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EI malestar en la cultura (1930 [1929)) Uno no puede apartar de si la impresién de que los seres humanos suelen aplicar falsos raseros; poder, éxito y rique- za es lo que pretenden para si y lo que admiran en otros, menospreciando los verdaderos valores de la vida. Mas en un juicio universal de esa indole, uno corre el peligro de olvidar Ia variedad del mundo humano y de su vida ani- mica. En efecto, hay hombres a quienes no les es dene- gada Ia veneracién de sus contempordneos, a pesar de que su grandeza descansa en cualidades y logros totalmente aje- nos a las metas e ideales de la multitud. Se tenderia en- seguida a suponer que s6lo una minorfa reconoce a esos grandes hombres, en tanto la gran mayoria no quiere saber nada de ellos. Pero no se puede salir del paso tan faci mente; es que estén de por medio los desacuerdos entre el pensar y el obrar de los seres humanos, asi como el acuerdo miiltiple de sus mociones de deseo. Uno de estos hombres eminentes me otorga el titulo de amigo en sus cartas. Yo le envié mi optsculo que trata a la religién como una ilusién,! y él respondié que compartia en un todo mi juicio acerca de la religién, pero lamentaba que yo no hubiera apreciado la fuente genuina de la reli- giosidad. Es —me decia— un sentimiento particular, que a él mismo no suele abandonarlo nunca, que le ha sido confirmado por muchos otros y se cree autorizado a supo- nerlo en millones de seres humanos. Un sentimiento que preferiria Hamar sensacién de «eternidad»; un sentimiento como de algo sin limites, sin barreras, por asi decir «oced- nico», Este sentimiento —proseguia— es un hecho pura- mente subjetivo, no un articulo de fe; de él no emana ninguna promesa de petvivencia personal, pero es la fuente de la energia religiosa que las diversas iglesias y sistemas de religin captan, orientan por determinados canales y, sin duda, también agotan. Sdlo sobre la base de ese senti- miento oceénico es licito Ilamarse religioso, aun cuando uno desautorice toda fe y toda ilusién. 1 [EL porvenir de una ilusién (1927c), supra, pags. 1 y sigs.] 65 Esta manifestacién de mi venerado amigo, que ademas ha hecho una ofrenda poética al ensalmo de esa ilusién,* me deparé no pocas dificultades. Yo no puedo descubrir en mi mismo ese sentimiento «ocednico». No es cémodo ela- borar sentimientos en el crisol de la ciencia. Puede inten- tarse describir sus indicios fisioldgicos. Donde esto no da resultado —-me temo que el sentimiento ocednico habré de hurtarse de semejante caracterizacién—, no queda otro re- curso que atenerse al contenido de reptesentacién que mejot se apatee asociativamente con tal sentimiento. Si he enten- dido bien a mi amigo, & quiere decir lo mismo que un original y muy excéntrico literato brinda como consuelo a su héroe frente a la muerte libremente elegida: «De este mundo no podemos caernos».* O sea, un sentimiento de la atadura indisoluble, de la copertenencia con el todo del mundo exterior. Me inclinaria a afirmar que para mi ese sentimiento tiene més bien el cardcter de una_visién inte- lectual, no despojada por cierto de un tono afectivo, pero de la indole que tampoco falta en otros actos de pensamien- to de parecido alcance. En mi persona no he podido con- vencerme de la naturaleza primaria de un sentimiento se- mejante; mas no por ello tengo derecho a impugnar su efectiva presencia en ottos. Sdlo cabe preguntar si se lo ha interpretado rectamente y si se lo debe admitir como «fons et origon de todos los afanes religiosos. Nada que pudiera influir concluyentemente en la solu- cidn de este problema tengo para alegar. La idea de que el ser humano recibirfa una nocién de su nexo con cl mundo circundante a través de un sentimiento inmediato dirigido ahi desde el comienzo mismo suena tan extrafia, se entta- ma tan mal en el tejido de nuestra psicologia, que parece justificada una derivacién psicoanalitica, o sea genética, de un sentimiento como ese. Entonces, acude a nosotros la si- guiente ilacién de pensamiento: Normalmente no tenemos més certeza que el sentimiento de nuestro si-mismo, de nuestro yo propio.t Este yo nos aparece auténomo, unita- {Nota agregada en 1931:] Liluli [1919]. — Desde ta apati cién de los dos libros La vie de Ramakrishna [1929] y La vie de Vivekananda (1930), ya no necesito ocultar que el amigo mencio- nado en el texto es Romain Rolland. [Romain Rolland se refirié al ‘«sentimiento acednico» en la catta que le esctibiera a Freud el 5 dé diciembre de 1927, poco antes de Ia publicacién de E! porvenir de una ilusibn.} 3 Christian Dietrich Grabbe [1801-1836], Hannibal: «Por cierto gue ,de este mando no podemos caemos, Estamos definitivamente en db». + [Se hallatfn algunas consideraciones sobre el uso de los términos 66 tio, bien deslindado de todo lo otro. Que esta aparienci es un engafio, que el yo més bien se continia hacia adentro, sin frontera tajante, en un ser animico inconciente que de- signamos «ello» y al que sive, por asi decir, como fachada: he ahi lo que nos ha ensefiado —fue la primera en esto— la investigacién psicoanalitica, que todavia nos debe ma- chos esclarecimientos sobre el nexo del yo con el ello. Pero hacia afuera, al menos, parece el yo afitmar unas fronteras claras y netas. Slo no es asi en un estado, extraordinario por cierto, pefo al que no puede tildatse de enfermizo. En la cima del enamoramiento amenazan desvanecerse los Ii- mites entre el yo y el objeto. Contrariando todos los tes- timonios de los sentidos, el enamorado asevera que yo y tt son uno, y estd dispuesto a comportarse como si asi fuera.® Lo que puede ser cancelado de modo pasajero por una fun- cidn fisiolégica, naturalmente tiene que poder ser pertur- bado también por procesos patolégicos. La patologia nos da a conocer gran niimero de estados en que el deslinde del yo respecto del mundo exterior se vuelve incierto, 0 en que los limites se trazan de manera efectivamente incorrec- ta; casos en que partes de nuestro cuerpo propio, y aun fragmentos de nuestra propia vida animica —percepciones, pensamientos, sentimientos—, nos apatecen como ajenos y no pertenecientes al yo, y otros casos atin, en que se atribu- ye al mundo exterior lo que manifiestamente se ha gene- rado dentro del yo y debiera ser reconocido por él. Por tanto, también el sentimiento yoico esté expuesto a pertur- baciones, y los limites del yo no son fijos.. Una reflexién ulterior nos dice: Este sentimiento yoico del adulto no puede haber sido asi desde el comienzo. Por fuerza habré recorrido un desarrollo que, desde luego, no puede demostratse, pero s{ construitse con bastante pro- babilidad.* El lactante no separa todavia su yo de un mun- do exterior como fuente de las sensaciones que le afluyen. Aprende a hacerlo poco a poco, sobre la base de incitaciones diversas.* Tiene que causarle la mds intensa impresién el «yo» y «si-mismo> por parte de Freud en mi «Introducciém» a El yo y ef ello (1923), AE, 19, pag. 8.) 5 [Véase Ja nota al pie del historial clinico de Schreber (1911c), AE, 12, pigs. 645.1 ® Sobre el desatrollo del yo y el sentimiento yoico, véanse los numerosos trabajos que van desde Ferenczi, «Entwicklungsstufen des Wirklichkeitssinnes» (Etapas de desarrollo del sentido de realidad} (1913c), hasta las contribuciones de P. Federn de 1926, 1927 y afios siguientes. 7 [Aqui Freud pisaba terreno conocido, Habia considerado la cuestién poco tiempo atrés, en su trabajo «La negecién> (19254), 67 hecho de que muchas de las fuentes de excitacién en que més tarde discerniré a sus érganos corporales pueden en- viarle sensaciones en todo momento, mientras que otras —y entre ellas la més anhelada: el pecho materno— se le sustraen temporariamente y sdlo consigue recuperarlas be- rreando en reclamo de asistencia. De este modo se contra- pone por primera vez al yo un «objeto» como algo que se encuentra «afuera» y sdlo mediante una accién particular es esforzado a aparecer. Una posterior impulsién a desasir el yo de la masa de sensaciones, vale decir, a reconocer un

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