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El pensamiento mágico en la percepción del Vih/Sida y la búsqueda de su cura

MG. Graciela Enria Docente de la Facultad de Ciencias Médicas e Investigadora del Consejo de
Investigaciones de la Universidad Nacional de Rosario Facultad de Psicología. Dirección: Pasaje Schenone
4280, C.P. 2000, Rosario, Santa Fe, Argentina. TE: (0341) 438-5405. E-mail: genria@yahoo.com.ar
MG. Claudio Stafolani Docente e Investigador de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad
Nacional de Rosario y Docente de la Facultad de Humanidades, Artes y Ciencias Sociales de la Universidad
Autónoma de Entre Ríos. Dirección: Ernesto Palacio 9319, C.P. 2000, Rosario, Santa Fe, Argentina. TE:
(0341) 451-7613. E-mail: cstafol@hotmail.com

Introducción
En este trabajo se analizan las estrategias en la búsqueda de una cura que mitigue los males de las Personas
viviendo con VIH (PVVIH), conjuntamente con las percepciones que las definen. En el corto tiempo
transcurrido desde la emergencia del Vih/Sida, es posible identificar dos períodos cuyo hito divisor está
marcado por la introducción del AZT para el tratamiento del proceso de enfermedad que prolonga la vida.
Específicamente nos adentramos en la interpretación de las experiencias que los padecientes relatan, en las
que se reproducen rituales, tradicionales y ancestrales, identificados con el pensamiento mágico que se
actualizan y significan ante la nueva situación.
La metodología utilizada parte de un diseño descriptivo, sobre una estrategia cualitativa. La recolección de
la información se basó en las narraciones del las experiencias de PVVIH diagnosticadas en los primeros
años del surgimiento de la enfermedad en nuestro medio, que han sobrevivido y vivenciado ambos períodos

Desarrollo
Desde tiempos inmemoriales los seres humanos han intentado diferentes acciones para lograr el alivio de sus
males, en todos los registros existentes la explicación del malestar y sus orígenes antecedieron la
construcción de la forma de atacarlo. Los primeros muestran la consideración de la enfermedad como
producto de una causa externa, una maléfica influencia de un enemigo que ingresaba al organismo, en
consecuencia debía ser tratado por medios que desalojaran el maleficio del cuerpo del padeciente, así se
instituyeron hábitos, cánticos, rituales y se elaboraron diversas pociones que habilitaran la cura. La
emergencia del Vih/Sida hizo resurgir los rastros históricos de las explicaciones, considerando a los
afectados como una manzana podrida que expande por contacto su fermento, construyendo de esta manera el
relato de la nueva epidemia. Quienes se vieron afectados en los primeros momentos refieren por un lado, el
total desconocimiento de lo que les pasaba y por otro los efectos de acciones discriminatorias carentes de
una lógica
El desconocimiento de la enfermedad y la vaguedad de las explicaciones de los médicos que sentenciaban la
muerte inminente, acentuaron el desconcierto. Los primeros infectados que debieron enfrentar un largo
período en el que “no había nada” conocido como eficaz, registraban como única estrategia que: “sólo
restaba esperar [la muerte]”. Esto los lanzó en la búsqueda de soluciones que hicieran volver atrás los
procesos mórbidos, haciendo resurgir, entre los afectados, viejas tradiciones. En sus relatos revelan haber
ingerido sustancias con alta toxicidad como el kerosene en dosis crecientes según múltiplos de 3.
El Kerosene (del griego knpóg: aceite parafina) era utilizado para encender las lámparas que indican la Luz
en términos religiosos. Un brebaje, altamente toxico, que encierra diversos simbolismos, tal vez
relacionados con la sanación, la purificación, ingerido siguiendo el número 3 que según la Cabalá representa
el Espíritu Santo. “Esta luz de la naturaleza es, en la alquimia paracélsica, la quinta essentia que Dios
extrajo de los cuatro elementos y que yace en nuestro corazón […] Tal luz la enciende el Espíritu Santo y
ella consiste en una especie de captación intuitiva de las circunstancias, una forma de iluminación […] Su
fuente es duplex: mortal e inmortal, y esto es así porque el hombre, según Paracelso, "es también un ángel,
con todas sus propiedades", de ahí que pueda penetrar las cosas sobrenaturales (Jung,1935-1936: 42).
Otro relato trae a la escena la utilización de metales preciosos, en este caso como brebajes. El oro ha sido el
ingrediente por excelencia en numerosas pociones, utilizado siempre como signo extremo de pureza. Como
joya, protege doblemente: aleja las podredumbres externas impidiendo el desarrollo de podredumbres
internas. Como bálsamo es un protector, aquel que lo use estará siempre sano y salvo. (Vigarello, 1997: 24-
31). Jung dice al respecto: “cierto es que por una parte el alquimista admite que oculta su labor
deliberadamente para impedir que el oro no caiga en manos de hombres malévolos o tontos, lo cual
provocaría grandes desdichas […]no creo que se trate aquí de un misterio guardado personalmente por
alguien, que tenga un contenido conocido para la persona que lo posee, sino de un hecho o circunstancia que
es secreta, misteriosa, es decir sólo conocida por alusiones, pero desconocida en su esencia.” (Jung, 1935-
1936: 266, 268).
Un mensaje confuso sobre el modo de hacer la higiene de los espacios y los utencillos, es transformado ante
la desesperación en acto de limpieza y depuración interna del agente causal, echando mano a la lavandina
como agente, exponiéndolos a contingencias mayores.
Un nuevo periodo del fenómeno se abre a partir 1988 con la utilización del AZT y del congreso “One
World, One Hope” en Vancouver (1996), en el que se anuncia la utilización de los Hart. Comienzó,
entonces, una nueva experiencia que habilita a nuevas reflexiones: “Siempre hablamos desde la esperanza
de la cura, de que hay medicamentos”. Y llegan a preguntarse si “¿Puede haber una persona que tenga HIV
y que no tome medicamentos?” Sin embargo más allá de las promesas de bienestar, porque no hay cura, y a
pesar de los reclamos a los Estados por la provisión de los protocolos de medicamentos, los padecientes
reproducen las prácticas históricas; ahora con brebajes científicamente aprobados. Las estrategias de
introducción y aceptación de las nuevas herramientas terapéuticas desarrolladas se entrelazan con las
prácticas tradicionales, tanto desde el discurso médico como en la apropiación que hacen las PVVIH en la
búsqueda de explicaciones que se evidencian en los diálogos entre los afectados, en los que se destaca el alto
nivel de información técnica en su vocabulario, que adquiere en ellos un sentido simbólico nuevo, falto de
racionalidad científica. A la bruja ciencia se le reclama una solución vehiculizada por un medicamento, al
que se le otorga una eficacia simbólica mediada por el lenguaje científico, que aunque incomprensible se
propala de boca en boca como el ejercicio “…de la verificación popular, el consenso que brindan los
interesados, el que basa la legitimidad de los curanderos, no el carácter científico de su accionar que se
establece sobre la base de un consenso de otro orden” (Le Breton, 1990: 175) Es llamativo el manejo de la
información científica de los padecientes que esconde la falta de certeza sobre los resultados finales, lo que
la acerca, en su lógica, a la función de las explicaciones y estrategias tradicionales. Es más importante contar
con un satisfactor incierto antes que la nada. A la legitimación científica se le suma la experiencia de un
aparato inmunológico reconstituido por una droga impuesta en Francia, la patria del retrovirus, que habilita a
nuevas esperanzas. Drogas, combinaciones, acciones, efectos colaterales, protocolos nuevos, son parte de las
conversaciones otorgando eficacia simbólica a las pastillas de diferentes colores que son ingeridas en
diversos horarios. Para aceptarlo se preparan a través de estrategias individuales y colectivas asignándole a
cada toma de medicamentos valores particulares propios de las historias personales.
Con el Vih/Sida se establece una nueva relación entre saber científico y saber tradicional o popular, que es
una innovación respecto de otras enfermedades. Históricamente, el primero se diferenció del segundo a
partir de una lógica radicalmente diferente, que habitualmente llamamos racional. En las estrategias
terapéuticas de las enfermedades se sigue una u otra, o las dos al mismo tiempo pero diferenciadas
claramente, la una dirigida por el médico que es quien dice lo que debe hacer el padeciente, en la otra el
shaman es quien enfrenta el mal. En este caso el saber científico, la significación del padeciente, se monta
sobre la lógica del saber tradicional actuando conjuntamente. Ahora los ritos, las pócimas, las medidas,
tienen el nombre de tratamiento, droga y dosis, pero basando su eficacia sobre el respeto de la liturgia
reproducida de boca en boca, más que sobre la esperanza de los efectos del fármaco.
Es aquí donde toma nuevamente valor la pregunta que se hace Levi Strauss (1969:154) “¿El shaman se
transforma en un gran shaman porque ha curado muchas enfermedades, o cura las enfermedades porque es
un gran shaman?”. En el caso del Vih/Sida, si bien hay algunos resultados parciales alentadores a partir de la
prolongación de los años de vida, la cura es todavía algo incierto; pero para cubrir ese bache de la ciencia,
los padecientes han transformado a ésta en un gran shaman, que logra efectos por el cumplimiento del ritual
científico más que por los tratamientos científicamente indicados que se encuentran en permanente
experimentación
A la tradicional diferenciación entre estratega (médico o shaman) y estrategia (ciencia o magia) con el
Vih/Sida se integran el estratega de uno con la estrategia de la otra, la ciencia se presenta como un nuevo
shaman. Estas imágenes, esculpidas en materiales prescriptos que les otorgan eficacia, representan los
nuevos espíritus protectores.
En la emergencia del Hiv/Sida, a diferencia del resto de las enfermedades, la esperanza para alcanzar la
eficacia de la cura es puesta en las manos de la Ciencia como hecho abstracto, dejando de ser considerada la
figura del estratega (el médico/shaman) como un elemento necesario para el éxito de la estrategia. El
médico, propala en voz alta que el Sida no tiene cura, restándole así toda posibilidad a su propia
intervención, solo promete una vida más prolongada con mejor calidad. El padeciente, ante la necesidad de
asirse a algo, transfiere su esperanza a una representación moderna de la ciencia, que sólo necesita de más
tiempo para tener éxito. Por esta razón los padecientes se aferran a lo poco que tienen, no importa su
toxicidad, porque lo que desean es ganar tiempo, el tiempo que necesita la Ciencia para lograr la cura del
Sida.

Bibliografía
Jung, Carl G. (1935-1936): Psicología y Alquimia. Santiago Rueda Editor Buenos Aires 1957
Le Breton, David. 1990 Antropología del cuerpo y modernidad nueva visión SAIC 1995 Buenos Aires
Levi-Strauss, Claude:(1969) Eficacia Simbólica Antropología Estructural Eudeba Capítulo X pp168-185,
Bs. As.
Vigarello, Georges (1997): "Lo sano y lo malsano. Historia de las prácticas de la salud desde la Edad Media
hasta nuestros días" ABADA Editores. Madrid. 2006

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