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Grandes Guerreros Mitológicos

Jacques J. Renard


Introducción

Dentro de las diferentes mitologías, ocupa un lugar distintivo, por su recurrencia, la
presencia del héroe. Hacedor de hazañas extraordinarias, su imagen ilumina los
relatos del origen mismo de las civilizaciones.

Por lo general, aunque no invariablemente, los héroes mitológicos son figuras
masculinas, muchas veces hijos de un amor furtivo entre una deidad y un mortal,
tal vez la síntesis más clara de la unión de las fuerzas celestes y terrenales.

Poseedores de privilegiados dones, en muchos casos se los ha llegado a
considerar semidioses. Algunos de ellos, como los griegos Heracles y Pólux,
obtuvieron el favor de ser incorporados al Olimpo con derecho a la vida eterna.

Pero dentro de la categoría de los héroes existe a su vez cierta tipología
diferenciada, como la de los llamados “héroes primordiales”, personajes cuyos
desafíos implicaron momentos decisivos en la evolución de las sociedades.
Prometeo, por ejemplo, fue el primer héroe que robó el fuego de los cielos para
entregárselos a los hombres, acción por la que fue cruelmente castigado por Zeus.

En las tradiciones mitológicas de Oceanía, ese rol le correspondía a Maui, y en las
islas del Pacífico occidental a Bue. Otros héroes domesticaron o eliminaron a
monstruos que impedían el trabajo de la tierra o poblaron los mares con peces
para que las tribus pudieran alimentarse, como Sido en Nueva Guinea. En el
presente tomo, nos ocuparemos exclusivamente de los héroes mitológicos
griegos.

Todos ellos conforman un arquetipo identificado por virtudes comunes, como la
fuerza, el valor, la audacia, la belleza y la inteligencia para sobrellevar
exitosamente cualquier adversidad que se le presentare, tal como lo hiciera
Odiseo. Esta característica se extendió a otro tipo de héroes, el de los campeones.

Modelos de virtud y excelencia combativa, su rol en los campos de batalla fue
decisivo para la supervivencia de ciudades e incluso de imperios. En razón de sus
hazañas, ocuparon un lugar destacado en el culto popular y se les brindó una
veneración similar a la de los fundadores.

Su consideración era notable en algunas civilizaciones, como la griega; los
príncipes de la Ilíada y la Odisea empleaban el término héroe como título, al que
sólo podían acceder grandes personajes, príncipes y reyes. Como héroes que
eran, incluso tenían una intensa relación con los dioses, como Aquiles o el
mencionado Odiseo.

Si bien Homero no los consideró merecedores de un culto especial, Hesíodo los
ensalzó como uno de los 5 pilares de la civilización. Ya para el siglo V a.C., en
Grecia, el culto a los héroes se había convertido en una forma popular de
adoración religiosa. Por entonces, la fama de los héroes comentó la creencia de
que obtener sus favores permitía contar con grandes oportunidades y ventajas,
por lo cual se les hacían ofrendas especiales en santuarios construidos en el lugar
de su supuesta inhumación o muerte. Pero así como alabarlos constituía un
resguardo para las épocas de crisis, ofenderlos conllevaba el riesgo de encender
su cólera.

Los relatos orales y escritos de sus andanzas trascendieron a tal punto, que en
diferentes culturas y épocas fueron inspiración de numerosos hombres que, desde
entonces, se convirtieron en las figuras fundantes de una identidad regional o
nacional.

Pero los héroes no sólo se caracterizan por sus virtudes, sino también,
paradójicamente, por encarnar cualidades tan excepcionales como aquellas. La
soberbia, la euforia y la desmesura pasional generalmente los llevaban a causar
estragos tanto a los adversarios como a sus propios aliados y amigos. Semejantes
aptitudes los condenaban, como no podía ser de otro modo, a una soledad de la
que no podían escapar.

Símbolo del impulso y el deseo esencial, el héroe mitológico es, en síntesis, una
inagotable fuente de caracteres humanos. Las próximas páginas darán cuenta de
ello.






















Los Doce trabajos de Hércules

Heracles era Hércules para los romanos. Tomaremos indistintamente ambos nombres; el
primero por fidelidad al origen y el segundo por ser el que más ha popularizado al héroe,
al que muchos aluden aún sin conocer, como símbolo de fuerza y poder.

Hércules constituye uno de los personajes más importantes del universo mitológico
clásico. Fue el único héroe venerado en todo el mundo griego y también uno de los dos a
los que se les concedió la inmortalidad entre los dioses.

Sus peripecias sintetizan no sólo las excelencias del heroísmo llevadas hasta sus
extremos, sino también muchas de las vicisitudes que acompañaron a estos personajes.
De hecho, Heracles venció a criaturas fantásticas y hasta enfrentó a la Muerte para salvar
a un amigo, pero también fue víctima de los excesos y las euforias que anidaban en estos
excepcionales seres.

Algunos textos griegos lo han exhibido vencedor de mil batallas, destructor de ciudades y
amante infatigable, pero finalmente, tras haber asesinado a su esposa e hijos en un
acceso de locura, pasó buena parte de su vida intentando reencontrar el camino de la
virtud en una angustiante introspección.

Según la tradición clásica,
Heracles fue el fruto de la Las argucias de un libertino_______________________
relación adúltera de Zeus
y Alemana, descendiente Zeus era un dios apasionado que no solía
ella misma del héroe reprimir sus impulsos amorosos. Sus aventuras
Perseo. Alcmena era la eróticas con diosas y mortales doncellas eran tan
esposa de Anfitrión, a su conocidas que, para no irritar más a su esposa
vez sobrino de Electrión, Hera, comenzó a realizarlas con la mayor
rey de Micenas. discreción posible y no pocas veces a través de
originales engaños. De todos modos eso tampoco
Según cuenta el mito, le sirvió de mucho, ya que la vigilante Hera no
Anfitrión mató tardaba en enterarse.
accidentalmente al rey,
por lo que se vio obligado Decidido a poseer a Alcmena, Zeus no sólo tomó la figura de su
a abandonar la ciudad marido, sino también varió la duración de la noche, prolongando
junto a su mujer. Su aún más su placer. Extender la jornada nocturna no parecía una
nuevo destino fue Tebas, complicación muy grave para Zeus, quien le ordenó a Hermes
hasta donde los siguió la que hiciera todo lo necesario para ello.
atenta mirada de Zeus,
quien codiciaba a su bella Entonces el obediente Hermes le pidió a Helio apagar los fuegos
esposa.
solares durante los siguientes tres días; a la Luna que siguiese
lentamente su órbita y al Sueño que no despertar a los
Aprovechando que habitantes de la Tierra, para e no se diera cuenta de lo que
Anfitrión marchó a la estaba ocurriendo. Según la tradición, Zeus no quería
guerra para liberar a apresurarse, ya que se proponía engendrar un paladín
Te b a s de los
excepcional.
teumesianos, Zeus tomó
su forma, y simulando un
inesperado regreso, se unió a la sorprendida e ingenua Alcmena por toda una noche.
Fruto entonces de un adulterio no deseado, fue la gestación de nuestro héroe. A los nueve
meses, Zeus se jactó de que en breve nacería un hijo suyo destinado a conducir la noble
casa de Perseo. Su nombre sería Heracles que, paradójicamente, significaba Gloria de
Hera, la "esposa legítima" del mismo dios adúltero.

Los celos a Hera, esposa de Zeus, al darse cuenta de la infidelidad de su marido, le hizo
prometer a éste que si antes del anochecer nacía un heredero de la casa de Perseo, ese
sería el rey supremo. A aceptar su esposo el trato, Hera comenzó a trazar su venganza.
Primero, voló a Micenas donde se hallaba la casa de Nicipe, esposa del rey Esténelo,
quien también esperaba un hijo aunque para más adelante. Ese niño era el que Hera
había elegido para desplazar a Hércules del reinado de la casa de Perseo. Luego se
trasladó hasta Tebas, donde mediante artilugios mágicos demoró el parto de Alcmena.
Para ello, la diosa vengativa se sentó con las piernas cruzadas frente a la casa de la
parturienta, y así se aseguró de que Alcmena pariera cuando el niño de Nicipe ya estaba
en su cuna. Zeus no pudo evitar que su hijo no naciera primero, e impedido de violar un
pacto inviolable, Heracles perdió el destino que le había reservado su padre. No obstante
satisfecha por su logro, Hera no quedó conforme. Esa era sólo la primera parte de su
venganza contra Zeus. Para completarla, decidió eliminar a Heracles de la faz de la
Tierra. Alcmena, en cambio, no recibió ningún castigo, en virtud de que también ella había
sido engañada por el adúltero Dios.

Una pareja en problemas________________________________________________________

Continuando con sus planes de venganza contra Hércules, Hera envió a dos grandes serpientes
a matar al niño que dormía junto a su hermano Íficles en la cuna, pero Heracles realizó entonces
su primera hazaña estrangulando a las enviadas hasta asfixiarlas. Su sangre semidivina le había
alcanzado para lograr semejante prodigio, ya que era indudable que su padre lo había dotado de
dones y fuerzas especiales.

Zeus, cuando se enteró de la jugada que había realizado Hera, se enfureció. No podía quebrar
su juramento e impedir que otro dirigiera la casa de Perseo, pero se las ingenió para lograr para
su hijo un destino de dios. Mientras en el Olimpo Zeus y Hera peleaban por el futuro de
Heracles, en la Tierra, Alcmena, temerosa de la ira de Hera, abandonó a su hijo fuera de las
murallas de Tebas. Entonces Zeus, que la observaba, le pidió a Atenea que llevara a su esposa
Hera a dar un paseo por el lugar.

Cuando las dos diosas se encontraron con la criatura abandonada, Hera le dio de mamar de su
pecho y el pequeño chupó con tal fuerza que un chorro potente de leche surgió hacia el cuelo
formando la Vía Láctea. Según el mito, al mamar la leche de la diosa, Heracles se convirtió en
inmortal, fin deseado por su tramposo padre.

Decidido a salirse con la suya, Zeus convenció a Hera de que si Heracles superaba doce
pruebas sería incorporado al Olimpo. Hera aceptó el nuevo pacto, y esperó el momento
oportuno para concretarlo.


Una vez crecido, Heracles formó una prolifera familia junto a su esposa Mégara, hija de
Creonte, rey de Tebas, con quien tuvo cinco niños, aunque algunos relatos clásicos se
señalan que fueron ocho, conocidos como los Alcides. Hera, en tanto, no había olvidado
su venganza y siguió hostilizándolo. Para ello provocó en Heracles tal acceso de locura
que éste, sin poder dominarse, asesinó a su mujer e hijos, tras lo cual recobró la cordura.
La vengativa diosa, mientras tanto, paladeó su fatal éxito.

Abatido por haber ultimado a su familia, y tras haber sido purificado por el rey Tespio,
Hércules visitó el Oráculo de Delfos para consultar con Apolo las maneras de expiar su
crimen. La pitonisa habló por el dios recomendándole volver a la tierra de su origen para
ponerse al servicio de su primo Euristeo, quien por entonces reinaba en Micenas, Tirinto y
Argos. Decidido a seguir el camino que le había trazado Apolo, Heracles se puso al
servicio de Euristeo, pero en verdad sus problemas recién se iniciaban.

Hera no se había dado por satisfecha, y buscando la muerte del héroe, creyó oportuno el
momento para iniciar la doce pruebas que había pactado con Zeus. Le pidió entonces a
Euristeo que le diera una serie de tareas muy osadas y peligrosas de las que,
seguramente, no podría salir con vida. De esta manera Heracles iniciaba el largo camino
para resolver los doce trabajos encomendados, acompañado por su fiel sobrino Yolao.

Según cuenta la tradición, varios dioses le obsequiaron armas escudos para protegerse:

• Apolo, un arco y flechas
• Hefesto, un peto de oro
• Poseidón, un tiro de caballos
• Zeus un escudo impenetrable.

Pero Hércules desechó los presentes ya que odiaba las armas, prefiriendo a lo sumo una
simple maza y sus propias manos. De todos modos, su acompañante las tomó, por si en
algún momento se decidía a utilizarlas.

Los doce trabajos que le encomendó Euristeo constituyen el cuerpo central de sus
hazañas, aunque en las travesías para llegar a los sitios en los que debía realizar cada
uno de sus trabajos realizó otras conocidas como parérgas (proezas), que en sí mismas
constituyen aventuras no menos riesgosas y fantásticas. En cuanto a los doce trabajos,
ellos eran:

1. Matar al león de Nemea
2. Derrotar a la hidra de Lerna
3. Enfrentar a la cierva de Cerina
4. Enfrentar al jabalí de Erimanto
5. Limpiar los establos de Augías
6. Destruir a las aves del lago Estínfalo
7. Combatir con el toro de Creta
8. Capturar las yeguas de Diomedes
9. Tomar el cinturón de Hipólita, reina de las amazonas
10. Capturar a los bueyes de Gerión
11. Robar las manzanas de oro del jardín de las Herspérides
12. Raptar al Can Cerbero
Los amores de Heracles________________________________________________________

El rey Tespio tenía 50 hijas y un temor demasiado grande de que ellas se casaran
inapropiadamente. Entonces decidió que cada una de ellas tuviera un hijo con Heracles.

Según los textos clásicos, el héroe se acostó con todas ellas, menos con una que lo rechazó y
quedó virgen hasta su muerte. Según la mayoría de los relatos mitológicos, Heracles tuvo
relaciones carnales con todas ellas durante una misma noche, aunque en otros se dice que
dedicó una noche a cada uno. Como fuere, Heracles tuvo 51 niños, ya que la hija mayor y la
menor del rey le dieron mellizos.



Primer trabajo: El león de Nemea

Euristeo mandó a Hércules a matar a esta terrible bestia que poseía la cualidad de
no poder ser aniquilada con ninguna de las armas creadas por los seres humanos.

Fruto de la unión de Equidna y Tifón, el león de Nemea no dejaba de aterrorizar a
los habitantes de la región del Peloponeso. Decidido a verificar que el león era
inmune a las armas, Heracles le arrojó numerosas flechas, pero cada una de ellas
rebotó en la piel de la bestia; luego intentó clavar su espada, pero la hoja de la
misma se dobló sin más; finalmente lo atacó con su maza, pero tampoco pudo
hacerle daño alguno. Después de comprobar, efectivamente, que ninguna arma
podía acabarlo, Heracles decidió luchar con él cuerpo a cuerpo, sin más ayuda
que la fuerza de sus propias manos.

Dicen que al aproximarse la león, este le arrancó un dedo de un mordisco, pero el
héroe no se amedrentó, y aprisionándole la cabeza con sus poderosas manos, lo
estrujó hasta que murió estrangulado. Se hizo una nueva maza, y después de
mucho pensar, se le ocurrió utilizar las mismas garras del animal para
despellejarlo y hacerse con su piel, la misma que ninguna flecha podía atravesar,
una nueva armadura. Realizada esta acción, luego utilizó las mandíbulas del león
muerto para hacerse un nuevo casco.

Cuando Heracles regresó a Micenas con sus trofeos, el rey Euristeo se aterró de
tal manera que le prohibió terminantemente volver a la ciudad con ellos. Desde
entonces, si quería exhibirlos, debería hacerlo fuera de la fortaleza.



Segundo trabajo: La hidra de Lerna

Era este monstruo otro de los hijos de Equidna y de Tifón, y fue criado
especialmente por Hera para terminar su macabra venganza.

La bestia se encontraba en la región de Lerna, cerca de Argos. Tenía un
extraordinario cuerpo en forma de perro, pero coronado con 9 horrorosas cabezas
de serpiente de las que sólo una era inmortal. Según la mitología, la bestia era tan
venenosa que tan sólo con su fétido aliento era capaz de matar a cualquier
criatura. Atenea, siempre dispuesta a ayudar al héroe, le aconsejó atacarla
aguantando la respiración. Sin embargo, según Hércules segaba las cabezas de la
hidra con su espada, de inmediato le crecían otras dos de donde antes había
estado la primera. Hera, que observaba atentamente el combate, envió un enorme
cangrejo para que hostigara los pies de Heracles. El héroe, furioso por la
distracción que el cangrejo significaba, lo aplastó de inmediato con su maza.

El combate era cada vez más difícil, hasta que descubrió la manera de evitar que
las cabezas siguieran creciendo, ayudado esta vez por su fiel compañero Yolao.
Mientras Heracles cortaba las cabezas, Yolao quemaba los extremos con una
antorcha, cauterizando la herida e impidiendo quede ella volviera a crecer otra.
Finalmente, cuando había decapitado todas las cabezas menos la inmortal,
Heracles se dedicó a esta, logrando hacerla rodar por la tierra y sepultándola con
prisa bajo una pesada roca. Posteriormente, abrió a la bestia por el medio y bañó
todas sus flechasen su sangre venenosa. De esta forma, cualquier herida que las
mismas provocasen en sus siguientes encuentros, por pequeña que fuese, haría
un daño mortal.

El triunfo de Hércules encolerizó a Hera,la que por el momento sólo pudo recoger
a su fiel sirviente, el cangrejo, para colocarlo en el firmamento, formando la
constelación de Cáncer.

Tercer trabajo: La cierva de Cerinia

El tercer trabajo de Heracles era enfrentar al animal más veloz de toda Grecia. Ni
siquiera Artemisa, la fantástica arquera, había logrado atraparla. Algunos afirman
que su velocidad era tal, que apenad si tocaba el suelo.

Tenía la cornamenta de oro y las pezuñas de bronce, y cualquier herida que
provocase con ellas era de extrema gravedad. Heracles tenía órdenes de no
matarla, sino de capturarla viva y regresar con ella a Micenas.

El héroe la persiguió incansablemente durante todo un año, hasta que por fin pudo
atravesar sus pezuñas delanteras con una de sus flechas, de tal modo que pasó
limpiamente entre el hueso y el tendón. Herida e imposibilitada de seguir
corriendo, la cierva fue presa fácil de Heracles. De la cierva no manó sangre
alguna. El héroe la cargó sobre sus hombros para trasladarla a Micenas, tal como
le habían encomendado.



Cuarto trabajo: El jabalí de Erimanto

El cuarto cometido por Heracles fue capturar vivo a un jabalí salvaje que habitaba
en la región de Erimanto, causante de grandes estragos en los campos que lo
rodeaban.

Pero los peligros que acechaban a la empresa los constituían una serie de
centauros que merodeaban en el camino. Heracles dio con ellos, y con sus flechas
envenenadas dio muerte a un gran número, pero en la confusión hirió mortalmente
a su antiguo maestro, el centauro Guirón, en la rodilla. De nada sirvieron las
hierbas y los ungüentos mágicos que le aplicó, y el sabio centauro prefirió morir
cediendo su inmortalidad a Prometeo.

Con el pesar por la suerte de Guirón, Heracles continuó la búsqueda del peligroso
jabalí hasta que dio con su rastro. Finalmente lo acorraló, y echándole una red,
consiguió atraparlo. Luego lo ató con fuertes cadenas y lo llevó triunfante hasta
Micenas.









Los rivales del héroe___________________________________________________________

Las bestias que Heracles enfrentó en sus primeros cuatro trabajos eran excepcionales.

Algunos relatos indican que el león de Nemea descendía de Tifón y el perro Ortro; otros textos
señalan que su madre fue Selene, quien lo dejó caer sobre un monte cerca de Nemea para
castigar a los pobladores de la región por un sacrificio no realizado.

La hidra de Lerna fue en su origen una serpiente gigantesca que, para engendrar más terror, fue
provista de varias cabezas.

La cierva de Cerina, según la tradición, había sido una ofrenda que Táigete obsequió a Ártemis,
en agradecimiento por haberla convertido temporalmente a ella misma en cierva para eludir los
deseos sexuales de Zeus. De todos modos el dios supo descubrir la treta y tuvo, finalmente, su
noche de amor con la doncella, quien después se ahorcó en la cima de un monte.

Según la tradición mitológica, los jabalíes eran animales consagrados a adorar a la Luna,
justamente por el similar formato de media luna de sus colmillos. Los jabalíes eran animales tan
peligrosos y fuertes que Apolo, para vengar a su hijo Erimanto, cegado por Afrodita por haberla
visto desnuda mientras se bañaba, tomó la forma de uno de ellos para matar a Adonis, amante
de la diosa que había castigado a su hijo.


Quinto trabajo: Los establos del rey Augías

El quinto trabajo de Heracles no representaba un peligro para su vida, aunque era
tan vasto que parecía imposible de realizar.

El concreto, se le encomendó limpiar en un solo día los establos del rey de Augías
de Élide. Estos enormes establos llevaban años sin ser aseados y habían
acumulado tal cantidad de suciedad que el hedor del estiércol infectaba el
ambiente de todo el Peloponeso.

Augías era el hombre más rico de toda Grecia, pues era dueño de los rebaños
más numerosos, cuyo crecimiento se multiplicaba en virtud de su excepcional
fertilidad y la inmunidad a las enfermedades. Augías se había comprometido a
entregarle a Heracles la décima parte de su ganado si este tenía éxito en tan
complicada empresa. Heracles aceptó gustoso el desafío y tras estudiar
detenidamente el terreno y sus alrededores, observó que si desviaba el curso de
los dos ríos que pasaban cerca, la fuerza de la corriente limpiaría a fondo los
inmundos establos.

Una vez finalizada la tarea con éxito, Hércules volvió a guiar a los ríos por su
curso natural. Sin embargo, Augías, que estaba seguro de e el héroe fracasaría en
su intento, se negó a pagarle lo acordado, y Heracles, en un ataque de cólera, lo
mató a él y a todos sus hijos excepto a Fileo, pues este había tenido la valentía de
defenderlo ante su padre.


Sexto trabajo: La destrucción de las aves del lago Estínfalo

Estas aves eran una especie de águilas gigantes de picos, garras y alas de
bronce. Estaban consagradas a Ares, se alimentaban de humanos y habitaban en
el lago Estínfalo. Mataban a hombres y animales gracias a sus afiladas plumas y
sus excrementos envenenaban la tierra donde caían.
Para hacerlas salir de su escondrijo, al cual no podía acceder por estar rodeado
de un pantano y un espeso bosque, Heracles siguió de nuevo el consejo de
Atenea y utilizando unos címbalos de bronce armó tal estrépito que las aves
alzaron vuelo aterrorizadas, formando una enorme bandada. Rápidamente
Heracles disparó sus flechas envenenadas, matando a un gran número de ellas.
Las demás huyeron despavoridas y se refugiaron en la isla de Ares en el Mar
Negro, donde más tarde fueron descubiertas por los Argonautas.

Algunos textos refieren que Heracles estuvo en esa ocasión con los Argonautas y
nuevamente mató a otro gran número de aquellas aves.



Séptimo trabajo: El toro de Creta

Esta vez, Euristeo ordenó a Hércules que capturara al toro blanco de Creta, que
Minos no había querido sacrificar a Poseidón, y que engendró al minotauro.

Resultó que el dios lo había enloquecido y el enorme toro blanco estaba causando
estragos en Creta, derribando las paredes de los huertos y desarraigando las
mieses. Tras una lucha cuerpo a cuerpo, el héroe consiguió atrapar al toro por los
cuernos y domarlo, a pesar de que echaba fuego por su boca. Luego lo trasladó a
Micenas donde Euristeo lo dedicó a Hera y lo dejó en libertad.

Hera, sin embargo, despreció el presente conseguido, en definitiva, por su odiado
Heracles. Finalmente, el toro fue sacrificado a Atenea.



Octavo trabajo: La captura de las yeguas de Domedes

Para realizar este trabajo, Heracles debía apoderarse de las yeguas de Diomedes,
rey de los Bistones, que las alimentaba con carne humana.

El héroe contaba esta vez con la ayuda de Abdero. Ambos se dirigieron hacia
Tracia, donde Heracles combatió con el sanguinario Rey y lo tiró, todavía vivo,
delante de las yeguas, quienes lo devoraron rápidamente. Saciada su hambre, las
yeguas fueron dominadas por Heracles. En vez de domarlas, las entregó a las
fieras que poblaban el Olimpo.

La tarea se había realizado, aunque a un costo elevado: Abdero, su valeroso
acompañante, había caído durante el transcurso de la batalla, y también había
sido devorado.


Noveno trabajo: El cinturón de la reina de las amazonas

Euristeo tenía una hija, Admete, que se deleitaba vistiendo finos vestidos y
costosas joyas. Cuando la engreída princesa se enteró de que Hipólita, reina de
las amazonas, tenía un precioso cinturón de oro como símbolo de poder, regalo
del dios Ares, pidió a su padre que ordenara a Heracles que se lo trajera. Zarpó el
héroe, nuevamente acompañado de Yolao, y en el puerto de Temiscira, se
presentó a Hipólita, la que, atraída por él, accedió gustosamente a entregarle el
mágico cinturón.

Sin embargo Hera no estaba dispuesta a que Heracles se saliera con la suya tan
fácilmente, y disfrazándose de amazona, corrió la voz de que la verdadera
intención de Heracles era asesinar a su reina. Sin mediar palabra, las amazonas
atacaron al héroe y a su acompañante, quienes atinaron a repeler la agresión. En
el fragor murió Hipólita, a quien el héroe le quitó el cinturón para finalmente
marcharse.

De vuelta a la corte de Euristeo, a su paso por Troya, Hércules vio cómo una joven
doncella, Hesíone, iba a ser devorada por un horrible monstruo marino. Mató a la
bestia y salvó a la joven a cambio de una recompensa que Laomedonte, su padre
y rey, le había prometido.

Pero no era éste un hombre de palabra, y una vez muerto el monstruo se negó a
pagarle. Heracles se vengó matándolo a él y a toda su familia, excepto a Hesíone,
a la que ofreció a su fiel compañero Telamón, y a su hermano Príamo le concedió
el trono.

Décimo trabajo: La captura de los bueyes de Gerión

Euristeo ordenó que el décimo trabajo de Heracles fuera la captura y el traslado de
los bueyes del gigante Gerión.

Este gigante era el rey del país más occidental de Grecia, situado más allá de los
límites conocidos de la tierra. Había nacido con 3 cuerpos unidos por una misma
cintura, 6 brazos y 3 cabezas, y tenía la fama de ser el hombre más fuerte del
mundo. Sus inmensos y preciados bueyes estaban al cuidado de un pastor
llamado Eurilión y de su perro Ortro, que poseía 2 cabezas.

Al llegar a Tartessos, Heracles levantó dos columnas para dejar huella de su paso.
Las situó una enfrente de la otra, una en África y otra en España. Cuando llegó al
monte Abas, Ortro se abalanzó sobre él, pero Heracles lo derribó con un solo
golpe de su maza. Eurilión siguió en breve el mismo destino que su perro.

Mientras Heracles se llevaba el ganado, se presentó Gerión y lo retó. E héroe
arremetió contra Gerión, y le disparó una flecha al costado que atravesó sus tres
cuerpos. Puesto fuera de combate, el gigante no pudo impedir que Heracles se
apoderase del ganado sin mayores problemas. A continuación, el héroe volvió
atravesando la Galia, Italia y Tracia, viviendo en el trayecto numerosas aventuras.
Finalmente regresó a la corte de Euristeo, quien sacrificó el rebaño a Hera.


Undécimo trabajo: Las manzanas de oro de las Hespérides

Cumplidos ya ocho años y un mes después desde que Euristeo encargase los
doce trabajos, éste le encomendó a Heracles el undécimo: el robo de las
manzanas de oro que Gea había regalado a Hera el día de su boda, y que
estaban custodiadas por las Hespérides y por el dragón Ladón. Sin embargo, poco
sabía Heracles de las manzanas doradas o dónde estaba el jardín en el que
estaban guardadas.

Tras numerosos viajes el héroe encontró el camino gracias a la ayuda del dios
marino Nereo, hijo de Ponto y Gea. Este dios también le dio consejo de que no
fuera él mismo el que cogiera las manzanas, y que se las arreglara para que fuera
el propio Atlas quien lo hiciera.

Cuando llegó a Heracles a donde se encontraba el titán sosteniendo la bóveda
celeste, le ofreció librarle de su peso un día entero si él, a cambio, le traía las
manzanas que custodiaban sus hijas. El gigante accedió encantado de ser libre, al
menos por un día, aunque el precio de esa libertad incluía la matanza del
peligroso dragón. Así lo hizo Atlas, y de un solo flechazo.

Cuando el titán volvió con las manzanas, se negó a sostener de nuevo la bóveda
celeste, poniendo como excusa que él mismo llevaría las manzanas a Euristeo.
Entonces a Heracles se le ocurrió una treta para recuperar las manzanas: le pidió
amablemente a Atlas que antes de iniciar su travesía le sostuviera un instante la
pesada carga, ya que le molestaba en demasía, y necesitaba ponerse unas
almohadillas en la nuca para estar más cómodo. El gigante consintió riendo por la
paradójica situación, y seguro de haber recuperado su libertad, volvió a tomar la
carga en sus hombros, creyendo que era la última vez que lo haría. Entonces
Hércules le confesó que había caído en su trampa, mientras se alejaba
alegremente con los preciados frutos en su mano. Finalmente, las manzanas
fueron consagradas a Atenea, quien las devolvió a las Hespérides.



Duodécimo trabajo: El rapto del Can Cerbero

Por ser el último trabajo, este fue también el más peligroso. Euristeo le ordenó a
Hércules raptar al perro de tres cabezas, Cerbero, y traerlo desde el Tártaro hasta
su palacio. Euristeo sabía que ningún mortal había vuelto con vida del Tártaro y
estaba seguro de que Heracles no sería la excepción. Sin embargo, ayudado por
Hermes y Atenea, Heracles descendió al mundo subterráneo, hizo que Caronte lo
cruzara el río Aqueronte y pidió audiencia a Hades, quien escuchó divertido las
palabras del héroe y le dio permiso para llevarse a Cerbero si conseguía
capturarlo, pues hacía días que había desaparecido.

Antes de partir en busca del fantástico animal, Heracles libró a Teseo del trono del
olvido, en el que llevaba años sin moverse. Luego consiguió dar con Cerbero, y
tras luchar con él, lo amordazó y lo llevó hasta Euristeo quien, atemorizado, se
escondió en una vasija de bronce, ordenándole al héroe que lo devolviera a los
infiernos. Cumplidos todos los trabajos, Heracles recuperó por fin su libertad y
regresó a Tebas.

Las desventuras de Heracles continuaron y en los relatos clásicos suele aparecer
prisionero de sus propias pasiones. Con el tiempo, reconstruyó su vida casándose
con Deyanira, hija de Enco, rey de Etolia, tras haber derrotado al dios del río
Aqueloo para obtener su mano. Poco después mató al centauro Neso, quien
intentó violar a su esposa. Mientras agonizaba, Neso le entregó a Deyanira una
poción que, según él, le aseguraría el amor eterno de su marido.

Las peripecias de Heracles, no obstante, estaban lejos de llegar a su fin. Muy
pronto se dirigió a Ecalia, donde Eurito, el hijo del rey, había ofrecido casar a su
bella hija Yole con aquel arquero que pudiera disparar sus flechas a mayor
distancia que él y que sus cuatro hijos. Heracles venció fácilmente a sus
adversarios, pero Eurito se negó a conceder lo prometido. Atormentado, Hércules
visitó nuevamente al oráculo de Delfos para pedir consejo, pero éste se negó a
dárselo. Encolerizado, se marchó robándose algunas ofrendas, lo que motivó el
enojo de Apolo.

Tras pelearse los otrora amigos, Heracles devolvió lo robado y se marchó, no sin
antes recibir una nueva recomendación del oráculo: para librarse de su aflicción
debía ser vendido como esclavo durante todo un año, recomendación que de
inmediato se dispuso a llevar a la práctica.

En tanto, con la intención de recuperar a su marido, Deyanira roció una camisa de
Heracles con al poción que le diera el centauro que era, en verdad, un veneno que
destruyó el cuerpo de Heracles. Al ver los efectos de su acción, Deyanira se
suicidó.

Hilo, el hijo de ambos, llevó su agonizante padre al monte Eta, donde el héroe
ordenó que se levantara una pira funeraria. Se tendió en la pira que fue encendida
por Filoctetes, uno de sus seguidores, que recibió por premio el arco y las flechas
del héroe. Cuando la pira ardió, apareció una nube que se llevó a Heracles a los
cielos entre un prodigioso despliegue de rayos y truenos.

Hércules ingresó al Olimpo, reino de su padre, Zeus, donde gozó de la
inmortalidad obtenida. También se reconcilió con Hera y recibió como esposa a
Hebe, diosa de la juventud.

La voz de las fuentes

La locura de Heracles

Heracles: ¡Salve mi adorado hogar! ¡Qué gozo volver a verte a plena luz del día!

¿Pero qué es ese ruido y tumulto? ¿Por qué mis hijos llevan ropas de luto y
fúnebres vestidos tienen todos a su alrededor? ¿Por qué mi esposa está rodeada
de hombres y mi padre vierte tantas lágrimas?

¡Qué desgracia sobrevuela mi hogar!


Megara: ¡Heracles...! ¡El hombre más amado! ¡Que a tiempo llegas para salvar la
vida de tus hijos!

Heracles: ¿Qué estás diciendo, mujer? Padre, ¿qué congoja los atormenta?

Megara: Heracles, vamos a morir todos. Perdona, anciano, que sea yo quien le
responda a tu hijo. Pero esta es la verdad, esposo mío: tus hijos morirán y yo con
ellos. Y están muertos mis hermanos y mi padre.

Heracles: ¿Por qué tales desgracias? ¿Quién los mata?

Megara: ¡Licos, el nuevo rey de estas tierras, los ha asesinado!

* * *
Heracles: ¿Hazañas? ¿Proezas? ¡Quién mejor que mi esposa y mis hijos y mi
padre para disfrutarlas! ¡Mis trabajos! ¡Pura vanidad comparados con la tarea que
ahora se me impone! Estoy dispuesto a morir para salvar a mi prole de la muerte.

¿Cuál sería mi gloria por haber matado a la hidra de Lerna o al león que me
ordenó matar Euristeo si no fuera capaz de proteger a mis pequeños?

* * *

Anfitrión: Hijo, ¿es verdad que has descendido al mismo Hades?

Heracles: Es verdad. Y saqué de allí al Can Cerbero, con su triple cabeza.

Anfitrión: ¿Lo venciste en lucha franca o te lo han facilitado los dioses?

Heracles: Lo he vencido en lucha franca y tras ello he conocido grandes misterios
del Hades.

Anfitrión: ¿Sabe Euristeo que has regresado al hogar?

Heracles: No lo sabe aún. He querido pasar por mis tierras antes de ir a verle.

Anfitrión: ¿Por qué has permanecido tanto tiempo bajo tierra?

Heracles: En el Hades quise también liberar a Teseo, y ese menester me ha
demorado más tiempo de lo deseado.

Amfitrión: ¿Y lo has logrado? ¿Dónde se halla Teseo ahora?

Heracles: Se encuentra en Atenas, feliz de haber regresado al mundo de los vivos.

* * *
Lisa: Que el Sol sea mi testigo. Nada se parecerá a lo que estoy dispuesta a
desencadenar. Ni las encabritadas olas del mar ni las sacudidas de la tierra ni el
estruendo rabioso del rayo podrán compararse a la cólera que introduciré en la
mente y en el corazón de Heracles.

Todo el palacio caerá sobre él. Pro antes haré que mate a sus propios niños, sin
que siquiera llegue a darse cuenta de su maldita obra. Un día, entonces, lo
liberaré de su locura momentánea y se dará cuenta de lo que ha hecho.

¡Miradlo cómo ya va enloqueciendo y sus ojos se van retorciendo en sus órbitas!
¡Cómo jadea y se revuelca! ¡Cómo se entrecorta su respiración!


Coro: ¡Ay, gemid de dolor! ¡Mirad cómo es cortada la flor de esta ciudad! ¡Cómo
hemos perdido a nuestro más grande hombre! Lisa le inspira una locura que
terminará con la prole misma de Zeus.

Lisa partió en su carro para diseminar gemidos sin fin. ¡Ella es la culpable! ¡La que
provoca la destrucción! ¡Lisa, la Gorgona, hija de la Noche, la de los cabellos con
cientos de cabezas de serpientes!


Heracles: ahora sí puedo respirar. Y puedo ver el sol. Una ola arrastró mi mente
hacia la locura. Me hundí en un profundo abismo. ¿No habrá alguien que me
indique qué es lo que ha sucedido?

Padre, estás llorando, ¿por qué te alejas de mí si soy tu hijo bien amado?


Anfitrión: Hijo mío eres. Pero también un bandido.

Heracles: ¿Qué es lo que he hecho para que me digas palabras tales?

Anfitrión: Si ya has recobrado tu razón, puedes verlo con tus propios ojos.

Heracles: No recuerdo jamás haber estado loco.

Anfitrión: Mira esos cuerpos de niños muertos que se hallan allí.

Heracles: ¡Qué horror!

Anfitrión: Son trofeos de tu propia obra. Una lucha que no tiene nombre es la que
libraste contra tus propios hijos.

Heracles: ¿Qué es lo que dices? Dime, ¿quién los mató?

Anfitrión: Fue tu arco y fueron tus flechas.

Heracles: ¿Qué dices, insensato? ¡Mensajero de desgracias!

Anfitrión: Estabas loco. Es doloroso contarte la historia.


Teseo: Vengo con otros jóvenes atenienses con las armas en la mano para ofrecer
ayuda a Heracles, tu hijo. Corrió la noticia de que Licos usurpó el trono y oprime a
su pueblo. Quiero pagar mi deuda con Heracles, ya que él me hizo partir del
Hades y el abismo de los muertos.

Pero dime, anciano, ¿qué son esos cadáveres? ¿Quién fue el asesino que los
mató?

¿Quiénes son esos niños?


Anfitrión: Son de mi propio hijo, y él es el responsable de sus muertes.

Teseo: No digas eso. ¿Cómo es que haya sido posible?

Anfitrión: Perdió la cordura.

Teseo: ¿Quién es el que está junto a los niños muertos?

Anfitrión: Es él, mi desdichado hijo. Venció a los gigantes, a los centauros y a los
más temibles monstruos....

Teseo: ¡No hay humano que sea tan desdichado!

Anfitrión: Ningún humano puede comparársele en dolor.
Eurípides, La locura de Heracles
















Jasón y los Argonautas

Oriundo de la ciudad de Yolco, la progenie de Jasón era muy distinguida. Como
hijo de Esón, pertenecía a la misma familia de Eolo, rey de Tesalia. Diferentes
relatos mitológicos señalan que su madre era Alcimeda, hija de Filaco, o bien
Polimede, hija de Autólico, y como tal, pariente directo de Ulises.

Según la tradición más difundida, Esón era el legítimo sucesor del trono de Yolco,
pero a la hora de ocupar el liderazgo fue desplazado por su hermano Pelias.

Las alternativas de este desplazamiento en verdad son confusas. Una versión
indica que Esón había cedido voluntariamente el trono a su hermano aguardando
que su hijo Jasón alcanzara la mayoría de edad, momento en el que el joven se
haría cargo de la corona. Otros relatos señalan que Pelias, temeroso de que su
sobrino reclamara la corona en algún momento, lo mandó matar, pero los pAdres
de la criatura, advertidos del peligro que se cernía sobre su niño, se adelantaron y
dieron la falsa noticia de su muerte prematura, mientras lo enviaron, en el mayor
de los secretos, más allá de las fronteras del reino. Como fuera, lo cierto es que el
trono de Yolco quedó, efectivamente, en manos de Pelias y Jasón desapareció del
escenario.

Alejado de la ciudad y mientras su padre y su tío resolvían las cuestiones de
poder, el joven Jasón ocupó el tiempo en completar su educación. No le faltó un
maestro competente; enviado por sus padres a Pelión, las tierras del centauro
Quirón, aprendió de éste las artes de la música y la medicina, además de un
nutrido repertorio de enseñanzas morales y el respeto hacia los dioses.


Rumbo a la casa paterna

Pasados los años, y una vez completada su formación, Jasón abandonó a su
mentor para emprender el camino hacia la casa paterna. Lo acompañaba su
espíritu labrado en el amor a la amistad y una gran sencillez, valores que no
reñían con la fuerza y la valentía temeraria de la que hacía gala.

Cuando por fin Jasón llegó a Yolco, Pelias se hallaba en la plaza de la ciudad
ofrendando un sacrificio público. Cuando el rey usurpador lo vio no lo reconoció de
inmediato, pro no pudo menos que sobresaltarse. Jasón apenas vestía la piel de
una pantera y llevaba en cada una de sus manos una lanza. Pero no fue esto lo
que inquietó a Pelias.

Un detalle, que para los demás observadores no significó más que una curiosidad,
lo llenó de zozobra. Jasón sólo tenía una sandalia, y su pie izquierdo lucía
enteramente desnudo. Entonces Pelias recordó los dictámenes de un oráculo que
le había advertido que debía desconfiar de un hombre que llevara sólo un calzado,
ya que el mismo sería su perdición. La ceremonia continuó sin más interrupciones,
pero en Pelias quedó una angustiante sensación de peligro. Jasón, por su parte,
simplemente se marchó en busca de su padre, con quien pasó las siguientes
jornadas intercambiando novedades.


Cuando se cumplió el sexto día de estancia, el joven se presentó ante Pelias y
reclamó lo que legítimamente le correspondía: el trono de Yolco. Pelias escuchó a
su sobrino con atención, pero dispuesto a conservar el poder le puso a Jasón una
condición. de cumplirla satisfactoriamente, le daría la corona. El joven, sin conocer
las intenciones del usurpador e hinchado de valor, aceptó con gusto el reto.
Entonces le indicó que debía traerle la piel del vellocino de oro. La misión era de lo
más peligrosa, y Pelias contaba con el seguro fracaso de nuestro héroe.

Comprometido a ir en busca del vellocino de oro, Jasón se puso a planear la difícil
empresa. Para ello primero envió emisarios hacia los más diversos reinos para
solicitar la presencia de todos aquellos que aceptaran acompañarlo en la aventura.
Muy pronto se le unieron 52 valientes, entre ellos Orfeo y el mismísimo Heracles.
Jasón luego pidió el auxilio de Argos, hijo de Frixo, a quien le encargó la
construcción de una nave que los transportaría hasta Cólquide. Como no se
trataba de un barco más, Argos contó con el consejo de Atenea.

El navío fue bautizado Argos, bien por el nombre del constructor o, acaso, porque
el mismo significaba "veloz", una de sus marcadas virtudes. Lo cierto es que el
Argos quedó construido con capacidad para llevar a todos los valientes que se
enlistaron para acompañar a Jasón en su misión, de ahí que los voluntarios
tomaron el nombre de Argonautas.






La travesía

La travesía que emprendió el Argos fue tan extensa como las complicaciones que
se le asociaron. Ya en la primera escala en la isla de Lemnos, habitada sólo por
mujeres, se presentó la primera dificultad. Jasón se enamoró de una de las
doncellas, Hipsipila, que lo retuvo entre sus brazos y lo envolvió en sus
encantamientos durante dos años. Tal era la atracción que ejercían las mujeres
sobre los Argonautas y su jefe, que sólo Heracles pudo sobreponerse a sus
influjos; protestó entonces airadamente por la pérdida de tiempo, y a fuerza de
gritos y amenazas hizo entrar en razones a todos sus compañeros, para continuar
de inmediato la misión que los había convocado.

El vellocino de oro_____________________________________________________________

El vellocino de oro correspondía a un carnero alado llamado Crisomalo, que


había sido enviado por Hermes para rescatar a Frixo y Hele, los hijos del rey
Atamante, a quienes la segunda esposa del rey odiaba profundamente.

El carnero raptó a los niños y los llevó por los aires sobre su lomo, pero cuando
cruzaba un pequeño estrecho Hele se cayó y murió ahogada. Frixo, en cambio,
llegó a Cólquide, cuyo rey, Eetes, lo recibió complacido. Luego sacrificó al
carnero en honor a Zeus y dejó su vellocino de oro en un bosque, bajo atenta
custodia de un dragón que jamás dormía.


El viaje prosiguió a toda marcha, llegando ahora a la isla de Cicico, donde nuevas
sorpresas los aguardaban. Mientras algunos de los Argonautas estaban
empeñados en rendir homenaje a los dioses, los que se quedaron custodiando la
nave debieron enfrentar a numerosos gigantes de 6 brazos que salieron a su
encuentro con intenciones de adueñarse del Argos. Nuevamente Heracles fue
decisivo para sortear el problema, y armado de su poderoso arco los dispersó con
certeros flechazos.

De aquella isla pasaron a las costas de Tracia, donde hallaron a un adivino que,
conocedor del porvenir, lo había develado, despertando la cólera de Zeus. E
castigo, el rey del Olimpo lo había cegado, dejándolo a expensas de las Harpías
para que lo asediaran para siempre. Jasón y sus hombres se apiadaron del
infortunado y alejaron a las siniestras aves. En compensación, el adivino les indicó
el camino para llegar a las tierras donde se hallaba el vellocino de oro,
advirtiéndoles, además, de los peligros que podían obstaculizarlos. En especial,
les indicó que debían obligadamente por un estrecho cubierto por la neblina y que,
por los fuertes vientos y las tempestuosas olas, se movía constantemente,
impidiendo el paso de las naves. Por último les recomendó que, al acercarse a
dicho estrecho, echaran a volar un pájaro; si el ave pasaba al otro lado, era el
momento indicado para seguirla con el Argos. Así lo hicieron, y Jasón y sus
hombres pudieron emprender el tramo final de su viaje.


Medea, una hechicera enamorada

Por fin, una vez arribado a Cólquide, Jasón emprendió la parte culminante de su
empresa: la captura del vellocino de oro. Contaba no sólo con la ayuda de los
Argonautas, sino también con las preferencias de Hera y Atenea, quienes por fin
se pusieron de acuerdo en la manera de apoyarlo.

Las dos diosas entonces acudieron a Afrodita para que Medea, una de las hijas de
Eetes, se enamorara perdidamente de Jasón, de tal manera que no dudara en
utilizar sus habilidades de hechicera para que su amado pudiera cumplir su
cometido. Afrodita aceptó el convite encantada y envió de inmediato a su hijo Eros
para que le clavara en el corazón de Medea una de sus flechas en el momento
justo en que la joven estuviera frente a Jasón.

Mientras las diosas intrigaban, el héroe reunió a sus compañeros para decidir una
manera adecuada de actuar. Educado como estaba en las enseñanzas morales,
se decidió por pedir amablemente el vellocino de oro, sin recurrir ni a amenazas ni
a mentiras.

El camino a la corte del rey no presagió nada bueno. En su marcha hallaron,
diseminados sobre las copas de los árboles, numerosos cuerpos de hombres
sobre los que caían de continuo las aves de rapiña. Finalmente fueron recibidos
por Eetes, quien escuchó de los labios del héroe Argos la propuesta sobre el
vellocino de oro. Además, y como compensación por su buena voluntad, el
enviado expuso el deseo de Jasón de someter al pueblo de los saurómatas, para
que Eetes gobernara también sobre ellos.

Las propuestas de los Argonautas no convencieron al rey, quien con estridencia y
malhumor les exigió que se retirasen de inmediato de sus tierras. Si así no lo
hicieran, serían decapitados. Pero mientras el enardecido Eetes daba su
sentencia, Medea salió al encuentro de los recién llegados y conoció a Jasón.
Entonces Eros hizo su parte y le disparó a la joven una de sus flechas, quedando
ella inmediatamente enamorada del héroe.

Al ver a su hija, Eetes se mostró menos severo, tal vez avergonzado por su ataque
de ira, y poniéndose hábilmente le hizo a Jasón una singular propuesta: debía
capturar primero a dos grandes toros de pezuñas de bronce que exhalaban fuego
por sus bocas para, luego, arar con ellos el Campo de Ares. Finalmente, en la
tierra preparada, debía sembrar dientes de serpientes de ñas que crecerían
gigantes a los que debía vencer.

- Si logras este prodigio -le dijo el rey- el ansiado vellocino de oro te será
entregado de inmediato.


Enamorada como estaba, Medea se puso a disposición de Jasón, pero a la vez
impuso una condición: una vez logrado el vellocino de oro gracias a su magia, ella
se embarcaría en la nave como su esposa. Jasón aceptó la propuesta y fue más
allá: hizo a Medea un juramento de fidelidad eterna, poniendo a los dioses como
testigos de su voluntad. Llegados a este acuerdo, Medea echó mano a sus
saberes ocultos y le entregó a Jasón una loción que lo protegería de las llamas
que los toros exhalaban. Así cubierto, Jasón capturó y redujo a los toros y con
ellos aró durante todo un día el Campo de Ares.

Por la noche depositó los dientes de serpiente encomendados y grande fue su
sorpresa cuando de inmediato surgieron de la tierra varios gigantes armados que
lo desafiaron. Pero Jasón ya estaba preparado para esta ocasión, y tras recibir el
consejo de Medea, arrojó entre los monstruos una piedra. Sorprendidos, los
gigantes comenzaron a pelear entre ellos, acusándose entre sí por el ataque,
produciéndose graves heridas. Jasón aprovechó entonces la oportunidad y atacó
a los confundidos y poco inteligentes gigantes, rematándolos uno a uno.

Habiendo cumplido con todas las exigencias del rey, Jasón reclamó el premio
prometido. No obstante, Eetes se negó a concedérselo, y tomando nuevamente su
carácter irascible, amenazó con destruir su nave y matar a toda la tripulación.
Entonces una vez más Medea salió en defensa del héroe, y lo condujo hacia el
bosque donde se hallaba el vellocino de oro. Jasón, tras deshacerse del peligroso
dragón custodio, por fin pudo tomarlo, y con él n sus manos se dirigió hacia el
Argos para huir de la amenaza del rey.

El guardián vencido____________________________________________________________

El dragón que custodiaba al famoso vellocino era tan inmenso como la misma nave que había
transportado a los Argonautas. Su fama de sanguinario tenía fundamento, ya que había nacido
de la sangre de Tifón un monstruo que sólo Zeus pudo destruir.

Como el dragón jamás dormía, Medea tuvo que utilizar sus dones primero para calmarlo, y
luego, ayudándose con unas ramas, para esparcir sobre sus enormes párpados unas gotas que
preparó especialmente para la ocasión y que lograron adormecerlo. De esta manera, con el
brutal guardián controlado, Jasón pudo rescatar el vellocino de oro.

El plan de Medea

Con el preciado botín en sus manos, Jasón, Medea y los Argonautas alcanzaron la
playa donde estaba su nave, pero la alarma ya había sido dada y el rey dispuso la
persecución de los intrusos. Muy pronto chocaron en un combate donde varios de
nuestros héroes resultaron heridos, incluso el propio Jasón, pero finalmente
pudieron partir de Cólquide lamentando una sola baja. El rey Eetes ordenó
perseguirlos, más aún cuando fue informado de e su hija Medea y su hijo Apsirto
habían partido con ellos. Como la persecución no cejaba, Medea elaboró un
macabro plan para poner distancia. Primero asesinó a su hermano y luego fue
descuartizando su cuerpo, al que fue arrojando por partes en distintos puntos del
camino. Eetes, desesperado, ordenó juntar los miembros de su hijo y, tal como
había calculado Medea, en cada requisa fue perdiendo cada vez más tiempo. Por
fin, cuando recuperó la totalidad del desafortunado Apsirto, los fugitivos se
hallaban por completo fuera de su alcance. Abatido por los acontecimientos,
Eertes regresó a Cólquide, no sin antes enviar varias naves para que siguieran la
ruta de Jasón.

Pero Eetes no era el único que seguía los incidentes que habían terminado con el
asesinato de su hijo. Desde el Olimpo, el propio Zeus se había encolerizado por la
muerte del joven, y en señal de disgusto envió fuertes vientos para desviar a los
Argonautas de su trayecto. Los navegantes se adentraron así en intrincadas rutas
que, finalmente, los condujeron a la isla de aeea, donde reinaba Circe, la única
maga que, a elección de Zeus, podía purificar a los recién llegados.


El periplo continúa

Circe era hija del Sol, y por eso también tía de Medea; tal familiaridad facilitó el
trabajo de la hechicera y los Argonautas pudieron continuar con su objetivo de
llegar a Yolco, para hacer entrega del vellocino de oro. En su peregrinar, Jasón y
su compañía arribaron a Corcira, reino de los feacios.

Una dulce condición___________________________________________________________

A Corcira también habían llegado los hombres de Eetes persiguiendo a Jasón. Reunidos con el
rey de la región, solicitaron su colaboración para recuperar a Medea. Alcínoo, el monarca, meditó
cuidadosamente la respuesta. Y finalmente se expidió: si se comprobaba que la bella Medea aún
era virgen, él se encargaría de devolverla a su padre; si en cambio ya se había unido con Jasón,
no aprobaría que se la separara de su compañero.

Advertidos de estas condiciones, Jasón y Medea se consagraron a intimar como hasta entonces
no lo habían hecho. Cuando Medea fue conducida para ser revisada y comprobar su virginidad,
los resultados fueron obvios. Así, la maga fue protegida por Alcínoo, y pudo continuar junto a su
enamorado.

Jasón, Medea y los Argonautas continuaron su periplo de regreso a Yolco,


enfrentando en cada tramo del viaje nuevos problemas. En Creta debieron
enfrentarse con el gigante Talo, guardián de las costas. El monstruo tenía su
manera sencilla de resolver la expulsión de los intrusos: simplemente tomaba
grandes rocas y con su enorme fuerza se las arrojaba a los navegantes,
disuadiéndolos, como es de prever, de cualquier intento de desembarco.

Talo era invencible e incansable, pero tenía una debilidad de la que dependía su
existencia: en el tobillo tenía una vena que, de ser herida, sucumbiría de
inmediato. Conocedores de este punto débil, Jasón y los suyos decidieron
enfrentarlo, y una vez más Medea les brindó la solución más segura. Gracias a su
magia, le hizo creer al gigante que de uno y otro lado de la isla se acercaban
varios navíos. El gigante, pues, enloqueció de ira y comenzó a recorrer una y otra
vez la isla cada vez más rápido.

Al cabo de un tiempo, Talo chocó contra una roca, y desgarrándose la vena murió
repentinamente. Eso les permitió a los Argonautas desembarcar en Creta sin
peligro. Allí pudieron descansar y reponerse en tierra firme. Posteriormente
continuaron su viaje y tras hacer escala en Egina llegaron por fin a su destino.
Traían consigo el vellocino de oro y la esperanza de recuperar el trono para Jasón.


Matar al rey

Por entonces los rumores acerca de las aventuras vividas por los Argonautas se
habían diseminado por varias regiones. Las noticias llegaban desvirtuadas y
muchos creyeron que los navegantes no habían sobrevivido a tantas peripecias. El
propio Pelias había dado crédito a las más infaustas noticias, y liberado de
devolver el poder a Jasón, muy pronto se atrevió a despejar cualquier obstáculo a
su poder. Por ello mandó a matar a los padres de Jasón e incluso a un pequeño
niño de ellos, Prómaco, nacido poco después de la partida del héroe.

Algunas versiones del mito indican que, en realidad, los padres de Jasón se
quitaron la vida voluntariamente; el primero, bebiendo la sangre de un toro; la
madre, infligiéndose una herida mortal con una daga. El niño, en cambio, habría
perecido en manos del propio Pelias, quien lo habría tomado con fuerza y
estrellado su cabeza contra el piso de su palacio. Como fuera, lo cierto es que
cuando Jasón regresó a Yolco, sus padres y su hermano menor estaban muertos.

Enterado de estos desgraciados acontecimientos, Jasón se reunió con sus
compañeros de aventuras, y entre todos decidieron que Pelias sólo era merecedor
de la muerte. El acuerdo animó a Jasón para marchar de inmediato, pero la
poderosa guarnición militar del rey hizo entrar en razón al grupo, que se dispuso a
buscar ayuda en las comarcas originarias de cada uno de los Argonautas. Medea,
sin embargo, hizo una propuesta alternativa. Ella misma se encargaría de matar al
rey y les avisaría encendiendo una antorcha en el techo del palacio. Cuando
Jasón y sus hombres vieran la señal, deberían salir de su escondite e ingresar a la
ciudad para ponerla bajo su mando.

Medea adoptó el aspecto de una chillona y rugosa anciana. Una vez en las calles
de Yolco, acompañada por 12 esclavas consagradas a Artemisa, comenzó a
despertar a todos los habitantes, induciéndolos a sumarse a la celebración a la
diosa. Cuando llegó por fin ante Pelias, el rey la interrogó sobre sus pretensiones.
Entonces Medea le dijo que Artemisa la había enviado para reparar la muerte de
un hijo del rey, otorgándole a éste una vida juvenil que le permitiría poder tener
nuevos descendientes. Pelias desconfió de los dichos de la anciana, pero al verla
rejuvenecer en ese instante se entusiasmó.

Tras haber observado el prodigio que se había dado ante sus ojos, Pelias dejó
hacer a Medea, quién sacrificó a un carnero, descuartizándolo en varias partes
que hizo hervir. Luego, con gran habilidad, Medea hizo aparecer un carnero
rozagante, que tenía escondido ente todas las cosas que había llevado, y le hizo
creer a Pelias que se trataba del animal descuartizado que había regresado de la
muerte. Pelias quedó encantado y accedió con gusto a que le dieran la juventud
prometida.

Mdea lo hizo acostar y mediante sus conocidos encantamientos durmió al rey
profundamente. Luego, con autoridad, ordenó a las tres hijas de Pelias que lo
descuartizaran tal como ella había hecho con el carnero, y que pusieran a hervir
los trozos de su padre en el mismo caldero que ella había utilizado para su
demostración. Sólo dos de las jóvenes pusieron manos a la obra, y una vez
terminada la macabra función recibieron la orden de subir al techo del palacio par
invocar los poderes de la Luna. En realidad se trataba de la señal que estaban
esperando Jasón y los Argonautas, quienes apenas la vieron marcharon sobre la
ciudad, que cayó sin resistencia en sus manos.

A pesar de haber recuperado el poder, Jasón desistió finalmente de conservarlo.
Las autoridades de Yolco juzgaron con severidad el asesinato de Pelias, y si bien
no condenaron a muerte a los que lo provocaron, decidieron expulsar del reino a
Jasón y a Medea. Igual suerte corrieron las dos hijas de Pelias que habían
accedido a descuartizarlo, aunque para su fortuna, serían purificadas, lo que les
permitió vivir dignamente.

Jasón le dedicó como ofrenda el vellocino de oro a Zeus, y la fantástica nave que
los había transportado, a Poseidón.


El amargo costo de la traición

Luego de partir de Yolco, la pareja se refugió en Corinto, donde según la tradición
vivieron felices durante 10 años. Al cabo de ese tiempo, Jasón decidió abandonar
a Medea para comprometerse con Glauce, hija del rey Creonte.

Pero la abandonada hechicera no estaba dispuesta a dejar sin castigo a quien
había violado su juramento de fidelidad eterna, y convocando a Zeus reclamó el
derecho de la venganza. Inteligente y artera, Medea una vez más recurrió a su
magia para lograr su cometido, y envió a Glauce un presente de bodas que Jasón
jamás olvidaría.



Cuando la novia abrió los presentes se encontró con una bellísima corona de oro y
una elegante túnica blanca que la deslumbró. Más cuando se puso la prenda, todo
su cuerpo se vio de pronto abrasado por el fuego, que no sólo alcanzó a la
desdichada sino también a todos los que por entonces se hallaban en el palacio.
Sólo hubo un sobreviviente: Jasón.

El corolario de estas dramáticas intrigas tiene diversas versiones. Algunas indican
que Medea, para completar su venganza, mató a los 14 hijos que tuvo con Jasón,
El agradecimiento de Hera_______________________________________________________

Cuenta la tradición que Zeus se había sentido muy atraído por Medea, y que acordaba con su
decisión de castigar la infidelidad de su marido. Pero Zeus, como enamoradizo que era, deseaba
unirse con Medea y la acechó con sus deseos. Medea, en cambio, lo rechazó, por lo que Hera,
esposa de Zeus, quedó en deuda de gratitud con la joven.

Dispuesta a demostrarle su agradecimiento, Hera le prometió a Medea: "Haré a tus hijos


inmortales si los dejas en el altar de los sacrificios de mi templo". Cuando hubieron muerto los
niños, Hera cumplió su promesa, y concedió a sus almas vida eterna.

y luego huyó por los aires en un carro que le había regalado el Sol. Otros relatos
señalan que dos de sus hijos sobrevivieron, pero que el resto fue asesinado por
los súbditos de Glauce, encolerizados por la muerte de ésta y de su rey en el
incendio palaciego.

Tras los trágicos sucesos, la vida de Medea y Jasón continuó con dispar suerte.
Medea recurrió a Heracles, quien le había prometido protegerla si algún día Jasón
la abandonaba. Luego marchó a Atenas, donde se casó con el rey Egeo, pero fue
desterrada tras haberse involucrado en un intento de asesinato contra Teseo. Más
tarde regresó a Cólquide, de donde se habían llevado con Jasón el vellocino de
oro, y ayudó a Eetes a recuperar su trono, que recientemente había perdido.
Finalmente se hizo inmortal y según algunos relatos, desposó a Aquiles.

Jasón no tuvo la misma fortuna. La renuncia a la fidelidad para con Medea le valió
el disgusto de todos los dioses, quienes no volvieron a protegerlo jamás. Desde
entonces y durante muchos años, sólo se dedicó a tomar rumbos erráticos, no
siendo bien recibido en ninguna ciudad. Y anciano, decidió volver a Corinto, donde
había dejado a su nave Argos como ofrenda a Poseidón, y se abandonó a su
sombra, angustiado y dispuesto a quitarse la vida. No hizo falta que lo hiciera.
Paradójicamente, como una mueca del destino, el barco se inclinó d repente, y
con un certero golpe lo mató.

Aquiles

Si existe un héroe que clama un sitial de privilegio en el panteón de la mitología
clásica, ese es Aquiles. Es cierto que la obra de Homero lo catapultó a una
popularidad por demás extendida, pero no es menos cierto que el peso propio d e
sus hazañas y aventuras constituyen en sí mismas una inagotable fuente de
fantasías, que no tardaron en establecerse en el imaginario popular de las más
diversas culturas. Tanto es así que, luego del relato homérico, numerosos autores
tomaron su persona para continuar describiendo una vida que se convirtió en
sinónimo de leyenda.

Según cuenta la tradición homérica, Aquiles era el hijo de Peleo, rey de Ptia,
ciudad ubicada en Tesalia. Séptimo hijo de una dinastía semidivina, descendía por
vía paterna de la familia de Zeus, y su madre era Tetis, la hija del dios Océano.

Las versiones acerca de sus primeros años son un tanto difusas. Algunos autores
señalan que fue educado por su madre, siempre bajo la atenta mirada del
preceptor Fénix; otros, en cambio, sostienen que, separados ya sus padres, fue
entregado a la custodia del centauro Quirón, quien habitaba en el monte Pelión.

Aquiles no era el único a quien el centauro educaba. Quirón, con su famosa
sapiencia en las bellas artes y la medicina, y portador de una ética y moral
intachables, era convocado a menudo para criar a los hijos dilectos de los reyes, a
quienes traspasaba sus conocimientos.




La invulnerabilidad de Aquiles___________________________________________________

Según algunos relatos mitológicos, Tetis vivía obsesionada por las debilidades humanas que sus
hijos pudieran haber heredado. Para eliminar dichas características, sometió a cada uno de sus
pequeños a la acción del fuego, confiando que de este modo resolvería la cuestión que tantas
preocupaciones le traía. Grave fue su desilusión cuando lo único que logró fue quitarles la vida a
todos ellos.

Cuando Aquiles iba a seguir el mismo destino e sus desdichados hermanos, Peleo se lo
arrebató, quedando el niño sólo con los labios y el hueso del pie derecho quemados. Entonces el
padre acudió al centauro Quirón quien, experto en las artes médicas, intentó sanarlo. Quirón
desenterró al gigante Dámiso, un corredor de fama bien ganada, y le cambió a Aquiles el hueso
dañado por el de aquél. Desde entonces Aquiles obtuvo excepcionales dotes de velocista.

La leyenda más difundida de la infancia de Aquiles, sin embargo, es aquella que afirma que su
madre lo bañó en el río infernal Éstige, cuyas aguas tenían la virtud de convertir en invulnerables
a todos aquellos que se sumergían en ellas. Como Tetis tomó a su hijo del talón para hundirlo en
las aguas, esa parte de su cuerpo fue la única que quedó sin bañarse y, por lo tanto, vulnerable.


Que Quirón hizo también con él un gran trabajo, según la tradición más difundida,
es un hecho inobjetable. Siendo apenas un muchacho, Aquiles dominó con
excelencia el canto y la lira, y manifestó una especial inclinación por el cultivo de la
amistad. Despreciada, en cambio, la superficialidad de los bienes materiales y
abjuró del poder de la mentira.

Como fue alimentado exclusivamente de entrañas de leones y jabalíes, Aquiles
creció absorbiendo el vigor de aquellos animales, y muy pronto adquirió fama
ejemplar de cazador y jinete. Además, para que las virtudes de hombre aguerrido
no interfirieran en las bondades de su espíritu, consumió abundante miel, cuya
dulzura también hizo suya.

En su temprana juventud, Aquiles fue invitado por Néstor, Ulises y Patroclo a
participar en la expedición contra la ciudad de Troya. Tetis entonces le advirtió de
un grave oráculo que pendía sobre su existencia. La profecía decía que si el joven
partía a Troya, su vida sería gloriosa pero breve; si no participaba en la contienda,
en cambio, viviría muchos años pero sin probar las dulzuras de la gloria.

Según la tradición homérica, Aquiles se encontró aquí con la primera gran
encrucijada de su vida, y se decidió embebido de heroicidad, por la primera
opción. Otras tradiciones, no obstante, nos cuentan un devenir diferente, y sobre
todo, alejado de las pasiones heroicas.

Éstas señalan que los padres de Aquiles, conocedores del destino trágico que
aguardaba a su hijo en Troya, intentaron ocultarlo en la corte de Licomedes, rey de
Esciro, sin que el joven objetara semejante decisión.

Lo que no pudieron imaginar los padres de Aquiles es que Ulises, que sabía que
Troya no caería sin la ayuda de Aquiles, lo buscaría con denuedo con la intención
de enrolarlo en las fuerzas de Agamenón. Ulises revolvió cielo y tierra para hallar a
Aquiles y, cuando finalmente localizó su escondrijo, marchó a convencerlo. Grande
fue su asombro cuando supo que se hallaba oculto disfrazado de mujer entre
todas las doncellas que habitaban con el rey. Entonces agudizó su ingenio y con
astutos ardides decidió provocar el espíritu guerrero de Aquiles.

En efecto, Ulises se presentó en el palacio cargado de bellas mercancías para las
mujeres, pero se cuidó de poner entre ellas algunas armas preciosas. Todas las
muchachas se abalanzaron sobre los presentes y se apresuraron a elegir telas y
joyas, pero sólo una observó las armas con evidente deleite. Descubierto por sus
más legítimos impulsos, Aquiles ya no pudo disfrazar su ánimo de combate, y
partió por fin hacia la lejana Troya. Sus padres, resignados, le entregaron una
coraza divina y los caballos que Poseidón les había regalado en ocasión de su
boda. También le pusieron a su lado una sirviente cuya única misión era evitar que
Aquiles matara a un hijo de Apolo, pues el oráculo también había indicado que si
ello llegaba a suceder, su vida estaría condenada.







Rumbo a la guerra

Embarcados con proa a Troya, la primera parte de la expedición no estuvo exenta
de dificultades. Si bien Homero no hace referencia a ellas, otros relatos
mitológicos indican que la flota erró en su rumbo, y que en vez de desembarcar en
destino fueron a parar más al sur, a Misia. Como los expedicionarios creían estar
en el lugar donde debían atacar a sus adversarios, comenzaron a devastar la
región, hasta que fueron valientemente enfrentados por el rey del lugar, Télefo, a
la sazón hijo de Heracles y Auge.

Télefo luchó con pasión y mató a numerosos invasores, pero cuando Aquiles se
presentó a darle batalla, el rey huyó presuroso, hasta que el tropiezo con una vid
lo dejó a merced de aquél. Entonces Aquiles y el rey se enfrentaron, cada uno
armado con escudos y lanzas. La destreza del primero pudo más y Télefo cayó
herido en una pierna.

Los expedicionarios cayeron en la cuenta del error cometido, y abandonando con
rapidez el campo de batalla, se embarcaron nuevamente.

Y en alta mar, nuevos inconvenientes se les presentaron, sin duda provocados
maliciosamente por algunos dioses descontentos. Una enorme tempestad, por
ejemplo, cayó sobre ellos, y cada una de las naves fue lanzada mágicamente
hacia la tierra de origen de cada uno de sus jefes. Aquiles, pues, regresó
nuevamente a Esciro.

Desconcertados, los expedicionarios se reagruparon en la ciudad de Argos, donde
los sorprendió la presencia de Télefo, aunque en esta oportunidad bajo
circunstancias. Es que el joven rey, herido por Aquiles en la confusa batalla que
habían protagonizado, había seguido el consejo de un oráculo que le advirtió que
su herida sólo podía ser sanada por la misma lanza que la produjo. Por eso,
cuando supo que Aquiles se hallaba en aquella ciudad, no dudó en marchar a su
encuentro. Aclaradas las cosas entre los otrora adversarios, el héroe se sintió
reconfortado de poder enmendar su error y con gusto salvó la vida del rey.


El sacrificio de Ifigenia

Con los ánimos reconstruidos, los expedicionarios partieron una vez más hacia
Troya, pero la travesía no sería sencilla. Así como los vientos los habían castigado
con anterioridad, ahora volvían a hacerlo, esta vez desapareciendo de los cielos e
inmovilizando a la flota en Áulide.

Según la tradición, la situación sólo podía ser conjurada por intermedio de un
sacrifico que, complaciendo el humor de Artemisa, volvería a permitir el necesario
empuje. Pero no se trataba de cualquier sacrifico. La víctima debía ser Ifigenia, la
hija de Agamenón.

Sorprendido por el costo que debía pagar para llevar adelante la guerra contra
Troya, el rey dudó en dar su consentimiento, pero luego varió en su convicción y
aceptó el amargo trato. Agamenón fue aún más lejos. Estaba dispuesto a sacrificar
a su hija, pero para no despertar sospechas que desarmaran su plan, convocó a
Ifigenia en Áulide, bajo el pretexto de consagrarla en matrimonio a Aquiles, que
también ignoraba el ardid del ambicioso rey.

La pobre muchacha cayó en el engaño y cuando arribó a la ciudad, en vez de una
boda se encontró con la celebración de su muerte. El sacrificio, pues, ya estaba
dispuesto, y nadie pudo evitarlo.

Cuando Aquiles se enteró de que su nombre había sido utilizado para engañar a
Ifigenia, se prometió defender a la joven de cualquier daño. Pero la muchacha,
agradecida, le pidió que dejara de hacerlo, ya que estaba dispuesta a morir por el
bienestar de su patria en guerra. Algunas versiones indican que, efectivamente,
Ifigenia fue decapitada y entregada en sacrificio. Otras, en cambio, sostienen que
intervino Aquiles para salvarla, tras haber recibido el mandato de Artemisa y las
súplicas de Clitemnestra. Un tercer relato indica que en el momento preciso en
que Ifigenia iba a ser muerta, Artemisa la suplantó por una cierva, una vieja e,
incluso, una osa, salvándose así de ser sacrificada, aunque la muerte de quien la
suplantó operó como si fuera ella. Como fuera, lo cierto es que se conjuraron
todos los impedimentos aqueos para marchar a la guerra contra Troya.

Tras el sacrificio de Ifigenia, los vientos propicios regresaron y la flota pudo por fin
partir. Pero la jugada de Agamenón tuvo otros costos, además de la pérdida de su
hija. Aquiles, también víctima del plan del rey, no ocultó su disgusto y una cierta
tensión se estableció entre los dos hombres. No pasaría mucho tiempo para que la
naciente enemistad estallara en toda su dimensión. Pero por lo pronto, la invasión
a Troya volvió a ponerse en marcha.

Llegados a la isla de Tendeos, Aquiles sin saberlo dio muerte a un hijo de Apolo,
Tenes, cuya hermana trató de raptar. Viendo que así se había cumplido el oráculo
que sellaría definitivamente su suerte, y alentando la idea de torcer el destino,
ofreció un sacrificio en honor al muerto, y asesinó luego a la sirviente a la que sus
padres ordenaron evitar el trágico suceso. Desde entonces, una amenaza fatal
pendió sobre su vida.

La muerte de Tenes____________________________________________________________

Según una tradición mitológica, Cicno, uno de los hijos de Poseidón, se había casado con
Proclea, con la que tuvo dos hijos: Tenes y Hemítea. Cuando Proclea murió, Cicno se casó con
Filónome, quien no se llevaba bien con el muchacho.

La nueva esposa conspiró contra él denunciándolo por un supuesto intento de abuso. Cicno
creyó en la versión de su mujer, y para resolver los asuntos en su hogar no dudó en tomar una
medida extrema: abandonó a sus dos hijos en el mar, encerrados en un cofre.

Poseidón se apiadó entonces de sus infortunados nietos y los arrojó, sanos y salvos, a las
costas de la futura Tendeos, donde el joven fue ungido como rey. Otros relatos señalan, en
cambio, que Tenes era hijo de Apolo, y que su suerte estaba estrechamente ligada a la de
Aquiles según los mandatos de un oráculo fatal: si Aquiles matara a un hijo de Apolo, también él
estaría condenado a morir. Esta misma versión sostiene que cuando Aquiles y sus hombres
desembarcaron en Tendeos, el héroe comenzó a acosar con requerimientos amorosos a
Filónome.

Cansado de presenciar estas situaciones y resuelto a frenar a Aquiles, Tenes intervino, pero de
inmediato fue muerto por aquel. Sn saberlo, Aquiles firmaba así su sentencia de muerte.

Aquiles en Troya

Cuando por fin llegaron a Troya, los expedicionarios permanecieron 9 años
sitiando a la ciudad, pero sin poder acceder a ella. Durante todos esos años,
numerosas aventuras y gestas tuvieron a Aquiles como principal actor, como la
toma de las islas y ciudades de Asia Menor, especialmente Tebas de Misia, cuyo
rey Eetión, padre de Andrómaca, combatió hasta morir junto a sus 7 hijos. De
tanto en tanto, fuerzas troyanas atacaban sorpresivamente a los campamentos
aqueos y siempre su éxito se vio frustrado por la aparición del héroe, cuyo valor y
destreza en la lucha pusieron una y otra vez en fuga a los atacantes.

Al fin, llegado el décimo año del sitio, la guerra tomó un cariz diferente, tan activo
como dramático. Fueron esos incidentes los que Homero relató con especial
énfasis en la Ilíada, donde retrató a un Aquiles dueño de una gran belleza física,
de cabello rubio, ojos ardientes y tronante voz.

Cuanta Homero que, por entonces, una epidemia comenzó a diezmar a las filas
atacantes. Desconsolados, los aqueos consultaron sobre los motivos de su
desgracia al adivino Calcante, quien les señaló que el encolerizado Apolo había
enviado la peste a pedido de su sacerdote Crises, cuya hija Criseida había sido
raptada y entregada a Agamenón, como parte del botín de Tebas. La doncella no
había recibido a la bella Briseida en la misma ocasión.

Enterado el héroe de los causales de la furia de Apolo, inmediatamente le solicitó
a Agamenón que restituyera a la joven, a lo que aquel contestó afirmativamente si
Aquiles, a su vez, hacía lo propio con Briseida. Aquiles no pudo menos que
perturbarse. No era la restitución de Briseida la que exigía Apolo, y su ya resentida

relación con Agamenón se acentuó. Por lo pronto, el héroe se halló ante una
nueva encrucijada. Mientras él no entregase a su doncella, el curso de la guerra
sería francamente adverso a sus fuerzas, y miles de hombres sucumbirían ante
los embates de la extraña enfermedad que Apolo había desatado.
Fuera de sí, Aquiles se encerró en su tienda, negándose desde entonces a seguir
combatiendo mientras la exigencia de su renuncia no fuera retirada. Sin embargo,
cuando los enviados de Tebas se presentaron a reclamar a la joven, el héroe
finalmente la entregó.

Desanimado por los acontecimientos, Aquiles invocó a su madre en busca de
consejo. La diosa entonces le dijo que renunciara a la batalla hasta que el
progreso de los enemigos fuera tan abrumador que sólo su presencia pudiera
determinar el éxito de los aqueos. Además, Tetis le solicitó a Zeus que le
concediera a los troyanos la victoria, mientras su hijo Aquiles se mantuviera fuera
del campo de batalla. Zeus no dudó n complacer el reclamo de Tetis, y así fue que
los troyanos ganaron una y otra vez los combates mientras Aquiles descansaba en
su tienda.

Por su lado, Agamenón oscilaba entre la desesperación y el rencor contra Aquiles,
aunque su ambición por ganar la guerra muy pronto lo hizo cambiar de parecer.
Entonces tomó una decisión que, esperaba, pondría las cosas nuevamente en su
lugar. Así fue que envió a Aquiles emisarios con la propuesta necesaria para
involucrarlo una vez más en la contienda: no sólo se le restituiría de inmediato a
su querida Briseida, sino que también se le entregarían las 20 mujeres más bellas
de Troya y una de sus hijas en matrimonio. Como compensación, refunfuñó
Agamenón, esta no día ser superada. No obstante la atractiva oferta, Aquiles se
mantuvo en la inacción.

Pero inesperadamente, un nuevo incidente terminó motivando a Aquiles para
reingresar en la contienda, cambiando así su curso.


La muerte de Patroclo

Patroclo, su inseparable y querido amigo, le solicitó permiso para ayudar a los
derrotados aqueos, cuyas naves estaban a punto de ser quemadas por los
envalentonados troyanos. Aquiles se opuso en un primer momento, pero los
ruegos y razones de su compañero terminaron por convencerlo, y finalmente, le
otorgó su gracia para ponerse al frente de los soldados. También le dio a Patroclo
numerosas recomendaciones para que se devolviera con éxito en el campo de
batalla y se cuidara de ser herido. Por último, para su mayor protección, le entregó
de buena gana su armadura, confiando en que ésta le otorgaría los mismos
resultados que a él. ¡Cuán equivocado estuvo!

Los troyanos, al ver a un guerrero con las vestiduras de Aquiles, creyeron que se
trataba del fantástico campeón, y sin dudarlo enviaron a Héctor, su mejor hombre,
para enfrentarlo. El troyano entonces se abalanzó contra el supuesto Aquiles y lo
mató con un certero golpe de espada.

Aquiles se hallaba en su tienda cuando la noticia de la muerte de su amigo lo
alcanzó. Su ira fue tan grande que, sin coraza ni armas, corrió hasta el campo de
batalla donde aqueos y troyanos aún se disputaban la tenencia del cadáver.

Un dios interviene_____________________________________________________________

Patroclo se desempeñó valientemente y doblegó a los enemigos de tal manera que estuvo a
punto de tomar la ciudad sin otra ayuda que su espada y su lanza. Entonces una vez más
apareció Apolo para defender a los troyanos y en tres oportunidades evitó que Patroclo escalara
las murallas de Troya.

Hacia el anochecer la batalla aún continuaba y Apolo aprovechó para dar un golpe definitivo.
Apareciendo furtivamente por detrás de Patroclo, le pegó con tanta fuerza que los ojos del
guerrero saltaron de sus cuencas, a la vez que destruyó sus armas y su escudo. Patroclo
emprendió como pudo la retirada, pero Héctor lo interceptó y mató de un solo golpe.

La muerte de Patroclo trastocó los ánimos de Aquiles. Sintiéndose culpable y


pleno de furia, decidió olvidar sus diferencias con Agamenón y participar
nuevamente en la guerra. Agamenón aceptó complacido la solución de los
diferendos y en agradecimiento mandó restituirle de inmediato la doncella de la
discordia. Los cientos, una vez más, volvían a soplar a favor de los atacantes.

No está claro si Aquiles olvidó en aquel momento la terrible profecía que
anunciaba su muerte. De todos modos, su cabalgadura, Janto, dotado de los
dones de la palabra, le recordó la proximidad de su fin. Aún así, el héroe se
dispuso a encabezar un nuevo y feroz ataque.

La presencia real de Aquiles, más furioso que nunca, hizo palidecer a los troyanos
que, espantados, huyeron a guarecerse en la seguridad de su amurallada ciudad.
Sólo otros héroes, como lo eran Eneas y Héctor, tuvieron el temple necesario para
no retroceder y enfrentar al campeón de los aqueos.

Eneas le hizo frente primero, pero Aquiles atravesó su escudo con una lanza,
dejándolo casi fuera de combate. Y cuando el persistente Eneas intentó, ya sin
más recursos, arrojarle una enorme piedra, apareció el dios Poseidón, quien los
envolvió en una densa nube que los apartó de inmediato. Héctor, por su parte,
también intentó atacar a Aquiles, pero la intervención de los dioses se interpuso
entre ambos una y otra vez ca veces para salvar a uno, a veces para salvar al
otro.


La muerte espera a Héctor

La guerra siguió su curso y el avance aqueo no conoció pausa. Los troyanos
retrocedían y a veces salían de su refugio para intentar un contraataque, pero
siempre la intervención oportuna de Aquiles terminó frustrando sus planes. Nada
lo detenía, tal su arrojo, su furia y su destreza militar.

La manifiesta inclinación de los dioses para ayudarlo o entorpecerlo se mantuvo
durante todo el conflicto. En una oportunidad, Aquiles apresó a 20 troyanos y los
ofreció en sacrificio sobre la tumba de Patroclo. El dios del río intentó detener al
héroe, ya que los muertos que dejó a su paso obstruyeron su lecho; entonces
aumentó su caudal y lo persiguió, hasta que Hefesto obligó al río a volver a su
cauce. También Apolo intervino una y otra vez en su cruzada, siempre desviándolo
de las murallas de Troya. Finalmente lo condujo ante Héctor, para que ambos se
batiesen definitivamente.

Héctor comenzó a correr alrededor de las murallas de Troya con Aquiles detrás de
él, intentando alcanzarlo. El troyano quería cansar a Aquiles, pero lejos de lograrlo,
el agotado era él. Quien intervino entonces fue el propio Zeus quien, pesando en
la balanza del destino la suerte de ambos guerreros, observó que la muerte
esperaba a Héctor.

Viendo el fin que aguardaba a su campeón, Apolo lo abandonó de inmediato a su
suerte. Ante esta actitud de Apolo, entró en acción Atenea, que inspiró a Héctor el
deseo y la voluntad necesarios para enfrentarse a Aquiles.

Finalmente ambos se encontraron en combate y el resultado no pudo ser sino el
previsto por el destino. Antes de morir, Héctor le suplicó a Aquiles que su cuerpo
fuese entregado a su padre, Príamo, pero el furor de Aquiles era tal que le negó
hasta su último deseo.

Con el cuerpo inerte de Héctor a sus pies, Aquiles dios rienda suelta a su
venganza. Primero perforó los talones del muerto y pasó por ellos una cuerda de
cuero que ató firmemente a su carro; luego, triunfante, emprendió un paseo ritual,
arrastrando el cadáver frente a los enmudecidos troyanos que observaron el
terrible espectáculo desde las murallas de Troya.

El macabro paseo de Aquiles se prolongó exageradamente, y al cabo de 12 días
seguía repitiéndose. Los dioses le habían dado la ayuda necesaria para alcanzar
la victoria, pero vieron con desagrado semejante saña con el cuerpo del campeón
troyano. Zeus mismo convocó a Tetis para que esta le advirtiera a su hijo que su
comportamiento indignaba a los dioses y que no estaban dispuestos a tolerar
semejante falta de respeto para con un muerto para con un muerto en combate.

Aquiles y Pentesilea____________________________________________________________

Pentesilea, la reina de las amazonas, acudió presurosa en ayuda de Troya, a donde llegó
durante los funerales de Héctor. Vendo que la suerte de la guerra estaba sellada, decidió
marcharse, pero Paris le ofreció una fortuna en oro y plata para que contribuyera a su favor.
Experta luchadora, rechazó con éxito a los aqueos, pero cuando Aquiles se involucró en la
batalla la atravesó con su lanza y la arrojó de su montura tomándola de los cabellos. Tendida
mute a sus pies, Aquiles se acercó para verla, pero cuando descubrió su hermosísimo rostro no
pudo menos que enamorarse perdidamente de ella. Tersistes, que contempló desde un costado
la escena, le sacó a la muerta los ojos con una lanza, lo que provocó tal reacción del héroe que,
de un solo puñetazo, lo dejó muerto en el mismo lugar. Aquiles pidió para a guerrera un funeral
honorable, pero Diomedes arrojó su cuerpo al Escamandro.


Aquiles recibió la advertencia y cambió de inmediato su actitud. Convocó un
valioso rescate a manera de compensación.





La muerte de Aquiles

Guerrero imbatible entre los mortal, Aquiles tenía de todos modos la serte echada.
Tal había sido el designio de los dioses, anticipado oportunamente por el oráculo.
Los detalles de su muerte son diversos, según la fuente que la describe. Una
versión, sin duda de las menos difundidas, señala que en ocasión del rescate del
cuerpo de Héctor, Aquiles se enamoró perdidamente de Polixena, una de las hijas
de Príamo. Fue tal su encantamiento que le prometió al rey que, si le concedía la
mano de la princesa, él no dudaría en traicionar a los aqueos poniéndose a su
servicio de inmediato. Príamo no dudó un instante y aceptó tan favorable trato,
que debía sellarse en el templo de Apolo Timbreo, ubicado en las cercanías de
Troya.


Llegado el momento, Aquiles acudió a la cita desprovisto de armas, y allí fue la
ocasión esperada por Paris quien, oculto detrás de la estatua del dios, aprovechó
para matarlo. Luego, los troyanos pidieron por el rescate del cadáver de Aquiles el
mismo monto que pagaron por el de Héctor, satisfaciendo de ese modo las
humillaciones recibidas.

Esta versión, inflamada de romanticismo y traiciones, se contrapone con otra,
ciertamente más popularizada. La misma dice que en una oportunidad, cuando
una vez más Aquiles avanzó sobre los muros de Troya, apareció Apolo y le ordenó
que se retirara. Aquiles entonces desafió la advertencia del dios y lo desairó, por lo
que Apolo lo mató de un certero flechazo. El arquero que había disparado era
Paris, pero Apolo dirigió la flecha hacia el talón, único lugar de su cuerpo que
resultaba invulnerable. La tradición dice que para recuperar su cuerpo se entabló
una encarnizada batalla, hasta que Ulises y Áyax pudieron rescatarlo. Tetis
celebró sus funerales y Atenea cubrió su cuerpo con una sustancia divina para
evitar su putrefacción. Tras haber levantado una sepultura a orillas del mar, Tetis
se llevó su cuerpo a la desembocadura del Danubio, a la Isla Blanca, donde
Aquiles supuestamente continuó viviendo. De hecho, la leyenda cuenta que los
marinos que pasaban por allí escuchaban durante el día el chocar de armas y, por
la noche, el ruido de copas y cantos.

Desde entonces, el recuerdo del héroe quedaría instalado en la memoria de los
griegos, y su culto se diseminó por todo Asia, donde los relatos continuaron
haciéndolo protagonista de nuevas proezas.

































La voz de las fuentes

Motivos por los que Aquiles se rehusa a seguir peleando. Combate y muerte
de Patroclo

Patroclo se presentó ante el gran Aquiles, pastor de hombres, vertiendo lágrimas
ardientes como si fuera una fuente que derrama sus aguas sombrías por
empinada roca. Apenas lo observó, el de los pies ligeros, el divino Aquiles, se
compadeció de su lamento y le dirigió sus palabras con dulzura:

- ¿Por qué lloras, Patroclo, como si fueras una niña deseosa de estar en brazos de
su madre? Como ella, oh Patroclo, viertes tus tiernas lágrimas. ¿Acaso tienes
algunas novedades ingratas para los mirmidones o para mi? ¿Tienes noticias de
Ptia? ¿O de Menecio, o de Peleo Eácida? Bien sabes que sus muertes nos
pueden causar graves pesares. ¿O lloras porque los argivos mueren alrededor de
sus nacíos, aunque por la injusticia que cometieron? No dudes en hablar conmigo
ni me ocultes tus pensamientos.

Parroclo contestó entre suspiros:

- ¡Oh, Aquiles, hijo de Peleo, el más valiente de los valientes aqueos! No te irrites,
es muy grande el pesar que padecen. Los que siempre se destacaron por su
valentía y su fuerza hoy yacen heridos en sus naves: herido se encuentra el
poderoso Diomedes Tidida; también Ulises, famoso por su lanza, y Agamenón;
Eurípilo fue atravesado en su mismo por una flecha y los médicos procuran
restañar sus heridas.

¡Y tú, impecable Aquiles, les guardas un rencor que deseo jamás se apodere de
mí!

¡Tu valentía! ¡Qué mal la empleas! ¿Crees que será importante luego, si ahora no
acudes a salvar a los argivos de una muerte indigna? ¡Eres despiadado!

Tus padres debieron haber sido el mar o las empinadas montañas y no el jinete
Peleo, ni Tetis. ¡Tan cruel es el espíritu que te embarga!

Si desistes del combate por algún vaticinio de tu madre, revelado por Zeus,
entonces envíame a mi con los demás guerreros mirmidones, y deja que lleve tu
armadura para cubrir mis hombros. Así los troyanos me confundirán contigo y de
inmediato dejarán de pelear. Los bravos dánaos, que tan abatidos se encuentran,
se reanimarán y el fragor del combate conocerá una tregua que aunque breve se
nos hace necesaria.



Nuestras fuerzas están extenuadas por el esfuerzo, pero hallarían nuevos bríos
para rechazar a los enemigos que también están abatidos de tanto pelear.

Aquiles escuchó las súplicas de su amigo. Y el de los pies ligeros le contestó
montado en cólera:

- ¡Ay de mi, Patroclo, las palabras que me diriges! No rechazo el combate por
ningún oráculo y nada me ha dicho mi venerada madre de parte de Zeus. Rehuyó
el combate porque oprime el corazón y el alma cuando un hombre que sólo tiene
más poder, me quiere privar de lo que me corresponde como recompensa. Esa es
la gran pena que me invade y tan abatidos tiene a mis ánimos. L joven que los
aqueos me adjudicaron como recompensa, Briseida, y que había conquistado con
mi lanza, me fue arrebatada por Agamenón, como si yo fuera un miserable
jovenzuelo inexperto.

Pero tú, Patroclo, puedes marchar con tus bríos hacia ellos, para apartar de
nuestros navíos la peste. Más no debes quemar las naves para ello, puesto que si
lo haces no tendríamos con qué regresar a nuestros hogares.

Realiza todo lo que te diga. Así se acrecentará mi gloria y mi fama y me será
devuelto lo que me corresponde.

Marcha, pues, hacia ellos, y aléjalos de nuestras naves. Pero de inmediato debes
regresar a mí. Por más que el tonante Zeus te cubra de honores y gloria, no
continúes el combate solo. Ello representaría para mi una deshonra. Tampoco te
entusiasmes con el fragor del combate y los triunfos, ni te acerques a la ciudad d e
los troyanos. Es probable que alguno de los dioses baje del Olimpo -Apolo quiere
mucho a nuestros enemigos- y pueda causarte algún mal. Salva las naves y
retrocede en cuanto puedas, sin incorporarte a los combates en el campo.

¡Quieran los dioses! ¡Padre Zeus, Atenea, Apolo!, que los troyanos y los argivos no
escapen de la muerte, y que en cambio tú y yo nos libremos de ella. ¡Ojalá
podamos derribar las sagradas murallas de Troya!


Así habló Aquiles. Patroclo vistió entonces la armadura de brillante bronce; calzó
en sus piernas las elegantes grebas de broches de plata; protegió su pecho con la
coraza labrada y refulgente del Eácida; portó al hombro una espada broncínea;
tomó el gran y poderoso escudo y cubrió la cabeza con un bello casco, con
penacho de crines de caballo. También Patroclo tomó 2 lanzas fuertes, aunque
dejó a un lado la de Aquiles, obsequio de Quirón a su padre, ya que era el único
capaz de manejarla.



Patroclo se lanzó furioso contra los troyanos 3 veces, matando a 9 hombres en
cada una. Pero cuando por cuarta vez se lanzó contra los troyanos, el terrible
Apolo salió a su encuentro. Su fin estaba próximo. Pero Patroclo no vio al dios
que, envuelto en una densa nube, atravesó los ejércitos hasta colocarse justo
detrás de él. Entonces Apolo lo golpeó con fuerza en la espalda y los hombros, al
punto de casi desorbitar sus ojos. La mirada de Patroclo se turbó, Apolo le quitó su
casco y el gallardo penacho que jamás había conocido el polvo se manchó esta
vez con sangre.

La pica que llevaba Patroclo se partió en su propia mano, perdió el escudo y
Apolo, hijo de Zeus, desató la coraza que lo protegía. Todo fue estupor en el héroe
y sus fuerzas se marchitaron. Atónito, Patroclo fue atravesado por la lanza del
dárdano Euforbo Pantoida, experto en el manejo de la pica, en el arte de guiar un
carro y en la carrera de velocidad.

Pero aún así Patroclo no sucumbió. Euforbo arrancó la lanza de fresno y no
arremetió nuevamente, aunque su víctima, ya desarmada y sin defensas,
comenzó a retroceder.

Pero Héctor advirtió la escena y viendo a Patroclo alejarse se abalanzó sobre él,
abriéndose paso entre las apretadas filas de guerreros. Cuando estuvo a su
alcance, le clavó su lanza en la parte inferior del vientre y tras atravesarlo de lado
a lado, Patroclo cayó mortalmente herido.

Así fue como Héctor le quitó la vida al temerario hijo de Menecio, que tantas bajas
había producido entre los troyanos.

Entonces Héctor, paladeando su triunfo, gritó estas palabras:

- ¡Patroclo! Tú esperabas destruir nuestra Troya y tomar a nuestras mujeres.
¡Paga tu insensatez!

Héctor está para defenderlas en combate. Destacado en el uso de la lanza, desvió
la servidumbre de los míos. ¡En cambio a ti te devorarán los buitres!

Con yacente voz, Patroclo contestó:

- ¡Héctor! Puedes jactarte altaneramente, ya que tuya es la victoria. Así lo han
querido Zeus Cronida y Apolo; más si 20 guerreros como tú me hubiesen hecho
frente, sin su ayuda, todos habrían muerto por mi lanza. Ellos me mataron, y entre
los hombres, Euforbo. Tú sólo llegas para despojarme de mis armas. Pro fija en tu
memoria: tampoco tú vivirás mucho tiempo. La muerte te acecha y vendrá de la
mano de Aquiles Eácida.

Así habló Patroclo, y luego murió. La parca lo cubrió con su manto y su espíritu
descendió al Hades, penando por abandonar tan vigoroso y joven cuerpo.

- ¡Patroclo! -gritó Héctor-. ¿Por qué me profetizas una muerte terrible? ¿Acaso
Aquiles no puede morir primero por mi propia lanza?

Ya no hubo respuesta. Héctor puso un pie sobre el cadáver de Patroclo, y tras
arrancarle la lanza, lo tumbó de espaldas. Luego divisó a Automedonte, también
servidor de Aquiles, y fue a su encuentro para matarlo, pero aquél logró escapar
de la batalla.
Homero, la Ilíada




































Teseo

Si Heracles es considerado el mayor héroe griego, Teseo le sigue en importancia.
Y con justa razón. Ningún otro realizó tantas hazañas anhelando cosechar la gloria
del primero. Pocas veces las realizaciones de uno y otro fueron acreditadas al
héroe equivocado, un yerro que de manera habla de similares capacidades.

Según los relatos más difundidos, Teseo era el hijo de Egeo, rey de Atenas, y Etra,
hija del rey Trecén. Según esta versión, Egeo no podía lograr que las distintas
esposas que tuvo le dieran un sucesor, por lo que decidió marchar a Delfos para
consultar a su sabio oráculo. Confiaba en que recibiría de él un consejo auxiliador.
Sin embargo, grande fue su desencanto al escuchar la respuesta: "No debes
desatar el odre de vino antes de haber llegado a la ciudad de Atenas".

Egeo no comprendió los dichos dl oráculo y se marchó hacia Trecén, para
compartir con su rey, Piteo, el problema que tanto lo aquejaba. Cuando Egeo le
confió los dichos del oráculo, Pireo creyó comprender el mensaje y puso manos a
la obra. Primero se las ingenió para emborrachar al desdichado amigo, y cuando
se aseguró la embriaguez de este, introdujo en su alcoba a su hija Etra. Esa
misma noche la pareja se unió amorosamente y la doncella quedó embarazada de
un niño: Teseo.

La novedad dejó pleno de felicidad al sorprendido Egeo, pero una cierta inquietud
lo abordó. En Atenas lo aguardaban decenas de sobrinos deseosos de aspirar a la
sucesión del trono, y el rey temió por la vida del niño que iba a nacer. Para evitar
que los potenciales conspiradores le quitaran la vida, decidió regresar solo,
dejando a la criatura bajo la protección de su amigo Piteo y de la futura madre.
Además, antes de partir, Egeo le dejó a Etra una mandato que debía guardar con
el mayor de los celos: debajo de una roca de gran tamaño había una espada y un
par de sandalias que él dejó para su niño, pero sólo se le debía decir el secreto
cuando pudiera tomarlos por sus propios medios; entonces, blandiendo la espada
y con las sandalias puestas, debía marchar hacia Atenas.

Que Teseo mostró dotes de guerrero fue un hecho inocultable desde su misma
niñez. Cuenta la leyenda que en ocasión de la visita de Heracles al reino de su
abuelo, el máximo héroe se presentó portando una gran piel de león que dejó
tendida en el piso. Cuando la vieron, los niños que revoloteaban alegremente en el
palacio huyeron aterrorizados, profiriendo gritos de auxilio pensando que la bestia
estaba viva. Sólo Teseo, que por entonces tenía 7 años, tuvo el valor de
arrebatarle una espada a un guardia y lanzarse contra la supuesta fiera para
matarlo.

El tiempo pasó y el niño fue creciendo. Y cuando cumplió 16 años, la madre creyó
oportuno revelarle el secreto de la espada y las sandalias. Entonces el joven fue
hasta donde estaba la gran roca elegida por su padre y la corrió por sus propios
medios; luego tomó la espada y se calzó las sandalias, para encaminarse cuanto
antes hacia su destino: Atenas. Antes de la partida, Teseo recibió numerosos
consejos sobre la ruta a tomar. Todos los indicios señalaban que por mar no lo
acecharían graves peligros; en cambio, por tierra, un sinnúmero de obstáculos
saldrían a su paso. Por entonces Heracles estaba prisionero en Lidia, y todos los
monstruos y bandidos que le temían habían vuelto a sus andadas.

Teseo escuchó atentamente las previsiones de su madre y su abuelo, pero
deseoso de emular la fama de Heracles, desoyó las advertencias y se dispuso a
realizar el itinerario terrestre. No se equivocaba. De ahí en más, sería el
protagonista de increíbles aventuras que lo convertirían en el más grande héroe
del Ática.


Las hazañas de Teseo

La primera escala que realizó Teseo fue en Epidauros, sitio de refugio de uno de
los más furiosos bandidos, Perifetes, muy temido por atacar con una enorme maza
a los caminantes que escogía como víctimas de sus asaltos. Lejos de evitar el
choque con Perifetes, Teseo salió a su encuentro.

Cuando finalmente dio con él, el bandido lo enfrentó amenazadoramente. Teseo,
resuelto a derrotarlo, recurrió a una de sus armas preferidas, la astucia, y enredó a
su contrincante en un desconcertante diálogo.

- No le temo a tu maza -le dijo resuelto el joven. El bandido, sorprendido y fuera de
quicio por semejante impertinencia, apenas sí replicó en un balbuceo:

- Sin embargo deberías, es de un fuerte metal.

Teseo, sin señales de temor, le respondió entonces que dudaba de ello, y que más
parecía de madera, apenas revestida de latón.

- De ninguna manera -insistió Perifetes-. Es de metal.

Pero Teseo se mantuvo inalterable en su duda. Así siguieron un buen rato hasta
que al cabo, fastidiado de tantas habladurías, el bandido le dio su maza a Teseo
para que se diera cuenta de quien estaba en lo cierto. El héroe aprovechó la
ocasión y tomando la maza golpeó con fuerza la cabeza del tonto Perifetes, quien
quedó desmayado en el suelo. Luego, con su espada, le cortó la cabeza y la pelea
quedó saldada. Como prueba de su hazaña, Teseo llevó la famosa maza sobre
sus hombros, como Heracles llevaba la piel del león que había matado. Desde
entonces sería reconocido como el matador del mayor bandido de la región.




Teseo se enfrenta a monstruos asesinos

Satisfecho por su primera gran hazaña, Teseo continuó viaje. Muy pronto se
encontró con otro bandido famoso, Sinis, cuya particular manera de matar a los
transeúntes lo había hecho dramáticamente célebre.

Sinis aguardaba a que algún incauto pasara por donde se hallaba para hacerle un
singular pedido. Mientras doblaba el tronco de un pino, de tal manera que la
cúspide del árbol llegara a tocar la tierra, solicitaba ayuda para su empresa, lo que
siempre lograba merced a su gran persuasión. Cuando el desdichado de turno
volcaba sus fuerzas para ayudarlo, era amarrado velozmente al pino, ya sea por
las piernas o por las manos. La víctima quedaba atrapada sin soltar el tronco, ya
que si lo hacía saldría disparado por los aires. Entonces Sinis simplemente se
recostaba a esperar a que las fuerzas de su víctima flaquearan, y cuando
finalmente esto sucedía, el infeliz soltaba el tronco y el árbol volvía a su posición
natural con tanto vigor que arrancaba de cuajo los miembros amarrados.

Sinis cae en su propia trampa___________________________________________________

Cuando Teseo pasó por donde se hallaba Sinis escuchó de éste su macabro pedido de ayuda.
Sinis, como siempre, aguardó pacientemente su ayuda manteniendo doblado un pino. Cuando el
héroe tomó el árbol, Sinis lo soltó de golpe, y com Teseo era sólo un muchacho, creyó que
saldría despedido. Pero nada de eso sucedió. Teseo continuó manteniendo el árbol doblado
tanto tiempo que el bandido creyó que el tronco se había partido, y cuando se agachó para ver si
eso había sucedido, Teseo dejó de hacer fuerza y una rama golpeó a Sinis que cayó
desmayado.

Cuando despertó no podía dar crédito a lo que pasaba: dos pinos estaban completamente
doblados y sus piernas y sus manos atados a ellos. Desesperado vio que Teseo dejaba de
sostenerlos y entonces él comenzó a hacer fuerza para mantenerlos. Cansado, las fuerzas de
Sinis flaquearon y murió descuartizado como tantas de sus víctimas.

Teseo conocía las maldades de Sinis y una vez más apeló a la inteligencia para
vencerlo. No le costó demasiado, y una vez más salió victorioso.

Teseo continuó realizando hazañas a medida que se iba acercando a Atenas.
Conociendo que en Cromion se hallaba una bestia asesina, encaminó sus pasos
hacia allí. El monstruo no era más que una cerda, pero no una cerda cualquiera;
descendiente de Tifón Equidna, la ferocidad del animal ya se había cobrado la vida
de numerosas personas. Algunos decían que en verdad no era una cerda, sino
una mujer criada con tanta malicia y en las peores condiciones de vida que se
había ganado la consideración de animal salvaje. Pero animal o no, lo cierto es
que su fama asesina infundía el mayor terror en los que atravesaban la región.
Hacia allí fue entonces Teseo, y tras hallar al monstruo, acertó en matarlo con su
espada.

Vuelto a retomar la senda, Teseo llegó a las llamadas Rocas Escironias, donde
halló a un portentoso individuo que, sentado a un borde del camino, sostenía una
gran hacha de guerra. No fue una sorpresa para Teseo, advertido de que un rufián
llamado Sciron aguardaba para impedir a los viajeros continuar su camino.
Cuando un individuo quería pasar por el lugar, Sciron le pedía como todo peaje
que le lavara los pies, y cuando el interpelado se inclinaba para hacerlo, el
bandido de una fuerte patada lo tiraba por el acantilado, donde una tortuga gigante
aguardaba sus envíos para alimentarse.

Cuando Teseo intentó pasar, Sciron comenzó con su actuación.

-¿Qué me sucederá si no lavo tus pies? -interrogó el héroe-, pero por toda
respuesta el gigante le mostró su hacha, amenazándolo con cortarle la cabeza de
un solo golpe.

-¡No lo hagas, te lo suplico! -dijo Teseo simulando pánico-, y al borde del llanto
rogó por su vida. Y el confiado asesino volvió a recitarle su acostumbrado
monólogo.

Entonces Teseo se inclinó y comenzó a lavarle los pies, muy atento a la patada
que de golpe sobrevendría. Cuando finalmente Sciron lo hizo, el héroe con un
rápido movimiento la esquivó, al mismo tiempo que se abalanzó sobre el bandido
y con fuerza lo arrojó por el abismo, donde la tortuga se lo comió.

Teseo continuó caminando, siempre en busca de conjurar los peligros que
acechaban su paso. Pronto llegó a Eleusis, donde enfrentó a Cercion, un gigante
que obligaba a los caminantes a luchar contra él, siendo el premio la propia vida.
Su enorme fuerza y habilidad lo habían convertido en un rival tan feroz como
invencible, al grado que los viajeros esquivaban esa ruta. Pero Teseo fue un
antagonista de mucho nivel y el experto luchador fue por primera vez vencido.


El camino queda liberado

Al fama de Teseo comenzó a precederlo. Eran tantas las hazañas que en muy
poco tiempo el peligroso camino terrestre se fue librando de cada uno de sus
obstáculos. Para que su trabajo fuera completo, le quedaba al héroe una hazaña
más: acabar con el temerario Damastes, más conocido como Procustes.

Procustes era un despiadado asesino que tenía su casa al lado del camino, y cada
vez que por allí pasaba alguien obligadamente debía toparse con él. Procustes
hacía las veces de hombre solidario, y cuando un viajero se presentaba,
amablemente le ofrecía su hospitalidad, jactándose de poseer una cama mágica
donde podía caber perfectamente cualquier persona. Pero todo era una gran
mentira.

En realidad, lo que hacía Procustes era acostar a los ingenuos viajeros para luego
matarlos de una manera singular: cuando el individuo era más chico que el
tamaño de la cama, lo sujetaba con cadenas en los brazos y piernas y los estiraba
de tal manera que entraran exactamente en el lecho, donde el desdichado moría
desgarrado. No en vano se lo conocía como Procustes, vocablo que significa "el
que estira". En cambio, cuando el que se acostaba era más grande que la cama,
simplemente le cortaba las partes sobrantes.

Teseo, que conocía perfectamente las artimañas del individuo, simuló aceptar su
hospitalidad, y una vez en la casa luchó contra él hasta dejarlo tendido en la
siniestra cama. Entonces decidió darle al asesino un poco de su propia medicina,
y como Procustes era más grande que la cama, no dudó en cortarle los pies y la
cabeza, hasta que el resto del cuerpo ocupó todo el largo del lecho.

Con la muerte de Procustes el camino desde Peloponeso hasta Atenas quedó


completamente liberado de malhechores y monstruos. Terminada su tarea, se
dirigió al Cefiso, donde los hombres de la raza de los Fitálidas lo purificaron de
cada una de sus matanzas.


Teseo en Atenas

Por fin Teseo llegó a Atenas, donde una multitud lo aguardó como el verdadero
héroe que era. Pero si bien conocían sus hazañas, no sabían que Teseo era nada
menos que el hijo de su rey.

E Atenas Teseo descubrió cuánto había cambiado el reino de su padre. L ciudad
estaba convulsionada y la causa era la presencia de la nueva esposa del rey, la
maga Medea, quien en virtud de sus hechizos le había asegurado a Egeo que le
daría un hijo.

Aunque Teseo no declaró su verdadera identidad, Medea lo supo enseguida, y
como el héroe era adorado por el pueblo, no dudó en hacerlo invitar al palacio
para que los mismos reyes lo honraran por sus enormes servicios.

Medea simuló afecto por el joven, pero en verdad perseguía otros fines, mucho
menos honorables. Es que la hechicera temía que Teseo reclamara la sucesión
del trono, lo que significaba que su hijo se quedaría sin corona. Con estos planes
en mente, Medea comenzó a conspirar contra el héroe, convenciendo al rey Egeo
que tanta popularidad en un solo hombre podía despertarle tanta codicia que
podía reclamar la conducción del reino. Egeo, que aún no sabía que Teseo era su
hijo, dudó, e influenciado por su esposa, se dispuso a aceptar los planes de ella
para deshacerse del extranjero.

Medea entonces ordenó que a Teseo se le ofreciera un banquete y que cuando se
le sirviera vino lo hicieran en una copa con veneno. Teseo estaba encantado con
la recepción que se le había dado y cuando iba a tomar de la fatídica copa, sacó
su espada para cortar un trozo de carne que le habían servido. Fue un acto
providencial, ya que Egeo reconoció la espada que años atrás había dejado
enterrada bajo la roca ya los gritos le ordenó dejar el vino envenenado.

Enseguida,padre e hijo intercambiaron abrazos y emociones,y tras hablar en
privado coincidieron en que Medea había pergeñado semejante crimen con el fin
de obtener el poder para su propio hijo. Egeo reaccionó con indignación y desterró
a la que era su esposa y comunicó que la sucesión del trono tenía dueño: Teseo.

El anunció del rey aparejó nuevos problemas. Sus sobrinos, que aguardaban para
tomar el poder como legítimos y únicos sucesores, se rebelaron, ya que quedó
claro que los destinos del reino ya no serían manejados por ellos.

Dispuestos a acabar con Egeo y su hijo, un grupo de rebeldes ocupó el palacio,
mientras otros tantos se emboscaron pendientes de los sucesos. Pero Teseo fue
informado de estas maniobras y con un inusitado vigor fue hasta donde se
hallaban ocultos sus primos y mató a cada uno de ellos. Los que habían asaltado
el palacio quedaron solos, y emprendieron inmediatamente una fuga que, si bien
los dispersó, al menos les permitió conservar la vida.

Ego desbordaba de felicidad por el valor de su muchacho; sabía también que
nadie mejor que él para sucederlo en el trono. No obstante, la fiebre de gloria de
Teseo lo animó a embarcarse en más aventuras, y al padre le fue imposible
retenerlo. Las delicias de la vida palaciega no eran atractivas para el joven, y sólo
satisfacía su sed de gloria la realización de nuevas hazañas.


El toro de Creta

Por entonces, las noticias de un toro que aterrorizaba a los habitantes de la región
de Maratón habían llegado a sus oídos. A igual que la cerda de Cromion, esta
bestia era también muy singular. En efecto, era nada menos que el toro de Creta,
hijo de Poseidón, el mismo que Heracles había capturado en uno de los trabajos
que le encomendó el rey Euristeo.

Luego de vagar por el Peloponeso, el toro llegó hasta el Ática, donde según su
costumbre sembró el terror entre los habitantes del campo. Decidido a terminar
con la bestia, Teseo se dirigió a su encuentro, para lo cual se escapó
subrepticiamente del palacio de su padre.

Y en el camino lo sorprendió una tormenta, que obligó al héroe a buscar refugio en
una pequeña choza. La dueña de la precaria vivienda era una anciana llamada
Ekali, quien además de darle una cálida bienvenida se prodigó en atenciones.

A la mañana siguiente Teseo abandonó la choza, no sin antes recibir de la anciana
la preocupada advertencia sobre la cercanía del monstruo. La mujer no estaba
equivocada. A poco de haber reanudado su caminata, un bramido y bruscos
movimientos entre los árboles anunciaron la presencia del temido toro.

El monstruo, acostumbrado a generar miedo, se vio por completo sorprendido al
ver que Teseo lo atacó de inmediato, tomándolo por los cuernos y volcando su
cabeza contra el suelo. Fue tanta la fuerza del héroe que el toro no pudo más que
rendirse, a pesar de sus enormes esfuerzos por liberarse de su atacante.
Finalmente, el animal quedó rendido a sus pies.

Teseo regresó a Atenas llevando al toro con vida, y por ello recibió los máximos
honores de su pueblo, que arrojó a su paso flores y vitoreó su nombre con
entusiasmo. Después de mostrarle a toda Atenas que ya no debía temer las
andanzas de la bestia, se dirigió a Delfos, donde lo sacrificó a favor de Apolo.
Como era un hombre agradecido, Teseo volvió a la choza de Ekali para darle las
gracias por tanta hospitalidad, pero grande fue su pena al encontrarla muerta.
Como sentido homenaje, bautizó entonces a ese paraje con el nombre de la
anciana, para que siempre fuera recordada por su sensibilidad hacia los viajeros.


Tras la gran hazaña: el Minotauro

Cuando Teseo apenas era un niño, un acontecimiento marcó trágicamente las
relaciones entre Egeo, rey de Atenas, y Minos, rey de Creta.

Por entonces el primero había organizado unos juegos de competición en los que
participó el hijo de Minos, Androgeo, quien logró alzarse con un triunfo.
Inesperadamente, al día siguiente el muchacho apareció asesinado, y como era
huésped de Egeo, toda la responsabilidad recayó sobre el rey ateniense. Cruzado
por el dolor, Minos declaró la guerra a Atenas, a la vez que los dioses, indignados
por la muerte de Androgeo, sentenciaron a los atenienses a padecer sequías y
plagas, lo que sumió a la población en una extendida hambruna.

Cuando los atenienses consultaron al oráculo de Delfos qué debían hacer para
terminar con semejante castigo, el oráculo les señaló que tenían que satisfacer los
requerimientos que impusiera Minos. Presurosos por pactar con el rey de Creta,
los atenienses escucharon sus demandas: la entrega de 7 hombres y 7 mujeres
que servirían de alimento para el Minotauro. La entrega debía ser cada 9 años y
sólo así se daría por saldada la cuestión.

Quiso la casualidad que mientras Teseo se hallaba en Atenas se cumpliera la
fecha de realizar una nueva entrega, lo que sumió en la mayor angustia a Egeo. Al
verlo en ese estado de desesperación, su hijo decidió ayudarlo.

El Minotauro__________________________________________________________________

El Minotauro era un monstruo, mitad hombre y mitad toro.

La leyenda cuenta que Minos, pretendiente del reino de Creta, prometió a


Poseidón sacrificar cualquier cosa que éste le enviara. Poseidón, complacido,
hizo emerger un portentoso toro blanco desde las profundidades del mar y se lo
entregó al codicioso monarca para que lo honrara, tal como había prometido.
Pero Minos se deshizo de su promesa porque el toro le pareció bellísimo y
decidió conservarlo para sí. Indignado por su actitud, Poseidón decidió entonces
castigarlo e hizo que la esposa de Minos se enamorara perdidamente del animal.
La mujer y la bestia se unieron amorosamente y de esa unión nació el Minotauro.

Horrorizado por el curso de los acontecimientos, Minos hizo construir entonces un laberinto,
ideado por Dédalo, del que era imposible salir. Finalmente, hizo depositar al monstruo en el
centro del laberinto.

La elección de los desdichados jóvenes que serían sacrificados al toro se hacía


por medio de una lotería, en la que participaban todas aquellas familias donde
había un adolescente. Como era de imaginar, cada 9 años se multiplicaban las
protestas de los atenienses que no deseaban que sus hijos fueran a parar a las
fauces del monstruos de Minos.

Teseo, conocedor de tanto dolor y descontento, decidió ofrecerse como voluntario,
prometiendo que una vez en el laberinto mataría al Minotauro y acabaría con el
castigo que los atenienses venían padeciendo. Todo el pueblo admiró al joven por
su valentía y depositó en él la confianza de que ahora se acabaría para siempre la
peor de las pesadillas. Sólo Egeo dudó de la determinación de su hijo,
sobrecogido por su angustia de padre. De todos modos, sus súplicas no pudieron
hacer que Teseo desistiera y le deseó toda la suerte en la nueva empresa.

Antes de partir, Egeo le entregó a su hijo un juego de velas negras y blancas. Las
primeras debían llevarlo hasta Creta; las segundas debían izarse como prueba de
éxito. Si la misión resultaba fracasaba, las velas negras lo anunciarían.

Llegados finalmente a Creta, Teseo y las restantes víctimas fueron recibidos con la
habitual hostilidad de Minos. No obstante, el rey interrogó a los jóvenes para saber
si alguno quería luchar contra el Minotauro, a lo que Teseo contestó
afirmativamente. Pero el héroe redobló la apuesta, y le solicitó al rey la libertad de
todos si acaso lograba vencer a su tan temido monstruo. Minos aceptó el reto,
confiado en que no lo lograría; por otra parte, pensó, jamás saldría del laberinto.
Creyendo que nada tenía que perder, duo entonces su consentimiento de que
Teseo, armado con su espada, se internase en busca del fantástico Minotauro.


El hijo de Ariadna

Así las cosas, dejaron para la mañana siguiente el inicio de la función. Nadie había
advertido que Ariadna, hija de Minos, desbordaba de admiración por la actitud del
héroe y pensó en brindarle su ayuda. Esa misma noche, la joven fue hasta donde
estaba Teseo y le entregó una madeja de hilo que debía arar en las puertas
mismas del laberinto, para ir desenvolviéndolo a medida que avanzaba por él.
Luego, para regresar, sólo debía seguirlo. Antes de irse, Ariadna le pidió al héroe
que, si todo salía bien, la tomara como esposa, pedido al que Teseo respondió
afirmativamente con todo gusto, ya que la princesa no era sólo inteligente y audaz,
sino dueña de una gran belleza.

Al día siguiente, Teseo ingresó al laberinto de Dédalo, y siguiendo lasa
instrucciones de Ariadna avanzó hasta que halló al Minotauro, al que mató con su
poderosa espada.

Victorioso como siempre, Teseo liberó a los jóvenes que iban a ser sacrificados, y
luego se marchó de Creta para regresar junto a su padre. Llevaba consigo a
Ariadna, la que se convertiría en su esposa en Atenas, tal como lo había
prometido. Sin embargo, cuando hizo escala en la isla de Naxos, un
acontecimiento hizo trastocar todos sus planes.


La pérdida de la armada

En la isla se hallaba Dionisio, el dios del vino, que al observar a Ariadna quedó por
completo enamorado de ella. Desde ese momento, decidió hacerla suya, por lo
que debía deshacerse de Teseo su competidor. Dionisio entonces se le presentó
en sus sueños, aconsejándole que a la mañana siguiente abandonase la isla sin
su prometida; de lo contrario, una gran desgracia sobrevendría. En su sueño,
Teseo le contestó que la voluntad de Ariadna era casarse con él, pero el dios
insitió. Además, Donisio le dijo que su intención era también casarse con ella y
hacerla inmortal, asegurándole una felicidad eterna.

Al despertar, Teseo levantó a sus hombres y ordenó abandonar la isla, y resuelto a
buscar a Ariadna se dirigió hacia donde la doncella dormía. En ese momento se
levantó una formidable tormenta que comenzó a arrancar a los árboles de la tierra
y todo lo que se encontraba sobre ella. Teseo buscó empecinadamente s la joven,
pero no la halló por ningún lado. Entonces se dio cuenta de que Dionisio se la
había llevado y nada podía hacer para recuperarla. Desolado por la situación,
Teseo finalmente partió en su nave.
Ariadna y Dionisio_____________________________________________________________

Mientras Teseo buscaba afanosamente a Ariadna, la joven había sido trasladada A otro punto de
la isla donde el héroe no podría hallarla.

Ariadna estaba desesperada, pero al cano se le unió Dionisio quien, dándole de beber una copa
de vino, le prometió la inmortalidad. Entonces una gran nube los envolvió sin que la muchacha
llegara a reaccionar y los trasladó al Olimpo, donde finalmente se celebró el casamiento.

Dice la leyenda que el dios del vino le regaló una diadema tan fabulosa que los antiguos griegos
le dieron su nombre a una constelación. Zeus le concedió la vida eterna, para que viviera por
siempre con Dionisio.

Durante la travesía de regreso, Teseo se mostró unas veces irritado y otras tanto
taciturno. Daba órdenes a los gritos, y luego pasaba largas horas en cubierta, sin
hablar con nadie y con la vista perdida en la inmensidad del mar. Sólo él conocía
la advertencia de Dionisio y cuánto dolor le causó la pérdida de su amada Ariadna.
Perdido en sus pensamientos, Teseo olvidó el pedido de su padre de izar las velas
blancas como señal de triunfo, y la nave continuó su curso con las iniciales velas
negras.


Mientras tanto, Egeo veía a diario el horizonte, obsesionado con el color de las
velas de la nave de su hijo. Por fin, un día llegó a divisar cómo a lo lejos una
silueta se recortaba en el horizonte, y cuando ésta estuvo más cerca vio que tenía
las velas negras, inequívoca señal de que Teseo había muerto. La angustia de
Egeo fue tan profunda que, sin dudar un solo instante, se lanzó desde lo alto de un
acantilado para encontrar la muerte. Cuando Teseo se enteró de la suerte de su
desdichado padre su dolor creció inmensamente. Ya había perdido a Ariadna y
ahora una nueva desgracia se sumaba a su vida. Para peor, se sentía responsable
de la de su padre, ya que de haber cambiado las velas ahora estaría abrazándolo
con dicha. Desde entonces, el mar al que cayó Egeo fue bautizado con su
nombre, y como tal se lo conoce en la actualidad.


Teseo Rey

Muerto Egeo, Teseo le sucedió como nuevo rey de Atenas. Su gobierno se
destacó por unir a todo el conjunto de la sociedad bajo su mando, resolviendo con
prontitud los problemas de desunión heredados. Incluso estableció una
democracia, en la que el rey sólo fungí como el jefe de los ejércitos y como el
principal guardián de la ley. Atenas se convirtió en la cabecera de todo el Ática y
cuando todas las comunidades aceptaron la nueva centralización del Estado,
Teseo delegó su poder. Además tomó medidas inéditas hasta entonces,col el
otorgamiento de derechos y deberes a todos los extranjeros que se quisieran
incorporar al naciente imperio, e instituyó tres clases sociales (nobles, granjeros y
artesanos) a las que les competían funciones específicas.

Pero las aventuras no terminaron para él.

En efecto, durante el conflicto entre Heracles y las amazonas, Teseo había estado
junto a su máximo héroe; en aquella oportunidad Teseo secuestró a una bellísima
princesa amazona, Antiope, con la que regresó a Atenas para hacerla su esposa.
Fruto de esa unión fue su hijo Hipólito.

A pesar de haber sido derrotadas por Heracles y Teseo, las amazonas eran
guerreras famosas, y no olvidaron que el ateniense se había robado a su princesa.
Por eso, cuando recuperaron sus fuerzas marcharon para recuperar a Antiope.
Poco a poco las amazonas se internaron en tierras del Ática, conquistándolo todo
a su paso. En las cercanías de Pnica se desarrolló la batalla final. La lucha era
pareja y hasta la propia Antiope luchó al lado de su marido. No obstante, la batalla
sólo finalizó cuando la princesa amazona regresó con sus compañeras.

Nuevamente solo, Teseo escogió por esposa a Fedra, la hermana menor de
Ariadna. Hipólito, en tanto, fue enviado por su padre a la región que antaño lo vio
crecer, Trecén, donde fue nombrado heredero del trono.

Hipólito era un joven aventurero y amante de la caza, sin demasiada inclinación
por la vida palaciega y la vida amorosa, lo que por cierto disgustó a Afrodita. La
diosa no encontró mejor castigo para el joven que promover el enamoramiento de
su madrastra, que una y otra vez lo incitaba a una relación de amantes. Hipólito
estaba escandalizado y rechazó a la esposa de su padre tantas veces que Fedra,
desconsolada, terminó ahorcándose. Pero la mujer despechada dejó como
venganza una falsa acusación contra Hipólito, inculpándolo de perseguirla
amorosamente. Era una burda mentira, pero cuando Teseo se enteró del drama
creyó en la palabra de su esposa muerta y pidió a Poseidón que ctigara con la
muerte a su desleal hijo.

El dios de los océanos escuchó los ruegos de Teseo y satisfizo su pedido.
Entonces hizo emerger del mar una enorme bestia que, de un solo golpe, atacó a
Hipólito cuando el joven se hallaba paseando por los acantilados. La escena fue
observada por Artemisa que, furiosa por el descabellado capricho de Afrodita,
contó a Teseo la verdad. Una vez más la desgracia golpeó a la puerta del héroe,
que apenas si pudo ver cómo su hijo moría, mientras le pedía perdón.


Últimas aventuras

Tiempo atrás, Piriteo había robado numerosas cabezas de ganado en la región de
Maratón, hacia donde se dirigió Teseo para hacer frente al ladrón. Cuando
estuvieron cara a cara, entre los dos hombres se estableció un profundo respeto
por el valor y la fuerza que ostentaban, y en vez de guerrear se hicieron grandes
amigos. Con el paso de los años, los dos enviudaron, y luego de un tiempo
decidieron que era hora de volver a encontrar esposa. No tuvieron entonces mejor
idea que casarse con alguna hija de Zeus.

En Esparta, los amigos conocieron a Helena que, aunque era muy joven para
hombres de 50 años como ellos, los encandiló con su belleza, y decidieron
secuestrarla para luego disputársela entre ellos. El ganador debía comprometerse
a ayudar al otro a encontrar una esposa de igual hermosura. Teseo salió ganador
y se quedó con Helena, la que por el momento fue enviada a Afidnae. Mientr tanto,
Piriteo ya había escogido como pretendiente a Perséfone, la que se hallaba en el
Hades, reino de su padre Pluto.

Los amigos se encaminaron, pues, hacia Epiro, y desde allí descendieron al
submundo para buscar a la bella Perséfone. La entrada al Hades estaba
custodiada por Cerbero, un horrible perro de 3 cabezas. Su presencia se debía a
una astucia de Pluto, que había decidido que cualquiera que pretendiera desposar
a su hija debía primero vencer al temible can. No obstante, cuando cayó en la
cuenta de que los dos visitantes deseaban robarle a su hija, simplemente
encarceló a Teseo y ordenó a Cerbero matar a Piriteo.

Mientras Teseo continuaba prisionero de Pluto, las cosas comenzaron a empeorar
en Atenas. Menesteo, un noble disconforme con la política establecida por Teseo
en la ciudad, inició una campaña de desprestigio del héroe, que ganó numerosos
adherentes. Por otra parte, los hermanos de Helena, Cástor y Pólux, amaron un
gran ejército para sitiar a Atenas con la pretensión de recuperar a su hermana y
regresarla con ellos. Los espartanos averiguaron el paradero de la joven Helena y
la rescataron; además, se llevaron consigo a la madre de Teseo para que hiciera
de sirvienta, lo que consideraron un necesario castigo por la acción de su hijo.


Para suerte de Teseo, Heracles había descendido al Hades para capturar a
Cerbero, en cumplimiento de uno de sus esforzados trabajos. Fue entonces que
Pluto le comentó los últimos acontecimientos y que Teseo estaba preso bajo su
custodia. Heracles, al conocer la situación de su gran amigo, le pidió a Pluto su
libertad, la que de inmediato le fue concedida.

Teseo entonces regresó a Atenas para comprobar cuán diferentes estaban las
cosas en su ciudad. Tampoco encontró vestigios del gran amor que su pueblo le
había profesado en otros tiempos, y lejos de ser reconocido como el héroe que
era, sólo recibió miradas de recelo y desconfianza. Fue entonces que Teseo se
marchó de la ciudad, con la intención de establecerse en Creta, ciudad que había
sido testigo de una de sus mayores hazañas. Mas Teseo jamás llegó a destino.
Una tormenta lo desvió de su camino y terminó alcanzando el reino de Licomedes,
en Esciros.

En un principio Licomedes hospedó a tan insigne huésped, pero pronto lo abordó
el temor de que Teseo pudiera disputarle el reino, y decidió deshacerse de él. Así
fue como un día, mientras le mostraba sus dominios, Licomedes arrojó a Teseo a
un abismo y terminó con su vida.

Aunque muerto, la presencia de Teseo continuó sobrevolando todo el Ática y más
allá de sus fronteras. Según los viajeros, se lo solía ver batallando en diferentes
campos y realizando nuevas hazañas en los más diversos escenarios.

Lo cierto era que Teseo había muerto y sus huesos no habrían de ser recuperados
sino muchos años después.

Cuando Cimon capturó Esciros, observó que un águila escarbaba la tierra, lo que
le pareció una señal que le anunciaba que precisamente allí se hallaban los restos
de Teseo. Ordenó entonces registrar el lugar, en donde finalmente apareció un
cofre con un hombre que portaba una espada de bronce. Cimon entonces decidió
enviarlo a Atenas, donde fue recibido con todos los honores. Finalmente, Teseo
regresó a su ciudad como el héroe que había sido. Las honras se prolongaron
durante muchos días, y finalmente el cuerpo fue enterrado en el centro de la
ciudad, adonde acudían los que buscaban la protección de su gran rey.






























Héctor

Si Aquiles fue para los aqueos el mayor de sus héroes, Héctor representó su
equivalente troyano.

Héctor tuvo un rol protagónico durante los 10 años de la guerra de Troya, y sus
hazañas fueron retratadas por Homero en la Ilíada, la principal fuente para
conocer su vida.

De sus primeros años se sabe poco. Su padre fue Príamo, rey de Troya, fundador
de una dinastía que el conflicto con los aqueos terminará de arrasar por completo.
Príamo había llegado a convertirse en rey tras un suceso por demás curioso.
Cuando apenas era un niño y llevaba por nombre Podarces, Heracles había
tomado la ciudad de Troya; entre los prisioneros se hallaba Podarces y su
hermana Hesione, la cual fue entregada por Heracles en matrimonio a Telamón.
Como regalo de bodas, Heracles se dispuso entregarle a la doncella lo que le
pidiera, y ésta solicitó a su hermano. Entonces Heracles le concedió su deseo, y le
entregó al niño como parte de una venta simbólica.

Desde entonces Podarces adoptó nombre de Príamo, que significa "el que ha sido
vendido". Pero Heracles fue más lejos aún; conociendo que Príamo era el único
sobreviviente de Laomedonte, rey de la ciudad, le confió el trono.

Un rey sin palabra______________________________________________________________

Uno de los prisioneros reyes de Troya, Laomedonte fue el que ordenó


construir las murallas que protegían a la ciudad. Como la tarea era ciclópea,
recurrió a la ayuda de Apolo y Poseidón, gracias a los cuales la obra pudo ser
concluida. No obstante, Laomedonte se negó a pagar a los dioses lo
convenido, por lo que la ciudad fue castigada con todo tipo de represalias.

Una de ellas fue un monstruo marino que Poseidón envió para asolar las costas. Fue entonces
que Heracles le propuso al rey darle muerte al monstruo a cambio de unos caballos divinos que
aquel tenía, pero una vez que el héroe completó su tarea, Laomedonte incumplió una vez más su
palabra. Esto provocó la ira de Heracles, que tomó la ciudad y mató al rey y a toda su
descendencia, menos a Podarces.

Ungido como rey de Troya, Príamo tuvo un papel enorme y decisivo en la


extensión de los dominios troyanos y con eficacia logró consolidar un próspero
imperio. El rey tuvo numerosas concubinas que le dieron como descendencia 50
hijos, pero sólo contrajo matrimonio 2 veces. Primero se casó con Arisbe, quien le
dio su primer descendiente, Esaco, pero luego abandonó a su esposa para
casarse con Hécuba, la mujer que más hijos le dio. El primero de ellos, y preferido
del padre, fue Héctor.

Héctor fue criado como un príncipe guerrero, lo que pronto lo convirtió en un
experto velocista y en las artes del combate cuerpo a cuerpo. Como hijo del rey,
participó en los asuntos políticos de la ciudad y, según algunos relatos, dirigió a su
voluntad los debates de la asamblea. Esta presencia política sumada a sus dotes
de soldado lo consagraron como el auténtico hombre fuerte de Troya y su más
formidable defensor. El pueblo, pues, lo adoró como un dios y le tributó su
admiración y honra.

Héctor se casó con Andrómaca, hija del rey de Tebas de Misia, y tuvo un solo
descendiente, Astianacte. En el ciclo de la guerra, también ellos tuvieron un
destacado papel, aunque ciertamente dramático. Algunos relatos, posteriores a la
saga homérica, le atribuyen a Héctor la paternidad de Laodamante y Óximo.


Campeón de Troya

Durante la guerra de Troya, Héctor demostró todas sus cualidades guerreras. En
los primeros 9 años de enfrentamiento no sólo controló el asedio que su ciudad
sufrió, sino que incursionó en numerosas oportunidades contra los ejércitos
enemigos, poniéndolos en fuga. Era tal su control de la guerra que Agamenón
supo que mientras no contara en sus filas con un campeón de la talla de Héctor y
que fuera capaz de vencerlo, el triunfo final no le correspondería.

Para júbilo de los aqueos, Aquiles fue reclutado en sus filas y por fin contaron con
un jefe que podía cambiar el curso de los acontecimientos. En el décimo año de
guerra, Aquiles y Héctor ocuparon el centro de la disputa. El que saliera victorioso
le daría a su ejército el poder sobre el contrario.

Conocedor de las habilidades y fuerzas de Aquiles, Héctor rehuyó en principio un
enfrentamiento abierto con él, y a menudo buscó la seguridad y el refugio de la
ciudad para evitar un choque directo. Y si Héctor se aventuró a dirigir el ataque
contra los aqueos fue teniendo plena certeza de que Aquiles no participaría de la
batalla, ya que durante algún tiempo éste se mantuvo alejado de los campos de la
fuera por su pertinaz enojo con Agamenón.

En estas circunstancias Héctor logró empujar a los aqueos hasta casi hacerlos
regresar a sus naves, ocasionando con su espada la muerte de grandes guerreros
como Mnestes, Anquilao, Teutrante, Orestes, Treco, Enómao, Héleno y Oresbio.
Héctor no estaba solo en la lucha, Ares lo protegía y seguramente eso contribuyó
para que acumulara tantas victorias. No obstante fue herido en una oportunidad
por Diomedes, lo que motivó que nuestro héroe regresara a la ciudad para
recuperarse. Una vez repuesto, Héctor se dedicó a retar al mayor combatiente
aqueo, y salió de Troya para enfrentarse en campo abierto. Como Aquiles
continuaba en su postura de no participar en la batalla, Menelao se postuló para
dar pelea a Héctor, pero Agamenón lo retuvo y la lucha entre los dos jefes no se
realizó. Entonces se postuló el fantástico Áyax, un luchador temerario.

El combate entre Áyax y Héctor fue terrible. Presenciado por los soldados de
ambos bandos, se prolongó hasta la noche sin que el resultado fuera a favor de
uno u otro, al grado que la lucha quedó sin definición. Finalmente los dos
guerreros aceptaron un virtual empate y el combate se suspendió. Dignos
combatientes, en homenaje a la entrega puesta por su rival intercambiaron honras
y presentes. Héctor le brindó su espada a Áyax, y éste le obsequió su tahalí.

Áyax_________________________________________________________________________

Hijo de Telamón, fue uno de los más sobresalientes héroes durante la guerra de Troya.

Una leyenda cuenta que cuando Heracles fue a visitar a Telamón para que se
uniese en una guerra contra Troya, rogó a Zeus para que le diera al rey un
hijo tan fuerte como un león. El dios del Olimpo accedió a su pedido y envió
un águila en señal de consentimiento. Luego nació Áyax, cuyo nombre
significa águila. Áyax fue luego el jefe de los ejércitos de Salamina, a los que
condujo en 12 naves para unirse a Aquiles.

Llamado el Gran Áyax por su impresionante altura y porte, siempre marchaba al frente de sus
hombres, fuertemente armado y provisto de un escudo pesadísimo, compuesto de 7 pieles de
buey superpuestas y una placa de bronce. Después de la caída de Troya, y tras mantener serias
desavenencias con Ulises, fue encontrado muerto atravesado por su propia espada.
La guerra siguió su curso con las continuas arremetidas troyanas, siempre con
Héctor al frente, ahora protegido por Apolo quien desviaba las flechas que contra
el héroe disparaban los aqueos. Hasta el mismo Zeus había ordenado a todos los
dioses que dejaran de intervenir a favor de los ejércitos de Agamenón si Aquiles
no participaba en la batalla. Así, favorecidos por las divinidades del Olimpo, los
troyanos y Héctor sumaron una a una las victorias. Pero entonces ocurrió un
episodio que cambió la historia.

Patroclo, el gran amigo de Aquiles, se involucró en la guerra para colaborar con
sus amigos, y murió en manos del propio Héctor. Cuando Aquiles se enteró de la
infausta suerte de Patroclo decidió dejar a un lado sus desavenencias con
Agamenón, y nuevamente se sumó contra los troyanos. Para vengar a su amigo,
mató a Polidoro, uno de los hermanos de Héctor, y con esa muerte selló
definitivamente un lazo de odio y venganza con el héroe troyano que sólo podía
cortar la muerte de uno de ellos.


La lucha contra Aquiles

Aquiles buscó una y otra vez a Héctor para saldar cuentas de honor, pero una y
otra vez Héctor rehuyó al combate definitivo. La situación por fin se definió cuando
los aqueos cercaron por completo a la amurallada ciudad. El espectáculo era
tremendo. Desde lo alto de las murallas, los troyanos no dejaron de dirigir sus
flechas contra los aqueos, que con sus escudos hacia arriba avanzaron
protegidos. Entonces Héctor salió de ésta para enfrentar su último combate.
Príamo y Hécuba le rogaron que entrara a la ciudad y toda la soldadesca troyana
se aunó en la misma solicitud, pero Héctor, imperturbable, se mantuvo a la espera
de Aquiles que muy pronto emergió de la inmensa marea aquea. La sangre de su
hermano Polidoro clamaba un desquite.

Polidoro______________________________________________________________________

Hermano de Héctor, hay varias versiones sobre si vida. Una de ellas, fundante de la tradición de
mutua venganza entre Héctor y Aquiles, señala que Polidoro fue apartado de los campos de
batalla en Troya por su corta edad. Sn embargo, confiado en su velocidad y luciendo una coraza
de plata, el joven tuvo la audacia de enfrentar al propio Aquiles, muriendo en la contienda. Otra
versión indica que dejado en custodia a Polimenstor, yerno de Príamo, fue entregado a Áyax,
para ser intercambiado por Helena. Como los troyanos desistieron del acuerdo, Polidoro fue
lapidado frente a la misma ciudad, luego de lo cual entregaron el cadáver del joven a su madre.

Presto a cumplir su venganza, Aquiles salió a enfrentar a Héctor, pero entonces


éste, sintiendo que el miedo lo invadía, emprendió una arrebatada fuga. Campeón
en carreras, el troyano comenzó a dar vueltas alrededor de la ciudad intentando
agotar a Aquiles que lo perseguía, pero como no logró su cometido, tampoco
Aquiles el suyo. También se arrojaron sus lanzas pero ni uno ni otro acertaron en
el blanco, siempre protegidos por dioses que los habían adoptado para su
favoritismo. Apolo favorecía a Héctor, y cada vez que el troyano estaba en serio
peligro, el dios enviaba una nube que permitía su huida o desviaba a Aquiles de su
víctima.

Desde el Olimpo, los dioses contemplaron con severidad el enfrentamiento. Zeus
mantuvo la orden de dejar que ellos solos resolvieran el combate, y utilizando su
balanza del destino pesó la suerte de uno y otro. La balanza de oro favoreció a
Aquiles y así, sellado el futuro, Apolo lo abandonó definitivamente a Héctor. Ante
esta nueva circunstancia, Atenea le solicitó a su padre permiso para asistir una
vez más a Aquiles, con la intención de definir por fin la interminable lucha. Zeus no
pudo desoír el pedido de su hija preferida y le dio entonces su permiso.


La pelea se desata

Mientras tanto, en la tierra, Aquiles y Héctor continuaron su singular combate: el
primero, persiguiendo pertinazmente al troyano; este, eludiendo una y otra vez el
combate franco. Incluso Aquiles les pidió a sus hombres que no disparasen sus
flechas contra Héctor, requiriendo para él solo el placer de vencerlo.
Con el permiso otorgado por su padre, Atenea hizo su aparición decisiva.
Tomando la figura de Deífobo, amigo de Héctor, lo invitó a pelear prometiéndole
ayuda. Héctor aceptó, y con el valor recobrado dejó de huir y se decidió a
presentar batalla. Asumiendo su destino, Héctor gritó a su rival:


- ¡No huiré más de ti, oh hijo de Peleo, como hasta ahora. Tres veces di la vuelta,
huyendo, en torno de la gran ciudad de Príamo, sin atreverme nunca a esperar tu
acometida. Pongamos a los dioses por testigos, que serían los mejores y los que
más cuidarán de que se cumplan nuestros pactos. Yo no te insultaré cruelmente, si
Zeus me concede la victoria y logro quitarte la vida; pues tan luego como te haya
despojado de las magníficas armas, oh Aquiles, entregaré el cadáver a los
aqueos. Pórtate tú conmigo de la misma manera.

Pero Aquiles estaba muy lejos de la caballerosidad del troyano, y con ánimo
iracundo le respondió:

-¡Héctor, a quien no puedo olvidar! No me hables de convenios. Como es posible
que haya fieles alianzas entre los leones y los hombres, ni que estén de acuerdo
los lobos y los corderos, sino que piensan continuamente en causarse daño unos
a otros; tampoco puede haber entre nosotros ni amistad ni pactos, hasta que caiga
uno de los dos h sacie de sangre a Ares, infatigable combatiente. Revístete de
toda clase de valor, porque ahora te es muy preciso obrar como belicoso y
esforzado campeón. Ya no te puedes escapar. Palas Atenea te hará sucumbir
pronto, herido por mi lanza, y pagarás todos juntos los dolores de mis amigos, a
quienes mataste cuando manejabas furiosamente la pica.

Así las cosas, la pelea se desató. Aquiles le arrojó primero su lanza, pero Héctor la
esquivó y aquella se enterró en la arena. Pero Atenea al ver el disparo fallido de su
héroe lo socorrió una vez más, y prestamente arrancó la lanza del suelo y se la
devolvió a Aquiles para que hiciera un nuevo intento. Héctor arrojó también su
lanza, que rebotó en el escudo de Aquiles, y también pidió el auxilio de un aliado
para tener otra, pero cuando se volvió para pedirle a Deífobo una larga pica, su
decepción fue enorme. Es que su amigo no estaba al lado y comprendió que había
sido engañado por una deidad que estaba por llegar, Héctor expresó con
amargura:

- ¡Oh! Y los dioses me llaman a la muerte. Creía que el héroe Deífobo se hallaba
conmigo, pero está tras los muros, y fue Atenea quien me engañó. Cercana tengo
la perniciosa muerte que ni tardará, ni puedo evitarla. Así les habrá placido que
sea, desde hace tiempo, a Zeus y a su hijo, el que hiere de lejos; los cuales, otrora
benévolos para conmigo, me salvaban de los peligros. Ya la parca me ha cogido.
Pero no quisiera morir cobardemente y sin gloria, sino realizando algo grande que
llegara a conocimiento de los venideros.

Entonces, armado con su enorme valor, Héctor desenvainó la espada, y sin más
se abalanzó contra Aquiles quien, a su vez, embistió con todas sus fuerzas. Héctor
estaba protegido por la armadura de bronce que le había quitado a Patroclo y sólo
exhibía como punto débil la región de los hombros y el cuello. Por ahí
precisamente Aquiles penetró con su espada, que salió victoriosa por la nuca del
troyano. Héctor cayó herido de muerte, y quedó inerte en el piso. Desde las
murallas de Troya un silencio de horror fue bajando con lentitud, mientras los
aqueos vitoreaban a su campeón. Aquiles estaba exultante por el triunfo y le dirigió
a su víctima palabras de desprecio y burla:

- ¡Héctor, Cuando despojabas el cadáver de Patroclo, sin duda te creíste salvado y
no me temiste a mí porque me hallaba ausente. ¡Necio! Quedaba yo como
vengador, mucho más fuerte que él, en las cóncavas naves, y te he quebrado las
rodillas. A ti los perros y las aves te despedazarán ignominiosamente, y a Patroclo
los aqueos le harán honras fúnebres.

Con las fuerzas que lo abandonaban, Héctor le rogó por su alma:

- ¡No permitas que los perros me despedacen y devoren junto a las naves aqueas!
Acepta el bronce y el oro que en abundancia te darán mi padre y mi venerada
madre, y entrega a los míos el cadáver para que lo lleven a mi casa, y los troyanos
y sus esposas lo entreguen al fuego.

Pero Aquiles no tenía compasión alguna por el que había matado a su amigo y le
negó con sorna su última voluntad. Poco después murió Héctor, no sin antes
augurarle a su victimario un próximo final.


Pero la muerte de Héctor no conformó a Aquiles y se dispuso a ultrajar su cadáver.
Perforó entonces los talones del troyano y ató el cuerpo muerto a su carro para
arrastrarlo una y otra vez frente a las murallas de Troya. El comportamiento de
Aquiles disgustó a los dioses que muy pronto le hicieron saber su desagrado y lo
conminaron a devolver el cuerpo a sus padres y a su ciudad.

Príamo, que había contemplado el cruel festejo de Aquiles, acompañado por el
dios Hermes, solicitó entonces la devolución de los restos de Héctor y una tregua
para la celebración de los funerales. Aquiles, advertido de la ira de los dioses, se
avino al pacto, pero no por ello dejó de aceptar una fortuna en tesoros a manera
de compensación. Los funerales del héroe troyano fueron majestuosos y toda la
ciudad lloró su muerte y posterior ultraje, peregrinando 9 días alrededor de su
cuerpo. Finalmente los restos de Héctor fueron incinerados en una gran pira, que
luego fue apagada con vino.














La voz de las fuentes

Aquiles y el ultraje del cuerpo de Héctor

Héctor implorante le dijo a su vencedor:

- Te lo ruego por tu alma y por tus padres: ¡No permitas que los perros destrocen y
devoren mi cuerpo abandonado junto a las naves aqueas! Acepta todo el bronce y
el oro que mi padre y mi venerada madre te darán en abundancia, y entrégale a
ellos mi cadáver para que lo lleven a mi hogar. Que los troyanos y sus esposas me
entreguen al fuego.

Aquiles, el de los pies ligeros, le contestó al moribundo Héctor:

- No supliques, ¡perro!, ni por mi alma ni por mis padres. ¡Ya quisiera tener el valor
para cortar tus carnes y comérmelas crudas por todos los agravios que me has
dado!

Pero ten por seguro que nadie podrá apartar a los perros de tu cabeza, aunque el
rescate que me ofrezca Príamo sea 10 o 20 veces el debido. Tu venerada madre
jamás pondrá en un lecho tu cuerpo, y los perros y las aves de rapiña se
encargarán de destrozarte.

Moribundo, Héctor, el de tremolante casco, insistió una vez más:

- Te conozco y sé que no era posible persuadirte de una acción honorable. ¡Tan
endurecido tienes el corazón! Pero cuídate, Aquiles de no despertar la ira de los
dioses. ¡Cuídate del día en que Paris y Febo Apolo te darán la muerte, aunque no
falte valor para enfrentarla!

Fueron sus últimas palabra. La parca lo cubrió con su velo y su alma, llorando de
infortunio, descendió al Hades.

Aunque ya muerto Héctor, Aquiles, el de los pies ligeros, aún le habló una vez
más:

- ¡Muere tú ahora! Yo recibiré la parca cuando Zeus y los demás inmortales lo
dispongan. Sabré enfrentar mi destino.

Luego, Aquiles arrancó del cadáver la lanza, y apartándola a un costado, le quitó
su armadura y armas. A su alrededor, los aqueos se fueron acercando admirados
a ver al muerto, a quien continuaron hiriendo.

Aquiles, apenas terminó de despojar el cadáver, pronunció estas palabras:

- ¡Amigos, capitanes y príncipes de los argivos! Los dioses nos concedieron el
triunfo sobre el guerrero que causó más daño que todos los otros juntos. No
abandonemos las armas y cerquemos la ciudad de Troya para conocer si desean
aún presentar batalla o abandonarán la ciudadela una vez que su campeón ha
muerto.

Regresemos ahora: en las naves yace aún Patroclo muerto. No ha sido sepultado
ni llorado y mientras yo me encuentre entre los vivos, no lo olvidaré jamás. Y si en
el Hades se olvida a los muertos, aún allí me acordaré de mi amado compañero.
Ahora llevémonos el cadáver de Héctor y volvamos cantando a nuestras naves.
Nuestra ha sido la mayor victoria.

Aquiles trató con ignominia el cadáver del divino Héctor. Le horadó los talones de
ambos pies desde el tobillo hasta el talón; introdujo por allí correas de piel de
buey; y luego lo ató a su carro. La cabeza de Héctor fue así arrastrada a la vista
de todos. El cadáver fue paseado levantando una gran polvareda, y la tierra se
mezcló con la cabellera negra del guerrero muerto.
Homero, la Ilíada



























Perseo

De origen semidivino, Perseo constituye una de las figuras más importantes del
universo heroico.

Según la tradición más extendida, su abuelo fue Acrisio, rey de Argos, quien
estaba casado con Eurídice. El rey estaba deseoso de dejar descendencia que lo
continuase en el trono, pero de la unión con su esposa sólo tuvo una niña, Dánae.

Preocupado por la sucesión, Acrisio consultó al oráculo, quien le respondió con
una trágica sentencia: su hija le daría el niño deseado, pero a su vez, su nieto
sería quien le quitaría la vida. El mensaje no podía ser más desalentador.
Dispuesto a no pagar con su vida la sucesión de la corona de Argos, Acrisio hizo
todo lo necesario para que Dánae no le diera tan temible nieto. La joven, pues, fue
encerrada en una habitación de bronce y sumergida en la tierra, construida
especialmente para incomunicar a la pobre doncella. Además, el rey fijó una
guardia permanente para impedir el paso de cualquier hombre que se atreviera a
llegar hasta allí.

Pero lo que era imposible para cualquier mortal no lo era para los dioses, y mucho
menos para Zeus, que cuando posaba su libertina mirada sobre una mujer, no
había nada que pudiera impedir que fuese suya. Entonces Zeus, convertido en
una lluvia de oro, penetró por el techo de la habitación y concibió con la joven un
niño muy bello al que llamaron Perseo.





La furia de Acrisio

Dánae había ocultado su embarazo divino todo lo que pudo y hasta llegó a parir al
niño sólo ayudada por una nodriza que siempre la acompañaba. Pero con el paso
de los meses, la situación no pudo mantenerse en reserva y los berridos del
pequeño terminaron por revelar el secreto.

Cuando Acrisio se enteró de la existencia de Perseo, su temor se agigantó. L
existencia del niño ponía en peligro la suya, y si bien no había podido impedir su
nacimiento, se propuso ahora alejarlo de él. Primero ordenó matar a la nodriza que
no comunicó las novedades y luego, tras encerrar a la madre y a su pequeño en
un cofre de madera, los abandonó en la playa para que la marea los arrastrase
hacia el mar.

Pero para desgracia del rey, el cofre no se hundió en las aguas y flotando llegó
mansamente a la costa de la isla de Sérifos, donde reinaba Polidectes. Un
hermano del rey, Dictis, recogió el sorprendente corre, y dando virtuosas muestras
de hospitalidad dio techo a los afortunados náufragos.

Con los años, Perseo se convirtió en un joven espléndido, fuerte y valeroso, que
supo mantener alejados de su madre a los que la pretendían, entre ellos el mismo
Polidectes, que había caído fascinado por la belleza de Dánae.

En una ocasión (según algunos relatos, la de su propia boda con Hipodamia), el
rey invitó a varios comensales a su mesa, todos ellos príncipes o guerreros. Entre
ellos estaba Perseo. Acostumbrado a los halagos, Polidectes interrogó a sus
invitados sobre cual sería el regalo más apropiado que debían hacerle, y en
conjunto convinieron que lo mejor sería un bello corcel. Perseo, por su parte,
vanidoso e imprudente, señaló que regalar un caballo era cosa fácil, y que él, si
era preciso, le haría un obsequio más osado, como la mismísima cabeza de la
Gorgona.

Al día siguiente, todos los invitados trajeron un caballo para el rey, más Perseo no
trajo ningún obsequio. Irritado, el rey le ordenó entonces cumplir su palabra y que
le trajese la cabeza de la Gorgona; si así no lo hiciera y a manera de
compensación, tomaría a su madre, por la fuerza si fuera necesario.


En busca de Medusa

Perseo, pues, estaba en un aprieto, y ahora debía responder por sus promesas.
Por suerte, Hermes y Atenea estaban al corriente de la incómoda situación que
atravesaba, y apiadándose de él decidieron ayudarlo.


Los dioses, pues, consolaron a Perseo y le recomendaron que, para tener éxito en
su empresa, debía ir hasta donde se hallaban las Grayas, las que no sólo
custodiaban el camino hacia las Gorgonas, sino que también conocían la mejor
forma de matarlas.

Las Grayas___________________________________________________________________

Hijas de Forcis y Ceto, las Grayas eran hermanas de las Gorgonas que, como
ellas, también eran tres. Las Grayas tenían dos particularidades que las
distinguían. Primero, habían nacido viejas y, por lo tanto, desconocían las
delicias de la juventud. Por otro lado, contaban con un solo diente y un solo ojo
para las tres, y permanentemente se los prestaban, según cuál de ellas hacía
la guardia en el camino. Sus nombres eran Enio, Pefredo y Dino, y habitaban
en una región donde nunca salía el sol. Según una tradición, las Grayas
conocían el secreto para matar a las Gorgonas, y Perseo se las ingenió para
arrebatarles el diente y el ojo que prometió devolverles a cambio de que le
revelasen el secreto.

Después de sorprender y reducir a las tres Grayas, Perseo contó con un dato
fundamental. Sabía ahora que para matar a las Gorgonas y cumplir con el
mandato del rey tenía que poseer algunos elementos que debía obtener de unas
singulares ninfas. Los preciados elementos eran unas sandalias que portaban
alas, una alforja especial y el casco de Hades, que tenía la propiedad de hacer
invisible a quien lo llevaba puesto. Las ninfas no tuvieron impedimento en darle a
Perseo todo lo que les solicitó, a lo que se sumó una hoz de acero que el propio
Hermes reservó para él.


Así armado, Perseo se dirigió sin pérdida de tiempo hacia donde estaban Esteno,
Euríale y Medusa, las tres Gorgonas que, confiando en la guardia de las Grayas,
descansaban dormidas. De las tres, sólo Medusa era mortal, así que Perseo
confiaba que sería su cabeza la que, como presente, le llevaría al rey.

Por supuesto no se trataba de una tarea sencilla. Las Gorgonas eran monstruos
horribles y peligrosos. Tenían a lo largo de su cuello filosos colmillos y una piel
durísima, muy similar a la de un dragón. El resto del cuerpo también estaba bien
protegido, además de poseer manos de bronce que con un solo golpe podían
destruir a quien las enfrentara. Pero la más mortal de las armas de las Gorgonas
era su mirada, capaz de convertir en piedra a todo aquel que se atreviera a
mirarlas.

Prevenido de todos estos obstáculos, Perseo inició su ataque contra Medusa,
cuya sola presencia infundía terror. Sus ojos lanzaban llamas y por encima de la
frente, a manera de cabellera, habitaban numerosas culebras, pequeñas y
zigzagueantes.

Gracias a las sandalias aladas que le dieran las ninfas, el héroe tomó vuelo por
encima de Medusa y protegido por un escudo espejado que Atenea sostenía sobre
la bestia, pudo decapitarla de un terrible golpe con la hoz que llevó al encuentro.
Luego puso la cabeza cercenada en su bolsa y escapó con toda rapidez. Las otras
dos Gorgonas salieron a perseguirlo, pero como Perseo estaba protegido por el
casco de Hades, los monstruos no pudieron ver qué camino tomó.

Pegaso y Crisaor______________________________________________________________

Según la leyenda, tras cortarle el cuello a la Gorgona, de la herida de la bestia


surgieron dos criaturas. Una de ellas, Pegaso, era un bellísimo caballo alado
que, de inmediato, emprendió el vuelo hacia el Olimpo, para ponerse bajo los
mandatos de Zeus. La otra criatura que emergió d la Gorgona cercenada fue
Crisaor, un hombre que llevaba una norme espada de oro entre sus manos.

Tanto Pegaso como Crisaor tendrán un rol protagónico en la mitología griega.


El primero, junto a Belerofante, en la lucha contra la Quimera y las amazonas.
El segundo, como padre de Gerión, el gigante de tres cabezas que murió en
manos de Heracles.


Perseo enfrenta nuevas dificultades

Ya de regreso de su aventura, Perseo llegó hasta el reino de Atlante, el país de las
Hespérides. Atlante era un gigante de muy mal genio, cuya paternidad se le
atribuye a Urano. Perteneciente a una rama divina anterior a la de los dioses del
Olimpo, había participado en la guerra contra éstos, y derrotado, había sido
castigado por Zeus a mantener sobre sus hombros a la bóveda celeste.

Cuando Perseo se encontró con él, sólo recibió amenazas y advertencias para
que no continuara camino sobre su reino. Entonces Perseo sacó de su bolsa la
terrible cabeza de Medusa, cuyos poderes no se habían perdido, y enseñándosela
al gigante lo convirtió en una enorme montaña, que desde entonces soportó el
cielo.

Luego de descansar tras ese episodio, Perseo siguió viaje hasta llegar a Oriente, a
un país que llamaban Etiopía. Allí reinaba Cefeo, cuya esposa, Casiopea, había
rivalizado con las Nereidas acerca de cuál era la de más belleza. Las hijas del mar
se habían disgustado con la vanidosa mortal y le pidieron ayuda a su poderoso
padre para darle un castigo ejemplar. Poseidón, para complacerlas, inundó las
tierras del reino, a la vez que envió un enorme monstruo marino para acosar a los
pobladores.

Para conjurar la furia de Poseidón, Cefeo había consultado al oráculo que le dio
una respuesta estremecedora: debía ofrecer en sacrifico al monstruo marino a su
propia hija, Andrómeda, tras lo cual los desastres que sufría el país finalizarían de
inmediato.

Perseo encontró a la desdichada Andrómeda atada a una roca, esperando la peor
de las suertes, y al verla lamentándose en la más absoluta de las indefensiones,
se enamoró perdidamente de ella. La tradición dice que entonces Perseo voló con
sus sandalias mágicas hasta donde se hallaba el rey, a quien le ofreció un
provechoso trato: matar al monstruo y liberar a su hija, si a cambio lo autorizaba a
casarse con ella.

Cefeo no tenía nada que perder y todo para ganar, así que bendijo la futura unión
de Perseo y Andrómeda y despidió con prontitud al héroe, que no tardó en
regresar junto a su amada. Entonces con resolución apeló una vez más a los
poderes de sus armas y cuando el monstruo marino emergió para devorar su
prometida lo mató con certeros golpes de su hoz, y luego liberó a la muchacha.

Pero el monstruo marino no era el único al que Perseo debía derrotar. Fineo, tío
de Andrómeda, tenía intenciones maritales para con la joven y cuando se enteró
del compromiso con el héroe, intentó con otros secuaces matar a Perseo.
Advertido de sus movimientos, el héroe expuso la cabeza de Medusa a los
complotados y los derrotó convirtiéndolos en piedra.

Resueltas las últimas dificultades, Perseo regresó con su mujer a Sérifos, donde lo
esperaba una no menos conflictiva situación. En efecto, el rey Polidectes intentó
abusar de Dánae, aprovechando la ausencia de su hijo, por lo que tanto Dánae
como el fiel Dictis debieron buscar refugio en un templo, un lugar que no podía ser
violado por nadie. Perseo utilizó entonces, una vez más, la cabeza petrificante de
Medusa, y con ella convirtió a Polidectes y sus hombres en sendas estatuas de
roca pura. Liberado el reino de semejante ruin, Dictis fue ungido como nuevo
monarca. Tras la culminación de estas hazañas, el héroe devolvió cada una de las
armas y elementos que recibió para poder realizarlas con éxito.

Perseo regresó entonces a Argos, donde según el oráculo mataría a su abuelo.
Pero Acrisio, temeroso de que el presagio se cumpliera, se había marchado de la
ciudad y refugiado en el país de los pelasgos. Hasta allí se dirigió también Perseo,
para participar en unos juegos que el rey de Larisa, Teutámides, había organizado
para horar a su padre recientemente muerto.

Cuando le tocó el turno de competencia a Perseo, este arrojó un disco que fue a
pegar a Acrisio, quien era parte de los espectadores, y por el golpe que recibió
cayó muerto al instante. El oráculo, finalmente, no pudo ser evadido y con todo
fatalismo se cumplió una vez más.

Muerto el rey por su propia mano, Perseo renunció a la legítima sucesión que le
correspondía. Por eso marchó a pactar con su primo Megapentes, rey de Tirinto,
para proponerle un trueque muy singular: el reino de uno por el del otro.
Megapentes aceptó el trato, y así Perseo se convirtió en el nuevo rey de Tirinto.






























Ulises

Inmortalizado por Homero como el más célebre y astuto de todos los héroes de la
antigüedad, las aventuras y hazañas de Ulises se remontan a los años de la
guerra de Troya y a su posterior regreso de la misma.

Los relatos elaborados al margen de la saga homérica son numerosísimos, y han
contribuido con detalles que el poeta griego no incluyó en su obra. De tal manera,
la vida de Ulises se ha visto surcada por importantes modificaciones que, en
algunos casos, contradicen a las fuentes originales. De todos modos, y teniendo
en cuenta las aclaraciones realizadas, es posible hacer un pormenorizado
seguimiento de las peripecias del mayor arquetipo heroico que ha dado la
mitología.

El origen del nombre de nuestro héroe ha planteado las primeras controversias.
Como se sabe, a Ulises también se lo conoce como Odysseus, y sobre esta
cuestión se dirimen dos tradiciones diferentes. Una de ellas señala que Ulises era
el hijo de Anticlea y Sísifo, y fue concebido poco antes de que la primera se casara
con Laertes. Sísifo que era un mortal poco querido por su falta de escrúpulos,
habría bautizado a su niño Odysseus en virtud de que el término se relaciona con
"odioso" otra tradición, en cambio, subraya que el nombre Odysseus tiene que ver
con una frase griega que indica "Zeus llovió sobre el camino", y que la madre
denominó a su hijo ya que nació un día en que llovía mucho, lo que le impidió
seguir el recorrido que hacía por el monte Nérito.

Como fuere, Ulises tuvo por madre a Anticlea, y según las tradiciones, la
paternidad le correspondió a Sísifo o a Laertes. El tema de la paternidad trastoca
también la herencia divina de Ulises. Si su padre fue Laertes, está ligado
directamente a Zeus o a Céfalo, según los autores. S en cambio el padre de Ulises
fue Sísifo, pertenece a la rama de Eolo, el dios del viento. Del lado materno no hay
confusiones y el héroe tuvo como bisabuelo a Hermes.

Laertes_______________________________________________________________________

Hijo de Arcisio y de Calcomedusa, pertenece a la raza de Deucalión. Cuando Zeus decidió


castigar a los hombres de la Edad del Bronce por viciosos, sólo les perdonó la vida a dos de
ellos: Deucalión y su esposa Pirra. Tras el diluvio que el dios del Olimpo envió para eliminar a los
hombres, le concedió a Deucalión y Pirra su deseo de estar acompañados, y por intermedio de
un artilugio mágico comenzaron a surgir hombres y mujeres a su alrededor.

Cuando Ulises abandonó a sus padres para emprender el viaje a Troya, Laertes padeció la falta
de su hijo y en envejeció angustiosamente. Tras 20 años de ausencia, el hijo pródigo regresó a
verlo y Atenea, en compensación de sus sufrimientos paternales, lo recompensó con un baño
mágico que lo rejuveneció. De inmediato. Con su vitalidad restablecida, Laertes ayudó a Ulises a
deshacerse de los familiares de los pretendientes de Penélope que Ulises mismo había matado,
y que concurrieron para vengarse.

En lo que sí hay coincidencia es en que el niño llegó al mundo en Ítaca, una isla
griega bañada por el mar Jónico.

Los relatos más difundidos indican que durante su juventud, Ulises realizó
numerosos viajes por las más diversas cuestiones. Así, estuvo en Mesenia y en el
Parnaso, entre otros sitios, lo que le fue dando al joven una experiencia cierta en
las artes de la conversación y de la diplomacia que luego supo completar y utilizar
en ocasión de la guerra de Troya.


Los pretendientes de Helena

Cuando Laertes consideró que el muchacho había recogido suficiente experiencia
y capacidad para ponerse al frente del reino, le traspasó la corona de Ítaca y la
responsabilidad de encarar la administración de la riqueza de la ciudad.

Por entonces el héroe pretendió como esposa a Helena, la hija de Tindáreo, pero
era tal la cantidad de pretendientes que se arremolinaron alrededor de la doncella
que, finalmente, desistió de su idea, y decidió contraer enlace con Penélope.

De todos modos, su relación con Tindáreo se mantuvo e incluso le acercó una
idea capaz de ahuyentar a los numerosos enamorados que deseaban a su hija. Le
propuso a Tindáreo que exigiera a todos los que pretendían a Helena una
condición inquebrantable: debían aceptar la decisión que ella tomara, pero
además debían comprometerse a colaborar con el elegido a mantenerla a su lado
si acaso algún otro hombre se la disputara.

Muchos caballeros que evaluaron escasas sus posibilidades de competición se
alejaron de inmediato, ya que no desearon quedar comprometidos en un
juramento de insospechadas consecuencias. En cambio, los que aceptaron la
proposición empeñaron su honorabilidad, siendo en un futuro no muy lejano
obligados contendientes en la guerra de Troya.

Por lo pronto, la sugerencia de Ulises le dio tan buenos resultados a Tindáreo que
éste, agradecido, le entregó a su joven consejero la mano de su sobrina Penélope,
iniciándose así una de las más bellas historias de amor y fidelidad de la mitología
antigua.

Cuando la pareja recién festejaba el nacimiento de Telémaco, su primer hijo, la
guerra de Troya se desencadenó. Paris, hijo de Príamo y hermano de Héctor,
había raptado a la bella Helena y Menelao, su esposo, pidió el cumplimiento de la
promesa que Ulises había sugerido a Tindáreo.


Todos los pretendientes que le habían aceptado, pues, se vieron obligados a
acudir en su ayuda e involucrarse en el rescate. Ulises mismo no pudo escapar al
compromiso y también él debió alistarse en la inminente confrontación.

La "locura" de Ulises___________________________________________________________

Según algunos autores, Ulises trató de desentenderse de su compromiso con


Menelao, y pergeño un plan para no involucrarse en la guerra de Troya. La
estratagema era sencilla: hacerse el demente, y para eso se mostró arando la
tierra con un asno y sembrando sal. Pero una persona sospechó de su
actitud. Era Palamedes, amigo y consejero de Menelao, quien a su vez puso a
prueba a Ulises poniendo a Telémaco, hijo de nuestro héroe, delante del
arado. Cuando Ulises lo vio no pudo seguir con su farsa y el secreto fue
revelado.

Ulises, por supuesto, jamás le perdonó haberlo puesto en evidencia y con el tiempo se cobró
venganza. Durante la guerra, fraguó una carta que involucraba a Palamedes en una traición por
dinero, y colocó debajo de la cama de su enemigo una bolsa de oro. Palamedes fue enjuiciado y,
finalmente, ejecutado por lapidación.

Ulises se convirtió en un acompañante fiel de Menelao y aceptó las misiones que


éste le impartió. Según la tradición, para evitar una guerra, el ofendido esposo
mandó a Ulises a Troya para recuperar a Helena, pero la empresa resultó un
rotundo fracaso y dio lugar a e las armas fueran las que hablaran. Entonces Ulises
recibió una nueva orden: buscar Aquiles para que acompañara a las fuerzas
aqueas hasta Troya y dirigiera su embate.

Menelao conocía muy bien la pericia militar de Héctor y las amuralladas defensas
de Troya, y presumió sin equívocos que sólo contado con un campeón como
Aquiles podía llegar a tener éxito. La misión no era sencilla ya que Aquiles se
había escondido para evitar su enrolamiento, pero Ulises lo halló disfrazado entre
las mujeres del rey Licomedes y con inteligentes engaños lo desenmascaró.
Aquiles no pudo entonces negarse y concurrir a la cita guerrera a fuerza de quedar
como un cobarde, y juntos regresaron para emprender el viaje a Troya.


Los cientos no eran propicios

Cuando Agamenón y Menelao tenían todo provisto para iniciar su cruzada contra
los troyanos, pero estaban impedidos de hacerse a la mar por la falta de vientos
propicios, una vez más se hizo necesaria la intervención de Ulises que fue enviado
a traer a Ifigenia con el pretexto de ser entregada en matrimonio a Aquiles, cuando
en verdad era un engaño que ocultaba ña intención de sacrificar a la joven para
que, según el mandato de un oráculo, los vientos fueran nuevamente favorables
para la invasión a Troya.

Resuelto el problema, Ulises emprendió el viaje al ando de 12 barcos y una
numerosa tropa que lo acompañaría en casi todas sus aventuras.

Con el inicio de las acciones de guerra, Ulises no tardó en destacarse como un
soldado excepcional y un líder natural para sus hombres. Pero no fueron esas
virtudes solamente las que lo consagraron. Hábil en el arte de la diplomacia y la
intriga, una y otra vez fue convocado por Agamenón y Menelao para participar en
reuniones de altos mandos y para solucionar conflictos internos de gran
envergadura. De hecho, fue el propio Ulises el que se encargó de negociar las
tentativas de reconciliación entre Agamenón y Aquiles, cuando este último decidió
dejar de combatir por sus diferencias con aquel.

También fue Ulises el encargado de neutralizar el espionaje troyano en las filas
aqueas, encomendado por Héctor a Dolón. Héctor había prometido a su espía una
compensación envidiable: el carro y los caballos del mismísimo Aquiles, pero
Ulises descubrió al intruso y luego de obligarlo a detallar la disposición de las
fuerzas troyanas, lo entregó a Diomedes para su ejecución.

Ulises y Reso_________________________________________________________________

Reso era un guerrero tracio que se unió a los troyanos durante la guerra. Famoso por los
caballos que tenía bajo su dominio, tan blancos como voces, era un verdadero dolor de cabeza
para los aqueos.

Valeroso, fuerte y hábil en las artes del combate, Reso ocasionó una brutal matanza entre los
aqueos. Para poner fuera de combate a tan formidable soldado, Ulises y Diomedes se inflitraron
en el campamento troyano para sorprender a Reso durante su descanso, ocasión que
aprovecharon para darle muerte y robar sus fantásticos caballos.


El plan de Ulises

Tras la muerte de Aquiles y a pesar de la de Héctor y Paris en el bando troyano,
los aqueos vieron diluirse las posibilidades de rescatar a Helena con éxito. No
obstante ello, una vez más fue el genio y la astucia de Ulises el que destrabó la
situación. Según la tradición, suya fue la idea del famoso caballo de Troya, un
artificio que definió, finalmente curso de la guerra.

Ulises ya había estado en Troya, donde valerosamente había entrado para
asegurarse la eficacia de su plan, que aún no había revelado a sus superiores.

Para evitar ser reconocido por los guardias troyanos, Ulises no tuvo mejor idea
que hacerse azotar por Toante, cuyos latigazos mutilaron al héroe hasta hacerlo
irreconocible. Luego, vestido andrajosamente, se deslizó en la ciudad hasta llegar
a Helena.

La doncella ya había contraído nuevas nupcias con Deífobo, y el héroe la
convenció para que abandonase definitivamente a los troyanos y regresara a su
legítimo esposo. Deífobo era el hermano preferido de Héctor, y tras la muerte de
Paris, había disputado en una competencia la mano de Helena. El otro
pretendiente era su hermano Heleno, y tras vencerlo, Deífobo se quedó con el
premio mayor.

La presencia secreta de Ulises en Troya conmovió a Helena que, aún en su mar
de dudas, reveló la misma a Hécuba. Pero entonces una vez más la astucia y el
don de la diplomacia de Ulises convencieron a la reina para que no lo denunciara
ante Príamo. Hécuba, pues, no despertó la alarma en Troya, y Ulises pudo
escapar no sin antes matar a numerosos soldados que hacían guardia en las
puertas de la ciudad. Regresó entonces al campamento aqueo con la preciosa
información de las defensas internas troyanas y pergeñando la mejor forma de
atacarlas.

Una vez de vuelta entre los suyos, Ulises se reunió con Agamenón, Menelao y los
jefes de la expedición para hacerlos partícipes de su arriesgado plan. En concreto,
su idea era hacerles creer a los troyanos que abandonaban la lucha y que
regresaban a sus ciudades de origen. Para eso, los soldados aqueos debían
dirigirse a las naves y hacer los preparativos para la vuelta. En tanto, prepararían
a un soldado con la misión de dejarse atrapar por los troyanos y revelarle a ellos
que, en efecto, se retiraban de la guerra hastiados de la indefinición. Como
corolario del engaño, los aqueos dejarían en las cercanías mismas de la ciudad un
enorme caballo de madera que, supuestamente, había sido constriudo para
congraciarse con Atenea, la diosa protectora de Troya.


El caballo de Troya

Según el plan de Ulises, los troyanos no escaparían a la traición de ingresar el
monumental caballo dentro de la ciudad, para llevarlo hasta el templo
correspondiente. Los jefes aqueos se asombraron ante la propuesta y en un
principio no la entendieron. Entonces Ulises los tranquilizó: dentro del caballo
estarían sigilosamente aguardando los mejores 100 combatientes que, una vez
dentro de la ciudad y mientras los troyanos se entregaran al festejo por su
supuesto triunfo, atacarían de improviso y, con la sorpresa a su favor, derrotarían
sin inconvenientes a las relajadas fuerzas troyanas.

Las dudas invadieron a Agamenón y Menelao. ¿Serían suficientes los 100
hombres del caballo de madera para derrotar a toda una ciudad? Ulises también
tenía prevista esta cuestión. Según su plan, el retiro de las naves aqueas sería
ficticio y pegarían la vuelta apenas llegados a la isla de Tenes, ubicada a unos
pocos kilómetros de Troya. Los soldados apostados en el caballo de madera
atacarían a los guardias de las puertas de la amurallada ciudad, y tras reducirlos,
las abrirían para que ingresara de inmediato el grueso del ejército aqueo.


A pesar de lo arriesgado de la operación, los jefes aprobaron el plan de Ulises y
dispusieron todo lo necesario para llevarlo a cabo. En el vecino bosque de Ida
había suficientes robles para armas el caballo de madera y el valiente Sinón se
haría detener por los troyanos. Así las cosas, se procedió entonces a dar la orden
de regreso inmediata.

Desde Troya, Príamo pudo observar con gran gozo que los aqueos se apresaban
a retirarse de la guerra. La humareda que provenía de la quema de las tiendas
abandonadas y la febril actividad en los barcos lo entusiasmó hasta lo indecible.

Las predicciones de Casandra___________________________________________________

No todos en Troya compartieron el entusiasmo de Príamo. Su hija Casandra, hermana gemela


de Heleno, no dejó de repetir que se trataba de una argucia enemiga. Sin embargo, su padre
descreyó sus sospechas, a pesar de que Casandra tenía el don de la profecía. ¿Por qué su
padre no le creía? Casandra había obtenido su don directamente de Apolo, quien se lo había
dado por solicitud de la joven a cambio de desposarse con él. Apolo hizo lo suyo, pero a l ahora
de unirse Casandra se burló del dios y lo rechazó. Apolo no podía retirarle lo que le había
concedido, pero en cambio la castigó con una sentencia fatal: ninguna de sus predicciones sería
tomada en cuenta por quien la escuchara.

La posterior suerte de Casandra no fue mucho mejor. Tomada por Agamenón como parte del
botín de guerra, se unirá a él y le dará dos hijos, pero la esposa del rey en un ataque de celos
asesinará a su infiel marido y a su amante.
Tres días después de iniciados los preparativos, las naves aqueas partieron. Los
troyanos se rindieron a la evidencia y, jubilosos, se entregaron al mayor de los
festejos. Las puertas de la ciudad se abrieron y los guardias troyanos se acercaron
a la playa para ver la silueta de los barcos enemigos perderse en el horizonte.
Entonces descubrieron al gran caballo de madera abandonado en la costa y a un
hombre atado a una de sus patas. Era Sinón, que se aprestó a hacer su papel.

Sinón contó una historia creíble para los troyanos. Dijo entonces que Calcante, el
adivino griego, recomendó retirarse de Troya y ofrecerle a Atenea un presente
para que la diosa les diera cientos favorables. Como él había sido designado para
ser sacrificado también a Poseidón, se había escapado, pero una vez atrapado
nuevamente había sido atado al caballo como todo castigo.

Con el caballo frente a ellos, los troyanos comenzaron a cavilar sobre qué debían
hacer con él. El aire marino y las lluvias podían deteriorarlo, y aunque Casandra
se oponía a que lo ingresaran en la ciudad, primó la idea de hacerlo, y finalmente,
el caballo de madera fue introducido en Troya. Por la noche, los troyanos
organizaron grandes fiestas en las que participó todo el pueblo y los soldados
bebieron tanto que a las pocas horas nadie prestaba atención a la seguridad de la
ciudad. ¡La guerra había terminado y era lo único que importaba!


Una masacre de proporciones

Mientras tanto, tampoco nadie se ocupó de Sinón que, perdonado, se perdió entre
la multitud. Con mucho sigilo se deslizó hacia las murallas de la ciudad y armó una
enorme pira, presta a ser encendida. Las horas pasaron y con ellas los gritos de
algarabía y festejo se fueron apagando. Los troyanos cayeron cansados y ebrios
en un profundo sueño. Fue entonces la gran oportunidad. Sinón se acercó al
caballo de madera y avisó a Ulises que había llegado el momento de actuar. A la
vez, la pira había sido prendida y ya ardía para dar señal a los barcos aqueos para
reiniciar la invasión. Desde el interior del caballo descendieron Ulises, Áyax,
Neoptólemo y los demás.

Lo que siguió fue una masacre de proporciones. Los soldados del interior del
caballo arrollaron a los troyanos dormidos o ebrios, mientras Agamenón con el
grueso de sus fuerzas ingresó arrasando todo a su paso. La mayoría de los
troyanos murieron casi sin oponer resistencia y los pocos que se salvaron fue
porque su falta de valor les impidió presentar batalla.

Príamo corrió también la peor de las suertes. Hallado por Neoptólemo, hijo de
Aquiles, en el santuario dedicado a Zeus, fue degollado por el joven que se cobró
así la muerte de su propio padre. Menelao halló a su esposa Helena en la casa de
Deífobo, que murió de una estocada. Casandra, consciente de la desgracia que se
abatía sobre su ciudad, aguardó que vinieran por ella. Fue Áyax quien la halló
frente al altar de Atenea y la violó allí mismo.

Al día siguiente, nada quedaba de la orgullosa Troy de antaño. L estrategia de
Ulises había dado los mejores resultados y la guerra, ahora sí, había terminado.
Comenzaba una nueva etapa para nuestro héroe: el regreso, que tendrá tantos
avatares como la campaña que finalizaba.


Regreso a casa

La partida temprana de Ulises de Troya fue infructuosa. Llegado a Tendeos, se
peleó con Menelao y Néstor, y regresó nuevamente a la ciudad destruida para
reunirse con Agamenón, y reiniciar con él su regreso triunfal. Sn embargo sus
penurias continuaron casi de inmediato. Y en alta mar, una fuerte tormenta azotó a
sus naces y quedó separado del grueso de la formación. Ulises y sus hombres
fueron empujados a Tracia, país de los cicones.

Los cicones provenían de Cicón, hijo de Apolo, y habían sido aliados de Príamo
durante la guerra de Troya como Ulises no era bienvenido, tomó por fuerza la
ciudad de Ísmaro, la que saqueó a gusto y masacró a su población. Fue tal la
magnitud de su ataque que ningún habitante quedó con vida, excepto el sacerdote
Marón, quien le obsequió a Ulises en compensación de haber perdonado su vida
12 ánforas de vino. El detalle no es menor porque estas ánforas de vino serían
vitales para el héroe cuando se enfrentara al cíclope Polifemo.

Mientras los hombres de Ulises se entregaron a la destrucción de la ciudad,
algunos sobrevivientes alertaron a los pobladores de las cercanías, y un poderoso
ejército tracio se formó para expulsar a los invasores. La nueva batalla fue cruenta
y Ulises perdió a 6 hombres de cada una de sus naves. Para su suerte, llegaron a
escapar de la furia de los cicones, y abordando rápidamente las naces,
emprendieron la fuga.

Una vez más en alta mar, las naves de Ulises hicieron escala en el país se los
lotófagos, un pueblo hospitalario situado al sur de la isla de Chipre. Los lotófagos
brindaron a los recién llegados el fruto del loto, que gustó y embriagó tanto a los
hombres que muy pronto olvidaron su deseo original de regresar a Ítaca. Ulises
entonces montó en cólera y obligó a sus compañeros a reembarcarse y dirigir las
naves muy lejos de allí.

Nuevas escalas de reaprovisionamiento fueron retrasando el viaje y en una de
ellas recalaron en el país de los cíclopes, en Sicilia. La peligrosidad de los cíclopes
provocó en Ulises un particular celo, y desembarcó acompañado por sólo 12
hombres, con los que se adentró en la isla. Cuando la comitiva llegó a una cueva,
descubrieron en ella gran cantidad de provisiones, especialmente quesos y
cabras, pero en vez de tomar lo que precisaban para su viaje e irse, Ulises demoró
las cosas. Entonces hizo su aparición Polifemo, el cíclope gigante, que no tuvo
problemas en capturar a los intrusos y encerrarlos. Ulises recordó los 12 odres de
vino y se los ofreció al gigante, que, con curiosidad, los aceptó, ya que jamás
había probado esa bebida.

Hijo de Poseidón y dueño de una terrorífica fama, Polifemo prometió comerse de a
dos en dos a sus capturados, dejando a Ulises para el final en agradecimiento de
tan rico vino. A esa altura de los acontecimientos, Polifemo tuvo intriga en conocer
el nombre de su imprevisto benefactor, y cuando se lo preguntó, Ulises contestó
sin más: "Mi nombre es Nadie", una contestación astuta que no tardaría en darle
buenos resultados.

Después de haberse comido a algunos compañeros de Ulises y tomado todo el
vino, Polifemo cayó en un profundo sueño. Entonces el héroe aprovechó la
oportunidad y junto a los demás sobrevivientes tomó una enorme estaca que
alzaron con dificultad y con fuerza clavaron en el único ojo del gigante. Este
despertó sacudido por el dolor y dando torpes pasos intentó matar a sus
prisioneros que, por entonces, ya habían huido escondidos debajo de las cabras
que había en la cueva.

Cuando otros cíclopes escucharon los gritos que Polifemo daba pidiendo auxilio,
acudieron para ayudarlo, pero al preguntar quién lo había atacado el gigante
cegado contestó que Nadie. Entonces los demás cíclopes se retiraron creyéndolo
loco o que estaba bromeando y simplemente lo abandonaron.


Pero Polifemo no había perdido el juicio y mucho menos estaba de humor para
bromas. Por el contrario, completamente enardecido, lanzaba enormes piedras
contra el mar intentando destruir los barcos de los que habían atacado. Poseidón,
su padre, había observado la escena y preso de cólera por la surte de su hijo,
desde entonces se juramentó castigar a Ulises.

Cada vez más lejos

Luego de su retirada apresurada de la tierra de los cíclopes, Ulises llegó a la isla
de Eolo, el dios del viento. El héroe fue muy bien recibido por la deidad que le
ofreció otro odre, esta vez conteniendo vientos para su viaje. Agradecido, Ulises
continuó su viaje y cuando estaba muy cerca de su amada Ítaca, un
acontecimiento modificó radicalmente la situación.

Mientras Ulises dormía, sus hombres abrieron el odre que le había dado Eolo,
creyendo que en él encontrarían oro y grandes tesoros. Enorme fue su sorpresa
cuando de pronto emergieron de su interior fuertes vientos huracanados que
arrastraron a ñas naves en sentido contrario, arribando nieva,ente a la isla del dios
del ciento. Eolo los recibió una vez más con amabilidad, pero rehusó ahora darles
una nueva ayuda; es que había considerado que los dioses del Olimpo se habían
mostrado contrarios al regreso de Ulises a su patria, y por eso lo habían alejado
una vez más de su objetivo. Y Eolo no iría contra la decisión de sus pares.

Así las cosas, Ulises se echó a la mar nuevamente, pero ya sin un rumbo fijo.
Llegó entonces a las tierras del rey Antífates, quien les brindó una bienvenida muy
poco amable y los obligó a partir apresuradamente.

Ulises y los lestrigones_________________________________________________________

Antífates era el rey de una raza de gigantes que solían comerse a los extranjeros que
desembarcaban en sus costas. Como Ulises ya había sufrido los embates de Polifemo, prefirió
obrar con mayor cautela. Envió entonces a dos marinos a investigar la situación en estas
desconocidas tierras.

Cuando los dos marinos llegaron ante el rey, sin mediar mayores presentaciones el monarca se
comió a uno de ellos; el otro apenas si pudo escapar corriendo con desesperación hacia las
naves, siempre perseguido por una turba de gigantes prestos a convertirlo en su almuerzo.
Cuando llegaron a la costa, los gigantes hicieron caer sobre la flota de Ulises tal lluvia de rocas
que todas las naves, salvo la del héroe, fueron hundidas y su tripulación muerta.


¿Cómo regresar a Ítaca?

Con sus fuerzas diezmadas, Ulises llegó luego a la isla de Eea, donde vivía la
hechicera Circe, la hija del Sol. Ulises ordenó entonces a un grupo de hombres
que descendiera e inspeccionara la isla para saber si sus pobladores eran hostiles
o no. El grupo avanzó hasta llegar a las puertas de un bellísimo palacio donde
fueron bien recibidos por Circe, quien de inmediato ordenó un banquete en honor
de los extranjeros. Sólo un hombre, Euríloco, se había quedado escondido para
observar desde lejos los sucesos que se avecinaban.

Después del regio banquete ofrecido por la maga, Euríloco vio con asombro cómo
sus compañeros se fueron transformando en animales, cada uno según las
características personales de los infortunados hombres. Así aparecieron cerdos,
leones y perros, los cuales fueron conducidos de inmediato a unos corralones
repletos de animales, seguramente otros tantos desdichados embrujados por
Circe. Euríloco corrió desesperado para contarle las nuevas a Ulises que con
decisión resolvió presentarse ante Circe e intentar salvar a sus compañeros. Para
su suerte, Ulises encontró en el dios Hermes un aliado fundamental, que le brindó
la fórmula para neutralizar a la hechicera.

Todo dependía de una hierba que el propio Hermes le dio, la que debía ser
convenientemente mezclada en los brebajes que Circe ofreciera. De esa manera
sería inmune a sus trucos y podría obligar a la mujer a liberar a sus compañeros.

Las cosas sucedieron tal cual Hermes le había advertido, y el héroe logró así
salvar a sus marinos, que recobraron su identidad original. El grupo no se marchó
de la isla de inmediato, sino que prolongó su estadía durante por lo menos 30 días
(algunos relatos hablan hasta de un año), en los que los marinos fueron colmados
de placeres y manjares. Ulises mismo se unió a Circe y tuvo con ella un niño,
Telégono.

Antes de partir de la isla de Circe, la hechicera le sugirió a Ulises consultar con el
adivino Tiresias, quien podría informarle las mejores formas de regresar a Ítaca.
Tiresias había sido cegado juventud por Palas, puesto que el joven la había visto
desnuda. Su madre, la ninfa Cariclo, le rogó entonces a la diosa que le diera un
don en compensación, y entonces le dio la capacidad de profetizar.

Tiresias le comunicó a Ulises que regresaría finalmente a su patria, pero lo haría
solo y sin nave propia. También le anticipó que debería matar a los pretendientes
de su esposa Penélope y que, por fin, tendría que aplacar el odio de Poseidón
ofreciéndole un sacrificio. Si todo esto sucedía, Ulises moriría de viejo, rodeado
por los que amaba y en compañía de los más gratos recuerdos.

Cn esperanzas renovadas, el héroe zarpó nuevamente para poco después pasar
por unas rocas donde solían posarse las Sirenas. Advertido del encantamiento de
sus cantos, pero sin desistir de su curiosidad, Ulises ordenó a sus marinos taparse
los oídos con cera, mientras él se hizo atar con fuerza en el mástil mayor de la
nave. El arrullo de las Sirenas, desencantadas por su fracaso, se hundieron en las
profundidades del océano para morir.


Nuevos accidentes

El viaje continuó siempre con nuevos avatares. Uno de los más graves fue cuando
la nave fue atrapada por los vientos y tormentas del estrecho de Caribdis, donde
varios de sus hombres perecieron. Finalmente llegaron a la isla de Trinacría, en la
que varios rebaños propiedad del Sol pastaban mansamente. Los hombres de
Ulises sacrificaron a varios de estos animales y el Sol, encolerizado por la afrenta,
le pidió a Zeus una reparación ejemplar. El dios del Olimpo envió entonces sobre
el barco de Ulises una tormenta de tal magnitud que la nave zozobró, falleciendo
toda la tripulación menos Ulises, quien quedó vagando en plena alta mar por casi
10 días. Finalmente se salvó de una muerte segura y fue arrojado a las playas de
la isla de la ninfa Calipso, donde permaneció varios años.


La furia de Poseidón___________________________________________________________

Alcínoo y su esposa Arete habían brindado a Ulises la mejor de las bienvenidas. Orgullosos de
tener en su tierra a tan fenomenal héroe, lo colmaron de presentes y honores, e incluso le
ofrecieron en matrimonio a su hija Nausicaa. Pero Ulises, aunque muy halagado, rehusó la
invitación a darse con ellos y solicitó ayuda para volver a Ítaca. Alcínoo entendió las razones de
su protegido y sin más ordenó todo lo necesario para complacerlo.

Una vez que Ulises fue depositado en Ítaca, el barco enviado por el rey regresó a su tierra, pero
allí se encontró con la furia de Poseidón que cayó con todo su odio sobre el salvador de su
enemigo. El barco fue entonces convertido en una gigantesca roca que taponó el puerto de la
isla que, desde entonces, perdió tan importante comunicación con el mar.

Su desdicha era grande, pero sabía que por fuerza de la naturaleza y de los
dioses, la profecía de Tiresias se iba cumpliendo. Por lo menos, ya había perdido
su nave y emprendía el regreso a la patria completamente solo.

Atenea, la diosa protectora de Ulises, le rogó a su padre ayuda y éste, conmovido
una vez más por su hija pródiga, finalmente se la brindó. Entonces ordenó a
Hermes rescatar a Ulises de la isla de Calipso y permitió que el héroe armase una
balsa para emprender, ahora sí, el regreso definitivo a Ítaca.

No obstante, nuevos peligros lo acecharon. Poseidón continuaba enardecido con
el héroe que había cegado a su hijo Polifermo y descargó toda su furia contra él. L
balsa del héroe quedó destruida y Ulises llegó muy maltrecho a la isla de los
feacios, donde después de haber descansado halló un grupo de muchachas entre
las que se hallaba la hija del rey Alcínoo. El rey contribuyó con el héroe y dispuso
todo para dejarlo en Ítaca, repuesto y cargado de regalos. Así, finalmente, Ulises
regresó en un barco extranjero a su ansiado país.


Ulises en Ítaca

Penélope, la fiel compañera del héroe, había pasado los últimos 20 años de su
vida aguardando a su esposo, y soportando la arremetida pertinaz de un enorme
séquito de pretendientes que deseaban desposarla. La pobre mujer se había visto
obligada a tolerar la presencia de los molestos individuos, que no sólo la acosaban
sino también vivían en su palacio y a expensas de ella.

Una y otra vez los pretendientes le pedían a Penélope una definición ya que,
argumentaban maliciosamente, Ulises estaría muerto y el reino necesitaba un
monarca que lo dirigiera. Penélope, sin embargo, no se desviaba de sus propios
fundamentos.


Para desanimar a los ansiosos, se había puesto a tejer una mortaja para el padre
de su marido, Laertes, y no escogería a nadie como esposo sin antes haber
terminado su labor. Pero lo que no sabían los pretendientes era que así como por
los días tejía pacientemente la mortaja, por las noches la deshacía, y la obra se
mantuvo así siempre inconclusa.

Pasaron los años y la ansiedad de los que aguardaban la respuesta de Penélope
se fue agigantando. Ella, no obstante, se mantuvo siempre en su postura,
esperando el dorado día del regreso de Ulises. Sólo sabía de él que había logrado
triunfar en Troya y después, nada más llegó a sus oídos.

Mientras tanto, Ulises ya se encontraba en Ítaca. Los años y las peripecias
sufridas lo habían dejado irreconocible, pero aún así el héroe tomó sus
precauciones. En vez de presentarse en el palacio decidió acercarse a la casa de
Eumeo, un hombre que, siendo hijo de un rey, administraba las porquerizas de
Ulises y se había mantenido fiel a su memoria. Eumeo recibió a Ulises con
emoción y felicidad desbordada y tras asegurarle que nada diría sobre su
presencia, ayudó al héroe a reconquistar su sitial de privilegio en el reino. También
su perro Argos lo reconoció gozoso, pero como era anciano y no había tenido los
cuidados que Ulises solía brindarle, su frágil salud se quebrantó a tal punto que no
soportó la emoción de ver nuevamente a su amo y murió en sus brazos.




Un extranjero en el palacio

Disfrazado de mendigo y guiado por su fiel Eumeo, Ulises se filtró en el palacio,
donde se hallaban los ansiosos pretendientes. Allí Ulises se encontró con un
espectáculo que lo asqueó. Los pretendientes vociferaban ruidosamente y comían
y bebían de sus almacenes. Él, mimetizado como un pordiosero, pidió a los
hombres un poco de comida, y como era de prever, sólo recibió burlas e insultos.
Incluso algunos intentaron echarlo, pero Ulises les hizo frente y a golpes de puño
derribó a uno de ellos. El escándalo fue en aumento.

Penélope, mientras tanto, ya había sido avisada de que un extranjero se hallaba
en el palacio, y con la expectativa de que trajera noticias de su marido ordenó
verlo de inmediato. Ulises no se presentó enseguida, pero le hizo decir a Penélope
que a la noche se apersonaría ante ella y entonces sí le daría las noticias que traía
consigo.

La presencia de Telémaco trajo más revuelo en e palacio. Es que Ulises al partir le
había dicho a Penélope que sólo podía escoger un nuevo marido cuando su hijo
presentara signos de barba en su rostro, y el muchacho ya estaba crecido y lucía
sus primeros vellos.

A la noche, Ulises mandó a su hijo a reunir una gran cantidad de armas en una
habitación del palacio y luego se marchó a reunirse con su esposa, que aún no
sabía la verdadera identidad del extranjero mendigo. La reunión entre ellos fue
breve y Ulises no le reveló quién era, sino que se limitó a darle palabras
esperanzadoras sobre su esposo. Pero para Penélope el tiempo apremiaba, y
decidida a terminar con la cuestión, resolvió organizar un concurso al día
siguiente. Quien lo ganara la tomaría como esposa. El certamen consistía en
atravesar con una flecha numerosos anillos formados por las hojas de varias
plantas unidas.

Se necesitaba mucha pericia para lograr hacerlo con éxito, y uno a uno los
participantes fueron intentando pasarla, pero todos se quedaban en el punto
inicial: lograr tensar el arco para que pudiera dispararse. Claro que no era un arco
cualquiera, sino el de Ulises, pero lo cierto es que los fracasos se fueron
acumulando. Cuando todos habían perdido su oportunidad, irrumpió Eumeo junto
al mendigo que, con paso firme, se acercó al grupo y pidió él también probar lo
que ya parecía un imposible. Los hombres se sorprendieron y a pesar de sus
muestras de irreverencia hacia el recién llegado, no pudieron impedir que éste se
hiciera el arco. Entonces Ulises tomó el arma con fuerza y en el primer intento no
sólo lo tensó sino que su disparo dio en el blanco exacto. No hubo tiempo para
más expresiones de sorpresa. De inmediato, mientras las puertas del palacio se
cerraban, Telémaco acudió con las armas al recinto y comenzó la matanza de los
atrevidos pretendientes.

Tras la matanza, Ulises se presentó finalmente ante su esposa, pero Penélope
estaba aturdida y seguía sin reconocer a su marido. Entonces Atenea se hizo
presente y de un solo movimiento revistió mágicamente al héroe con sus mejores
ropajes y apareció Ulises en todo su esplendor. Aún así, para despejar todas las
dudas, guió a Penélope a la alcoba nupcial, ubicada en un sitio que sólo ellos dos
conocían. Entonces todo fue emoción y abrazos. Ulises había regresado. Atenea
intervino una vez más y prolongó con sus artilugios la duración de aquella noche,
para que el reencuentro de la pareja fuese más bellamente duradero.

A la mañana siguiente, con el trono otra vez en sus manos, Ulises se dirigió hacia
donde residía su padre, para reencontrarse también con él.

La tarea de reconquistar Ítaca había concluido, pero aún faltaba expiar sus
responsabilidades por tantas muertes provocadas.

Marchó entonces hacia el país de los tesprotos para realizar el prometido sacrificio
a Poseidón. Allí fue recibido por la reina Calídice la que tras ofrecerle su reino se
unió al héroe para concebir con él a su hijo Polipertes, quien se hizo cargo del
reino después de que su madre falleciera. Ulises, en tanto, regresó una vez más a
Ítaca, donde Penélope le dio su segundo hijo: Poliportes.


























La voz de las fuentes

Los dioses rescatan a Odiseo

- Hija mía - dijo Zeus a Atenea -, ¡qué palabras escapan del cerco de tu boca!
¿Cómo yo podría olvidar tan pronto al divino Odiseo, quien se destaca por sobre
todos los mortales por su astucia y ha ofrendado tantas víctimas a los inmortales
del vasto cielo?

Pero Poseidón, el que conduce su carro por la tierra, tiene un gran y obstinado
rencor porque Odiseo cegó al cíclope Polifemo, el más poderoso entre sus
iguales.

Por esto, Poseidón, el que conmueve la tierra, no mata a Odiseo, pero lo castiga
haciéndolo errar lejos de su patria.

Igualmente, veamos entre todos los que aquí estamos de qué manera Odiseo
pueda regresar a su tierra. Ya veremos cómo Poseidón atempera su ira, ya que no
podrá oponerse a la voluntad de tantos inmortales.

Atenea, la de los ojos brillantes, respondió:

- Padre nuestro Cronida, el más supremo entre los inmortales, enviemos de
inmediato a Hermes, al vigilante Argifonte, para que anuncie a la Ninfa de las
lindas trenzas determinación: el regreso del sufrido Odiseo. Yo iré a Ítaca para
darle valor a su hijo y poner fin a los desmanes que producen los pretendientes de
su esposa, siempre tan dispuestos a sacrificar gordas ovejas y bueyes. Lo enviaré
también a Esparta y la arenosa Pilos para que averigüe sobre el regreso de
Odiseo.

Así hablando, Atenea se calzó sus sandalias doradas y se marchó.

Homero, la Odisea



El certamen del arco

Atenea, la de los ojos brillantes, inspiró en Penélope, hija de Icario, que dispusiera
el arco y el ceniciento hierro en el palacio de Odiseo para los pretendientes, como
competición y para comienzo de la matanza. La prudente mujer de Odiseo tomó
entonces una llave tan curvada como hermosa, toda de bronce y con mango de
marfil, y marchó junto a sus servidoras hacia la habitación donde había guardado
los objetos de oro y bronce más queridos de su esposo. Allí estaban también el
famoso arco y el carcaj de las flechas, que tiempo atrás le había obsequiado Ifito
Eurítida.


Penélope se acercó al nutrido grupo de pretendientes y se detuvo junto a una de
la sólidas columnas que sostenían el techo. A sus lados la acompañaban las
doncellas. Por fin, dirigiéndose al curioso auditorio, les dijo:

- Oídme, ilustres pretendientes que hacéis de esta casa el sitio donde comer y
beber sin cesar un instante. Todos queréis tomarme como esposa. Muy bien, los
pondré a prueba con un certamen: colocaré el arco del divino Odiseo, y aquel e lo
tense con mayor facilidad y haca pasar la flecha por las 12 hachas dispuestas lo
seguiré fielmente. Abandonaré entonces mi querida casa y riquezas, aunque de
ella me acordaré siempre en sueños.

Luego de hablarle al grupo con palabras decididas, Penélope le ordenó a Eumeo,
el divino porquero de Odiseo, que ofreciera a los hombres presentes el arco y el
ceniciento hierro. Eumeo lloraba ante la presencia del arco y de su amo, y lo
depositó suavemente en el suelo.

Uno de los pretendientes, Antínoo, hijo de Eupites, también habló:

- Compañeros, es hora de levantarse y probar fortuna. Uno a uno, comenzando
por la derecha del lugar donde se escancia el vino.

El primero en levantarse fue Leodes, hijo de Enopo, sentado en el lugar más
apartado. Era él el único que despreciaba a todos los pretendientes, cuyas
actitudes no dejaban de indignarlo. Tomó entonces el arco y la flecha y se dispuso
a pararse en el lugar de tiro, el umbral. Pero se fatigó de tanto intentar tensar el
arco, cuyas suaves manos apenas soportaron. Dijo entonces:

- Amigos yo no puedo hacerlo que lo pruebe otro.


Odiseo siguió al porquero y su ayudante que marcharon fuera del palacio. Luego
los interceptó y les dijo:

- Les diré lo que mi ánimo me incita: si Odiseo llegara de improviso, tal vez
enviado por los mismos dioses, ¿defenderías a los pretendientes o al amo de la
casa? Contestad mi pregunta de inmediato, tal cual les ordena el corazón.

El ayudante dijo:

- ¡Ojalá Zeus cumpliera mi deseo de que llegue Odiseo de la mano de algún dios!

Eumeo también suplicó a los dioses de igual manera para que Odiseo regresara a
Ítaca.

Luego de escucharlos, Odiseo nuevamente habló:

- Soy yo y he regresado después de haber padecido grandes calamidades. ¡Por fin
tras 20 años he vuelto a la patria! También se que solo ustedes dos, entre tantos
esclavos, deseaban mi regreso. Así que sólo ustedes conocerán lo que ahora va a
suceder. Y si gracias a la voluntad de los dioses puedo destruir a los
pretendientes, les daré a ambos esposa y posesiones, y casas edificadas cerca de
la mía. También seréis compañeros y hermanos de mi hijo Telémaco. ¿No me
creéis? Vamos, les mostraré la cicatriz que los colmillos de un jabalí me dejaron en
otro tiempo. Eso los terminará de convencer.

Luego dejó ver entre sus ropas andrajosas la gran cicatriz y los dos hombres
rompieron en llanto, tanta la emoción que los invadió al reconocer a su verdadero
amo. Odiseo al ver la felicidad de sus fieles servidores los abrazó y besó en las
manos y cabezas, y por fin les dijo su plan:

- Contened la emoción que los embarga y calmaos, no sea que alguien llegue a
descubrirnos. Entrad al palacio, primero el uno, luego el otro, que yo los seguiré.
Seguramente los pretendientes se negarán a que me sea también entregado el
arco, así que tú, Eumeo, me lo traerás a través de la habitación. Luego debéis
cerrar las puertas con fuerza. Nadie debe salir de allí.


Eurímaco, otro de los pretendientes, se dispuso a mover el arco, pero nada podía
hacer con él, por más que lo calentara con el fuego por fin se rindió y suspirando
dijo:

- ¡Ay de mí! No es que lamente sólo no acceder a la boda con Penélope, ya que
hay muchas bellas aqueas por todos lados. Pero es que somos tan débiles en
comparación con Odiseo que ni siquiera podemos tensar su divino arco. ¡Qué
vergüenza la nuestra si esto se llegara a saber!


Después de ver a los pretendientes comer y beber sin discreción alguna, el
inteligente Odiseo habló:

- Oídme todos ustedes, pretendientes de Penélope, lo que mi corazón manda
decirles. Especialmente escuchad ustedes, Eurímaco y Antínoo. Dejadme probar
fortuna a mí con el divino arco, y probar la fuerza de mis brazos. Quiero
comprobar si mantengo el vigor o si la vida errante y la falta de cuidados me han
quitado fuerza en los miembros.

Entonces Antínoo increpó al extranjero en duros términos:


- ¡Miserable entre los forasteros! ¿Acaso no te contentas con compartir nuestro
festín y que nada se te prive de tan real banquete? ¿No tienes nada de
inteligencia, que propones semejante afrenta a los que son más poderosos que
tú? ¿Te ha trastornado acaso el vino? ¿No te parece suficiente tener el placer de
escuchar nuestras conversaciones?

Penélope intercedió entre el pretendiente y el andrajoso:

- Antínoo, no es decoroso ni justo hablarle así a un huésped del palacio, que el
propio Telémaco nos trajo. ¿Temes que el viajero pueda tensar el divino arco y
tomarme a mí por esposa? ¡Pero si ni siquiera él alberga tamaña esperanza!
Ultrajar a los huéspedes de Telémaco, cualquiera que llegue a este palacio.
¿Crees que si el huésped lograra tensar el arco, confiado en sus manos y fuerza,
me llevaría a casa y haría su esposa? Ni siquiera él mismo alberga en su pecho tal
esperanza.

Eurímaco, hijo de Pólibo, le contestó por todos:

- Penélope, hija de Icario, no creemos que este viejo te vaya A llevar consigo como
esposa, ¡pero cuánta vergüenza la nuestra si los hombres y mujeres llegaran a
murmurar que somos muy inferiores para pretenderte como esposa! ¡Imagina qué
dirían si un extranjero andrajoso lograra lo que nosotros no podemos!

La prudente Penélope se dirigió a él:

- Eurímaco, ¿por qué os hacéis merecedores de tales insultos? Este extranjero es
muy alto y fuerte y dice ser hijo de un hombre de noble linaje. Dadle el divino arco,
para que veamos cómo resulta su prueba. Y te diré más: si acaso lograra tener
éxito en ella, le daré finas vestimentas y túnicas y un agudo venablo para
protegerse contra perros y hombres y hasta una espada de doble filo. También le
daré un fino calzado y lo enviaré a donde quiera su corazón ir.

Telémaco también habló:

- Madre mía, ningún aqueo tiene más autoridad que yo para dar o negar el arco de
mi padre. Ningún pretendiente podría doblegar mi voluntad de entregar este arco
al extranjero. Así que marcha a tu habitación y ocúpate de tus quehaceres y de tu
telar. El arco es cuestión de los hombres y especialmente de mí depende quién lo
toma y quién no.

Penélope calló su habla y regresó a su aposento, tras haber escuchado
atentamente a su hijo.

Luego recordó a su amado Odiseo y rompió en llanto, hasta que Atenea, la de los
ojos brillantes, arrojó sobre sus ojos el más dulce de los ensueños.




Telémaco habló una vez más, y dirigiéndose al extranjero, le dijo:

- Anciano: continúa con el arco no hagas caso a las palabras ofensivas. ¡Ojalá
tuviera yo la fuerza necesaria para arrojar de este palacio a los pretendientes de
mi madre!

Los hombres se rieron a carcajadas del anciano y las temeridades del joven hijo
de Odiseo.

Eumeo entonces le llevó el arco al forastero, y tras atravesar la habitación toda, lo
dejó en sus manos. Luego llamó a la nodriza Euríclea y le dijo:

- Euríclea, Teléaco e ha ordenado cerrar bien las puertas y que si luego escucháis
gritos y gemidos no acudáis hacia aquí.


Mientras tanto, Odiseo inspeccionó el arco que le había entregado el fiel Eumeo. Y
tras ensayar un breve instante, lo tensó sin ningún esfuerzo. Al ver semejante
prodigio, el rostro de los pretendientes se transformó.

Odiseo, con el arco tenso, tomó entonces una flecha que estaba sobre la mesa, la
acomodó con rapidez y tras apuntar, disparó. El dardo no tocó ninguna de las
hachas dispuestas para ser atravesadas y, finalmente, llegó a su blanco.
Enseguida le dijo a su hijo, Telémaco:

- Mi presencia no le da vergüenza a tu bello palacio. Tensé el arco y di en eñ
blanco como ningún otro y aún me queda vigor para acabar con los pretendientes
que han intentado deshonrarme.

Luego le hizo un señal a Telémaco, quien acarició la espada ceñida a su cintura.
Homero, la Odisea






Las Heroínas
(Atalanta, Ifigenia, Psique, Dido)

Si bien los grandes paradigmas heroicos son tradicionalmente figuras masculinas,
esto no significa que algunas mujeres no hayan acreditado valores suficientes
para ser consideradas también dentro de la misma dimensión. Tal vez la diferencia
más notoria se encuentra en la capacidad guerrera, pero la valentía, la entrega, la
consecuencia y el arrojo continuo, en cambio, son características tan comunes en
unos como en otras. La mitología es particularmente pródiga en heroínas del
amor. Algunas fueron empujadas a las agitadas aguas del sacrificio heroico
(Atalanta e Ifigenia, por ejemplo), ya sea por las desdichadas elecciones de sus
padres o de los propios dioses.

Otras, en cambio, se entregaron voluntariamente al martirologio, traicionadas por
un amor no correspondido e incluso por sus propias debilidades, como los casos
de Dido y de Psique respectivamente. Como fuere, varias figuras femeninas
aceptaron su destino, y hallaron un final dichoso o temerario que las estableció por
siempre en el imaginario colectivo, al que le trasladaron ejemplarmente sus
comportamientos virtuosos.


























Atalanta

El destino de Atalanta estuvo marcado por el mismo hecho de haber nacido mujer,
género especialmente indeseado por los reyes que anhelaban un niño para
asegurar la sucesión del trono.

La heroína era hija de un héroe beocio llamado Esqueneo, a su vez descendiente
de Atamante, rey de Coronea, y de Temisto. Como Esqueneo no quería tener
niñas, apenas nacida Atalanta fue abandonada en el monte Partenio librada a su
suerte, una osa la adoptó como cría propia y la salvó así de una muerte segura.
Amamantada por el animal, Atalanta sobrevivió en el bosque y poco después fue
recogida por unos cazadores que, desde entonces, se ocuparon de su crianza.
Con los años, la muchacha se consagró a Artemisa, diosa eternamente joven y
virgen y dedicada a la caza, y como ella se ocupó exclusivamente de vagar por los
bosques y aprender con habilidad las artes de su deidad. Inmersa en estas
actividades, desechó uno a uno a los jóvenes que la pretendieron y cerró sus
puertas al matrimonio, más aún cuando un oráculo le advirtió que si contraía
enlace sería convertida de inmediato en un animal.

De todos modos, su atractiva figura desencadenó la pasión en varios jóvenes que
la pretendieron, pero ella siempre logró evadirlos. Incluso, cuando algunos
intentaron ir más allá del cortejo y forzar una unión, no dudó en recurrir a sus
armas dilectas para disuadirlos. De hecho, cuando los centauros Reco e Hileo
pretendieron violarla, fueron inmediatamente muertos por sus flechazos.

Atalanta era feliz en el bosque en el que se había criado y sólo lo abandonaba en
escasas oportunidades, en general para participar en aventuras más bien
masculinas, como la cacería del jabalí de Calidón, y en competencias de carrera y
lucha.

Una mujer disuasiva___________________________________________________________

Para disgusto de Atalanta, los pretendientes volvían una y otra vez a la


carga, y harta de sus acosos puso una condición para aceptar finalmente a
uno de ellos: el elegido debía vencerla en una competencia de carrera,
pero agregó, para desánimo aún de los más osados, que si no tenían éxito
ella misma se encargaría de quitarles la vida.

Algunos valientes enamorados probaron su suerte, pero los desdichados


no lograron el objetivo y murieron atravesados por la lanza de la doncella.






Cierta vez, ante la heroína apareció Hipómenes, hijo de Megareo, y las cosas se
sucedieron de manera muy diferente a lo que había sido la vida de la muchacha.

Hipómenes llegó con unas manzanas de oro que le había dado Afrodita,
provenientes del santuario de la diosa en Chipre o, según indica otra versión, del
Jardín de las Hespérides.

Como en oportunidades anteriores, Atalanta retó al joven a una competencia de
velocidad y le dio cierta ventaja, para luego partir ella en su alcance. Pero justo
cuando iba a ser superado, Hipómenes empezó a arrojar al camino los preciosos
frutos que llevaba encima. Curiosamente, Atalanta detuvo su carrera y empezó a
recogerlos uno por uno, lo que le permitió al muchacho alcanzar el punto de
llegada. Por fin Atalanta había sido vencida, y tal como lo había prometido, se
entregó a su vencedor.

Enardecidos por el amor, los dos jóvenes se allegaron hasta un santuario de Zeus,
y allí mismo sellaron su unión. El dios del Olimpo tronó de ira, ya que consideró un
sacrilegio lo que hizo la pareja en su templo, y esgrimiendo su habitual autoridad
decidió castigarlos de una manera ejemplar. Entonces los convirtió en leones ya
que, según las creencias de aquella época, estos jamás se unían entre sí, sino
con leopardos.


Ifigenia

Hija de Agamenón y Clitemnestra, también la vida de Ifigenia estuvo marcada por
la ambición paterna.

Durante la guerra de Troya, y más precisamente en sus tramos iniciales,
Agamenón había despertado el encono de Artemisa, patrona de la Áulide, donde
se había concentrado la poderosa flota del rey. La diosa, molesta por no habérsele
pedido ninguna autorización, de pronto calmó con artilugios divinos a los cientos
que debían empujar a las naves aqueas, y las dejó estancadas hasta que su
vanidad fuera satisfecha.

Agamenón, desesperado por la reacción de Artemisa, acudió entonces al adivino
Calcante, para que éste le dijera la mejor manera de conjurar la cólera de la diosa.
La respuesta del adivino fue una sentencia fatal: sólo el sacrificio de su hija
Ifigenia podía calmar a la deidad. Agamenón escuchó con atención el consejo,
pero en un principio se negó a seguirlo. Menelao y Ulises, únicos conocedores del
oráculo, insistieron sin embargo en la necesidad de cumplir con el mandato, y
fueron tan convincentes que, finalmente, el rey cedió.

Decidido a sacrificar a su propia hija, la cuestión pasó a ser de qué manera el rey
se lo iba a plantear a la doncella que, apaciblemente, vivía por entonces junto a su
madre en Micenas. Incapaz de contarle la terrible verdad que lo animaba,
Agamenón urdió una mentira atroz para atraer a su niña: ordenó llamar a Ifigenia
con el pretexto de entregarla en matrimonio al héroe Aquiles, casamiento que,
como era previsible, era soñado por más de una princesa.


El plan de Agamenón

Pro Agamenón vivía acosado por las seguras consecuencias que el sacrificio de
Ifigenia traería sobre su familia, y muy pronto se desdijo. Mandó entonces a un
criado con una carta suya destinada a Clitemnestra para pedirle que retuviese a
Ifigenia en el palacio y que por nada del mundo siguiese las instrucciones
anteriores.

El criado, un anciano de confianza, se dispuso a partir de inmediato, pero fue
interceptado por Menelao quien, desconfiado, sospechó un doblez del rey. Con la
misiva en sus manos, Menelao se enteró de los nuevos planes en curso, y lleno de
ira fue en busca de Agamenón.

La discusión entre los dos hermanos fue tremenda. Menelao lo trató de voluble y
falto de palabra y autoridad, y lo amenazó de hacerle saber a todos los jefes
militares de la expedición que la culpa de no poder partir residía, finalmente, en el
propio rey.

- ¡Pobre Grecia! -señaló con furia-. La gloria que soñaba va a tornarse en
vituperio. Y eso por ti y por tu hija.

Agamenón lo escuchó inmerso en una cólera contenida. Pero sin poder seguir
callado le contestó sin ambigüedades:

- Resolví mal primero, ahora me he rectificado... ¿Por eso me llamas un
mentecato? ¡El mentecato eres tú que sueñas con tu deleite! Buscas a una
malvada mujer, perjura y desleal.

Los hermanos peleaban sin ponerse de acuerdo, y cada cual daba sus
argumentos sin llegar a ninguna conclusión. Entonces entró un mensajero con una
noticia que precipitó una resolución definitiva: Ifigenia había llegado acompañada
de su madre Clitemnestra y de su hermano Orestes, y el pueblo festejaba en las
calles la presencia real.

Agamenón se conmovió por sus palabras, pero temía que ya nada podía hacerse
para salvar a su hija. ¿Qué diría el ejército, el que seguramente sería informado
por el adivino o por el propio Ulises? Los caballeros habían comprometido su
honor en la empresa y no renunciarían a ella. Seguramente, pensó Agamenón, los
mataría a todos, incluidos a Clitemnestra, Ifigenia y Orestes, y todo el reino caería
en un caos. Y a medida que siguió estos razonamientos, la única salida que se le
presentó fue continuar con el sacrificio.

La presencia de Clitemnestra perturbó aún más el ánimo de Agamenón. ¿Cómo
decirle a ella el engaño tramado? Para evitar pasar por ello, intentó por todos los
medios regresarla al palacio de Argos, pero todos sus esfuerzos resultaron
inútiles. De nada le sirvió apelar a que un campo atestado de guerreros no era
propio de su nobleza, o que el resto de sus hijas estaban solas y aguardándola.
Clitemnestra deseaba entregar a su primogénita en el altar y ningún argumento
era lo suficientemente convincente par alejarla de ello.


La ira de Aquiles

Agamenón se debatía entre sus varios infortunios cuando un nuevo y azaroso
acontecimiento lo precipitó todo. Clitemnestra tuvo un casual encuentro con quien
creía su futuro yerno, Aquiles, y con entusiasmo le expresó su agrado por la
proximidad de la boda. El héroe la escuchó sorprendido, ya que hasta se momento
nada sabía de tales nupcias, y la sospecha de alguna trama secta afloró de
inmediato en la mente de ambos. No tuvieron que esperar demasiado para saber
la verdad: el viejo criado que conocía al detalle la situación les confesó los
pormenores del caso, y la indagación de Clitemnestra y Aquiles contra Agamenón
fue completa.

Aquiles, iracundo por el engaño en el que fue involucrado, se decidió por tomar
como propia la defensa de Ifigenia, y se comprometió ante la reina a intentar
disuadir a Agamenón. Si era necesario, él enfrentaría al ejército todo, en la
confianza de que nadie se atrevería en su contra. Sin embargo sus predicciones
resultaron erróneas. La noticia del sacrificio de Ifigenia se había infiltrado ya por
todos lados y la turba del ejército clamó por su realización, y hasta amenazó con
matar al propio Aquiles si se aprestaba a evitarlo.

Hasta entonces, Ifigenia se había mantenido al margen de las deliberaciones.
Cuando también ella se enteró de su designio reaccionó con temor y rogó por su
vida, pro al ver las implicancias que su salvación traería a su familia y a Aquiles,
decidió entregarse al destino. Con la hidalguía que no había tenido su propio
padre, aceptó marchar hacia su sacrificio pidiendo como toda recompensa
simbólica que, por fin, los aqueos terminaran con la barbarie troyana que había
desencadenado su propia tragedia. Esa sería su mayor satisfacción.

Con la resolución tomada por Ifigenia, el conflicto, de alguna manera, se había
saldado. Las cosas volvían a encaminarse, aunque las heridas y recelos surgidos
entre los protagonistas quedaron establecidos para siempre.

El adivino Calcante dispuso todo lo necesario para la ceremonia de inmolación de
la princesa. Ifigenia avanzó entre la multitud de soldados reunidos que no
apartaron la mirada de su figura. Calcante la aguardó al pie del altar de Artemisa y
una filosa daga señalaba el inminente desenlace. Entonces Ifigenia habló:

- ¡Con toda el alma quiero dar mi vida por la patria, por Grecia! -dijo inmutable-.
¡Pide el oráculo que yo muera en el ara de Artemisa, y dispuesta estoy! Y ojalá mi
muerte sea vuestra fortuna. Y tras la victoria retornéis a los amados hogares.

La soldadesca escuchó sus palabras con tanta emoción que cuidadosamente y en
señal de respeto bajó la mirada, evitando presenciar el dramático momento en que
su cuello sería cortado.

De pronto, con un magnífico movimiento, Aquiles saltó a su lado y elevó una
plegaria en su honor. Todos la escucharon, pero con sus miradas perdidas en el
suelo, no advirtieron el prodigio que sucedió en el altar.

En el preciso momento en que Calcante iba a degollar a Ifigenia, Artemisa se
apiadó de la valiente muchacha y la rescató, poniendo en su lugar a una cervatilla
que sí recibió el golpe mortal.

Con el sacrificio realizado, muy pronto los vientos volvieron a soplar y las naves
aqueas partieron para invadir Troya.

De la vida de Ifigenia se dieron noticias de lo más diversas. Para algunos, la
propia diosa la llevó a Táuride, donde se convirtió en su sacerdotisa, consagrada a
sacrificar a todos los extranjeros que algún naufragio arrojaba a la costa. Se
cuenta que en una oportunidad, Ifigenia recogió a dos náufragos muy singulares:
su hermano Orestes y Pilades, amigo de aquél, enviados por el oráculo de Delfos
a Táuride en busca de la estatua de Artemisa. Entonces la doncella les entregó la
estatua que buscaban y huyó con ellos. Otras leyendas tejidas alrededor de su
vida señalan que Artemisa le había dado la inmortalidad e, incluso que llevaba
una vida tranquila junto a Aquiles en la Isla Blanca, en la desembocadura del
Danubio.

Clitemnestra__________________________________________________________________

Hija de Leda, Clitemnestra fue obligada a casarse con Agamenón, rey de Micenas, después de
que éste asesinara a su esposo Tántalo y a su hijo. Unida a Agamenón, Clitemnestra le dio 4
hijos: Ifigenia, la primogénita, Electra, Crisótemis y Ostes, el más pequeño. A pesar de que
Agamenón asesinó a su familia, Clitemnestra fue una fiel esposa del rey de Micenas, pero a
partir del sacrificio de Ifigenia su odio despertó en toda su dimensión. Urdió entonces un plan
para matar a Agamenón valiéndose de la ayuda de Egisto (hermano de su primer marido), a
quien convirtió en su amante. Cuando el rey regresó de su campaña contra Troya, Clitemnestra
y Egisto lo asesinaron en un baño a golpes de hacha. Orestes, convertido ya en un fuerte
muchacho, vengó a su padre asesinando a su propia madre y a su amante, por lo que después
enloqueció para siempre.






Psique

Psique era la hija de un rey y tenía 2 hermanas. Las 3 princesas eran hermosas,
pero Psique se destacaba aún más. Las mujeres la envidiaban y los caballeros
venían de todas las comarcas sólo para contemplarla a ella. No obstante, su
increíble belleza solía amilanar a los jóvenes que, seguros de ser rechazados, no
pedían su mano. Así, mientras sus hermanas habían contraído matrimonio, Psique
continuaba sola en el palacio.

El rey, preocupado por el futuro de su hija, decidió entonces consultar al oráculo
para ver de qué manera podía ayudarla. La sentencia del oráculo fue terminante:
Psique debía vestirse como una novia, y así ataviada, ser abandonada en una
roca donde una criatura monstruosa acudiría para poseerla.

Como era de prever, los preocupados padres de la princesa quedaron
sobrecogidos por el oráculo, pero creyentes al fin de cuentas de sus dichos,
cumplieron al detalle con el consejo.

La princesa estaba aterrada de miedo, pero aceptando su singular destino, se
quedó solitaria en la roca a la espera del monstruo. Mientras estaba cavilando en
su tristeza, un fuerte viento la levantó por el aire y la transportó hasta un valle muy
verde en el que finalmente descendió. Agotada por el trajín y desconcertada,
apenas tuvo fuerzas para echarse a descansar en el césped, donde quedó
profundamente dormida.

Cuando más tarde se despertó, ya no se hallaba en el valle sino en un increíble
palacio adornado con finos mármoles, pisos de joyas y paredes con detalles en
oro y plata.

Sin salir de su asombro, Psique fue recorriendo una a una las enormes y
suntuosas habitaciones del palacio, de donde emergían doncellas que de
inmediato se ponían a su servicio. Buena parte del día la pasó haciendo
descubrimientos, cada cual más grato, hasta que en un momento sintió la
proximidad de una persona. De inmediato recordó que el oráculo había hablado de
un monstruo, pero a ella no se le ocurrió que era alguien tenebroso.

Entonces escuchó la voz de un hombre que se presentó como su marido, pero
enseguida le pidió que no volteara la cabeza, y que era imprescindible que jamás
lo hiciera. Si acaso eso llegara a suceder, debería marcharse para siempre.

El tiempo fue transcurriendo y Psique y su hombre mantuvieron sin alteraciones
esta particular relación. Durante el día, ella se hallaba en el palacio rodeada de
criadas; por las noches, se le unía a su esposo.



La bienvenida

La vida transcurrió feliz para la bellísima princesa, aunque paulatinamente
comenzó a extrañar a sus padres y hermanas. Un día, finalmente, le expresó a su
esposo el deseo de volver a la comarca paterna para compartir con ellos su dicha,
y aunque el esposo no se mostró muy complacido con dejarla partir, un día cedió y
Psique regresó a su viejo hogar.

En el palacio del rey se dispuso todo para darle una bienvenida espléndida, y
también acudieron sus hermanas. Psique contó con detalles la relación particular
que mantenía con su esposo y entonces fue cuando sus hermanas, envidiosas de
tanta dicha y tanto lujo, la instaron a que descubriera el secreto de su marido. Las
hermanas llenaron de dudas y malos presagios, como que el esposo era una
serpiente que la devoraría a ella y al hijo que ya llevaba en su vientre.

Luego de una breve temporada en la casa paterna, Psique regresó junto a su


esposo. Llevó consigo la duda de cómo era el rostro de su marido y toda la
intención de averiguarlo. Por eso, cuando una noche aquél se durmió, aprovechó
la ocasión para acercar una lámpara junto a él y contemplarlo. Cuando vio a su
esposo no pudo menos que sorprenderse y temblorosa por la emoción dejó caer la
lámpara al piso. Su esposo era Cupido (Eros) y, tal como le había anticipado a su
esposa, si ella descubría su rostro el matrimonio quedaría disuelto y ya no volvían
a verse jamás. Psique, angustiada por la infidelidad cometida, comenzó a vagar
por los campos y ciudades sin destino fijo, desconsolada por la pérdida y acosada
por la cólera de Venus (Afrodita), envidiosa de su belleza. Para su desgracia,
Venus la encerró en su palacio y le impuso tareas de todo tipo, que la desdichada
Psique debió puntualmente cumplir.


La reconciliación

Por su parte, Cupido estaba desesperado, pues él también se había enamorado y
no podía olvidar a su esposa. Cuando descubrió que Psique se había quedado
dormida, la despertó con un certero flechazo, tras lo cual le suplicó a Júpiter
(Zeus) que le permitiera volverse a unir con ella. El dios se conmovió con el pedido
de Cupido y dio su autorización, no sin antes auspiciar la reconciliación de Psique
con la enojosa Venus.

Lugo la princesa fue convertida en inmortal y vivió junto a su esposo y la hija de
ambos, Voluptas. Sus celosas hermanas, en cambio, no tuvieron tan feliz final.
Para vengarse de ellas, Psique les había dicho que Cupido deseaba ahora
casarse con una de ellas, y para eso tenían que subir a una montaña y arrojarse al
vacío. Nada tenían que temer ya que serían recogidas una a una en plena caída.
Las dos jóvenes siguieron el plan concretado, pero una vez que se arrojaron nadie
las tomó y perecieron estrelladas contra la tierra.

Las tareas de Psique___________________________________________________________

Venus le adjudicó a Psique a manera de castigo varias tareas que parecían


irrealizables. Una de ellas fue separar uno a uno los granos y semillas que
llenaban toda una habitación. Por surte para Psique, una legión de
comprensivas hormigas colaboró con ella y pudo así satisfacer el capricho de
la diosa. Pero la tarea más complicada que le fue encomendada consistió en
ir al mundo subterráneo a buscar una caja con afeites especiales para Venus.
Psique llevó consigo dos trozos de pan embebidos en miel para distraer a
Cerbero, el guardián, y dos monedas para pagarle al barquero Caronte el
cruce del río Éstige. Cuando por fin Psique logró obtener la caja de afeites,
cometió la imprudencia de abrirla, y entonces quedó sumergida en un sueño
mortal.















Dido

La historia de Dido se difundió gracias a la obra de Virgilio, la Eneida, pero en
verdad ya era conocida entre los fenicios que la diseminaron hacia el Mediterráneo
occidental.

Según el mito original, el rey de Tiro, Muto, tenía dos hijos, Pigmalión y Dido.
Cuando Muto falleció legó su corona a Pigmalión que, a pesar de que aún era un
niño, fue reconocido por el pueblo como su nuevo monarca.

Con los años, los niños se convirtieron en jóvenes inteligentes y formados en las
artes de la conducción del Estado, aunque con características muy distintas.
Pigmalión era fuerte y ambicioso; su hermana, en cambio, sobresalía por su
astucia.

Dido no tardó en contraer matrimonio con su tío Sicarbas, sacerdote de Heracles,
y como tal, el segundo personaje más importante del reino después de Pigmalión.
Sicarbas era, pues, un hombre poderoso y dueño de una inmensa riqueza en oro.
El rey, resuelto a apoderarse de semejante fortuna, ordenó asesinar a su cuñado,
y cuando Dido se enteró del crimen huyó de la ciudad con destino incierto.

El asesinato de Sicarbas________________________________________________________

Según cuentan las leyendas, Pigmalión aprovechó una cacería para asesinar al esposo de Dido,
aunque algunos relatos hacen referencia a que el hecho sucedió durante la realización de un
sacrificio. Como fuere, Sicarbas resultó muerto y su cuerpo ni siquiera fue sepultado, aunque sí
escondido.

Durante algún tiempo la desesperación por conocer el paradero de su marido se apoderó de


Dido, pero una noche, durante el sueño de su esposa, Sicarbas se le presentó y relató lo que su
hermano había hecho con él. También le reveló el lugar exacto donde tenía escondidos sus
tesoros y la instó a que se marchara inmediatamente de la ciudad.

Con su esposo muerto por instigación de su hermano, Dido cargó secretamente


los tesoros de Sicarbas en varios barcos y escapó, sólo acompañada de alguno
caballeros fenicios que le guardaban absoluta fidelidad. Para evitar que su
hermano la persiguiera por los mares, arrojó grandes sacos al mar,
supuestamente repletos de oro, a manera de ofrenda al alma de su marido. De
esta manera, en vez de seguir a su flota, los marinos de Pigmalión se abocarían o
bien a abandonar el seguimiento, ya que no tendrían nada que obtener de la
misma, o a rescatar los sacos tirados al agua. Dido, por su parte, se alejaba
velozmente y se reconfortaba pensando en la desazón de su hermano al descubrir
que en los sacos sólo había arena.

Dido llegó a la isla de Chipre donde, según se cuenta, se unió a un sacerdote de
Zeus, movido por una advertencia divina, y donde sus compañeros de viaje
raptaron a 80 doncellas para convertirlas en sus mujeres. Luego siguieron viaje y
recorrieron las aguas meridionales de África, más allá de Egipto y Libia,
alcanzando por fin las costas del actual Túnez.

Una vez allí y decidida a establecerse, solicitó al monarca de la región una franja
de tierra donde fundar una ciudad. Yarbas, rey local, hijo de Júpiter y una ninfa del
país de los Garamantes, receloso de la extraña presencia, le asignó por toda
extensión la tierra que lograra cubrir con la piel de un toro. La doncella, dotada de
un ingenio excepcional, cortó entonces la piel del animal en tiras muy finas que fue
uniendo una a una hasta formar un círculo enorme que bien podía albergar su
ciudadela. El burlador, pues, resultó burlado y la astuta Dido se salió con la suya.

El suicidio de Dido

Construid la ciudad, que no resultó otra que la próspera Cartago, Yarbas, el rey
indígena de un pueblo vecino, quiso casarse con Dido y la amenazó con declararle
la guerra si rehusaba su pretensión. Dido, impotente para negarse, solicitó
entonces un plazo de 3 meses con el pretexto de calmar, mediante sacrificios, el
alma de su primer marido. Yarbas aceptó, pero grande fue su sorpresa cuando,
expirado el plazo, Dido subió a una pira y se suicidó.

Virgilio, el gran poeta latino, introdujo en este drama una historia de amor
ciertamente diferente, pero abonada por relatos y tradiciones de vieja data.

Según su versión, el héroe troyano Eneas naufragó frente a las costas de Cartago,
y rescatado por los pobladores fue llevado ante Dido, quien le ofreció a los
imprevistos huéspedes un banquete de honor. Durante la velada, Eneas relató
minuciosamente la caída de Troya y los combates en los que participó,
provocando una honda impresión en sus escuchas. Como Eneas y sus hombres
permanecieron en Cartago un tiempo prolongado dedicándose a la reparación de
su nave, los encuentros entre el héroe y Dido se fueron dando cada vez más
seguido. Paulatinamente, la reina se enamoró del troyano y en ocasión de una
cacería, cuando una tormenta los obligó a buscar refugio en una cueva, se unieron
en un apasionado romance.

Mientras tanto, Yarbas, el rey local que pretendía la mano de Dido, se enteró de
tales novedades, y desairado exigió a Júpiter que alejara a Eneas del país. El dios
escuchó los reclamos de Yarbas, y conocedor de que un poderoso imperio debía
ser fundado fuera de las tierras africanas, dio la orden a Eneas para que partiera
de inmediato a fundarlo. El troyano recibió el mandato sin que le dejara tiempo
siquiera para despedirse de su amada, y partió de inmediato. Lo aguardaba,
según esta tradición, la fundación de la mismísima Roma, la que siglos después
haría sucumbir al imperio cartaginés.

Cuando Dido se enteró del viaje de Eneas se perturbó de tal manera que, decidid,
eligió quitarse la vida arrojándose a las llamas. Para ello pidió ayuda de la
hermana Anna a fin de construir una gran pira, pero lejos de confesarle la verdad,
le dijo que era para realizar un conjuro que atraería nuevamente a su amado. Más
cuando la pira quedó conformada, Dido se lanzó contra ella, siendo devorada por
el fuego.








Héroes menores


Además de los grandes prototipos ya citados, son numerosos los héroes que, sin
haber alcanzado la fama de aquellos, vagan por las páginas de la mitología greco-
latina. En todos los casos, sobresalieron por su participación directa en la
realización de alguna hazaña, que sorprendió tanto a mortales como a dioses.

En general sus aventuras no se mantuvieron durante un largo periodo, si no que
se circunscribieron a unas pocas acciones e incluso a una sola como Belerofonte.
Otros fueron escogidos por los propios dioses para efectuar un acto único y
fantástico, como el caso del ya mencionado Eneas y la fundación de aroma,
aunque para llegar a ello se viera involucrado en múltiples aventuras que,
finalmente, lo conducirían a cumplir su misión.
































Belerofonte

La progenie de Belerofonte no está exenta de herencias divinas. Hijo de Poseidón,
se le atribuye como padre humano a Glauco, hijo a su vez de Sísifo. Su madre era
Eurimede, hija del y Niso de Mégara. Pertenecía, pues, a la casa real de Corinto.

La leyenda de Belerofonte se inició a partir de un desgraciado accidente durante
una competencia de tiro en la cual, siendo muy joven, el héroe dio muerte a un
individuo que, según los relatos y las fuentes mitológicas, es llamado de diversas
maneras. Para unos, el muerto es su propio hermano Delíades; para otros es
Pirén o Alcímedes; finalmente, algunos señalan que se trató de un tirano de
Corinto llamado Bélero lo que, según Grimal, le da sentido al nombre de
Belerofonte, que significa "matador de Bélero".

Como fuera, lo cierto es que la leyenda se unifica en el hecho mismo de la muerte
de un sujeto, muerte que obligó a Belerofonte a marcharse de la ciudad de Corinto
hacia Tirinto, donde el rey Preto lo purificó. Siendo huésped del rey Preto, sucedió
entonces que la esposa de éste, Estenebea, se enamoró de Belerofonte y trató de
seducirlo. Como el joven se negó a complacer a la reina, la mujer despechada lo
denunció a su marido, invirtiendo los roles y acusando al muchacho de intentar
sobrepasarse con ella.

Preto mismo quiso tomar en sus manos el castigo al supuesto impertinente, pero
como era su huésped, se vio impedido de violar la costumbre de jamás asesinar a
quien compartiera su morada. Para sacarse tal problema de encima, Preto envió
de inmediato a Belerofonte a ver a su suegro Yóbates, rey de Licia, con una misiva
secreta.



La carta que llevó el joven era fatal para él, ya que indicaba a Yóbates que diera
muerte de inmediato al portador de la misma. Yóbates ideó un plan para matar al
muchacho. Le ordenó, pues, una misión de tan difícil resolución que,
seguramente, moriría en el intento. La misión encomendada era matar a la
Quimera, un fantástico monstruo que tenía forma de león, en su mitad posterior, y
de dragón con cabeza de cabra, en su mitad anterior. Como la Quimera devastaba
los campos y mataba los rebaños, Yóbates deseaba hace tiempo eliminarla. Si el
muchacho tenía fortuna, le sacaba uno de sus grandes dolores de cabeza; si
faltaba en su misión, al menos el rey cumplía fielmente con el pedido de Presto.

Belerofonte, siguiendo el consejo de un adivino, pasó la noche en un templo
consagrado a Atena, donde la diosa se le presentó dándole u n consejo: para
vencer a la Quimera debía utilizar a Pegaso, el fantástico caballo alado, al cual
debía primero domar.

Un caballo muy especial________________________________________________________

Pegaso era hijo de Poseidón, dios del mar, y de Medusa, de cuyo cuello nació en el mismo
instante en que Perseo cortó la cabeza de la citada gorgona.

La leyenda dice que apenas nacido, Pegaso golpeó con una de sus patas el suelo del monte
Helicón, en donde surgió un manantial consagrado a las Musas; ese mismo manantial sería,
siempre según la tradición, la fuente misma de la inspiración poética. Luego, Pegaso desplegó
sus maravillosas alas y alzó vuelo hacia el Olimpo, para consagrarse a Zeus.

Claro que tal proeza no era sencilla. Muchos caballeros habían intentado
infructuosamente domar al corcel, aunque es cierto que ninguno de ellos había
contado con la ayuda de la diosa. Belerofonte, en cambio, había escuchado en
sus sueños a la misma Atenea indicándole que necesitaría una brida de oro para
doblegar al fantástico animal, y cuando despertó la brida estaba a su lado. Así
armado, Belerofonte buscó a Pegaso sabiendo que el caballo solía beber de la
fuente de Pirene que se hallaba en Corinto.

Regresó, pues, a su ciudad a pesar de que su presencia allí no era bienvenida, y
con las bridas que le dio Atenea lo domó sin dificultades. Montado en su corcel,
Belerofonte se dirigió hacia Caria, donde se encontraba la Quimera. La bestia le
lanzó bolas de fuego que expulsaba de su boca, y el héroe las esquivó mientras le
lanzaba una lluvia de flechas que no hicieron mella alguna al monstruo.

Destino sellado

Entonces se le ocurrió una idea para liquidar a su enemigo: clavarle en la boca
una lanza con plomo que, bajo el efecto del fuego que lanzaba, se derretiría,
causándole horribles heridas. Así lo hizo y con los resultados previsibles. El plomo
se derritió en la boca de la Quimera y resbaló hacia su estómago, quemándola y
produciéndole la muerte.

Habiendo cumplido exitosamente la misión que le encomendó Yóbates,
Belerofonte regresó triunfante ante el rey, que le pidió ahora enfrentar a los
sólimos y a las amazonas, dos pueblos guerreros que solían provocar matanzas
entre su gente. Belerofonte cumplió una vez más con su pedido y tras provocar
verdaderas carnicerías entre los enemigos del rey, regresó una vez más con el
triunfo entre sus manos.

Yóbates había sacado buen provecho de Belerofonte, pero continuaba pendiente
el pedido de asesinarlo realizado por Preto. Etonces, decidido a cumplir la solicitud
original, Yóbates reunió a sus más valientes soldados para emboscar al héroe y
asesinarlo. Pero una vez más Belerofonte sorteó el obstáculo y mató a todos sus
oponentes.

Impresionado por las capacidades del joven, Yóbates renunció al pedido de Preto
e incluso le ofreció en matrimonio a una de sus hijas, Filóno, para que luego, con
los años, heredara el trono. Belerofonte aceptó encantado y se inició así para él un
período de descanso y prosperidad, rodeado de la admiración del pueblo y de sus
hijos Isandro, Hipóloco su única hija, Laodamía.

Belerofonte quedó fascinado con la gloria y no pudo mantenerse fuera de sus
atractivos. Pergeño entonces una hazaña que, confiaba, lo asociaría para siempre
con los dioses. Grande sería su decepción cuando comprobara que, en definitiva,
el intento sólo sellaría fatal ente su destino.


Montado en su mágico corcel Belerofonte se dirigió hacia el mismísimo Olimpo,
para visitar a sus moradores. Más Zeus interpretó su vuelo como una
impertinencia y lleno de cólera le pidió a Hera que interceptara al mortal. La diosa
entonces envió un tábano que al picar el lomo de Pegaso hizo que éste se
encabritara de tal forma que Belerofonte se precipitó a la tierra, quedando mal
herido y cojo para siempre. Desde entonces su fortuna declinó por completo y
jamás volvió a montar a su extraordinaria cabalgadura. Después sólo pudo vagar
por la tierra sumido en la mayor de las tristezas, hasta que por fin murió.
La venganza del héroe__________________________________________________________

Yóbates no sólo le ofreció su hija a Belerofonte. También le reveló la verdadera


misión que a él le había dado Preto y le mostró el contenido de la carta que el
propio Belerofonte había llevado. Encolerizado, el héroe decidió entonces
vengarse de la esposa de Preto, la verdadera causante de sus desventuras.
Eurípides retoma la trama de la leyenda indicando que Estenebea escapó de la
furia de Belerofonte en el propio Pegaso, pero el animal, fiel a quien lo había
domado por vez primera, desmontó a la mujer y la arrojó al mar, donde murió
ahogada.




Eneas

Tomando como fuente la tradición latina, Eneas era un héroe troyano, hijo de
Anquises y Venus (Afrodita), y como descendiente que era de la estirpe de
Dárdano, estaba emparentado con Júpiter (Zeus).

Según cuenta la leyenda, desde muy pequeño fue criado en la montaña, y recién
cuando contó con 5 años su padre lo llevó a la ciudad, donde lo dejó bajo tutela de
su hermana Hipodamia.

Eneas tenía reservado para sí un lugar de privilegio en el mundo troyano, y
después de Héctor fue sin duda su más importante figura. Venus lo sabía aún
antes de su concepción, ya que un oráculo le había adelantado que tendría un hijo
que se convertiría en el rey de Troya y que su descendencia continuaría su labor
por toda la eternidad.

Las hazañas del héroe fueron varias y estuvieron relacionadas muy especialmente
con 3 acontecimientos: la guerra de Troya, según las fuentes primeras; los viajes
que realizó hacia occidente y sus campañas en Italia, según el relato de Virgilio,
que hasta le imputó un rol protagónico en la fundación de Roma.

Un nuevo líder para Troya

Durante la guerra de Troya, tuvo su primer contacto con Aquiles en el monte Ida,
cuando el aqueo incursionó en los campos del troyano para abastecerse con sus
rebaños. Eneas no presentó batalla de inmediato y decidió refugiarse en Lirneso,
donde el propio señor del Olimpo lo salvó de la furia de Aquiles que devastó la
ciudad.

Posteriormente se involucró en los combates, custodiado siempre por su madre y
Apolo, destacándose por su audacia y habilidad guerrera. De hecho, y aunque
herido por Diomedes, regresó al campo de batalla donde dio muerte a numerosos
guerreros como Cretón y Orsiloco. También participó en las ofensivas troyanas,
conducidas por Héctor, contra los campamentos enemigos en los que realizó
verdaderas matanzas de aqueos.

Enfrentó entre otros a Idomeneo, rey de Creta y uno de los tantos pretendientes
de Helena que, debido a un juramento, debió marchar a la contienda. Después
que Héctor diera muerte a Patroclo, Eneas participó en los combates que se
dieron en torno del cuerpo de aquél, enfrentando directamente al propio Aquiles.
Poseidón, al ver que Eneas llevaba la peor parte en la lucha, lo envolvió en una
espesa nube para evitar su muerte y retirarlo de inmediato de la batalla. Cuando
finalmente Aquiles mató a Héctor y Troya quedó sin su mayor campeón, Eneas
surgió como su nuevo líder, dirigiendo sus fuerzas y organizando una empecinada
resistencia, aunque no pudo evitar la caída de la ciudad.

Nuevos rumbos_______________________________________________________________

Cuando el destino de Troya quedó sellado, Eneas siguió las advertencias de


Venus y se dispuso a partir hacia las montañas, seguido sólo de su padre, su
esposa Creúsa y su hijo Ascanio.

Según otros relatos, la caída de Troya lo motivó para refundar la ciudad en otro
sitio, en el monte Ida, hacia donde se dirigió con algunos sobrevivientes.
Convertido en el rey de una nueva Troya, cumplió así con el oráculo que había
recibido su madre.


Los viajes de Eneas

Cualquiera que haya sido el destino de Eneas durante la caída de Troya, lo cierto
es que el triunfo de los aqueos determinó su peregrinar hacia otras tierras,
iniciándose así el ciclo de sus viajes retomado por Virgilio en La Eneida.

Según el escritor latino, Eneas permaneció algún tiempo en el monte Ida y luego
partió hacia occidente, donde recayó en Hesperia, sobe el mediterráneo. Su
extenso viaje conoció numerosas escalas y su paso fue registrado en Tracia,
Macedonia, Samotracia, Creta, Delos, Citera, Laconia y Arcadia, hasta que
finalmente arribó a las costas italianas. Luego su viaje continuó hacia la isla de
Sicilia y posteriormente hacia las costas cartaginesas, en el norte africano, donde
una tempestad lo hizo naufragar.

En Cartago fue recibido como un héroe, ya que su temerario valor había
trascendido las fronteras troyanas. Según Virgilio, Venus no estaba demasiado
complacida con la estancia de su hijo en Cartago, ciudad que creía poco segura
para él, y tramó secretamente un ardid que beneficiara la posición de Eneas. Para
eso pidió el auxilio de Cupido que debía hacer que la reina Dido se enamorara
perdidamente del héroe. Así ocurrió y Eneas y Dido se convirtieron en amantes.

No obstante, Júpiter tenía sus propios planes, y temiendo que el romance los
alterara, envió a Mercurio (Hermes) para rescatar a Eneas y reconducirlo hacia
Italia, donde lo esperaban grandes realizaciones. El destino de Eneas, pues,
estaba determinado fuera de las dulzuras palaciegas que su enamorada le ofrecía,
e imprevistamente debió alejarse de Cartago con rumbo a Italia.

Guerra en Italia

En camino, Eneas llegó a Cumas, donde visitó a la Sinila y descendió a los
infiernos para entrevistarse con su padre. Finalmente continuó su viaje y al llegar
cerca de la embocadura del Tiber fundó una primera ciudad que bautizó "Campo
Troyano". También por entonces estrechó alianza con Latino, rey de los laurentes,
relación que le implicará un problema mayúsculo.

Latino tenía una hija bellísima, Lavinia, que había prometido en casamiento a
Turno, rey de los rútulos. Sin embargo, algunos dioses no estaban de acuerdo con
la formación de esta pareja y aconsejaron al rey en consecuencia. En una
oportunidad, mientras paseaba por el bosque, Latino escuchó la voz de su padre
Fauno, que le dijo:

- No pidas a los latinos un esposo para tu hija; guárdate, hijo mío, de dar tu
consentimiento al himeneo que ha sido preparado. Llega un yerno extranjero el
cual, unido a nuestra sangre, elevará nuestro nombre hasta el cielo. Sus
descendientes verán prosternado a sus pies, sometido a su imperio, todo cuanto
en su carrera ilumina el sol del uno al otro Océano.

Tras escuchar estas advertencias, Latino se desdijo de entregar a Lavinia a Turno,
y en cambio se la ofreció a Eneas, el "extranjero" que recién llegado sería ungido
como el nuevo prometido.

Los ardides de Juno___________________________________________________________

Para ganarse definitivamente los pensamientos de Amata y Turno, Juno envió


como mensajero a Alecton, la Furia más sanguinaria y temida, a quien pidió
auxilio para impedir que los troyanos se establecieran en Italia.

La furia se lanzó entonces a acosar a Amata, a quien le envió una de las serpientes de su
cabeza para que la penetrara y corrompiera el corazón. Amata no tardó en explotar en cólera
contra Eneas y sus hombres, a la vez que fustigó a su esposo por la decisión tomada,
haciéndolo dudar de la misma. Luego la Furia se abalanzó contra Turno, a quien enervó de tal
amera que lo decidió a hacer la guerra.


El repentino cambio de Latino ya era suficiente para enemistar a Eneas con Turno;
sin embargo, Juno (Hera), disgustada por la presencia troyana, aprovechó la
ocasión para enconar aún más los ánimos y provocar un conflicto mayor contra
aquellos. Juno envió entonces a sus emisarios para asegurar una sólida alianza
entre Turno y Amata, esposa de Latino, contra el rey y Eneas, desatando, en
definitiva, una larga y cruenta guerra de exterminio contra ellos.

El curso de la guerra entre los troyanos y los rútulos fue decididamente favorable a
los segundos. Los choques se sucedieron uno a uno e invariablemente los itálicos
llevaron las de ganar. Tal era el estado de las fuerzas troyanas que Eneas se vio
forzado a abandonar el campo de batalla y partir en busca de aliados que le
permitieran dar vuelta las cosas a su favor. Fue así que Eneas remontó una vez
más el Tiber, hasta que arribó a Palanteo. El monarca de la ciudad, Evandro, lo
recibió amigablemente, ya que estaba unido por lazos de solidaridad con el padre
de Eneas:

- La alianza que solicitáis -le dijo el rey- ya hace tiempo que mis manos la
formaron.

Luego agregó:

- Yo os despediré contentos con nuestro auxilio, yo os ayudaré con mis riquezas.

Evandro cumplió sus promesas y le brindó a Eneas una importante cantidad de
refuerzos para combatir a los rútulos que por entonces estaban a punto de
doblegarlos. Como símbolo de amistad, el rey puso a su propio hijo Palante al
frente de las tropas; además, ofreció de intermediario para procurarle a Eneas una
alianza con los etruscos sublevados contra Mecencio.

Al frente de remozadas tropas, Eneas regresó donde compañeros, los que gracias
a los auxilios pudieron equilibrar las fuerzas. No obstante, la lucha continuó y todo
indicaba que seguiría su curso hasta que se enfrentaron en combate mortal los
dos máximos líderes de los bandos en disputa.

La campaña contra los rútulos___________________________________________________

Los rútulos eran un pueblo itálico asentado en el Lacio, Italia central que en tiempo de Eneas
tenía por rey a Turno. Las versiones sobre la hostilidad de este pueblo contra los troyanos varían.
Para algunos, los rútulos no consideraron que los troyanos inmigraran para establecerse muy
cerca de sus dominios. Para otros, las cuestiones personales devenidas por la disputa de la
princesa fueron el fundamento central de la guerra entre ambos. Lo cierto es que troyanos y
rútulos se enfrentaron, cada uno sostenido por las afinidades y favores de Venus y los Juno
respectivamente.


El enfrentamiento

En el campo de batalla, rodeados por decenas de muertos y heridos Turno y
Eneas por fin se dispusieron a enfrentarse. Paulatinamente los soldados fueron
dejando de combatir y posaron su vista en esas dos filas magníficas y portentosas
que se aprestaron a saldar cuentas. Lanzados al ataque, ambos chocaron con sus
escudos, mientras se herían mutuamente con sus lanzas y espadas.

De pronto, todo pareció acabar. Turno tomó su espada para asestar un golpe
definitivo, pero para su horror la espada se quebró, dejándolo indefenso frente a
un Eneas recuperado. En tales circunstancias, Turno emprendió una rápida huida,
mientras su contrincante comenzó a perseguirlo. Pro no había lugar donde buscar
refugio o ayuda. Por donde fuera, los hombres habían dejado de pelear y sólo
miraban la escena.

- No corramos más -le gritó Eneas-, es de cerca que hemos de medir nuestras
terribles armas. Cámbiate en todas las formas; reúne todo el valoro toda la astucia
que puedas.

Entonces Turno se detuvo y, volviéndose a Eneas, aceptó el destino. Con las
fuerzas que le quedaban, tomó una enorme piedra, que ni una docena de hombres
hubieran podido alzar, y se la arrojó con fuerza. Pro falló el tiro y quedó parado, a
sin aliento ni ánimo para continuar. Imperturbable, Eneas contraatacó, y alcanzó
de lleno al infortunado con su lanza. Turno quedó tendido en el suelo, atravesado
y mortalmente herido, y apenas alcanzó a decirle a su matador unas palabras
finales.

- lo he merecido, no resisto, haz uso de tu fortuna... Devuélveme a los míos, o si lo
prefieres, devuélveles mi cuerpo privado de vida. Tú triunfas... Lavinia es tu
esposa. No lleves más lejos tu odio.

Pero Eneas, enceguecido por el combate y recordando a los compañeros muertos
por Turno, en especial a Palante, hijo de su aliado Evandro, hundió con todas sus
fuerzas la espada, y el combate finalizó.

Con la muerte de Turno terminó también la guerra entre troyanos y rútulos. Los
pasos siguientes de Eneas se perdieron y los relatos posteriores a Virgilio refieren
un reinado próspero la fundación de una nueva ciudad, Lavinio, y varios
enfrentamientos con pueblos hostiles a su presencia en Italia. Finalmente, en una
de sus tantas expediciones, una tempestad azotó de tal manera su nave que
Eneas desapareció con ella.

El presagio de una descendencia poderosa e imperial no parece haber sido
errado. Un descendiente suyo, Rómulo, sería uno de los fundadores de Roma.




























La voz de las fuentes

Eneas en la guerra de Troya

- ¡Domedes Tidida! Dos robustos caballeros, ambos de gran fuerza, desean
combatir contigo. Uno es Pándaro, es hábil arquero, hijo de Licaón. El otro es
Eneas, que se vanagloria de ser hijo del magnánimo Anquises y tener por madre a
la diosa Afrodita. Vamos, subamos al carro y retirémonos, no sea que estos bravos
combatientes te hagan perder la vida.

Diomedes, sin embargo, le contestó:

- No me hables de huir. Jamás podrás convencerme de que lo haga. Nada más
impropio para un guerrero que batirse en retirada. Mis fuerzas aún siguen intactas,
y no subiré de ningún modo a mi carro. ¡Palas Atenea no me deja tener miedo!


Mientras tanto Eneas y Pándaro, montados en los mejores corceles, se acercaron
a Diomedes, y Pándaro fue el primero en atacar con su lanza, pro ésta pegó en el
escudo de su adversario, atravesándolo pero sin penetrar la coraza de su pecho.

Sin turbarse, Diomedes replicó con fuerza:

- Erraste el golpe, Pámdaro. No me has herido.

Luego arrojó su lanza con tal fuerza que, dirigida por Atenea, pegó en la nariz de
Pándaro, junto al ojo, atravesando su boca y sus dientes. Allí cayó Pándaro del
carro, herido como estaba, y murió como o un guerrero.

Entonces Eneas dio un asombroso salto desde su carro, y temiendo que los
aqueos se llevaran el cadáver de su amigo lo defendió a punta de lanza y espada.
Como un león de los más bravos entre los bravos, Eneas se puso delAnte del
cuerpo de Pándaro y dando furiosos gritos se dispuso a ofrendar su vida si fuera
necesario. Porque nadie se llevaría el cuerpo de su gran amigo.

Pero el Tidida tomó una piedra tan grande que ni siquiera podría ser levantada por
dos hombre fuertes, y con asombrosa facilidad se la arrojó a Eneas, hiriéndolo en
una de sus piernas.

Eneas cayó de rodillas, y toda su visión se oscureció. Su vida estaba a punto de
culminar, si no fuera porque su madre Afrodita, hija de Zeus, extendió sus brazos
para cubrirlo y salvarlo de una muerte segura.

- ¡Hija de Zeus! -gritó Diomedes.

¡Retírate del combate y la pelea! ¿No te resulta suficiente con engañar a las
pobres mujeres? La guerra no es para ti. Te causará tal horror que no lo resistirás.

Afrodita retrocedió colmada de pena, y debió ser auxiliada a la vez por Iris, la de
pies veloces como el viento, quien la tomó de la mano para alejarla del campo de
batalla.

De pronto la diosa divisó a Ares, sentado mientras observaba la contienda, y le
pidió ayuda:

- Compadécete de mi -le dijo con angustia- y otórgame los caballos que puedan
llevarle una vez más hasta el Olimpo, donde moran los inmortales. Me duele la
herida que me produjo un mortal el Tidida, quien es tan bravo que lucharía con el
mismísimo padre de Zeus.

Ares le cedió los corceles pedidos y Afrodita subió al carro con el corazón
apenado. Luego Iris, que estaba a su lado, tomó las riendas y alzaron el vuelo.


Mientras tanto, Diomedes, el valiente guerrero, persiguió a Eneas, aunque sabía
que lo protegía el mismo Apolo. No obstante su valor era tan grande y tan grande
su deseo de tomar las armas de Eneas, que estaba resuelto a combatir con el
mismísimo dios, si acaso fuera necesario. ¡Tan temerario era Diomedes!

Así, una y otra vez, por tres consecutivas, Diomedes arremetió contra Eneas y tres
veces Apolo defendió a su protegido. Y cuando se dispuso a realizar su cuarto
ataque, Apolo lo enfrentó diciéndole temerarias palabras:

- Diomedes -le dijo el dios-, piensa seriamente lo que pretendes y retírate del
campo de batalla. Nunca las fuerzas de los mortales se han parecido siquiera a las
de los dioses.

Diomedes se retrajo ya que no deseaba despertar la ira del dios, y así Apolo pudo
sacar a Eneas de la lucha, para llevarlo al templo que tenía en la sacra Pérgamo,
donde fue curado por Leto y Artemisa, quienes además le dieron nuevos bríos al
herido héroe.

Homero, la Ilíada








Conclusión


Un poco más allá

Divertidas, trágicas, edificantes u odiosas, hemos seguido las hazañas de los
principales héroes de la mitología griega. Pretendimos hacerlo con la frescura con
que sus aventuras eran tomadas por el pueblo heleno, la misma que,a
entendemos, es el principal motivo de su vigencia a través del tiempo y en
diversas culturas, no sólo la occidental, a la que de algún modo han moldeado y
provisto de un riquísimo acervo.

Sin el deseo de quebrar esa frescura, si creemos necesario hacer ahora algunas
reflexiones, que esperamos no suenen demasiado académicas y que tienen el
propósito de orientar a aquellos que quieran ir un poco más allá de estas
apasionantes peripecias, y a los que esperamos sea de utilidad la bibliografía
citada al final del presente volumen.

Cuestión de origen

Según reza el Diccionario de la Real Academia Española, la definición de héroe
merece 5 acepciones:

1. Entre los antiguos paganos, el que creían nacido de un dios o una diosa y de
una persona humana, por la cual le reputaban más que un hombre y menos
que un dios, como Hércules, Aquiles, Eneas, etc.

2. Varón ilustre y famoso por sus hazañas o virtudes.

3. El que lleva a cano una acción heroica.

4. Personaje principal de todo poema en que se representa una acción, y del épico
principalmente.

5. Cualquiera de los personajes de carácter elevado en la epopeya.


Por supuesto estas definiciones constituyen un limitado acercamiento a la
compleja estructura del arquetipo, pero nos permite iniciarnos en un examen más
amplio.

En un principio y como elemento funcional del héroe, señalamos su origen.

Una clasificación más aguda de los héroes contemplaría un primer tipo que se
distingue por el hecho de que uno de sus progenitores pertenece a la casta de los
olímpicos. Algunos autores especializados le han dado a esta categoría el nombre
de "divinos".

Pero aunque en sus venas, en efecto, corre sangre divina, los héroes no son
dioses. Pueden acercarse a dialogar con ellos, estar bajo sus mandatos, recibir
sus ayudas y complacer sus demandas. Pero jamás llegan a igualarlos.

La principal y primera diferencia está, pues, en el umbral de su vida, la que se
halla determinada por sus herencias humanas. Por padre o por madre, estos
héroes siempre tienen un componente mortal.

Así, Zeus fue el padre de Heracles y de Perseo. Aquiles, hijo de Peleo, rey de Pita,
descendió por vía paterna también de Zeus y su madre fue Tetis, la hija del dios
Océano. Por su parte, Belerofonte era hijo de Poseidón y Eneas tuvo por madre a
Afrodita.

Esta clasificación deja afuera a otra importante rama de héroes y heroínas que no
tuvieron por alguno de sus padres una descendencia directa de las divinidades,
pero cuyas acciones los incluyen dentro de la categorización de héroes. Sería
pues necesario ampliar la clasificación a una rama de exclusivo origen mortal,
aunque, reiteramos, en la mayoría de los casos alguna descendencia los ligaba al
Olimpo, o bien fueron parte del cortejo y el culto de algún dios. En este sentido,
estos héroes integrarían la clasificación de "divinizados", es decir, están asociados
a lo supraterrenal sin que su origen lo fuera.

Su mayoritario origen híbrido (dios/mortal) hizo que de algún modo se
distinguieran sobre la prosaica humanidad. En términos generales, se trata de
reyes, reinas, príncipes y figuras mitológicas fantásticas, como náyades, nereidas
e inclusive criaturas fabulosas como los centauros. Sólo en contadas ocasiones se
incluyen en la categoría heroica a doncellas y jóvenes sin mayores acreditaciones
de excepción.

Jasón, por ejemplo, era hijo del rey Esón, y pertenecía a la misma familia de Eolo,
rey de Tesalia. Según los diferentes relatos, por lado materno estaba relacionado
con Odiseo, rey de Ítaca.

Teseo, por su parte, era el hijo de Egeo, rey de Atenas, y Etra, hija del rey de
Trécen.

Odiseo tuvo por padre a Sísifo o a Laertes. Si la paternidad le correspondió al
primero, Odiseo pertenecía a la rama de Eolo; si se la asigna a Laertes, en
cambio, estaba directamente ligado a Zeus. Como si fuera poco, por lado materno
era bisnieto de Hermes.

Varias heroínas se incorporan a la categoría de no descendientes de un dios.
Atalanta descendía del rey de Coronea, amén de que muy pequeña se consagró
como una de las adoradoras de Artemisa. Ifigenia también tuvo padres mortales
de la más alta categoría social: Agamenón y Clitemnestra. Psique, finalmente, no
escapó a esta norma, y ella también tenía por padres a un rey y a una reina.

Pero la trama del origen de los héroes no culmina con la determinación de su
parte divina o mortal. Hay un elemento más que hace a su esencia: el carácter de
predestinado.

En efecto, se multiplican los casos en que el héroe no está librado a la casualidad
o a los simples avatares de la vida. Por el contrario, su destino y avatares están
delineados previamente.

El héroe no nace simplemente; se lo aguarda. Su llegada está en el calendario de
las divinidades y son éstas las que dirigen de antemano sus pasos. El héroe,
pues, es el producto de un deseo anterior y, en ese sentido, es él quien lo realiza
en un tiempo y espacio particular. Dicho en otros términos, al héroe se lo hace
nacer a sabiendas de lo que será en el futuro.

Esto no es sino el concepto trágico de los griegos; el destino, o lo que los latinos
llamarían fatum.

Un ejemplo emblemático de ello es Heracles. Como queda dicho en el capítulo
correspondiente a este héroe, Zeus planeaba concebir a un paladín excepcional,
de ahí que se tomara el enorme trabajo de prolongar su concepción a lo largo de
una noche excepcionalmente duradera. La actitud de Zeus fue forzada hacia ese
objetivo. Su deseo era engendrar un héroe, y por supuesto, así lo hizo.

Un caso similar es el de Eneas, el gran héroe troyano. Antes de que naciera, su
madre Afrodita ya le había anticipado a su amante Anquises que le daría un niño
que llevaría a la gloria a la estirpe de Troya.

En este sentido, el héroe es puesto en el mundo para realizar una obra
ciertamente divina, por lo que implica en la trascendencia de la misma y en su
empeño para concretarla. De ahí que fuera tan importante la cuestión de su
educación y formación.

No es extraño entonces que casi todos ellos hayan sido puestos bajo individuos
que les dieron algún don sobresaliente, moldeando su espíritu en las artes o en su
cuerpo en las competencias atléticas y virtudes guerreras, y en muchos casos en
ambas cosas.

Como sea, en su infancia los héroes estuvieron en buenas manos y esas manos
fueron las que les dieron las herramientas que luego sabrían utilizar en sus
hazañas.

El gran Aquiles tuvo un maestro de indiscutida buena fama en el universo
olímpico: el centauro Quirón, quien ya se había convertido en una guía ejemplar
para muchísimos jóvenes.

Fue Quirón quien le enseñó a Aquiles el canto y la lira, y el cultivo de la amistad.
Por los demás, la educación al aire libre y en medio de un bosque o una pradera le
transmitiría al muchacho el dominio d e las más briosas monturas, y una afinada
observancia del mundo de la naturaleza y sus especies peligrosas o amigas.

También Heracles fue bien instruido en las artes musicales y en las morales,
aprendiendo luego directamente de parte de experimentados guerreros el manejo
de las armas.

Era todo lo que necesitaba, ya que por su herencia o capacidades no les faltaba ni
el arrojo ni la valentía necesaria para emprender cualquier empresa de riesgo.

En este sentido, si bien casi todas las aventuras de los héroes fueron realizadas
en la más absoluta soledad, de alguna manera ellos jamás estaban solos. Ls
precedía y apoyaba una sólida formación, y avezados ojos los contemplaban.

Cuerpo sano, corazón valiente

La mitología griega nos devuelve una doble imagen del héroe clásico. Una
material, física, corporal; otra espiritual, subjetiva y hasta podría decirse que
psíquica.

Una y otra nos remiten a un ser completo, en el que no se excluyen las
contradicciones y las conductas opuestas.

Una particularidad del héroe, entonces, es su conflictiva unidad. En términos
físicos, el héroe es un arquetipo idílico del ser humano, según los cánones
estéticos consagrados por los antiguos griegos.

Es en ese sentido que el héroe siempre es corpulento increíblemente fuerte y con
dotes físicas excepcionales: gran velocista, ágil en los saltos, agudo de vista y de
privilegiado oído. Nada sabe del cansancio, nada sabe del frío o el calor, aún los
más extremos.

Sus cualidades corporales le permite trasladarse sobre los terrenos más hostiles
sin caer en desfallecimientos. El héroe tolera tanto las largas caminatas de días y
noches a la intemperie, como el rigor de las olas y las tormentas. Desciende al
mundo subterráneo, el Hades, recorre desiertos y bosques, se hunde en pantanos
y escala las más altas cumbres.

Fieles a su objetivo, nada los detiene ni los desvía de su camino. No hay relatos
que indiquen malestares por el esfuerzo y pareciera que ninguno les resulta
desmedido. Por supuesto, jamás se rinden ante los obstáculos materiales y todo lo
soportan sin queja. Tal vez sea en estas circunstancias cuando más se acercan a
los dioses, a los que admiran y con los cuales se identifican en el orgullo.

Pero también desde lo subjetivo y más íntimo, el héroe es un ser extraordinario y
extremo, portador de la mayor nobleza.

El héroe es, mayoritariamente, bueno amigo fiel y justiciero.

Una vez más, Aquiles acude como ejemplo. Su fidelidad hacia Patroclo es
conmovedora. Sólo por su amigo renuncia a sus más íntimos deseos y emprende
ña ñicja nuevamente e ña guerra de Troya, cuando ya había renunciado a hacerlo.
También Teseo, por su amistad con Pirítoo, decide descender al Hades, poniendo
en riesgo su propia vida.

Los héroes lo dan todo por sus amigos e incluso por aquellos que, sin serlo,
despiertan en ellos la compasión. Heracles, por ejemplo se apiada del dolor de
Prometeo y lo libera del feroz castigo impuesto por Zeus, a pesar de que su osada
acción podría despertar la cólera del amo de lOlimpo. También Perseo libera a
Andrómeda de ser tragada por un monstruo marino.

Sus impulsos magnánimos no dan lugar a especulaciones, sólo a acciones
ejemplares de solidaridad. Es común, pues, que el héroe tenga en su historial una
larga lista d e "salvaciones", sea ya de amigos personales, muchachas acosadas
por presencias indeseables, y hasta poblaciones enteras asoladas por monstruos
sedientos de sangre.

Claro que nada podría hacer si no tuviera en su espíritu el fuego sagrado de la
valentía y la audacia. Desconocedor del temor, el héroe arremete contra todo y
contra todos.

Aquiles emprende contra el ejército troyano entero al igual que Héctor contra el de
los aqueos.

Heracles realiza los trabajos más increíbles a pesar de los riesgos que implican.

Odiseo enfrenta a Circe para salvar a sus compañeros y Perseo va en busca de la
Medusa, con tanta resolución como Jasón, que hace lo propio con el vellocino de
oro, y Belerofonte, con la Quimera.

Un bien preciado: la astucia

Pro si el héroe es fuerte y valiente, posee además una de las virtudes esenciales
para ocupar el lugar de privilegio que ostenta: la astucia. Tampoco en esto ningún
mortal lo iguala.

Por supuesto no todos los héroes poseyeron este don. Aquiles, por caso bien
podría pasar por un bruto valiente y temerario, y difícilmente se podría hallar en él
una cuota de fina inteligencia, lugar ocupado por el resentimiento y el rencor. La
misma Ilíada comienza con la célebre invocación:

"Canta, oh Musa, la cólera de Aquiles..."

Pero Aquiles no necesitaba demasiado la inteligencia, ya que era invulnerable,
salvo, claro, en su talón. Pero el resto del universo heroico se apoyó
sobradamente en la invención, la treta, la iniciativa y la inmigración para las mil
argucias.

Teseo, por ejemplo, astucia mediante, se libró rápidamente de varios bandidos
merced a su ingenio para engañarlos. De esta manera venció sucesivamente a
Perifetes, Sinis, Sciron y Procustres, temerarios bandidos que ya habían
asesinado a decenas de hombres. Teseo los engañó con parlamentos confusos,
anticipándose a sus ataques.

Pero sin duda, la versión más acabada del héroe astuto es Odiseo. Suya fue la
idea de comprometer a todos los pretendientes de Helena en una futura guerra.
Suya también fue la artimaña para reclutar a Aquiles en la invasión de Troya,
cuando el guerrero intentaba escapar del compromiso refugiándose vestido de
mujer en la corte de un rey amigo. La genialidad del caballo de Troya para ingresar
a la ciudadela enemiga nació de su mente, al igual que el regreso a Ítaca
disfrazado de mendigo. No en balde se decía de él "el rico en ardides".

El capricho del héroe

El héroe no es sola,ente un extenso catálogo de virtudes. También es es capaz de
mostrar los más bajos instintos. Y en esto también se identifica con lo divino
griego. El héroe es incontrolable, rabioso, fanfarrón y charlatán, impune e
inescrupuloso.

De alguna manera, su personalidad es tan completa como inestable, siempre
cruzada de sentimientos que chocan entre sí. Todo en él es desmedido. La vida
del héroe está tan plagada de situaciones controversiales como de ejemplares.

El amigo fiel y solidario, pues, es capaz de la más temeraria crueldad, como
cuando Aquiles se enseña con el cadáver de Héctor hasta despertar el malestar
de los dioses. El mismísimo Heracles, el que otrora salvara a Prometeo, asesina a
su esposa y a sus hijos en un acceso de locura, y Odiseo no deja un pretendiente
de Penélope con vida. La vida y la muerte transitan en su mundo con una ligereza
tal que en no pocas oportunidades se confunden.

Las bravuconadas de los héroes los comprometen a situaciones que, ciertamente,
no deseaban, aunque una vez planteadas, no rehúsen enfrentarlas con decisión.
Perseo brinda el mejor de los ejemplos. Es él quien, sin medir las consecuencias,
decide obsequiar al rey un regalo de excepción y mientras todos proponen una
montura digna de un monarca, Perseo se envalentona con llevarle la cabeza
misma de la Gorgona. ¿Por qué lo hace?

Tal vez primó en él la necesidad de destacarse del resto, sobresalir del común de
los mortales, aún los más valerosos, y presentar su cualidad de único y especial.
Es probable. Lo diferente, ya se sabe, hace al héroe.

Lo cierto es que sin mediar ninguna reflexión, Perseo privilegió su deseo de brillar.
Casi un capricho adolescente. Recién después de comprometerse el héroe habría
de ver de qué manera cumpliría su bravuconada. Por supuesto, la concluyó con
éxito. Después de todo, era un auténtico héroe, y los héroes complacen siempre
su propio deseo.

Gloria y honor

Una característica fundante del héroe es su necesidad de alcanzar la gloria, ser el
mayor exponente mortal del esplendor divino. El deleite de la perfección, pues,
está en el corazón mismo de la psique heroica.

Numerosas culturas antiguas tenían una especial admiración por la vida ejemplar,
distinta y única. El sentido de una vida valedera lo daba la excepción, lo
destacado, tal vez el valor que más lo acercaba a los dioses.

La vida del héroe no tiene sentido sin este relativo parentesco con la divinidad. El
héroe no busca la felicidad efímera vida terrenal buscarle. Busca la gloria eterna,
aunque su pasaje por la Tierra deba ser breve.

Aquiles se enfrentó con esta decisión muy tempranamente, cuando siendo muy
joven se vio en la encrucijada de participar en la guerra de Troya.

Su madre entonces lo alertó: debía decidir entre una vida mortal larga u distendida
o una breve y gloriosa. La primera era apacible y gozosa; la segunda llena de
fragor. Aquella discurría en la más absoluta indiferencia humana; ésta en el centro
mismo de las miradas.

Finalmente Aquiles no dudó, y eligió la gloria y la muerte temprana, asegurándose
así un lugar en el panteón universal de los únicos.

Teseo fue otro fiel representante de la búsqueda de la gloria como fin supremo.
Cuando partió para recuperar el trono que les correspondía, recibió numerosos
consejos que le indicaban que debía tomar una ruta marítima, desprovista de
peligros. Sin embargo él deseaba emular la fama de Heracles y se decidió a
transitar por tierra, donde innumerables bandidos y monstruos lo acecharían.
Efectivamente, debió lidiar con amenazas y riesgos extremos que, una vez
resueltos, lo catapultaron como el mayor héroe de todo el Ática.

Otros héroes empeñaron la búsqueda de la gloria en el respeto de la palabra
empeñada y en la honorabilidad del deber satisfecho.

Heracles cumplió puntualmente con los 12 trabajos que le encomendó el pérfido
Euristeo, al igual que Jasón con las exigencias que le impuso Pelias, origen de las
aventuras de los Argonautas.

Algunas de las más fantásticas heroínas también transitaron este sendero.
Ifigenia, sacrificándose por su pueblo es, sin duda, un ejemplo de excepción.
Engañada por su inescrupuloso padre Agamenón, defraudada en su ansiado
casamiento con Aquiles y puesta al sacrificio por guerra sangrienta, ella lo acepta
todo para la felicidad y la salvación de los aqueos. Su inmolación es por el bien del
conjunto y es admirada por el pueblo, los nobles, y sobre todo por los dioses,
quienes la rescatarán de su infortunio.

La gloria y el honor, tanto como la vanagloria y la porfia, pues, guiaron los pasos
de las figuras heroicas y dieron sentido a sus vidas. Esas vidas cada día más
perdurables.

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