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CAPÍTULO 1

ECONOMÍA Y ORGANIZACIÓN TERRITORIAL

1. El análisis geográfico de la actividad económica

1.1. LA CONVERGENCIA ENTRE ECONOMÍA Y GEOGRAFÍA

Las cuestiones económicas, definidas como aquellas que se relacionan con


la obtención de bienes materiales y servicios destinados a satisfacer las
necesidades humanas, tienen un evidente protagonismo en nuestra realidad
cotidiana, tanto desde una perspectiva personal como colectiva.

Por una parte, la inserción social de los individuos se realiza, en buena


medida, a través de su doble condición como trabajadores que participan en la
producción y distribución de toda una serie de bienes, y, como consumidores de
éstos, con una desigual capacidad para acceder a su uso y disfrute. Por otra, la
mejora de las condiciones económicas, asociada con frecuencia a las ideas de
progreso y desarrollo, constituye uno de los objetivos esenciales en la práctica
totalidad de sociedades contemporáneas, al tiempo que los problemas económicos
asociados a la crisis de determinadas actividades, el aumento del desempleo, o las
subidas de precios se han convertido en preocupación prioritaria desde hace ya
más de dos décadas. Como resultado de todo ello vivimos hoy en un mundo en el
que las referencias económicas resultan omnipresentes y en el que, no por
casualidad, las políticas económicas se convierten en el eje central de actuación
para casi todos los gobiernos, marginando, en bastantes ocasiones, las cuestiones
sociales, culturales o medioambientales en aras de una mayor eficacia productiva
y una mejora de la competitividad, concepto autorreferente que impregna el
discurso oficial dominante y se impone sobre otros principios, como la equidad,
el equilibrio o la sustentabilidad. que aparecen con frecuencia subordinados.

Así pues, cualquier intento de entender nuestro mundo actual y encontrar


respuestas que permitan una explicación razonada de cuestiones tan diversas e
importantes como las referentes al porqué resulta hoy tan difícil generar empleo
suficiente, qué efectos se derivan de la creación de un mercado y la utilización de
una moneda única en Europa, o por qué son tan acusados y persistentes los
desequilibrios regionales en España, exige saber algo de economía. Esa misma
necesidad resulta patente para quienes, desde la geografía, intentan entender la
organización y el dinamismo de los territorios en los que se desenvuelve la vida
de las sociedades humanas, desde el ámbito local, inmediato y conocido, al
contexto mundial, aparentemente lejano pero cada vez más presente, tanto en la
identificación de los problemas como de las oportunidades que surgen en nuestro
entorno.

Tal como pretende plantear la figura 1.1, cualquier análisis de una realidad
espacial, ya se trate de un área metropolitana, una región, un país, una comarca
rural o un sistema de ciudades, exige incorporar la acción ejercida por múltiples
factores, que actúan de forma interactiva, reforzándose o compensándose
mutuamente. Junto a la influencia de las condiciones naturales o ecológicas, las
herencias derivadas de un pasado que aún se hace presente en ocasiones, el
volumen y características de la población, el sistema de relaciones sociales, las
pautas culturales dominantes, o la organización político-institucional serán las
principales razones explicativas de su situación actual, que han dado origen a
otras tantas ramas de estudio especializadas.

Entre todo ese conjunto de condicionamientos naturales y sociales,


pasados y presentes, tangibles e intangibles, resulta de particular importancia el
efecto ejercido por las condiciones económicas sobre la estructura y el dinamismo
de los territorios. Aspectos como el volumen de empresas existentes, sus
características internas, sus objetivos prioritarios y las estrategias que aplican
para conseguirlos tienen una traducción directa sobre el volumen de puestos de
trabajo, su distribución espacial, la movilidad de la población, la información o las
mercancías, el grado de urbanización, o la gravedad de los impactos generados
sobre el medio ambiente. Sin ignorar o menospreciar el significado de los restantes
factores señalados, parece incuestionable que las condiciones de vida que
disfrutan o padecen los habitantes de las diferentes regiones del mundo, de
nuestras ciudades y pueblos, así como de la España litoral e interior, etc., tienen
mucho que ver con su diversa estructura u organización económica, que también
influye sobre el uso que del espacio y el tiempo hacen los diversos grupos
humanos residentes en cada una de esas áreas.

Pero limitar la vinculación entre la economía y el espacio a esa simple


relación causa-efecto supone un sesgo reduccionista que ignora una parte
sustantiva de la realidad, al convertir el territorio en un simple escenario inerte
sobre el que se instalan múltiples elementos, en este caso de índole económica, y
tienen lugar acontecimientos o procesos. Por el contrario, el territorio debe
entenderse también como agente activo que influye de forma directa, tanto sobre
las desiguales posibilidades para que surjan iniciativas empresariales en
determinado tipo de actividades, como favoreciendo o dificultando su desarrollo
posterior, su decisión de implantarse en determinados lugares, delimitar sus áreas
de actuación, etc. (Sánchez, J. E., 1991).

Geografía y economía encuentran aquí, por tanto, un área de intersección


e interés mutuo que ha permitido en las últimas décadas el desarrollo de una
economía espacial o regional y de una geografía económica cada vez más
próximas e interrelacionadas, hasta constituir uno de los ámbitos más dinámicos
y prometedores en el contexto general de las ciencias sociales. Tras un largo
período de ignorancia mutua, en el que ambas se dieron la espalda evolucionando
de forma autónoma, la conciencia cada vez mayor entre algunos economistas de
que los procesos económicos no ocurren en lo que Isard (1956) calificó como el
país de las maravillas, sin dimensiones de espacio y tiempo, junto a la
preocupación de numerosos geógrafos por incrementar el rigor conceptual y el
bagaje teórico de sus estudios mediante la incorporación de aportaciones surgidas
en el campo económico, han facilitado esa aproximación. El surgimiento de la
llamada ciencia regional intentó servir, en su momento, como nexo de unión entre
dos diversos especialistas que abordan tales cuestiones y «manifestación de las
ventajas que representa adoptar una visión interdisciplinaria al estudiar los
problemas regionales y de localización» (Richardson, H. W., 1973, 3).
1.2. LA GEOGRAFÍA ECONÓMICA Y LA RENOVACIÓN DE LAS CIENCIAS SOCIALES

Tal como plantean Dogan y Pahre (1991), la evolución seguida por la


mayoría de ciencias sociales ha supuesto un proceso en el que los fenómenos de
expansión, fragmentación e hibridación definen una serie de etapas sucesivas que
han desdibujado sus perfiles iniciales y las propias fronteras interdisciplinarias,
en beneficio de una visión más integrada de la realidad a observar e interpretar.

Esa secuencia puede describir con bastante aproximación lo ocurrido en la


geografía durante el último medio siglo, con un fuerte crecimiento del número de
geógrafos profesionales, de la investigación y las publicaciones realizadas, que
posibilitaron una creciente especialización de sus contenidos en disciplinas que,
como la geografía económica, han llegado a consolidar un perfil netamente
diferenciado (Unwin, T., 1992). En ese movimiento expansivo, la relación con otros
ámbitos profesionales interesados en cuestiones próximas creció de forma
constante, favoreciendo el trasvase de ideas, conceptos, teorías y técnicas de
análisis, la colaboración en proyectos conjuntos, etcétera, a partir de un lenguaje
y unos métodos de investigación marcados por crecientes similitudes. El proceso
parece acelerarse en los últimos años, cuando el desarrollo autónomo de los
estudios sobre geografía agraria, industrial, de los servicios, o sobre los procesos
de desarrollo regional y local han hecho escasear las obras de conjunto sobre
geografía económica, sustituyendo de forma progresiva las panorámicas
globalizadoras por una perspectiva cada vez más analítica y fragmentada.

Pero la tesis más sugestiva en los planteamientos de Dogan y Pahre radica


en la afirmación de que «la innovación en las ciencias sociales aparece con mayor
frecuencia y produce resultados más importantes en la intersección de las
disciplinas», pues «al desplazarse desde el centro hacia la periferia de una
disciplina, al transgredir sus fronteras y penetrar en el dominio de otra
especialidad, el científico dispone de mayores oportunidades para ser creativo»
(Dogan, M. y Pahre, R., 1993, 11). El encuentro entre trayectorias y perspectivas
diferentes sirve, pues, para responder de forma nueva algunas cuestiones
abordadas tradicionalmente de forma aislada, generar así un patrimonio común y
suscitar preguntas también nuevas, capaces de orientar líneas de investigación
originales. Por esa razón, «la verdadera cartografía del saber científico actual
destaca la importancia de los subdominios resultantes de la recombinación de
segmentos de disciplinas más antiguas» (ibidem, 104), y la geografía económica se
identifica con una de esas áreas de intersección.

No obstante, y sin cuestionar su proximidad temática a otras áreas de


estudio, cualquier repaso de la bibliografía disponible y del tipo de investigaciones
que abordan los geógrafos interesados en cuestiones económicas permite detectar
unas señas de identidad específicas, que en gran parte guardan relación con su
trayectoria científica a lo largo del tiempo, y que aún influyen sobre el marco
conceptual y el tipo de debates planteados en la actualidad.

2. Definición y contenidos de la geografía económica

La aproximación a cualquier rama del saber exige, ante todo, establecer qué
debemos estudiar y por qué, o, lo que es lo mismo, cuáles son los principales
contenidos temáticos que pueden abordarse. Con ese objetivo central se han
sucedido multitud de definiciones que, a su inevitable esquematismo, unen el
sesgo introducido por la particular visión de cada autor, lo que conduce a un gran
número de variaciones en torno a algunas ideas centrales, que subyacen en la
mayoría de intentos realizados.

Éste es el caso de la geografía económica, donde una de las definiciones


más sintéticas y precisas continúa siendo la planteada por Lloyd y Dicken, en una
de las obras ya clásicas en esta materia, al señalar que «la geografía económica se
interesa en la construcción de principios generales y teorías que explican el
funcionamiento del sistema económico en el espacio» y, en tal sentido, «es el punto
de vista espacial el que distingue a la geografía económica como ámbito de estudio
de la economía, aunque ambas estén implicadas en el estudio de los sistemas
económicos» (Lloyd, P. E. y Dicken, P., 1977, 7). En otra obra de amplia difusión,
Claval ensaya una definición alternativa al afirmar que «la geografía económica
intenta explicar la distribución de los hechos de producción, distribución y
consumo. Para mejor captarlos, utiliza las categorías propuestas por los
economistas, precisando la manera como el espacio los modela o los modifica»
(Claval, P., 1980, 14). En fechas más recientes, su identificación con el estudio de
los «sistemas económicos espaciales» (Butler, J. H., 1981), o de las «estructuras
territoriales» derivadas de la actividad económica (Conti, S. et al., 1991), no hace
sino insistir en esa misma dirección.

En resumen, cualquiera que sea la forma concreta en que se exprese, parece


existir un acuerdo bastante generalizado en identificar la geografía económica con
el estudio de las interrelaciones dialécticas existentes entre la actividad económica
y el espacio, abordadas desde una doble perspectiva (véase fig. 1.2):

a) De una parte, el espacio ejerce una influencia multiforme sobre el


funcionamiento económico, al comportarse, a la vez, como fuente de recursos,
como obstáculo a los desplazamientos y como soporte de la actividad, que ocupa
un suelo de características y precio determinados (Rochefort, M., 1975). Por ello,
las características propias de cada territorio (recursos humanos y naturales,
posición y accesibilidad, infraestructuras disponibles...) influyen sobre la
eficiencia, rentabilidad y organización de las empresas y actividades económicas
existentes que constituyen su sistema económico (véase cap. 2). Por un lado,
condicionan sus pautas de localización espacial como respuesta al efecto ejercido
por una serie de factores específicos, así como su evolución en el tiempo. Por otro,
las características territoriales también ayudan a entender la estructura interna, el
nivel de desarrollo y el mayor o menor dinamismo que presentan las economías
regionales y urbanas, constituyendo, por tanto, una razón explicativa básica de las
desigualdades existentes a cualquier escala de análisis que se considere.

b) Pero, una vez implantadas, las actividades económicas ejercen una


fuerte influencia sobre la organización del territorio a través de una serie de
consecuencias o impactos visibles, que afectan la movilidad, el crecimiento y las
características de su población, la composición y problemas de sus mercados de
trabajo, los procesos de urbanización y la estructura interna de las ciudades, la
delimitación de áreas dinámicas y en declive, el establecimiento de relaciones de
dominación o dependencia con el exterior, o las condiciones medioambientales y
la calidad de vida.

La aceptación generalizada de que una eficaz relación entre la actividad


económica y el espacio puede contribuir a impulsar el crecimiento y mejorar la
calidad de vida o el bienestar de la población planteó desde hace bastante tiempo
da conveniencia de una intervención pública en esta materia, que compensase las
deficiencias o desajustes consecuentes a la simple lógica del mercado. Por tal
motivo, los geógrafos también se interesan por analizar y valorar la influencia
ejercida por los diversos tipos de políticas económicas sobre los países y regiones
en que se aplican, pero aún en mayor medida por aquellas políticas territoriales
que intentan de forma explícita promover el desarrollo regional y local, o lograr
una ordenación más eficaz de las actividades que evite efectos negativos en
materia urbanística o medioambiental. El resultado es una participación cada vez
más activa de los profesionales de la geografía en la propuesta de medidas de
actuación en materia de planificación y gestión territorial (Moreno, A., coord.,
1995).
Finalmente, la geografía económica también aborda la evolución de las
relaciones entre la economía y el espacio, y de las políticas que intentan
reorientarlas, desde una perspectiva dinámica atenta a detectar los cambios
producidos a lo largo del tiempo, las diferentes fases o etapas que pueden
identificarse con unas formas específicas de organización económica y espacial,
así como sus tendencias de futuro.

Los estudios sobre localización de actividades y empleos, sobre la


estructura y el dinamismo económico de los territorios a distintas escalas, sobre
los efectos derivados de la actividad económica en la organización espacial, con
especial atención a los desequilibrios generados, junto al estudio de las políticas
públicas relacionadas y una participación activa en la planificación y gestión de
actividades en el territorio, definen, pues, las líneas principales de investigación
en geografía económica.

El cuadro 1.1 intenta concretar algunas de tales cuestiones genéricas


mediante la presentación de unas cuantas líneas de estudio de evidente interés y
actualidad, identificando una gran cantidad de preguntas que la investigación
geográfica intenta responder. Definir, por ejemplo, cuáles son los espacios
atractivos para la localización de empresas industriales, comercios, bancos,
hoteles, etc., o detectar dónde se está creando hoy más y mejor empleo en nuestro
país, estableciendo en ambos casos las razones explicativas, son cuestiones que a
su interés científico y de carácter teórico unen un evidente interés práctico, tanto
para empresas concretas que periódicamente deben tomar decisiones de
implantación o traslado, como para responsables públicos interesados en atraer
empresas y generar puestos de trabajo a partir de medidas concretas.
Algo similar ocurre cuando intentamos determinar por qué existe tanta
desigualdad en el crecimiento económico y los niveles de bienestar que conocen
los diferentes países y regiones, la identificación de los principales tipos de
contrastes entre territorios, o de los cambios recientes para descubrir a los
ganadores y perdedores de los actuales procesos de transformación económica.
En un plano algo más abstracto, cuando se quiere abordar el estudio geoeconómico
de un espacio concreto, las preguntas relativas a qué buscar, qué cuestiones
incluir, cómo hacerlo o dónde encontrar información, se enfrentan a otros tantos
problemas a los que la geografía económica viene dando respuesta.

3. El carácter dinámico de las interrelaciones economía-espacio

3.1. CONTINUIDAD Y CONTRASTES EN GEOGRAFÍA ECONÓMICA

Toda definición, por genérica que pueda resultar, supone un intento,


explícito o implícito, de encontrar unas señas de identidad, delimitar un área de
influencia y rastrear una continuidad por encima de los cambios producidos en el
tiempo, a partir de la identificación de algunas cuestiones clave.

Pero esa búsqueda de coherencia no debe confundirse, en ningún caso, con


la pretensión de ofrecer una imagen monolítica y lineal, donde la búsqueda de
confluencias oculte o ignore las discrepancias. Por el contrario, tal como ocurre en
las restantes ciencias sociales, la geografía económica es un ámbito de debate
donde, tal como afirman Giddens y Turner para la teoría social en su conjunto,
«existen desacuerdos acerca de algunas de sus cuestiones más básicas: acerca de
qué tipo de ciencia social es posible, acerca de cuál debería ser su objeto, y acerca
de qué métodos debe sancionar» (Giddens, A. y Turner, J. H. et al., 1990, 21). En
ella convergen paradigmas diversos, definidos por Kuhn como «realizaciones
científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan
modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica» (Kuhn, T. S., 1971,
13), si bien aquí no se observa tanto una sucesión de paradigmas dominantes y
períodos revolucionarios, como una coexistencia y conflicto entre visiones
alternativas. Planteado en estos términos, si bien es cierto que desde sus orígenes
como disciplina diferenciada a finales del siglo pasado la geografía económica ha
conocido períodos en que ha prevalecido la influencia de determinados enfoques
teóricos y metodológicos, así como de temáticas también cambiantes, no lo es
menos que algunos de ellos perviven hasta la actualidad, confrontándose o
complementando, según quiera entenderse, perspectivas más recientes.

Cualquier repaso que pueda hacerse, tanto de los textos generales o


manuales sobre esta materia, como de las investigaciones empíricas publicadas,
ofrece como resultado una enorme diversidad, que puede propiciar cierta
perplejidad y confusión entre quienes se aproximen a ella por primera vez. Y esa
confusión se acentuará al comprobar que. tanto si se utiliza un criterio diacrónico,
de evolución a lo largo del tiempo, como sincrónico, comparando tan sólo lo
publicado en los últimos años, la búsqueda de regularidades y tendencias no
resulta fácil. Baste como simple muestra la contrastación de los índices temáticos
correspondientes a varios manuales de geografía económica publicados en el
último medio siglo, y bastante representativos, en su momento, de determinadas
formas de concebir este tipo de estudios (véase cuadro 1.2).

En un intento de buscar cierto orden subyacente a esa gran variedad de


contenidos, aun a sabiendas de que algunos componentes subjetivos y personales
de los autores no pueden someterse a tipificaciones siempre simplificadoras,
puede proponerse la interpretación recogida en la figura 1.3.

Según este esquema, un primer factor explicativo de las diferentes maneras


de abordar el estudio de la geografía económica tiene que ver con la propia
evolución histórica de la realidad económica y espacial que observan los geógrafos,
así como con el diverso Interés o demanda social que suscitan las diferentes
temáticas en función de los problemas que se consideren prioritarios en cada lugar
y momento concretos. En tal sentido, a la secular atención prestada por los
geógrafos a las actividades agrarias y los recursos naturales como clave del devenir
económico y los paisajes imperantes en numerosas sociedades y territorios,
sucedió un protagonismo creciente de la industria como motor del crecimiento
económico y el deterioro medioambiental, que hoy se desplaza hacia ciertas
actividades de servicios, como el turismo o la distribución comercial. El interés
actual por los problemas relativos al empleo o los efectos territoriales de la
innovación tecnológica pueden entenderse también en relación con algunas de las
tendencias más significativas en la dinámica económica de los últimos tiempos.

A eso se suma la propia evolución del pensamiento en ciencias sociales y


la adscripción de los autores a determinados enfoques, lo que supone la
aceptación o negación de ciertas teorías, así como la prioridad dada a unos
métodos y técnicas de investigación sobre otros. La influencia ejercida por el
positivismo lógico, el historicismo, el estructuralismo, el marxismo, o la
fenomenología, entre otras corrientes de pensamiento, tiene bastante que ver con
las diversas formas de abordar la geografía económica, pues no en vano, como
recuerda Johnston, «la filosofía de una disciplina o grupo de disciplinas implica el
estudio de los caminos por donde conducir el trabajo dentro de los límites
disciplinarios. El elemento central de toda filosofía es su epistemología o teoría
del conocimiento, que suministra respuesta a cuestiones fundamentales como
¿qué podemos conocer? y ¿cómo podemos conocerlo?», En consecuencia, «cada
filosofía de una disciplina contiene una epistemología y una ontología, es decir,
una estructura que define qué podemos conocer y cómo podemos llegar a conocer.
Juntas son usadas para definir una metodología, serie de reglas y procedimientos
que indican cómo investigar y dirigir la argumentación dentro de la disciplina»
(Johnston, R. J., 1983, 4).
Pero como conocimiento reflexivo en que el investigador es, a la vez, sujeto
y objeto de su propia investigación, por abordar asuntos que le conciernen como
parte de la realidad que analiza, el estudio de las ciencias sociales también
incorpora un componente ideológico. La propia selección de las temáticas a
estudiar, resultado de una valoración previa, la utilización de ciertos axiomas no
verificables y el tipo de respuestas a los interrogantes planteados no pueden
mantenerse en el plano de una estricta objetividad aséptica. Abordar una geografía
económica centrada en identificar la localización de las diferentes actividades y
recursos, primando la descripción y medición de su geometría espacial y la
identificación de los factores que la explican, así como de las áreas más favorables
para la implantación empresarial, o bien hacerlo con el objetivo de desentrañar la
lógica espacial del sistema económico capitalista y su evolución en el tiempo, para
derivar sus efectos sobre la división espacial del trabajo y las desigualdades
territoriales y sociales en el acceso al bienestar, son opciones alternativas, entre
otras posibles, que no pueden justificarse sólo en virtud de los criterios anteriores.
En cambio, la aceptación o rechazo de las tesis propuestas por Habermas (1978),
en el sentido de que la ciencia social debe ser crítica, impulsando una
autorreflexión sobre las contradicciones internas del sistema con objeto de
favorecer la emancipación, ayuda a entender mejor ese distinto planteamiento, con
la evidente carga ideológica que conlleva (Unwin, T., 1992).
Así pues, toda obra de geografía económica como la presente implica una
selección de sus contenidos y de las interpretaciones aportadas en cada caso que
no puede quedar al margen de tales consideraciones, y uno de los objetivos para
cualquiera que se adentra en el estudio de una rama del saber como ésta incluye
la comprensión de las diferentes maneras de abordarla, pues sólo a partir de ese
contexto de referencia podrá definirse una posición y opinión propias con
suficiente criterio. Con tal fin, puede resultar de interés una breve referencia a los
principales enfoques que se han sucedido y que, con desigual vitalidad, aún
coexisten en los textos y la investigación recientes. Como recuerda Hippel (1988,
132). «toda innovación descansa en una inmensa red de progresos precedentes»,
y sólo con esa perspectiva sobre el patrimonio acumulado podrán valorarse en su
justa medida las aportaciones actuales.

3.2. EVOLUCIÓN Y PRINCIPALES ENFOQUES EN GEOORAFÍA ECONÓMICA

Si, como ha señalado Capel, «antes del siglo XIX las cuestiones económicas
eran abordadas por los geógrafos en el marco de la descripción de países»,
destacando «la preocupación por la riqueza de las naciones, sus recursos
económicos y producción, su población y comercio» (Capel, H., 1987, 83), el
surgimiento de una geografía económica individualizada se produjo en el último
tercio de dicha centuria. Desde entonces y hasta la actualidad se han sucedido
diversas innovaciones, que han afectado a sus procesos y sus productos, es decir,
a la forma de trabajar y a los contenidos temáticos abordados. Según el momento
en que tuvo lugar su aparición, pueden identificarse hasta tres fases, coherentes
con otras tantas formas de acercamiento a las cuestiones económicas desde una
perspectiva geográfica.

a) La geografía económica, comercial y estadística

Bajo esta denominación, que corresponde al nombre de la comisión surgida


en el Congreso Internacional de Geografía en 1875 (Capel, H., 1981), pueden
englobarse una gran cantidad de obras que definieron la personalidad de este tipo
de estudios durante décadas, caracterizadas ante todo por su fuerte carga
descriptiva y enumerativa, la prioritaria atención concedida a las actividades más
relacionadas con los recursos naturales, la influencia del determinismo ambiental
y el historicismo en sus explicaciones, así como un alejamiento explícito de la
teoría económica, considerada demasiado abstracta y ajena a las preocupaciones
de índole espacial.

Concebidas con un carácter principalmente informativo, centraron su


interés en la realización de inventarios sobre recursos y producciones, abordando
una descripción de sus características, la identificación de los principales países o
áreas productoras y de los intercambios comerciales, acompañadas a menudo por
un análisis complementario de carácter regional. Una de las obras que contribuyó
a la difusión de tales estudios, escrita por J. Semiónov en 1936 y titulada Las
riquezas de la Tierra, es un buen reflejo de tales enfoques.

La estrecha relación con los estudios físico-naturales y su mayor impronta


en el paisaje explican la clara prioridad concedida a las actividades agrarias y
extractivas (minería, pesca, explotación forestal), muy relacionadas con las
características del clima, el suelo o el subsuelo, así como a las ramas industriales
ligadas a la primera transformación de esos recursos (siderurgia, metalurgia y
química pesadas, agroalimentarias, etc.). Resulta llamativa, en tal sentido, la
reiteración con que se insiste en tales vínculos, que Huntington (1947) resumía al
afirmar que «la geografía económica, como cualquier otra rama de la disciplina,
no puede separarse de la geografía física. Su principal problema es descubrir las
formas en que la distribución de las condiciones físicas influye sobre la
distribución de los métodos con que la gente satisface sus necesidades de
alimentación, vestido, alojamiento, herramientas y otros productos». Por su parte,
Jones y Darkenwald (1941) consideraban que «la geografía económica trata de las
ocupaciones productivas e intenta explicar por qué ciertas regiones sobresalen en
la producción y la exportación de diversos artículos, y por qué otras se significan
en la importación», destacando que «las ocupaciones o actividades del hombre...
tienen bases físicas a las que se da el nombre de factores del medio natural»,
aunque se aceptase la influencia de otros complementarios de carácter histórico,
económico y antropológico. Por esa razón, el índice temático de esa obra (véase
cuadro 1.2) resulta un buen exponente de una forma de plantear la geografía
económica, que en España tuvo su reflejo en obras perfectamente integradas en la
bibliografía internacional del momento como las de Bosque-Llovo (1947), Bosque-
Vicens Vives (1956), o Sanz García (1960).

b) Teorías geográficas y localización de actividades económicas

Los años sesenta supusieron una modificación sustantiva en las relaciones


entre economía y geografía, marcada por una aproximación que se inició con el
desarrollo de la economía regional. Heredera de la escuela alemana de economía
espacial existente en el primer tercio del siglo, reivindicó como contenidos propios
los relativos a las teorías de localización, crecimiento regional y economía urbana,
presentes en obras como las de Hoover (1948), Isard (1956), Perroux (1964),
Boudeville (1968) o Richardson (1973), desde una preocupación práctica muy
relacionada con su uso como fundamento de la planificación regional aplicada en
un número creciente de países.

Por su parte, la profunda renovación que experimentaron el pensamiento


y la práctica geográficos en esos años, resumida en el intento de homologarse con
otras ciencias nomotéticas interesadas en buscar teorías explicativas de carácter
general, a partir del uso de una metodología similar a la de las restantes ciencias
sociales, tuvo una especial repercusión en este ámbito, que llegó a situarse en la
vanguardia de la geografía humana. Para ello se produjo un trasvase de conceptos
y teorías surgidos en el terreno económico, destinados a reinterpretar fenómenos
de interés geográfico, en especial los relativos a la localización de actividades —
sobre todo industriales— y al desarrollo regional.

Esa reorientación tuvo un reflejo inmediato en los numerosos manuales


publicados en esos años, dedicados a exponer teorías y modelos con una
fundamentación matemática creciente, que deberían servir como base
interpretativa para la realización de investigaciones empíricas en espacios
concretos. Buen exponente de esa nueva visión de la geografía económica pueden
ser las obras de Chisholm (1966) o Lloyd y Dicken (1972), recogidas también en el
cuadro 1.2. En la introducción a su libro sobre Geografía y economía, Chisholm
precisaba esos nuevos objetivos del siguiente modo: «Los conceptos de la
economía guardan una relación fundamental con todas las clases de estudios de
los aspectos humanos de la geografía... El propósito específico del siguiente libro
es, por tanto, explorar el marco conceptual de la economía y, a partir de aquí,
mostrar la forma en que las ideas y la lógica de esta ciencia poseen una gran
relevancia para los estudios geográficos. El método empleado consiste en exponer,
en términos generales, un concepto determinado, ilustrando su relevancia
geográfica por medio de ejemplos reales» (Chisholm. M., 1969. 11 y 15).

La aparición de diversos textos de economía para geógrafos, simple


traslación abreviada de conceptos procedentes de la teoría económica neoclásica,
y la proliferación de cursos sobre economía en los planes de estudio de geografía
de numerosas universidades fueron consecuencia de esa subordinación,
denunciada por geógrafos más proclives a anteriores planteamientos, que
tacharon de economicistas tales enfoques. Algunas obras publicadas en España y
dedicadas a las actividades agrarias (Morgan, W. B. y Munton, R.J.C., 1972), la
industria (Estall, R. C. y Buchanan, R. O., 1961; Hamilton. F. E. l., 1967) o el comercio
y los servicios (Berry, B. J, L., 1967) son también reflejo de esa misma orientación.

No obstante, a partir de la década siguiente, esa geografía económica


dedicada al análisis de los problemas de localización y desarrollo regional conoció
un progresivo enriquecimiento con la incorporación de los enfoques
comportamentales y neomarxistas, que insistieron en la influencia de los factores
psicológicos, sociales y políticos en la organización espacial de las empresas, así
como en la explicación del desarrollo desigual, dedicando mayor atención hacia
los costes derivados de tales procesos (pobreza, deterioro ambiental, dependencia,
etc.). Una creciente incorporación de la geografía empresarial, que analiza la
localización en el contexto de su organización interna y sus estrategias
competitivas, otorgando particular atención al comportamiento de los grandes
grupos transnacionales, junto a una mayor atención hacia las actividades de
servicios, o las nuevas formas de ocio y consumo, completan las principales
novedades.

Aunque pueden citarse numerosas obras como exponente de esa


perspectiva más compleja, posiblemente ninguna refleje con tanta claridad esa
evolución como la tercera edición de la clásica obra de Llovd y Dicken (1990),
donde, a los planteamientos anteriores muy dependientes de la microeconomía
neoclásica, añadieron toda una serie de enfoques y líneas temáticas innovadoras
(cuadro 1.2). Las nuevas teorías sobre el crecimiento económico, la estructura
competitiva de la economía contemporánea, el comportamiento espacial de las
grandes empresas, la cuestión de los ciclos económicos, o la relación entre
geografía de la producción y división espacial del trabajo son las principales.

c) Sistemas económicos y geografía del capitalismo

Una tercera forma de abordar la geografía económica, de origen más


reciente que las anteriores, es su interpretación como el estudio de la organización
espacial de los sistemas económicos y su evolución en el tiempo, enfoque muy
relacionado con la influencia ejercida por la teoría general de sistemas y el
estructuralismo.

El punto de partida es la consideración de que las diferentes actividades


existentes en un territorio tienden a establecer ciertas relaciones de
interdependencia, lo que significa que los comportamientos de la empresa
individual se ven influidos, en mayor o menor medida según los casos, por el
entorno económico-espacial en que actúa. La economía y el territorio se
comportan, pues, como complejidades organizadas. es decir, como sistemas, lo
que permite integrar su estudio dentro del marco conceptual y metodológico
propuesto por el análisis sistémico desde hace varias décadas. Tal como recordaba
Bertalannfy (1976, 7-8), «la tendencia a estudiar sistemas como entidades más que
como conglomerados de partes es congruente con la tendencia de la ciencia
contemporánea a no aislar va fenómenos en contextos estrechamente confinados
sino, al contrario, abrir interacciones para examinarlos... Bajo la bandera de la
investigación de sistemas hemos presenciado también la convergencia de muchos
más adelantos científicos especializados contemporáneos... Participamos en un
esfuerzo —acaso el más vasto hasta la fecha— por alcanzar una síntesis del
conocimiento científico».

Los geógrafos deberán, por tanto, centrar su atención en el análisis de


sistemas económicos a diferentes escalas espaciales (Berry, B. J, L.; Conkling, E. y
Ray. D., 1976), identificando:

— su dimensión: volumen de actividad, empleo, producción, etc.;

— su estructura interna: características de las empresas, importancia de las


diversas actividades, interrelaciones y flujos, etc.;

— las pautas de localización de las actividades y especialización de los


territorios;

— la evolución o dinamismo experimentados por la estructura y la


localización;

— los principales factores explicativos que, al afectar las decisiones de los


agentes económicos (empresas, poderes públicos, consumidores...), originan
ciertas regularidades en sus comportamientos espaciales.

No obstante, el estudio de las diversas situaciones económico-espaciales


permite comprobar que, por encima de ciertas peculiaridades que distinguen a
cada una de ellas, existen ciertos principios que hunden sus raíces en la propia
esencia del sistema económico, y tienen, por tanto, un carácter estructural, por
cuanto son de aplicación general y sólo evolucionan a largo plazo, al margen de
coyunturas o circunstancias del momento. En consecuencia, la geografía
económica deberá interesarse en establecer la lógica espacial del sistema
económico capitalista, que hoy extiende sus dominios por la práctica totalidad del
escenario mundial, así como por las transformaciones asociadas a un proceso de
desarrollo jalonado por crisis o rupturas sucesivas; sólo a partir de una
comprensión suficiente de ese contexto podrá abordarse con garantías de éxito
una interpretación de los procesos económicos concretos y su reflejo en la
localización empresarial, o la desigual distribución del empleo y la riqueza
generados. Aunque existen precedentes teóricos en el campo de la sociología
(Lipietz, A., 1977), su traslación al terreno que ahora nos ocupa se hizo en obras
como las de Massey (1984), Scott y Storper (1986) o Storper y Walker (1989), cuyo
índice se recoge también en el cuadro 1.2.

En este nuevo marco teórico cobra pleno sentido el protagonismo que,


desde hace más de una década, ha adquirido el estudio de los procesos de
reestructuración del sistema y sus implicaciones geográficas. La constatación de
que se asiste a una fase de cambios acelerados y profundos que afectan al
funcionamiento económico, pero que también manifiestan implicaciones
espaciales tan evidentes como la progresiva apertura y ampliación de los
mercados, la redistribución del trabajo, o la localización de los territorios con
mayor capacidad para atraer o generar iniciativas empresariales, ha reorientado
buena parte de la investigación con el objetivo de llegar a conocer mejor las
tendencias actuales y ofrecer propuestas de solución a algunos de los problemas
derivados. Se trata, por tanto, de centrar las investigaciones en la comprensión de
la nueva lógica productiva, las transformaciones sociales y laborales que conlleva,
así como su reflejo en las estrategias espaciales de las empresas y la dinámica de
los territorios, que muestran una desigual capacidad para adaptarse a las actuales
exigencias del sistema económico. Obras como las de Knox-Agnew (1989), Peet
(1991) o Benko (1990, 1996) son fiel reflejo de esa reorientación en la temática de
la investigación, que prima aspectos como la globalización de la economía, los
efectos de la revolución tecnológica, el creciente protagonismo de los servicios, en
especial los más vinculados a la industria, o de las redes de pequeñas empresas
(cuadro 1.2). La interpretación de todos esos fenómenos en el contexto de los
ciclos que marcan el desarrollo capitalista permite integrarlos dentro de una nueva
geografía del sistema económico, en su transición hacia lo que algunos han
calificado como una nueva fase de capitalismo global, caracterizada por una
organización espacial de las actividades distinta a la de etapas precedentes, que
es preciso descubrir, explicar y valorar.

Pese a su esquematismo, esta tipificación permite ya situar la presente


geografía económica en el contexto de esos diferentes enfoques, con una clara
orientación en favor del último tipo de planteamientos. En efecto, sin renunciar al
análisis sobre la localización de las diferentes actividades económicas o los
contrastes en el desarrollo regional, tratados en los dos últimos capítulos, ambas
cuestiones se reinterpretan a partir del marco de referencia que definen tanto la
lógica productiva y espacial del sistema capitalista, como los procesos de
reestructuración que han transformado algunas de sus características más
sustantivas en las dos últimas décadas.
4. Metodología de investigación en geografía económica

La utilidad y el valor de los textos generales de carácter esencialmente


teórico como el presente deben establecerse en función de su capacidad para
definir con precisión los conceptos básicos y las cuestiones que hoy preocupan de
forma prioritaria a los especialistas en la materia, así como sintetizar los
principales tipos de explicaciones teóricas que pueden ser aplicadas a la
interpretación de la realidad a partir de investigaciones sobre casos concretos.
Pero en el inicio de todo proceso de investigación, cuando se intenta responder a
preguntas como las planteadas en el cuadro 1.1, los geógrafos se enfrentan a otro
tipo de problemas, comunes, por otra parte, a todas las ciencias sociales, que ya
no afectan a qué estudiar, sino que guardan relación con el cómo hacerlo. Se trata,
por tanto, de plantearse una metodología de investigación, es decir, unas normas
básicas de argumentación racional, para que el proceso sea suficientemente
riguroso, preciso y coherente, evitando en lo posible la arbitrariedad y la falta de
un cierto orden. Las cuestiones de método se refieren, por tanto, a los pasos
sucesivos que deben seguirse para obtener resultados satisfactorios, lo que las
sitúa en el terreno de la epistemología o teoría del conocimiento, donde existe una
amplia bibliografía de la que aquí se sintetizarán, tan sólo, algunas cuestiones
esenciales (Bunge. M., 1969; Chalmers. A., 1976).

No obstante, esa posibilidad es rechazada por quienes, desde posiciones


claramente antipositivistas, consideran que la geografía se integra en el terreno de
las humanidades —que es un arte y no una ciencia—, por lo que cualquier
pretensión de aplicar principios metodológicos supondrá una excesiva rigidez que
inhibe la subjetividad, valor supremo a destacar en el trabajo de los geógrafos. En
palabras de Ortega Cantero, «el conocimiento geográfico es, en rigor, un saber ver,
un punto de vista. Algo que excede de la literalidad escrupulosamente científica,
algo que arraiga en el feraz y más vasto terreno de la cultura... Todo ello obliga a
ejercitar actitudes epistemológicas que no excluyan las facultades ideales y
sentimentales del sujeto que mira la unidad de lo geográfico, que se aproxima a la
totalidad de la naturaleza y del paisaje... De ahí que considere necesario descreer
abiertamente de la posibilidad de ampararse en ninguna ortodoxia teórica o
metodológica. El valor de la teoría me parece bastante más relativo y limitado de
lo que ha podido presuponerse... Como tampoco hay ningún Método
preestablecido que garantice el feliz desenlace del quehacer geográfico» (Ortega,
N., 1987, 42-43 y 104).

Esta posición, relativamente cercana en sus efectos al todo vale defendido


por Feyerabend (1975) en su teoría anarquista del conocimiento, donde afirma la
proximidad de las ciencias al mundo de las humanidades, se sitúa en el extremo
opuesto al que ocupan quienes consideran que sólo existe un método científico, el
de las ciencias físico-naturales (Popper, K. R., 1962). Entre ambas visiones
mutuamente excluyentes, las ciencias sociales han desarrollado en las últimas
décadas unas estrategias de investigación propias, es decir, una forma de hacer
que, sin negar la existencia de un cierto componente subjetivo e ideológico,
propone dos vías alternativas de aproximación al conocimiento, identificadas con
los métodos inductivo y deductivo (Harvey, D., 1969; Bailly, A. S. y Beguin, H., 1982;
Quivy, R. y Van Campenhoudt, L., 1988).

El método inductivo se caracteriza por partir de la observación y el análisis


de la realidad para llegar a la explicación y la teoría (véase fig. 1.4).
Una vez definido un objetivo para la investigación, relacionado en este caso
con cuestiones económico-espaciales, el primer paso consistirá en recopilar la
información necesaria para obtener una buena descripción, que deberá clasificarse
y analizarse mediante el uso de las técnicas adecuadas en cada ocasión, con objeto
de extraer unas conclusiones o balance de resultados. Aunque los tipos de
información pueden ser múltiples (documental y bibliográfica, cartográfica,
trabajo de campo, encuesta y entrevista, fotografía aérea e imágenes de satélites,
etc.), en el ámbito geoeconómico suele predominar el uso de indicadores
estadísticos, tratados mediante diferentes técnicas cuantitativas; en España, la
inexistencia de censos económicos de carácter periódico que abarquen todo tipo
de actividades hace necesario recurrir a fuentes diversas, no siempre compatibles
entre sí.

El conocimiento, lo más amplio y objetivo posible, de los hechos o


territorios a investigar deberá dar paso a la búsqueda de explicaciones causales,
mediante la aplicación de un razonamiento lógico, que puedan responder a las
preguntas sobre quién, cómo, dónde y por qué, identificando los principales
factores responsables y, en su caso, la evolución seguida, junto a una valoración
de los problemas derivados. Sólo en algunos casos, la comparación con otros
estudios similares permite a ciertos investigadores realizar una inferencia o
generalización en la búsqueda de teorías más amplias que puedan aplicarse a
realidades diversas. En los trabajos destinados a la planificación económica o la
ordenación territorial resulta frecuente que el estudio finalice con una proyección
de tendencias o escenarios previsibles de futuro y el enunciado de diversas
propuestas de actuación, inexistentes en cambio cuando no se buscan este tipo de
fines operativos.
Como contrapunto, el método deductivo propone partir de la teoría para,
sólo entonces, abordar la observación de la realidad (véase fig. 1.4).

En su crítica de lo que Chalmers (1976) califica como inductivismo ingenuo,


los defensores de esta opción destacan que la información disponible para
analizar cualquier situación o fenómeno puede ser múltiple, por lo que la selección
de aquella que se considera significativa siempre presupone un cierto
planteamiento teórico, aunque sea implícito. Así, por ejemplo, si se pretende
estudiar los contrastes en el desarrollo regional, la elección de los indicadores más
adecuados (el empleo y el paro, la renta por habitante, el nivel educativo de la
población, la proporción de vehículos por mil habitantes, la presencia de sectores
de alta tecnología, la proporción del gasto familiar destinada al ocio, los kilómetros
de autopistas, etc.), exigirá definir criterios previos, relacionados con la
interpretación del desarrollo que se mantenga. Del mismo modo, si nos interesa
analizar la estructura industrial de una ciudad deberemos establecer si la
información que nos interesa es la relativa al número de empresas, el empleo, el
valor de la producción, el tamaño de los edificios que ocupan, sus características
arquitectónicas, los vertidos que generan, las relaciones entre las empresas, o los
tipos de contratación laboral existentes, entre otros muchos aspectos posibles, y
esa selección exigirá definir qué se quiere descubrir, lo que nos conduce hacia
cuestiones de carácter teórico.

Tal como señaló Popper (1971, 57), «las teorías son redes que lanzamos
para expresar aquello que llamamos el mundo: para racionalizarlo, explicarlo y
dominarlo. Y tratamos de que la malla sea cada vez más fina». Por esa razón,
cuanto más precisas y estructuradas sean las teorías disponibles, mayor será la
capacidad para seleccionar la información necesaria, evitando con ello la
imprecisión y la banalidad en la descripción de los hechos, frecuentes cuando el
marco teórico en que se integra la investigación está mal definido.

En consecuencia, cualquier estudio de carácter deductivo comenzará


definiendo ese contexto teórico mediante una revisión de la bibliografía disponible
que permita establecer con claridad las preguntas que intentan responderse y, con
ello, los objetivos precisos de la investigación. Esa fase deberá finalizar, siempre
que sea posible, con el enunciado de las hipótesis a contrastar, no confundidas
con simples afirmaciones o suposiciones basadas en la intuición o la experiencia,
sino integradas de forma coherente en una interpretación teórica.

Sólo a partir de ese trabajo previo cobra sentido la recogida y análisis de la


información, así como la búsqueda de explicaciones concretas, que deberán seguir
pasos similares a los ya mencionados para los estudios de carácter inductivo, pero
con la perspectiva de que los hechos investigados tienen que entenderse ahora
como casos particulares o exponentes concretos de procesos más amplios. La
confrontación de los postulados teóricos con la realidad analizada permitirá, en
unos casos, refutar o falsar aquellas hipótesis que no se adecuen a los hechos, o
bien, en otros, verificar su validez, al menos mientras no estén disponibles otras
interpretaciones mejores, en un proceso de construcción/destrucción que es la
base para el progreso del conocimiento científico. Desde tal perspectiva, las
investigaciones más valiosas serán aquellas que, además de abordar asuntos de
amplio interés social, se enfrenten a cuestiones aún mal conocidas o busquen
refutar una teoría establecida, y generar, por tanto, una innovación en el
conocimiento.
Como en el caso anterior, aquellos estudios que tengan objetivos de
carácter operativo o aplicado podrán finalizar el diagnóstico de la situación
analizada con una proyección de tendencias hacia el futuro y la elaboración de
propuestas de intervención tendentes a orientar la actuación de los agentes
implicados, públicos o privados.

En definitiva, cualquiera que intente profundizar en el estudio de la


geografía económica deberá conocer sus contenidos básicos, los principales
debates teóricos existentes y las opciones metodológicas disponibles. Una vez
bosquejado ese escenario puede avanzarse ya en el desarrollo de sus diversas
temáticas, comenzando por identificar la estructura interna y la lógica de
funcionamiento del sistema económico y sus principales implicaciones espaciales.

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