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3 medio hermanas

Bernardino Herrera León

2022
3 medio hermanas
© BERNARDINO HERRERA LEÓN / 2022

© Diseño de Portada: GIBRÁN HERRERA BÁEZ

Santo Domingo, República Dominicana / 2022


PROTEO EDITORIAL / Santo Domingo.
ISBN: 978-9945-9379-0-9
Contenido:

1 Elisa / 3

2 Lucía / 10

3 María / 20

4 Dos hermanas / 30

5 Tres hermanas / 37

6 Tres medios hacen uno y medio / 50

7 Buscando a Lucía / 59

8: Dónde está papá / 62

9: Te presento a tus hijas / 70

10: Termina un ciclo, comienza un ciclo / 79

11: El hombre del piano / 87


1
Elisa

Voz de la secretaría: Señorita, la llaman, es su padre.


Elisa tomó el teléfono secretarial de la oficina de postgrado de la Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla.
Elisa: Hola Papá, disculpa que tenga mi móvil apagado… Estaba en una reunión…
Eliécer: (Interrumpiendo) Elisa… Tu madre acaba de morir…
Elisa se quedó inmóvil por unos segundos, hasta que pudo reaccionar.
Elisa: Pero… si esta mañana sólo tenía un poco de fiebre… ¿Qué…? ¿Qué pasó?
¿Dónde estás?
Eliécer: Estoy en el hospital… Tu madre se agravó muy rápido. Cuando me di
cuenta, no la pude traer a tiempo. Fue un paro respiratorio. Apenas pude conversar
con ella antes de su último aliento. Me pidió que hablara contigo. ¿Puedes venir
ahora?
Elisa le confirmó a Eliécer que ya estaba saliendo para la clínica y colgó la llamada. Salió
apresuradamente del edificio de postgrado de la Facultad de Administración de la
universidad, por la salida de la Avenida Universidad, hacia la Calle Ejido donde queda el
Hospital de Especialidades 9 de Mayo.
En el camino le asaltaron muchas preguntas. ¿Tan grave estaba su mamá? ¿Un paro
respiratorio? ¿Por qué su madre no le dijo nada? Creía que se trataba de una curable
enfermedad respiratoria o una gripe fuerte.
Se preguntó ¿Cómo fue que no se dio cuenta de lo mal que estaba? Muchas preguntas.
Demasiadas.
Pero… Un momento….
¿De qué quería hablarle su mamá antes de su “último aliento”, como le acaba de decir su
padre? Había hablado con ella en la mañana, antes de salir hacia la universidad y no
comentó nada relevante. Y su madre siempre ha compartido todo con ella.
Eliécer: No, Elisa… Tu madre no te lo dijo todo…
Eso fue la respuesta de Eliécer a Elisa, cuando se sentaban en la mesa de unos de los
cafetines del hospital.
Minutos antes, Elisa intentó ver el cuerpo sin vida de su madre. Pero no fue posible. Ya la
habían trasladado a la morgue. Preparaban todo para su envío a la funeraria. Demasiado
rápido. Como si ya sabían que estaba por morir.
Elisa tampoco obtuvo muchas respuestas sobre las causas tan repentinas de la muerte de su
madre. La causa fue un paro respiratorio. Fue lo que comentaron. Equivalente a un
fulminante paro cardíaco. El caso es que Sofía no recibió la atención de emergencia a
tiempo, como para asistirle con un equipo de respiración mecánica y mantenerla con vida.
Sencillamente, su madre se había ido, repentinamente.
Eliécer: Tu madre habló conmigo unos minutos antes de morir. Luego, me tomó de
la mano, cerró los ojos y dejó de respirar. Ella nunca se quejó cuando estaba en
casa. Ni siquiera esta mañana, luego de que te fuiste. Cuando me di cuenta de lo mal
que se puso, no logré traerla a tiempo al hospital.
Elisa: No sé qué decir… Estoy sorprendida…
Eliécer y Elisa se quedaron en silencio unos minutos mientras sorbían el café…
Elisa: ¿De qué quería hablarme mi madre?
Eliécer: De tu verdadero padre…
Elisa: ¿De qué?...
Eliécer: Tu madre me pidió que te contara sobre tu verdadero padre, Elisa. Tu padre
biológico.
Elisa: Pero… ¿Qué estás diciendo, papá?… ¿Yo tengo un padre biológico?
Eliécer: Nunca te lo dijimos, Elisa. Tu madre lo dispuso así desde el primer
momento que llegó de Ciudad de México. Y yo la apoyé, por supuesto. Te juro que
iba a respetar ese secreto para siempre. Incluso, después de su muerte. Pero Sofía,
en el último momento, me suplicó que te lo confesara. Muy a mi pesar. Pero me lo
hizo jurar. Es lo que estoy haciendo ahora…
Elisa: Pero… ¿Cómo es posible? ¿Es en serio lo que me dices?
Eliécer: Muy en serio. Y muy a mi pesar. No haberte dicho nada antes fue, por
mucho tiempo, una tortura para tu madre, Elisa. Hace mucho que estaba arrepentida
por habértelo ocultado, cuando ya tenías edad para saberlo.
Elisa: ¿Y por qué nunca me lo dijo?
Eliécer: Porque yo la convencía y la calmaba. Le decía que ya no tenía caso. Que ya
eras mayor. Que tenías una vida. Qué caso tenía que lo supieras. Además, Sofía no
sabía dónde estaba él, tu padre biológico.
Elisa, sorprendida, mantuvo un expectante silencio.
Eliécer: Yo siempre he sido y seguiré siendo tu padre. Y tú siempre serás mi única
hija. Fui yo quien le rogaba que mantuviera todo así.
Elisa: Pero mi madre… ¿Por qué no me lo dijo ella?
Eliécer: Por mí. Tu madre quería convencerme antes, de que lo mejor era decírtelo.
Pero antes debíamos estar de mutuo acuerdo. Cuando Sofía sintió que ya se le iba la
vida, me suplicó que te lo contara.
Elisa: Tú… ¿Tú lo conoces?
Eliécer: No, Elisa. Claro que no.
Elisa: (Molesta) Entonces, qué caso tiene que me digas esto ahora… Si no tengo
manera de saber quién es.
Eliécer: Cuando tu madre volvió de Ciudad de México, ya estaba embarazada de ti
y a pocos meses de darte a luz. Antes de irse a la capital, ya éramos novios. Nos
habíamos comprometido en matrimonio. Eso ya lo sabes. Pero ella insistió en hacer
esa pasantía de trabajo en la capital. Allí conoció a tu padre y se embarazó. No sé
cómo fue, nunca pregunté por los detalles. No sé ni quién es ni de dónde es. Nunca
quise saberlo. Sofía volvió dispuesta a cancelar el compromiso conmigo. Pero yo la
convencí de que no debía cargar sola con su embarazo. Y nos casamos. Ella nunca
volvió a mencionarme nada. Tampoco describió a tu padre. Y yo, tampoco le
pregunté jamás.
Elisa: Eliécer… Entonces, papá… ¿Qué sentido tiene que me lo digan ahora? Tú no
lo conoces ni tienes idea de él. ¿Qué hago yo con saber que tú no eres mi padre?
Eliécer: Es que tu madre logró ubicar el paradero de tu padre…
Elisa: ¿Cómo? ¿Y no te lo dijo?
Eliécer: No sé cómo, pero lo hizo. Nunca me comentó. No se atrevió a llamarlo. Así
que, tu padre biológico, Elisa, él no sabe que tú existes.
Elisa: ¿Él tampoco sabe que yo soy hija? Entonces todo esto tiene menos sentido, el
que yo lo sepa…
Eliécer: Tu madre esperaba el mejor momento para confesártelo. Te iba a entregar
un sobre con todos los datos de tu verdadero padre…
Eliécer sacó del bolsillo interior de su chaqueta un sobre blanco que le extendió a Elisa.
Eliécer: Tu madre te iba a rogar que lo buscaras. Y que, una vez que lo encontraras,
le dijeras que ella vivió muy arrepentida de haberle ocultado su paternidad. Dijo,
que él no se lo merecía.
Elisa se quedó mirando fijamente el sobre que le ofrecía Eliécer, titubeando si tomarlo o no.
Eliécer: Cuando Sofía me dio el sobre que tenía oculto debajo de su almohada, me
hizo jurarle, por lo más sagrado, que te lo entregara. Y como su última voluntad,
que te pidiera que lo buscaras y le llevaras su mensaje de arrepentimiento.
Elisa: Que lo buscara… ¿Dónde? ¿A quién? ¿A alguien que ni siquiera me conoce?
Eliécer: No lo sé, Elisa. No lo sé. Tu madre no me lo dijo. Yo no he abierto ese
sobre. Es para ti. No me corresponde abrirlo. Sólo entregártelo.
Eliécer tomó suavemente la mano de Elisa y le puso el sobre para que lo sujetara.
Eliécer: Elisa… Tu madre sufrió por haber mantenido en secreto a tu padre
biológico. Y yo, también sufrí mucho viéndola sufrir a ella. Pude callarlo ahora…
Mantener el secreto. No decirte nada. Hasta pude quemar ese sobre. Pero, no me
atrevo. Le juré a Sofía que te hablaría sobre tu padre y que te lo entregaría. Tú sabes
lo que amé a tu madre. No puedo irrespetar su último deseo. Así que, sea lo que sea,
ahora ya lo sabes todo.
Elisa: Tampoco me contaron nada de la gravedad de su enfermedad.
Eliécer: Cuando le diagnosticaron enfisema pulmonar, la enfermedad estaba muy
avanzada. Le pronosticaron unos meses de vida. Pero resultó que fue un mes. Ella
también me lo había ocultado. Me lo confesó cuando ya no podía hacer cosas ella
sola. Me necesitaba para ayudarla. No tengo idea de cómo soportó tanto tiempo esa
enfermedad sin decir nada. Ni de cómo logró aparentar no estar tan enferma, sino de
algo menos grave. Hace un mes apenas, me reveló que agonizaba. Y su condición se
agravó aceleradamente…
Elisa: ¡Por Dios! Debieron decirme… (Rompió a llorar)
Eliécer: Tu madre ya había decidido contarte lo de tu padre. Yo seguía opuesto.
Pero no tuvo tiempo de explicarte nada, porque todo se precipitó. Cuando averiguó
dónde localizar a tu padre, me insistió para que te lo confesáramos juntos. Traté de
convencerla de nuevo de que no lo hiciéramos. En lo que sí estuve de acuerdo con
ella fue en no decirte nada sobre su enfermedad. No tenía caso preocuparte con unos
meses de agonía…
Eliécer bajó los ojos y no pudo evitar que le brotaran unas lágrimas…
Eliécer: Hace poco fue que averiguó dónde trabaja tu padre biológico…
Elisa: ¡Por Dios! Papá… Aún no he podido reaccionar por la muerte de mi madre…
Y ya me dejas atónita con esta noticia. Ni siquiera he tenido tiempo de llorar.
Elisa se levantó de súbito y salió del cafetín, dejando a Eliécer solo. Mantuvo en la mano, el
sobre que le diera Eliécer. Se dirigió hacia la morgue con la esperanza de ver por última vez
el cuerpo de su madre. Pero no tuvo fuerzas. Sintió la necesidad de llorar. Se sentó en una
banca que hacía antesala a la puerta del depósito de cadáveres. Y rompió en llanto.
¿Cómo es posible? Se preguntaba, que el mismo día de la muerte de su madre, le confiesan
que su padre no es su padre. En un arrebato de rabia, estuvo a punto de arrojar el sobre que
le envió Sofía al cesto de basura que tenía enfrente de la banca donde estaba sentada. Pero
la detuvo al pensar en su madre. La imaginó rogando para que ella cumpliera su última
voluntad. Buscar a su verdadero padre y darle su mensaje de arrepentimiento, como dijo
Eliécer.
Guardó el sobre.
Al dolor de perder a su madre se le sumaba el dolor de perder a su padre. No pudo dejar de
pensar en todo lo que significaba tan inesperada situación. Se quedó largo rato sentada en el
pasillo que daba a la morgue, hasta que se abrió la puerta y vio la camilla que trasladaba el
cuerpo de su madre camino hacia la funeraria, envuelta en una bolsa fúnebre. Sólo pudo
tomarle del brazo desde la envoltura de plástico. Siguió a la camilla en su recorrido hasta la
salida del hospital. Y sólo pudo llorar durante todo el camino de regreso a su casa. Fue
directo a su habitación y logró quedarse dormida.
Elisa despertó con la sensación de que todo había sido una pesadilla. Ya era el día
siguiente. Se levantó a buscar directamente a su padre. Eliécer estaba en la cocina.
Preparando el desayuno. Se miraron sin decir nada y se abrazaron.
Eliécer: Lo siento hija. Lo siento mucho. Por favor, come algo y descansa un poco
más. Pronto vendrán tus tíos y algunos amigos. Esta tarde debemos estar en la
funeraria para luego ir al cementerio.
Elisa se mantuvo callada. Sólo pudo sollozar casi en silencio. Le asintió a Eliécer con un
gesto. Comió el desayuno sin hablar, con la mirada perdida. Su mente estaba en blanco. Se
negaba a pensar. Sólo deseaba que ese día tan extraño y tan absurdo transcurriera lo más
pronto posible. Y que, al terminar, todo regresara como estaba antes.
En el cementerio, parada alrededor de la fosa junto a familiares y amigos, Elisa siguió
manteniéndose callada. Un sacerdote oficiaba el réquiem. Alguien lloraba
desconsoladamente. Elisa simplemente se despidió de su madre. Soltó hacia el féretro un
par de pendientes que le había regalado en vida, en su último cumpleaños. Arrojó también
un narciso amarillo, la flor favorita de Elisa.
No pudo evitar preguntarle en silencio a su madre, por qué le había ocultado su origen
paterno. Debió tener una poderosa razón.
Pero, entonces… ¿Por qué cambió de opinión?
Cuando sintió que ya se le iba la vida, por qué se molestó en averiguar el paradero de su
padre. ¿Seguirá vivo? ¿Quién era? ¿Cómo era? ¿Qué fue lo que pasó como para que su
madre lo borrara de su vida y la de su hija, hasta ahora?
La resignación comenzó a ocupar el vacío asfixiante de la pérdida materna. Le quedaba su
padre. O, mejor dicho, su padre de crianza. Qué confuso estaba todo de pronto. ¿Cómo
definir esta situación? Para serenarse, pensó que en nada cambiaría su relación con su
padre. Lo amaba. Eso no cambiará. Para nada, pensó.
Sin embargo, Eliécer y ella no tenían una estrecha relación padre e hija. De algún modo,
Eliécer siempre estaba algo distante de ella. Sus conversaciones eran casi siempre triviales.
Fue sólo con su madre con quien tuvo una muy estrecha conexión. Ni siquiera los temas
más íntimos quedaban fuera de las largas charlas entre su madre y ella. Excepto por dos
secretos, su verdadero padre y su mortal enfermedad. Eliécer siempre evitaba inmiscuirse
en los asuntos de Elisa. Y ahora podía entender que, quizás, el no ser su hija biológica tuvo
que ver en esa especie de distancia familiar. Eliécer la quería mucho, de eso estaba segura.
Y pensó que era normal que los padres fueran así de distantes con sus hijas.
Ahora, que Sofía ya no estaba. Elisa comenzó a revolverlo todo.
No pudo evitar sentir un inmenso y sobrecogedor vacío dentro de sí. Se dio cuenta que la
ausencia de su madre le producía una sensación incómoda y desesperante. Que no sería
compensado ni remediado tan fácilmente por su padre, Eliécer.
Mientras miraba el féretro que contenía el cuerpo sin vida de su madre, que descendía
lentamente hacia el fondo de la fosa, entendió que ni siquiera Eliécer podría llenar ese vacío
que ahora sentía, sin poder evitarlo.
Entendió que sólo cumpliendo con la última voluntad de su madre podría, tal vez, sentirse
mejor.
Además, Elisa reconoció sentir, en el preciso momento en el que el cuerpo de su madre fue
depositado en su última morada, el irresistible impulso de conocer a su verdadero padre.
No estaría en paz ni con su madre ni con ella, hasta cumplir con el recado póstumo. Iría a
conocerlo. Y averiguar por qué su madre le ocultó a su verdadero padre. Y por qué su
madre le ocultó a su padre que ella es su hija. Y, sobre todo el por qué, antes de morir,
quiso confesarlo, arrepentida.
Imaginó un momento hipotético, estando frente a ese hombre, diciéndole: “Tuviste una hija
con Sofía Fernández. Se llama Elisa Elvira Ramírez Fernández. Soy yo”.
¿Cómo reaccionaría? Si su madre averiguó su dirección es porque debe estar vivo. Qué le
diría a ella después de tanto tiempo. ¿Estaba casado? ¿Con hijos? Serían sus hermanos.
Sintió una extraña sensación al pensar que podía tener hermanos.
Y después de entregarle el mensaje de Sofía… ¿Qué pasaría después? ¿Qué haría él al
saber que tenía una hija mexicana de 25 años? ¿Qué haría ella si él negara ser su padre?
¿Regresaría a México a seguir con su vida?
Elisa tuvo que dejar de pensar en tantas preguntas. Temía que, en adelante, hiciera lo que
hiciese, ya nada sería igual. Se sentía devastada. Se imaginó regresando a su casa después
de revelarse ante un desconocido como su hija.
¿Cómo pudo su madre hacerle esto? ¿Por qué su madre tuvo que pedir semejante deseo,
poco antes de morir?
Se imaginó regresando más vacía de lo que ya se sentía, pensando en su posible viaje de ida
a dónde quiera que estuviera su padre. Elisa ya sentía, antes de morir su madre, que algo
estaba incompleto en su vida. Pensaba que su vida de hija única, de estudios, de trabajo, de
pocos amigos, aún le faltaba algo esencial. Se sentía incompleta, incluso antes de saber
sobre su verdadero padre. Pero después de saberlo, creyó comprender qué le faltaba. Ahora,
le faltaba conocer a su padre desconocido. Así resulte ser el peor hombre sobre la tierra.
Ella, Elisa, tenía que saber cómo era él.
Tenía que ir en su búsqueda. No sólo para cumplir el deseo póstumo de su madre. Sino para
intentar deshacerse de ese ya insoportable vacío. El deseo de su madre se estaba
convirtiendo en una excusa. La de buscar a su padre por su madre. Ahora, por ella misma,
debía buscarlo.
¿Dónde?
La dirección estaba en aquel sobre, que ni siquiera había abierto, todavía.
Pensó… Si mi madre se lo hubiera confesado antes, la hubiera perdonado. Claro que lo
haría.
Elisa dejó de titubear. Tomó la decisión. Honrar a su madre y conocer a ese tal verdadero
padre…
2
Lucía
Cuando apenas salía de la dura confrontación con el Comité de Ética de la universidad
donde trabajaba, Lucía recibe una llamada a su teléfono móvil, desde un número
desconocido.
Lucía: Sí, diga…
Número desconocido: ¿Es doña Lucía Méndez Corral?
Lucía: … Sí, soy yo…
Número desconocido: Le hablamos del Hospital Central de Huelva. La llamamos
porque su nombre está en el registro de familiares. Hace unos minutos ingresamos a
doña Isabel Corral, que se encuentra muy grave en la Unidad de Cuidados
Intensivos… ¿Confirma usted ser familiar de doña Isabel?
Lucía: Sí… Sí, es mi madre, qué… ¿Qué fue lo que le pasó?…
Número desconocido: Tuvo un accidente automovilístico… Necesitamos la
presencia de un familiar autorizado. ¿Podría venir al hospital lo más pronto posible?
Lucía: Estoy en Sevilla, pero ya voy saliendo para allá…
Número desconocido: De acuerdo, la esperamos aquí en el área UCI de
traumatología, en el segundo piso del edificio Este.
Lucía: Ya estoy en camino… pero, ¿Es usted enfermera? ¿Mi madre está bien?
Número desconocido: Soy de la administración. La verdad, su madre está muy
grave, hay que esperar cómo evoluciona. Los médicos ya hicieron lo posible. La
esperamos.
Lucía pensó, por un momento, en pasar por su apartamento, para cambiarse de ropa. Pero la
angustia se fue apoderando de ella. Así que abordó su coche y calculó el modo más rápido
de salir de la ciudad, para tomar la autopista hacia Huelva.
Lucía pasaba por una situación laboral complicada. Sólo le faltaba esta emergencia tan
sorpresiva para sumar más angustia al momento. Su madre, es la única persona que le
queda de su familia, luego de la inexplicable separación y rápido divorcio de sus padres. Su
padre no quiso saber nada de quien fue su esposa por tantos años. Tampoco de ella, su hija.
Todas las veces que Lucía preguntó a su padre el porqué de tan inesperada actitud sólo
consiguió su silencio e indiferencia como respuesta. Hasta que se cansó de insistir. Pensó
que tal vez su padre necesitaba tiempo para serenarse y explicarle en algún momento qué
fue lo que ocurrió. Lucía no había podido comprender aún, la causa para que se separaran,
después de 30 años de matrimonio. Prefirió dejar el desagradable asunto como un conflicto
entre dos personas que se divorciaban, evitando en lo posible inmiscuirse. Tampoco había
tenido tiempo para dedicarlos a mediar entre ellos. Sin embargo, nunca pudo evitar sentirse
afectada por la dolorosa situación de la separación de sus padres.
Ya alejada de su padre, Lucía trató de mantenerse al lado de su madre, que se había
sumergido en una profunda depresión. Isabel rechazó la oferta de Lucía para mudarse a
vivir juntas en Sevilla, decidiendo quedarse en su casa natal de Huelva. Desde Sevilla,
Lucía no podía atenderla, por falta de tiempo y por la distancia.
Lucía enfrentaba un conflicto laboral en su Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas, de la
Universidad de Sevilla, donde trabajaba. Debía responder a las acusaciones de un grupo de
colegas que la denunciaron ante el Comité de Ética de la universidad, bajo el cargo de mala
práctica docente. Era ella sola contra, prácticamente, todos sus colegas del departamento. Y
ahora, muy posiblemente, esté a punto de ser suspendida mientras trascurriese el proceso. O
peor, ser despedida con el agravante de la acusación. Acababa de exponer sus alegatos y
argumentos ante el Comité de Ética. Y Necesitaba más tiempo para continuar firme con su
defensa.
Y ahora esto.
Un trágico accidente que debe atender, dejando de lado todo. Su madre tenía la prioridad.
Isabel por su parte, que había decidido vivir sola en Huelva, se encontraba muy sola. Una
dilatada depresión la ha mantenido alejada de todo y de todos. Incluso de ella, su propia
hija. En vano fueron los esfuerzos por convencerla de acompañarla en Sevilla. Lucía sólo
podía visitarla los fines de semana, cuando lograba librar tiempo de trabajo.
Y ahora esto…
Lucía trató de evitar que su madre se hiciera adicta a los ansiolíticos. Le insistía en que
nunca condujera luego de haber ingerido esos medicamentos.
Se recriminó a sí misma. Debió haber sido más insistente con su madre. Convencerla de
mudarse con ella. O forzarla a aceptar la contratación de una enfermera para que la
atendiera, al menos medio tiempo. Debió insistir más.
Ahora, mientras conducía al hospital de Huelva, se lamentaba amargamente. Sentía una
presión en su pecho, a medida que aumentaba su angustia, haciéndole sentir dolor. El dolor
de saber que su madre está gravemente malherida. Tuvo que hacer un esfuerzo para
tranquilizarse y conducir sin detenerse.
Finalmente, logró llegar a la sala de urgencias del Hospital Central de Huelva donde se
encontraba hospitalizada su madre, tras sufrir el accidente en su automóvil.
Lucía se detuvo justo ante el mostrador del puesto de enfermeras, cuando vio cómo sacaban
una camilla con un cuerpo completamente cubierto por las sábanas. Quedó paralizada…
Sintió que sus piernas flaqueaban. Tuvo que sostenerse en el mostrador.
Enfermera: ¿Es usted familiar de doña Isabel Corral?
Lucía: … (Mirando salir la camilla con un cuerpo cubierto por las sábanas y a punto
de llorar) … Sí, soy su hija.
Enfermera: Lo sentimos mucho. Doña Isabel falleció hace unos quince minutos. Su
cuerpo está siendo enviado a la morgue del hospital. Lo siento mucho, mis
condolencias.
Lucía permaneció ausente por unos segundos. No sabía cómo reaccionar. Luego reaccionó.
Caminó apresurada, tratando de alcanzar la camilla que transportaba el cuerpo sin vida de
su madre. Cuando estaba cerca, se detuvo de nuevo. De pronto, sintió un miedo intenso de
mirarla malherida y desencajada. El dolor en el pecho se mantenía, obligándola a buscar
donde sentarse. Necesitaba respirar. Se quedó sentada por unos minutos.
Ya en su casa natal de Huelva, Lucía se apresuró a revisar en el ordenador de su madre una
autorización de donación de órganos. Isabel le comentó que la había escrito meses atrás. Su
depresión provocaba que su madre hablara con frecuencia sobre su muerte. Y lo que
deseaba después de su muerte. Por más que Lucía evadía el tema, no tenía más remedio que
llevarle la corriente.
Ahora, Lucía necesitaba hallar el escrito con la expresión de voluntad de su madre para
donar sus órganos. Los médicos del hospital le solicitaron autorización para donar los
órganos de su madre. La causa de muerte fue por una conmoción cerebral, debido al trauma
del impacto, al volcar su automóvil. Pero el resto de su cuerpo había quedado intacto. Isabel
siempre fue una mujer muy sana. Y su muerte fue relativamente rápida, estando
inconsciente. Al menos no fue tan dolorosa, pensaba Lucía, buscando algún alivio al dolor
que sufría por tan repentina pérdida.
Lucía no se atrevió a autorizar la donación en el momento que los médicos se lo solicitaron.
Estaba conmocionada en ese momento. Necesitaba asegurarse que fuera la voluntad
expresa de su madre. Pidió a los médicos un tiempo breve, para buscar en su casa el escrito
de expresión de voluntad que su madre le había comentado, ofreciéndose como posible
donante.
Ya ante el ordenador de Isabel, Lucía escribió la pregunta en el buscador de archivos. Halló
un archivo en forma de carta formal. Lo abrió y, en efecto, Isabel declaraba estar dispuesta
a donar sus órganos en caso de su muerte.
Llamó de inmediato a los médicos, confirmando su autorización, para que procedieran con
la urgencia del caso. Pasaría luego por el hospital, para firmar los documentos respectivos.
Colgó la llamada y se echó hacia atrás en la silla del escritorio. Respiró profundamente.
Sintió una demoledora sensación de tristeza, mezclada con la incredulidad por tan súbito
giro de su situación personal.
Iba a apagar el ordenador, cuando leyó el título de un archivo más reciente. Le pareció
extraño. Lucía ayudaba a su madre en su trabajo como secretaria administrativa, en especial
en todo lo que respecta al uso del ordenador. Pero su madre ya tenía algunos meses retirada
de actividades laborales. Por eso le pareció muy extraño encontrar un archivo guardado
hace pocos días, bajo el título: “Para Fabricio”.
¿Fabricio?
No recordaba a nadie conocido con ese nombre, en el círculo de relaciones de su madre. Y
Lucía conocía muy bien a las pocas amistades con las que Isabel se relacionaba.
¿Fabricio?... No lo recuerdo… Repitió, pensando en voz alta.
¿Mamá tenía un amigo que yo no conocía?
Hasta ese día, el divorcio de sus padres seguía sumergido en un completo misterio para ella.
Lucía no tenía la más mínima idea de la causa que detonó en su padre un cambio tan
radical, como para alejarse por completo, tanto de su madre, como de ella. A pesar de no
tener nada que ver en ello. Tampoco tuvo sospecha alguna de que alguno de sus padres
tuviera algún romance fuera del matrimonio.
Lucía no pudo evitar pensar, de nuevo, en las desconocidas causas del divorcio cuando vio
el archivo “Para Fabricio” en el ordenador de su madre. Sintió de pronto una intensa
curiosidad. Quería indagar qué le pasó a su madre antes de tener el accidente que la llevó a
la muerte. Cobró un impulso de valentía y razonó que, dada la situación, ella tenía derecho
de saber más sobre su madre.
Abrió el archivo.
Se trata de un correo electrónico enviado dos días atrás. Redactado en forma de carta
personal. Enviado a la dirección electrónica de una persona llamada Fabricio León
Hernández. No recordaba que su madre escribiera cartas personales en ese estilo a alguien.
Comenzó a leerla.
“Huelva, España, 9 de junio de 2022.
Sr. Fabricio León Hernández.
Fabricio:
Ni siquiera sé qué me ha impulsado escribirte después de casi treinta años.
Tampoco sé por dónde empezar. No sé si a esta altura del tiempo, aun tengas algún
interés de leer una carta mía. La única carta que has recibido de mí, después de
tantos años.
Ni siquiera sé, si la recibirás. Ni siquiera sé si aún me recuerdas. Ni siquiera sé si
aún mantienes los recuerdos de aquellos meses en Granada, donde nos conocimos.
Logré ubicarte, finalmente. Averigüé tu cuenta de correo electrónico. Así que me
atreví, muerta de miedo y de vergüenza, a escribirte mi confesión.
Nunca respondí tus cartas. Pero, en cambio, sí leí todas las que me enviaste a mi
dirección donde vivía en Granada. Pero yo ya no vivía allí. Me las enviaron
después. Dos años después, dejaste de escribirme. Cansado, imagino, de no recibir
nunca mi respuesta.
Disfruté mucho leerlas. Pero cometí el error de conservarlas. Lo hice para poder
leerlas muchas veces. Porque me hacían sentir bien. Me hicieron sentir
intensamente amada. Y me ayudaron a reponerme de mis recaídas de ánimo. Tus
cartas me llenaron de una ilusión que había perdido, por mi error.
Te confieso que traté de saber de ti en muchas ocasiones. Averiguar cómo estabas.
Dónde estabas. Hasta que fue pasando el tiempo. Y te fui perdiendo el rastro. Pero
nunca tú recuerdo. Porque tu recuerdo sigue estando muy vivo. Y aún hoy vivo con
él.
Antes de conocerte, Fabricio, yo ya estaba casada. Nunca te lo dije.
Hace casi dos años, ocurrió que mi esposo encontró accidentalmente tus cartas. Se
lo tomó muy mal. No era para menos. Ya arrastrábamos problemas en nuestra
relación desde hacía mucho tiempo atrás. Y descubrir tus cartas fue para él la
estocada final. Entró en cólera. Y decidió no sólo divorciarse de inmediato sino,
además, cortar todo tipo de lazo entre él y yo. Y lo peor, entre él y tu recuerdo,
nuestra hija.
Sorprendida, Lucía interrumpió la lectura…
Desechó rápidamente la descabellada deducción que implicaba esa última línea: “entre él y
tu recuerdo, nuestra hija”. Por “él” se refiere a su padre. Por “tu recuerdo”, se refiere a
Fabricio… Hasta ahí bien. Pero y… ¿“nuestra hija”? Debe ser un error en la redacción…
Inspiró profundamente para calmarse y siguió leyendo.
“Lucía… Fabricio, así se llama nuestra hija…”
Lucía vuelve a detener la lectura estremecida.
¿Qué estás diciendo mama? Pensó en voz alta… Se apresuró en seguir leyendo.
“Lucía es una muy hermosa persona, Fabricio. Es un ser noble, inteligente, llena
de tantas virtudes y con una personalidad tan segura de sí misma. Es cautivadora,
responsable y muy trabajadora. Se graduó con honores en su carrera de economía.
Y se destacó mucho en su doctorado.
“Lucía heredó mucho de ti, Fabricio.
“Sí, Fabricio. Lucía es tu hija.”
Se detuvo de nuevo.
Los latidos de su corazón se aceleraron. No daba crédito a lo que estaba leyendo. Volvió a
revisar bien el correo. La firma digital de su madre. La fecha reciente. Todo estaba
correcto. El email es genuino. Esa forma de escribir que no se la hubiera imaginado a su
madre. Pero que no cabía duda que fue ella quien lo escribió. Los detalles que revelaba,
sólo su madre podía saberlas.
Pero… ¡Qué me estás haciendo mamá! Volvió pensar en voz alta.
No podía creer lo que estaba leyendo… Y no tuvo más remedio que continuar…
“Sé que jamás me vas a perdonar por habértelo ocultado.
Te escribo ahora, no para que me comprendas. Ni para que me perdones.
Tuve mis razones para alejarme de ti. Estaba casada cuando te conocí. Tampoco lo
supiste. Me enamoré de ti. Pensé que era un capricho del momento. Creí que se me
pasaría. No tenía caso decirte nada, pensaba tontamente.
Logré despistarte cuando supe que estuviste buscándome durante un tiempo.
Mi esposo y yo nos habíamos residenciado en Huelva. Intentamos tener hijos, pero
yo no quedaba embarazada. Traté de averiguar por qué. Todo apuntaba a mí
esposo. Ya me había resignado a no tenerlos.
Decidí viajar y vivir un tiempo en Granada por trabajo, mientras mi esposo abría
un negocio en Huelva. Entonces te conocí.
Te mentí cuando te dije que vivía permanentemente en Granada. Y creyendo que no
podría quedar embarazada, no me preocupé por los anticonceptivos. Te mentí
cuando te dije que los tomaba. Tampoco preguntaste por nada más. Nuestros
momentos no daban lugar para esas preguntas.
Acepté trabajar por un tiempo en Granada para estar a solas unos meses.
Necesitaba aliviar mis tristezas y mi frustración. Mi matrimonio estaba al borde del
fracaso, entre muchas otras cosas, por mi supuesta esterilidad.
Me sentí muy triste. Por eso solía ir donde trabajabas. Pensaba cosas tristes
cuando escuché la hermosa melodía que tocabas en el piano, en aquel local
nocturno. No pude evitar escucharte, tampoco de mirarte cuando tocabas:
´Toca otra vez viejo perdedor,
haces que me sienta bien,
es tan triste la noche que tu canción,
sabe a derrota y a miel´
Eso decía la hermosa canción que cantabas. Lo recuerdo bien.
Cuando te sentaste en mi mesa, toda mi tristeza se disipó de pronto. Conocerte fue
uno de los momentos más extraordinarios y felices de mi vida. Y cuando me tocó
volver junto a mi esposo, me debatí entre quedarme contigo o acabar con mi
matrimonio.
Ya lo sabes. Decidí huir de ti.
No tuve el coraje de quedarme contigo. No entendí bien lo que sentía por ti. Pensé
que se trataba de algo pasajero. Intenso pero pasajero.
Tampoco sabía que tú me amarías. Creí que también lo tomarías como un capricho.
Un romance más de un hombre tan encantador como tú.
Así que hui. Me alejé de ti y borré todo rastro posible para que no me encontraras.
Cuando supe que me estabas buscando temí que me hallaras. Rogaba que no lo
hicieras.
Te podrás imaginar la sorpresa de saberme embarazada.
Al principio, pensé que había ocurrido un milagro. Que por fin mi esposo y yo
podríamos tener nuestro deseado hijo.
Pero luego, supe que tú, Fabricio, eras el padre.
Entré en pánico. Deseaba tanto un hijo, pero también me abrumaba el
remordimiento moral por haberle sido infiel a mi esposo, que siempre fue un buen
hombre y que siempre me amó.
Antonio, mi esposo, se puso tan feliz cuando supo de mi embarazo, que no me atreví
a decir nada. Sólo guardé silencio. Y todo resultó muy bien… Hasta que Antonio
descubrió tus cartas.
Creo que ya intuía de algún modo, aunque nunca me dijo nada, que Lucía no era su
hija. Debió sospecharlo por mi alejamiento y cierta frialdad con la que lo traté
después de regresar de Granada.
Aun así, Antonio, siempre trató a Lucía como su hija. Hasta que me obligó a
confesarle que Lucía es hija de otro hombre.
No te pido que me comprendas, Fabricio. No te pido que lo hagas.
Lo que me pasa es que ya no soporto ocultarlo más.
Mi divorcio con Antonio. Su desprecio tan agresivo para conmigo y para con
nuestra hija han recrudecido mi tormento. Ya no puedo más.
Te escribo esta carta, completamente desesperada. Te confieso todo esto y al menos
ya siento un poco de alivio. Es demasiado intenso mi dolor, mi pena y mi
vergüenza, que escribirte esta confesión, aun sin estar segura de que la leerás, me
obsequia algo de paz.
Estoy muy arrepentida de haberte arrebatado la posibilidad de que conocieras a
ese ser tan hermoso que es nuestra hija. Tu hija. Ni siquiera yo puedo perdonarme
a mí misma.
Tampoco sé cómo se lo voy a confesar a Lucía. Pero he decidido hablarle sobre su
verdadero padre. Aún busco fuerza y un momento para hacerlo. Ella está pasando
por un mal momento, no sólo con Antonio, sino en su trabajo. Pero requiero más
fuerza y valor para decirle algo tan vergonzoso para mí.
Pensé que, quizás remotamente, Fabricio, tú pudieras ayudarme a explicarle.
He soñado muchas veces verlos a ustedes dos juntos. A Lucía la conozco muy bien.
Y lo que conocí de ti, me basta para saber que ustedes dos se habrían disfrutado
mucho. Habrían sido muy felices estando juntos. Pero yo se los impedí.
Sufriré siempre mi terrible error, para el resto de lo que me quede de vida. Pero
confesártelo, te repito, me regala algo de alivio. Creo que también sentiré mucho
alivio cuando se le cuente a Lucía.
Fabricio, te repito, no te pido que me comprendas ni que me perdones. Sólo te pido
que, si aún te es posible, vengas a conocer a tu hija.
Quizás, no sea demasiado tarde. Quizás, conocerla te haría mucho bien, en este
momento de tu vida. No lo sé. Lo que sí sé es que, conocerla te hará sentir muy
orgulloso del extraordinario ser que ella ahora es. Sé que te vas enorgullecer de tu
hija. Eso te hará feliz. Y si ya eres feliz, pues te hará mucho más feliz.
Fabricio, estoy segura que conocer a Lucía te hará sentir tan maravillosamente
bien, que se borrarán los años que perdiste con ella. Y que los años que vengan
compensarán mi absurdo error del pasado.
Ahora te digo que lo lamento tanto. Lamento haberme alejado de ti. Nunca pude
olvidarte. Y tener a Lucía, se encargó de que jamás pudiera olvidarte, por más que
lo intentara. Siempre te estuve agradecida por darme nuestra maravillosa hija.
Con mi esposo nunca la hubiera podido tener. No haber tenido un hijo me
condenaba a sentirme muy desdichada. Tanto como lo estaba cuando me conociste.
Lograste hacerme inmensamente feliz en tan poco tiempo. Tu compañía y tierno
afecto se quedaron conmigo y se depositaron en Lucía. Cómo podría haberte
olvidado.
Fabricio, no lo hagas por mí. Te aseguro y te prometo que ni siquiera sabrás más
de mí.
Hazlo por Lucía.
Ella merece saber sobre ti. Aunque al saberlo, corra el riesgo de que me odie. Que
jamás me lo perdone. Porque es imperdonable lo que hice. Ni siquiera yo me lo
puedo perdonar.
Pero tengo la certeza de que basta que ustedes se conozcan, para que entre ambos
renazca el amor que tú y yo nos tuvimos cuando concebimos a Lucía. Un amor tan
sublime, que no les hará falta escuchar mis súplicas. Espero que no me odien
después. No me lo perdonen. Pero, no me odien, por favor.
Tengo la esperanza de que al conocerse ustedes dos, recuperarán lo que se
perdieron. Se disfrutarán mucho. Y al disfrutarse, no podrán abrigar desprecio
hacia mí. Eso me consuela.
Sé que Lucía te amará después de conocerte. Sobre todo, al enterarse de que no
tuviste culpa alguna en todo esto. Que más bien intentaste encontrarme. Que no
sabías nada de ella. Que fui yo, en mi torpeza, quien te la arrebató.

Fabricio, te lo ruego, ven a conocer a Lucía. Es mi manera de redimir, un poco,


este inmenso dolor que llevaré hasta mi muerte.

Te lo ruego, por el amor que sé que me tuviste. Ven a conocer a tu hija.


Sé que vives ahora en Santo Domingo. Averigüé que aun estás solo. Que sigues
trabajando como músico en el Hotel Intercontinental Real. Que te va bien y que
sigues siendo la bella persona que un día conocí.
Ruego porque leas esta carta.
Y ruego para que, después de leerla, reacciones bien a esta noticia. Y vengas a
conocer a tu hija.
Me despido con tanta pena y vergüenza…

Isabel Corral.
PD: Lucía Méndez Corral, tu hija, es profesora de economía en la Universidad de
Sevilla. Te será fácil encontrarla porque es muy apreciada”

Lucía cerró los ojos inundados de lágrimas, por largo rato.


Ahora entendía el porqué del divorcio tan abrupto entre sus padres. Comprendió la severa
depresión en la que se había sumergido su madre y que, probablemente, fue la causa de su
accidente fatal.
Lucía pensó sobre su nueva situación. Un fuerte impulso crecía dentro sí. Esta carta
despertó en ella la necesidad de conocer a su destinatario. Que resulta que es su padre. Qué
extraña situación, pensaba. Reflexionó más sobre su madre. Sobre su errónea decisión de
ocultar el origen de su hija. Era necesario terminar ese ciclo inconcluso iniciado su madre.
Justificado o no. Había que cerrarlo.
Un rato después, Lucía tomó una decisión. Daría a su madre la sepultura merecida y digna.
Luego, tomaría esas vacaciones que le sugirieron en la Universidad de Sevilla. Tal vez, las
aguas del conflicto que enfrentaba allí, se calmaran. En todo caso, necesitaba, urgente, un
descanso. No sólo del trabajo. Necesitaba procesar la súbita tragedia de la muerte de su
madre. Aun no tenía idea del impacto y la secuela que le dejaría. Pero estaba segura que
sería muy dolorosa y triste. Y por mucho tiempo.
Hacía falta enmendar la angustia no resuelta de su madre. Que ahora, era la suya. Debía
completar el ciclo vital de su madre. Y al mismo tiempo, dejar entrar algo de luz en el suyo.
Ese misterio en el que ahora estaba involuntariamente involucrada. Iluminar esa parte
oscura que apenas comenzaba a entender.
Lucía decidió viajar a Santo Domingo. Buscaría conocer a ese personaje que su madre
describía con tanto afecto. ¿Su verdadero padre? Tenía que descubrir si lo que decía su
madre en esa carta era cierto. Tenía que estar segura…
3
María

Beatriz sabía que su vida llegaría muy pronto a su fin.


Le preocupaba que, al morir, dejaría completamente sola a su hija, con apenas 14 años de
edad. Así que apeló a la última opción que le quedaba. Lograr que el familiar más cercano
se comprometiera con terminar la crianza de María.
Faltaba poco para que cumpliera la mayoría de edad. Cuatros años pasan rápido. Aunque
sean los años más difíciles, los años de la adolescencia. Pero dejarla sola, sin un respaldo
que le permita sostenerse y culminar sus estudios… Podría tener consecuencias que Beatriz
ni siquiera se atrevía imaginar.
Se armó de valor y se atrevió a llamar al familiar más cercano de María. Su padre
biológico. Un hombre que apenas conoce, llamado Fabricio León Hernández.
Lo pensó mucho. Le resultó difícil al principio. Tuvo que hacer a un lado, esa mezcla de
vergüenza y orgullo, para rogarle al hombre a quien le había negado la paternidad de su hija
que, ahora sí. Que, ahora, sí es el padre. Y que, por tanto, le correspondía hacerse cargo de
ella, en su ausencia. Al menos, hasta que cumpliese la mayoría de edad o hasta que María
pudiera valerse por sí misma.
Fabricio sólo fue un breve instante de su vida. Pero resultó en una parte esencial del resto
de su vida. Ser el padre biológico de su única hija. Y ahora, necesitaba que dejara de ser un
completo desconocido, para convertirse en el padre responsable.
Beatriz entró y se marchó de la vida de Fabricio, sin recordar haber saludado. Y sin
despedirse. Lo conoció una noche y se alejó de él antes que esa misma noche amaneciera.
Se levantó, se vistió rápidamente y se marchó de la habitación, dejándolo dormido.
Beatriz no recordaba cuándo fue que dijo “hola gusto en conocerte”. Ni siquiera recordaba
cómo fue que comenzaron aquella extraña conversación. Recordaba los duelos de miradas
del cortejo previo. Las miradas a veces lo dicen todo, sin que haya palabras capaces, que
puedan describirlas. Ocurrió muy rápido. Se aproximaron, intercambiaron unos
monosílabos, muchas sonrisas, demasiados gestos. Tampoco recordaba cómo fue que
terminaron juntos en su habitación de ese hotel, en cuya sala de festejos coincidieron.
Una mujer casada como Beatriz no podía exponerse al riesgo de las consecuencias de un
arrebato nocturno. Demasiado riesgosa, una relación surgida de la incertidumbre. Podría
perder lo poco que tenía a cambio de una sorpresiva ilusión. Un lapsus imprevisto. Eso es
lo que fue, aquel extraño e intenso encuentro con Fabricio León Hernández. Una ilusión
que necesitaba para aliviar la frustración que la intranquilizaba. Sintió el impulso. Lo vivió.
Lo disfrutó. Pero hasta allí.
Para corregir y dejar atrás el singular episodio romántico, Beatriz decidió marcharse sin
dejar rastro. Estaba segura de que Fabricio ni siquiera la recordaría. Fue sólo una noche.
Sólo una mujer más que acaba de conocer. Aunque esa noche Fabricio se portó como todo
un caballero, era un hombre. Y como todos los demás hombres, disfrutaría su momento
triunfal de conquista. Más bien debía estar agradecido del placer que ella le regaló. Y
agradecido también debería estar por evitarle el rato desagradable de las excusas y las
promesas típicas en las despedidas, entre amantes que se prometen mucho pero que jamás
se volverán a ver y menos a cumplir.
Pero por si acaso, Beatriz se aseguró de evitar ser localizada. No vaya a ser que aquel
hombre resultara ser un acosador obsesivo. Que los hay, pensó. Y que se le ocurriese
buscarla. Lo mejor fue no dejar rastro. Por eso nunca dijo su nombre, ni su dirección y el
número de teléfono fue falso.
Días después, se sorprendió cuando supo que Fabricio la estuvo buscando. Tratando de atar
cabos con la empresa donde trabajaba. Preguntando a los conocidos que participaron en
aquella fiesta empresarial. Fue así como Fabricio logró dar con su nombre.
Tuvo que recurrir a la ayuda de una amiga, para dejarle claro a Fabricio que ella, Beatriz,
daba por concluido aquel breve sueño de una noche de arrebato, que ambos vivieron. Una
noche de septiembre de 2002. El claro mensaje de rechazo funcionó. Fabricio dejó de
buscarla.
La experiencia romántica con Fabricio le dio a Beatriz un sorpresivo e inesperado impulso
inspirador. Tal vez esa experiencia le sirva para intentar recuperar su maltrecha relación
matrimonial. Aún sentía algo por su esposo. Sospechaba que él ya no tanto. Lo más
probablemente es que anduviera en otra relación. Pero si una vez se enamoró de ella, tal vez
podría volver a enamorarlo. La experiencia con Fabricio la inspiró y alentó a intentarlo.
Volver a enamorar a su esposo con métodos más seductores. Más persuasivos. Similar al
que había usado, casi tan natural y sin darse cuenta, para conquistar a su músico galán de
una única noche, en aquella alocada fiesta empresarial.
En efecto, la nueva inspiración romántica comenzó a resultarle bien. Parecía estar
funcionando. Sintió que era posible un recomienzo con su esposo. Restablecer el
matrimonio donde el desamor lo había interrumpido.
Hasta que descubrió que estaba embarazada.
¡Por Dios! Fue sólo una vez con ese hombre y ya la había embarazado. Beatriz había
descartado que algún día tendría un hijo. Ni siquiera se cuidaba de no tenerlos. Cómo fue
posible, se preguntó, si apenas fue un instante…
Buscaba una explicación… Tal vez fue lo fascinante del momento, lo inesperado del
encuentro, la embriaguez, lo intensamente apasionado… Podían ser todas estas cosas. Lo
que sí sabía Beatriz es que nunca pudo olvidar aquel momento. Imposible, cuando lo
recordaba en su amada hija a diario.
¡Embarazada!
Las cuentas no daban. Así que no pudo adjudicarle la paternidad al reconquistado marido.
Todo el exitoso esfuerzo de su impulso erótico de su reconciliación marital quedaría
arruinado con su inesperada preñez.
De pronto, su mundo se puso de cabeza. La nueva situación lo cambió todo.
Presa de pánico, la primera ocurrencia de Beatriz fue deshacerse del embarazo. Pero pronto
lo desechó por completo, al sentir un fuerte impulso de protección maternal. Era su bebé.
Cómo podía siquiera ocurrírsele hacerle daño. Cómo impedirle que viniera al mundo la
extensión de sí misma. Claro que tendría a su bebé. Probablemente, ese bebé era el único
que pudiera tener en su vida.
Y así, María de los Ángeles vino al mundo.
Beatriz había renunciado a su matrimonio, para dedicarse por completo a su niña. No la
compartiría con nadie. Ni siquiera con su verdadero padre, a quien había enviado un
contundente mensaje: “olvídate de mí”. Tampoco sabía mucho de él. Pero no le importaba.
Su preocupación se concentró en su hija. Hija de ella y de nadie más.
Por un tiempo, Beatriz mantuvo a María en la mayor discreción posible. Hasta su divorcio
fue rápido y discreto. No pidió nada para ella. Evitaba así que Fabricio pudiera enterarse.
Las redes sociales ya comenzaban a ser demasiado indiscretas y hasta escandalosas.
Cuando María cumplió siete años de edad, preguntó por su padre.
Beatriz sintió un frío incómodo por la espalda. Había preparado una respuesta a esa
pregunta. Pero no le gustaba. Hubiera preferido que su hija no hiciera la misma pregunta
que le hicieron todo su entorno familiar y de amistades. Hasta el cansancio: ¿Quién era el
padre?
Beatriz nunca soltó un nombre. Pero cuando su hija le preguntó, no encontró una respuesta
mejor: “Tu padre murió, poco después de tu nacer”.
Pero la niña no paró de hacer preguntas. ¿Cómo se llamaba? ¿De dónde era? ¿Cómo era?
¿Cómo murió?
Casi molesta, Beatriz convenció a María de que lo mejor sería olvidar todo el tema de su
padre.
Tiempo después, una pareja le propuso ser el padre formal de María. Pero ella se opuso
rotundamente. Así que mantuvo la versión del padre muerto, pensando que había
funcionado. El tiempo, pensaba, haría el resto. Se quedaría así con la exclusividad de la
patria potestad de su hija, sin riesgo de compartirla, con nadie más.
Otras parejas procuraron hacer de padres de su hija. Pero ya María había asimilado que su
padre se encontraba en el cielo. En silencio, y para no hacer molestar a su mamá, la niña
mantuvo a su desconocido padre vivo en su imaginación. Sé preguntaba qué le hubiera
dicho su papá en tal o cual situación. Imaginaba conversaciones con él. Lo imaginaba de
muchas formas. En su ficción infantil, iba construyendo un perfil ideal, un papá perfecto. A
su gusto y a su medida. Su padre muerto se había convertido en su padre héroe, su padre
guardián y su padre amigo.
María trató a las parejas de su madre, como los novios de su mamá. Los atendió como
amigos de la casa. Mantuvo con ellos la estricta cercanía necesaria y la mayor distancia
posible.
La conveniente discreción inicial que procuró Beatriz fue, con el tiempo, dando paso a una
mayor exposición en las redes sociales. Era inevitable, si quería que su hija creciera en un
ambiente socialmente aceptable.
Gracias a eso, Fabricio, quien ya había logrado ubicar una de las cuentas de Beatriz, se
enteró que tenía una hija. Cuyo nacimiento coincidía matemáticamente con el tiempo en
que se conocieron. Pese a lo poco probable, Fabricio no podía descartar alguna posibilidad
de él tuviese que ver con aquella niña. No conocía los detalles cotidianos de Beatriz y
menos de su vida romántica. Debía ponderar que él no fue el único romeo durante el tiempo
de la concepción de María.
Fabricio no tenía hijos. Tenía una testaruda mala suerte para las relaciones duraderas.
Cuando conoció a Beatriz, no la calificó de inmediato como apta para una relación de largo
plazo. Pero unas horas le bastaron para sentirse lo suficientemente atraído hacia ella, como
para considerar alguna posibilidad de una relación formal. Por eso se permitió el impulso
de buscarla. Al menos, para saber por qué huyó de él. Era la tercera vez que le ocurría algo
similar. Además, por tener la sensación de que aquella inesperada aventura erótica, podría
albergar algo de espiritual. Y que tal vez, una relación casual pudiese hacerse estable.
Beatriz se le presentó muy sensual y seductora. Es cierto. Pero también, sintió en ella una
calidez especial. Esos detalles que no suelen detectarse ni en las aventuras y ni en los
romances fugaces. Fabricio no era enamoradizo. Pocas veces se sintió enamorado. A decir
verdad, sólo dos veces reconoció estarlo. Pero todos esos amores huyeron de él. Sin
mayores explicaciones. Se sintió muy frustrado, hasta el punto de pensar estar condenado a
relaciones triviales y pasajeras.
Bastó que Beatriz lo rechazara tajantemente, aunque sea por mensaje de un tercero, para
desistir de buscarla. Había cancelado del todo la opción. Pero sin querer descubrió que
Beatriz tenía una hija. Así que indagó más sobre la niña. Logró ver una fotografía en un
portal de red social. Y sintió, desde ese momento, que María podía que ser su hija. Luego,
le siguió los pasos, en la medida que pudo. En fotos. En los videos familiares. La escuchaba
cantar en las fiestas. Detallaba sus expresiones. Y cada vez se convencía más. María podía
ser su hija.
Un día, Fabricio decidió escribirle a Beatriz para encararla. Por la mensajería de su cuenta
de un portal social, le preguntó a rajatabla si él era el padre de María. La niña, que ya
cumplía siete años, tiene rasgos extraordinariamente parecidos con su familia. Las fechas
coinciden. Le rogó a Beatriz confesar si su hija es también su hija.
Beatriz demoró algún tiempo en responder, a pesar de estar muy activa en ese portal social.
Pero al hacerlo, le negó rotundamente a Fabricio su paternidad. Aquella y otras veces más.
Y le pidió que la dejara en paz, tanto a ella como a su hija.
Fabricio no se dio por vencido. En un primer momento, después de recibir la respuesta
negativa, reaccionó advirtiéndole a Beatriz que solicitaría una prueba legal de paternidad. Y
que, de comprobarse cierta, entablaría una demanda de patria potestad, que le correspondía
por derecho.
Pero más tarde desistió. Fabricio pensó que nada de eso le ayudaría a estar cerca de su hija,
en caso de confirmarse que lo fuera. Así que se conformó con contemplarla. Con saber de
ella en la distancia de las fotos y desde la irregular información que podía acceder en las
redes sociales.
También averiguó que Beatriz no había registrado a María de los Ángeles con un padre
reconocido. La niña fue inscrita con el doble apellido de la madre. Fue un alivio. Así que le
escribió una última vez a Beatriz, para asegurarle que no haría ninguna demanda. Que las
dejaría en paz y que evitaría el contacto. Pero dejándole claro que él estaba convencido de
ser el padre de María de los Ángeles. Y que no perdía la esperanza de que Beatriz, algún
día, entrara en razón y permitiera, a él y a su hija, el derecho de una relación padre e hija.
Aferrado a la esperanza de que Beatriz recapacitara, el tiempo fue transcurriendo.
Y ese día llegó. Catorce años después del nacimiento de María.
Aquejada por una enfermedad terminal, Beatriz no tuvo más opción que reconocerle la
paternidad a Fabricio, para que se hiciese cargo de María. Gestionó un documento formal
en el registro civil, donde declaraba reconocerlo como padre legal. Sólo faltaba que
Fabricio, donde quiera que estuviese, se presentase en un consulado para confirmarlo. De
ese modo, María de los Ángeles Rosales Rosales, pasaría a llamarse oficialmente María de
los Ángeles León Rosales.
Cuando Fabricio le confirmó a Beatriz que aceptaba sus condiciones, a ella le tocó hablar
con su hija adolescente. No le diría nada de la condición terminal de su enfermedad. Lo que
María sabía era que su madre padecía de un pequeño tumor, en uno de sus senos, lo que
justificaba el tratamiento de quimioterapia que había comenzado a aplicarse.
Le urgía convencer a su hija de la paternidad de Fabricio, para que aceptara convivir con él,
cuando ella ya no estuviera. Beatriz tenía la impresión de que su hija estaría en buenas
manos. Su padre biológico había demostrado preocupación por ella, aunque no le conocía
del todo. El caso es que tampoco disponía de mucho tiempo ni de más opciones. Tendría
que rogar para que Fabricio resultara ser un buen padre para su hija.
María: ¿De qué quieres hablarme mamá? Debo hacer un trabajo del liceo ahora
mismo, y…
Beatriz: Necesito que me prestes atención, María. Quiero hablarte de tu padre.
María: ¿De mi padre? ¿De mi padre muerto?…
Beatriz: No, María, no. Tu padre no murió. Está vivo. Se llama Fabricio. Vive en
Santo Domingo, la capital de un país llamado República Dominicana. Trabaja como
músico, es pianista…
María: No bromees con eso, mami, por favor…
Beatriz: Tu padre, María… Tu padre vive…
María: Mamá… (Mirando sorprendida a Beatriz) Pero tú dijiste tantas veces que mi
papá había muerto…
Beatriz: Sí, ya sé que te lo dije. Pero fue un error. Me equivoqué. Él está vivo y
quiere conocerte.
María se quedó un minuto en silencio. Con voz grave y algo molesta dijo a su madre:
María: ¿Fue una equivocación o fue que me mentiste?… ¿Me mentiste, mamá?
¿Por qué me mentiste?
Beatriz: Si, hija, te mentí. Pero…
María: (Interrumpiendo entre sorprendida y molesta) Es muy grave que me
mintieras, mamá. Mi papá es importante para mí. Yo tenía ilusiones con él desde
niña. Lo recuerdo perfectamente. Cuando me dijiste que estaba muerto, perdí esa
ilusión y me resigné a tratar de conocer a mi papá en el cielo. Me hice un papá
imaginario.
Beatriz: (Sollozando) Hija, no lo sabía… No tenía idea que te afectaría tanto.
María: No sé qué decirte, mamá. No sé si molestarme contigo o alegrarme por saber
que mi padre aún está vivo. Me duele que me mintieras, mamá.
Beatriz: (Con lágrimas en las mejillas) Hija… no pienses en mí, por favor. Piensa
en tu padre. Está vivo, está bien, es un buen hombre y quiere conocerte. Se alegró
mucho cuando le dije que tú eres su hija.
María: Ah… entonces… ¿Él tampoco sabía de mí?
Beatriz: No hija, él no lo sabía. Se lo negué muchas veces. Pero estaba convencido
de que tú eras su hija… Es complicado de explicar, hija…
María: Ay mamá (suspirando)… Sin que tú lo notaras, lloré a papá por mucho
tiempo desde niña. Y hasta le hice un pequeño altarcito, cerca de la escuela, en esa
pequeña capillita de la Virgen de Coromoto, a un lado del camino. Allí, le recé
mucho por el descanso de su alma, como me enseñaron a hacerlo en la escuela y en
la iglesia. ¿En serio quiere conocerme?
María rompió a llorar. Beatriz no pudo sino abrazarla para intentar consolarla.
Beatriz: Cometí un grave error, hija. Yo no conocía mucho a tu papá. En aquel
momento, después de que naciste, no confiaba mucho en él. Temía que te
reclamara. Que te separara de mí. No sé en qué estaba pensando. Luego, el tiempo
me hizo creer en el tonto orgullo de criarte yo sola. Fue un gran error, hija. Por
favor, perdóname. Pero ahora sólo debes pensar en conocer a tu padre.
En ese momento, María se dio cuenta del aspecto enfermizo y débil aliento de su madre.
Estaba más enferma de lo que le ella hacía creer. Se preocupó. Trató de contener su llanto y
hablarle con cariño…
María: Esta bien, mamá. Quédate tranquila… Ahora no estoy llorando de tristeza.
Tampoco estoy molesta… (Abrazando a Beatriz para consolarla). Lloro de alegría.
La alegría de saber que mi papá está vivo… Y qué además quiere conocerme…
Beatriz: (Recibiendo el abrazo de María) Sí, hija alégrate mucho… Tu papá está
vivo. Él me ha convencido de que te quiere. Es un buen hombre. Y que te va a
querer y a cuidar mucho.
Las frases de Beatriz sonaron muy reveladoras para María. Comenzó a sentir que el mal
que aquejaba a su madre no era algo pasajero. Ya sabía de lo peligroso que era el cáncer.
Así que pensó en tratar de hacerla sentir lo mejor posible, para darle el ánimo, esencial para
su recuperación.
María: Entonces… Me vas a contar todo sobre mi papá ¿Verdad?
Beatriz: (Pensativa) Claro que sí… Bueno, la verdad es que… No sé de muchos
detalles, pero… Creo que tú misma tendrás que irlo conociendo, poco a poco.
Fabricio se sintió inmensamente feliz cuando salió de la oficina consular venezolana en
Santo Domingo. Oficialmente, ya era el padre de una hermosa adolescente de catorce años,
de la que apenas conocía rasgos y fotografías publicadas en las redes sociales.
Con la intermediación de Beatriz, Fabricio podía enviarle a María mensajes y fotografías,
tal como habían acordado, en sus condiciones para el reconocimiento de la paternidad.
Acordaron que podría visitarla ente dos o tres meses después de haber formalizado el
reconocimiento paterno. Fabricio demostró tener paciencia, y fue al ritmo que Beatriz le
permitía acceder a María. La adolescente lo aceptaba, en aras de tranquilizar a su madre.
Pero todo se precipitó.
Un mes después del reconocimiento paterno, llegó la esperada terrible noticia. Beatriz había
fallecido de un agresivo cáncer de páncreas, el más mortal.
Fabricio tomó el primer vuelo directo disponible a la ciudad venezolana de Valencia. Llegó
a tiempo para los últimos momentos del velatorio.
Allí, al lado de féretro, a la altura de la cabecera, estaba María con la mirada perdida, pero
fija en el maquillado rostro sin vida de su madre. Ya casi no tenía lágrimas para llorar.
Cuando la vio tan descompuesta, Fabricio no supo qué hacer exactamente en el momento.
Pero sintió el impulso de estar a su lado con la esperanza de consolarla. Cuando se detuvo a
un paso, María reparó en él:
María: (Reconociéndolo) Fabricio...
Fabricio sólo asintió con la cabeza sin decir nada. Miró a los ojos de María y ella a los de
él. Ambos no pudieron evitar que salieran lágrimas de sus ojos.
María: ¿Puedo abrazarte?
Fabricio sólo abrió sus brazos. Se abrazaron. Padre e hija, abrazados por primera vez y por
largo tiempo. Hasta que ella, ya casi sin fuerzas, le pidió que la llevara a descansar.
María logró dormir dos horas hasta que tuvo que levantarse para acompañar a los restos de
su madre hasta el cementerio. Fue Fabricio quien la llamó y la ayudó a levantarse. Luego de
acicalarse, viajaron juntos en la carroza fúnebre, hasta el cementerio. No intercambiaron
palabras. Permanecieron en silencio, uno al lado del otro.
Luego del sepelio y al borde del agotamiento, María se entregó a una larga cura de sueño.
Llevaba casi cuarenta y ocho horas sin poder dormir. Durmió casi todo el día. Al despertar
en el atardecer del día siguiente, dos amigas de su madre le prepararon un caldo. Su madre
rentaba las dos habitaciones sobrantes a sus amigas. Prometieron ayudar a María en lo
posible. María las trataba como sus tías.
Luego de tomar una ducha, llamó al número que le indicó Fabricio.
Fabricio: Hola hija ¿Descansaste?
María: Sí. Logré descansar. Me siento muy extraña aún. Suena raro escucharte que
me llames hija…
Fabricio: ¿Te incomoda? Si lo deseas, te llamaré por tu nombre…
María: No, no hay problema. La verdad es que ya eres oficialmente mi padre. Sólo
que aún no me acostumbro. La partida de mamá ha sido muy fuerte para mí. Espero
que lo entiendas…
María hizo el amago de volver a llorar, pero se contuvo…
María: Te llamo para saber si todo está bien, si estás bien...
Fabricio: Sí, estoy bien, gracias, María...
María: (Lo interrumpe) Puedes llamarme hija si eso te complace.
Fabricio: Más que complacerme, me hace muy feliz. Lamento mucho que nos
hayamos conocido en este momento tan difícil para ti. También lo es para mí.
Hubiera querido que me conocieras en un momento diferente…
María: No te preocupes… Mamá me contó algo de la historia entre ustedes dos. Tú
no tuviste culpa de nada. No tengo nada que reprocharte…
Fabricio: Gracias, hija. Entonces… Tenemos que mucho que hablar y mucho por
hacer. Tu madre me había dicho que ya tienes tu pasaporte.
María: Sí, ya lo tengo. Ella se ocupó de eso. Mamá acordó con sus amigas
alquiladas, para que ellas cuiden la casa. Ya veré si la vendo o si la conservo. Creo
que la voy a conservar. Si tú no tienes inconveniente, claro.
Fabricio: Para nada. Me parece razonable que la conserves. Sé, por tu madre, que
sus amigas son muy buenas personas y que han sido amables y protectoras contigo.
Beatriz confiaba mucho en ellas. Así que no debe ser un problema que se queden en
la casa. Nosotros nos haremos cargo de los gastos. Conservar la casa te permitirá
venir a Venezuela las veces que tú lo desees. Entonces… ¿Te busco para ir a cenar?
Poco después, Fabricio eligió un restaurante cercano a la casa de María. Ya sentados en una
mesa y ordenado los platos, rompió el silencio…
Fabricio: Tu madre me confirmó que habías decidido mudarte a vivir a Santo
Domingo. Que ya había acordado contigo los detalles.
María: Sí. Acepté irme a Santo Domingo. Quedarme en la casa me entristece
mucho. Y quedarme sola me entristece aún más. Le prometí a mi madre que
intentaría convivir contigo. Así que, lo voy a intentar. Haré mi mejor esfuerzo, lo
prometo. Espero que yo no sea un problema para ti o para tu novia. Mamá me dijo
que no tengo hermanos.
Fabricio: (Sonriendo) Estuve de acuerdo con tu mamá cuando me propuso que te
vinieras a vivir a Santo Domingo. Yo, muy feliz. Y por supuesto que no será ningún
problema. No tengo esposa ni tampoco novia, así que tú serás la única mujer de la
casa…
María: Ah… No sé por qué pensé que ya tenías una pareja. Mamá nunca me hizo
ningún comentario y no recuerdo haberle preguntado. Sólo me puse a imaginar que
tal vez tenías una pareja. Bueno, en ese caso, tampoco tengo problema. He
aprendido mucho sobre los quehaceres del hogar. Así que te ayudaré.
Fabricio: ¡Fantástico! A ver… Vamos a darnos un tiempo ¿Vale? Después de ese
tiempo, dejaré a tu libre elección en dónde te gustaría vivir. Respetaré lo que
decidas y te apoyaré. Mientras tanto, te aseguro que no tendrás problema en Santo
Domingo. He pensado en una buena escuela.
María: Gracias… De verdad, muchas gracias…
Fabricio: Aunque creo que te va a gustar República Dominicana, si decides mudarte
para otro país, yo trataría de acompañarte si me lo permites. Conseguiría un empleo
en el lugar que elijas. Aquí en Venezuela es mucho más difícil, claro. Pero hay
muchos países hermosos que puedes conocer. España, por ejemplo. ¿Sabías que
tienes derecho a ser española como yo? Bueno, en casi todas partes necesitan
pianistas (sonriendo). En fin, María, vas a estar bien. No te va a faltar nada. Te
apoyaré en todo.
María: Gracias, Fabricio…
Fabricio: Le prometiste a tu madre que intentarías convivir conmigo. Yo también le
prometí que nada te iba a faltar. Que te apoyaré hasta que tengas la edad de
independizarte.
María: Debo agradecerte mucho, Fabricio. Haré mi mejor esfuerzo. Sólo tenme algo
de paciencia para que me acostumbre. De verdad que quería conocerte más que a
nada. He extrañado a mi padre desde que era una niña. Y nunca tuve una imagen
hasta ahora, salvo las fotos que me enviaste con mi mamá. Ahora por fin estás aquí
conmigo y me contenta mucho que lo estés. Pero no puedo evitar estar triste por
mamá, ahora. Ella nunca me dijo nada de la gravedad de su enfermedad. Entiendo
que no quiso preocuparme. Pero no puedo dejar de estar triste, ahora…
Fabricio: Hija… Claro que debes estar triste. No podía ser de otra forma. Descuida,
no te pediré ahora, que me trates como a tu padre. Recién me acabas de conocer.
Sólo te pido que te des la oportunidad para conocerme. Tal vez funcione esto de ser
padre e hija. Yo nunca he sido padre. Y menos de una adolescente tan linda e
inteligente como tú. Y tú nunca has tenido padre. Así que ambos podemos aprender.
María: Tienes razón. Los dos debemos aprender.
Fabricio: Juntos, aprender juntos. Yo a ser tu padre y tú a ser mi hija. Nos daremos
un tiempo. Yo no tengo prisa. La verdad, te he esperado desde que supe de ti. Y
nada más de ver tus fotos supe que yo era tú padre. Lo importante ahora es que no
estás sola. Tienes todo mi respaldo. A donde vamos, te espera una casa que sólo
necesita que alguien como tú la llene con su alegría. Así es como te conozco. Una
luz de alegría. Para mi vida…
María: Qué bonito hablas… gracias… Está bien… cuenta con conmigo…
Hace seis años, Fabricio y María partieron desde Valencia, Venezuela, hacia Santo
Domingo, República Dominicana, poco después de fallecer Beatriz. Sin saber cómo les iría.
Desde entonces, el tiempo se hizo cargo. Y Fabricio y María se convirtieron en padre e hija.
4
Dos hermanas

María salió de su reunión de la universidad camino a su casa del sector norte de la capital
dominicana. Fue su última sesión académica. Sólo restaba los trámites para su graduación.
Quería celebrar con su papá la noticia. Ya era licenciada en programación, de hecho. Y sólo
hacía falta el trámite del grado para que lo fuera de derecho.
Tomó el teléfono para llamarlo, pero se encontró con un mensaje de texto de su padre:
“Amada hija:
Tuve que viajar repentinamente a España. No te preocupes. Todo está bien. Te
llamo cuando llegue. De pronto, regreso con una gran noticia.
No te preocupes por mí. Hazte cargo de todo.
Te adora
Tu Padre”
¿A España?
María estaba acostumbrada a los frecuentes viajes de su padre, acompañando orquestas y
grupos musicales que le contrataban para eventos puntuales. Pero siempre le informaba a
ella con anticipación. Su padre le había dicho que se tomaría un descanso vacacional. Que
por un tiempo no tenía planes de viajar ni de aceptar contratos fuera del país. Pero esta vez,
esa mañana, Fabricio se había marchado de viaje sin avisarle antes.
“De pronto regreso con una gran noticia” … ¿Qué sería? Se preguntó en voz alta.
Debe ser algún buen contrato, una grabación, un espectáculo o, quien quita, musicalizar una
película. Ah, mi talentoso padre, pensó en voz alta… ¡Es un hombre con mucha suerte!
¡Tanto, que hasta me tuvo a mí! Y yo a él, se dijo para sí misma, sonriendo. Estaba feliz. Y
tenía razones para estarlo. Por fin cerraba el ciclo de su licenciatura universitaria.
Subió a su pequeño automóvil y se dirigió a la tienda de computación que había logrado
fundar con la ayuda financiera de su padre. Todo estaba en orden. Los empleados
venezolanos que tenía contratado eran responsables y confiables. Muchos de sus
compatriotas tuvieron que salir por la crítica situación económica, social y política de
Venezuela. De modo que, países como República Dominicana, se beneficiaban de muchos
profesionales que migraban, huyendo de la pobreza, la hambruna y la inseguridad. Una
tragedia inexplicable, de la que María tenía algunos recuerdos cuando vivía allí, siendo
adolescente. Además de ayudar a sus compatriotas, su pequeña empresa se beneficiaba de
excelentes profesionales. Una relación de mutuo beneficio, pensaba.
Ese día hizo un chequeo de la marcha de la empresa y todo iba bien. Estaba satisfecha por
el rendimiento que mostraba su proyecto empresarial.
Se quedó trabajando un poco más, para adelantar un programa pendiente. Luego, aún más
satisfecha con su desempeño del día, fue a casa a descansar.
La mañana siguiente era día viernes. A María le tocaba acudir al Hotel Intercontinental, la
misma empresa donde trabaja su padre. También trabajaba allí a medio tiempo, a cargo del
mantenimiento de los programas computarizados de control inventario y de los
administrativos del hotel.
María ya había cumplido 20 años de edad. Terminaba su carrera de Ingeniería en Sistemas
Computacionales, pero ya mostraba una experiencia de dos años trabajando en el campo de
la programación informática. Le estaba yendo bien.
Al llegar al hotel, la recepcionista le informa que, más temprano, alguien había dejado un
mensaje para su padre. Una nota escrita a mano, con caligrafía perfecta. En los tiempos de
la mensajería electrónica, una nota escrita a mano resultaba llamativa. María tomó el sobre
con confianza. Su padre no tenía secretos para con ella. Ni ella para con él. En seis años,
ambos habían logrado compenetrarse al punto de sentir que se conocían de toda la vida.
Fabricio, había compensado, por mucho, la ausencia de su madre. Y le inspiraba a María
tanta confianza, que hasta compartía con él sus experiencias personales con amigos y hasta
de sus romances juveniles. Su papá era su principal asesor sobre cómo tratar a los chicos.
Ya en la soledad de su oficina, María sintió curiosidad. Vio el sobre: “Para Fabricio León
Hernández. De Elisa Ramírez Fernández”.
Sacó la nota dentro del sobre. De todos modos, tendría que leérsela a su padre, cuando la
llamara, desde España. Decía:
“Sr. Fabricio León Hernández
Estimado señor
Le escribe Elisa Ramírez Fernández.
Lamento ser portadora de una triste noticia.
La señora Sofía Fernández de Ramírez falleció recientemente, de una larga y
penosa enfermedad degenerativa. Antes de morir, me pidió que me pusiera en
contacto con usted, para dejarle un importante mensaje, de parte de ella.
Por favor, le ruego que me busque o que me llame. Es importante que escuche lo
que tengo que decirle. Sólo puedo decírselo personalmente.
Estaré en el Hotel Riazor de la avenida Independencia, entre las calles Hermanos
Delingne y Joaquín Pérez. Mi número telefónico es de México. Puede llamarme al
+52 1 776 112 2044.
A la espera de su respuesta, quedo de usted, atentamente:
Elisa Ramírez Fernández”
De México…
Por los apellidos, la persona que escribe la nota, Elisa, debe ser hija de la mujer fallecida.
María sabía que su padre estuvo algún tiempo en México. Le había contado de una gira
musical. También, que tuvo un romance en Ciudad de México, pero que se había
terminado, sin más consecuencia.
¿Será esa señora, Sofía, la del romance mexicano de su padre? Se preguntó…
Han sido muy pocas, las historias románticas que Fabricio le ha contado a María. Ni
siquiera su alocada aventura y tormentosa relación con que tuvo con Beatriz. Sólo le contó
sobre dos de sus romances. Pero María contabilizaba tres. El de España, el de México y el
de Venezuela, con su madre. De resto, Fabricio era hermético. Poco hablaba de sus
sentimientos amorosos. Desde que María vive con Fabricio en Santo Domingo, hace algo
más de seis años, no le ha descubierto a su padre algo parecido a un amorío. De él, sólo
conoce su dedicación al trabajo, unos muy pocos amigos y ella, su hija. Esos eran los
motivos que le ocupaban el tiempo. Si tenía alguna aventura, y María no podía descartar
que las tuviera, eran muy discretas. Lo suficientemente discretas como para ella no se
enterase.
María intentaba más bien animar a su padre para que buscara una pareja. Hasta intentó, en
plan de cupido, presentarle a una profesora de la universidad donde estudiaba. Pero,
Fabricio no mostró interés en ella.
¿México?
Regresó al contenido de la nota que acababa de leer…
Hacía mucho que su padre no viajaba a México. Al menos desde aquella gira con romance
hace ya, muchos años.
Es muy probable que Sofía Fernández sea la mujer de aquel romance en México.
Sólo había una forma de averiguarlo.
María se sentía lo suficientemente autorizada como para atender los asuntos privados de su
padre. Así que… llamó a Elisa Ramírez.
Elisa: Aló…
María: Buenos días… ¿Hablo con la señora Elisa Ramírez Fernández?
Elisa: Sí, con ella... ¿Con quién hablo?
María: Soy María León, la hija del señor Fabricio León Hernández… Usted dejó
una…
Elisa: (Interrumpiendo a María) ¿Hija? … Disculpe, no sabía que el señor Fabricio
tuviera hijos. La verdad, no lo sabía…
María: Sí, señora, soy su hija… La llamo para informarle sobre mi padre…
Elisa: (Algo nerviosa y volviendo a interrumpir): Señorita María… Tengo un
mensaje muy importante que darle a su padre, de parte de la señora Sofía
Fernández, mi madre.
María: De acuerdo… Imagino que debe ser muy importante para usted, como para
haber venido desde México para contactarlo personalmente.
Elisa: Así es. Es muy importante y debo darle el mensaje al señor Fabricio, en
persona.
María: Lamento mucho decirle que, justamente ayer, mi padre tomó un vuelo
internacional. Así que, él ahora no está…
Elisa: ¡Ah!... Caramba… ¿Y no sabe cuándo va a volver?
María: Seguramente vendrá tan pronto cuando concluya el motivo de su viaje.
Estimo que dos o tres días.
Elisa: ¡Ah!… ¡Qué contrariedad! Tendré que esperarlo…
María: (Tratando de conseguir más información sobre la misteriosa joven
mexicana) Si usted lo desea, podríamos conversar sobre mi padre, mientras
esperamos noticias de él.
Elisa: ¿Conversar usted y yo? La verdad que… Sí, claro, sí que me gustaría
conversar con usted.
María: Seguramente, mi padre llamará en la tarde o en la noche ¿Le parece que
cenemos esta noche, aquí mismo en el Hotel Intercontinental, donde dejó usted su
nota? Yo invito. De pronto mi padre llama mientras estoy con usted y se lo pongo al
teléfono para que conversen.
Elisa: ¿Usted leyó la nota que le dejé al señor Fabricio?
María: Sí, pero no se preocupe. Mi padre me confía sus asuntos personales, así que
tuve que leerla para informarle cuando sea el momento. Descuide, seré muy
discreta. Puede estar tranquila. Mis condolencias por el fallecimiento de su madre.
Elisa: Gracias, señorita. ¿Usted podría darme el número de teléfono del señor
Fabricio para llamarle?
María: No se lo tome a mal, señora Elisa, pero no puedo darle esa información, sin
antes pedirle autorización a mí padre. Espero que lo entienda.
Elisa: Sí… lo entiendo. Claro que lo entiendo. En su lugar yo haría lo mismo. Por
cierto, aún no me caso (sonrió). Tengo apenas 25 años. Es que me llamó señora. ¿Y
usted qué edad tiene?
María: Gracias por comprender, señorita Elisa. Yo acabo de cumplir 20 años. Y
también soy soltera (ambas sonrieron).
Elisa: De acuerdo, acepto su invitación a cenar…
María: Excelente. Mi nombre completo es María de los Ángeles León Rosales.
Elisa: Ya lo apunté. De acuerdo, María. Gracias por la invitación. Entonces, nos
vemos para cenar… ¿Cómo a las seis estaría bien?
María: Perfecto. ¿Viene en taxi o prefiere que la vaya a buscar a su hotel? Tengo
automóvil y no tengo problema en irla a buscar.
Elisa: No, no se preocupe. Iré en taxi hasta el hotel. Aprovecho para salir y conocer
un poco la ciudad. Es que acabo de llegar muy temprano en la mañana de hoy,
precisamente. Apenas llegué y fui directo al hotel donde trabaja su padre y luego al
de mi hospedaje.
María: Muy bien, señorita Elisa. La estaré esperando, desde las seis en el
restaurante del hotel. Avíseme en caso de cualquier retraso, que yo con gusto la
esperaré.
Elisa: Es usted muy amable, María. Gracias. Allá nos vemos a las seis, seré puntual.
Ambas colgaron.
Elisa sintió una extraña sensación de familiaridad. De ser cierto que Fabricio es su padre
biológico, entonces, la joven con la que acababa de hablar por teléfono sería su hermana.
Su media hermana. Pensó en ello. Se sintió extrañamente novedoso saberlo. Elisa fue hija
única. De modo que, posiblemente, ella tendría ahora una hermana menor. Y María, tendría
una hermana mayor. Media o completa, era irrelevante. Elisa pensó en lo que significativo
de tener una hermana. Estaba tan concentrada en el señor Fabricio que no se esperaba
encontrarse con alguno de sus hijos. Y, casualmente, acababa de hablar con uno.
Sintió en la voz de la joven María un tono muy familiar. Le extrañó el acento. No era
dominicano sino venezolano. Reconoció ese acento por unos amigos venezolanos. ¿Será
que Fabricio es venezolano? Salvo el acento de la joven María, su voz se parecía a la de
ella. Es como si se escuchara a sí misma hablando al teléfono.
El encuentro con este nuevo personaje, posiblemente su hermana, inspiró en Elisa una
sensación de bienestar que hacía mucho no sentía. Sobre todo, desde que su madre
enfermara. Había algo dulce en esa voz. Una calidez especial. Una voz amable y
preocupada. Fue agradable saber que una joven así tuviera tal cercanía y confianza estrecha
con su padre.
A medida que pensaba en la conversación que tuvo con María, su curiosidad se iba
concentrando en esa joven de acento venezolano. Obtuvo de ese modo una primera
referencia acerca de cómo era su padre biológico que vino a conocer.
Elisa ya tenía padre. El padre con el que creció desde que ella naciera. Amaba a su padre,
Eliécer. Pero le habría gustado que entre ambos fluyera una relación como la que, en breves
segundos, percibió captar entre la joven María y el señor Fabricio, que estaba por conocer.
Eliécer ha sido un buen padre. Cariñoso y consentidor. Pero distante y poco comunicativo.
¿Acaso no son así todos los padres? Prudencialmente distantes con sus hijas. No parecía ser
el caso de su posible hermana y su posible padre.
Con muchas emociones fluyendo, Elisa se preparó para reunirse con María. Estaba
contenta. El ánimo sombrío de su llegada le había cambiado súbitamente a otro más
animado. Sintió que su viaje podía haber valido la pena.
Bajó a almorzar a un restaurante cercano a su hotel. Después, subió a tomar una ducha y
descansar el cansancio normal de su viaje. Volvió a salir alrededor de las tres de la tarde,
para comprarse algo ligero de vestir. Sus ropas para el clima de su Puebla natal no
encajaban con el caluroso clima de la isla dominicana. No se había comprado nada,
previendo una estadía breve. Le gustó un vestido anaranjado de flores tropicales, sencillo y
fresco, pero elegante. Y lo compró. Regresó a su hotel para cambiarse y esperó la hora de
pedir un taxi que la llevara al Hotel Intercontinental.
Así que se llama Elisa Ramírez Fernández, de México... Pensó María en voz alta.
Quedó aún más intrigada con la conversación que con la nota escrita a mano de Elisa.
Estaba casi convencida de que la mujer fallecida de la nota, tenía que ser la misma del
romance mexicano, que le contó su padre.
Además de notificar su muerte, qué otro asunto podía ser tan importante, como para que la
hija de aquella mujer realizara un viaje tan largo. ¿Sólo para hablar? Bastaba con un
mensaje o una llamada telefónica. ¿Qué podía ser tan importante que debía ser hablado en
persona?
La voz de Elisa le pareció muy familiar. Fuera de su suave, refinado y agradable acento
mexicano. Ese detalle le agregaba algo de misterio a este asunto de México.
¿Qué podría ser tan importante? Se volvió a preguntar María. ¿Una herencia compartida?
¿A qué exactamente vino esa joven desde México?
Su padre es de España. Su familia, casi todos fallecidos. Sus primos dispersos y casi sin
contacto con él. A menos que su padre se lo haya ocultado, él no tenía ni inversiones ni
negocios pendientes en México.
Según su padre, estuvo en México sólo una vez. Hace unos… Calculó mentalmente ¡25
años!
Fue a cumplir con una gira musical, le dijo, contratado por una orquesta. La única conexión
lógica que conectara a Elisa con aquel viaje de México tenía que ser el romance que tuvo
con aquella mujer que su padre refirió como un bello amorío que no pudo concretarse.
¿Amorío sin consecuencias? María recordó la historia de Fabricio con Beatriz. Ella fue
consecuencia de un ¡amorío sin consecuencia! ¿Era muy atrevido pensar en esa
posibilidad?
Su lógica de programadora en computación le decía que, la joven con la que había
hablado… ¿Podría ser hija de su padre?
¿Por qué no? ¿Es descabellada esa conclusión? ¿Qué otra explicación posible cabría?
Bueno, concluyó María, la idea es, por supuesto, una especulación. Pero una especulación
que comenzaba a sustentarse rápidamente, si se suman los elementos del todo: Mensajera
de México, hija de una mujer desconocida, más un romance mexicano, más un viaje
misterioso, más la coincidencia de los tiempos, más la voz familiar de Elisa…
Sumando todo… Claro que es posible, que la hija de la señora fallecida…
¡También es hija de su papá!
¡Mi papá tiene otra hija! Dijo en voz alta, como gritando eureka.
¡Por Dios! Volvió a decir en voz alta, ya casi segura…
¡Acabo de hablar con mi hermana! Gritó emocionada.
O con su media hermana. Daba igual, porque ella no tenía hermanos. Y cuando no se tiene
hermanos, un medio hermano equivale a un hermano completo.
¿Pero qué cosas estoy pensando? Se preguntó en voz alta. Primero debo estar segura.
Ahora todo le daba vueltas alrededor de la emoción sobre una posible hermana. Un
remolino en su pecho parecía querer salir impulsivamente. Ni siquiera el joven más
atractivo de la universidad le había provocado esa sensación tan inquietante. Y se iba a
reunir con ella. La conocería personalmente. Ni siquiera lo habría imaginado. En pocas
horas, su mundo había cambiado de nuevo. Exactamente como ocurrió desde aquel
momento en que su madre le confesó que su padre estaba vivo. Este es otro nuevo vuelco.
Alrededor de las 4 pm, recibió un mensaje de texto de su padre. Le decía que estaba bien.
Que estaba en Sevilla y que luego la llamaría.
¿En Sevilla? Trató de recordar algo que relacionara a su padre con esa ciudad… Pero no
recordó nada… Por lo pronto, su concentración estaba en resolver el misterio de México.
María decidió no llamar aún a su padre, sino responder con un cuídate papá. Antes debía
estar segura, como para hacerle algún comentario. Pero hizo un esfuerzo para contenerse.
Bueno, su padre ya avisó que está bien. Así que… Perfecto. Le daría tiempo de corroborar
sus conjeturas sobre la misteriosa mexicana, antes de adelantarse con la noticia a su padre.
Pero ya tenía ganas de llamarlo, imaginando un diálogo con él:
Hola papá… ¿Qué tal? ... ¿Yo? ¡Aquí en compañía de tu otra hija! ¡Tu hija mexicana! …
Sacudió la cabeza en sentido negativo… No, claro que no le diría eso.
Respetaría ese momento sublime en el que su padre se encuentre con su nueva hija. Pero sí
que estaba dispuesta a planificar ese momento. Le encantaba planear sorpresas. Y esta
sorpresa en particular es muy buena. Así que terminó su trabajó del día con entusiasmo
inesperado. Se vistió para la ocasión. Ordenó que le trajeran sus flores favoritas, narcisos
amarillos, para engalanar así su encuentro con su posible hermana mayor.
¡Qué emoción! Dijo en voz alta y gesticulando alegría con las manos.
5
Tres hermanas

María ya se encontraba sentada en una mesa del lujoso restaurante del Hotel
Intercontinental de Santo Domingo. Había terminado su trabajo del día y realizado las
llamadas rutinarias de chequeo a su empresa. Tomó una ducha en el hotel y se cambió de
ropa, con una muda que siempre traía consigo en su automóvil, para casos de emergencias.
Llegó una hora más temprano de la hora pautada con Elisa. Dispuso un florero en el centro
de la mesa, con un ramo de sus flores favoritas y pidió una copa de vino, para permitirse
pensar mientras esperaba. Su padre le enseñó a beber una copa de vino cuando algún evento
le causara ansiedad. Y este era el caso.
Pensaba en el qué hacer, después de confirmarse que la joven que conoció al teléfono esa
mañana sea realmente su hermana. No sabía lo que era tener una hermana. Ni cómo se
sentía tener una. Sumergida en sus pensamientos, fue interrumpida por la recepcionista del
hotel.
Recepcionista: Señorita María, una joven acaba de preguntar por su padre en la
recepción.
María: Ah sí… Debe ser la misma de esta mañana ¿No? Ya estoy informada,
gracias…
Recepcionista: No, señorita, no es la misma de esta mañana. Es de hace unos
minutos. La persona que acaba de preguntar está justo en aquella otra mesa
(señalando hacia la izquierda).
María giró su mirada y vio sentada, algunas mesas más adelante a una mujer, algo mayor
que ella, de unos 30 años de edad, aproximadamente. Miraba entretenida a su teléfono.
María: ¿Le comentaste algo sobre mí?
Recepcionista: No, señorita. No le comenté sobre usted. Le dije que trataría de
localizar al señor Fabricio. La invité a esperar en la sala del hotel, hasta darle razón
de su padre. Pero, ella prefirió sentarse aquí en el restaurante. Me dijo que
necesitaba hablar con el señor Fabricio, sobre un asunto personal muy importante.
Dejó sus datos en esta tarjeta para que la contactara, en cuanto supiera de él.
María: De acuerdo, Yanet. Déjame este asunto. Yo hablaré con ella. Gracias, eres
muy amable.
Recepcionista: Es mi deber, señorita, no se preocupe.
María leyó la tarjeta con los datos de la joven de la otra mesa:
“Lucía Méndez Corral. Móvil: +34 640 14 25 78”.
Es un número de España. ¿Tendrá que ver con el viaje tan repentino de mi padre? Miró su
reloj. Aún le quedaba algo de tiempo antes de que llegase Elisa. Así que se levantó y se
dirigió a la mesa donde se encontraba la joven que preguntaba por su padre.
A un paso de distancia, María percibió en su físico algo que se le hacía familiar. Preguntó:
María: Buenas tardes, señorita. Me informan en la recepción que está usted
preguntando por el señor Fabricio León Hernández.
Lucía: Sí, señorita… ¿Ya llegó?
María: No, señorita. El señor León aún no ha llegado. No creo que lo haga hoy,
porque el señor Fabricio se fue ayer de viaje.
Lucía: ¿De viaje?... ¿No me diga que viajó a España?
María: (Ahora más intrigada) Señorita… (miró la tarjeta) … Lucía Méndez Corral
¿No?
Lucía: Sí, señorita… Por favor, es importante que sepa si el señor Fabricio ha
viajado a España. Por favor, le ruego que me diga. No es nada grave. Es algo muy
personal. Es que debo informarle al señor Fabricio algo muy importante.
María no lo podía creer. El mismo día que su padre viaja repentinamente y sin avisarle, se
aparecen dos personas, de dos países distintos, buscándolo. Algo debía estar ocurriendo.
Por su parte, Lucía miraba a María con una mezcla de ruego y expectativa. María demoró
unos segundos pensando qué responder.
María: ¿Puedo sentarme?
Lucía: Sí, por favor, siéntese… ¿Quiere usted tomar algo?
María: Pensándolo mejor, deme un momento. Buscaré la copa de vino que dejé a
medio beber en aquella mesa. Creo que me hará falta. No tardo.
Lucía: (Extrañada) Sí, sí claro, la espero…
María fue a su la mesa. Tomó la copa y miró hacia la salida a la calle del restaurante. Para
comprobar si había llegado Elisa. Aún no llegaba. Miró su reloj de pulsera que le regaló su
padre. Marcaba las seis menos quince minutos. Tenía tiempo. Debía averiguar qué se traía
esta joven de acento español. Más concretamente de acento andaluz. Conocía ese acento
porque su padre es andaluz y aún lo conservaba un poco.
Antes de girar hacia la otra mesa, pensaba rápidamente. Su padre estaba en Sevilla y
alguien, posiblemente de ese lugar, pregunta por él. Debe haber una relación. Tomó la
copa, en una mano, el florero de narcisos amarillos, en la otra y regresó a la mesa donde la
esperaba Lucía. Es vez, fue directa:
María: (Mientras se sentaba y colocaba el florero con los narcisos en el centro de la
mesa) ¿Usted viene de España, cierto?
Lucía: (Mirando sorprendida los narcisos amarillos) Sí, señorita. De Andalucía.
María: ¿De Sevilla?
Lucía: Sí, vivo en Sevilla. Bueno, nací en Huelva, pero ahora vivo en Sevilla.
María: Muy bien, señorita Lucía. Permítame presentarme… (Le extendió la mano a
Lucía que Lucía estrechó de inmediato) Soy María de los Ángeles León Rosales,
hija del señor Fabricio León Hernández…
Lucía: (Aún con estrechando la mano de María, pero interrumpiendo el movimiento
sorprendida) ¿Su hija? No, no sabía que el señor Fabricio…
María: Sí, no se preocupe. Lo entiendo, señorita. No tiene por qué saber que el
señor Fabricio tiene una hija o dos hijos (Tratando de entrar en confianza). Pues…
Sí, Fabricio es mi padre. Vivo aquí en Santo Domingo con él. Él es el gerente de
relaciones públicas de este hotel. Y yo también trabajo aquí de programadora,
aunque a medio tiempo...
Lucía: Ah… Entiendo, usted… El señor Fabricio está casado. Usted vive con él y
con su madre…
María: (Haciendo un gesto negativo con la cabeza y sonriendo al mismo tiempo)
No. Sólo somos mi padre y yo. Mi padre no está casado ni nada parecido.
Lucía: Me disculpa, señorita, no quise ser indiscreta… Es que no sé mucho del
señor Fabricio.
María: (Interrumpiéndola suavemente) Nada qué disculpar… El caso, señorita
Lucía… El caso es que mi padre, en este momento, está en Sevilla…
Lucía: ¡Se fue a Sevilla entonces! … (Los ojos de Lucía se abrieron por completo)
Quiere decir que Fabricio sí lo leyó… ¡El email de mi madre!...
María: (Más intrigada aún y pensando lo más rápido posible) ¿Mi padre fue a
encontrarse con su madre?
Lucía: Me temo que sí…
María: ¿Acaso usted o su madre tienen que ver con el mundo del espectáculo,
relacionado con la música?
Lucía: Oh, no, no, señorita... Para nada… Verá, soy economista y profesora en la
Universidad de Sevilla. Sólo vine porque necesito hablar con su padre de algo
muy… Muy personal…
María: Es que no entiendo lo de personal… (Haciendo un gesto de aclaratoria)
Entiéndame, señorita Lucía, puede parecer una intromisión inapropiada. No se trata
de eso, de veras que no. Pero tiene que ver con mi padre y yo suelo atender todos
sus asuntos personales ¿Comprende? ¿Podría usted explicarme?
Lucía: No, yo entiendo, señorita María. No malinterpreto su pregunta. Es muy
lógico que me pregunte usted… (Titubeando un poco) Bien, de acuerdo… Mejor se
le explico… Mi madre acaba de fallecer. Pero el señor Fabricio aún no lo sabe. Así
que vine a entrevistarme con él porque… Verá…
En ese justo momento, Elisa se acercó a la mesa. Interrumpiendo la conversación preguntó:
Elisa: Por favor… disculpen que interrumpa … (dirigiéndose a María) ¿Es usted
María de los Ángeles León?
María: (mirando con detenimiento a Elisa no pudo evitar exclamar) ¡Ay por Dios!
¡Usted se me parece!...
Las tres jóvenes se quedaron sorprendidas unos segundos, mirándose sucesivamente entre
ellas…
María: (Poniéndose de pie y extendiendo la mano a Elisa) Sí, yo soy María de los
Ángeles León… Y usted debe ser Elisa Ramírez Fernández.
Elisa: Sí, soy yo. Encantada de conocerte María de los Ángeles… (Con emocionada
sonrisa)
Lucía también se había puesto de pie…
Lucía: (Interrumpiendo las miradas de Elisa y María) Discúlpenme ustedes a mí…
Pero… ¿Tienen una reunión ahora?
María: Ah… No, Lucía espere, por favor… Señorita Elisa, le presento a la señorita
Lucía Méndez Corral (dijo leyendo de nuevo la tarjeta para no equivocarse).
Lucía: Es un placer, señorita Elisa.
Elisa: (Mirando a Lucía con detalle) El placer es mío, señorita Lucía. Usted se me
hace familiar. ¿Nos conocemos?
Lucía: No, creo que no. No recuerdo haberla visto antes, pero usted también me
resulta familiar.
María: (Mirando alternativamente a Lucía y a Elisa) Bueno… Ya estamos
presentadas (Respirando profundo y levantando sus cejas). Creo que debemos
sentarnos, por favor… (Hizo el gesto de señalar las sillas).
Elisa y Lucía asintieron. Aún se miraban en silencio, detallándose entre ellas. María
también las miraba, mientras pensaba lo más rápido que le permitía la circunstancia.
Asumió que hacía de anfitriona. Así que tomó la iniciativa:
María: (Dirigiéndose a Lucía) Señorita Lucía, yo invité a la señorita Elisa a cenar.
Lucía: Ah… entiendo., es su invitada. No hay problema, podemos conversar en otro
momento…
María: No, por favor quédese con nosotros un momento… La verdad es que…
Elisa vino desde México buscando también al señor Fabricio León Hernández.
Elisa: (Dirigiéndose a Lucía) ¿También usted busca al señor Fabricio?
María: (Haciendo señas a Lucía antes que le respondiera a Elisa) Pero, ahora…
Pero ahora, también quiero invitarla a usted, Lucía. Por favor. Acompáñenos…
(Dirigiéndose ahora a Elisa) Señorita Elisa, decía que la señorita Lucía vino desde
España buscando también a la misma persona que usted busca. Por tanto, creo que
la misma razón que me hizo invitarla a usted es, posiblemente, la misma razón que
trajo a la señorita Lucía a Santo Domingo.
Lucía: (A Elisa) ¿Y usted, señorita Elisa, qué razón la trajo a Santo Domingo a por
el señor Fabricio?
Elisa: (A Lucía, sonriendo) Pensaba hacerle la misma pregunta a usted, señorita
Lucía…
María: (Interrumpiendo un posible conato de hostilidad) La verdad es que ya tengo
hambre…. ¿Ustedes no, señoritas?
Lucía: (Más calmada) Buena idea, también me apetece comer algo. Pero, por favor,
María, tutéeme. Llámeme simplemente Lucía.
María: Claro, Lucía… ¿Debe usted tener unos 28 años? Si no es una indiscreción la
pregunta…
Lucía: Para nada, tengo 29 años, ¿Y ustedes?
María: 29 años… Naciste en 1993…
Lucía: Sí, el 7 de enero de ese año, día de reyes.
María: Mi padre aún vivía en España en ese año, creo. En Granada…
Lucía: Ah… el señor Fabricio es andaluz…
María: Yo tengo 20 años y unos meses. Y la señorita Elisa me dijo que tiene 25
años… Nacida por allá en 1998. Mi papá estuvo en ese año en México, por cierto.
Elisa: Yo también le pido, María, que simplemente me llame Elisa. Por favor, si no
es molestia para usted.
María: Y ustedes, tutéenme a mí… Soy la menor aquí…
Lucía: Muy bien, María. Así que el señor Fabricio estaba en España cuando yo nací
y en México cuando nació… ¿Me permite tutearla también Elisa?
Elisa: Sí, Lucía, puede tutearme…
Lucía: Puedo explicarles a ustedes la razón que me trajo hasta aquí, para
entrevistarme con el señor Fabricio… ¿Podrías, Elisa, compartir sobre tu relación
con él?
María miraba escrutadoramente, primero a Lucía y luego a Elisa. Respiró hondamente.
Debía intervenir, no vaya a ser que el momento se saliera de control.
María: ¿Y bien? Lucía, Elisa… ¿Aceptan mi invitación a cenar?
Lucía: Yo encantada … también muero de hambre y… de ganas de saber lo que
ustedes me van a comentar.
Elisa: Yo, ya había aceptado la invitación a cenar de María. Pero… Veo que esto se
pone más interesante (Dijo mirando con curiosidad a Lucía). Así que… te vuelvo a
aceptar la invitación, María. A ver si entiendo… Lucía ¿Tiene que ver contigo o con
el señor Fabricio?
María: (Extendiendo las palmas de sus manos al nivel de sus hombros) No me vas a
creer, Elisa… También quiero saberlo. Lucía acaba de llegar hoy de España. La
acabo de conocer hace apenas unos minutos, mientras te esperaba.
Elisa: Ah… interesante…
Lucía y Elisa levantaron sus cejas hacia María en señal de estar esperando que siguiera
hablando.
María: (Mirando a Lucía) Igual que tú, Lucía, Elisa, que acaba de llegar de México
esta mañana. La conocí por teléfono antes del mediodía. Bien… Ambas vinieron a
este Hotel buscando a mi padre. Como ambas coinciden en un mismo propósito, qué
mejor que invitarlas a cenar a las dos para que conversemos sobre el asunto que las
trajo. Quien mejor que la hija y asistente personal en ausencia de la persona que
están buscando para atenderlas ¿No?
María hizo una señal acostumbrada a un mesero que, al poco, llegó con una botella de vino
tinto y tres copas.
María: (Al mesero) Gracias Ernesto… (A Lucía y Elisa) Algo me dice esta noche
será de muchas sorpresas. ¿Qué tal si abrimos esta botella de vino para comenzar a
entrar en ánimo de plática amena, antes de ordenar el menú? Yo invito… ¿O ya
tienen ganas de ordenar?
Elisa: Acepto la entrada del vino. Pero ¿Lo vas a pagar tú sola, María?
Lucía: ¡También acepto! Y podríamos pagar entre todas… Bebamos vino y luego el
menú…
María: No se preocupen por la cuenta. Trabajo aquí… Me hacen muy buenos
descuentos. Y más si se trata de mi padre. El descuento es mayor. Fabricio trabaja
aquí desde hace muchos años y es muy consentido por la empresa, créanme.
El mesero venía en camino con el menú.
Elisa: Al llegar, me llamó la atención la mesa adornada con los narcisos amarillos.
Las puso el hotel o…
María: (Al mesero que trajo las cartas del menú) Gracias Ernesto, pediremos en
unos minutos. No, Elisa, el ramo de flores lo traje yo. Es un detalle muy personal de
mi parte. Consideré que reunirme contigo evocaría una ocasión muy especial. Creo
que sabes a qué me refiero con lo de “ocasión especial” ¿Verdad?
Elisa: Sí. Creo saber a qué te refieres. Te confieso que para mí también significa
una ocasión muy especial. Mira… (Se levanta y hace el gesto de mostrar el vestido
que llevaba puesto) Hasta me compré este vestido, especial para esta ocasión.
Lucía: Es hermoso tu vestido, Elisa…
María: ¡Caramba, ya veo! ¡Qué lindo vestido! Muy a lo dominicano. Entonces
coincidimos. Yo siempre trato que las ocasiones especiales sean adornadas por
narcisos… Narcisos amarillos.
Elisa: ¿Sabes qué?… Los narcisos amarillos siempre han sido mis flores favoritas.
María: ¡Pues mira! (Haciendo un gesto de grata sorpresa, con las manos señalando
al florero) Los narcisos amarillos también han sido, desde que recuerdo, mis flores
favoritas. Las compro cuando presiento que algo bueno e importante va a ocurrir.
Para bendecir el momento. Los narcisos representan el renacimiento o el nacimiento
de algo nuevo. Nuestra conversación de esta mañana, Elisa, me hizo sentir que usted
me va dar una importante noticia, justo ahora.
Elisa: (Sorprendida mirando y acariciando las flores) Qué hermosos están estos
narcisos… Sí, María, es cierto. Ahora, debo darte una información importante
relacionada con tu padre.
María: Y ahora, también creo que esa noticia no sólo será importante para mí. Creo
que también lo será para Lucía.
Lucía: ¡Qué coincidencia! Yo también tengo algo importante que decirte María. Y
muy importante. Aún no sé si lo que te tengo que decir tenga relación con lo que te
va a decir Elisa. Aun no entiendo mucho... Pero, qué tal si comenzamos a degustar
este vino antes…
Lucía tomó la botella y sirvió en las tres copas. Elisa y María la observaron en silencio
expectante…
Lucía alzó su copa haciendo el gesto de brindis y las jóvenes siguieron el ritual. Bebieron
un sorbo.
Lucía: (Saboreando el vino con gusto y mirando a la botella) ¡Exquisito! Es un vino
de la Rioja, no podía ser mejor… ¿Por qué brindamos? (Mirando a María, a Elisa y
alzando la copa en alto).
Elisa: Brindemos por… por… (Mirando a María).
María: ¡Por los narcisos amarillos! Brindemos por los narcisos amarillos. Dinos,
Lucía, ¿Cuáles son tus flores favoritas?
Lucía: (Sonriendo) No me lo van a creer… Pensarán que trato de agradarles... Mis
flores favoritas siempre han sido… ¡Los narcisos amarillos!
María: (Con gesto de picardía) No sé por qué, pero… Yo te creo, Lucía.
Elisa: ¡Qué coincidencia!
María: Entonces… Nos parecemos un poco las tres… Nuestras voces también son
bastante parecidas… Nos gusta este vino de La Rioja… A las tres nos gustan los
narcisos amarillos y… Lo más importante… las tres tenemos que algo ver con el
señor Fabricio León Hernández. ¿Cierto? (Hizo un gesto de comprobación
afirmativa con su rostro y con la copa en la mano).
Lucía y Elisa hicieron el gesto de afirmar muy lentamente… Siguen a la expectativa y en
silencio escuchando atentamente a María… Por instinto las tres vuelven a levantar sus
copas en señal de brindis…
Lucía: Entonces, que este otro brindis sea por las coincidencias…
María: Ah… Mi padre me enseñó a degustar vinos. A él le gustan todos los vinos.
Pero a mí me fascina este, en particular, el de La Rioja. No conozco aún esa región
de España. Pero creo que, en mi próximo viaje a ese hermoso país de mi padre y
que también es mío ahora, tendré que visitar a Logroño y sus alrededores. Por donde
abundan los viñedos. ¿Ustedes me acompañarían?
Lucía: (Sonriendo) Sí, me gustaría. Soy de España, pero aún no conozco Logroño,
ni ningún lugar de La Rioja. Qué descuido.
Elisa: Yo fascinada. También me gustaría acompañarte. No conozco España. La
verdad, he viajado poco fuera de México.
María: ¡Excelente! Ya tengo a mis posibles compañeras de viaje… (Picando un ojo
a Elisa) Presiento, Elisa, que pronto vas a conocer a España. Es la tierra natal de la
persona que viniste a buscar.
Volvieron a llenar las copas y a brindar con los brazos alzados…
María: Y hablando de la persona más buscada pero que está ausente… Creo, mis
queridas Lucía y Elisa… Creo que de lo que realmente quieren hablar no es de
vinos, ni de España ni de flores… Creo que quieren que hable de mi padre ¿Me
equivoco?
Lucía: (sirviéndose más vino en su copa) Bueno, vine a hablar con el señor Fabricio.
Pero, desde me abordaste, María. Desde que me dijiste que eres su hija… Bueno, te
he observado porque… ¡Ay, deja ver cómo te lo digo… Bien, te lo diré de la
manera más directa posible… Lo que pasa es que es muy posible que tú y yo
seamos hermanas.
Las tres se miraron entre sí, calladas por unos instantes… María, respiró profundo, se
repuso y rompió el silencio.
María: ¡Ah!… ¡Qué sorpresa! Fíjate, Lucía, que yo invité a Elisa a cenar,
justamente con el propósito de averiguar mis sospechas sobre si ella y yo somos
hermanas. Y, si Elisa y yo somos hermanas, entonces, es también muy posible que
Elisa y tú… ¡También sean hermanas!
Elisa: (Mirando sonriente a María) Yo, en cambio, supe que eres mi hermana,
María, nada más al escuchar tu voz por teléfono.
No sólo porque me dijiste que eras la hija de Fabricio. Sino por tu voz. Me resultó
demasiado familiar. Más que familiar, tienes mi timbre de voz. Y me dije, no es
posible tanta coincidencia.
María: (Tratando de recuperarse de la sorpresa) A ver… Ustedes deben saber algo
sobre mi padre que yo no sé. Y creo que ustedes están esperando que sea yo la
primera que les cuente sobre él. ¿Cierto?
Lucía: (Sonriendo) La verdad sí. Pero entiéndeme… Vine para asegurarme que sea
cierta la confesión de mi madre… ¡Que Fabricio sea mi padre! Por eso necesitaba
entrevistarme con él en persona… Pensaba que sólo él me lo podía confirmar. Pero,
al conocerte, María, creo que mis dudas ya se han despejado por completo.
Elisa: Pues yo vine desde México a averiguar lo mismo que tú, Lucía. Con un
mensaje para Fabricio, que mi madre me hizo llegar con su esposo, poco antes de
morir. Ni siquiera se lo escuché a ella personalmente. Y claro, tenía mis dudas.
Quería que el mismo Fabricio me las despejara. Pero, al conocerte, María, me has
confirmado que es cierto, lo que mi madre mandó a decirme sobre… Ya saben.
Un nuevo silencio entre las tres jóvenes… Esta vez, sólo bebieron de sus copas, más
pensativas.
María: Bueno… Lo único que sé es que, los lugares desde donde vienen ustedes,
coinciden con los dos grandes amores que mi padre me contó que tuvo. El primero,
el de España. Y el segundo, el de México. Por eso me llamó la atención sus fechas
de nacimiento… Ah… Claro… Incluye también, el muy fugaz amorío de papá en
Venezuela (hizo el gesto de señalarse a sí misma). Obvio ¿No?
Las jóvenes rieron…
María: Pero eso es todo lo que sé. De verdad. Ignoraba que ustedes existían hasta
hoy… Creo, que mi privilegiada condición de hija única, acaba de llegar a su fin.
Elisa: Pues también yo dejé de ser hija única. Tú, María, al menos, eres la menor, la
que suele ser más consentida.
Lucía: Pues… También yo perdí el sitial exclusivo de hija única. Y ahora soy, la
hermana mayor. La que, casi siempre, carga con la responsabilidad del resto de sus
hermanas. ¿No tenemos más hermanos por ahí verdad?
María: No, no tenemos más hermanos. Aunque, eso mismo decía yo esta mañana.
Callaron por un momento y luego comenzaron a reírse simultáneamente. Los ojos de las
tres jóvenes comenzaron a humedecerse mientras se miraban en silencio.
Lucía: Hace muy poco me enteré de la existencia de Fabricio. Justo hace una
semana. El mismo día que falleció mi madre, Isabel.
María: (Mirando con tristeza a Lucía) Mis condolencias Lucía, no te las había dado,
discúlpame…
Lucía asintió poniéndose la mano derecha en el pecho.
María: ¿Isabel?… Creo que así se llamaba el gran amor del que mi padre me habló,
de hace muchos años, en España… Isabel… ¿De Granada?
Lucía: ¡Esa misma! Isabel… Es el nombre de mi madre… En Granada fue donde se
conocieron.
María: (Mirando a Elisa) También me contó mi padre, que cinco años después de
perder de vista a Isabel, vivió un hermoso romance en Ciudad de México… No
recuerdo el nombre que me dijo…
Elisa: Sofía, se llamó Sofía Fernández… (Con nostalgia) Mi madre.
María asintió con un gesto. Tomó de su copa con parsimonia y melancolía. Lucía y Elisa
hicieron lo mismo.
María: ¡Uy! No recordaba… Lucía, la madre Elisa acaba de fallecer.
Lucía: (Mirando con condolencia a Elisa) Cuánto lo siento Elisa.
Elisa: Falleció hace un mes… Tu mamá, Lucía, hace una semana… Lo siento
mucho.
María: ¡Dios mío! Estamos de luto (Inclinándose) … Elisa, Lucía, lo siento
mucho… No tuve tiempo de expresarles mis condolencias… Qué descuido de mi
parte…
Lucía y Elisa asintieron cerrando los ojos en señal de duelo y luego bebiendo sorbos de la
copa…
María: Mi madre murió hace seis años… Antes de morir, se vio obligada a buscar a
Fabricio para, primero, reconocerle finalmente como mi padre. Y segundo, para
que, en adelante, él se hiciera cargo de mí… Así que somos huérfanas de madre. Y
estamos de luto…
María bebió nuevamente y puso luego la copa lentamente en la mesa. Miró a Lucía y a
Elisa…
María: Entonces… Lucía, Elisa… ¿Somos hijas de un mismo hombre llamado
Fabricio León Hernández? ¿Es así? ¿Ya podemos declararlo oficialmente? ¿O hay
que esperar hasta que mi padre nos lo confirme personalmente?
Lucía y Elisa se miraron entre ellas. Luego a María y respondieron al unísono… “Sí, es
así”.
Lucía: ¡Somos oficialmente hermanas!
Elisa: De mi parte, ya está oficialmente reconocido y declarado. A partir de este
momento, somos hermanas…
María: Entonces, nuestro padre, el maravilloso y talentoso Fabricio León
Hernández…
Se paró de su silla, levantó el brazo derecho con la copa llena en la mano… Lucía y Elisa
hicieron lo mismo…
María: Entonces… (Alzando la voz en tono ceremonioso) ¡Fabricio! ¡Qué
afortunado eres! ¡Ahora tienes a tres hermosas mujeres como tus hijas! ¡Somos las
tres medio hermanas! ¡Brindo por las tres medio hermanas!
6
Tres medios hacen uno y medio

Chocaron sus copas nuevamente en brindis. Bebieron.


Luego, las tres jóvenes se miraron en silencio. Cada una con expresión de sorpresa e
incredulidad.
María: Creo que ya es hora de ordenar el menú… ¿No les parece?
A medida que conversaban, se detallaban. Se encontraban más similitudes entre ellas. A
pesar de las diferencias de sus edades, las tres jóvenes eran realmente parecidas,
físicamente, en las voces, en los gestos, en el gusto por los narcisos amarillos.
Volvieron a guardar silencio mientras bebían de sus copas.
María: (Pensativa) Y nuestro padre no tiene ni la más remota idea de que ustedes
existen…
Lucía: No, María. Creo que ya Fabricio sabe de mí. Por eso viajó a Sevilla, para
buscarme. Mi madre le envió un email a su vieja dirección de correo, poco antes de
su accidente fatal. Pensé que, después de tanto tiempo, Fabricio no leería ese email.
Pensé incluso, que ya no le interesaría nada que se relacionara con mi madre. Por
eso vine yo a Santo Domingo, para hablarle personalmente. Pero él fue a España.
Eso significa que leyó el email. Ya sabe que soy su hija. Debe estar ahora
buscándome.
Elisa: Entonces, sólo hay que avisarle a Fabricio, para que regrese a Santo Domingo
¿No? De quien aún no sabe nada, es de mí.
María: (Mirando a Elisa) Pues, le va a dar un ataque extremo de felicidad cuando se
entere, Elisa. Temo incluso por su salud cardiovascular (risas). No, es broma.
Fabricio goza de muy buena salud, no se preocupen. Ya le estoy enviando un
mensaje de texto a su teléfono, pidiéndole que se comunique conmigo cuanto antes.
Aunque a esta hora debe estar durmiendo. No me dijo en qué hotel se hospedaría.
Lucía: Tienes razón, a esta hora debe estar dormido. De seguro mañana seguirá
buscándome. Lo contactaremos mañana. Si es necesario llamaremos a todos los
hoteles de Sevilla. Tal vez fue a Granada. Fabricio no debe tener idea de la
dirección de Huelva. Mi madre sólo le escribió una dirección, la de mi trabajo en
Universidad de Sevilla.
María: Bueno, tengamos paciencia. Ya se pondrá en contacto. ¿Cómo te enteraste
de Fabricio, Lucía?
Lucía: Creo que puedo compartirles el correo de mi mamá…
Lucía leyó en voz alta el email de Isabel para Fabricio, desde su teléfono móvil. Luego, se
quedaron en silencio, pensativas.
María: ¡Con razón se marchó sin avisarme! Leyó el email y se fue a toda prisa. No
tienen idea de lo obsesivo que es nuestro padre cuando se trata de asuntos de familia
o de amigos.
Lucía: (Haciendo un gesto de resignación) No pude llegar a tiempo para hablar con
mi madre antes de que muriera en la UCI del hospital. Poco después de morir, los
médicos me solicitaron autorización para donar sus órganos. No quise autorizar sin
estar segura de que esa fuera su voluntad. Así que, fui a casa y busqué en su
ordenador. Fue por mera casualidad que vi este correo y me enteré de la existencia
de Fabricio. Ya podrán imaginarse cómo me sentí con la muerte de mi madre y,
además, enterarme de que mi padre no es mi padre.
Elisa: Creo tener una idea exacta de lo que se siente.
María: Yo tenía catorce años, pero también me impactó. Mi madre me había hecho
creer que mi padre estaba muerto.
Lucía miró a sus hermanas asintiendo. Tomó un sorbo de vino y continuó su relato.
Lucía: Después de leer el email, busqué y conseguí las cartas manuscritas que
Fabricio le envió a mi madre. Hermosísimas. Ya quisiera tener a un hombre que me
amara así. Así que pude hacerme de una idea inicial de quién era mi padre. Saber
que tampoco él lo sabía me hizo sentir la necesidad de buscarlo cuanto antes.
Elisa: Yo demoré un poco más en venir a Santo Domingo. Debía cumplir
compromisos de trabajo antes. La muerte de mi madre seguía afectándome mucho.
Pero ya había decidido viajar a Santo Domingo, como sea, desde el mismo día del
funeral.
Lucía: Para nada me pasó por la mente que me iba a encontrar con la sorpresa de
tener dos hermanas. No estaba en mi horizonte… Les juro que me pensé hija única.
No se me ocurrió que Fabricio estuviera casado o con una pareja. Mi madre
comentó en su correo que seguía solo. Así que se me metió en la cabeza venir y
conocerlo. Y si aún no estaba enterado, que fuera yo quien se lo dijera. Pero, ahora,
de pronto, tengo dos hermanas. Las veo y no me caben dudas. Fabricio es mi padre.
Mi padre biológico.
María: “Padre biológico” … Sueña extraño. Mi madre nunca se refirió a Fabricio
como mi padre biológico. Se cuidó de llamarlo así. Cuando al fin decidió a
contarme que estaba vivo, luego de haberlo “matado” (Hace el gesto de comillas
con los dedos), simplemente lo llamaba “tu padre”. Al principio con cierto desdén.
Después, con resignación. Y al final, con cierto respeto. Sabía que estaba pronta
para morir y dejarme sola la aterrorizaba. La actitud y disposición de papá le inspiró
tranquilidad. O tal vez fue por el remordimiento de ocultármelo. O también porque
Fabricio aceptó reconocerme como su hija nada más se lo propusiera mi madre, a
pesar de tantos años negada a ello y aceptando todas sus condiciones.
Elisa: (Con gesto de curiosidad) Cuéntanos más, María. Cómo fue tu encuentro con
Fabricio.
María: Lo conocí finalmente en persona en pleno velatorio de mí madre. Estaba tan
triste y decaída. Me sentía tan sola, tan abandonada, que al verlo me transmitió
mucha ternura. Sentí al verlo que era mi refugio. Tan solo con mirarme. Me di
cuenta en ese justo momento, que yo estaba incompleta. Era una niña apenas y ya
me daba cuenta que algo faltaba en mi vida. La parte de mí que me faltaba llegó ese
día. El día triste del velatorio de mi madre, que lo fue todo para mí. El amor que me
dio mamá, prevaleció. Y el rencor que sentí por haberme ocultado a mí padre,
desapareció. Fabricio, así lo llamaba cuando lo conocí, evitó que me hundiera en la
tristeza. De algún modo, él traía consigo a mi mamá. Al menos, en su forma más
dulce. Fabricio me hizo recordar la alegría de mi madre, cuando creí que sólo la
recordaría con tristeza.
Elisa: Me conmueven tus palabras, María. No debió ser fácil para una adolescente
de catorce años adaptarse a otra persona diferente y en otro país.
María: Pensé que me sería imposible. Dejé mi país siendo adolescente, porque mi
madre me lo hizo jurar en sus últimos días. Pero, a los pocos meses de compartir
con papá, dejó de ser “tu padre” o mi “padre biológico”. Muy pronto se convirtió en
papá. Creo será lo mismo que sentirán ustedes cuando lo conozcan.
Lucía: Me impresiona.
María: Y miren que traté de ver padres en todas las parejas de mi madre. En muy
poco tiempo Fabricio y yo nos compenetramos de un modo tal, que pude darme
cuenta de lo que sentí el día del velatorio de mi madre. Él era la parte esencial que
me faltaba para completarme, para ser una adulta completa. Me sentí afortunada
cuando descubrí eso.
Lucía: Hablas muy bien para ser tan joven, María.
Elisa: Es muy cierto.
María: (Sonriendo) Creo que leí algunos libros de filosofía de papá, además de las
charlas existenciales con él (Mirando a Lucía y a Elisa) Ustedes deben estar en
medio de una tormenta de emociones a un mismo tiempo. Me pasó algo similar. La
muerte de mi mamá y la relevación de que un desconocido es mi verdadero padre…
Lucía: Es cierto. Nuestras historias son muy similares.
Elisa: Así es… Yo, apenas puedo asimilarlo.
María: ¡Por Dios! Ustedes son dos tormentas para mí. En un mismo día… En una
misma hora y lugar… De pronto… ¡Tengo dos hermanas! Casi me da un infarto al
enterarme de que dos extrañas mujeres merodeaban a mi padre. Pensé que eran
mujeres de la mala vida detrás del dinero de mi padre (Se echó a reír, Elisa y Lucía
la acompañaron).
Elisa: (Mirando fijamente a María, con ojos húmedos) Cuando esta mañana me
dijiste por teléfono que eres hija de Fabricio, mi corazón se detuvo por unos
segundos. Tu voz, el modo en que me hablaste. Supe de inmediato que tenías que
ser mi hermana.
Lucía: Bueno, cuando María me abordó hace apenas un par de horas, sentí de
inmediato su proximidad y también quedé convencida de inmediato, cuando me
confirmó que era hija de Fabricio.
Elisa: Lo que ni remotamente me esperaba es a ti Lucía. Pero cuando te vi … (mira
fijamente a Lucía) capté que había una conexión. Cómo fue posible que las tres,
venidas de tres países distintos y distantes, nos hayamos conocido hoy, sin ningún
acuerdo previo… Es como un milagro. Justo cuando nuestras vidas han sido
alteradas trágicamente por la muerte de nuestros seres más amados y por los
secretos revelados tan repentinamente. Yo temía que la muerte de mi madre me
dejaría destrozada, por mucho tiempo. Que me costaría resignarme. Que nunca me
recuperaría de su ausencia. Ahora sé que la proximidad de su muerte llevó a mi
madre a enviarme un mensaje. No sólo para liberarse de su doloroso secreto. Sino
para que yo las encontrase a ustedes. Para encontrar a mi verdadero padre (Se
interrumpe y llora). No tengo fuerza ni razón alguna para juzgar a mi madre.
Tampoco tengo nada de que perdonarle… Ahora, sólo siento agradecimiento… Y
me siento fascinada de conocerlas a ustedes… Ni siquiera he podido procesar bien
este momento. No sé qué más decirles…
María: Bueno… podemos decir que esta historia, que comenzó de un modo muy
triste debido a la muerte, está comenzando a tener un final feliz…
Las tres jóvenes callaron por un momento. Instintivamente se tomaron de las manos
haciendo un círculo alrededor de la mesa de restaurante. Las lágrimas de cada una de ellas
eran las que dialogaban, intercalados con silencios. Hasta que María irrumpió…
María: Hermanas… Tengo hambre ¿Qué vamos a pedir? ¡Comamos! Después,
tenemos que pensar y planear, muy seriamente, de qué modo le vamos a contar todo
esto a papá.
7
Nuestro padre

María: ¿Por qué no se vienen a vivir aquí?


Preguntó en voz alta, mientras daba vuelta a las arepas en la plancha, de la cocina de su
casa en Santo Domingo. Lucía y Elisa, acababan de sentarse en la mesa. María comenzó
servir café y leche… Se miraron entre ellas sorprendidas por la pregunta…
Pero no la respondieron.
María: (Con la mirada hacia la cocina) Van a desayunar arepas. Es el infaltable pan
venezolano, hechas con harina pre-cocida de maíz blanco. Les he rellenado con un
rico queso blanco guayanés, importado directamente desde el sur de Venezuela, y
con mantequilla animal. La pueden acompañar con trocitos de aguacate al gusto.
Ah… Y para la resaca, una divina pisca andina venezolana. Es para que no se vaya
a decir, después, que he atendido mal a mis recién adquiridas hermanas.
Lucía y Elisa rieron la ocurrencia de María y comenzaron a comer con gusto el desayuno
que les había preparado con entusiasmo de anfitriona.
Once horas antes, las jóvenes conversaban intensamente en el restaurante del Hotel
Intercontinental. Después de terminar de cenar, pidieron otra botella de vino. Y al acabar el
vino, a María se le ocurrió invitarlas a su local nocturno favorito, el Bar de Sabina, ubicado
en la zona colonial de la capital dominicana. Y después de dejar aparcado el automóvil en
un estacionamiento privado, bebieron hasta dos horas después de la media noche. Luego,
pidieron un taxi hasta la casa de María, donde durmieron todas en una misma cama.
Lucía: Qué bien huelen esas arepas y el caldo. El café dominicano es muy rico.
Elisa: Si, todo huele muy bien. Comeremos a lo venezolano. Gracias hermanita. Y
el café es exquisito.
María: Así es… El café dominicano es uno de los mejores.
Lucía: ¿Has recibido noticias de papá?
María: Ah… Le envié anoche otro mensaje de texto a papá. Debe estar, a esta hora
del día, dando vueltas buscándote por toda Sevilla, Lucía. Oigan lo que le escribí:
“Bendición papá:
La persona que estás buscando en Sevilla está aquí en Santo Domingo, esperándote
ansiosamente. No tardes.
Llámame y podrás hablar ahora con ella.
Ah… También te tengo otra sorpresota adicional…
Te amo
María”.
María: Bueno… Aquí son las… nueve y media de la mañana de hoy sábado. En
Sevilla son casi las cuatro de la tarde. Papá debe estar agotado por el viaje y de la
búsqueda de Lucía. Salió en la mañana del jueves de aquí. Debió llegar a Sevilla al
mediodía del viernes. Lo imagino ahora dando vueltas hoy sábado. Esperemos que
ya esté en su hotel, descansando. Dejémosle descansar. Así que desayunemos. Y
prepárense para vivir un día intenso aquí en la isla La Española, a cargo de
hermanita menor.
Las jóvenes comieron ávidamente, mientras intercambiaban comentarios sobre los platos
típicos de Venezuela, México y España.
María: Calculo que debemos esperar, al menos un día, hasta que regrese papá. Hoy
las invito a dar un paseo por el sur de la isla… ¿Sabían que República Dominicana
tiene varias de las playas más tibias y hermosas del mundo? Así que… Queridas
hermanas, ustedes son mis invitadas de honor. Hoy vamos a conocer algunos de los
lugares más bellos de este país.
Después de comer, se ducharon y tomaron un taxi hasta el estacionamiento donde dejaron
el automóvil de María, en la zona colonial. Luego pasaron por los hoteles donde se
hospedaban Elisa y Lucía. Liquidaron sus cuentas y metieron sus equipajes en la maleta del
coche. María había convencido a sus hermanas de hospedarse “en casa”. La casa de
Fabricio y María.
Desde la capital dominicana, tomaron la ruta hacia por el sureste, rumbo a los balnearios de
Juan Dolio. Se bañaron y asolearon en una de sus playas. Almorzaron en un restaurante de
pescado del lugar y siguieron camino hacia los Altos del Chavon, en la provincia de La
Romana. Mirando el hermoso paisaje combinado de montaña y mar, María comenta su
preocupación. Fabricio aún no se había reportado. Ni siquiera había respondido con un
mensaje.
Lucía: Creo, María, que nuestro padre debe estar buscando a mi madre, al no poder
encontrarme. Puede que aún no sepa que mamá falleció. Ojalá se lo hayan
informado en la Universidad. Si llegó la noche del jueves a Sevilla, seguramente, lo
primero que hizo al día siguiente fue buscarme en la universidad. Mi madre no le
indicó más que esa dirección. Al no encontrarme, yo en su lugar buscaría en
Granada, dónde la conoció y de dónde recuerda su última dirección. Eso debió
hacer todo el día hoy sábado. En España ahora es la madrugada del domingo. Ya
debe haber regresado a su hotel en Sevilla. Me extraña que no haya respondido a tu
mensaje de esta mañana. Pero, tengamos paciencia. Papá se pondrá en contacto
pronto.
María: Tienes razón, Lucía. Démosle algo más de tiempo a papá. Bueno, nos toca
ahora cenar. Vamos al Café Marietta, que es un lugar muy especial, yo las invito.
Elisa: Ah, no. De ninguna manera… Esta vez yo invito.
Lucía: Podemos pagar entre las dos, Elisa…
Elisa: ¡Claro que no! Ayer pagaste tú, Lucía, todas las bebidas del bar. Hoy me
corresponde a mí. Por favor, queridas hermanas, déjenme regalarles una cena, en
este lugar tan hermoso, que jamás olvidaré.
María: No se hable más… Paga Elisa la cena de los Altos de Chavón.
Elisa: ¿Qué tal sí continúas con tu narración sobre Fabricio, que comenzaste ayer,
María?
María: ¡Claro! Pero, antes… comamos… Urgente, por favor… Tengo mucha
hambre… Y con hambre, no hablo sino gruño…
La noche anterior, cenando en restaurante del Hotel Intercontinental, María respondió
preguntas de Lucía y de Elisa:
María: ¿Cómo es papá?
Respiró profundo, miró perdidamente hacia el techo y comenzó a describir a su padre:
María: Lo primero que se me ocurre es que es una persona extraordinariamente
amable, gentil. Y… muy muy cariñoso. Rara vez se molesta conmigo. No recuerdo
si alguna vez se ha molestado conmigo. Bueno, la verdad es que rara vez se molesta
con alguien. Así que suele ser paciente y negociador. Es tolerante, pero firme en sus
convicciones. Es esencialmente un hombre honesto. Trabaja mucho. Demasiado,
diría yo. Odia la pobreza, la considera un absurdo en esta época y el peor enemigo
de la humanidad. Sin embargo, es humilde. No es ostentoso ni despilfarrador. Le
gusta las cosas simples y sencillas. Lee mucho. Se tituló en filosofía en la
Universidad de Granada. Pero su verdadera pasión es la música. Además de su
medio de subsistencia. Es talentoso con el piano. Compone, arregla, orquesta y
asesora. Poco después de que yo naciera, se residenció aquí en República
Dominicana. Le pregunté por qué eligió este país como su residencia y me
respondió que esta es una nación muy musical. La música tropical le atrae. Tiene
más de diez años trabajando para el Intercontinental. Es su director de relaciones
públicas. Así que se dedica a organizar eventos y a servir de anfitrión y maestro de
ceremonia en convenciones especiales. También es su pianista estrella. Ha viajado a
muchos países…
Lucía: ¡Vaya! Es un perfil extraordinario… Fabricio es todo un artista…
María: Sin embargo, es un hombre muy sencillo y moderado. Nunca le conocí
vicios. Tampoco extravagancias (Riéndose)… A veces pienso que es un monje
tibetano. La verdad, hermanas, pueden confiar en él. Estoy segura de que, cuando él
las conozca a ustedes, se va a poner muy feliz. Y también estoy segura de que
ustedes se la llevarán muy bien con él, cuando lo conozcan más. Al principio es
algo reservado, casi que tímido. Pero me atrevo a pronosticar que, después que
ustedes se conozcan, no querrán estar lejos, ni ustedes de él, ni él de ustedes, nunca
más.
Lucía: Me convencen tus palabras, hermanita. Pero, al pobre Fabricio no le fue muy
bien en su vida amorosa.
Elisa: Le conocemos tres ocasiones fallidas, de las que resultamos nosotras.
María: Es verdad. En ese aspecto, papá es hermético. No suele hablar mucho de su
vida sentimental. No le conozco vida amorosa. He pensado que debe tener alguna
amante, pero de tenerla es muy discreto. No le he sorprendido nunca con ninguna
mujer. He pensado que un hombre como papá debería salir con alguien. Debería
darse otra oportunidad. Creo que tendremos que ayudarlo. Le he presenté una vez
una candidata. Pero no le despertó interés.
Elisa: Habrá que seguir intentando ¿No?
Lucía: Me sorprende que, sin saberlo, se involucrara con tres mujeres casadas.
Elisa: Parece un patrón.
María: He pensado en eso. Y más que un patrón, creo que ha sido una serie de
fatalidades casuales. Dicho de manera simple, es pura mala suerte. Imagino que su
viajera vida de músico no le daba muchas ventajas como para una relación duradera.
Las ocasiones para conocer mujeres eran mayormente en las fiestas en las que
trabajaba. Papá es de los que se enamoran pocas veces, pero perdidamente. Debió
ser frustrante para él ser rechazado por las mujeres que, se marcharan sin dejar
rastro, prácticamente huyendo.
Lucía: Visto así, creo que tienes razón, María.
María: En el caso de mi madre, papá no tenía ni remota idea de que ella estaba
casada. Creo que ni siquiera se conocían. Sólo se dejaron llevar por la seducción del
momento. Ya saben, esos casos cuando coinciden la soledad con la tristeza.
Lucía: Ahora sé de dónde te viene la inspiración poética. De Fabricio ¿No? Con
razón te gusta Sabina.
María: (Sonriendo sonrojada por el cumplido de Lucía) Mamá le ocultó a papá
sobre su vida, que pasaba por un mal momento, separada de su esposo. El romance
de ambos fue muy breve. Mamá y papá coincidieron en Caracas, la capital de
Venezuela, para un trabajo ocasional. Se conocieron en una fiesta empresarial, en
un lujoso hotel. Papá había sido contratado por la orquesta. Se vieron, bailaron… y
terminaron en una habitación de ese mismo hotel. Mi Papá estaba hospedado allí.
Sólo pasaron una noche juntos, según me aseguró mamá. Suficiente para
embarazarla.
Elisa: Nuestro padre es muy fecundo… embarazó a tres mujeres en muy poco
tiempo de amores (Sonrieron todas).
María: Siempre bromeaba con mamá. Yo le reclamaba… “Yo, amor de una sola
noche” … Ella me respondía, también bromeando… “De una sola noche, sí, pero de
varias veces”.
Todas rieron la ocurrencia.
María: Mamá regresó a La Guaira, cerca de Caracas, donde vivía. Papá le dejó un
número telefónico y ella le dio un número falso. Quedaron en llamarse. Él no pudo
contactarla y ella nunca lo llamó. Cuando se supo embarazada, rompió con su
esposo, inició trámites de divorcio y se mudó a la ciudad de Valencia, donde nací.
Se enteró que papá intentó localizarla. Que se había quedado en el país buscándola,
aun cuando ya había concluido su contrato de trabajo aquí. Para alejarlo, le pidió a
una amiga que lo llamara y le dijera que ella no quería verlo ni tener nada con él.
Creo que fue cuando trataba de reconciliarse con su esposo. Papá no siguió
buscándola.
María se quedó unos segundos en silencio con la mirada perdida.
María: Años después, papá logró contactar a mamá. Tendría yo unos cinco años.
Pero ella ya había decidido que yo crecería huérfana de padre. Me hizo creer que mi
papá había muerto, cuando tenía siete años… Fue muy duro para mí… Mamá no
tenía idea de lo mal que me hizo sentir por muchos años…
María suspiró comprensiva…
María: Yo lo superé. No le guardo rencor alguno a mi madre, que en paz descanse
(Mira hacia arriba y hace una señal de la cruz). Su enfermedad interrumpió
prematuramente su vida. La obligó a llamar a papá, quien ya sospechaba que yo era
su hija. Llegaron a un acuerdo. Papá se comprometió a cuidarme y no dejarme sola.
Yo estaba aterrada con eso de vivir con un hombre que apenas conocía, en un país
que tampoco conocía. Pero no tuve opción. Mamá me lo hizo jurar antes de morir.
Conocí a papá en el funeral. Y no se parecía al papá hermoso que yo había creado
en mi imaginación infantil. Bueno… Entonces ya tenía catorce años. Había
madurado un poco, así que tampoco fue un problema decepcionante para mí. Papá
se portó muy bien. Nunca me presionó. Nunca sentí tensión con él. Me sentí
cómoda, querida y protegida. Demasiado consentida, diría yo. Mucho más que
cuando vivía con mamá, que fue muy estricta conmigo. Y el tiempo nos ha
convertido en los mejores amigos, que hoy somos.
Elisa: ¡Qué historia tan bonita! Comenzó triste y terminó muy feliz. Parece una
novela mexicana la historia de Beatriz y Fabricio, María.
María: (Sonriendo) A mí me gusta contarla… Porque me hace recordar a mamá…
Lucía: Qué tal si, ahora, nos cuentas tu historia, Elisa… Por favor…
Elisa: (Sonrojada) Bueno… no es mucho, porque desconozco los detalles del
romance entre mamá y Fabricio. Mamá nunca me habló de él. Imagino que para no
entrar en conflicto con su esposo Eliécer. Antes de conocerse mamá y Fabricio, en
Ciudad México, ya ella estaba comprometida en matrimonio con Eliécer, en Puebla
de Zaragoza. Mamá se fue a estudiar cursos de contabilidad en la capital, por unos
meses. Allí conoció a Fabricio. Ni idea de dónde ni de cómo se encontraron.
Tampoco sé porque se separaron y dejaron de verse. Intuyo que Fabricio tuvo que
viajar por trabajo. Mi madre regresó a Puebla embarazada. Sabiendo eso, Eliécer la
aceptó y se casaron. Todo me lo ocultaron hasta que, poco antes de morir, mi madre
le hizo prometer a Eliécer que me contaría. Mamá escribió, en un sobre, el nombre y
la dirección de Fabricio, pidiendo que lo buscara. Eliécer, cumplió su promesa y me
lo entregó. Tengo una buena relación con él. Ha sido un buen padre, aunque algo
distante y formal. Nada que ver con la relación que tienen María y Fabricio.
María: Bueno, hermana (dirigiéndose a Elisa), si algo es mejor que tener un padre,
es… ¡tener dos padres!… eres afortunada Elisa…
Elisa: (sonriendo junto con Lucía la ocurrencia de María) No lo había visto así…
¿Fabricio te ha contado por qué se separaron mi madre y él, María?
María: Papá me dijo que tuvo muchas esperanzas con ese romance. Que se enamoró
de verdad y que tenía intenciones de formalizar una relación con Sofía, que en paz
descanse. Me contó que, en pleno romance, tuvo que viajar al norte de México y
que esa estadía se prolongó más tiempo del que esperaba. Me dijo que le escribió a
Sofía para que lo esperara. Pero cuando regresó, ella ya no estaba. Tampoco pudo
localizarla. Se quedó unos meses esperando y deambulando por la capital mexicana,
con la esperanza de volverla a ver. Pero su contrato había terminado y tuvo que
regresar a España. Años después, viajó a Caracas… Ya saben esa parte, donde
aparezco yo (se señala a sí misma con gesto gracioso).
Elisa: Creo comprender a mi mamá… Estando comprometida, tuvo un amorío fugaz
con otro hombre que debió alejarse. Imagino sus dudas. En México es muy común
que las mujeres desconfíen de los hombres. Hay mucho abandono…
Lucía: En México y en todas partes, creo…
Elisa: Es verdad (Asiente a Lucía). Mamá debió entrar en pánico. Saberse
embarazada y sola, en esa gran ciudad. Regresó al lugar donde se sentía más segura,
en su casa de Puebla. Eliécer debió amarla mucho, como para aceptar casarse con
ella, aun esperando un hijo que no era suyo.
María: Es una historia impactante. Dos personas que debieron estar juntas, fueron
separadas por las circunstancias que los superaron. Siento que, a pesar de la
similitud, el romance entre Sofía y papá, fue diferente al de mi mamá. Porque,
aunque resentida, mi madre estaba enamorada de su esposo. Su romance con papá
debió ser algo así como un despecho, una distracción, un desquite. Ella hizo lo
posible por recuperar su matrimonio. En el caso de mi mamá, siento que papá fue la
víctima de esa trama. Conoció a mi madre en un momento vulnerable de su soledad.
Y también la de ella. Una mujer herida y decepcionada. Seguramente, papá la
percibió solitaria y triste. Luego, tuvieron un romance demasiado breve como para
enamorarse. Papá me comenta que a él le gustó mucho mi mamá y que intentó
buscarla para explorar una posible relación. Fue muy distinto que con Isabel. Creo
ese fue su gran amor, que nunca pudo olvidar y que lo marcó de por vida. Sofía fue
una oportunidad para corregir esa frustración. Pero tampoco lo consiguió.
Lucía: Tengo en mi equipaje las cartas que Fabricio le envió a mi madre. Son tan
hermosas. Pienso devolvérselas. Podrán leerlas si él está de acuerdo (Hizo un gesto
de impotencia con las dos manos y alzando los hombros). Bueno… Me tomé el
atrevimiento de leerlas por las circunstancias… Por esas cartas, tampoco dudo que
Fabricio se enamoró perdidamente de mi madre, como dice María. En su único y
último email, mi madre le confiesa que siguió enamorada de él, por mucho tiempo.
Leer obsesivamente sus cartas, no deja dudas al respecto. Conservarlas fue riesgoso.
La causa de su divorcio.
Elisa: Entonces, ellos estaban enamorados… Qué motivo tuvo tu mamá, Lucía, para
rechazar a Fabricio. Pudo divorciarse y mantenerse con él… Aunque de ser así, no
habríamos nacido ni María ni yo…
María: Le debemos a Isabel que Elisa y yo estemos vivas. Y luego a Sofía que yo lo
esté (Rieron).
Lucía: Yo comprendo a mi mamá. Siempre valoró, por encima de cualquier otra
cosa, el respeto por el matrimonio y el compromiso con su esposo. Creo que el
detalle más determinante fue su embarazo. La verdad, no me hubiera gustado estar
en su lugar. Debió ser muy duro enamorarse de un hombre, estando casada con otro.
Uno era la incertidumbre, el otro la seguridad. Terminó engañándolos a ambos, todo
por su hija.
Elisa: Escuchando sus historias y conociendo la mía, tendría que agregar que debió
ser muy doloroso para Fabricio haberse enamorado y luego rechazado en esas
oportunidades. Debió ser frustrante. Imagino ese momento en el que descubrió que
María podía ser su hija y no poder ni acercarse. Debió ser desesperante. Esperar
pacientemente tantos años hasta que reconocieran su paternidad. La verdad, me
conmueve mucho la historia de Fabricio. Ya lo estoy admirando.
María: Pero el tiempo siempre acude en auxilio de los perseverantes. Es una frase
que le escuché a papá. El tiempo le retribuyó con tres hijas espectaculares ¿No?
(Picando el ojo derecho con picardía).
Lucía y Elisa ríen la picardía de María, levantaron a un mismo tiempo sus copas y
brindaron por la sabia frase de Fabricio.
María: Sé que apenas las estoy conociendo. Pero, siento que son del mismo material
de papá. De nobles sentimientos. Han llegado hoy a mi vida como un regalo
milagroso. Siento como si tuviera a mi papá elevado al cubo. Imagínense, yo que he
llegado a amar tan profundamente a papá, como si lo hubiera tenido desde que
naciera, hoy han llegado a mí, dos luces más como la de mi padre. Hoy, la vida me
ha devuelto a mis dos hermanas. Mis hermanas mayores ¡Estoy tan feliz! (Sus ojos
se humedecían mientras sonreía y se llevaba las manos a la cara).
Elisa: (Conmovida) No sé si yo logre que Fabricio me quiera como te quiere a ti,
María, pero siento que este viaje, que inicialmente emprendí hacia lo desconocido,
imaginando que sería un viaje triste, terminará tan feliz como lo es este momento.
Vine a cerrar el ciclo de la vida de mi madre. Hoy no sólo cerré ese ciclo necesario
para que mi madre pudiera descansar en paz. Es que, además, he abierto un nuevo
ciclo para mí. Este viaje me ha valido la pena por mil. Nada más por haberlas
conocido. La partida de mamá me dejó vacía y desanimada. Pero conocerlas ha
dado un vuelco a todo. Yo también me siento muy feliz. ¡Mucho! Y aún no conozco
a Fabricio.
María: Por favor, hermanas. Ya no le digan Fabricio a papá. Atrévanse a llamarlo
de ahora en adelante sólo papá. Se siente muy rico decirlo. Créanme.
Lucía: A mí se me hace más fácil que a Elisa en llamar papá a Fabricio. El padre
que me crió me ha rechazado. Como quien rechaza algo que nunca fue suyo. Fue
muy doloroso para mí. Además de rechazarme, despreció inmerecidamente a mi
madre, que le dio toda su vida con devoción.
Lucía no pudo evitar que le brotaran unas lágrimas…
Lucía: Mamá pudo hacer una vida feliz con Fabricio… Perdón, con papá. Pero ella
se decidió por el sacrificio. Ahora comprendo esa extraña relación entre mi madre y
Antonio. Yo que pensaba que la vida matrimonial era así de aburrida y trivial.
Ahora sé que, después de conocer a papá, aquel amor de mamá por Antonio se fue
perdiendo y convirtiendo en otro sentimiento. También comprendo a Antonio.
Sentir el desamor debe ser aterrador.
Secándose las lágrimas y sonriendo mientras mira a María con ternura…
Lucía: No sé, María, si al conocer a nuestro padre, logre yo lo que él y tú ya tienen.
Esa felicidad tan iluminada que trasmites cuando hablas de él. Te brillan
intensamente los ojos. Me contagias y me dan ganas de disfrutar lo mismo. Cuando
mamá le escribió a papá, le dijo que estaba segura de que nos llevaríamos muy bien.
Ahora creo que es posible. Mamá siempre tuvo buena intuición. Me llevaré muy
bien con mi papá, estoy segura. Aunque nunca haya sentido mucho apego a la figura
paterna. Imagino que por la distancia con Antonio. Pero ahora, deseo que me brillen
los ojos como a ti, María, cuando te brillan por él.
María: Pero Lucía, si hubieras visto a papá cuando me habló de Isabel. Su mirada
era tan bonita y tan triste al mismo tiempo. Muy similar, cuando se refería a su Sofía
de su México querido. Papá las va a adorar a ustedes dos. No tengan dudas.
Probablemente, más que a mí. Ya saben, para compensar los años que no las ha
disfrutado a ustedes dos…
Lucía: (Casi por volver llorar) ¡Ay! María, hablas tan bonito, que me llenas mucho.
Esta sorpresa de conocerlas a ustedes ha convertido mi tristeza en felicidad… ¡En
un instante! Yo también estoy muy feliz, hermanas. Vine a llorar la muerte de mi
madre, delante del hombre que ella amó. Vine a buscar un poco de consuelo al
contárselo. Vine a decirle a mi verdadero padre, que mi madre murió admirándolo.
Vine a rogarle que la perdone. Vine a pedirle que me acompañe a su sepultura y que
en su tumba diga en voz alta: “te perdono Isabel… Gracias por darme una hija” (se
interrumpe llorando).
Elisa y María tomaron cada una las manos de Lucía… Y también lloraron con ella…
Lucía: (Más calmada) Gracias… Te escucho a ti, María, te escucho hablar como si
papá estuviera aquí, diciéndome lo agradecido de saber que Isabel le dio una hija.
Que esa hija ha venido hasta aquí, con el corazón en la mano, buscando su hombro
para llorar juntos. Y ahora, queridas hermanas, ahora lloro… No para que se pongan
tristes. Lloro, porque ahora estoy muy feliz… muy feliz de encontrarme con
ustedes.
Las tres jóvenes guardaron silencio, siguieron tomadas de la mano y con lágrimas corriendo
por sus mejillas. Pero sonreían. Sonreían…
María: ¡Creo que este momento tan maravilloso merece otra botella de vino!
7
Buscando a Lucía

En la mañana siguiente después su llegada a Sevilla, Fabricio logró que le informaran la


dirección dónde vivía Lucía. También se enteró del fallecimiento de su madre, Isabel.
Fabricio quedó muy conmovido con la noticia. Llamó varias veces al número telefónico
institucional de Lucía que le dieron, pero su llamada le caía a buzón de voz. O lo tenía
apagado o no lo tenía consigo. La buscó en su apartamento, sin encontrarla. Así que decidió
escribirle un email a la única dirección electrónica de su cuenta de la Universidad de
Sevilla:
“Lucía:
Te escribe Fabricio León Hernández.
Quiero expresarte mis más profundas condolencias. La muerte de Isabel me ha
impactado mucho.
Vine a buscarte a tu trabajo porque tu madre me indicó esa dirección. Ella me
pidió que hablara contigo.
Tu madre y yo estuvimos enamorados siendo jóvenes. Pero dejamos de vernos y
perdimos el contacto, hace ya muchos años.
No sabía que Isabel tenía una hija.
Tampoco sabía lo que me acaba de escribir, que yo soy tu padre.
Isabel me dijo en su carta que no había podido decírtelo. Quería que yo viniera a
verte para que ambos te lo contáramos.
Pero acabo de enterarme de su muerte, que es muy dolorosa para mí.
Ni siquiera imagino cómo debes estar sintiéndote ahora. Lo siento mucho.
Me quedaré en Sevilla hasta que tú puedas llamarme o escribirme. Me hospedo en
el Hotel Barceló Sevilla Renacimiento.
Por favor, llámame al número que te dejo abajo o a esta dirección de correo.
Vivo en Santo Domingo, en República Dominicana. Apenas leí el email de Isabel
vine lo más pronto a España, para buscarte.
Deseo mucho conocerte.
Te pido, por favor, que me indiques dónde está la sepultura de tu madre, pues
quiero ir a presentarle mis respetos. Y ojalá puedas acompañarme.
Por favor, llámame.
Dame el honor de conocerte y poder consolarme un poco por la pérdida de la
mujer que más amé en mí vida.
No temas por mí. No voy a intervenir más que para hablarte y para que me ayudes
a visitar la tumba de tu madre.
Te ruego que me contactes.
Esperando ansiosamente
Fabricio”
Abatido por el cansancio del viaje y por la tristeza por la muerte de Isabel, Fabricio se
quedó dormido muchas horas en la habitación de su hotel. Al despertar en la madrugada del
sábado, comenzó a impacientarse al no recibir respuesta de Lucía. En la mañana, se dio una
vuelta por la universidad, pero había muy poca actividad. Fue varias veces a su apartamento
para encontrarse intacta la nota escrita que dejó en la puerta de entrada. Al medio día,
decidió probar suerte y viajar a Granada, para tratar de conseguir alguna información,
alguna pista.
Volvió a escribir un mensaje a su hija María, informándole que estaba en Sevilla,
pidiéndole que no preocupara. La hacía ocupada con los trámites de su último semestre de
la universidad.
En su Granada natal, no consiguió a nadie que le diera cuenta ni de Isabel ni de Lucía.
Regresó desanimado a Sevilla. Volvió al hotel con la esperanza de que Lucía le hubiera
respondido. Descargó información de su buzón de correo electrónico en el nuevo móvil y
un número español que se había comprado al llegar a Madrid. El suyo de República
Dominicana decidió guardarlo. Y distraído, no se percató de los mensajes de su hija María.
De pronto, en un destello, recordó a una amiga en común con Isabel, Estela Fernández,
antigua compañera de trabajo de Isabel. En la sala de computadoras del hotel, arqueó en la
Internet y… ¡Bingo! Encontró una cuenta. Le escribió un mensaje desesperado. Le rogaba
información sobre Isabel o sobre Lucía. Fue cerca de las 10 de la noche del sábado cuando
recibió una respuesta. Estela respondió ratificando que, en efecto, Isabel había fallecido,
hacía algo más de una semana, a causa de un accidente automovilístico. Le dio su número
telefónico y Fabricio la llamó de inmediato:
Estela: ¿Hola?
Fabricio: Hola Estela, te habla Fabricio León Hernández. Gracias por responder y
gracias por confirmarme la terrible noticia. Perdona la hora…
Estela: No se preocupe, Fabricio.
Fabricio: Estela, ¿Sabe usted cómo puedo localizar a la hija de Isabel, la señorita
Lucía?
Estela: La verdad, no, Fabricio. Sólo tengo la última dirección de Isabel, la de su
casa en Huelva. Quizás pueda usted encontrar a Lucía allá. O tal vez conseguir más
información.
Fabricio: Sí, gracias, la dirección me sirve. Se lo agradezco mucho, Estela. Saldré
mañana mismo para Huelva. Mil gracias, de nuevo.
Estela: No es molesta, no se preocupe. Que tenga suerte.
Fabricio: Sí, gracias. Hasta otra oportunidad.
Muy temprano a la mañana del domingo, después de desayunar, Fabricio alquiló un coche y
partió hacia Huelva. Dio con la casa indicada en la dirección. Pero no había nadie en ella.
Preguntó a unos vecinos. Le informaron que el esposo de Isabel vivía en Sevilla, en el
sector Los Remedios, cerca del puente de San Telmo, pero no le dieron una dirección
precisa. Supo que el esposo de Isabel se llamaba Antonio. Que hace mucho se había
mudado para Sevilla. No pudieron indicarle dónde fue sepultada Isabel. Pero que sí habían
visto a Lucía entrar y salir de la casa, el día de su muerte.
Fabricio dejó una nota en el buzón de la casa de Isabel, similar a la había dejado en el
buzón y en la puerta del apartamento de Lucía, con sus datos de localización y el número de
teléfono que acababa de comprar en España. Regresó a Sevilla, para intentar dar con la
dirección del viudo de Isabel. Quizás él pueda darle razón de Lucía.
8
Dónde está papá

En la madrugada del domingo, Lucía, Elisa y María regresaron a la casa de Santo Domingo,
tras hacer un recorrido por el sureste de República Dominicana. Esta vez, María preparó
una habitación a cada una de sus hermanas, de las cinco que tenía la casa. Se fueron todas a
dormir y despertaron bien avanzada la mañana.
María fue la primera en despertar, poco después de las 9 de la mañana. Preparó café, y esta
vez un desayuno rápido de huevos fritos con tocineta, pan tostado y frutas. Esperó que
Lucía y Elisa se despertaran por su cuenta. Cuando ambas se levantaron, les sirvió el
desayuno.
Mientras esperaba a sus hermanas, escribió un mensaje de texto a su padre:
“Papá, buenos días.
Es importante que me llames cuando leas el mensaje.
La persona que buscas en Sevilla, Lucía, está aquí en Santo Domingo.
Espero tu llamada.”
Después de desayunar, María ayudó a Elisa y a Lucía a bajar sus equipajes del automóvil.
Lucía pudo abrir su ordenador portátil para revisar los mensajes en su buzón personal. No
se le ocurrió revisar el buzón de correo institucional de la universidad, en ese momento,
justo el buzón a donde le había escrito Fabricio.
María mostró, con más detalle, la casa a sus hermanas. Los detalles del estudio de trabajo
de su padre, que incluía un hermoso piano de cola y las paredes con anaqueles para sus
libros. Se distrajeron mirando un álbum con fotografías de ella con su padre. Lucía y Elisa
se iban poco a poco familiarizando con los detalles del padre, que aún no conocían en
persona.
Al medio día, María llamó al número de su padre, pero el teléfono se encontraba apagado o
fuera de cobertura. Eran las seis de la tarde en Sevilla. Ya comenzaba a preocuparse. Le
parecía extraño que no se haya comunicado.
Lucía revisó esta vez su buzón institucional de la universidad, para comprobar. Y allí estaba
el email que le enviara Fabricio en la noche del viernes. Se disculpó por el descuido con sus
hermanas y lo leyó en voz alta.
De inmediato, llamaron al Hotel Barceló. La recepcionista les informó que Fabricio no se
encontraba en ese momento en el hotel. Había salido temprano en la mañana hacia Huelva,
en un coche de alquiler, dejando un número telefónico de España, para que se lo dieran a
doña Lucía Méndez Corral. De inmediato, María llamó al número que le indicó la
recepcionista. Puso el teléfono en audio abierto para que lo escucharan sus hermanas.
El teléfono de Fabricio replicó varias veces. María insistió hasta que, por fin, alguien
respondió:
Persona desconocida: ¡Aló! (Dijo una voz masculina)
María: Aló, buenas noches, por favor… ¿Ese el número del señor Fabricio León
Hernández?
Persona desconocida: Deme un momento, ya le informo…
Las jóvenes escucharon voces dialogando, hasta que aparece una voz femenina.
Voz femenina: Aló… Sí, este es el número de don Fabricio León… ¿Es usted
familiar de él?
Lucía: Sí, soy su familiar… ¿Nos puede poner a don Fabricio? Por favor...
Voz femenina: Le hablo desde el centro de enfermeras del Hospital Universitario
Virgen Macarena de Sevilla. Soy la enfermera de guardia. El dueño de este teléfono,
don Fabricio León, está siendo atendido en la unidad de emergencia traumatológica,
debido a una contusión craneal, producto de una caída. Al parecer por una pelea en
una calle, cerca del puente de San Telmo.
Lucía: (Nerviosa) Pero… está bien… ¿Cómo se encuentra ahora?
Enfermera: El Estado del don Fabricio León es estable, por el momento. Está en
cuidados intensivos. Ahora está bajo un coma inducido, hasta que logren reducir la
presión del trauma cerebral. El médico confirmó que está fuera de peligro, pero
tendrá que permanecer en coma y en reposo absoluto hasta que logren estabilizarlo
del todo.
María: (Angustiada) Enfermera, escuche por favor, la estamos llamando desde
Santo Domingo, República Dominicana. Le habla María León, la hija menor del
señor Fabricio León. Si él despierta, por favor, infórmele que sus hijas van a tomar
el primer vuelo que consigamos a España.
Enfermera: De acuerdo, ya estoy anotando su mensaje, en el parte familiar.
Entonces la estaremos esperando, en la sección UCI de traumatología del hospital.
María: Muchas gracias, ya vamos saliendo. Estaremos llamando.
Lucía y Elisa ya estaban preparando un equipaje de mano. María improvisó un bolso con lo
esencial, tan pronto como colgó la llamada. Lucía ya había solicitado un taxi por teléfono.
Varios minutos después, partieron las tres hacia aeropuerto internacional Las Américas, de
Santo Domingo. Tuvieron suerte en conseguir tres asientos, aunque en primera clase, para
Madrid, que despegaba a las nueve de la noche. La espera en la antesala de la puerta de
embarque se sintió interminable. Las tres hermanas se sentaron en la mesa de un café cerca
de la puerta de embarque y pidieron té de manzanilla, para intentar calmarse. Se
mantuvieron tomadas de la mano, por largo rato, para darse ánimo, hasta que fueron
llamadas a embarcar. Se miraron con los ojos húmedos. Fue Lucía la que pronunció las
palabras de aliento:
Lucía: Papá va a estar bien. No estará solo. Ahora nos tiene a las tres. Lo
cuidaremos.
Elisa y María asintieron. Antes de abordar el avión llamaron al hospital. Fabricio seguía
igual.
Llegaron a Barajas poco antes del mediodía del lunes. Tras pasar por migración, Lucía se
adelantó para comprar los boletos del primer vuelo que encontrara a Sevilla. Consiguió
pasajes con salida en hora y media. Llamaron nuevamente al hospital y les informaron que
Fabricio seguía estable y en coma inducido. Se apresuraron en salir de la Terminal 4 hacia
la Terminal 1, logrando abordar el siguiente avión.
Llegaron al aeropuerto de Sevilla con sus maletas de mano a rastras. Consiguieron el
primer taxi que vieron en la puerta principal del terminal. “Al Hospital Universitario Virgen
Macarena de Sevilla”, por favor, dijo Lucía al conductor. Sin darse cuenta ya estaban en la
calle Dr. Marañón que daba al acceso norte del hospital. Corrieron hacia el área de
Cuidados Críticos de Urgencias.
Ya era algo más de las tres de la tarde, cuando llegaron al mostrador del puesto de
enfermeras de Cuidados Críticos. Se encontraron con dos enfermeras y un oficial de la
Guardia Civil.
Lucía: Buenas tardes. Somos los familiares de don Fabricio León Hernández. Por
favor díganos cómo está.
Una de las enfermeras las miró rápidamente y buscó en la base de datos del ordenador.
Enfermera: Debo apuntar aquí a un familiar responsable… ¿Me indican por favor?
Se miraron entre ellas. María es la hija oficial de Fabricio.
María: Sí, soy yo. María de los Ángeles León Rosales, hija menor de don Fabricio
León Hernández. Tenga mi DNI.
Fabricio había gestionado la nacionalidad española de María, luego de cumplir los quince
años de Edad. Viajaron juntos a España en tres oportunidades, de vacaciones.
Enfermera: Don León está estable, pero sigue en coma. Hay que esperar, pero todo
indica que está mejorando. Pueden pasar a verlo, pero sólo un familiar a la vez.
Una vez apuntada como familiar responsable, el oficial de la Guardia Civil se dirigió a
María, quien tomó por el brazo a Lucía y a Elisa para atraerlas hacia ella, como buscando
protección.
Oficial de la Guardia Civil: Estoy aquí para tomar el testimonio de don Fabricio
León Hernández, como parte del expediente policial. Los testigos indicaron que don
León fue empujado deliberadamente por unas escaleras, causándole el traumatismo
que lo tiene ahora en coma. El presunto victimario, está identificado como don
Antonio Méndez Alcántara… ¿Lo conocen?
Lucía: (sorprendida) Sí… Es… es mi padre… Mi padre de crianza.
Oficial de la Guardia Civil: Entiendo, señorita. Su padre ha sido detenido
preventivamente, hasta tanto obtengamos la declaración de la presunta víctima, don
Fabricio León. Pero me informan que va a permanecer en coma inducido por unas
horas. Así que don Antonio Méndez tendrá que seguir retenido en la Comandancia
de Eritaña.
Lucía: (Con un gesto de ansiedad) Oficial… ¿Podría ir a visitarlo?
Oficial de la Guardia Civil: (Mirando su reloj) Hasta las cinco de la tarde tiene
oportunidad. Debe darse prisa. No está muy lejos de aquí. Si lo desea, puede venir
conmigo. Me dirijo hacia allá.
Lucía: Muchas gracias. Iré con usted… (Dirigiéndose a sus hermanas). Hablaré con
Antonio, para averiguar qué fue lo que pasó y me regreso de inmediato. Me quedaré
con ustedes, aquí en el hospital.
María: Yo prefiero que vayan ustedes a descansar esta noche, porque sólo permiten
un acompañante nocturno… (dirigiéndose a la enfermera) ¿Cierto enfermara? (La
enfermera asintió).
Lucía: María… Regreso pronto y lo hablamos ¿Vale? Tranquila, Elisa y yo estamos
bien. Mientras papá esté estable, sólo es cuestión de horas para que se recupere.
Regreso pronto. Elisa, por favor, acompaña a María. Ya vuelvo.
Lucía y el oficial de la Guardia Civil se marcharon. María y Elisa preguntaron más detalles
sobre el estado de Fabricio. Al parecer estaba reaccionando bien al tratamiento. María entró
al cubículo donde era atendido su padre y lo vio profundamente dormido, con un vendaje
en la cabeza y conectado a una bolsa de hidratación, que terminaba en un catéter en el brazo
izquierdo. Luego salió para hablar con Elisa, quien entró unos minutos. Ambas se
tranquilizaron y de inmediato le enviaron un mensaje de texto a Lucía con la última
información, para que también se calmara.
Lucía entró al pequeño recinto de visitas del retén judicial de la Guardia Civil de Civil de
Eritaña, en pleno centro de Sevilla, muy cerca del Hospital Universitario. Vio entrar por
una de las puertas internas a su padre Antonio. El rostro de Antonio acusaba cansancio y
preocupación. Era la primera vez, en dos años, que Lucía podía conversar con él. Antonio
se había marchado repentinamente de la casa de Huelva y nunca quiso recibir ni hablar ni
con ella ni con su madre.
Lucía: (Mirando a Antonio con preocupación) ¿Cómo estás?
Antonio: Estoy bien, hija, pero muy preocupado… Lastimé a alguien, pero no fue
intencional, fue un lamentable accidente.
Lucía: (Con lágrimas en los ojos) Lo sé. Sé quién es la persona del accidente,
Antonio.
Antonio: ¿Antonio? Ya no me dices padre como siempre.
Lucía: Siempre serás mi padre, Antonio.
Antonio: ¿Ya lo sabes todo?
Lucía: Sí, leí las cartas de mamá.
Antonio: (En todo triste) Ah… tu madre te contó antes de morir.
Alicia: No, Antonio. Me enteré por pura casualidad, buscando un documento de
mamá en su ordenador. La sepulté en el cementerio de Huelva. Ni siquiera te
dignaste a venir a su funeral. Te avisé varias veces.
Antonio: No pude… No pude, Lucía… Estaba… estaba muy adolorido, con mucha
rabia. No pude… (Bajando la cabeza y poniendo la palma de su mano derecha sobre
sus ojos)
Lucía: Dos años, Antonio. Hace dos años que te marchaste. Y ni siquiera
consideraste que mi madre vivió contigo por casi treinta años… (Respiró mirando
hacia el techo color blanco del cubículo, tratando de calmarse).
Antonio: (Sollozando) No pude, Lucía…No pude soportarlo…
Lucía: Sepulté a mamá y me fui viajé a República Dominicana para buscar y
conocer a Fabricio. Contarle que soy su hija. Ya sabes quién es él ¿Verdad?
Antonio: Sí, Lucía… Claro que sé quién es… Me enteré por sus cartas y cuando tu
madre me confesó todo, que no eres mi hija… No supe qué hacer ni cómo
reaccionar… Traté de huir… De alejarme de todo.
Lucía: Cuando llegué a Santo Domingo, Fabricio ya estaba en Sevilla. Mamá le
escribió rogándole que viniera a conocerme, para decirme personalmente que él es
mi padre biológico. Por supuesto que Fabricio no me encontró. Imagino que trató de
conseguirme a través de ti ¿Cómo es posible que lo hayas lastimado?
Antonio: No, no… Lucía. Yo no lo lastimé. Es decir, sólo reaccioné mal cuando me
dijo quién era. Me acerqué para gritarle, no para golpearlo, pero él retrocedió y cayó
por las escaleras… Fue un lamentable accidente. Por favor, créeme. Dime cómo
está ahora el señor Fabricio.
Lucía: (Respirando profundo) Parece que ya está fuera de peligro… pero aún lo
tienen en coma. Quizás haya efectos secundarios por el golpe en la cabeza. No lo
sabremos hasta que recupere la conciencia. Hasta ahora, el informe médico luce
optimista. Tenemos esperanza de que se recupere pronto y que él va a estar bien.
Antonio: (Respirando aliviado) Qué alivio… Gracias a Dios… Yo no quiero que le
pase nada malo al señor Fabricio, créeme. Fue una reacción de celos y rabia inicial.
Pero, jamás le hubiera hecho daño. De verdad. Estoy dispuesto a asumir los gastos
médicos. Y asumiré cualquier responsabilidad, en caso de que me denuncie. Pero
todo fue un desafortunado accidente. Ha tenido que pasar la muerte de Isabel, y
ahora esto, para que yo reaccione. Ya debo superarlo. Prometo hacerlo. Superar
esto, Lucía.
Lucía: Te creo Antonio, te creo. Sé que no eres una persona violenta, aunque tengas
muy mal carácter. El guardia civil me informó que te acusan de intento de
homicidio. Pero hasta que Fabricio no preste declaración, estarás retenido bajo esos
cargos. Hay que esperar a que esté consciente. Regresaré ahora al hospital. Buscaré
el modo de tenerte informado. Puedes llamarme a mi móvil, cuando te lo permitan,
yo te responderé.
Antonio: Lucía… he tenido tiempo de pensar. Ese hombre no tuvo culpa de nada.
Yo… Yo no tengo porqué sentir nada en contra de él. Él es tu verdadero padre. Lo
sé. Estás en todo tu derecho de conocerlo y él de conocerte. Por las cartas que envió
a tu madre creo que debe ser un buen hombre. Sé que se enamoró sinceramente de
tu madre y que no sabía nada más. El resto de la historia tiene que ver sólo con tu
madre y conmigo. Pero lo superaré.
Lucía: Gracias por comprender, padre.
Antonio: Yo… (rompió a llorar) Yo fui incapaz de hacer que tu madre se volviera a
enamorar de mí. Es mi culpa. Lo supe muy tarde. Entré en cólera cuando descubrí
que ella aún recordaba a Fabricio, después de tanto tiempo. Luego, saber que yo no
era tu verdadero padre me destrozó por completo. No lo pude resistir. No pude
verlas a la cara. Te pido que me perdones por mi absurdo proceder. Sé que lo voy a
superar. Cuando despierte el señor Fabricio, te ruego por favor, dile de mi parte que
lo lamento profundamente. Que siento mucho haberle causado esto (El llanto lo
interrumpe) …
Lucía: (Llorando también) Padre, yo le explicaré a papá… (titubeando) … a
Fabricio. Le haré llegar tu mensaje. Yo aún no lo conozco personalmente. Pero
tengo la intuición de que él lo comprenderá todo. Pronto vas a salir. No te preocupes
por los costos médicos. Fabricio es español y está asegurado. En cuanto él preste
testimonio saldrás de aquí sin ninguna acusación. Fabricio comprenderá y te
perdonará, estoy segura. Él tiene otras dos hijas.
Antonio: ¿En serio? Tienes dos hermanas… ¿Las conociste?
Lucía: Sí, me encontré con ellas en Santo Domingo. Son bellas personas. Me sentí
muy feliz de conocerlas. Han aliviado la tristeza de la muerte de mamá. Ahora me
siento mucho mejor.
Antonio: Lucía, no te he dicho que lamento mucho la muerte de Isabel. Ese día,
parte de mí murió con ella. Fue parte esencial de mi vida. Ahora sólo me queda
recordarla y suplicarle que me perdone, donde quiera que ella esté.
Lucía: Ha sido muy doloroso para todos, padre. Pero saber que has entendido toda
esta situación me alivia de veras. Espero que tú también encuentres sosiego. Espero
que en cuando salgas, vayas al cementerio y visites a mamá. Por favor, perdónala.
Sé que ella cometió un grave error. Un error que pagó a lo largo de su vida. Ahora,
honrémosla. Por favor, ve y perdónala. Te hará bien a ti. Te dará paz…
Antonio: No, Lucía… Es Isabel quien tiene que perdonarme. Iré, pero a pedirle
perdón…
A Lucía le avisan desde la puerta del recinto que la hora de visita ha terminado.
Lucía: Ya debo irme, padre. Vendré en cuanto sea posible. Pero, seguramente ya
estarás libre. Cuídate por favor.
Antonio: (Extendiendo la mano a Lucía a través del cristal de seguridad sonorizado)
Lucía, perdóname tú a mí. Estos dos años sin tratarte. No me he portado como un
padre. Pero te quiero, hija. Seguirás siendo mi hija. Y siempre te voy a querer. En
adelante trataré de ser tu amigo. Lo prometo.
Lucía: (Levantándose para salir) Antonio, siempre vas a ser mi padre. Y como dice
la ocurrente de mi hermana menor, mejor que un solo padre, es tener dos padres
(sonrió mientras hacía un gesto de despedida con la mano).
Lucía regresó al hospital y se reunió con sus hermanas, para cenar en un restaurante del
hospital. Les explicó los detalles del accidente y sobre su conversación que tuvo recién con
Antonio en el centro de retención.
María: Es un alivio saber que fue un accidente, un malentendido.
Elisa: Pienso lo mismo. Ya le escribí a Eliécer contándole. Ha estado muy
pendiente.
Lucía: Sólo falta que papá despierte, que esté bien y que todo se resuelva.
María: Estoy segura que será pronto. El médico a cargo nos dijo, recién, que ya está
mostrando signos de recuperación. Mañana en la mañana lo evalúan para decidir si
le retiran el coma inducido. Mañana, queridas hermanas, prepárense porque seré yo
quien las presente con papá.
Lucía, Elisa y María se miraron con ojos húmedos, más tranquilas y esperanzadas,
sonriendo al mismo tiempo.
María: Por favor, Elisa, Lucía, vayan a casa. Descansen, yo me quedaré en la
camita del acompañante. Ya saben que soy, de momento, el familiar legal.
Cualquier información las llamaré de inmediato, se los prometo.
Lucía: Está bien, pero no dejes de llamar a la hora que sea. Pondré el móvil en
volumen alto, con un timbre escandaloso. Mi apartamento está relativamente cerca,
en la avenida Santa Cecilia del barrio de Triana. Por cierto, es un piso muy bonito,
les va a gustar. Cuando a papá le den de alta, nos iremos todos a la casa de Huelva.
Es un lugar muy bonito. La casa es grande, espaciosa y con una vista preciosa del
Golfo de Cádiz. Allí podemos estar el tiempo que necesite papá para recuperarse
hasta que puedan regresar a Santo Domingo.
María volvió a hacer la pregunta que quedó sin respuesta, en el desayuno de la mañana del
sábado.
María: ¿Y qué tal si nos vamos todos a vivir a Santo Domingo?
9
Te presento a tus hijas

Un médico despertó llamando a María, que aún dormitaba en la silla de la sala de espera de
la sala de urgencias.
Médico de guardia: Su padre ha evolucionado muy bien. Decidimos retirarle los
barbitúricos del coma, al medio día de hoy. Así que estimamos que ya esté despierto
y consciente alrededor de las dos de la tarde. Opino que no tendrá mayores
problemas. En el examen de ultrasonido no parece mostrar nada que temer.
María: (Espabilándose y sonriente) Gracias, doctor, muchas gracias, qué buena
noticia. Ya voy a llamar a mis hermanas.
Lucía: (Despertándose) Aló… María, ¡cómo amaneció papá! (Puso el móvil en
manos libres para que Elisa, que se acercaba, pudiera escuchar)
María: ¡Le quitarán los medicamentos del coma al medio día! … Despertará como a
las dos… ¡Pónganse bonitas, que hoy papá las va a conocer! …
Lucía: ¡Qué alegría! ¡Qué alegría! (Se escuchaba también la voz alborozada de
Elisa). María, escúchame bien, debes venir a mi casa… Elisa irá ahora en un taxi
para suplirte. Ven para que tomes una ducha, comas y te refresques, debes estar
muy cansada.
María: (Imitando la voz en tono militar) Sí, mi hermana mayor… A la orden mi
hermana mayor.
Lucía y Elisa rieron la salida de su hermana menor.
Lucía llamó al Guardia Civil que tuvo la gentileza de llevarla hasta la comandancia donde
se encontraba retenido Antonio, pero ya en la Guardia Civil estaban informados de la
posible hora en la que podían tomar la declaración de Fabricio.
Elisa llegó en taxi al hospital. Y ya frente a María intentó acordar con ella la posibilidad de
darle prioridad a la declaración oficial de Fabricio, para saber a qué atenerse con respecto a
Antonio.
María: No te preocupes Elisa, soy la primera interesada en que se resuelva este
lamentable malentendido. Y que el señor Antonio pueda salir libre y sin cargos,
cuanto antes. Estoy segura de que papá va a declarar que fue un accidente. Sé que
Lucía está muy nerviosa con esto. Yo me encargaré de calmarla. Por favor está
pendiente y si sabes de alguna reacción de papá, me llamas. En todo caso, si papá
despierta antes, trata de que sea primero el Guardia Civil quien lo entreviste. Sé que
sabes, mejor que yo, qué hacer en estos casos. Pero, por favor, déjame que sea yo
quien hable con papá antes de que las conozca a ustedes. Quiero tener el privilegio
de ser quien le presente a sus hijas, mis adoradas hermanas recién adquiridas.
Elisa: Claro que sí, María, descuida. Será como tú dices. Tienes todo el derecho de
ser la presentadora oficial de las hijas de papá. Eres la hermanita menor. La chispita,
como decimos en México, querida hermana.
A María le esperaba un taxi que la llevaría hasta el apartamento de Lucía, en el pintoresco
barrio de Triana. Lucía la recibió en la entrada del edificio. Y encargó a un restaurante algo
ligero de comer para el almuerzo. Luego de acicalarse. María comentó a Lucía lo que habló
con Elisa. Lucía, más tranquila, le agradeció a su hermana menor la nobleza de su
compresión.
Planearon que María sería la primera persona que vería Fabricio al despertar. Según como
esté de lúcido, María le hablará antes de su declaración y sobre el mensaje de Antonio.
Luego harían entrar a la Guardia Civil, para la formalidad.
Una vez que se hayan marchado los oficiales, María contaría a Fabricio sobre Lucía. Y,
acto seguido, llamaría a Lucía. Lo mismo con Elisa, que es la sorpresa mayor, pues
Fabricio no tiene ni idea de su existencia.
Lucía y María llegaron en el coche de Lucía. Aparcaron con calma y caminaron de igual
forma hasta la UCI de urgencias. No podían evitar estar algo nerviosas y emocionadas.
Camino al hospital, Elisa les había informado que el tratamiento de coma inducido ya había
sido retirado y esperaban que, de un momento a otro, Fabricio despertara.
En la sala de espera de urgencias se reunieron las tres hermanas. Se dieron un abrazo de
esperanza, y luego, María ingresó al interior del cubículo donde convalecía su padre.
Esperó alrededor de media hora, cuando un mensaje de texto de Lucía le informaba que ya
habían llegado dos oficiales de la Guardia Civil. Estuvieron dispuestos a esperar que les
avisen para entrar a tomar la declaración. Lucía miraba fijamente a su padre. Observó que
comenzaba a despertar. Así que se ubicó a un lado de la cama, ligeramente inclinada para
que él pudiera verla casi de frente, al despertar del todo.
Fabricio abrió los ojos lentamente y comenzó en segundos a procesar mentalmente todo lo
que le había ocurrido. Vio que estaba en un hospital y el rostro sonriente de su hija María.
Iba a decir algo, pero María le puso suavemente el dedo índice de su mano izquierda en los
labios, inclinándose para besarlo en la frente…
María: (Con voz suave) Dios te bendiga papá. Tranquilo, todo está bien. Ya estás
mejor y fuera de peligro. Fue un golpe fuerte y nada más. Mi papi es un hombre
recio y resistió muy bien ¿Dime cómo te sientes?
Fabricio: (Mirando su cuerpo y tratando de estirar sus manos y sus brazos)
Adolorido… Creo que he estado mucho tiempo acostado… ¿Cuánto tiempo estuve
dormido? ¿Cuándo llegaste a Sevilla?
María: Te ingresaron el domingo, como a las seis y media de la tarde.
Afortunadamente, el hospital queda muy cerca de donde tuviste el accidente. Llevas
como unas 40 horas dormido. Dime, cómo te sientes ¿Puedes mover tus piernas, tus
manos?…
Fabricio: Sí, hija, creo que todo está en su lugar…
María: Papá, debo llamar al médico de guardia para que te chequeen. Pero antes es
necesario que hagas algo muy importante. Dime… ¿Recuerdas todo lo que te pasó?
Fabricio: Sí, hija recuerdo todo perfectamente, menos desde que me caí y sentí el
golpe en la cabeza, hasta ahora. Siento todo mi cuerpo, creo que estoy bien.
Explícame ¿Cómo es que estás aquí?
María: Perfecto papá. Tengo muchísimas cosas qué decirte, del por qué estoy aquí.
Pero antes, debes hablar brevemente con los oficiales de la Guardia Civil que están
afuera.
Fabricio: (Sorprendido) ¿Guardia Civil? ¿Pasó algo grave?
María: Es que unos testigos declararon que tu caída fue causada por una agresión.
Así que detuvieron preventivamente a una persona, bajo el cargo de agresión o
intento de homicidio.
Fabricio: ¿Te refieres a Antonio Méndez? El padre de Lucía… ¿Sabes dónde está
Lucía?
María: Sí, papá… Sé dónde está Lucía. Ella viajó a Santo Domingo a buscarte
mientras tu venías a Sevilla. La conocí allá. Te estuvimos esperando, pero cuando
nos enteramos de tu accidente, viajamos juntas. Ella está afuera, en la sala de
espera. Ya lo sabe todo, papá. Que tú eres su padre. Se enteró el mismo día que
Isabel falleció. Yo la recibí y hablamos mucho. No te preocupes. Ella está
emocionada, pero está bien. Con muchas ganas de conocerte.
Fabricio: Entonces… ¡Lucía ya lo sabía! ¡Quiero verla! ¡Quiero verla por favor!
¿Puedes decirle que venga?
María: (Interrumpiendo a su padre mientras le acaricia el cabello que sobresalía de
los vendajes) Claro que sí, papá. Lucía también está muy ansiosa por entrar,
conocerte y hablar contigo. Pero antes, necesitamos resolver el asunto del señor
Antonio. Debes hablar, ahora, con los guardias civiles. Están afuera esperando.
Verás, Lucía fue a visitar a Antonio al retén donde todavía está detenido. Antonio le
juró que nunca tuvo intenciones de lastimarte. Sólo quería gritarte algo a la cara.
Pero tu retrocediste y resbalaste… Antonio le pidió a Lucía que te dijera que se
siente muy avergonzado y quiere pedirte perdón.
Fabricio: Claro que no fue intencional, hija… Fui yo que me asusté… No vi el
escalón detrás… Todo fue muy rápido… Estaba muy cansado y perdí el
equilibrio… ¿Intento de homicidio? ¡Por Dios, no! Dile a los oficiales que entren,
les diré que fue un accidente.
María: ¡Ay! Papá, eres tan lindo. Lucía te lo va a gradecer. Ya llamo a los oficiales.
María se asomó a la puerta e hizo una señal. Dos oficiales de la Guardia Civil ingresaron.
Oficial de la Guardia Civil: Don Fabricio León Hernández, somos los oficiales
Contreras y Alarcón, nos contenta que haya recobrado el conocimiento. ¿Está usted
consciente y en pleno uso de sus facultades como para prestar declaración sobre lo
sucedido el domingo pasado, alrededor de dieciocho horas?
Fabricio: Sí, oficial, recuerdo bien lo sucedido. Me encuentro bien y en plena
facultades.
Oficial de la Guardia Civil: Bien… Varios testigos del vecindario declararon
escuchar gritos agresivos de parte de don Antonio Méndez contra usted, antes de su
caída por las escaleras. En consecuencia y dado que aún usted no podía declarar, se
procedió a la detención preventiva del presunto agresor, bajo el cargo de intento de
homicidio, en grado de agresión. Por favor, don León ¿Fue usted agredido y
empujado con intenciones violentas en su contra?
Fabricio: No, oficial. Todo fue un malentendido. Yo interpreté una situación de
sorpresa de don Antonio Méndez y retrocedí sin darme cuenta. Mi caída fue un
accidente. Lamento mucho haber causado tantas molestias y preocupaciones.
Oficial de la Guardia Civil: ¿Entonces debemos entender que usted declara que lo
sucedido fue accidental y que no presentará cargo alguno en contra de don Antonio
Méndez?
Fabricio: Así es, mi caída fue un accidente. Y por supuesto que no presentaré
cargos contra el señor Antonio. Más bien le debo una disculpa por haber sido
detenido por este accidente.
Oficial de la Guardia Civil: Muy bien don Fabricio León, el oficial Alarcón ha
tomado debida nota de su declaración. ¿Puede usted leerla y firmarla ahora? De ser
así, avisaremos de inmediato al Comando para que don Antonio Méndez sea
liberado, cuanto antes.
Fabricio: Claro que sí. Permítame firmar (Fabricio firmó en la tabla con unas hojas
y un bolígrafo que le puso delante el oficial de la Guardia Civil).
Los oficiales salieron del cubículo y de inmediato ingresó el médico de guardia. María
permanecía al lado de su padre.
Médico de guardia: Don Fabricio León Hernández, me alegra que se haya
recuperado ¿Se siente bien?
Fabricio: Sí doctor, ya me siento mucho mejor.
Médico de guardia: No le hemos hallado nada grave ni en la resonancia ni en la
ecografía ni en los exámenes de laboratorio. Tuvimos que inducirle el coma porque
llegó usted inconsciente y con un severo trauma craneal. En esos casos, preferimos
prevenir para anticiparnos a un potencial derrame cerebral, por la presión de la
contusión. Pero ya se encuentra usted estabilizado y normal. El resto de los
exámenes generales indica que usted está muy sano. Le felicito. Estará el resto de la
noche de hoy en observación y seguramente mañana, alrededor de las 9 de la
mañana, se le dará el alta médica. Lo dejo entonces en la buena compañía de su hija.
No quiero volver a verlo por aquí don Fabricio (se despidió sonriendo el médico).
Fabricio: Trataré de no darle más lata doctor. Muchas gracias.
María esperó que el médico saliera del cubículo.
María: Ajá. No hay mal que por bien no venga. Te hicieron todos los exámenes que
siempre te niegas con la excusa de estar muy ocupado. En adelante, no te dejaré en
paz para que, cada año, te hagas los exámenes por precaución.
Fabricio: De acuerdo, hija. Te haré caso esta vez. Lo prometo.
María: Ahora (en tono de suspenso) ¿Estás preparado para conocer a tu hija Lucía?
Fabricio: Siento nervios, pero estoy listo. Por favor, hazla pasar.
María se asomó a la puerta e hizo señas. Lucía entró segundos después. María la tomó de la
mano y la llevó hacia el lado izquierdo de la cama…
María: Papá (con gestos parsimoniosos), te presento a tu hija, Lucía Méndez Corral,
mi bella hermana mayor…
Fabricio y Lucía se miraron unos segundos. Lucía se acercó a la cama y tomó la mano a
Fabricio.
Fabricio: ¡Dios mío! ¡Eres tan hermosa como Isabel! (le corrieron lágrimas por sus
mejillas y esta vez fue él quien tomó las manos de Lucía). Perdóname por no haber
estado. Por no haber insistido. Nunca supe de ti.
Lucía: Ya comenzaste a estar… Papá. Has llegado en el momento justo, cuando más
te necesitaba, cuando mamá se nos fue tan repentinamente (ambos lloran). Además,
ya comencé a conocerte a través de esta estrellita tan linda y ocurrente que es mi
hermanita menor (Fabricio y Lucía miran a María, a quien también le corren unas
lágrimas por las mejillas, mientras les sonríe).
Fabricio: (Mirando con lágrimas en los ojos a María) Gracias, hija, Gracias
(Mirando a Lucía). Me dijo María que viajaste a Santo Domingo este viernes
pasado.
Lucía: (A Fabricio) Sí. Llegué a Santo Domingo el viernes poco antes del mediodía.
En la tarde fui al hotel donde trabajas. Y desde que llegué he averiguado mucho
sobre ti. Ya te conozco en una buena parte. Lo más esencial y ¿Sabes qué? ¡Me
encantó! Eres exactamente como imaginé el padre que siempre quise tener ¡Y
resulta que sí, que lo tengo! Sólo que aún no lo sabía. Además, tengo a la más bella
y mejor hermanita menor que se podía tener en el mundo (señalando a María ya más
sonriente).
Fabricio: (Aún con lágrimas) ¿Puedo llamarte hija, Lucía?
Lucía: Ah, pues yo ya te he estado llamando papá, desde el viernes. Tenemos
mucho por delante, papá. Ahora necesitamos que te recuperes. Iremos a Huelva.
Visitaremos a mamá. Por favor guarda una reserva de lágrimas. Las vas a necesitar.
Pasaremos unos días juntos y luego veremos qué decidimos. Pero ahora, las
sorpresas aún no terminan (Mira a María con complicidad).
Fabricio: (Bromeando) ¿Sorpresas? ¿Me compraron un piano nuevo?
Lucía: (Riendo) No, papá, no te compramos un piano nuevo.
María: Bueno, bueno, ahora la siguiente sorpresa… En caso de que tener dos hijas
sea muy poco. Es decir, como si no fuera suficiente con tenernos a mí y ahora a
Lucía, queremos informarte que… (hace una fanfarria con la voz).
Fabricio: (Intrigado y más serio) ¿Qué…? Digan de una vez…
María y Lucía: (A un mismo tiempo) ¡Tienes otra hija!
Fabricio: ¡Qué! ¿Otra hija? ¿De qué hablan? Pero (Mirando a la puerta por donde
entraba Elisa).
Lucía ya había enviado un mensaje de texto a Elisa, como la señal para que entrase. Lucía y
María tomaron a Elisa de las manos desde la entrada de la puerta y la llevaron al lado de
Fabricio. Elisa y Fabricio se miraron fijamente por unos segundos. Fabricio la detalla en
silencio.
Elisa: (Con lágrimas en los ojos) Hola papá…
Fabricio: ¡No puede ser! ¡Te pareces a Sofía!
Elisa: (Sorprendida) Sí, papá… Me parezco mucho algo a mí madre y ceo que algo
a ti. Me llamo Elisa Elvira Ramírez Fernández. Soy la única hija de Sofía
Fernández. También llegué a Santo Domingo este viernes pasado, desde México,
para decirte personalmente que mi madre falleció hace un mes. Quería decirte que
lo siento mucho.
Fabricio: Sofía… Murió… (Cerró los ojos y se llevó las manos a la cara, se contuvo
de llorar, y luego miró a Elisa) ¡Ay! cuánto lo siento. Qué pena… Cuánto lo
siento…
Elisa: La última voluntad de mi madre fue que me hablaran de ti. El día de su
muerte fue que me supe de ti.
Fabricio: ¡Dios mío! Debiste sufrir mucho.
Elisa: Mamá me pidió que te buscara para conocerte. Y, a través de mí, pedirte
perdón. Perdón por no haberte esperado. Y perdón por ocultarte que tuviste una hija.
Una hija mexicana.
Fabricio: (Llorando) Todo este tiempo pensaba que Sofía me odiaba.
Elisa: Odiarte no lo creo, papá. Tuvo miedo de quedarse sola esperando un hijo. Así
que regresó a su pueblo natal, Puebla. Allí la esperaba un compromiso matrimonial
que había dejado pendiente antes de conocerte y enamorarse de ti.
Fabricio: ¿Sofía estaba comprometida? Nunca… Jamás me lo dijo.
Elisa: Se enamoró de ti, papá. Y una mujer enamorada pues… puede que pase por
alto algunas cosas de su pasado (sonrió aún con las lágrimas en sus ojos).
Lucía: (Interrumpiendo) Papá, ninguna de esas mujeres te dijo nada cuando te
conocieron. Pero todas estaban casadas o comprometidas… (Sonriendo) Dime, qué
tienes que haces que las mujeres oculten su pasado para seducirte (todas las
hermanas rieron).
Fabricio aún no salía de su asombro
María: Bueno… Pero, a cambio de los engaños de esas malvadas mujeres, te han
retribuido con una generosa compensación. Ahora tienes tres hermosas hijas. Te las
presento. Lucía (señalándola con las dos manos) es economista y doctora en
finanzas. Es además una destacada profesora e investigadora universitaria. Creo que
eso ya lo averiguaste. Es también una extraordinaria persona. Desde que la conocí,
hace cuatro días, quedé más que convencida y la recomiendo para cualquier cosa,
sin lugar a ninguna duda.
Fabricio: Encantado de conocerte, Lucía… Ahora puedo decirte que tu nombre,
Lucía, se lo sugerí a tu madre, cuando imaginaba en voz alta que algún día
podríamos tener un hijo. Lucía es el nombre de mi abuela materna. Y Fernando, de
mi abuelo, si era varón. Quedé tan sorprendido cuando supe de ti. Que Isabel te
bautizó con el nombre de Lucía. Tu mamá ya me comentó sobre ti y me sentí
plenamente orgulloso (Se le humedecen los ojos).
Antes que Fabricio volviera a llorar, María hace otros ademanes teatrales.
María: Papá… Ahora te presento a tu hija Elisa… Ella es licenciada en
administración, con una maestría en organización de empresas. Tiene su propia
firma de asesorías empresariales. Es una impecable profesional. Es, además, la
persona más dulce que he conocido en mí vida. Me encantó desde el primer
momento que la conocí y eso que fue sólo hablando por teléfono.
Fabricio: Elisa, qué hermoso nombre. Sólo Sofía pudo conseguir un nombre tan
bello. Estoy muy impresionado.
Elisa: Creo que tú la inspiraste.
María: Y yo (Sonidos de fanfarria con la voz) Tu pequeñita… Tu más consentida,
tu pequeño caos. Tu inteligente hija menor, acaba de terminar su carrera de
programación (todos aplauden). Pronto me darán el título de licenciatura. Y,
además, también soy empresaria, gracias a ti.
Fabricio miraba impresionado a sus tres hijas en la medida en que le hablaban y
gesticulaban.
Elisa: También puedes llamarme hija, papá. Yo, sin saberlo, te he esperado toda la
vida. Igual que María, me sentía incompleta de algún modo. Lo supe cuando supe
de ti. Tuve la fortuna de un buen padre que me criara, se llama Eliécer. Ya lo
conocerás y te contaré de él. Pero, desde que supe de ti, sentí que te había esperado
toda mi vida (tomando la mano de Fabricio). Es la primera vez que siento tus manos
y es como si tocara las de mi madre. Sentí lo mismo cuando escuché la voz de
María por teléfono. Y lo mismo sentí cuando conocí a Lucía. Cuando las tomé de la
mano a ellas (señalando a sus hermanas), supe que lo que me faltaba por fin había
llegado. Eres tú, papá, y contigo, llegaron mis hermanas.
Fabricio: ¡Ay! Hija… No sé qué decirte… Todo esto es tan… Tan inesperado, tan
sorprendente… ¿Cómo fue que se conocieron? Es increíble…
Elisa: Llegué el viernes muy temprano a Santo Domingo. Salí en el vuelo desde
México a la media noche del jueves. Tú ya habías partido a España en la mañana
del jueves. Es como si planearas que me encontrara primero con mis hermanas ante
que contigo. Pero todo estuvo muy bien.
Lucía: Finalmente, María fue quien nos reunió. Ella, con su intuición, sospechó que
Elisa y yo teníamos que algo ver con tus historias románticas de España y de
México. Así que nos invitó a cenar en el hotel donde trabajas. Y allí descubrimos
que somos hermanas.
Fabricio: Hijas, todo es tan increíble…
María: Concluimos que eres todo un Casanova. No nos vas a negar que tienes tus
encantos. Además, donde pones un ojo, pones la bala. ¡Mira que embarazar tres
mujeres en tan poco tiempo! (Vuelven a reír).
En ese instante entra una de las enfermeras de guardia…
Enfermera de Guardia: Veo que se siente mucho mejor don Fabricio. Lamento
arruinarles la velada, pero las visitas a esta parte de urgencias están restringidas a
una sola persona. El doctor jefe hizo una excepción, pero ya debo pedirles que, por
favor, se retiren. El paciente necesita reposo. Sólo puede quedarse un acompañante.
Fabricio: (A sus hijas) Por favor, les ruego que vayan todas a descansar del
hospital. Lucía, como la mayor, te pido que te lleves a tus hermanas a tu casa. Pero
antes, dales un buen paseo por Sevilla. Qué tal por la Plaza España o a escuchar
sevillanas con vino por Triana. Vayan a celebrar, por favor. Háganlo en mi nombre.
Me siento bien y me portaré bien, lo prometo, para que mañana me den de alta, sin
falta. Uf, ya he tenido demasiadas emociones fuertes por hoy ¿No les parece? Estoy
inmensamente feliz. Y con mucho en qué pensar. Debo ordenar ideas. Hay muchas
cosas que quiero hablar con ustedes. Qué tal si, antes que nada, van a buscar a
Antonio, cuando salga de la comandancia. Lucía, preséntale a tus hermanas. Dile,
de mi parte, que me disculpe más bien él a mí por haberlo metido en ese lío. Dile
que yo no tengo ningún resentimiento contra él. Y que espero que hablemos antes
de que me vaya.
Las hermanas se miraron.
Lucía: Tan hermoso mi padre (a sus hermanas). Creo que papá tiene razón ¿Nos
vamos? Hay mucho que hacer, visitar lugares bellos de Sevilla, escuchar sevillanas
y probar muchos vinos. Mucho por hacer en lo que queda de día. ¿Qué dicen?
María: Estoy muy de acuerdo con papá. Te vamos a complacer. Te dejaremos
descansar. Nos vamos, pero toma (le entrega el teléfono que Fabricio compró al
llegar a Madrid), para que nos llames, apenas te sientas un poquito mal o cuando
necesites que una de tus hijas venga a consentirte (todas se ríen).
Fabricio: Vayan tranquilas, disfruten Sevilla, que es una ciudad hermosa. Es
increíble verlas juntas. Déjenme procesar todo esto. Porque ya me estoy creyendo
que todos esto es un sueño y que aún estoy dormido.
Lucía, Elisa y María besaron a Fabricio casi al mismo tiempo. Se despidieron y se
marcharon. Ya a solas, Fabricio tenía mucho en qué pensar. Tres hijas. Como si de pronto
recibiera una bendición. Es más, de lo que él habría esperado.
10
Termina un ciclo, comienza un ciclo

A las ocho y media de la mañana del miércoles, las tres hermanas se presentaron en la
Unidad de Urgencias del hospital. Esperaron que la junta médica terminara su recorrido
rutinario. A la salida del área de cubículos, el médico jefe se detuvo frente a Lucía, Elisa y
María, quienes ya se habían puesto de pie.
Médico jefe: Buenos días, jóvenes... (Mirando su tabla) Don Fabricio León
Hernández, ya está dado de alta. (Mirando a las jóvenes) Por favor, cuídenlo mucho.
Lucía, Elisa y María: (A un mismo tiempo) ¡Sí doctor!
Las jóvenes entraron en el receptáculo justo cuando la enfermera entregaba a Fabricio la
ropa y lo que llevaba encima, cuando ingresó al hospital. Luego, la enfermera se dedicó a
recoger el equipo de asistencia médica. Fabrico se puso de pie, algo mareado, y sus hijas lo
ayudaron a llegar hasta el baño. Mientras, María ponía en una bolsa la ropa ensangrentada.
María sacó de un bolso de mano ropa limpia y habló en voz alta:
María: Papá… Nos tomamos la libertad de ir al hotel donde te hospedabas y
cancelamos la cuenta. Tu equipaje está en el apartamento de Lucía. Te trajimos ropa
limpia.
Fabrico: Gracias, hija… ¿Me llevarán ver a Antonio antes ir a cualquier parte?
Lucía: Ya acordé con él, papá. Desayunaremos tartas y café, todos, en La
Cacharrería (Dirigiéndose a sus hermanas). Es un sitio con desayunos exquisitos.
Tendrás oportunidad de hablar con él. También quiere pedirte disculpas.
Salieron del hospital. Fueron los cuatro, padre e hijas, en el automóvil de Lucía hacia el
café. Llegaron y ya se encontraba Antonio apartando una de las pocas mesas dispuestas del
local en la parte exterior. Lucía se adelantó y, esta vez, presentó formalmente a Antonio con
Fabricio.
Lucía: Padre, te presento a mi papá (todos sonrieron).
Ambos hombres se dieron la mano. Todos se sentaron.
Fabricio: (hablando casi al mismo tiempo que Antonio, pero éste, le cedió la
palabra) Soy yo quien debe pedirte disculpas, Antonio, por el modo tan sorpresivo
como me presenté. Lo demás fue un accidente. Lamento mucho que hayas tenido
que pasar dos noches en una celda.
Antonio: Soy quien debe disculparse contigo, Fabricio. Me siento responsable de tu
accidente. No debí reaccionar así. Por lo de las dos noches en la comandancia, no te
preocupes. Realmente, me sirvieron mucho para reflexionar sobre mis errores.
Puede usted contar conmigo señor Fabricio. Sé que a Lucía le hará muy bien
conocerlo. Y sé que a usted también, le hará muy bien conocerla. Se sentirá tan
orgulloso de ella, como lo estoy yo. Sólo me falta que Lucía sepa perdonarme, por
mi injustificable comportamiento para con ella y, sobre todo, para con Isabel.
Gracias por su comprensión Fabricio.
Lucía: Me encanta este momento (Todos sonrieron) ... Cuando la racionalidad y el
buen sentido de la vida se imponen por sobre la insensatez.
Lucía hace una pausa reflexiva y mirando a todos, habla en un tono de solemnidad.
Lucía: Padre (señalando a Antonio), papá (señalando a Fabricio), queridas
hermanas, tengo algo importante que anunciarles. (Todos la miraron expectantes)
He decidido renunciar a mi cargo en la Universidad de Sevilla.
Todos quedaron sorprendidos…
Fabricio: ¡Pero hija! ¿Estás segura?
Lucía: Muy segura, papá. El Comité de Ética acaba de enviarme un correo con su
decisión sobre mi caso. Me dieron la razón (hizo un gesto triunfal con el brazo
derecho (todos exclamaron expresiones de alegría). Desestimaron la denuncia en mi
contra y decidieron amonestar a los profesores denunciantes por denunciarme sobre
supuestos falsos. Quedé libre de toda posible acusación. El caso ya está cerrado.
Fabricio: Te defendiste y los derrotaste, hija…
Lucía: Así es papá. Sin embargo, mi ambiente de trabajo ya ha sido muy dañado.
Mis colegas acusadores no se quedarán tranquilos. Temo que empeorarán sus
acciones hostiles. La verdad, ahora no estoy en condiciones de resistir eso. Creo que
regresar a mi cátedra me haría mucho más mal que bien. Ya no podré trabajar a mi
gusto. Estaré rodeada de un ambiente irrespirable.
Todos escuchan atentamente a Lucía.
Lucía: Ya lo estaba, desde hace mucho. Créanme, es incómodo y desagradable.
Tanto que tuve que reaccionar. Y por eso me acusaron ante el Comité de Ética. No
pudieron sacarme del medio, pero el aire que se respira es tan desagradable que, en
vez de sentirme a gusto con mi trabajo, lo sufro como una tortura.
Lucía hizo una pausa reflexiva y trató de ampliar el motivo de su importante decisión.
Lucía: Quienes me han atacado y acusado son colegas. Están muy fanatizados en el
extremismo ideológico, que es incompatible con el ambiente que debe caracterizar
una universidad. El fanatismo se ha infiltrado en nuestras instituciones. Es una pena.
Pese a esto, estaba dispuesta a enfrentarlo, hasta que ocurrió la partida de mi madre,
que es muy dolorosa para mí. Reconozco que me ha debilitado. Sin embargo, estoy
segura de que me recuperaré y continuaré defendiendo la libertad intelectual en la
que me formé. Y ahora que he conocido a mi padre y a mis hermanas, pues siento
que me merezco otro ambiente, para poder disfrutar de mi familia. Ahora tengo una
familia hermosa familia que atender.
Antonio: ¿Estás segura, Lucía? Trabajaste mucho para obtener ese cargo.
Lucía: Sí, padre. Es verdad, trabajé muy duro para obtener el puesto de docente
investigadora de una universidad tan importante en España. Pero ahora, estoy muy
segura. Debo seguir adelante. Créanme, hay mucho por hacer en mi campo
científico. Y quiero hacerlo en las mejores condiciones posibles.
Elisa: Pero… Si abandonas el cargo, Lucía, tus agresores lo interpretarán como un
triunfo. Creerán que fueron ellos quienes han ganado.
Lucía: No, querida hermana. No las tienen tan fácil. Una muy querida amiga,
compañera de estudio, que egresó conmigo con honores, me aceptó el reto de
concursar por el cargo que dejaré. A los fanáticos les será muy difícil derrotarla. Mi
amiga es mucho más frontal que yo. Ella me hará un buen relevo. Se las verán con
ella. Eso me tranquiliza mucho.
María: Mi hermana mayor ha pensado en todo. Me encanta. Y (mirando a Lucía con
expectativa) ¿Qué piensas hacer, Lucía?
Lucía: Fuiste tú precisamente, María, la que me dio la idea. Nos hiciste una
pregunta a mí y a Elisa, que aún no te hemos respondido. Yo porque no pude
responder en ese momento, en medio de estos días tan intensos. Pero me hiciste
pensar mucho. Ahora, querida hermanita menor, te la voy a responder. He decidido
compensar el tiempo que dejé de disfrutarlos a ustedes. Así que pasaré un buen
tiempo cerca de mi papá. He decidido irme a Santo Domingo.
María: (Parándose de súbito y levantando los dos brazos con un grito de alegría)
¡Ay! Qué alegría… Voy a estar cerca de mi hermana mayor (mueve los brazos en
señal de alborozo y abraza a Lucía con entusiasmo).
Lucía: Soy yo la que está muy feliz de tomar esa decisión María.
Elisa: Pues yo también estoy contenta. Mucho. Lucía, yo te apoyo.
Lucía: Cuando decidí viajar a Santo Domingo a buscar a papá, me encontraba en
medio de este conflicto en mi trabajo. Ser sancionada estaba dentro de las
posibilidades. Así que eché un vistazo a las opciones de trabajo como profesora en
las universidades dominicanas o como economista en alguna empresa. Y me
encontré casualmente con el nombre de una profesora muy querida, que me dio
clases en la Universidad de Sevilla. Le escribí preguntándole qué posibilidades de
trabajo había para mí. Ella me respondió de inmediato, asegurándome que, si me
decido, podía ofrecerme una plaza segura para mí, de investigación y docencia, que
es lo que me gusta. Así que le acepté la oferta… ¡Y listo! He decidido recuperar
tiempo perdido con mi padre Fabricio y con mis hermanas.
Fabricio: Fantástico… Puedes quedarte en la casa, que también es tu casa, el tiempo
que sea necesario.
Lucía: Gracias Papá. Me quedaré un tiempo, claro que sí. Tu casa es grande y
acogedora. Luego, veremos. Ya sabes que suelo ser muy independiente,
probablemente me buscaré un hábitat para mí.
María: (Vuelve con movimientos de algarabía) ¡Qué alegría! ¡Qué alegría!... Sólo
falta Elisa. Sólo falta Elisa. Para todo este milagro esté completo.
Elisa: Pues… También me quedé dándole vueltas tu pregunta, María. Yo la tengo
más fácil que Lucía. Porque mi trabajo principal es mi firma independiente. Y ya
terminé mi maestría. Mi ancla en Puebla era mi mamá. Y ahora que ya no está,
pues, necesito retomar muchas cosas de nuevo. Mi padre Eliécer se quedará con la
casa. Ya está jubilado de su trabajo en el municipio. Estará bien y no le faltará nada.
La verdad es que me gustaron esas playas tibias de Juan Dolio. Y vi muchos
restaurantes mexicanos en Santo Domingo. Así que no extrañaré tanto la comida de
mi país.
María: ¡Excelente! ¡Genial! Entonces te vienes con nosotros. Se me ocurre…
Elisa: (Interrumpiendo a María) Se me ocurre… A ver… Qué te parece, María, si
hablamos de negocios. Si repotenciamos tu pequeña empresa de productos de
programación y tecnologías digitales. Qué tal si aporto un modesto capital que
tengo ahorrado. Soy muy ahorrativa. Pero mamá me reñía acusándome de tacaña.
Nada que no se pueda corregir. Qué tal, María, si ampliamos la empresa. O la
franquiciamos. ¿Qué te parece?
María: (Mirando a Elisa con expresión de grata sorpresa) ¡Ay! Me gusta. Me
encanta cómo suena esa idea. Tenemos que consultar a papá, que también es socio
capitalista de la empresa. ¿Qué dices, papá?
Fabricio: Que suena muy bien. Lo apruebo. Y hasta podría aportar algo más de
capital si es necesario.
Elisa: Pues listo. Lo conversaremos con más detalles. Diseñar empresas es mi
especialidad y lo que más me gusta de mi carrera.
Antonio: Y hablando de capital. Delante de todos ustedes, debo anunciarle
formalmente a Lucía, que ya casi tengo vendida la franquicia del mercadito que
Isabel y yo teníamos en Huelva. La mitad de ese dinero era de Isabel y ahora es
tuyo, Lucía. Es sólo cuestión de días para que ya puedas disponer de ese capital. No
tendrás que vender nada de tus cosas aquí en Sevilla. Tendrás suficiente para
financiar tu proyecto de mudarte a Santo Domingo. Puedes conservar tu
apartamento aquí. Y también, la casa de tu madre en Huelva. Es toda tuya. Yo te
cedo mi parte. Ya le di indicaciones al abogado para que tramita los documentos de
propiedad. Ya sabes que abrí un comercio aquí en Sevilla. Me está yendo bien. Así
que no tienes de qué preocuparte por mí.
Lucía: Ay, padre, es un gran gesto. Gracias por tu apoyo. Ya sabes que puedes usar
la casa de Huelva cuando te sea necesario. Y también quiero decirte que estaremos
en contacto. Yo vendré a Andalucía en temporadas.
Elisa: Ah… Mi hermana mayor también tiene capital. Creo que tendremos pronto,
una productiva charla de negocios entre nosotras, queridas hermanas.
María: Yo encantada de incorporar dos socias más para crecer con la empresa. Qué
tal si la rebautizamos. La podríamos llamar… “Tresher”, acrónimo de tres
hermanas.
Lucía: ¡Qué creativa eres hermanita! Elisa, tiene razón sobre María… ¡Es una
chispita!
Antonio: Ya saben que aquí en Sevilla tienen un amigo, dónde llegar. Lucía siempre
será mi hija. Y ahora, creo que, al fin, ella y yo podremos ser amigos.
Lucía: Gracias, Antonio. Tú siempre serás mi padre. Vendré a verte, lo prometo.
También podrás visitarme a la isla dominicana, cuando te plazca. Tienes invitación
abierta. Me tendrás siempre para ti por allá.
María: Ya saben… Mejor que un solo padre, son dos padres… (Risas de todos.
María mirando con sentimiento a Fabricio) No te ofendas, papá, como yo no tengo
un segundo padre, pues para mí, tú vales por dos.
Lucía: Bueno, ya es hora de partir. Tenemos un viaje a Huelva…
Fabricio: Permítanme pagar esta cuenta (a sus hijas) ustedes ya pagaron mi hotel.
Antonio: De ninguna manera, por ser yo de Sevilla, seré el anfitrión. Ya dejé mi
tarjeta antes que llegaran.
Fabricio: Te agradecemos Antonio. Gracias por aceptarme. En mí tienes un amigo.
Antonio asintió en silencio agradecido. Todos se levantaron de la mesa. Lucía toma a
Antonio del brazo y lo aparta del grupo para decirle:
Lucía: Padre, quiero decirte que siempre te estaré agradecida por todos estos años.
De lo que soy hoy, te debo buena parte a ti. Siempre tendrás mi amor, mi respeto y
mi devoción. Sé que amaste a mamá y que actuaste por amor. Quiero que sigas
siendo mi padre. Quiero que estés bien y que sigas formando parte de mi vida. Así
que, estemos donde estemos, siempre estaré pendiente de ti. Dame un abrazo
querido padre.
Antonio escuchó en silencia a Lucía. Sonrió y se abrazaron. Permanecieron así durante
unos segundos. Luego, Antonio se despidió afectivamente del grupo, que partieron al
apartamento de Lucía. Ya en el apartamento, Elisa toma de la mano a María para llevarla a
la habitación que Lucía tenía habilitada como su estudio.
Elisa: María, quiero que veas este detalle (le señala un cuadro en el centro de una de
las paredes del estudio).
María: Es una pintura de naturaleza muerta, con… ¡Con narcisos amarillos! Lucía
decía la verdad ¡Los narcisos son sus flores favoritas!
En ese momento, Lucía entra al estudio…
Lucía: ¿Les gusta mi estudio? Pienso tener una parecido en Santo Domingo.
Elisa: Admirábamos la pintura, Lucía (señalando al cuadro).
Lucía: Ah… (Sonriendo) Cuando María se sentó en mi mesa del restaurante del
hotel, con un jarrón de narcisos amarillos, quedé impresionada. Esta chica, pensé,
tiene algo que ver conmigo.
María: Ya sabemos que regalarnos entre nosotras. Quiero ofrecerte una habitación
grande para tu estudio Lucía. Y una oficina espléndida para ti, Elisa, para que des
rienda suelta a tu genio empresarial.
Lucía propuso posponer la ida a Huelva para la mañana siguiente. Insistió para que Fabricio
se quedase a descansar por recomendación médica. Viendo las miradas solícitas de sus
hijas, tuvo que aceptar. Mientras, las jóvenes decidieron continuar el recorrido turístico por
Sevilla.
A la mañana siguiente, llegaron a Huelva. Conocieron y se instalaron en la casa de Isabel.
Pasearon todos juntos por la orilla de arenas amarillas de la playa Mazagón.
En la tarde, visitaron la sepultura de Isabel, en el Cementerio Parroquial de Moguer. Cada
uno llevó un ramo de narcisos amarillos. Dejaron a solas a Fabricio, quien se quedó un
buen rato sentado al lado de la tumba de Isabel. Las jóvenes dieron una vuelta por los
alrededores, conversando entre ellas.
María: Hermanas, yo debo regresar a Santo Domingo. Tengo muchas cosas
pendientes con la universidad, con la empresa y con el trabajo en el Intercontinental.
Trataré de conseguir un vuelo para este sábado. Les pido que ustedes se queden
unos días con papá. Él necesita conocerlas. Y ustedes a él. Papá también necesita
recuperarse por completo de ese golpe en la cabeza, hasta quitarse por completo los
vendajes. En Santo Domingo lo llevaré yo misma a chequearse, para estar seguras
que esté todo bien.
Elisa: Qué les parece si de aquí nos vamos a México, a Puebla. Para que papá pueda
visitar la tumba de mi mamá. Y tú, María, viajas a México desde Santo Domingo
para reunirnos.
María: ¡Es una gran idea! Necesitaré al menos de lunes al miércoles de la semana
que viene, para resolver gestiones. Dejaré andando todo y pediré unos tres días en el
Intercontinental. Qué tal si programamos para el viernes próximo. Nos veríamos en
Ciudad de México y nos tomamos el resto de la semana, antes de regresar a Santo
Domingo.
Lucía: Es un estupendo plan. Lo apoyo. Yo sólo necesito un par de días más para
arreglar el papeleo de la universidad. Ya casi que salía de vacaciones de todos
modos. Me las tomaré en serio esta vez. Ya veré cuando me toque volver a Sevilla,
para otros trámites. Creo que será más adelante, no tengo prisa. Necesito
despejarme con ustedes. Cuenten conmigo, hermanas (mirando a María). María,
Elisa y yo nos haremos cargo de papá. Tú ve tranquila a Santo Domingo.
Elisa: Y yo me haré cargo de ustedes, allá en México. Les va a gustar. Mi país es
hermoso.
María: (Mirando al cielo en señal de pedir una explicación) ¿Por qué no las conocí
antes?
Esa noche, las jóvenes y Fabricio cenaron en un restaurante clásico, El Rincón de la Tita,
donde Lucía acordó con sus dueños invitar a su padre a tocar el piano. Fabricio aceptó tocar
a condición de que María cantase al menos una o dos canciones. La tierna voz de María
hizo callar al público para escucharla. Lucía y Elisa quedaron sorprendidas. Su hermanita
menor era toda una vocalista.
Una semana después, María esperaba a Fabricio, a Lucía y a Elisa, en el Aeropuerto
Internacional Benito Juárez, de la ciudad capital de México. Había llegado horas antes, en
vuelo desde Santo Domingo. Su padre y hermanas llegaron a tiempo. Ya reunidos,
decidieron permanecer esa noche en la bella capital mexicana, antes de partir en un vuelo,
por la tarde del día siguiente, a Puebla de Zaragoza.
La hermosísima Heroica Puebla de Zaragoza, su nombre oficial, es una de las ciudades más
antiguas de México. Situada equidistantemente entre Ciudad de México y la ciudad
portuaria de Veracruz, exhibe una arquitectura que puede resumir todas las épocas de la
cultura universal. Su agradable clima templado y su intenso ambiente cultural resulta muy
atractivo tanto para sus habitantes y en especial para sus visitantes.
En Puebla, padre e hijas decidieron cerrar el largo ciclo que los mantuvo separados por
muchos años. Juntos visitaron el Panteón de la Piedad, en el centro de Puebla, donde
descansan los restos de Sofía Fernández. Y al igual que con Isabel, llevaron narcisos
amarillos y le rindieron un homenaje a su recuerdo. Elisa lo agradeció mucho y decidió
llevarse un recuerdo de su madre para hacer un altar en su nombre en Santo Domingo, tal
como lo acordó con Lucía sobre Isabel, cuando estaban en Huelva.
Conocieron a Eliécer, el padre de crianza de Elisa. Los estaba esperando e hizo de anfitrión
los días que se hospedaron en la casa de Elisa en Puebla. Fabricio, Lucía y María le dejaron
una invitación abierta para que visitara Santo Domingo, cuando quisiera.
Padre e hijas acordaron que sólo les faltaba un viaje a Valencia, Venezuela, para concluir el
periplo visitando la sepultura de Beatriz. Se comprometieron a cumplirlo, con María quien,
desde su partida de Venezuela, no había podido regresar. Sin embargo, en cinco años la
casa materna de María se mantenía en lo posible, gracias a los aportes de María y del
cuidado de las amigas de su madre que aún vivían en la casa.
Ya de vuelta a Santo Domingo, Lucía y Elisa dedicaron tiempo para adaptarse al nuevo país
que eligieron como sede de la nueva familia que desean construir. Elisa se puso al frente de
la nueva empresa refundada, “Tresher”, donde las tres hermanas invirtieron capital junto
con Fabricio, Antonio y Eliécer, que también se sumaron a la iniciativa. Ya era una
empresa accionaria.
Lucía logró ubicarse como profesora a medio tiempo en la Universidad Nacional Pedro
Henríquez Ureña. Y el resto de su potencial tiempo laboral lo dedicó a trabajos de
investigación y asesoría financiera internacional. Su futuro profesional lucía prometedor.
Elisa se dedicó a tiempo completo en la administración empresa tecnológica, intentando
expandirla a otras ciudades del país. Mientras que María se dedicó a los inventarios de
tecnología y a algunas asesorías en programación, en su tiempo libre.
La nueva familia no perdía ocasión para dedicarse tiempo y compartir entre ellos. Estaban
superando el ciclo triste de las muertes maternas. Comenzaban a abrir un nuevo ciclo en sus
vidas.
11
El hombre del piano

Fabricio cumplirá 55 años, el 28 de diciembre. Aunque decidió mantener su trabajo de


relacionista público en la administración del hotel, siguió con su plan de reducir
compromisos musicales, que lo mantenían viajando frecuentemente, alejándolo de María.
Ahora tenía dos razones más para evitar las frecuentes ausencias. Lucía y Elisa.
Para Fabricio, Lucía es la madurez. Su relación con Lucía resultó estrecha, íntima y
nutritiva. Ambos comenzaron a entenderse muy bien. La formación en filosofía de Fabricio
aportó a Lucía enfoques novedosos para sus estudios de finanzas públicas internacionales.
Ambos disfrutaban conversar y discutir sobre diversos temas. Y casi siempre coincidían en
los enfoques. La relación padre hija fue fluyendo natural hacia la madurez intelectual. Y,
sobre todo, con paz emocional. Tuvo razón Isabel. Fabricio y Lucía, padre e hija, estaban
hechos uno para el otro.
Para Fabricio, Elisa es la dulzura. También logró una estrecha relación con Elisa. Además,
se beneficiaba de su buen juicio y su carácter reflexivo y abierto. Fabricio halló en Elisa un
contrapeso realista para sus reflexiones filosóficas y poéticas. Elisa contribuyó evitando que
cayera en sus recurrentes estados de melancolía. Ella lo traía al mundo real, sin hacerle
renunciar sus anhelos estéticos como el artista que siempre fue. Elisa era su punto de
equilibrio. Que tanta falta le hizo en su vida. No sólo era su hija dulce. Era también un
sólido pilar para sostenerse.
Elisa por su parte, encontró en su padre el espacio íntimo que necesitaba para sus ideas y
sus perspectivas existenciales. Fabricio fue su cálido refugio. Donde se sentía
correspondida plenamente de afecto y comprensión. Fabricio sabía escucharla sin juzgarla,
pero agregando opciones a sus ideas. A ambos les unía la nobleza y la ternura. Elisa
comenzó a frecuentar el restaurante del hotel donde trabajaba Fabricio para coincidir lo más
posible con él. A los dos les encantaba compartir almuerzos y temas muy concretos de
negocios, planes, personas, lugares y hasta sentimientos íntimos.
Para Fabricio, María es la alegría. Siguió siendo su fuente principal de felicidad, allí donde
parecía imposible de haberla. Desde que había llegado a su vida, siendo una adolescente
asustada y triste, tuvo en ella una inagotable fuente de inspiración en los momentos más
adversos. María poseía un poderoso instinto, tan optimista como realista, sobre el mundo.
Siempre sacaba una ventaja de los peores momentos. María fue el lado luminoso de la
realidad, que rescató a Fabricio de una vida solitaria, melancólica y nostálgica. Su vida
pudo haber sido vacía y hasta trágica, pero no lo fue. Todo cambió de un vuelco con la
súbita llegada de María.
María por su parte encontró en su padre un soporte vital. Su adulto orientador. Su mejor
amigo. Compartir con él los problemas, las resoluciones, las dificultades, los conflictos, los
éxitos, los fracasos, las celebraciones, las angustias… Y, sobre todo, el arte. El arte de la
música, donde ella y su padre podían viajar a dónde se los permitiera los anhelos. María
sabía, que parte de lo ella es ahora, se lo debía a ese encuentro fortuito entre quienes le
dieron la vida, su madre y su padre. Su madre ya no está. Pero en su padre se encuentran
resumidos en uno.
Ese mismo efecto impulsivo e inspirador lo trasladó María a sus hermanas, Lucía y Elisa.
La rápida compenetración entre las jóvenes, desde el momento en que se conocieron,
ampliaron la forma y el fondo de sus relaciones. Ahora, suelen buscar juntas la armonía
escondida o mezclada con la adversidad. Todas ellas se han influenciado unas con otras.
Han sabido resolver sus diferencias, buscando siempre la guía del equilibrio. No se
conocieron antes de ser adultas. Pero bastó poco para descubrir que ya se conocían, como si
hubieran compartido sus vidas desde la niñez.
Hace pocos meses, Lucía, Elisa y María eran unas completas desconocidas. Todo cambió
aquella memorable tarde, en el restaurante del Hotel Intercontinental. Aquel encuentro
casual donde se descubrieron como hermanas de toda la vida que siempre fueron. Cada una
de ellas ha valorado ese y los demás momentos que ahora comparten, como un tesoro
perdido, por fin hallado. Se volvieron más entusiastas. Aprendieron a tenerse y a contarse
unas a las otras. Constituyeron una hermandad a prueba de las más hostiles circunstancias.
Compensaron el vacío de sus pérdidas. Sustituyeron recuerdos tristes de Isabel, de Sofía y
de Beatriz, por bellos e inolvidables recuerdos de Isabel, Sofía y Beatriz. Como si aquellas
tres mujeres tan distintas, que sin querer las trajeron al mundo, hubiesen trascendido a la
muerte.
Fabricio mantuvo su estatus de pianista de ocasiones especiales. En especial, cuando
algunos huéspedes notables visitaban el hotel. Y para el día de su cumpleaños, la empresa
le propuso que le permitiera organizarle una celebración en su honor y en agradecimiento
por la satisfecha relación laboral, que por años tenían con Fabricio.
Fabricio accedió. Asumiendo los gastos, la empresa contrató a María para que se hiciera
cargo del festejo. María aceptó encantada. Optó por reunir a los amigos más cercanos de
Fabricio. Algunos de ellos, residenciados en otros países. También fueron incluidos
Antonio y Eliécer. A la selecta lista se extendió una invitación para viajar a República
Dominicana, con alojamiento incluido como huéspedes especiales en el clásico el hotel de
la capital.
Las tres medio hermanas se confabularon para que Fabricio conociera a una profesora de
historia y filosofía, que trabajaba en la mima universidad de Lucía. No tenía hijos. Se había
divorciado años antes y tenía unos años menos que Fabricio. Reunía el perfil que, intuían
ellas, podía cautivar a su padre. Deseaban que su vida solitaria y nostálgica terminara con
un nuevo romance que, esperaban, fuera esta vez algo más duradero. Qué mejor si pudieran
lograr que, en día de su cumpleaños, ambos empedernidos solitarios lograsen encontrar
algo de romance mutuo, necesario para emprender una relación satisfactoria.
El día de la fiesta, al filo del año nuevo por venir, el salón del gran Hotel Intercontinental se
engalanó con detalles, pero con sencillez. Fabricio alardeaba de alegría, presentando a sus
hijas. Reencontrándose con viejos amigos de música y de sus círculos filosóficos. Prometió
a sus hijas atender a la profesora de historia, que aquella noche se presentó radiante y muy
atractiva. Tuvo que reconocer que sus hijas tenían buen gusto.
Una pequeña orquesta amenizaba el festejo con música tropical. Hasta que, una hora antes
de la media noche, se anunció la presentación de María como la cantante especial de la
noche. De acuerdo con sus hermanas, eligieron un repertorio de canciones cuyas letras
intentaban narrar, de algún modo, el recorrido sentimental de su padre. La trayectoria de un
hombre solitario, que tuvo que esperar muchos años para ser recompensado por los amores
fallidos: sus tres hijas. Una historia de ausencias, de nostalgias y de pérdidas. Las pérdidas
de la muerte. Pero también, una historia que dejó abierta una nueva oportunidad. Una
historia triste, que aún no tiene un final. Pero que, hasta ese punto, ya es una historia feliz.
Lucía, Elisa y María eligieron como canción final la más emblemática. Escuchada en tres
tiempos distintos por Isabel, por Sofía y por Beatriz, quienes jamás se conocieron. Pero esa
canción las conectó para la posteridad de sus hijas. Para Lucía, Elisa y María, esa canción
debió tener un mágico poder de enlace. Capaz de atraer a seres tan diferentes como
predestinados quedar unidos en el recuerdo y en la presencia. Una canción que sólo resume
un momento. El momento de aquellos encuentros aleatorios con consecuencias fantásticas.
Para esa canción tan especial, pidieron a Fabricio que tocara el piano.
Y la voz de María se proyectó con fuerza y belleza conmovedora por todo el salón,
sobrecogiendo en silencio a todos los invitados.
“Toca otra vez, viejo perdedor
Haces que me sienta bien
Es tan triste la noche, que tu canción
Sabe a derrota y a miel”

Fin
Bernardino Herrera León
Es hispano-venezolano, nacido
en La Guaira, Venezuela en 1958.
Historiador, profesor jubilado de
la Universidad Central de
Venezuela.

3 MEDIO HERMANAS
Tres mujeres, nacidas en tres países distintos,
ignoraban ser hijas del mismo padre.
Tras la muerte trágica de sus madres y al enterarse
de la existencia del padre biológico, las dos mayores
deciden ir en su búsqueda, encontrándose las tres en
la ciudad de Santo Domingo.
Al descubrir que son hermanas, experimentan
cambios en sus vidas, mientras buscan al padre y
descubren la posibilidad de una familia que siempre
anhelaron.

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