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ESTUDIOS DEL DEPORTE

donde ya no sólo lucen


los hugs, los drolls y los manglors
sino también las cabezas
de esa hembra y ese macho
de una especie conocida
con nombre que imita el canto
con el que se llaman ellos:
una pareja de humanos.

MALAS ARTES MARCIALES

Yo le miro al futuro
cara a cara:
soy bípedo: Y presumo
pues pago con esfuerzo de riñones
el precio de no andar como un cuadrúpedo.

Firme y de pie: soy hombre.

(Oh, sí, pero el destino sabe yudo)

TRAS EL MAILLOT AMARILLO

Ciclista de la vida,
me he lanzado
por las rampas del tiempo
a tumba abierta.

No me tengáis piedad:
corrí casi cien tours
en las vueltas al Sol que da la Tierra.

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LO SAGRADO DEL REBAÑO . EL FÚTBOL COMO INTEGRADOR DE IDENTIDADES

Lo sagrado del rebaño.


El fútbol como integrador de identidades*

Andrés Fábregas Puig

Hasta mediados del siglo XX, el deporte no ha sido considerado como una activi-
dad humana lo suficientemente importante como para merecer la atención de las
Ciencias Sociales. Sin embargo, la enorme difusión, tanto a nivel de practicantes
como de espectadores, y el enorme capital económico que genera, obliga a que
múltiples miradas científicas comiencen a contemplar este fenómeno, investigan-
do tanto las causas que lo producen como los efectos que provoca.
La esencia del deporte es juego, juego competitivo como lo son la mayoría de
las actividades lúdicas de los niños. Sin embargo, como apunta Huizinga en Homo
Ludens, la profesionalización ha acabado con lo lúdico del deporte. Éste se ha
convertido en un negocio, privándole, por tanto, de toda cualidad de ocio que debe
acompañar al juego.
De entre las numerosas prácticas deportivas sobresale, tanto a nivel de difu-
sión mediática como en número de licencias federativas, el denominado por los
medios de comunicación como deporte rey: el fútbol. Hoy en día, a su alrededor se
aglutinan demasiadas pasiones, intereses económicos, conflictos sociales, etc., de
forma que traspasa la línea, si la hubiera, entre un juego y un fenómeno de masas.
El antropólogo mexicano, Andrés Fábregas Puig, realiza un trabajo de campo
en torno a la vivencia del sentimiento como hincha de un equipo de fútbol. No se
trata de un estudio sobre la afición en general, sino que se centra en el Club de
Fútbol Guadalajara, de México, conocido como las Chivas Rayadas, y sus aficio-
nados, los “chivas”: auténtica razón del trabajo.

*
Andrés Fábregas Puig, Lo sagrado del rebaño. El fútbol como integrador de
identidades. Jalisco, El Colegio de Jalisco: 2001. 117 pp.

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Andrés Fábregas Puig lleva a cabo un estudio antropológico, donde analiza


el papel de un equipo de fútbol que se ha convertido en un símbolo de identidad
en la sociedad mexicana. Para ello ha realizado una larga investigación sobre el
mismo terreno, conviviendo durante dos años con esta microsociedad tapatía.
Junto a ellos asiste al rito futbolístico, dejándose empapar del sentimiento chiva.
Aborda el tema, pues, participando del espectáculo como chiva, sin abandonar
por ello su atalaya de antropólogo observador, con el fin de tomar distancia con
respecto al objeto de su estudio. Sin embargo, la “objetividad” del científico que-
da diluida por el magnetismo que emana del grupo, construyéndose entre ambos
una corriente empática que para nada afecta al objetivo final del libro: dar a cono-
cer “lo sagrado del rebaño”.
Las Chivas Rayadas son un caso atípico en el mundo del fútbol profesional,
quizá no el único, como afirma Fábregas –en España encontramos un caso similar
en el Athletic Club de Bilbao– pero sí especial. La idiosincrasia de este club impi-
de que militen en él jugadores nacidos fuera de las fronteras mexicanas, es decir,
no ficha jugadores extranjeros. Este hecho consigue que un símbolo local, como
es un equipo de provincias, sea percibido y sentido como representante del más
profundo nacionalismo mexicano y que, por tanto, sea adoptado como sinónimo
de identidad tanto dentro como fuera de las fronteras del país, donde aquellos
mexicanos que han debido emigrar por diferentes causas encuentran en el equipo
de las Chivas un referente de su pertenencia grupal.
No es extraño que la idea romántica del orgullo nacionalista aglutine pasiones
en un contexto social en el que prima el “tanto tienes, tanto vales”. Los clubes
deportivos asumen este axioma, pretendiendo afirmar su valía frente a clubes más
humildes mediante la demostración de su poderío económico. Así, con grandes
sumas de dinero, contratan jugadores foráneos capacitados, a priori, para conse-
guir títulos, ya que el ser capaz de “comprarlos” es interpretado como signo de
superioridad, cuando menos económica. Frente a esta política mercantilista se eri-
ge el espíritu de la orgullosa resistencia tribal frente al poderoso que ningunea la
cultura y tradición del que supone inferior.
Confluyen además otros sentimientos que favorecen la identificación social
con las Chivas Rayadas como son la resistencia regional frente al centralismo, la
cultura rural frente a la urbana y la sempiterna lucha de clases en la que las Chivas
representan a los humildes frente a los poderosos. Esta concepción maniquea con-

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lleva lógicamente a la identificación del equipo rival con la entidad contraria. De


esta forma, sobre el césped del estadio, asistimos a la representación de algo más
que un juego: dentro de la cancha se personifica la lucha entre el bien y el mal,
adquiriendo por tanto estos encuentros un carácter específico que los convierte en
símbolo ritual. Éste es descrito desde el corazón del grupo, que es vivido como el
nosotros, puesto que ser chiva define al individuo con una identidad que supera su
propia condición social. Entre chivas no hay clases, tan sólo hermanos.
De la mano de Fábregas asistimos al rito previo al encuentro, localizado en
las afueras del estadio. No describe una representación ritual sino una vivencia
ritual. Se trata de un día festivo, especial. Los aficionados portan los emblemas
que les identifican, exhibiendo alegremente su condición de chiva. La multitud
desperdigada se ha ido cohesionando formando el “nosotros” que actúa como ser
uniformado dispuesto a materializar el rito y a ser impregnado por él. Según
Fábregas Puig, se produce un efecto de ósmosis que Roberto DaMatta denomina
como el paso de la identidad a la identificación.
Este rito comienza en el hogar de cada aficionado chiva, al recoger la bande-
ra que preside la entrada, al vestirse con la camiseta de su equipo, al pintarse en la
cara los colores de éste. Durante el trayecto, siguiendo rutas tácitamente chivas,
la marea humana va creciendo con la sensación de ser un individuo cada vez más
grande, más fuerte, más poderoso. Se debe llegar con tiempo para vivir el rito,
hay que disfrutar del ambiente para completar la iniciación. Es en la feria que se
levanta alrededor del estadio donde se completa este ritual. Es el momento de la
comunión, en el que se come y se bebe. Esta comida previa ejerce un papel im-
portante en el devenir de la ceremonia, ya que reafirma el sentimiento de grupo
con identidad propia y logra que tome conciencia de ser una comunidad dentro de
otra, un pueblo, una “raza” que, como tal, asiste unida al evento.
Lo que Fábregas nos trasmite es que, a diferencia de los aficionados de otros
clubes, los chivas no se disfrazan para ir a un partido, sino que se engalanan con
sus símbolos rituales y que, al finalizar el partido, una vez recogidos, el senti-
miento chiva no desaparece debido a que es su condición vital: ser chiva no es
una afición, es una forma de comportamiento en el mundo, de entender la vida.
No representan un rito sino que lo sienten porque son parte de él y, por tanto, está
vivo. Ellos no acuden al estadio a presenciar un partido de fútbol, acuden a parti-
cipar en él.

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Tras recibir la llegada de los jugadores-héroes, el grupo penetra en el recinto


sagrado donde se distribuye por las gradas y palcos. La ubicación en el estadio es
importante, ya que indica una mayor o menor implicación en el evento. Así, en-
contramos a los ocupantes de los palcos viviendo el acontecimiento de forma más
pasiva, atendiendo principalmente a los negocios que allí se ventilan, mientras que
en las gradas el colorido y la algarabía demuestran el grado de vivencia. La afición
gusta de sentirse el jugador número 12, proyectando su deseo de ser uno de los
héroes que luchan en la hierba.
Es en este papel donde se produce la catarsis colectiva. Es a través de este
“somos todos, somos uno” mediante el que se construye la identidad de un grupo
que, con una sola voz recibe, con cánticos y pancartas, la salida al campo de los
héroes. Es un único ser el que descarga sus iras contra el árbitro que, en su papel de
regulador-sancionador y alegoría de lo efímero del poder, resulta señalado como
máximo responsable de la tragedia provocada por la derrota. Es un único ser el que
acude a celebrar la victoria al lugar emblemático presidido por la fuente.
Lo sagrado del rebaño estriba pues, en que “simboliza las raíces profundas de
México, la alianza del pueblo de pueblos que es la nación, la capacidad de cons-
truir la hermandad humana en medio de la diversidad” (p. 70). Lo sagrado se crea
al lograr un nosotros propio, autóctono, sin injerencias externas, donde se revive
lo esencial de ser mexicano en cada partido. Por ello resulta decisivo el compromi-
so del club con el nacionalismo, incorporando exclusivamente futbolistas de ori-
gen mexicano. Ahí reside lo sagrado: los héroes son héroes de la tierra, por lo que
tanto la victoria como la derrota alcanza a todos, jugadores y aficionados, por
igual. Alcanzándoles como individuo y como colectivo en su afán de lucha sin
concesiones por el ideal de igualdad y libertad. Para los chivas lo importante de la
victoria no es ésta en sí, sino el cómo se logra y sobre todo ante quién. Para sentir
la victoria como propia debe ser conquistada por héroes locales y no gracias a la
intervención de “mercenarios” extranjeros cuya motivación recae en la ganancia
de dinero más que en la fidelidad a un ideal.
La apropiación simbólica del ideal mexicano por parte de los chivas conlleva
la aparición de sentimientos enfrentados. Éstos se localizan lógicamente en los
rivales que, para los chivas, representan aquello contra lo que luchan: el poder
opresor del capital, el desprecio de la modernidad urbana por lo ancestral, por la
cultura rural, el centralismo homogeneizador frente a la individualidad del regio-

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nalismo. Son, por tanto, algo más que juegos los enfrentamientos entre los Chivas
Rayadas y el América o el Atlas, “son luchas simbólicas en un mundo irreal surgi-
do del real”. Por eso el mexicano humilde pero orgulloso de su condición, se siente
identificado y representado por el Guadalajara, independientemente de su lugar de
nacimiento o residencia, y siente la victoria de su equipo como un soplo de justi-
cia, cuando menos poética, frente a siglos de humillaciones y desprecios por parte
de los poderosos.
Andrés Fábregas Puig no se adentra en el porqué del fútbol como catalizador
de sentimientos o aglutinador de reacciones en ocasiones desmesuradas. Ni tampo-
co lo pretende, sino que lo que su obra aporta, como él mismo dice en la introduc-
ción, es “un intento de crear conocimiento acerca de uno de los mecanismos de
movilización social más eficaces de nuestra época” (p. 20). En este caso, el conoci-
miento que comparte es el cómo un sentimiento de identidad nacional, que no
estatal, es decir, un sentimiento que hunde sus raíces en lo más profundo y arraiga-
do de la cultura del pueblo, se vincula al modo de ser o entender de un equipo de
fútbol. En cómo esta vinculación se crea de forma natural, sin artificialismos publi-
citarios, mediante un ejercicio de libertad individual, en el que cada sujeto escoge
a sus propios héroes, su propio sentimiento de nación. A diferencia de otros clubes
que luchan desde la prepotencia para que esta condición de representatividad na-
cional se les reconozca oficialmente, los Chivas Rayadas lo logran popularmente.
No ahonda en el porqué de esa eficacia, ni analiza las causas de cómo un
deporte se convierte en un fenómeno de masas capaz de provocar estas u otras
reacciones. Sin embargo no es ajeno a todo ello, siendo consciente que ésta sería la
labor de otro proyecto mucho más ambicioso. A pesar de todo, el libro invita a
seguir creando conocimiento en torno al fútbol cómo fenómeno social. Y es que el
interés que suscita este deporte, incluso entre aquellos que nunca lo practicaron, o
las reacciones adversas que provoca incluso entre los que nunca lo han presencia-
do, resulta claro objeto de estudio.
No se puede olvidar o menospreciar, por soberbia intelectual, que hoy en día
también en Europa un partido de fútbol como un Real Madrid-Barcelona es capaz
de dejar desiertas las calles de un país. Más aún, una final de la Champions League
o del Campeonato del Mundo acaparan la atención del planeta, paralizándolo y
provocando reacciones extremas que llevan desde el enfervorecido delirio colecti-
vo a la más profunda de las depresiones individuales. Tampoco podemos pasar por

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alto que, en tiempos de globalización, encontramos en una aldea africana un nati-


vo enfundado con una camiseta del Manchester junto a otro con la del Milán,
sentados frente a un televisor viendo apasionadamente el partido que los enfrenta.
También es cierto que un niño de cualquier parte del mundo puede desconocer el
nombre del presidente de su país, pero seguro que recita la alineación de su equipo
de memoria.
Quizás, a modo de hipótesis personal, una de las razones de esta popularidad
del fútbol es que permite al aficionado disfrutar más que a los propios jugadores de
lo esencial del juego, ya que no busca un interés material y crea un espacio imagi-
nario que lo abstrae por completo de la realidad el tiempo que dura el encuentro.
Fábregas, en el capítulo IV –El Fútbol: un tema abierto– explica una circuns-
tancia que concurre durante el siglo XIX y que contribuye a la popularización del
fútbol: el cambio de estrategia en su concepción, pasando de ser un juego en el que
predominaba la jugada individual a otro basado en el pase donde impera la fuerza
del conjunto, por lo que los obreros encontraron una simbología social con la que
identificarse, contribuyendo así a su difusión. Por encima de esta sutileza táctico-
social resulta más convincente la afirmación de Norbert Elias recogida en el mis-
mo capítulo, en la que explica la necesidad de las sociedades de encontrar una vía
de escape emocional a las tensiones originadas en la cotidianidad. Llegado el caso
son las propias instituciones las responsables de crearlas, propiciando un marco en
el que puedan resolverse estas tensiones, con plena libertad, sin atentar contra el
desarrollo social.
El autor del libro concluye presentándonos un algoritmo del juego, que sor-
prende por su sencillez y concreción, y que podría ser utilizado como ejemplo para
explicar la síntesis del fútbol a todo neófito que se interese por los mecanismos de
este deporte. Resulta, pues, un ameno e interesante estudio antropológico sobre
cómo las sociedades crean un sentimiento de pertenencia grupal a partir de ciertos
símbolos que representan lo que es sagrado de su esencia, lo que constituye su
identidad y los mantiene unidos como pueblo. Se describe cómo el mito se va
alimentando y creciendo a través del rito hasta alcanzar al individuo, engulléndolo
y convirtiéndolo en mito a su vez, y en definitiva, cómo la tradición oral lo mantie-
ne vivo gracias, en este caso, al oráculo del viejo y sabio aficionado, conocedor del
pasado, presente y futuro del equipo, que mora en las gradas del estadio dictando
sentencia.

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El libro que reseñamos también tiene la virtud de contribuir al desarrollo de


una línea de investigación –antropología y fútbol– olvidada, y a veces menospre-
ciada por los científicos sociales, por lo que puede contribuir a que alguno de ellos
acabe iniciándose en la misma. Así mismo, disfrutará igualmente de su lectura el
aficionado al fútbol, o al deporte en general, que busque nuevos enfoques o, como
dice Andrés Fábregas, nuevos conocimientos. Especialmente recomendado para
el “forofo” chiva, asegurándole que este libro pasará a ocupar un lugar entre sus
símbolos sagrados.

Reseña de Raúl Blasco Ruiz

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