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Mundo Perdido de
JURASSIC PARK
Traducción CETI
Es increíble, pero has encontrado el camino hacia el
mundo perdido, la isla más extraordinaria -y peligrosa- del
planeta, donde las bestias de Parque Jurásico nacieron, se
criaron y aún sobreviven.
Para salvarte, deberás elegir tu propio camino. ¿Serás la
rica cena de algún dinosaurio hambriento, o el héroe
afortunado que vivirá para contarlo? Hay dieciséis finales
diferentes. ¡La elección es tuya!
Advertencia:
¡ALGO HA SOBREVIVIDO!
No hagas nada antes de leer lo que sigue.
¿Estás preparado para emprender la gran aventura de tu
vida?
Entonces, comienza a leer por la página 9. Y continúa
leyendo en el orden habitual hasta que llegues a una página
donde se te ofrezcan opciones. Elige qué quieres hacer y luego
dirígete hacia la página indicada. Sigue avanzando de esa
manera hasta llegar al FIN. Acaba de finalizar una aventura.
Pero te quedan muchas otras para elegir. Regresa al punto de
partida y ¡una nueva aventura está esperándote para
comenzar!
9
“¡Bienvenidos al Parque Jurásico de San Diego!”
De pronto, surge ante tu vista el impresionante y gigantesco
cartel. Qué lástima que el parque no esté inaugurado todavía.
Entonces sí que las vacaciones familiares en San Diego serían
muchísimo más divertidas. ¡Imagínate! ¡Tener la posibilidad de
ver y hasta de tocar dinosaurios vivientes, de carne y hueso! Y
pensar que tus padres creían que el Zoológico y el Mundo
Marino eran interesantes.
Por suerte, en este momento están tan entretenidos
observando la muestra de crustáceos cerca de los astilleros
navales que ni se dieron cuenta de que te habías escapado.
Sin duda dispones de horas antes de que entren siquiera en
sospechas.
Ojalá pudieras colarte en el parque. Tiene que haber por lo
menos un dinosaurio adentro. Al fin y al cabo, la ciudad
estaba empapelada de afiches que anunciaban: “¡Próxima
Inauguración!”.
Pero ¡Espera! ¿Qué es eso? ¡Un agujero en el cerco! ¿Puede
ser?
FIN
21
—Y ahora... ¿qué hacemos? —le preguntas a Kelly.
—Esperar, no más —dice—. Nos quedamos acá,
escondidos, y dejamos que nos lleven. Cuando lleguemos a
destino, salimos y los ayudamos. ¡Qué sorpresa se va a llevar
mi papá!
¡Eso dalo por descontado!
Pero, de pronto, eres tú el que se sorprende al oír voces
que se aproximan.
—¡Remolquémoslo hasta la barcaza! —grita alguien.
¿La Barcaza? ¿Quiere decir que van a ir a la isla
navegando? Se va a hacer muy largo el viaje.
—¿Por qué no nos llevan por vía aérea? —preguntas.
—Porque alteraría el ecosistema —te explica Kelly—. Viajar
por mar es mucho menos perjudicial para el entorno.
¡Y marea mucho más! Pero bueno. Ya estás
irremediablemente embarcado en esta larga travesía. Más vale
que te pongas cómodo y te las arregles para pasarlo bien.
Quizás haya algún juego en esas computadoras.
Desafía a Kelly a un combate electrónico cuerpo a
cuerpo, y ve a la página 23.
23
Al día siguiente, el buque y, por lo tanto, ustedes llegan a
destino: la isla Sorna.
—¡Viva! —festeja Kelly.
Sin embargo, siguen escondidos en el trailer cuando lo
descienden del buque y lo llevan a un paraje tierra adentro. No
se atreven a abandonar el minúsculo baño hasta estar seguro
de que todos partieron hacia la selva en su primera
expedición.
—Ya podemos salir —dice Kelly—. Y ahora, a trabajar.
Seguro que papá va a volver muerto de hambre. Voy a hacer
una pequeña fogata para cocinarle algo. ¿Me ayudas?
Le recuerdas que el trailer está equipado con una cocina,
pero parece que se ha encaprichado con la idea de cocinar a
la intemperie.
Si tienes ganas de darle una mano a Kelly, continúa en
la página 25.
Si prefieres seguir concentrándote en el difícil juego de
Double Doom que encontraste en la computadora, ve a la
página 80.
25
Salen del trailer y se dirigen a la orilla de un terreno llano
cubierto de hierbas situado en lo alto de una colina, desde
donde observan de un lado el panorama de la selva que
domina el interior de la isla y al otro, la laguna tropical. Es un
paraje tan bello que involuntariamente te pones a cantar
mientras ayudas a Kelly a hacer la fogata.
—“Bajo el cielo tropical...”
—¡Shhh! —te chista Kelly de pronto.
—Bueno, ¡discúlpame! —dices, ofendido. Ya sabes que no
eres un eximio cantante, pero eso no justifica que ella sea tan
maleducada.
Sin embargo, enseguida te das cuenta de cuál es el
verdadero motivo por el que te hizo callar. ¡La selva se mueve!
Los pájaros chillan y abandonan desbandados las copas de los
árboles pues un vasto sector de la selva parece desplazarse.
—¡Aaalgo se acer se acerca! —grita Kelly.
¡Vamos! ¡decídete rápido! Elige un número del 1 al 10.
FIN
29
—¡Ay, qué lindo! —dice Kelly, y va corriendo a observar de
cerca a la extraña criatura. Tiene un tamaño aproximado al de
uno de esos osos de peluches gigantes que dan de premio en
los parques de diversiones, una inmensa cabeza, ojos
enormes y el cuerpo totalmente cubierto de pelusa rojiza.
—“¡Ay, qué lindo!” —la imita Malcolm—. Siempre dice lo
mismo. Y después huye a grito pelado.
—¿Qué es? —pregunta Kelly, sin prestarle atención.
—Es una cría de tiranosaurio, Kelly —responde la mujer. Es
evidente que ya se conocen—. La encontramos en la selva.
Estoy prácticamente segura de que tiene la pata quebrada, y si
no se la inmovilizamos, no va a tener posibilidades de
sobrevivir en libertad.
La cría continúa aullando de dolor cuando la trasladan al
interior del trailer. Y, de pronto, a Kelly la invade el terror.
—La van a oír los demás animales, ¿no? —dice,
aferrándose al brazo de su papá—. ¡Quiero irme de acá!
—Pero si acabas de llegar —dice Malcolm.
—¡Pero quiero irme! A algún lugar seguro. ¡Quiero estar
lejos de acá!
—¿Ven? Lo que dije —suspira Malcolm—. Más temprano
que tarde, siempre termina gritando y queriendo escapar.
Toma a Kelly de la mano.
—Vamos. Te voy a llevar al refugio alto. Ahí vas a estar
segura.
Si respaldas a Kelly y quieres alejarte de allí cuanto
antes, enfila hacia la página 45.
Si prefieres colaborar para que el pobre animalito
carnívoro pueda llevar una vida larga y próspera y no
arriesgar la tuya huyendo a campo raso, sigue en la
página 63.
31
Consideras que ya fuiste demasiado lejos para echarte
atrás y, con audacia, resuelves no hacer caso y dejar que tus
padres esperen un rato más. ¡Como si ellos nunca te hubieran
hecho esperar a ti!
¡Cuántas veces te dejaron colgado durante horas a la salida
de la práctica de fútbol!
—Así que no detienes tu marcha hacia el anfiteatro.
La parte central es exactamente igual a una moderna arena
para lucha de gladiadores. Hasta tiene gradas alrededor y una
hilera de jaulas inmensas abajo. “¡Acá seguramente es donde
van a dar los espectáculos con los dinosaurios!”, imaginas.
Y entonces vuelves a oír algo. Otro rugido. Al principio, te
sorprende el alcance que tiene la voz de tu mamá. Pero
enseguida adviertes que, en realidad, el sonido proviene de
una de las jaulas ubicadas debajo de las gradas. ¡Ay! ¡Hay algo
ahí adentro!
No puedes creer la suerte que tienes. Al final si había
dinosaurios. Vas a ser uno de los primeros espectadores —si
no el primero— en verlos. ¡Y ni siquiera tuviste que pagar
entrada!
Sin embargo, de pronto comienzas a asustarte. Una cosa es
leer libros sobre dinosaurios o incluso ver en el cine imágenes
simuladas por computación. Pero ¡encontrártelos en persona!
¿Y ahora? ¿Qué vas a hacer? ¿Crees que, después de todo,
no fue tan buena la idea de meterte en esto?
Si te parece que no estás preparado para seguir
adelante, retrocede a la página 18.
Si por nada del mundo piensas perderte esta
oportunidad, avanza a la página 36.
34
Bueno, no tienes que probar nada y, en cambio, si tienes
(si Dios quiere) una vida larga y próspera por delante. Con la
cola entre las patas, emprendes la retirada mientras aún hay
tiempo. Abandonas el anfiteatro y regresas al lugar por dónde
te colaste.
Pero aquel ruido pavoroso te persigue. ¿O no es el mismo?
Ay, ¡no! ¡Es tu mamá! Con tanta emoción, te habías
olvidado por completo de que ella también estaba furiosa.
Quizá terminar en las fauces de un dinosaurio feroz y voraz no
era un destino tan terrible, al fin y al cabo.
Pero es demasiado tarde. Tu mamá ya te vio. Y te está
dirigiendo esa elocuente mirada suya que parece decir: “Si no
vienes para acá en el acto, ¡te mato!”. Sabes muy bien que no
tienes alternativa.
Con tu mejor sonrisa de niño bueno, dirígete a la
página 19.
35
Supones, no sin lógica, que al apretar un botón el motor va
a ponerse en marcha así que lo aprietas. Acto seguido, oyes el
rugido de un motor. ¡Muy bien! Pero entonces reparas en el
rótulo de grandes letras rojas que hay junto al botón que
oprimiste: “Inmersión de emergencia”, dice. Acabas de abrir
por comando electrónico una inmensa compuerta en el fondo
de la lancha y te estás yendo a pique. “¿Qué clase de lancha
es esta?”, te preguntas, indignado. Pero, por otra parte, ¿qué
clase de idiota aprieta un botón sin leer antes que función
tiene?
¡Brrr! El agua está fría. ¿Se dirigen hacia ti esas enormes
aletas grises? Por desgracia, sí. Y a menos que tengas ropa
interior inflable y repelente de tiburones, lamento anunciar
que este es tú...
FIN
36
¡Claro que por nada del mundo vas a desaprovechar
semejante oportunidad!
Enfilas hacia la jaula de la que proviene el sonido, que se
vuelve cada vez más potente. Y más furioso. ¡Y más voraz!
Cuando te acercas, el ruido es tan fuerte que casi no te
deja oír ni tus propios pensamientos. Pero en el interior de la
jaula reina una oscuridad tan profunda que lo único que
distingues es un inmenso agujero negro. Si quieres ver lo que
hay adentro, vas a tener que acercarte aún más.
Claro que todavía estás a tiempo de pegar la vuelta.
Si optas por emprender la retirada mientras aún estás
a tiempo, retrocede con la cola entre las patas a la página
34.
Si con intrepidez decides olvidar tus temores y echar
un vistazo al interior, marcha resueltamente a la página
54.
37
—¿Quién encendió una fogata? —grita una voz furiosa.
—¡Papá! —exclama Kelly, contenta—. Estaba a punto de
prepararte la comida.
Un hombre alto vestido totalmente de negro acaba de
emerger rengueando de la selva.
—¡Kelly! —dice, sorprendido. Lo reconoces al instante de la
televisión: es el doctor Ian Malcolm, aquel científico loco que
hace algunos años trató de convencer a la gente de que existía
una isla habitada por dinosaurios antropófagos. Con
semejante padre, era de esperar que Kelly saliera tan chiflada
—. ¿Qué haces acá? —truena.
—Prácticamente me ordenaste que viniera —responde Kelly
—. ¿No te acuerdas? Me dijiste: “No me hagas caso”. Así que
no te hice caso. Y acá estoy. Con un amigo.
—Bien, tú y tu amigo se van a volver por dónde vinieron —
dice Malcolm. Se pierde en el interior del trailer y reaparece
con un teléfono satelital de color verde brillante.
—Entonces, ¿me vas a prohibir salir, por lo menos? —
pregunta Kelly.
—Voy a pensarlo —dice Malcolm.
—¡Viva! —celebra Kelly.
Tú, en cambio, te quedas sentado en silencio a la espera
de que su padre se comunique con alguien para que los lleven
de regreso a San Diego. Con un poco de suerte, tus padres te
van a prohibir las salidas nada más que por ¡diez años!
Quién sabe si vas a sobrevivir para ver él...
FIN
39
Te hacen girar y te encuentras cara a cara con un hombre
cuyo rostro delata su mal carácter, vestido con un traje caqui
de apariencia costosa. Lo reconoces de inmediato por haberlo
visto en la tapa de la revista Time. Es Peter Ludlow, el
responsable general de este parque temático.
—¿Se puede saber que estás haciendo acá? —pregunta
encolerizado.
—Eh... yo... eh...
Pero el señor Ludlow aún no terminó de hablar.
—Esta es una zona de acceso estrictamente prohibida
hasta el día de la inauguración —te informa. (Como si no lo
supieras)—. Dime, ¿qué has visto?
—Na nada —tartamudeas. Y Peter Ludlow parece aliviado.
Pero, como un gran infeliz, agregas—: únicamente oí...
—¡¿Oíste?! —exclama—. ¡Oíste algo!
¡Uy! Parece que acabas de meter la pata.
—Eh ¡No, no! No oí algo —replicas en forma atropellada—.
Oí nada. Es cierto no oí nada.
Pero ya es demasiado tarde. El señor Ludlow no nació ayer.
Y tú, amigo mío, estás con el pipí de dinosaurio al cuello.
— Y ahora te vienes conmigo —vocifera Peter Ludlow, te
aprieta más fuerte el hombro y te lleva hacia el otro lado del
anfiteatro—. Lo lamento mucho, pero hasta que el Parque
Jurásico no esté en plenas condiciones operativas y abierto al
público, no podemos permitir que anden jovencitos entrando
y saliendo para contarles a todo el mundo lo que oyeron.
—Pero si yo no le voy a contar a nadie. ¡Se lo juro! —
imploras.
Peter Ludlow hace un gesto de negación.
—Ojalá pudiera darme el lujo de creerte. En serio —dice—.
Pero tengo demasiadas cosas en juego. Creo que puedo
arriesgarme a revelarte que lo que oíste era un dinosaurio
famélico. Un velocirraptor, para ser preciso, cuyo guardián se
le acercó demasiado, lamentablemente. Como podrás
imaginarte, si las autoridades se enteraran de que nuestras
atracciones están devorándose al personal, nos clausurarían
antes de que inauguráramos siquiera.
¡Y eso le costaría a este buen señor que te habla toda una
fortuna! Pero, bueno, a no preocuparse.
Vamos a ocuparnos de que el velocirraptor sea retirado de
la actividad. Al fin y al cabo, quedan muchas otra especies
para traer del Enclave B.
—¿Del Enclave B? —preguntas.
— ¡Sí, del Enclave B! —ahora que Peter Ludlow está
engranado, resulta imposible interrumpir su monólogo del
malo de la película—. Hace quince años, John Hammond, mi
tío, concibió un sueño: inaugurar el parque temático más
grande del mundo, una verdadera isla habitada por
dinosaurios vivientes. Claro que, como el mismo tío John,
aquel sueño era absolutamente imposible y en poco tiempo la
situación se volvió ingobernable. Pero eso le ocurrió porque
no estaba trabajando con un entorno controlado, como el que
tenemos aquí, en el Parque Jurásico de San Diego.
“Por suerte, el tío John también acondicionó otra isla
exclusivamente destinada a la cría de dinosaurios: el Enclave
B, en la isla “Sorna”. Cuando un Huracán arrasó todas las
instalaciones, los animales quedaron librados a su suerte y
hoy en día existe allí un verdadero Mundo Perdido. ¡Un
ecosistema jurásico integro que vale millones! De hecho,
ahora mismo parto para allá a buscar nuestras atracciones
principales. Y como no puedo correr el riesgo de dejarte acá
para que arruines mi gran inauguración, ¡tú, amigo mío, vas a
acompañarme!
¿Te atreves a intentar fugarte antes de que sea tarde?
FIN
47
—¿No tiene ganas de dar un paseo por aquel matorral,
señor Stark? —preguntas.
—¿Qué? ¿Entre la maleza? ¿Estás loco?
Vaya uno a saber con qué se puede encontrar ahí adentro.
“¡Ay, mire como tiemblo!”, replicas en tu interior. ¡Ni que
tuvieras miedo! Con paso resuelto enfilas solo hacia el
matorral y te internas pisoteando la maleza, mientras Stark se
queda tratando de reconstruir el palo con el lazo que le servía
para cazar animales.
Cuando llevas recorrido apenas un leve trecho, notas una
ondulación en la superficie de la hierba. Qué extraño. No
parece haber tanto viento. ¿Y que serán esas cosas largas
parecidas a colas de lagarto que sobresalen de entre la maleza
por todas partes? No ¡raptores!
¡AHH!
Te lanzas a correr rumbo al único resquicio que divisas en
el círculo de colas huesudas. Detrás de ti oyes los gruñidos y
los chasquidos de los raptores que te persiguen como
torpedos con escamas.
Los pastos te golpean el rostro y te obstruyen la visión,
pero sabes muy bien que no puedes detenerte. Corres más y
más rápido, hasta que sientes el corazón y los pulmones a
punto de estallar. ¡Y, de repente, el suelo desaparece bajo tus
pies!
FIN
68
—¿Por qué no rastreamos esas huellas tan profundas de
patas de tres dedos, señor Stark? —propones.
—Mm, qué interesante —dice Stark, esgrimiendo su palo
enlazador—. Vamos.
Juntos, se abren paso a través de la selva casi
impenetrable y llegan a un pequeño claro, donde descubren
que las gigantescas pisadas se interrumpen abruptamente
antes dos cuevas abiertas en la ladera de una sierra. En torno
a ellas, el suelo está cubierto con despojos de animales a
medio comer: patas, cogotes, cabezas, lo que se te ocurra,
infestados de gusanos y moscas. El olor es tan apestoso que
casi te tumba.
—¡Ajá! —exclama Stark.
Arranca unas briznas de pasto y las suelta al viento, que las
arrastra de regreso por entre sus piernas.
—Tenemos suerte —dice, aferrando el palo enlazador con
más fuerza—. El viento sopla en dirección a nosotros, así que
lo que sea que esté ahí adentro toda vía no nos olió.
¡Contamos con el factor sorpresa a nuestro favor!
—Pero hay dos cuevas —dices—. ¿En cuál miramos
primero?
FIN
74
Peter Ludlow te saca del anfiteatro y te lleva hacia los
muelles, donde espera un buque carguero de gran porte.
Muy bien, superhéroe. ¿Conque ahora sí parece que llegó el
momento de emprender la fuga?
Si crees que ahora si llegó el momento de emprender la
fuga, corre a la página 58.
Si ni loco piensas huir frente a la oportunidad de
visitar una isla poblada íntegramente por dinosaurios de
carne y hueso, rumbea a la página 49.
75
Los cazadores se detienen para escuchar y, durante un
rato, no se produce ningún ruido.
—Creo que es una falsa alarma —dice Ajay.
Y entonces retumba de nuevo. ¡BUMMM!
“¡Qué va a ser una falsa alarma!”, replicas para ti. Y tienes
razón porque, si no te equivocas, enfrente de ti aparece un
¡Enorme, gigantesco, descomunal tyrannosaurius Rex!
No puedes contenerte y empiezas a gritar.
—¡AHH!
—¡Shhh! —Roland te tapa la boca con la mano—. No creo
que haya olido a Ajay todavía. Debemos de estar en contra del
viento. No te muevas de dónde estás y deja que yo me
encargue de esto.
— “Acá estoy”, rex. Rexito —dice con voz suave.
Y mientras tú tiemblas como un condenado, Roland se
lleva la enorme escopeta al hombro, se prepara para hacer
puntería y Clic.
“¡¿Qué?!”
Boquiabierto, al igual que Ajay, observas a Roland abrir la
escopeta y mirar el interior del cañón.
—¡Está descargada! —grita.
—¿No la cargaste? —pregunta Ajay.
—¡Cómo no la voy a cargar! ¡Fue ese inútil del fotógrafo
fanático de los derechos de los animales, Nick Van Owen!
¡Sabía que no le podía confiar el arma cuando me iba al baño!
Continúa en la página 77.
77
Ahora sí que estás entrando en pánico.
Pero tratas de dominarte. Con toda seguridad dos
cazadores tan eficaces tienen que llevar más de un arma
encima o al menos más municiones guardadas en algún lado.
¿No es así?
No, no es así.
—¿Y entonces que llevan en esas mochilas? —preguntas.
—Bueno, nuestros diversos trofeos de caza: placas, copas y
cosas por el estilo —contesta Ajay—. Son un gran aliciente.
“¡Genial!”, piensas. Entonces el tiranosaurio va a caer
rendido de admiración.
¡Y más vale que lo haga pronto, porque se les viene
encima!
—¡Huyamos! —gritas—. ¡Tal vez no nos alcance!
—No, de ninguna manera —dice Roland, moviendo
enfáticamente la cabeza—. Nunca antes huimos de ningún
animal y no va a ser esta la primera vez. ¿No es cierto, Ajay?
¿Ajay?
Desafortunadamente, Ajay no puede responder porque,
pese al apestoso aroma de su loción, el rex tenía hambre y se
lo sirvió de primer plato. Ahora está preparándose para
saborear un Roland a la provenzal como plato principal. Y
podemos aventurarnos a anunciar que a nuestros dos
maestros cazadores les ha llegado él...
FIN
¡Pero no a ti! ¡Rápido!
Corre a la página 94.
79
¡Demasiado tarde para marcharte!
Oyes voces que se aproximan y, antes de que puedas
reaccionar, el trailer comienza a moverse. Los están
remolcando no sabes hacia dónde a una velocidad
considerable.
Kelly percibe que estás un poco nervioso.
—No te preocupes —te anima—. ¡Nos vamos a divertir
mucho! ¿Quieres un Twinkie? —Va a la cocina del trailer y
abre un armario atiborrado de tus alimentos favoritos o
“porquerías”, como los llama mamá.
¡Qué bueno! Sientes que estás en el paraíso de la “comida
basura”. Tomas un Snow Ball, le quitas el envoltorio de
celofán y te acomodas en el sofá sujeto al piso del trailer,
dispuesto a disfrutar del viaje.
Y ahora, a la página 23.
80
¡Eh, ve tú y en un ratito salgo y te ayudo! —le dices a Kelly.
—Como quieras —dice. Por la ventanilla del trailer,
observas que se encamina hacia la selva a juntar leña para el
fuego.
Te apartas de la ventanilla, sacas una botella de jugo de la
pequeña heladera y te sientas frente a uno de los enormes
monitores. Te encuentras dándole una lección a la
computadora cuando, de repente, oyes un alarido
espeluznante.
¡Qué bueno! Nunca habías oído ese sonido de la
computadora. Pero en eso notas que el jugo se agita. ¡BUMMM!
¡BUMMM! ¿Por qué vibrará tanto el piso?
Te diriges corriendo hacia la puerta para haber qué está
haciendo Kelly allá afuera. Pero cuando te asomas, no la ves
por ninguna parte.
—¡Kelly! —llamas. Pero por toda respuesta oyes un
profundo y atronador eructo: “¡BERP!”.
Te vuelves hacia el ruido y quedas petrificado frente a lo
que ves. Un gigantesco tyrannosaurus rex —¡lo hubieras
reconocido en cualquier parte!— con lo que parece un jirón de
jean colgando de sus fauces voraces.
FIN
83
¿Por qué mejor no te quedas dónde estás y esperas a que
regresen los demás cazadores? No pueden tardar mucho. Y,
mientras aguardas, tal vez hasta logres atravesar la fachada de
hombre recio de tu compañero Dieter y averiguar algo más
sobre este viaje.
—¿Quiere una uva? —preguntas, y sacas del bolsillo el
racimo que trajiste de contrabando desde el buque.
—¡Mmm! No estaría mal —acepta el con una sonrisa.
Lejos están de sospechar que el lugar que eligieron para el
picnic es parte de uno de los cotos de caza más concurridos
de la isla, que pertenece a uno de los carnívoros más
reputados de la isla: el tyrannosaurus Rex. ¿Sabías que sus
dientes miden veinte centímetros de largo? No importa, ya vas
a enterarte porque para los dinosaurios ya es hora de comer.
¿Qué fue ese rugido? ¿Y esos arbustos que se mueven?
Lamento decir que parece ser el principio del...
FIN
85
Te vuelves para ver de qué se trata y diriges la vista hacia
donde la densa vegetación de la selva cede paso a la arena
blanca. Hay un espigado arbusto de más de tres metros de
altura que está agitándose ¡y no por la brisa! La curiosidad te
lleva a acercarte. De repente, la planta deja de moverse y un
animalito se asoma desde atrás. Es de color verde oscuro, con
rayas marrones en el lomo. Parece un lagarto exótico, aunque
camina erguido sobre las patas posteriores, balanceando la
cabeza de arriba abajo como si fuera un pollo. Decididamente
nunca antes viste nada igual y, sin embargo, el bichito te
resulta extrañamente familiar.
—¡Hola! —dices. El animal se queda mirándote—. ¿Tienes
hambre? —Sacas del bolsillo el racimo de uvas que te llevaste
del barco. Adviertes, complacido, que no se aplastaron mucho
—. ¿Quieres una uvita?
Arrancas una y se la tiendes. Tentado, el lagarto acerca la
cabeza, huele y, luego, prueba.
“¡Aaagh!”
Escupe casi automáticamente la uva, que pasa rodando a
tu lado.
—¡Ah, qué bonito! —exclamas con fastidio—. Consíguete tú
la comida y no me molestes más.
Y te alejas a buscar la caracola.
FIN
89
Sacas el teléfono satelital de la mochila de Sarah y marcas
el único número que conoces para los casos de gran
emergencia: el de la policía.
—¿Hola? —dice la operadora—. ¿En qué puedo ayudarlo?
—Bueno, mire, estamos en un trailer estrambótico en una
isla cerca de Costa Rica —explicas rápidamente—, y nos está
atacando un tyrannosaurus rex sumamente furioso. ¿Qué
hacemos? ¿Qué hacemos?
—Cálmate —te exhorta la operadora— y cuéntame
exactamente que está haciendo el tiranosaurio.
Bueno, está rugiendo y babeando y embistiendo nuestro
trailer con toda su fuerza —cuentas.
—Ya veo. ¿Y hay algún indicio de que se esté cansando?
¡BOMM!
—En absoluto, gritas.
—Muy bien. Parece que van a tener que aplacarlo ustedes.
Yo voy a ir dándote las instrucciones. Y cúmplelas
estrictamente. ¿Te parece que vas a poder?
—Creo que sí —dices.
FIN
93
Qué importa que acabes de comprobar que navegar te
provoca náuseas. Ya soportaste a demasiados adultos
mandones para una sola aventura. (Mejor ni pensar que haría
ese loco de Ludlow si te descubriera). Prefieres mil veces
arriesgarte por tú propia cuenta. Y, además, ya no te queda
nada de almuerzo que perder.
Mientras la tripulación del buque termina de cargar los
helicópteros, te marchas en dirección contraria hacia la
lancha. Es muy linda. Tiene motor y todo.
Te subes de un salto y, al oprimir un botón, el guinche
comienza a bajarte hacia el agua. ¡Qué fácil! Pero ¿Cómo se
pone esto en marcha?
Si supones que con una llave, ve a la página 16.
Si supones que con otro botón, ve a la página 35.
94
¡Qué manera de correr! Pero ¿no sabías que nadie puede
aventajar en una carrera a un tiranosaurio famélico? ¡Y a este
aún le quedan ganas de comerse un postre!
Para él, este es el fin de un banquete más.
Y para ti bueno, sencillamente este es él...
FIN
95
—Lo lamento mucho, pero mi mamá me enseñó que nunca
salga de caza mayor con extraños —le respondes.
—Bueno, no importa —dice el hombre, encogiéndose de
hombros—. Después de todo, tal vez sea mejor que la patrulla
de caza siga siendo reducida. ¿Seguimos adelante, Ajay?
—Después de ti, Roland.
—No, por favor. Tú primero.
Y mientras los observas internarse en la selva, una parte de
ti se lamenta por perderse semejante oportunidad. Imagina la
emoción de derribar un tiranosaurio ¡un tiranosaurio!
Pensándolo bien, tal vez sea mejor que estés solo. Partes
enseguida en la dirección contraria.
A los pocos metros, descubres unas huellas
extremadamente grandes en la arena. Se parecen mucho a las
pisadas de un ave gigante. De hecho, en otras circunstancias
pensarías que son falsas.
—¡Eh, muchachos! —llamas.
Y entonces lo sientes. ¡BUMMM!
¡BUMMM! El suelo se estremece. Parece un terremoto ¡un
terremoto que se aproxima!
Pegas la vuelta pero, antes de que puedas echarte a correr,
una cabezota emerge con brusquedad de la vegetación,
mostrándote sus dientes feroces. Tratas de gritas: “¡Acá está el
tiranosaurio!”. Pero no encontrarás la ocasión porque, lo creas
o no, ha llegado tú...
FIN
97
De pronto, un Mercedes Benz todo terreno de color verde
oscuro aparece de entre los árboles, se detiene y un hombre
alto vestido totalmente de negro desciende. Lo reconoces al
instante de la televisión: es el doctor Ian Malcolm, aquel
científico loco que hace algunos años trató de convencer a la
gente de que existía una isla habitada por dinosaurios
antropófagos.
—¡Papá! —exclama Kelly, contenta.
—¿Qué haces acá? —truena Malcolm.
—Estoy preparándote la comida —responde—.
Prácticamente me ordenaste que viniera. ¿No te acuerdas? Me
dijiste: “No me hagas caso”. Así que no te hice caso. Y acá
estoy. Con un amigo.
Antes de que Malcolm pueda replicarle, se acerca otro
vehículo todo terreno, del cual descienden tres personas más:
un hombre joven con un centenar de cámaras colgando del
cuello; otro hombre cargado de aparatos electrónicos que
parecen salidos de una película de ciencia ficción, y una mujer
joven y bonita con una mochila vieja y fea en la espalda y un
animal herido gimiendo en los brazos.
—Por favor, Ian, nada de sermones —dice.
FIN
101
—¡Aaayyy! —aúlla Ludlow, y te suelta el hombro para
abrazarse la pierna, muerto de dolor.
Tu pie tampoco salió demasiado intacto que digamos, pero
claro que eso no te impide sacar tu pellejo de ese anfiteatro ¡y
rápido! Lástima que no recuerdes exactamente por dónde
entraste. ¿Fue por la izquierda? ¿O por la derecha? ¿O quizá
por ahí adelante? No pierdes nada con probar, supones...
...hasta que, cuando estás acercándote, caes en la cuenta
de que te diriges derechito a la jaula del raptor, la jaula del
raptor famélico. Y, ya que estamos en tren de adjetivar, ¡la
jaula abierta del raptor famélico! “¿Cómo pudo pasarme
esto?”, te preguntas. Pero, lamentablemente, nunca hallarás la
respuesta, porque para ti, querido lector, ha llegado
definitivamente él...
FIN
102
¿Eliges la cueva A?
Procuras mantener la calma y contener la respiración al
mismo tiempo y, sorteando la carne podrida, escoltas a Stark
hasta la boca de la cueva. Desde el interior llega un chirrido
de lo más extraño.
—Por favor, tu primero —te invita Stark, y te manda al
frente empujándote con su palo enlazador. ¡Justo ahora se
vuelve amable!
Penetras en la cueva y avanzas con el mayor de los sigilos
hasta que te topas con un muro de barro. Lo trepas, espías
que hay del otro lado y casi se te para el corazón. Es una
especie de nido de unos tres metros de diámetro, rodeado por
huesos de toda forma y tamaño. ¿Y qué hay en él? Bueno,
puede ser el extraterrestre más grande y feo del universo, o
bien ¡una cría de Tyrannosaurus rex!
Quedas tan pasmado por lo que ven tus ojos que no oyes
el grito de advertencia de Stark y, de pronto, te empujan
desde atrás y caes al nido.
Alzas la vista y te encuentras con la madre del tiranosaurio
contemplándote.
Te vuelves hacia la cría y observas que avanza ávida y
tambaleante hacia ti. En cierto modo, parece un bebé dando
sus primeros pasitos para alcanzar el caramelo que le ofrecen.
De hecho, si fueras más ingenuo, creerías que la cría te
confunde con un caramelo, un caramelo grandote, jugoso,
carnoso y no verías que, en realidad, lo que se te aproxima es
él...
FIN