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Opio y goles

Armando Páez | 23 de diciembre de 2022 | Artículos, etc.

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Algunos intelectuales desprecian el fútbol diciendo que es un opio del pueblo,

sacando de contexto el pensamiento de Carlos Marx, quien se refería a la religión

como una droga: instrumento de los poderosos para controlar al vulgo y aliviar y

darle sentido a los padecimientos, dicha ilusoria y promesa de un mundo mejor


después de una vida miserable, suspiro de una criatura atormentada.

Marx llegó a Londres en 1849, vivió en esta ciudad hasta su muerte en 1883. En

esos años se fundaron los primeros clubes de fútbol en Inglaterra y el Reino Unido.
La creación de la Football Association y la redacción de las reglas que definieron y

unificaron la práctica del deporte acontecieron en 1863, cuatro años antes de la

publicación de El capital. Ignoro si Marx escribió algo sobre fútbol, si vio algún
partido del Clapham Rovers, el Fulham o el Royal Engineers, dudo que haya
considerado a esta actividad —hoy negocio millonario— como un opio.

El balompié ya era en el siglo XIX entretenimiento y distractor, pero estaba y está

lejos de aliviar los padecimientos, ya que lo normal, en la mayoría de los casos, es


la derrota, la frustración, la tristeza, el enojo, no la alegría que trae el triunfo. El

fútbol puede ser evasión, pero también es punto de encuentro: las gradas, pubs y

restaurantes son espacios para hablar, quejarse, organizarse.


Hay ilusión con cada nuevo torneo, con cada nueva contratación o joven talento

incorporado al equipo, se espera que el club gane o tenga mejor desempeño, pero

esto suele desvanecerse pronto: no hay dicha ilusoria. El fútbol tiene un

componente depresivo, es, en realidad, un autocastigo. Aunque la obsesión que


algunos demuestran no es exclusiva de este, ya que puede manifestarse en otros

temas, incluso en aquellos calificados superiores como las artes o las ciencias.

El fútbol no es un opio, no oculta lo evidente ni puede construir mundos perfectos,


su objetivo no es esbozar utopías. Cada gol a favor es un latido más, cada gol en

contra, cada derrota, es la materialización del dolor, de otro dolor, no físico, no

intelectual, no sentimental. Un dolor que tiene una función psicológica, lo que

permite explicar su persistencia y búsqueda constante a pesar de todo. El


aficionado al fútbol es masoquista: le complace la humillación. Eterno retorno al

estadio y al sillón enfrente del televisor para sufrir, y para perder dinero si se

apuesta a favor de los colores que se portan.

La religión determina la manera como una persona lee el mundo, sus creencias, su
cosmovisión. Si bien el fútbol es un elemento central en la vida de millones, no

define su comprensión o incomprensión de la realidad, es complemento y escape

algunas horas cada semana. El fútbol no da sentido al padecimiento, es el

padecimiento. Su sentido, en todo caso, llena un vacío, la necesidad de pertenecer,


suele ser algo que se hereda familiar o socialmente, un sentido de identidad,

territorial.

Así, el fútbol en la dimensión e imaginario que constituye al individuo, lo micro, no


lo fragmenta. La fragmentación se presenta en una escala mayor debido a las

rivalidades de los clubes. No obstante, une a los contrarios en el caso de los


equipos nacionales y en la admiración de los mejores atletas y colectivos. De

hecho, el historiador marxista Eric Hobsbawm vio en el fútbol una razón para la

esperanza en este mundo complicado y multidimensional: integración, sin importar

el color de la piel, la lengua, la religión. Zinedine Zidane en vez de políticos y


fanáticos ultranacionalistas (Un tiempo de rupturas, 2013).

Hay luces en medio del estruendo y el silencio, siempre efímeros. El problema, lo

pendiente, el desafío, es darle el balón a los menos dotados y capacitados. El fútbol


más que enajenación muestra la necesidad de reinventar lo político: canchas e

infraestructura en vez de estadios millonarios; goles y salud en vez de discursos

vacíos; balones y libros en vez de opio, alcohol y fentanilo.

[Imagen: Anónimo, del libro Athletics and football (1894)]

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