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Sharhim
Un Ser de quinta dimensión
Mi experiencia personal
MI EXPERIENCIA PERSONAL
Escrito por Jesús Jofre Milá y acabado en Julio de 2003.
En la voz de Ficher como narrador de la historia y en la de Jesús
en la narración de las experiencias personales.
En 1970, tras vivir una experiencia de Contacto Ovni, la que motiva este
libro, inició su proceso de búsqueda personal e investigación. Se adentró
entonces en diversas escuelas filosóficas y esotéricas, estudiando diversas
religiones. Un periplo en busca de formación acerca de la auténtica Realidad
del Ser Humano. Sus preguntas vitales, le condujeron a lo largo de su vida
por nuevas experiencias de contacto OVNI. Y se convirtió en un investigador
de todo el fenómeno Ufológico.
Su pasión por la sanación y la medicina le llevaron a formarse en otros
campos, como la Naturopatía, titulándose como fitoterapeuta en el Instituto
Naturista Europeo (INE). También como spynólogo con el profesor Miguel
Angel Chamorro, del Spynology Center Institut.
Curación Bioenergética y Cristales, le llevaron al California Hypnosis
Institute con el dr. Sunny Satin, a través de la Alianza Española de Hipnosis y
P.N.L.
Obtuvo la Maestría de Reiki con el maestro Víctor Fernández Casanova,
en el Instituto Shern-Ren, y consolidó su título de Shihan en Komyo Reiki
Shinpiden con el Rev. Hyakuten Inamoto, quien le transmitió el 5.º Nivel en la
dinastía Reiki de Usui Mikao Sensei.
Es creador del Método SHAMRA de Meditación y Armonización Energética
Integral del Ser Humano, que hoy en día difunde a través de charlas e
impartiendo diversos cursillos .
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Marcos Carrasco
Madrid 1959.
Introducción
Jesús Jofre
2º P R Ó L O G O 2014
Marcos Carrasco
JESÚS JOFRE
Contacto con
Sharhim
Un Ser de quinta dimensión
Mi experiencia personal
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Anexo
Algún día de primeros de junio de 1971 … Base militar de radar EAC,
n.º 4 «El Pani» (Actualmente a las bases de radar se les denomina EVA, pero
en la época de los hechos se denominaban Escuadrón de Alerta y Control,
EAC, y el de Rosas era el n.º 4).
Surrio ... 5:30 a.m. Algún día de mediados de agosto de 1979 (Jesús)
el
momento. Había rellenado cincuenta y una hojas con rayas antes
de que escribiese algo coherente, y para ese corto mensaje llené
siete hojas más. Eran aproximadamente las 11:30 h. de la noche
cuando empecé a psicografiar, y en ese momento eran la 1:30 h.
de la madrugada. Lo anoté cuidadosamente en la primera de las
hojas que fui numerando, una a una, hasta llegar a la cincuenta y
ocho. Hacer aquello me calmó un poco.
Esta es una muestra de dos hojas escaneadas de la segunda
psicografía que Jesús realizó el día 12 de diciembre de 1980, en su casa del
Pirineo de Lérida. Hemos copiado aquí solo la primera hoja y la última, en las
que se concierta un avistamiento a las 9 h. de la noche en «lo sorre» un lugar
de la zona conocido por nuestros protagonistas. Este comunicado está
identificado en su comienzo como Comon y firmado por Comon-tri.
[Nota: Debe comprender el lector, que ante unas experiencias tan increíbles como
las que aquí estamos narrando, el primer gran problema que se plantea para quien lo
vive, son las continuas dudas acerca de si lo experimentado es real o solamente fruto de
la imaginación o de la obsesión de los protagonistas. Por eso la importancia de tener una
confirmación como la que ocurrió en esa ocasión, supuso un descanso para el espíritu y
la mente de los implicados.]
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estado. Buen precio. Ref. Pico-Rojo. Contacto: Tfno. xxxxxxxxx.
glarlo.
—Pero, ¿qué me has hecho, Jesús?, al principio tus manos
quemaban.
—Bueno, solo son viejos trucos que me enseñó un
curandero de los Pirineos. Santi se calló, pero quedó muy poco
convencido de la explicación que su compañero le había dado.
Mientras, Jesús fue el primer sorprendido, no tanto por la eficacia
del tratamiento que había aplicado, sino por la absoluta seguridad
con la que había sabido lo que tenía que hacer.
¿Tendría razón Kiné cuando le dijo que siempre había sido
médico…, que era un gran médico?
Acabada la investigación en Livitaca, decidieron regresar a
Lima para reequiparse y planificar los siguientes pasos de su
viaje. Fue en ese punto en que decidió dejar el grupo y regresar a
su casa.
Acordaron que una vez en Barcelona, Jesús y Manuel, que
también volvería pronto, montarían un audiovisual con las
fotografías del viaje, y buscarían la manera de rentabilizarlo. Así,
sin más dilación partió para España, donde debería tomar una de
las decisiones más importantes de su vida, contestando a la
propuesta que le hizo Kiné al final de su entrevista en el hostal
Alhambra-3.
Ya de regreso en su casa, María notó el tremendo cambio
que su marido había experimentado a raíz de sus experiencias
con la Maestra, cambio que se reflejaba a todos los niveles. Tal
como ella había notado, Jesús había crecido. Cuando tomaron
medidas comprobaron, asombrados, que era casi seis
centímetros más alto. Supusieron que era debido a la energía
que recibió el día de su reunión con ella. Acabaron aceptándolo
así, a falta de una explicación mejor.
Seguía manteniendo el estado de súper percepciones, y
continuamente era protagonista de fenómenos «extraños» que ya
se tomaban a broma. Muchas veces avisaba para que cogieran el
teléfono antes de que sonara el timbre y, en ocasiones, le venía
la imagen de la persona que estaba llamando. Lo mismo ocurría
cuando iban por la calle y, antes de llegar a la esquina, anunciaba
a quien encontrarían al doblarla o cuando respondía una pregunta
de María, antes de que esta se la formulase.
Al principio eran un cúmulo de pequeños fenómenos de
premonición y telepatía, pero resultaba más espectacular cuando
percibía enfermedades en cualquier persona y, espontáneamente,
le decía lo que le pasaba y sabía cómo aliviar el dolor con las
manos.
Así ocurrió en el vuelo de regreso a España desde Perú. Al
poco de despegar, y cuando el avión alcanzaba la altura habitual
en un viaje trasatlántico, unos 10.000 metros, un bebé que viajaba
con su madre, la abuela y un hermanito de unos cinco años,
comenzó a llorar. A cada momento el llanto de la criatura
aumentaba, y por más que hicieran su madre y abuela no
conseguían calmarla. La situación se fue complicando, y las
azafatas empezaron a atender a la madre y al niño, que seguía
llorando desesperadamente. Desde su asiento, un poco más
cerca de donde estaba aquel pequeño, Jesús percibía
claramente que aquella criatura estaba en graves apuros.
Reprimió su instinto de acercarse, pensando que no era cosa
suya y que ya habría alguien que sabría que había que hacer. Por
los altavoces preguntaron si viajaba algún médico en el avión. Se
presentó un señor bastante joven, que dijo ser médico.
Jesús respiró aliviado, pensando que pronto encontrarían
solución al problema que podía estar sufriendo el bebé. Sin
embargo no fue así, la criaturita continuaba llorando hasta que de
pronto, comenzó a alternar sus lloros con sollozos y respiraciones
entrecortadas. En ese momento supo sin ninguna duda que el
niño se estaba ahogando. Que el problema era debido a la
presión del interior del avión que, aunque estuviese compensada,
no era lo suficiente para él, y podría resultar fatal. Sin seguir
conteniendo su impulso, se levantó de su asiento, se dirigió al
grupo y con una firmeza y una seguridad pasmosa apartó a todos
hasta llegar pequeño. La criatura, que tenía las facciones
contraídas y la tez morada, estaba en brazos de su desesperada
madre, que percibía claramente el peligro en que se encontraba
su hijito. Con decisión, Jesús apartó al joven médico, tomándole
con fuerza de los hombros, mientras que protestaba, aunque
quedó parado cuando vio su seguridad y firmeza, al mismo tiempo
que la amabilidad en su rostro cuando le dijo:
—Por favor, doctor, ¡déjeme vd. al niño!
La madre le miró, y sin mediar palabra le entregó a la
criatura. La tomó en su brazo izquierdo, mientras le ponía su
mano derecha sobre la frente, en el nivel del chakra mental, y la
mantuvo allí durante unos segundos, mientras de forma
espontánea y sin pensar en ello, comenzó a murmurar un sonido
gutural, ronco y profundo, casi imperceptible pero cuya tremenda
vibración llegaba al niño que tenía en sus brazos. A continuación
comenzó a hacer pases con su mano derecha, desde la cabeza
hasta los pies del niño. El bebé dejó de sollozar, y fueron
remitiendo los espasmos que convulsionaban todo su cuerpo.
La tensión se percibía en todos los que estaban
contemplando la escena. La madre, con su mirada, le alentaba a
seguir haciendo lo que hacía, dándose cuenta que su bebé
respondía positivamente. Jesús siguió con su mantra, y con los
pases de su mano derecha hasta que esta se detuvo sobre la
barriguita y pecho del bebé. No habían pasado ni diez segundos,
cuando este soltó un gran eructo. Volvió a poner su mano derecha
en la frente del niño y manteniendo aún su «canto», continuó con
los pases desde la cabeza hasta los pies durante unos segundos
más, hasta que estuvo totalmente sosegado, y respirando
correctamente.
Cuando devolvió el niño a su madre, todos a su alrededor
estaban callados. Tanto era así que nadie se movió cuando, sin
decir palabra, volvió a su asiento. Se sentó y cerró los ojos
dándose cuenta que había actuado aplicando una fuerza interior
que aún percibía y que deseaba retener dentro de sí. Cuando una
de las azafatas llegó hasta él, y lo encontró con los ojos cerrados
y sentado en posición de loto en su asiento, rogó a todos los que
se acercaban que no le molestasen, y pidió que todo el mundo
volviese a sus asientos.
Más tarde, la madre se acercó hasta él, dándole las gracias
y entregándole una medallita de la Virgen de Guadalupe le dijo:
—Mire señor, no sé lo que ha hecho con mi bebito, pero le
doy las gracias porque sé que hoy ha salvado usted la vida de
mi hijito. Sé que no le puedo pagar con nada lo ha hecho por
nosotros, pero le ruego que acepte mi medallita de la Virgensita,
que estoy segura que le ha enviado a Vd. para socorrernos, tal
como yo le estaba pidiendo.
—Señora, ya sabe que no debe agradecerme nada a mí,
sino a su Virgensita, yo ya me siento suficientemente
compensado al ver a su bebé respirando tranquilo.
—Por favor señor, dígame, no más, su nombre, para que yo
pueda recordarlo
toda mi vida y contárselo a mi bebito cuando sea mayor.
—Me llamo Jesús.
—¿Jesús? —dijo la mujer entre sollozos— ¡Jesús¡ Gracias
Virgensita mía, mandaste a tu hijo para salvar al mío —la mujer
rompió a llorar apretándole fuertemente las manos, en las que
había depositado la medallita.
Cuando lo recordaba, todavía se estremecía preguntándose
como se había atrevido a hacer todo aquello con tal seguridad.
En cualquier caso, poco a poco se iba acostumbrando a
semejantes cosas puesto que ya se estaban convirtiendo en
habituales.
Un día que estaban en Barcelona, donde se habían
desplazado a visitar a la familia tras su largo viaje, fueron a cenar
con un amigo. En la mesa de al lado, un joven con su pareja y dos
amigos estaban también cenando. De pronto quedó asombrado
pues podía ver su aura, distinguiendo perfectamente un cúmulo
de colores. Cuando volvió los ojos a su mesa vio, también con
asombro, que asimismo podía percibir las de su mujer y su
amigo. Volvió su atención sobre el joven de la mesa vecina, y vio
de nuevo su cuerpo astral y, observando sus colores, supo
inmediatamente lo que le pasaba. Explicó a su amigo y a María lo
que estaba viendo, dudando respecto a qué hacer, pero sin
pensárselo más se dirigió al joven que estaba hablando muy
excitado con sus amigos.
—Hola. Perdona por mi intromisión y si te extraña mi
pregunta, ¿tú sabes que hoy has estado a punto de morir?
Aunque ahora estás a salvo, es importante que te explique que
todavía debes arreglar algo para estar bien, pues si no lo
resuelves podrías tener problemas.
El joven y sus amigos quedaron pasmados y se hizo un
silencio algo tenso hasta que el joven dijo:
—Si señor, tiene razón, hoy he tenido un accidente pero,
¿cómo puede usted
saberlo?
—Mira, eso no importa ahora pero, dime, ¿no te encuentras
muy excitado y nervioso?
—Si, claro, pero eso es lo natural después de lo que me ha
pasado.
—Mira, no sé lo que te ha pasado, pero tienes un tremendo
exceso de energía eléctrica en tu cuerpo que debes liberar
inmediatamente, que mantiene tu sistema nervioso con una gran
sobreexcitación y está alterando la capacidad energética de tu
corazón.
El joven calló de nuevo, y fue la chica que le acompañaba
quien habló.
—Sabe usted señor, es que Juan es antenista y hoy,
colocando el mástil de una antena ha tocado unos cables y ha
sufrido una descarga eléctrica que lo ha mandado al suelo, y ha
tenido mucha suerte pues solo ha salido con una quemadura en
la mano.
El joven, que efectivamente llevaba una mano vendada, se
dirigió a Jesús.
—Mire, no sé cómo sabe usted todo esto pero, si que es
verdad que aún noto
algunos calambres por todo el cuerpo y estoy muy nervioso.
—No te preocupes, solo tienes retenida en tu cuerpo parte
de la energía eléctrica que has recibido. Vete a la playa ahora
mismo, descálzate y corre por la arena moján- dote los pies y
así descargarás ese exceso de energía que aún te queda.
—¡Oiga, pues sí! Algo me dice que debo hacerle caso, nos
vamos ahora mismo a la playa, pero dígame, quién es usted…,
cómo se llama. Déjeme su teléfono aunque solo sea para
llamarle y explicarle cómo ha ido todo.
—Me llamo Jesús y esta es mi esposa María y mi amigo
Alfredo, pero yo no vivo aquí y no hace falta que me des las
gracias. No te preocupes, estarás muy bien después de que
pasees por la playa. Solo piensa que hoy has vuelto a nacer y
quizás sea cuestión de que te plantees qué quieres hacer con tu
nueva vida. Adiós y que tengáis mucha suerte.
Cuando los jóvenes se marcharon, explicó lo que había visto
o intuido, de no sabía muy bien de qué manera.
—Cuando este chico ha recibido la descarga eléctrica, sus
cuerpos energéticos, el etérico y el astral, han salido despedidos
de su cuerpo físico. Cuando eso ocurre se puede producir la
muerte, porque se rompe la conexión con el cuerpo físico. Pero
en este caso, por alguna razón, creo que por la protección de
sus ángeles o guías, el cuerpo astral ha regresado al momento
a su sitio en el cuerpo físico, pero un resto de energía eléctrica
ha quedado «atrapada» por el tremendo cierre que su cuerpo
astral ha efectuado a fin de proteger la vida del chico. El hecho
de que solo estuviese cogiendo el mástil metálico de la antena
con una mano, ha permitido que saliese rebotado en lugar de
quedar pegado al mismo. Ahora, solamente es cuestión de que
a través del agua del mar, descargue esa energía y su
estabilidad quedará restablecida. He visto en su aura que tenía
el corazón con un exceso de carga energética y que podía
producirle un infarto.
—Corre ven, corre. ¡Mira es una nave! ¡Tenía que salir para
poder ver esta
nave¡
1 de diciembre de 1989
7 de diciembre de 1989
Había salido muy tarde de Barcelona, y viajaba con una
amiga. Era Eu- genia, una mujer muy intuitiva con claras
facultades de videncia, muy interesada y activa en los temas
esotéricos junto a su esposo Jaime, que era un extraordinario
astrólogo, resultaban un matrimonio muy especial.
Como nuestros amigos, habían intentado aposentarse en
Albás y después de varios años de vivir allí, también las
circunstancias los habían obligado a dejar el pueblo y regresar a
Barcelona. Con el tiempo, las dos familias habían forjado una
buena amistad y eran gente muy apreciada por María y Jesús.
Así pues, en buena compañía, el viaje al Pirineo, bastante largo
en aquel entonces dadas las precarias condiciones de la
carretera, se hizo más corto y distraído.
Llegaron al pueblo pasadas las doce de la noche, esto es, ya
era el día 8 de diciembre. Aunque existía entre ellos mucha
confianza y Eugenia conocía totalmente las circunstancias de su
vida, él no le comentó el motivo real de su viaje al pueblo que,
oficialmente, era para controlar la casa y ver si todo estaba en
orden. Aun así, al despedirse para ir cada uno a su vivienda,
Eugenia le dijo:
—Jesús, no sé si realmente vienes a Albás por algo
especial, aunque no me lo hayas dicho, pero creo que debes
estar atento esta noche pues intuyo que puede ocurrir algo
importante para ti.
—¿Qué te hace pensar eso?…. ¿Por qué me lo dices
Eugenia?
—Mira Jesús, desde que hemos llegado a la zona del
Pirineo, me vienen a la mente imágenes de algo que va a ocurrir
esta noche y que tiene relación contigo.
—Bueno…, y ¿qué has visto, dime?
—Sabes, pienso que es mejor que no te explique nada, no
quisiera influir ni
condicionarte.
—No Eugenia no…Mira, esto no vale. No puedes lanzar la
piedra y esconder la mano. No te dejo ir sin que me expliques
que has visto.
—Bueno está bien, tienes razón Jesús, no tenía que haberte
dicho nada. Solo te diré que he visto una fuerte luz y a ti que
ibas hacia ella. Pero créeme es mejor que no te diga más.
—¡Vale, vale!, de acuerdo —dijo Jesús, que ya tenía más
que suficiente con lo que Eugenia le había dicho y que confirmaba
lo que él esperaba de esa noche.
—Vayámonos a dormir. Que descanses, Eugenia.
—Buenas noches Jesús.
La casa estaba fría y desangelada, falta de calor humano. A
pesar del frío que hacía allí dentro, se abstuvo de encender la
estufa de leña, y se limitó a poner los radiadores eléctricos en el
cuarto de los niños, donde pensaba dormir. Eran casi las dos
cuando, después de haber comido algo, y repasado la casa, se
puso a arreglar la cama donde pensaba descansar hasta las
cinco. Puso la alarma en su reloj de pulsera para asegurarse
despertar medía hora antes de la prevista para el contacto. Se
tendió en la cama intentando dormir, pero la ansiedad no le
permitía conciliar el sueño, de manera que bajó a la cocina a
calentarse unas hierbas y reconfortarse del frío reinante. Con la
taza en la mano subió de nuevo a la habitación de los niños,
comprobó que tenía papel y bolígrafo en la mesita de noche, y se
tendió en la cama, guardando en su mano el dodecaedro de
cristal. Pronto, aunque dando vueltas preocupado por si no se
despertaba a tiempo, se quedó dormido como un tronco.
Le despertó un sonido de campanas —¡tlinc, tlanc, cataclinc,
cataclán!—, se incorporó en la cama, y prestó atención. Miró al
reloj, eran las cuatro y cincuenta y cinco minutos. ¡Caramba!, su
reloj no había sonado o él no se había despertado. Pero, ¿qué
eran esas campanas? No podía ser, a esta hora de la noche, no
podían estar tocando las campanas de la iglesia. Se levantó, y
al pasar por el lado del baño de los chicos, oyó que el ruido de
campanas procedía de allí adentro. Entró en el baño y lo
comprendió enseguida. Era el termo eléctrico. Al no estar viviendo
en la casa, se vaciaban siempre las tuberías del agua como
precaución para evitar roturas y escapes en caso de congelación,
por lo que el termo estaba vacío de agua y con la llave de paso
cerrada. Fue por eso que, aunque al llegar había abierto la llave
general del agua, el termo no se había llenado, y al cabo de unas
horas las resistencias eléctricas, al dilatarse por el calor, sonaban
como campanas. Apagó el termo, que aún continuó sonando.
Preocupado por la hora que era y, maravillado por aquella
circunstancia de aquel campanilleo que, afortunadamente, le
había despertado, bajó corriendo a la planta baja. Allí, múltiples
rayos de luz se colaban por las rendijas y el quicio de la puerta
que, desde la cocina, salía al porche de la parte de atrás de la
casa.
4:55 a.m. del 8 de diciembre de 1989 … Albás, Pirineos … Casa de Jesús
(Jesús)
Toni Añó
De la primera edición
Primer prólogo, de Víctor
Shamirck Wodoïr-Víctor
De la primera edición
Segundo prólogo, de Juan José Godar
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