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Juan José Sayas Abengoechea

La España Visigoda.
Historia política

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La España Visigoda.
Historia política

LA ESPAÑA VISIGODA. HISTORIA POLÍTICA

ISBN: 978-84-9822-010-0

JUAN JOSÉ SAYAS ABENGOCHEA

THESAURUS:
Visigodos, Alarico, Ataulfo, Singerico, Walia, Alarico II, Teodorico, Amalarico, Teudis,
Teudiselo, Agila, Atanagildo, Liuva, Leovigildo, Recaredo, Liuva II, Witerico,
Gundemaro, Sisebuto, Recaredo II, Suintila, Sisenando, Chintila, Tulga, Chindasvinto,
Recesvinto, Wamba, Ervigio, Ergica, Witiza, Don Rodrigo, Concilios de Toledo, Muza

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La España visigoda. II: instituciones, economía y sociedad.

ESQUEMA
1. Los antecedentes
2. La configuración del reino visigodo español
3. El reino católico de Toledo
4. El período constituyente
5. Los últimos reyes visigodos

Bibliografía

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1. Los antecedentes

A lo largo de su andadura histórica el pueblo godo sostuvo frecuentes


relaciones con Roma. En el año 324, Constantino le concedió el estatuto de pueblo
federado y en el 376 los visigodos conducidos por Fritigerno fueron establecidos
provisionalmente en la Tracia y dejados allí a su suerte. Empujados por el hambre, se
lanzaron al ataque derrotando al ejército romano en Adrianópolis. (378). Teodosio I
renovó con ellos el pacto de federación y los instaló en la provincia de Mesia (382) con
la condición de que prestaran ayuda militar a los romanos.

A medida que las desgracias se cebaron en el Imperio romano durante los


inicios del siglo V los visigodos, gobernados por Alarico, redoblaron sus exigencias y
comenzaron a inmiscuirse sin ningún recato en los asuntos internos del Imperio.
Ataulfo llevó la presencia visigoda a las tierras de las Galias y de Hispania fijando su
residencia en Barcelona donde murió Teodosio, el hijo que tuvo con Galia Placidia que
sintetizaba el sincero deseo de colaborar con el Imperio. En esa ciudad Ataulfo fue
asesinado desencadenado las viejas querellas entre enemigos y partidarios del
Imperio romano. La facción anti-romana entregó el mando a Singerico, que pereció
asesinado enseguida, pues sus actos de crueldad presagiaban un futuro reinado lleno
de calamidades y horrores.

Eligieron por rey a Walia (416-419), que condujo a su pueblo al sur de la


Península Ibérica con la intención de trasladarlo a África romana donde esperaba
encontrarle un asentamiento definitivo. Una tempestad en medio del mar dio al traste
con la expedición. Faltos de víveres y obligados a deambular por tierras peninsulares
enemigas, los visigodos se pusieron de nuevo a disposición del Imperio que los utilizó
profusamente para combatir a los pueblos bárbaros instalados en Hispania. En el 418,
el general romano Constancio, temiendo, quizás que los visigodos se apoderasen de la
Península, les invitó a establecerse como federados en la provincia gala de Aquitania
II, donde constituyeron el reino visigodo de Tolosa.

Conforme el poder imperial se iba apagando, los visigodos aumentaron sus


funciones de mediación en Hispania. Luego, Eurico, aprovechando esa debilidad

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imperial, configuró en las Galias un gran reino que llegaba hasta el reino Ródano y el
Loira, al mismo tiempo que convertía a los visigodos en potencia hegemónica y en
garantía de la nueva situación en la Península. El impreciso dominio de Eurico sobre
las tierras peninsulares -excepción hecha de las posesiones suevas- se concretó
cuando los visigodos ocuparon la Tarraconense, mediante la acción combinada de dos
ejércitos. Uno ocupó Pamplona, Zaragoza y otras ciudades y el otro tomó Tarragona,
después de haber vencido la resistencia de la aristocracia tarraconense.

Eurico murió en Arlés a finales del año 484. Alarico II (484-507) heredó un reino
que su padre había extendido desmesuradamente. Hasta entonces el control de la
Tarraconense y de la Lusitania se efectuó sin la ayuda de una inmigración masiva. Fue
suficiente con el establecimiento de algunas guarniciones en lugares estratégicos y en
ciudades importantes. Pero durante el reinado de Alarico II se realizó un gran esfuerzo
por acercar Hispania al reino tolosano y estrechar las tierras y las gentes de ambas
partes el reino. Por ello se efectuaron asentamientos masivos de campesinos
visigodos en la Alta Meseta castellana que las excavaciones arqueológicas han puesto
de manifiesto, mientras que la Chronica Caesaraugustana, notifica, para el año 494,
que los godos entraron en Hispania. Dos años después, esta misma obra informa de la
sublevación de Burdunelo, que encabezó, posiblemente, un levantamiento de los
propietarios perjudicados por los asentamientos, que continuaron realizándose en el
497, pues la Crónica dice que Gothi intra Hispanias sedes acceperunt.

2. La configuración del reino visigodo español

En el 507, francos y visigodos se enfrentaron en Vouillé. La derrota y muerte de


Alarico II ocasionó la pérdida de la mayor parte del territorio de las Galias y el traslado
a la Península Ibérica del centro de gravedad del poder político, económico y
administrativo de los godos se trasladó. Las pérdidas territoriales y humanas de los
visigodos hubieran sido mayores si el rey ostrogodo Teodorico (regencia 510-526) no
hubiese intervenido en ayuda de sus congéneres. Su intervención no era
desinteresada. Defendía la herencia del pequeño Amalerico, fruto del matrimonio de su
hija con Alarico II, contra los enemigos del exterior y contra el bastardo Gesaleico,

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proclamado rey por grupo de nobles visigodos. Tras su derrota y ejecución (año 513),
el poder pasó nominalmente a manos de Amalarico, aunque Teodorico (regencia del
510-526), hasta su muerte en el 526, actuaba en la práctica como regente y protector
de su nieto, cubriendo su gestión con los ropajes ideológicos de la Restauratio.
puestas de manifiesto la restauración de la prefectura de las Galias. Desde esta
perspectiva teórica, los territorios visigodos de la Península formaban parte de la
prefectura de las Galias; pero, desde el punto de vista de los hechos, Teodorico
gobernó los territorios visigodos desde Rávena, delegando la administración de los
mismos a dos altos dignatarios, Ampelio y Liuvirito, el uno romano y el otro godo. Las
cuestiones militares las puso en manos de Teudis, el jefe militar (armiger) ostrogodo, a
quien Teodorico nombró tutor de su nieto Amalarico en el reino de Hispania. Estas
medidas tuvieron la virtud de proporcionar orden, estabilidad política y económica y
consolidar el poder de la maltrecha monarquía visigoda.

La muerte de Teodorico el Ostrogodo proporcionaba el momento oportuno para


replantear la supresión pacífica de la tutuela ejercida sobre el reino visigodo. Conforme
al arreglo pactado por los dos nietos del rey difunto, Amalarico (526-531) aceptaba un
nuevo trazado fronterizo en el que las tierras comprendidas entre el Ródano y los
Alpes (la Provenza) pasaban a formar parte del reino ostrogodo, mientras en la Galias
los visigodos seguirían manteniendo el dominio sobre la provincia de Septimania que
se completaba con el compromiso ostrogodo de repatriar las guarniciones ostrogodas
asentadas en tierras visigodas. El amigable distanciamiento respecto del reino
ostrogodo fue seguido y acompañado de un acercamiento al reino franco mediante el
casamiento del arriano Amalarico con la católica Clotilde, hija de Clodoveo, que fue
causa de frecuentes tensiones entre los esposos y sus familiares por motivos de fe.

Con Amalarico murió el último descendiente de la familia de Teodorico I (418-


451), que gobernó a los visigodos durante más de cien años. Por decisión de la
asamblea del pueblo en armas o por usurpación asumió el poder real Teudis (531-
548), un ostrogodo que fue antiguo tutor de Amalarico. En política interior sus
esfuerzos se dirigieron a consolidar el poder de la realeza, mostrando una actitud
tolerante con la Iglesia Católica y regulando por ley los costos de los litigantes y los
pagos voluntarios a los jueces.

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En política exterior logró expulsar de la Tarraconense, por medio de su general


Teudiselo, a los reyes francos Childeberto y Clotario que habían invadido devastaron
las tierras del Valle Medio del Ebro y asediando Zaragoza. Esas tierras quedaron
esquilmadas; pero los males de las tierras hispanas aumentaron todavía más cuando
una epidemia de peste bubónica diezmó la población y ocasionó el despoblamiento de
algunas zonas. Por otra parte, una vez que tomó conciencia de que las presiones que
el emperador Justiniano ejercía sobre las tierras del Mediterráneo occidentales eran
una muestra edulcorada de las ansias imperialistas bizantinas, procuró estrechar las
relaciones con los ostrogodos y con los vándalos de África, estableciendo una
guarnición visigoda en Ceuta (Septem Fratres), que los bizantinos desalojaron en el
534, sin que los visigodos pudieran recuperarla tras varias intentonas.

A causa de sus reveses en África, Teudis fue asesinado en el 548 y fue elegido
rey otro ostrogodo, el duque Teudiselo (548-549), favorecido por sus éxitos militares.
Después de un año y siete meses de gobierno, fue víctima de una conjura de nobles
visigodos entre los que es muy probable que se encontrase su sucesor, Agila (549-
555), un noble de ascendencia visigoda. Es un episodio más de la larga cadena de
querellas sucesorias a las que se habían entregado los nobles visigodos descuidaron
los asuntos y el control de algunas regiones y ciudades de la Península. De hecho, su
ejército fracasó estrepitosamente en el asedió y captura de la ciudad de Córdoba, que
mantuvo su autonomía hasta el año 572. El desastre de Córdoba minó la posición
política de Agila. En el 551, Atanagildo (551/555-567), el noble godo, se sublevó y
encabezó una revuelta. Fijó su residencia en Sevilla y para consolidar su posición
solicitó la ayuda de Justiniano, que envió un pequeño ejército que desembarcó en las
costas hispanas en el 552. Con la ayuda del ejército bizantino combatió durante tres
años a Agila, que fue asesinado en la ciudad de Mérida. Pero lo bizantinos habían
venido para quedarse y todos los intentos de Atanagildo por lograr su expulsión
fracasaron. La presencia bizantina, institucionalizada a través de un tratado, dio lugar a
la provincia imperial de Spania, que se extendía desde la desembocadura del
Guadalete hasta la zona situada al norte de Cartagena, aunque su extensión fue
cambiando a lo largo del tiempo por efecto de las presiones visigodas. Atanagildo no
sólo no logró arrojar a los bizantinos de Hispania, sino que tampoco logró someter a su
domino a algunas comunicadas locales de la Bética. Los gastos que originaron tantas
guerras y combates carcomieron los fundamentos económicos del reino que se intentó

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subsanar, infructuosamente, con acuñaciones monetales. Fijó su residencia en Toledo,


convertida de esa manera en la urbe regia. En esta ciudad murió sin dejar
descendencia. Durante cinco meses los magnates del reino fueron incapaces de
encontrar una salida sucesoria. Luego los nobles y el ejército de la provincia de la
Septimania que concentraba una gran cantidad de tropas para vigilar los movimientos
de los francos, eligieron a Liuva como rey en la ciudad de Narbona, un lugar muy
alejado del centro del poder del reino visigodo que se hallaba en Hispania. Por esta
razón, enseguida buscó la colaboración de su hermano Leovigildo, una persona muy
apreciada por la aristocracia hispana, le nombró su sucesor hereditario, compartió con
él (consortes regni) la dirección del reino encargándole el gobierno de Hispania
mientras él se reservaba el gobierno de la Galia narbonense y posiblemente también
de la Tarraconense.

A la muerte de Liuva en el 571, el Estado visigodo volvió a quedar unificado


bajo el mando de Leovigildo (571/72-586). La situación del reino era angustiosa. En
las Galias la amenaza de los francos era constante mientras que en la Península
persistía la presencia bizantina, el reino suevo mantenía una independencia
agonizante y amplias zonas del norte y del interior peninsulares escapaban al domino
visigodo o le habían hecho frente con éxito. Una situación política tan dispar no
impedía que tomara cuerpo, con firmeza, la idea de que todos los territorios de
Hispania constituían una unidad territorial y política llamada a ser regida por los
visigodos. Los acontecimientos históricos más importantes de su reinado en política
interior tienen como motor impulsor la consecución de esta meta como pone
claramente de manifiesto en las luchas emprendidas contra los bizantinos, en la
represión de las sublevaciones del interior, en la anexión del reino suevo, en las
guerras sostenidas en tierras cántabras y en territorio vascónico.

Estos esfuerzos militares estuvieron acompañados de decisiones importantes


en materia social con la acomodación de las leyes (Codigus Revisus) a las
circunstancias históricas y sociales y la abolición de la prohibición de matrimonios
mixtos que se remontaba a época romana facilitaba la integración de la población, y en
materia religiosa, en donde se pretendía que la progresiva consecución de la unidad
política del reino se cimentase en la unidad religiosa del arrianismo, rasgo distintivo de
los visigodos, con concesiones doctrinales y disciplinares, donaciones, amenazas y el

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uso de la fuerza. En ese marco de persecución sitúan algunos investigadores las


acciones emprendidas contra el obispo Masona y sus feligreses de Mérida. Pero en un
ambiente en el que lo religioso se hacía político y todo lo político religioso, Masona fue
condenado al exilio no porque fuese un godo convertido al catolicismo, sino porque se
había negado a cumplir una orden real. Para el resto de la población cristiana era un
mal precedente que podía dañar el prestigio de la institución monárquica que tanto le
había costado cimentar mediante conquistas, disposiciones legales y la adopción del
ceremonial pomposo de los emperadores bizantinos. Abandonó las vestiduras vulgares
de sus predecesores. Cubrió su cuerpo con ricos vestidos, ciñó diadema y se sentó
majestuosamente en un trono espléndido. Además comenzó la acuñación de tremises
de oro que llevaban ya el nombre del monarca, en lugar del nombre de los
emperadores bizantinos.

Leovigildo deseó que esa monarquía fuerte y prestigiada quedase vinculada a


su familia. Por eso designó a sus hijos Hermenegildo y Recaredo consortes regni, en
situación de subordinación y sin la entrega de territorios a gobernar. Pero en el 579,
para evitar problemas familiares entregó el gobierno –ad regnandum- de la Bética a su
hijo Hermenegildo. Es indudable que Leovigildo no dudaba de la fidelidad de su hijo.
Pero, en ese mismo año, Hermenegildo se sublevó contra su padre. La rebelión
suponía el rechazo de la autoridad del rey de Toledo. La insurrección se extendió por
las tierras de la Bética y del sur de Lusitania y alcanzó a ciudades como Mérida, Itálica,
Sevilla y Córdoba. El factor económico como elemento impulsor de la sublevación es
innegable, aunque algunos autores lo aderezan con los ropajes de un problema
religioso. Leovigildo movilizó el ejército para atacar a su hijo. Con esas tropas tomó
Mérida, ocupó Itálica y asedió Sevilla. Tras la conquista de Córdoba en el 584,
Hermenegildo fue capturado y desterrado a Valencia.

3. El reino católico de Toledo

Leovigildo murió en el 586. Le sucedió su hijo Recaredo (586-601). En líneas


generales, éste prosiguió las directrices políticas de su padre, si bien la prudencia
política aconsejaba un acercamiento a la nobleza del reino y un alineamiento religioso
con aquellas creencias que profesaban la mayoría de sus súbditos. En el año 587,

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poco después de su ascensión al trono, Recaredo dio a conocer su conversión, que


fue tomada, pese al tacto desplegado y a las reuniones mantenidas con los obispos
arrianos, como una seria amenaza para los sectores de la nobleza visigoda arriana e
hispanorromana conversa, que ejercían un incuestionable control político y religioso en
muchas ciudades hispanas, contando como había contado hasta entonces con el
poder real.

El miedo de la posible pérdida de sus posiciones de privilegio provocó una serie


de conjuras e insurrecciones. Una de esas conspiraciones tuvo lugar en Mérida, donde
residía un núcleo importante de magnates y de nobles guerreros. En el año 587, el
obispo arriano Sunna, en unión de los comites civitatis Segga, Vagrila y Witerico
tejieron la trama de una seria conspiración. El conjurado Witerico, futuro rey, denunció
la conspiración y Claudio, dux de la Lusitania, la sofocó inmediatamente. Dos años
después, en el 589, tuvo lugar en Toledo una conjura palaciega protagonizada por el
obispo arriano Uldila y la reina viuda Gosvinta, que fue abortada antes de que se
expandiera fuera de Toledo. Otra sublevación arriana tuvo lugar en la Septimania, una
zona muy sensible dada la proximidad de los reinos francos, con los que Recaredo
hizo grandes esfuerzos por mantener buenas relaciones que resultaron imposibles por
culpa de Gontran de Borgoña. Y en esa situación tan poco propicia tuvo lugar en el
589, antes de la celebración del Concilio de Toledo III, la sublevación del obispo
Athaloco y de dos condes godos, Granista y Vildigerno, en unión de otros muchos
arrianos, que solicitaron la ayuda de los francos que penetraron en la Septimania. El
ejército visigodo, dirigido por Claudio, dux de la Lusitania, infringió a los francos una
terrible derrota: 5.000 muertos y 2.000 prisioneros en poder godo.

Entre la notificación de la conversión de Recaredo y la celebración del Concilio


III de Toledo, en mayo del 589 (en él estuvieron presentes 72 obispos), transcurrieron
dos años. Constituye el acontecimiento más importante del reino, pues en dicho
Concilio se oficializó solemnemente la unidad religiosa cuando el rey y pueblo suevo y
godo, representados por sus seniores y obispos, renunciaron al arrianismo y abrazaron
el catolicismo. En este Concilio, la iglesia católica española adquirió un carácter
institucional, bajo la tutela del poder laico. Los concilios entendían, ciertamente, de
cuestiones doctrinales y disciplinares religiosas, pero también fueron utilizados para
formular preceptos constitucionales, para ordenar y reglamentar materias que no

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podían conceptuarse estrictamente como religiosas y para apoyar leyes y


orientaciones políticas de los reyes.

El Concilio facilitó el paso del arrianismo al catolicismo. No se exigió la


rebautización de los conversos. Bastó la confirmación o la imposición de manos
sacerdotales y se confirmó en sus sedes a los obispos arrianos convertidos, con el
riesgo de que existieran dos obispos en una misma diócesis, como ocurrió en las
ciudades de Tortosa, Valencia, Viseo, Tuy, Lugo y Oporto.

Estas medidas y la restitución a sus dueños de los bienes confiscados por


Leovigildo contribuyó a crear un clima de tranquilidad y sosiego. El monarca contaba
con la colaboración de jueces, administradores y obispos en asuntos civiles como por
ejemplo la fijación del volumen de impuestos a satisfacer, tal y como e desprende en la
Epistola de fisco barcinonensi del año 592. Aprovechando la paz interna, dirigió
algunas campañas militares contra los bizantinos y contra las incursiones de los
Vascones.

En diciembre de 601, Recaredo murió piadosamente en Toledo. Le sucedió su


hijo Liuva II (601-603). Desde el comienzo de su reinado, tuvo que hacer frente a dos
grandes retos ajenos a su voluntad: su inexperiencia, achacable a su juventud, y la
falta de apoyos nobiliarios debido a su origen plebeyo por parte de madre. Después de
año y medio de gobierno, fue depuesto por Witerico, que le cortó la mano derecha y lo
condenó a muerte, aquel noble que denunció ante Recaredo a los conspiradores
arrianos de Mérida.

Witerico (603-610) usurpó el poder contando con la colaboración de una


facción de la nobleza. Era un curtido militar que dirigió la política interna y externa del
reino con poder y energía. Reanudó la ofensiva militar contra los bizantinos,
aprovechando el hecho de que el gobierno imperial de Constantinopla pasaba por
dificultades. El ejército visigodo tomó la ciudad de Segontia (Gisgonza) y capturó
algunos soldados bizantinos.

En el 607 fracasó en sus intentos de suscribir una alianza matrimonial con la


corte de Borgoña. Teodorico II de Borgoña, rechazando el matrimonio, devolvió a

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Ermenberga, hija de Witerico, quedándose la dote. Witerico buscó vengar esta ofensa
suscribiendo una alianza con Clotario II de Nesutrasia, Teudeberto de Austrasia y con
el rey de los longobardos Agiulfo de la que desconocemos los objetivos alcanzados.
En política interior el rey se ensañó contra un sector de la aristocracia de la
Narbonense, sin que se conozcan los motivos que llevaron a adoptar esta política
represiva de la que fue objeto paciente el conde Bulgar, entre otros.

Después de siete años de gobierno, Witerico fue asesinado durante la


celebración de un banquete. Desconocemos las razones de este asesinato. San
Isidoro, reflejando, posiblemente, la opinión de un sector de la sociedad o del clero,
dice que este monarca hizo en vida muchas acciones injustas.

El nuevo rey Gundemaro (610-612) había sido, anteriormente, dux de la


Septimania. Desde ese puesto administrativo alivió la suerte de los perseguidos por
Witerico. Con el cambio de reinado se cambiaron las tornas para muchos de los
partidarios de Witerico.

En la órbita de las preocupaciones de Gundemaro estaban los dos territorios de


la Península que escapaban al control visigodo: las tierras vasconas y las bizantinas.
El ataque contra los bizantinos resultaba oportuno, pues el imperio bizantino pasaba
por dificultades en Asia Menor y en África, pero el ataque se redujo al asedio de alguna
plaza bizantina. Tampoco el ataque contra los vascones revistió mucha importancia.
Fue una más de esas escaramuzas militares que desde Leovigildo los reyes visigodos
solían lanzar contra los vascones. En materia de organización religiosa Gundemaro
tomó la iniciativa de convertir la ciudad de Toledo en sede metropolitana de la
provincia Cartaginense, acabando con la ficción de una provincia inexistente de
Carpetania, de la que el obispo de Toledo era su metropolitano porque el obispo de
Cartagena, ciudad ocupada por los bizantinos, firmaba como metropolitano de la
provincia Cartaginense. El concilio provincial de Toledo del año 610, respaldado por un
decreto real, declaró la primacía de Toledo sobre todas las sedes de la provincia
Cartaginense.

La política seguida por Gundemaro con los reinos francos no difiere, en


sustancia, gran cosa de la mantenida desde los tiempos de Recaredo: amistad y

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alianza con Teodoberto de Austrasia y Clotario II de Neustrasia, a los que ayudó


económica y militarmente en varias ocasiones, y precaución y enemistad con
Teodorico II de Borgoña, que retenía y encarcelaba a los embajadores visigodos
obligando a Gundemaro a ordenar al dux Bulgar la ocupación de las plazas de
Iuviniacum (Juvignac) y Cornelianum (Corneilhan).

Este rey murió en Toledo en febrero o marzo 612. Rápidamente, los grupos
nobiliarios eligieron a Sisebuto (612-621), probablemente un miembro destacado de la
nobleza visigoda que gozaba de probada experiencia militar. Sisebuto es el más culto
de los monarcas visigodos. Sisebuto tuvo muchas y grandes inquietudes literarias.
Escribió muchas cartas en un estilo acomodado a las circunstancias y a las personas a
las que las dirige. Es autor, además, de un poema, el Astronomicum, de 61
hexámetros. La obra, en la que vierte sus conocimientos sobre los eclipses de luna, y
de una pequeña obra hagiográfica Vida y pasión de San Desiderio de Vienne, en la
que manifiesta sus opiniones sobre la naturaleza de la función real, similar a la de un
pastor honesto y vigilante que se preocupa de la salud material y moral de sus
súbditos.

La gestión política de Sisebuto estuvo dominada por dos aspectos


fundamentales: la actividad guerrera y su preocupación por los asuntos religiosos del
reino, imprimiendo un nuevo y peligroso giro en la política desarrollada hasta entonces
respecto a la comunidad. Las campañas militares emprendidas no sólo suponían un
esfuerzo y logro importante en el camino que conducía al sometimiento de toda la
Península a una autoridad centralizada, sino un medio conveniente para reforzar la
autoridad real. El duque Suintila, futuro rey, redujo a la obediencia a los astures
transmontanos, a los roccones montañeses. Los ejércitos de Sisebuto dominaron
también la dominó la provincia de Cantabria y combatieron también a los bizantinos a
los que arrebataron algunos distritos rurales, varias ciudades y ciudades importantes.

Construyó la basílica de Santa Leocadia de Toledo, la iglesia emblemática en la


que se celebrarán cuatro concilios generales. No convocó ningún concilio general,
aunque durante su reinado se celebraron varios sínodos provinciales. En los asuntos
eclesiásticos la piedad real reviste el porte de una intromisión peligrosa, aunque hecha
con buena voluntad. El rey está plenamente convencido de que una de las funciones

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ineludibles de la realeza era velar por el buen orden eclesiástico y atender y tutelar la
vida de la iglesia. En lo que se refiere al trato a dispensar a la comunidad judía del
reino Sisebuto dio un salto cualitativo respecto a las normas establecidas por los
monarcas anteriores. Arrastrado en este terreno por un impulso religioso mal entendido
y poco acorde con la actitud y sentimientos mantenidos por la Iglesia de su tiempo, las
disposiciones del monarca tienen poco que ver con la materialización de un
proselitismo que se intenta imponer por medios pacíficos –similar al que practicaban
los judíos con los cristianos y los esclavos cristianos-, sino que responden a
obligaciones impuestas por la fuerza: todos los judíos del reino fueron obligados a
recibir el bautismo cristiano. Una parte de la población judía emigró de Hispania, la otra
recibió el bautismo de buena voluntad o exteriorizó una conversión ficticia y de
apariencia. El sincero, pero exagerado celo religioso de Sisebuto, creó, sin pretenderlo,
un problema social y religioso nuevo en Hispania: el problema de los
pseudoconversos, germen de futuros conflictos sociales y religiosos en Hispania. La
jerarquía católica no colaboró en esta tarea. Muerto el rey, la asamblea del Concilio IV
de Toledo criticó duramente esa política que obligaba a los judíos a convertirse al
cristianismo.

Cuando murió Sisebuto, por muerte natural, sobredosis de una medicina o


envenenamiento, le sucedió en el trono su hijo Recaredo II (621), que después de
reinar unos pocos días, pereció de muerte imprevista y extraña. La designación de los
magnates recayó en el duque Suintila (621-631), triunfador sobre roccones y
bizantinos en época de Sisebuto. Es un monarca a quien el destino le entregó el
legado histórico de adquirir las últimas posesiones bizantinas de España y de unir bajo
un mismo cetro todas las tierras peninsulares, excepción hecha de las tierras de los
levantiscos vascones. Incluso en su confrontación con los vascones, San Isidoro
describe su rendición conforme a procedimientos típicamente romanos y el deseo que
tuvo el monarca de poner los cimientos de la pacificación de la zona levantando en ella
la nueva ciudad de Oligitum para que sirviese de foco irradiador de cultura y de
contención.

Una vez que se logró la unidad política de Hispania, Suintila estaba en pleno
disfrute de su prestigio y autoridad. Era la ocasión propicia para asociar al trono a su
joven hijo Ricimiro. No se dispone de datos que indiquen que fuese contestada esa

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asociación, aunque es verdad que no deja de sorprender que en tan sólo cinco años el
poder de Suintila se debilitó con inusitada rapidez hasta el punto de que ya en el 631
fuese depuesto por una conjura nobiliaria. No se conocen las causas precisas que
alentaron esa conspiración, pero algunos indicios las relacionan con depuraciones y
coacciones a la aristocracia. La rebelión se produjo en la Septimania, una provincia
fronteriza que concentraba muchas tropas y mandos de la nobleza militar goda,
además de muchas familias nobiliarias que residían de tiempo en dicha provincia. En
esta ocasión el núcleo aglutinante de la rebelión lo constituyó un poderoso clan
aristocrático. A ese clan pertenecía el insurgente y futuro rey Sisenando, posiblemente
duque de la Septimania y los obispos de las sedes episcopales de Berziers y Narbona.
Sisenando, puesto al frente de la rebelión, solicitó a Dagoberto de Neustria el envío de
tropas de apoyo. La rebelión se expandió y las deserciones y traiciones fueron en
aumento. La situación del monarca se hizo insostenible cuando un ejército procedente
de Borgoña llegó a las proximidades de Zaragoza. Suintila, abandonado por todos, fue
depuesto y la nobleza eligió al rebelde Sisenando.

4. El período constituyente

Los primeros años del reinado de Sisenando (631-636) fueron confusos y


turbulentos, indicio que hace sospechar que la unanimidad de la aristocracia que le
aupó al trono no fue tan fuerte como cabía esperar o, al menos duró muy poco tiempo.
Enseguida se produjeron sublevaciones y revueltas nobiliarias, en las que parece que
participó el magnate Geila, hermano del depuesto Suintila. No fueron estos los únicos
indicios de rebelión y de intranquilidad que se vivieron en aquellos tiempos. Al reinado
de Suintila o de Sisenando se remite la emisión de dos trientes áureos, acuñados en
las cecas de Mérida y Iliberris, que llevan la leyenda Iudila rex. Ninguna fuente literaria
menciona a este personaje, pero estos testimonios numismáticos hacen suponer que
Iudila encontró fuertes apoyos en dos provincias tan importantes como la Lusitania y la
Bética y que fue proclamado rey en oposición, quizás, a Sisenando. También varias
cartas de San Braulio que requieren una datación más precisa, recuerdan los
desórdenes y desgracias que sufrió la comarca de Zaragoza.

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El acontecimiento más importante del reinado fue la celebración en el 633 del


IV Concilio de Toledo bajo la presidencia de San Isidoro de Sevilla. En 74 cánones los
padres conciliares dieron respuesta a diversas cuestiones eclesiásticas, intentando
imponer, por ejemplo, un mismo criterio en la aplicación de la disciplina eclesiástica o
en la unificación de ritos y prácticas litúrgicas, que hasta entonces diferenciaba a las
iglesias de Septimania y de Galicia de las demás iglesias del reino. En otros aspectos
disciplinares se ratificó la inmunidad personal de los clérigos y se confirmó la
cooperación del pueblo y clero en la elección de nuevos obispos. La asamblea
conciliar trató también el problema judío. Lo hizo en 10 cánones que recogían, por lo
general, cuestiones relacionadas con los judíos y que ya se habían tratado en concilios
anteriores. Lo más revelador a este respecto fue que los miembros del concilio
condenaban las conversiones forzadas y criticaban la política de coacción practicada
por Sisenando..

Con el canon 75, el último que recoge las Actas, el concilio emprende una
nueva etapa en el desarrollo constitucional del reino. La doctrina contenida en este
canon es de inspiración isidorania. La doctrina de este canon era de suma importancia
para la estabilidad del reino, pues diseñaba y coordinaba las relaciones de los sectores
socio-políticos -monarca, nobleza y obispos- que intervienen y cooperan en la
dirección política del reino. La monarquía se reforzaba y fortalecía con argumentos
religiosos. El rey visigodo era el protegido de Dios. Por eso los súbditos le debían por
doble exigencia el juramento de fidelidad, de tal manera que atentar contra el rey era
un crimen político y religioso al mismo tiempo. La armoniosa relación del monarca con
su pueblo tenía como elemento de cohesión la necesidad de que el rey actuase como
un monarca cristiano conforme a las normas legales del Estado. Y entre las normas
constitucionales del reino la asamblea conciliar estableció que la sucesión al trono se
realizase mediante el sistema electivo. Muerto el rey, los magnates del reino
designaban al sucesor de mutuo acuerdo con los obispos.

La misión político-religiosa del rey en el mundo terrenal consistía en conducir a


su pueblo con justicia y piedad. En este sentido el concilio dispuso que el rey no podía
condenar y confiscar los bienes de un noble, sin un juicio justo y sin el consentimiento
de los miembros de su clase.

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El 12 de marzo del 636 moría el rey Sisenando en Toledo. Subió al trono


Chintila (636-39). Posiblemente fuese elegido rey conforme al procedimiento de la
elección establecido tres años antes en el Concilio IV de Toledo. Al poco tiempo de
subir al trono, el monarca convocó y celebró en el 636 el Concilio V de Toledo. Algunos
de los asuntos tratados en él aclaran parcialmente la intención de la convocatoria.
Después de subir al trono, parece que las usurpaciones preocupaban mucho al rey. La
asamblea conciliar lanzó condenas contra todos aquellos que injuriasen al rey y dio
garantías a los familiares del rey y a los fideles regis de que mantendrían, tras la
muerte del rey, la posesión y disfrute de sus propiedades justamente poseídas y
adquiridas. Replantearon de nuevo el tema de la sucesión al trono. Los aspirantes
debían ser de noble cuna, de estirpe goda y elegidos por los obispos y nobles.

Al poco tiempo (638) el rey convocó un nuevo concilio en el que elaboró un


símbolo de la fe. En cuestiones políticas el concilio promulgó normas que protegían la
figura, vida y propiedades del rey y de sus familiares y atacaban a aquellos que
buscaban refugio en países extranjeros y maquinaban contra el Estado.

El concilio tocó también la cuestión judía. El cambio más sorprendente en este


terreno fue la norma que impedía que nadie que no fuese oficialmente católico viviese
en el reino. Los conversos de la comunidad hebrea de Toledo suscribieron un placitum,
en el que se comprometían a perseverar en la fe católica, a dilapidar a quien se
apartase de ella y a renunciar de sus antiguas creencias. Esto invalidaba, en cierta
manera, la disposición del Concilio IV de Toledo contra las conversiones forzadas.

En noviembre de 639 moría el rey Chintila, que había designado como sucesor
a su hijo Tulga (639-42). El criterio de la herencia se imponía a la regla de la elección
establecida con anterioridad en el Concilio IV de Toledo. Era un adolescente de buen
carácter, pero débil e inexperto. Tras unos pocos años de gobierno en los que hubo
varios conatos de sublevación, triunfó una revuelta de senadores godos. Chindasvinto
fue proclamado rey (642-649 como rey único). Tulga fue depuesto, tonsurado y
enclaustrado en un recinto religioso.

Cuando Chindasvinto subió al trono en abril de 642 era un anciano de casi


ochenta años lleno de vida y energía. Conocía la propensión de los godos a maquinar

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revueltas y a destronar reyes. No le tembló el pulso a la hora de acompasar las tareas


de gobierno con la más dura represión. Ordenó la ejecución de muchas personas que
habían conspirado en reinados anteriores. Otras fueron desterradas y sus propiedades
entregadas a los partidarios del rey. Las purgas se prolongaron durante casi todo el
tiempo que duró su reinado. En ellas perecieron más de doscientos primates Gotorum
y quinientos mediocres palatii. Muchos nobles salvaron su vida huyendo al extranjero
desde donde maquinaban contra el régimen. Para disponer contra ellos de la cobertura
legal necesaria Chindasvinto elaboró una ley contra la traición, que afectaba tanto a
aquellos que en el interior atentaban contra el trono como a los rebeldes que habían
huido al extranjero (profugi). Hay indicios suficientes para creer que esta legislación de
Chindasvinto se aplicó y que la administración dispuso de un servicio de información
eficiente.

Con tanta purga y represión era natural que el monarca encontrase cierta
resistencia entre el sector eclesiástico. Tampoco en el terreno religioso Chindasvinto
estaba dispuesto a permitir que la iglesia actuase por libre. Las tensiones habidas
entre el poder político y el religioso se dejan percibir en el hecho de que fueron muy
poco los obispos que asistieron al concilio VII de Toledo. La iglesia practicaba una
especie de resistencia pasiva. Pero el monarca no cesaba en su intención de reforzar
su posición en la iglesia, decidiendo, por ejemplo, el nombramiento de los obispos de
las sedes metropolitanas vacantes, en menoscabo de los intereses de los obispos o
promulgado leyes que atacaba algunos privilegios e inmunidades del clero.

Chindasvinto concibió un plan para revisar el Código de Leovigildo. Fue


también un gran legislador, que dejó su impronta en diversos campos de la
administración, de la economía y de la actividad jurídica. Con él la Hacienda pública
mejoró en términos globales no solo como consecuencia de las propiedades
confiscadas, sino, sobre todo, por el eficaz combate contra el fraude fiscal.

La represión y las purgas políticas no trajeron la paz y la tranquilidad al reino.


La preocupación por el futuro del reino era muy grande, especialmente teniendo en
cuenta la edad avanzada del rey. En el 648, Celso, alto funcionario de la provincia
Tarraconense, San Braulio de Zaragoza y el obispo Eutropio, en nombre propio y en el
del clero y pueblo de sus diócesis, enviaron una carta a Chindasvinto pidiéndole que

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asociara al trono a su hijo Recesvinto (asociado al trono del 649 al 653; como rey único
del 653 al 672), en razón a las circunstancias del reino y en aras de una futura y
tranquila sucesión. Padre e hijo gobernaron conjuntamente durante casi cinco años
(649-653), que Recesvinto aprovechó para impulsar la codificación del Derecho.

Esos años de corregencia de los que las fuentes históricas apenas


proporcionan algún dato significativo dan la sensación de una aparente tranquilidad
cuando en el fondo el reino era un volcán en el que ardían los resentimientos de la
aristocracia y del alto clero obispado contra el monarca. Todavía en vida de
Chindasvinto o inmediatamente después de su muerte tuvo lugar una revuelta
encabezada por Froya, un godo exilado. Uno de los territorios de acogida de esos
exilados (refugae ) fue el territorio vascón independiente. El levantamiento de Froya
pretendía acabar con el reino visigodo -debellaturus christianam patriam-, contando
para ello con la colaboración de la gens vasconum. Fueron estos vascones los que
devastaron las tierras del Valle Medio, tomaron numerosos cautivos, saquearon
iglesias y pusieron sitio a Zaragoza. El ejército visigodo acudió en auxilio de la ciudad,
rompió el cerco y dio muerte al rebelde Froya.

Al poco de la muerte de Chindasvinto, se celebró el Concilio VIII de Toledo


(653), cuyas actas signaron los firmantes habituales de otros concilios, además de los
representantes de los grupos sociales de los abades y de los magnates palatinos. Es
evidente que en calidad de rey único (653-672) Recesvinto intentaba contar con la
colaboración de una amplia base social con objeto de aminorar las tensiones políticas
generadas por su padre. Esto no bastaba. La situación política del reino era tan grave
que se hacía necesario que el monarca concediese una amnistía a todos los que
habían sido condenados por cuestiones políticas. Adherida a la cuestión de la amnistía
estaba el problema del destino de los bienes confiscados a los enemigos políticos y los
adquiridos injustamente por Chindasvinto. Los obispos y nobles, constituidos en
tribunal, dispusieron que dichos bienes debían restituirse a sus legítimos dueños,
entrar a formar parte, en su caso, del patrimonio de la Corona, o distribuirse entre los
nobles y personas del reino que Recesvinto dispusiese. Tras conocer el contenido de
este decreto Recesvinto emitió una ley utilizando términos similares, pero con
diferencias de fondo a favor de la Corona.

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En el concilio se trató también la cuestión de la sucesión al trono y el problema


de los judíos. En relación con el primer asunto la asamblea conciliar volvía a la clásica
doctrina constitucional del concilio IV de Toledo que ponía en manos de los obispos y
maiores palatii la elección del rey, añadiéndose, además, en esta ocasión, que dicha
elección se realizase en Toledo o en el lugar en donde hubiese fallecido el monarca.
Con relación a la cuestión judía el Concilio VIII de Toledo dedicó un solo canon, pero
en su Código se registran 10 leyes contra judíos y judaizantes.

En el reinado de Recesvinto se llevó a cabo la publicación de un nuevo código


de leyes, Liber Iudiciorum, que su padre había comenzado a revisar. El Código de
Recesvinto tenía en cuenta los cambios administrativos, sociales y políticos operados
en el reino visigodo y en su aplicación tenía carácter territorial, pues afectaba a todos
los habitantes del mismo.

5. Los últimos reyes visigodos

En la historiografía moderna se valoran los cuarenta años que van desde la


elección de Wamba hasta la invasión de la Península ibérica por los árabes como el
período en el que se va gestando el ocaso del reino visigodo.

En Gernicos se extinguió la vida de Recesvinto. En ese mismo lugar, Wamba,


un illustris vir de avanzada edad, fue designado monarca por los altos dignatarios del
reino y obligado a aceptar la corona. Pero Wamba tuvo el escrúpulo constitucional y la
precaución política de retrasar la recepción de la unción real hasta llegar a Toledo. El
domingo 19 de septiembre del año 672, Wamba (672-680) prestó los juramentos
acostumbrados y fue ungido rey.

La primera acción militar que se conoce del reinado de Wamba fue una más de
esas operaciones sin importancia que se hacían contra los vascones. En la primavera
del 673 Wamba, que estaba en tierras de la Cantabria riojana haciendo los
preparativos para combatir a los Vascones, fue informado de que se había producido
un levantamiento de carácter nobiliario en la Septimania. La insurrección estaba
encabezada por Hilderico, conde de Nimes, por el obispo Gumildo de Maguelon, por

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Wilesindo y por el abad Ramiro. A juzgar por los nombres de los protagonistas la
rebelión producida en la Narbonense era, indudablemente, un problema de godos
contra godos; pero también es verdad que el conflicto transcendía el estrecho marco
de un mero conflicto entre godos para alcanzar una dimensión regionalista. Siglos de
convivencia con la población galo-romana facilitó la integración de los dos grupos
étnicos y ayudó a que los godos adquirieran un aprecio irresistible por la provincia
Narbonense en la que tenían sus propiedades y que consideraban como propia.

Para sofocar la revuelta Wamba envió, rápidamente, un ejército godo al mando


de Paulo, que, probablemente, era duque de la Narbonense. Una vez que entró en las
Galias y ocupó la ciudad de Narbona Paulo descubrió sus intenciones de extender la
sublevación. Algunos hispanos importantes -entre ellos Ranosindo, duque de la
Tarraconense, y el gardingo Hildigiso-, se unieron a los sublevados. La intentona se
llevó también al terreno constitucional. Paulo no sólo se hizo ungir como rey, sino que
fue coronado utilizando para ello la corona que Recaredo donó a la Iglesia de San
Félix de Gerona. En calidad de rex orientalis se dirigió por escrito a Wamba, al que,
intencionadamente, daba el título de rex Austri. Con esto quería poner de manifiesto
que sus intenciones eran lograr la segregación de esas provincias del reino visigodo.

La respuesta de Wamba no se hizo esperar. Primero llevó a cabo una ofensiva


relámpago contra el territorio vascón y luego penetró en las Galias con tres cuerpos de
ejército que fueron tomando sucesivamente las ciudades de Béziers, Agne, Narbona y
Maguelon hasta poner sitio a la ciudad de Nîmes, donde se había refugiado Paulo con
sus partidarios y con las tropas mercenarias de francos, vascones y sajones. Paulo y
sus secuaces propusieron su rendición a condición de que sus vidas fuesen
respetadas. Después de seis meses de ausencia de la capital imperial, Wamba hacía
su entrada triunfal en Toledo.

La importancia alcanzada por la insurrección puso de manifiesto el poco interés


mostrado por la nobleza y el clero a la hora de acabar con rapidez con un
levantamiento que impunemente se permitió su propagación. Acabado el conflicto,
Wamba sacó las consecuencias de ello. Apenas había transcurrido un mes de su
regreso a la ciudad regia cuando Wamba promulgó una ley militar (L.V. IX, 2, 8) con la

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que poder hacer frente con eficacia tanto a una invasión extranjera como a un
levantamiento interior

Wamba llevó a cabo varias campañas militares contra los pueblos del norte
peninsular y sostuvo una batalla marítima contra los sarracenos. Por lo que hace a sus
relaciones entre la iglesia éstas se fueron enfriando lamentablemente. No faltaron
motivos para ello. La ley de movilización militar implicaba al clero y establecía penas
especiales contra ellos. Además, por otra parte, Wamba decidió la creación de nuevos
obispados en algunas ciudades y aldeas, especialmente en el monasterio de Aquis, en
la Lusitania. Pero el mayor desgaste de las relaciones lo ocasionó, sin duda alguna, la
promulgación a finales de 675 de dos normas relativas al patrimonio eclesiástico que
afectaban, directamente, los intereses económicos de un sector de la iglesia.

El reinado de Wamba acabó a causa de una intriga palaciega bastante confusa.


Se cuenta que en la noche del 14 de octubre del año 680 Wamba se sintió
mortalmente enfermo. El obispo Julián de Toledo le hizo partícipe de la penitencia
pública. Fue revestido de hábitos monásticos y tonsurado. Pero no murió y Wamba
despertó de su profundo sueño, ante el asombro de los que no estaban al tanto de la
intriga. Julián de Toledo dio validez a la penitencia pública de Wamba, proclamó la
incapacidad canónica de cualquier monarca penitente para recuperar el trono, ungió
rápidamente como rey a Ervigio (680-687), que había participado en la conjura.
Wamba se retiró al monasterio de Pampliega donde vivió todavía siete años.

Ervigio era consciente que debía el trono a los oscuros manejos de un obispo y
al apoyo de un grupo nobiliario. Fue, irremediablemente, una terrible hipoteca de la
que trató de liberarse. Buscó angustiosamente legitimar su poder y asegurarse el trono
y para ello presentó ante el concilio XII de Toledo (celebrado en enero de 681) varios
documentos que aclaraban la penitencia y tonsura de Wamba, la propuesta de
sucesión que éste hizo a favor de Ervigio y el encargo real dirigido a Julián de Toledo
para que ungiese rey a Ervigio. Los padres conciliares salieron en su defensa
argumentando doctrinalmente que los efectos de la penitencia pública obligaban
también a los que la habían recibido en estado de inconsciencia.

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Las primeras medidas adoptadas por Ervigio, fecundas en muchos aspectos,


producen la sensación de que este monarca tuvo que pagar un alto precio por ser
reconocido rey y consolidar su dominio. Desarrolla una política de grandes
concesiones a la nobleza y a la iglesia. Sólo en la ley militar que promulgó, muestra
una cierta resistencia ante la clase privilegiada, muy pequeña ciertamente, pues,
aunque no derogó la ley de Wamba modificó sus contenidos y suavizó las penas. Parte
del contenido del Tomo Regio que entregó a los participantes del Concilio XIII de
Toledo es una muestra explícita de la política de concesiones que se vio obligado a
desarrollar en busca de nuevos apoyos. Proponía algunas líneas de actuación política:
amnistía a los condenados por su participación en la sublevación de Paulo,
condonación de los impuestos debidos y exclusión de siervos y esclavos de los cargos
palatinos. Los miembros de ese concilio, nobles y obispos, modificaron en beneficio
propio aquellos aspectos que consideraron oportuno y arremetieron contra la obtención
de confesiones fraudulentas conseguidas en el pasado a la fuerza. Establecieron al
respecto las oportunas cautelas a favor de los eclesiásticos y de los nobles que
recibieron garantías de ser juzgado en su caso por un tribunal de iguales y de no ser
encarcelados y sometidos a tormento salvo en casos especiales. Angustiado por la
debilidad de su poder, Ervigio suscitó una vez más la cuestión judía como el medio
más rápido y eficaz de aunar voluntades en torno a él, especialmente del influyente
sector eclesiástico. En tan sólo tres meses se promulgaron contra los judíos más de 28
leyes, que constituyen el conjunto más sistemático elaborado hasta entonces sobre el
tema.

Los miedos y la debilidad del gobierno de Ervigio se pusieron de manifiesto,


una vez más, cuando llegó la hora de dar paso a la sucesión. En el año 687, Ervigio,
sintiéndose enfermo, se avino a nombrar sucesor. Aunque tenía varios hijos varones,
no propuso a ninguno de ellos. Designó sucesor a su yerno Ergica (687-702), que tuvo
que tuvo que prestar juramento de que gobernaría con justicia al pueblo. Ya con
anterioridad, cuando le entregó en matrimonio a su hija Cixilo le arrancó la promesa de
que protegería y defendería a su nueva familia política.

El reinado de este monarca gira en torno a tres asuntos fundamentales: odio a


su familia política, las conjuras que obligan a insistir en los juramentos de fidelidad y a
reforzar la defensa del trono, y el recrudecimiento de la política anti-judía. El odio a su

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familia política lo camufla ante los miembros del concilio XV de Toledo (año 688) como
un problema de conciencia en razón de los dos juramentos que debió de emitir, uno
destinado a proteger el bien particular de su familia política y el otro dirigido en defensa
del bien común, que debía prevalecer sobre el primero. En relación al segundo asunto,
las fuentes históricas ponen de manifiesto que las conspiraciones fueron muy
frecuentes llegando a figurar entre ellas la encabezada por Sisiberto, obispo de Toledo.
Entre las medidas destinadas a la defensa y fortalecimiento del reino se encuentra la
ley de Ergica que obligaba a los miembros del Aula Regia a prestar el juramento de
fidelidad. Respecto a la política anti-judía, el Tomo Regio presentado al Concilio XVI de
Toledo ofrece disposiciones que dañan económicamente a los judíos prohibiéndoles
comerciar con cristianos y prohibiéndoles la entrada a lonja de contratación de
operaciones ultramarinas. Luego, más tarde, todavía endureció más las medidas anti-
judías.

El monarca temió por su familia. Hacia el año 698, la fecha no es segura, Egica
nombró corregente a su hijo Witiza. Le asignó el gobierno de las tierras que
anteriormente constituyeron el antiguo reino suevo.

En el año decimotercero de su reinado (15-XI-700), Egica propuso la unción de


su hijo como soberano. Eran tiempos difíciles tanto en política exterior como interior.
Hubo un intento de desembarco de los bizantinos en las costas de levante y las malas
cosechas y los efectos nefastos de la peste agudizaron y radicalizaron las tensiones
sociales. Hay indicios de nuevas conjuras y rebeliones que obligaron, a lo parece, a los
dos monarcas a abandonar Toledo.

Egica murió a finales del 702. Witiza quedó como único soberano 702-710), y
cambió la política mantenida por su padre. Accedió al regreso de los desterrados, les
devolvió sus propiedades y esclavos y quemó las declaraciones de deudas al Fisco.
Pero estas medidas no pudieron detener el proceso de descomposición del reino que
los desastres de las guerras, la peste, las malas cosechas y las tensiones internas
aceleraron cada vez más con mayor fuerza.

Witiza murió a comienzos del año 710. Dejaba tres hijos -Agila, Olmundo y
Ardabasto-, que eran muy jóvenes. El clan familiar y el sector de la nobleza unido a él

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por lazos de clientelismo entronizaron rey al hijo mayor de Witiza que acuñó moneda
con el nombre de Agila II. Pero en medio de un clima de guerra civil, un sector
importante de la aristocracia visigoda y del episcopado constituido en asamblea
electiva (senatus) designó rey a Don Rodrigo (710-711), que era, posible duque de la
Bética. La elección era constitucional, pues se efectuó conforme a derecho, mediante
el procedimiento de la elección. Pero los componentes del clan witizano, que estaba
acaudillado por Sisberto y Oppa, hermanos del rey difunto, consideraron a Don
Rodrigo un usurpador y estaban dispuestos a recuperar el trono aunque fuese con la
ayuda de los musulmanes. Un enigmático personaje, Don Julián, cliente del difunto rey
Witiza, actuó de mediador para que los musulmanes intervinieran en España en apoyo
de las pretensiones políticas de los witizanos.

El 28 de abril de 711, mientras Don Rodrigo y su ejército visigodo estaban


asediando Pamplona o luchando contra Agila II, Muza, envió a España un cuerpo
expedicionario al mando de Tariq. En la posterior batalla del río Guadalete, en el mes
de julio del 711 Don Rodrigo se enfrentó a los musulmanes. Las deserciones y
rivalidades entre los godos provocó su derrota e impidió la rápida movilización de un
nuevo ejército.

Muza se trasladó a España y logró entrar en Toledo, donde condenó a muerte a


muchos nobles godos, entre ellos Oppa, hermano de Witiza. Momentáneamente fue
frenado por Teudimero, el mismo que en años anteriores impidió el desembarco de los
bizantinos. Para el año 716 los invasores alcanzaron la provincia Narbonense. Con ello
puede decirse que el reino visigodo de España había llegado a su fin.

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