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Introducción
La teoría general de las obligaciones es uno de los temas fundamentales del
Derecho Civil y se refiere al estudio de las obligaciones en términos generales. Su
importancia radica en que las obligaciones son un elemento fundamental de las
relaciones jurídicas y están presentes en prácticamente todas las áreas del
derecho. En cuanto a su introducción, existen diversas fuentes que pueden
proporcionar información sobre el tema, como libros de derecho civil y apuntes
académicos. En general, el objetivo principal de la introducción de la teoría general
de las obligaciones es proporcionar una base teórica sólida que permita entender
los conceptos básicos relacionados con las obligaciones y los diferentes tipos de
obligaciones que existen en el derecho.

A continuación a manera de ensayo doy un referente acerca del tema.


Desarrollo
Ensayo

Se habla sobre la definición tradicional de la obligación como un vínculo jurídico


que obliga a una persona, llamada deudor, a ejecutar algún tipo de trabajo o
servicio para otra persona, llamada acreedor. En las Institutas de Justiniano se
caracteriza a la obligación como un vínculo jurídico que conlleva la restricción a
una persona de pagar alguna cosa según las leyes de la ciudad y que puede
consistir en dar, hacer o no hacer algo.

Las definiciones modernas de la obligación parten del concepto romano,


sustituyendo el término "vínculo jurídico" por "relación jurídica". Hay una gran
variedad de definiciones, en las que siempre se encuentran como elementos
constantes, primero, la relación jurídica entre el acreedor y el deudor; y segundo,
el objeto de esta relación jurídica consiste en dar, hacer o no hacer algo, o bien,
pagar una suma de dinero. Algunas tendencias dividen el objeto de la obligación,
distinguiendo entre dar, hacer, no hacer o pagar, mientras que otras simplifican el
objeto reduciéndolo a una prestación positiva o negativa. También en las distintas
definiciones de la obligación encontramos la referencia a los sujetos, algunas
exigiendo su determinación y otras admitiendo que los sujetos pueden ser
indeterminados al constituirse el vínculo jurídico, para determinarse
posteriormente, al exigirse el derecho o al cumplirse la obligación. Finalmente, en
las definiciones sobre obligación encontramos la tendencia patrimonial que
considera que el objeto debe ser siempre valorizable en dinero. Por tal razón, la
prestación positiva o negativa debe ser estimable pecuniariamente para que
pueda ser objeto de una obligación jurídica. La escuela de exégesis en Francia
representa esta actitud, principalmente Aubry y Rau y Baudry-Lacantinerie. Para
Aubry y Rau, la obligación se define como la necesidad jurídica por la cual una
persona se haya constreñida, con relación a otra, a dar, a hacer o a no hacer
alguna cosa. La posición opuesta considera que no es de la esencia de la
prestación o de la abstención, ser valorizables en dinero. En las obligaciones de
hacer o de no hacer, existen prestaciones o abstenciones patrimoniales o bien,
prestaciones y abstenciones de carácter moral o espiritual. Basta con que
impliquen una satisfacción para el acreedor para que tenga interés jurídico en
exigir el hecho o la abstención.

Al eliminar la necesidad de que una prestación o abstención fuera valorizable en


dinero, el Código actual cambió la teoría patrimonialista anteriormente aceptada
por la escuela de la exégesis y adoptó la teoría de Ihering. Esta decisión
esencialmente elimina la posibilidad de que se sancionen contratos u obligaciones
cuyos objetos no sean valorizables en dinero, lo que antes los hacía inexistentes
legalmente. La importancia de este problema es estudiada con mayor detalle en
un párrafo separado.

De acuerdo a lo expuesto, las obligaciones naturales presentan un problema de


clasificación en el derecho ya que al carecer de aspectos coactivos, se asemejan
a las obligaciones morales y sociales. En cuanto a este tema, hay tres enfoques
en el movimiento doctrinal: la doctrina romana, la doctrina clásica y el nuevo
movimiento de identidad en autores contemporáneos.

Los romanos clasificaron las obligaciones en dos tipos: civiles y naturales. Las
obligaciones civiles eran las que se establecían de manera completa y detallada,
lo cual garantizaba la protección del acreedor en caso de incumplimiento. Esta
protección se otorgaba mediante el actio, lo que le daba al acreedor un verdadero
poder jurídico sobre la persona, voluntad y libertad del deudor, incluso llegando al
punto de someterlo a la esclavitud, coaccionar su persona y, en ocasiones,
privarlo de la vida.

Por otro lado, los romanos consideraban las obligaciones naturales como una
categoría intermedia entre las obligaciones morales y las jurídicas. A pesar de que
su carácter jurídico era indiscutible, en caso de incumplimiento no estaban
protegidas mediante el actio. Sin embargo, si el deudor voluntariamente ejecutaba
el pago, no podía exigir al acreedor la restitución. La facultad de soluti retentio se
reconocía en el acreedor, pero con un fundamento diferente al de las obligaciones
morales. En estas últimas, la falta de vínculo jurídico solo era suplido por el
sentimiento moral o religioso, mientras que en las obligaciones naturales se
reconocía un vínculo jurídico sin protección del actio.

El derecho romano otorgaba a las obligaciones naturales otros efectos además de


la soluti retentio, como la compensación, la novación y la posibilidad de ser
confirmadas o erigidas en obligaciones civiles por un pacto simple. Este tipo de
obligaciones era considerado verdadero, pero se distinguían por los diversos
grados de su fuerza o eficacia dependiendo de cada caso en particular.

Los romanos introdujeron las obligaciones naturales como un remedio contra los
males que surgían de la rigidez e inflexibilidad de su derecho, pero actualmente
los principios del derecho moderno no necesitan recurrir tanto a esta institución. La
equidad, que en el derecho romano hacía una brecha donde fallaba el sentimiento,
prevalece sobre el concepto de derecho puro y absoluto en el derecho moderno.

Se habla sobre un proceso en el que se ejerce un derecho nuevo contra el juez


para que se declare la existencia de otro derecho. Durante este proceso, el
derecho sustantivo queda en suspenso y no se está haciendo valer, en el caso de
que prospere el derecho de acción, entonces se hace exigible el derecho
sustantivo apoyado en una sentencia.

En relación con el tema del incumplimiento de los contratos, se presenta el


problema de determinar la situación jurídica del crédito o derecho personal cuando
el acreedor embarga bienes, es decir, cuando recurre a la ejecución forzada. El
embargo plantea el problema de saber si el derecho personal continúa en los
mismos términos en que fue declarado en la sentencia o si experimenta una
modificación por virtud del embargo.

Tanto la doctrina como la jurisprudencia se orientan en el sentido de afirmar que el


embargo no transforma el derecho de crédito y no crea un derecho real. El
derecho del acreedor subsiste y, en caso de remate, los bienes embargados se
convierten en dinero y el acreedor cobra, por lo que su derecho en nada se ha
afectado.
Existe una tendencia actual a simplificar la clasificación de las fuentes de las
obligaciones , aunque algunos autores aún enumeran distintas fuentes
autónomas. Según la clasificación dualista propuesta por Planiol, las obligaciones
se derivan únicamente de dos fuentes: el contrato y la ley. En ausencia de un
contrato, la única causa del nacimiento de las obligaciones es la ley. Planiol
destaca al contrato para ocupar una situación privilegiada en la clasificación de las
fuentes de las obligaciones, pero esta postura es criticada por otros autores.
Bonnecase considera que las dos únicas fuentes de las obligaciones son el hecho
jurídico y la ley, y el acto jurídico y la ley. Otros autores como Baudry-Lacantinerie
distinguen como fuentes de las obligaciones el contrato, la declaración unilateral
de voluntad y la ley.

Se debe considerar lo que se expuso anteriormente sobre la capacidad como


elemento de validez del acto jurídico y la distinción entre capacidad de goce y de
ejercicio, así como la nulidad relativa de los actos jurídicos por incapacidad de
ejercicio. Se menciona que la capacidad es un requisito para la validez del
contrato y que el consentimiento debe ser emitido por una persona capaz, en
forma cierta y libre de violencia. También se explica que la incapacidad puede ser
total o parcial, afectando a la personalidad jurídica, y que la representación legal
es una institución jurídica auxiliar de la incapacidad del ejercicio, necesaria para
que el titular de derechos pueda ejercerlos.

Bonnecase afirma que las dos directrices fundamentales para la organización de


las incapacidades son la representación y la asistencia. Esto implica que en
algunos casos el incapaz debe actuar necesariamente a través de su
representante, mientras que en otros casos se le permite al incapaz manifestar su
voluntad en el acto jurídico, pero debe contar también con la aprobación de su
representante legal para que el acto sea válido. En los actos jurídicos de carácter
patrimonial, el incapaz no puede intervenir en el acto, debiendo ser sustituido
completamente por su representante. En cuanto a la representación legal, esta se
clasifica en dos formas: legal y voluntaria. La legal se da por virtud de una norma
jurídica que permite que alguien actúe por cuenta y en nombre de otra persona,
mientras que la representación voluntaria se da por medio de un mandato expreso
o tácito. La utilidad de la representación se muestra desde dos aspectos: como
una institución jurídica necesaria en la representación legal, y como una institución
práctica en la representación voluntaria.

La herencia implica la necesidad de designar a un representante de los intereses


hereditarios. En la representación voluntaria, existe una utilidad práctica en el
mandato, ya que suple una deficiencia de conocimientos en ciertos casos, como
en el mandato judicial, o dificultades de tiempo, lugar u ocupaciones en otras
formas del mandato. En personas morales, la necesidad de representación es
jurídica, ya que la voluntad de una entidad que no es física ni biológica tiene que
exteriorizarse a través de un órgano representativo.

Las teorías que se han ensayado para explicar la representación legal adolecen
de un error grave, ya que intentan explicar tanto la representación legal como la
voluntaria con las mismas características genéricas. Aunque pertenecen al mismo
género, sus características específicas son distintas, por lo que cualquier ensayo
de explicación unitaria tiene que fracasar.

En cuanto a la justificación jurídica de la representación, debe haber una


separación radical entre la representación voluntaria y la legal, no sólo en cuanto a
la causa que las motiva, sino también en cuanto al problema jurídico de su
justificación. En la representación voluntaria, se justifica por el principio de
autonomía de la voluntad, que respeta la voluntad autónoma o soberana del
representado.
Por otro lado, la representación legal implica una situación jurídica compleja en la
que todas las doctrinas han fracasado. En la representación legal, hay una
incapacidad de ejercicio, una imposibilidad material para actuar o la necesidad de
unificar la representación de personas distintas.

La cita presenta una explicación de por qué la figura de la representación legal es


necesaria en el derecho. En primer lugar, se menciona que la falta de capacidad
para ejercer los propios derechos implica una imposibilidad para el disfrute de los
mismos y, por ende, para la personalidad misma de un individuo. En segundo
lugar, surge la necesidad de que estos incapacitados o imposibilitados puedan
actuar por medio de un representante, si no se verían totalmente privados de su
capacidad de goce. Esta necesidad se basa en la autonomía legal, que justifica la
representación legal como una obligación para permitir el ejercicio de los derechos
de un individuo. Como tercer factor, se explica que esta autonomía legal está
motivada por la incapacidad de ejercicio o imposibilidad de actuar y la necesidad
de que el incapacitado o imposibilitado puedan ejercer sus derechos.

Por otro lado, la figura del contrato consigo mismo se refiere a la situación en la
que una persona representa a ambas partes contratantes, ya sea realizando la
oferta en nombre de uno y la aceptación en nombre del otro o contratando en
nombre propio y en nombre del representado. Se discute si se trata de un contrato
o de un acto jurídico unilateral, pero se concluye que hay dos voluntades desde el
punto de vista jurídico: el representante formula la oferta en nombre de una de las
partes y la acepta en nombre de la otra. La esencia del negocio jurídico, del
contrato y de la representación no se opone a la validez de semejantes negocios,
siempre y cuando se realicen en forma pública y conocida por terceros.

En el derecho romano , se afirmaba que el uso de un derecho propio no perjudica


a nadie (qui jure suo utitur, neminem Jaédit), lo que ha causado un problema legal
interesante. Por lo tanto, se ha establecido que el derecho de propiedad, como el
derecho más absoluto, debe ser ejercido según la razón, la equidad y la
naturaleza, y no debe tener la intención de perjudicar a un tercero sin obtener
ningún beneficio. Los jurisconsultos romanos, basándose en la razón, la equidad y
el derecho natural, prohibieron el ejercicio del derecho de propiedad cuando se
hacía con la intención de dañar, es decir, con dolo, y sin ninguna utilidad para el
propietario. Aunque se ha querido interpretar que no había responsabilidad civil en
el ejercicio de los derechos, aunque se causaran daños a un tercero, se han
desmentido estos textos, especialmente con la propiedad y las servidumbres en
los ejemplos que presenta el derecho romano. Es posible reconocer una limitación
necesaria en el ejercicio de los derechos para que estos sean disfrutados siempre
en beneficio general, considerando el equilibrio de los intereses en conflicto para
que los derechos sean ejercidos sin causar daño a terceros.

La tendencia mencionada en el texto se refiere a una jurisprudencia que rechaza


la máxima "Neminem aedil qui JIIO jure u/imr" en los casos en que se reconoce un
verdadero abuso del derecho . Esta jurisprudencia busca limitar ciertos abusos de
la propiedad territorial y completar el sistema legal de las reclamaciones de
vecindad. Además, se ha desarrollado en relación a diversas manifestaciones de
la libertad individual que se consideran lesivas de los derechos de terceros y que
deben ser reprimidas civilmente. La cuestión del abuso del derecho es capital y
exige del intérprete una compensación de consideraciones morales, políticas,
sociales y económicas que están comprometidas en el conflicto de los intereses
opuestos. El autor cree que la medida justa y verdadera de los derechos
individuales se descubrirá penetrando su objeto económico y social y comparando
su importancia con la de los intereses que ellos contrarían. Por lo tanto, se debe
buscar un equilibrio de los intereses más que una interpretación forzada de los
textos legales.

El pago es un acto jurídico bilateral que consiste en el cumplimiento de una


obligación de dar, hacer o no hacer, y se realiza con la intención de extinguir una
deuda preexistente. El pago se lleva a cabo a través de la entrega de la cosa o
cantidad debida, o la prestación del servicio que se hubiere prometido. Pagar, en
lenguaje jurídico, no es simplemente entregar una suma de dinero , sino también
cumplir las obligaciones, independientemente de su objeto. El pago es el modo
normal de extinguir las obligaciones, las cuales fueron creadas para extinguirse
mediante el mismo. En cuanto a su naturaleza jurídica, se ha discutido
extensamente si el pago es un contrato, un acto jurídico unilateral o si puede
presentarse con ambos caracteres, según las condiciones en que se haga. En
cuanto a los requisitos del pago, deben distinguirse sus elementos esenciales, sus
elementos de validez y sus elementos específicos. Los elementos esenciales del
pago son la manifestación de voluntad de quien lo hace y el objeto física y
jurídicamente posible de la prestación que se paga. Faltando estos elementos, el
pago sería jurídicamente inexistente. Por otro lado, los elementos de validez del
pago son la capacidad de las partes, la ausencia de vicios en la voluntad de las
mismas y la licitud de la prestación o abstención que se realice. En cuanto a la
formalidad, ésta no se exige en el caso del pago, lo que significa que para su
validez no se requiere la observancia de determinadas formalidades.

El texto presenta una explicación sobre el principio de que el pago debe hacerse al
mismo acreedor o a su representante legítimo, y menciona que en algunos casos
la ley acepta la validez de un pago hecho a un tercero. También se aborda el tema
del pago de buena fe por parte del deudor al poseedor del crédito y se aclaran los
alcances de este tipo de pago frente al legítimo titular del mismo. Además, se hace
una referencia al artículo 2064 del Código Civil, que establece que si hubo pacto
expreso de que el deudor debía cumplir, debe estarse a la voluntad de las partes.
En resumen, el texto presenta información sobre los diferentes tipos de pago y sus
implicaciones en el derecho civil.

Se trata sobre la validez del pago hecho por un tercero de buena fe al que esté en
posesión del crédito en algunos casos, como cuando el acreedor es responsable
de la situación y en otros casos, cuando el tercero hace el pago a un poseedor en
la hipótesis de que el acreedor no sea responsable de tal hecho, el tercero no
conservará acciones contra el deudor, sino sólo podrá repetir frente al citado
poseedor, por pago de lo indebido, manteniéndose intacta la relación jurídica entre
el legítimo titular y el obligado, ya que el primero no puede ser responsable de
aquella situación equívoca. Además, se aclara que para tal efecto, no basta con
ser el poseedor del documento que ampare el derecho, sino que el poseedor debe
comportarse ante los demás como el verdadero acreedor y ejercer los actos que
correspondan.

Se habla sobre el ofrecimiento de pago y consignación de la cosa o cantidad


debida cuando el acreedor se rehúsa a recibir la prestación que se le debe o a dar
el documento justificativo del pago. También se menciona que esto procede
cuando el acreedor es una persona incierta, incapaz, está ausente o son dudosos
sus derechos. En todos estos casos, el deudor puede proceder con la
consignación para liberarse de la obligación, y esto está permitido tanto por el
Código Civil como el Procesal. Es necesario que la consignación sea precedida de
un ofrecimiento, y que el juez dictamine si el acreedor acepta o no el pago.

En cuanto a cuándo se extingue la obligación, hay cierta contradicción entre el


artículo 2097 y el 2102 del Código Civil. El 2097 establece que la obligación se
extingue desde que se hizo la consignación, mientras que el 2102 indica que la
obligación se extingue cuando el juez aprueba la consignación, una época
posterior. Algunos expertos consideran que el momento de la consignación es el
que determina la extinción de la obligación, ya que la consignación hace las veces
de pago. En definitiva, la sentencia dictada por el juez solo reconoce una situación
anterior y no puede variar las normas referentes al pago.

La carga de la prueba del pago o cumplimiento de las obligaciones y establece


que corresponde demostrarlo al obligado y no el incumplimiento al actor. Además,
se presentan diversos casos sobre el pago hecho por terceros, la consignación del
pago y la presentación de letras de cambio. En relación con el caso de la
consignación del pago, no es un requisito para la acción judicial y se indica que en
el contrato base de la acción se establece que no se incurrirá en incumplimiento si
el pago se realiza en más de quince días, debido a que las partes habían
acordado tal convenio. Por tanto, la parte compradora no está obligada a acreditar
el pago previo para exigir su cumplimiento, ya que este estaba condicionado a la
entrega previa del producto. Con base en lo anterior, el juez consideró que fue
correcta la consideración de la responsable. La sentencia se encuentra en el
amparo directo 5048/76, Celulosa, Cartón y Derivados, S.A., del 6 de octubre de
1980.

Nos referimos a las acciones que se pueden tomar cuando un deudor no cumple
con sus obligaciones en el plazo determinado o cuando se cumplen los requisitos
legales para ello. En estos casos, el deudor incurre en mora y esto da derecho al
acreedor a exigir el cumplimiento de la prestación y el pago de una indemnización
moratoria o compensatoria por los daños y perjuicios sufridos. Además, se
establecen los elementos de la responsabilidad civil por incumplimiento de
obligaciones, como la existencia de la mora, que es el retardo injusto en el
cumplimiento de una obligación, y la culpa contractual del deudor. Se explica que
existen diferentes sistemas para colocar en mora al deudor, pero se sigue el
principio romano del dies interpellat pro homine en el que la llegada del término
hace la obligación exigible. También se detalla cómo se hace exigible una
obligación de no hacer y se establecen los plazos para las obligaciones de dar. En
resumen, se explican las consecuencias y acciones que se pueden tomar en caso
de incumplimiento de obligaciones y cómo se hace exigible una obligación.

El principio general de la responsabilidad civil compensatoria y moratoria, así


como de la responsabilidad especial por la pérdida o daño en la conservación de
una cosa, tiene una excepción que se refiere al incumplimiento por caso fortuito o
fuerza mayor . Según el Código Civil, nadie está obligado al caso fortuito, porque
implica una imposibilidad que puede ser absoluta desde el punto de vista físico, o
de tal manera difícil para el deudor, que cumplir con la prestación a pesar del caso
fortuito sería imponerle una carga injustificada y una situación demasiado gravosa.
El código establece que nadie está obligado al caso fortuito a menos que haya
contribuido a su realización, haya aceptado expresamente esa responsabilidad o
que la ley se la imponga. Cuando el deudor da causa o contribuye al caso fortuito,
está incurriendo en culpa y en este caso no habrá excepción, sino que se
confirmará la tesis general de que cuando el deudor incurre en culpa es
responsable de los daños y perjuicios que cause. También el deudor puede
aceptar expresamente la responsabilidad, cuando exista caso fortuito o de fuerza
mayor y en este caso se respeta el principio de la autonomía de la voluntad . El
Código Civil estatuye que en ciertos casos la ley impone la responsabilidad para el
hecho fortuito. A pesar de que el deudor no cumpla su obligación, si ello se debe a
caso fortuito, no incurrió en mora, porque hubo una imposibilidad absoluta para
cumplir; y además habrá una imposibilidad física para entregar la cosa cuando
esta ha perecido. Por lo tanto, se considera que en primer lugar no incurrió en
mora y segundo, que habrá también una imposibilidad física para entregar la cosa
cuando ésta ha perecido o bien para realizar el hecho, dado que acontecimientos
naturales en el caso fortuito , o hechos del hombre insuperables en los de fuerza
mayor, impiden al deudor cumplir la prestación. Se discute en la doctrina cuál es el
concepto de caso fortuito y de fuerza mayor, pero en general se entiende que el
caso fortuito se refiere al acontecimiento.

El artículo presenta una discusión acerca de la ausencia de un texto en el Código


Civil colombiano que unifique el concepto de caso fortuito y fuerza mayor como lo
hace el artículo 1105 del Código español. Sin embargo, se señala que,
independientemente de que el caso fortuito no se refiera exclusivamente a los
acontecimientos naturales y la fuerza mayor a los hechos del hombre, en ambos
casos se trata de acontecimientos inevitables. Se mencionan algunas teorías que
diferencian entre ambos términos , pero se concluye que todas tienen que
estrellarse ante el tenor de los artículos 1147 y 1148 del Código Napoleón que
mantienen la unidad fundamental de ambos términos. Se explica también en qué
casos se puede responder a pesar del caso fortuito o fuerza mayor, como cuando
el deudor haya dado causa o contribuido al hecho o cuando se haya aceptado
expresamente esa responsabilidad.

La jurisprudencia define que tanto el caso fortuito como la fuerza mayor tienen los
mismos elementos fundamentales y efectos, aunque se discute si tienen la misma
o diversa significación. Ambos se refieren a sucesos de la naturaleza o del hombre
que afectan al obligado en su esfera jurídica, impidiéndole temporal o
definitivamente el cumplimiento parcial o total de una obligación, y que no pueden
ser evitados por culpa del obligado. Además, se requiere que dichos hechos no le
sean imputables directa o indirectamente y que su afectación no pueda evitarse
con los instrumentos de que normalmente se disponga en el medio social en el
que se desenvuelve. En cuanto a la evicción, esta se refiere a la privación total o
parcial de la cosa enajenada por sentencia ejecutoriada, en razón de un derecho
de tercero anterior a la adquisición. La evicción solo se presenta en las
obligaciones de dar translativas de dominio y el vendedor está obligado a
responder por ella.

Según el Art. 2119 del Código Civil, la evicción puede ser total o parcial. En el
caso de la evicción total, el adquirente es privado absolutamente de la cosa, lo que
sucede cuando el enajenante vende una cosa ajena. La evicción parcial ocurre en
dos casos específicos: 1) cuando el enajenante es copropietario o dueño en la
parte y enajena la cosa como si le perteneciera en exclusivo dominio. En este
caso, la evicción tiene por objeto que el titular preterido obtenga el reconocimiento
de la copropiedad y que el adquirente vea reducidos sus derechos a simple
copropietario sobre parte alícuota, o a que se declare que tiene solo el dominio
sobre una fracción localizada de la cosa; y 2) cuando el enajenante oculta un
gravamen o derecho real sobre la cosa. En este caso, el enajenante debe
responder parcialmente de la evicción, indemnizando en la medida del valor del
gravamen oculto o sufriendo la rescisión del contrato. El Código Civil da el término
de un año para ejercitar la acción rescisoria o la de indemnización. Además, se
acepta en la doctrina que todo gravamen o derecho real oculto constituye un caso
de evicción parcial. El efecto de la evicción es el saneamiento, que implica el pago
que hace el enajenante al adquirente de todas las prestaciones mencionadas. Si el
enajenante procedió de buena fe, estará obligado a entregar al que sufrió la
evicción: el precio íntegro que recibió por la cosa, los gastos causados en el
contrato, los causados en el pleito de evicción y en el de saneamiento, y el valor
de las mejoras útiles y necesarias, siempre que en la sentencia no se determine
que el vencedor satisfaga su importe. Si el enajenante procedió de mala fe, tendrá
las mismas obligaciones que el artículo anterior, con las siguientes agravaciones:
devolverá, a elección del adquirente, el precio que la cosa tenía al tiempo de la
adquisición.

El incumplimiento de un deudor puede tener consecuencias con terceras personas


en ciertas situaciones:

. Por ejemplo, cuando el deudor realiza actos en fraude de acreedores o actos


simulados, un tercero puede entrar en relación con el deudor para perjudicar al
acreedor. En estos casos, el derecho concede acciones para proteger al acreedor
no sólo en contra de los actos de su deudor, sino también de la complicidad del
tercero que se ha prestado para realizar un acto fraudulento o simulado. Estas
acciones se llaman acciones protectoras del patrimonio del acreedor y tienen
como fin conservar y proteger su derecho. Además, se han concedido al acreedor
la acción oblicua y el derecho de retención para alcanzar un fin semejante. La
acción pauliana es un ejemplo de acción protectora del patrimonio del acreedor
que puede utilizarse para atacar actos en fraude de acreedores, como
enajenaciones o renuncias de derechos que provoquen o aumenten la insolvencia
del deudor y por tanto perjudiquen al acreedor. Es importante que se cumplan los
requisitos de la acción pauliana, como que el acto ejecutado por el deudor sea
posterior al crédito y que haya mala fe en el deudor y en el tercero que contrató
con él. Estos elementos se encuentran regulados en el art. 2163 del Código Civil.

En relación con los segundos o posteriores adquirentes, los efectos de la acción


pauliana dependerán de si adquirieron de buena fe o mala fe. Si el segundo o
posterior adquirente procedió de mala fe, es decir, si sabía que la enajenación se
hizo fraudulentamente y que originó la insolvencia del deudor, estará obligado a
devolver los bienes adquiridos. Si, por el contrario, el segundo o posterior
adquirente procedió de buena fe, a pesar de que el primer adquirente haya obrado
en complicidad con el deudor, no quedará afectado, aunque se declare la
procedencia de la acción pauliana y, por lo tanto, no tendrá que restituir los bienes
adquiridos. En este caso, solo el primer adquirente que procedió de mala fe tendrá
que indemnizar al acreedor perjudicado. Es importante destacar que, para los
segundos o posteriores adquirentes, es indispensable que el acreedor perjudicado
acredite que procedieron de mala fe, es decir, haciéndose cómplices del fraude.
En cuanto a los subadquirentes, se requerirá para la procedencia de la acción
pauliana que hubieren procedido de mala fe. El artículo 2167 regula la situación de
los subadquirentes, distinguiéndola de la que guarda el primer adquirente.
Mientras que para el primer adquirente solo será necesario demostrar la mala fe
de él, cuanto, del deudor, en los actos onerosos, y no así en los gratuitos.

El derecho de retención es una herramienta creada por la ley para salvaguardar al


acreedor de un posible incumplimiento de las obligaciones por parte de su deudor.
Se trata de una institución protectora del acreedor, concebida para conservar o
retener ciertas cosas que obran en su poder y que están relacionadas con dichas
obligaciones. El derecho de retención no implica impugnar un acto ejecutado por
el deudor para defraudar a sus acreedores, como sí sucede en las acciones
pauliana, de simulación y oblicua. El objetivo principal del derecho de retención es
garantizar al acreedor que, en caso de que su deudor no cumpla con sus
obligaciones, aún tenga acceso a las cosas que forman parte de la garantía. Se
trata, en esencia, del crédito quirografario con prenda individualizada. En cuanto a
su oponibilidad respecto de terceros, el derecho de retención es reconocido por la
jurisprudencia francesa en los casos en los que exista una relación contractual
sinalagmática entre el propietario y el retenedor, y también en favor de ciertos
acreedores en determinadas situaciones.

Según Bonnecase, el derecho de retención no es un derecho real, sino que es un


caso particular de un crédito quirografario con una prenda especializada. Él
argumenta que el derecho de retención no tiene los elementos necesarios para ser
considerado un derecho real principal o accesorio, y que solo existe un crédito con
una prenda especializada o individualizada. Además, Bonnecase distingue el
derecho de retención de otras instituciones y afirma que es diferente de la
excepción de contrato no cumplido. También rechaza la idea de que haya una
especie de compensación y niega la idea de que el derecho de retención sea
similar a los diversos medios de coacción y ejecución de los acreedores. Para
Bonnecase, el derecho de retención es una institución autónoma que no puede ser
equiparada con los derechos reales.

La acción oblicua es una forma en que el acreedor puede protegerse de la


inactividad del deudor o de su acción ilícita, cuando descuida ejercitar las acciones
que le corresponden. Según el artículo 29 del Código de Procedimientos Civiles
vigente, ninguna acción puede ejercitarse sino por aquel a quien compete, o por
su representante legítimo. Sin embargo, el acreedor puede ejercitar las acciones
que corresponden a su deudor cuando conste el crédito de aquél en título
ejecutivo, y si este descuida o rehúsa hacerlo, el acreedor interesado lo
substituirá. Las acciones derivadas de derechos inherentes a la persona del
deudor nunca se ejercitarán por el acreedor.

Conclusión

El Derecho Civil de las Obligaciones es que este es uno de los pilares


fundamentales del ordenamiento jurídico y de la vida en sociedad. El Derecho Civil
regula los derechos y obligaciones de las personas en relación con los bienes, las
sucesiones y los contratos. Las obligaciones civiles se encuentran reconocidas por
nuestra legislación y son una de las fuentes de las obligaciones en el derecho. Es
importante distinguir entre el contrato y la obligación misma, ya que el contrato es
sólo una fuente de obligación. Los derechos personales y los sistemas de
garantías personales y reales para proteger los derechos de crédito son una parte
integral del Derecho Civil patrimonial.

Referencias Bibliográficas

Rojina García, A. (s. f.). COMPENDIO DE DERECHO CIVIL 111 TEORÍA


GENERAL DE LAS OBLIGACIONES (1.a ed.).

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