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Huellas de Fe

EVANGELIO DIARIO 31 DE JULIO DEL 2023


NÚMERO 711
CICLO A

NOTAS DE INTERES LECTURAS DIARIAS AVISOS PARROQUIALES

LLEVANDO LA PALABRA DE DIOS A TODOS


LOS HOGARES.
2013
XXVIII Jornada Mundial de la Juventud
«ID Y HACED DISCÍPULOS A TODOS LOS

PUEBLOS» (CF. MT 28,19)

La XXVIII Jornada Mundial de la Juventud celebrada en 2013, bajo el lema "Id y


haced discípulos a todos los pueblos" (Mateo 28:19), fue un evento significativo
que resonó profundamente en los corazones de los jóvenes. Esta frase, extraída
del último capítulo del Evangelio de Mateo, es conocida como la Gran Comisión,
que Jesús da a sus discípulos, una llamada a la evangelización y a la difusión
del amor de Dios.

El mensaje es poderoso e invita a los jóvenes a tomar la iniciativa en la


construcción de un mundo mejor basado en los valores del Evangelio. Es un
recordatorio del papel activo que los jóvenes pueden y deben desempeñar en la
Iglesia y en la sociedad. No son solo los destinatarios de la fe, sino también sus
mensajeros.

Además, la universalidad del mensaje "a todos los pueblos" subraya la misión
de la Iglesia de alcanzar a todas las naciones, traspasando barreras culturales,
étnicas y sociales. En un mundo cada vez más globalizado pero dividido, este
mensaje de inclusión y fraternidad es especialmente relevante.

Por último, la Jornada Mundial de la Juventud 2013, que tuvo lugar en Río de
Janeiro, Brasil, con la participación del Papa Francisco, destacó la vitalidad y la
energía de la juventud católica global. El evento enfatizó que el futuro de la
Iglesia depende de jóvenes comprometidos, entusiastas y dispuestos a
responder al llamado de Jesús para hacer discípulos en todas las naciones.
MEMORIA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA, PRESBÍTERO

La vida de San Ignacio: De soldado a santo

San Ignacio, el extraordinario personaje que dejó una marca indeleble en


la historia de la humanidad, ofrece lecciones vitales en su transición de
guerrero a líder espiritual. Digno de análisis profundo, su viaje nos brinda
claves sobre cómo modelar nuestra existencia, teniendo como pauta su fe
inquebrantable y persistencia admirable.

Originario de una noble familia vasca, Ignacio, en sus primeros años,


ansiaba la gloria y reconocimiento, sumergiéndose en la vida militar.
Luchó fieramente, desplegando valentía, pero su carrera bélica llegó a un
abrupto fin tras resultar gravemente herido en la Batalla de Pamplona. Fue
este evento, su desgarrador dolor físico, el catalizador de una
transformación espectacular.

Confinado en su cama, encontró consuelo no en cuentos de caballería,


sino en las vidas de los santos. Su corazón, antes seducido por el sonido
de las espadas chocando, ahora se conmovía con historias de batallas
espirituales. Se dio cuenta, en el silencio de su convalecencia, que las
verdaderas victorias no se ganan en campos de batalla, sino dentro de
nuestras propias almas. Un concepto tan profundo, que alteró el rumbo de
su vida.
MEMORIA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA, PRESBÍTERO

Empezó a buscar la divinidad, no en los campos de batalla, sino en los


parajes más íntimos de su alma. Aquí es donde aprendemos una lección
fundamental de Ignacio: el cambio genuino nace de la introspección. La
batalla más importante es aquella que luchamos dentro de nosotros
mismos, definiendo quiénes somos y quiénes queremos ser.

Ignacio abrazó su llamado, volcándose hacia el camino de la espiritualidad


y fundando la Compañía de Jesús. Transformó su pasión guerrera en
amor por la humanidad, y su anhelo de gloria se convirtió en deseo de
servir a los demás.

Y es precisamente esa metamorfosis el segundo gran aprendizaje que nos


ofrece: la capacidad de reorientar nuestras ambiciones. La pasión, una
vez enfocada en lo trascendental, puede ser un motor poderoso para la
creación del bien.

La vida de San Ignacio es una constante invitación a la reflexión y


reevaluación de nuestras vidas. A preguntarnos: ¿Estamos luchando las
batallas correctas? ¿Estamos guiando nuestra pasión hacia lo que
realmente importa?

Para vivir una vida tan ejemplar como la de Ignacio, necesitamos la


valentía para enfrentar nuestros miedos internos, la voluntad para
perseguir nuestro propósito y la humildad para servir a los demás. De esta
manera, al igual que Ignacio, podemos transformarnos de soldados a
santos, encontrando nuestra propia santidad en la vida cotidiana.
Lecturas
de las escrituras y reflexiones

PALABRA
DE DIOS
GUÍA Y DIARIO DE ORACIÓN
Del primer libro del Exodo 32, 15-24. 30-34

En aquellos días, Moisés bajó del monte y regresó trayendo en sus manos las
dos tablas de la alianza, que estaban escritas por ambos lados. Las tablas eran
obra de Dios y la escritura grabada sobre ellas era también obra de Dios.

Cuando Josué oyó los gritos del pueblo, le dijo a Moisés: "Se oyen gritos de
guerra en el campamento". Moisés le respondió: "No son gritos de victoria ni
alaridos de derrota. Lo que oigo son cantos".

Cuando Moisés se acercó al campamento y vio el becerro y las danzas, se


enfureció, arrojó las tablas y las hizo añicos al pie del monte. Luego tomó el
becerro que habían hecho, lo echó al fuego y lo molió hasta reducirlo a polvo,
que esparció en el agua y se la hizo beber a los israelitas.

Después le dijo Moisés a Aarón: "¿Qué te ha hecho este pueblo para que lo
hayas arrastrado a cometer un pecado tan grave?" Aarón le respondió: "No te
enfurezcas, señor mío, pues tú ya sabes lo perverso que es este pueblo. Me
dijeron: 'Haznos un dios que nos guíe, pues no sabemos lo que le ha pasado a
Moisés, ese hombre que nos sacó de Egipto'. Yo les contesté: 'Los que tengan
oro, que se desprendan de él'. Ellos se quitaron el oro y me lo dieron; yo lo
eché al fuego y salió ese becerro".

Al día siguiente, Moisés le dijo al pueblo: "Han cometido ustedes un pecado


gravísimo. Voy a subir ahora a donde está el Señor, para ver si puedo obtener
el perdón de ese pecado".

Así pues, fue Moisés a donde estaba el Señor y le dijo: "Ciertamente este
pueblo ha cometido un pecado gravísimo al hacerse un dios de oro. Pero
ahora, Señor, te ruego que les perdones su pecado o que me borres a mí de tu
libro que has escrito". El Señor le respondió: "Al que haya pecado contra mí, lo
borraré de mi libro. Ahora ve y conduce al pueblo al lugar que te he dicho y mi
ángel irá delante de ti. Pero cuando llegue el día de mi venganza, les pediré
cuentas de su pecado".
Salmo Responsorial Salmo 105, 19-20. 21-22. 23

R. (1a) Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo.

En el Horeb se hicieron un becerro,


un ídolo de oro, y lo adoraron.
Cambiaron al Dios, que era su gloria,
por la imagen de un buey que come pasto.

R. Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo.

Se olvidaron del Dios que los salvó,


que hizo portentos en Egipto,
en la tierra de Cam, mil maravillas
y en las aguas del mar Rojo, sus prodigios.

R. Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo.

Por eso hablaba Dios de aniquilarlos;


pero Moisés, que era su elegido,
se interpuso, a fin de que, en su cólera,
no fuera el Señor a destruirlos.
Aclamación antes del Evangelio Sant 1, 18

R. Aleluya, aleluya.
Por su propia voluntad el Padre nos engendró
por medio del Evangelio,
para que fuéramos, en cierto modo, primicias de sus creaturas.
R. Aleluya.

Del Santo Evangelio según San Mateo 13, 31-35

En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la muchedumbre: "El


Reino de los cielos es semejante a la semilla de mostaza que un hombre
siembra en su huerto. Ciertamente es la más pequeña de todas las semillas,
pero cuando crece, llega a ser más grande que las hortalizas y se convierte en
un arbusto, de manera que los pájaros vienen y hacen su nido en las ramas".

Les dijo también otra parábola: "El Reino de los cielos se parece a un poco de
levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina, y toda la
masa acabó por fermentar".

Jesús decía a la muchedumbre todas estas cosas con parábolas, y sin


parábolas nada les decía, para que se cumpliera lo que dijo el profeta: Abriré mi
boca y les hablaré con parábolas; anunciaré lo que estaba oculto desde la
creación del mundo.
Reflexión

Las lecturas del libro de Éxodo y el evangelio de Mateo nos presentan dos
momentos claves en la historia del pueblo de Dios, que ofrecen profundas
lecciones acerca de la relación entre la fe y el fracaso, así como el poder de las
semillas pequeñas que pueden convertirse en grandes árboles.

En la lectura del Éxodo, nos encontramos con el famoso incidente del becerro
de oro. Moisés ha subido al monte Sinaí para recibir los mandamientos de
Dios, y durante su ausencia, el pueblo, en un momento de debilidad y duda,
construye y adora a un becerro de oro. Moisés, al ver este acto de idolatría,
rompe las tablas de los mandamientos en un gesto de desesperación y cólera.
La idolatría del pueblo de Israel, su fracaso para mantener la fe en Dios a pesar
de su liberación milagrosa de Egipto, muestra cómo nuestra fe puede ser
probada y cómo podemos fallar en esas pruebas.

Históricamente, este pasaje señala la fragilidad de la fe del pueblo y la


exigencia constante de renovar y reafirmar la lealtad a Dios. Es un recordatorio
de que incluso los elegidos pueden caer en la idolatría y la infidelidad. Sin
embargo, no es una historia sin esperanza. A pesar de la ira de Moisés y el
castigo que Dios inflige al pueblo, hay espacio para el arrepentimiento y la
reparación. Moisés intercede por el pueblo, y Dios permite que continúen hacia
la Tierra Prometida.

En contraste con el Éxodo, el evangelio de Mateo presenta las parábolas del


grano de mostaza y la levadura. Estas parábolas, aunque breves, están llenas
de significado. Ambas hablan de cosas pequeñas que crecen y se transforman
en algo mucho más grande. El grano de mostaza, aunque es la semilla más
pequeña, crece hasta convertirse en un gran árbol. La levadura, aunque es
pequeña, puede hacer que toda la masa se fermente.
Reflexión

Estas parábolas nos dicen que el Reino de Dios no siempre es algo grande y
espectacular. A veces, es como una pequeña semilla o un poco de levadura.
Pero con tiempo y paciencia, estas pequeñas semillas pueden crecer y
transformarse en algo grande y hermoso. Nos invita a tener fe en las pequeñas
cosas, a no desesperarnos cuando las cosas parecen pequeñas e
insignificantes, porque con Dios, estas pequeñas cosas pueden crecer y
transformarse en algo grande.

En resumen, estas lecturas nos enseñan lecciones valiosas sobre la fe. Nos
enseñan que nuestra fe puede ser probada y que podemos fallar en esas
pruebas. Pero también nos enseñan que hay esperanza en el arrepentimiento y
la reparación, y que incluso las cosas pequeñas pueden convertirse en algo
grande en el Reino de Dios. Nos invitan a una fe que es constante, resiliente, y
llena de esperanza, una fe que ve el potencial en las pequeñas cosas y se
mantiene firme incluso frente a los fracasos.

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