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1| Modulo I

Clase 4

Capacidades cognitivas específicas: a) las habilidades cognitivas y el mentalizar adecuado; b) los


conocimientos específicos.

La distorsión del mentalizar debida el egocentrismo.

Modelos operantes internos y mentalización.

Sistema representacional específico.

Empatizar y sistematizar.

Docente: Gustavo Lanza Castelli

Las habilidades cognitivas y el mentalizar adecuado:

La mentalización está sustentada por un gran número de habilidades cognitivas específicas.

Entre ellas encontramos: 1) el control atencional, 2) la comprensión intuitiva de los estados emocionales ajenos,
3) la capacidad para representar los estados mentales de los demás con contenido epistémico (creencias), 4) la
habilidad para representar estados mentales con contenido ficcional (imaginación, fantasía). Asimismo,
encontramos 5) la capacidad para diferenciar los estados mentales ajenos de los propios, 6) la capacidad para
realizar juicios acerca de los estados subjetivos propios y ajenos, así como 7) la habilidad para pensar
explícitamente acerca de los estados y procesos mentales, 8) la posibilidad de advertir la opacidad de los estados
mentales (cf. clase 2), etc.

En cuanto a algunas de las actitudes relacionadas con el mentalizar, podemos citar:

a) el deseo de reflexionar -de un modo relajado- acerca de cómo piensan los demás,
b) la aceptación de que el mismo hecho puede ser visto desde distintas perspectivas (cf. clase 2),
c) la apertura al descubrimiento,
d) la flexibilidad mental, etc. (Fonagy, 2006; Fonagy, Gergely, Target, 2007).

Entre los actos interpretativos, debemos diferenciar aquellos que interpretan cogniciones en el self y en el otro,
de aquellos que se dirigen a los estados emocionales. Esta dicotomía muestra su utilidad en el caso, por ejemplo,
de los pacientes psicópatas y narcisistas, que pueden tener un alto nivel de FR (evaluado con la entrevista de
apego adulto), pero que no están en contacto con sus emociones.

Las mencionadas son sólo algunas de las habilidades que integran el mentalizar. Su buen funcionamiento torna
posible un mentalizar adecuado, mientras que en las perturbaciones en el mentalizar vemos déficits o
perturbaciones en algunas de ellas.

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2| Modulo I
Clase 4

Deseo ilustrar estas ideas con un fragmento de un breve análisis del psicoanalista Theodor Reik con Freud, que
ilustra con claridad lo que es un mentalizar adecuado. Tras reseñar dicho fragmento puntualizaré las
capacidades cognitivas que se pusieron en juego en Reik.

Ejemplo: el análisis de Theodor Reik con Freud:

En la última parte de su notable libro “Confesiones de un psicoanalista” (1956), Theodor Reik refiere con detalle
la enfermedad cardíaca que sufrió su esposa, el tratamiento que recibió, su prolongada internación y muchos
de sus temores por la salud de la misma.

Entre otras cosas consigna que en este delicado estado las relaciones sexuales mantenidas antes de que se
internara, suponían para ella un esfuerzo excesivo: su rostro se abotagaba, perdía el aliento y adquiría un brillo
azulado en torno de los labios, como en los momentos en que estaba muy enferma. Reik se preguntaba en esos
casos si el corazón de su esposa soportaría semejante esfuerzo.

Durante la internación mencionada, el autor se encuentra con una joven y bella mujer de la que se enamora.
Refiere el conflicto interno que esto le producía, ya que surgía en su mente una y otra vez la idea de separarse
de su esposa y casarse con su nuevo amor, pero lo detenía la gravedad de la enfermedad de aquélla, ya que de
ningún modo podría abandonarla en ese estado.

Así las cosas, un día comienza con accesos de mareos, vómitos y diarrea. “…la primera sensación de este tipo
me sorprendió cierto día al abandonar el sanatorio después de visitar a mi esposa. De pronto me sentí tan
mareado y enfermo que tuve que apoyarme contra la pared del edificio para no caer” (1956, p. 207).

Estos síntomas se agravaron en el curso de los meses siguientes. Duraban desde pocos minutos a varias horas.
En el transcurso de estos accesos, Reik experimentaba una angustiosa sensación de que su fin estaba cerca, de
que iba a morir, junto con una opresión en el pecho, como en los ataques de angina de pecho.

Tras consultar a diversos médicos sin resultado alguno, tuvo una conversación con Freud en la que éste le dijo
que suponía que dichos ataques tenían un origen psicológico. Reik solicitó su ayuda y fue a verlo durante un
verano para un tratamiento breve, en las afueras de Viena.

En el diván de Freud, dejó fluir sus asociaciones referidas a la enfermedad de la esposa, sus temores respecto a
una relación sexual con ella y el conflicto en que se encontraba en ese momento a raíz de haberse enamorado
de otra mujer. También habló sobre sus trabajos forzados de esos últimos años, necesarios para pagar médicos,
remedios y sanatorios. “Hablé de éstas y otras cosas, pero cada tanto volvía a describir aquellos ataques de
mareos acompañados por el pánico a la muerte que habían obstaculizado mi trabajo. Confesé que
experimentaba un tremendo terror de que reaparecieran [habían desaparecido en Viena]” (Ibid, p. 210).

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En la última sesión, Freud casi no habló y lo escuchó en silencio. Casi al final de la hora, dijo “¿Recuerda usted la
novela El asesino, de Schnitzler?”.

Reik se sorprendió al escuchar esa pregunta y no entendió su relación con el contenido de sus asociaciones. Por
lo demás, Freud sabía que él era un experto en ese autor, sobre el cual había escrito un libro, del cual le había
regalado un ejemplar.

Pero entonces tuvo un leve mareo y se escuchó a sí mismo decir “Ah, ¿es eso?”

Instantes antes había recordado el contenido esencial de la novela en una serie de imágenes visuales muy
rápidas, que presentaban algunas escenas de su argumento.

En dicha novela se trata de la historia de Alfredo, quien había mantenido una prolongada relación con Elisa.
Después de un tiempo comienza a cansarse de esa relación y se enamora de Adela, que responde a sus
requerimientos.

De todos modos, no logra juntar valor como para hablar con Elisa y difiere el hacerlo. En el interín solicita la
mano de Adela al padre de ésta, quien le responde que consentirá en ello si, después de pasar un año viajando
por el extranjero, persiste en sus sentimientos y en su demanda.

Alfredo emprende el viaje con Elisa, confiando en que durante ese año su relación con ella terminará de un modo
u otro. Durante el viaje, Elisa tiene un ataque cardíaco del que se recupera. “Alfredo se preocupa por ella, pero
cuando la joven le besa agradecida la mano, siente contra ella una oleada de odio que lo desconcierta. Al mismo
tiempo, un apasionado deseo con respecto a Adela lo vuelve impaciente” (Ibid, p. 213).

Los ataques de Elisa continúan, por lo que el médico del barco le dice a Alfredo que le ahorre cualquier clase de
esfuerzo. Cuando mantienen relaciones (pese a esta prescripción), Alfredo siente la esperanza de que ella muera
en sus brazos, con lo cual pondría fin a su conflicto.

Al llegar a Nápoles busca una carta de Adela y no la encuentra (le había pedido que le escribiera a esa ciudad).
Camina entonces por la playa y experimenta de pronto un mareo y se siente próximo a un desmayo. Lleno de
ansiedad se deja caer sobre un banco hasta que el espasmo desaparece.

Después de ese episodio, Alfredo decide matar a Elisa para poder reunirse con Adela. La envenena y va en busca
de ésta, pero descubre que está comprometida con otro hombre. Alfredo muere después en un duelo.

Refiere Reik que el mareo que tuvo en sesión ocurrió cuando vio mentalmente la escena en que Alfredo se siente
mareado y experimenta gran ansiedad. De ello dedujo que se había identificado con el mismo.

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“Al recordar los lineamientos generales de la novela, encontré un enfoque inconsciente para comprenderme a mí
mismo” (Ibid, p. 215). En Alfredo encontró un doble, un segundo yo, el cual “…representa la totalidad de las
propias potencialidades emocionales […] la representación de la vida que no vivimos pero que podríamos haber
vivido. La historia de Scnitzler me da una imagen terrible de un destino posible oculto en mi carácter. El doble,
el Doppelgänger, es la acción en la que sólo pensamos” [negritas agregadas] (Ibid).

Enfrentarse de ese modo con sus propios pensamientos le dio tranquilidad, pues al advertir lo que podría haber
ocurrido, se dio cuenta que se trataba de una potencialidad que él jamás habría transformado en acción.

Conquistó de este modo cierta distancia respecto a estos pensamientos y reconoció su ansiedad como exagerada,
ya que eran sólo pensamientos los que estaban en su base. La indiferenciación entre pensamiento y acción que
rige en lo Icc. se transformaba en una clara diferencia bajo la luz de la conciencia.

Reik reconstruye la secuencia de los acontecimientos y concluye que debe haber surgido en él el deseo de que
su esposa muriese, para poder casarse con su joven amada. Este deseo sucumbió a una enérgica represión
debida al afecto que todavía sentía por aquélla y a la crítica de su conciencia moral.

Los accesos que había padecido y la sensación de muerte inminente, no eran, entonces, sino autocastigos en
los que dirigía hacia sí mismo ese deseo asesino.

De esta forma, una vez que pudo hacer consciente este deseo, los ataques desaparecieron para siempre.

Reik consigna que tras despedirse de Freud salió a caminar, pensando en lo que había sucedido, con lo que tomó
conciencia cada vez más clara del conflicto en el que había vivido todos esos meses.

También refiere cómo -durante ese breve análisis- Freud lo dejó relatar varias veces el conflicto entre su amor y
su sentido del deber para con su esposa. De esa manera fue externalizando de alguna manera esta problemática
y ganando una distancia respecto de la misma, que lo volvió más receptivo a la pregunta de Freud.

Agrega que si éste le hubiera dicho a las pocas sesiones “usted quiere que su esposa muera para poder casarse
con esa otra joven” (Ibid, p. 221) le habría resultado muy chocante y no le hubiera creído.

Y agrega: “Después de dejarme relatar mi historia durante varias horas, con lo cual me permitió alcanzar una
cierta distancia emocional con respecto a mi propia experiencia, no me dio una explicación analítica directa e
inmediata, sino que hizo que yo la encontrara solo. No me acompañó todo el camino hasta la meta, sino que me
llevó hasta cierto punto, a partir del cual yo podía seguir por mi propia cuenta” [negritas agregadas] (Ibid, p.
223).

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La notable capacidad de Reik para la autopercepción psicológica (mentalización en relación al self) y su habilidad
para ponerla con claridad por escrito, nos permiten identificar cuáles fueron los procesos mentales que se
activaron en él a partir de la pregunta de Freud:

1. En primer término, surgió en su mente el recuerdo del argumento del libro de Schnitzler, que se
desplegó ante sus ojos mediante unas cuantas imágenes referidas a los puntos nodales del argumento.
Reik dice que la pregunta de Freud lo sorprendió y fue como un obstáculo que creó una detención e
hizo necesario de su parte un esfuerzo mental para recordar el contenido de la novela. Este recordar
forma parte de las habilidades que conforman la mentalización.
2. Reconoció en Alfredo un doble de sí mismo a partir de algunos elementos en común: iguales síntomas
(aunque de menor intensidad), su ligazón con dos mujeres, el deseo de dejar a una y casarse con la otra,
la afección cardíaca de la primera. Esta posibilidad de comparar y encontrar analogías entre las
características y estados mentales de uno y de otro es otra habilidad propia del mentalizar.
3. El argumento de la novela donde aparecía su doble, le dio una guía para la autocomprensión. De este
modo logró un insight acerca de sus propios deseos asesinos hacia su esposa, representados en los
deseos similares de Alfredo y en su acción de matar a Elisa. Tanto la autocomprensión como el insight
son manifestaciones del buen funcionamiento de la mentalización.
4. Pudo diferenciar el deseo de la acción y advertir que jamás podría llevar a cabo el acto que había
realizado el protagonista de la novela, con lo cual lograba considerar a sus deseos y pensamientos
como meros estados mentales. Ésta es una capacidad que posee la mayor importancia: la posibilidad
de diferenciar las representaciones de los hechos y las acciones, advirtiendo el carácter
“meramente representacional” de las primeras. Éste es un aspecto clave, un baluarte del mentalizar,
que se encuentra en la base de la posibilidad de habilitar un espacio mental en el que sean evaluadas y
trabajadas distintas creencias, atribuciones, interpretaciones, como tales. Es lo que permite que alguien
cuestione sus propias creencias o atribuciones, y que las explore. Este tema será tratado en detalle en
la próxima clase (clase 5).
5. Este discernimiento le posibilitó verse de otra manera: como alguien que jamás podría matar (aunque
lo deseara), siendo que mientras en lo Icc. deseo y acción no se diferenciaban se había visto
(inconscientemente) como un asesino y se había castigado por ello con los terribles ataques que lo
habían aquejado durante meses. Este “verse a sí mismo” es esencial en el mentalizar. En las distintas
personas encontramos marcadas diferencias en esta capacidad.
6. El discernir que sus deseos eran sólo estados mentales le permitió tomar distancia de los mismos y
pensar sobre ellos de un modo más reflexivo, ya sin temor al respecto. La mentalización reflexiva y
deliberada permite esta importante toma de distancia de los propios procesos mentales, la cual
permite, a su vez, una desidentificación de los mismos

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7. Comprendió que su ansiedad era exagerada, ya que se trataba sólo de deseos y pensamientos. Esta
posibilidad de relativizar y morigerar su ansiedad se basa en la diferenciación entre pensamientos y
acciones, mencionada más arriba.
8. Comenzó a aceptarse a sí mismo (“No sólo había establecido una distancia con respecto a mi propia
experiencia, sino que también comenzaba a aceptarme a mí mismo” Ibid, p. 225). Esta autoaceptación
forma parte también de la mentalización. Fonagy no lo plantea exactamente de este modo, pero
entiendo que se puede inferir esta conclusión a partir de un texto en el que dice que una de las
características de un buen mentalizar es la capacidad de perdonar: “aceptación de los demás,
condicionada a la comprensión de sus estados mentales (por ej., la rabia que se experimenta puede
disiparse cuando uno entiende por qué el otro actuó como lo hizo)” (Bateman, Fonagy, 2004, p. 68).
En un sentido análogo, cuando Reik comprende toda la situación y las razones del surgimiento de su
deseo de muerte, puede entonces aceptarse.
9. Experimentó una sensación de fortaleza y de nuevo coraje, motivada no sólo por la disminución del
sentimiento de culpa, sino también por las actividades que fue capaz de llevar a cabo (mencionadas en
los puntos anteriores) (Ibid, p. 225 y ss.).

Vemos en este ejemplo una serie de capacidades que forman parte de un mentalizar adecuado (y
particularmente elevado en el caso de Reik).

Podríamos sintetizarlas en el siguiente listado: Recordar; comparar y encontrar analogías entre las
características y estados mentales propios y ajenos; autocomprenderse; lograr un insight acerca de los propios
deseos; diferenciar el deseo de la acción; considerar a los propios deseos y pensamientos como meros estados
mentales; diferenciar las representaciones de los hechos y de las acciones, advirtiendo el carácter “meramente
representacional” de las primeras; verse como teniendo tales o cuales características; a partir de discernir que
los propios deseos son sólo estados mentales, poder tomar distancia de los mismos y pensar sobre ellos;
aceptarse a sí mismo.

En estos casos, y habiendo en juego un conflicto psíquico que determina los síntomas, el procedimiento
terapéutico adecuado es aquél que se centra en los contenidos y no en los procesos, funciones o capacidades (cf.
clase 2). Pero la condición fundamental para trabajar de este modo es que tenga plena vigencia la dimensión
representacional de la mente (clase 5).

Por el contrario, en la mayoría de los pacientes que vemos hoy en día en nuestros consultorio (psicosomáticos,
anoréxicos, adictos, impulsivos, borderline, narcisistas, etc.), hay un colapso en la capacidad representacional
de la mente, las capacidades que forman parte de la mentalización están inhibidas o son deficitarias, por lo que
el trabajo sobre dichas capacidades, con la intención de optimizarlas, se vuelve un objetivo clínico de primer

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orden. Y es sólo a medida que este trabajo va rindiendo sus frutos, que es posible trabajar con los contenidos
(Lanza Castelli, 2013b).

A lo arriba consignado, podríamos agregar ahora que en el conjunto de las actividades cognitivas que forman
parte de la mentalización, hay dos que merecen una consideración especial: la atención y la imaginación (Allen,
Fonagy, Bateman, 2008).

La importancia de la atención para el mentalizar se advierte en el hecho de que los procesos atencionales
facilitan, mejoran, o inhiben otros procesos mentales (como la memoria, la percepción, la reflexión) asignando
recursos cognitivos que permiten que la tarea que se lleva a cabo se realice de manera eficaz.

Prestar atención a los estados mentales es ya mentalizar, a la vez que es condición de posibilidad para
reflexionar sobre dichos estados, realizar inferencias a partir de los mismos, etc.

El monitoreo de los estados mentales y la reflexión sobre éstos requiere de las tres variedades atencionales que
cabe distinguir: atención selectiva, atención sostenida, control atencional (Burin, Drake, Harris, 2007).

La atención selectiva se refiere a la necesidad de seleccionar, de entre la gran cantidad de estímulos


simultáneos, aquellos que son significativos para el objetivo del momento (por ej. registrar los matices de un
sentimiento, o los pensamientos que lo acompañan, etc.), al tiempo que se mantiene a raya a la recepción de
otros estímulos que no son relevantes para dicho monitoreo.

La atención sostenida implica la capacidad de sostener la atención en dicha tarea por un intervalo de tiempo
dado.

El control atencional, por último, constituye el nivel jerárquicamente superior de las variedades atencionales y
requiere de la orquestación de las habilidades atencionales descriptas (focalizar, y sostener la atención) para
poder llevar a cabo tareas complejas que demandan inhibir la respuesta automática prevalente.

Como vemos, el control y la inhibición son esenciales en el mentalizar.

Así, en el empatizar deliberado tenemos que deponer activamente nuestra tendencia egocéntrica natural –que
tiende a hacer prevalecer la perspectiva propia y a asumir que los otros comparten nuestra perspectiva,
conocimiento y actitudes (cf. clase 9).

Por lo demás, cabe señalar que una parte importante del trabajo clínico tiene que ver con ayudar al paciente a
prestar atención a lo que él y los otros piensan y sienten, al modo en que funciona su propia mente, a la forma
en que suele categorizar las actitudes de los demás para con él, etc.

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En lo que hace a la imaginación, podemos decir que también esta capacidad es central en el mentalizar, ya que
es necesario imaginar lo que los demás pueden estar pensando, sintiendo, deseando, etc. El empatizar
deliberado, por ejemplo, requiere una actitud consistente en imaginar activamente el escenario mental del otro.

Los conocimientos específicos: la mentalización implica también una serie de conocimientos y supuestos
acerca de los estados mentales, que son de dos tipos: generales e idiosincráticos. Entre los primeros
encontramos, entre otros, el conocimiento del tipo de experiencias que están en el origen de ciertas creencias y
emociones, de las actitudes y comportamientos esperables dado el conocimiento de determinadas emociones,
motivaciones y creencias, de las relaciones transaccionales esperables entre emociones y creencias, como así
también de los estados mentales propios de determinada fase del desarrollo. Este conocimiento no está
organizado en forma declarativa, sino en forma procedural, por lo que no es de esperar que las distintas personas
puedan articularlo de modo explícito, pero sí que incida de modo implícito en el desempeño mentalizador que
tiene lugar en las relaciones interpersonales (Fonagy et al., 1998).

Algunos ejemplos serían: el conocimiento de que si alguien ha perdido a una persona amada posiblemente
estará triste; que si alguien ha sido humillado delante de otros, posiblemente sentirá ira; que si alguien ha
logrado un objetivo largamente esperado, estará feliz; que si un hombre desea ardientemente a una mujer,
intentará acercarse o conquistarla; que un niño de dos años no podrá comprender una explicación compleja
acerca de los motivos por los que sus padres se separan, etc.

En la práctica de la psicoterapia utilizamos continuamente estos conocimientos y nos sorprendemos cuando


estas expectativas no se cumplen. Así, si un paciente nos dice que le expresó su amor a una mujer y al ser
aceptado, se deprimió, nos sorprenderá este desenlace y supondremos que hay otra variable incidiendo, cuyo
conocimiento nos lo tornaría comprensible.

Entre los idiosincráticos encontramos el conocimiento de los estados mentales habituales de tal o cual persona
particular, de su modo de funcionamiento mental, de su forma de reaccionar a determinadas situaciones
interpersonales, etc. que le son propias. La experiencia muestra que cuanto mayor conocimiento tenemos de
una persona, mayor es nuestra capacidad para entender su comportamiento en términos de sus estados
mentales y su modo de funcionamiento mental.

La distorsión del mentalizar debida al egocentrismo:

En su libro Mentalizing in Clinical Practice, Allen, Fonagy, Bateman (2008) expresan con claridad un riesgo
siempre presente en el mentalizar, cuyo resultado puede ser una mentalización aparente, sin que haya verdadera
comprensión del estado mental ajeno.

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“Los clínicos debemos tener en mente que el egocentrismo es el default mode para todos nosotros. De ahí
que sea parte de nuestra responsabilidad como terapeutas el ser plenamente conscientes de potenciales
errores en el poner entre paréntesis [nuestros propios procesos mentales, que no se corresponden con los
del paciente] –fallas en evitar que nuestros propios estados mentales coloreen excesivamente nuestras
inferencias acerca de los estados mentales de nuestros pacientes. Este problema del poner entre
paréntesis es una forma de interpretar el desafío de trabajar productivamente con la contratransferencia.
Esto es, para usar la contratransferencia productivamente, los terapeutas deben tener presente la
diferencia entre sus propios estados mentales y los de sus pacientes, mediante la inhibición de su
tendencia humana natural a equiparar ambos estados automáticamente y a hacer inferencias a partir
de ello. El mantener deliberadamente la posición mentalizante del “no saber” contrarresta esta tendencia
natural” {negritas agregadas} (Mentalizing in Clinical Practice, p. 47).

“…la mentalización precisa de los otros, supone dos procesos distintos: primero, la inhibición de la propia
perspectiva; segundo, la inferencia de la perspectiva de la otra persona” (Ibid., p. 47).

“El trabajo con la propia contratransferencia, por ejemplo, supone mentalizar explícitamente: los
terapeutas deben explicarse sus respuestas emocionales implícitas y ponerlas entre paréntesis al imaginar
los estados mentales de sus pacientes y decidir cuál es la mejor respuesta. Este proceso requiere ciertamente
un control esforzado” [cursivas agregadas] (Ibid., p. 48).

Esta puntuación y esta advertencia poseen la mayor importancia, tanto en la vida cotidiana como en la práctica
clínica.

Para ilustrar este punto desearía poner como ejemplo un intercambio clínico reciente, que tuvo lugar en una
institución. En él comentábamos con un grupo de colegas un material clínico que citan Bateman y Fonagy en su
libro del año 2006. En ese material el terapeuta le dice al paciente que tiene expectativas para cuando termine,
próximamente, el tratamiento. Después de un rato el paciente, cuya capacidad mentalizadora había colapsado
debido a esa intervención, golpea una maceta con una planta como toda respuesta.

Entre otras intervenciones que surgieron en el grupo, un colega dijo: “Yo le hubiera interpretado lo siguiente:
usted se enojó conmigo porque sintió que lo presionaba para asumir responsabilidades, pero volvió esa agresión
hacia usted mismo”.

Explicando su punto de vista, el terapeuta agregó que es habitual que los pacientes esquizoides se identifiquen
a nivel Inc. con un vegetal y que no le parecía casual que hubiera golpeado una planta y no cualquier otra cosa
presente en el consultorio.

Más allá de la eventual verosimilitud (o ausencia de la misma) de dicho razonamiento, me parece que podemos
hacer una hipótesis acerca del modo en que fue construido. De forma conjetural propongo que al escuchar que el
paciente había golpeado una maceta que tenía una planta, el analista recordó su teoría sobre la identificación

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con el vegetal que tiene lugar en ciertos casos, y trasladó ese proceso mental propio a la mente del paciente,
suponiendo que en esa otra mente operaba dicha identificación, lo cual se hallaba en la raíz de haber elegido
ese objeto para descargar su golpe, como un modo de autoagredirse.

Si mi conjetura es correcta, lo que ocurrió fue que el analista equiparó sus propios contenidos mentales con
aquellos de la mente del paciente y no pudo diferenciar entre una mente y la otra (por lo que le atribuyó a esta
última lo que estaba presente en la suya). También es significativo que dicho colega estuviera bastante seguro
de lo que decía y no se planteara en lo más mínimo que podría haber tenido lugar dicha equiparación. Subrayo
este último aspecto porque es habitual que cuando tiene lugar este hecho (nada inhabitual, por lo demás), el
terapeuta no lo advierta ni se plantee su posibilidad.

Otro ejemplo es el de una paciente que comienza la sesión con una expresión tensa y lágrimas a punto de surgir
de sus ojos, diciendo: “Ayer llegué a mi casa más temprano que de costumbre y encontré a mi esposo que estaba
saliendo de nuestro dormitorio con una mujer” El terapeuta dice: “Mi Dios! Imagino el dolor, la decepción y la
angustia que debe haber sentido” “¿Dolor? Maldito h. de p., eso es lo que va a sentir él cuando le haga la
denuncia y lo deje en la calle! No he parado de llorar desde ayer, de la rabia que tengo”

Como vemos en este segundo ejemplo, el terapeuta funciona con una lógica centrada en los estados afectivos
ligados a la pérdida del objeto y/o a la pérdida de la valoración del mismo (decepción, dolor), mientras que en la
paciente parece predominar la lógica ligada al sentimiento de humillación y el afán de venganza.

El profesional interpretó las lágrimas de la paciente desde su propio esquema emocional (posiblemente él
hubiera reaccionado así en una situación similar), que atribuyó a la paciente, superponiendo su mente con la de
ella, sin advertirlo y creyendo que el suyo era un comentario empático.

Creo que estos ejemplos ilustran un riesgo permanente presente en nuestra práctica, que tiene lugar a veces de
un modo más sutil y otras de forma más grosera (como en el segundo ejemplo).

Por eso es necesario que tengamos este riesgo siempre en cuenta y que inhibamos la propia perspectiva, para
poder estar abiertos a la perspectiva ajena y para mentalizar adecuadamente. Pero, ¿cómo podemos hacer para
llevar a cabo esta inhibición?

Una manera es ubicándonos en una postura de “no saber”, guiados por nuestra comprensión de la opacidad de
los estados mentales ajenos (cf. clase 2), y teniendo un deseo de entender. Por esta razón, cabe sospechar de
todo “saber” inmediato acerca de lo que experimenta el paciente, o acerca del significado de lo que dice.

Creo que vale la pena, teniendo estas ideas en mente, reflexionar acerca de la forma en que procedemos con
nuestros pacientes y buscar medios que nos permitan corroborar si estamos mentalizando en forma adecuada.

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Uno de estos medios, que posee la mayor utilidad, consiste en el pedido de un feedback sistemático al paciente
referido a nuestras intervenciones. El tema es demasiado largo para desarrollarlo en el interior de esta clase,
pero remito para ello a un trabajo que dediqué a este punto específico (Lanza Castelli, 2013a).

El mentalizar y los modelos operativos internos:

En este punto cabe reflexionar acerca de los sistemas cognitivos que están presentes en los modelos operativos
internos (Internal Working Models, Bowlby 1973) y compararlos con el mentalizar, o preguntarnos si son lo
mismo, como ha sido afirmado más de una vez.

Los “modelos operativos internos” consisten en representaciones que un sujeto tiene del mundo, de sus figuras
de apego, de sí mismo y de la relación entre el sí mismo y las figuras de apego. Contienen un bosquejo del
ambiente y del self, que puede ser manipulado mentalmente antes de emprender cualquier acción.

En un nivel más amplio, los IWM han de contener múltiples representaciones que se refieren no sólo a
experiencias directas vividas con la figura de apego, sino también a conceptos del self que derivan de tales
experiencias.

En relación a las figuras de apego, los IWM han de contener información referida a quiénes son estas figuras,
dónde es posible encontrarlas y cuán proclives son a responder a las propias demandas.

Estos modelos guían la acción y nos permiten movernos en el mundo interpersonal sin tener que pensar cada
situación nuevamente desde el comienzo. Son manipulables mentalmente, son en parte producto de la
experiencia vivida y pueden ser inconscientes (Main, 1991).

Son muchos los autores que han reflexionado al respecto, algunos de los cuales han diferenciado entre figuras
de apego y objetos de un lazo afectivo.

En lo personal me resulta útil la consideración que sobre ellos realizan Fonagy et al. (2002), cuando dicen: “Si
bien en su formulación original el concepto de IWM carecía de especificidad, el trabajo empírico reciente llevado
a cabo por psicoanalistas clínicos, ha optimizado la especificidad de este constructo” (p. 40). Citan a
continuación a Lester Luborsky y a Mardi Horowitz, quienes hablan de “esquemas vinculares”. Estos esquemas
incluyen la representación de sí mismo y del otro, como así también de la interacción que se da entre ambos.
Esta interacción tiene 3 momentos: 1) deseo del self (en el sentido amplio de expectativas respecto al otro), 2)
respuesta (anticipada, imaginada o efectiva) del objeto, 3) reacción del self ante dicha respuesta.

Una vez caracterizados, aunque sea de manera muy sucinta, los IWM, cabe compararlos con el mentalizar y
preguntarnos cuál es la relación que mantienen.

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Para ello, partamos de un ejemplo simple: Un paciente adolescente dice en sesión: “Si le digo a María que me
gusta, me rechazará porque no soy atractivo. Seguramente me dirá que le gusta algún otro y yo quedaré como el
último orejón del tarro”

Como vemos, en este esquema hay una atribución de estado mental en relación a la chica que le atrae,
consistente en que a ella le gusta algún otro, y no él. Este hecho nos podría hacer pensar que en este caso se
trata de la puesta en juego de la mentalización. Pero no es así.

Es necesario diferenciar los esquemas interpersonales (los IWM) de la actividad mentalizadora, por más que aquellos
impliquen también atribuciones de estados mentales (Bateman, Fonagy, 2004).

La diferencia es la siguiente: los esquemas interpersonales son clichés que se aplican en distintas circunstancias
de la vida, independientemente de los estados mentales efectivos de los demás. En el ejemplo del adolescente, el
paciente no está llevando a cabo una aprehensión plausible del estado mental de María, sino que le aplica o
atribuye (en forma automática) un cliché creado a lo largo de su vida, en el que tuvo mucha incidencia la relación
con un hermano que era, desde el punto de vista del paciente, el preferido de los padres, de modo tal que él se
sentía en la familia como “el último orejón del tarro”.

La aplicación de este cliché determina estados emocionales y conductas en el paciente, pero no por ello
podemos decir que mediante el mismo ha aprehendido el estado mental de María. Más bien vemos que este
cliché le impide interrogarse genuinamente por dicho estado y tratar de identificar claves conductuales y
expresivas que le darían indicios acerca de los sentimientos efectivos de aquélla.

Como es habitual que dichos esquemas interpersonales se activen en circunstancias interpersonales


significativas, es importante si el sujeto logra identificarlos e interrogarse por su validez, inhibiendo de esta
forma su eficacia automática. Este logro tiene lugar cuando hay una buena capacidad mentalizadora (Lanza
Castelli, 2011).

Bateman y Fonagy expresan de manera contundente la diferencia entre mentalizar e IWM.

“La capacidad de interpretación en términos psicológicos -permítasenos llamarla función inerpretativa


interpersonal (FII)- (…) no debería ser equiparada con los IWM de Bowlby; aquélla no contiene
representaciones de experiencias y no es un depósito de encuentros interpersonales con el cuidador. Más
bien es una manera de procesar experiencias nuevas. La regulación de emociones, el establecimiento de
mecanismos atencionales y el desarrollo de capacidades de mentalización pueden ser útilmente
considerados bajo un solo título como componentes de la FII, actuando juntos para asegurar que el
individuo colabore productivamente con otros. Con el fin de ser capaz de ejercer esta función, el individuo
necesita un sistema simbólico representacional para los estados mentales y también necesita ser capaz de
activar selectivamente estados mentales en línea con las intenciones particulares (control atencional). La

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proximidad cercana a otro ser humano durante la infancia es vista como una condición necesaria para el
desarrollo de estas capacidades. (…) Mentalizar, que está en la cumbre de estas capacidades de
autorregulación, requiere darle significado a las acciones de uno mismo y de los demás en base a los
estados mentales intencionales, tales como los deseos, sentimientos y creencias”. (Bateman-Fonagy, 2004,
p.58).

Un ejemplo clínico nos permitirá aprehender con más claridad esta diferenciación:

Un paciente de 40 años, separado, se halla saliendo con una mujer, también separada, que tiene 3 hijos chicos,
de 5, 3 y 2 años.

Relata en una sesión que en el curso de la semana se fue angustiando progresivamente porque dicha mujer no
lo llamaba ni le enviaba mensajes de texto. Tampoco, según le dijo, tenía tiempo para salir a la noche con él,
porque dos de sus hijos estaban enfermos y tenía complicaciones en el trabajo.

A pesar de esta explicación (que le pareció una “excusa”) el paciente se fue angustiando cada vez más. En su
mente alternaban la angustia intensa, el enojo y la decisión de ser él quien cortara la relación, ya que ella había
perdido todo interés en la misma.

Así las cosas, la forzó prácticamente a encontrarse en una confitería cercana al trabajo de ella, ya que le era
imposible esperar más tiempo en ese estado de ánimo. En el curso de la conversación que tuvo lugar, el paciente
la vio realmente desbordada por la situación. A partir de las explicaciones de ella, pudo entender que su excesiva
ocupación no significaba que no lo quisiera, sino que estaba literal y realmente desbordada por la situación en
que se encontraba.

El paciente relató que a medida que avanzaba la conversación y que iba creyendo en lo que le decían, sumado a
las manifestaciones amorosas explícitas que ella tuvo, fue cambiando su sentimiento y pudo sintonizar con ella
y con su sentirse superada por los hechos, lo que lo llevó a dejar de estar angustiado y enojado y a sentir un
genuino deseo de ayudarla y acompañarla en esa situación.

Como podemos ver, en las mencionadas circunstancias se había activado en el paciente un IWM caracterizado
por el desamor y el estar pendiente el otro de terceras personas, desalojándolo de su mente. De ahí la intensidad
de la angustia que lo acometiera.

Vemos que este esquema incluye en su interior una serie de atribuciones de estados mentales, que no derivan de
una inferencia plausible del estado mental efectivo de su pareja, sino que se le atribuyen a la misma.

Es significativo también que el paciente no pudo cuestionar por sí mismo esta atribución, apelando, por ejemplo,
a recuerdos de situaciones amorosas recientes vividas con ella, al conocimiento de lo que ella sentía por él, etc.

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No pudo mentalizar y por eso tampoco pudo cuestionar o regular su estado emocional. Fue sólo la percepción
física y las manifestaciones presenciales y explícitas que ella le hizo las que le permitieron rectificarse.

Creo que este ejemplo muestra con claridad la oposición que hay (en este punto) entre activación de los IWM y
mentalizar adecuado. De igual forma, nos permite postular que uno de los objetivos de la psicoterapia es
favorecer la activación de la mentalización a los efectos de poder cuestionar la activación automática de los
IWM, así como los pensamientos de ellos derivados. Esta tarea es muy importante y es necesario llevarla a cabo
en casi cualquier tratamiento, ya que es habitual que en los pacientes que nos consultan encontremos esta
combinación entre activación automática de IWM disfuncionales y déficit en la capacidad de identificarlos,
tomar distancia de los mismos, cuestionarlos y reflexionar al respecto.

El sistema representacional específico: para focalizar en los estados mentales y poder reflexionar sobre ellos,
necesitamos contar con un sistema representacional simbólico para los mismos, que es diferente del conjunto
de representaciones con las que pensamos el mundo de los objetos materiales. Así, el niño de tres años de edad
posee una serie de símbolos para operar en el mundo físico, pero no posee aún símbolos para sus propios
procesos mentales (Fonagy, 1991).

Otro tanto podemos ver en aquellas personas en las que predomina el pensamiento operatorio. Según Pierre
Marty (1990) este pensamiento puede ser muy eficiente para moverse en el mundo de los objetos, ya que los
simboliza adecuadamente. Sin embargo, carece de vida de fantasía, de actividad onírica y es sumamente pobre
en relación a aquellas representaciones que tienen que ver con los estados mentales (propios y ajenos).

De este modo, los movimientos pulsionales y emocionales no logran encontrar representaciones que los
simbolicen y que permitan al sujeto pensar sobre ellos.

Es un pensamiento fáctico, ligado a los hechos concretos y a la acción.

El vínculo que los sujetos con pensamiento operatorio establecen con los demás, carece de profundidad
emocional, en tanto no pueden empatizar ni representarse el universo emocional y pulsional propio y ajeno.

Este tipo de pensamiento ilustra con bastante claridad la afirmación de que es necesario un sistema
representacional específico para simbolizar y aprehender los estados mentales, ya que aquellos que carecen de
él, tampoco pueden llevar a cabo dicha aprehensión.

Este sistema representacional está compuesto por una serie de símbolos que se construyen a lo largo de un
complejo proceso, el cual comienza por la construcción de representaciones secundarias para significar los
afectos (cf. clase 11). En dicho proceso, el reflejo parental de los estados emocionales del niño juega un rol
cardinal (cf. clases 12 y 13) (Lanza Castelli, 2010).

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Sistematizar y empatizar:

En lo que hace al razonamiento acerca de los estados mentales, cabe comenzar citando una frase del Manual
para la evaluación de la Función Reflexiva:

“La mentalización se refiere a la capacidad para percibir y entenderse a uno mismo y a los otros en términos de
estados mentales (sentimientos, creencias, intenciones y deseos): Se refiere también a la capacidad para
razonar acerca del comportamiento propio y ajeno en términos de estados mentales, esto es, la reflexión”
(Fonagy et al., 1998, 1.3.1).

La explícita referencia a “razonar en términos de estados mentales” nos da pie para llevar a cabo
consideraciones sobre lo específico de este “razonar”, contraponiéndolo con otros modos de razonamiento que
no tienen como objetivo los estados mentales, sino los objetos del mundo físico, los sistemas.

Para ello, tomaré en cuenta lo desarrollado por Baron-Cohen en su libro del año 2003 en el que contrapone dos
tipos de razonamiento: el empatizar y el sistematizar. El primero podríamos decir que forma parte del
mentalizar y que tiene que ver con lo mencionado en la página 1 de esta clase: “Entre los actos interpretativos,
debemos diferenciar aquellos que interpretan cogniciones en el self y en el otro, de aquellos que se dirigen a los
estados emocionales”. Estos últimos son los que se juegan en el empatizar. De todos modos, cabe agregar que
existen diferencias entre empatizar y mentalizar, que de momento pasamos por alto.

Según Baron-Cohen el empatizar implica identificar las emociones y pensamientos de otra persona y responder
a ellos con una emoción apropiada. Empatizar, por tanto, no implica sólo un frío darse cuenta de lo que está
viviendo el otro, sin resonancia emocional propia alguna, sino que conlleva una reacción emocional al estado
emocional del otro, que es gatillada por este último (cf. clase 9).

Si vemos que determinada persona está triste, pero esta percepción nos deja fríos o nos alegra, esto implica que
no estamos empatizando. Si, por el contrario, no sólo captamos la tristeza de esa persona, sino que sentimos -
de forma automática- preocupación, interés y, por ejemplo, un deseo de acercarnos para ver si podemos aliviar
su tristeza, entonces sí estamos empatizando.

El proceso de sistematizar, a su vez, consiste en el análisis, la exploración o la construcción de un sistema.


Mediante el sistematizar nos representamos intuitivamente cómo funcionan las cosas (objetos del mundo
exterior) y/o inferimos las reglas subyacentes que gobiernan el comportamiento de un sistema.

Pero, ¿qué es un sistema? En primer término, digamos que los sistemas pueden ser tan variados como un auto,
una planta, una pecera, el catálogo de una biblioteca, una composición musical, un grupo social, una
computadora, etc. Todos ellos operan a partir de “inputs” y arrojan “outputs” usando reglas correlacionales “si-
entonces”.

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Un ejemplo simple es un reóstato de luz. En este caso la luz es el input: si uno gira el reóstato un poco (operación)
entonces la intensidad de la luz se incrementará (output 1). Si ahora rotamos el reóstato un poco más, la
intensidad lumínica se incrementará nuevamente (output 2).

Las reglas correlacionales “si-entonces” nos permiten predecir el comportamiento de la mayoría de los sistemas
inanimados. Monitoreando el input, la operación y el output, podemos descubrir qué es lo que hace que el
sistema funcione de un modo más o menos eficiente y la cantidad de cosas que puede hacer.

Según Baron-Cohen el empatizar (mentalizar) es el tipo de razonamiento pertinente para entender a una
persona, mientras que el sistematizar lo es para entender el funcionamiento de un sistema.

Ahora bien, ¿es posible sistematizar a una persona? Sin duda que lo es cuando tratamos de entender un sistema
dentro de la misma, como por ejemplo, el sistema de los ovarios femeninos.

Según una serie de estadísticas, se observa que el promedio de abortos espontáneos entre las mujeres
embarazadas de 20 años de edad, es del 10%. Esto es, sólo 1 de cada 10 aborta en forma espontánea.

Estos estudios muestran también que en las mujeres de 35 años, este porcentaje se eleva al 20%, mientras que
en las de 40 años sube hasta el 33%. Por último, a los 42 años este porcentaje es del 90%, lo que significa que 9
de cada 10 mujeres embarazadas sufrirán un aborto espontáneo.

Vemos en este ejemplo cómo puede sistematizarse la fertilidad femenina, vale decir, cómo puede ser tratada
como un sistema sujeto a leyes. En este sistema el input son los ovarios, la operación el incremento en la edad
de la mujer y el output, el riesgo de un aborto espontáneo.

Pero en lo que hace a nuestros vínculos cotidianos el sistematizar no nos resulta de utilidad. Baron-Cohen
consigna cómo para ciertos filósofos nuestra comprensión habitual de los demás está basada en reglas que
contienen generalizaciones “si-entonces”, al estilo de: “si alguien tiene un día muy atareado, se sentirá de mal
humor”.

No obstante, la experiencia muestra que esto no es así, ya que muchas personas pueden sentirse muy
satisfechas después de haber estado atareadas a lo largo del día.

Por otra parte, cuando se trata de entender el comportamiento de una persona en particular, el sistematizar no
nos da elementos para lograrlo.

Si tenemos la regla: “cuando la gente consigue lo que quiere, se siente feliz” y queremos aplicarla a una persona
en particular, bien puede ser que no se verifique. El ejemplo que pone Baron-Cohen es el de una persona que
recibe para su cumpleaños el regalo que quería y sin embargo no está feliz. Lo que ocurre es que esta persona

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estaba en ese momento esperando los resultados de unos estudios que se había hecho y que temía fueran
negativos, de ahí su estado de preocupación que la inhibía de alegrarse.

Por esa razón “El sistematizar no puede tomar un punto de apoyo en cosas como los sentimientos fluctuantes,
y así como la forma natural para comprender y predecir la naturaleza de los hechos y objetos es el sistematizar,
la vía natural para entender a una persona es el empatizar”.

Un dato interesante, que sólo menciono al pasar, es que el empatizar y el sistematizar dependen de regiones
diferentes del cerebro.

De este modo vemos que el mentalizar implica un tipo de representaciones que le es específico y un tipo de
razonamiento que le es propio, que tiene que ver con la interpretación (intuitiva o deliberada) de los estados
mentales que subyacen al comportamiento.

Es en este sentido que cabe entender la afirmación -tantas veces repetida- de que el mentalizar no es
equiparable al pensar en general, sino que se refiere solamente a aquellos procesos mentales (que incluyen el
pensar) que tienen que ver con los estados mentales.

Parte Práctica: Presento ahora un ejemplo, para aplicar en él los conceptos vertidos en esta clase:

Identifique los procesos mentales que tienen lugar en la paciente en el episodio que relata con su novio. Analice qué es lo
que ocurrió en el fragmento de sesión que se transcribe y evalúe las intervenciones del profesional en relación a si estimulan,
o no, el mentalizar de la paciente. Justifique sus afirmaciones.

La paciente, a la que llamaremos Mirta, tiene 29 años de edad, es médica y trabaja en una clínica propiedad de
su padre. Su novio, Juan, -al que le falta un año para recibirse- estudia medicina y trabaja en un pub. Mirta lo
ayuda y alienta en sus estudios, lo que para él es de la mayor importancia ya que le cuesta estudiar solo.

En el mes de julio Juan da un examen que preparó durante semanas, ayudado por Mirta. El día del examen ella
tiene que irse de la clínica a buscar unos medicamentos a un laboratorio. Como tarda mucho en ese trámite se
va después para su casa, inquieta porque Juan no la ha llamado para contarle cómo le fue en el examen, siendo
que tendría que haber terminado a esa hora del día.

Cuando llega a su casa -vive con sus padres- la madre le dice que Juan aprobó, que fue a la clínica para contarle
y que al no encontrarla le contó al padre, quien le dijo a ella. Juan dijo también que se iba a lo de unos amigos.

La paciente se siente enojada con su novio y dice que ella la última en enterarse, siendo que hubiera querido ser
la primera después de todo lo que hizo por él.

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Rato más tarde Juan la llama y le comenta que está con unos amigos. Ella le reprocha por teléfono que no podía
ser que no la hubiese llamado. Él le explica, pero Mirta no lo escucha.

Juan le dice que la había ido a buscar a la clínica, que después la había llamado y no le daba señal (la paciente
aclara en la sesión que en el sótano del laboratorio en el que estuvo, efectivamente no había señal, y que
permaneció un rato en él). Mirta le dice que entonces podría haberla llamado nuevamente a los 15 minutos y si
no la encontraba, a la media hora, y así.

Más tarde, Juan va para la casa de Mirta, que sigue enojada. Llega y le dice que la invita al cine y a cenar. La
paciente acepta ir, pero recién terminando la cena se le pasa el enojo y puede felicitarlo por haber aprobado el
examen, cosa que hasta ese momento no le había surgido hacer.

Mirta relata que en sus “elucubraciones” había pensado que Juan se había ido con sus amigos, que había querido,
sí, avisarle, pero que no lo había hecho y se había ido con ellos a jugar al tenis, por lo que había sentido “un
desplazamiento”. Sintió bronca, mucha bronca y mucha angustia. Finalizando casi la sesión, tiene lugar el
siguiente intercambio.

T1: ¿Cómo entendés lo que pasó?

P1: Así como te digo: sentí de nuevo lo del desplazamiento, que no le importaba estar conmigo sino que
se iba con sus amigos.

T2: Creo que esta vez, junto a eso, había otro aspecto: que él te usaba y después te descartaba…

P2: Sí… Tuve ese pensamiento en algún momento, como esos pensamientos que uno tiene y no se entera
mucho, pero me pasó por la mente y lo hice a un lado…incluso ahora me lo había olvidado…

T3: ¿Cómo sería ese pensamiento, visto desde vos?

P3: Es como que yo pienso que Juan tiene agujeros o debilidades: el estudio, la relación con el padre. Yo
tengo una actitud incondicional con él. Entonces, estando conmigo puede estudiar bien y no preocuparse
por lo del padre, porque me tiene a mí que lo amo, y puede estudiar porque yo lo ayudo con el estudio.
Entonces, pienso que gracias a que está conmigo es como que completa una debilidad de él, como que
para él es una relación utilitaria, y a veces pienso qué va a pasar con nosotros cuando él solucione estas
cosas…

T4: ¿Y qué te respondés?

P4: Que por ahí me va a dejar…

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T5: ¿Vos sentís esta cuestión utilitaria en todas sus actitudes, o hay veces en que no lo sentís así?

P5: Ahora que me preguntás esto, me acuerdo que el sábado me dijo si quería ir con mis amigas al pub
donde trabaja. Yo caí sin avisarle…

T6: Para ver con quién estaba…

P6: Claro, y lo vi en la puerta hablando con un tipo. Cuando me vio, se alegró. Ahí lo sentí diferente, que
se alegraba de verme y que si me había dicho que fuera era porque tenía ganas de verme…esa noche me
dijo que me quiere y estuvo muy cariñoso conmigo…

T7: Parece que hay otra forma de mirar las cosas, y no sólo que para él es una relación utilitaria…

P7: Es verdad…yo no sé si es por lo que hemos visto otras veces, que no tengo autoestima, que no creo
que me quieran, porque hay veces que me convenzo que sólo está conmigo porque le soy útil y otras en
que siento que no es así…

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Referencias

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