhalo, aceptando esa disculpa como lo más parecido a lo que quiero oír que voy a
conseguir. Él continúa—: Fue estúpido por mi parte pensar que... —Empiezo a
completar sus frases mentalmente. Cada palabra que dice espolea mi esperanza de
que su comportamiento de anoche fuera inducido por el alcohol. Cada frase que no
termina confirma mi miedo de que, en efecto, le atraigo. No sólo no está totalmente
horrorizado por haber siquiera pensado en besarme, lo único que lamenta es que yo
dije que no.

62
¿Quién va a salvarte a ti?

—Potter, cállate. —Por favor, cállate. No vuelvas a hablar jamás. Desesperado,


cambio de tema—. ¿Es necesario decir que si alguien averigua lo que ocurrió, yo
perdería mi empleo? —Desde esta posición estratégica, esa perspectiva no parece tan
negativa como cuando preparé estas preguntas. Perder mi trabajo ahora, de hecho,
parece mi única esperanza de salvación.

Puedo ver en su cara que no se le había ocurrido. —Pero usted no hizo nada. —
Aprieto los labios para evitar destrozar de una maldición al necio muchacho. Ha dado
en el clavo. No hice nada, ese es todo el problema. Por supuesto, enseñarle a un
quinceañero lo que es la ética profesional es, aproximadamente, tan efectivo como
enseñar a una serpiente de jardín a caminar, pero lo intentaré, de todas maneras.

—Uhm, repasemos el curso de los acontecimientos, ¿te parece? Animé y permití


beber a un alumno en mis habitaciones. En lugar de insistir en que regresara a su
dormitorio, le consentí quedarse. Desvestí a un chico de quince años y luego casi le
permití que me besara.

—Así no fue como pasó. Usted me detuvo.

—No lo suficientemente pronto —digo con impaciencia.

—¡Demasiado pronto! —La réplica que tenía en la punta de la lengua, esperando para
saltar desde mi boca, se lanza aterrada hacia el fondo de mi garganta. Casi me
atraganto con ella—. ¡No! Quiero decir, eso no es... —Deja caer la cabeza sobre la
mesa y yo intento recordar si me humillaba tan a menudo cuando tenía quince años.
Por primera vez estoy agradecido por tener casi cuarenta.

Intento de nuevo hacerle comprender. Soy un profesor, después de todo: un


masoquista de profesión. —Potter, no importa lo que ocurriera en realidad. Esa es la
versión de los hechos que vería la Junta del Consejo Escolar. Yo soy un adulto, tu
profesor. Tú eres un chico de quince años. La culpa recae sobre mí.

—Lo siento tanto. —La sinceridad de su disculpa me pone enfermo. Su voz está
cargada de remordimiento. Remordimiento por haberme puesto en peligro. Y que
prueba que no ha conseguido entender ni una sola palabra de lo que he dicho. Se
niega a entender que lo que él hizo sólo era de esperar. Lo que yo hice (o no hice) es
inexcusable. Desisto de seguir intentándolo.

—Igual que yo. —Las palabras abandonan mi boca, insensibles.

Alza la cabeza y veo una expresión de horror que se extiende por su rostro. —Dios,
usted no tiene que... quiero decir, por favor, no lo esté. Puede que tenga quince años,
pero sabía lo que estaba haciendo... —Le ruego silenciosamente que se calle—.
Quiero decir, fui yo quien lo hizo. Todo. Y no hice nada que no... —Me encojo de dolor,
anticipando el final de esa frase. Él se detiene.

Comienzo a sentir en mi sien el latido apagado de una migraña que se avecina. Dejo
caer la cabeza sobre mi mano. Él permanece compasivamente callado mientras hago
malabares con mi vergüenza y mi miedo. Vergüenza por olvidarme de quién soy,
permitiendo que un niño me despoje de mi fuerza de voluntad. Miedo de que lo volveré
a hacer.

63
—Sé cómo funciona, Profesor. Repasa la escena en su cabeza una y otra vez y
piensa en todos los errores que cometió... —Miro iracundo al chico, temeroso por un
instante de haber estado pensando en voz alta. Y entonces reconozco las palabras.
Parece bastante satisfecho de sí mismo— ...deseando haberse llevado consigo la
botella, deseando haberme enviado a mi habitación, deseando...

—Potter, ponte a estudiar. —Debo admitir que me ha cogido desprevenido este


repentino cambio de tercio. Trato de parecer severo, pero mi ira se diluye ante un vago
sentimiento de asombro.

—Lo haré. Pero, Snape, tiene que dejar de hacer esto. O acabará como yo. —A mi
pesar, sonrío y luego maldigo mentalmente al chico por ser tan repentinamente
ingenioso. Y por tener razón. Por supuesto, el consejo era mío, así que no puedo
otorgarle el mérito de ser listo.

—Repase. —El aire es respirable entre nosotros otra vez, e intento no suspirar de
forma audible. De alguna manera, el chico se las ha arreglado para detener el torrente
de autodesprecio y aprensión que había dentro de mí. Me lleno de una gratitud casi
perturbadora.

Él vuelve la vista hacia el libro pero no ha borrado la sonrisa de suficiencia de su


rostro.

—Y diez puntos menos para Gryffindor, Potter, por ser un niñato insolente.

—Diez puntos menos para Slytherin, Profesor, por obligarme a hacer deberes en
viernes.

—Si tu libro de pociones no te interesa, tal vez podríamos discutir tus sueños.

Él gime y baja la cabeza hasta la mesa. Si al final he de condenarme, al menos puedo


divertirme humillando al chico hasta entonces.

64
CAPÍTULO 7 - CURIOSIDAD

Esta noche se ha decidido por el suelo, quejándose de que la silla que he traído de la
mansión es tan dura e incómoda como yo trato de ser. Le miro de forma hosca ante su
comentario, pero él ve la sonrisa tras mi gesto desdeñoso. Sonríe abiertamente.

—Allí hay un escritorio perfectamente adecuado, si el mobiliario disponible no es de tu


agrado. —Pone los ojos en blanco y se apoya contra la silla que acaba de insultar.
Una silla que ha estado en mi familia durante siglos, probablemente debido a que es
tan terriblemente incómoda que nadie es capaz de permanecer sentado en ella
durante mucho rato. Hasta que Potter colonizó mi vida, la silla me parecía bien.

Una tranquila comodidad se extiende entre nosotros, tan inquietantemente natural que
es casi doméstica en su naturaleza. Harry Potter se ha llegado a integrar tanto en mi
vida cotidiana, que rara vez recuerdo molestarme por su presencia. En los momentos
de claridad (que aparecen muy raras veces estos días), vuelvo la vista atrás, hacia el
último año, y regreso sobre mis pasos, preguntándome cómo demonios he llegado
hasta aquí. Y sobre todo, cómo demonios ha llegado él hasta aquí. En clase nos las
apañamos para representar nuestros papeles del odiado profesor frente al querido
estudiante, pero casi nunca puedo siquiera fruncirle el ceño en serio. Y en ciertos
momentos, cuando mi conciencia encuentra su voz, recuerdo, con una indiferencia
inquietante, cómo era mi vida antes de que él irrumpiera en ella.

Me siento en esa butaca y le observo llevar a cabo un simple hechizo de


concentración que yo le enseñé, antes de caer en las profundidades de su libro de
texto de Historia de la Magia. Ha mejorado. Me felicito por un trabajo bien hecho. Sus
notas han mejorado de manera espectacular durante los últimos tres meses, y estoy
seguro de que sus TIMOS estarán entre los más altos de su clase. Incluso ha
conseguido probar que yo estaba equivocado sobre su ineptitud en cuanto a Pociones.
No sin una cierta satisfacción, escucho al club de fans de Potter en las reuniones de
profesores comentando entre risitas su milagrosa recuperación. Naturalmente, no
tienen ni idea de las razones que hay detrás. Me atrevo a decir a que ninguno de ellos
le preocupa saber cómo ha ocurrido. Sólo que haya ocurrido. Y su joven héroe ha sido
restituido a su pedestal.

No sólo es en sus clases donde el cambio es aparente. Me sorprendo a mí mismo


cuando me siento complacido de volver a verle conspirar jovialmente con esos dos
lerdos inconscientes que él llama sus amigos. Externamente, ha vuelto a ser el mismo
arrogante y alegre atontado que era. Yo le veo de forma diferente. Sólo yo reparo en
las ojeras que se han instalado permanentemente bajo esos ojos, que ya no son tan
brillantes como una vez fueron. Sus mejillas están hundidas y su sonrisa no está
exenta de un tinte de tristeza. Aquellos que le quieren miran ciegos a través del chico
que es para ver al chico que fue. Eligen no ver la oscuridad que esta experiencia ha
arrojado sobre él. Sólo yo aprecio en quién se ha convertido.

Se muerde el pulgar distraídamente, mientras sus ojos siguen el texto. Cuando


entrecierra los ojos y arruga la nariz, me asalta un recuerdo sorprendente de James:
antes de Gryffindor, antes del Quidditch, antes de Black. Pero no. Aparte de su
aspecto, ciertos hábitos nerviosos y una tendencia hacia la imprudencia, no se parece
en nada a su padre. James era un Potter hasta la médula: un Gryffindor privilegiado,
optimista sin remedio y ciegamente confiado, cuyo aire descuidado lindaba la
arrogancia. Y, mientras que Harry tiene todos los atributos de un Gryffindor, hay algo

65
ahí, una cierta determinación torturada y una angustiosa profundidad que son tan
Slytherin que podría sentirme tentado a asemejarle conmigo.

Él es todo lo que yo hubiera querido que James fuera.

Me sorprendo a mí mismo riendo en voz alta ante el pensamiento, aunque no sin cierta
irónica amargura. Es propio de aquellos que dirigen mi retorcido destino darme aquello
que quise con casi un cuarto de siglo de retraso. Potter se sobresalta por mi súbito
arrebato y me mira curiosamente. Intento corregirme pero, de algún modo, he sido
arrastrado por la hilaridad de toda esta situación. Respirando con dificultad, estiro el
costado donde me ha dado el flato de reírme.

—¿Un libro divertido? —Le echa una ojeada al título del libro que he estado
sosteniendo, Belleza embotellada: Ensayos completos sobre la ética de las pociones
para la alteración de la apariencia. Me mira fijamente con recelo—. Suena
desternillante. ¿De qué se está riendo?

—Tan solo estaba considerando tus posibilidades de aprobar los exámenes.

Finge una expresión herida. —Muy gracioso. Quizás si dejara de reírse tontamente,
podría estudiar en serio.

—Si hubieras realizado el hechizo de concentración correctamente, no te hubieras


percatado. —Enarco una ceja y él sonríe.

—He terminado el capítulo. Sólo pensé en dejarle observarme un ratito más.

Clavo la mirada en él estúpidamente, y me pregunto cómo voy a negar su acusación.


Su sonrisa se hace más amplia y yo me maldigo por ser incapaz de idear un
comentario mordaz que borre la sonrisa de su cara.

—Me calma —digo sarcásticamente, y espero que oír su propia excusa le hará
cambiar de tema. Abre la boca para decir algo, pero entonces se ríe con nerviosismo.
Le lanzo una mirada interrogativa, pero él ya ha devuelto su atención a su mochila.
Extrae las cartas de tarot y comienza a barajarlas. Resoplo desdeñosamente ante la
ridícula idea de tener que jugar al adivino como trabajo de curso, mientras él comienza
a disponer las cartas sobre el suelo, delante de él.

—Sabe, en realidad son algo así como interesantes —dice, y alza la mirada para
darme una débil sonrisa antes de sacar su diario para anotar los resultados.

—Claro. Espero que no te hayas tragado de verdad esa basura. Podría tener que
expulsarte de mis habitaciones por principio. —Unos dibujos bonitos puestos en cartas
no son magia. Las cartas no tienen lugar en una escuela. Su lugar es una trastienda
Muggle donde fraudes como Trelawney sacan dinero contándole a la gente lo que
quiere oír.

Se encoge de hombros. —No creo que me muestren el futuro, exactamente. —


Levanta la vista para mirarme con incertidumbre antes de mirar de nuevo las cartas
extendidas ante él. Continúa—. Pero he notado... no sé... patrones. Cada carta tiene
una descripción, ¿de acuerdo? Y tu tarea es aplicarla a tu vida. Así que, en realidad,
las cartas simplemente te hacen pensar de una forma distinta. —Ha hablado para sus
rodillas, dejando ahí el argumento, y considero si recogerlo o no. Es bastante valiente

66
por su parte mostrarse en desacuerdo conmigo. Pero si es lo suficientemente estúpido
como para intentarlo, entonces es mi deber destruirle.

—Te engañas a ti mismo al transponer esos patrones sobre tu vida y fingir que tienen
sentido. Puedes encontrar cualquier cosa si la estás buscando. Las cartas parecerán
exactas porque tú quieres que lo parezcan, no porque lo sean. Usarlas como forma de
introspección es peligroso. Si la carta que eliges te dice que estás triste, encontrarás la
tristeza en tu interior, incluso si no estaba ahí cuando empezaste a buscar.

—También te ayuda a encontrar la esperanza cuando no sabías que existía —replica


con irascibilidad. Se tranquiliza a sí mismo y se encoge de hombros—. Tal vez tenga
razón. Pero a veces son jodidamente exactas.

Sonrío con suficiencia. —Hum. Así que, cuéntame. ¿Qué te tienen reservadas las
cartas?

—Como si fuera a contárselo —se burla, poniendo los ojos en blanco. Un leve rubor
asciende hasta sus mejillas. Naturalmente, estoy intrigado. Desciendo hasta el suelo,
enfrente de él, y escudriño sus cartas. Me mira con aprensión.

—No ha estudiado adivinación, ¿verdad?

—No, Potter. A diferencia de ti, yo me ocupo en materias útiles. —El alivio que detecto
en su expresión sirve únicamente para interesarme aún más. Aunque solo sea para
torturarle con cualquier conocimiento que crea que está recibiendo. Recojo su libro de
referencia que descansa sobre el suelo antes de que pueda arrebatármelo. Cierra su
diario rápidamente y lo esconde tras su espalda. Me parece que pone más fe en su
jueguecito de cartas de lo que le gustaría admitir.

—Vale. Se lo diré. Sólo devuélvame el libro. —Coloco el libro a mi lado, lejos de su


alcance y sonrío con picardía. Aprieta la mandíbula y me mira furioso por un
momento—. Niñato.

—Si fueras más listo, habrías inventado algo en lugar de hacer una escena y suscitar
mi curiosidad.

—Si dice algo horrible, pararé. Y usted tendrá que encontrarle el sentido por sí mismo.
—Me ofrece una sonrisa arrogante, como si pensara que no voy a ser capaz. Le miro
con el ceño fruncido—. No soy bueno en esto, ni nada de eso. Así que... Esta carta me
describe en mi estado actual. O al menos lo hacía antes de que usted empezara a
comportarse como un imbécil. —Ignoro su insulto y miro la carta. Diez de copas; la
palabra “Saciedad” está escrita en la parte inferior. Ni siquiera me molesto en reprimir
una maliciosa sonrisa.

—Vaya, vaya, Potter. Con que saciado, ¿eh?

—Snape —me avisa, y tengo que esforzarme para no reírme. Me muerdo la lengua y
le dejo continuar con sus tonterías—. Creo que significa que estoy contento,
emocionalmente. Estoy rodeado de personas que se preocupan por mí. El libro
advierte en contra de tener demasiado de algo bueno. Y, puesto que es un diez... no
durará. Una vez que has alcanzado el máximo, no hay otro sitio al que ir sino para
abajo. —Su rostro se contrae en una expresión de concentración y deja vagar sus ojos
sobre el resto de las cartas. Suspira—. Esta carta de aquí... La luna. Ése es mi
obstáculo. Es lo que, o bien me ayuda, o bien me obstaculiza. Significa... No lo sé,

67
realmente. Podría significar sueños, u oscuridad. O podría ser un secreto que alguien
me está ocultando. En cualquier caso, está ligado a esta carta de aquí...

Deja de hablar pero su boca sigue abierta. Me mira con expresión extraña. —Mire,
tiene razón. Es basura. —Estudia la carta de nuevo intensamente. Yo lo hago también,
esperando encontrar lo que le ha asustado. Las imágenes se fijan en mi memoria justo
antes de que mezcle las cartas en un montón con una suave risa nerviosa.

Le miro, intentando calmar un inexplicable temor que me rodea. —Potter, ¿qué es lo


que cree haber visto? —Se encoge de hombros y le observo poner su expresión bajo
control.

—Lo habitual: seré abatido por un meteorito justo después de que mi mejor amigo me
robe a mi novia y se folle a mi perro. —Se ríe. Yo no.

----------------------------------------------------

Maldiciéndome durante todo el camino, subo a la Torre Norte en busca de mi colega.


Dos días después de que esas jodidas imágenes se hayan grabado en mi mente
consciente, sigo obsesionado con ellas. Probablemente no habría vuelto a pensar en
ello si Potter no hubiera parecido tan afectado por lo que vio. Ha adquirido un cierto
aire reservado desde el jueves. Mientras que por fuera sigue siendo el niñato insolente
y pagado de sí mismo que siempre es, a veces le sorprendo llevando esa expresión
que mostró justo antes de mezclar y recoger su presunto destino. He empezado a
sentirme curioso y lo bastante irritado como para estar dispuesto a sacrificar mi
preciosa tarde de sábado para averiguar qué clase de tonterías se le han metido a
Potter en la cabeza.

Antes de entrar en la habitación ya estoy sin aliento, y mis jadeos son aún peores
debido a este agobiante aire estancado. Esta mujer debería ser despedida por tratar
de asfixiar a sus alumnos. Comienzo a preguntarme si está allí, pero entonces
recuerdo que ella nunca desciende de su torre. El resto de los profesores y yo no
solemos quejarnos.

—Severus —canta, apareciendo entre una nube de bruma, flotando como un


fantasma. —¿Qué te trae por aquí? —Pienso en señalar que ella debería ser capaz de
decirme lo que estoy haciendo ahí, pero reprimo el impulso. Si voy a conseguir lo que
quiero tendré que jugar a ser amable. Me estremezco y maldigo a Harry Potter con
casi el mismo odio intenso con el que me maldigo a mí mismo.

—Buenas tardes, Sybill. Me preguntaba si podría aprovecharme de tu experiencia. —


El sarcasmo que he intentado eliminar de mi voz cubre mis palabras. Aparentemente,
ella está demasiado drogada por el incienso como para notarlo.

—Vaya, por supuesto. Siempre estoy deseando ayudar a un colega. ¿Tal vez una taza
de té?

Acepto la oferta gentilmente, confiando en que la teína disipe la nube de humo que
amenaza con enturbiar mis sentidos. —Esperaba poder convencerte para que me

68
explicaras una lectura de las cartas del tarot —le digo una vez que nos hemos sentado
alrededor de una pequeña mesa redonda.

Me lanza una curiosa mirada y entonces conjura sus cartas. —¿Qué clase de lectura
querrías que hiciera? ¿Quizás algo en la categoría romántica? —Sonríe
indulgentemente y, de pronto, me doy cuenta de que las bolas de cristal podrían
funcionar perfectísimamente como balas de cañón si tan solo pudiera reunir la
suficiente aceleración.

Contengo la mano con la que uso la varita y digo—: ¿Puedo? —Hago un gesto hacia
las cartas en sus manos y me las entrega con renuencia y una expresión descolocada.
Me alegra defraudar a esta vaca entrometida. Busco entre las cartas, extrayendo
aquellas que reconozco de la lectura de Potter. Me tomo un momento para
concentrarme en la imagen, de forma que pueda estar seguro de que todas las cartas
ocupan su posición correcta. Una vez que estoy seguro de que es correcto, giro la
mesa para que las cartas queden extendidas frente a ella. Las estudia
cuidadosamente y entonces alza la mirada hacia mí con una expresión peculiar.

—¿Era tuya esta lectura?

—No.

Frunce los labios y entonces pregunta—: ¿Sabes por casualidad la pregunta que hizo
el Consultante?

Niego con la cabeza. A decir verdad, ni siquiera era consciente de que se necesitara
hacer una pregunta.

—Bueno, entonces me temo que no puedo hacer una lectura adecuada sin conocer el
tema. Sin embargo, lo que veo es a una persona que se ha abierto paso a través de
un periodo de gran soledad y ha salido fortalecida de él. Recientemente se ha
producido una estabilización en su vida, pero él no se fía. Espera que todo cambie
repentinamente. En los cimientos de su estabilidad hay un hombre que es muy
importante para él. Un hombre mayor. Un maestro que le guía tanto intelectualmente
como espiritualmente. —Casi bufo de risa ante la idea de ser considerado un profesor
espiritual, y luego hago caso omiso del pensamiento. Posiblemente la carta se refiere
a Dumbledore. Entonces me reprendo mentalmente por aplicar la carta a alguien.

—Esta persona que ayudó al Consultante es el cimiento sobre el cual se construye el


actual estado de saciedad emocional del Consultante. El Hierofante o el maestro está
directamente ligado a esta carta. —Da un golpecito sobre la carta con el dedo y la
estudio. Dos peces cuelgan boca abajo, entrelazados. De sus bocas brota agua y se
vierte en una copa. El nombre de la carta es el dos de copas, Amor. Se me seca la
boca y casi me atraganto con el corazón, que se me ha subido a la garganta.

—Esta es la carta del amor perfecto. El dos indica una unión, el amor es recíproco. La
propia introspección del Consultante le ayudará a llegar donde quiere ir. Normalmente
la Luna no es una carta amistosa, pero en este caso le ayuda a lograr una mejor
comprensión de sus objetivos. Esto irá bastante bien. La estrella está en el futuro
próximo de él o de ella. Los sueños del Consultante se harán realidad. —Sonríe.

Mi corazón se lanza de un salto desde mi garganta hasta mi estómago. Voy a vomitar.


Vacío mi taza de té para hacer bajar la bilis. Dejo mi taza en el plato y Trelawney,
distraídamente, le da la vuelta. Me pregunto vagamente por su acción pero estoy

69
demasiado atrapado en mi propia pesadilla como para dedicarle otro pensamiento.
Esto es un estúpido truco de salón y yo soy quien ha elegido proyectar significados
sobre las cartas.

—El Consultante está buscando satisfacción física y espiritual; ese es el objetivo de él


o de ella. —Intento no quedarme boquiabierto. No puedo evitar percatarme de que la
comisura de su boca se mueve nerviosamente en una sonrisa contenida. Aprieto la
mandíbula con fuerza para detener una casi incontenible necesidad de comenzar a
gritar—. Finalmente tenemos el Loco. —Asiento en silencio. Ella continúa—: El sabio
loco parte a otro viaje hacia un destino desconocido. Por supuesto esto puede ser
puramente metafórico. Yo diría que tu amigo, habiendo cumplido las promesas de los
dieces en la lectura y habiendo logrado que sus sueños se cumplan, encontrará un
nuevo comienzo en su final. —Casi me río, pero estoy demasiado asqueado y
asustado para reconocer el doble significado que hay ahí. No, mejor no pensar en el
final de Potter. Metafórico o de otra manera.

Suspira contenta al final de su explicación. Intento reunir suficiente energía para


asentir en reconocimiento. Respirando una profunda bocanada de aire contaminado y
nauseabundamente dulce, digo con la voz ronca—: Gracias Sybill, ha sido... “la
experiencia más horrorosa de mi vida”... instructivo. —Me levanto y ella me detiene.

—Un momento, Severus. —Coge mi taza de té y me paraliza el terror—. Ah. Veo un


viaje a una región montañosa. —Suspiro, y agradezco a los dioses que la mujer no
sea tan experta con una taza de té—. No estarás solo. —Sonríe con picardía. Levanto
una ceja.

—Te aseguro que no he hecho planes para viajar. Buenos días, Sybill. —Me levanto y
camino hacia la salida.

—Severus. —Me giro con impaciencia y veo que aún estudia minuciosamente la taza
de té—. Un consejo. Estás luchando contra algo. No trates de resistirte. Solo
conseguirás que el golpe sea más fuerte cuando pierdas. Y perderás. —Dice las
palabras con una insulsa sonrisa y parpadeo, mirándola.

—Estoy seguro de que no tengo ni idea de lo que estás hablando.

—Lo sabes. —Entrecierra los ojos y, por un breve y terrorífico instante, casi creo que
ella lo sabe todo. Pero entonces recuerdo que yo no he hecho nada malo y que ella es
una charlatana. Le doy los buenos días a la vieja majareta y continúo mi camino hacia
el aire puro, que es casi intoxicante.

Mientras vuelvo a bajar las escaleras, intento mirar la lectura de forma objetiva para
determinar qué es lo que hizo que Potter se sintiera incómodo. No he ahondado
mucho en el asunto, cuando me golpea un pensamiento alarmante: su diario. Tendrá
que entregarlo. ¿Reconocerá ella la lectura? ¿Cómo he podido ser tan jodidamente
descuidado?

Comienzo a jugar con la idea de arrancarme el corazón para prevenir que vuelva a
pensar con él de nuevo.

----------------------------------------------------

70
He sacado la botella de whisky de su retiro.

El primer vaso enjuaga el sabor a aprensión que la lectura ha dejado tras de sí. El
segundo calma el miedo que ha estado dando saltos dentro de mí al ritmo del latido de
mi aterrorizado corazón. El tercer vaso entumece el dolor del arrepentimiento;
arrepentimiento por haber sido tan descuidado como para exponer mi, hasta ahora,
bien guardado secreto para que otra persona lo examine. El cuarto, que me bebo a
lentos sorbos para degustar el dorado sabor del olvido, me permite reírme
amargamente ante semejante enredo.

Casi me había olvidado de que le esperaba, cuando sale de mi chimenea. Mira a la


botella y luego a mí. —¿Un mal día? —Me ofrece una mirada comprensiva y yo gruño,
colocando el tapón de la botella. Menos mal que aún tengo la presencia de ánimo para
devolver la botella a su lugar correcto. Después, dejo mi varita encima de la mesa y
suspiro.

—No tiene que dejarlo por mí. —Sonríe abiertamente—. ¿Qué sucede?

—¿Tiene que suceder algo para que beba? —Apuro lo que queda en el vaso.

—Bueno, no, supongo que no. —Se sienta a mis pies con las piernas cruzadas y me
mira con determinación—. Pero... ¿Está usted bien? Tiene aspecto... ¿ha ocurrido
algo?

Tú has ocurrido. Y vete a la mierda. —¿No tienes nada que hacer?

—Sí. Tengo que averiguar qué le preocupa.

—No me preocupa nada. Y no sería de tu incumbencia si así fuera. Si no tienes nada


mejor que hacer que irritarme con preguntas sin sentido, puedes regresar a tu Sala
Común. —Pone cara larga y me siento indignado de que me importe. Alargo de nuevo
la mano hacia la botella, antes de acordarme que la he enviado de vuelta al armario de
los licores. Comienzo a coger mi varita para convocarla de nuevo, pero me recuerdo a
mí mismo la razón por la que empecé a beber en primer lugar.

—¿Has entregado tu diario de Adivinación? —pregunto sin darle importancia.

Arruga el entrecejo y me obsequia con una sonrisa sesgada. —No, tengo que
entregarlo el lunes. ¿Por qué?

Respiro con más facilidad y entonces intento decidir cómo le voy a convencer para que
arranque esa lectura del diario sin revelar que soy un idiota entrometido. —Sentía
curiosidad por averiguar cómo Trelawney había reaccionado ante la noticia de
Weasley haciendo cosas innombrables con tu padrino... quiero decir, tu perro. —
Sonrío con suficiencia.

—Oh. —Baja la mirada y luego vuelve a mirarme con la misma expresión extraña.
Como si estuviera intentando confirmar algo... oh. Merlín, ayúdame. Está intentando
decidir si el amor es recíproco o no. Pequeño imbécil imaginativo. Endurezco mi
mirada. Por supuesto que no es recíproco.

71
—Tiré esa lectura. Realmente era basura. —Habría soltado una risita de alegría, pero
yo no suelto risitas. Ni de alegría ni de ninguna otra manera. De cualquier modo, me
siento aliviado.

—Bueno, yo no iría tirando toda la basura. No te quedaría nada que entregar.

Su boca se tuerce en fingida frustración. Gruñe, y entonces mira hacia abajo y


comienza a arrancar pelusillas de su túnica. Yo, por mi parte, me siento infinitamente
mejor. No sólo Trelawney no será capaz de establecer una conexión entre Potter y yo,
sino que Potter se ha deshecho de la ridícula idea de que yo le amo. Me estremezco
ante la idea.

—No le voy a ver este verano, ¿verdad?

Me lleva un momento desviar mi atención del alivio que casi me marea al tono serio de
su voz. Está hablando sobre la mazmorra; recuerdo que he sido eximido de mis
obligaciones como su profesor. No he pensado qué pasara durante las vacaciones de
verano. —No hay ninguna razón para que yo regrese allí. No estarás entrenándote.

—Así que, ¿qué va a hacer? ¿Va a ir a alguna otra parte? —Su tono es seco y
monótono. Intenta sonreír, como si la pregunta fuera por casualidad, pero hay miedo
tras ella.

—No he hecho planes. Pero estoy bastante seguro de que no se me permitirá


alejarme mucho de Hogwarts. No mientras permanezca en la lista de cosas
pendientes de Voldemort. —O quizás me vaya a una región montañosa, reflexiono
nostálgicamente. No hay Señores Oscuros en Suiza en esta época del año. Por
supuesto, tampoco hay nada más. ¿Dónde he puesto ese whisky?

No estarás solo. Ya, claro. ¿Quién más me acompañaría? La lista de conocidos que
no me desean la muerte se limita a mis colegas; y de esas personas, no hay ninguna
con quien yo querría hacer nada para merecer la sonrisa picarona y cómplice con que
Trelawney pronunció la absurda predicción. No. Aunque suene patético, mi única
posibilidad romántica en diez años es un chico de quince que, afortunadamente,
estará encerrado en alguna mazmorra. Solo.

El estómago me da un vuelco ante la comprensión. Seguramente ¿Dumbledore no le


dejaría allí solo durante todo el verano? Me encuentro vagamente sorprendido de que
el Director no me haya planteado regresar con él. Se ha establecido que el trimestre
finalice dentro de dos semanas. Tomo nota mental de hablar con él sobre sus planes
cuando nos reunamos mañana para discutir los progresos de Potter.

Observo que el chico ha palidecido y se está mordiendo el labio inferior. Ha juntado las
rodillas con el pecho y se mira fijamente los pies. Tiene que estar pensando lo mismo
que yo. —Potter, estoy seguro de que el Director ha hecho los preparativos necesarios
para ti. No puedo imaginar que vaya a dejarte allí solo.

—No. No va a hacerlo. Va a enviar... a Sirius. Al menos durante las primeras semanas.

Se me revuelve el estómago por el odio y siento cómo mi rostro se curva en una


mueca de asco ante ese nombre. Black. Una fría mano envuelve mi corazón y casi lo
defino como celos. Pero eso es ridículo.

72
—Profesor... usted estará bien, ¿verdad? Quiero decir... —Su voz se apaga y me lleva
un rato darme cuenta de lo que está pensando. Por supuesto. La última vez que
regresó, Hagrid había sido asesinado. Ha sido un descuido por mi parte sacar el tema
de Voldemort con tanta ligereza.

—Tu preocupación por mi bienestar es conmovedora, Potter. Pero si yo fuera tú,


estaría más preocupado por estar encerrado con un maniático enloquecido.

La sangre se le sube a las mejillas y sus ojos brillan con enfado. Estoy contento por
haber desviado su línea de pensamiento. Agita la cabeza como para disipar la ira y
aplaudo su autocontrol.

—¿Por qué vosotros dos os odiáis tanto?

—Ese hombre intentó matarme. ¿Necesito otra razón para odiarle?

—¿Pero por qué? Quiero decir, él no habría hecho eso sin una razón.

Los psicópatas no necesitan una razón. Por eso son psicópatas. —Seguramente no
esperarás que sea capaz de saber qué pasa por su cabeza. Harías mejor en
preguntarle por qué intentó asesinarme.

Me arrepiento de haberlo dicho en el momento en que las palabras han salido de mi


boca. Le preguntará. Y eso significa que Black le volverá en mi contra. Black no le
contará la verdad. Black no sabe la verdad.

—Él dijo que usted les seguía, ¿verdad? Para hacer que les expulsaran. Eso es lo que
dijo en la choza. —Observa mi reacción. Me encojo ante el recuerdo de aquella noche
y aprieto los dientes frente a la recordada enemistad. Sí, quería que les expulsaran.
Merecían que les expulsaran. Pero a los pequeños y buenos Gryffindors raramente les
echan. Eso no ha cambiado.

—Bueno, muy bien. Ahí tienes tu razón. —Esa es la única razón que necesita, me digo
a mí mismo, y luego ruego porque sea suficiente.

—¿Por qué quería que les expulsaran?

—Potter, son cosas que ocurrieron hace mucho tiempo. Debo pedirte que dejes de
husmear en mi pasado. Es mejor dejarlo enterrado. —Me daría de patadas. Haber
insinuado que hay, en efecto, algo que se puede descubrir, solo le hará trabajar más
duro para averiguarlo. Éste es Harry Potter, el Sherlock Holmes del mundo mágico.
Podría haberle dado igualmente una jodida invitación para que visitara mi Pensadero.

—Usted también quería que me expulsaran. —Me mira a los ojos, desafiante—. No
estoy enfadado. Tan sólo quiero saber por qué.

He usado tantas veces esta explicación, que me sale sin tener que pensarla—: Porque
eres un maldito insolente que se sale con la suya más veces de las que deberían
permitírsele.

—Puede que tenga razón. —Su voz carece de emoción. Es indiferente. Me siento
pasmado de que esté de acuerdo conmigo de verdad. Continúa, y dejo de estar

73
satisfecho—. Pero hay algo más que eso. Usted me odió desde el momento en que
me vio.

Mi dorado y tranquilo olvido se transforma en una rabia roja y ardiente. —A menos que
quieras que las cosas vuelvan a ser como antes, Potter, te sugiero que te calles de
una jodida vez.

—¿Qué le hizo mi padre? Quiero decir que un odio como ese no proviene de unos
celos por las habilidades en el Quidditch. Usted es demasiado listo para eso.

—Fuera.

—¿Qué?

—Vete.

—Pero... ¿Por qué?

—He dicho ¡VETE! —grito. La vena en mi sien late con fuerza y siento como el calor
me sube a la cara. Si no deja de mirarme boquiabierto y saca su pequeño culo por esa
chimenea, le golpearé.

—Solo intento comprender.

—Maldita sea. Potter, si digo que te vayas, joder, debo pedirte que respetes la poca
autoridad que me queda respecto a mi vida. ¿Has comprendido eso?

—¡Vale! —Se pone de pie y se gira hacia la chimenea. Al intentar abrir el bote de los
polvos flú, se le cae. Se le escapa un grito inarticulado de frustración y cae de rodillas,
recogiendo el polvo con las manos. Le miro durante un momento y entonces me río
amargamente por mi miserable suerte.

No sé por qué lo intento. No trates de resistirte. Solo conseguirás que el golpe sea
más fuerte cuando pierdas. Esa afirmación describe tan acertadamente toda mi
historia con este niñato.

—Potter...

—Ya me voy. Sólo... deme un minuto.

Suspirando con exasperación, cojo mi varita. —Ramassio. —El polvo regresa a su


contenedor y él me mira ligeramente avergonzado. Como debería ser—. De verdad,
Potter. Sé que fuiste educado por Muggles ignorantes, pero esperaba que, a estas
alturas, hubiera desarrollado algunos instintos mágicos básicos.

—Sí, bueno, no soy famoso por hacer las cosas de la forma más fácil, ¿no? —Suspira
y se levanta—. Siento haberle hecho enfadar. —Se gira hacia el hogar y toma una
pizca de polvos flú. Le maldigo por insistir en seguir manteniendo buenas relaciones
conmigo. Estúpido niñato.

—Potter, siéntate. —Y perderás.

74
Se gira hasta quedar frente a mí y, entonces, se sienta rápidamente, como deseando
hacerlo antes de que yo pueda cambiar de idea. Me mira expectante. Frunzo el ceño
mientras intento eliminar los detalles que no son aptos para oídos sensibles. De
pronto, desearía tener la notable habilidad de Dumbledore para sonar como si hubiera
dado una respuesta sin haber ofrecido, en realidad, información de ningún tipo.
Empiezo con cuidado—: Lo que ocurrió entre tu padre y yo fue una insignificante riña
de juventud. Los dos éramos jóvenes e hicimos cosas de las que, estoy seguro, nos
hubiéramos arrepentido si nos hubiesen dado la oportunidad. Tienes razón al suponer
que el Quidditch no fue el problema fundamental entre nosotros. Y te agradezco que
me otorgues el beneficio de la duda... —Llevo intención de seguir, pero me detiene.

—Pensándolo bien, Profesor, no creo que quiera saberlo. Quiero decir... él es mi papá.
Y no quiero oír cosas horribles sobre mi papá. O Sirius. Tiene razón. No me concierne.
Así que... Lamento haberlo sacado a colación. —Asiento y se lo agradezco
silenciosamente—. Pero sabe, no es justo que me odie por cosas que ocurrieron
incluso antes de que yo naciera.

—Potter, creo que ya lo he dejado claro. Mi odio hacia ti es exclusivamente tuyo.

Sonríe burlonamente. —Ja, ja. Ya sabe lo que dicen, Profesor... Hay una fina línea...

—Si terminas esa frase, te hechizo.

Se ríe. —Sabe, siempre me está usted reprendiendo por cruzar líneas.

Mi mirada llena de enfado pierde su potencia cuando un se me escapa bufido de risa.


Pequeño listillo.

En algún lugar dentro de mí, se dibuja una nueva línea y mi menguante conciencia
observa con recelo desde detrás de ella, en la esquina a la que ha sido relegada.

75
CAPÍTULO 8 - NORMALIDAD

Él está ante mí, con la cara sonrosada por el sol. Gotas de agua caen desde su pelo
negro hasta sus hombros desnudos y discurren por su espalda y su pecho. Me sonríe
y una roja lengua recorre su labio inferior.

—Vamos, Sev —dice, y entrecierra los ojos para verme con más claridad. Niego
enfáticamente con la cabeza. Él no debe verlo. Suelta una risita tona al ver mi
reticencia y alarga las manos para desabrochar mi túnica. No puedo resistirme a él.
Tiemblo de miedo.

—James, para. No quiero. —Detengo sus manos y observo cómo su mirada azul se
nubla con desilusión. Se me paralizan los pulmones y rezo para que el motivo de mi
vergüenza desaparezca. Él no debe verlo.

—¿Qué ocurre? A ti te gusta nadar. —Frunce el ceño y sus labios se contraen con
frustración. Dejo caer mis manos de las suyas y vuelvo la cabeza para ocultar mi
abochornado rubor. Él continúa desabrochando mi túnica y sus fríos dedos rozan mi
pecho desnudo, mi estómago. Desliza la tela de mis hombros. Mi respiración amenaza
con acelerarse y mi corazón palpita fuertemente. Le odio por ser tan calmado. Tan
despreocupado. Tan jodidamente persistente. Normal. Puedo sentir como su cálida
mirada recorre mi cuerpo. Mi piel se tensa bajo ella y se me humedecen los ojos; mi
cara arde de humillación. ¿Por qué no puede él ser como yo? ¿Por qué no puedo ser
normal? Me dejo caer al suelo y llevo mis rodillas contra el pecho, cubriéndome la cara
con las manos. No quiero verle. Quiero que se vaya.

Se sienta a mi lado, mirándome de frente; unos dedos apartan los míos de mi cara. —
Sev, ¿te encuentras bien? —Cierro los ojos con fuerza, obstinadamente, e intento
esconderme tras mi pelo. Él lo aparta. Su mano me sujeta por la barbilla y mis ojos se
abren a mi pesar. Le veo así, con la curiosidad iluminando sus ojos, como cada vez
que está a punto de descubrir algo. Su sonrisa libera el aliento que yo estaba
conteniendo.

—A mí también me pasa. No pasa ná (1).

Niego con la cabeza otra vez, mientras las lágrimas me brotan en una mezcla de alivio
y vergüenza.

—No soy normal, James —susurro, cerrando los ojos una vez más. Puedo sentir su
rabia, un breve destello de indignación, y puedo imaginarme su expresión: el ceño
fruncido enojadamente, los ojos entrecerrados, la nariz arrugada. Odia que le
contradiga.

—Calla. Tú eres normal si yo digo que lo eres. —Muevo la cabeza sin decir nada. Él
nunca lo entenderá. Puedo sentir sus dedos enredándose en mi pelo. Se inclina hacia
delante y contengo el aliento. Tengo miedo de abrir los ojos. Miedo de lo que va a
hacer. Miedo de que no lo haga. Unos labios cálidos rozan los míos y puedo sentir su
cabello húmedo contra mi mejilla. Se aparta y siento cómo mi alma se va con él. Su
ausencia ha creado un vasto agujero. Gimo suavemente.

—Ya está. Ahora yo tampoco soy normal.

76
Abro los ojos y estudio su rostro. Las ojeras oscurecen la piel bajo esos ojos verdes
que arden, hambrientos. Se muerde el labio inferior, atrapándolo con fuerza entre sus
dientes, como si soltarlo fuera a hacerle desaparecer.

—Harry.

Él sonríe. —Te quiero, Severus.

----------------------------------------------------

Soy catapultado sin ceremonia alguna de vuelta a la consciencia y mis entrañas me


siguen sólo unos segundos después. Emito un grito ahogado a causa del impacto y
mis ojos se abren de repente. No dormiré más esta noche. Me levanto de la cama
rápidamente, ansioso por escapar de esas imágenes. Me sobresalta ver una cabeza
tumbada en mi suelo. Un Harry Potter sin cuerpo abre los ojos y me sonríe con
culpabilidad.

—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —chillo, agarrándome el pecho sobre mi


acelerado corazón.

Se incorpora y se quita la capa. —Yo… lo siento. —Baja la mirada y se pone en pie.


Me pongo la bata y me froto los ojos para quitarme el sueño. Él sigue ahí cuando paro.
Maldición.

—¿Por qué tienes esa maldita capa? —Hace siglos que no la necesita. Con sus pases
y su libre disposición del sistema Flú de Hogwarts. Estudio su cara mientras se contrae
en una sonrisa apenada.

Suspira con resignación. —Vengo aquí a veces por la noche. Yo… Sólo cuando usted
está durmiendo. Quiero decir, no le miro mientras… se viste ni nada tan pervertido. Yo
únicamente… Sólo cuando está dormido. Lo siento. —Pronuncia la última parte de su
confesión dirigiéndola hacia sus manos. Le miro fijamente, mudo por la impresión. Ha
estado viniendo a mi habitación por la noche. Intento procesar la información, pero se
pierde en algún sitio ante el descubrimiento de que no está durmiendo por las noches,
como yo había creído.

Añade—: Normalmente me voy antes de que se despierte.

—¿Con qué frecuencia haces esto? —Se encoge de hombros como respuesta—.
Entonces no has estado durmiendo.

—Lo siento, Profesor. ¿Está enfadado?

Se me ocurre en este momento que debería estarlo. Esto sería razón suficiente para
romper mi acuerdo con Dumbledore. Potter se ha aprovechado de su acceso a mis
aposentos. Ha entrado sin permiso. Debería sentirme asqueado y violado. Estoy
horrorizado de que no se me haya ocurrido antes.

77
—¿Por qué no me dijiste que no dormías? ¿Por qué no revelaste tu presencia antes?
—Por qué lo ha hecho esta noche. Esa es una pregunta mejor. Más concreta. Se me
encoge el estómago al considerar la predicción de Trelawney. Poniendo las ideas en
acción. Reúno fuerzas, aferrándome desesperadamente a mi autocontrol.

—Me habría obligado a dejar de venir. Me habría obligado a intentar dormir. —Por
supuesto, tiene razón. Ciertamente, no le habría permitido acampar en el suelo junto a
mi cama.

—Así que, ¿por qué ahora?

—Usted dijo mi nombre. Creí que sabía que yo estaba aquí. Pero estaba soñando,
¿verdad? Debería haberlo sabido. No me llamaría Harry a menos que estuviera
totalmente fuera de combate. —Sonríe. Hago una mueca amarga y me siento sobre la
cama con un gran suspiro. Se sienta a mi lado y me pongo tenso. Sopeso
desplazarme hasta la sala de estar, y luego desestimo esa idea. No estoy seguro de
poder llegar tan lejos justo ahora.

—No puedes continuar con esto.

—Estamos a final del trimestre de todas formas, ¿verdad? Estaré encerrado en esa
mazmorra. Se librará de mí. —Pretendía pronunciar su declaración en un tono
juguetón, pero le falla la voz, traicionándole. Me sobresalta una punzada repentina en
mi pecho, que reconozco como terror. La aplasto con irritación y me digo a mí mismo
que agradeceré la oportunidad de estar solo.

—Potter…

—Por favor, Profesor. No diga nada. Es… Quiero decir, puedo soportar la idea de
pensar que está contento de librarse de mí. Lo comprendo. De verdad. Debe ser
bastante horrible pasar todo su tiempo libre con un... ejem. Por favor, sólo… No quiero
oírle decirlo. —Le observo y me pregunto cínicamente si está intentando conseguir
que yo lo niegue. No lo haré.

—Lo siento. —Sonríe valientemente—. Ahora le dejaré en paz. —Poniéndose en pie,


empieza a alejarse antes de volverse—. Tenga —dice, ofreciéndome su capa—, sólo
para asegurarse de que no lo haré más. Me vuelvo un poco… raro por las noches y
tiendo a convencerme de hacer cosas realmente estúpidas. De esta forma, no podré
hacerlo. Y quizás usted crea que lo siento de veras. Supongo que sí estoy un poco
loco, después de todo. —La capa cae sobre mis manos como si fuera agua. Tras unos
momentos, la suelta y suspira como si se preparara para alguna experiencia terrible.
Me siento aturdido e inexplicablemente asustado. Le observo irse, pensando que
debería decir algo. Sin saber exactamente qué puedo decir. Debería sentirlo. Debería
estar enfadado.

—No estás loco, Potter.

Se detiene en la puerta y se ríe. —Bueno, no soy exactamente normal, ¿cierto?

Suelto un bufido de risa al ver cómo mis propias palabras vuelven para atormentarme.
Una vez más, la ironía me da en las narices. La expresión “cuidado con lo que deseas”
suena en mi cabeza como un disco rayado. —No —digo firmemente; no hay razón
para mentirle—. Pero la normalidad está sobrevalorada.

78
Me pongo en pie y luego le sigo hasta la sala de estar. Se disculpa otra vez y saca una
lata de polvos Flú. Le detengo. Si cree que, sencillamente, voy a dejarle que se salga
con la suya en esto, está terriblemente equivocado. No he olvidado del todo mi cargo y
no puedo permitirle continuar con su comportamiento obsesivo.

—Potter, tú te quedas. Es hora de que tú y yo hablemos. —Convoco una tetera e


intento no percibir la ansiedad que cubre su rostro. Esto le va a doler mucho más que
a mí—. Voy a hacerte preguntas. Y vas a contestarlas sinceramente, sin dudar. Has
entrado sin permiso y a propósito en mi habitación, y no te permitiré el lujo de
avergonzarte. Son las cinco de la mañana y no tengo paciencia para sonrojos.
Siéntate.

Lo hace obedientemente y pone la cabeza entre las manos. Coloco el té sobre la mesa
entre nuestras dos sillas, y considero por un momento cuán profundamente quiero
ahondar en este comportamiento, en cierta medida, retorcido. Ya estoy involucrado
demasiado profundamente. Inspirando profundamente, empiezo—: ¿Por qué viniste
aquí? —Ya sé lo que va a responder, pero le forzaré a soltarlo todo antes de que esto
acabe. Y, con suerte, aplastaré algunas de las ideas que tiene en la cabeza.

—No podía dormir.

—¿No podías dormir o tenías una pesadilla?

—No podía dormir —repite con firmeza.

—¿Estuviste aquí anoche? —Asiente—. ¿El viernes? —Asiente otra vez—. ¿Cuándo
fue la última vez que pudiste dormir? —Empiezo a preguntarme si está diciendo la
verdad.

—A veces duermo cuando vengo aquí. Es… más tranquilo. Mire, no es nada grave.

—Por el contrario, entrar a escondidas en mis habitaciones es muy grave. Y tu


insomnio, si es esa, de hecho, la razón de tus visitas, es también causa de
preocupación. Creía que dormías. De haber sabido que tu falta de sueño persistía,
habría insistido en que se hiciera algo. —Me mira, horrorizado. Yo mismo estoy
horrorizado. ¿Qué habría hecho?

—Voy mejor en las clases, ¿verdad? Quiero decir, eso es todo lo que importa. Y venir
aquí… bueno, ya dije que lo sentía.

—Lo hiciste. Y me creo que lo sientes; sientes haber sido descubierto. No creo, sin
embargo, que pienses que lo que hiciste estuvo mal. E ir mejor en las clases no es
todo lo que importa, ciertamente. El sueño es un factor fundamental para mantener la
estabilidad mental.

—Usted no duerme más que unas pocas horas cada noche. Tal vez, simplemente, no
necesito dormir tanto como otros. Y sé que venir aquí está mal porque viola su
privacidad. Pero tiene razón. No veo nada de malo en querer… —Inspira
profundamente y cierra los ojos—…estar cerca de usted. —Le observo apretar la
mandíbula obstinadamente. Mantiene los ojos cerrados durante un momento, por lo
cual estoy agradecido, ya que me da tiempo para recuperarme del rudo golpe que ha
sido su declaración.

—Es inapropiado.

79
—No. Sería inapropiado si estuviera en la cama con usted. —Hay un venenoso
resentimiento en su voz, pero no me da la impresión de que esté dirigido hacia mí—.
Ahora mismo, no es más inapropiado que darle whisky a un alumno. —Abre los ojos
para juzgar mi reacción. Tengo cuidado de no mostrar ninguna. Por dentro, estoy
indeciso entre aplaudirle por esa observación tan astuta e intentar pensar qué decir a
continuación. Me libera de mi obligación de reaccionar—: Y, además, si alguien se
enterase, es a mí a quien echarían la culpa. Yo tengo la capa de invisibilidad. Yo tengo
el polvo Flú. Yo entré a hurtadillas en las habitaciones de un profesor después de que
él me enviara a pasar la noche a mi casa.

—Potter, esa no es la cuestión.

Frunce los labios con enfado. —Lo sé. —Se pasa las manos por el pelo y sorbe su
té—. Lo siento. Sé que es inapropiado. Pero sólo porque a usted no le gusta.

Casi acierta, creo. Cierro los ojos para pronunciar mi siguiente declaración. —Tu
deseo de estar cerca de mí es inapropiado, Potter, porque soy lo bastante mayor como
para ser tu padre. —Ya está. Lo he dicho. Me trago la nausea que me ha provocado
decir esas palabras.

—Eso también lo sé. Pero tenía una cierta esperanza de que no lo mencionara. —
Abro los ojos y le veo sonreír. Casi sonrío igualmente. —También es inapropiado
porque usted es mi profesor y porque estoy cruzando líneas que no deberían cruzarse,
¿verdad? Y entrar a escondidas aquí está mal porque usted confió en mí lo suficiente
como para dejar que Dumbledore abriera su red Flú… y yo traicioné su confianza.
Conozco todas las razones, Profesor. He tenido mucho tiempo para pensar en ello.

—Entonces, bueno. Estando intacto tu sentido del bien y del mal, ¿cómo demonios
justificas tus actos?

—Supongo que no puedo. Mire, me voy a la cama por las noches y me digo a mí
mismo que voy a dormir. Y entonces empiezo a pensar. Pensar me vuelve loco, así
que intento parar, pero no puedo. Y entonces Neville empieza a roncar, y eso me
vuelve aún más loco. La Sala Común es demasiado silenciosa. Lo de Hagrid… es sólo
que… no puedo… Le prometí a Dumbledore que dejaría de vagar por los pasillos de
noche, así que vengo aquí. Me tumbo en el suelo y le escucho respirar. Y, como no
hago daño a nadie, no realmente, no me importa que sea inapropiado.

Asiento. No sé exactamente por qué. Sólo parece ser una buena reacción. Le
comprendo perfectamente, pero eso no quita el hecho de que no quiero ser su cura
contra el insomnio. Menuda estupidez. No es mi papel. No forma parte de mi carácter
ser un sedante. Y no soy la puñetera luz en la oscuridad de su vida. Soy la oscuridad.

—Le doy grima, ¿verdad?

Asiento. Maldición. Debería haberlo negado.

—Suena bastante patético, lo sé.

—Lo que me preocupa es qué pasa si, por la razón que sea, no estoy disponible
para… respirar para ti.

—Bueno, siempre tendré mi libro de Pociones. —No tengo las energías necesarias
para sonreír con un sarcasmo efectivo. En lugar de eso, gruño. Debería sentirse

80
agradecido de recibir siquiera una respuesta—. No lo sé. Pero supongo que lo
averiguaré durante el verano. Y ya medio esperaba que me hubiera echado de aquí a
estas alturas. No le necesito. Sólo… me gusta estar aquí.

No sé qué me molesta más: que pudiera hacer esto por algún tipo de dependencia
retorcida de mi persona, o que lo haga por elección propia, porque quiere estar aquí
conmigo. Ya en otras ocasiones he sido el insólito objetivo del encaprichamiento de
algún alumno. Pero nunca hasta este punto. En aquellas raras ocasiones en que un
alumno ha decidido que yo le gustaba, le asusté y curé efectivamente de ese impulso
a él o a ella. Mi capacidad para asustar está directamente relacionada con mi papel
como figura de autoridad. Como mi papel en esta situación se ha tergiversado de
forma tan terrible, no sé cómo manejarla. Lo que es más, no me veo capaz de hacer
que todas las partes de mi ser se pongan de acuerdo en que esta situación tiene que
resolverse.

—Potter, quiero que me digas cómo crees que debería abordar este asunto. Tengo un
joven cuyo afecto por mí… no te atrevas a sonrojarte… su afecto por mí ha ido tan
lejos, y es tan inaceptable, que decir que se ha cruzado una línea sería quedarse muy
corto. Ahora ha ido tan lejos como para entrar a escondidas en mi habitación en mitad
de la noche para escucharme mientras duermo, saltándose de esta manera las pocas
reglas que aún se espera que cumpla. Si le niego la entrada, que sería lo lógico, corro
el riesgo de verle fracasar en el colegio o sumirse en una depresión aún más profunda.
Si no pongo freno a todo esto, corro el riesgo de… “volverme igual de dependiente, de
hacer algo estúpido”. ¿Dónde demonios está el final de esta frase?

—Perder su trabajo.

—Precisamente. —Algo por el estilo.

—¿Ayudaría si yo le dijera a Dumbledore que quiero dejar de venir aquí? Es decir, ¿es
ese el problema? Porque si le preocupa que le echen la culpa si suspendo el curso,
entonces yo… quiero decir, Dumbledore no le culparía si yo fuera el que dejase de
venir.

Le miro muy enfadado. —No te hagas el valiente y sacrificado Gryffindor conmigo. No


te favorece. ¿Qué quieres, Potter?

Se ríe. No le veo la gracia. Observo cómo sus facciones se endurecen testarudamente


y contengo la respiración.

—¿Qué quiere usted, Profesor? Porque, al final, es su decisión. ¿De veras quiere
saber lo que pienso? Creo que tiene razón. Me he comportado de forma inapropiada.
Pero si hablamos de las reglas, usted también. Todo lo que usted ha hecho hasta
ahora podría poner en peligro su trabajo si alguien que no fuera Dumbledore lo
supiese. Si alguien nos encontrara aquí ahora mismo, le despedirían. Así que creo
que, en cuanto a los problemas en que nos podamos meter, como dirían los gemelos
Weasley, hagamos que merezca mucho la pena.

Me quedo con la boca abierta y no puedo pensar con la suficiente claridad como para
cerrarla. Estoy atónito por la facilidad con que ha sido capaz de pronunciar ese
discurso, y me pregunto brevemente si no lo ha estado redactando todas estas noches
que ha pasado escuchándome respirar. En mi suelo. Ignoro esa línea de pensamiento
antes de que empiece a imaginarme qué mas podría haber estado haciendo en mi
suelo.

81
Se ríe y, finalmente, me las arreglo para quitarme de la cara la expresión de
desconcierto. Dejo escapar el aliento que había olvidado que estaba conteniendo.

—Lo siento —dice con una risita dirigida hacia su taza—; debería haber visto la
expresión de su cara. —Apura el resto del té y mira el interior de la taza con una
expresión desilusionada—. ¿Está seguro de que no quiere reconsiderar el whisky?
Porque tiene aspecto de necesitar una copa. Y yo no le diría que no a una, tampoco.

—Eres un insomne, un depresivo y un minusválido moral. No añadamos el


alcoholismo a la lista. Aún eres joven. Tienes toda la vida para trabajar en ello. —
Sonrío con desdén y trato de ignorar el hecho de que toda su vida no será lo
suficientemente larga.

—No soy un minusválido moral.

—Mm. ¿”Hagamos que merezca mucho la pena”?

Sonríe ampliamente. De pronto, desearía no haberle prohibido nunca que se sonroje.


Lo prefería cuando tenía vergüenza.

—Bueno, me dijo que no fuera sacrificado —finalmente el azoramiento colorea


ligeramente sus mejillas, y estoy tan agradecido que podría besar… bueno, quizás no
tan agradecido. Decididamente no—. No respondió a mi pregunta. ¿Qué quiere usted,
Profesor?

Una parte muy expresiva de mi mente hace campaña por la adopción del código ético
de los Weasleys. Las partes cuerdas discuten entre ellas para decidir qué aspecto de
mi ser se hará oír. Mi boca espera pacientemente a que se tome una decisión.

¿Qué quiero? Quiero que él no haya nacido nunca. Quiero volver a los benditos días
cuando me contentaba con odiarle como a una extensión de su padre. Quiero volver a
aquel tiempo en el que me sentaba solo en mis aposentos y no miraba el reloj,
esperando que él saliera de mi chimenea y rompiese el ensordecedor silencio de mi
anteriormente atesorado aislamiento.

Quiero poseerle y hacerle arrepentirse de haberme deseado alguna vez.

—Profesor, tengo que volver ya. —Oh, Dios, gracias—. Si quiere pensar en ello,
puedo volver más tarde. Es decir… si se me permite. —Me mira incierto y yo asiento.
Deja escapar el aliento que contenía y se pone en pie. Sonríe antes de decir—: Lo
siento de veras, Profesor. Aunque sea por las razones equivocadas.

Le observo mientras entra en la chimenea y desaparece. Me quedo solo, imaginando


qué podría haber hecho si se hubiera quedado.

----------------------------------------------------

82
—Buenas tardes, Severus. Pareces cansado.

Me siento y le miro enfadado. Dumbledore me mira con ese destello en sus ojos por
un momento, antes de adoptar un aire serio. Me pongo tenso. No puedo decidir si
prefiero que tenga ese destello o que no. Finalmente decido que prefiero no pensar en
ello.

—Severus, Harry vino a mí esta mañana con una confesión bastante inquietante.

Me invade el pánico. Se lo ha dicho. ¿Por qué lo ha hecho? Enarco una ceja y trato de
parecer indiferente. —¿De veras? Nunca hubiera adivinado que el chico fuera capaz
de ser honesto.

—Parecía estar preocupado de que no tuvieras corazón para decírmelo tú mismo. Por
supuesto, comprenderás, Severus, que lo que Harry ha hecho es inaceptable.
Tendrías buenas razones para pedir que tu Flú se cierre para él. Cuando dije que
esperaba que mantuvieras tu compromiso, no esperaba que renunciaras a tu derecho
a la intimidad.

Aprieto la mandíbula con furia. —No me importa —murmuro.

—¿Disculpa?

—He dicho que no me importa. No me emocionó encontrarle tirado en mi suelo esta


mañana pero, tras considerarlo cuidadosamente, comprendo por qué estaba allí. Y el
hecho de que él viniera a ti prueba la sinceridad de su disculpa. Y, aunque su
comportamiento no es normal, si venir por Flú a mis habitaciones para oírme respirar
le ayuda, entonces por qué diablos no vamos a dejarle hacerlo. Si quieres que le
castigue, tal vez deberías meditar que su dependencia es enteramente culpa tuya.

Me doy cuenta de que estoy gritándole. A Albus Dumbledore. Me quedo con la boca
abierta en una disculpa sin palabras, y una fría ola de temor me deja helado. Su
expresión es la de un sabio abuelo a punto de explicarle algo dolorosamente simple a
un niño demasiado pequeño para entenderlo. No puedo mirarle a los ojos.

—Severus, yo simplemente quería que supieras que no estás obligado a hacer nada
que no desees hacer. En cuanto a que esto sea enteramente culpa mía —me
estremezco y él se ríe suavemente—, creo que puede que te estés subestimando. Es
posible que se sienta a gusto en tu compañía por cómo eres.

—Por favor, Albus. Le encerraste en una habitación con otra persona en un momento
muy vulnerable de su vida. Es natural que desarrollara cierto apego hacia esa otra
persona. No nos engañemos creyendo que la situación es nada más que la que es: un
chico asustado aferrándose a la primera persona que le ofreció paz.

—O tal vez la primera persona que le comprendió. —Abro la boca para replicarle y soy
silenciado por una mano huesuda—. Me he tomado la libertad de suspender vuestras
sesiones de estudio. No puedo dejar que se libre del castigo. Sospecho que lo
entiendes. Volverá a la mazmorra una vez que termine el trimestre. Sirius Black ha
consentido en hacerle compañía durante la primera parte del verano. Sirius será
requerido más tarde, por supuesto.

Aparto el tema de Black y me centro en el problema mayor. —Tengo objeciones a


tenerle encerrado durante todas las vacaciones de verano. Entiendo que es necesario

83
mantenerle a salvo, Albus, pero mantenerle con vida no tiene sentido si no se le
permite vivirla.

—Estoy muy de acuerdo. De hecho, esperaba discutir esto contigo. He encontrado un


sitio que podría servirnos como lugar seguro. Los preparativos aún no están
completados, pero deberían estarlo a mediados de julio. Me pregunto si podría
convencerte para ir con Harry. Es un enclave apartado, pero lo bastante amplio como
para que deba insistir en que no se utilice la magia salvo que sea absolutamente
necesario. No estás, en modo alguno, obligado a aceptar esta tarea, Severus.

Resoplo desdeñosamente. —Pero si no acepto, él se queda en la mazmorra solo. —


Baja la vista y asiente gravemente—. Es lo que pensaba. Dime, Albus, este nuevo
lugar secreto no estará por casualidad en una región montañosa, ¿verdad?

Su mirada se dispara hacia la mía y veo cómo su expresión se llena de sorpresa. Es


una ocasión verdaderamente poco habitual, aquella en la que soy capaz de sorprender
a este hombre. Me sentiría complacido, si no fuera por la repentina ola de náusea.

—¿Puedo preguntar cómo sabías eso? —Frunce el ceño.

—Es sólo algo que predijeron mis posos de té.

Sonríe y sus ojos destellan una vez más. Le prefiero serio. Ahora estoy seguro. —No
era consciente de que tuvieras ninguna fe en la Adivinación.

—No la tengo —gruño. ¿Pero quién soy yo para discutir con el destino?

----------------------------------------------------

Entro en el oscuro silencio de mis habitaciones, habiendo pasado la mañana


despidiendo alumnos lloriqueantes de séptimo curso, cuyo sentimentalismo nunca deja
de maravillarme. Gracias por ser un bastardo, Profesor. Me ha enseñado
tanto. Debería suspenderles por principio. Dejando caer al suelo un montón de regalos
de agradecimiento varios, voy a mi despensa privada y saco mi botella de vino tinto
ceremonial para el final de trimestre. Uso un aparato Muggle llamado abrebotellas para
abrirla. Si bien mi varita sería mucho más eficiente, hay algo increíblemente
satisfactorio en el acto de observar cómo el metal retorcido penetra en el corcho. El
corcho sale con un “pum” y suspiro de felicidad.

Pongo la botella sobre mi escritorio para dejar que respire, y veo una carta encima de
éste. Reconozco su buena letra. Sospecho que debe haber entrado vía Flú mientras
yo estaba desayunando. Le había visto abandonar el Gran Salón, volviéndose hacia
mí con una débil sonrisa antes de desaparecer con Dumbledore, de camino al lugar
secreto, presumo. Casi siento no ir con él. Su ausencia de mis aposentos no ha
pasado desapercibida, para mi desmayo. Sin él aquí, agotándome con su cháchara
por las tardes, mi capacidad para dormir ha disminuido. En numerosas e inquietantes
ocasiones, me he sorprendido a mí mismo esperando de verdad que él cumpliera mis
expectativas y desobedeciera las órdenes de Dumbledore. Aparentemente, sin
embargo, ha desarrollado una nueva afición por las reglas y ha insistido en respetar mi
espacio. Sin tener en cuenta que nunca se lo he pedido. Maldito chico.

84
----------------------------------------------------

Rompo el sello de la carta. No estoy completamente seguro de querer saber lo que


hay dentro. Algo me dice que debería tomarme una copa de algo con alcohol antes de
empezar a leer. Si bien es una pena mezclar el buen vino con la aprensión, tendrá que
servir. Me sirvo una copa y me llevo la botella conmigo a esa butaca. Tomo un sorbo
de vino y abro la carta.

Querido Profesor Snape:

Querido. Qué tierno. Bebo un buen trago antes de continuar.

Quería agradecerle toda la ayuda que me ha prestado este pasado año. Sin ese
hechizo para la concentración que me enseñó, nunca habría podido sobrevivir a las
dos últimas semanas. Incluso Hermione estaba impresionada por lo concentrado que
estaba en mis estudios, aunque Ron estaba un poco preocupado por mí.

Bueno, supongo que, en realidad, le escribo para decirle de nuevo que lo siento. Sigo
pensando en la posición en que le puse y me siento fatal por ello. Dumbledore se
enfadó de veras. Él tenía razón. Usted ya había cedido tanto, y fue egoísta por mi
parte querer más. Sé que él suspendió las sesiones de estudio únicamente hasta el
próximo trimestre, pero he decidido no continuar con ellas. No es que no me ayuden.
Lo hacen. Pero por razones que son del todo erróneas.

He estado pensando en lo que dijo acerca de ser lo bastante mayor como para ser mi
padre. Sé que le da grima gustarme. También me da grima a mí, en realidad. Supongo
que esa es la razón por la que creo que es mejor dejar de ir a sus habitaciones.
Cuanto más estoy con usted, más quiero estar con usted. Y, como dijo, es
inapropiado. Sin mencionar que es jodidamente irritante estar enamorado de alguien
con quien no tienes ni una maldita oportunidad.

Ya está. Lo he escrito. No se preocupe, voy a tener mucho tiempo este verano para
intentar olvidarle. Voy a darle esta carta ahora, antes de que pierda el valor. Que pase
un buen verano y, por favor, no se muera.

Harry

P.D. Si no es mucho pedir, ¿podría no torturarme con esto en clase, por favor? De
hecho, si pudiera usted simplemente fingir que no escribí eso ultimo, se lo
agradecería.

Dejo caer la carta en mi regazo y me río. Muy alto. Histéricamente. Algo me dice que
Potter no tenía idea del último plan de Dumbledore con respecto a nosotros cuando
reunió todo ese valor de Gryffindor para entregar su carta. Tengo que reconocerle el
mérito. Ciertamente hizo un esfuerzo de mil demonios para ser noble. Estoy dividido
entre una impaciencia sádica por ver la expresión de su cara cuando tenga que
enfrentarse a mí y el asombro por encontrarme en esta ridícula situación. Él rompió
conmigo. Me río otra vez. Sospecho que me acordaré de sentirme horrorizado más
tarde. Pero, por ahora, brindo por Harry Potter. Que continúe sacrificando su dignidad
para mi diversión enfermiza.

85
(1) N. de la T.: En el original ‘S all right, que denota una pronunciación propia del
registro vulgar, por lo que hemos buscado una expresión equivalente.

86
CAPÍTULO 9 – UN CAMBIO DE ESCENARIO

Llego al nuevo y, aún desconocido, emplazamiento mediante un Traslador, e


inmediatamente cierro los ojos ante un punzante resplandor. Los vuelvo a abrir con
cautela para encontrarme en lo que sólo se puede considerar como la antítesis de mi
sombría, fría y confortable mazmorra. Los ojos me lloran como defensa y, entornando
los párpados, veo una cocina Muggle. La vasta blancura está interrumpida
intermitentemente por relucientes cajas metálicas dispersas por toda ella. El sol de
julio entra a raudales a través de una pared hecha enteramente de ventanas que dan a
un lago. Mi boca se curva en una mueca de asco.

Albus Dumbledore me ha condenado oficialmente al infierno.

Me percato de una voz que habla en francés y me giro hacia el sonido. Más allá de un
tabique, veo lo que parece un cuarto de estar, en cuyo centro hay una caja plateada
con una imagen de un hombre en su interior. Recuerdo vagamente haber estudiado
ese objeto ridículo en Estudios Muggles. Me acerco para echarle un vistazo y veo a
Potter en el sofá (¡blanco! ¡Buen Dios!), contemplando fijamente la caja como si
contuviera el secreto del universo.

—No sabía que hablaras francés —digo, y casi se sube a la lámpara.

—¡Dios! ¿No puede hacer ruido cuando camina? —Se sujeta el pecho.

—Bueno, podría, pero no sería, ni por asomo, tan efectivo para matar a la gente de un
susto. —Sonrío socarronamente y aparta la mirada. La vergüenza que he estado
esperando ver en su cara, mejor dicho, que he estado deseando ver desde hace tres
semanas... no está ahí. Estoy sorprendido, cuando menos, de ver ira. Me fijo en una
licorera con un líquido dorado, que supongo que es whisky, puesta sobre la mesa
delante de él. Él sostiene con cuidado un vaso medio vacío en la mano.

—Veo que ya estás celebrando tu huída hacia la luz. —Toma un sorbo de su vaso y
continúa contemplando la imagen de la caja. Pierdo la paciencia—. ¿Me estás
ignorando a propósito?

Sus ojos me echan una rápida mirada, brillando con enfado. No contesta.

—Si este es el tratamiento que voy a recibir después de haber sacrificado otras
vacaciones enormemente necesitadas en tu beneficio, estaré encantado de decirle al
Director que estarías mejor en la jodida mazmorra.

—Yo no le pedí que sacrificara nada por mí. Dígale a Dumbledore lo que quiera. Ya le
dije que no quería volver a verle. —Su tono de resentimiento me irrita y la sensación
punzante en mi pecho me molesta todavía más.

—Sí, un pequeño testimonio de l’amour muy enternecedor. Desafortunadamente para


ambos, ya me había comprometido a cuidar de ti antes de recibir tu carta, pensando
tontamente que apreciarías el cambio después de las mazmorras. Si hubiera sabido
que iba a recibir una confesión de amor tan elocuente...

87
—Seh, bueno, lo retiro. Todo. Escribí todo eso antes de saber que usted era... —Su
voz se apaga y se obliga a tragar lo que le queda en el vaso.

Me tenso. Me doy cuenta de que Black golpea de nuevo. Sólo puedo imaginar las
historias que le ha contado a Potter. Entrecierro los ojos. No me está mirando. —Antes
de que supieras que yo era... ¿qué, exactamente? —Mi voz es fría y grave y no deja
entrever nada de la herida abierta, de bastante tamaño que hay en mi pecho.

Deja las gafas encima de la mesita de café y se levanta. —Sólo... déjeme en paz. —
Comienza a alejarse.

—No. Me vas a contar qué es lo que crees que sabes.

—No sé una maldita cosa, ¿vale? —Camina rápidamente por un pasillo y le sigo.

—De eso, señor Potter, no tengo ninguna duda. Pero si no te importa, me gustaría
saber las acusaciones que tu amado padrino ha hecho contra mí. —Conozco las
acusaciones. Casi puedo oír cómo son lanzadas de nuevo contra mí. Tenía la
esperanza de haber superado con la edad tonterías tan elementales.

—Él no me contó nada. ¡Sólo déjeme en paz, demonios! —Entra en una habitación y
freno la puerta antes de que tenga la oportunidad de cerrarla. Se tira boca abajo en la
cama y me siento asombrado por ese gesto infantil. Pero, ¿por qué debería
estarlo? Es un niño.

—Lo siento, Potter. Tenía la impresión equivocada de que te habías dado cuenta de
que hay dos partes en cada historia. He sobreestimado tu madurez. Un error que, te
aseguro, no volveré a cometer nunca jamás. —Salgo de la habitación con paso
majestuoso y combato satisfactoriamente el impulso de cerrar la puerta dando un
portazo. No seré reducido al mismo comportamiento infantil. Decido buscar una
mazmorra en la que planeo sentarme, en la tranquila y fría soledad, y darme de
patadas sin descanso por haber creído que el crío podría ser algo más que el digno
hijo de su padre.

—¿Qué está haciendo?

Su voz me sobresalta, sacándome de la paz que he encontrado en la tarde veraniega,


contemplando en el lago el reflejo de los colores del cielo mientras bebo hasta el
olvido. En realidad, es mucho más probable que haya encontrado la paz en el fondo
de la botella de brandy que me traje conmigo. La naturaleza nunca ha suscitado nada
dentro de mí excepto, tal vez, una conciencia indiferente de su existencia y una vaga
gratitud por proveerme de ingredientes para pociones. Una vez descubierto que no
hay ninguna mazmorra en esta despreciable prisión, me he trasladado a la terraza en
un intento de escapar de la repugnante luminosidad de la casa.

—¿Qué parece que estoy haciendo? —respondo fríamente.

88
—Cogiendo una curda.

—Una observación muy astuta, Potter, ¿cómo la has logrado? Oh, lo olvidaba. Eres un
maestro resolviendo enigmas, ¿verdad? Si no te importa, estoy intentado olvidar que
existes, y tu presencia aquí supone un gran impedimento para mi progreso.

Se sienta en la silla que hay al lado de la mía y me levanto con enfado. —Potter... —
Pretendo decir algo insultante, pero mi cerebro está ocupado intentando ajustarse a mi
nueva posición vertical. Me decido por—: Vete. A. La. Mierda. —Comienzo a bajar los
escalones, aunque con un paso menos seguro de lo que me hubiera gustado, y
entonces me dirijo hacia el lago.

—Debería habérmelo contado, ¿sabe? —me grita desde arriba. Si estuviera en mejor
estado, podría tener el buen juicio de ignorarle. Pero, en mi condición actual, estoy
demasiado dispuesto a destruirle.

—Y, te lo ruego, dime, ¿qué debería haberte contado? —Me giro rápidamente y alzo la
mirada. Probablemente no es lo mejor que podía haber hecho. Girar.

—Que usted estaba... enamorado de mi padre. ¿Sabe lo extraño que es para mí?

Me río y meneo la cabeza. Claro, extraño para él. De pronto, comienzo a sentirme
bastante mareado de mirarle desde abajo y por eso me siento, renunciando a mi poder
de ser inaccesible. Uno no puede ser intimidante mientras está sentado en el césped.
Es imposible. Pero también lo es ponerme de pie justo ahora. Me vuelvo para mirar
hacia el lago, deseando que éste ascienda de repente y me engulla.

Le oigo descender los escalones y acercarse por detrás de mí. —Era él, ¿verdad? El
que le hizo darse cuenta de que usted era gay. Estaba hablando de mi padre, ¿no? Y
cuando él no le correspondió, usted intentó hacer que le expulsaran.

Me río de nuevo, esta vez con amargura. Eso se acerca bastante a la verdad. Si la
verdad estuviera en China, quizás. ¿Pero quién soy yo para hacer pedazos la imagen
del gran James Potter? He ayudado a mantener su secreto durante casi treinta años...
unos cuantos más no dolerán. Sí. Una vez que el último Potter esté enterrado, se
podrá contar la sórdida historia. Escribiré un libro de éxito, “Cuando los Grandes
Magos Sucumben”, y luego me retiraré y observaré cómo me llueven los galeones. No
es que los necesite. Oh, que le den por saco. Unos pocos más no pueden hacer daño.

—Profesor. —Su voz interrumpe mis cavilaciones e intento mirarle airadamente. Había
olvidado que estaba ahí. Me río de nuevo. Por supuesto que está ahí. ¿Dónde estaría
él sino en la pesadilla que es mi existencia? Me tumbo en el suelo y cierro los ojos.

—Guau. Está realmente borracho. —Le oigo decir. Se sienta a mi lado, provocando,
de alguna forma, que el mundo entero comience a girar. Abro los ojos y observo cómo
el cielo nocturno gira hasta enfocarse. Me percato de que estar tumbado, sin duda, no
es la mejor idea. Pero parece que no puedo remediar la situación precisamente ahora.

—No estaba enamorado de tu padre —oigo mi voz ronca y entonces aplaudo a la


parte de mí que está suficientemente consciente como para seguir el tema de la
conversación. Me asombra cuan absolutamente dotado estoy.

—Pero le gustaba.

89
Caigo en la cuenta de que los adolescentes no hacen la misma distinción que
hacemos los adultos entre gustar y amar. Por ser el testigo reacio de innumerables
romances de adolescente con el paso de los años, he aprendido que, que te guste
alguien, en el argot adolescente, describe la relación desde las primeras mariposas en
el estómago hasta la improbable ocasión de una tercera cita, después de la cual la
palabra “amor” se lanza tantas veces como los cojines en una clase de
Encantamientos. Según la definición de Potter, supongo que yo estaba enamorado.

—Ojalá me lo hubiera contado —musita.

Una ola de sobriedad cae sobre mí, desde esa estrella que está manteniendo el
mundo quieto, creo. —¿Se te ha ocurrido que no he discutido esto contigo por tu
propio bien, joder? ¿O que puede que estuviera intentando proteger esa perfecta y
rutilante imagen que tienes de tu padre? Fuiste tú quien dijo que no quería escuchar
nada horrible sobre él, ¿no es así? Pero sí que estabas deseando oír que yo era un...
oh, ¿cuál era el nombre cariñoso que usaba Black para mí?... Sí, bastardo rastrero,
grasiento y pervertido que intentó seducir al pobre e indefenso James Potter.
Sí, yo seduje a un chico que me conocía tan bien como yo me conocía a mí mismo, a
un chico que se sentía impulsado casi compulsivamente a ser el líder de cualquier
actividad en la que tomaba parte. Eso es, seduje a James Potter. Es mucho más fácil
de creer que la alternativa, ¿verdad? Sería tan típico de un bastardo Slytherin rastrero
como yo, que era conocido por estudiar las artes oscuras, hechizar al perfecto y
amado héroe del Quidditch. James Potter era todo lo que era bueno y puro en el
mundo. Yo era su antítesis, ¿cierto? —Río con una amargura que he contenido
durante años. Cuánto ansío contar al mundo exactamente lo perfecto que era James
Potter en realidad. Pero sé que no lo haré. No puedo—. A veces las personas
entierran la verdad, Potter, porque la verdad hace una gran cantidad de daño
innecesario.

Me arriesgo a mover los ojos desde el cielo hasta su cara. A su atónita expresión le
lleva un momento comenzar a aclararse. Me siento confundido por su reacción e
intento repasar todo lo que he dicho. Recuerdo que he hablado bastante. De repente
se me ocurre que puede que haya dicho demasiado.

—Usted... hala... —Su boca se abre y se cierra como si se estuviera ahogando, o a lo


mejor está a punto de vomitar. No... ése soy yo. Oh, joder. Busco algo que me ayude a
incorporarme. Creo que es humano, pero estoy demasiado ocupado intentando calmar
mi estómago para preocuparme demasiado por ello. Coloco la cabeza entre las
rodillas durante un momento. Una vez que he llegado a un acuerdo con la gravedad y
la rotación de la Tierra, alzo la vista de nuevo.

Está conmocionado. Aparentemente me he equivocado sobre cuánto le había contado


Black. —Joder. —Maldigo en voz baja mientras el pánico se arremolina en mi, ya,
inestable, estómago. Lo que daría, justo ahora, por un gira-tiempos. Cerrando los ojos,
consigo decir—: ¿Cuánto sabías?

—Eh... —Parpadea y luego ríe débilmente—. Aparentemente nada. Sirius solo me


contó que pensaba que le gustaba mi padre. Guau. Eh... yo... Guau.

Maldito Black. De alguna manera esto es culpa suya. Y del chico. Y de James. Joder.

Es un problema de pociones, en realidad. Hay dos ingredientes: el chico y yo. Juntos,


estos dos ingredientes constituyen una poción estable. Digamos, una poción calmante.

90
Un tranquilizante. En el momento en que el alcohol se acerca a la mezcla, uno puede
contar con pasarse después horas rascando los restos del techo.

—¿Se... folló a mi padre?

Oh. Todavía estamos con esto, ¿verdad? Joder. —Yo... nosotros... —Joder, joder,
joder. Poso mi cabeza sobre las rodillas para anclarla, esperando que haciendo eso
mis pensamientos dejarán de chapotear el tiempo suficiente para que pueda formar
una frase prudente—. Éramos críos, Potter. Tu padre... él... —Para explicar cualquier
parte de esto me veré forzado narrar el equivalente a varios siglos de historia. En este
estado no puedo confiar en no decir algo más que luego lamentaré. Ya he dicho
bastante—. Basta decir que éramos chicos curiosos y que nos conocíamos lo
suficientemente bien el uno al otro como para satisfacer nuestra curiosidad. —Por
favor, por favor, que eso sea suficiente.

—De acuerdo... necesito comprender esto porque estaba totalmente traumatizado


cuando Sirius me contó que le gustaba mi padre. Y ahora, usted me ha contado,
básicamente, que él le sedujo... pero que los dos tenían... curiosidad. ¿Así que usted y
mi padre hicieron Dios sabe el qué, y luego, de alguna manera, os acabasteis odiando
el uno al otro? —Ahora está gritando. Tiene todo el derecho a hacerlo. Sólo desearía
que no lo hiciera tan cerca de mi cabeza.

—Podría alterar tu memoria. —Le ofrezco, sin albergar muchas esperanzas de que
vaya a aceptar. Se deja caer sobre el suelo.

—Dios. Mi vida es tan rara.

Resoplo. No tiene ni idea. Entierro la idea de lo extraña que es su existencia en


realidad, antes de que tenga también la ocasión de soltar ese secreto.

Permanece callado durante un largo rato y me siento agradecido por ello. Aprovecho
la ocasión para preparar más respuestas ingeniosamente vagas a todas las preguntas
con las que me va a atacar. Me siento sorprendido cuando le oigo reír. Miro hacia
donde está él.

—Es gracioso, ¿verdad? Quiero decir, a usted le gustaba mi padre, que era hetero.
Algo así. Y entonces aparecí yo... yo le recuerdo a él... y usted... usted me gusta a mí.
Es así como...

—Irónico.

—Seh. Dios, y pensaba que mi vida era extraña. Quiero decir, guau... su vida... —Se
ríe de nuevo y me siento extrañamente complacido por saber que valora la ironía—.
Tiene que ser raro tenerme a su alrededor todo el tiempo. Ya sabe, puesto que le
recuerdo tanto a él. —Creo detectar un infantil resentimiento en su voz pero, como ya
he destrozado la preciosa imagen de su padre fallecido, no se lo recrimino.

—No me recuerdas a él —le digo. Y entonces caigo en la cuenta de que le estoy


mintiendo y él no se lo está tragando—. Te pareces a él —aclaro—pero tú... —me
recuerdas a mí mismo. No. No quiero horrorizarle más de lo que ya lo he hecho—
...me irritas de una forma totalmente diferente.

—Ja, ja —se mofa y se incorpora—. ¿Así que eso significa que no quiere follar
conmigo? —Sonríe maliciosamente.

91
—¡No! —suelto, y entonces se me ocurre que, de nuevo, he hablado sin pensar.
Maldición. Suelta una risita mientras intento buscar una respuesta a esa pregunta—.
Ingenioso —murmuro.

—No se preocupe, Profesor, no estoy lo suficientemente borracho como para


intentarlo. Todavía. —Continúa antes de que tenga la oportunidad de procesar lo que
quiere decir con “todavía”—. Escuche, a no ser que quiera pasarse la noche entera
explicándome todos los detalles de su pasado con mi padre, necesito beber. Y usted
no va a intentar detenerme.

Comienzo a preguntarme qué clase de desastre habrá que limpiar si ambos


ingredientes de la poción se empapan con alcohol. Me estremezco ante el
pensamiento, pero no puedo decidir si el resultado sería mucho peor que ser
interrogado sobre mi turbia historia con su padre. Decido esperar lo mejor. O por lo
menos, algo mejor que lo peor.

Se pone de pie, y me ofrece una mano. La cojo con renuencia tras fracasar al intentar
ponerme de pie yo mismo. Hago el mayor esfuerzo de que soy capaz para subir de
vuelta a la casa. Permanece a mi lado por si necesito ayuda. Mañana me acordaré de
sentirme avergonzado por ello.

Vamos al cuarto de estar y toquetea una de las cajas plateadas. La música comienza
a sonar suavemente. Música clásica, observo.

—Creí que le gustaría.

Asiento. No es exactamente mi primera elección de música, pero servirá como sonido


de fondo. Y, como me he convertido en una parte inextricable del sofá, no creo que me
corresponda quejarme. Se sienta a mi lado y se sirve una copa.

—¿Profesor?

—Uhm.

—Siento haber alucinado antes.

—Era de esperar.

Suspira y se acomoda, hundiéndose más profundamente en el sofá. Su hombro


presiona contra el mío. —Tendría que haberle escuchado esta tarde. Yo sólo... creo
que estaba celoso. —Se ríe y le miro. Sus mejillas están rojas y no creo que haya
bebido lo suficiente todavía como para culpar de ello al alcohol—. Ya sabe, porque él
le gustaba. Es estúpido, lo sé.

Gruño. No me veo capaz de explicarle por qué es “estúpido”. El alcohol de mi


organismo, en combinación con la orquesta que zumba por la habitación, me ha
arrullado hasta un confortable estado de entumecimiento. Puede que no vuelva a
moverme nunca.

Continúa hablando y yo me contento con escucharle solamente. —Sirius gruñe en


sueños —se ríe—. Creo que, incluso si no fuera insomne, me habría mantenido
despierto. Pero debería alegrarse de saber que he terminado todos mis deberes de

92
pociones. —Se bebe de un trago lo que le queda de su bebida y deja el vaso sobre la
mesa—. ¿Profesor?

Hago girar mi cabeza hacia él. Me mira por un instante y me brinda una sonrisa
avergonzada. —Le... Quiero decir, ¿le importaría si yo... le escuchara dormir?

Me niego a atribuir la palabra “encantadora” a esa pregunta. Como no puedo pensar


en otro adjetivo más apropiado, me decido por reírme de él. Él se ríe por lo bajo con
nerviosismo—. Soy un bicho raro, ¿verdad?

—Ciertamente lo eres. —Se supone que esa afirmación no debería haberme salido tan
cariñosamente.

Suspira y apoya la cabeza sobre mi hombro. Aunque estoy sorprendido por el gesto,
estoy más atónito por no retroceder aterrorizado. Le echo la culpa al brandy.

—Pensaba que estabas intentando superar tu adicción a mí.

—No soy... —comienza a protestar—. Lo haré. Justo después de las vacaciones.

—Has hablado como un verdadero adicto. —Sonrío con suficiencia.

—Imbécil —dice. Sonrío y entonces siento su brazo, que rodea el mío. Intento
ponerme tenso pero, de alguna forma, solo consigo hundirme más en el sofá.
Comienzo a preguntarme si el sofá no estará hechizado de la misma manera que esa
butaca. No, a estas alturas ya hubiera sentido los dedos.

—Sé que no quiere escucharlo, Profesor, pero le he echado de menos.

Cierro la boca con fuerza, justo a tiempo para detener el “yo también te he echado de
menos”. Tiene razón, no quería escucharlo. O al menos, no quería querer escucharlo.

----------------------------------------------------

—Profesor.

Su voz crispada me sobresalta, sacándome del sueño, y alzo la mirada hacia su


silueta al lado de mi cama. No es extraño que haya encontrado de nuevo el camino a
mi dormitorio. Lo ha hecho cada noche desde que estamos aquí. Normalmente, aún
suelo estar consciente y finjo estar dormido cuando se desliza con su almohada y su
edredón y se estira sobre el suelo a lo largo de mi cama. Nunca ha intentado
despertarme antes. Le veo caer de rodillas y me alarmo.

—¿Potter?

Lloriquea y se frota la frente con la cama. Le ordeno que se tumbe, alzándole por los
hombros. Entierra la cabeza en la almohada que está a mi lado. Oigo sus gemidos
amortiguados y me asombro por mi impotencia en esta situación. No puedo hacer
nada por él. Decido acariciarle la espalda porque estar sentando aquí, mirando
estúpidamente, no parece ser efectivo.

93
Mientras observo cómo sobrelleva la agonía, comienzo a preguntarme qué es lo que
está haciendo Voldemort. Quizás un festival de la tortura a media noche. Pero no, lo
hubiera sabido si él hubiera convocado una reunión. La marca de mi brazo ha
permanecido en silencio durante meses. Puede que su paradero haya sido
descubierto. Y que esté luchando con los aurores. El pensamiento, siendo tan estúpido
como es, se me queda grabado en la cabeza y el corazón me da un vuelco de miedo.
Si le matan...

No. Intento rechazar el pensamiento y centrarme en el sonido tranquilizador de la


respiración irregular de Potter. Porque, aunque sea irregular, al menos está
respirando. Mi mano se mueve con insistencia a lo largo de su espalda, acariciando
los músculos tensos y huesos afilados, como si haciendo eso fuera a mantenerle aquí.
Pero, justo ahora, me siento demasiado angustiado y preocupado para molestarme en
sentirme incómodo por su proximidad. Cierro los ojos y trato de calmar mi miedo. Esto
no es raro, me digo a mí mismo. No le pasará nada. Soy vagamente consciente de
que he comenzado a rezar a deidades sin nombre que no existen, rogándoles que, por
favor, dejen vivir a Voldemort. Podría reír ante tamaño absurdo si no fuera tan sincero
en ésta, mi desesperación.

Se queja en voz alta y reprimo un ridículo impulso de lanzarme sobre él para


protegerle. Qué cosas se me ocurren. He pasado buena parte de los últimos cinco
años intentando evitar que este estúpido chico se matara a sí mismo. Supongo que, a
estas alturas, se ha convertido casi en un reflejo. Pero de este peligro, no le va a
salvar nadie. No hay nada que yo pueda hacer, excepto esperar y tener fe en que
esto, también, pasará.

Siento cómo su cuerpo se queda inmóvil y contengo el aliento. Después de un


momento, susurro—: ¿Potter? Me incorporo sobre el codo y me dirijo de nuevo a él.
No hay respuesta. Mi mano se queda quieta sobre su espalda y respiro con alivio al
sentir que respira superficialmente. Ha perdido la consciencia.

Me dejo caer sobre mi almohada y obligo a que los latidos de mi corazón disminuyan
hasta un ritmo aceptable. Dejo mi mano sobre su espalda para mi propia tranquilidad.
Puede que aún no haya terminado. Puede que sólo haya perdido el conocimiento
debido al dolor. O quizás debido a la asfixia, ya que todavía tiene el rostro enterrado
en la almohada. Le giro la cabeza hacia un lado y observo cómo duerme su imagen,
entre sombras.

Una vez que me siento razonablemente seguro de que superará la noche, cierro los
ojos. La idea de que debería despertarle y hacerle ir a dormir a su propia cama muere
tan pronto como es concebida. También dejo que se desvanezca la idea de cambiar
yo de cama. Mientras está durmiendo es inofensivo. Y yo también.

Han pasado meses desde que renuncié a mis esfuerzos por reprimir la información
que Dumbledore me había proporcionado. Fallé. Nunca me he arrepentido más por
haber fallado en algo de lo que lo hago ahora. Reaccioné de forma exagerada a uno
de los habituales ataques de ira de Voldemort. Reflexiono sobre mi deseo de
protegerle. Antes, lo hacía porque era mi deber, hacia James, hacia una antigua
promesa hecha en la muerte, entre la familia Potter y la mía. Me enferma comprobar
que mi sentido del deber ha cambiado. Ya no estoy protegiendo a Harry Potter. Estoy
protegiendo a Harry.

Me digo a mí mismo que ya no puedo continuar así. Por mi propio bien y por el suyo
tengo que acabar con esta locura. Tengo que aceptar que algún día se quedará

94
inmóvil para siempre. Y no hay maldita cosa que yo pueda hacer para evitarlo. Tengo
procurar no volverme íntimo con él.

Más intimo con él.

Maldición

Gimotea ligeramente y me armo de valor, determinado a no preocuparme. Me doy


cuenta de que mi mano todavía sigue sobre su espalda cuando comienza a temblar.
Aprieto la mandíbula y aparto la mano. Ruedo hasta quedar de espaldas y no me
siento aliviado en absoluto cuando suspira y el temblor disminuye. No me concierne. Y
su brazo cayendo sobre mi pecho, su cabeza apoyándose en mi hombro, su
respiración acariciándome el cuello suavemente... nada de esto me supone la más
ligera diferencia. Y no estoy agradecido de que no esté bajo el edredón.

Por los dioses, soy patético.

Me quito su brazo de encima y me alejo todo lo que puedo de él, agradeciendo


silenciosamente que la cama sea bastante grande. Cierro los ojos y, tras una hora o
así en la que me dedico a maldecir a todos aquellos que creo que pueden tener que
ver con que yo me encuentre en esta situación, me quedo dormido.

El sol de la mañana, entrando a raudales a través de las cortinas, me saca del sueño
lentamente. Suspiro y abro los ojos a tiempo de ver unos ojos verdes que se cierran
rápidamente. Durante un momento, finge que duerme, pero su boca se curva en una
pequeña sonrisa. Abre los ojos con cautela y entonces se ríe.

—Buenos días.

—¿Cuánto tiempo llevas mirándome fijamente?

—¿No mucho? —dice con una débil sonrisita. Decido que, probablemente, no quiero
una respuesta sincera, de todas formas.

—Gracias —susurra.

—¿Por qué?—susurro yo en respuesta y entonces me pregunto por qué demonios


estoy susurrando.

—Por dejarme dormir aquí.

—Bueno, no me dejaste muchas opciones, ¿no? Dime qué sucedió.

Aparta su mirada y se mueve nerviosamente. Sus piernas rozan las mías y esto me
recuerda poderosamente que estamos, de hecho, juntos en la cama y que él, en algún
momento, se ha deslizado debajo de la manta. Intento que mi respiración para
tranquilizarme no sea demasiado obvia.

95
—No lo sé. De veras. No estaba dormido cuando comenzó a dolerme... Pero...

—¿Pero?

—Bueno, después... soñé, eh... no sé si significa algo, Profesor... pero soñé que
Voldemort estaba… Dios, esto es realmente raro...

Pierdo la paciencia. —Potter, tan solo cuéntamelo. No me importa lo raro que sea. —
Soy muy consciente de que mi capacidad para ser mordaz se ve enormemente
reducida por el hecho que voy en pijama y estoy en la cama con él. Quiero decirle que
terminaremos esta conversación en otro lugar, pero comienza a hablar de nuevo.

—Honestamente, señor... no creo que fuera una visión. Quiero decir, no lo fue. Soñé
que Voldemort estaba... hum... besando a un Dementor. —Se ríe y se me congela el
corazón—. Quiero decir que eso es bastante raro, ¿eh? En primer lugar... puaj. Y
segundo, perdería su alma, ¿verdad?

—Aunque no creo que fuera una visión —comienzo cuidadosamente, frunciendo la


boca con asco—, si Voldemort ha unido fuerzas con los Dementores... —estamos
todos jodidos—. Eso podría ser un contratiempo considerable. En cuanto al alma de
Voldemort... —De pronto tengo un montón de preguntas para Dumbledore. Reprimo
un estremecimiento y guardo esos pensamientos—. Deberíamos levantarnos, no sea
que el Director decida pasarse por aquí a visitarnos. Odiaría ver cómo el mago más
grande de nuestro tiempo muere bruscamente de una conmoción.

Asiente pero no se mueve. Mi mirada queda atrapada por la suya y se me corta la


respiración. Intento recordar que había decidido no dejar que él me afectara.
Desafortunadamente, no tengo elección en la materia.

—Profesor —susurra.

—¿Qué? —digo con voz ronca, casi temeroso.

—Um... —se sonroja y cierra los ojos fuertemente—. ¿Puede... se levantará usted
primero? Yo... por favor.

—¿Por qué? Oh. —De acuerdo. Ruedo para salir de la cama demasiado deprisa y
maldigo el rubor que asciende hasta mis mejillas. Me pongo mi bata y le oigo salir
disparado del otro lado de la cama y dejar la habitación. Una vez más, me siento
agradecido por haberme graduado de la adolescencia.

----------------------------------------------------

Desciendo las escaleras para ser recibido por el olor de las tostadas. Llevo un montón
de paquetes bajo el brazo que se me ha encargado entregarle por su cumpleaños. Los
dejo sobre la mesa y me siento. Él ya ha preparado el té, como el buen amito de su
casa en el que se ha convertido. Resoplo ante mi propio pensamiento. Claramente, me
encuentro extremadamente necesitado de teína.

96
—¿Qué es todo eso? —pregunta, trayendo un plato de tostadas.

—Supongo que son regalos de aquellos que insisten en celebrar tu ininterrumpida


existencia.

Sonríe ampliamente y se sienta frente a mí, mientras coge el paquete más grande y
rasga el papel. —No esperaba recibir nada... estando encerrado.

—Creo que a lo mejor el Director ha tenido algo que ver con ello.

Deja de romper el papel y me mira frunciendo el ceño. —¿Cuándo es su cumpleaños?

—Cada jodido año —respondo. Eleva los ojos al cielo—. El cuatro de enero, si tienes
que saberlo. Fue hace mucho. Y tengo por norma aturdir a toda persona que insista en
recordármelo.

—Así que todavía estábamos en la mazmorra.

—Hm. Sí. Feliz cumpleaños, Profesor. Soy gay. —Se atraganta con un trago de té y
tose—. Un regalo bastante inesperado, debo decir. —Sorbo mi té.

—Todavía no lo ha desenvuelto —dice en voz baja, y es mi turno de atragantarme. Se


ríe entre dientes ante su propio ingenio y continúa rasgando el papel—. Es de Ron —
explica—como si me importara—y saca una caja roja de metal del lío de papel de
regalo. Lo agita y hace ruido. —Parece... una hucha... o algo. Necesito mi varita para
abrirlo. —Me mira y se encoge de hombros—. Supongo que tendré que esperar hasta
que regrese.

Deja esa cosa aparte y me ocupo extendiendo mermelada sobre una tostada. Saca
otro del montón y se ríe. —Éste tiene que ser de Hermione. — Echo una mirada hacia
arriba y veo un libro envuelto. Resoplo y contengo un comentario mordaz. Es su
cumpleaños. Insultaré a sus amigos en otro momento.

Arranca el papel y observo con un vago interés. Él lee la cubierta y gime.

—¿Qué es?

—Un libro.

—Obviamente. —Enarco una ceja. Sonríe y me lo ofrece.

Leo el título: Entre hombres: Selección de poetas gays del Siglo XX. —Interesante
elección —sonrío burlonamente—. No imaginaba que leyeras poesía. —Hace una
mueca y niega con la cabeza—. ¿Entonces, debo suponer que se lo has contado a tus
amigos?

Entrecierra los ojos. —No. Usted lo hizo.

Es cierto. Mi traición. Así que soy un bastardo.

Dejo el libro a un lado y hago una anotación mental para echarle un vistazo más tarde.
Él pasa a otro paquete y siento la inmediata necesidad de... estar en cualquier otro
sitio. Me excuso y me voy rápidamente al cuarto de baño. Lo único que odio más que

97
recibir regalos es soportar las muestras de gratitud cuando yo doy un regalo. Me
enferma.

Decido ducharme para disimular mi apresurada partida. Abro el agua y me despojo de


la ropa, antes de meterme bajo los chorros hirvientes, que atacan mi piel con una
fuerza sorprendente. Suspiro de gusto. Una vez que he pasado aquí el tiempo
suficiente como para sentirme seguro de que Potter ha superado su reacción inicial
ante mi regalo, que es más un gesto, en realidad, cierro el agua. Aún no he puesto un
pie fuera de la ducha cuando escucho que llaman a la puerta. —Un momento —digo y
comienzo a secarme. Vuelve a llamar insistentemente. Suspiro y me envuelvo la toalla
alrededor de la cintura. Capto un atisbo de mi persona en el espejo y miro con odio mi
reflejo. Estoy ridículo. Uno no puede echar miradas fulminantes mientras está mojado
y medio desnudo. Abro la puerta y saco la cabeza.

—¿Qué?

—Yo solo quería... eh...

—Es tu capa, Potter. No hay motivo para que me lo agradezcas. —Deja caer la capa
sobre el suelo y pone la lata de polvos flú que le he dado a su lado. Me mira y me
sorprendo por la expresión de enfado en su rostro.

—No se lo estoy agradeciendo —dice firmemente, y entonces frunce los labios—. Es


usted un bastardo, ¿lo sabía? —Me sorprende empujándome al interior del baño y
yo...

Bueno, ¡estoy desnudo! Agarro con firmeza la toalla que me cubre, como si mi vida
dependiera de ello. Bien pudiera ser. —¿Te importa? —consigo decir ahogadamente,
a pesar de mi horror. Observo sus ojos, que recorren todo mi cuerpo, y me siento
atónito por su audacia. Menea la cabeza suavemente y mueve los ojos.

—Lo siento... No. No lo siento. —Afortunadamente, me da la espalda y mis ojos se


lanzan con una mirada de nostalgia hacia la túnica que cuelga del toallero delante de
él—. Usted... —farfulla—¡Dios! ¿Acaso se leyó mi carta?

—Potter, ¿podemos discutir esto dentro de cinco minutos? —¡CUANDO NO ESTÉ


DESNUDO!

—No. Ya he esperado durante media hora y... bueno, usted está algo así como
indefenso de esta forma... así que... —Echa un vistazo sobre su hombro rápidamente.
Intento fulminarle con la mirada, pero mi naturaleza intimidante viene con el conjunto y
para conseguir mi túnica tendría que... ¡Joder! Intento pasar a su lado y él me agarra el
brazo fuertemente y se vuelve hacia mí. Estoy atrapado entre él y el lavabo. De pronto
se me ocurre que simplemente tenía que haber salido del baño y haberme ido a mi
habitación. Miro hacia la puerta con pesar.

—Sólo escuche.

Respiro hondo e intento imaginarme completamente vestido, erigiéndome imponente


sobre una clase de asustados alumnos de primero. Es una imagen tranquilizadora.

—Yo... —comienza, mirándome a los ojos. Veo el rubor ascender hasta sus mejillas—.
Usted... en realidad, debería vestirse —dice entrecortadamente.

98
Brillante idea. Sin embargo, ha olvidado soltarme y no se ha movido para dejarme
pasar. Pienso en señalárselo, pero me quedo embelesado por la lengua que roza sus
labios entreabiertos, y luego congelado por el terror cuando gime y presiona la cabeza
contra mi pecho. Mi pecho desnudo.

—Yo... no puedo. —Su aliento cae sobre mi piel—. Necesito saber lo que está
pensando. Porque usted me confunde un huevo. —Sus palabras asaltan mi torso,
enviando ondas expansivas por todo mi cuerpo. Me estremezco. Él continúa—. Le
conté... cómo me siento y por qué no puedo... no debería... —Su voz se apaga.

Me aclaro la garganta y uso mi mano libre para apartarle de mí. Intento no notar el
tacto de su pecho, sorprendentemente firme, bajo la palma de mi mano. —Potter, yo te
expliqué en mi carta que, si alguna vez necesitabas venir a mis aposentos, la
posibilidad estaba abierta. No estás obligado a volver. Simplemente te he ofrecido la
oportunidad. La retiraré con mucho gusto si así lo deseas. —De pronto desearía haber
escuchado a mi conciencia y no haberle dado nunca esa oportunidad. Intento recordar
cómo justifiqué entonces mi gesto. Mi cerebro, no obstante, está decidido a
permanecer en el presente.

—¿Me quiere allí? —Inclina la cabeza hacia atrás para mirarme a los ojos de nuevo.
Me obligo a sostenerle la mirada.

—Si tú quieres estar allí, eres bienvenido. —Mantener la voz firme e inalterada se lleva
hasta la última gota de energía que me queda. Intento, una vez más, pasar a su lado y
él me detiene con una delicada mano, acercándose.

—Contésteme —dice con un suspiro, extendiendo sus manos sobre mi pecho.

—Potter, déjame pasar. —Un terror desesperado llena mi voz, pero estoy demasiado,
bueno, desesperadamente aterrado como para que me importe. Quiero mis ropas.
Quiero mi mirada amenazante. Maldición.

Sus manos se deslizan hasta mis hombros y una se mueve sobre mi piel para cubrir
mi nuca. Aparto la cabeza de él y aprieto la sujeción de la toalla, que en estos
momentos amenaza con cortarme la circulación de la parte inferior de mi cuerpo. Lo
que, decididamente, sería una buena cosa.

Siento sus labios rozar contra mi cuello y todas las terminaciones nerviosas de mi
cuerpo gritan de deseo. Mi aliento escapa a través de mi tensa garganta en un grave
gemido.

—Potter... —digo con voz ronca.

—Harry. —El nombre acaricia mi mandíbula y me trago un patético quejido.

—Por favor. —Recurro a la súplica, esperando que, al hacerlo, él se apiade de mí.

—¿No me quiere allí? —pregunta de nuevo, y su pregunta bien pudiera haber sido
“¿quiere follarme?”, a juzgar por el tono de su voz. Bajo mi toalla, tiene lugar una
reacción penosamente obvia. Su mano sube para girar mi cara hacia la suya y yo,
estúpidamente, le miro a los ojos. El hambre pura y desenfrenada que veo me aturde
momentáneamente. Se pasa la lengua por los labios con expectación, y me quedo sin
aliento.

99
—Harry... yo... nosotros...

Se pone de puntillas y aprieta sus labios contra los míos, cogiendo mi cara
desesperadamente como si yo tuviera el poder para apartarme. Siento como abre su
boca y una vacilante lengua roza mis labios, que se separan traicioneramente. Gime
en mi boca y rodea mis hombros con sus brazos.

Voy a parar esto, me digo a mí mismo. Sólo un beso... un exquisitamente dulce y


prohibido bocado y pararé. Me arrepentiré. Le haré comprender. Me haré comprender
a mí mismo.

Mi lengua penetra entre sus labios y toca su lengua ligeramente. El contacto libera la
respiración que no sabía que estaba conteniendo. Mi resolución escapa con ella. Mis
manos se deslizan a su alrededor para acercarle más. Puedo sentir su excitación a
través de sus vaqueros y mi mente apaga cualquier última protesta consciente que
pudiera haber tenido. Gimotea suavemente en mi boca y aprieta sus caderas contra mi
finamente cubierta erección. Su boca se mueve con la mía, hambrienta, chupando y
mordiendo y lamiendo, oh... comienzo a ser vagamente consciente de que lo único
que mantiene ahora la toalla en su sitio es su cuerpo, y si él continúa... oh, por los
dioses... moviéndose de esa forma...

Le aparto rápidamente y muevo la mano para salvar la toalla. Me mira fijamente, con
sus ojos brillando salvajemente, la boca enrojecida e hinchada, y húmeda... joder.

—Oh... guau. —Jadea. El estómago me da un vuelco conforme el sentido de la


vergüenza regresa para vengarse. Le empujo a un lado y alcanzo mis ropas. Se
mueve tras de mí y me rodea con sus manos para acariciarme el pecho. Me besa la
nuca y susurra—: Sé lo que estás a punto de hacer... y esta vez no te voy a dejar que
lo hagas.

100
CAPÍTULO 10 - RINDIÉNDOSE

—No podemos… no puedo… esto está mal —le digo. Me digo a mí mismo. Ninguno
de los dos está del todo convencido.

Sus manos se mueven sobre mi torso y continúa asaltando mi nuca y mis hombros
con su boca, pecaminosamente suave y perturbadoramente joven. Me muerdo el labio
con fuerza en un intento de mantener cierta conciencia de la realidad, de no ser
arrastrado por su aliento. Soy más fuerte que todo esto, me digo a mí mismo, y doy un
paso hacia delante. Él me sigue persistentemente.

—No está mal —susurra, y sus dedos acarician mi pezón. El muy puñetero. Cierto
aspecto de mi ser, dormido desde hace mucho tiempo, se despierta de nuevo bajo su
tacto. De pronto recuerdo haber sido una vez un amante bastante bueno. Este no es,
sin embargo, el momento más oportuno para recordar eso. Detengo su mano con la
mía.

—Soy lo bastante mayor…

—Pero no eres… mi padre —dice firmemente, y su mano izquierda se pone en


movimiento para compensar la inmovilidad de la derecha—. Y eso no importa. Quiero
esto… a ti. —Sus palabras se derriten sobre mi piel y se me corta el aliento. La mano
que no estoy reteniendo se extiende sobre mi abdomen y sus dedos se deslizan justo
por debajo de la toalla. Me aparto dando un respingo y me encaro con él.

—Eres mi…

—Alumno, lo sé —Cierro la boca con fuerza y le maldigo en silencio por anticiparse a


todos mis argumentos. Estaba claro que lo haría, teniendo en cuenta que ya hemos
tenido esta conversación antes. Maldito sea por estar preparado. Continúa—: Pero
sólo en clase. Fuera de clase… bueno, esa línea la cruzamos hace mucho tiempo,
¿recuerdas?

Resoplo. Tiene razón. Pero no deberíamos haberla cruzado. —Sea como fuere,
Potter…

—Harry.

Termino de exponer mi argumento con los dientes apretados: —Aún soy tu profesor.
Aún me está prohibido tocarte. Aún puedo perder mi trabajo.

—Eh… —Sonríe y se me corta la respiración—. Si alguien se entera alguna vez de


aquel beso, creo que ya habrás perdido tu trabajo. Pero nadie se enterará. Nadie tiene
por qué que saber… nada. —Da un paso hacia delante y retrocedo hasta una esquina:
mentalmente, físicamente. Estoy atrapado.

—Eres un niño.

Se detiene y una mirada herida cruza su rostro. Desaparece igual de rápido. —Tengo
dieciséis. Lo que significa que soy lo bastante mayor según la ley. —Avanza y coloca
sus manos sobre mis caderas—. Soy lo bastante mayor para decidir lo que quiero. No

101
te estás aprovechando de mí. Yo… yo me estoy arrojando a tus pies. —Una mirada de
incertidumbre cubre su rostro y luego, como para probar su tesis, se quita la camiseta
con un veloz movimiento. Abro la boca para protestar, pero las palabras quedan
atrapadas en mi garganta cuando veo que sus manos se mueven para desabrochar su
cinturón. Arranco mi mirada de su estómago. Mejor será que no me pillen ahí. Sus
pantalones, demasiado grandes, resbalan por sus caderas aún sin desabrochar y
siento cómo caen sobre mis pies. Se hace a un lado y los aparta de una patada.

—Ya está. Ahora estamos empatados. Más o menos. —Sus ojos caen sobre mi toalla
y sonríe.

Me apoyo en la esquina y prohíbo a mis ojos que recorran su cuerpo. No voy a mirar.
No me puedo permitir hacerlo. —Tienes que parar —digo, pero no estoy seguro de
para quién estoy hablando.

Sus manos se mueven de nuevo hasta mis caderas y me pongo tenso; mis ojos se
abren repentinamente. —Pararé —dice —, si me dices que no quieres esto. Eso es
todo lo que importa: lo que tú quieres. Me importa un carajo lo que deberíamos o no
deberíamos hacer. —Coge mi mano y la aprieta contra su pecho, manteniéndola ahí.
Puedo sentir su corazón latiendo con fuerza—. He pensado en todas las razones por
las que no debería desearte. Pero siempre vuelvo a llegar a la misma conclusión. Que
yo. Te deseo.

Inspira profundamente y suelta mi mano, la cual se olvida de apartarse de él e incluso


se ocupa en deslizarse lentamente por su torso, sobre su estómago, posándose
finalmente justo antes de su ombligo. Cierro los ojos, codificando distraídamente la
información recogida por las yemas de mis dedos, para futuras referencias. Se acerca
más y luego roza mis labios suavemente con los suyos. Se aparta y abro los ojos.

—Harry —Se me ocurre, no sin espanto, que la palabra me ha salido con demasiada
facilidad. Sonríe abiertamente y me asalta una angustiosa sensación de déjà-vu.

—Te quiero, Severus.

Maldición.

Se me encoge el estómago y le beso brutalmente para borrar mi nombre de sus labios,


mientras los últimos vestigios de aquella línea, que fue tan clara una vez, y que le
separaba de mí, se disuelven en la nada. Se aprieta contra mí y su piel suave y cálida
se funde perfectamente sobre la mía. Se me escapa el aliento y me siento mareado.
Mis sentidos se confunden, mientras mi mente se lanza en picado hacia la locura por
un breve momento de éxtasis. Él jadea y luego gime contra mis labios. —Por favor…
te deseo. —Presiona su boca contra la mía y sus manos empiezan a tirar de la toalla
que cubre mis caderas.

—No —jadeo. ¡Bravo! ¡Bien hecho!—. Aquí no. —Me parece que debería haber
parado en el “no”. Alza la vista hacia mí, como si intentara determinar si cambiaré de
idea o no, dado el tiempo que se tarda en llegar hasta el dormitorio. Por mi parte,
espero que así sea.

Se echa hacia atrás y yo recojo mi túnica y paso a su lado, empujándole, sin esperar a
que me siga. Me doy cuenta, sin embargo, de que no lo hace. Me pregunto por qué
será, pero me obligo a seguir andando. Si soy capaz de llegar hasta mi habitación,

102
cerrar la puerta con llave y levantar protecciones mágicas antes de que él llegue, tal
vez aún tendré una oportunidad de salvar lo que queda de mis principios.

Me recuerdo a mí mismo que la magia ha sido prohibida y que las protecciones se


percibirían con demasiada facilidad.

Olvido recordarme a mí mismo que el chico (Harry… ¡maldición! Potter) también está
prohibido.

----------------------------------------------------

Llego a mi habitación y maldigo a los Muggles por no poner cerraduras en las puertas
de los dormitorios.

Sentándome en el borde de la cama, medito sobre el desastre en que me he metido.


He besado a Harry Potter… dos veces. ¿Y por qué diablos ese pensamiento me
provoca algo que no sea asco y vergüenza? Empiezo a preguntarme a dónde habrá
ido, pero me digo que si ha cambiado de idea, mucho mejor. Me librará de la
obligación de hacerlo yo.

Oigo sus pasos en las escaleras y mi corazón empieza a retumbar en mis oídos,
añadiendo percusión a la voz que canta: “Te quiero, Severus”. De alguna manera, las
dos partes de esa declaración no encajan. La última vez que escuché esa frase
dirigida a mí fue en el lecho de muerte de mi madre. Iba seguida por “pero me
avergüenzo de llamarte hijo mío”.

Ah, bien, ese sí es un pensamiento agradable. Ella estaría encantada de ver a los
Potter y a los Snape jugando juntos de nuevo.

Entra por la puerta y me mira con una sonrisa tímida. Deja caer su ropa al suelo y noto
que trae un pequeño tarro. Y, si eso es lo que yo creo que es, no sé si aplaudirle por
su previsión o maldecirle por quitarme una excusa potencialmente brillante para no
llevar esto a término. Se acerca y se arrodilla ante mí, colocando el tarro en el suelo.
Lo miro fijamente. La palabra Vaselina se extiende a lo largo de la parte delantera. Me
pregunto vagamente cómo se le ocurrió que lo necesitaría.

—No has cambiado de opinión —Su voz es un mero susurro y soy incapaz de
discernir si eso ha sido una pregunta o una afirmación. Mis ojos se mueven desde el
tarro hasta él, casi desnudo y arrodillado frente a mí.

Hostia puta. Los sueños sí se hacen realidad.

—Diría que he perdido la cabeza.

Sonríe burlonamente. —Bien… porque tu cabeza habla demasiado. —Levanta la


mano y roza mi mejilla con sus dedos—. Sé que esto es raro para ti. También es raro
para mí. Pero si dejo de preocuparme por lo que los demás puedan pensar y sólo
pienso en ti… deja de ser raro. Sólo siento que está bien. ¿Tiene sentido eso?

103
—Tiene todo el sentido. Una vez que ignoramos el tema de las consecuencias, todo lo
que importa es aquello que deseamos.

—Exactamente.

Aparentemente, mi razonamiento no le ha llegado. Pruebo otro enfoque. —¿Se te ha


ocurrido pensar en lo que pasará después? —Puedo ver, por su expresión, que no se
le ha ocurrido—. Eso pensaba. El arrepentimiento es lo que ocurre cuando no tenemos
en cuenta las consecuencias de nuestros actos.

Un destello de indignación se asoma a sus ojos. —Sé lo que es el arrepentimiento. Y


la culpa. Pero también sé que no podemos saber qué es lo que va a ocurrir. Podrías
morir mañana. O yo podría. Y entonces será demasiado tarde.

Resoplo. —Reunid capullos de rosa mientras podáis.

—¿Qué?

—Es un poema: “A las vírgenes, para que aprovechen su tiempo”. —Una sonrisita
aparece lentamente sobre mis labios.

Y esta misma flor que sonríe hoy, mañana morirá.

De repente, el poema adquiere una pertinencia totalmente nueva. Le maldigo por


encontrar el único argumento que no puedo refutar. Y, además, un jodido cliché. Carpe
Diem. Si él fuera a morirse mañana, ¿me arrepentiría de no poseerle ahora? Mi
reflexión sobre el asunto es interrumpida por un gruñido divertido de su parte.

—Bueno, me parece que no es el virgen quien necesita que le convenzan. Soy todo
tuyo para que me aproveches.

Oh, bien. Justo lo que siempre he deseado: un Potter para mí solo.

Ignoro este pensamiento después de darme cuenta de que el comentario no es, ni con
mucho, tan sarcástico como debería.

Sus manos se deslizan, subiendo, por mis muslos y, misericordiosamente, se detienen


en la barrera marcada por la toalla. Recupero el aliento y digo—: Si accedo a esto,
quiero estar seguro de que sabes exactamente lo que estás haciendo.

Se sonroja otra vez y siento una ola de irritación que se alza en mi interior. El
momento para sonrojarse, claramente, ha pasado ya.

—Bueno… he pasado mucho tiempo en la biblioteca… pero nunca he… quiero decir…

—Si no puedes hablar de ello, Potter, no tiene sentido que lo hagas —digo cortante y
con impaciencia.

Frunce los labios con enfado y luego dice—: Harry. Y creo que tengo una idea
bastante buena de cómo funciona.

—Me alegro mucho de oír eso. Pero lo que quiero decir es que deseo que seas
plenamente consciente de que, aquello que tan generosamente me estás ofreciendo,

104
no lo puedes recuperar una vez que te lo han quitado. Tanto si quieres reconocerlas
como si no, existen ciertas consecuencias que deben tomarse en consideración.

—Lo sé. Me he pasado este último año pensando en ello… en ti… —se inclina hacia
mí para besarme el cuello, añadiendo— …y en mí. Juntos. —Su pulgar se introduce a
escondidas bajo la toalla y recorre el interior de mi muslo—. Sé que te deseo… si tú
me deseas. —Se pone en pie y coloca sus manos sobre mis hombros. Mis ojos están
ahora al nivel de su ombligo, y todos mis pensamientos conscientes se van dando
saltos por ese oscuro sendero—. ¿Me deseas?

La pregunta se va con el viento. No voy a molestarme en contestarla. A lo largo de los


años, he conseguido aplastar las pocas debilidades que poseía. Pero esta única
debilidad —esa hermosa línea oscura de vello que se extiende hacia abajo desde un
pálido, plano y maravillosamente firme estómago— es extraordinariamente difícil de
dominar. En especial cuando me está mirando fijamente a la cara. Recuerdo una cita,
que pasa volando por mi mente.

No me dejes caer en la tentación, ruego en silencio.

—Si no puedes decirlo, Severus, no tiene sentido que lo hagas. —Percibo la sonrisa
en su voz, pero soy incapaz de mirar hacia arriba para confirmarla. No puedo hacer
gran cosa, excepto babear y mirarle fija y estúpidamente.

—Tienes razón. No tiene sentido que haga esto —digo firmemente, y mis manos se
alzan hasta sus caderas con objeto de apartarle de mí. Sólo que, en algún momento,
el movimiento para apartarle ha cambiado de dirección, y mi boca se presenta
formalmente a su estomago. Me agarra por los hombros con más fuerza y oigo cómo
se le corta el aliento, escapando después en una exclamación inarticulada. Beso la
suave carne alrededor de su ombligo. Mi lengua se aventura más allá y mi conciencia
ofrece una última protesta, algo acerca de que el fruto prohibido siempre sabe más
dulce. Mi lengua está de acuerdo categóricamente y mi conciencia se apaga, tras
prometer que volverá más tarde.

Él tiembla entre mis manos, y su erección se mueve nerviosamente contra la parte


inferior de mi barbilla. De pronto recuerdo cuánto disfruté una vez del sexo: el arte y el
acto. La danza de acción y reacción, dando vueltas en círculos continuos. Me invade el
intenso deseo de provocar algo más que ira y humillación, quiero hacerle retorcerse e
implorar. Mi estómago se encoge ante esa expectativa. Decido lanzarme de cabeza en
la tentación. Nunca me ha importado mucho que no me dejen caer en ella (1).

Si me tengo que condenar, como los gamberros Weasley han expresado tan
acertadamente, voy a hacer que merezca mucho la pena.

Muerdo la carne tierna, donde su ombligo se une con el sendero oscuro, y oigo cómo
se le corta el aliento. Me pongo tenso por un momento, preguntándome si le habré
asustado. Los viejos hábitos no son fáciles de cambiar. Mi remordimiento se derrite y
desaparece cuando le oigo aprobar mi acto con un gemido. Planto besos a lo largo de
lo que sólo puede ser considerado como la carretera hacia el infierno y deslizo mi
lengua bajo la cinturilla elástica de sus boxer. Lanza un grito ahogado y luego suspira
mi nombre. Un nombre que no debería estar en sus labios. Un nombre que adquiere

105
mucho más significado cuando cae desde su lengua. Me estremezco e intento
recuperar mi propio aliento.

Se mueve hacia atrás y, por un momento, tengo miedo, aunque no estoy seguro del
motivo. Mete los pulgares en la cinturilla de sus calzoncillos y se los baja. Me asalta
una ola de excitación nerviosa, con un tinte de alivio, cuando veo por un segundo su
erección.

No es un niño, después de todo. Dejo escapar el aliento que estaba conteniendo.

Me pongo en pie y dejo que la toalla se caiga de mis caderas. Observo cómo sus ojos
se mueven sobre mi cuerpo, y me irrita ligeramente ver que se sonroja otra vez. Esto
me recuerda que es inocente. Tengo muy poco interés en la inocencia. Mi irritación,
sin embargo, dura poco y se disipa cuando él se acerca y se pone de puntillas para
besarme.

—Eres hermoso —susurra.

Maldigo en silencio el rubor que sube hasta mis propias mejillas. —Túmbate.

Lo hace obedientemente y observo sobrecogido cómo se mueve. Había olvidado cuán


bellamente desarrollados pueden estar los culos de los jugadores de Quidditch. Se
quita las gafas y luego se arrastra hasta el centro de la cama. Mientras se estira sobre
ella, me doy cuenta de que, en el momento en que me una a él, sólo él tendrá el poder
para detenerme. Y, de algún modo, dudo que eso ocurra.

Alarga los brazos para darme la bienvenida. Me entrego a mi perdición.

----------------------------------------------------

Me tumbo a su lado y saboreo el tacto de su piel junto a la mía. Mi polla golpea


suavemente su cadera y yo aprieto los dientes y respiro profundamente para
controlarme. Tira de mí hacia él para darme otro beso. Mi boca cubre la suya y
sucumbo a mi deseo de devorarle. Responde con entusiasmo, contraatacando con
dientes, labios y lengua. Mi mano viaja por la extensión de su costado y descansa
sobre su cadera, cubriendo el hueso. Otra debilidad que he redescubierto. Me aparto,
jadeando, y le miro.

Sus ojos se abren y veo un repentino destello de miedo en ellos. Tiembla bajo mis
manos.

—¿Todo bien?

Sonríe y asiente con la cabeza. —Un poco nervioso —confiesa.

—Puedo parar. En cualquier momento.

—¡Y una mierda puedes! —grita, y luego me mira con severidad fingida—. Si paras
ahora me veré forzado a utilizar la maldición Imperius. —Sonríe burlonamente.

106
Aparto de mi mente un recuerdo oscuramente excitante y maldigo en silencio a
Voldemort por convertir esa maldición en particular en una de las Imperdonables.
Ciertamente, tenía usos más placenteros.

—¿De veras? Y dime, ¿qué me obligarías a hacer si estuviera bajo tu control? —


Entierro mi nariz en su cuello y le muerdo suavemente.

—Oh… ese es un buen comienzo —dice entre suspiros. Mi mano acaricia su torso
hasta encontrar un pezón. Lo pellizco firmemente y se queda sin respiración. Se relaja
con un gemido grave cuando lo suelto.

—¿Qué quieres que te haga, Harry? —susurro en su oído.

Gimotea por la sensación y luego dice—: Solamente no pares. Y sigue diciendo mi


nombre. —Se ríe.

—¿No pares qué? —digo para tomarle el pelo, sonriendo contra su garganta, lamiendo
esa pálida piel.

—No pares… nunca —responde. Su brazo se desliza por debajo de mí y me insta a


ponerme sobre él. Sus piernas se abren para dejarme sitio y me quedo sin respiración
cuando mi erección se desliza contra la suya. Me muevo hacia abajo para poder
mantener algo de control. Empuja con sus caderas contra mi estómago y cierra los
ojos con fuerza.

Empiezo a plantar besos, bajando por su pecho, y sus dedos se enredan en mi pelo.
Miro hacia arriba y le veo observándome, con los ojos oscurecidos por el deseo.
Recorro con mi lengua su pezón y entreabre los labios. Rozo con los dientes esa
carne rosada y luego atrapo la punta entre ellos. Se retuerce debajo de mí y detengo
sus caderas con una mano, trazando el contorno del hueso con mi pulgar.

—Oh, Dios —dice entre suspiros. Continúo explorando su pecho y estómago,


apartando de mí con irritación una vocecita que aparece dentro de mi cabeza una y
otra vez para recordarme qué estoy haciendo y a quién se lo estoy haciendo. Como si
necesitara que me lo recordasen.

Me complace saber que responde mejor a mis atenciones más agresivas. Supongo
que debería haberlo supuesto. Después de todo, le gusto yo, a pesar de los abusos
que le he infligido a lo largo de los años. Recuerdo haberle llamado una vez
masoquista, pero no se me ocurrió en aquel momento que podría estar en lo cierto.
Empiezo a preguntarme hasta dónde llega en concreto su apreciación por el dolor.
Entonces me recuerdo a mí mismo que es virgen y que es preciso un cierto grado de
miramiento. No estoy lo que se dice decepcionado.

Recorro el camino que desciende hasta su ombligo y, una vez más, me tomo un
momento para admirar su belleza. Mis dedos trazan una línea a su alrededor y a lo
largo del sendero oscuro. Mi boca lo sigue con entusiasmo y aguzo el oído para
escuchar sus gemidos y quejidos sin sentido, que me animan a ir más allá.

Sé lo que quiere. Por supuesto, le obligaré a que me lo diga.

Hago un recorrido por la parte inferior de su abdomen, sin llegar a tocar su erección,
deliberadamente. Mis manos mantienen sus caderas pegadas contra la cama.
Susurra—: Dios, por favor.

107
—¿Por favor, qué? —pregunto, dirigiendo a propósito mi aliento hacia el lugar donde
más desea ser tocado. Él gime y yo paso mi lengua al lado de donde espera su polla.
Sus lamentos alimentan mi deseo de oírselo decir. Puedo tratar de fingir que es para
tener su permiso explícito, pero en realidad disfruto torturándole.

Me muevo de vuelta al tentador camino de vello, permitiendo que mi lengua roce


apenas la punta de su polla. Deja escapar un aullido de sorpresa y luego lucha contra
mi mano, que mantiene atrapadas sus caderas. Gime de frustración.

—Estás intentando matarme, ¿verdad?

—Tonterías. Todo lo que tienes que hacer es decirme lo que quieres, Harry. —Miro
hacia arriba y veo cómo sus ojos se abren rápidamente, brillando con apasionada
desesperación; sus mejillas se sonrojan con una mezcla de frustración y vergüenza.
Le sostengo la mirada y hago un círculo con mi lengua directamente encima del lugar
donde quiere que la ponga.

—Quiero… tu boca… por favor, Dios —gimotea.

—¿Dónde quieres mi boca? —le desafío, y entonces me sorprende moviendo la mano


hasta su propia polla. Mi propia excitación se incrementa exponencialmente cuando
veo cómo se envuelve a sí mismo con los dedos. Se me ocurre que me gustaría
mucho observarle mientras se masturba. Pero… no, no soy tan cruel. Todavía.

—Aquí… —susurra.

Me apiado de él. —Mírame —le digo con voz grave. Sus ojos se abren de golpe,
obedientemente. Dedico un pensamiento fugaz a preguntarme cuán bien ve sin sus
gafas, y luego deslizo mi lengua lentamente a lo largo de su polla. Su mano cae de
nuevo sobre las sábanas y su cuerpo tiembla de alivio. Le rodeo con mis dedos y
cambio mi peso de sitio para liberar mi otra mano, que se mueve para tomar sus
pelotas en ella. Grita, y se le desenfocan los ojos mientras cubro la punta con mi boca.

Es extraordinario lo rápido que se recuerda todo.

Como montar en escoba…

Engullo toda su extensión y siento cómo sus pelotas se contraen y se tensan. Esto no
durará mucho. Teniendo en cuenta que tiene dieciséis y es virgen, no podía haber
esperado otra cosa. Deslizo mi boca hacia arriba y hago un círculo con mi lengua
alrededor de la punta antes de sumergirme una vez más. Su respiración se acelera y
sus manos vuelan hasta mi cabeza. Observo cómo su boca se abre en un grito
silencioso y chupo con fuerza. Su grito se hace oír y su esencia se dispara hacia mi
garganta. Trago y espero que sus quejidos disminuyan antes de deslizarme de nuevo
hacia arriba.

Tira de mí para besarme, chupando y lamiendo mi boca con avidez, hasta limpiarla.
Me complace y, lo admito, me sorprende su entusiasmo. Se aparta y susurra—:
Gracias. —Me río y me mira con intensidad—. Eres perfecto —dice suspirando, y
luego se relaja sobre la almohada.

Respondo con un gruñido y me vuelvo hacia un lado. El arrepentimiento intenta


arrastrarse sobre mí, pero lo aparto, prometiéndole dedicarle toda mi atención más
tarde. Harry me sorprende una vez más al ponerse encima de mí.

108
—¿Qué estás haciendo?

—No lo sé. ¿Qué quieres que haga? —Sonríe con ironía y mi sonrisa aparece antes
de que tenga oportunidad de esconderla.

—Harry…

—Dilo otra vez.

Sonrío con complicidad. —Harry.

Suspira dramáticamente y se impulsa hacia arriba para besarme. Emito un grito


ahogado cuando su cuerpo se desliza sobre el mío. Me mira durante un instante y
luego veo un brillo travieso que se asoma a sus ojos. Se desliza hacia abajo
deliberadamente y me muerdo el labio. Baja su cara hasta mi cuello y oscila sus
caderas contra las mías. Sus dientes arañan ligeramente mi piel antes de morder
firmemente. Se me corta el aliento y le agarro para detenerle.

Alza la vista hacia mí con curiosidad. —¿Te estoy haciendo daño?

Como si pudiera. —No.

—¿Qué pasa?

Me niego a responder. Le lanzo una mirada y eso parece ser suficiente.

—Oh —dice, formando una “o” con su boca al darse cuenta, antes de estirarla
formando una sonrisa animal. Se inclina hacia mí para susurrar en mi oído—: ¿Tal vez
deberíamos practicar el sexo, entonces? —Su aliento y sus palabras recorren mi
columna, enviando impulsos eléctricos de placer hasta mi erección, dolorosamente
dura.

Controlo mi respiración antes de preguntar—: ¿Es eso lo que quieres? —Intento


extraer la esperanza de mi voz. Ya me he condenado irreparablemente. Si he caído
hasta aquí, me gustaría mucho saber qué se siente al tocar fondo (2). Imagino que
será pecaminosamente cálido y estrecho. Me sacudo de encima esa línea de
pensamiento. Siempre existe una posibilidad de que él cambie de idea.

—¿Es eso lo que tú quieres? —se echa hacia atrás para mirarme.

—No quiero hacer nada que te haga sentir incómodo. —Una respuesta amable y
diplomática.

—Oh, ¿quieres decir algo como hacer que suplique por una mamada? —Se ríe y
luego me besa a lo largo de la mandíbula. Intento reprimir la sonrisa traviesa que tira
de las comisuras de mi boca.

—No te hice suplicar. Lo hiciste por tu propia iniciativa. —Por supuesto, disfruté mucho
oyéndolo. Hay algo en el hecho de ser llamado “Dios” repetidamente que excita mis
tendencias dominantes.

Castiga mi comentario con un firme mordisco en mi hombro, y grito ahogadamente. —


Realmente eres un bastardo mezquino —susurra, y luego empieza a recorrer mi torso

109
con su boca. Si no estuviera ocupado enamorándome de su boca, podría tener la
presencia de ánimo necesaria para sentirme impresionado por lo bien que la usa.
Claramente, esa boca no fue hecha para hablar.

Sus dientes rozan mi pezón y apenas puedo evitar arquearme hasta saltar de la cama.
Lo agarra entre los dientes y lo muerde ligeramente.

—Más fuerte —me oigo decir, y luego me olvido de maldecirme por pensar en voz alta,
porque él obedece. Lo suelta después de un segundo exquisito y pienso en hacer un
comentario sobre lo refrescante que es verle obedecer. Mi capacidad para hablar, no
obstante, se pierde cuando siento unos dedos tímidos que se deslizan sobre mi
erección. Gimo, a mi pesar.

Soy absorbido hacia esa exquisita y diestra boca, y me muerdo el labio cuando sus
dientes arañan accidentalmente esa piel tan sensible. Y, joder, eso no debería, ni con
mucho, haberme gustado tanto como lo ha hecho. Sólo hace falta una cosa para
completar esta imagen. —Mírame —susurro, incorporándome sobre los codos. Sus
ojos se elevan y quedo fascinado. La palabra “hermoso” se escapa de mi boca. Se
desliza hacia abajo lentamente y no soy capaz de tomar aliento. Afortunadamente, sus
movimientos no son suficientemente coordinados, pero la sensación de esa cálida
humedad, junto con la impresionante visión, es suficiente para hacer que me dé
vueltas la cabeza Me pregunto de pronto qué demonios he hecho en la vida para
merecer esto. Harry Potter: mi recompensa por años de autosacrificio. Aparto ese
pensamiento, al ocurrírseme que bien puede ser mi castigo.

Estoy a punto de decirle que pare cuando siento que su garganta se mueve en un
espasmo. Se alza rápidamente y su repentina ausencia me arranca un gemido. Me
mira, con la cara roja y los ojos llorosos.

—Lo siento —dice, atragantándose.

Casi me río pero, en lugar de eso, tiro de él hacia arriba para besarle. Parece una
respuesta mejor. Acepta el beso con entusiasmo e intensidad. Su lengua sabe salada
por mi líquido seminal y apenas puedo contenerme para no ponerle boca abajo y
poseerle brutalmente. Si bien es más bajo que yo, no es mucho más pequeño. Ahora
mismo, sin embargo, parece tan increíblemente frágil; y no hay nada que desee más
que desvirgarle.

Me echo hacia atrás para recuperar la cordura y se quita de encima de mí. Se arrastra
hasta el borde de la cama y se descuelga momentáneamente antes de volver. Me
ofrece el tarro que ha traído consigo. Me incorporo y lo acepto.

—Sabes qué hacer con eso, ¿verdad?

Resoplo con incredulidad y luego jugueteo con la idea de hacerle que me lo explique.
En lugar de eso, quito la tapa e inspecciono su contenido. Arrugo la nariz ante la
espesa sustancia que hay dentro. Mi mente se vuelve con nostalgia hacia mi despensa
de pociones, donde descansa, inútilmente, una botellita de un lubricante
maravillosamente fino y efectivo. Casi me maldigo por no traerlo conmigo, pero luego
recuerdo que, cuando llegué aquí, mi moralidad aún estaba intacta.

Enarco una ceja, mirándole. —Me muero por saber cómo el joven señor Potter puede
tener conocimiento de estas cosas.

110
Entrecierra los ojos. —El joven señor Potter estuvo encerrado en una biblioteca
durante un mes, mientras el bastardo del Profesor Snape se comportaba como un
idiota testarudo.

—¿Y qué hacías consultando los libros que están reservados para alumnos de sexto
curso y superior?

Pone los ojos en blanco. Toco la sustancia amarillenta del frasco y la froto entre mis
dedos. La huelo cautelosamente y él se ríe entre dientes.

—¿Qué? —digo, mirándole con enfado.

—Eres tan raro —se ríe.

—Bueno, tal vez recuerdes que, naturalmente, tengo interés profesional en las
pociones desconocidas. Y mucho más en aquellas que puede que extienda sobre mis
partes más queridas.

Se pone serio y se muerde el labio inferior.

Inspiro profundamente y le miro a los ojos. Trato de eliminar la impaciencia de mi voz


antes de decir—: Si tienes algún tipo de miramiento, debes decírmelo ahora.

Sus ojos se abren más. —No, no es eso. De verdad. Yo sólo... —arruga la nariz e
inspira profundamente antes de decir— no sé qué hacer. Quiero decir que sé cómo
funciona…

Tiro de él hacia mí y le beso rudamente, interrumpiendo sus inseguridades de la


primera vez. No puedo escucharlas y continuar evitando la marea de culpabilidad que
espera para emboscarme. Le hago tumbarse en la cama y le cubro con mi cuerpo,
deslizándome entre sus muslos, que se abren con presteza.

—¿Severus?

—Mmm —respondo, e ignoro las ridículas mariposas que siento en el estómago. Es


solo mi nombre, después de todo; lo oigo cien jodidas veces al día.

—¿Tú estás seguro? Quiero decir, ¿de verdad quieres hacer esto… conmigo? —le
dedico una mirada honestamente confundida. Añade—: Es sólo que no quiero que te
sientas obligado a hacerlo.

¡Qué delicia! De repente le ha crecido una conciencia. Ya era hora que se molestara
en preguntarse si realmente quiero hacer esto. Resoplo—. ¿Por qué iba a sentirme
obligado a follarte? —Es la respuesta que se merece.

Se ríe. —Sólo quiero oírtelo decir —Le miro con enfado y me sonríe—.Vamos. Venga,
empezaré yo —Adopta una expresión seria—. Severus, quiero que me folles. —Sonríe
otra vez y luego dice—: Vale. Tu turno.

Besarle parece ser el único método efectivo para hacer que se calle. Con mi aprensión
apaciguada y, habiendo vuelto mi polla a su estado de dolorosa turgencia al escuchar
mi nombre y la palabra “folles” en la misma frase, estoy ansioso por seguir con esto.

111
Él, por otra parte, es persistente hasta la exasperación. —Dilo —susurra.

—No.

—Entonces, ¿no quieres hacerlo? —Su boca se frunce con seriedad y yo suspiro.

—No he dicho eso.

Levanta la cabeza y su boca sube por mi cuello y hasta mi oído; sus caderas se
aprietan contra las mías. Ahogo un grito. Roza mi lóbulo con su lengua. —Por favor —
suspira y juguetea con su nariz dentro de mi oído.

La irritación y el deseo danzan en mi interior y siento cómo mis labios se curvan en


una sonrisa siniestra. Le muerdo el cuello y se deja caer de nuevo sobre la almohada.
Le miro fijamente a los ojos y decido darle lo que quiere. Y algo más. —Quiero follarte,
Harry. —Él gime con satisfacción.

Continúo. —Pero primero voy a hacer que te retuerzas y me supliques tenerme dentro
de ti. —Se queda boquiabierto—. Luego, te penetraré poco a poco… —Deslizo mi
lengua a lo largo de su clavícula y le oigo emitir un grito ahogado—. Te dolerá, y yo
disfrutaré observando cómo soportas el dolor mientras te arranco la inocencia
centímetro a centímetro. —Puntúo cada palabra con un mordisco a lo largo de su
cuello—. Una vez que esté completamente enterrado en tu culo, empezaré a follarte
lentamente, y tú lo querrás más fuerte y más rápido, pero no te lo daré hasta que estés
loco de deseo. Entonces, te la meteré con fuerza hasta que grites. Y gritarás, Harry. —
Bajo la mirada hacia él con ardor. Me mira desde abajo con la boca abierta, con una
expresión más allá del estupor. De pronto, me siento mucho más ligero por haberme
rendido a mi malicia; incluso aunque, probablemente, me haya costado mi única
oportunidad de tener sexo en diez años. Me preparo para su cambio de opinión.

—La hostia. Eso ha sido increíble —dice sin aliento.

No es exactamente la reacción que había previsto. Pero es intrigante, de todas formas.

Rebusca a ciegas el tarro de lubricante y, al encontrarlo, me lo ofrece. Le echo otra


mirada de desaprobación antes de aceptarlo con mano trémula. Me arrodillo entre sus
piernas y maldigo mi exceso de nerviosismo mientras le miro desde arriba. Él observa
mientras extraigo la espantosa sustancia e intento no hacer patente mi desdén. Me
pregunto brevemente si debería hacer que se dé la vuelta pero, a pesar de lo
invitadora que sería esa visión, quiero observarle.

Froto un dedo lubricado de un lado a otro de su abertura y entreabre los labios,


tensándose su cuerpo con expectación. Le desfloro lentamente y él aprieta en torno a
mi dedo. Mi erección se estremece con empatía y lanzo un grito ahogado. Toma
aliento con los dientes apretados y sus manos caen para agarrarse al edredón. Me
tomo un momento para lamentar no haber doblado la colcha y luego ignoro ese
pensamiento. Ya es demasiado tarde.

Empiezo a mover el dedo lentamente, observando cómo su cara se tensa. —Respira


—susurro, y él deja escapar un jadeo entrecortado. Siento cómo cede un poco y me
inclino para besarle. Él gime, mientras su cuerpo empieza a aceptar la intrusión, y
retiro mi dedo lentamente y añado otro más. Se le corta el aliento. Detengo mi mano
momentáneamente y le insto a relajarse antes de moverme de nuevo. Sus ojos se

112
abren y se alzan hasta mí. Se muerde el labio y gruñe. Curvo mis dedos ligeramente y
los introduzco buscando…

—¡AH-AH! —grita, y sonrío con malicia. Agarra mis hombros y vuelvo a rozar su
próstata —. Oh, joder, Dios —jadea, perdiéndose en quejidos sin sentido.

—¿Te ha gustado eso? —Gime como respuesta, y extiendo mis dedos y añado un
tercero. Se retuerce debajo de mí, tratando de moverse hacia abajo, y yo mantengo el
ritmo pausado, dilatándole. Es únicamente con el más admirable autocontrol que creo
haber mostrado nunca, que no sucumbo a sus ruegos pidiéndome más.

—¿Más qué?

Gimotea y yo me río. —Más de ti… por favor.

—¿Estás bien seguro de que estás preparado? —meto mis dedos más adentro y, si no
estuviera tumbado encima de él, estoy seguro de que habría saltado de la cama.

—¡Sí! Severus… Dios… ¿por favor?

Retiro mis dedos y él se queja ante su ausencia. Al arrodillarme, preparándome a mí


mismo, echo un vistazo fugaz a mi vida, la cual me ha llevado hasta este momento. Yo
era un buen hombre. Austero y casto durante toda una década. Sí, he sido mezquino y
cruel pero moralmente, éticamente irreprochable desde mi conversión al bando de la
luz. Miro hacia abajo, a Harry, y quiero maldecirle por destruirme. Por el momento,
sólo consigo una profunda gratitud. Decido probar otra vez más tarde.

Me pongo en posición, con mi erección golpeando la carne fruncida de su abertura.


Levanto sus piernas y me apoyo sobre ellas.

—¿Estás seguro? —Sonrío con suficiencia.

Sus ojos brillan furiosos. —Ahora.

Empujo hacia dentro de él y siento cómo su carne cede, no sin resistencia. Un gemido
dolorido escapa de su garganta y me quedo quieto e intento concentrarme en su cara,
en lugar de en la exquisita e imposible estrechez y el calor que me están exprimiendo
la vida. De pronto me arrepiento de mi descripción, excesivamente confiada, acerca de
mis planes para él. No estoy seguro de poder aguantar lo bastante como para
cumplirlos.

Muevo mis caderas tan delicadamente como puedo. Sus ojos están fuertemente
cerrados y su boca forma palabras sin pronunciarlas. Siento una oleada de poder que
me atraviesa cuando observo cómo su cara se tensa con una mueca de dolor. He
destruido el último retazo de su inocencia. Que era una cosa bien molesta.

Centímetro a centímetro se entrega a mí, y centímetro a centímetro me sepulto, y casi


me agoto por el esfuerzo de reprimirme. Me tomo un momento para recuperar el
aliento y puedo sentir cómo se relaja a mi alrededor. Abre los ojos.

—¿Estás bien? —pregunto.

Parpadea. —Te quiero —dice, suspirando.

113
Lucho contra una repentina aprensión. Es perfectamente normal, me digo a mí mismo.
Recuerdo brevemente la ola de intensa emoción que sentí la primera vez que tuve a
alguien dentro de mí. Entonces me percato de que evocar ese recuerdo es
extraordinariamente retorcido, teniendo en cuenta que estoy enterrado hasta las
pelotas dentro de la siguiente generación.

Afortunadamente, ese pensamiento se escabulle cuando él se contonea debajo de mí.


Grito, y mi voz es un eco de la suya. Me retiro cuidadosamente y vuelvo a empujar. Se
muerde el labio inferior mientras empiezo a empujar con un ritmo regular pero
enloquecedoramente lento. Me animan sus gemidos, pero me contengo con éxito para
no moverme más rápido. El dolor que hay en su expresión es reemplazado por el
deseo, y trata de empujar hacia arriba, contra mí. Mi anhelo de metérsela con fuerza
no es aún más fuerte que mi deseo de ver su expresión contraída por el deseo.

Cambio el ángulo para masajear su próstata con cada envite. Abandona sus intentos
de moverse a favor de gemir incesantemente.

—Oh, joder… ya… haz…lo —gruñe finalmente, y mi determinación se desvanece.

Salgo de él casi completamente y luego le penetro con fuerza. Él chilla y a mí se me


escapa un gemido ahogado. Deslizo mi mano entre nosotros para empezar a acariciar
su erección. Su cuerpo se agita debido a la sensación adicional. Se la meto con
fuerza, sin misericordia, masturbándole al compás de mis embates. Siento cómo su
culo se contrae en torno a mí y él explota sobre mi mano, gritando. Empujo
desesperadamente una vez más antes de correrme con una fuerza que disuelve de
forma efectiva cada hueso de mi cuerpo. Me desplomo contra él y espero a que mi
corazón explote. Una muerte feliz. En mi breve y extática locura, casi le digo que le
quiero. Mi boca, por fortuna, se niega a formar palabras.

Se aferra a mí desesperadamente; jadeando y estremeciéndose mientras los últimos


efectos de su orgasmo le consumen. Toma un último aliento para calmarse y lo suelta
con un “guau”. Levanto la cabeza de donde la he enterrado, en su hombro, y reclamo
un beso de despedida antes de salir y quitarme de encima de él. Mi mente vaga hasta
mi varita, que haría un buen hechizo de limpieza, de forma que yo pudiera derretirme
alegremente sobre el colchón, saciado e inmóvil. Me pregunto vagamente si, en esta
situación, el uso de la magia se consideraría absolutamente necesario. Si bien lo
calificaría así, estoy bastante seguro de que Dumbledore no estaría de acuerdo.

Casi me río al intentar imaginarme la expresión de su rostro si apareciera ahora y nos


encontrara a los dos desnudos y cubiertos de semen. Su chico maravilla, mancillado
por su sirviente de confianza. Estoy seguro de que la experiencia no sería, ni con
mucho, tan graciosa como yo la imagino. Si bien, sólo por una vez, me gustaría ver al
Director totalmente estupefacto, tiemblo al pensar en la expresión iracunda que
reemplazaría a la inicial, de escándalo. Y no creo que le impresionara demasiado el
argumento del “carpe diem”.

Suspirando, me deslizo fuera de la cama y le insto a que venga conmigo.

—¿A dónde vamos? —pregunta. Le miro con dureza y luego me marcho de la


habitación. Me sigue hasta el baño, donde nos aseamos rápidamente antes de volver
a mi habitación para vestirnos.

—Te vas a poner histérico pronto, ¿verdad? —Sonríe débilmente y se pone los boxer.

114
—¿Qué? —me meto en un par de pantalones. Se pone su camiseta y me despido
silenciosamente de su ombligo.

Se encoge de hombros. —Supongo que me imagino que vas a empezar a castigarte


por acostarte conmigo —Camina hacia mí y pone sus manos sobre mis hombros—.
Antes de que lo hagas, quería sólo darte las gracias. —Sonríe y se estira hacia arriba
para juntar sus labios con los míos—. Eres increíble. E, incluso si no lo hacemos
nunca más, no me arrepentiré nunca de esto.

Sus palabras me inundan y me siento extrañamente libre de culpabilidad. No creo que


me mantenga así. Cuando el remordimiento me asalte por fin, sus palabras me
servirán muy bien como mantra. Se lo agradezco mentalmente y luego le digo que
termine de vestirse. Hago lo mismo.

Instantes después, descendemos y nos dirigimos a la cocina. Se para en seco de


pronto y se queda con la boca abierta. Me vuelvo y veo un pastel de cumpleaños que
emite chispas rojas y doradas.

—Supongo que eso no estaba aquí cuando viniste al baño —digo débilmente justo
antes de que mi garganta se obstruya. Interpreto su chillido asustado como un no.
Escudriño la habitación y casi espero que un viejo mago lívido salte desde las sombras
y me golpee con una maldición mortal dolorosamente lenta. Por supuesto, no hay
sombras en este infierno blanco. Cuando Dumbledore no aparece, lo hace el
remordimiento. Suprimo el impulso de caer al suelo sollozando amargamente ante mi
maldita suerte. Busco en mi memoria la frase que había adoptado como mi mantra
sólo momentos antes.

Mátame ahora.

De alguna forma, no creo que fuera esa.

Nota: “A las vírgenes, para que aprovechen su tiempo” es de Robert Herrick.

(1) N. de la T.: en el original, la autora hace un juego de palabras con “Lead me not
into temptation” (no me dejes caer en la tentación), tres párrafos antes, “dive into
temptation” (sumergirme en la tentación), en la frase anterior, y “being led” (dejarme
guiar), en esta oración.

(2) N. de la T.: en el original, la autora dice “hitting bottom”, que significa “tocar fondo”.
Como “bottom” también significa “culo”, está haciendo un juego de palabras en la fase
siguiente: “Imagino que será pecaminosamente cálido y estrecho”.

115
CAPÍTULO 11 - CONJETURANDO

—No te pongas histérico —dice.

Me pregunto vagamente cómo se las ha arreglado para recuperar su voz tan pronto. Y
luego recuerdo que no es él quien se enfrenta a la destrucción inminente de una vida
en cuya construcción ha empleado la mayor parte de los últimos veinte años. No, al
pobre Harry Potter probablemente le tatuarán la palabra “víctima” justo al lado de esa
cicatriz de su frente. Mientras que mi cabeza terminará, probablemente, en una estaca
en el centro de Hogsmeade, para que sirva como recordatorio de lo que ocurre cuando
la gente la jode con las mascotas de Dumbledore. O jode con ellas.

Que no me ponga histérico, claro.

Le observo mientras camina cautelosamente hacia esa atrocidad chispeante, con cara
de estar esperando que, en cualquier momento, el pastel se transfigure en el
mismísimo Dumbledore. —Hay una nota —dice, mostrando, como prueba, un sobre
ligeramente manchado de la cobertura del pastel. —Es para ti.

Después de tomarme un momento para recordar cómo volver a respirar, le sigo hasta
la mesa. Vacilo antes de tomar la carta de su mano. Hay una “S” grande y verde
dibujada en el anverso. No está silbando ni atacándome. Esa es una buena señal. O
no. No, el Director querría echarme la maldición cara a cara. Los magos buenos
siempre lo hacen. Le doy la espalda a la expresión de remordimiento de Potter.
Rompo el sello y dejo escapar el aliento que estaba conteniendo, aliviado al encontrar
dentro sólo un inofensivo trozo de pergamino, cubierto por la elaborada caligrafía del
Director.

S: Por favor, vuelve. El Knut que hay dentro del pastel es un Traslador. Las
coordenadas están establecidas, sólo es necesario activar el temporizador. Tienes que
aparecerte. Te estaré esperando en mi oficina a la 1 p.m. Come un poco de pastel. Si
no recuerdo mal, siempre te ha gustado el limón. Transmite mis mejores deseos. D.

Miro fijamente las palabras, perplejo. Ciertamente, no suena como si acabara de ser
testigo de cómo al escudo humano favorito del mundo mágico le da por culo el
maestro de Pociones a quien a todos les encanta detestar. El lenguaje es discreto y
vago, como si Dumbledore pensara que la carta podría ser interceptada. Lo que
significa que puede haberla enviado desde otra parte. O, tal vez, es sólo que estaba
demasiado furioso como para ser elocuente. Intento pensar en otros posibles
significados de “siempre te ha gustado el limón”..

—¿Qué dice?

Le alargo la carta y me dejo caer en una silla. Mi corazón late con entusiasmo, como si
acabara de darse cuenta de que le podrían permitir seguir latiendo y quisiera probar
que está a la altura de la misión. Empiezo a preguntarme por qué nos hace volver. No
puede haber ningún peligro inmediato, o se nos indicaría que nos fuéramos enseguida.
El alivio que ha empezado a inundarme se drena y se va lentamente, mientras me
pregunto a mí mismo por qué considera necesario separarnos. Quizá nos está dando
tiempo para despedirnos. No, eso es absurdo.

116
¿No es así?

—Así que… él no lo sabe.

—Podría estar ofreciendo el pastel como última comida antes de mi ejecución. —


Habría preferido una botella de buen whisky, pero el pastel es, técnicamente, para el
cumpleaños de Potter. Dos pájaros. De un tiro. Muertos.

—¿Por qué tenemos que irnos?

Alzo la vista hacia él. Sus ojos están desenfocados e intenta ocultar una expresión
decepcionada. Se me encoge el estómago al disolverse una esperanza que no sabía
que estaba albergando. A pesar de la abrumadora blancura de este horrible refugio, he
disfrutado en buena medida de mi breve estancia aquí. Estoy desolado al darme
cuenta de que mi placer se ha debido enteramente a su compañía. Y horrorizado al
descubrir que he estado deseando pasar el resto del verano aquí. Con él.

Aparto esta comprensión de mi mente con contundencia. —Tienes tanta información


como yo, Potter.

—Oh. —Le veo poner su expresión bajo control antes de dirigirse hacia la cocina—.
¿Le apetece un trozo de pastel, Profesor? —El tono gélido de su voz y su cara
inexpresiva me confunden. Estudio los últimos momentos que han pasado para
encontrar aquello que le ha empujado a aislarse de mí. Me percato de que le he
llamado Potter. Y entonces me doy cuenta de que le he estado llamando Potter en mis
propios pensamientos. Sospecho que este repentino cambio de Harry a Potter tiene
algo que ver con el hecho de que estoy vestido. O de que él está vestido. Sí. Desnudo:
Harry. Vestido: Potter. Es una distinción perfectamente lógica.

—¿Profesor?

Le echo una mirada de reojo. Arquea las cejas, expectante. Oh. El pastel. —No,
gracias. Prefiero tomarme mi bilis sin azúcar —sonrío con ironía, en un intento de
transmitir humor y disipar la repentina nube de tensión que flota entre nosotros. No
responde. Ni siquiera se mueve. Me mira fijamente.

Maldición. Se me ocurre que no me va a dejar salir de ésta con elegancia. Vamos a


tener que mantener la charla. De pronto, desearía que Dumbledore hubiera estado
aquí para matarme. Abro la boca para decir algo, y entonces me doy cuenta de que no
sé qué decir. Parece que todo lo que se debería decir ya se ha dicho antes. Empiezo a
sentirme repetitivo. Líneas, reglas, edad, ética… bla y más puto bla.

Esta no es mi vida.

—Mira, ¿podemos saltarnos simplemente la parte donde tú me dices que lo que


hicimos estuvo mal, y pasar directamente a “esto no volverá a ocurrir jamás”?

Enarco las cejas. No estoy seguro de si debería sentirme aliviado o no al descubrir que
parecemos seguir la misma línea de pensamiento. —Me parece que esas palabras ya
las hemos dicho antes. Para lo que nos sirvieron, ¿no estás de acuerdo?

Sonríe. Ciertamente, no debería sentirme agradecido por eso.

117
—Lo que dije iba en serio, ¿sabes?, no voy a arrepentirme de haberlo hecho. Nunca…
pero…

Su voz se apaga y todo mi ser pende de esa conjunción. Espero, observando cómo
trata de componer una cuidadosa afirmación. Esto puede tardar un poco. Suspira y
cruza la habitación de vuelta a la mesa, sentándose en una silla junto a mí.

—Ya te estás arrepintiendo de ello, ¿verdad?

Quiero decir “sí” pero la palabra se me queda pegada a la lengua, mientras las
palabras “no lo sé” salen en estampida de mi boca. Es raro por mi parte decir eso. Por
supuesto, ya lo sé. No debería haberlo hecho. Cedí. Caí.

Me gustó.

Maldición.

—Porque si tú… te arrepientes… entonces yo me sentiré culpable. No por hacerlo.


Sino… por obligarte a hacerlo.

—No me obligaste a hacer nada.

Él resopla. —Oh, vamos. Prácticamente tuve que arrastrarte hasta la cama.

—Tal y como yo lo recuerdo… —empiezo, y luego decido que no es muy buena idea
recordarlo, en absoluto. Una imagen de él, desnudo, tumbado y esperando en el
centro de la cama, se adhiere a mi mente como la típica imagen de calendario de
alguna revista picante. Me muevo nerviosamente en la silla—. Tengo por costumbre
responsabilizarme de mis propias acciones. Si me arrepiento o no, ése no es el tema.
El tema que deberíamos estar discutiendo es qué pasa ahora.

No, eso tampoco es necesario discutirlo. Es obvio. Yo huyo. Muy lejos.

—¿De veras quieres discutirlo? ¿O ya te has decidido?

Se me ocurre con un terror repentino que, mientras yo le he estado estudiando a él,


convirtiéndome en un experto en todo lo relacionado con Potter, él ha estado haciendo
lo mismo conmigo. A excepción de Dumbledore, nadie, durante mi vida adulta, ha
conseguido nunca conocerme. Una parte de mi ser me maldice por permitir que
ocurriera. Otra estúpida parte empieza a revolotear emocionada como una idiota.
Frunzo el ceño, mientras una nueva amargura se extiende por mi lengua.

—La única cosa profesional que puedo hacer es dimitir.

Su cara pierde el color y se queda boquiabierto. —No puedes hacer eso. —Su voz es
un susurro ronco, y veo cómo una profunda ola de culpabilidad inunda sus facciones.
De algún modo, me arrastra. La idea de dimitir se escurre a través de las grietas de lo
que solían ser unos cimientos éticos construidos muy sólidamente. ¿He dicho grietas?
Quería decir enormes abismos.

—¿Qué sugieres? —La irritada mordacidad con que pretendía enunciar esa frase se
ve reemplazada por algo que suena sospechosamente como la desesperación.

118
Su ceño se contrae y respira profundamente. Cerrando los ojos, dice—: Hacemos lo
que dije en mi carta. Le digo a Dumbledore que se suspenden las sesiones de estudio.
Tú te quedas con mi capa... —su voz se apaga y traga saliva. Me pregunto
brevemente cuáles serán las palabras con las que se ha atragantado.

Asiento y lucho contra una repentina ola de… algo. Aclarándome la garganta, digo—:
Es la única solución práctica. —Intento convencerme de ello.

Él se fuerza a sonreír y dice—: Lo sé. —Después de un momento, la sonrisa se


convierte en una de picardía. —Pero, después de que me gradúe, tenemos que
hacerlo otra vez.

Estoy demasiado ocupado preguntándome si vivirá tanto tiempo como para responder.
Mi ensoñación es interrumpida cuando una mano toma la mía, guiándola hasta esos
suaves y perfectos labios rosados. Cierro los ojos y trato de no pensar en la injusticia
de tener que decir adiós a esa boca tan pronto después de descubrir su potencial.

—Te echaré de menos, ¿sabes?

Las palabras “ve a hacer la maleta” se apretujan para pasar alrededor del nudo que
hay en mi garganta. Dejo caer mi mano, donde aún siento un cosquilleo por la huella
de sus labios. Le oigo alejarse y reprimo el impulso de llamarle para que vuelva.
Después de haberme guardado a empujones todos los extraños e irritantes
sentimientos que dan vueltas dentro de mí, me preparo para regresar.

------------------------------------------------------------

Estoy de pie fuera del pasadizo que lleva a la oficina de Dumbledore, donde
McGonagall me ha dicho que espere. Mis procesos mentales más lógicos me
aseguran que el viejo no puede saber en modo alguno lo que ha ocurrido. Lo más
probable es que el pastel fuera enviado por Traslador, como se enviaron los otros
cargamentos de comida. Dumbledore no se habría limitado a marcharse discretamente
para dejarnos terminar. La idea es ridícula.

Sin embargo, aún no me veo libre de aprensión. Hasta que vea el rostro del viejo, no
puedo estar seguro de que me he salido con la mía. Una voz persistente dentro de mi
cabeza insiste en molestarme con preguntas inútiles como “¿Y si...?”

Pues me despedirían. Una bendición disfrazada. Particularmente después del


comentario de despedida de Potter: ¿Sabes, Profesor? Nunca más seré capaz de
verte mirar con enfado sin pensar en ti desnudo y diciéndome que quieres
follarme. Ciertamente, podría haber vivido sin saber eso. ¿Sería yo capaz de sobrevivir
a sus clases sin mirar con enfado? Longbottom está en esa clase. Me cago en la
leche. Bueno, dar clase con una erección ciertamente será un nuevo desafío.

Mis reflexiones se ven interrumpidas cuando la puerta se abre. Casi me quedo con la
boca abierta al ver a Sirius Black mirándome iracundo. —Él quiere verte —gruñe.

119
Dado que sigo de una pieza, deduzco que no sabe nada. Me relajo ligeramente y le
dedico una mueca desdeñosa, mientras alguna mezquina parte de mi cerebro empieza
a mofarse diciendo me he follado a tu ahijado con un retintín infantil.

De pronto, no me arrepiento de nada. Por el contrario, me siento bastante satisfecho


conmigo mismo.

Paso, empujándole, al lado de Black, que, afortunadamente, no me sigue. Al entrar en


el despacho, el último vestigio de mi aprensión me abandona. Dumbledore sonríe
benignamente. Ésta no es la cara de un hombre que se dispone a maldecirme. Estoy a
punto de sentirme francamente alegre y, durante un breve segundo, casi creo que el
destino se ha vuelto a mi favor. Y entonces veo que alguien se levanta de la silla que
hay delante del escritorio de Dumbledore.

Sé que todas las cosas buenas deben terminarse. Pero ¿por qué tiene que ocurrir
siempre tan rápido en mi caso?

Remus Lupin me devuelve la mirada y mi buen humor se agria.

—Hola, Severus. —Sonríe.

Por muy horrible que la gente me considere, al menos, cuando desprecio a alguien, lo
demuestro honestamente. Arruiné la carrera de este hombre. ¿Cómo se atreve a
sonreírme? Frunzo el ceño.

—Gracias, Remus. Te veré mañana.

Estrecha la mano del Director y luego pasa rápidamente a mi lado. Se me pone la piel
de gallina al sentir su proximidad. De pronto tengo la ligera sospecha de que bien
podría replantearme mi decisión de no dimitir. Me doy cuenta de que me ha hecho
volver para echarme el sermón anual sobre “ser amable con el profesor de Defensa”.
Intento decirme a mí mismo que la Junta Escolar nunca permitirá al hombre lobo
volver a enseñar. Pero luego recuerdo que Albus Dumbledore tiene sus métodos para
hacer las cosas como le da la puñetera gana. Le consentimos sus locuras porque es
poderoso.

La puerta se cierra tras de mí y cruzo bruscamente la habitación, antes de tomar


asiento frente a Dumbledore, armado con mi furiosa mirada.

—Hola, Severus.

Le saludo con un movimiento de cabeza y espero, con la mandíbula apretada, a que


aseste el golpe. Casi puedo oírlo ya: Debo apelar a ti una vez más para que ofrezcas
tu experiencia en la preparación de una poción terriblemente complicada y laboriosa
para ayudar a un hombre que intentó matarte.

—¿Va todo bien?

—Bastante bien. —Dilo ya.

Frunce el ceño. —Muy bien. Si no te importa que lo pregunte, Severus, ¿por qué estás
aquí?

120
Su pregunta me desconcierta momentáneamente. Y entonces me siento como si
hubiera saltado repentinamente por un acantilado muy alto. Es increíble cómo una
simple pregunta puede significar tanto.

—Tú… tú escribiste una carta. —Se me quiebra la voz. Esa es la menor de mis
preocupaciones.

Su expresión se torna pétrea, sin que quede ningún rastro de brillo o chispa en su
mirada. Parece listo para matar algo. A alguien. A mí. —¿Severus? ¿Dónde está
Harry?

—El… el Traslador. El pastel. Albus, tú enviaste una carta. —Ya que soy claramente
incapaz de hablar, extraigo la carta de mi túnica como prueba. No parece convencido.
Toma la carta de mi mano, ahora temblorosa, y la lee. Su rostro se ensombrece y me
quedo sin respiración.

Le he matado. Me lo he follado y luego le he enviado a su muerte.

—¿No sabes a dónde le llevó el Traslador?

Niego con la cabeza, sin habla. Se ha ido. Le matarán. Es culpa mía. Las palabras “lo
siento mucho” caen de mi boca y casi me río de mí mismo. Una disculpa inadecuada
por destruir accidentalmente el mundo tal y como lo conocemos.

Siempre supe que estaba destinado a hacer algo grandioso. Sólo que no era
consciente de que sería algo tan grandiosamente estúpido.

Noto cómo pone una taza de té en mi mano por la fuerza. La acepto y dejo que la
porcelana me abrase la piel, agradecido por la oleada de sensación física. Me percato
de que Dumbledore está hablando. Intento concentrarme en las palabras mientras
pasan girando a mi lado, pero no puedo entender su significado. Busco
infructuosamente una manera de deshacer lo que he hecho.

La vocecita de mi instinto de supervivencia susurra en mi cabeza, diciéndome que no


es culpa mía. Que no podía saberlo de ningún modo. Dicha voz es ahogada por otra
mucho más fuerte que grita: ¿qué coño has hecho?

—¿Severus?

Alzo la vista hacia este hombre. Tiene una expresión paciente y preocupada. Preferiría
que me odiase. El té hirviendo se derrama sobre mis manos. El dolor me sobresalta y
mi mente vuelve a centrarse. Un frío horadante recorre mi cuerpo, disipando el pánico
y la sensiblería. Siento cómo vuelvo a poner mi expresión bajo control.

—No debemos perder la esperanza. Puede que se escape.

Asiento, pues no estoy muy seguro de poder fiarme de mi voz. Se pone en pie y se
acerca a la chimenea.

—Minerva, por favor, ¿podrías buscar a Sirius Black y enviarle a mi oficina?

Oh, bien. Me van a matar, después de todo.

121
--------------------------------------------------------

—Sirius, por favor, siéntate. —Black cruza la habitación, mirándome con furia y
sospecha. Por una vez, sus sospechas son fundadas. Mi boca ya está fruncida en mi
mueca de desprecio habitual y, como toda mi energía se concentra en mantener mi
culpabilidad a raya, no me quedan fuerzas para devolverle la mirada de odio.

—Sirius, tenemos motivos para creer que Harry ha sido capturado. —Aplaudo al
Director por su calmada exposición y me permito una ojeada en dirección a Black. Me
sorprende sentirme casi apenado por él. Se ha quedado con la boca abierta y ha
palidecido considerablemente. Veo cómo el miedo inunda sus ojos.

El miedo se convierte instantáneamente en ira asesina, cuando esos ojos se vuelven


hacia mí. Me pongo tenso y la mano con que sostengo la varita se prepara para
defenderme. La detengo y me resigno a no luchar si él decidiera atacarme. La muerte
sería una evasión misericordiosa de toda esa vida de remordimiento que, supongo,
tendré que soportar.

—¿Qué ha pasado? —pregunta con los dientes apretados—. ¿Qué tiene que ver él
con esto?

Dumbledore inspira profundamente y dice con calma—: Severus ha estado cuidando


de Harry desde que tú te fuiste de la mazmorra.

—¿Encerraste a Harry con eso? —Gesticula salvajemente hacia mí. De pronto, la


poca pena que pudiera haber sentido hacia ese hombre se disuelve. Hay algo en el
hecho de encontrarme tan cerca de la estupidez absoluta que recarga mis fuerzas.
Recupero mi mirada de odio. —¿Qué has hecho con él? —gruñe, echando espuma
por la boca.

Pienso en preguntarle si le han puesto todas sus vacunas, pero me resisto. —Oh, por
favor. Si hubiera hecho algo con él, ¿crees que estaría aquí ahora? —Bueno,
técnicamente sí he hecho algo con él. Pero no es nada relevante.

—Sirius, te aseguro que Severus no tiene la culpa. Recibió una carta de alguien que
decía ser yo. Siguió lo que creían ser mis órdenes.

—¿Y no pensaste en confirmarlas? —pregunta, como si yo fuera el idiota en esta


conversación.

Rechino los dientes y fuerzo a mi voz a adoptar un tono calmado. —No. Dado que
Albus era el único que conocía nuestro paradero, no se me ocurrió desconfiar de sus
instrucciones.

—Bueno, aparentemente Voldemort conocía vuestro paradero. Es curioso que tú sigas


aquí. —Su acusación me deja helado. Entrecierro los ojos, desafiante.

—Sirius… —empieza a decir Dumbledore, y le interrumpo.

122
—¿Qué estás insinuando exactamente, Black? —He hecho más y arriesgado más en
la lucha contra Voldemort que Black y todos sus amigos del bando de la luz juntos.
Antes de permitir que este idiota me acuse de aliarme con el Señor Oscuro dejaré que
me ahorquen. Le desafío sin palabras a que lo diga.

Acepta el desafío con una mueca de odio. —Es sólo que resulta bastante interesante
que Voldemort se llevara a Harry y no a ti. Le traicionaste y, aún así, te dejó marchar.
¿No lo encuentras extraño? Yo lo encuentro extraño. A menos, claro está, que no sea
a Voldemort a quien has traicionado. Dime, Snape, ¿cuál es el precio en el mercado
de un chico inocente?

El último hilo de mi autocontrol se quiebra. Hecho mano a mi varita. Él hace lo mismo.


Yo soy más rápido.

—Ya está bien —grita Dumbledore, poniéndose en pie.

Cierro la boca con fuerza para parar mi maldición. No le habría matado, sólo habría
disuelto su lengua.

—No voy a consentir ninguna de estas tonterías. Os recuerdo a ambos que sois
adultos. —No. Yo soy un adulto. Él es un canino.

Black baja estúpidamente su varita y se vuelve, alejándose de mí. Hubo un tiempo en


el que me habría aprovechado de su equivocación. Aún podría, si no fuera por el
hecho de que Dumbledore me tendría aturdido y maniatado antes de que las palabras
salieran de mi boca. Decepcionado, bajo mi propia varita. Tenía tantas ganas de oír
cómo me maldecía y me mandaba al infierno sin su lengua.

—Sirius, quisiera que examinases el perímetro de los terrenos del colegio. Existe la
posibilidad de que Harry se aparezca.

—¿Aparecerse? Él…

—Ha sido entrenado. Por favor, ve.

Lanzándome una última mirada furiosa, se transforma, adquiriendo su forma


intelectual más adecuada, y se aleja trotando. Trato de calmar mi propia ira, que se
convierte en vergüenza cuando veo la expresión en el rostro de Dumbledore. ¿Cómo
consigue este hombre hacerme sentir aún como un colegial desobediente?

—¿Tienes alguna idea sobre cómo descubrió Voldemort vuestro paradero? —Sus ojos
me atraviesan como sólo ellos pueden. Yo se lo permito. Si existe alguna duda acerca
de mi lealtad, quiero que dicha duda se disipe. Puede que yo no tenga profesionalidad
ni ética y que mi voluntad sea débil, pero no dejaré que se me acuse de traición.

—No. Yo mismo ignoro dónde estuvimos.

Asiente y puedo ver que me cree. Me resisto al impulso de dejarme caer de nuevo en
mi silla. Él se pierde en uno de sus silencios contemplativos y, de pronto, recuerdo el
sueño de Potter. Si bien dudo que la información sobre Voldemort morreándose con
criaturas oscuras sea de utilidad, me siento obligado a contarle a este hombre todo lo
que sé.

123
—Albus, no puedo estar seguro de si es relevante… pero el chico tuvo otro ataque
anoche. Después, tuvo un sueño que… —mi voz se apaga. De pronto, entiendo que
Potter se resistiera a contarme su sueño. Suena totalmente absurdo—. Soñó que
Voldemort estaba… relacionándose con Dementores.

Estudio su reacción. Creo que puedo ver cómo la aprensión se introduce en su


expresión, pero él la aplasta igual de rápido. Asiente. —Has dicho que tuvo el sueño
después.

—Sí, no estaba durmiendo cuando empezó a dolerle la cicatriz. Vino a despertarme.


En algún momento perdió el sentido, presumiblemente a causa del dolor. —Rechazo
el impulso de encubrir el hecho de que perdió el sentido en mi cama. Apenas parece
importar llegados a este punto.

—Con relacionándose, ¿quieres decir besándose?

Mi boca forma una mueca de asco. —Sí.

—Ya veo. —Su voz es inusitadamente seria. Una comprensión anonadada aparece en
su expresión, seguida de lo que se parece sospechosamente a la derrota. Se pasa las
manos por la cara.

—¿Crees que fue una visión? ¿Qué estaría haciendo Voldemort…?

—Sospecho que el sueño no fue ni sueño ni visión. No obstante, no tiene sentido


discutirlo hasta que pueda estar seguro. Y no puedo estar seguro hasta que hable con
el chico. —Suspira pesadamente y sacude la cabeza. Veo que su expresión se
compone y sé, por experiencia, que es el final de la discusión. Casi le maldigo. Pero
no estoy en situación de maldecir a nadie justo ahora.

—Muy bien, Severus. Voy a pedirte que vayas a tus habitaciones y esperes allí. No
deseo que nadie sepa que está aquí.

—Albus, no esperarás que yo…

—Te lo haré saber si averiguamos algo. No debes ir a buscarle, Severus. ¿Está claro?

Le miro enfadado. No es que supiera siquiera por dónde empezar a buscar. Sin el
hechizo de seguimiento de la marca tenebrosa, no tendría ni idea de a dónde ir ni aún
si esta maldita cosa se pusiera a sonar. Soy totalmente impotente para rescatar a ese
estúpido chico.

Me pongo en pie y tengo intención de atravesar la puerta del despacho, cuando él me


detiene. Lanza un poco de polvo flú en la chimenea y entro en ella con renuencia. Mi
último pensamiento, antes de ser succionado hacia abajo, es cuán injusto es que mi
bella, fría y oscura mazmorra se haya convertido ahora en mi prisión.

----------------------------------------------------------

124
En lugar de sentarme en mis habitaciones, obsesionado por el supuesto destino de
ese condenado chico, trato de educarme acerca de su problema. Me siento en mi
escritorio, rodeado por volúmenes y más volúmenes procedentes de mi vasta
biblioteca acerca de las artes oscuras. Como la inmortalidad nunca me ha atraído a
nivel alguno, estoy pobremente informado sobre ella. Por qué alguien querría vivir para
siempre supera mi capacidad de comprensión. Los cien años o así durante los que,
asumo, me veré forzado a soportar esta vida son castigo suficiente. Por supuesto,
intentar entender por qué Voldemort hace lo que hace es, más o menos, tan útil como
intentar conseguir que Dumbledore explique algo con claridad.

Les desprecio a ambos.

Supongo que no debería sorprenderme que ninguno de mis libros contenga


información alguna sobre el ritual que Voldemort llevó a cabo. Siendo las
probabilidades de éxito las que son, no se ha hecho ningún estudio sobre los efectos.
Si no estuviera recluido en mi habitación, podría subir a la biblioteca a ver qué
información hay disponible allí. Derrotado, me vuelvo hacia mi armario del licor en
busca de respuestas.

Observo con consternación que mis existencias están disminuyendo. La botella


inacabada de whisky brilla con luz trémula hacia mí, invitadora, y se me encoge el
estómago al relacionar la botella con él. Intento no preguntarme si ya está muerto o
no. Han pasado cinco horas desde que llegué aquí. Cada segundo que pasa me
arranca un pedacito de la esperanza que he estado albergando de que se las arreglará
para escapar.

Dejo el whisky y saco mi última botella entera de brandy, diciéndome que cuando él
vuelva, usaremos el whisky para celebrar su última huída milagrosa. Una parte de mí
critica mi estúpido optimismo. Deliberadamente, elijo ignorar esa parte a favor de mi
recién descubierta fe ciega en su resistencia.

Me siento en esa butaca, con el alcohol en la mano, y espero. Él volverá. Mi vida sería
demasiado confortable sin él aquí para interrumpirla.

125
CAPÍTULO 12 – SEGÚN RECUERDO

—¿Severus?

Una voz sin cuerpo me despierta de... bueno, no precisamente un sueño. Más
exactamente, una meditación centrada en la sensación de estar dentro de él, el sabor
de su boca, la expresión entusiasta en su cara cuando se corrió. El material con que
se tejen los sueños húmedos.

Miro hacia la chimenea y veo la cabeza de Dumbledore. Me muevo, intranquilo,


sintiéndome un poco culpable en mi silla. En esa silla.

—Lo hemos encontrado. Está vivo.

Por la expresión sombría en el rostro de Dumbledore, comprendo que "vivo" puede ser
la única buena noticia. Sea como fuere, me siento lo suficientemente aliviado como
para tener que reprimir con un taco un abrumador flujo de emoción. Me armo de valor
y asiento con sequedad. El nudo en la garganta me impide pedir más información.

»Está en la enfermería. Pero debo reiterar que no debes dejarte ver. Te mantendré
informado sobre su condición.

Aprieto los dientes y asiento de nuevo. Desaparece y me digo que estoy bastante
contento con saber que el niño está a salvo. No necesito verlo. Estoy seguro de que
estará bien atendido. Probablemente tiene a todo Hogwarts correteando en torno a su
cama. Desde luego, no me necesita allí.

Me sirvo un vaso de brandy y trato de mantener mis pensamientos lejos de la capa de


invisibilidad que se esconde dentro de mi baúl. Soy un adulto. Haré lo que se me ha
ordenado. No importa que Dumbledore se limitase a indicar que no me puedo dejar
ver. Sé lo que quería decir. Fingir otra cosa sería infantil.

Está vivo. Me permito asimilar las noticias. Si creyera en los dioses, habría estado
rezando todos los días, y ahora podría darles las gracias. Dejo escapar un suspiro
saturado de sentimientos y ordeno a mi cuerpo que deje de temblar. Empiezo a
preguntarme en qué condición estará después de pasar varias horas en compañía del
Señor Oscuro. Abandono el hilo de pensamiento con la misma rapidez. Está vivo. Eso
es lo único que importa.

A menos que sea uno de esos casos de "Está vivo, pero estaría mejor muerto". Mis
pensamientos siguen de nuevo la pista de la capa de invisibilidad.

Oh, mierda. En las últimas veinticuatro horas, he roto tantas normas que ésta parece
insignificante en comparación. Inofensiva, en realidad. Lo que el director no sepa, no le
hará daño. Simplemente veré al niño. Nadie necesita saberlo nunca.

Me voy a mi baúl y saco la capa antes de regresar a la chimenea. Me tomo un


momento para maravillarme de lo ridículo que he llegado a ser antes de ir por la red flu
al aula inutilizada más cercana al ala del hospital. Echándome la capa por encima,
camino por el pasillo, deteniéndome en la puerta de la habitación del hospital, que está
afortunadamente entreabierta.

126
Mi corazón da un salto cuando oigo un grito repentino. El sonido de algún que otro
intento de nana para calmar al paciente llega hasta mí. Me deslizo por la puerta sin
hacer ruido y cruzo la habitación en penumbra, donde hay tres figuras inclinadas sobre
una cama.

—Sigue hablando con él, voy a buscar algo un poco más fuerte. —Pomfrey se
escabulle en su usual estilo de superioridad. Al acercarme, reconozco a las figuras
como Black y Lupin. En silencio juro contra mi maldita suerte. Por un lado, tenemos al
hombre lobo que sin duda será capaz de detectarme si estoy lo suficientemente cerca.
Y luego está ese perro. Aunque no puedo estar seguro de si su sentido del olfato es
tan fuerte fuera de su forma de animago.

—Harry... —susurra Black—. Dioses, ¿qué demonios se supone que debo decirle? —
sisea.

Me coloco mejor para ver al chico. Está sentado, con una manta alrededor de él,
mirando a la nada. Al parecer, en estado catatónico. Regulo mi respiración y trato de
calmar mis latidos demasiado fuertes.

Lupin lo intenta.

—Harry, soy el profesor Lupin. Estás en Hogwarts. ¿Me entiendes?

No da ninguna señal de comprensión. Se queda mirando al frente, a través de mí. Por


lo que puedo ver de su cara, parece haber sido golpeado. Nada sorprendente. Pero
nadie ha atendido aún sus heridas. Es asqueroso.

Oigo crujir la puerta abierta y me vuelvo para ver a Dumbledore atravesar la


habitación. Durante un aterrador momento tengo la impresión de que me ve. Reprimo
un suspiro de alivio cuando me adelanta.

—¿Cómo está?

—Está... loco. —La voz de Black es hueca y sin esperanza. Cabrón. Vaya asco de
padrino. El muchacho ha ido y regresado del infierno y Black está listo para encerrarlo
en San Mungo por estar un poco alterado. Ojalá salieran todos de aquí de una maldita
vez....

—Estoy seguro de que estará bien. —Dumbledore no suena seguro. Su duda me


golpea como un puño en el estómago. De repente recuerdo el caso Longbottom. Un
mago y una bruja brillantes reducidos a babosos chalados en una habitación
acolchada. Y para colmo de males, su hijo no es mucho más que eso.

—Poppy le dio un somnífero. Dejó de temblar, pero... míralo, Albus. —Black gesticula
hacia la estatua humana que es Potter. Empiezo a acercarme a la cama para ver
mejor, pero me detengo por el sonido de los pasos determinados de Pomfrey viniendo
hacia mí. Me aparto a un lado para que no me pisotee.

Se detiene en la cama y tiene una copa de lo que supongo que es otro somnífero.

—Harry, querido, te sentirás mejor una vez que bebas esto.

127
Poppy le alcanza la nuca y él grita, alejándose del contacto. Ella le dirige una mirada
exasperada a Black y él asiente.

—Cuidado —susurra Pomfrey—. No le he curado.

Black respira profundo, y lleva la mano hasta la barbilla del niño para alzarla.

Potter grita incoherentemente y lucha contra sus manos. La manta cae para revelar su
torso, tan sucio como la cara. Desde esta distancia, bajo esta luz, no puedo evaluar
cómo de malas son sus heridas. Lupin intenta contener los agitados brazos mientras
Black sujeta la cabeza. El primer sorbo parece haberle debilitado lo suficiente, ya que
no tiene fuerzas para luchar más. Sus gritos se transforman en sollozos lamentables;
sus lágrimas dejan caminos claros a través de la suciedad en las mejillas.

Me aparto, incapaz de mirar el espectáculo por más tiempo. Trato de convencerme de


que simplemente está en estado de shock. Se recuperará. Recuerdos insistentes
inundan mi mente con escenas de las torturas que he presenciado. En las que he
participado. Entonces, las víctimas por lo general eran personas sin nombre, sin
importancia. No más que juguetes para satisfacer impulsos sádicos. No quiero
imaginar lo que podría ocurrirle a alguien que el Señor Oscuro despreciase
especialmente. Me siento agradecido de que Voldemort sea un cabrón orgulloso. Si
fuese tan inteligente como piensa que es, simplemente habría matado al niño en lugar
de insistir en demostrar su supremacía.

El Señor Oscuro haría bien en ver alguna película muggle. Podría aprender algo sobre
lo que sucede con los villanos que insisten en montar un espectáculo.

Un gemido gorgoteado me dice que han logrado meter la poción en su boca. Se ahoga
con el líquido. Oigo a Pomfrey arrullarle.

—Vamos. Te sentirás mucho mejor al poco tiempo, Harry. —Después de un momento,


la oigo arrastrar los pies.

Me vuelvo hacia la cama. Ha rodado sobre el costado, encogido en posición fetal con
las manos cubriéndose la cabeza. Lucha por mantener los ojos abiertos. Parpadea en
mi dirección y parece enfocarme.

—¿Severus? —grazna.

Mi boca se abre. Mi primer pensamiento es que me puede ver o que de alguna manera
siente mi presencia. Ese pensamiento es apropiadamente desterrado tras un segundo.
Estoy de pie en una sala llena de gente que no debe escuchar mi nombre en sus
labios. Nunca. Una punzada de aprensión se apresura a través de mí cuando veo
cómo Black aprieta el puño y se aleja de la cama.

—Por el amor de... ¿por qué demonios sigue preguntando por...? —gruñe Black. Da
un pobre espectáculo al tratar de controlarse—. Si ese bastardo...

Dumbledore le interrumpe.

—Severus no ha hecho más que ayudar al muchacho. Confío en él plenamente. Como


deberías hacer tú.

128
Culpa. Aprensión. Ah, la alegría de ser yo. Arranco mi mirada de la expresión
enfurecida de la cara de Black y miro hacia Potter, que ha perdido la batalla con la
poción.

—Poppy volverá pronto para curarlo. Minerva ha preparado un par de habitaciones


para vosotros. Sirius, pareces exhausto. ¿Por qué no intentas descansar un poco?

—No voy a apartarme de él.

—Sirius, comprendo tu renuencia. Estará bien. Pero ninguno de los dos conseguirá
nada bueno si os desmayáis a su lado. Bajaré a hablar contigo una vez obtenga una
evaluación de sus heridas. Por favor.

Lupin convence a Black de unirse a él y me aparto de su camino hacia la puerta. Estoy


a punto de colarme en la cama cuando Dumbledore se gira para mirar directamente
hacia mí con una sonrisa ligeramente divertida.

—Creo que Harry ha tenido una mala influencia sobre ti, Severus.

Mierda. Parezco un imbécil.

----------------------------------------------------

—Supongo que debería haber sabido que podías ver a través de esta cosa ridícula.

Suspira.

—Sí, bueno, eso no importa. Nadie más te ha detectado, después de todo. Te la


puedes quitar. De todos modos, tenía la intención de decirle a Poppy que has vuelto.
—Saca su varita, lanza un hechizo de bloqueo de la puerta y me quito la capa.

—¿Es muy grave? —pregunto, preparándome para la respuesta. A juzgar por su


reacción ante el contacto físico, me temo lo peor. El cruciatus, por supuesto, es la
favorita del Señor Oscuro, pero normalmente lo reserva para cualquier duelo o para
dar a sus secuaces recordatorios rápidos de su poder. Teniendo en cuenta lo que
sucedió la última vez que Voldemort mantuvo un duelo con el muchacho, no creo que
el Señor Oscuro fuese tan tonto como para intentarlo de nuevo. Y con un poco de
imaginación y una inclinación hacia el sadismo, el cruciatus es un juego de niños
comparado con la tortura que se podría causar si se tiene suficiente tiempo entre las
manos. El chico ha estado ausente durante ocho horas.

—No hemos sido capaces de acercarnos lo suficiente para examinarlo


adecuadamente. Tuvo que ser aturdido con el fin de llevarlo a la enfermería. Se lo
encontró tratando de entrar en la cabaña de Hagrid, al parecer con la intención de
verte.

—El muchacho estaba delirando, obviamente —contesto, después de carraspear para


deshacerme del nudo de culpa de mi garganta. Me digo que es natural que me

129
buscase. Yo era la última persona con la que tuvo contacto antes de su viaje a los
infiernos. Por no hablar de que soy su tranquilizante personal. Yo le calmo.

Te quiero, Severus. Me estremezco por dentro y me quito de la mente la idea de que


todo el que ha llegado a decirme eso es que está muerto o muriéndose.

Dumbledore gruñe sin alegría antes de decir:

—En cualquier caso, Severus, creo que puede ser necesario explicarle al padrino del
muchacho por qué Harry pregunta por su, presunto, profesor más odiado en tiempos
de crisis. Sirius sospecha lo peor, como has podido oír. Yo, por supuesto, dejaré clara
la necesidad de confidencialidad. Pero no veo otra alternativa. ¿A menos que tengas
una mejor idea de qué decirle?

Las palabras 'vete a la puta' y 'mierda' acuden de inmediato a mi mente.

Si me presionan, no obstante, tendría que admitir que siento una cierta


autocomplacencia ante la idea que Black lo sepa. De hecho, cuanto más lo considero,
más me gusta la idea de que sepa que, en su ausencia, el hijo de James acudió a mí.
Y si no fuera por el hecho de que todavía no soy suicida, me gustaría mucho ver la
expresión de su cara al averiguar cuán eficientemente he consolado al niño. Las
palabras ‘vete a la puta mierda’ son sustituidas por las palabras ‘dulce venganza’.

—Haz lo que debes —le digo, y luego me vuelvo hacia el sonido de los pasos
apresurados de Pomfrey.

—Severus, ¿cuándo has llegado aquí?

Dumbledore me libera de la obligación de mentir.

—Severus se ha comprometido a ayudarme si es necesario. Te estaré agradecido si


no mencionas su presencia a otras personas.

Si encuentra su petición extraña, no lo demuestra. Asiente con la cabeza y me ofrece


una sonrisa rápida.

—Bueno, en este momento, Severus, me temo que no hay nada que puedas hacer.
Iba a empezar con la poción de dormir sin sueños, pero no la ha aceptado bien. Acabo
de darle un poco de somnulae mezclado con un analgésico. Eso debería mantenerlo
tranquilo un par de días, como mínimo. Estaba a punto de lavarlo un poco, pero no se
toma muy bien eso de que le toquen. Pobre muchacho.

Me estremezco ante el uso de ese título infame. No necesita compasión, necesita


ayuda. Por supuesto que no quiere que lo toquen. Aquellos que sobreviven a una
experiencia entre mortífagos no la olvidan con demasiada facilidad. Si Potter no
necesitaba tratamiento antes, lo necesita ahora. Empiezo a esperar que,
misericordiosamente, el cerebro de Potter entierre la experiencia lejos de su mente
consciente. Eso suponiendo que vaya a recuperar su mente consciente.

Un grito ronco me desconcentra de mi preocupación. Pomfrey salta de la cama y se


lleva la mano al pecho, sobresaltada. Pasa la mirada entre Albus y yo. Potter
comienza a temblar y gemir una vez más. Su cara se tuerce en una mueca de agonía.

130
—Yo... Cómo... —Pomfrey tartamudea antes calmarse—. No lo entiendo. Tiene
sedantes como para noquear a un troll de montaña. Apenas lo he tocado. —Frunce el
ceño y respira hondo antes de intentar recostarle sobre la espalda, una vez más. En el
instante en sus dedos rozan el hombro, él grita y trata de encogerse lejos de su tacto.
La veo apretar la mandíbula obstinadamente, y lo empuja con rapidez sobre la
espalda. Se arquea hacia arriba con un grito de agonía, como si estuviese
quemándose vivo. Se me ocurre que no es simplemente el contacto humano lo que el
chico trata de evitar.

Si no recuerdo mal, siempre te ha gustado el limón.

Mi corazón salta en mi garganta cuando las palabras vuelven a mí. Miro las manos de
Pomfrey, que sin piedad tortura al niño con golpes cuidadosos y suaves. Tan pronto
como soy capaz de respirar, grito:

—¡Alto! No lo toques. —Extraigo mi varita y murmuro—: Wingardium leviosa. —Es lo


primero que me ha venido a la mente. Inmediatamente maldigo mi estupidez.

—¡Severus! ¿Qué...? —Pomfrey escupe cuando levito a Harry hasta que queda fuera
de su alcance. Por supuesto, no puedo responderle. Si pierdo la concentración, el niño
se caerá. Si se cae, el dolor podría matarlo. Afortunadamente Dumbledore se ha dado
cuenta de mi dilema. Lanza un hechizo de estabilidad y luego me mira con una
expresión de 'explícate'.

—Lo han envenenado. La tarta… —Me detengo y dirijo los ojos hacia la cara
desconcertada de Pomfrey.

Albus me mira con atención antes de pasar a Pomfrey.

—Poppy, ¿podrías por favor disculparnos un momento?

Con expresión furiosa pero derrotada, se marcha enfadada de la habitación. Caigo en


una silla, burlándome de la brillante maldad del plan de Voldemort. Ha enviado al chico
de vuelta para poder matarlo con cariño. Un rincón maquiavélico de mí aprecia su
agudo sentido de la ironía. Otra parte de mí se siente aliviado de que no hubiera tenido
el estómago para compartir el pastel de cumpleaños esta tarde. La mayor parte de mí
se pregunta cómo diablos voy a salvarle esta vez.

----------------------------------------------------

Una vez estamos solos le explico lo que sospecho que ha sucedido. Una poción de la
invención de Voldemort, que trabaja a través de la columna vertebral y poco a poco se
ramifica hacia los nervios de la piel. El resultado es lo opuesto a entumecido. Cada
nervio de su cuerpo se ha vuelto tan hipersensible que incluso una ligera corriente
será muy dolorosa una vez la poción haya alcanzado el máximo efecto. La propia
poción no es mortal. Sin embargo, el cuerpo finalmente se apagará por la conmoción.

—¿Puedes hacer el antídoto? —pregunta Dumbledore, con seriedad.

Levanto una ceja. Antídoto, claro.

131
—No creo que Voldemort haya tenido tiempo de inventar uno. —Debería saber a estas
alturas que no me conviene hablar así al director. La mirada de Dumbledore deja a la
mía en vergüenza—. No hay antídoto. La poción no se ha utilizado más de un par de
veces. Era un método de tortura muy ineficiente. Tarda demasiado tiempo en hacerse
y los ingredientes son difíciles de preparar. —Excepto el limón. Mi pequeña aportación
a la receta. Siempre me ha gustado la idea de hacer que la muerte sea apetecible.

Nunca he visto a Dumbledore parecer más viejo que ahora. Mira con recelo cómo el
destino del mundo de los magos levita metro y medio por encima de una cama de
hospital, desnudo y luchando contra su propia piel.

—¿Qué podemos hacer, Severus?

Sacudo la cabeza irremediablemente.

—Tenemos que mantenerle con vida hasta que la poción desaparezca de su


organismo. —Suena tan simple—. Se comió el pastel alrededor del mediodía, y son
las diez. Normalmente, la poción tarda doce horas en llegar a su punto culminante. No
puedo decir cuánto tiempo va a durar, Albus. Nunca he visto que nadie sobreviviese
más de catorce horas. Tiene que estar anestesiado, pero cualquier hechizo
adormecedor sólo funcionaría a nivel local. La anestesia general sería lo ideal. Pero se
necesitaría mucha, por la cantidad de valeriana y belladona en su organismo después
de las dos pociones para dormir, existe la posibilidad de que no se despierte. —El
destello de esperanza que se enciende en los ojos del director me dice que está
dispuesto a correr ese riesgo. Sinceramente, puede ser la única oportunidad que
tenemos. Suspiro—. Poppy no tendrá nada tan fuerte aquí. Alguien tendrá que ir a San
Mungo. Sospecho que no vamos a conseguirla legalmente.

El director asiente con la cabeza y ofrece una media sonrisa.

—Voy a hablar con Sirius y Remus. Dile a Poppy lo que necesita saber.

Asiento con la cabeza.

—Diles que se muevan rápido. Dentro de dos horas su alma estará intentando abrirse
paso a través de su propia piel.

Me pongo en pie cuando Dumbledore sale majestuosamente de la habitación. Ahora


me permito mirarle plenamente. Suspendido en el aire, me recuerda a una marioneta.
En realidad, no es mucho más que eso. Entre Dumbledore y Voldemort, el niño tiene
más cuerdas que una maldita orquesta. Tal vez sería más amable cortárselas. Podría
darle la bienvenida a la muerte como una alternativa a esta vida de miedo y, tal vez, la
locura que le espera si sobrevive a esta noche.

Me rodeo el torso para enfrentar una ola de angustia. La historia que es la vida de este
muchacho es tan terriblemente desesperada que es casi cómica. Si salvo su alma
miserable ahora, sólo estaré posponiendo el capítulo final. Y no habrá un 'felices para
siempre'. Pero por lo menos, tal vez, morirá en sus propios términos, y no así.
Desnudo y caído en desgracia, colgando inútilmente en el aire como una especie de
juguete infantil. Ésta no es forma de que muera un héroe.

Reprimo el impulso de tocarlo. De recorrer mi mano por la piel sucia, abusada. Sus
ojos están cerrados y la cara se contrae en espasmos provocados por el sueño. Es
decir, si es que está dormido. Sospecho que no está más que tanteando en las

132
fronteras de la conciencia. La cantidad de estricnina en su organismo sería suficiente
para equilibrar los sedantes que se le han dado. Suspiro pesadamente y él lloriquea en
silencio cuando mi aliento le asalta. Doy un paso atrás, y lanzo un hechizo de
protección desde el cuello hacia abajo para tratar de protegerlo de... bueno, del aire.

No me quiero imaginarme lo que le ha pasado. Los verdugones y las heridas cubren la


piel que hace apenas unas horas se fundía con la mía en toda su perfección juvenil.
Se me ocurre que no soy el único que se ha aprovechado hoy de su inocencia. Y no
puedo evitar preguntarme si sería ahora mucho peor para él de no haber llegado yo
primero. Cualquier remordimiento que haya podido tener al respecto se disuelve con
un extraño sentimiento de triunfo en nombre de Potter. Me dio a mí lo que esos
cabrones habrían sido demasiado felices de robarle brutalmente. Sólo estoy contento
de haber tenido el sentido común de aceptarlo.

Reviso esa idea. Me maravilla lo totalmente absurdo que me hubiese parecido tan sólo
ayer. En el buen sentido. ¿Cuándo se ha convertido follarme a mis alumnos en algo
sensato?

Ya es oficial. He perdido el juicio. Trato de mirar enfurecido al niño por ser de alguna
manera responsable, pero teniendo en cuenta que se cierne sobre una cama
contrayéndose patéticamente, sólo puedo atinar a murmurar "niño estúpido", y eso sin
el menor atisbo de resentimiento. Sintiendo que yo también me balanceo en el aire,
voy en busca de Pomfrey y, con suerte, un buen trago de algo fuerte.

----------------------------------------------------

Me acurruco una vez más debajo de esa capa maldita, sentado en un rincón en el
suelo como un canino miserable. Y el canino miserable, de hecho, se sienta junto a la
cama mirando inútilmente el sueño del muchacho. Supongo que debería sentir algo de
gratitud hacia Black, por haberse arriesgado a ser capturado y arrojado de nuevo a
Azkaban con el fin de robar la anestesia que podría salvar la vida del muchacho. Por
supuesto, sentir otra cosa que odio intenso requeriría un milagro. Y yo no creo en los
milagros.

La continuada existencia del muchacho podría hacerme reflexionar sobre eso. Cuanto
más considero la idea, menos creo que Voldemort simplemente habría devuelto al
chico. Habría tenido el gran placer de ver sufrir al niño. La poción, estoy convencido,
estaba destinada a mí. Si la hubiese ingerido, no habría habido nadie capaz de parar
mi muerte. Nadie lo habría sabido. Pero Voldemort no es tan tonto como para contar
con que yo me comiese la tarta.

No. El muchacho debe de haber escapado. Otra vez. Aunque no puedo entender
cómo lo logró. La poción habría sido demasiado fuerte como para permitir una
aparición. Esa posibilidad habría desaparecido a las tres horas tras la ingestión.

Mis pensamientos se encaminan a la muggle pelirroja que Lucius había rescatado de


la seguridad de Londres para ser el sujeto de la primera prueba. Por despreciable que
me resulte ahora, en el momento de observar los efectos de la poción había sido nada
menos que estimulante. Me senté a observar desde una esquina mientras la joven
bebía un sorbo de té envenenado y se reía estúpidamente con la brillante seducción
de Lucius. Guardé las notas sobre los efectos.

133
Comienza con una comezón difícil de alcanzar alrededor de la columna vertebral,
aproximadamente una hora después del consumo. Muy conveniente para Lucius, que
estaba dispuesto a prestar una mano muy útil a la muchacha, que se retorcía
buscando alivio. Después de tres horas, el sujeto experimenta una sensación casi
eufórica. El sujeto desea ser tocado y llega a parecerse mucho a un gato en celo.
Cuando experimentamos más con la poción, encontramos casos en los que el sujeto
se asustaba y la poción tomaba un efecto aún más siniestro. Los cuerpos de los
sujetos se vuelven contra ellos. Son torturados con extremo placer. Potter habría
estado suplicando por el contacto. Habría estado loco de necesidad, pero aún lo
suficientemente consciente para odiarse a sí mismo por ello.

Me trago una ola de autodesprecio amargo mientras recuerdo lo mucho que había
disfrutado viendo esa etapa en particular durante la experimentación. La niña lloraba
histéricamente, gritando varias maldiciones e insultos, entre ruegos a Lucius de que sí,
dios, por favor la tocara. La víctima se convierte en un masoquista que no quiere que
la línea entre el dolor y el placer se desvanezca y todo contacto es el éxtasis puro. Fue
increíble ver a una persona tan desgarrada entre el odio y la felicidad.

Pero el placer se transforma en dolor con demasiada rapidez. En primer lugar, todo
contacto con la piel se vuelve desesperantemente irritante. Recuerdo ver a la chica
mantener el equilibrio en los talones de sus pies, cambiando de postura, rogando
irracionalmente que la sacaran de su infierno. Después de eso, la irritación se eleva a
la agonía. Éste debió de ser el punto en el que se encontró a Potter. Afortunadamente
para él. Sucede también que es el punto en que la tortura real habría empezado.

Los gritos eran lo que me llegaba dentro. Los gritos penetrantes de dolor rallaban mis
nervios y me enfermaban hasta el punto de que llegué a vomitar al escuchar a la
muchacha. No, la tortura nunca fue mi fuerte. Al menos, no la tortura física. Me
inclinaba más hacia un buen suplicio mental... un fetiche que he tenido éxito
canalizando en vías más útiles, como la enseñanza.

El incesante canto de los pájaros me saca de mi reflexión sobre un pasado del que
hace mucho tiempo logré distanciarme. La mañana ha llegado y el chico sigue vivo. Si
su estado cambiará o no es algo que queda por averiguar, pero la diminuta esperanza
de la que he estado colgado desde ayer aumenta un poco de tamaño No puedo estar
seguro de que la poción se encuentre todavía en su organismo, pero sospecho que lo
peor de todo debe de haber pasado. El riesgo de combinar las pociones para dormir
con el éter parece insignificante en este momento. Para bien o para mal, el niño que
vivió todavía vive.

----------------------------------------------------

Potter no despierta bajo mi vigilancia.

Después de cuatro días de vigilia en pie al lado del muchacho, no tengo más que tres
pensamientos en mi cabeza: cama, baño y alcohol. No necesariamente en ese orden.
Si tengo que oír otro inútil suspiro de exasperación del padrino del muchacho, una
fuerza invisible muy irritada golpeará al hombre. Estoy tratando de decidir cómo voy a
levantarme y escapar por una puerta cerrada sin que el hombre se dé cuenta, cuando
Dumbledore entra. Sus ojos parpadean hacia mí en reconocimiento antes de pasar a
Black. Le ofrece lo que parece ser una copia de El Profeta.

134
Aprovecho la distracción momentánea de Black y me levanto. Noto su expresión
aturdida mientras mira fijamente hacia abajo en la primera página.

—Hijo de puta —murmura—. No es menos de lo que merece. Hubiera preferido


matarle yo mismo.

Dumbledore advierte la mirada interrogante en mi cara y asiente con la cabeza.

—Sí. Encuentro interesante que Peter parezca haber sido asesinado la noche en que
Harry escapó —dice.

Black mira a Dumbledore con una expresión de horror.

—¿No creerás que Harry lo mató?

Mi estómago da un vuelco cuando considero la posibilidad. No creo que Potter sea lo


suficientemente poderoso como para matar a nadie con magia. Pero me ha
sorprendido en varias ocasiones. Miro al niño dormido y espero por su bien que no sea
verdad. Tendrá suficientes problemas sin asesinatos que plaguen su conciencia.

—No —responde Dumbledore—. No. Estaba recordando la noche que tú volviste a


Hogwarts en busca de Peter.

Hago una mueca de desprecio. Sí, la noche en que vi mi oportunidad de conseguir la


Orden de Merlín deslizarse a través de mis dedos... todavía estoy convencido de que
de alguna manera la culpa fue de Potter. La noche que fui atacado por mis propios
alumnos, que nunca fueron castigados. La noche que Potter me llamó patético por
tratar de salvarle el pellejo. La noche en que mostré una cantidad imprevista de
autocontrol al dominarme y no matar a Black en cuanto lo vi, sólo para que el hijo de
puta escapara, haciéndome quedar como un imbécil una vez más. Por lo demás,
conocida como una de las peores noches de mi miserable existencia. Lucho contra el
impulso de gruñir.

Dumbledore continúa.

»Harry salvó la vida de Peter esa noche. Me pregunto si Peter no murió para pagar su
deuda con el muchacho.

Black pone mala cara y considera la posibilidad. Sus ojos se entrecierran en un gesto
desafiante después de un momento, y sacude la cabeza.

—Mató a James y Lily. ¿Por qué habría de salvar a su hijo? Es un cobarde.

En un instante se me ocurre que durante quince años he estado culpando a Sirius


Black de la muerte de James. Incluso en el último año cuando, lógicamente, yo sabía
que no podía ser cierto, lo odiaba por ello. Ahora que la existencia de Pettigrew parece
haber sido probada, tengo que afrontar el hecho de que Black no traicionó a James.
Siento que las náuseas me desbordan. Me apoyo en una esquina, odiando a Black
más que nunca por ser merecedor de la confianza de James.

—Tal vez tengas razón, Sirius. Pero todo el mundo es capaz de redención. —Creo ver
los ojos de Dumbledore brillar en mi dirección. Le lanzo una mirada enfurecida desde
debajo de la capa.

135
—¿Ha visto Remus esto? —Pregunta Black—. ¿Te quedas con él? Sólo saldré un
minuto.

—Por supuesto.

Black se levanta y, dirigiendo una última mirada a Potter, sale de la habitación. Me


acerco desde mi esquina. Dumbledore tiene una sonrisa leve.

—Ese hombre todavía trató de matarme —gruño.

Veo las esquinas de su boca contrayéndose con diversión reprimida, y luego respira
hondo, como para lanzarse a un discurso largo y banal sobre los beneficios del
perdón. Es interrumpido por un gemido débil procedente de la cama entre nosotros.

—¿Harry? —Dumbledore se acerca a la cama.

Su cara se aprieta en una mueca y se muerde el labio inferior. Otro gemido escapa de
su garganta y estoy aterrado porque la poción se encuentre todavía en su organismo.
Sus ojos parpadean y, una vez abiertos, exploran la sala antes de cerrarse otra vez
con fuerza. Gime de nuevo en voz alta, con los dientes apretados.

—¿Harry? —Dumbledore lo intenta de nuevo. El niño no responde. Su rostro se


contrae de agonía. Mi corazón se hunde. No ha funcionado.

—Harry, ¿te duele algo? —pregunto, obligando a mi voz a permanecer calmada.

Su cara permanece inmóvil un momento, con una respiración superficial. Sus manos
se mueven hacia su cara.

—Lo siento mucho —susurra—. Por favor, no me dejes aquí.

136
CAPÍTULO 13 - RECUPERACIÓN

La poción abrasa mi esófago, prendiendo fuego a mi estómago y expandiéndose a


través de mi cuerpo. Dejo de temblar. No puedo moverme. Las sábanas que tengo
debajo, la manta que me cubre, hacen que me arda la piel. Si me muevo... si tan sólo
respiro... moriré. Una figura oscura y transparente se acerca flotando hasta detenerse
ante de mí. Observándome, esperándome. Y luego, manos. Tocándome por todas
partes, ardientes, cortantes. Grito e incluso gritar me abrasa. Quiero morir. Él me
observa. El ácido que me quema la boca, bajando por donde, momentos antes, otro
líquido había incinerado mi estómago. Las voces gritan a través de mis oídos. Me
vuelvo de lado. Dolor. No puedo moverme. No puedo respirar. Abro los ojos.

Es él. Transparente. Oscuro. Una sombra. Muerte.

—¿Severus?

Me despierto con un sobresalto y presto atención, instintivamente, al sonido de su


respiración. Me siento ligeramente sorprendido de encontrarme en una cama.
Entonces recuerdo haber ido a verle cuando me dolió la cicatriz. Pero... me he
despertado alguna vez desde entonces, ¿no es así?

Sí. Recuerdo haberle observado mientras dormía. Despertarme en su cama y haber


estado tumbado allí durante horas, simplemente mirándole. Escuchándole respirar.
Intentando contener las ganas de tocarle. Retirando el pelo de su cara. El gesto
desagradable que habitualmente frunce su boca no está, salvo por dos tenues líneas.
Los ojos cerrados y relajados. Suave. Quería besarle...

Oh, Dios. Le besé. Y tuve sexo. Con Snape.

El súbito recuerdo me coge por sorpresa, y me pregunto si realmente ha ocurrido.


Recuerdo el baño. Snape mojado y envuelto en una toalla. Y me besó. Yo le besé,
pero él me devolvió el beso. Dios, ¿lo he soñado? Su boca, su lengua, sus manos por
todo mi cuerpo. Manos sobre mí, por todas partes.

Voldemort.

Un escalofrío me recorre. El pastel. El traslador. Aterrizar en la oscuridad. No era la


mazmorra. Era otra mazmorra, ¿o un sótano? Aterricé e intenté abrir mi baúl para
coger mi varita y encender las antorchas. Y entonces, voces. Lo supe inmediatamente.
No encontré la varita. Y fue demasiado tarde.

De repente, me da miedo abrir los ojos. No quiero saber dónde estoy. Recuerdo el
dolor. Recuerdo, oh Dios, las manos tocándome, cortándome, desgarrándome. Y yo lo
quería. Había algo en el pastel. Me envenenaron. Voldemort mirándome con furia y
riéndose mientras yo rodaba por el suelo con desesperación.

Pero escapé, ¿verdad? Me parece recordar haber regresado a Hogwarts. Y el dolor.


Colagusano ligando mágicamente mi mano a mi baúl. Mi baúl me trajo de vuelta a
Hogwarts. Las manos. Matándome. Y... él está muerto.

137
Su fantasma, observándome. Lo recuerdo mirándome fijamente. Estaba aquí. Está
muerto. Debían de estar esperando a que se apareciera. Esperando para matarle.
¿Sigue aquí? Oh, Dios. Creo que puedo oír su voz e intento abrir los ojos un poco. Me
oigo gemir y escucho a alguien decir mi nombre. Parece Dumbledore. Finalmente,
consigo abrir los ojos y miro a mí alrededor para ver si sigue ahí, observándome. Su
fantasma. Veo la borrosa imagen canosa de Dumbledore, pero Snape no está. Cierro
los ojos de nuevo. Si él no está aquí, no quiero despertarme. No quiero volver a
despertarme jamás.

Inspiro profundamente e intento volverme a dormir. Mi garganta ahoga un chillido y


trato de tragármelo. Sale de mí por la fuerza como un grito airado. Le han matado.
Dumbledore dice mi nombre otra vez y no quiero que esté aquí. No quiero estar aquí.
Quiero estar con él. Muerto.

—Harry, ¿sientes dolor?

Su voz. Snape. El corazón me da un vuelco y lucho para recuperar el aliento. Tengo


miedo de abrir los ojos. Miedo de que no esté aquí. Miedo de que vuelva a estarlo.
Transparente. Fantasmal. Muerto. Me cubro la cara con las manos. Quiero hablar con
él. Quiero decirle algo. Pero no quiero que Dumbledore lo escuche. No quiero que
Dumbledore lo sepa.

—Lo siento tanto —susurro. Esperando que él me oiga. Esperando que el director
no—. Por favor, no me dejes aquí.

----------------------------------------------------

—Harry, ahora estás en Hogwarts.

Dumbledore habla como si lo estuviera haciendo con un niño de dos años. El


muchacho no muestra signos de comprender. Continúa susurrando contra las palmas
de sus manos, pero ya no oigo lo que dice. Echo una rápida ojeada al director, cuyo
ceño está crispado con preocupación. Me doy cuenta de que no es que el chico sienta
dolor. Está loco. Estaría mejor muerto.

Cierro los ojos y me reclino en la esquina. He sido un estúpido, aferrándome a la


esperanza de que el chico saldría de esta situación afectado pero relativamente
indemne. Contra todo pronóstico, por supuesto. Magos mucho más grandes han
pasado por mucho menos y acabado pasando unas agradables y largas vacaciones
en San Mungo. Yo, como otras muchas personas ridículas e idiotas de la comunidad
mágica, he asumido inconscientemente que Harry Potter es invencible. Ahora me
golpea la comprensión de que nuestro superhéroe es solamente humano, después de
todo.

—¿Quién está muerto, Harry? —pregunta Dumbledore y abro los ojos. El anciano está
encorvado cerca del chico. Potter sacude la cabeza violentamente y entonces se da la
vuelta, hundiendo la cabeza en la almohada. El estómago se me estremece. Ha
matado a Pettigrew, entonces.

138
No sé si debería sentirme aliviado o no de que tenga la presencia de ánimo para
sentirse arrepentido. Me encuentro dividido entre una lástima desconcertada y una
vaga admiración. Hay que ser un mago poderoso para llevar a cabo la maldición
asesina. Por supuesto, la mayoría de los magos no serían lo suficientemente
estúpidos como para intentarlo. Dejando Azkaban a un lado, la oscuridad que habita
en una persona después de haberla usado es enloquecedora. Incluso los mortífagos la
usan sólo como último recurso. Hay otros muchos medios de matar con muchos
menos efectos secundarios.

Aún así, si ésa es la razón por la que el chico se está comportando de esta forma, al
menos hay esperanza de que salga por sí mismo de este estado. Pero si antes apenas
rayaba la estabilidad, me pregunto si tendrá la fuerza necesaria para recuperarse. Se
me ocurre que bien podríamos lanzar un ataque a gran escala sobre Voldemort y
matar ahora a ese cabrón. Lo haría yo mismo. Liberar al chico.

De pronto siento que se apodera de mí la necesidad urgente de volver a la fría calma


de mi mazmorra.

Pomfrey entra a toda velocidad y lanza una mirada de desaprobación al director.

—¿Qué ha pasado, Albus? —Mira al muchacho, que está sollozando contra la


almohada. Le acaricia de forma reconfortante, acallándole—. Harry, querido. Toma
esto. Te ayudará. —Le ofrece una poción tranquilizante.

Ahogo un gruñido desdeñoso. ¿Durante cuánto tiempo van a tenerlo sedado antes de
dejarle afrontar la realidad? Aplazar lo inevitable no hace que sea más fácil superarlo.
El chico acepta la solución de Pomfrey a su problema y luego se gira sobre un
costado, quedando de cara a mí. Sus ojos relucen dentro de sus cuencas rojas e
hinchadas. Gimotea. Le observo mientras cierra los ojos fuertemente, con la cara
deformada en una mueca. Imagino que está intentando ahuyentar la imagen del rostro
muerto de Pettigrew. Inspira profundamente y su expresión se relaja.

—Poppy, ¿querrías quedarte hasta que Sirius regrese?

—Por supuesto —dice ella.

El anciano vuelve su mirada cansada hacia mí y deduzco que debo seguirle. Me alejo
de mi esquina y dirijo una última mirada al chico, que ha caído en un sueño inducido
por las drogas. Bloqueo una significativa espiral de aprensión. Ahora no puedo hacer
nada por él. Esperaré hasta que sus aduladores cuidadores se den cuenta de que
tendrá que despertarse algún día.

----------------------------------------------------

Salgo de mi chimenea, tiro la maldita capa y me siento en esa butaca, convocando la


botella de brandy. Le ofrezco un poco a Dumbledore cuando emerge de la red flu. Lo
rechaza. Más para mí. Echo un buen trago de mi vaso.

139
—Habrá una reunión aquí dentro de dos días, Severus. Remodelaremos la seguridad
del castillo. Voy a necesitar sacar al chico de la enfermería antes de ese momento. No
debe ser visto. Si estás de acuerdo, me gustaría que se quedara aquí. Creo que le
haría bien estar en algún sitio en el que él se sienta a gusto.

Asiento y casi me siento agradecido de que el director aún confíe en mí lo suficiente


como para dejar sus preciadas posesiones a mi cuidado. Casi consigo que maten al
chico la última vez; por no mencionar que me lo follé, pero el anciano no necesita
saber eso.

—Necesitaré asegurar tus habitaciones. Una vez que él esté dentro, tus aposentos
quedarán sellados. Si alguien los busca, se encontrará con una habitación vacía que
será un reflejo de tu cuarto de estar. Vosotros dos seréis indetectables. Sin embargo,
también quedaréis encerrados, al menos hasta que pueda estar seguro de que la
seguridad en el castillo es suficiente. Quizás quieras darme una lista de lo que creas
que vais a necesitar hasta que comience el trimestre.

El alcohol es lo primero que me viene a la mente. A montones. Asiento e intento


sofocar una ira creciente. El chico es, una vez más, un prisionero. Como yo.

—También deberías levantar tus propias defensas —continúa el viejo—. Voy a idear
un sistema de comunicación, en caso de que uno de los dos necesite al otro. Creo que
sería prudente no hablarle al chico de él. De nada de esto. Cuanto menos le
contemos, menos será capaz de averiguar Lord Voldemort.

—Entonces, ¿sospechas que Voldemort nos encontró a través del sueño del
muchacho?

Mira hacia otro lado y le veo preparar una respuesta cuidadosamente vaga.

—Sospecho que, a través de su vínculo con el chico, es capaz de ubicar la


localización de Harry y otras muchas cosas. Esconder a Harry, según parece, es
imposible si Voldemort continúa trabajando con los dementores. Pero confundirle
respecto a la localización de Harry quizá podría ayudarnos a mantener al chico a
salvo. Aún hay muchas cosas que desconozco sobre su conexión. No hay
precedentes. No obstante, tengo la certeza de que el propio Voldemort no se atreverá
a tocar al muchacho en Hogwarts mientras yo esté aquí. Las precauciones adicionales
son para asegurarme de que, si el Señor Tenebroso tiene espías trabajando en
nuestro círculo, no podrán ayudarle en lo que respecta a Harry.

—¿Durante cuánto tiempo vamos a hacer esto, Albus? —La pregunta se precipita
fuera de mi boca, expelida por una ola de furia, reprimida durante largo tiempo, en
favor de la juventud malgastada del muchacho.

Enarca las cejas. Su mirada busca la mía. Yo la aparto.

—Te preocupa que no se recupere.

Resoplo.

—Me preocupa, Albus, que mientras nosotros trabajamos tan duro para mantenerle
con vida, le estemos robando la oportunidad de vivir. Si va a tener que estar encerrado
durante el tiempo que se le ha permitido pasar en la tierra, igualmente podríamos
haber dejado que el chico muriera allí arriba. Y, para ponerle las cosas aún más

140
difíciles, tan sólo lo estamos manteniendo con vida para que la responsabilidad de
matar a uno de los más poderosos magos de nuestro tiempo pueda recaer sobre sus
débiles hombros. ¿Y cuál será su recompensa en el caso improbable de tenga éxito?
Morirá también. Brillante.

—Estoy de acuerdo contigo, Severus. Es injusto.

—Con todo el debido respeto, Albus, injusto ni siquiera empieza a describirlo.

—Es su destino, Severus.

Hago una mueca de desprecio. Claro.

—¿Según quién, Albus? Quizás su destino sería diferente si se le permitiera dirigirlo.

Mi insinuación le hiere. Inmediatamente me arrepiento de haberla hecho. Suspira.

—¿Sabes por qué Voldemort eligió al hijo de James para su experimento?

No soy de los que confiesan su ignorancia con facilidad, así que alzo una ceja y
espero a él me lo cuente.

»Voldemort es el último heredero vivo de Salazar Slytherin.

Sí. Eso salió a la luz durante el segundo curso de Potter. Un cuentecito sobre un
chaval llamado Ryddle. Otra situación de peligro mortal en la que Potter se las arregló
para meterse y, milagrosamente, de la que consiguió salir. Y, sin James, Harry es, por
supuesto, el último en la línea sucesoria de Godric Gryffindor. Me siento consternado
por no haber relacionado antes ambas ideas.

—Al elegir a Potter, Voldemort se estaba asegurando de que la línea de Gryffindor no


continuaría —digo débilmente. Por supuesto, siendo el chico gay, ésta no hubiera
continuado de todos modos. Casi me río ante el pensamiento. En vez de eso, hago
una mueca despectiva.

—Exacto.

—Así que, básicamente, lo que estás diciendo es que se espera que el chico luche
contra el heredero de Slytherin porque él es el heredero de Gryffindor. ¿Que se espera
que luche en una absurda batalla centenaria a causa de quién fue su antepasado? En
serio. ¿No habíamos dejado atrás las estúpidas enemistades entre casas?

Enarca una ceja. Reconozco mi hipocresía en silencio y le miro con hostilidad. No


pienso echarme atrás. Es absurdo. Pero a pesar de lo absurdo que es, también se me
ocurre que Voldemort ya ha empezado la batalla.

—Hay, sin embargo, un giro interesante. Verás, cuando la maldición asesina no


funcionó, algunos de los poderes de Voldemort, concretamente aquéllos inherentes a
la línea sucesoria de Slytherin, se transmitieron al muchacho. En cuanto a magia,
Harry es tanto el heredero de Gryffindor como el heredero de Slytherin. No obstante,
Voldemort ha reconocido esto y ha actuado. La sangre del chico corre por sus venas.
Los dos son, en esencia, iguales.

141
Iguales. Podría haberme reído bien a gusto ante la idea si ésta no hubiera salido de la
boca del más venerado mago de Inglaterra. Este hombre realmente está loco.

—Albus, no logro ver cómo un chico de dieciséis años, que ni siquiera es un mago
titulado, puede ser considerado como un igual con el más poderoso Señor Tenebroso
que ha habido en cien años. Oh, y no nos olvidemos de ese pequeño detalle que es la
inmortalidad de Voldemort, que aumenta bastante los pronósticos a su favor.

Sus ojos se oscurecen. Me enfurruño y me bebo mi abandonado brandy.

—En cuanto a la juventud de Harry, tienes razón. Pero el año que viene cumplirá
diecisiete y será mayor de edad. En cuanto a si la inmortalidad de Voldemort le hace o
no más fuerte, ésa, Severus, es una cuestión de percepción. Yo diría que la capacidad
del chico para amar le hace ser el más fuerte de los dos.

Casi me dan arcadas. Amor, claro. El amor ciertamente no fue lo que evitó que el
chico muriera la otra noche.

Una cuestión de percepción. Oh, que te jodan.

El estúpido viejo loco de remate se ríe suavemente ante mi expresión de asco. El brillo
divertido de sus ojos desaparece inmediatamente, para ser reemplazado por una
expresión de fatiga, que es demasiado común en estos días. Durante un aterrador
momento, me pregunto cuánto más será capaz de resistir el anciano antes de
rendirse. Una guerra tenebrosa en toda una vida es suficiente. Este hombre va por la
tercera. Detengo ese hilo de pensamientos, incapaz de imaginar el mundo sin él. No
quiero intentarlo. Después de todo, si no es a él, ¿a quién voy a deber mi
imperecedera gratitud?

Se levanta con un suspiro.

—Empezaré a trabajar inmediatamente para asegurar tus habitaciones. Espero poder


trasladar al chico aquí mañana. Intenta descansar, Severus. Tienes un aspecto
horrible.

Pienso en señalarle que él tampoco tiene mucho mejor aspecto, pero me doy cuenta
de que espera ese comentario. No digo nada y él se marcha por la red flu. Me sirvo
otro vaso de brandy, venciendo el impulso de beber directamente de la botella. Voy a
estar encerrado con un Potter chiflado durante lo que resta de verano.

Mi mente divaga de nuevo hacia Potter y nuestra última conversación. Parece que
tuvo lugar en otra vida. Se me ocurre que, cada vez que intento noblemente apartarme
del chico, él se las apaña para encontrar un camino de vuelta a mi vida. Si el
muchacho no hubiera sido sometido, sin duda, a sesión tras sesión de espantosa
tortura que, muy posiblemente, haya incluido la siempre agradable violación en grupo,
comenzaría a preocuparme por lo que podría pasar cuando los dos estemos aislados.
Tal y como están las cosas, probablemente él no querrá que le vuelvan a tocar. Hago
una pausa, una vez más, para sentirme agradecido por habérmelo follado yo primero.
Al menos, él sabía cómo debería ser esto antes de caer víctima de los enfermos
impulsos controladores de esos subordinados aduladores hambrientos de poder.

Cierro los ojos fuertemente e intento detener en seco ese hilo de mis pensamientos.
Acerco el vaso a mis labios pero, de pronto, siento demasiadas náuseas como para
beber. Un baño. Luego a la cama. No voy a preocuparme por si él estará bien o no. No

142
voy a preguntarme qué demonios ha tenido que aguantar ni si se recuperará de ello
alguna vez. Voy a desterrar al chico de mi mente hasta que pueda entra en la suya y
sacarle de nuevo de allí.

No me pregunto qué podría pasar si no lo consiguiera. No puedo permitirme fallar.

----------------------------------------------------

Parpadeo, intentando abrir los ojos, y veo una figura oscura sentada en una silla a los
pies de la cama, una cabeza morena sostenida entre manos pálidas.

—¿Profesor?

La cabeza se alza.

—No. Soy yo... Sirius.

Cierto. Snape está muerto, recuerdo de pronto. Y yo no lo estoy. Sirius tira de su silla,
acercándola al cabecero de la cama. Puedo ver una sonrisa forzada en su cara. Me
agarra la mano y aprieta. Me concentro en el contacto e intento hacer desaparecer el
impulso de empezar a gritar de nuevo. Me disculpo débilmente por haber confundido a
mi padrino con su peor enemigo. La confusión podría haber sido divertida... excepto
que no lo es. Snape está muerto. Y yo sigo siendo el chico que vivió.

—¿Cómo te sientes? —pregunta.

Desesperanzado. Asqueado Solo.

—Tengo sed.

Me sirve un vaso de agua de una jarra junto a mi cama. Me incorporo. Mi garganta se


niega a tragar. Escupo el agua en la taza.

—¿Qué día es hoy? —pregunto con voz ronca.

—Martes por la mañana. Has estado fuera de juego durante casi cinco días. —
Asiento. Eso explicaría por qué siento el cuerpo como si fuera plomo—. Dumbledore
dijo que ayer te despertaste durante unos minutos. Siento no haber estado aquí. Sólo
me fui un minuto. En el peor momento. —Se ríe débilmente y yo trato de sonreír. Mi
sonrisa se siente más bien como una mueca. Dejo de intentarlo.

—¿Han encontrado el cuerpo? —susurro, y luego me concentro en beber otra vez


para ocultar una creciente marea de emociones. Consigo que pase algo de agua antes
de alzar la vista hasta Sirius, que parece confundido. Su expresión se transforma en
otra que parece de derrota y respiro hondo, preparándome para su respuesta.

—Sí... Pero Harry, no quiero que pienses en eso... ¿de acuerdo? Tú sólo... necesitas
ponerte mejor y... Mira, él se lo merecía. Lo que fuera que le sucediera.

143
La pesada carga que lleva ocupando mi pecho desde que desperté se vuelve líquida y
sube burbujeando por mi garganta.

—¿Cómo...? —Empiezo a temblar. No importa cuánto hubiera odiado a Snape, nadie


merece morir. No de esa forma—. ¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo puedes siquiera
pensar...? —Las lágrimas ya están cayendo antes de que pueda parpadear intentando
contenerlas. Quiero golpearle. Sirius. Mi padrino. Aprieto los puños y me dejo caer en
la cama.

—Lo siento, Harry. No debería...

—Lárgate. —Mantengo mi voz en un susurro, asustado de que, si la alzo, podría


comenzar a gritarle.

—Harry...

Me doy la vuelta y entierro el rostro en la almohada. Tengo la súbita necesidad de


contarle todo lo ocurrido entre su enemigo de la infancia y yo. Quiero contarle que fue
Snape quien estuvo a mi lado cuando él no estaba. Quiero que sepa lo mucho que yo
amaba al hombre que él odiaba. Quiero herirle.

—Vete. Por favor.

Le oigo levantarse y abandonar la habitación. Tan pronto como escucho el clic de la


puerta, grito contra la almohada, reuniendo cada onza de energía que me queda en el
cuerpo. Estoy llorando de nuevo. No tengo la fuerza de voluntad para preocuparme
por ello. No quiero hacer nada más. Él está muerto. Como mis padres. Como Hagrid.
Como Cedric. ¿Cuántas personas más tienen que morir por mi causa?

Las palabras de Voldemort vuelven a mí.

Harry Potter. Debería darte las gracias por haberme ayudado a localizar a un
escurridizo Slytherin amigo mío. Temía no ser capaz de volver a encontrarle nunca.
Habría sido una pérdida muy lamentable. Afortunadamente para mí, parece que
guardas a Severus en tu corazón con tanto cariño como yo. No hay que preocuparse,
Harry. Verás a tu amor de nuevo muy pronto. Me atrevo a decir que será cuestión de
unas horas.

Voldemort lo sabía. No sé cómo lo supo. Mi sueño. No era un sueño. Ni una visión. Me


encontró. Encontró a Snape... Severus. Se llama Severus. Llamaba. Lo han
asesinado. Y yo he sobrevivido. Otra vez.

Ya no puedo llorar más. Me siento como si mi cuerpo estuviera atrapado


permanentemente en medio de un sollozo. Siento el pecho vacío y no puedo respirar
lo suficientemente hondo como para expulsar esta sensación que me hace sentir que
me ahogo. Intento no pensar en qué ocurrirá una vez salga de aquí. O cómo será la
vida sin él.

Me pongo de costado, secándome la cara con las sábanas. Comienzo a preguntarme


dónde estará. Se me ocurre que su fantasma no era como los otros fantasmas de
Hogwarts. El suyo no era pálido, sino oscuro y ensombrecido. No quiero pensar en
qué podría significar eso. Me centro en preguntarme si volverá. Esperando que
regrese, aunque sea tan sólo un momento. Se me escapa un resoplido al darme
cuenta de que quiero que me ronde el fantasma de mi profesor de Pociones.

144
Comienzo a imaginarle siguiéndome a las clases. Mirando con aire despectivo a todo
el mundo. Creo que sería incluso más terrorífico que el Barón Sanguinario. Quizás
pueda enseñar todavía. Como Binns.

Oigo la puerta abrirse. Me pongo tenso.

—¿Harry?

Dumbledore.

Me pongo boca arriba y abro los ojos. Cierra la puerta con un hechizo y me incorporo,
curioso por saber la razón. Camina hacia mí, un borrón blanco y morado que se hace
más nítido conforme se acerca. Le miro con los ojos entrecerrados para verle mejor y
dedico un pensamiento fugaz a preguntarme si habrá oftalmólogos en el mundo
mágico. No me está mirando. Mira más allá de mí. Me vuelvo para ver qué es.

—Severus —dice, y el estómago me da un vuelco. Fijo la mirada salvajemente en la


dirección en la que ha estado mirando, medio esperando ver materializarse una nube
oscura y brillante—. Si haces el favor.

Puedo escuchar un fuerte suspiro que viene de la esquina. Los fantasmas no suspiran,
¿o sí? El corazón me golpea atronadoramente en el pecho. Observo mientras se quita
mi capa de invisibilidad. Se me cierra la garganta al ser atacado por tantas emociones
contradictorias que la cabeza me da vueltas al intentar distinguirlas.

Confusión. Alivio. Alegría. Humillación. Amor. Está vivo.

Esto es demasiado para mí y, para mi gran sorpresa, estoy llorando de nuevo; como el
idiota que he resultado ser.

----------------------------------------------------

Pasmado, observo cómo Black sale pesadamente de la habitación. Casi siento cierta
empatía hacia ese bastardo. El sentimiento es tan vago como la ira hacia el muchacho
por ser tan ingrato como para echar a patadas al hombre que le salvó la vida. Por
supuesto, ha sido estúpido por parte de Black hablar con tanta ligereza de la muerte
de Pettigrew. Pero el pequeño gusano asesinó a los padres del chico. Potter debería
intentar recordar eso.

En el momento en que la puerta se cierra, él ahoga un grito contra su almohada,


dando puñetazos a la cama. El grito se ahoga en sollozos. Me siento asqueado y
fascinado al ser testigo de un momento privado de intensa emoción. Desenfrenada y
pura. Aterradora.

Debería sentirme avergonzado por lo mucho que disfruto merodeando sin ser visto,
simplemente observando. Creo que podría pasarme los días felizmente bajo esta
condenada cosa, contento de no volver a ser visto jamás. Pienso en cuánto agradaría
eso a muchas personas. Como no tengo por costumbre repartir alegría, aparto el
pensamiento de mi mente. Si alguna vez el chico se recupera, tendré que

145
devolvérsela. Una capa de invisibilidad es algo peligroso en manos de un recluso. Por
no decir en las de un voyeur.

Después de un rato, sus gimoteos disminuyen y casi llego a creer que ha llorado hasta
quedarse dormido. Se gira, quedando de frente a mí, y se seca el rostro sonrojado,
hinchado y distorsionado por la emoción. Sus ojos verdes son ahora incluso más
espectaculares debido a los párpados enrojecidos. Me debato entre el impulso de
arriesgarme a ser visto para ir a consolarle y una necesidad irresistible de huir de todo
y buscar las piedras severas y libres de sentimentalismo de mi mazmorra. No hago
ninguna de las dos cosas. Me quedo de pie, paralizado por su rostro entristecido.
Resopla, y una sonrisa irónica aparece sobre sus labios. Me entra la curiosidad por
saber qué la ha provocado.

—¿Harry? —Dumbledore entra y cierra la puerta con un hechizo antes de aproximarse


a la cama. Mira en mi dirección y asiente de manera cortante. Niego con la cabeza,
firmemente, intentando desesperadamente comunicarle que preferiría, con mucho,
permanecer sin ser visto. No quiero imaginar la expresión en la cara del chico si
descubriera que su pequeño berrinche ha tenido audiencia. Me atrevería a decir que
Potter moriría de humillación. Puede que yo no saliera mucho mejor parado.

Como de costumbre, Dumbledore ignora mi desesperación.

—Severus, si haces el favor. —Señala un asiento al lado de la cama del muchacho.


Hago un gesto despectivo, lanzo una mirada furibunda y, en general, hago todo lo que
está en mi poder para informar en silencio a este hombre de que le odio. Él ni siquiera
parpadea. Tampoco lo hace el chico, que mira entrecerrando los ojos en mi dirección
con una expresión aterrorizada. Suspiro con desaliento y me quito la capa.

El chico se queda con la boca abierta y yo aparto la mirada. Maldición. De acuerdo,


soy un pervertido. Una especie de mirón. En mi defensa, he de decir que se me había
prohibido ser visto. He hecho todo esto preocupado por el bienestar de Potter. No es
como si le hubiera estado observando mientras se hacía una paja. De alguna manera,
no creo que él lo vea de esa forma. Me dejo caer en la silla que hay al lado de la
cama, apartando la idea de que podría haber obtenido un cierto placer enfermizo si le
hubiera visto masturbarse. Soy un hombre depravado.

Escucho un sollozo ahogado y mis ojos se vuelven rápidamente hacia él. Pero, ¿por
qué demonios está lloriqueando ahora? Me maravilla el aparentemente interminable
torrente de lágrimas. Seguramente se le acabarán tarde o temprano.

Preferiblemente temprano.

Elimino mi expresión de asco y le observo mientras intenta controlarse. Me mira


fijamente, fulminándome a través de sus ojos entrecerrados. Dumbledore se aclara la
garganta y yo aparto la mirada de Potter, deseando que él me dedique la misma
cortesía.

—¿Harry?

Potter sacude la cabeza y la vuelve hacia el director. Me relajo un poco.

—¿Cómo te encuentras?

Inspira hondo y frunce el entrecejo.

146
—Yo... —Se ríe débilmente y se gira de nuevo para mirarme—. Pensé que usted...
quiero decir, le vi. Pensé que le había visto...

Si el chico hubiera estado alguna vez dotado para el lenguaje coherente, podría
preocuparme que su cerebro se hubiera ofuscado irreparablemente. Se muerde el
labio y, de pronto, me recuerda el verdadero talento de su boca.

—Pensaste que me habías visto —repito.

—Estaba ahí. Pensé... muerto. Pero no lo está. —Se ríe de nuevo—. Obviamente.

—Siento la decepción —digo.

Gira la cabeza bruscamente hacia mí, la boca abierta para replicar, pero Dumbledore
le interrumpe.

—Harry, si te encuentras con fuerzas, me temo que debo hacerte unas cuantas
preguntas.

Con lo que parece renuencia, Potter se vuelve hacia el director.

—No sé cuánto podré contestarle, señor. Quiero decir que, hasta ahora, pensaba que
el profesor Snape era un fantasma.

Bufo ante la horrible idea de ser condenado a permanecer en esta tierra


indefinidamente. Entonces me pregunto si sería como acechar por los rincones bajo
capas de invisibilidad prestadas.

El director, constato, ha recuperado ese maldito brillo en los ojos.

—¿Qué te hizo pensar eso? —Su boca tiembla de diversión y sus ojos parpadean
hacia mí.

Potter arruga la nariz.

—Puede... puede que fuera un sueño. Creí que... la noche que llegué aquí... —se
vuelve hacia mí de nuevo— le vi a usted. Pero... vi a través de usted. Fue muy raro.
Yo... —Inspira profundamente—. Dios, me alegro de que estés vivo.

—¿Podría haber sido la poción, Severus? Parece que era capaz de verte. Después de
todo, se dirigió a ti.

Gruño.

—Sí. Si no hubieras estado obviamente loco en aquel momento, podría sentirme


tentado de quitarte puntos por haberte dirigido a mí de forma tan informal. —Me
complace la expresión de horrorizada comprensión del chico y me siento vagamente
agradecido de que el Director no pueda ver la culpabilidad en su cara.

Dumbledore se ríe suavemente.

—Sí, bueno, creo que en este caso podemos dejar pasar esta infracción leve. —Se
aclara la garganta y adopta un aire más serio—. Veamos, Harry. Quiero que sepas

147
que, pase lo que pase, haré todo lo que esté en mi mano para protegerte. Pero
necesito que me cuentes lo que sepas sobre la muerte de Peter Pettigrew.

Potter se queda con la boca abierta.

—Está... —Agacha los hombros y comienza a pellizcar la manta con nerviosismo—.


Él... él me ayudó. Me salvó. Creo... creo que Voldemort debe de haber... —Suspira
pesadamente. Me pongo tenso, esperando otra exhibición histérica. No sucede.

Un visible alivio inunda el rostro de Dumbledore. Yo me reclino en la silla, tachando


mentalmente “asesinato” de la larga lista de cosas que el chico es demasiado joven
como para haber hecho ya. Se me ocurre en este momento que, si el chico no fue
quien asesinó a Pettigrew, entonces su histérica reacción de hace unos momentos
tiene que deberse a que creía que yo estaba muerto. Lo que significa que creyó que
Black se estaba refiriendo a mí. Lo que significa que echó a Black a patadas por mí.
Sonrío despectivamente ante la cálida sensación que se extiende por mi pecho y
reprimo el impulso de besar a ese chico bobo.

—No tienes por qué preocuparte por eso ahora, Harry —dice Dumbledore, sacándome
de mi momento de victoriosa alegría.

—Es de quien Sirius estaba hablando —piensa en voz alta—. Dios... él tiene que
estar... soy tan idiota. —Entierra la cabeza entre las manos durante un momento antes
de mirarme—. De todas formas, ¿por qué estaba usted escondiéndose? —Hay una
traza de ira en su expresión. Dumbledore me interrumpe antes de que tenga la
oportunidad de responder.

—Le pedí a Severus que no se dejase ver. Sirius estará bien. Le explicaré el
malentendido. Pero, en este momento, me gustaría saber más sobre el sueño que
tuviste la noche antes de ser capturado.

Su mirada desciende hasta la cama.

—No… no fue un sueño, señor. Fue… bueno, no lo sé exactamente. Pero Voldemort


me encontró a través de él. Él dijo que nosotros… que Voldemort y yo estamos…
conectados. De alguna manera. No lo sé. Pero él sabía… cosas. Como si pudiera leer
mi mente, señor. Sabía que el profesor Snape estaba conmigo.

—¿Tienes idea de cómo averiguó esto?

Miro a Dumbledore, que mantiene una expresión neutral. Mis ojos se vuelven hacia
Potter, que niega con la cabeza, mudo.

—Sólo dijo… bueno. No lo recuerdo, señor. ¿A lo mejor mi cicatriz?

Dejo escapar un imperceptible suspiro de alivio. El muchacho no sabe nada. Es lo


mejor para él, que siga ignorándolo.

—Muy bien. ¿Recuerdas alguna otra cosa? Tal vez una conversación. ¿Algo más que
dijera Voldemort? Cualquier cosa.

—En realidad no, señor. Él… no estuvo allí mucho rato. Había tres mortífagos que se
quedaban conmigo. Todos tenían máscaras pero… Colagusano estaba allí. Ya sabe,

148
la mano. Y no estoy seguro, pero creo que uno de ellos era el señor Malfoy, a juzgar
por la voz. No sé quién era el otro. Voldemort dijo… que estaba planeando una
fiesta… Oh… —Los ojos del chico se agrandan al golpearle una idea—. Dijo... Eso fue
raro, dijo que iba a celebrar su inmortalidad. Dijo que necesitaba que yo le ayudara… o
algo. —El muchacho mira a Dumbledore, que asiente—. Señor, yo estaba bastante
enloquecido para cuando llegué allí. Es decir, no recuerdo. Mucho. —Me llama la
atención su mandíbula, apretada fuertemente bajo la pálida piel. Recuerda más de lo
que dice.

—Comprendo —dice Dumbledore. Y es cierto—. Si se te ocurre alguna otra cosa,


Harry, por favor comunícaselo al profesor Snape. Me temo que vosotros dos tendréis
que volver a esconderos durante…

—¡No!

La negativa del chico es inesperada, como poco. Un pánico repentino me golpea,


mientras me pregunto por qué no quiere estar encerrado conmigo de nuevo.

Niega férreamente con la cabeza durante un momento, antes de encontrar su voz

—No, profesor Dumbledore, yo… Él… Voldemort me encontró, señor. No sé cómo,


pero creo que puede hacerlo otra vez. No… no quiero… Él sabía que el profesor
Snape estaba conmigo. No puedo… Por favor. —Mantiene la cabeza agachada, como
si tuviera miedo de mirarnos a alguno de los dos.

Dumbledore muestra una sonrisa triste y yo hago una mueca despectiva ante el
altruismo del chico. Luego me doy cuenta de que su generosidad es meramente
autoprotección disfrazada. Si lo que he presenciado antes es indicación alguna del que
sería su estado emocional si alguien más muriera a causa de su estatus como
enemigo acérrimo de Voldemort, comprendo su reticencia a asociarse con nadie. La
comprendo. Pero no lo toleraré.

—Agradezco su preocupación por mi seguridad, señor Potter. No obstante, que me


ahorquen si voy a permitirle martirizarse por ello. Si se le deja solo, indudablemente
hará algo estúpido. No consentiré que su muerte caiga sobre mi conciencia.

—¡Yo no quiero su muerte sobre la mía tampoco! —Sus ojos brillan con un indicio de
su desafío anterior.

—Harry, te puedo asegurar que tanto tú como el profesor Snape estaréis a salvo.
Ahora que somos conscientes de que Voldemort conoce un modo de encontrarte,
podemos prepararnos. Ninguno de vosotros abandonará Hogwarts, y hemos tomado
ciertas precauciones para manteneros seguros a ambos. Voy a tener que pedirte que
confíes en mí.

—Yo… —empieza a replicar, pero sacude la cabeza, apartando sus argumentos—. No


tengo elección, ¿verdad?

—Lo siento, Harry. Me temo que es la única manera en que puedo garantizar tu
seguridad. —Potter se frota el rostro con ambas manos y resopla sin alegría. El
director se levanta de la silla—. Voy a decirle a Madame Pomfrey que vas a darte de
alta.

—Necesito hablar con Sirius —murmura Potter.

149
—Yo hablaré con Sirius esta tarde. Está descansando un poco en este momento, cosa
que necesitaba mucho. No te preocupes, Harry. Él lo entenderá. —Dumbledore le
sonríe al chico, que no le está mirando, antes de volverse e ir a buscar a Pomfrey.
Desaparece por el pasillo que lleva a su oficina. Potter levanta la cabeza
repentinamente y me mira con furia.

—Si ocurre algo… si tú mueres… —Sacude la cabeza y baja la vista de nuevo hacia
las mantas—. No sería capaz de soportarlo, sabes. Yo… no podría…

—Potter, cállate. Deja de montar un melodrama. No voy a morirme. —El enfado suena
claramente en mi voz. Sé a dónde quiere llegar el chico con esta locura y no lo
permitiré—. Me atrevería a decir que los hados no serán tan misericordiosos. Y si, por
alguna insólita manifestación de buena fortuna, me matan, estoy seguro de que tú
sobrevivirás, siendo joven y resistente como eres.

—¡Joder!, no entiendes una mierda, ¿verdad? —dice a través de sus dientes


apretados. Tiene las mejillas coloradas. Abro la boca para reprender su pérdida de
control, pero él habla antes de que yo tenga la ocasión—: No quiero estar aquí sin ti.
Tú eres el único… tú… —Se le escapa un gruñido de frustración y se deja caer sobre
la almohada. Se cubre la cara con las manos y trata de calmarse.

—Pequeño idiota insolente. Hay un montón de gente que se preocupa por tu


bienestar. ¿Y tú qué, Potter, te matarías? ¿Por mí? Menuda forma de agradecer a tus
padres que dieran sus vidas por salvar la tuya.

—Cállate. —Su voz es grave y fría.

—¿Qué has dicho?

—Ya me has oído.

—En efecto. ¿Qué te pasa, Potter? ¿No quieres que te recuerden los sacrificios que
otros han hecho por ti? —Me digo a mí mismo que tengo que callarme, dejarlo pasar,
pero una parte de mí sigue adelante. La parte de mí que necesita aplastar su
desesperación. Su apego enfermizo—. Sí, no querrías preocupar esa preciosa
cabecita tuya con ningún sentimiento de responsabilidad hacia aquellos que han
muerto por ti. Procuraré no recordarte que otro hombre acaba de morir para que tú
tuvieras la oportunidad de vivir. —Las palabras salen de mi boca con una fluidez
desconcertante. Sé que sólo son verdades a medias. Que, honradamente, el
muchacho es una víctima de toda esta gente que dio su vida por él. Acumulando
responsabilidad tras responsabilidad sobre él. Injustamente, dirijo mi propia rabia
indignada ante lo desesperada que es la vida del chico hacia él. Comprendo por qué
quiere morir. Y la parte de mí que me observa mientras le echo un sermón sobre las
obligaciones que le han impuesto también quiere que muera.

—Serás cabrón —dice ahogadamente.

—Y tanto. —Me pongo en pie y me cubro con la capa, listo para volver a mis
habitaciones. Intento no escuchar mientras me insulta de nuevo contra las palmas de
sus manos. Vuelvo a través de la red flu a mis aposentos, donde planeo recriminarme
mentalmente por hacer leña del árbol caído con el chico y luego, quizás, reunir fuerzas
para ser capaz de hacerlo de nuevo.

150
----------------------------------------------------

—¿Harry?

Abro los ojos y veo a Dumbledore mirándome fijamente desde arriba. Debo de
haberme quedado dormido. Siento un vacío en el estómago, y no tiene nada que ver
con el hecho de que hace siglos que no como. Mis ojos parpadean y se cierran. Sólo
quiero dormir. No quiero hacer nada que no sea dormir hasta que toda posibilidad de
despertarme de nuevo haya pasado hace mucho.

—¿Estás listo?

¿Lo estaré alguna vez? No. Me incorporo y muevo las piernas sobre el borde de la
cama. Me pongo de pie, pero tengo que volver a sentarme inmediatamente y esperar a
que mi cabeza deje de dar vueltas. El vacío de mi estómago se llena con un remolino
de náuseas.

—Comerás algo una vez te llevemos a las mazmorras.

Mi orgullo. Mi dignidad. Mi corazón. Una comida equilibrada compuesta por vergüenza


y culpabilidad, con una guarnición de depresión. Qué ganas tengo de eso. Me pongo
en pie de nuevo y Dumbledore me coge por el codo para sostenerme. A mi alrededor,
el mundo es una mancha borrosa gigante. Necesito las gafas. Parece una
preocupación de lo más idiota comparada con todas las otras cosas que han pasado
en la última semana. Pero, como estoy andando a ciegas, también es en mi mente la
más apremiante.

—¿Señor? ¿Cuándo podré reponer mis gafas?

—Oh, sí. Bueno, me temo que eso tendrá que esperar hasta que empiece el trimestre,
Harry. Mientras tanto, estoy seguro de que al profesor Snape no le importará preparar
una poción para aclararte la vista. Me atrevería a decir que los dos tendréis gran
cantidad de tiempo libre entre manos. —Se ríe suavemente y yo me trago una
creciente sensación de vacío.

No sabía que había una poción para arreglar la vista. Se me ocurre que, de haberlo
sabido, me habría sido útil unas cuantas veces en el campo de juego. Pensar en
quidditch me hace perder toda la energía que me quedaba. La perspectiva de volver a
jugar me pone más enfermo incluso, lo cual me horroriza. Adoro el quidditch, me digo
a mí mismo. Es una de las únicas cosas que me mantienen cuerdo. Me invade otro
fuerte impulso de volverme a dormir al ocurrírseme cuál es la otra cosa. O, más bien,
quién.

Cabrón.

Dumbledore me lleva a una clase vacía, y luego hacia la chimenea. Lanza polvos Flu a
las llamas.

—Los aposentos del profesor Snape —dice, sonriendo. Doy un paso hacia dentro e,
inspirando profundamente, repito mi destino. Salgo tropezándome de su chimenea un
segundo después y, milagrosamente, me las arreglo para no caerme de bruces. Él

151
está sentado en su silla habitual, pero no puedo distinguir la expresión de su cara. No
le digo nada. Camino hacia la otra silla y me siento. No creo ser capaz de estar más
de pie. Dumbledore sale tranquilamente de las llamas al cabo de un momento.

—Bien, veamos, Severus. ¿Confío en que ya tienes todo lo que necesitas? —Parece
haber un indicio de risa en su voz.

—No basta para todo el verano, Albus —dice Snape con amargura.

—No, nunca creí que lo fuera. Ahora bien, cualquier cosa que necesites de las cocinas
se puede convocar. Todo lo que envíes de vuelta será redirigido, de forma que nadie
pueda saber de dónde vienen los platos. Severus, a Harry le vendría bien una poción
para la vista, si puedes sacar tiempo. —Casi me río cuando pienso en cómo el tono
casi burlón de Dumbledore debe estar afectándole. Me puedo imaginar el aspecto que
debe tener su rostro. Sus ojos fijos en una mirada dura y furiosa, su boca fruncida en
una fina línea.

No es que me importe el aspecto que tenga. No me importa. Es un imbécil. Un imbécil


cruel y odioso.

—Encontrarás una cama adicional en tu dormitorio. Si necesitas algo más, ya sabes


dónde encontrarme, Severus. Harry, si precisas de alguna cosa, puedes hacérselo
saber al profesor Snape. Ya han bajado tu baúl.

Snape resopla desdeñosamente y me dan ganas de lanzarle algo. Una maldición,


preferiblemente. Pero mi varita está en el baúl y no puedo encontrar mi baúl a menos
que pueda ver. No puedo ver a menos que él me haga una puñetera poción, y que me
lleven los demonios si pienso pedirle ayuda. Nunca más.

—Ahora, si no hay nada más, será mejor que me vaya.

—Señor. ¿Le dirá usted a Sirius que lo siento, por favor? Que no se merecía lo que le
hice, sin importar lo que yo creyese. —En un solo día me las he arreglado para perder
a Snape, Sirius y, de algún modo, el quidditch. Pienso con añoranza en la cama
adicional de la que estaba hablando Dumbledore, y me pregunto vagamente qué es lo
opuesto a un insomne.

—No te preocupes, Harry. Hablaré con él. Tú sólo intenta disfrutar del resto de las
vacaciones, ¿de acuerdo?

Asiento y contengo una amarga carcajada. Disfrutar de mis vacaciones. Sí, es la mar
de divertido estar encerrado con un hombre que insiste en poner su dedo puntiagudo
en heridas ya de por sí dolorosas. Un hombre que todavía me habla como si tuviera
once años, a pesar del hecho de que hemos…

No. No voy a pensar en eso.

Oigo el sonido de la red flu llevándose al director. Un sentimiento de pánico empieza a


arremolinarse en ese enorme hueco donde solía estar mi corazón. No quiero estar
solo con él. No así. ¿Por qué no pudo Dumbledore haberme puesto otra vez en
aquella estúpida mazmorra? Donde no tendría que responder ante Snape. Donde no
habría posibilidad de que matara a nadie más. Él dijo que no agradezco que otros
dieran su vida por mí. Ojala comprendiera que habría dado la mía encantado para

152
salvar las suyas. Es terriblemente duro sentirse agradecido y culpable al mismo
tiempo. Pero él no lo entiende. Nadie lo entiende.

Mi furia hacia él se atenúa hasta ser una triste decepción. Es culpa mía por esperar
que él fuera diferente de todos los demás. Él tenía razón. Debería sentirme
agradecido. Me odio a mí mismo en silencio por no ser capaz de conseguirlo.

—Deberías comer algo —dice con voz grave, antes de levantarse.

Yo también me levanto. —No tengo hambre. Me voy a tumbar.

—Vale. Muérete de hambre.

—Gracias, creo que haré eso —le replico con enfado, y luego intento caminar
rápidamente hacia el dormitorio. Desafortunadamente, mi salida pierde su pretendido
efecto dramático porque tengo que andar despacio, ciego y débil como estoy. Puedo
sentir sus ojos sobre mí mientras cruzo la habitación. Se ríe. Si existiera Dios, me
mataría ahora mismo. El calor que sube de repente a mi rostro hace que me dé
vueltas la cabeza. Me siento rápidamente en el suelo y sigo deseando morirme con la
cara entre las manos.

Oigo cómo se acerca a mí por detrás. Se pone en cuclillas a mi lado y me planta un


sándwich en la cara.

—Come, niñato insufrible. No toleraré que te mueras en mi mazmorra. —Sentirle tan


cerca de mí amenaza con reducirme a otro montón lloriqueante de emociones.
Consigo reprimirlo y acepto el sándwich que me ofrece. Mi mano toca la suya, y el
poco control que poseía desaparece.

Dejo caer el sándwich y me lanzo hacia él. Cae de culo y entierro mi cabeza en su
cuello, sin importarme si lo he sorprendido o no. De pronto, todo lo que ha pasado...
ser capturado, torturado, creer que él había muerto, descubrir que estaba equivocado;
todo vuelve a mí de repente, aplastándome bajo ola tras ola de asfixiante emoción. Me
aferro a él como si me fuera la vida en ello durante lo que parece una eternidad. Sólo
después de haber logrado calmarme de nuevo me doy cuenta de que sus brazos me
rodean.

—No vuelvas a dejarme nunca —susurro contra su cuello, sólo medio consciente de
que estoy hablando.

Una mano se desliza, subiendo torpemente, por mi espalda. Él resopla.

—Lo dices como si tuviera elección. —Suspira y apoya su cabeza contra la mía. Me
relajo y le aferro con menos fuerza, pero no le suelto. No puedo. De pronto me siento
humano por primera vez desde que sucedió todo esto. Deseo en silencio que el tiempo
se detuviera para poder quedarme aquí contra él, para siempre. A salvo.

—Niño tonto —murmura—; me toca cargar contigo.

153
154

También podría gustarte