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UNIVERSIDAD NACIONAL DE SAN ANTONIO ABAD DEL

CUSCO

FACULTAD DE CIENCIAS DE LA SALUD

ESCUELA PROFESIONAL DE OBSTETRICIA

MONOGRAFIA

AVES SIN NIDO


ESTUDIANTES:
YOSELIY PÉREZ QUISPE
KAREN GIANINA HUAMANI CCORIMANYA
MERY MARGOTH PARIONA RUPAILLA
MARIA ELENA ROMERO ROJAS
DANITZA YANINA CRUZ LÓPEZ

DOCENTE:
MAG. JUAN MELENDEZ CRUZ

ANDAHUAYLAS – APURÍMAC
2023
DEDICATORIA
Este trabajo de investigación monográfico está dedicado
principalmente al magister y mis compañeras de clase,
hacia nuestros padres a quienes les debemos todo
lo que tenemos quienes nos dan la herramienta
necesaria para desarrollar en nuestra vida profesional
y a todas las personas que confían en nosotros

I
AGRADECIMIENTO
Agradecer a Dios por la sabiduría que nos brinda, es para nosotros una
satisfacción iniciar de esta manera.
Agradecer al docente por su excelente orientación, paciencia y aliento durante
la realización de este trabajo. También agradecer a mis compañeras de
estudio.
Agradecimiento, muy especial a nuestros padres por su apoyo incondicional.
.

II
INDICE PAGINA

INTRODUCCION________________________________________________IV
CAPITULO III____________________________________________________2
CAPITULO IV___________________________________________________3
CAPITULO V____________________________________________________3
CAPITULO VI___________________________________________________5
CAPITULO XVI_________________________________________________11
CAPITULO XVII_________________________________________________11
CAPITULO XVIII________________________________________________11
CAPITULO XIX_________________________________________________11
CAPITULO XX__________________________________________________12
CAPITULO XXI_________________________________________________13
CAPITULO XXII_________________________________________________13
CAPITULO XXIII________________________________________________13
CAPITULO XXIV________________________________________________14
CAPITULO XXV________________________________________________14
CAPITULO XXVI________________________________________________14
CAPITULO XXVII_______________________________________________15
CAPITULO XXVIII_______________________________________________16
CAPITULO XXIX________________________________________________16
CAPITULO XXX________________________________________________16
CAPITULO XXXI________________________________________________17
CAPITULO XXXII_______________________________________________18
CONCLUSION ------------------------------------------------------------------------------------- 20

III
INTRODUCCION

Es una novela escrita por Clorinda Matto de Turner, considerada una


de las obras más importantes de la literatura peruana del siglo XIX.
Fue publicada por primera vez en 1889 y se convirtió en un éxito de
ventas inmediato por la crítica social y el realismo con que abordaba
la vida en las zonas rurales y la situación de los indígenas peruanos.

La historia en sí sigue a dos jóvenes enamorados, Fernando y


Clorinda, quienes se ven envueltos en la vida de los indígenas
peruanos del pueblo de Killac. Ellos descubrirán la injusticia, la
opresión, el racismo y la ignorancia que afecta a esta población.

En el centro de la historia se encuentra el cacique del pueblo, el cual


se encuentra en una lucha constante para proteger su tierra de los
colonos blancos. El cacique, se enfrenta a varias injusticias por parte
del sistema legal y la iglesia. Aunque sus esfuerzos suelen ser en
vano, él sigue resistiendo al dominio de los patrones y a la asimilación
cultural que él ve como una amenaza a la identidad de su pueblo.

Matto de Turner aborda aquí temas como la lucha de las minorías, el


abuso de poder, la opresión hacia el indígena y la necesidad de una
identidad cultural propia. A lo largo de la trama, ella muestra cómo los
personajes han de enfrentarse a la hipocresía y la corrupción de las
autoridades locales, los abusos de los colonos y el prejuicio racial

IV
CAPITULO I
Era una mañana sin nubes, con palomas, La plaza única del pueblo
de KÍLLAC tiene trescientos catorce metros cuadrados, y el caserío se
distingue por tejas rojas y UNA casa con techo de paja, madera sin
labrar. A la izquierda hay un templo rodeado de muros de piedra y un
antiguo campanario de adobe.
El cementerio de la iglesia es un lugar donde se reúnen los domingos
todos los habitantes, los servidores de la misa parroquial, y allí se
acuestan y hablan de la vida de sus vecinos, Caminando hacia el sur
se encuentra una casa hermosa y sencilla; Este llamado
"Manzanares" perteneció al ex cura don Pedro de Miranda y Claro,
luego obispo, comentando los hechos ocurridos durante los 20 años
que don Pedro dirigió la parroquia. Época cuando se construyó
"Manzanares".
Un campo rodeado de huertas, acequias que llevan agua cristalina,
rodeada de pampa cultivada y con un río, La noche anterior llovió
granizo y relámpagos, por la mañana el sol más brillante dirigió sus
rayos sobre las plantas. Los gorriones y los zorzales saltaban sobre el
techo, cantaban varias notas y mostraban sus plumas.] (1)

CAPITULO II
el granjero condujo los bueyes, lleno de equipo agrícola y comida
para el día. láminas para cocinar y bollos para el desayuno. Habiendo
atravesado la puerta del templo, se quitó con reverencia el sombrero,
murmuró y siguió su camino, pero de vez en cuando volvía la cabeza
para mirar con tristeza la choza de dónde venía.
Una cabeza apareció en el muro de piedra del lado sur de la plaza,
que nuevamente se escondió detrás de las piedras con la facilidad de
un zorro, pero sin revelar la cabeza bien formada de una mujer con
cabello negro. largas y rectas, estaban partidas en dos mechones que
enmarcaban un hermoso pecho de piel levemente cobriza, donde las
ruborizadas mejillas resaltaban.
Tan pronto como el granjero caminó hacia la ladera, una cabeza
escondida detrás de las paredes tomó forma y saltó hacia allí. Era una
mujer sonrosada y notable por su belleza peruana. tendría treinta
años, Iba vestida con una pequeña falda de color azul oscuro y
marrón, decorada con rayas plateadas, y botones de hueso ceñidos
en la cintura. Solo se sacudió la tierra fangosa que caía sobre su ropa
mientras saltaba el muro e inmediatamente entró en un pequeño
techo blanco, graciosamente vestida con una bata de granadina color
plomo, con encaje, cerrado con botones de perlas, quien era nada
menos que doña Lucía, la esposa de don Fernando Marín. El recién
llegado le habló a Lucía sin presentación y le dijo: En el nombre de la
Virgen, señoracha, protege hoy a toda una desdichada familia. Ese
que ha ido al campo cargado de basura y te pasó es Juan Yupanqui,

1
mi esposo, padre de dos niñas. ¡Ay señoracha!, salió con el corazón
medio muerto, porque sabe que hoy es la visita del reparto, y como el
cacique está sembrando cebada, tampoco puede esconderse porque
a más del encierro sufriría Una multa de ocho reales por
incumplimiento y no tenemos dinero. Seguí llorando a Rosacha, y sin
que Juan lo sepa, vengo a pedir tu auxilio señora, La amabilidad era
común en Lucía, y desde el primer momento creció su interés,
despertado por las palabras que acababa de escuchar, preguntó: ¿Y
quién eres tú? -Soy Marcela, señoracha, mujer de Juan Yupanqui,
pobre y desamparado -respondió ella secándose los ojos. Lucía le
puso suavemente la mano en el hombro y lo invitó a pasar a
descansar en el banco de piedra del jardín de la casa blanca.
-Siéntate, Marcela, limpia tus lágrimas y hablemos con calma -dijo
Lucía,
Como tú no eres de aquí, niñay no sabes los martirios que pasamos
con el cobrador, el cacique y el tata cura ¿Por qué no nos llevó
la Peste a todos nosotros, que ya dormiríamos en la tierra?
¿Y por qué te confundes, pobre Marcela? -dijo Lucía-. Habrá remedio;
eres madre y el corazón de las madres vive en una sola tantas vidas
como hijos tiene.
-Sí, niñay -respondió Marcela, tú tienes la cara de Virgen a la que
rezamos, y por eso te vengo a pedir. Quiero salvar a mi marido. Me
dijo cuando se iba: "Un día de estos tendré que tirarme al río, porque
ya no puedo con mi vida y quisiera matarte antes de entregar mi
cuerpo al agua". - ¡Es un pensamiento culpable, es una locura, pobre
Juan! dijo Lucía con tristeza, y ¿qué es lo más urgente hoy? Habla,
Marcela. -El año pasado nos dejaron diez pesos en la cabaña por dos
centavos de lana. Ese dinero lo usamos para comprar la ropa que uso
en la feria, porque Juan dijo que juntaríamos una lana para todo el
año, pero eso no fue posible, porque él está sin ayuda. y como mi
suegra murió en Navidad, el cura nos embargó nuestra cosecha de
papas para el entierro y la oración. Ahora tengo que volver a la
iglesia, dejando mi casita y mis hijas, ¿quién sabe si Juan
enloquecerá y morirá? Además, quién sabe qué destino me espera,
porque salen mujeres que entran en la mita salen ¡mirando al suelo!
"¡Basta! No me digas más", interrumpió Lucía. "Hoy hablaré con el
gobernador y el cura, y tal vez mañana estés feo despidiendo a
Marcela, "ahora ve a cuidar a tus hijas, y cuando vuelva Juan
tranquilízalo, cuéntale que has hablado conmigo, y dile que venga a
verme. Marsella, por su parte, suspiraba satisfecha por primera vez
en su vida

CAPITULO III
El cobrador, allana la cabaña, a la que no se opone la fina cerradura
de la puerta hecha de vaqueta: deja el dinero en el molino lleno, y se

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pone en marcha inmediatamente para volver al año siguiente, cuando
la lista. es exigible, Entre los diez o doce mestizos, aparece a fin de
año un cobrador, que a veces se disfraza de soldado; y extrae sobre
una piedra romana especial con contrapesos, cincuenta libras de lana
25. Y cuando el indio esconde su única propiedad, cuando protesta y
maldice, es torturado El amargo llanto y la desesperación de Marcela,
al pensar en la inminente llegada del Cobrador, era entonces el
estallido doloroso de quien veía en su presencia todo un mundo de
pobreza y dolor
CAPITULO IV
Lucía no es una mujer común es bien educada e inteligente Alta de
estatura; ojos bonitos; de pelo abundante, largo, ondulado y brillante.
 Hace un año ella y su esposo se establecieron en Killac, donde
vivieron en la "Casa Blanca", donde se estableció una oficina para la
minería de plata en una provincia vecina, de la cual Don Fernando
Marín es Accionista, director y Asistente.
Gerente Killac ofreció a los mineros y comerciantes del interior la
ventaja de ocupar un punto central de actividad comercial
sobre la capital departamental; sus buenos caminos permitían a
los trabajadores que viajaban con canastos de mineral en bruto a la
espalda y llamas cargando con facilidad
Después de una entrevista con Marcela, Lucia decide idear un plan de
rescate para esta pobre mujer. Pensó en contactar al sacerdote y el
gobernador, y les envió a ambos una pequeña carta,
pidiéndoles que lo visitaran.
 Las palabras de Don Fernando en ese momento pudieron haber
llevado a efecto el plan que debe realizarse de
inmediato, pero Don Fernando ya ha emprendido su camino hacia las
minas, de donde regresará dentro de unas semanas. Cuando Lucia
estaba decidida a traer a casa a las personas que quería, se
preocupó ansiosamente por cómo persuadiría. Se sintió pesado
durante unos minutos cuando llamaron a la puerta, luego abrieron con
cuidado la puerta de cristal para dejar paso al sacerdote y gobernador
de la ciudad de Killac.

CAPITULO V
El Padre Pascual Vargas, seguidor de don Pedro Miranda y Claro en
las enseñanzas de Kíllac Según la expresión indígena, las mujeres
salían a ver la tierra. La pregunta de cómo un personaje tan
desagradable terminó en los puestos de servicio más destacados
cruzó por la mente de Lucía. Otro personaje que acompañó al cura
Pascual con una amplia capa española, mencionada en la cláusula
del decimocuarto testamento, que quizás constituía su título oficial,
fue don Sebastián Pancorbo, que su señor recibió solemne. el
bautismo, una cruz alta, una túnica nueva, un salero de plata y el

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sonido de un órgano, se dan tres días después del nacimiento. Don
Sebastián recibió su educación primaria basada en tres años pasados
en una escuela de la ciudad. y luego cuando volvió a lo su pueblo, se
casó con doña Petronila Hinojosa, e inmediatamente lo hicieron
gobernador; es decir, alcanzó el cargo más alto conocido y codiciado
en la ciudad. Las dos figuras arrastraron sus sillones mientras Lucía
señalaba donde descansaban cómodamente. La señora Marín reunió
bondades y razonamientos para interesar a sus interlocutores a favor
de Marcela, y dijo especialmente al párroco: - En nombre de la
religión cristiana, que es puro amor, ternura y esperanza; En nombre
de tu Maestro, que nos mandó dar todo a los pobres, te pido,
sacerdote, que cese esta deuda que pesa sobre la familia de Juan
Yupanqui. en cambio, tendrás doble riqueza en el cielo... ¡Señor!
¿Quién vive sin ingresos? Hoy, cuando suben los impuestos
eclesiásticos y decae la civilización que viene de los ferrocarriles, se
acaban los salarios.
- ¿Para eso vino el indio Yupanqui? - agregó el gobernador en apoyo
al cura y francamente, usted sabe, señorita, esta costumbre es la ley
y nadie nos puede sacar de nuestra costumbre, prosiguió don
Sebastián, ignorando las palabras de Lucy y con cierto sarcasmo
amenazador que no podía pasar por alto la mujer de don Fernando,
cuyo corazón temblaba de miedo—. Las breves frases que
intercambiaron revelaron el bagaje moral de esas personas de las que
nada se debe esperar y todo temer. la energía de Lucía, con lo que
respondió: - ¡Una triste realidad, señores! Me convenzo de que el vil
entusiasmo ha marchitado hasta las más bellas flores del sentimiento
humano en aquellas regiones donde creí encontrar familias
patriarcales, donde el hermano llora al hermano. No dijimos nada; y la
familia del indio Juan nunca te pedirá favores ni protección. Los dos
gobernadores de Kíllac quedaron perplejos ante esta inesperada
actitud, y al no ver otra forma de continuar la conversación, que les
convenía, en cambio, para escapar, se quitaron los sombreros. —
Señora Lucía, no se ofenda por esto, Sebastián se apresuró a decir
brevemente: - Buenas tardes, señora Lucía. acortó las fórmulas de
despedida, utilizando únicamente gestos de asentimiento; y viendo
partir a aquellos hombres, habiendo hecho la más profunda impresión
en su alma como un ángel, dijo temblando y fuertemente: - No, no,
este hombre insulta al clero católico; Vi en la ciudad seres superiores,
cuyas cabezas están cubiertas de canas, caminando en silencio, en
medio del misterio, buscando a los pobres y huérfanos para
socorrerlos y consolarlos; Pensé en un devoto sacerdote católico
junto al lecho de un moribundo; limpiar ante el altar; llanto y humildad
en la casa de la viuda y del huérfano; Lo vi tomar el único pan de su
mesa y dárselo a los pobres, privarse del alimento y alabar a Dios por
la gracia que le había sido dada. ¿Y este cura es Pascual? Otra alma
miserable arrojada a un molde angosto, el gobernador, no merece la

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dignidad que rodea a un hombre honesto en la tierra. Las cinco
campanadas del reloj de la familia le informaban a Lucía las horas
que habían pasado y le avisaban que se estaba sirviendo la comida.
La mesa del comedor, colocada en el centro de la sala, cubierta con
un mantel bien blanco y planchado, era de servicio al aire libre, toda
de porcelana azul con herrajes rojos. La sopa exhalaba un vapor
espeso, que al olerlo representaba una rica masa de carne hecha de
lomo molido, con especias, nueces y galletas saladas, todo disuelto
en un caldo espeso; Después de eso, tres buenos platos, uno de los
cuales fue un delicioso locro rojo. Estaban sirviendo café cargada,
caliente, cuando apareció uno de sus hombres con una carta para
Lucy, quien la aceptó con interés, y conociendo la letra de don
Fernando, abrió el sobre y comenzó a leerlo, en la que el señor Marín
decía que estaría en su casa por la mañana, porque los derrumbes
provocados por las frecuentes nevadas en la región andina la
paralizaron temporalmente. y que le enviaron un caballo nuevo,
porque el que lo montaba estaba sin herradura

CAPITULO VI
Cuando Marcela regresó a su cabaña, sus hijas estaban despiertas y
la menor lloraba amargamente al descubrir que su madre no estaba. Las
palabras cariñosas y un puñado de mote son suficientes para calmarlo.
Marcela tomó con ansia la tacarpos que sostenía la tela y con ayuda
de su hija mayor la recogió en medio de la
habitación, preparó los bolillos y la tela y comenzó a tejer una hermosa
poncho con todas las franjas de color usadas. como palo de
Brasil, cochinilla, achiote y flores de quico.
 El tiempo fue largo, pero al fin, cuando llegó el anochecer, Juan volvió
y en cuanto escuchó los pasos de su esposo, Marcella salió: lo ayudó
a amarrar el ganado a la cerca y poner la paja que se había tirado. en el
pesebre, y luego su esposo estaba sentado en la casa sobre la piedra,
ella comenzó a hablarle un poco tímidamente, mostrando que no creía
que Juan tomaría bien la noticia. - ¿conoce usted, Juancho, la señora
Lucía? Preguntó la mujer.” Es como ir a una feria, Maluca, todos
conocen a todos allí", respondió Juan. Bueno, hablé con ella hoy. ¿tú?
¿acerca de? Lamento todo lo que nos pasó, me abriste los ojos a lo
desesperada que es tu vida. ¿Está aquí el cobrador? Juan pregunto
a Marcela, Gracias a Dios que aún no ha venido; pero escúchame,
janucho, creo que esa señora nos puede ayudar ¡Soy más viejo que tú
y lloro sin remedio! Pero estaba cansado del trabajo y no traje pan
para ti y estos niños ¡te quejas demasiado, hombre!;
no recuerdas cuando el Sumo Sacerdote volvía a su casa con los
bolsillos llenos de cubiertos de plata en sus deberes de Todo Santo y
nadie lo esperaba como yo te esperaba a ti, ni siquiera con los

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brazos abiertos. ¿esperando por ti? desagradecido! Piensas en pan;
aquí tenemos mote frío y chuno hervido, Y convenció a Juan.
 Después de la cena descansaron en su cama habitual en un amplio
banco de adobe. Por la mañana, la familia de Juan dejó una humilde
choza tejido con florones de castilla: rezó el alabado, se hizo la señal de
la cruz en la frente y comenzó el día. Marcella fue la primera en decir:
Juanico, luego voy a la casa de doña Lucía. Eres desconfiado
y reservado. Anda, Marcella, anda, que de todos modos hoy viene el
cobrador; soñé que no tenemos otra opción

CAPITULO VII
Aquella mañana la casa blanca respiraba felicidad, porque la vuelta de
don Fernando comunicó alegría infinita a su hogar donde era amado y
respetado.
La cadena de flores que sujetó dos voluntades en una estrechó de
nuevo a los esposos
-Fernando, alma de mi alma -dijo Lucía, poniendo las manos sobre los
hombros de su marido, y reclinando la frente con cierta coquetería en la
barba-, voy a cobrarte una deuda, pero... ejecutivamente. Lo que debo
recordar es una solemne oferta que me tienes hecha para el 28 de julio.

CAPÍTULO VIII
¡Bonita ocurrencia!, ¿qué le parecen a usted, mi don Sebastián, las
pretensiones de esta señorona? -dijo el cura sacando de la petaca un
cigarro corbatón y desdoblando las extremidades del torcido. -No faltaba
más, francamente, mi señor cura, que unos foráneos viniesen aquí a
ponernos reglas, modificando costumbres que desde nuestros
antepasados subsisten, francamente -contestó el gobernador deteniendo
un poco el paso para embozarse en su gran capa. -Hay que alejar a
estos foráneos, francamente. -No tenga usted cuidado, francamente, mi
señor cura, que estaremos unidos, y la ocasión de botarlos de nuestro
pueblo no se dejará esperar -repuso Pancorbo con aplomo. -Pero mucho
sigilo en estas cosas, mi don Sebastián.
¿Se acuerda usted lo que dijo un día don Fernando?
Cuando entraron los recién llegados, todos se pusieron en pie para
cambiar saludos, y el gobernador pidió en el momento una botella de
puro de Majes. -Es preciso, mi señor cura, que ahoguemos la mosca con
un traguito, francamente -dijo con sorna el gobernador, quitándose la
capa que, doblada en cuatro, colocó sobre un escaño de la sala. -
Cabales, mi don Sebastián, y usted que lo toma del bueno -contestó el
cura frotándose las manos.

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El cura y el gobernador, Stéfano Benites, un mozalbete vivo y de buena
letra que, aprovechando de las horas de escuela algo más que los
condiscípulos, es ya figura importante en este juego de villorrio, y cinco
individuos más, pertenecientes a familias distinguidas del lugar, todos
hombres de estado, por haber contraído matrimonio desde los
diecinueve años, edad en que se casan en estos pueblos. Stéfano tomó
la botella dejada por el pongo en la mesa de centro, y sirvió a cada uno
su respectiva copita de aguardiente, que los concurrentes fueron
tomando por turno. El cura y el gobernador, que se sentaron juntos en el
sofá de la derecha, hablaban en secreto no sin la respectiva muletilla de
Pancorbo que se dejaba oír a menudo mientras los otros razonaban
también en grupo. Pero como la confianza reside en el fondo de la
botella, ésta no tardó en saltar a la lengua, mojada por el puro de Majes,
¡y aquí la de hablar claro! -repuso el cura sacando un pañuelo de
madrás a grandes cuadros negros y blancos, y sonándose las
narices, más por disimulo que por necesidad. - ¿De qué se
trata, señores? -preguntó Stéfano, y todos se volvieron con ademán
hacia el párroco.
Sin embargo, habló Stéfano en nombre de todos, concretándose a decir.
CAPITULO IX
-Sí, niñay -respondió la india-, tiene catorce años, y se llama Margarita, y
va a ser tu ahijada. Santa vanidad maternal que orna la frente de la
mujer, sea en la ciudad alumbrada por focos eléctricos, sea en la aldea
iluminada por la melancólica viajera de la noche. -Niñay, es que tu alma
florece para el cielo -respondió la mujer de Yupanqui, cada momento
más encantado por haber encontrado el amparo de un ángel de bondad.
-Diez pesos, niñay. Decía esto cuando llegó el marido de Marcela
confundido y sudoroso.
El cobrador se ha llevado a mi hija, la menorcita, por no haber
encontrado la lana.
Ustedes les llevarán la plata y todo quedará en paz, o alabaremos a
Dios por consentir el mal para mejor apreciar el bien. -No, señora no -
repuso el indio algo repuesto de su confusión-, pues si vamos tarde ya
no volveremos a ver más a mi hija.

-
¿Sabes dónde ha ido el cobrador llevando a tu hija? -preguntó don
Fernando dirigiéndose a Juan, y disimulando las emociones que se
traslucían en su semblante, pues él no ignoraba los medios que
empleaban aquellas gentes notables como uso corriente.

Marcela recobrando gradualmente su apacible actitud. La sencilla


filosofía de la india, que llevaba tintes de un desquite, hizo sonreír a
Lucía, quien llamó a un sirviente y le entregó la orden escrita que
tenía, mandándole traer el dinero en el momento.

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-Toma, pues, Marcela, estos cuarenta soles, que son cincuenta
pesos. Eran tales las emociones de la pobre Marcela, que le temblaban
las manos de modo que apenas pudo contar el dinero, dejando caer las
monedas a cada momento, en una, tres y cuatro piezas.
CAPÍTULO X
-Sí, niñay -respondió la india-, tiene catorce años, y se llama Margarita, y
va a ser tu ahijada. Santa vanidad maternal que orna la frente de la
mujer, sea en la ciudad alumbrada por focos eléctricos, sea en la aldea
iluminada por la melancólica viajera de la noche. -Niñay, es que tu alma
florece para el cielo -respondió la mujer de Yupanqui, cada momento
más encantado por haber encontrado el amparo de un ángel de bondad.
-Diez pesos, niñay. Decía esto cuando llegó el marido de Marcela
confundido y sudoroso. El cobrador se ha llevado a mi hija, la
menorcita, por no haber encontrado la lana.
Ustedes les llevarán la plata y todo quedará en paz, o alabaremos a
Dios por consentir el mal para mejor apreciar
No, señora, 
-repuso el indio algo repuesto de su confusión-, pues si vamos tarde ya
no volveremos a ver más a mi hija.
¿Sabes dónde ha ido el cobrador llevando a tu hija? -preguntó don
Fernando dirigiéndose a Juan, y disimulando las emociones que se
traslucían en su semblante, pues él no ignoraba los medios que
empleaban aquellas gentes notables como uso corriente.
Marcela recobrando gradualmente su apacible actitud. La sencilla
filosofía de la india, que llevaba tintes de un desquite, hizo sonreír a
Lucía, quien llamó a un sirviente y le entregó la orden escrita que
tenía, mandándole traer el dinero en el momento.
-Toma, pues, Marcela, estos cuarenta soles, que son cincuenta
pesos. Eran tales las emociones de la pobre Marcela, que le temblaban
las manos de modo que apenas pudo contar el dinero, dejando caer las
monedas a cada momento, en una, tres y cuatro piezas.
CAPÍTULO XI
Doña Petronila Hinojosa, casada, según el ritual romano, con don
Sebastián Pancorbo, tocaba en los umbrales de los cuarenta años, edad
en que había adquirido la propiedad de un cuerpo robusto y bien
compartido, grueso, sin llegar a los límites de la obesidad. Con este
conjunto, doña Petronila es el tipo de la serrana de provincia, con su
corazón tan bueno como generoso, pues que obsequia a todo el
mundo, y derrama lágrimas por todo el que se muere, conózcalo o
no. Doña Petronila, con educación esmerada, habría sido una
notabilidad social, pues era una joya valiosa perdida en los peñascales
de Kíllac.
CAPÍTULO XII

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- ¡Curay...! Y tú, roñosa, ¿cuándo haces la mita? ¿No te toca ya el
turno? -preguntó el cura clavando los ojos en Marcela, y
palmeándole las espaldas con ademán confianzudo.
-Sí, cura
-respondió temblorosa la mujer. 
- ¿O has venido ya a quedarte? -insistió el cura Pascual.
-Nadie, tata curay. -No hables así, tata curay -suplicó la mujer bajando
los ojos ruborizada, y poniendo al mismo instante los cuarenta soles
sobre la mesa.
¿Quién ha ido anoche a tu casa?
-No hables así, tata curay, el juicio temerario cuando sale de los labios
oprime el pecho como piedra. -Nadie, tata curay, mi alma está limpia. -
Un cristiano, tata curay -respondió Marcela bajando los ojos y tosiendo
con ficción.
El cura volvió a tomar su asiento, preocupado y sin parar ya mientes en
la despedida sumisa de Marcela y Margarita, a quienes vio alejarse
mascullando frases entrecortadas.
CAPITULO XIII
Alegría y felicidad en la casa de Marín, mientras llegan Juan y Don
Fernando, a pesar de que él y Lucía temen que los reproductores teman
Estar del lado de “lo bueno”. Entonces llegan Marcela y Margarita y
Cuentan lo que sucedió en la Casa del Cura y dicen que ha vendido Su
alma a Rochino (un mago verde, un tipo de demonio) para entornos
Que parece agradable. Don Fernando repara, como se veía antes, En la
belleza de Margarita. Crees que deberías educar por este motivo
Compromiso y decidir sacarlo. Cuando Marcela, Juan y
Margarita habla de apariencia de margaritas, su tamaño, su belleza,
fuego. Sus ojos negros. Entonces Fernando pide concentrarse en la
visita
Sra. Petronila que está disfrazada de lo que tiene dijo Don Sebastián.
Lucía dice que el hijo del gobernador es Pronto a la ciudad.

CAPITULO XIV
Después del sacerdote, Marcela y su hija dejaron su casa, lo envía.
Llame a Sebastián y “amigo” y llame a casa Don Antonio. Después de
que todos son notificados, vaya a la iglesia. En conocer al sacerdote
habla sobre la “humillación” que tiene desde entonces. Fueron
“recuperados en la barba”, donde la familia real estaba tomando
Yupanqui. El gobernador explica que lo mismo le sucedió hoy. Don
Estonio “Es un ataque directo contra nuestros sacerdotes y nuestro
gobernador”.

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Están planeando una estrategia para matar a Lucia y Don Fernando.
Este se compone simulando que algunos bandidos han llegado. Atacar a
la iglesia, para que toque la campana y dirán que la tienen escondido en
la casa de Marine.
CAPITULO XV
Manuel ha llegado a la casa paterna en Killac. Doña Petronila presenta a
su hijo a Lucía y Fernando. Descripción de Manuel “era un joven de
veinte eneros, de estatura competente, es decir, ni alto ni bajo, de
semblante dulce y voz cuyo timbre sonoro le atraía las simpatías de sus
oyentes. Sus labios rojos delgados estaban sombreados por un bigote
muy negro y sus grandes ojos resaltaban por un círculo ojeroso que los
rodeaba. Su palabra fácil y su porte amanerado, completaban el
conjunto de un joven interesante”. Le declara a Fernando que está en el
segundo año de Derecho. Se oyen disparos que desconciertan a todos.
Petronila indica a Lucía y Fernando que vuelvan a su casa y se
encierren.
Manuel decide acompañar a los visitantes. Ha simpatizado desde el
primer momento con los visitantes, les dice: “Señora, yo que al llegar a
Killac creí morirme de tristeza en este villorrio, lo he encontrado
embellecido por la presencia de usted y la de su esposo.” Es difícil para
un muchacho como Manuel que viene de la ciudad encontrarse en un
pueblo así donde apenas puede charlar con sus padres, la amistad de
los Marín hará más amena la estadía. Al llegar a casa de los esposos
Marín Fernando y Lucía invitan a pasar a Manuel, pero él prefiere volver
para ahorrarle molestias a su madre, aunque promete hacerles una
visita otro día. Fernando y Lucía se van a dormir. Los despierta el motín.
El capítulo concluye así: Y como el granizo que las negras nubes arrojan
en medio de celajes eléctricos, comenzó a llover piedra y bala sobre el
indefenso hogar de don Fernando.
Mil sombras cruzaban en diferentes direcciones, y la algazara comenzó
a levantarse como la ola gigante que la tempestad alza en el seno de los
mares, para romperla en la plaza con un bramido ronco y formidable. “El
motín era aterrador. Las voces de mando, bárbaras y contradictorias, ya
en castellano, ya en quechua, se dejaban percibir, no obstante, el ruido
de las piedras y la fusilería. - ¡Forasteros! ¡Ladrones! ¡Súhua! ¡Súhua!
¡Entremetidos! -decían éstos y aquéllos. - ¡Mueran! ¡Mueran! -
¡Huañuchiy! Y la acompasada vibración de la campana tocando a rebato
era la respuesta a toda la vocería.
Lucía y don Fernando abandonaron el lecho del descanso, cubiertos con
sus escasas ropas de dormir y lo poco que tomaron al paso para huir o
caer en manos de sus implacables sacrificadores, para encontrar muerte
cruel y temprana en medio de esa muchedumbre ebria de alcohol y de
ira.”

10
CAPITULO XVI
Felicidad en casa de Juan Yupanqui. La misma les ha sido devuelta
por sus bienhechores los Marín quienes han saldado sus deudas y
han decidido adoptar a su hija Margarita. Van a comer y Juan hasta
piensa matar al día siguiente una
gallina de la alegría que siente.

CAPITULO XVII
El cura se encuentra un tanto inquieto en su habitación por los
tiros, junto a él se halla una mujer clandestinamente recibida. El cura
intenta hacerle creer que
podría haber ladrones en Killac que quieran asaltar la iglesia. Don
Sebastián no se ha recogido todavía a esas horas y su esposa se
preocupa por lo que
puede pasar. Manda a Manuel que se quede con ella y ambos van a
acostarse.

CAPITULO XVIII
Don Fernando (con su escopeta) y su jefe
Defensa de la casa, Lucía le pide que escape para salvarse,
Fernando
Advierte que la acción es imposible desde la entrada de la casa
Ya están ganando. La gente de la ciudad lo reconoce
La mentira de un ladrón es una mentira, solo una persona
Para ser honesto (aparentemente, fue Manuel quien logró lo que
rompió
La rebelión no se especifica en el texto). Se distribuyen.
La entrada del marine es aplastada. Doña Petronila ha llegado
Ven después del paso de su hijo Manuel. Encuentran el cuerpo de un
India: Juan murió en balas. Él y su esposa
Marcela (herido)
El primer disparo con la ayuda de Los Marine. Doña Petronila y
Manuel están separados
Marcela está tan gravemente herida que le pide a un hombre
alcohólico, como
todos los disturbios, que la lleve a ayudarla.

CAPITULO XIX
Finalizada la diversión en casa de Teodora, don Gaspar llegó a Kíllac
para relatar por sí mismo a su virtuosa hija todo lo ocurrido en
Saucedo después de su fuga, agradecer a su comadre doña Petronila
el hospedaje, y volver en compañía de Teodora a hacer nuevamente

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la tranquila vida del campo, mientras se vencía el plazo señalado en
los esponsales del honrado Mariano. Supuse, sí, en los días
posteriores, que estaban bien mermadas las rentas de Predios
rústicos y urbanos, y en manos de los indígenas una respetable
cantidad de recibos de una contribución personal y forzosa, creada ad
hoc por su señoría, titulada: «Derechos de Instrucción Popular.» Don
Sebastián, mohíno y cariacontecido, se golpeaba el pecho repitiendo:
-Francamente, mi mujer y Manuel sabían la media de la misa,
francamente, me pesa, me pesa por no haber seguido sus consejos.
Los lugares donde no se cuenta con garantías para la propiedad y la
familia, se despueblan; todos los que disponen de medios suficientes
para emigrar a los centros civilizados lo hacen, y cuando uno se halla
en la situación en que yo me encuentro, solo contra dos, uno contra
cinco mil... no queda otro remedio que huir y buscar en otro suelo la
tranquilidad de los míos y la eterna primavera de mi corazón...
¡Margarita! Tú vivirás bella y lozana donde se comprenda tu alma y se
admire tu hermosura; ¡tú serás el sol que me dé calor y vida bajo la
sombra del árbol extraño...! Y lejos ya de Kíllac, lejos del teatro de la
tragedia del 5 de agosto, abriré mi corazón ante don Fernando, pediré
la mano de Margarita, y una vez aceptado, fijado un plazo, seguiré
con fe y aliento el término de la carrera que he abrazado

CAPITULO XX
Molestia no será jamás, mi doña Petronila. -Eso queda a mi cargo, y.
… hasta prontito -dijo doña Petronila despidiéndose junto con
Teodora y Manuel, a quien dijo don Fernando: -Nos veremos luego
para acordar lo de Champi. - ¡Cómo, Fernando! Yo le juré esto a
Marcela cuando en los umbrales de la muerte depositó en mi alma el
secreto de que Margarita es la hija de aquel hombre, y me reveló los
pormenores que tú sabes. Luego, ¡Margarita será tan feliz como yo, si
ella ama a Manuel como te quiero, mi Fernando! Lucía amaba mucho
a su esposo para haberle callado nada, y es de explicarse esa
intimidad inherente al matrimonio que realiza la encantadora teoría de
dos almas refundidas en una, formando la dicha del esposo, que
permite leer, como en un libro abierto, en el corazón de la mujer, que
al dar su mano no esquivó la ternura del alma enamorada, como la
ofrenda del amor perdurable jurado en el altar. Lucía, que nació y
creció en un hogar cristiano, cuando vistió la blanca túnica de
desposada aceptó para ella el nuevo hogar con los encantos
ofrecidos por el cariño del esposo y los hijos, dejando para éste los
negocios y las turbulencias de la vida, encariñada con aquella gran
sentencia de la escritora española, que en su niñez leyó más de una
vez, sentada junto a las faldas de su madre: «Olvidad, pobres
mujeres, vuestros sueños de emancipación y de libertad.

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CAPITULO XXI
Martina penetró en el calabozo de su marido con paso acelerado y
respiración agitada; pero la lobreguez que reinaba en ese recinto,
para quien entraba de la claridad, cegó de pronto sus pupilas. La
tenue luz que se cernía por los intersticios de una ancha claraboya
tapiada de adobes fue bañando la retina de la india; que al fin
distinguió las paredes, el suelo, el poyo que hacía de cama, y sentado
en él a su marido, el cual contemplaba a la recién llegada sin
atreverse a preguntarle nada, temeroso de escuchar el anuncio de
nuevas desgracias. El Viracocha Fernando no nos persigue, es
mentira, le he visto. - ¿Por qué no he de creer si él
no es de aquí? ¡Ay!, basta con que tú y yo conozcamos la cárcel...
hasta mañana -dijo, y besó a Isidro con el tranquilo y casto beso de
las palomas.
CAPITULO XXII
Para don Fernando era imposible postergar su viaje, y dijo a su
esposa: -He ideado una forma, hija, de ver la reconciliación general
entre los vecinos de acá y nosotros, pero con el solo propósito de
alcanzar la libertad de Isidro. -preguntó Manuel. -Mañana, amigo; todo
está listo, y de quedarse habría que postergar quince días la marcha;
tenemos cinco días de a caballo, el tren viene sólo quincenalmente a
la estación de los Andes, la última de la línea... en fin, usted que se
queda... -Sí, señor Marín, yo haré los esfuerzos posibles. -Vaya que lo
has rebautizado al hombre -contestó riendo Marín, Manuel agregó: -
No será de más, porque a su regreso verá que usted no le ha excluido
de la invitación, y tal vez se preste a servirnos. -observó Manuel a don
Fernando. Estimado amigo: Debiendo retirarme mañana a la capital, y
deseando despedirme de los vecinos notables del lugar del modo más
cordial, espero almorzar mañana en unión de todos: y siendo usted
uno de los vecinos que deseo abrazar al separarme de Kíllac, tal vez
para siempre, ruégale quiera honrarme aceptando el insinuado
almuerzo, a su muy atento y S. S. Fernando Marín..
.
CAPITULO XXIII
En el patio de la casa blanca se encontraban más de veinte caballos
ensillados, pues los vecinos, al recibir la invitación de don Fernando,
desearon hacerle los honores de costumbre, acompañándolo en su
salida hasta una legua de la población. Margarita, que al separarse de
su madre muerta quedó en el mundo como el ruiseñor sin alas
expertas para buscar su alimento y el árbol donde colgar su nido, se
llegaba hoy ante los mismos despojos con el corazón ocupado por el
amor de los amores. -Como ustedes gusten; yo lo hacía porque las
señoras... -Sí, mi don Fernando, dice usted bien; la señora Petronila
que se siente ahí: yo aquí me arrellano -resolvió el inter. Brindaré la
primera copa por la salud y la prosperidad de los habitantes de Kíllac.

13
-Aquí al señor juez le toca -repuso el inter, dirigiéndose a Verdejo. -
¡Buen viaje, señor Marín! Margarita y Rosalía, que acababan de dejar
una lágrima y una plegaria en el altar de sus afectos, volvieron a la
casa blanca, donde todo estaba listo para la marcha, cuando los
concurrentes comenzaban a salir del comedor. Ese dorado sol de
verano que todo lo embellece con su cabellera de oro extendida de
los cielos a la tierra, que todo lo calienta y vivifica en los horizontes de
la juventud, haciendo que el universo sonría de contento para quien
ama y espera, no había plegado sus alas en el hogar de Lucía, pero
la lucha es necesidad imperiosa de la vida para la perfecta armonía
de lo creado. -gritaban Escobedo y Benites.
CAPITULO XXIV
Una escena de prisión en los pueblos chicos es como la de un
incendio en los pueblos grandes.
-No, di que más bien él ha salió fiador -afirmó un hombre recogiendo
su poncho sobre el hombro derecho. -Esta es la defensa de Isidro
Champi; ¿hoy la abordaré en conjunto para defender a la vez al
inocente y al culpable? Aquella invocación del joven fue la oración
elevada al dios del sueño, y recibida por el ángel de la noche que,
batiendo sus vaporosas alas sobre la ardorosa frente del estudiante
de Derecho, le dejó profundamente dormido sobre el sofá de su
habitación, teniendo un libro entre la mano
CAPITULO XXV
Los viajeros ganaban terreno, dejando tras sí la tormenta
desencadenada. La Naturaleza, indiferente a las escenas dolorosas
de Killac y sin armonizarse con la Tristeza de algunos de los
corazones, mostraba sus panoramas rientes y variados. Al trote de los
caballos cruzaba la comitiva de don Fernando pampas interminables
Cubiertas de ganados; doblaba colinas sombreadas por árboles
corpulentos, o trepaba rocas En cinco días que hay de Killac hasta la
estación del tren, el ¿Qué te parecen las cosas que suceden?
-preguntó Lucía a su esposo, Después de caminar un buen trecho en
silencio. -Hija mía, estoy abismado contemplando las coincidencias.
Contestó el señor Marín deteniendo un poco su caballo.
-Dios no ha querido que saliéramos de Killac sin ver el castigo de los
culpables -tornó Decir Lucía. -En efecto, hijita; jamás debemos dudar
de la Providencia justiciera, cuya acción tarda avientos que la mecen
.
CAPITULO XXVI
No obstante, las recargadas tareas que tenía para sí Manuel, lo que
podía ser fuente de Distracción, la tristeza invadió su semblante y el
silencio selló sus labios, antes expansivos Sin dar paso más que a
sus suspiros de honda pena. En su corazón se levantaban olas de
sangre, para él desconocidas, que el de una mujer Habría
interpretado como presagio de desgracia. Manuel comenzaba a

14
desconfiar del porvenir, dudaba de la posibilidad de volver a ver a
Margarita; pero perseguía su propósito de arreglar los asuntos de don
Sebastián y de Isidro, Y salir después a cualquier costa. Sus
entrevistas con el juez de primera instancia, con el nuevo subprefecto
y con el señor Guzmán tuvieron, al fin, un resultado, agregándose a
esto los diversos empeños que corrían Un día volvió a la casa y dijo a
doña Petronila: He conseguido que se acepte la fianza de haz, y hoy
saldrá don Sebastián. ¿Ha decretado ya el juez?
-preguntó ella con interés.
-Sí, madre, están todas las diligencias corridas, y a las doce lo
tendremos en casa. Bendito seas, hijo de mi corazón. ¿Y los otros?
No sé nada de los otros; no me cuido de ellos; sólo he hecho algo por
Isidro, que Ya lo hubiese sacado sin ese auto de prisión y de
embargo, que hay
CAPITULO XXVII
Don Fernando, después de acomodar a Lucía y las niñas, se arrellanó
muellemente al Armó en silencio, y después de encenderlo guardó su
caja de fósforos, arrojó unas cuantas Bocanadas de humo, colocó el
cigarro en los labios y desató el paquete de libros; volvió a
- ¿Cuál quieres leer tú, querida Lucía?
-Dame las Poesías de Salaverry -respondió ella con una sonrisa de
satisfacción.
-dijo don Fernando alargando al mismo tiempo un volumen a su
esposa. Y en seguida cruzó las piernas sostenidas en la tablilla del
asiento inmediato, arrimó la Espalda a la butaca y abrió su libro, que
era la segunda serie, en momentos en que el tren empezaba a
caminar con la velocidad de quince millas por hora, tragando las
distancias, Mirada curiosa, principiaron también a buscar
entretenimiento. Iba un militar flaco, trigueño y barbudo, junto a dos
paisanos entrados ya en años, Antiguos comerciantes en cochinilla y
azúcar, a quienes invitó el militar, diciendo:
- ¿Vamos matando el tiempo con una manita de rocambor?
-No sería malo, mi capitán; pero aquí, ¿de dónde diantres sacamos
naipes? El capitán, sacando un juego de barajas de bolsillo, dijo:
-Salte la liebre, don Prudencio: militar que no juega, bebe y enamora,
que se meta a Fraile. Frente a éstos iba un mercedario que,
teniéndose por aludido, retó con airados ojos a los Jugadores, que sin
parar mientes en ello voltearon sobre la izquierda el espaldar del
asiento Inmediato, instalando así su mesa de rocambor. El
mercedario sacó a la vez un libro, y tres mujeres que estaban
inmediatas se pusieron Al habla con Margarita y Rosalía,
convidándolas manzanas peladas con una cuchilla. Media hora
después, las muchachas y las mujeres dormían como palomas
acurrucadas En un mismo asiento, y el padre mercedario roncaba
como un bendito, sin que las voces de:

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CAPITULO XXVIII
Parece que Dios protege mis esperanzas. Don Sebastián y Champi
Se acaba de pasar la orden al alcaide de la cárcel, y calculando el
momento Iré a traer personalmente a don Sebastián. -Conque aceptó
el juez… Y, ¿qué condiciones ha dictado?
- ¿De modo que no podremos salir de aquí? -Ustedes no; pero yo me
marcho mañana mismo, para tomar el tren del jueves y poder
-Pero hijo, si el juicio sigue todavía, y tu padre no sabrá dirigirlo.
Regreso he de traer el recurso de transacción, nada importaría -
repuso Manuel dando paseos. - ¿O sería mejor que pidieses la mano
de Margarita y esos papeles por carta? Petronila, como arrepentida
de haber consentido en la partida inmediata de su hijo. En otras
circunstancias sería correcto el escribir una carta, pero -Sí,
sí, te entiendo, pero…
- ¡Madre!, el corazón de veinte años, fogoso y apasionado, no
retrocede ante el peligro y Yo marcho; ajustaré mi compromiso y
volveré sin detenerme, a tu -Del todo, hijo; ¿por qué
me preguntas eso?
-Porque te veo vacilante; porque tú debes comprender que, aparte de
mi amor a Margarita, está mi deber para contigo y mi interés respecto
a don Sebastián, aun cuando él Fue conmigo, en la niñez, un
verdadero padrastro. -decía doña Petronila, Cuando se
presentó don Sebastián acompañado de un sirviente de la casa.
CAPITULO XXIX
El primero que se lanzó en tierra, enfangándose hasta las rodillas, fue
míster Smith, y
- ¿Eh? nadie se mueve, ¿eh? Todos quieta, ¡no más! Y al punto
asomaron multitud de cabezas por las ventanillas del coche, que
habían Quedado sin un vidrio. El choque que hizo salir de quicio el
vagón ocasionó heridas felizmente leves.
- ¡El susto ha helado toda nuestra sangre -Mucho, hijo; ¡sólo Dios nos
ha salvado! ¿Si se habrá roto la botellita de la coca?
-preguntó Marín buscando Una maletita de mano.
-volvió a exclamar Lucía asomando la cabeza por la ventanilla del tren
para Ver en qué región se hallaban, sin atender a los gritos de
Margarita, que levantaba a Rosalía
- ¡Hemos vuelto a nacer! ¡Bendito sea Dios! -articuló el mercedario. -
¡Si estos gringos brutos son capaces de llevarnos a los profundos!

CAPITULO XXX
Trataron en una sala espaciosa, cuyas paredes estaban empapeladas
con un papel color Sangre de toro con dorados y grandes pilastras de
oro también formando esquinas; las Sobrepuesto de brocatel grana y
cenefa dorada, recogida por cordones de seda. Muebles, estilo Luis
XV, entapizados con borlón de seda azul opaco, multiplicados por dos

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Enormes espejos que cubrían casi el total de la testera derecha.
-Esta es la sala de recibo; ¿agrada a la señora? Reverencia
exagerada. -Sí, el azul es mi color favorito; yo
estaré contenta acá -respondió Lucía al
hotelero, que Era Monsieur -preguntó don Fernando señalando una
puerta de Comunicación. -
Exactamente, mi señor; aquí hallan toda comodidad y buen servicio
los pasajeros que Hacen la gracia de honrar el Hotel Imperial
-contestó Monsieur con toda la urbanidad
-Así lo esperamos.
-Si algo necesitan, mi señor, mi señorita, ese cordón es del
-advirtió el Hotelero, se inclinó y salió. Margarita, que escudriñaba
cuanto veía, preguntó con candorosa sencillez:
-Madrina, ¿qué habría dicho de esto Manuel? Lucía se sonrió con la
sonrisa de la madre que goza con el ardor de los sentimientos,
Leyendo en esa pregunta todo el poema de los recuerdos del corazón
virginal, y contestó: - ¿Aquí lo esperamos? -Sí,
pues, hija -aseguró don Fernando, tomando parte en las confidencias
de la madrina e Himeneo hubiesen soplado su aliento de ámbar sobre
los nevados y los pajonales que Recorrió en el ferrocarril, ignorando
los peligros en que días antes se encontró la familia Marín y con ella
su Margarita, ese poema de ternura entonado para él con las notas
Arrancadas a las fibras más delicadas de su corazón, como el arpa
eólica pulsada por los Ángeles de la Felicidad al batir sus vaporosas
alas en la inmensa llanura. Sultana del mundo, porque hospedaba a
la reina de su corazón. Lanzó a la calle en dirección al Imperial,
diciéndose:
¡Es tan cierto que a los veinte años la sangre quema y Esta exigida
prudencia que refrena los ímpetus del Ya los celos me han picado con
su aguijón envenenado en los días de su ausencia… ¿Cómo no
pensar que la hermosura peruana de Margarita, la belleza de su alma
virgen De las frases del mundo, no la rodee de adoradores, que
aturdiendo sus oídos manchen el Corazón de la mujer que yo amo?...
-Los celos son ruines y son nobles a la vez -tornó a decirse-; en el
fondo del amor Supremo y satisfecho duermen enroscados como una
víbora; en la superficie de un amor

CAPITULO XXXI

¡Hija mía! en el secreto que confió a Lucía


-respondió don Fernando con gravedad.
-Me place, don Fernando; el hijo no es responsable en estos casos, y
debemos culpar a Manuel, bajando algo la voz y aún la mirada
avergonzada, dijo: -Don Fernando, mi padre fue el obispo don Pedro
Miranda y Claro, antiguo cura de killac. Don Fernando y Lucía
palidecieron como sacudidos por una sola corriente eléctrica; la

17
Sorpresa anudó la palabra en la garganta de ambos, y reinó un
silencio absoluto por algunos Momentos, silencio que rompió Lucía
exclamando:
-y las coyunturas de sus manos entrelazadas crujieron bajo la forma
con Que la emoción las unió. Por la mente de don Fernando pasó
como una ráfaga el nombre y la vida del cura Pascual, y se dijo:
- ¿La culpa del padre tronchará la dicha de dos ángeles de bondad?
-El obispo Claro, señor. Don Fernando, acercándose al joven y
estrechándole contra su pecho, agregó:
-Usted lo ha dicho, don Manuel; ¡no culpemos a Dios, culpemos a las
leyes inhumanas De los hombres que quitan el padre al hijo, el nido al
ave, el tallo a la flor…! ¡Aves sin nido…!
-interrumpió Lucía, pálida como la flor de La azucena juguete del
vendaval.

CAPITULO XXXII
Manuel consultaba su reloj de oro, ansioso y pensativo. Las
manecillas mostraban la hora, y con el sombrero salió rápidamente.
Margarita, recostada en un asiento junto a la mesa y las flores, jugaba
con el borde de un pañuelo blanco, los pensamientos llevados al cielo
por sus ilusiones. Cuando Manuel apareció en la puerta, cambió
ligeramente de posición y su primera mirada se dirigió al dormitorio,
¡Margarita, el alma de mi alma! Vine a buscarte —dijo Manuel,
tomando la mano de la niña y sentándose a su lado. No dudes una
cosa, querida Margarita; tú eres mía”, dijo el joven, fijando su mirada
en los ojos de Margarita y llevándole la mano a los labios. "¿Pero tú
me amas? ¡Margarita! Respóndeme", preguntó Manuel, cuyos ojos
estaban llenos de angustia: Sí dijo la hija de Marcela con un acento
tímido, y con mucha felicidad, Manuel acercó sus labios a los de su
amada y recibió su aliento.
Manuel; Metió la mano en el bolsillo, sacó una cajita de terciopelo, la
abrió, y mientras presentaba la joya dijo: - ¡Margarita! ¡Por esta cruz
te juro que el beso de mi primer amor no se marchará! Margarita Casi
mecánicamente tomó la cruz, cerró la caja y se la colocó sobre el
pecho.
Pues los dormitorios crujieron y salieron Lucía y don Fernando.
Manuel apenas pudo empapada de sudor frío y margarita como
sorprendida por todo lo nuevo que sucedía en su corazón, apenas
podía ocultar su estado. -Te pasa algo grave, Manuel -dijo don
Fernando mirando al joven-. - respondió el con voz temblorosa y
frases entrecortadas- esto es lo más serio que quiero en mi vida, amo
a Margarita y vine a pedirle la mano. Lucía dijo. -Tu nobleza nos
obliga a ejercer el derecho que Marcela le confeso antes de su muerte
en el secreto que confió a Lucía

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-respondió don Fernando; el hijo no es responsable en estos casos y
debemos culpar a las leyes de los hombres y de ninguna manera a
Dios. - Así es. Manuel bajó la voz, todavía avergonzado, y dijo:
- Don Fernando, mi padre fue obispo Don Pedro Miranda y Claro, ex
cura de Kíllac. Don Fernando y Lucía se sorprendieron, y por un
momento hubo un completo silencio que Lucia rompió con una
exclamación: "¡Dios mío! Y con los brazos cruzados. El nombre y la
vida del Padre Pascual pasaron por la mente de Don Fernando y se
dijo a sí mismo: "¿La culpa del padre destruirá la felicidad de dos
buenos ángeles?" Manuel se apresuró a decir, ahora menos
avergonzado: "Obispo, señor". Don Fernando se acercó al joven y lo
abrazó contra su pecho, agregando: Usted lo ha dicho, don Manuel;
no culpemos a Dios, culpemos a las leyes inhumanas de los hombres,
que le quitan el padre al hijo interrumpió Lucia, pálida como una flor
de almendro, incapaz de controlarse y grandes lágrimas rodando por
sus mejillas. Manuel no podía explicar el cuadro en el que la Margarita
muda temblaba como un juguete tormentoso. La palabra de don
Fernando debió haber puesto fin a esta penosa situación, pero su voz
masculina siempre firme y directa temblaba como la de un niño. El
sudor corría por su noble y alta frente, y sacudió la cabeza con un
movimiento, ya de duda. Finalmente, señalando a Margarita con su
gesto, como recomendándola a su cuidado, y dirigiéndose a Manuel,
prosiguió: - ¡Hay cosas que se apoderan de la vida!... ¡Ánimo, joven!
Marcela, junto al sepulcro, le confeso a Lucía el secreto del
nacimiento de Margarita, que no está; la hija del indio Juan Yupanqui,
pero... la hija del obispo Claro. - ¡Mi hermana! - ¡Mi hermano! Manuel
y Margarita dijeron, esta última cayendo en los brazos de su madrina,
cuyo grito acompañaba la agonía de estas delicadas aves sin nido. (2)

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CONCLUSION
Don Fernando Marín, minero, y su esposa Lucia se identifican
plenamente con el sufrimiento de los indios de Killac; cooperan con el
dinero al Indio Juan Yupanqui para protegerlo de los cobros injustos a
que lo sometían el cura pascual, el gobernador Sebastián Pancorbo y
los vecinos blancos.
Las acciones que cometen los abusivos explotadores de Killac son
extremadamente inhumanas, como por ejemplo el rapto de la
pequeña hija de Juan Yupanqui que el cobrador de impuestos hace
con la complicidad de las autoridades, para luego venderla en
Arequipa.

La ayuda que brinda don Fernando Marín salva a la hija de Juan


Yupanqui. La solidaridad de la familia Marín con los indios humillados
y maltratados simboliza la medición de un elemento externo y
civilizador, ajeno a la estructura interna de la sociedad lugareña, que
rompe el equilibrio tradicional de la explotación del indio.
Los explotadores e sienten amenazados de afuera, por gente que no
reconocen el equilibrio de la explotación, y por ello deciden suprimir la
amenaza de manera violenta, recurso tradicionalmente efectivo para
controlar la rebelión del indio. Organizan una asonada popular contra
los forasteros para asesinarlos; los esposos Marín escapan a tiempo
del atentado gracias a otra intervención providencial, en cierto modo
otra vez ajena al lugar; se trata de Manuel, un joven estudiante de
jurisprudencia, que con el exilio de su madre Petronila, se hace
presente en la casa de los Marín para salvarlos

Manuel es hijastro del gobernador y este hecho crea disensión en el


campo enemigo del indio; un elemento ideólogo interesante es que la
salvación del indio en la novela indigenista tiene como punto de
partida el cambio de la conciencia en algunas personas del grupo
explotador, gracias a la intervención de un factor civilizador; de esta
manera de plantear el problema comienza con “aves sin nido”. Antes
de morir, Marcela Yupanqui confiesa un secreto a Lucia Marín, que
será revelado al final de la novela, después de haber servido como
ingrediente para crear un desenlace melodramático.
Las niñas Yupanqui, que se habían quedado huérfanas son
adoptadas por los Marín. Margarita Yupanqui en manos de la
novelista es apenas un recurso para insertar en la novela la trama
romántica; sin ella el paso de la narración descansaría sobre la
denuncia indigenista: Manuel se enamora subidamente de Margarita,
como complemento de su figura como héroe salvador de los Marín.
Las preocupaciones de Clorinda Matto de Turner exige el castigo de
los personajes culpables, así la intención moralizante de la novela
romántica se hace evidente.

20
El cura personaje licencioso” de los instigadores de la asonada contra
los Marín, rápidamente enferma y muere. Los otros complotados
corren el peligro de ser enjuiciados por crimen; parecería que los
mecanismos de la justicia, que no está del todo ausente, se movían
para castigar a los culpables; pero nuevamente son burlados por las
autoridades (el gobernados Sebastián y el juez de paz) encargados
de hacerlos funcionar.

Los culpables en Killac, atentados por el nuevo subprefecto, le echan


la culpa de la asonada a otro indio, el campanero champú, que no
tiene nada que hacer en el asunto, pero, por ser indio era la victima
natural e inevitable dentro del sistema de explotación.
El indio champú va a la cárcel, se apropian de su ganado, su mujer
martinas acude donde los Marín para pedir ayuda; se repite el patrón
de la salvación providencial. Los Marín cansados de vivir en un medio
tan injusto y temeroso de otras represalias, resuelven marcharse a
lima.
Los Marín antes de la partida, dan un banquete a las personas más
importantes que eran los más culpables, para con loable propósito
cristiano logra persuadirles de que cambien sus costumbres
ancestrales en nombre de la moral. Las cosas terminan como
terminan con la llegada a killac de una orden judicial de
encarcelamiento para los culpables del crimen. Manuel, entenado del
gobernador, gestiona y logra la libertad del indio champú y también la
de su padrastro; así quedan libres tanto el culpable como el inocente.

Los Marín se marchan y Manuel los sigue para pedir la mano de


margarita. El final de la novela es cuando Manuel y margarita
descubren que son hermanos, hijos del Obispo Pedro De Miranda Y
Claro, producto de una época en que los dignatarios de la iglesia no
solo tenían los privilegios de la riqueza sino también la prerrogativa de
los señores feudales

21
PERSONAJES PRINCIPALES
1. Fernando Marín: es un comerciante que defiende a los indígenas de
las injusticias de las autoridades de killac
2. Lucia de Marín: Es la esposa de Fernando y quien lo pone al tanto
de la explotación que sufre la familia Yupanqui. Ambos interceden
para liberarlos de la opresión económica a la que eran sometidos por
el gobernador y el cura.
3. Sebastián Pancorbo: Es el gobernador de Killac, un hombre corrupto
y vil que se une con la autoridad religiosa para explotar a los
indígenas. También trama el asesinato de los Marín.

4. Pascual Vargas: Es el cura del pueblo y autoridad religiosa. Un


hombre con mala reputación, abusador de mujeres que participa en la
injusticia hacia los indefensos indígenas.

5. Manuel: Es el hijo de la esposa del gobernador y el obispo Pedro de


Miranda. Intercede para salvar a los Marín y liberar a Champi, quien
fue injustamente encarcelado. Se enamora de Margarita, la hija de
Marcela.

PERSONAJES SECUNDARIOS
6. Marcela Yupanqui: Indígena que sufre por la explotación de su
marido y ante el acecho de las deudas pide ayuda a Lucía Marín.

7. Juan Yupanqui: Es el esposo de Marcela, un indígena explotado en


el campo y cuya familia corre peligro por las deudas.

8. Margarita: Es la hija de Marcela con el obispo Pedro de Miranda. Se


enamora de su hermano Manuel. (2)

22
BIBLIOGRAFIA
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