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Teutoburgo, las legiones perdidas de Augusto

Arminio era príncipe de los Queruscos, una de las muchas tribus germánicas.
Cuando era muy joven había sido llevado a Roma, donde había recibido una
educación y entrenamiento militar como cualquier otro niño de la nobleza romana.
Era parte de una estrategia de romanización: educar a los futuros líderes bárbaros
en la sociedad romana, se esperaba hacerles apreciar las ventajas de pertenecer al
imperio. Arminio destacó rápidamente en el ejército y logró no solo convertirse en
oficial, sino obtener la ciudadanía romana.
Romanos y germanos vivían en una relación de cierta ambivalencia: los germanos
eran un pueblo aliado, por lo tanto debían tener derecho a seguir autogobernándose
a cambio de lealtad y de pagar impuestos. Los germanos apreciaban ciertas
ventajas de la romanidad, como las carreteras y el comercio, pero no les gustaban
las obligaciones que ello tenía, como pagar impuestos y someterse a la justicia
romana.
Entre los años 4 y 9 d.C. la situación en Germania fue volviéndose más dura: una
rebelión obligó a movilizar la mayoría de legiones del norte, dejando sólo tres (la
XVII, la XVIII y la XIX) a Quintilio Varo, el comandante militar y gobernador en
territorio germano. Germania era muy diferente a otras tierras: sus habitantes tenían
una organización tribal y su geografía (densos bosques) dificultaba la exploración y
las tácticas militares de las legiones.
El gobernador creía contar con el apoyo de Arminio y de sus tropas queruscas.
Varo, un hombre de carácter confiado, no parecía tener motivos para la sospecha:
Arminio había dado suficientes muestras de valor y de lealtad a Roma, y era el
mejor aliado posible por su autoridad entre los jefes de las demás tribus y su
conocimiento del territorio. Dos factores que Arminio pensaba usar para su propio
beneficio. No dejó constancia de las razones que lo llevaron a traicionar al imperio,
pero los historiadores romanos señalan su personalidad ambiciosa como un motivo
probable.
En otoño del año 9 d.C. las tropas de Varo se prepararon, como era habitual, para
irse a sus cuarteles de invierno. Poco antes de la marcha Arminio se presentó ante
el gobernador para informarle de la supuesta rebelión de una tribu germana y le
instó a sofocarla con sus legiones y sus auxiliares. Para ello había que tomar un
desvío por el bosque de Teutoburgo, una inmensa espesura que los romanos no
conocían ni controlaban; Varo, fiándose de él, se dirigió a la trampa, cometiendo el
error de no enviar exploradores a que reconocieran el terreno. En secreto, Arminio
había forjado una alianza entre varias tribus para liquidar las tropas de Varo y
expulsar a los romanos de Germania. Habiendo combatido con ellos, conocía bien
sus tácticas y debilidades: sabía que la fuerza de las legiones radicaba en su
capacidad de luchar en formación, para lo cual necesitaban un terreno de combate
amplio y plano. El bosque de Teutoburgo era todo lo contrario: no había espacios
abiertos, los caminos eran tortuosos y el terreno estaba constantemente embarrado
debido a las lluvias. Era, en cambio, el escenario ideal para los germanos, que
podían emboscarlos fácilmente y, al no llevar armadura eran mucho más ágiles que
los legionarios. Arminio había elegido un punto especialmente idóneo junto a un
pantano, que cortaba a los romanos cualquier posibilidad de retirada, y había
ordenado construir una trinchera disimulada con tierra y hojarasca donde sus
hombres podían esconderse hasta su señal.
Arminio se adelantó con la excusa de reunir más tropas, pero en realidad se
disponía a ponerse a la cabeza de las tribus germánicas. No todos le apoyaban:
Segestes, un noble querusco resentido con el príncipe por haber seducido a su hija,
intentó advertir a Varo de la traición y le instó a apresar a Arminio, pero el
comandante no le hizo caso. Los romanos se internaron en el bosque en los
primeros días de septiembre y, en una fecha que se suele señalar como 9 de
septiembre, llegaron al punto que Arminio había elegido para emboscarlos. Los
romanos iban acompañados por sus familias, el ganado y carros y la estrechez del
camino los obligaba a caminar en filas. Del principio al final de la fila había más de
un kilómetro de distancia y cuando los germanos se lanzaron al ataque Varo,
situado en el centro de la columna, inicialmente no supo qué sucedía hasta que los
heridos comenzaron a llegar a su posición.
El comandante se dio cuenta entonces de que había sido engañado por Arminio,
pero poco podía hacer en esa situación: las tropas no podían desplegarse y el
terreno ofrecía un gran escondite a los ágiles guerreros germanos; el pantano les
impedía replegarse y sus enemigos habían cortado el camino. Sólo podían intentar
luchar hasta el último hombre, conscientes de que la victoria era muy improbable.
Las tres legiones fueron aniquiladas casi por completo: entre 15.000 y 20.000
soldados murieron, sin contar a quienes los acompañaban, uno de los mayores
desastres militares de la historia romana. Muchos oficiales, como Varo, prefirieron
suicidarse antes que caer en manos de los germanos.
La victoria contra los romanos hizo que los germanos expulsaran a todas las
posiciones romanas al este del Rin. Sólo una guarnición logró aguantar: la de Aliso,
que pudo ponerse en guardia gracias a algunos de los supervivientes de Teutoburgo
que llegaron hasta allí. Después de un asedio de varias semanas, los romanos
lograron romper el cerco y atravesar el Rin, donde se unieron a las legiones del
general Tiberio y evitaron que los germanos cruzaran el río para invadir la Galia.
Tiberio había sido enviado por Augusto, que había recibido un golpe durísimo al
conocer lo sucedido en Teutoburgo. El emperador entró en un estado de
desesperación y rabia que lo acompañó el resto de su vida. Cuentan que quedó tan
consternado que durante varios meses se dejó crecer la barba y el pelo; que se
golpeaba a veces la cabeza contra las puertas gritando: ‘‘¡Quintilio Varo,
devuélveme las legiones!’’ y que consideró cada año el día de la derrota como día
de dolor y de luto. Ese día era el 9 de septiembre, por lo que esta fecha se
considera como indicativa de la batalla de Teutoburgo.
Augusto dio órdenes de retomar Germania al precio que fuera y confió el cargo a un
prometedor general llamado Tiberio Druso César, que por sus éxitos ha pasado a la
historia con el nombre de Germánico. A su lado luchaba el hermano de Arminio, que
se había criado junto a él en Roma y había permanecido fiel al imperio, ganándose
la ciudadanía y un nombre romano: Flavus.
Entre los años 14 y 16 d.C. las tropas de Germánico llevaron a cabo una campaña
de reconquista que en realidad era una venganza, puesto que atacaban cualquier
asentamiento germano que encontraban. No lograron retomar el control de su
territorio, pero sí alcanzaron un objetivo: llegar al bosque de Teutoburgo para
sepultar a los soldados caídos. Los germanos habían dejado el campo de batalla tal
y como había quedado.
El objetivo final era capturar a Arminio y ajusticiarlo. No lo lograron, aunque sí
apresaron a su esposa Thusnelda que estaba embarazada. Enfurecido por la
pérdida de su esposa y ante la idea de que su hijo creciera como un prisionero en
Roma, Arminio quiso llevar la lucha hasta dentro de las fronteras del imperio. Se
volvió tiránico con los suyos, que dejaron de verlo como un libertador. En el año 21
d.C., temerosos del poder que estaba acumulando, lo asesinaron.
Germania tardaría varias décadas en dejar de ser una amenaza para el imperio.
Augusto murió dos años antes que Arminio y le sucedió Tiberio como emperador. Él
decidió que el proyecto de conquista de Germania era demasiado costoso en
términos humanos y económicos así que retiró sus tropas al otro lado del Rin e hizo
que esta fuese la frontera.
La derrota de Teutoburgo fue el fin de la expansión romana hacia el norte. Los
números de las legiones caídas en esta derrota (XVII, XVIII y XIX) nunca más fueron
usados.

Daniela Lamas Jiménez

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