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Uno de los principales contaminantes que puede resultar perjudicial para la salud humana es el ozono.
John F. Kennedy, presidente de Estados Unidos en la década de los 60, citaba que “nuestro
vínculo común más básico es que todos vivimos en este planeta. Todos respiramos el
mismo aire”, pero, ¿cómo es a día de hoy nuestra relación con el espacio natural en el que
vivimos?
Aunque no pueda mostrarse a simple vista, ahí está. Como consecuencia de la mala calidad
del aire que respiramos, nuestra esperanza de vida puede reducirse considerablemente.
Según los datos de la Agencia Europea de Medioambiente, en 2013 fallecieron en nuestro
país cerca de 30.000 personas por causantes como el dióxido de nitrógeno, las pequeñas
partículas del aire en suspensión y el ozono.
Con respecto a esto, la Directiva del Parlamento Europeo y del Consejo de la Unión
Europea, establecen límites teniendo en cuenta los diferentes compuestos, e indica que
cada país debe instalar unos puntos de muestreo para registrar los datos correspondientes
y proceder al análisis. En Madrid, existen 24 estaciones para medir la calidad del aire y,
desde hace varios años, se superan todos los umbrales establecidos. Mientras la norma
europea fija que el límite de dióxido de nitrógeno es 40 microgramos por metro cúbico
durante todo un año, en la estación de medida de Plaza España se superó ese límite cada
mes del 2017, excepto en agosto. La época en la que hubo mayor nivel de dióxido de
nitrógeno fueron los últimos tres meses del año, superando los 60 microgramos por metro
cúbico. En cuanto a las partículas del aire en suspensión, en la estación de Castellana, se
superó el umbral máximo permitido (10 microgramos por metro cúbico) obteniendo en
febrero la mayor subida anual en 2017 llegando a los 22.
Estas limitaciones de velocidad se aplican dado a los altos nivel de dióxido de nitrógeno que hay.
Pero Madrid no es la única capital europea que aplica medidas extraordinarias para frenar la
contaminación atmosférica. París es una de las ciudades de la Unión que más medidas ha
tomado para detener los altos niveles de polución causados por el tráfico rodado. Los
vehículos más contaminantes no pueden circular por la capital francesa los días laborables
desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche. Esta medida afecta a los vehículos
particulares que lleven en circulación desde antes de 1997.
Por su parte Londres, tiene implantado un sistema de tarifas de congestión que limita la
circulación por el centro de la ciudad. Este funciona de lunes a viernes de 7 de la mañana a
6 de la tarde y tiene un coste de 11.50 libras (casi 13 euros) con un descuento para aquellos
coches que sea eléctricos o híbridos. Por su parte, la capital italiana, Roma, una de las
ciudades europeas más activas en cuanto al tráfico rodado, ha implantado el mismo sistema
de matrículas par e impar que en Madrid. Solo podrán circular por el centro histórico
aquellos vehículos autorizados.
Contaminantes perjudiciales
La movilidad asemeja ser el corazón de las grandes ciudades y las carreteras las arterias
que la mantienen con vida. Pero, ¿y si esta movilidad nos termina perjudicando? ¿Qué pasa
cuando se prioriza el transporte a motor frente a las personas? Evidentemente, necesitamos
espacio para los coches. Con todo, cualquier persona que haya vivido una hora punta en
Madrid constatará el flaco favor que los automóviles le han hecho a la movilidad. Más allá
de la contaminación, los accidentes y el estrés que provoca el tráfico, existen otros factores
igual de dañinos que deberíamos tener en cuenta.
Uno de los principales contaminantes que puede resultar perjudicial para la salud humana
es el ozono. Es un “gas incoloro e inerte que no posee una concentración media mundial
suficiente para que suponga un peligro directo sobre la salud”, señala Mónica Ruíz Alonso,
investigadora del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC. Alonso explica que, “la
problemática asociada es el aumento del efecto invernadero. Sin gases como el ozono, la
temperatura media terrestre sería de -18ºC, pero un aumento excesivo provocaría un
incremento de la temperatura media terrestre”. De todos ellos, la concentración de ozono es
el que más ha aumentado, principalmente en las ciudades por el tráfico rodado y las
calefacciones. Una mayor temperatura global podría suponer una importante crisis para la
supervivencia humana, en la que tendríamos que hacer frente a distintas amenazas. Entre
ellas destacan: la subida del nivel del mar, la desaparición de los glaciares, sequías,
fenómenos meteorológicos extremos y la extinción de especies. La temperatura media a
finales de siglo, se prevé 4ºC superior a la de hoy en día.
También existen otros contaminantes que no son gases de efecto invernadero, sino que
afectan directamente a nuestra salud. “Aquí tenemos el óxido de nitrógeno, el dióxido de
azufre, monóxido de carbono. Estos son gases que están divididos en partes por billón, es
decir, mil veces menos concentrados que el dióxido de carbono, pero con un gran impacto
en la salud humana”, incide Querol.
Otra de las consecuencias negativas que causa la contaminación, las señala Olaia Bronte,
neumóloga del Servicio de Neumología del Hospital de Galdakao de Vizcaya y miembro de
la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (Separ). “El tracto respiratorio es la
puerta de entrada de los contaminantes, por lo que el sistema respiratorio es uno de los
primeros afectados”, señala la especialista.
Entre los efectos crónicos, la contaminación del aire aumenta la mortalidad y disminuye la
esperanza de vida. Además, a largo plazo deteriora la función pulmonar y desempeña un
papel importante en el desarrollo de enfermedades crónicas respiratorias tanto en niños
como en adultos. “La contaminación del aire tiene potencial carcinógeno por lo que aumenta
la frecuencia del cáncer de pulmón”, afirma Bronte.
La contaminación afecta al sistema nervioso central y a órganos vitales como corazón, hígado o bazo.
Pese a ser los afectados más evidentes, los pulmones y el corazón, no son los únicos. El
ojo humano es un órgano extremadamente sensible al ambiente que lo rodea. Miguel Ángel
Teus, oftalmólogo de la Clínica Novovisión, señala que desde al aire acondicionado hasta al
tráfico son perjudiciales. “El problema reside en el bajo contenido de agua que posee el aire
de Madrid y en las partículas procedentes de la contaminación atmosférica. La sequedad y
la combustión propia de los coches y del contexto industrial alteran la superficie ocular. La
cual se encuentra especialmente expuesta debido a su naturaleza mucosa. Los casos
clínicos de ojo seco, fueron, en el pasado, un problema relativo a las personas de edad
avanzada. Hoy cerca del 30 por ciento de la población lo padece con periodicidad a causa
de los actuales niveles de contaminación”, señala Teus. El ojo seco es la enfermedad ocular
más frecuente en los países desarrollados. Otras también habituales son la conjuntivitis
alérgica y las cataratas. Las mujeres de más de cuarenta y cinco años, son el segmento de
la población con mayor índice de riesgo.
Los pacientes con lentes blandas, tienen además, necesidades especiales debido a la suma
de agresiones a las que someten su vista. “Estos últimos se ven obligados a recurrir a la
suministración de lágrimas artificiales cuando aumenta la polución en su entorno. Ellos
mismos afirman notar grandes mejoras al dejar estos espacios por otros destinos, como
ciudades pequeñas o próximas a la costa”, explica Teus.
Un aire de mayor calidad, pero también una mayor concienciación de los efectos que
provoca el cambio climático son dos buenas armas para luchar contra ese verdugo etéreo.
Para ello es vital desarrollar estrategias de acción que hagan hincapié en: la movilidad
sostenible, la regeneración urbana, la adaptación al cambio climático, la sensibilización
ciudadana y la colaboración con las instituciones. “La mejor forma de reducir estos efectos
es obligando a los responsables a tener una mayor pureza del aire y obligar a los políticos a
que incrementen leyes muy rígidas para paliar la contaminación. Se ha demostrado que una
reducción importante en los niveles de polución, reduce los problemas cardiovasculares y
respiratorios entre un 15 y un 20 por ciento. Son cifras muy importantes como para tomar
medidas enérgicas. Por lo que son los propios ciudadanos los que deben animar o exigir a
los responsables para aumentar las leyes”, aconseja Palma.
Hay que ser conscientes de que la solución contra la contaminación está en cada uno de nosotros mismos.
El modelo tradicional urbano está agotado. Es paradójico sí, pero Madrid, como motor
económico de la sociedad, podría dejar de ser sostenible. Los ciudadanos han pagado el
pato de la huella ecológica. Y, desgraciadamente, no solo Madrid. Son muchas las ciudades
que, incluso con menos volumen de tráfico y población, están en una situación similar. Así
las cosas, la pregunta es sencilla, ¿está todo perdido? Y la respuesta lo es aún más, no.
Un comportamiento humano adecuado y una conciencia social general, una mejor y mayor
sostenibilidad medioambiental, una movilidad y un transporte más adecuado y conveniente
al siglo que vivimos, regenerar y preservar recursos naturales o planificar la construcción
nos pueden asegurar esa ciudad del futuro, sostenible, inteligente y eficiente que hace años
vaticinaron algunos, pero, lo más importante, nos asegurará una buena calidad de vida, la
prevención de enfermedades, tanto para esta generación como para las venideras.