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INFIERNO

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TEXTOS SOBRE BOLIVIA

CONSPIRACIONES, REVOLUCIONES, GOLPES DE ESTADO, MASACRES,


SEPARATISMO, LA OPERACIÓN CÓNDOR Y SERVICIOS DE INTELIGENCIA

REVOLUCIÓN DE 9 DE ABRIL DE 1952, EL MOVIMIENTO NACIONALISTA


REVOLUCIONARIO, CRÍTICAS Y EVALUACIÓN FINAL

FICHA DEL TEXTO

Número de identificación del texto en clasificación Bolivia: 4758


Número del texto en clasificación por autores: 9358
Título del libro: Infierno en Bolivia
Autor (es): Hernán Barriga Antelo
Derechos de autor: Dominio público
Año: 1964
Ciudad y País: La Paz – Bolivia
Número total de páginas: 420
Fuente: Digitalizado por la Fundación
Temática: Críticas
HERNAN LANDIVAR FLO RES

Hernán Landívar Flores, nació el 6 de


septiembre de 1920, en Santa Ana de Ve-
lasco, Provincia de Santa Cruz de la Sierra.
I lizo sus estudios en el Seminario de la ca­
pital oriental.

Su obra “ Infierno en Bolivia” es una his-


toriu espeluznante del drama del país en
una era vergonzosa y trágica para la nación.
El lector verá en estas sencillas narraciones,
la rebeldía de toda uná juventud ante la
barbarie organizada.

Las revelaciones que hace Landívar en


“ Infierno en Bolivia”, merecen la medita­
ción de todos los hombres que respetan los
Derechos Humanos. Fue de los primeros y
de los últimos, que alternó los campos de
concentración, el Control Político y el exi­
lio en defensa de la dignidad humana. Fue
torturado muchas veces y es testigo presen­
cial de las brutalidades cometidas por los
gobernantes conculcadores contra jóvenes de
15 y viejos de 15 años.

Con forme el lector vaya devorando las


páginas de este libro, adquirirá la sensa­
ción que los odiadores y vesánicos hubie­
ran triunfado con su prédica maléfica sobre
todo lo bueno y digno.

"Infierno en Bolivia”, es un testimonio ve­


rídico que condena a los que hicieron de Boli­
via su patrimonio particular. La historia da­
rá su veredicto final.
\K A ^V C *^ ^ C^tAjU^

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Infierno en Botîvîd----------
Hernán Landívar Flores

INFIERNO EN BOLIVIA

La Paz - Bolivia
1964
Amigo lector:

Sangre, dolor y lágrimas, ofreció a su pueblo el gran


estadista inglés Winston Churchill para salvar a su patria
de la destrucción con que la amenazaba Adolfo Hitler.
Víctor Paz Estenssoro y Hernán Siles Zuazo dieron al
pueblo boliviano igual dosis de lágrimas, sudor y sangre, pe­
ro no para defenderlo o engrandecerlo, sino para destruirlo
con un sistema político similar al de Rusia y China, hipo­
tecándonos hasta Dios sabe cuando.
Los que lean este libro no encontrarán una obra lite­
raria. No soy escritor y no puedo aspirar a dar a mi relato
formas retóricas. Me limito a narrar lo que sufrí en carne
propia y lo que vi padecer a miles de ciudadanos por el de­
lito de amar a su patria.
"Infierno en Bolivia” es un documento acusatorio y
verídico. Debió haber visto la luz pública cuando el tirano
era poderoso. La falta de medios económicos y la insensi­
bilidad de muchos hombres adinerados que vivían en él ex­
tranjero a quienes acudí en pos de ayuda, no me permitie­
ron cumplir mi deber en ese tiempo. Sordos se mostraron
ante las angustias de la patria.
La vesanía de los gobernantes está escrita con sangre,
sudor y lágrimas. Y con ese mismo sudor, esa misma san-
yre y esas mismas lágrimas está escrito el terror de los go­
bernados: maestros, universitarios, estudiantes, niños. . .
Paz Estenssoro, Siles Zuazo y sus seguidores fueron
crueles, ttada los contuvo. Por eso jamás podrán ser per­
donados. Así pasarán a la historia. Como torturadores
de un pueblo indefenso y como conculcadores de todos los
derechos.
No exigir justicia sería cubrir con el velo de la impuni­
dad sus atrocidades.

La Paz, diciembre de 1964.

H. L. P.
Queridos hijos:

I,cs debo a ustedes una respuesta a las muchas pre-


gutitus, un.is sencillas y otras difíciles de contestar— , que
me han hecho durante estos dolorosos años. Son ustedes
muy pequeños todavía para comprender en toda su magni­
tud mi tragedia y la de miles de hombres, mujeres y niños,
nacidos en la que debió ser la patria más feliz, pero
a medida que vayan avanzando en edad comprenderán me­
jor, sobre todo cuando ustedes tengan hijos y sufran las
inquietudes que causa el patriotismo al ciudadano que an­
hela para los suyos la libertad, el mantenimiento de tradi­
ciones y principios y todo el conjunto de tesoros espiri­
tuales del hombre. Para entonces les pido asimilar mis tre­
mendas experiencias y continuar si fuera necesario, la lucha
por mí emprendida. Como única herencia tal vez sólo pue­
da dejarles la historia de mi vida, consagrada a la defensa
de la libertad, de la patria y de sus instituciones. Por esta
razón tendré que narrarles en estas páginas mis sufrimien­
tos, no para arrancarles lágrimas sino para templarles el es­
píritu. Quien tiene el alma limpia y es capaz de percibir
al mismo tiempo la maldad de los tiranos y la nobleza de
la lucha, está doblemente acorazado para mantener y defen­
der sus derechos.

— 7—
Lo que escribo en palabras sencillas es la pura verdad.
Olguita y María Cristina se acuerdan, estoy seguro, de las
muchas noches de terror vividas por nuestra familia. Requi­
sas violentas de la casa a altas horas de la noche; hordas
de milicianos alcoholizados y de sicarios comunistas entran­
do a robar, a insultar, a pegar, mientras con el caño de sus
armas sobre infantiles pechos, procuraban arrancar confesio­
nes sobre mi paradero. Todo eso que vivimos entonces, y
con nosotros la mayoría de los hogares bolivianos que no
aceptaba el nuevo estado comunista, es lo que intentaré con­
tar al desnudo, sin pasión y sin odio, con el único deseo
de que esta trágica etapa de la vida boliviana sea bien co­
nocida. El mejor estímulo para la impunidad de los delitos
es el silencio.
Mi libro saldrá a luz cuando la tiranía esté imperante
todavía en Bolivia para que se pueda comprobar la exactitud
de lo que afirmo.
— Adorados hijos: ustedes han sufrido mucho con mis
encarcelamientos. Vuestra madre también ha padecido lo
indecible. Mientras era perseguido o arrastrado de la casa
a la cárcel o de un campo de concentración al exilio, ella
iba de un lado a otro en procura de mi libertad o en pos
de pan para ustedes, tratando también de conseguir en su
amargo camino de desesperación y angustia, la salud de Car­
iños, que parecía sentenciado a una muerte segura por su
congènita lesión cardíaca. ¡Sólo Dios sabe lo que debió pa­
decer! Su abnegación y valentía jamás se doblegaron ante
el infortunio ni ante la maldad de los verdugos. Nuestra
fe — la de ella y la mía— , en Dios y una secreta esperanza
en la inmanente fuerza del espíritu, nos mantuvieron firmes.
Me parece verla todavía con un frágil cuerpecito sobre sus
brazos en el patio de la prisión del campo de concentración
de Corocoro. Mientras yo estaba en una mazmorra me con­

8 —
templaba desde allí. Más que sus humildes regalos, me
ti.lia el consuelo y la alegría que para mí significaban las
noticias de mis hijos.
También recuerdo las terribles horas que sucedían a las
visitas que ustedes me hacían en la prisión, visitas de cinco
minutos, que tal vez por mi ansiedad de prolongarlas me
parecían fracciones de segundo.
En esas horas sombrías, cuando la angustia se implanta
en el corazón de los hombres y el alma parece que va a
destrozarse, imploraba muchas veces a Dios el castigo de los
vesánicos que gozaban con nuestro martirio, complaciéndo­
me en imaginar lo que yo les haría. Cuando mi ira impo­
tente se aplacaba, humildemente rogaba a Dios que los per­
donara y les concediera tener piedad para sus semejantes.
Le pedía también que cuando llegara el día de la justicia
divina y humana, yo no pudiera o no quisiera vengarme.
Que alejara de mí todo odio. Pero más tarde volvía la
implacable lucha espiritual contra los que destruían la pa­
tria, mancillaban los hogares, hacían de la traición y de la
venta de conciencia su oficio, contra los adversarios de todo
lo noble y decente, y contra los que seguían el camino de
la persecución, del robo y el asesinato. Era imposible ol­
vidar la masacre brutal de toda una juventud, esperanza de
la patria.
Más tarde, ya en libertad, ambulé sin un centavo, en
busca del pan indispensable para ustedes y para entonces,
a falta de los golpes de la prisión, sufrí una nueva forma de
hostilidad de los verdugos. Para los que luchábamos por
la libertad no podía ni debía haber pan ni empleo. A nues­
tra penuria económica se sumaba un vacío social que resul­
taba insoportable. A la espantosa pobreza se añadía la so­
ledad absoluta. Todo el bienestar, el dinero y la alegría
c*ran reservados para ellos.

— 9
Felizmente no todos fueron sombras. Tal vez por no
haber hecho mal a nadie encontré algunos amigos providen­
ciales. Ellos que conocían la persecución sañuda que pesa­
ba sobre mí, como sobre la mayoría de los bolivianos, com­
prendieron la razón por la cual no podía llevar el sustento
diario y vinieron una y otra vez, silenciosa y discretamente,
en nuestra ayuda. Esta amistad de tanta buena gente acabó
por compensar los esfuerzos de los agentes del gobierno que
trataban por todos los medios de doblegarme, de someterme
por el hambre y la miseria y volverme un esclavo de sus
designios. En el proceso de comunización paulatina a que
el país iba siendo sometido, era fácil, si no se tenía el alma
templada, renegar de la patria y del hogar. Era fácil con­
vertirse en un sin Dios y sin Ley, creando de esta manera
la pasta vil con la que se forma el perfecto comunista. Eso
lo sabían ellos de sobra. Doy gracias a Dios por haber
podido luchar y resistir victoriosamente.
Una de las preguntas que más frecuentemente me han
hecho, es por qué los comunistas del gobierno me persi­
guen y encarcelan, sometiéndome a infinidad de torturas.
<A mí, que no era un líder político ni pertenecía a un par­
tido poderoso? Mi respuesta está en este libro, pero voy
a decir desde ahora lo que pienso al respecto. El comunis­
mo es una secta que comienza por matar la sensibilidad.
Trata de dominar al mundo, y para conseguirlo se vale de
todos los disfraces posibles e imaginables. Si se presenta­
ran los comunistas sólo como “ comunistas encontrarían po­
cos seguidores y casi todos se apartarían de su lado. Nikita
Khrushchcv dio la pauta infernal de lo que son, ai declarar,
en enero de 1957, lo siguiente: “ Si nosotros creyéramos en
Dios, tendríamos que darle las gracias por todos los adelan­
tos de la Unión Soviética”. Los comunistas, hijos míos, son
hombres que negando a Dios se creen los dueños de las vi-

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cías y haciendas de sus semejantes. Adoptan todas las pos­
turas, son capaces de mostrarse bajo todas las apariencias:
tinas veces son nacionalistas y para ello explotan el amor
arraigado que todo ser normal tiene por el terruño que lo
vio nacer; otras veces son furiosamente caritativos y aparen­
tan enternecerse por el dolor y los sufrimientos ajenos a fin
de conquistar adeptos; otras, se presentan como dechado de
pacifismo — ellos son belicosos por naturaleza— para ener­
var y debilitar las defensas materiales y espirituales, de los
pueblos, pero con diabólica habilidad se introducen en todas
partes, estudiando debilidades y flaquezas de los hombres
para explotarlos en su beneficio.
En Bolivia, como en muchos otros países, han llegado
a dominar a centenares de miles de seres humanos, a quie­
nes después de conquistarles la voluntad, quieren esclavizar­
los por el resto de su vida. El Movimiento Nacionalista
Revolucionario es el partido de los comunistas disfrazados
di nacionalistas, es el hogar natural de los simuladores. To­
maron el poder en medio de la indiferencia de un pueblo
ciego que los creyó patriotas.
Lo primero que hicieron desde el gobierno fue some­
ter a ese mismo pueblo mediante una engañosa propaganda,
mostrándole un paraíso de bienestar que se obtendría si
todos los apoyaban. Lo demás fue obra de la credulidad,
de la inercia y de la cobardía. Poco a poco, la gente entró
a formar en la fila de los esclavos ,obligados a ver, oír y
hacer lo que los comunistas querían que se vea, se oiga y
se haga. Quienes en un rapto de independencia se nega­
ban a aceptar el nuevo estado de cosas, corrían el riesgo de
ser liquidados, encarcelados, torturados o llevados a un cam­
po de concentración que los comunistas tienen siempre a
mano como el mejor medio de “ lavar los cerebros” de sus
enemigos ideológicos. Yo que siempre repudié a los comu­

1 1 —
nistas por mis profundas convicciones religiosas y patrióticas,
no podía aceptar esa esclavitud y aún siendo un hombre po­
bre, sin tierras, ni minas, ni acciones, me convertí para ellos,
de hecho, en un “ imperialista” , en un “ sirviente de la oli­
garquía” , en un “ gamonal” . Me identificaron como un
peligroso reaccionario a quien había que perseguir y “ sentar
la mano”, como dicen ellos, o convencer por las buenas o
las malas de las bondades del paraíso movi-comunista que
comenzaban a crear. Por eso he sufrido y ustedes también.
He sufrido, pues, por que no quise ser un esclavo, porque
siendo los comunistas seres sin moral, yo me negué a acom­
pañarlos; porque siendo ellos desenfrenados, violentos, crue­
les, criminales, cínicos, calumniadores, yo preferí mantener­
me dentro de los principios de la religión de mis padres y
seguir siendo católico, probo, honrado y veraz.
El perfecto comunista, y así está ocurriendo en Bolivia,
delata a sus padres, a sus hermanos, a su esposa, a su hijo,
al mejor amigo; debe traicionar a su patria, renegar de sus
principios para servir a su doctrina. Para ellos no hay más
patria que la Rusia Soviética, “ la patria de los proletarios
del mundo” , y por eso emplean su poder para exterminar
todo vestigio de patriotismo y dignidad humana. Pervertir
a hombres, mujeres y niños y arrancarles toda base mo­
ral, no es crimen para los comunistas bolivianos y como
saben que el dinero conquista tanto como el acero, para lo­
grar sus fines corruptores, disponen del dinero del pueblo
y del que le otorgan engañados los Estados Unidos, en gran­
des cantidades. El dinero robado a sus víctimas les sirvió
para pagar a los verdugos que tenían como misión buscar
nuevos tesoros y nuevas víctimas. La compra de concien­
cias, la formación de perfectos soplones, las brigadas de
choque, no tienen dificultades cuando se carece de escrúpu­
los y se dispone de medios.

— 12
Por lo que les digo, ya saben ustedes por qué no podía
ser comunista y por qué no quiero ser movimientista. El
Movimiento trajo consigo el comunismo. Y como tampoco
quiero que mañana traten de convertir a mis hijos a una u
otra de estas sectas, es que escribo estas líneas. Si recha­
zan ustedes estas doctrinas que se confunden, honrarán a su
padre y yo no dejaré de bendecirles.
Nada me irritó más en esta revolución del M.N.R. que
esa discriminación de clases que quería echar por tierra la
igualdad y la fraternidad entre los hombres. Me enseñaron
mis padres, desde la infancia, a no menospreciar a nadie, a
considerar a todos como igualmente dignos de respeto, cual­
quiera que fuera el color de su piel, de su raza y de su
fortuna. Un indio, un budista o un millonario, si son ca­
paces de cumplir sus deberes con la humanidad, son dignos
de nuestra consideración y amistad. Separar en clases a los
hombres, inducirlos a luchar entre ellos nada más que por te­
ner fortuna, o por carecer de ella, por creer en un Dios o por
tener raza distinta, es la acción más criminal que puede ca­
ber en una mente. Es abolir en muchos hombres la posi­
bilidad de ser útiles a sus semejantes y a su propio país,
bs atentar contra la vetdadera paz. Es suprimir la convi­
vencia.
Tenemos un deber sagrado, enseñado por Dios, de amar
al prójimo y eso significa que estamos obligados a dar algo
de lo nuestro a los que tienen menos, a volver al buen camino
al descarriado, al vicioso, al perverso. Caridad no es sólo
abrir nuestra bolsa sino también nuestro corazón y nuestra
casa, en amplio gesto de solidaridad humana. ¿Cómo po­
dríamos hacerlo, sí nuestra mente está envenenada por el
odio y si en nuestro corazón no hay cabida para la com­
prensión, que es la base de la caridad? También por eso
me puse a luchar contra el Movimiento Nacionalista Revo-

— 13 —
nistas por mis profundas convicciones religiosas y patrióticas,
no podía aceptar esa esclavitud y aún siendo un hombre po­
bre, sin tierras, ni minas, ni acciones, me convertí para ellos,
de hecho, en un “ imperialista”, en un “ sirviente de la oli­
garquía”, en un “ gamonal” . Me identificaron como un
peligroso reaccionario a quien había que perseguir y “ sentar
la mano” , como dicen ellos, o convencer por las buenas o
las malas de las bondades del paraíso movi-comunista que
comenzaban a crear. Por eso he sufrido y ustedes también.
He sufrido, pues, por que no quise ser un esclavo, porque
siendo los comunistas seres sin moral, yo me negué a acom­
pañarlos; porque siendo ellos desenfrenados, violentos, crue­
les, criminales, cínicos, calumniadores, yo preferí mantener­
me dentro de los principios de la religión de mis padres y
seguir siendo católico, probo, honrado y veraz.
El perfecto comunista, y así está ocurriendo en Bolivia,
delata a sus padres, a sus hermanos, a su esposa, a su hijo,
al mejor amigo; debe traicionar a su patria, renegar de sus
principios para servir a su doctrina. Para ellos no hay más
patria que la Rusia Soviética, “ la patria de los proletarios
del mundo” , y por eso emplean su poder para exterminar
todo vestigio de patriotismo y dignidad humana. Pervertir
a hombres, mujeres y niños y arrancarles toda base mo­
ral, no es crimen para los comunistas bolivianos y como
saben que el dinero conquista tanto como el acero, para lo­
grar sus fines corruptores, disponen del dinero del pueblo
y del que le otorgan engañados los Estados Unidos, en gran­
des cantidades. El dinero robado a sus víctimas les sirvió
para pagar a los verdugos que tenían como misión buscar
nuevos tesoros y nuevas víctimas. La compra de concien­
cias, la formación de perfectos soplones, las brigadas de
choque, no tienen dificultades cuando se carece de escrúpu­
los y se dispone de medios.

— 12 —
Por lo que les digo, ya saben ustedes por qué no podía
ser comunista y por qué no quiero ser movimientista. El
Movimiento trajo consigo el comunismo. Y como tampoco
quiero que mañana traten de convertir a mis hijos a una u
otra de estas sectas, es que escribo estas líneas. Si recha­
zan ustedes estas doctrinas que se confunden, honrarán a su
padre y yo no dejaré de bendecirles.
Nada me irritó más en esta revolución del M.N.R. que
esa discriminación de clases que quería echar por tierra la
igualdad y la fraternidad entre los hombres. Me enseñaron
mis padres, desde la infancia, a no menospreciar a nadie, a
considerar a todos como igualmente dignos de respeto, cual­
quiera que fuera el color de su piel, de su raza y de su
fortuna. Un indio, un budista o un millonario, si son ca­
paces de cumplir sus deberes con la humanidad, son dignos
de nuestra consideración y amistad. Separar en clases a los
hombres, inducirlos a luchar entre ellos nada más que por te­
ner fortuna, o por carecer de ella, por creer en un Dios o por
tener raza distinta, es la acción más criminal que puede ca­
ber en una mente. Es abolir en muchos hombres la posi­
bilidad de ser útiles a sus semejantes y a su propio país.
Es atentar contra la verdadera paz. Es suprimir la convi­
vencia.
Tenemos un deber sagrado, enseñado por Dios, de amar
al prójimo y eso significa que estamos obligados a dar algo
de lo nuestro a los que tienen menos, a volver al buen camino
al descarriado, al vicioso, al perverso. Caridad no es sólo
abrir nuestra bolsa sino también nuestro corazón y nuestra
casa, en amplio gesto de solidaridad humana. ¿Cómo po­
dríamos hacerlo, si nuestra mente está envenenada por el
odio y si en nuestro corazón no hay cabida para la com­
prensión, que es la base de la caridad? También por eso
me puse a luchar contra el Movimiento Nacionalista Revo­

— 13
lucionario, porque no podía soportar ia irritante presión de
los odiadores, de los injustos, de los crueles.
¿Por qué te hiciste político, cuando no necesitabas de
la política?, me dijeron muchas veces. Como única respues­
ta podría repetir una gran frase divina: “ No sólo de pan
vive el hombre” . Pero quiero explicarme más: lo hice por
no poder soportar la injusticia y porque todo hombre tiene
el deber de interesarse en lo que conviene al país, a la so­
ciedad y a la familia. ¿Cómo podría comprender estas co­
sas elementales sin tener ideas políticas, sin conocer las ideas
políticas de los demás y sin poder juzgar donde están el bien
o el mal? Una de las peores tragedias de Bolivia ha sido
siempre la falta de militancia activa y de interés permanente
de tanta gente egoísta por los destinos de la patria. Me
hice político para no mantenerme en la posición suicida de
los indiferentes.
He luchado con mis modestas fuerzas durante estos sie­
te años contra un estado amoral y arbitrario pero no lo he
hecho por conseguir ulteriores ventajas partidistas o perso­
nales, sino como fruto de mi inmensa fe democrática y por
el gran cariño que siento por ustedes. Y además porque mi
más grande ambición es que ninguno de mis hijos tenga que
sufrir mañana lo que yo sufrí y padecí: torturas físicas y
morales, que nunca llegarán a conocer en su horrenda tota­
lidad. Me hice político — y no quise sustraerme a los peli­
gros de la lucha contra el mal— porque no quiero que uste­
des, ciudadanos del mañana, permitan nuevos ultrajes a la
dignidad del hombre.
Yo seguiré luchando hasta sacrificar la vida, si es nece­
sario, para impedir que siga imperando en la patria el esta­
do policíaco que se adueñó del poder el 9 de abril de 1952,
estado cuya meta es convertir al hombre en esclavo, después
de haberle destruido el alma. Me acuerdo con emoción pro­

14 —
funda de una escena ocurrida en nuestra casa. El 14 de
mayo de 1958 se quiso obligar a ustedes, con arma y bala
en boca, a delatar a su padre. Olguita, muy serena, y pese
a saber donde estaba oculto, logró vencer el miedo que in­
vadía su tierno corazoncito y negó saber el paradero. Esto
sucedió porque no éramos comunistas. Pero si otro hubiera
sido el caso, mis hijos no hubieran vacilado en entregar al
autor de sus días, pues una de las obligaciones elementales
de un perfecto militante es denunciar a los “ enemigos de la
causa proletaria” , así sea el propio padre.
Mis hijos adorados: Las sublimes palabras, “ Dios, Pa­
tria y H ogar”, fueron mi divisa y el acicate para ir formando
paso a paso un porvenir económico, seguro y digno. Pero
desde el 9 de abril de 1952, estas palabras se convirtieron
en palabras huecas y sin sentido. Para los comunistas la pa­
tria, tal como la entendemos nosotros, es un “ prejuicio bur­
gués” ; se sirven de ella sólo como un medio para sus inte­
reses y su odio. Al adversario, los comunistas le niegan el pan,
la sal, la seguridad y la vida. Los anticomunistas y aún los
indiferentes en política no tienen, según ellos, derecho alguno.
Y por grande que fuera la justicia que les asista, el más
miserable funcionario cumpliría su consigna negándosela.
Desde el 9 de abril de 1952 Boiivia se pobló de “ enemigos” :
“ Enemigos del pueblo” los llamaban también ’’traidores a
la patria” . Los únicos limpios y justos eran “ éllos” . Más
de la mitad de la patria estaba constituida por los “ vendidos
a la oligarquía” , por “ sirvientes del imperialismo yanqui”,
por “ vende patrias” o por “ entreguistas” . Lo que no agra­
daba al comunismo, el M.N.R. se apresuraba a eliminarlo.
Y al comunismo no le agradaba que hubieran hombres hon­
rados, patriotas, con principios de fe religiosa. No le inte­
resaban los que analizaban u observaban. Lo único que
quería era fanáticos servidores para cumplir sus consignas,

— 15 —
gente sin escrúpulos, sin conciencia moral. Su único credo
fue el odio, la lucha de clases y la sumisión a Moscú.
No me avine a esta servidumbre. Fui un rebelde. Por
eso me persiguieron, me encarcelaron, me torturaron. Por
eso conspiré muchas veces para derrocar a ese gobierno y de­
rramé tantas lágrimas de impotencia y de rabia.
Todo hombre tiene derecho a la libertad para progresar,
para pensar, para escribir. Si se le arrancan esos bienes
asegurados por el Derecho natural, por la Constitución, las
leyes nacionales y las internacionales, existe un deber de re­
belarse.
Es imposible, hijos míos, para un hombre patriota se­
guir siendo insensible a la tragedia nacional, o mirar con in­
diferencia traidora la infeliz solución de los problemas, en­
comendados a maleantes, audaces y temerarios. Los hom­
bres que militan en el M.N.R. son siempre gansters y la ma­
yoría de sus dirigentes son resentidos sociales. Los que na­
cieron en cunas honorables son tan viles o más que los otros:
son traidores, no sólo a su patria sino a sus nombres y a su
estirpe. Es una curiosa aberración del M.N.R. Todos los
que padecen de total ausencia de escrúpulos, de enfermizo
afán de dinero, se han adherido a él y actúan en él. Sobre
el M.N.R. parece pesar una maldición: corrompe ló que toca.
De sus filas han salido los más grandes estafadores, asesi­
nos, crápulas, traficantes de mujeres y de estupefacientes. De
allí provienen los conculcadores de todas las leyes humanas
y divinas, los que han barrido de su alma todo lo bello, lo
noble, lo elevado que recibieron como herencia o educación.
En suma, hijos míos: mis convicciones religiosas y la
seguridad futura de ustedes, me enfrentaron a estos hom­
bres. Para mí no hay sino mi Bolivia y con mi lucha he
querido conservarla intacta, tal como yo la conocí y amé
desde la infancia. Al luchar por ella, lo hice por ustedes.

16 —
gente sin escrúpulos, sin conciencia moral. Su único credo
fue el odio, la lucha de clases y la sumisión a Moscú.
No me avine a esta servidumbre. Fui un rebelde. Por
eso me persiguieron, me encarcelaron, me torturaron. Por
eso conspiré muchas veces para derrocar a ese gobierno y de­
rramé tantas lágrimas de impotencia y de rabia.
Todo hombre tiene derecho a la libertad para progresar,
para pensar, para escribir. Si se le arrancan esos bienes
asegurados por el Derecho natural, por la Constitución, las
leyes nacionales y las internacional^, existe un deber de re­
belarse.
Es imposible, hijos míos, para un hombre patriota se­
guir siendo insensible a la tragedia nacional, o mirar con in­
diferencia traidora la infeliz solución de los problemas, en­
comendados a maleantes, audaces y temerarios. Los hom­
bres que militan en el M.N.R. son siempre gansters y la ma­
yoría de sus dirigentes son resentidos sociales. Los que na­
cieron en cunas honorables son tan viles o más que los otros:
son traidores, no sólo a su patria sino a sus nombres y a su
estirpe. Es una curiosa aberración del M.N.R. Todos los
que padecen de total ausencia de escrúpulos, de enfermizo
afán de dinero, se han adherido a él y actúan en él. Sobre
el M.N.R. parece pesar una maldición: corrompe ló que toca.
De sus filas han salido los más grandes estafadores, asesi­
nos, crápulas, traficantes de mujeres y de estupefacientes. De
allí provienen los conculcadores de todas las leyes humanas
y divinas, los que han barrido de su alma todo lo bello, lo
noble, lo elevado que recibieron como herencia o educación.
En suma, hijos míos: mis convicciones religiosas y la
seguridad futura de ustedes, me enfrentaron a estos hom­
bres. Para mí no hay sino mi Bolivia y con mi lucha he
querido conservarla intacta, tal como yo la conocí y amé
desde la infancia. Al luchar por ella, lo hice por ustedes.

— 16 —
No me arrepiento de haber dado más de siete años de ju­
ventud, abandonando a veces a los seres queridos, viviendo
en inmundos calabozos o alternando las torturas con el ham­
bre. Todos aquellos sufrimientos, grabados en mi mente, se­
rán en la vejez gratos recuerdos si se logra que Bolivia re­
cobre su dignidad. Las cicatrices de mi cuerpo serán ga­
lardones. Después de haber dado todo por la patria tan
querida, sólo pido a Dios que me permita ver el final de
tantos sufrimientos; que podamos un día asentar de nuevo
el respeto a la ley para todos y que desaparezca para siem­
pre el germen del mal.
Mis hijos queridos: quiero que sepan ustedes que nun­
ca es vana la lucha por un ideal de libertad y justicia. Po­
demos muy bien, como ha ocurrido en repetidas oportuni­
dades, perder muchas batallas, pero tratemos de ganar la úl­
tima. Unidos en un solo ideal de salvación nacional. Has­
ta ustedes, pequeñuelos como son, están dando algo. Cuan­
do las lágrimas caigan por vuestras mejillas, por la ausencia
de vuestro padre perseguido, estarán orando por la patria,
que al final se salvará gracias a sus propios hijos, hoy, ma­
ñana o cualquier día. ¿Qué importa el día? Dios aca­
bará por escucharnos y como ha encendido en nosotros una
luz de verdad y de honor, no permitirá que se apague. Tra­
taré de vivir para ustedes, pero si caigo en esta magna lucha
no hay que acobardarse. Les ruego seguir mi ejemplo.
Siempre es tiempo para seguir luchando por la libertad de
la patria. Dios está y estará siempre al lado nuestro.

Que Dios los bendiga y bendiga a nuestra Bolivia.

La Paz, 2 de febrero de 1960.

- 17
20 D E NOVIEM BRE D E 1944

Bolivia toda se conmovió de espanto al conocer el par­


te oficial del gobierno que presidía el mayor Gualberto Vi-
llarroel-Paz Estenssoro:
“ Hasta este momento, han sido fusiladas las siguientes
personas: . . . ”

Recibimos la noticia en Santa Cruz donde yacía mi ma­


dre moribunda. Ella, en un momento de lucidez llegó a oír
aquel terrible anuncio. No conocía personalmente a ningu­
no de los fusilados, pero sí a todos de nombre; no pudo
contener sus lágrimas. Tomándome de la mano me pidió
que le adelantara su inyección de morfina, a lo que accedí
conmovido. Hacía dos años que los dolores de un cáncer
incurable la atormentaba terriblemente. Unos minutos des­
pués tomó con ambas manos mi cabeza y besándome me
susurró al oído: “ Hijo mío, lo que acabo de oír es espanto­
so y no alcanzo a comprender por qué los hombres se odian
tanto y se matan. Sólo Dios puede señalar el término de
la vida. ¿Por qué ellos? Prométame mi hijo que usted siem­
pre estará al lado de la justicia y que nunca hará daño a
nadie. No se deje arrastrar por los impulsos de la violencia
y defienda siempre su libertad.”
Conmovido y profundamente entristecido calmé a mi
madre y le juré que cumpliría sus encargos.
Nació en mí aquel día algo nuevo, un despertar desco­
nocido hasta entonces en mi ser. No pertenecía a ningún
partido, pero resolví abrazar una causa política tan luego co­
mo terminara mis deberes para con mi madre, cuyos días
estaban contados. Comencé por enterarme de todos los por­
menores de los asesinatos y conforme iba compenetrándome
de la tragedia se me mostraban los verdugos en toda la des­
nudez de su crueldad, de su odio y de su inconciencia. No
eran hombres sino hienas.
Murió mi madre el 16 de febrero de 1945. El dolor
fue inmenso. Yo había permanecido a su lado para cuidar­
la. Para mitigar mi pena me puse a viajar y de paso a ga­
narme la vida a fin de poder pagar las inmensas deudas que
resultaron de tan larga enfermedad. De esa manera llegué
a San Pablo en el Brasil, en junio de aquel año.
Allí conocí a una de las víctimas del gobierno Villa-
rroel-Paz Estenssoro, al general José Miguel Candia, en cuyo
rostro macilento habían quedado las huellas de los tormentos
sufridos en la cárcel. El general Candia me ilustró contán­
dome algunos antecedentes de los gobernantes.
Un día en casa de este meritorio general, fuimos invi­
tados a tomar té varios bolivianos. Como era natural nues­
tra charla de inmediato recayó sobre los asuntos de la patria.
El joven estudiante Guillermo Bulacia S., a quien acababa
de conocer, hizo una defensa apasionada del coronel Villa-
rroel y Paz Estenssoro, sin tratar de disculpar ni justificar
los crímenes del 20 de noviembre del año anterior. Fue tan
vehemente en su defensa, que no trepidó en afirmar que Vi-
llarroel gobernaría con el M.N.R. durante veinte años.
Yo, con ese fuego optimista de los años mozos y pen­
sando en el juramento hecho a mi madre, le aposté cinco mil

— 20 —
cruceiros a que Villarroel y sus compinches no durarían dos
años más en el poder. Aceptó el desafío y firmamos un
documento. El general Candia firmó como testigo.
Regresé a Bolivia en septiembre de aquel año resuelto
a tomar parte activa contra el gobierno del coronel Villa­
rroel. Pedí a mi cuñado Rodolfo Landívar Serrate me pre­
sentase al partido Liberal, donde él militaba. Este partido
era el más acorde con mis ideas.
Una vez dentro de esa militancia me puse a trabajar al
lado de mi cuñado y del gran luchador liberal don Osvaldo
Gutiérrez Jiménez con otros valerosos ciudadanos que se ha­
bían puesto frente al gobierno del M.N.R.
El gobierno comprendía que día a día se iban acabando
sus fuerzas. Para sostenerse siguió aumentando el terror.
Los atropellos se sucedían a diario. Las cárceles seguían
llenándose.
El 13 de junio de 1946, Bolivia volvió a vestirse de
luto. El gobierno Villarroel-Paz Estenssoro asesinó en las
calles de La Paz a un centenar de jóvenes. La suerte esta­
ba echada. La nación insurgía venciendo sus temores y so­
breponiéndose a su inmenso dolor colectivo.

21 DE JU L IO DE 1946

La revolución del 21 de julio de 1946 fue el triunfo


de la democracia en Bolivia. Los gobernantes olvidaron que
no se puede impunemente desobedecer el código moral ni
sembrar la violencia indefinidamente. Acabaron pagando con
la vida sus desmanes.
Recién después de esta gloriosa jornada fueron cono­
ciéndose en su extensión los crímenes cometidos por el ma­

21 —
yor Villarroel y su inspirador Paz Estenssoro. Los cadáve­
res de sus víctimas iban siendo desenterrados o encontrados
en las profundidades de los barrancos donde fueron lanzados
por orden del feroz torturador mayor Julián Guzmán Gam­
boa.
El Comité revolucionario de Santa Cruz, se hizo cargo
ese día 21 del gobierno departamental y se formó una junta
presidida por el doctor Osvaldo Gutiérrez, J. Rodolfo Lan-
dívar Serrate y Melchor Pinto P. El día 22 el doctor Gu­
tiérrez me ordenó trasladarme a La Paz llevando una misión
reservada para el ministro de gobierno don Roberto Bilbao
La Vieja, a quien fui presentado por don Féliz Ballivián Cal­
derón. Tuve la inmensa satisfacción de cumplir esta pri­
mera misión sin contratiempo.
La segunda misión que me encomendaron ante el jefe
de mi partido, el recordado y caballeroso militar general don
José L. Lanza, quien me honró con su amistad, también fue
llevada a cabo exitosamente.
La Junta de Gobierno presidida por el gran magistrado
judicial, doctor Tomás Monje Gutiérrez, fue impuesta en cier­
to modo por el pueblo revolucionario. La corta permanencia
en el poder de este probo gobernante fue de continua zozo­
bra. Una tentativa de asesinato contra él, hecha en el Pa­
lacio de Gobierno el 27 de septiembre de ese año, volvió a
sacar a la gente a las calles, y de nuevo los faroles de La Paz
cumplieron su trágico destino. La marea fue vencida final­
mente y se llamó a elecciones. Estas se efectuaron el 5 de
enero de 1947.
Apoyé como era natural al candidato de mi partido don
Luis Fernando Guachalla. Personalmente me repugnaba que
Ja fórmula que este ilustre político presidía hubiera sido pro­
clamada en consorcio con el Partido de la Izquierda Revolu­
cionaria, organismo netamente comunista. Pero bisoño en

— 22
materia política, era un disciplinado militante de mi partido.
Voté por él.
Pese a la presión oficial que existió sin duda alguna,
pues el ministro de gobierno doctor Bilbao la Vieja era mi­
litante del PIR en ese entonces, salió elegido el candidato
de la Unión Socialista Republicana, doctor Enrique Hertzog
G ., cuya fórmula integraba el doctor Mamerto Urriolagoitia.
El 10 de marzo del mismo año, Bolivia ingresó a la vida
constitucional en medio de una esperanzada espectativa y con
los mejores auspicios internacionales. Hertzog, era una de
las víctimas de la Logia Radepa y de la policía política; te­
nía fama de hombre honorable, justiciero y sereno. El país
entero respiró de alivio al ver normalizada la vida nacional.
Las mujeres y niños elevaron sus preces de agradecimiento a
Dios porque al fin podían contar de nuevo con la vida y se­
guridad de sus seres queridos, y todos nos pusimos a tra­
bajar en medio de la alegría colectiva.
Fijé mi residencia en la ciudad de La Paz, donde ese
mismo año resolví formar mi hogar. Después de doce años
de matrimonio, Dios lo ha bendecido con seis niños.
Un azar del destino, hizo que el presidente don Enrique
Hertzog me conociera en un balneario termal de La Paz y
me invitara para que trabajase en el Palacio de Gobierno con
él. El cargo que ocupé fue uno de los más humildes pero
de mucha responsabilidad. Lo serví con devoción y lealtad
y la amistad que desde entonces le brindé se ha ido aumen­
tando día a día.

ELECCIO N ES D EL V D E MAYO D E 1949

El l 9 de mayo de 1949 se llevaron a cabo las eleccio­


nes para diputados. Fueron violentas. Pese a la seguridad

— 23 —
del triunfo de los candidatos demócratas las audaces manio­
bras del Movimiento Nacionalista Revolucionario juntas con
las del Partido Comunista dirigido por Juan Lechín, volvie­
ron a enlutar a los hogares bolivianos y a sembrar el terror
en las calles.

Dirigía las turbas movimientistas como agitador princi­


pal, Hernán Siles Zuazo. Yo, desde los balcones del Pala­
cio, presencié los siguientes hechos: don Julio Téllez Reyes,
que acababa de ser elegido diputado gobiernista, llegaba a
la Plaza Murillo con sus parciales festejando su triunfo cuan­
do al llegar a la calle Comercio chocó con la vanguardia de
la turba de Siles Zuazo que ya se encontraba en la plaza y
se trenzaron en una lucha campal. Hubo dos muertos y un
centenar de heridos de ambas partes. Los muertos, eran
miembros del partido oficial, pero Siles Zuazo y sus parcia­
les, que ya habían dado muestras de su habilidad para “ ro­
bar muertos ” , se apoderaron de uno para pasearlo luego co­
mo una bandera política por las calles de La Paz.
Al atardecer de aquel mismo día, Siles, volvió a la plaza
Murillo con el evidente propósito de atacar el Palacio de
Gobierno. Lo primero que hizo fue arengar a sus alcoholi­
zados partidarios extraídos del hampa. El presidente Hert-
zog prohibió al Jefe de la Casa Militar, coronel Armando
Ichazo U. que dispersase a bala a los manifestantes. Mien­
tras tanto Siles Zuazo se subió encima del auto presidencial
estacionado frente al Palacio, y desde allí comenzó a ijicitar
a su gente a la revolución insultando personalmente al presi­
dente Hertzog. Los que nos encontrábamos dentro del Pa­
lacio, presenciábamos todo con indignación creciente. Nue­
vamente recibimos la orden del presidente de mantenernos
serenos y no atacar. “ Sólo en último extremo, recurriremos
a las armas” , dijo terminantemente.

— 24 —
Mientras corría por nuestras venas un escalofrío de tra­
gedia, presenciamos un hecho insólito por la audacia y va­
lentía del protagonista. Armado solo de un revólver 38
corto, vimos a don Guillermo Estrada, miembro del partido
oficial, dirigirse directamente a Siles, abriéndose paso entre
los partidarios de aquél. Estrada es un hombre corpulenta
y muy fuerte, de un manotón agarró de las solapas a Siles
y lo bajó del auto dándole enseguida una media docena de
bofetadas. Los “ valientes” seguidores de Siles solo atinaron
a huir, y en su desbande arrastraron a su tambaleante jefe.
Con serenidad asombrosa, don Guillermo, empuñando siem­
pre su revólver, se dirigió al Palacio, caminando lentamente
hacia atrás. La reja del palacio le fue abierta e ingresó al
hall, donde lo recibimos en triunfo. El propio presidente
lo felicitó con un abrazo. Poco después, sin disparar un
tiro, la policía despejó la plaza. Así fue deshecha una de
las revoluciones del M.N.R., dirigidas por el “ valeroso” Si­
les Zuazo.
En la retirada, los amigos de Siles trataron de vengarse
soltando los frenos de algunos vehículos estacionados frente
al palacio y los empujaron hacia la calle Ayacucho que tiene
una pendiente muy empinada sobre al cual se deslizaron co­
mo horrorosos fantasmas sembrando el terror y la muerte en
los pacíficos transeúntes. No había que sorprenderse. A los
movimientistas jamás les importó la vida de los demás y la
segaron cuantas veces pudieron hacerlo sin exponer la propia.
La Radio Amauta, de propiedad de un pervertido men­
tal apellidado Saavedra Pérez, perifoneaba llamando a la re­
belión al pueblo. Esto colmó la paciencia del presidente
Hertzog, quien recién entonces autorizó al ministro de go­
bierno doctor Alfredo Mollinedo para que tomase medidas
que terminaran con aquellos desmanes.

— 25 —
A raíz de este suceso el presidente Hertzog, que tres
meses antes quiso tomarse un descanso para compensar su
abrumador trabajo reunió a sus ministros y amigos y les ex­
presó que creía llegado el momento de dejar por un breve
tiempo el mando para afrontar con nuevas fuerzas sus res­
ponsabilidades. Hizo llamar de Sucre al vicepresidente
Urriolagoitia, y le entregó el poder. El siete de mayo con
la salud visiblemente afectada abandonó el Palacio de G o­
bierno, a donde no retornaría ya sino como particular. Lo
despedimos con lágrimas en los ojos.
Dolorido e incomprendido, el presidente Hertzog que sa­
lió con la intención de volver en un mes, fue prolongando
su estadía en la región de Yungas, siguiendo las alternativas
de una política incomprensible. Sus propios amigos, enca­
bezados por el jefe del Partido, don Edmundo Vásquez, lo
acusaron de debilidad y de haber sido demasiado tolerante
con los movimientistas.
La reacción del doctor Hertzog no se hizo esperar y
en un documento que pasará a la historia como ejemplar ma­
nifiesto de desprendimiento, patriotismo y enseñanza, desvir­
tuó las temerarias acusaciones de sus amigos de ayer. Pero
como las pasiones e intereses personales de los miembros del
partido gobernante socavaban la estabilidad constitucional del
país y como, entretanto, había sobrevenido la Guerra Civil
de ese año, el presidente Hertzog hizo renuncia de su man­
dato constitucional abandonando la nave del estado en otro
documento histórico. En el fondo se había cambiado la po­
lítica preconizada y llevada a cabo por él con positivos re­
sultados. No pudiendo rectificar el nuevo rumbo y no sien­
do suyas las nuevas responsabilidades prefirió dejar el poder.
La historia se encargará de analizar y dar su fallo defi­
nitivo sobre este episodio de la vida de Bolivia.
En lo que a mí respecta, conocedor como era de muchos

— 26 —
entretelones palaciegos, que el mismo presidente Hertzog
ignoraba, puedo señalar a los responsables de ese sucio jue­
go de intrigas que se desarrolló en Palacio en esos meses.
Muchos intereses creados se oponían a la continuación
del doctor Hertzog. Su escrupulosidad en el manejo de los
intereses fiscales, su gran honestidad personal, disgustaban
a muchos pescadores de río revuelto. Se sabía que no po­
día contarse con él para nada que fuera doloso, defectuoso
o indigno. Hertzog había ganado hasta entonces la batalla
contra la arbitrariedad política, contra las persecuciones in­
justificadas y contra la ilegalidad.
Los dos años y medio de gobierno del ex-presidente
Hertzog fueron de continuo progreso. Volvió el país a una
completa pacificación nacional. Se fundaron nuevas escuelas,
se dio impulso a la construcción de caminos y muy especial­
mente a la carretera Cochabamba-Santa Cruz, lo que no im­
pidió al demagogo Paz Estenssoro, “ inaugurarlo” , como una
de sus realizaciones. Se construyó el Hospital Obrero de
Miraflores, inaugurado también por el déspota como otra de
las obras de la revolución nacional. El impulso que dio el
el doctor Hertzog a los trabajos de Yacimientos Petrolíferos
Bolivianos fue muy grande e hizo factible el auge del “ oro
negro” años después. Paz Estenssoro también se aprovechó
de esta bonanza petrolera heredada para sofisticar a la opi­
nión nacional y extranjera. Se construyó en la época de
Hertzog dos oleoductos y se amplió el empréstito con EE.
UU. para la construcción de una refinería que lievó el pro­
greso a la ciudad de Sucre. Trabajé dos años en Yacimien­
tos y puedo asegurar que lo planificado en 1949 por los ex­
celentes ingenieros que presidían aquella repartición fiscal
aseguraban un completo auge para seis años después, y así
sucedió. Solo que los iniciadores fueron olvidados y los
laureles se los llevaron los inescrupulosos.

27
El trabajo del ferrocarril Yacuiba-Santa Cruz fue así
mismo acelerado. El presidente Hertzog inauguró uno de
los primeros tramos de la indicada línea férrea. Luego inau­
guró también, en una histórica entrevista con el presidente
del Brasil Eurico Gaspar Dutra, el tramo Corumbá-San José
de Chiquitos. Se ampliaron los trabajos del ferrocarril La
Paz-Beni y todos los ferrocarriles de la República marcharon
sin ningún contratiempo.
Las relaciones con la Iglesia fueron cordialísimas y en
1948 se efectuó el 29 Congreso de Educación Católica y un
Congreso Mariano en el que el propio presidente proclamó
a la Virgen “ Patrona de Bolivia”.
El standard de vida aumentó y casi no se conocieron las
huelgas y si las hubo, ellas fueron inmediatamente solucio­
nadas con la cooperación de los patronos y obreros.
Los partidos políticos se desenvolvieron con toda tran­
quilidad y hasta se puede asegurar que se llegó al libertinaje
por el abuso de las amplias garantías existentes en ese en­
tonces. La prensa, en todas sus tendencias, fue respetada
como todos saben y como se puede comprobar leyendo los
diarios de aquella época.
Todo un programa de progreso y bienestar dejaba el Dr.
Hertzog a} salir del Palacio de Gobierno aquel día de mayo
de 1949.
Se hizo cargo de la Presidencia de la República don Ma­
merto Urriolagoitia, hombre completamente ajeno a los pro­
blemas nacionales y desgraciadamente muy influenciable. ,Muy
pronto lo envolvieron los aduladores y comenzó la danza de
los negociados que sirvió a los movimientistas, que no dor­
mían, de pretexto para sus fines revolucionarios. Así co­
menzó a ser denunciada Ja corrupción del gobierno que per­
mitiría a sus enemigos más tarde denunciarla con carácter
de escándalo.

28 —
Las elecciones de 1950, en las que sacó una aparente
mayoría Víctor Paz Estenssoro fue el comienzo del fin. Es­
tas elecciones hay que mirarlas bajo dos fases distintas. Don
Carlos Hertzog, hermano del ex-presidente, en un resonante
artículo titulado “ Tenía que suceder”, dijo cosas profunda­
mente exactas sobre las causas de esa derrota del gobierno
que no fue según él una votación “ a favor” de Víctor Paz
Estenssoro sino un repudio del país “ contra" el régimen de
Urriolagoitia.
La opinión pública que por su lado se dio a elucubrar
sobre las causas de esa derrota, encontró razones para creer
en la ineficacia del ministro de gobierno don José Saavedra
Suárez, que además desempeñaba las funciones de Canciller,
en ausencia del titular don Pedro Zilvetti Arce. Me acuer­
do que uno de los candidatos opuestos al doctor Gabriel Go-
sálvez, el señor Guillermo Gutiérrez Vea Murguía, enarboló
un “ slogan” muy eficaz basado en una inexactitud: “ Si quie­
re ir a Corea, vote por Gosálvez” , decía. Se refería a la im­
putación hecha al señor Zilvetti Arce de haber ofrecido un
regimiento de soldados bolivianos para ir a pelear a Corea
con las fuerzas de las Naciones Unidas.
Este “ slongan” mal intencionado, que amargó profun­
damente al señor Gosálvez, tuvo una importancia innegable
no para que el señor Gutiérrez ganara la elección, sino pa­
ra que la perdiera el señor Gosálvez. El único beneficiado
en esa escandalosa pugna de apetitos fue Paz Estenssoro. Si
todos los oponentes se hubieran puesto de acuerdo en una
sola candidatura frente al enemigo común que er ael M.N.R.
con su partido con el Partido Comunista, es absolutamente
seguro que jamás estos dos partidos hubieran llegado al po­
der. En la repartición de responsabilidades para encontrar
al culpable de la situación en que se debate nuestra repú­
blica es indudable que no es poca la que corresponde a esos
políticos ciegos.
29
Con todo, hay una justificación que dar al partido ofi­
cial de ese entonces. Por grande que hubiera sido la de­
sidia que se atribuía al ministro de gobierno Saavedra Suá-
rez, es indudable que de haberse querido forzar las cosas y
emplear cuantiosos recursos, el candidato oficial habría ga­
nado la elección, y de muy lejos. Haber perdido una elec­
ción desde el gobierno, pudiendo ganarla, por no haber que­
rido emplear recursos vedados o simples procedimientos anti­
democráticos es ya un timbre de honor para ese gobierno.
Si es ésta actitud la verdadera, ella fue posible debido
a que aún perduraban las ideas legalistas del Dr. Hertzog.

EL “ M AM ERTAZO”

Don Mamerto Urriolagoitia se caracterizó por su intem­


perancia, su vanidad y un afán de figuración desmedida. Los
adulones lo rodearon con éxito; bastaba ensalzarlo para ob­
tener sus favores. Mucha gente con sólo esta táctica se en­
riqueció en pocos meses.
Ya he dicho cómo en mayo de 1951, se efectuaron las
elecciones y cómo las fuerzas democráticas desunidas y lu­
chando entre ellas permitieron con sus cuatro candidatos dis­
persos, el triunfo del M.N.R. Este triunfo mostró sin em­
bargo que la verdadera fuerza de ese partido era insignifi­
cante, y que debía su éxito a las tácticas de los comunistas,
que exacerbaron los ánimos como ellos solos saben hacerlo.
Como queda dicho, la fórmula Paz-Siles obtuvo un apa­
rente favor del pueblo. Sólo aparente, lo repito. Además,
como Paz Estenssoro no obtuvo la mayoría constitucional re­
querida, era preciso dilucidar el pleito en el Congreso. Este

— 30 —
no pudo realizarse por la negativa del señor Gosálvez a plan­
tear la cuestión ante las Cámaras y por la defección de Urrio-
lagoitia que no quiso afrontar la situación, y fugó del país
una madrugada, dejando a la patria en manos de una Junta
Militar.
La Junta Militar que amaneció gobernando aquel día
desgraciado para la patria presidida por el general Hugo Ba-
llivián pudo haber sido un magnífico gobierno, fransitorio y
beneficioso para el país. Le bastaba interpretar el sentir
de la ciudadanía: No quería el país a Urriolagoitia, pero tam­
poco a Paz Estenssoro. Había que llamar prontamente a
elecciones. Desgraciadamente esa Junta formada por una
mayoría de militares ambiciosos que se envanecieron con el
poder que les había caído del cielo, no supo cumplir con su
deber. Sus vanidosos miembros que al hacerse cargo del
mando prometieron al pueblo elecciones, se olvidaron de sus
promesas y comenzaron a hacer planes de larga permanencia.
El pueblo impaciente esperaba el momento oportuno para
ajustar cuentas. Todos estos errores iban juntándose y te­
jiendo la trama de un próxima tragedia.
Paz Estenssoro en Buenos Aires, donde era asesorado
y mantenido por el dictador Perón, ordenó a su segundo en
Bolivia, Hernán Siles Zuazo, poner todos los obstáculos ne­
cesarios al gobierno de la Junta, y gracias al pacto electoral
entre el M.N.R. y el Partido Comunista se introdujeron en
los sindicatos mineros y fabriles.
Difícil sería enumerar la cantidad de conatos revolucio­
narios y revoluciones descubiertas desde 1947 hasta el 9 de
abril de 1952.
A la ayuda financiera que le prestaba el presidente Pe­
rón, se sumaban otras como las del aventurero Chacur. Paz
Estenssoro, cobarde como siempre, jamás quiso arriesgarse.
Siempre permaneció agazapado, acrecentando su fortuna cons-

— 3 1
lituícla por parte de las generosas contribuciones revolucio­
narias otorgadas por numerosas casas e industrias de la Ar­
gentina, por órdenes de las autoridades de ese entonces.

JU NTA M ILITA R

La Junta Militar que presidía el general Hugo Ballivián,


tenía muy pocos elementos competentes. Su ministro de go­
bierno general Antonio Seleme era además de felón, traidor.
Y algunos de ellos alentaban ambiciones presidencialistas que
eran secretas a voces. Seleme concretamente decidió despla­
zar a su compadre Ballivián, y para ello entró en conversa­
ciones con el Jefe de Falange Socialista Bolivia, señor Oscar
Unzaga de la Vega, que han sido reveladas en documentos
públicos. Pero al mismo tiempo mantenía conversaciones
con el sub-jefe del M.N.R., Hernán Siles Zuazo.
La situación de Seleme en los días que precedieron a
la revolución se hacía por momentos tirante por estarse des­
cubriendo su doble juego; lo único que podría salvarlo de
verse descubierto era desencadenar el golpe revolucionario a
la brevedad posible. Unzaga de la Vega, al demorar en darle
su respuesta para ayudarlo a derrocar a Ballivián, permitió
que la decisión pasara a Siles Zuazo, que no se hizo rogar, y
trazó el plan de apoyar a Seleme para acabar con la Junta
Militar. Quebrada la Junta, él y sus secuaces podrían fácil­
mente dar el garrotazo al traidor Seleme y apoderarse del
gobierno definitivamente.

32 —
9 DE A BRIL D E 1952

Hecho el pacto entre Seleme (a quien desde entonces


se le conoce con el apodo de Ju d as) y Siles Zuazo, había que
ejecutarlo. El 9 de abril estalló la revolución dirigida por
Seleme y el Cuerpo Nacional de Carabineros, que se encon­
traba a órdenes del coronel César Aliaga. La sorpresa de
los demás miembros de la Junta de Gobierno fue mayúscu­
la. Muchos de sus integrantes, que por ya no ser ministros
no habían dejado de ser militares como lo hizo notar el Nun­
cio Apostólico, cobardemente se refugiaron en las embajadas.
El pueblo, también sorprendido con la revolución, se con­
cretó a contemplarla y no apoyó al bando de Seleme ni salió
a defender a Ballivián.
Las fuerzas leales a Ballivián resistieron heroicamente la
embestida de los rebeldes. Siles Zuazo estaba apoyado por
un puñado de conocidos comunistas.
El traidor Seleme creyó en un momento dado que ha­
bía perdido la partida, y, loco de miedo, solo atinó a buscar
cómodo refugio en la Embajada de Chile.
Ante la defección de Seleme, Siles Zuazo, mucho más
ducho en revoluciones y traiciones, no vaciló en llegar a la
Nunciatura y pidió protección para su causa a Monseñor Ser­
gio Pignedoli. El representante diplomático del Vaticano se
puso a disposición del revolucionario no sabemos por qué
motivo, y en su mismo auto, que era manejado por el Em­
bajador del Brasil, coronel Hugo Bethem, y acompañado de
otro traidor, el general Jorge Rodríguez Hurtado, se trasla­
daron a Laja donde dirigía la defensa del gobierno, el gene­
ral Humberto Torrez Ortiz, a la sazón Jefe del Estado Mayor.
Hay un misterio en aquella entrevista entre Torrez-Si-
les-el Nuncio-Bethem y Rodríguez, pero la verdad, la amarga
verdad es que Torrez Ortiz abandonó su puesto, huyó al

— 33 —
Perú y por intermedio del general Rodríguez se ordenó a las
fuerzas leales cesar el fuego y retirarse. Este fue el momen­
to propicio para que las fuerzas de Siles y Lechín se lanza­
ran contra los soldados de línea cuyos oficiales que ya se
creían victoriosos, lloraban de rabia al ver la traición
de sus propios comandos. En efecto, para nadie era un se­
creto que ya los revolucionarios estaban derrotados y que en
el fondo Siles Zuazo fue a Laja a buscar garantías para él
y su gente.

Y ERA VIERN ES SANTO

Ese 11 de abril de 1952, que como un sarcasmo del


destino era también Viernes Santo, concurrí a la procesión
del Santo Sepulcro acompañado de mi amigo Ferdinando
Humboldt Barrero. No salía de mi angustia y desesperación
al ver como se habían precipitado los acontecimientos y mi
cólera llegó a su grado máximo al ver que quien presidía
la magna procesión era Siles Zuazo que iba detrás de aquel
que había muerto entregado por el traidor Judas Iscariote.
Con su hipocresía característica engañaba una vez más al pue­
blo al asistir compungido a un acto donde sólo deben concu­
rrir los hombres que no han hecho derramar sangre ni lá­
grimas. A su alrededor sus genízaros, comunistas todos ellos,
ateos y descreídos, se prestaban a la farsa del comediante sa­
crilego. Más allá, estaban los cientos de muertos caídos por
su culpa y el luto de centenar de seres que quedaban en la
orfandad y desamparados. Era el primer acto del traidor he­
cho gobernante. *
El 14 de abril, el “ valiente y aguerrido revolucionario”
Paz Lstenssoro llegó a Bolivia acompañado de dos aviones

— 34 —
que Perón enviaba con víveres y medicamentos para los “ des­
camisados” de Bolivia. Su abnegada esposa doña Carmela
Cerruto, recorrió los barrios pobres de La Paz acompañada
de los peronistas argentinos repartiendo entre la gente hu­
milde aquellos víveres y entregando como “ yapa” dos cua­
dros: “ Perón-Evita” . La revolución boliviana quedaba así
indisimuladamente marcada.

Y.P.F.B.

Esa revolución me sorprendió trabajando en Yacimien­


tos. El día 8 de abril todos los empleados eran todavía
pursistas y amigos incondicionales de la Junta Militar. A
los quince días del triunfo del M.N.R. era fácil comprobar con
indignación que la mayoría de esos mismos empleados se ha­
bían convertido en movimientistas entusiastas.
Pero mi sorpresa no tuvo límites en los primeros días
de mayo cuando circuló en Yacimientos una “ orden interna”,
en la cual se exigía a todos los empleados “ confesar” su fi­
liación política. Cuando la Esta llegó a mi escritorio me con­
vencí de que todos menos cinco, tres jefes y dos subalternos,
renegaban de sus antiguas convicciones. Los únicos que no
pertenecían al nuevo gobierno de la “ revolución nacional”
eran el doctor Raúl Kieffer Bedoya, Juan Harvey de R., Ro­
lando Kempff Mercado, un liberal cuyo nombre no recuerdo.
Por supuesto, a los pocos días, todos los que tuvimos la hi­
dalguía de confesar nuestra filiación política fuimos retira­
dos como enemigos del M.N.R.
Paz Estenssoro-Siles Zuazo, comenzaban a cumplir su pa­
labra: “ volveremos, perdonaremos y olvidaremos” . . .

— 35
La depuración de los no-movimientistas se hizo con sa­
ña en todas las reparticiones públicas. Los cargos técnicos
fueron ocupados por los revolucionarios sin tener en cuenta
competencia ni antigüedad. Así un zapatero iba a ocupar
una oficialía mayor de un ministerio; un soplón llegó a mi­
nistro y otro de la misma calaña a sub-secretario de Rela­
ciones Exteriores. Al llamar soplón, empleo la palabra en
su acepción total: me refiero a aquellos que eran agentes del
ministerio de gobierno a cuya cabeza se encontraba el doctor
Alfredo Mollinedo, y que sirvieron de informantes o de agen­
tes provocadores sin que el M.N.R. lo supiera.

JO SE FELLM AN VELARDE

El 10 de julio de 1952, me apersoné a Yacimientos Pe­


trolíferos con el objeto de recoger mis beneficios sociales. Al
regresar a casa de mis suegros donde vivía, me presentaron a
José Fellman Velarde que era íntimo amigo de uno de mis
cuñados.
La conversación llegó, al poco tiempo, a la revolución.
Yo me encontraba como perro en barrio ajeno y por supues­
to indignado conmigo mismo. La petulancia de esos “ revo­
lucionarios” me enfermaba. Hizo la suerte que allí se en­
contraba también un primo hermano de mi señora que aca­
baba de llegar de Lima, Eddy Arrizueño Moller y su distin­
guida esposa. Gracias a ellos pude pasar el mal rato con­
versando de cosas agradables.
Antes de retirarse Fellman, me pidió hablar unas pala­
bras a solas. Sacó un sobre, me lo entregó y dijo: “ Se que
le han echado de su cargo por no ser de los nuestros, pero
como yo soy muy amigo de su cuñado lo quiero ayudar”.

— 36
Me estrechó la mano y se fue, dejándome el sobre, sin saber
en verdad de qué se trataba.
Abrí el sobre y encontré nada menos que un memorán­
dum de Paz Estenssoro para su ministro de Agricultura Gui­
llermo Alborta Velasco en el cual le ordenaba entregar “ al
compañero Hernán Landívar Flores” un cupo de un camión
Federal de la Casa SA C I” . Qué sorprendido e indignado.
]Llamarme a mí compañero!
Inmediatamente me comuniqué con Fellman por telé­
fono y le reproché su desvergüenza. Me contestó que no
fuera iluso, que aceptase sacar el camión, que él pondría la
plata y me daría cien mil bolivianos por sólo prestarme a
servir de intermediario, asegurándome además que seguiría­
mos haciendo pingües negocios; que aquello sólo era para em­
pezar. Me negué rotundamente y le dije que buscara ladro­
nes y no hombres honrados para sus picardías. Le devolví
la minuta por intermedio de mi cuñado.
En los primeros días de agosto, recibí un llamado telefó­
nico del Ministerio de Agricultura, para manifestarme que
me necesitaban urgentemente. Quedé sorprendido. Nada
me ligaba a dicho ministerio pero para salir de dudas allí
fui. Figúrese el lector mi sorpresa al conocer que el Mi­
nisterio “ me había concedido el cupo por el camión” . In­
mediatamente me puse al habla con Fellman, y le dije que
era indignidad lo que él hacía, que no debía contar conmigo
para nada y que jamás me prestaría a servir de palo blanco
a nadie. Nuevamente trató de convencerme tocando el lado
flaco de mi cesantía, de la necesidad de velar por mis hijos
y de lo difícil que me sería conseguir como ganarme la vida.
Le aseguré que eso era cuenta mía, que a él no le concernía
el asunto y le colgué el teléfono.
A fines de ese mismo mes recibí un memorándum del
Ministerio junto con el cual venía otro memorándum para

— 37 —
la SAC1 en que se ordenaba a esa casa comercial entregarme
un camión. Me apersoné ante el gerente general de la casa
indicada, don Manuel Holguín, a quien manifesté que yo no
iba a recoger el indicado vehículo porque no lo había soli­
citado. Holguín me miró admirado. Luego me fui al mi­
nisterio de Agricultura, y devolví el memorándum dejando
un crudo mensaje verbal al secretario.
En la noche fui buscado por Fellman quien trató nue­
vamente de convencerme, y ante mi negativa rotunda me di­
jo: “ Ha perdido usted la única oportunidad para hacerse rico,
ya se arrepentirá” . La verdad era que él había perdido un
“ manso” de los muchos que tuvo para enriquecerse.
La odisea del camión no terminó ahí. Fellman trató
de conseguir otro “ palo blanco” , pero el nuevo ministro Alci-
biades Velarde C., le hizo la jugada y se lo adjudicó a su hijo
Alcibiades Velarde Ortiz.
En el M.N.R. el que no corre vuela. Así procedían los
“ hombres de la Revolución Nacional” . Querían a todo tran­
ce hacerse ricos de la noche a la mañana. Y en verdad, la
mayoría lo ha logrado a costa del hambre de todo el pueblo.

M IS PRIM EROS T R A JIN ES CONTRAREVOLUCIO-


NARIOS

El pueblo comenzó a reaccionar muy pronto contra la


brutalidad y el latrocinio del gobierno de Paz Estenssoro-Siles
Zuazo. El descontento iba en aumento y los gobernantes
comenzaron a tomar sus medidas ante la ola de protestas
que se hacía cada vez más fuerte contra ellos.
Los partidos tradicionales, a uno de los cuales yo estaba
ligado, prácticamente habían desaparecido. Sus jefes fueron

38 —
expatriados y nadie, absolutamente nadie, quedó allí para
dirigirlos. El único partido que tenía a su jefe dentro de
Bolivia era Falange Socialista Boliviana.
Oscar Unzaga de la Vega, jefe de ese partido, era desde
muchos años atrás mi amigo personal; lo conocí en Río de
Janeiro en 1947. Fui a visitarlo y le manifesté que era ne­
cesario hacer algo por la patria y que si él se ponía a la cabe­
za de la oposición muchos ciudadanos le seguiríamos. Me
agradeció el ofrecimiento prometiéndome que él se lanzaría
a la lucha clandestina, ya que el gobierno no le permitía sa­
lir a las calles libremente. Le di mi dirección para que me
llamase el día que me necesitara. Esta entrevista la sostu­
vimos en una casa de la Avenida 6 de Agosto.
Era visible la paulatina penetración comunista en el go­
bierno. No sólo las consignas y los métodos eran comunis­
tas, también lo eran los hombres. Todos los trotskystas co­
nocidos, los piristas, los stalinistas del P.C. ingresaban en
masa a las funciones públicas y aún al M.N.R.
En los primeros días de enero de 1953, después de un
fallido golpe de la derecha del M .N.R., golpe en que dicho
sea de paso quedó demostrada en forma concluyente la in­
fluencia del comunismo en el gobierno, trabé amistad con
Ambrosio García y Jorge Arze Z., ambos lugartenientes del
señor Unzaga y desde aquel día trabajé con ellos poniendo
mi modesta contribución y mi entusiasmo a la tarea de sal­
var a la República.
El 9 de abril de ese año, festejaban los movimientistas
el primer aniversario de la revolución. Fusilería desde el
amanecer, sirenas, camiones cargados con indígenas y obreros.
La concentración mayor la hicieron en el Stadium.
Ese día recibí la visita de un primo hermano de mi pa­
dre, Rómulo Araño Peredo, quien comenzó a charlar precisa­
mente sobre la concentración que en esos momentos se reali­

— 3 9 —
zaba muy cerca de mi casa, pues yo vivía detrás del Stadium.
Aprovechó tío Rómulo de aquella conversación para despo­
tricar contra Paz Estenssoro y su partido.
Me llamó la atención la vehemencia del buen señor pues
lo sabía simpatizante del gobierno y así se lo manifesté.
“ Te voy a hacer una confidencia, me dijo. Perdí mi hijo
en la revolución del 21 de julio del 46. Luego tuve que sa­
lir al exilio con mi hijo Oscar y allí permanecí seis años. Paz
Estenssoro me prometió siempre, que cuando triunfara la re­
volución me nombraría ministro de Educación, lo que no ha
cumplido; se ha contentado con dar solo el cargo de Secreta­
rio de su señora a mi hijo Oscar. Por lo tanto he resuelto
abandonarlo y pasarme al lado de ustedes. Soy amigo de Un-
zaga de la Vega y deesaría verme con él para ofrecerle mis
servicios, pues puedo darles informes que le interesan, ya que
mi hijo trabaja en el mismo palacio de gobierno.”
Le contesté que yo no sabía donde se encontraba Un-
zaga, que no tenía ningún contacto con él por no estar me­
tido en trajines políticos.
Se despidió manifestándome que volvería el 15, y que yo
no debía desconfiar de él, pues pronto me daría pruebas de
su total alejamiento del M.N.R.
El 15, regresó efectivamente y me comunicó que su hi­
jo le había dicho que el gobierno pensaba tomar presos a mu­
chos falangistas y muy especialmente a Walter Alpire, esa
misma noche. Le agradecí por su informe, lo invité a almor­
zar para el siguiente domingo y nos despedimos.
Esa misma tarde me puse al habla con Ambrosio Gar­
cía para ponerlo al corriente de los informes dados por Ara-
no Peredo y le manifesté que nada se perdería con una en­
trevista. Concertamos la reunión para el mismo domingo
que debía ir Araño Peredo a casa.
Mientras tanto yo me había puesto en campaña para la

— 40
adquisición de armamentos. Compré dos pistolas ametralla­
doras Schmeisser y un amigo me regaló dos fusiles comple­
tamente nuevos más un cajón de balas. Ese amigo que res­
ponde al nombre de Angel Tórrez Toro, me manifestó que
odiaba a los movimientistas porque le habían matado a un
hermano.
Una noche me buscó en mi casa Amando Rodríguez,
yerno en ese entonces de Araño Peredo, con quien yo tenía
amistad desde hacía varios años. Me reveló que había lle­
gado de Oruro y que sabiendo por un amigo que yo conspi­
raba no había vacilado en venir a ponerse a nuestra disposi­
ción ya que se sentía identificado con la causa. Yo sabía
que Rodríguez era muy amigo de Oscar pues dos años atrás
Unzaga fue su padrino de matrimonio con la hija de Araño.
De hecho nos pusimos de acuerdo y le manifesté que tra­
bajaría conmigo; que todas las noches me podía buscar en
casa para poderle yo dar su misión concreta. Desde enton­
ces Amando iba a verme todas las noches y yo le entregaba
propaganda subversiva para que la distribuyera.
El sábado, víspera del día en que vendría a almorzar,
Araño llegó jadeante a casa y me dijo que me cuidase pues
había oído una orden cuando estaba con su hijo en el pa­
lacio, “ de ir a la avenida Chile a requisar una casa cuyo nú­
mero no alcanzó a oír” . Yo vivía precisamente en esa ave­
nida y nada raro sería que pudieran venir por tí”, me añadió.
Lo calmé y le dije que ya que me había dado el aviso
terminara el favor sacando de mi casa una maleta que le en­
tregaría, a lo que accedió. Le indiqué que la llevase al Hos­
pital Maternológico y que se la entregara a su hija María
Luisa que se encontraba internada; de allí yo la recogería.
Así lo hizo y se marchó.
Más o menos a la una de la tarde sentí un barullo en
la calle y salí a ver de que se trataba. Un fuerte grupo de

— 41
milicianos habían invadido la casa de al lado cuyo dueño era
don Julio Palacios. La requisa duró hasta las tres de la tar­
de. A esa hora fue sacado a culatazos el señor Palacios al
igual que su joven hijo. Se los llevaron presos. Los gritos
de la señora y demás familiares eran enternecedores, pero
fueron vanos. Aquel excelente señor fue subido a punta de
golpes a la camioneta pese a tener más de sesenta años; ni
que decir de su hijo.
Bajé a la avenida Saavedra donde estaba la Maternidad
y allí encontré a Araño con la maleta que le di. Me la
entregó y volví con ella a casa.
El domingo llegó puntualmente Araño y minutos des­
pués lo hizo García. Inmediatamente entramos a tratar el
asunto que nos interesaba. Un momento de esos mi señora
me llamó y me manifestó tener la intuición de que Araño
jugaba sucio; me reí de sus temores y la tranquilicé. ¡Cuán­
to lamenté después no haberle hecho caso!
Almorzamos, hablando siempre de política y una posible
revolución a corto plazo. Convinimos los tres estar en con­
tacto permanente y yo fui el encargado de mantenerlo. Pre­
viamente García había aceptado ir un día de la próxima se­
mana a la casa de Araño en la avenida 20 de Octubre 546,
sin precisar qué día. Una hora más tarde llegó Arce Zena-
rruza a recoger a Ambrosio y después de conversar un poco
más se marchó Araño.
El jueves, Araño, me llamó por teléfono para rogarme
me apersonase a su oficina de la calle Comercio. Me indicó
que al día siguiente debía estar García en su casa a las tres
de la tarde pues tenía que presentarle a un sacerdote alemán.
Me puso en contacto con García quien me pidió lo reco­
giera al día siguiente de su refugio.
Recogí a García del lugar indicado y Jorge Arce nos lle­
vó en su auto. Nos seguía un auto negro con varios ami­
gos más. Ingresamos a la casa García y yo, mientras los de­
más se quedaron cuidando pues había el temor de una celada.
En el departamento de Araño lo encontramos a él y lue­
go nos presentó a un sacerdote que dijo ser alemán y ex­
coronel de las fuerzas hitlerianas. Después nos presentó tam­
bién a un súbdito croata.
La entrevista tenía por objeto, según Araño Peredo, po­
nernos en contacto con el sacerdote que quería poner su ex­
periencia anti-comunista al servicio de Falange. Asimismo
nos manifestó que en casa de un judío, amigo suyo, se en­
contraban ocultos dos oficiales que habían ingresado clandes­
tinamente del Perú y que querían ponerse en contacto con
nosotros. Fui comisionado por García para conocer a los
oficiales, y el sacerdote me citó para el día siguiente en la
Iglesia de San Juan de Dios que era su parroquia, para lle­
varme a conocer a los militares.
El croata era un señor de edad madura que fumaba mu­
cho. A primera vista me infundió recelo. Nos dijo que era
un experto en la fabricación de bombas que quería prestar
sus servicios terroristas a la causa falangista. García le agra­
deció el ofrecimiento, pero le manifestó que su partido lucha­
ba con otras armas. Que tal vez llegaría a ir a una revolu­
ción pero sin recurrir a ningún método de terror. Es evi­
dente que Ambrosio con certera intuición desconfiaba tam­
bién.
En esta ocasión, Araño Peredo nos enseñó una docu­
mentación de tipo comunista, indicándonos que se la había
sacado a su hijo Antonio, de su cartera y que recién acababa
de saber que su hijo pertenecía a esa ideología. El la re­
pudiaba y se encontraba desolado. El sacerdote trató de
consolarlo y nosotros no le dimos importancia.
Nos retiramos de aquella casa sin haber sacado nada
interesante de la entrevista aparte de la posible reunión con

— 43 —
esos oficiales recién llegados del Perú y cuyos nombres no
conocíamos.
Al día siguiente busqué al sacerdote en la iglesia. Me
acompañaba el mayor Jorge Frías B. El padre estaba cele­
brando misa y esperé que terminara de oficiar. Entré a la
sacristía, me reconoció y me dijo que lo esperase cinco mi­
nutos. Salió y tomamos un auto de alquiler dando él la di­
rección: calle Iturralde, al final. Llegamos y tocó dando
unos golpes que yo no pude precisar. Se abrió la puerta y
una niña, muy hermosa, nos introdujo con todas las precau­
ciones del caso directamente a un dormitorio donde encon­
tramos a los dos oficiales que al ver al mayor Frías lo abra­
zaron. Este me los presentó, no doy sus nombres por en­
contrarse en Bolivia luchando clandestinamente.
Los puse al corriente de los movimientos que yo cono­
cía, que no eran muchos, y les pedí me indicaran si estaban
dispuestos a seguir las directivas de Unzaga de la Vega. Am­
bos dijeron que harían cualquier cosa con tal de derrocar al
gobierno comunista de Paz Estenssoro. Les indiqué que por
intermedio del mayor Frías recibirían noticias nuestras. Asi­
mismo les dije que podían utilizar a la persona que nos ha­
bía puesto en contacto. Nos despedimos enseguida y nos
marchamos.

PRIM EROS ATAQUES A LA IG LESIA

Un día de julio de 1953, la ciudad de La Paz fue con­


movida con el increíble y sacrilego atentado cometido con­
tra la imagen de la Virgen de Lourdes, colocada en una pin­
toresca gruta al bajar a la pequeña localidad de Obrajes.

44 —
Un grupo de personas encabezadas por Juan Lechín y Ñu-
flo Chávez, conocidos dirigentes comunistas y ministros en
ese entonces de Paz Estenssoro, salieron borrachos de la boi-
te del “ Gallo de O ro”, que queda a unas decenas de pasos de
la gruta, cuando ya comenzaba a amanecer y resolvieron prac­
ticar tiro al blanco.
Así lo hicieron y no encontraron nada mejor para afi­
nar su puntería que la imagen de la Virgen. Como es de
suponer la estatua quedó completamente destrozada, ya que
los tiros fueron muchos y bastante grande el grupo de la
hazaña.
La acusación que hizo la Iglesia por tamaña ofensa fue
directa contra los comunistas. Respondió Lechín desde los
balcones del Palacio de Gobierno con insultos contra la Je ­
rarquía Eclesiástica y en especial contra Monseñor Antezana.
El pueblo católico de La Paz indignado, mandó oficiar,
dos días después, una misa de desagravio a su religión y a su
pastor. Se llevó a cabo en la Catedral donde pronunció un
valiente sermón el Padre Aruza. La misa se efectuó a las
seis de la tarde. Terminada ella sacamos a Monseñor An­
tezana en andas. Llabíanse concentrado en la plaza Murillo
unas sesenta mil personas. Le hicimos dar una vuelta com­
pleta a la plaza dando vivas a Cristo Rey y a la Virgen Ma­
ría. Fue una manifestación emotiva.
Los agentes provocadores del gobierno se introdujeron
en la manifestación, a sabiendas de nuestra obligada pasivi­
dad, y a nuestros gritos de “ Cristo R e y .. . Cristo Rey. . . ” ,
ellos, levantando la mano derecha y con el signo robado de
la V de la victoria del gran Churchill, no cesaron de contes­
tar con los de: “ Víctor P a z .. . Víctor P a z .. . ” .

— 45 —
LA P R IM E R A CELAD A

El 24 de junio fui visitado por Araño Peredo, quien


me manifestó tener necesidad urgente de hablar con Unzaga.
I r dije que este señor se encontraba oculto, que yo no sa>
bía dónde y que su pedido era imposible de satisfacer...
Se enfadó bastante y me pidió hablar por lo menos con Gar<
cía habiéndole dado igual repuesta. Entonces me dijo: “ Un
alto miembro del partido de gobierno y que tiene bajo su
mando a doscientas personas bien armadas ha tenido un serio
percance con Paz Estenssoro y está dispuesto a pasarse a Fa­
lange. Pero este señor manifiesta que solo entraría en con­
versaciones directas con el señor Unzaga o en su defecto con
una persona que se acredite con una credencial de su puño
y letra” .
Le indiqué que trataría de comunicarme con urgencia
con García y que en cuanto tuviese un resultado lo buscaría.
Me puse al habla con Ambrosio García y le comuniqué
el asunto. Al día siguiente, García me buscó en casa y me
hizo entrega de la credencial manifestándome que Unzaga
me encargaba conversar con la persona que Araño indicaba.
Me dio instrucciones y me recomendó ir con Jorge Arce.
Concerté con Araño la entrevista con aquel señor, para
el día 29, en su oficina, a las 11 de la mañana.
Llegamos con Jorge a la hora indicada. A los cinco mi­
nutos llegó el personaje en cuestión que resultó ser el Jefe
de Investigaciones, Mario Abdalla, a quien fuimos presenta­
dos. Me solicitó la credencial y al entregarla tuve la cora­
zonada de que estábamos siendo víctimas de una traición.
Había algo en los ademanes, la mirada y la voz de este sujeto,
que sonaba a falso. Pero ya era imposible dar pie atrás.
Abdalla leyó con detenimiento la credencial y me la devol­
vió. Comenzó la charla en la siguiente forma:

— 46 —
Abdalla: “ Señores, el señor Araño les habrá informado
el por qué de esta entrevista y creo preferible entrar al gra­
no de inmediato” .
Tomé la palabra manifestándole que el señor Araño nos
había pedido la entrevista pero que en realidad no sabíamos
de que se trataba y que le rogaba nos dijera con toda franque­
za sus puntos de vista.
— “ Ayer me he informado, comenzó a decir Abdalla,
que el Presidente Paz Estenssoro ha resuelto echarme de mi
cargo y como yo no soy sirviente de nadie ni acepto que na­
die me haga una mala pasada, por muy presidente que sea,
he resuelto jugarle sucio yo primero y para eso los he citado
a ustedes. No crean que la ayuda que les ofrezco es gratis.
No señores, yo pediré no la jefatura que actualmente tengo,
sino el Consulado General en Buenos Aires. Asimismo la
suma de dos millones de bolivianos en dinero efectivo, para
que, en caso de fracasar la revolución, yo tenga medios para
huir al extranjero” .
Nuevamente tomé la palabra y le dije: “ ¿Qué garan­
tías nos dá usted de que lo que acaba de decirnos es cierto?
¿Qué nos ofrece usted pues supongo que su pedido es por
algo que usted está dispuesto a dar, verdad?
— “ Yo les ofrezco entregarles, el día que ustedes de­
seen, doscientos hombres bien armados y aguerridos”, repu­
so Abdalla. “ En cuanto a lí garantía de que no les pienso
tender una celada, ustedes dirán. Les puedo entregar como
rehen a mi familia hasta que vean mi actuación. ¿Qué les
parece?
Jorge Arce Z., después de pensar un momento le dijo:
“ Mire señor Abdalla, nosotros no tenemos más autorización
que escuchar su proposición y nada podemos ofrecerle mien­
tras no informemos a la jefatura. Así que ahora podemos

— 47 —
citarnos para otro día y usted recibirá la repuesta de nuestro
Jefe. ¿Tiene usted alguna otra cosa que decir?”
— “ Bueno, diga usted al señor Unzaga que estoy dis­
puesto a hacer lo que les he informado y aún más. Creo
que la oportunidad se nos presentará en el viaje que hará Paz
Estenssoro a Ucureña para la firma del decreto de Reforma
Agraria, que será el 2 de agosto. Cualquier novedad me la
hacen conocer por intermedio del señor Araño. Buenos días”.
Araño Peredo no intervino para nada en la charla. Nos
despedimos y salimos con Jorge a la calle.
Nos quedamos preocupados. Era claro que se trataba de
un par de malandrines. Con Jorge coincidimos en que nos
estaban tendiendo una trampa. Resolvimos no tener más con­
tacto con el Jefe de Investigaciones. Le rogué a Jorge que
informase a García el resultado de la entrevista y le manifes­
tara nuestros temores.
La credencial la metí en mi maletín en un escondite se­
guro que tenía y me fui a casa. Allí me esperaban malas no­
ticias. Tenía ya a mi hijo enfermo desde hacía algunos me­
ses, pero su caso no parecía revestir gravedad. “ Tranquili­
dad es lo que necesita”, decían los médicos. Pero esa tarde
lo encontré muy grave. Tiré el maletín sobre la mesa y no
me acordé más de él. El niño tenía una palidez cadavérica,
respiraba con dificultad y se quejaba sin descanso.
Pasé el resto del día en una zozobra indecible. Una
junta de médicos reunidos al caer la tarde acabó por desahu­
ciar al niño. Me sentí desfallecer. Veía la tragedia por an­
ticipado, pero había otra tragedia que no veía, la que ven­
dría en cuestión de horas a acabar de turbar la ya muy tur­
bada paz de mi hogar.

— 48 —
P R IM E R A L L A N A M IE N T O

Eran más o menos las cuatro de la mañana del ama­


necer del día 29 de junio de 1953. Oí fuertes golpes dados
a la puerta, me levanté y asomé la cabeza por la ventana de
mi dormitorio que estaba en el segundo piso. Ahí abajo
comprobé la presencia de dos vehículos y mucha gente ar­
mada que daban gritos. Ya estaban por derribar la puerta
cuando les hablé preguntándoles que deseaban y a quien bus­
caban. En forma imperiosa me ordenaron que abriera la
puerta de calle pues de lo contrario me la derribarían.
Bajé y abrí. Más de veinte ametralladoras apuntaban
a mi cuerpo. Me preguntaron si yo era Vicente Leytón; les
indiqué que no, pero que la casa era de propiedad de aquel
señor. Me hicieron a un lado e ingresaron violentamente a
mi departamento más de cincuenta milicianos alcoholizados,
al mando del miliciano Castañón, y comenzaron una requisa
minuciosa en la que cada miliciano encontraba algún objeto
que le gustaba y se lo robaba. Mi maletín cayó con veinte
mil bolivianos que tenía y de paso la credencial del señor
Unzaga. Luego encontraron las armas que tenía: dos pista-
nes, dos fusiles y un revólver 38 largo. Al inquirirme los mi­
licianos el por qué esas armas se encontraban en mi poder,
les contesté que no eran mías que eran de mi cuñado. (Este
era “ compañero” de ellos).
A las siete de la mañana se retiraron los milicianos, lle­
vándose el botín. Pero incomprensiblemente no me llevaron
preso.
Mi mujer y mis hijos lloraban, yo trataba de mante­
nerme sereno y de infundirles tranquilidad. No salí de la
casa. Me encontraba cada vez más preocupado. Sabía que
en mi maletín había aquella credencial que me comprometía

— 49 —
citarnos para otro día y usted recibirá la repuesta de nuestro
Jefe. ¿Tiene usted alguna otra cosa que decir?”
— “ Bueno, diga usted al señor Unzaga que estoy dis­
puesto a hacer lo que les he informado y aún más. Creo
que la oportunidad se nos presentará en el viaje que hará Paz
Estenssoro a Ucureña para la firma del decreto de Reforma
Agraria, que será el 2 de agosto. Cualquier novedad me la
hacen conocer por intermedio del señor Araño. Buenos días”.
Araño Peredo no intervino para nada en la charla. Nos
despedimos y salimos con Jorge a la calle.
Nos quedamos preocupados. Era claro que se trataba de
un par de malandrines. Con Jorge coincidimos en que nos
estaban tendiendo una trampa. Resolvimos no tener más con­
tacto con el Jefe de Investigaciones. Le rogué a Jorge que
informase a García el resultado de la entrevista y le manifes­
tara nuestros temores.
La credencial la metí en mi maletín en un escondite se­
guro que tenía y me fui a casa. Allí me esperaban malas no­
ticias. Tenía ya a mi hijo enfermo desde hacía algunos me­
ses, pero su caso no parecía revestir gravedad. “ Tranquili­
dad es lo que necesita”, decían los médicos. Pero esa tarde
lo encontré muy grave. Tiré el maletín sobre la mesa y no
me acordé más de él. El niño tenía una palidez cadavérica,
respiraba con dificultad y se quejaba sin descanso.
Pasé el resto del día en una zozobra indecible. Una
junta de médicos reunidos al caer la tarde acabó por desahu­
ciar al niño. Me sentí desfallecer. Veía la tragedia por an­
ticipado, pero había otra tragedia que no veía, la que ven­
dría en cuestión de horas a acabar de turbar la ya muy tur­
bada paz de mi hogar.

48 —
P R IM E R A L L A N A M IE N T O

Eran más o menos las cuatro de la mañana del ama­


necer del día 29 de junio de 1953. Oí fuertes golpes dados
a la puerta, me levanté y asomé la cabeza por la ventana de
mi dormitorio que estaba en el segundo piso. Ahí abajo
comprobé la presencia de dos vehículos y mucha gente ar­
mada que daban gritos. Ya estaban por derribar la puerta
cuando les hablé preguntándoles que deseaban y a quien bus­
caban. En forma imperiosa me ordenaron que abriera la
puerta de calle pues de lo contrario me la derribarían.
Bajé y abrí. Más de veinte ametralladoras apuntaban
a mi cuerpo. Me preguntaron si yo era Vicente Leytón; les
indiqué que no, pero que la casa era de propiedad de aquel
señor. Me hicieron a un lado e ingresaron violentamente a
mi departamento más de cincuenta milicianos alcoholizados,
al mando del miliciano Castañón, y comenzaron una requisa
minuciosa en la que cada miliciano encontraba algún objeto
que le gustaba y se lo robaba. Mi maletín cayó con veinte
mil bolivianos que tenía y de paso la credencial del señor
Unzaga. Luego encontraron las armas que tenía: dos pista-
nes, dos fusiles y un revólver 38 largo. Al inquirirme los mi­
licianos el por qué esas armas se encontraban en mi poder,
les contesté que no eran mías que eran de mi cuñado. (Este
era “ compañero” de ellos).
A las siete de la mañana se retiraron los milicianos, lle­
vándose el botín. Pero incomprensiblemente no me llevaron
preso.
Mi mujer y mis hijos lloraban, yo trataba de mante­
nerme sereno y de infundirles tranquilidad. No salí de la
casa. Me encontraba cada vez más preocupado. Sabía que
en mi maletín había aquella credencial que me comprometía

49 —
y que mi mujer ignoraba. Tenía la vaga esperanza de que el
miliciano que robó el maletín se hubiera contentado con el
dinero y no le diera importancia a ese documento. Pasó el
día y nada sucedió. No intenté ocultarme y permanecí en la
casa. Me lo imponía la salud de mi hijo.
Al día siguiente 30, a las 8.30 de la mañana, fue rodea­
da mi casa por más de un centenar de milicianos llegados en
dos camiones, dos jeeps y una vagoneta. Venían comandan­
do a aquellos foragidos el mismo Castañón y un señor gordo
a quien llamaban “ negro Abasto” . Yo mismo les abrí la reja,
me encontraba en pijama.
Una nueva requisa fue practicada y no me dejaron nada
en su lugar. Guardaba yo en mi archivo una colección de
los editoriales de “ La Razón” desde el 21 de julio al 31 de
diciembre de 1946. Abasto y Castañón al ver la colección
se dieron una mirada de inteligencia y dijeron: “ Hemos en­
contrado a un pez gordo” . ¡Qué chasco se llevaron!
Abasto me pidió que le prestase a él personalmente aque­
llos editoriales a lo que accedí. De igual manera se los hu­
bieran llevado sin mi permiso. En la requisa no encontraron
absolutamente nada que les pudiera interesar ni nada compro­
metedor, pero sí me robaron algunas cosas que no se lleva­
ron la víspera. Cada miliciano que deseaba algo lo tomaba
sin pedir permiso y se lo metía al bolsillo.
Castañón me indicó en tono violento que tenía que lle­
varme preso. Mi señora intervino y hubo un cambio de pa­
labras con el insolente. Yo tuve que rogarle que se calmara,
pues aquel sujeto estaba poniéndose grosero y terminó por
amenazarla con llevarla detenida, a ella también. Abasto
me dijo que me vistiese. Ingresé a mi dormitorio y me ves­
tí en presencia del foragido a quien logré descuidar para des­
hacerme de una libretita que tenía con claves y nombres de
amigos. La empleada Hortensia la escondió.

— 50 —
Besé a mi esposa, a mis hijos, y sobre todo a mi Carli­
tas, a quien dejaba terriblemente grave.
Al salir a la calle me quedé asombrado.; no creía ser
tan peligroso. El despliegue de tropa para tomar preso a
un hombre solo era impresionante. El público presenciaba la
escena y unos gringos que vivían frente a mi casa miraban
incrédulos todo aquello. “ Más de cien hombres armados
para tomar a un hombre desarmado” , decían con sus caras
de asombro aquellas pobres gentes.
Los milicianos subieron a los camiones, los agentes a los
jeeps y a mí me introdujeron a empellones en una vagoneta
celeste último modelo. Abasto tomó el volante, yo quedé
entre él y Castañón a mi derecha; detrás de nosotros seis
agentes con pistanes.
Marchamos de la calle I de Obrajes donde yo vivía. El
trayecto fue lleno de incidentes por cuanto Abasto insistía
en llevarme preso al Comité Político y entregarme a Méndez
Tejada, que era secretario general del partido de gobierno,
mientras Castañón era más bien de opinión de llevarme a la
Sección Segunda y entregarme a manos del torturador chile­
no, mayor de carabineros Luis Gayán Contador. Como no
llegaban a ponerse de acuerdo comenzaron a insultarse.
Al llegar a la ciudad, los ánimos se calmaron y triunfó
la tesis de Castañón. Fui llevado a la Sección Segunda, que
en ese entonces hacía el papel de Policía Política. Ingresa­
mos a dicha repartición por su principal entrada que da a la
calle Junín.
Inmediatamente fui introducido a una caseta que según
oí decir era la “ Prevención” . Me registraron y me quitaron
todo lo que tenía: billetera, chequera, dinero, pluma fuente,
reloj, corbata, pañuelos y hasta las trenzas de los zapatos.
Luego una voz ordenó: “ Métanlo al ropero” . Fui metido
a uno de esos cuartitos que tenían en un salón grande y que

— 51 —
estaban numerados; me tocó el número 4. Eran las diez y
treinta de la mañana. Hacía mucho frío ahí dentro pues hizo
la mala suerte que el cuartucho que me tocó estaba precisa­
mente frente a una ventana que daba a la calle, por la que
entraba el viento.
Los roperos, eran reparticiones de 1.30 x 1 metro de
ancho: no era posible acostarse y había que estar de pie o
en cuclillas.

TORTURADO POR GAYAN

Antes de describir mi dolorosa experiencia quiero hacer


un poco de historia para demostrar el hondo “ nacionalismo”
de los nuevos amos de Bolivia.
Desde niños, en la escuela y en el hogar, se nos recor­
daba, con resentimiento muy enconado contra Chile, que este
país era el causante de nuestra mediterraneidad y nuestro
atraso, que había abusado de su fuerza y del más vil engaño
para atacarnos a traición y dejar a Bolivia enclaustrada. Cre­
cí con esa aversión profunda hacia el pueblo que nos había
mutilado y en cada chileno veía a un enemigo de mi patria.
Paz Estenssoro-Siles Zuazo no desconocían esto, pues era
bien sabido que el pueblo boliviano no ha olvidado ni perdo­
nado la usurpación de nuestro litoral y mantendrá latente su
deseo de reconquistarlo. El odio a los chilenos se ha apla­
cado mucho pero persiste el rencor por la conquista.
Los nacionalistas de la llamada Revolución Nacional no
trepidaron en contratar a un mercenario chileno de pésimos
antecedentes, fichado en su propia patria por robos y críme­
nes y dado de baja del Cuerpo de Carabineros de Chile con
ignominia, para torturar a los bolivianos. Paz-Siles enrola­

— 52
ron exprofesamente a este mal sujeto con el único y estudiado
objeto de humillar a los bolivianos en lo que tenían de más
sagrado, en su patriotismo.
El chileno Luis Gayan Contador era el jefe de la Sec­
ción Segunda donde me hallaba y ante él tenía que compa­
recer en breves minutos más. No me eran desconocidas las
“ hazañas” de terror de este bárbaro torturador, sádico impla­
cable. Confieso que tenía miedo al solo oír su nombre.
A las 11 de aquel mismo día fui sacado de mi celda y
llevado ante Gayán. Al ingresar a su oficina, que daba pre­
cisamente a la plaza Murillo, lo encontré sentado detrás del
escritorio.
Inmediatamente me di cuenta, con solo mirarlo, que la
leyenda de terror que sobre él corría en el pueblo boliviano
era cierta. Al primer golpe de vista uno comprendía estar
ante un degenerado. Era sencillamente repulsivo. Con un
ojo desviado, la mirada fría del único ojo que se fijaba en
uno era trágica. Parecía un poseído. Al levantarse de su
asiento su figura me pareció grotesca.
Se dirigió hacia mí y me indicó que me sentase. Yo
absorto lo retraté en mi mente: Hombre corpulento de más
de 1 metro con 80 centímetros y cien o más kilos de peso.
Sus ojos tenían una aureola roja de hombre habitualmente
aficionado al alcohol. Su tufo era asqueroso y salía de su
cuerpo un olor repugnante. Tenía colgado del cuello un ti­
rante especial del cual pendía una cachiporra de goma con
la punta emplomada. Al andar parecía un orangután en­
corvado.
Se puso a un paso frente a mí, me observó un instan­
te. . . Me quitó de un manotazo los lentes que uso por mi
miopía. Luego me mostró un papel y me preguntó si lo
reconocía. Traté de agarrarlo para poderlo leer pero lo re­
tiró de inmediato. Yo había reconocido la credencial de Un-

— 53 —
estaban numerados; me tocó el número 4. Eran las diez y
treinta de la mañana. Hacía mucho frío ahí dentro pues hizo
la mala suerte que el cuartucho que me tocó estaba precisa­
mente frente a una ventana que daba a la calle, por la que
entraba el viento.
Los roperos, eran reparticiones de 1.30 x 1 metro de
ancho: no era posible acostarse y había que estar de pie o
en cuclillas.

TORTURADO POR GAYAN

Antes de describir mi dolorosa experiencia quiero hacer


un poco de historia para demostrar el hondo “ nacionalismo”
de los nuevos amos de Bolivia.
Desde niños, en la escuela y en el hogar, se nos recor­
daba, con resentimiento muy enconado contra Chile, que este
país era el causante de nuestra mediterraneidad y nuestro
atraso, que había abusado de su fuerza y del más vil engaño
para atacarnos a traición y dejar a Bolivia enclaustrada. Cre­
cí con esa aversión profunda hacia el pueblo que nos había
mutilado y en cada chileno veía a un enemigo de mi patria.
Paz Estenssoro-Siles Zuazo no desconocían esto, pues era
bien sabido que el pueblo boliviano no ha olvidado ni perdo­
nado la usurpación de nuestro litoral y mantendrá latente su
deseo de reconquistarlo. El odio a los chilenos se ha apla­
cado mucho pero persiste el rencor por la conquista.
Los nacionalistas de la llamada Revolución Nacional no
trepidaron en contratar a un mercenario chileno de pésimos
antecedentes, fichado en su propia patria por robos y críme­
nes y dado de baja del Cuerpo de Carabineros de Chile con
ignominia, para torturar a los bolivianos. Paz-Siles enrola­

— 52 —
ron exprofesamente a este mal sujeto con el único y estudiado
objeto de humillar a los bolivianos en lo que tenían de más
sagrado, en su patriotismo.
El chileno Luis Gayán Contador era el jefe de la Sec­
ción Segunda donde me hallaba y ante él tenía que compa­
recer en breves minutos más. No me eran desconocidas las
“ hazañas” de terror de este bárbaro torturador, sádico impla­
cable. Confieso que tenía miedo al solo oír su nombre.
A las 11 de aquel mismo día fui sacado de mi celda y
llevado ante Gayán. Al ingresar a su oficina, que daba pre­
cisamente a la plaza Murillo, lo encontré sentado detrás del
escritorio.
Inmediatamente me di cuenta, con solo mirarlo, que la
leyenda de terror que sobre él corría en el pueblo boliviano
era cierta. Al primer golpe de vista uno comprendía estar
ante un degenerado. Era sencillamente repulsivo. Con un
ojo desviado, la mirada fría del único ojo que se fijaba en
uno era trágica. Parecía un poseído. Al levantarse de su
asiento su figura me pareció grotesca.
Se dirigió hacia mí y me indicó que me sentase. Yo
absorto lo retraté en mi mente: Hombre corpulento de más
de 1 metro con 80 centímetros y cien o más kilos de peso.
Sus ojos tenían una aureola roja de hombre habitualmente
aficionado al alcohol. Su tufo era asqueroso y salía de su
cuerpo un olor repugnante. Tenía colgado del cuello un ti­
rante especial del cual pendía una cachiporra de goma con
la punta emplomada. Al andar parecía un orangután en­
corvado.
Se puso a un paso frente a mí, me observó un instan­
t e . . . Me quitó de un manotazo los lentes que uso por mi
miopía. Luego me mostró un papel y me preguntó si lo
reconocía. Traté de agarrarlo para poderlo leer pero lo re­
tiró de inmediato. Yo había reconocido la credencial de Un-

— 53 —
zaga que me habían robado. Pero le dije que no sabía de
que se trataba, pues no veía bien.
Luego monologó para sí; oí que decía: “ Estos falangis­
tas encuentran gente de toda clase para su revoluciones.
¿Quién pudiera creer que éste que tengo aquí sea un revolu­
cionario peligroso? Pero, naturalmente, la prueba es contun­
dente” .
Luego dirigiéndome la palabra, dijo: “ Mire, usted está
en mis manos y no le queda otro recurso que ponerse de
acuerdo conmigo, pues de lo contrario usted morirá o que­
dará lisiado para el resto de sus días. Por la credencial que
se le ha confiscado, Ud. no podrá negar que sabe donde se
encuentra el señor Unzaga. ¿Verdad?
Me enfrenté a Gayán y le manifesté que no sabía de
que me hablaba, que a mí nadie me había quitado credencial
alguna, que no era falangista y que por lo tanto ignoraba
donde se encontraba el señor Unzaga.
— ¿Niega usted ser amigo del señor Unzaga?
— No, no niego, soy su amigo y lo estimo muchísimo,
pero no sé donde se encuentra.
— ¿Niega usted haber sido colaborador incondicional de
los ex-presidentes Hertzog, Urriolagoitia y Ballivián?
— Fui y soy amigo del ex-presidente Hertzog. En cuan­
to al señor Urriolagoitia, aunque usted no lo crea fue el pri­
mero que me hizo conocer la cárcel por no querer someterme
a sus arbitrariedades. Al general Ballivián lo conocí en Ro­
boré en el año 1943, pero jamás cultivé su amistad y nunca
fui colaborador suyo.
Luego Gayán suavizó la voz, se sentó y me dijo: “ El
presidente Paz Estenssoro es magnánimo y le promete que ol­
vidará sus trajines subversivos si Ud. nos indica donde se
encuentran el señor Unzaga y Ambrosio García. Le dare­
mos un cargo en el Consulado de Bolivia en Buenos Aires y

— 54
dos millones de bolivianos. ¿Acepta usted? No pierda esta
ocasión que es la única salvación que le queda. Piense en
su mujer y sus hijos. . . jPueden quedar sin padre!” . . .
— Me es imposible indicarle el domicilio del señor Un-
zaga ni el de García porque no sé donde viven. Nadie pue­
de confesar lo que nc sabe. Además aun cuando lo supiera
no se lo diría, pues no nací delator.
Gayán saltó de su asiento y se lanzó sobre mí. Caí al
suelo por supuesto al recibir el impacto de semejante mole.
Traté de levantarme y no lo conseguí. Me dio un pisotón
en el estómago y quedé desmayado. Volví en mí al recibir
un chorro de agua fría en la cara. Cuando trataba de incor­
porarme, Gayán se echó sobre mí, puso sus rodillas sobre mi
vientre y con sus dos manazas asquerosas me tomó de la
cabeza y comenzó a golpearla contra el suelo. Yo pensé que
no resistiría un minuto más. Luego con una brutalidad in­
creíble introdujo sus dedos pulgares a mis ojos y me los iba
oprimiendo lenta y despiadadamente. Yo no veía estrellas,
veía venir la muerte, sentía un sudor frío y un desvaneci­
miento que me iba anestesiando el alma. El dolor era de­
sesperante, el torturador no cesaba de decir: “ ¿Dónde está
el señor U n zaga.. . Unzaga. . . Unzaga, dónde está? Y me
arrojaba a las narices su hedor y su saliva.
Yo me puse a rezar ,tanto para llegar en buena forma al
final de la vida como para no oirlo. Rogaba a la Virgen del
Perpetuo Socorro que sellase mis labios y que no me convir­
tiera en un delator.
En un arranque de desesperación saqué fuerzas sobre­
humanas para deshacerme de aquel monstruo y lo conseguí.
Fue toda una proeza. Yo que solo pesaba 40 kilos con 1.60
de estatura acabé por echar a un lado a aquella bestia de casi
dos metros con más de cien kilos de peso. Libre de él, me
lancé con un salto de pescado hacia la puerta-ventana que

— 55 —
estaba abierta y que daba a la plaza Murillo. Todo el drama
se desarrollaba en el segundo piso. Hizo mi mala suerte
que debido a la falta de mis lentes calculara mal la distancia
y fui a estrellarme en el barandado.
Gayán se abalanzó sobre mí, me tomó de los pies y me
arrastró hacia dentro pidiendo ayuda a sus subordinados que
estaban en la habitación del lado. Les ordenó cerraran aque­
lla puerta por la cual traté de lanzarme. Jadeante y con ra­
bia descontrolada prosiguió su hazaña golpeándome con su la­
que. Caí desmayado y ensangrentado.
Cuando volví en mí, me encontraba completamente des­
nudo y con las manos atadas. Gayán estaba solo y me con­
templaba con mirada siniestra. Luego tomó unos aparatos
que no alcancé a precisar, pero que parecían castañuelas, me
agarró con ellos los testículos y me los fue oprimiendo poco
a poco, brutalmente. Fue terrible aquello. Nunca había
sentido dolor más grande. Me retorcía. . . me desm ayaba.. .
volvía a recuperar el sentido para seguir sufriendo la misma
tortura y oír las mismas inquisiciones: ¿Dónde está Unza-
g a . . . Unzaga. . . Unzaga y al final, G arcía. . . García. . . ? ”
Sus palabras ya no tenían felizmente sentido para mí.
Saciado ya de haberme torturado y sin haber consegui­
do la delación que perseguía, Gayán volvió a llamar a sus
ayudantes y les ordenó: “ Llévenlo al Panóptico y si no habla,
mátenlo” , y dirigiéndose a su principal secuaz Jorge Rioja,
le dijo: “ Tú me respondes de este carajo” .
Fui vestido por estos siniestros personajes pues yo era
incapaz de moverme; se me condujo a la prevención y me
entregaron las cosas que me habían confiscado, menos los pa­
ñuelos, la corbata y las trenzas de los zapatos.

— 56 —
LAS TORTURAS EN E L PANOPTICO NACIONAL

Las torturas que sufrí de manos de Gayan duraron de las


11 de la mañana a las 2 de la tarde. Inmediatamente fui
trasladado en una camioneta al Panóptico donde llegamos a
las 2.30.
Estaba de comandante de la guardia un oficial de cara­
bineros cruceño que yo conocía, pero cuyo nombre no re­
cuerdo. Conducido por Jorge Rioja fui llevado a la goberna­
ción donde encontramos al gobernador, un tal Bazoberry.
Rioja le pidió una celda apropiada, “ para hacer cantar a es­
te carajo” . Me miró y sin pronunciar una palabra le indicó
con la mano que lo siguiera. Se agregaron a la comitiva dos
personajes cuyos nombres supe luego, se trataba de un ase­
sino que meses antes había matado a un edecán del mismo
Paz Estenssoro, el ex-mayor de carabineros Fidel Salazar. El
otro era el jefe de Investigaciones de Santa Cruz, un tal Ar­
ce Amaya.
Era la primera vez que yo ingresaba al penal. Me con­
dujeron al fondo, al sector que dá al lado izquierdo. Yo era
conducido, tomado de ambos brazos pues muy apenas podía
mantenerme en pié. Así, agarrado, me hicieron subir una
empinada escalera de madera hasta llegar al segundo piso y
en una celda encontramos a Bazoberry. Allí había una cama
destartalada y un cajón de madera semideshecha.
Como primera medida me desnudaron nuevamente. Ar­
ce Amaya comenzó a torturarme. Me daba con sus rodillas
golpes a los testículos y con sus puños golpes al estómago.
Me desmayó también varias veces. Ya nada me importaba.
Casi no sentía dolor. Pero solo era el comienzo.

— 57 —
Rio ja pidió al gobernador una pequeña escalera, la que
le fue llevada de inmediato. Me tendieron sobre ella y me
ataron de pies y manos. Luego la levantaron haciendo que
mi cabeza quedase hacia abajo. Enseguida Rioja me flageló
en el vientre. Sentí al volver en mí un escosor en las plan­
tas de los pies. La sangre se me había venido a la cabeza y
me era difícil respirar libremente. Cuando recuperaba sentía
unas tremendas ganas de vomitar. Para mí era una suerte
quedar desmayado, pues así no sufría pero me reanimaban a
cada momento con agua fría. Paraban la escalera y era un
alivio quedar en esa posición. Pero luego apagaban sus ciga­
rrillos en mi cuerpo y en especial en las palmas de las ma­
nos y en los pies.
Entre los torturadores estaban dos benianos apellidados
Urquizo y Puerta; noté que estos no me habían tocado y que
se condolían de mí. Cuando Rioja y Arce Amaya se cansa­
ron de torturarme, salieron al corredor a conversar con Ba-
zoberry y Salazar, ordenando a Urquizo y Puerta que prosi­
guieran con las torturas. Estos, cerraron la puerta y comen­
zaron a rogarme a que hablase, “ lo van a matar señor”, me
decían. “ Denuncie usted a cualquier amigo” . No me toca­
ron pero hicieron la comedia de dar golpes y patadas y gri­
taban insultándome. Querían que yo gritase a lo que no ac­
cedí, pues si no me había quejado ante Gayan y los otros,
era ridículo hacerlo en ese momento de alivio para mí. La
farsa duró 15 minutos más o menos. La puerta fue abierta
de una patada y nuevamente ingresaron Rioja y Arce. To­
maron mi ropa que estaba encima de la cama y la registraron.
Rioja tomó mi chequera y quiso obligarme a que firmase los
cheques en blanco a lo que me negué, pero se la guardó;
lo mismo hizo con mi pluma fuente, mi billetera, mi reloj y
un número de lotería. Arce Amaya se guardó unos aretes de
brillantes que me había dado mi hermana días antes, para

— 58 —

t
hacérselos arreglar, y una cadena de oro de mi señora. Ur-
quizo se apropió de mi anillo de matrimonio. ¡Modelos de
honradez los tales policías!
Me pusieron nuevamente de cabeza en la escalera y re­
cibí nuevos tormentos. Arce Amaya y Rioja eran verdaderos
discípulos de Gayán por el refinamiento que ponían. Yo
continuaba rezando y pidiendo a la Virgen me iluminase pa­
ra encontrar una salida a aquellos sufrimientos.
Nuevamente quedé en poder de Urquizo y Puerta que
insistieron en sus súplicas. Me desataron de la escalera y
me hicieron sentar en el cajón. Así, más tranquilo, pensé y
creí que Dios me enviaba la solución. Pregunté la hora.
Eran las 4.20. Les dije que quería hablar urgentemente con
Gayán. Llamaron a Rioja que ingresó de inmediato. Le
manifestó que iba a denunciar el refugio del señor Unzaga
y de García. Me vistieron apresuradamente y alzado fui in­
troducido a la camioneta y casi volando estuvimos en presen­
cia de Gayán.
El plan que me tracé mentalmente fue el siguiente: Me
encontraba completamente aniquilado y ya no podía resistir
más, pero las torturas no disminuían. Como de ningún mo­
do iba a denunciar a nadie, lo más probable era que me ma­
tasen allí; es decir, que me iban a masacrar. Pensé que en­
tre morir en esa forma y que hiciesen desaparecer mi cadá­
ver y morir públicamente era preferible lo último y demos­
trar así a mis verdugos que no era ningún cobarde traidor.
Era un gesto desesperado con el 99% de probabilidades de
morir y con el 1% de salvarme. Pero había que jugarse el
todo por el todo.
Ingresé a lo de Gayán completamente deshecho. Le re­
petí mi ofrecimiento y le dije: “ Yo conozco el refugio del
señor Unzaga pero anoche recibí un papel de Ambrosio Gar­

— 59 —
cía en el cual me citaba para hoy día para llevarme a ver a
Oscar” .
— ¿A qué sitio lo citó y a qué hora?, preguntó Gayán.
— A las cinco y media de hoy debo estar en el Parque
Triangular en Miradores, donde me buscará un joven vestido
de negro que tendrá un periódico bajo el brazo. Yo debo
esperarlo parado frente al surtidor. El enlace se me acerca­
rá a pedirme fuego para encender un cigarrillo y me pregun­
tará si soy “ Alfredo”. A mi respuesta de sí, me trasladará
al lugar donde se encuentran Unzaga y García.
Gayán miró su reloj y me dijo: “ Falta casi una hora,
cuidado con jugarme una mala pasada. Yo iré con usted y
se bajará del auto una cuadra antes del parque y usted co­
mo si nada ocurriera se irá con su enlace. Yo le seguiré” .
Luego ordenó a Rioja que me metiera al ropero.
Recé un rosario y pedí a la Virgen y a Dios me ayuda­
ran en lo que iba a hacer; no dejé de pedirle también que por
amor a mis hijos me salvara la vida. Sentí que me renacían
las fuerzas a la sola idea de jugarles una buena pasada.
Casi todo lo tenía previsto. Bajado del auto policial
yo seguiría la ruta indicada y al llegar al surtidor donde por
supuesto nadie vendría, emprendería una loca carrera hacia
una posible libertad. Bien sabía que mis seguidores me ame­
trallarían por la espalda si me veían correr. Prefería esta
muerte violenta, antes que aquella otra lenta en la cámara de
tortura. A lo mejor también conseguía burlar a mis ver­
dugos.
Mientras esperaba haciendo hora y terminada mi ora­
ción, me puse a pensar en mi esposa, en mis adorados hijos,
mis padres y hermanos. Constaté que me encontraba insen­
sible y me asombré de la tranquilidad con la cual esperaba la
muerte. Recordé pasajes insignificantes de mi niñez; luego
me puse a recordar a mis maestros, mis amigos. Me dormí

— 60 —
y soñé con mi madre muerta. Era tal mi cansancio que pu­
de dormir, aunque parezca mentira, apoyado el cuerpo en esa
especie de ataúd vertical en que me encontraba.
Desperté a los gritos de gente que me llamaba; al prin­
cipio no me di cuenta donde estaba y de que se trataba. Se
abrió bruscamente el ropero y fui sacado por varios agentes
que a empellones me llevaron a la oficina de Gayán al que
encontré completamente borracho. Ordenó a sus agentes que
alistasen dos camionetas y que fuera la mayor cantidad de
gente bien armada y dirigiéndose a mí me dijo: “ Vamos” .
— Son las diez de la noche señor Gayán — le dije seña­
lándole el reloj que había en la pared. El enlace que debía
recogerme tenía que hacerlo a las cinco y media. Supongo
que al no haberme presentado a esa hora habrá comprendido
que algo me ha pasado o a lo mejor sabe que ya me encuentro
preso. Yo no sé dónde podremos ir a esta hora.
La Bestia me miró con odio terrible y se lanzó sobre mí
y ayudado por sus agentes todos ellos me flagelaron y gol­
pearon en la misma oficina de Gayán. Luego ordenó a su
Secretario Villarreal que esa misma noche me interrogase y
me hiciera firmar mis declaraciones, pues el ministro de G o­
bierno Federico Fortún Sanjinés, las necesitaba para el día
siguiente. Fui sacado de allí a rastras y llevado de nuevo al
ropero.
A las dos de la madrugada se me sacó de mi ropero y me
llevaron a la secretaría donde me obligaron a sentarme fren­
te a un escritorio. Me dolían todas las partes de mi cuerpo.
Tal como había oído decir que hacían los comunistas rusos
pusieron dos ampolletas de 500 bujías cuyos deslumbrantes
rayos me dañaban los ojos. Las lágrimas comenzaron a go­
tear, los párpados se me cerraban y el escosor me atormen­
taba. No podía llevar mis manos a la cara pues cuando tra­
taba de hacerlo recibía un fuerte golpe en el brazo.

— 61
Comenzó el interrogatorio; al señor que tenía al frente
no lo podía ver porque la luz me cegaba, lo mismo que al
que tenía la máquina de escribir. A los que estaban detrás
mío tampoco los veía pues no se me permitía dar la vuelta.
Tenía que estar con la mirada fija en las ampolletas. Así
más o menos fue el interrogatorio:
P.— ¿A qué partido pertenece usted? ¿Y desde cuán­
do milita en él?
R.— Pertenezco al partido Liberal desde 1945.
El que hacía las preguntas, ordenaba al dactilógrafo que
escribiera lo que él ordenaba. Y ordenó escribir a la primera
pregunta:
— El detenido Hernán Landívar Flores, es liberal-purso-
falangista.
P.— ¿Cuántos años tiene usted?
R.— Tengo treinta y tres años.
P.— ¿Estado civil?
R.— Casado.
P.— ¿Se le conoce a usted algún apodo?
R.— No tengo ningún apodo.
P.— ¿Por qué cree usted que ha sido detenido?
R.— Supongo que se debe a un error. Se me ha dicho
que me encuentro implicado en trajines subversivos, lo que
niego terminantemente.
P.— ¿Cómo es que en su maletín, que se encontró en
su casa, había precisamente una credencial de puño y letra del
señor Unzaga de la Vega?
R.— Así me lo han informado los señores que me han
tomado preso. Pero ese maletín no es mío e ignoro como
han podido encontrarlo en mi domicilio. O es que el indi­
cado documento lleva mi nombre para poder ser acusado?
(Yo sabía que la credencial no tenía mi nombre).

62 —
P.— Es amigo usted del señor Unzaga, de los ex-pre-
sidentes Hertzog, Urriolagoitia y Ballivián?
R.— Sí, soy amigo del señor Unzaga desde hace muchí­
simos años. Lo mismo puedo decir del ex-presidente Hert­
zog. En cuanto a los señores Urriolagoitia y Ballivián aun­
que los conozco no soy amigo de ellos.
P.— Usted manifestó al mayor Gayan que ayer a las
5.30 lo recogería un enlace en Miraflores para llevarlo don­
de el señor Unzaga y luego manifiesta usted no tener ninguna
complicidad en actos subversivos. ¿Cómo puede aclarar es­
ta contradicción?
R.— Atormentado por las torturas inventé esa treta pa­
ra ser llevado allí y tratar de fugar, momento en que los agen­
tes dispararían contra mí y me matarían. Nada de eso
es cierto. Pero la verdad es que yo prefería aquello antes
de seguir sufriendo los tormentos que he recibido.
P.— ¿Tiene usted algo más que decir?
R.— Nada tengo que agregar.
Se me ordenó ponerme de pie y me colocaron “ de plan­
tón” mirando la pared. Se me quitó el paleto. A cada ins­
tante me daban golpes en las corvas y manos hasta hinchár­
melas. Mientras tanto el secretario seguía dictando “ mis de­
claraciones” a su humor. El frío era intenso.
Al amanecer se me obligó a firmar esas “ declaraciones”,
las cuales llenaban tres carillas de papel oficio. No se me
permitió leerlas. También se me hizo firmar dos hojas de
papel en blanco. Se me devolvió el reloj con el único ob­
jeto de que yo desesperase al mirar pasar las horas. Y dos
agentes me escoltaron a mi ropero donde me encerraron de
nuevo. El cansancio me tenía deshecho y el hambre me aco­
saba. Me arrodillé no obstante a dar gracias a Dios por ha­
berme salvado de una muerte segura. Los ojos los tenía

— 63 —
Comenzó el interrogatorio; al señor que tenía al frente
no lo podía ver porque la luz me cegaba, lo mismo que al
que tenía la máquina de escribir. A los que estaban detrás
mío tampoco los veía pues no se me permitía dar la vuelta.
Tenía que estar con la mirada fija en las ampolletas. Así
más o menos fue el interrogatorio:
P.— ¿A qué partido pertenece usted? ¿Y desde cuán­
do milita en él?
R.— Pertenezco al partido Liberal desde 1945.
El que hacía las preguntas, ordenaba al dactilógrafo que
escribiera lo que él ordenaba. Y ordenó escribir a la primera
pregunta:
— El detenido Hernán Landívar Flores, es liberal-purso-
falangista.
P.— ¿Cuántos años tiene usted?
R.— Tengo treinta y tres años.
P.— ¿Estado civil?
R.— Casado.
P.— ¿Se le conoce a usted algún apodo?
R.— No tengo ningún apodo.
P.— ¿Por qué cree usted que ha sido detenido?
R.— Supongo que se debe a un error. Se me ha dicho
que me encuentro implicado en trajines subversivos, lo que
niego terminantemente.
P.— ¿Cómo es que en su maletín, que se encontró en
su casa, había precisamente una credencial de puño y letra del
señor Unzaga de la Vega?
R.— Así me lo han informado los señores que me han
tomado preso. Pero ese maletín no es mío e ignoro como
lian podido encontrarlo en mi domicilio. O es que el indi­
cado documento lleva mi nombre para poder ser acusado?
(Yo sabía que la credencial no tenía mi nombre).

62 —
P.— Es amigo usted del señor Unzaga, de los ex-pre-
sidentes Hertzog, Urriolagoitia y Ballivián?
R.— Sí, soy amigo del señor Unzaga desde hace muchí­
simos años. Lo mismo puedo decir del ex-presidente Hert­
zog. En cuanto a los señores Urriolagoitia y Ballivián aun­
que los conozco no soy amigo de ellos.
P.— Usted manifestó al mayor Gayán que ayer a las
5.30 lo recogería un enlace en Miraflores para llevarlo don­
de el señor Unzaga y luego manifiesta usted no tener ninguna
complicidad en actos subversivos. ¿Cómo puede aclarar es­
ta contradicción?
R.— Atormentado por las torturas inventé esa treta pa­
ra ser llevado allí y tratar de fugar, momento en que los agen­
tes dispararían contra mí y me matarían. Nada de eso
es cierto. Pero la verdad es que yo prefería aquello antes
de seguir sufriendo los tormentos que he recibido.
P.— ¿Tiene usted algo más que decir?
R.— Nada tengo que agregar.
Se me ordenó ponerme de pie y me colocaron “ de plan­
tón” mirando la pared. Se me quitó el paleto. A cada ins­
tante me daban golpes en las corvas y manos hasta hinchár­
melas. Mientras tanto el secretario seguía dictando “ mis de­
claraciones” a su humor. El frío era intenso.
Al amanecer se me obligó a firmar esas “ declaraciones”,
las cuales llenaban tres carillas de papel oficio. No se me
permitió leerlas. También se me hizo firmar dos hojas de
papel en blanco. Se me devolvió el reloj con el único ob­
jeto de que yo desesperase al mirar pasar las horas. Y dos
agentes me escoltaron a mi ropero donde me encerraron de
nuevo. El cansancio me tenía deshecho y el hambre me aco­
saba. Me arrodillé no obstante a dar gracias a Dios por ha­
berme salvado de una muerte segura. Los ojos los tenía

— 63 —
muy hinchados y me dolían terriblemente. Las sucias uñas
de Gayan parecían estar clavadas todavía.
Al meter la mano a uno de mis bolsillos del pantalón
encontré un papelito diminuto y bien arrugado que al leerlo
me espantó. Si este papel hubiera caído en manos de Gayan
era seguro que hubiera caído García preso, pues era una no­
ta de éste, donde me decía que le llevara a una casa determi­
nada los “ confites” que yo tenía. Los “ confites” eran las
armas. No vacilé en comérmelo; felizmente era bastante pe­
queño.
Al tercer día sentí que mi vecino, también preso, y que
se encontraba en el ropero 5, hablaba. Me preguntó quién
era y si quería mandar algún mensaje a mi casa, pues esa ma­
ñana tendría una entrevista con su madre. Su voz me ins­
piró confianza y le rogué que indicase a su mamá llamar al
teléfono, cuyo número le di, a mi casa, e informar a mi seño­
ra donde me encontraba. Desde ese instante nos hicimos
amigos, sin conocernos físicamente. Guardo para este gran
muchacho, Fernando Ruiz, mucho agradecimiento y afecto,
pues su mensaje llegó a mi casa y varias veces se dio modos
para pasarme café por encima de su celda que no tenía techo.
A la derecha, mi otro vecino, también desconocido has­
ta entonces para mí, Jorge Núñez del Prado, se comunicó en
la misma forma que Ruiz. Me pasaba comida que su seño­
ra le enviaba y que yo no podía servirme por no poder mas­
ticar y por los fuertes dolores que sentía en el estómago por
los golpes recibidos.
Gayan no permitía que me sirvieran ni un vaso de agua
y así estuve durante quince días. A no mediar la ayuda de
mis desconocidos protectores yo creo que habría fallecido.
Un día de esos recibí la visita de Araño Peredo, quien
me dijo venía de parte de mi señora, que según él se encon­
traba afuera, esperando noticias mías. Lo recibí con frial­

— 64
dad pues ya sospechaba que era él el autor de mi apresa­
miento. Su actitud de ese momento fue canallesca, pues me
dijo que había conseguido la entrevista con la promesa que
le hizo a Gayan de sacarme la delación del escondite de
Unzaga o García. Le manifesté que él, mas que nadie, co­
nocía a mis padres y por lo tanto a mí, que me extrañaba que
se comprometiera a tanta bajeza. “ Mi cuna y mis hijos me
impiden ser un canalla, señor. Le ruego manifestar a mi
señora que me encuentro sino bien, regular. Le insinuó no
decirle el estado en que estoy pues sería afligirla inútilmen­
te. Al despedirme me dijo que Jorge Arce había arreglado con
Gayan para no ser apresado y me aseguró que pagó por su
libertad un millón de bolivianos.
En la noche me visitó también mi cuñado Luis, que per­
tenece al partido oficial, y al que Gayán permitió hablar con­
migo en presencia de varios agentes. Mi cuñado, en forma de
broma sacó su pistola y me preguntó: “ ¿Qué harías si tu­
vieras en tus manos esta arm a?” La tomé y le dije: “ Desde
luego que no me mataría” . En ese instante llegó Gayán y
me arrebató el arma, increpó a mi cuñado por habérmela da­
do y le pidió retirarse.
A medida que pasaban los días y disminuían los dolores,
iba recobrando mi tranquilidad y buen humor. Por un hue­
co que había en el ropero, yo me distraía mirando lo que pa­
saba fuera de mi celda. Todos los días con sus noches era un
continuo llegar de presos. A muchos los reconocía pero no
podía conversar con ellos. Una tarde fueron metidos dos
amigos que habían sido apresados cuando intentaron entrar
clandestinamente del Perú. Eran Efraín Urey y Hugo Caste-
do y un amigo de ellos, Alberto Ponce García. Supe el mo­
tivo de su apresamiento por los comentarios que hacían los
agentes.

— 65
ASESINATO O SU ICID IO D EL TEN IEN T E
MALDONADO

Uno de mis carceleros, era un antiguo compañero de es­


cuela. El pobre muchacho nada podía hacer para aliviar mi
situación. No lo nombro porque actualmente sigue prestan­
do sus servicios en la policía. Corriendo un gran riesgo me
metió una noche un biffe y se puso a conversar conmigo.
Viendo yo que le podía “ tirar la lengua”, le rogué, como
primera medida, me informase por qué todos los días oía el
llanto de una mujer en la guardia. “ Y hasta he visto, le dije,
que la que llora es una anciana que viene con su hija. ¿Quién
es, a quién reclama? Esta mañana vi como la metieron a
empujones allá adentro, ¿por q u é?”
Aquel humilde muchacho, que por su reacción me de­
mostró que no estaba contaminado de la maldad de sus jefes,
bajó la vista, luego la alzó y señalando el techo contestó:
“ ¿Ves aquellas manchas de sangre que hay allí? Pues esa
sangre es del hijo de esa señora” .
— Un día Gayan, continuó, fue llamado por Paz Esten-
ssoro al Palacio de Gobierno y regresó de allí trayendo preso
al teniente Maldonado que hacía guardia en el palacio. Es­
taba vestido de uniforme y se notaba que estaba muy nervio­
so. Gayán dirigiéndose al teniente le dijo: “ El presidente
me ha ordenado ajustar cuentas con usted. No sé de qué
se trata. ¿Puede usted teniente decirme por qué he recibido
esa orden?”
El teniente Maldonado le contestó que ignoraba el mo­
tivo ya que él se concretaba a cumplir con su deber y creía
no haber hecho nada malo para que Paz Estenssoro ordenase
ajustarle las cuentas.

— 66 —
Gayán entonces lo abofeteó y le dijo: “ So carajo, ¿con
que Ud. queriendo enamorar a la hija del Jefe? ¿No sabe
usted que aquella chiquilla es menor de edad?”
El teniente Maldonado que era muy ágil y fuerte, al
verse así ultrajado saltó sobre Gayán y le dio varias patadas
y entonces tuvimos que intervenir nosotros, los agentes que
estábamos afuera de la oficina y contener al teniente que tra­
taba de deshacerse y no cesaba de insultar a Gayán.
Gayán ordenó que llevásemos a Maldonado al último
cuarto y nos encargó que lo desnudásemos y que luego iría
é l . . . El pobre teniente se defendió y recibimos muchos so­
papos y patadas. Pero éramos muchos, lo redujimos y lo
desnudamos.
Entró Gayán en mangas de camisa y con su cachiporra
en la mano comenzó a torturar al pobre militar despiadada­
mente. Al teniente lo teníamos agarrado varios agentes y no
podía defenderse. Los golpes a la cabeza y a los testículos
eran terribles. Comenzó a sangrar y se desmayó varias ve­
ces, pero aguantó valientemente todo aquello sin lanzar un
solo grito. Quedó tendido en el suelo y Gayán nos dijo:
“ Echenle agua y vigílenlo, ya volveré. Nadie debe tocarlo
sino yo.”
Así desnudo tuvo que estar Maldonado todo el día aquél.
A las 11 de la noche regresó Gayán completamente 'borracho
y con su cachiporra volvió a atormentarlo en el suelo; luego
nos ordenó ponerlo en pie y en esa posición se complacía con
darle en los testículos hasta que se los reventó. Notamos
que el teniente Maldonado nos miraba en forma rara; sus ojos
estaban vidriosos y un rato de esos dio un aterrador y an­
gustioso alarido y se lanzó contra Gayán. Este lo recibió
dándole con su cachiporra en la cabeza. Le daba y le daba. . .
hasta que cayó sin sentido Maldonado.

— 67 —
Gayán, se salió de allí y ordenó a Rio ja que preparase
una cama, la del tercer piso, y lo pusieran en esta pieza don­
de nos encontramos, ahí, donde están esas manchas de san­
gre. Nos ordenó trasladar al teniente y echarlo allí. Luego,
cuando Maldonado volvió en sí, Gayán le alcanzó un fusil
bala en boca y listo para ser disparado y se retiró. El te­
niente Maldonado que había perdido la razón y que estaba sin
zapatos, tomó el fusil, puso el caño en su boca y con el dedo
del pie oprimió el gatillo y se destapó los sesos. ¿Ves ese
pedazo negrusco que hay allí? Es un pedazo de seso y que
nosotros no nos animamos a limpiar.
Así murió el teniente Maldonado. Fue obligado a sui­
cidarse y al día siguiente el gobierno dijo que se había suici­
dado en un informe a la prensa.
“ Su pobre madre, prosiguió, no ha dejado de venir a in­
quirir por su hijo ni un solo día, pues ella no se convence
de que se hubiera suicidado y exige la entrega del cadáver
del muchacho. Creo que está perdiendo la razón porque vie­
ne, nos insulta y nos arma escándalos. Nosotros no le ha­
cemos caso y la compadecemos. Pero hizo la mala suerte que
hoy se encontró con Gayán y lo increpó y lo llamó asesino.
Este se enfureció y ordenó su detención.”
Esta es la historia de uno de los hombres que sirvió a
Paz Estenssoro. ¿Su delito? ¿Es que había delito en mirar
o hablar con la hija de Paz Estenssoro? Simples coqueteos
juveniles que lo llevaron a sufrir torturas y una muerte horri­
ble. Salió de su casa, dejando a su ilusionada madre, a cum­
plir un deber que le imponía su carrera. Y jamás volvió pa­
ra verla.
Su m ad re.. . pobre m ad re.. . ¿Qué será de ella? La
muerte la habrá tal vez reunido al hijo que tanto amaba.

68 —
E L PRESO ZAPATA

Parece que el señor Zapata, cuyo nombre desgraciada­


mente no recuerdo, cayó preso con cierta cantidad de fichas
de inscripción de sus amigos falangistas. Gayán quería la
dirección de todos los de la lista y como no obtuvo delación
mediante la tortura física, optó por la tortura moral.
Hizo comparecer ante él nuevamente al señor Zapata,
y le dijo: “ Si usted no declara lo que sabe ordenaré a mis
agentes a que pasen todos sobre su esposa que está en el cuar­
to del lado” . Para convencer a la víctima de que su amena­
za iba a ser ejecutada llamó a uno de sus agentes y le ordenó
“ proceder con la detenida” .
El pobre Zapata, comenzó a oír una lucba y los gritos
desesperados de una mujer que decía: “ No, no, por favor,
soy inocente, no, no” . . . Mientras Gayán acosaba con sus
preguntas. Zapata, desesperado y creyendo que era su espo­
sa la que estaba sufriendo los atropellos de esas bestias, en
un gesto de angustia, sin que Gayán pudiera evitarlo, tomó
una botella que había en el escritorio y de un golpe la rom­
pió y con lo que quedó como una navaja se hizo en el cuelo,
una herida profunda, salpicando con su sangre el rostro de
su verdugo.
Sorprendido Gayán ante la valentía y desesperación de
su víctima lo agarró antes que aquel cayese al suelo y en un
rapto fugaz de remordimiento ante el hecho del cual era el
autor y temiendo la muerte de Zapata, trataba de convencer­
lo que no era su señora la que gritaba sino una “ barzola” .
Zapata fue sacado de allí y llevado de inmediato al hospi­
tal, donde permaneció durante meses entre la vida y la muer­
te, para luego ser llevado a los campos de concentración.

— 69 —
PER IPECIA S D E UN PERIO D ISTA

Fui testigo el 4 de agosto de 1953, de un hecho tragi­


cómico; lo fueron también Fernando Ruiz, Jorge Núñez del
Prado y una veintena de presos políticos que habitamos los
“ roperos” que nos servían de celdas en la Sección Segunda.
Un gran escándalo llegaba desde la calle; luego ingresó
el barullo a las oficinas donde nos encontramos. Sentimos
los golpes que daban a un hombre que lo único que atinaba
a decir era que estaban atropellando a un periodista extran­
jero. “ Si usted es periodista, le contestó uno de los agentes,
yo soy Franz Tamayo” , mientras seguían dándole de palos.
Miré por la rendija de mi puerta y vi a un hombre completa­
mente ensangrentado que se tambaleaba y trataba de salvar
sus bolsillos que aquellos agentes querían requisar. Al final
lo desvalijaron, y, a empujones, fue metido al último ropero
de nuestro alojamiento.
El periodista, allí, proseguía gritando y amenazando con
quejarse a su embajada. Decía: “ Tienen que darme satisfac­
ción y meter presos a los que me han estropeado para quie­
nes pediré les den los mismos garrotazos que me han dado
y me devuelvan los noventa mil bolivianos que me han qui­
tado” .
Luego, pateando la puerta, pedía hablar con Gayán. Los
agentes ingresaron a su ropero, le dieron otra tanda de palos
y lo dejaron desmayado. Cuando volvió en sí continuó su
perorata.
Más o menos a las dos de la madrugada llegó Gayán
y al sentirlo el periodista volvió a armar otro escándalo ma­
yúsculo, llamándolo a gritos. Gayán seguido de sus agentes
que le iban informando de lo que había pasado, llegó al ro­
pero del periodista y ordenó lo sacasen. Libre y en presen-

70 —
cia de Gayán, el preso quiso emprenderla a golpes a los agen­
tes que le habían pegado. Gayán lo contuvo y le pidió le
informase por qué había sido detenido y el periodista le
dijo:
— Soy periodista chileno y entre los papeles que me
han quitado está mi carnet. Fui invitado por el Presidente
Paz Estenssoro para visitar Bolivia y por este motivo llegué
aquí hace cuatro días. Esta noche salí a conocer la ciudad
e ingresé a un bar a tomar unas copitas y me entusiasmé an­
te la alegría de los parroquianos con quienes entablé conver­
sación. En un momento de esos me paré y alzando mi copa
en alto brindé a gritos diciendo: “ Por Bolivia” . Inmedia­
tamente que pronuncié estas palabras, como si algo malo hu­
biera dicho, se me lanzaron seis individuos y la emprendie­
ron a golpes conmigo, arrastrándome hasta aquí donde usted
me vé, completamente ensangrentado. Deseo que usted me
haga devolver mis documentos y mi dinero para marcharme.
Mañana me quejaré a mi embajador para que haga el recla­
mo respectivo.
Gayán estaba perplejo y trató de calmar al periodista.
Le pidió mil disculpas y comenzó a dar de puñetazos a los
agentes. Luego le dijo: “ Usted ha sido víctima de una con­
fusión y aquel brindis ha sido el motivo de la reacción de los
agentes, que le han creído falangista pues debe saber que aquí
en Bolivia, el partido que hace mayor oposición es la Falan­
ge Socialista Boliviana, que incluso está conspirando para de­
rrocar al gobierno. El saludo falangista es ese con el cual
usted trató de brindar: “ Por Bolivia” .
— Pero todo se arreglará, señor periodista. Venga usted
conmigo a mi despacho, por favor acompáñeme. — Y tomán­
dolo del brazo se lo llevó.
Por supuesto que la amenaza de reclamar a su embaja­
dor quedó en nada según nos contó uno de los agentes al día

— 71 —
siguiente. Gayán le tapó la boca devolviéndole sus noven­
ta mil bolivianos y entregándole quinientos dólares más, que
es lo que costó al gobierno de Bolivia la paliza merecida a
aquel traficante de su pluma. Llevó una paliza como falan­
gista y vendió su conciencia como movimientista.

CON RUMBO DESCONOCIDO

El 5 de agosto en la noche nos ordenaron arreglar nues­


tras cosas y estar listos para viajar. Primeramente nos sa­
caron fotografías de a dos en dos. A mí me tocó ser retra­
tado con un coronel Pinto Tellería, quien minutos después
me convidó una taza de café.
Luego se nos intradujo a un camión completamente ce­
rrado. Eramos 25 presos y más o menos igual número de
guardas. Uno de éstos nos indicó, con la delicadeza habi­
tual en los movimientistas que nos llevaban a Chuspipata
para ser fusilados allí. Se puso en marcha el camión y par­
timos con rumbo desconocido. No creía yo el asunto del fu­
silamiento, pero muchos de los amigos se pusieron nerviosos
y comenzaron a cuchichear. Algunos rezábamos.
Para muchos de los que allí estábamos el nombre de
Chuspipata era conocido. Fue en esa región abrupta y nebli­
nosa que nueve años atrás fueron inmolados, por los mismos
hombres que nos gobernaban ahora, muchos conocidos pa­
tricios nacionales. La perspectiva no podía ser más sombría.
El camión seguía su ruta y no podíamos darnos cuenta
por donde íbamos. Estaba tan herméticamente cubierto que
no era posible mirar absolutamente nada. Apiñados además
como nos encontrábamos cincuenta personas, entre presos y
agentes, aquello era desesperante. Miré a mi reloj que es

72
luminoso. Marcaba las diez de la noche. El reloj me re­
sultó un tormento pues mi vista no se apartaba de él y los
minutos se fueron haciend oeternos.
A las doce menos cinco el vehículo paró y nos ordenaron
bajarnos de inmediato. Estábamos frente al Panóptico Na­
cional. Es decir, que el trayecto de la Policía a este lugar
que generalmente se hace en cinco minutos lo habíamos rea­
lizado en más de dos horas. ¿Por qué? Porque sencillamen­
te el gobierno quería destrozarnos moralmente. No le im­
portaba nuestra tranquilidad espiritual y no vacilaba en vio­
lentar nuestros nervios y hacernos vivir en continuo sobre­
salto y zozobra. Muchos de esos presos, con la imaginación,
llegaron esa noche a Chuspipata. Y esa tortura es la que
querían causar.
Uno por uno fuimos ingresando al penal, donde éramos
recibidos por el gobernador Bazoberry, mediante la compro­
bación de una lista que le habían entregado. Fuimos llevados
directamente al “ Guanay” .

E L “ G UANAY”

De nombre conocía el famoso “ Guanay” sobre el cual


corrían relatos espeluznantes. Era una repartición del penal
en completo abandono y su estado general era de ruina. Cons­
taba de planta baja y un piso más en una sección apartada de
la cárcel pública. Tiene forma triangular. En la planta
baja hay seis celdas y en la alta doce de 2 x 1.30 de ancho,
más dos celdas grandes de 5 x 4. La primera tenía como
distintivo las iniciales de la ONU; en la pared opuesta, es­
crita con tiza de color esta leyenda:

— 7 3 —
“ Que los encantos de las mujeres no perturben la paz de
los presos”.
La otra celda tenía un letrero incomprensible que decía:
“ Fábrica de Caballos” . Las celdas pequeñas también tenían
sus nombres: “ El gato que fuma” , “ La moliendita del arenal”,
“ Control Político” , etc. La única letrina tenía un letrero que
decía: “ Judas Seleme” , con unas coplas más dedicadas al co­
munista Juan Lechín: “ Lechín es un lechón, y como tal nos
lo hemos de comer” , etc., etc.
Las paredes estaban llenas de letreros o dibujos de los
miles de presos políticos que habían pasado y seguirían pa­
sando por aquel tenebroso lugar. Me sonreí con la puesta por
un señor de leyenda que decía: “ Aquí estuvo el indomable
Meyer Aragón” . Después me enteré que en esa misma celda
pasó muchas semanas preso, años atrás, el ex-presidente En­
rique Hertzog.
Ingresamos al “ Guanay” en fila de a uno y tomándonos
de la mano, pues nos habían manifestado que debíamos tener
cuidado al andar por el piso de la planta alta que estaba en
mal estado y con muchos huecos peligrosos. No había luz,
andábamos a tientas. Un momento de esos sentí un tirón
y el amigo que venía detrás mío desapareció dando un grito.
Cayó por uno de los huecos a la planta baja y allí quedó
quejándose. Luego supe que se trataba del ex-cadete Carlos
España S., a quien subieron luego todo magullado.
Había en el “ Guanay” presos políticos antiguos, la ma­
yoría de los cuales estaban encerrados con llave en sus celdas.
Otras celdas no tenían puertas. En estas nos ordenaron que
nos acomodáramos.
Cuando los agentes se retiraron y nosotros a tientas tra­
tábamos de ponernos cómodos, nos habló uno de los presos
antiguos y nos dio su nombre, era el coronel de ejército Lu­
cio Luizaga, a quien inmediatamente reconocí por haber sido

— 74 —
mi comandante en el Regimiento 2 de Caballería, en Robo­
ré, 19 años atrás. Nos abrazamos con afecto.
Amaneció; las celdas fueron abiertas a las 7.30. Los
antiguos presos salieron en busca nuestra para ver si entre
los nuevos estaba su padre, su hermano, su hijo o algún pa­
riente o amigo. Con el primero que hablé fue con el ex­
vicepresidente de la república don Julián Montellano, a quien
no conocía, pero que se había enterado de las torturas a las
que había sido sometido. Sus palabras me hicieron mucho
bien. Era un hombre de sentimientos. Le hice una pregun­
ta indiscreta: “ ¿Por qué, doctor Montellano, usted se encuen­
tra aquí, habiendo sido “ compañero” de Paz Estenssoro y
vicepresidente en el primer gobierno del M .N .R .?”
— Sí, en efecto, yo fui vicepresidente en tiempo de Vi-
llarroel, pero era nacionalista y no comunista ni sinvergüen­
za como Paz Estenssoro, me respondió. Y en su cara cansa­
da se pintaba una gran amargura.
A las ocho nos metieron el desayuno el cual consistía
en un jarro de infusión de “ sultana” sin pan. La “ sultana”
es, pese a su nombre de resonancias orientales, simplemente
la cáscara del café.
A las 9 de la mañana el doctor Montellano nos dijo:
“ Hoy es el día de la patria, 6 de agosto. Cantemos el him­
no nacional. Hicimos un callejón de dos filas a todo lo lar­
go del estrecho corredor y cantamos nuestro himno. Jamás
había sentido una emoción tan grande como aquel día. Mu­
chachos de 15 años y viejos de más de 70, ex-ministros, ex­
militares, intelectuales y trabajadores manuales, unidos en el
dolor y en el amor a la patria, festejábamos “ la libertad de
nuestra patria” . Por doquier que dirigiese mi mirada, com­
probaba que, lo mismo que yo, estaban todos, derramando
lágrimas.

— 7 5 —
¡Libertad de Bolivia! Era un verdadero sarcasmo del
destino. ¿De qué libertad podía hablarse en ese momento?
Nuestros antepasados lucharon 15 años para legárnosla y no­
sotros por defenderla estábamos encarcelados. Por mantener
nuestros principios y tradiciones estábamos al margen de la
sociedad.
En el “ Guanay”, habían más ex-militares que civiles y
no dejó de llamarme la atención el comprobar que habían
también muchos ex-colaboradores del gobierno Villarroel-Paz
Estenssoro. Entre ellos por ejemplo, estaba el coronel An­
tonio Ponce Montán, ex-ministro de Obras Públicas y Co­
municaciones y otros más. Todos ellos me dieron la misma
respuesta que me dio el doctor Montellano: Eran nacionalis­
tas pero no comunistas y ese era su crimen. Me dijeron tam­
bién que su ex-colega Paz Estenssoro siempre fue un extre­
mista y que a no mediar la intervención de Villarroel y la
de ellos, en el primer gobierno del M.N.R., ya habría co­
metido los crímenes que ahora comenzaba a cometer. Co­
menzaba . . .

IN TERVENCION G O BIERN ISTA EN LA


UNIVERSIDAD

Al atardecer del 9 de agosto comenzaron a llegar nue­


vos presos. Se trataba de chiquillos de 16 a 20 años. Con­
forme iban llegando nos contaban los incidentes acaecidos en
la Universidad.
Aquel día debía efectuarse las elecciones de presidente
de la FUL. Había dos candidatos, el propiciado por simpa­
tizantes de Falange Socialista Boliviana y un otro, que el go­
bierno quería imponer.

76 —
El gobierno, con sus prácticas de terror ya conocidas,
trató por todos los medios de intimidar a los universitarios.
Los presionó en toda forma y sus agentes secretos, que ha­
bían formado la llamada “ avanzada universitaria del M .N.R.” ,
cometieron muchos desmanes y asaltos. Pese a esta maqui­
naria de fuerza se efectuaron las elecciones en las que la fór­
mula pro-falangista triunfó abrumadoramente.
Al conocer la derrota, el gobierno mandó fuerzas a la
Universidad y los milicianos profanaron aquel recinto sagra­
do ocupándola con la ayuda de los agentes del Control Polí­
tico comandados por Claudio San Román, Alberto Blumfield,
Adhemar Menacho. Todos ellos se dieron a la tarea de apre­
sar a los jóvenes universitarios. Fueron apaleados allí mis­
mo y conducidos directamente al Panóptico.
Cayeron en las garras del Control Político moros y cris­
tianos. Voy a describir un caso que movería a risa si el
actor no hubiera padecido seis meses de reclusión en el cam­
po de concentración de Corocoro y un sinnúmero de vejáme­
nes a su dignidad.
El universitario Dix Anda, extranjero e hijo del Cónsul
de Bélgica, por su condición de tal, no militaba en ningún
partido. Todos los días acostumbraba recogerse a su casa y
para ahorrarse unos pesos en movilidad pedía, haciendo seña
con el dedo a los que pasaban en sus autos particulares,
que lo llevaran. Era un “ auto stop” . Esa tarde, según nos
contó Dix pasó una camioneta y en ella distinguió a varios
amigos. Corrió tras la camioneta pidiendo a sus ocupantes
que la hicieran parar para que lo llevaran. “ La camioneta
paró en la siguiente esquina, a donde llegué cansado, nos de­
cía, y me subí a ella. Me sorprendió ver gente armada y a
mis amigos, que siempre acostumbraban hablar a gritos, mu­
dos como ostras. Se puso en marcha la camioneta, y recién
me di cuenta de lo que se trataba. Quise bajarme pero no

77 —
me dejaron y aquí me tienen ustedes preso como un idiota
y sin saber siquiera lo que es política. Espero aclarar mi si­
tuación y que me pongan en libertad más tarde.”
El atribulado muchacho fue ignorado por las autoridades
que ni siquiera lo interrogaron. Su padre trató por todos
los medios de conseguir su libertad. A los pocos días fue
llevado al campo de concentración, donde estuvo seis meses,
con el consiguiente perjuicio de haber perdido un año de es­
tudio.
Como este caso podían citarse muchos. Algunos de
aquellos chicos nada sabían de política. Su delito era tener
un padre del anterior régimen o ser anti-comunista.
Lo que hizo el gobierno con la Universidad Mayor de
San Andrés lo hizo con todas las universidades de la repúbli­
ca. La revolución nacional perjudicó a toda una generación
que era la esperanza de la patria. En estos siete años, muy
pocos son los universitarios que han podido obtener una pro­
fesión. Su mayoría de edad la cumplieron en las mazmorras
o los campos de trabajo forzado. ¿Puede la cultura univer­
sal y la civilización perdonar este crimen?

E L PODER JU D IC IA L

El 12 de agosto ingresó al “ Guanay” el agente Raúl


Gómez J. y ordenó que todos los presos nos metiéramos 3
las celdas grandes y nos dijo que no debíamos salir para nada
de allí. Quedamos así apiñados más de doscientas cincuenta
personas.
Luego se abrió la reja y comenzaron a ingresar los presos
políticos que hasta ese día estaban encerrados en la “ Sección
Mujeres” y “ Preferencia” . Reconocí al general Felipe Ri­

— 78
vera, al coronel “ Mono” Costa y muchos otros amigos, los
cuales eran metidos, de a cuatro, a las celdas pequeñas y en­
cerrados con llave. Se les puso centinelas de vista. Uno de
esos militares fue reconocido por el cadete Téllez y comenzó
a gritar: “ Téllez Judas. . . Téllez Ju das” . Todos nosotros co­
reamos pues se trataba del traidor militar que fue contra su
institución el 9 de abril de 1952, entregando el arsenal a los
revolucionarios de Siles. Su hazaña fue premiada por Siles
nombrándole Jefe de la Casa Militar. Luego el infeliz, al
darse cuenta de que el gobierno de Paz Estenssoro era comu­
nista, trató de hacerle la revolución el 6 de enero de 1953,
y desde entonces se encontraba en la cárcel.
Desde la reja un agente gritó: “ Téllez” . El cadete de
ese apellido corrió hacia la reja donde el agente le hizo en­
trega de dos paquetes de cigarrillos Derby y un papel en el
cual puso el “ recibí conforme” . Regresó y nos dijo que no
sabía quien le mandaba los cigarrillos, pero que presumía eran
para el “ Judas Téllez” y que por lo tanto, habiendo sido
comprado con dineros del estado, no era delito que los pre­
sos los fumasen. Repartió los cigarrillos y todos nos reímos
por la argucia del simpático muchacho.
Estaba también preso don Juan Gamarra, rico industrial
de más de sesenta años. En la “ Sección Mujeres” se encon­
traba, desde mucho tiempo atrás, su hijo José Gamarra Zo­
rrilla. Fue una agradable sorpresa para el señor Gamarra el
mirar, aunque fuese de lejos, a su hijo. El dolor de ese pa­
dre lo comprendimos todos los que estábamos a su lado y tra­
tamos de darle ánimo. Pidió don José María, todo atribu­
lado, a los agentes que le permitieran abrazar a su hijo. No
se lo permitieron y tuvo que consolarse con hacerle algunas
demostraciones de afecto con la mano a la distancia.
El motivo de aquella concentración de los presos políti­
cos tenía por objeto ocultarnos a la “ visita general de cárcel”

— 7 9
que ese día efectuaba el Poder Judicial. Por mandato de
nuestras leyes, los jueces deben visitar todas las diferentes
secciones del penal y ver y oír a cada uno de los presos o de­
tenidos. Con una complicidad asquerosa, los jueces aque­
llos, que el pueblo pagaba para que administren justicia y
que sabían perfectamente que había un lugar llamado “ Gua­
nay”, atestado de presos políticos, pasaron de largo. Tres­
cientas personas sufrían allí y sin embargo, pese al pedido
de nuestras familias, no fueron capaces de requerir que fué­
ramos presentados para ejercitar nuestro derecho de defensa.
Los maldecimos entonces no sólo desde el fondo de nuestros
corazones. Los habríamos escupido de cólera. Sin embar­
go no había por qué extrañarse.
El gobierno de la revolución nacional, comenzó su obra
atacando y destruyendo todo lo que encontraba digno y pro­
vechoso para la patria. Liquidó pues también el Poder Ju ­
dicial y contrató a los más venales para jueces. Ni en la
época del tirano Melgarejo, se llegó a tanta iniquidad. El
cuerpo judicial de ese entonces, renunció e hizo dejación de
sus funciones cuando el déspota trató de imponerle sus ór­
denes. Cien años más tarde, sus colegas, desde el presidente
de la Corte Suprema, Mario Aráoz, hasta el último juez, se
convirtieron en simples venales milicianos al servicio de la
tiranía y del comunismo internacional.

V ISITA D E M I FA M ILIA

Una tarde fui sacado de mi celda y llevado a la gober­


nación donde tuve la grata sorpresa de encontrarme con mi
esposa y mis hijos. Los besé con emoción y uní mis lágri­
mas a las de los seres queridos. Mi señora, que esperaba

— 80
nuestro cuarto hijo estaba muy demacrada. Olguita y Mari-
cita estaban más o menos bien, Carlitos era un pequeño ca­
dáver. Pese a su corta edad, pues solo tenía un año, no me
desconoció.
La visita fue controlada por cuatro agentes, y las pocas
cosas que me llevaron de regalo fueron requisadas minuciosa­
mente, incluso los panes, que eran partidos para ver si no
habían papeles o instrumentos cortantes. Lo irritante era
que en lugar de dejarnos hablar eran ellos, los agentes, in­
trusos y mal criados, los que hablaban.
Mi esposa me informó del curso de mis negocios: deu­
das que había que pagar y que no se habían cancelado y deu­
dores que no querían cumplir porque querían aprovecharse
de mi situación. Ese era el cuadro desolador que se presen­
tó a mis ojos.
Mis hijos me hablaban atropelladamente sobre sus mu­
ñecas y la enfermedad de su hermanito. Fue una visita in­
olvidable. Pero como no se trataba de torturas sino de mo­
mentos placenteros los agentes la terminaron a los cinco mi­
nutos. Besé con amor a mi mujer y a mis hijos; los estreché
entre mis brazos y les rogué que no llorasen, para que yo
quedara tranquilo. Se portaron valientemente y salieron son­
riendo. Desde la reja me enviaron sus besos y agitaban sus
manitas. Se perdieron en el laberinto de la calle, mientras
yo volvía a las tinieblas de la incertidumbre.. .

CORONELES EN RIQ U E VACAFLOR Y RAFAEL


LOAYZA

Estos dos meritorios jefes del ejército de Bolivia, fueron


de los primeros en caer en las manos comunistas. El pri­
mero el 10 de abril de 1952; permaneció preso hasta abril

— 81
de 1956. El segundo fue apresado en los primeros meses de
1953 y sólo fue puesto en libertad tres años después.
Paz Estenssoro y Siles Zuazo los temían y ordenaron a
sus torturadores oficiales, Gayán y San Román, que los tu­
vieran bien guardados y no permitieran la fuga. Ambos es­
taban encerrados en una celda de la planta baja. No se les
permitía salir de ella y el propio Gayán guardaba la llave y
venía una vez por semana a sacarlos al patio. Tenían pues
que hacer hasta sus necesidades corporales en el cuartucho.
Un día llegó Gayán con su ayudante, el teniente Tito
García, para sacar a ambos presos al sol. Salieron con la
altivez gallarda de nuestros militares del antiguo y querido
ejército. Miraron a sus carceleros con desprecio y se acer­
caron a la única pileta de agua helada, donde hicieron su
higiene. Luego un poco de ejercicio gimnástico y varias
vueltas al patio. Los de arriba los mirábamos con simpatía
y todos hubiéramos querido charlar con ellos. Un momento
en que desapareció Gayán, el teniente García nos dijo si algo
queríamos regalar a los coroneles lo podíamos hacer. La in­
sinuación no cayó en saco roto y les enviamos lo poco que
teníamos. Yo le tiré al coronel Loayza unos naipes viejos y
dos velas. Nos agradecieron emocionados.
Parecían estar gordos, pero la palidez de sus rostros
decían bien a las claras que en realidad estaban hinchados.
El recreo duró exactamente una hora. Regresó Gayán y los
cuatro cautivos fueron vueltos a la celda y encerrados con llave.

Y GAYAN NO ME D EJA TRANQUILO

Una noche a las dos de la mañana fui sacado del “ Gua­


nay” y llevado a la gobernación por el reo común N. Guerra.

— 8 2 —
Allí me recibió el ex-mayor de carabineros y reo común, Fi­
del Salazar, quien me manifestó que Gayán quería hablar con­
migo por teléfono. Me dio un vuelco al corazón, pues pre­
sentía que se trataba de las armas que me habían quitado,
asunto sobre el cual no me preguntaron ni en las torturas
ni en el interrogatorio que me habían hecho.
Mientras esperaba, me puse a pasearme nerviosamente
en la gobernación. Cual no sería mi asombro al ver que en
el cuarto que daba al lado estaba un capitán de carabineros
apellidado Tapia, que se encontraba preso con nosotros pero
que en ese momento se hallaba sentado detrás de una máqui­
na de escribir y tecleando muy contento. Se acercó a mí
y muy nervioso me dijo que lo habían obligado a escribir su
indagatoria. Si aquello hubiera sido cierto no tenía porque
darme explicaciones. Luego supe que era tenido por “ buzo”
o “ chivato” , que era el nombre que dábamos a los espías
del gobierno.
Sonó el teléfono y Salazar atendió. Era Gayán a quien
comunicó que yo me encontraba presente. Me pasó el auri­
cular y oí la voz del verdugo: “ Oiga Landívar, me dijo, le
doy 24 horas para que declare usted la verdad y no el mon­
tón de mentiras que aparecen en sus declaraciones. No jue-
que usted con mv paciencia. Haga memoria y escriba su
confesión usted mismo; ordenaré al gobernador que le entre­
gue papel y lápiz. Necesito para mañana mismo sus declara­
ciones. Deseo además que me indique usted la dirección de
su cuñado Luis, dónde vive y si lo puedo encontrar hoy
mismo” .
Me puso en aprietos, pues yo no conocía el nombre de
la calle donde vivía mi cuñado con quien mis relaciones eran
muy tensas. Así se lo manifesté. No temía que Gayán lo
buscase para apresarlo pues pertenecían a la misma agrupa­
ción.

— 83 —
Gayán hecho una furia me dijo: “ Dígame pronto donde
vive y no tema, que no es para tomarlo preso” . Insistía que
ignoraba el domicilio pero le dije que podía darle algunos da­
tos por los cuales podía llegar a la casa que buscaba y así
lo hice.
Terminó Gayán su perorata con un: “ Carajo! Ya sabe
usted lo que le espera. No crea que me olvidado de usted,
lo tengo muy presente y mañana voy a ajustar cuentas con
todos los de allí. Vaya a dormir y que me hable el gober­
nador".
Pasé el auricular al gobernador Salazar, y mientras éste
hablaba no podía salir de mi asombro e indignación. ¿Pero
qué podía hacer? Estaba en manos de ellos y lo mejor era
hacerse el tonto.
Sin pedir el papel que me indicó me daría, me retiré de
la gobernación acompañado del mismo agente Guerra.

RUMBO A UN CAMPO D E CONCENTRACION

A las 11 de la noche del 17 de agosto, ingresó el agen­


te Raúl Gómez Jáuregui. Abrió todas las celdas y nos or­
denó estar atentos a la lista y que todos los que sean nom­
brados debían preparar sus pilchas. “ No regalen nada, pues
van a salir al destierro” , añadió.
El nerviosismo cundió entre nosotros y comenzamos a
hacer conjeturas sobre lo que el destino nos deparaba. Llo­
vía y hacía mucho frío. Era sabido que el gobierno apro­
vechaba el mal tiempo para sacar a los confinados, pues así
el pueblo ignoraba todos sus movimientos. Las calles esta­
ban desiertas por la lluvia y lo avanzado de la hora.

— 84 —
Comenzó la lista y el penúltimo de los nombrados fui
yo. Inmediatamente doblé mis frazadas pues no tenía col­
chón y tomé una botella “ termo” que contenía café. Fui­
mos saliendo guiados por Gómez y llegamos a la Capilla don­
de ya se encontraban otros presos de las otras secciones. Era­
mos en total cincuenta. Mientras esperábamos las órdenes,
me arrodillé y recé un rosario pidiendo a Dios protección
para los míos. La oración en esta, como en otras ocasio­
nes, me servía para darme fuerza espiritual.
A la una de la madrugada llegó el Jefe de Control Po­
lítico, Claudio San Román y el jefe de la Sección Segunda
Luis Gayán Contador. Se nos ordenó formar filas de a dos.
Así comenzamos a salir a la calle donde nos esperaban dos
camiones grandes y muchos vehículos pequeños. Subimos a
los camiones empujados por los carabineros, que se compla­
cían al vernos caer con nuestros bultos. Nos apiñaron co­
mo si fuéramos ganado. En cada camión ingresamos 25 y
otros tantos agentes y carabineros que iban como custodias.
Se dio la orden de partida. En cuanto arrancaron los camio­
nes alguien entonó el Himno Nacional, que todos coreamos.
Se nos quiso obligar a callarnos pero no obedecimos. Luego
los falangistas entonaron sus canciones partidarias y partieron
dando vivas a su jefe, don Oscar Unzaga de la Vega.
Más o menos a las tres horas de viaje una de las llantas
del camión se reventó y tuvimos que esperar auxilio. No
se nos permitió bajarnos del vehículo y permanecimos así
acurrucados y helándonos de frío con el viento cortante de
la pampa. Comenzó a nevar copiosamente. Me serví el ca­
fé que tenía en el termo e invité a algunos amigos. Era tan
poco el café ¡y nosotros tantos!, que nos tocó escasamente a
un trago. Recién al tomar el cafecito, Hugo Castedo Ley-
gue, se dio cuenta que su dentadura postiza la había dejado
en su “ velador” en el Panóptico.

— 85 —
Amaneció, una capa de nieve nos cubría la cabeza y los
hombros. Nuestros cuerpos estaban entumecidos por el frío
y por la falta de movimiento. Me atormentaban los calam­
bres.
A las 6 de la mañana llegó el auxilio y recién nos per­
mitieron bajar del camión. Los soldados nos rodearon apun­
tando sus armas que tenían bala en boca. Para entrar en
calor comenzamos a hacer ejercicios violentos. La pampa
era una sola sábana blanca. El amanecer fue grandioso por
su paisaje. La sorpresa que sentimos al presenciar la salida
del sol nos hizo lanzar gritos de admiración.
Cambiada la rueda pinchada, nos ordenaron embarcar.
No tuvimos ningún otro percance, hasta llegar a Corocoro a
las 4 de la tarde. Cantamos el Himno Nacional al entrar
al penal y nos respondieron los presos desde dentro del cuar­
tel. Dimos mueras al gobierno y muy especialmente a Paz
Estenssoro y Siles Zuazo.
Custodiados, nos hicieron ingresar al cuartel. La facha
del gobernador era impresionante. Era el prototipo del ma­
tón. Era un teniente de carabineros que había tenido gran
participación en los asesinatos del 20 de noviembre de 1944.
El gobierno de Paz-Siles había sido muy hábil para escoger
a sus colaboradores, pues convirtió en verdugos nuestros a
los presos comunes más perversos y obsecuentes. Se valió
de los hombres con más instintos criminales desde su naci­
miento, como este sujeto, que respondía al nombre de Car­
los Rivero alias “ el tuerto” .
El gobierno de la revolución nacional, convirtió el anti­
guo cuartel del regimiento “ Pérez”, de Corocoro, en campo
de concentración, donde eran llevados los anticomunistas que
caímos presos por nuestro amor a la patria. Este cuartel
constaba de tres cuerpos. A los presos se nos metió al de en
medio. Trescientos hombres fuimos obligados a habitar cin­

86 —
co cuadras, tres grandes y dos pequeñas. Una sola pileta
nos surtía de agua la cual llegaba entre las 11 y 12 de la ma­
ñana pues debido al frío recién a esa hora se descongelaba
el caño. Era por lo tanto un verdadero problema la higiene
y vislumbramos que nos sería imposible bañarnos todo el
cuerpo.
Después de haber sido requisadas nuestras pertenencias
y bolsillos nos indicaron que nos ubicáramos donde mejor
pudiéramos. Una vez libres nos abrazamos con los amigos
que allí ya se encontraban. El primer abrazo que recibí fue
el de mi condiscípulo Marcelo Tercero Banzer. Luego se
me acercó un señor gordo a quien reconocí porque desde ha­
cía muchos años me debía diez mil bolivianos y me dijo:
“ Yo a usted lo conozco” . A lo que respondí: “ Claro que
me conoce, mi amigo, y ahora no podrá huir y me pagará
lo que me debe” . La carcajada fue general. Este señor res­
ponde al nombre de Carlos Ferreira, hombre de pésimos an­
tecedentes. Siempre que lo encontraba en la calle y trataba
de cobrarle me sacaba revólver o cuchillo y de esta manera
su negativa a conversar me obligaba a optar por la retirada.
Ahora lo tenía frente a mí. ¿Era un preso político?
Ferreira, me manifestó que como no podía pagarme me
iba a hacer un favor: “ Le voy a buscar un lugar macanudo
donde duerma usted”. Acepté la oferta y lo acompañé. El
sitio no me pareció malo, además no era posible encontrar
allí una pieza con baño individual. Nos pusimos de acuerdo
con Jorge Núñez del Prado y Dix Anda para dormir los tres
juntos, pues yo quería aprovechar los colchones de ellos, a
lo que accedieron muy gentilmente.
Llegó la noche. ¡Terrible primera noche de pánico, te­
rror y angustia en un campo de concentración del M.N.R.!
Los mineros tenían por costumbre ir al cuartel y lanzar
cargas de dinamita para aterrorizar a los detenidos. Los es-

— 87
trucndos eran ensordecedores y los pocos vidrios que ya que­
daban en las ventanas saltaban hechos astillas noche a noche.
Esta angustia duraba hasta el amanecer. El único que no des­
pertaba para nada era Ferreira, que tenía como apodo el
sobrenombre de “ Lonabol” . Jamás creí encontrar a un ser
humano que durmiera tan pesado y roncara tanto. Parecía
un motor de un camión enfangado.
A las siete de la mañana se nos obligaba a levantarnos
y a las 7.30 se nos daba un jarro de “ sultana” , sin pan. A
las 8.30 debía estar todo el cuartel completamente limpio.
No se permitía el ingreso a nadie a las celdas durante el
día. Teníamos que permanecer en el patio soportando el
viento frío y cortante de las llanuras de Pacajes.
A las 12.30, se nos servía un plato de ‘Tagua” prepara­
da por los mismos presos. Era obligatorio servirse esa ba­
zofia o en caso contrario se corría el riesgo del castigo per­
sonal. El jefe de cocina, un señor Navarro, se convirtió en
un verdadero zar. Se robaba las pocas papitas que le daban
para el rancho y de escondidas con sus compinches se las
comían.
A las 6 de la tarde se nos servía otro plato de la misma
lagua asquerosa e insípida, de maíz picado.
A las 7 de la noche, se nos daba un puñado de coca por
los encargados de esta repartición, Antonio Castellanos y N.
Montero. Por adquirir este puñado de coca en mas de una
ocasión vi lanzarse puñetazos. Según decían, masticando las
hojas de la coca se pierde el hambre y se duerme bien. Eran
dos ventajas en ese momento, sin embargo jamás pude apren­
der a masticarlas pero las recibía para regalarlas a cualquier
amigo.
A las 8 de la noche, el gobernador pasaba lista y se nos
ordenaba ingresar a las cuadras, donde luego nos echaban
llave. Antes de ingresar a las cuadras, los más de los pre­

— 88 —
sos nos parábamos frente a un cuadro de Nuestro Señor y
rezábamos. No faltaban los ateos que se hacían la burla,
no les hacíamos caso. Ellos también eran incluidos en nues­
tras oraciones.
La segunda, tercera y cuarta noche, fueron de continuo
terror, pero conforme iba pasando el tiempo nos fuimos acos­
tumbrando.
El gobernador, el famoso “ Tuerto Rivera” , había reci­
bido la orden de “ sentar la mano” a los presos y el gobierno
le prometía, en cambio de su brutalidad, su ascenso a capi­
tán. No trepidó pues en ganar su grado lo más rápido po­
sible, sus abusos se fueron multiplicando y ya causaba terror
la llegada de la noche. Así, una de esas noches inolvidables
por lo bestial, ingresó a las cuadras con sus agentes habitua­
les y otros llegados de La Paz que nos obligaron a ponernos
de pie en el sitio donde nos encontrábamos y él con sus se­
cuaces comenzó el saqueo de los escasos billetes que tenía­
mos. Luego comenzó a quitar los anillos de matrimonio y
todo cuanto de valor encontraban. Hubieron presos que se
quedaron incluso sin pantalones. Al saqueo se agregaron los
insultos y patadas que nos daban. Se nos tuvo de plantón
hasta que amaneció.
A la noche siguiente, Rivera sacó dos presos de cada cua­
dra, en total diez. Tengo presente a algunos, a Marcelo Ter­
cero Banzer, Raúl Bosch, Carlos Ferreira y sin causa ni mo­
tivo alguno, a empellones, los puso de plantón y se fue al
pueblo. De allí regresó a la madrugada, acompañado por
una veintena de mineros alcoholizados y armados. Sacó a
los presos que estaban plantoneando desde hacía cuatro ho­
ras y dirigiéndose a los mineros les dijo: “ Compañeros, aquí
les entrego a estos sirvientes de los barones del estaño que
tanto los han explotado a ustedes, venguense y cuélguenlos;
nada teman, háganse justicia por sus propias manos” .

— 8 9 —
Ferreira perdió los estribos y se arrodilló ante los mi
ñeros y juntando las manos les imploró clemencia. No sa­
bía lo que hablaba y en su confusión y espanto sólo atinaba
a decir: “ Por favor no me maten, soy madre de cinco ni­
ños” . El hombre no trataba de hacer comedia porque la
cosa iba en serio. Se creyó incluso traicionado por el gober­
nador, a quien servía de soplón. Los mineros miraban a
aquellos hombres con ojos asesinos, pero no se animaban a
lanzarse sobre ellos.
Tercero Banzer les habló a los mineros con calmado va­
lor y les manifestó que ellos no eran asesinos de los mineros
y que nada tenían que hacer con los barones del estaño; que
hacía mucho tiempo estaban presos sin proceso y arbitraria­
mente. Que ellos, los mineros, no debían aceptar volverse
asesinos, matando a gente indefensa. “ ¿Les gustaría a us­
tedes que mañana los maten y dejaran a sus hijos huérfa­
nos? El gobernador está borracho, — prosiguió firmemente— ,
y mañana cuando le pase la “ mona” y compruebe el crimen
cometido por ustedes tengan la seguridad que él mismo los
tomará presos y los remitirá a La Paz” . Las palabras sere­
nas de Marcelo tuvieron el mágico efecto de ablandar aque­
llos endurecidos corazones. Luego tomó la palabra el que
parecía ser dirigente de aquella pobre gente engañada y ex­
plotada y dijo: “ No teman nada, que nada les pasará, pues
como bien dice usted ninguna cuenta tenemos con ustedes y
si el gobierno tiene algo que cobrarles que lo haga. Noso­
tros no mancharemos nuestras manos con sangre de gente in­
defensa. Les prometemos inclusive que no habrán más di­
namitazos” . Le estrechó la mano y se marcharon. Todos
los presos nos reconciliamos con estos hombres engañados
pero buenos en el fondo.
Un oficial que presenció esta escena, metió a los asusta­
dos muchachos nuevamente a sus celdas. Al día siguiente

— 9 0 —
de este drama frustrado, este mismo oficial nos contó el in­
cidente.
El día 6 de septiembre me tocó cumplir mis 33 años,
solo y bastante abatido. Grande fue mi sorpresa al medio
día al ser llamado a la prevención, donde me dijeron me es
peraba una visita. Me sacaron fuera del cuartel y allí, al lado
de un jeep, y con sus hermanos, estaba mi señora. Me aver­
goncé por lo mal vestido que yo estaba, con la barba creci­
da, la cabeza con inmensa melena y lleno de piojos. La
abracé con ternura y agradecimientos. La pobrecita, pese
a estar en los últimos meses de embarazo, no se había olvida­
do de mi cumpleaños y allí la tenía muy cerca de mí. La
acosé a preguntas sobre mis hijas y en especial sobre Carli-
tos y su respuesta fueron las lágrimas. Entre sollozos me
dijo que continuaba grave, pero que Dios solo salvaría. Gra­
cias a que mi señora fue con sus hermanos, que pertenecían
al gobierno, la entrevista fue relativamente larga, pues nos
permitieron estar cuarenta minutos. Naturalmente no se nos
dejó solos y el “ tuerto” Rivero intervenía a menudo en nues­
tra charla como si fuera un viejo amigo y no un vulgar tor­
turador. Con mi señora también fue a visitar a su esposo la
señora de Jorge Núñez del Prado. Mis hijas me mandaron
un riquísimo pato con arroz. ¡Mi plato favorito! y hábilmen­
te preparado por mi esposa.
El gobernador anunció el fin de la entrevista y a pedido
de mis cuñados nos concedió diez minutos más. Minutos
aquellos que aproveché para seguir hablando con mi señora
sobre tanta cosa relativa a nuestros hijos, a ella y a nuestra
casa. Le rogué que se cuidase y que tuviera fe pues Dios no
me había abandonado hasta ahora y que seguiría protegién­
dome después. Le dije que pronto saldría en libertad. So­
bre nuestro Carlitos le hablé con tal seguridad de su mejoría
que yo mismo me asombré de mi fe. Nunca, ni en las horas

9 1 —
más trágicas o en las alegres, me había olvidado de Aquél
que todo lo puede y sabía que no me dejaría perecer.
Ingresamos con Jorge al cuartel llenos de regalos que el
gobernador, por primera vez, no nos robó. Preparamos un
banquete e invitamos a algunos amigos a festejar mi cumple­
años. Un indiecito, Chipana, que dormía muy cerca de no­
sotros me regaló un cenicero de barro que acababa de termi­
nar, con su leyenda sobre el campo de concentración y la
fecha. Guardo este regalo entre los más preciados recuerdos
de la prisión.

LA CRUZ RO JA INTERNACIONAL

Ante la presión de la opinión pública, el gobierno de Paz


Estenssoro-Siles Zuazo, permitió que una comisión de la Cruz
Roja Internacional llegase a Corocoro a comprobar las de­
nuncias que corrían en las ciudades sobre torturas y malos
tratos dados a los presos políticos.
Los presos nos enteramos de esta nueva farsa por medio
del gobernador del campo de concentración quien después de
hacernos formar en cuadro nos arengó para comunicarnos el
cristianísimo proceder de su jefe. Nos indicó que debíamos
hacernos cortar el pelo, afeitar la barba y presentarnos “ lim­
pios”, y que los que requiriesen los servicios médicos de aque­
lla comisión se hicieran anotar en la prevención. Yo fui uno
de los anotados, pues a consecuencia de las torturas no me en­
contraba nada bien.
El médico de la localidad, Lino Estenssoro, verdu­
go tccnificado para atormentarnos, por orden de su “ primo
Víctor”, como él decía, se presentó en el cuartel el día ante­
rior para comprobar si los supuestos enfermos eran verdade­
ros o comediantes.

— 9 2 —
Llegó el tan esperado día, la nerviosidad nos tenía como
sobre ascuas. La primera movilidad llegada de La Paz fue
con agentes del Control Político a cargo de Henry, que lle­
gaban como refuerzos ante posibles disturbios.
En dos vagonetas, llegaron los gringos, gringas y na­
cionales de la tan cacareada comisión “ internacional”. Co
menzaron su obra benéfica y humana conversando con el go­
bernador y el médico Lino Estenssoro. Reían como si estu­
vieran en un circo. No había en aquellos personajes que
debían cumplir una misión tan benéfica como humanitaria nin­
guna dignidad.
Se acercaron a la enorme reja de fierro y se pusieron a
mirarnos como si los allí concentrados, fuéramos animales de
un zoológico. El doctor José Espinoza, un médico cautivo,
solicitó que se le permitiera charlas con la comisión pero no
se le permitió. Los comisionados extranjeros se quedaron
tan frescos ante la negativa como si nada hubiera pasado.
Nosotros allí adentro, conteníamos nuestra cólera ante
tamaña infamia. Que los bolivianos se prestaran a una far­
sa de esta naturaleza pase, lo comprendíamos, pero no podía­
mos explicarnos que los extranjeros soportaran esta barbarie.
Era inaudita su obsecuencia ante los verdugos.
La realidad nos demostraba allí con dolor, que también
los gringos sabían vender sus conciencias y que no vacilaban
en escudarse en una institución sagrada por sus principios
cristianos para ayudar con su complicidad a mantener la im­
punidad del gobierno. ¡Cómo quisiera conocer los nombres
de esa gente! Los publicaría a fin de enrostrarles personal­
mente su cobardía para vergüenza de sus hijos.
Terminada la “ inspección” , la “ benéfica” e hipócrita co­
misión regresó a La Paz a dar su informe, en el cual se decía
haber examinado a todos los presos los cuales se encontraban

9 3 —
absolutamente bien, que la comida era excelente y que nin­
gún mal trato se nos dispensaba.
¿Cuántos dólares costó al gobierno ese informe? ¿Quié­
nes fueron los canallas que hicieron escarnio de nuestros su­
frimientos?
Los señores y señoras de esa comisión no conversaron
con ninguno de los presos. Los únicos que hablaron con
ellos fueron los agentes del gobierno es decir el gobernador
y el ignorante, zafio y perverso médico Lino Estensso-
ro. Las proezas de este individuo no terminan aquí. Ya
contaré después cómo era capaz de llegar al crimen por ga­
nar el favor de su “ primo Víctor”, parentesco que no dude
existía. Los dos primos eran dignos el uno del otro.

E L HAMBRE NOS H ACE LADRONES

Había en el penal un señor de irnos cincuenta años —


era lo que confesaba tener— apellidado Cárdenas, que tenía
como sobrenombre: “ El Diablito” . Era muy popular entre
nosotros por su bondad y buen humor permanente y los mu­
chachos incluso le faltaban al respeto algunas veces. El no
se daba por aludido y vivía su vida.
Un día, con Víctor Sierra, resolvieron darse un banque­
te y hacerlo extensivo a todos nosotros. Habían estudiado
al dedillo cómo atrapar a unos cerdos que solían merodear
por el cuartel. Pacientemente aguardaron la llegada de los
chanchitos y fueron cazándolos uno por uno. Los agarraban
de las orejas y los metían al cuartel donde otros presos les
daban la muerte. Cayeron seis. Inmediatamente se comen­
zó a desollarlos para preparar un “ fricasé”.

— 94 —
El “ Tuerto Rivero”, nuestro jefe del campo, fue anoti­
ciado de la cacería de cerdos y se hizo presente en el lugar
de los hechos. No se enojó y aplaudió mas bien la hazaña
y regaló una bolsa de maíz para preparar el “ mote” . Se en­
contraba feliz por haber conseguido su ascenso. Nos mostró
un telegrama de su ministro donde le hacía conocer que el
gobierno le había ascendido por sus “ eminentes servicios” .
Nos ordenó que en lugar de llamarlo teniente desde ese mis­
mo momento se lo llamase capitán.
Al día siguiente nos servimos el fricasé que resultó es­
caso para más de trescientos presos. El que más comió fue
el gobernador. Pero al final de cuentas saboreamos todos si­
quiera un pedazo de carne bien preparada después de mu­
chos meses.
Aún no habíamos terminado de comer los chanchitos
cuando sentimos bulla en la reja. Se trataba de los indios
dueños de los animalitos que venían a cobrar. Los atendió
el gobernador y arbitrariamente trató de azotarlos, amenazán­
dolos con aprenderlos a ellos también. Tuvieron que inter­
venir algunos de los presos para que no los ultrajasen. Des­
graciadamente no podíamos pagar y nos quedamos con cierta
pena. . .

SERV ICIO H IG IEN IC O “ ULTIM O M O D ELO ”

Todos los ultrajes físicos y morales soportados en las


prisiones tenían que culminar con aquel que terminó con el
pudor de los presos. La salida al servicio higiénico, era el
momento más odiado por nosotros. No se nos permitió,
pese a que lo pedimos, fabricar una letrina donde los presos

— 9 5 —
hicieran sus necesidades corporales. El gobierno de la “ re­
volución nacional”, también estudió este detalle íntimo para
ensañarse con sus víctimas.
Dos veces al día, a las 12 y a las 5 de la tarde, se nos
sacaba en grupos de 20 personas. Antes de salir nosotros,
se mandaba al campo raso, a unos quinientos pasos del cuar­
tel, a 40 soldados muy bien armados y con bala en boca,
que rodeaban un círculo en el cual teníamos que sufrir aque­
lla afrenta cruel de obedecer la voz de mando: “ uno”, era
para bajarse los pantalones; “ dos”, para ponerse en cucli­
llas y cuando el verdugo terminaba de contar veinte, tenía­
mos que estar de pie con los pantalones ajustados y luego
la orden: “ adelante, carrera, mar” . . .
Los oficiales y soldados gozaban con aquel espectáculo
repugnante. Nos apuntaban y nos insultaban con palabras
soeces. En varias oportunidades, cuando el deseo de esos ca­
nallas de reirse de sus víctimas era muy grande no vacilaban
en disparar sus armas a muy corta distancia de nosotros, con
el consiguiente pánico que eso nos ocasionaba y por supues­
to, teniendo que ir de un lado para otro con los pantalones
a medio caer. Era imposible guarecerse detrás de nadie, era
un peladar donde no se veía una sola rama. El gobierno
había sabido escoger muy bien el sitio.
No era posible rehuir a este acontecimiento; todos tenía­
mos que salir al servicio todos los días, las dos veces, aun­
que no quisiéramos. Paz Estenssoro-Siles Zuazo, así lo ha­
bían dispuesto y nosotros teníamos que hacer aquello en su
honor. Estaba completamente prohibido salir al servicio a
otra hora. Y muchos pobres enfermos tuvieron que pasar
más de una vergüenza por ello.

— 9 6 —
E L M OTIN

El doctor José Espinoza, médico que compartía núes*


tra prisión y aliviaba nuestros dolores, es un hombre apa­
cible y comprensivo. De dirigente político opositor activo
no tenía nada, pero el gobernador le tomó ojeriza y lo hos­
tigaba permanentemente pasando informes desfavorables so­
bre su persona al ministro de gobierno para indisponerlo
con las autoridades.
Un sábado, día de entrevista, llegó de La Paz su señora.
El doctor Espinoza fue conducido fuera del cuartel a la ca­
lle que era donde se llevaban a cabo las “ visitas” . Como
siempre, Rivero, se puso en medio de los esposos y la señora
en un arrebato de nervios increpó a su esposo por su con­
ducta y le dijo: “ El ministro Fortún me ha manifestado que
tú eres el que provocas las huelgas de hambre y todos los
trastornos que se suscitan acá y me indicó que si no cam­
bias te vas a podrir aquí y que no pienses en tu libertad” .
Ante semejante acusación, reaccionó el doctor Espinoza y se
enfrentó con el gobernador y le dijo:
— Usted es el canalla que se encarga de mandar infor­
mes alejados de la verdad sobre mi persona a La Paz, — y
comenzó a enumerar las hostilidad que con él cometía el
gobernador. Este, en forma violenta dio un empujón a la
señora y la hizo caer, y, ayudado por sus agentes y dándole
patadas y sopapos al médico lo metió al cuartel.
Al ver nosotros que estropeaban al doctor Espinoza nos
lanzamos contra el gobernador cantando “ La Marsellesa” .
El “ Tuerto” Rivero, lívido de terror escapó fuera del cuar­
tel e hizo emplazar las ametralladoras en la torre y dispuso
su defensa. Mientras tanto nosotros continuábamos cantan­

— 9 7 —
do La Marsellesa y yendo hacia la reja. Marchábamos hacia
la muerte segura y estúpida.
Gracias a la serenidad de algunos presos de edad, se
pudo conseguir que aquella muchachada se contuviera sin
llegar a los hechos. Habría sido hacerse masacrar sin prove­
cho alguno.

LOS CABALLEROS CADETES

Debido a que los cadetes del Colegio Militar, lucharon


denodadamente defendiendo al gobierno del general Balli-
vián en la revolución del 9 de abril, fueron perseguidos por
Paz Estenssoro y Siles Zuazo, sin compasión alguna. Eran
altivos muchachos de 18 a 21 años, rebeldes en toda la ex­
tensión de la palabra y de un patriotismo tal que llegaba a
un sagrado fanatismo. Por eso allí estaban, flagelados y hu
millados, pero no vencidos. La patria, herida de muerte, se
reflejaba en aquellos indomables patriotas de quienes se val­
drá mañana para su recuperación definitiva.
Un día, ante los ultrajes físicos de que eran objeto, re­
solvieron declararse en huelga de hambre y así lo hicieron.
Se les unieron varios estudiantes, entre estos Raúl Bosch,
sobrino del médico torturador Lino Estenssoro. El “ Tuer­
to” Rivero, trató por todos los medios de romper la huelga
pero ni las palizas ni las promesas valieron. La huelga pro­
siguió para obtener la libertad. El ministro de gobierno,
Federico Fortún, ya conocido por su sadismo incontrolable,
ordenó al gobernador romper la huelga “ sea como sea” ; le
dio carta blanca para conseguirlo.
Rivero, al tercer día y asesorado por el médico Lino Es­
tenssoro, hizo preparar un turril de “ lagua” de harina de tri­

9 8 —
go con sal. Conminó a los huelguistas para que se comieran
el turril entero de la lagua y ante la tenaz negativa de éstos
los castigó con un “ chocolate” de una hora. El castigo del
“ chocolate” lo conocíamos desde nuestros días de cuartel.
Consistía, en esos tiempos, en obligar a los soldados castiga­
dos a correr de derecha a izquierda, tenderse, levantarse y
volver a tender y levantarse, volver a correr así indefinida­
mente hasta caer rendido. Se nos obligaba también a poner­
nos de cuclillas con las manos en la nunca.
Ahora este “ chocolate” , era distinto, se ordenaba correr
y los agentes corrían tras los presos dándoles con su cachi­
porras, patadas y culatazos. Aquellos chiquillos en la debi­
lidad en que se encontraban fueron cayendo desmayados uno
por uno. Estenssoro los fue reanimando para que siguieran
sufriendo y los volvió a la cuadra donde se encontraba el
gobernador. Ni con el castigo recibido claudicaron los va­
lientes muchachos.
Entonces al médico Lino Estenssoro se le vino una idea
luminosa y diabólica y le habló en secreto al gobernador,
quien complacido asintió con la cabeza y dirigiéndose a esa
juventud, muy superior a él, le dijo:
— Como no quieren ustedes comer por las buenas, no­
sotros los obligaremos a hacerlo por las malas. Esta riquí­
sima lagua, se las vamos a poner en “ enema” , pero para que
resulte más sabrosa, ya que está un poco salada, le agregare­
mos algo de “ ají” . Prepararon la lavativa y le agregaron
el ají.
Los muchachos creyeron que se trataba de una simple
amenaza y se sonrieron. Pero aquello no era una broma y
para probarlo, el tuerto canallesco, tal aconsejado por el mé­
dico, escogió como a su primera víctima al sobrino de éste,
Raúl Bosch, quien fue agarrado por los agentes, desnudado
en el suelo y así, por la fuerza, entre risotadas del goberna­

— 9 9 —
dor y el médico, recibió su enema. El criminal acto fue
presenciado por aquellos valerosos muchachos, quienes antes
de sufrir todos la afrenta y el dolor de su amigo, así tratado,
tuvieron que romper la huelga y servirse aquella lagua cruda
e insípida.
El “ humanitarismo” de este médico ya era conocido
por nosotros por una hazaña anterior.
Fueron llevados al hospital del pueblo cinco enfermos y
él debía atenderlos. Una noche, llegó borracho al hospital
acompañado de varios milicianos armados y también alcoho­
lizados. Sacó a los presos enfermos y los arrojó del hos­
pital. Uno de los enfermos, el conocido comerciante don
Luis Canelas C., quiso reclamar por tan inhumano proceder
y la respuesta de Estenssoro fue correrlos a bala desde el hos­
pital hasta el campo de concentración que se encontraba a
tres kilómetros del hospital. A raíz de este atentado murió
pocos después el anciano preso político, señor don Julio La
Mar.

H U ELG A D E HAM BRE D E LAS SEÑORAS D E LOS


PRESO S PO LITICO S

Nuestras familias andaban de un lado para otro en pro­


cura de nuestra libertad. Los personeros de la Iglesia cató­
lica hacían oídos sordos a los pedidos que les llegaban para
que interpusieran sus buenos oficios en favor de la abolición
de los campos de concentración y de un mejor trato a los pre­
sos políticos. Monseñor Antezana, arzobispo de La Paz, me
es doloroso reconocerlo, se parcializó descaradamente con el
gobierno de Paz Estenssoro-Siles Zuazo.

— 1 0 0 —
Un grupo de señoras de los presos políticos visitó al
Nuncio, Monseñor Sergio Pignedoli, para exponerle sus que­
jas y rogarle su mediación. Increíblemente, el representante
diplomático del más grande luchador anticomunista como fue
Pío X II, el discípulo de Aquél que dio su vida para evitar
injusticias, se negó a mediar. Las señoras se indignaron y
tuvieron un agrio cruce de palabras con el Nuncio. Al final
de la entrevista, las damas manifestaron al Nuncio que allí,
en la Nunciatura se quedarían desde ese instante y se decla­
rarían en huelga de hambre. El prelado logró convencerlas,
las sacó de su casa pero se quedó después tan tranquilo.
Las señoras se trasladaron al Palacio de Justicia y en­
viaron una comisión al Palacio de Gobierno para informar a
Paz Estenssoro que se declaraban en huelga de hambre como
protesta, hasta obtener la libertad de los presos políticos.
El sádico gobernante no las quiso recibir y les hizo decir
que fueran donde el ministro de gobierno Federico Fortún S.,
quien las recibió y escuchó, para luego manifestarles tranqui­
lamente que el gobierno no pondría en libertad a nadie, y
agregó: “ Sepan ustedes señoras, que necesitamos más presos,
más presos. Pierden el tiempo en hacer huelga de hambre y
el gobierno no las ha de tolerar. Si hasta las 7 de la noche
ustedes no la suspenden tendrán que atenerse a las conse­
cuencias.”
Prácticamente las echó de su despacho.
Las atribuladas señoras volvieron al local donde se en­
contraban las huelguistas e hicieron conocer el fracaso de su
misión. Estas no se desanimaron y decidieron continuar la
huelga.
A las 8 de la noche llegó el jefe de Control Político,
Claudio San Román, con unos cincuenta agentes y entró al
lugar donde estaban reunidas las huelguistas, atropellándolas
y gritándolas, les decía:

— 1 0 1 —
“ Ustedes lo que quieren son hombres. Aquí les traigo
a estos muchachos potentes. Mírenlos y digan si les gustan” .
Y mostraban a sus agentes entre los que se encontraba un
sujeto de cara feroz y completamente desnudo.. .
Las indignadas señoras, aterrorizadas y humilladas solo
atinaban a huir antes de ser ultrajadas de hecho por aquella
turba de maleantes. Era la respuesta “ revolucionaria” de
Paz Estenssoro-Siles Zuazo a la solicitud de libertad inter­
puesta por nuestras familias.
La revolución nacional seguía su marcha.

EN LIBERTA D

El 14 de octubre, Carlos Ferreira, que estaba ya catalo­


gado como “ buzo” , me llamó y con gran reserva me comu­
nicó que sabía que había llegado la orden para que se me
pongan en libertad. Como estas noticias eran muy frecuentes
entre nosotros, pues en medio de la tragedia nos permitía­
mos algunas bromas, no le di crédito pese a que Lonabol me
juraba y perjuraba que era cierto.
A las 11 de la mañana, ingresó a la prevención el go­
bernador y a los pocos minutos se me llamó a gritos para
que me presentase ante él.
Una vez en su presencia me manifestó que había reci­
bido un telegrama del ministro de gobierno en el cual se le
ordenaba me pusiera en libertad, luego agregó: “ No crea us­
ted que esta orden llega porque así nomás. Ello es debido a
los informes que yo paso sobre el comportamiento de los
presos encargados a mi custodia. Usted no me ha dado nin­
gún dolor de cabeza y he recomendado que se le ponga en

— 1 0 2 —
libertad. Pero he resuelto al mismo tiempo, y eso para su
bien, hacerle una buena despedida para que se acuerde de los
campos de concentración y no vuelva a meterse en conspira­
ciones. Unos cuantos latigazos no le caerán mal. Vaya us­
ted y arregle sus cosas y venga de inmediato. Cuidado con
estar recibiendo cartas o papelitos. — Ordenó a un cabo que
me acompañase y me vigilara.
Salí de la prevención cavilando y me estremecía pensan­
do en la “ cordial” despedida que me daría este bárbaro.
La noticia de mi libertad corrió de boca en boca y to­
dos mis amigos me acosaban con mensajes para sus familias.
Jorge y Dix, mis inseparables amigos, con los cuales compar­
tí el suelo que nos servía de cama, me ayudaron a juntar mis
“ pilchas” y hacer con ellas un solo bulto. Saqué los pocos
pesos que me quedaban y se los entregué a ambos. Nos
abrazamos y luego vino una interminable cadena de abrazos
de despedida y de votos y encargos hasta llegar a la pre­
vención.
El gobernador en persona hizo la revisión de mis cosas
y el cabo me registró a mí personalmente y permitió que
sacase el cenicero con leyenda que me habían regalado el día
de mi cumpleaños. Terminada la revisión, el gobernador,
sin darme felizmente la paliza ofrecida, me indicó que lo si­
guiera. Salimos del cuartel y agitando las manos me despedí
de mis amigos que quedaban, solo Dios sabe hasta cuándo,
esperando la ansiada libertad.
Conforme me iba alejando con mi bulto al hombro, me
hacía esta reflexión: “ Que yo, culpable, pues lo era, salía en
libertad por mi fe y por haber sabido negar mi culpabilidad,
mientras allí en el campo quedaban, muchos inocentes, que
permanecían por no haber sabido resistir a las amenazas y
golpes y por haber claudicado declarando culpas que no te­
nían y que eran leves si existían. Otros, como mi joven ami-

— 103
go Dix Anda “ sin arte ni parte” en nuestras luchas patrióti­
cas, quedaban en esa helada soledad sumido en una noche in­
terminable de congojas.
Desperté de mis cavilaciones al llegar a la estación fe­
rroviaria. El gobernador me deseó buena suerte y trató de
marcharse. Yo lo detuve y le pedí mi pasaje pues no me
quedaba ni un centavo. Con un carajo violento, me preguntó
si quería volver a la prisión, dio media vuelta protestando
y se marchó.
Una cholita que presenció aquello, me miró con lástima
y se fue. Al rato regresó trayendo un plato de comida y cua­
tro huevos pasados por agua y me invitó para que me sirvie­
ra. Comí con placer el fricasé con chuño que me ofreció.
Me pareció un manjar. Los huevos me los guardé para el
camino. Hablamos un poco, yo no tenía ganas de conver­
sar y además mi interlocutora entendía muy poco el castella­
no, pues ella hablaba de preferencia aymara y yo tampoco la
entendía. Le agradecí, le estreché la mano y me subí al tren.
No tenía conque pagar mi pasaje, pero eso no importaba;
de cualquier forma viajaría.
El tren se puso en movimiento, dejé mi bulto en el va­
gón de segunda y corrí y me introduje a la locomotora donde
estaba el maquinista. Mi suerte estaba echada. A gritos
le hice entender mi aflictiva situación. Aquel buen hombre
que era sin duda de los nuestros, me permitió hacer el viaje
a su lado y así llegué a La Paz ese mismo día. En la estación
estaba mi esposa.
La naturaleza me dotó de una figura nada apuesta y al
salir de un campo de concentración, lleno de piojos, mele­
nudo, barbudo y sucio, presentaba un aspecto estrafalario.
Sentía la mirada burlesca y de asco de cuantas personas me
cruzaban. En verdad yo parecía un pordiosero.
Nos abrazamos con mi esposa y le pedí que fuéramos

104 —
pronto a ver a mis hijos. Solo los que han pasado por el
trance de morir sin ver a los suyos imaginarán la ternura
conque besé a mis pequeños. En el dormitorio yacía mi
Garlitos en una carpa de oxígeno. Lo tomé en mis brazos,
me miró y se puso a llorar; mis lágrimas rodaron también
sin poderlas contener, mi mujer y mis hijas se abrazaron a mí
y juntos lloramos todos, pero esta vez de alegría. Esto me
hizo mucho bien.
Al día siguiente recibí unas líneas de Unzaga y García
felicitándome por mi liberación. Me comunicaban además
que mi tío, Rómulo Araño Peredo, fue el traidor que me ten­
dió la celada. Asimismo me decían que si aquel volvía a bus­
carme no lo rechazase y tratase mas bien de engañarlo, ha­
ciéndole creer que ignoraba todas sus canalladas. Necesitá­
bamos tener un traidor, para engañar al gobierno.
Araño Peredo no se hizo esperar y esa tarde fue a visi­
tarme. Al abrazarme derramó algunas lágrimas de cocodrilo,
y me dijo: “ Conozco tu situación y vengo a ofrecerte un tra­
bajo conmigo” . Yo acepté y desde el día siguiente fui a tra­
bajar a su oficina. Deseaba vengarme y estando cerca de él
me sería fácil conseguirlo.

SEG U I CONSPIRANDO

Mis contactos contrarrevolucionarios los volví a tomar


y continué mi lucha clandestina. Por supuesto que los son-
ticos de Araño Peredo no tenían éxito, ya que siempre le
informaba lo contrario de nuestros movimientos.
Mi trabajo era ridículo, no trabajaba sino unas cuantas
horas a la semana y mi ocupación consistía en ir a la Cor-

— 105 —
p ¿»ración Minera a hacer entrega de dinero al empleado Hu­
go Antezana. Un día me enteré del por qué de estas entre­
gas. Araño Peredo tenía contrato con la Corporación para
la provisión de carne en las minas, pero para conseguir los
contratos y adelantos de dinero, tenía que entregar el 3%
de las ganancias al hombre que se lo facilitaba, que en este
caso era Antezana.
Un día, Araño me dio un cheque con el importe de la
“ coima” ; se lo llevé a Antezana pero éste no lo quiso recibir
y me exigió le llevase dinero en efectivo. No dudo que Ara-
no trataba de obtener, pagando con cheque, una prueba que
le serviría para un futuro chantage. No había que extrañar­
te dada la calaña de los protagonistas.

Informé a Unzaga que el señor X , me había regalado


para la revolución que teníamos en marcha, 100 cajones de
dinamita, la que debía ser recogida de un lugar determinado,
siempre que diéramos 24 horas de aviso antelado. Me res­
pondió agradeciéndome, y me dijo que esos explosivos los
necesitaríamos pronto y que luego me indicaría la fecha pa­
ra recogerlos. Este regalo me fue hecho entre el 25 al 30
de octubre.
El día 3 de noviembre, fui citado por teléfono por una
persona que decía ser enviado por Fernando (era el nom­
bre supuesto de García). Quedamos de vernos a las cinco
de la tarde en la Fuente de Fruta en el Prado. Para no in­
fundir sospechas en mi casa, saqué a mi hijito a pasear y fui
a la cita. Allí me entrevisté con Guillermo Rioja Ortega, a
quien me presentaba Unzaga con una nota.
Rioja me dijo que la hora estaba por llegar y que se ne­
cesitaban los explosivos para el día siguiente. Le manifesté

— 106
que era imposible, ya que la persona que los había regalado
no estaba en la ciudad, pero le dije: “ Consiga un camión,
mañana podemos ir a buscarlo y pasado mañana volveremos
con la dinamita” . Me preguntó si tenía armas y le respondí
que sí. “ ¿Estaría usted dispuesto a actuar allí por su ba­
rrio?” “ Claro que sí, respondí, estamos tardando demasia­
do en hacerlo” .
Me citó para el día siguiente en el cine Monje Campero
y nos despedimos.
Al día siguiente, nos juntamos en el lugar señalado y
me dijo no haber conseguido la movilidad y me preguntó si
por lo menos le podía conseguir de inmediato siquiera un
cajón de dinamita. Le manifesté que sí porque yo tenia
unos pocos y esa misma tarde se lo entregué. Acordamos vol­
ver a reunirnos en Obrajes el día 7 en la noche; como yo vi­
vía allí, acordamos cenar juntos en casa.
Guillermo llegó a las seis a casa y me invitó a salir a
la calle y me dijo: “ Lleve a su hijo para despistar” ; así lo
hice. Nos fuimos directamente a Irpavi en una góndola, in­
gresamos al Colegio Militar donde habló con un cadete be-
11 ¡ano que me presentó. Le dijo que quería que me cono­
ciese y nos retiramos. Una vez en casa, nos encerramos en
un cuarto y me puso al corriente de lo que sucedería el día 9
a las siete de la mañana y lo que yo debía hacer con mi gru­
po. Tenía que reforzar el ataque al Colegio Militar si los
cadetes leales no se rendían a los complotados. Me indicó
que Pancho, a quien no conocía, atacaría por otro lado el
mismo objetivo. “ Mañana a las 9, me dijo, vendré a bus­
carlo para ir a lo de Pancho y presentárselo” . No se quedó
a comer, pues me dijo tener mucho que hacer y nos despe­
dimos.
Al día siguiente, a las 9.30 lo esperé y fuimos a lo de
Pancho que también vivía en la parte baja de Obrajes. Nos

— 107 —
acompañaba un muchacho beniano a quien tampoco conocía.
En la casa de Pancho nos atendió una cholita, quien toda
nerviosa nos manifestó que nuestro amigo no estaba. Rioja,
creyéndose engañado por la empleada trató de ingresar a la
casa, pero la cholita no lo dejó.
Entonces Rioja le dijo a la empleada: “ Dígale a Pancho
que nunca creí que fuera un cobarde, que yo sé que está ahí
dentro.”
Al retirarse, Rioja comentaba el incidente de Pancho in­
dignadísimo. Estaba muy nervioso. Tomamos la góndola
de regreso y ahí me dio las últimas instrucciones. Yo seguí
con él hasta la ciudad para citar a mis amigos con los cuales
tenía que atacar el objetivo señalado el día siguiente.
Cité a Jorge Núñez del Prado que acababa de salir de la
prisión, a Mario Fernández B., Fernando Ruiz, Mariano Ra­
mos y cinco personas más cuyos nombres no doy por estar
ellos libres en Bolivia y no haber caído presos hasta la fecha.
Invité a todos ellos a tomar té en mi casa y les rogué no fal­
tar esa tarde a la cita, donde les daría noticias muy gratas.
A la hora indicada, llegaron estos valientes muchachos y
de inmediato les puse al corriente de lo que trataba. “ Des­
de este momento ustedes se quedan aquí, no es posible que
regresen a sus casas” , les dije. A los otros cinco los cité
en otro lugar para que no se conocieran y no supieran de que
se trataba. A los nombrados arriba los tuve en casa, pues
tenía en ellos la más absoluta confianza.
Tomamos el té, luego los invité a dar una ojeada al tea­
tro de nuestra próxima aventura. Nos llamó la atención que
a la hora en que todos los empleados abandonaban las ofici­
nas, en el Colegio Militar ingresaban vehículos y más vehícu­
los con gente armada. Un amigo nuestro que estaba espian­
do los movimientos del enemigo por mi orden, vino a darme

108 —
parte y me dijo que a él le parecía extraño esta concentra­
ción de vehículos y gente en el Colegio.
Me reuní con los amigos y regresamos a la casa, a la
cual a duras penas pudimos llegar, pues muy cerca, en la “ gru­
ta” se escucharon fuertes descargas de ametralladoras. Man­
dé a uno de los que estaban conmigo a averiguar que pasaba,
regresó a la media hora con noticias muy malas para nosotros.
Entre los milicianos que se encontraban en la gruta, encontró
a un amigo que le informó que el gobierno había debelado
una revolución de Falange. Aquello era grave, pero resolvi­
mos esperar noticias de los nuestros.
A las 8 de la noche vino a informarme el amigo que te­
nía vigilando el Colegio Militar; estaba excitado y me dijo que
habían seguido llegando milicianos armados y que estaban to­
mando posiciones estratégicas alrededor del edificio.
Salimos con Ruiz y Fernández, y nos trasladamos hacia
la “ gruta” , donde continuaban disparando los milicianos.
Comprobamos que éstos eran más o menos unas doscientas
personas, que vitoreaban al M.N.R. y daban mueras a Fa­
lange.
Regresamos y subimos por el “ desecho” hacia Miraflo­
res. Allí también el gobierno tenía sus milicianos sobre las
.timas. No me quedó otro recurso, que aconsejar a esos mu­
chachos volvieran a sus casas a esperar los acontecimientos,
pidiéndoles que si estallaba la revolución salieran a la lucha,
procurando llegar a Obrajes donde yo estaría, y si no lo conse­
guían que se unieran a cualquier grupo revolucionario. Yo
no podía sacrificarlos y salir a pelear ante una revolución ya
debelada horas antes de su estallido.
Volví por el mismo camino a casa, donde estuve hasta
media noche. A esa hora me trasladé a una casucha cerca
del Colegio Militar donde permanecí hasta las nueve de la
mañana del día siguiente.

109 —
REVOLUCION D EL 9 DE NOVIEM BRE D E 1953

Como lo había intuido la víspera ante la demostración


de fuerza del gobierno se veía bien claro que la revolución
había sido vendida. Las maniobras gubiernistas fueron hábi­
les expedientes para evitar el estallido del golpe en La Paz.
A excepción de dos grupos aislados, en mi zona precisamen­
te, que fueron inmediatamente reducidos, no ocurrió absolu­
tamente nada en el resto de la ciudad.
El grupo que actuó en Calacoto tenía como objetivo el
apresamiento del presidente Paz Estenssoro, pero fracasó por
que éste, conocedor de los planes revolucionarios desde Dios
sabe cuando, esa noche no durmió en su casa. Cuando lle­
garon los complotados fueron apresados en su totalidad. Yo
oí, algunas ráfagas de ametralladoras, pero no sentí respuesta;
seguí esperando hasta convencerme de que los tiros eran lan­
zados por un solo bando.
Al grupo atacante se lo quiso fusilar en el acto y a no
mediar la oportuna intervención de un sacerdote que se in­
terpuso entre los inconscientes milicianos y los revoluciona­
rios y pidió clemencia para aquellos, quien sabe cuantos mu­
chachos mas habrían caído para siempre.
El otro grupo actuó en Obrajes y llegó a tomar el cuar­
tel de la policía donde fueron abatidos por los milicianos.
Los revolucionarios lucharon con denuedo, habiéndose distin­
guido los hermanos Alborta y el universitario Carlos de Ra­
da que cayó herido. Apresados, fueron llevados a la ciudad
y entregados al torturador Luis Gayán Contador.
La ciudad de Cochabamba, en esta ocasión, cayó fácil
mente en manos de los revolucionarios. El líder de los obre­
ros Juan Lechín O., que había llegado cuatro días antes fue
hecho prisionero y encerrado en una iglesia. Ninguna otra

— 110
ciudad secundó el golpe. A propósito de Lechín, hoy se co­
noce que Paz Estenssoro que sabía su viaje a Cochabamba y
los propósitos revolucionarios, no le dijo nada. Para la men­
talidad criminal del entonces presidente la muerte de Lechín
por los falangistas habría servido no solo de bandera para
intensificar las persecuciones sino que le habría librado de un
censor peligroso y aun de un adversario en potencia.
De Obrajes me trasladé a la casa de un pariente que vi­
vía en Miraflores donde permanecí oculto 20 días.
Desde el primer momento sintonicé la radio y escuché
las órdenes que daba José Fellman Velarde a Mario Tórrez,
que se encontraba en Huanuni, para que marchase sobre Co­
chabamba con los mineros y libertase a Lechín. Asimismo
le ordenaba, destruir e incendiar el periódico “ Los Tiempos” .
Los revolucionarios cochabambinos, al conocer el fraca­
so de sus camaradas de La Paz, abandonaron la plaza y se
dieron a la fuga. Lechín fue puesto en libertad sin haber
sido ultrajado. La retoma de la plaza por los “ heroicos mo-
vimientistas” , que salieron de sus escondites a las calles a
sembrar el terror fue espectacular. Las cárceles se colmaron
de presos y comenzó de nuevo la sádica labor torturadora
de Orozco, Adhemar Menacho y otros.
El diario “ Los Tiempos” , fue incendiado y su director,
el ilustre periodista don Demetrio Canelas y todo el perso­
nal de redacción encarcelados y luego desterrados. La or­
den del monstruoso Director General de Informaciones y
Cultura había sido cumplida.
La ciudad de Cochabamba fue invadida por mineros e
indios y su población aterrorizada. Casi no hubo casa que
no fuera allanada. De La Paz, fueron enviados a ayudar a
los temidos agentes del Control Político algunos siniestros
gangsters como Mario Abadalla, Oscar Araño Peredo y un
cuñado de éste, el ingeniero Fausto Machicado. Estos re­

— 111 —
grasaron después cargados de trQfeos: platería> cuadros ant¡.
guOS y muchas cosas valiosas de sus centenare5 de aUana.
mientos.
Los presos fueron torturado, en d estiIo más ref¡nada.
mente comunista, al que se añadía ]a per5eversidad de los
téc„ ,c o s d e la checa boliviana . Orozco y Menacho se com-
pacían en desnudar a sus v.ctm,as> fiagelarlos> metetles con
fuerZa lapices a los oídos hasta reventarIes d tf lue.
on encender al rojo un cabo de . • , ., ,
8° , . \ . _ . Escoba e introducirlo al ano
de SUS victimas. Luis Qutroga Uno de ,os márt¡ me cQn
tó todos los horripilantes detalle, Fueron decenas
sufr,eron lo inenarrable y día llegará en que se conocerá d
tétr,co detalle, aunque a muchos un expiicabIe pudor fes b¡)
sellado para siempre los labios.
Dos hombres viejos, cuyos oombres nQ q dar
h iniquidad de a tortura fucror, desnudados ados .
Ios indios que, alcoholizados, no Vac|Iaron en ,0 8 Des.
pu¿s muchos otros sufrieron esta ¡n¡ ¡dad
A un honorable caballero, sd i ui- ' ,
, , ’ e lo obligo a presenciar du-
rante noches y noches estas tortutas bas,a en|oquecerIo. H
„„te hombre parece un anciano ~ ✓ . ,
esia . 30 anos mas de los que
reamente tiene. ^
Se empujaba por la fuerza a los presos . sentarse sobre
bor„, as eléctricas al rojo y erar, mantenidos „ , , fuefza s0.
ure ellas hasta quemar su ropa v
Dre F y sus carnes.
El pavor ante tanta iniquidad ' a i , , .,
. , ,. , M q se apodero de la población
cocbabambina a tal extremo que ~ i _i • . , ,
coc » 1 1 i i ., el gobierno se vio obligado
• “ apreSar y ‘ 1° ° a Pa2> «I Principal tortu-
rador mayor de carabineros Jorge Qrozco. En realidad, solo
f un desplazamiento, pues asi Como fue un a2Qte ,os
cochabambinos, lo fue enseguida para ,os paceñoS; ]os cruce
ños, tarijenos o chuqu.saqueños. A Sucre, |a suaye
hosp,taiar,a ciudad capital, no tie„e Ia cul de ser su j '
natal, este enfermo mental gozaba con el dolor de todas sus
víctimas, pero mas todavía si él ocasionaba, con sus propias
manos, las heridas a sus conterráneos sucrenses.
No respetaron a nadie, ni curas, ni niños, ni mujeres, ni
ancianos; la sed de odio y destrucción se convirtió en una
pesadilla. Todo el que no pensaba como el gobierno tenía
que ser humillado y destruido. Una anciana fue abofeteada
en su propia casa sin tener nada que ver con la revolución,
solo por decir que ignoraba lo que le preguntaban. El pa­
dre Sagredo fue apresado y luego desterrado, después de ha­
ber sido ultrajado sin que se respetase sus hábitos. Mi iglesia
calló el ultraje. . .
Un pobre hombre que estaba preso por robo de gallinas
desde días antes de la revolución, que no entendía que cosa
era Falange o Movimiento, padeció y sufrió los campos de
concentración con los demás.

M UERTES M ISTERIO SA S D E G UILLERM O R IO JA Y


LA SEÑORA CARMELA DE PAZ ESTENSSORO

El 8 de diciembre, la ciudad de La Paz, fue conmovida


por dos acontecimientos dramáticos.
En un comunicado dado por el Palacio de Gobierno, se
decía al pueblo que había fallecido la esposa de Paz Esten-
ssoro, doña Carmela Cerruto. Mucho de misterio hay en la
muerte “ repentina” de ésta mártir de la abnegación y sacri­
ficio. Su esposo la humilló y vejó mientras tuvo que sopor­
tar el exilio en Buenos Aires. Llegado al poder, lo primero
que hizo Paz Estenssoro fue repudiarla alejándola de su lado
y la mantuvo en la soledad de un departamento en Obrajes
hasta que apareció muerta aquel día.

— 113
Lo que no dice el comunicado, es lo que todo Bolivia
sabía. Paz Estenssoro tenía en el Palacio a una joven con­
cubina a la cual hacía alternar con sus hijos. Los dos mu­
chachos, halagados por el poder que tenía el padre abando­
naron a su propia madre para vivir con la querida.
La muerte de esta ejemplar esposa, lo liberó de un in­
minente divorcio escandaloso.
Para acallar las murmuraciones, el gobierno, en especial
el servil ministro, Federico Fortún S., haciendo su acostum­
brado papel de cabrón, llevó por unas semanas a la querida
del presidente a Corumbá, ante la amenaza de un posible bro­
te de violencia de algunas mujeres adictas a la difunta señora
Carmela.
Mientras tanto, el “ acongojado esposo” , en un último
acto teatral hacía que los restos de su víctima fueran velados
en el Palacio de Gobierno y le brindó un “ entierro de pri­
mera” .
Pasado el “ dolor” , hace regresar a la querida y a los po­
cos meses se casa con ella convirtiéndola en la primera dama
de la nación. Una vez más, el pueblo boliviano era humi­
llado por su “ libertador económico” .
Todos comentaban y yo conozco a un médico extranjero
que afirmaba con plena conciencia que la señora Carmela,
fue obligada, por una mano criminal e interesada, a quitarse
la vida. El comentario llegó como es natural a las esferas
diplomáticas y costó el alejamiento de un embajador por ha­
ber acogido y difundido el rumor.
El embajador de Chile, Raúl Bravo, que es de quien ha­
blo, fue recibido por Paz Estenssoro con toda clase de mues­
tras de adulación mientras pareció un adicto. Fellman Ve-
larde, incluso le hizo dar un préstamo en el Banco Minero
por un millón de bolivianos, en un momento de necesidad.
Pero un día este señor embajador, manifestó sus dudas sobre

— 114 —
la muerte “ natural” de la esposa del presidente. Como el go­
bierno Paz-Siles tenía espías en todas partes y de los soplones
y soplonas no se libraban ni las embajadas, el cuento llegó
fresquito a Paz Estenssoro, quien solicitó al gobierno del ge­
neral Ibáñez del Campo, con el que hacía muy buenas migas,
el retiro inmediato de su representante.
Otro drama tuvo lugar a dos cuadras del Palacio. Allí,
en una mazmorra de la Dirección General de Policías, donde
se encontraban recluidos los revolucionarios del 9 de noviem­
bre, un miliciano de la revolución nacional, con bala asesina
y misteriosa, dio muerte a mi recordado amigo Guillermo
Rioja. La misma bala que mató a éste gran luchador por
la libertad, traspasó el brazo de Gonzalo Díaz Villamil y ter­
minó su recorrido incrustándose en la cabeza del periodista
católico doctor Juan Pereira Fiordo.
El gobierno, como siempre, trató de ocultar el hecho cri­
minal, ocurrido a las 11 de la mañana, e incluso aceptó las
“ viandas” para el muerto y los heridos. A las 2 de la tarde
los familiares de éstos recién se enteraron del crimen y soli­
citaron ver a sus seres queridos.
Sólo después de muchas horas, la señora de Guillermo
encontró el cadáver destrozado de su marido. Su brazo iz­
quierdo estaba casi desprendido. De la morgue pudo trasla­
darlo a su casa y velarlo cristianamente.
Los otros heridos, Villamil y Pereira, fueron trasladados
a la Clínica de Carabineros, donde el último pasó semanas
entre la vida y la muerte. No se le pudo extraer la bala del
cerebro y, pese a su gravedad, el gobierno se negó a ponerlo
en libertad. Sabedora la madre de Pereira que su hijo ha­
bía sido herido tuvo que trasladarse de Santiago de Chile,
donde residía, a La Paz, y exigió al gobierno que le permi­
tiera llevar a su hijo a Chile, lo que consiguió recién un mes
más tarde.

115 —
El doctor Pereyra, gracias a los cuidados de su madre
que es médica, salvó felizmente la vida, pero tiene el recuer­
do de la bala asesina incrustada en su cerebro. Es otro tes­
tigo de la barbarie.
En el humilde hogar de Guillermo Rioja, su afligida es­
posa, con el hijo pequeño en brazos, lloraba inconsolable­
mente la desaparición del leal compañero. Sus amigos la
acompañaban y probablemente comentaban la forma extraña
del recorrido de la bala. Esto alarmó al gobierno que acos­
tumbrado como estaba a no dar cuentas de sus actos, envió
a altas horas de la noche a su incondicional agente Alberto
Blumfield con una veintena de secuaces a robar el cadáver
de su víctima. La maldad incontrolable de éstos seres no se
conmovió ante los gritos desgarrantes de la esposa. La orden
fue cumplida después de golpear a la señora y dar de cula­
tazos a los amigos allí presentes. El cuerpo de Guillermo
fue enterrado por Federico Fortún S., quien sabe dónde.
El día 9, a las 4 de la tarde, los amigos de Rioja hicimos
un entierro simbólico. En una de las esquinas del Panóp­
tico Nacional le dio la despedida con una brillante oración
fúnebre el doctor Jorge Siles Salinas Vega. El Control Po­
lítico disolvió aquella manifestación de duelo con cartuchos
de gases, arrestando a algunos de los asistentes.
Fueron dos dramas que conmovieron al pueblo boliviano.
El terror asesino unió ese día en la muerte a estos dos per­
sonajes de tragedia griega: la esposa respetable pagando con
su vida su disconformidad con el infiel esposo y el varonil
abanderado dejando este mundo con una imprecación en los
labios, son el símbolo de esa abyección sin límite que creó
Paz Estenssoro.
Mientras en la primera casa de la patria, en ese tétrico
Palacio Quemado se representaba la farsa del dolor regocija­

1 1 6 —
do, en la última casa de la patria, allí, en las mazmorras de
un penal, tres patriotas caían víctimas del odio comunista.

1 9 5 4

Dejé de trabajar con Araño Peredo en los primeros días


del nuevo año sin haber podido encontrar una coyuntura pa­
ra hacerle pagar sus picardías. Me puse a negociar por mi
cuenta en el transporte de carne del departamento del Beni a
La Paz. El negocio era lucrativo pero mucho más lucrativo
iba a resultar si llegaba a entregar la carne a las minas nacio­
nalizadas.
Obtuve que la Corporación Minera me comprase varias
partidas hasta un día en que Hugo Antezana me llamó para
pedirme la consabida coima que recibía de manos de Araño.
Ante mi negativa comenzó a ponerme obstáculos y sus intrigas
dieron el resultado que es de imaginar: me retiraron el per­
miso de venta.
No podía convencerme de mi derrota e ingresé un día al
despacho del presidente de aquella institución, don Jorge Zar­
co Kramer. Le ofrecí la carne para los mineros a menor pre­
cio y lo entusiasmé con mi propuesta al extremo que inclusive
me ofreció adelanto de dinero. Finalmente me dijo: “ Vuel­
va usted mañana para que conversemos con el subgerente se­
ñor Mac Lean”.
Al día siguiente, el señor Zarco me presentó a Mac
Lean y me dejó con él. Este señor, sacó de su escritorio un
papel y me lo pasó. Eran todos mis antecedentes políticos,
mi encarcelamiento y mi reclusión en Corocoro.
— Como ve usted, mi amigo, me dijo, nosotros solo da­
mos chance a los amigos del gobierno. Usted es nuestro ene­

117 —
migo y sería ilógico que le hagamos ganar dinero para que
mañana ayude a hacernos una revolución. Pero como todo
se puede arreglar, le voy a proponer dos cosas: primero, que
usted se inscriba en el M.N.R., y segundo, que de las ganan­
cias que obtenga deje usted para la caja del partido, el cin­
co por ciento.
Ante la proposición reaccioné violentamente. No quie­
ro repetir lo que le dije a aquel señor; luego me retiré as­
queado dando un portazo.
En el pasillo me encontré con Antezana, quien me miró
con una sonrisa sarcástica.
Mi negocio de carne me había dejado algún dinero. Se­
guí conspirando y adquirí algunas armas. Formé nuevamen­
te mi grupo, pero entre aquellos que lo formaban estaba el
que un año antes me regaló los fusiles. Esta vez me jugó
una mala pasada.
Un día de julio lo busqué. Se llama Angel Torrez To­
ro, y le indiqué que pronto tendríamos novedades; le pre­
gunté si tenía armas. No las tenía. Le manifesté que yo
le daría una pistola ametralladora al día siguiente, pero que
debía tener su camioneta lista para una hora determinada.
El día indicado le hice entrega del arma más cinco cajas de
balas.
Yo procedía aisladamente. No quería tener contactos
directos con el comando revolucionario hasta no tener un buen
grupo. De todos modos yo estaría listo para el momento
que estallase la revolución. Me propuse pues conseguir ar­
mas a la mayor cantidad de mis amigos y así lo hice. Nin­
guno fuera de Torrez me falló. Resultó no solo un hablador
sino un traidor.
Así las cosas, al amanecer del día 2 de agosto fui sor­
prendido a las cinco de la mañana con el allanamiento de mi
domicilio por milicianos comandados por Armando Bascopé,

118
Gerente de la Compañía de Teléfonos Automáticos, a quien
acompañaba un antiguo amigo mío de la infancia, el teniente
de carabineros Juan Antonio Roca, al que en un principio no
reconocí. Recién cuando se dio a conocer le abrí la puerta
personalmente. Yo habría preferido escapar y ocultarme pe­
ro me fue imposible ruir pues mi casa estaba rodeada por los
cuatro costados. Tuve que entregarme a los milicianos ar­
mados antes de permitir que mi familia sufriera los atrope­
llos consabidos.
La requisa fue minuciosa, Bascopé se apoderó de varias
cartas personales que me había escrito el doctor Enrique Hert-
zog, fechadas en Madrid, y de otras de mi recordado amigo
don Juan Manuel Balcázar, que me escribió a Corumbá, cuan­
do Urriolagoitia me sacó del país.

SEGUNDA PRISIO N

De mi casa de la calle 16 de Julio, en Obrajes, fui sa­


cado por los milicianos comandados por un civil y el teniente
Roca. Al subir a la camioneta encontré en ella a mi amigo
Jesús Terrazas Urquidi, que había sido apresado minutos an­
tes. Me pidió disculpas porque, según él, era el culpable de
mi apresamiento. Me contó que los milicianos habían ido
a mi anterior domicilio de la calle uno y al no encontrarme
fueron a su casa y lo arrestaron y cuando Bascopé le pre­
guntó sí conocía donde vivía yo, tuvo la debilidad de dar mi
nueva dirección.
Detrás de nosotros marchaba un auto negro, que según
uno de los agentes que nos custodiaba estaba ocupado por el
ministro de Hacienda Hugo Moreno Córdova, y por Fellman

119 —
migo y sería ilógico que le hagamos ganar dinero para que
mañana ayude a hacernos una revolución. Pero como todo
se puede arreglar, le voy a proponer dos cosas: primero, que
usted se inscriba en el M.N.R., y segundo, que de las ganan­
cias que obtenga deje usted para la caja del partido, el cin­
co por ciento.
Ante la proposición reaccioné violentamente. No quie­
ro repetir lo que le dije a aquel señor; luego me retiré as­
queado dando un portazo.
En el pasillo me encontré con Antezana, quien me miró
con una sonrisa sarcástica.
Mi negocio de carne me había dejado algún dinero. Se­
guí conspirando y adquirí algunas armas. Formé nuevamen­
te mi grupo, pero entre aquellos que lo formaban estaba el
que un año antes me regaló los fusiles. Esta vez me jugó
una mala pasada.
Un día de julio lo busqué. Se llama Angel Torrez To­
ro, y le indiqué que pronto tendríamos novedades; le pre­
gunté si tenía armas. No las tenía. Le manifesté que yo
le daría una pistola ametralladora al día siguiente, pero que
debía tener su camioneta lista para una hora determinada.
El día indicado le hice entrega del arma más cinco cajas de
balas.
Yo procedía aisladamente. No quería tener contactos
directos con el comando revolucionario hasta no tener un buen
grupo. De todos modos yo estaría listo para el momento
que estallase la revolución. Me propuse pues conseguir ar­
mas a la mayor cantidad de mis amigos y así lo hice. Nin­
guno fuera de Torrez me falló. Resultó no solo un hablador
sino un traidor.
Así las cosas, al amanecer del día 2 de agosto fui sor­
prendido a las cinco de la mañana con el allanamiento de mi
domicilio por milicianos comandados por Armando Bascopé,

118
Gerente de la Compañía de Teléfonos Automáticos, a quien
acompañaba un antiguo amigo mío de la infancia, el teniente
de carabineros Juan Antonio Roca, al que en un principio no
reconocí. Recién cuando se dio a conocer le abrí la puerta
personalmente. Yo habría preferido escapar y ocultarme pe­
ro me fue imposible ruir pues mi casa estaba rodeada por los
cuatro costados. Tuve que entregarme a los milicianos ar­
mados antes de permitir que mi familia sufriera los atrope­
llos consabidos.
La requisa fue minuciosa, Bascopé se apoderó de varias
cartas personales que me había escrito el doctor Enrique Hert-
zog, fechadas en Madrid, y de otras de mi recordado amigo
don Juan Manuel Balcázar, que me escribió a Corumbá, cuan­
do Urríolagoitia me sacó del país.

SEGUNDA PRISIO N

De mi casa de la calle 16 de Julio, en Obrajes, fui sa­


cado por los milicianos comandados por un civil y el teniente
Roca. Al subir a la camioneta encontré en ella a mi amigo
Jesús Terrazas Urquidi, que había sido apresado minutos an­
tes. Me pidió disculpas porque, según él, era el culpable de
mi apresamiento. Me contó que los milicianos habían ido
a mi anterior domicilio de la calle uno y al no encontrarme
fueron a su casa y lo arrestaron y cuando Bascopé le pre­
guntó sí conocía donde vivía yo, tuvo la debilidad de dar mi
nueva dirección.
Detrás de nosotros marchaba un auto negro, que según
uno de los agentes que nos custodiaba estaba ocupado por el
ministro de Hacienda Hugo Moreno Córdova, y por Fellman

— 119 —
Velarde, quienes habían dirigido personalmente la hazaña de
mi captura.
Ibamos a toda velocidad sin saber nosotros a que lugar
nos conducían. Finalmente llegamos al Panóptico Nacional
donde entramos bajo una lluvia de patadas y empujones.
Al ingresar a la gobernación la encontré llena de presos
políticos, casi todos amigos míos. Formamos cola por orden
de llegada. Allí, delante de la fila se encontraba el agente
Raúl Gómez J., muy conocido nuestro, que iba tomando no­
ta de los recién llegados. Otros agentes estaban encargados
de la requisa personal. Como otras veces, nos despojaron
de nuestras pertenencias, billeteras, corbatas, plumas fuentes,
relojes, pañuelos, etc., hasta las trenzas de los zapatos para
evitar, según nos dijeron, “ un posible suicidio” . Yo y todos
quedamos con los bolsillos vacíos. Me decomisaron hasta
las estampas religiosas y el rosario que siempre llevo con­
migo.
Cuando me tocó el turno, Gómez levantó la vista y me
dijo: “ Otra vez aquí, señor Landívar, ¿por qué no escar­
mienta? ”
Mi respuesta fue tajante: “ Cuando Control Político lo
ficha una vez a uno, lo sigue tomando preso aunque sepan los
agentes que nada tiene que hacer con la política; esta vez,
por ejemplo, no sé de que se trata y aquí me tiene usted co­
mo se dice “ sin saber leer ni escribir” .
Un señor Machicado, munícipe en el régimen anterior,
y a quien recién conocía, en un momento en que creyó que
nadie lo veía arrojó al suelo un pequeño papel muy estrujado.
El agente que estaba cerca, lo vio y recogió el papel e incre­
pó a Machicado preguntándole por qué había botado aquello.
Machicado quiso hacerse el tonto y negó que el papelucho
fuera suyo, diciendo que tal vez otro preso lo había tirado
cerca de él. El agente le enrostró a gritos que él lo había

— 120
visto y en presencia de todos lo agredió. Entregó a Gómez
papelito, éste lo leyó y dirigiéndose a Machicado le dijo: “ Así
<pie usted tiene una radio clandestina?. . . Muy bien, ahora
mismo tiene que indicarnos donde está” . Desde ese instante
el pobre señor Machicado, se convirtió en una víctima de aque­
llos bárbaros. Días y noches interminables de continuas tor­
turas tuvo que soportar. Fue el preso más requerido por
los verdugos y todo él acabó por convertirse en una masa
magullada, en un espectro. Nos prohibieron hablarle. Pero
fue valiente, supo ser hombre, negó siempre. Sin delatar a
nadie y sin entregar la radio, permaneció en la cárcel y en
los campos de concentración dos años.
Una vez tomadas nuestras generales, fuimos conducidos
directamente al “ Guanay” . Recorrí el mismo trayecto que
había hecho el año pasado. Me encerraron en la celda No. 2,
juntamente con Jesús Terrazas U. Por el ventanillo cuadra­
do que tiene la puerta, nos pusimos a mirar y a ver a las
personas que iban llegando; reconocimos a muchos: Alberto
Crespo G ., ex-ministro y jefe del Partido Social Demócrata,
Max Atristaín, Ciro Félix Trigo, ex-ministro también, José
Salgado Pacheco y otros conocidos nuestros.
Permanecimos todo el día encerrados, oyendo como la
reja se abría y cerraba chirriando, aislando del mundo exte­
rior cada vez mayor número de presos. Llegó la noche, sentí
sed, pero era imposible conseguir una gota de agua. Cons­
taté que no había cambiado nada el rigor de antes.
A media noche, con gran despliegue de fuerza armada,
ingresó el jefe de Control Político, Claudio San Román, acom­
pañado del mayor de carabineros Jorge Orozco, Oscar Araño
l’eredo, Gómez y otros. Después de entrar a la celda No. 1
llegó a la mía y como no había luz preguntó quienes estaban
allí. Le dimos nuestros nombres. Me enfocó San Román
con su linterna y me dijo: “ Así que usted es Landívar, ¿dón­

— 121
de están las veintitrés ametralladoras que compró? Vaya ha­
ciendo memoria”. Y dirigiéndose a Gómez le ordenó saca­
ran a Terrazas de allí porque yo debía estar incomunicado.
Al retirarse se me acercó Araño Peredo y me dijo: “ Es­
tás fregado hermano, hay denuncias concretas contra vos so­
bre las armas que tienes y el ministro Fortún ha ordenado se
te ajusten cuentas, pues recién ha sabido que habías tomado
parte en la revolución del 9 de noviembre del año pasado,
burlándote de la libertad que se te dio quince días antes.
Te voy a recomendar a Orozco que será el que te interrogue,
para que no te masacre” . Mi “ querido” primo, cumplió su
promesa. Veinticuatro horas más tarde, Orozco me torturó
con verdadera saña y me derribó a golpes los dientes. Un
año antes, Araño padre me entregó a la policía política; hoy
le tocaba a Araño hijo cometer otra canallada. ¡De tal palo
tal astilla!
El ingeniero René Navajas Mogro, estaba en una celda a
la izquierda de la mía con otro preso que respondía al nom­
bre de Guido Cernadas. Este fue sacado al pasillo al día si­
guiente y habló con San Román; no llegamos a saber de lo
que hablaban, pero terminó arrodillándose ante San Román y
le prometió hablar todo lo que sabía; así nos lo comunicó des­
pués uno de los agentes. Cumplió su palabra, denunció a
sus amigos e inclusive los encaró. Juntamente con otros mu­
chachos de una agrupación a.la cual pertenecía, llamada “ Los
locos del Parque” , que dejó en la cárcel muy ingratos recuer­
dos, fueron sacados de la prisión muchas veces, al amanecer,
a señalar domicilios de sus amigos falangistas. Estos mucha­
chos de apenas 20 años, sin haber sido torturados, intimida­
dos con la sola presencia de aquel verdugo, claudicaron y se
entregaron al gobierno.

— 122
NUEVAS TORTURAS

El 4 de agosto a las 11.30 de la noche, fue sacado el


primer preso del “ Guanay” a declarar. Se trataba de Guido
Cernadas. A los cinco minutos yo fui llamado y trasladado
a la gobernación donde encontré a Cernadas que casi ense*
guida fue llevado a la oficina que estaba a mano derecha
permaneciendo yo en la gobernación. Allí estaba Orozco
paseándose y frotándose las manos. Adhemar Menacho, otro
de los torturadores se encontraba recostado en un sofá. Un
señor de lentes, muy pálido, estaba frente a una máquina de
escribir; luego supe que se trataba del cuñado del ministro de
gobierno Fortún, de apellido Prada. De pie estaba el gober­
nador Bazoberry, tío carnal de Oscar Araño Peredo, el agen­
te Mazuelo, más una docena de agentes.
Se me hizo sentar frente al que estaba detrás de la má­
quina. Las dos consabidas ampolletas potentes de luz me
daban directamente a la cara. Todos los que me rodeaban
tenían caras de maleantes. Un muchacho alto y rubio a quien
había conocido como falangista años atrás, se paseaba por el
cuarto con una barra de hierro de más de metro de largo en
las manos. Fue el primero que se acercó a mi, me puso pri­
mero en la nariz el fierro como para que lo oliera y luego dán­
dome un golpe seco con aquel instrumento en las piernas, me
dijo: “ Con ésto, hasta los muertos hablan” . Este traidor y
aborto de la naturaleza se llama José Cánido Justiniano. Fue
tan terrible aquel golpe, que instintivamente me levanté de
un salto, salido de la sorpresa, y luego, pensando que era me­
jor aparentar valor y serenidad, traté de sentarme de nuevo.
Otro ex-falangista, agente torturador y provocador del gobier­
no en aquel instante, Rafael Taborga Dorado, me quitó la si­
lla y caí al suelo. Una carcajada general de aquellos mise-

— 123 —
Quedamos solos con el escribiente, me ofreció una taza
de café. Le manifesté que no se hiciera la burla, creyendo
que se trataba de otra clase de tortura, pero no fue así. Fue
a la cocina y volvió con una taza de café caliente y me invito
a servirme. Hacía tres días que no me servía nada y el café
es mi vicio. Los primeros sorbos sabían a sangre, luego me
fui recuperando y sentí el gusto del cafesito. El señor Pra-
da me observaba. Así permanecimos varios minutos.
Por último me dijo: “ Mucho lo han estropeado y es me­
jor que usted entregue las armas que tiene, pues un amigo
suyo que está también preso lo ha delatado y San Román
no tardará en llegar y lo ha de carear”. Le manifesté que
no tenía ninguna arma y que podían carearme.
Comenzó a interrogarme; no habían golpes sino “ insi­
nuaciones” . Prada, trataba por todos los medios de mostrar­
se amable y hasta servicial. Censuró acremente a mis verdu­
gos de momentos antes, y aunque es cierto que él no inter­
vino en aquella masacre despiadada y cruel, también es cier­
to que la toleró y su presencia allí en la cámara de tortura
bastaba para comprobar que, aunque más humano, era de la
misma camada. Su cuñado, el ministro Federico Fortún, me
había recomendado- a él, no cabía duda. Igual que un año
antes, se me creía “ un pez gordo”. Lo que negué bajo el lá­
tigo, negué con la persuación.
Me manifestó que un señor Arturo Carvajal había ya de­
clarado contra mí. Pese a mis sufrimientos, a mis dolores
del cuerpo, los oídos y de la boca, no disimulé una sonrisa
de sarcasmo. Yo no tenía ningún amigo que llevase aquel
apellido.
Luego me nombró a Angel Torrez Toro, a éste sí que
lo conocía y ante las pruebas de la amistad que me presen­
taba no negué, pero poniéndole de manifiesto que mis víncu­
los con éste eran netamente comerciales.

— 126 —
Quedamos solos con el escribiente, me ofreció una taza
de café. Le manifesté que no se hiciera la burla, creyendo
que se trataba de otra clase de tortura, pero no fue así. Fue
a la cocina y volvió con una taza de café caliente y me invitó
a servirme. Hacía tres días que no me servía nada y el café
es mi vicio. Los primeros sorbos sabían a sangre, luego me
fui recuperando y sentí el gusto del cafesito. El señor Pra-
da me observaba. Así permanecimos varios minutos.
Por último me dijo: “ Mucho lo han estropeado y es me­
jor que usted entregue las armas que tiene, pues un amigo
suyo que está también preso lo ha delatado y San Román
no tardará en llegar y lo ha de carear”. Le manifesté que
no tenía ninguna arma y que podían carearme.
Comenzó a interrogarme; no habían golpes sino “ insi­
nuaciones” . Prada, trataba por todos los medios de mostrar­
se amable y hasta servicial. Censuró acremente a mis verdu­
gos de momentos antes, y aunque es cierto que él no inter­
vino en aquella masacre despiadada y cruel, también es cier­
to que la toleró y su presencia allí en la cámara de tortura
bastaba para comprobar que, aunque más humano, era de la
misma camada. Su cuñado, el ministro Federico Fortún, me
había recomendado a él, no cabía duda. Igual que un año
antes, se me creía “ un pez gordo”. Lo que negué bajo el lá­
tigo, negué con la persuación.
Me manifestó que un señor Arturo Carvajal había ya de­
clarado contra mí. Pese a mis sufrimientos, a mis dolores
del cuerpo, los oídos y de la boca, no disimulé una sonrisa
de sarcasmo. Yo no tenía ningún amigo que llevase aquel
apellido.
Luego me nombró a Angel Torrez Toro, a éste sí que
lo conocía y ante las pruebas de la amistad que me presen­
taba no negué, pero poniéndole de manifiesto que mis víncu­
los con éste eran netamente comerciales.

— 126 —
— Puede usted comprobar, le dije, que entre los pape­
les que me han requisado, hay un cheque protestado por
falta de fondos, de Torrez Toro a mi favor. Le vendí una
cámara frigorífica y por hacer ese negocio he tenido que ha­
blar con él. En esto era sincero, le vendí la cámara y me
pagó con un cheque sin provisión que aún conservo. Por
último llamó a un agente, y le pidió trajese la ametralladora
que había secuestrado a Torrez Toro, me la mostró y me
dijo: “ Torrez ha declarado que usted le entregó esta arma;
usted no puede negar y es mejor que confiese y entregue las
armas que tiene escondidas e indique a quienes de sus ami­
gos ha armado con ellas” . Negué, manifestando que si fue­
ra cierto que Tórrez había confesado contra mí, yo atribuía
aquello a su falta de honradez para pagarme lo que me debía.
Que me estaba implicando en un acto revolucionario que yo
desconocía y que tal vez él dirigía. “ Por último, señor Pra-
da, si ustedes quieren alguna confesión mía, hágala, que yo
la firmaré, pero por favor no me atormenten m ás” .
Comenzó escribiendo, mi nombre, mi edad, estado, pro­
fesión, nombre de mis padres, de mi señora, de mis hijos,
de mis hermanos, me pidió dos nombres de mis amigos más
íntimos; le di el de Fellman Velarde y el de René Antelo,
ambos movimientistas a quienes apenas conocía. Cuando le
dije que pertenecía al partido liberal, se indignó creyendo
que le estaba tomando el pelo.
— “ Si usted es liberal, por qué está trabajando con Fa­
lange?” .
— “ No estoy trabajando con Falange”, le contesté.
— “ Entonces usted es liberal-purso-falangista, un gamo-
nal, un sirviente de los barones del estaño” .
— “ Soy liberal, señor Prada, pero si usted quiere au­
mentarle lo demás no es cosa mía” .

127 —
— “ ¿Niega usted haber recibido órdenes del doctor En­
rique Iíertzog por intermedio del señor Arturo Carvajal?”
— “ Sí, niego; no conozco a ninguna persona con este
nombre” .
— “ ¿Así que usted no conoce a H ertzog?”
— “ Conozco al doctor Hertzog, al que no conozco es a
Carvajal; usted dice que está preso y que ha declarado con­
tra mí, llámelo y que me encare” .
Llamó a un agente y le ordenó llevarme al calabozo que
da al lado de la gobernación. Una vez allí se me encerró,
pero primero me echaron dos baldes de agua. Quedé empa­
pado y tiritando de frío y de dolor. Me senté en un rincón,
lloré silenciosamente y creo que me dormí.
Oí gritos más tarde, me puse en pié, sobresaltado, con
el corazón que me latía violentamente. Ingresaron al calabo­
zo un montón de agentes y uno de ellos me dijo: “ Va usted
a hablar con el coronel San Román”. Era la primera vez que
iba a mirar de día a este sujeto. Ingresó dando chillidos e
incluso pegó alguna bofetada a un agente. Se plantó frente
a mí y me miró, con la arrogancia de los cobardes que pueden
pegar y maltratar impunemente. Yo que estaba semimuerto,
indefenso y no esperaba nada de la vida en ese momento, me
atreví no obstante, temblando, a sostener su mirada.
San Román es un mulato de regular estatura y gordo.
Sus ojillos vivaces le dan el aspecto de un gato montés, sus
labios son delgados, los pómulos abultados, el cuello corto
y la cabeza achatada. Su cara es la de un rufián de barrio.
Sus dientes son pequeños. No ríe y su mirada es muy fría.
Habla con voz destemplada y tan atiplada que parece
estar saliendo recién de la pubertad. Me dice: “ ¿Dónde
están las 23 ametralladoras que compró para la revolución del
9 de noviembre? Escriba en un papel ordenando a su se­
ñora, que está ahí afuera, esperando su orden para entregar­

— 128 —
las. Inmediatamente que las recojamos usted quedará en li­
bertad. No perdamos tiempo y hágalo rápido” .
— “ Mi señora no puede estar esperando la nota que us­
ted quiere que escriba coronel, porque no tengo ninguna ar­
ma escondida”.
Me tomó del cuello y me apretó la garganta hasta hacerme
desvanecer y me empujó, cayendo al suelo tan largo como
era. Me hizo flagelar y ordenó me llevaran a la gobernación.
Cuando allí lo encontré ordenó llevasen a Tórrez Toro a su
presencia. Eran más o menos las ocho de la mañana.
Dirigiéndose a Tórrez Toro, San Román le dijo: “ Este
carajo no quiere confesar y para que usted le refresque la
memoria lo he hecho llamar. ¿Tiene o no tiene armas es­
condidas este granupa? ¿No es cierto que la pistám que he­
mos encontrado en su casa se la entregó este señor? ¿No es
cierto que lo comprometió para una revolución que debía es­
tallar en estos días? ¿Es o no cierto que la noche del prime­
ro de agosto, usted, con este caballerito, ingresaron al Club
Arabe donde jugaron hasta el amanecer y luego usted lo lle­
vó a cierto lugar de Miraflores donde se hizo dejar sin per­
mitir que lo acompañase, pidiéndole mas bien que regresara
a recogerlo dentro de una hora? ¿Cuando usted volvió en­
contró, sí o no, a este señor con un bulto pesado que usted
supone eran armas?
Este bombardeo de preguntas a Tórrez me dejó perplejo.
Muchas de ellas eran ciertas. Otras absurdas y algunas cap­
ciosas. Tórrez, algo nervioso, habló atropelladamente como
era su costumbre. Me encaró que yo le había entregado la
“ pistám” en casa de un ciego, (era cierto). Que habíamos
estado en el Club Arabe (era falso); que habíamos ido a
Miraflores, era cierto, pero fue en busca de mi médico por­
que mi hijo ese día se puso muy grave y Tórrez sabía quien
era el médico, pues incluso nos llevó a la casa y acompañó de

— 129
vuelta al doctor. No he jugado jamás en la vida y mucho
menos iba a salir a jugar hasta tarde de la noche en esa
época de terror, sabiendo que en cualquier boca calle podían
salir los milicianos a robarme, patearme o meterme un plomo.
En cuanto a las armas había bastante de verdad, eran trece
las que tuve, pero las repartí entre los amigos. Yo tenía al
presente solo cinco en un lugar que jamás llegarían a encon­
trar los agentes, pero eran armas sagradas, conseguidas con
sacrificios enormes, para castigar a aquellos hombres y no pa­
ra entregárselas. Podían matarme pero no las entregaría.
Para demostrar que aquel traidor era un canalla y revis­
tiéndome de un cinismo desconocido en mí, me lancé contra
el delator y sin dar tiempo a que me lo impidan le crucé el
rostro con un sopapo. Se quedó perplejo y no trató de res­
ponderme pese a estar en condiciones de masacrarme por su
corpulenta estatura y el apoyo que tenía del verdugo. El
agente Ma2 uelo, me agarró violentamente y con la ayuda de
otros me volvió a la silla. San Román, como si nada hubiera
visto me preguntó: “ ¿Cuándo iba a estallar la revolución?
Ya los otros están confesando y sabemos que iba a estallar
de modo que su declaración solo nos servirá para comprobar
la fecha” .
— “ No conozco ninguna revolución coronel, le dije, y
si los otros presos han declarado debe ser porque ellos sa­
bían que había, yo no sé nada” .
— “ Hertzog, desde Buenos Aires, le ha mandado plata
con don Arturo Carvajal. Usted no lo puede negar, pues Car­
vajal ya declaró y es inútil que usted se resista” .
— “ Pese a la amistad y mas que todo a la lealtad que
guardo al doctor Hertzog, no mantengo comunicación con él.
No he recibido de él ni de nadie un centavo”.
San Román ordenó llevar a su celda a Tórrez Toro, y
luego dirigiéndose a mí me dijo: “ Tiene que hablar, animal,

— 130 —
testarudo, pues de lo contrario de aquí usted no saldrá vivo.
Llévenlo a la “ muralla” y que no se le dé de comer hasta
que confiese.
La “ muralla”, es el callejón que separa la calle de las
edificaciones de dentro; tiene más o menos un ancho de me­
tro y medio. El frío, la intemperie y el chiflón de un viento
seco añadido a los dolores que sufría hicieron que aquel lu­
gar me resultase un suplicio. Una pileta echada a perder y
su continuo chorro de agua me ponía los nervios de punta.
Me dejaron solo.
Más o menos a las seis de la tarde, exhausto, fui lleva­
do a mi celda. Allí encontré un señor que me dijo llamarse
Marcelo Dupleich, se quejaba de dolor de estómago y me
manifestó que lo habían torturado mucho, yo no lo conocía.
En eso sentí unos golpes en un rincón, me aproximé y vi
una mano que me alcanzaba un papel. Observé primero el
hueco y comprobé que los anteriores presos se las habían
ingeniado hasta horadar aquella pared de cincuenta centíme­
tros de grosor. Cómo lo hicieron, lo ignoro.
Leí el papel; se me preguntaba si yo era Landívar y
que si así era me tendiera al suelo y pusiera el oído al hueco.
Así lo hice y mi desconocido vecino me dijo atropelladamen­
te que Marcelo Dupleich era un agente provocador del go­
bierno, que no le creyera nada de sus farsas y supuestas tor­
turas. “ Veinte personas estamos aquí porque él nos ha de­
latado e incluso ha delatado a sus primos hermanos, los
Alexander” . Me recomendó no dejarme embaucar. Le agra­
decí y nos despedimos.
Dupleich comenzó a contarme sus trajines “ revoluciona­
rios” . Yo le escuchaba sin responderle. Noté que trataba
de ganarse mi confianza y me hacía preguntas que a no me­
diar el oportuno aviso yo hubiera tal vez contestado y me
hubiera tenido que arrepentir.

— 131 —
Me sacaron al servicio; era terrible aquello: un solo re­
trete para más de doscientos presos. No había agua para bal­
dear pues continuaba la costumbre del año pasado. Se traía
a la sección medio turril de agua que debía servir para todas
nuestras necesidades. Por supuesto nos tocaba apenas a un
jarro por persona.
Comprobamos después el triste papel que hacía Dupleich,
era un agente de su amigo Federico Fortún, un “ buzo”, co­
mo llamábamos a los delatores. A los pocos días de haber
estado haciendo el papel de agente provocador fue puesto en
libertad, y, fuera de la prisión, continuó su indigna tarea.
Fui sacado nuevamente al amanecer de aquel día 5 de
agosto. Fue una serie de nuevas palizas, interrogatorios,
persuaciones, para terminar con nuevas y terribles torturas.
No hablé. Estaba tan exhausto, tan dolorido, que me entró
una sensación de muerte inminente. La Virgen, como se lo
había pedido, selló mis labios. San Román y sus sicarios se
enfurecían hasta el paroxismo ante mi testarudez y continua­
ban azotándome. Rezaba, procurando sugestionarme con la
idea de que no me dolían los azotes y sólo dejaba ver unas
ligeras contracciones a cada latigazo. El dolor era muy in­
tenso, las lágrimas se me querían salir y apenas las contenía.
¿Por qué llorar en presencia de aquellos monstruos? ¿Para
que se burlen y se mofen? No, no lloraría ni hablaría. . .
Me llevaron a mi celda. Encontré en ella a Jesús Te­
rrazas. No hablamos ni una sola palabra. El comprendió
mi tragedia y tal vez meditaba sobre lo que a él le pasaría
cuando lo sacasen a declarar, y eso le ocurrió al amanecer
del día 6 de agosto. Día de la patria, día de la libertad de
Bolivia. Allí estábamos, esclavizados y torturados. El año
pasado pudimos entonar el Himno Nacional. Hoy, no era
posible. Los métodos comunistas en los dos años de gobier­

132 —
no que habían pasado, se habían tecnificado. Eran más crue­
les y sádicos.
Terrazas regresó a la noche siguiente. Le hablé, no me
contestó. Un momento más tarde lo oí sollozar, a tientas
me acerqué para tratar de consolarlo. Luego percibí un li­
gero olor a asado, hacía cuatro días que no probaba bocado,
aquel olor me incitó el hambre y le pedí a Terrazas me diera
un pedazo de carne que yo creía le habían dado. Pero no
era carne asada lo que le habían dado a aquel pobre amigo.
El festín fue para el sadismo de los verdugos: con dos velas
encendidas, quemaron las orejas de Terrazas; lentamente, muy
lentamente primero quemaron los vellos, luego fueron acer­
cando la llama a la piel del lóbulo chamuscándola y quemán­
dola. No podía moverse, lo habían sujetado sobre la silla.
Le quemaron también parte del pelo y el cuero cabelludo.
¡Terrible suplicio, sólo imaginable en mentes comunistas'
Pero el olor.. - era agradable, especialmente cuando no se
ha comido cinco días. Lloramos de rabia e impotencia.
Un día que fui sacado para ser llevado al servicio me en­
contré con un preso que no había visto nunca. Me habló y
me preguntó si y ° era Landívar, le manifesté que sí, inqui­
riéndole si necesitaba algo de mí.
__me dijo, he sabido que le han derribado los dien­
tes y quería saber si era cierto para denunciarlo algún día” . . .
Como respuesta a su curiosidad le enseñé la boca. Se
quedó horrorizado y maldijo al gobierno y en especial a Paz
Estenssoro. “ No se alarme usted, he pasado peores cosas, le
añadí, esto no es nada, algún día se sabrá las iniquidades co­
metidas contra nosotros; somos cientos, tal vez miles” . . .
El agente que nos custodiaba se impacientó y me ordenó
seguir al servicio. Antes de separarme de ese mozo, simpá­
tico y amable, le pregunté su nombre.

— 133 —
— “ Soy abogado y me llamo Guillermo Bedregal Gutié­
rrez” . Nos estrechamos la mano y le agradecí su preocupa­
ción por mí.
El señor Bedregal, salió de la prisión un mes más tarde.
Pero su libertad estuvo acondicionada con la infamia. Al
traspasar los umbrales de la prisión dejó allí, donde estába­
mos nosotros, la dignidad y la grandeza. Hasta la víspera
había sido falangista y furibundo partidario de Unzaga de la
Vega. Reflexionó sin duda que más valía el dinero que el
ideal y más los honores que el honor. Abjuró de su fe fa­
langista, repudió a Unzaga, se incorporó al Movimiento. H i­
zo una repugnante carrera meteòrica. Fue secretario general
de la Presidencia en la época de Siles Zuazo. Hoy, de trai­
ción en traición, es Presidente de la Corporación Minera. Sus
cuentas bancarias han aumentado prodigiosamente. Veremos
hasta donde llega este maestro de la felonía.
Nuevamente Terrazas fue sacado de mi celda y lo tras­
pasaron a la celda número 3. Mantuvimos contacto por lar­
go tiempo por el hueco descubierto días antes. Yo esa no­
che volví a sufrir nuevas torturas. No querían convencerse
mis verdugos que yo no estaba dispuesto a hablar, pero ade­
más del interés que tenían en mis confesiones llegué a la evi­
dencia de que a ellos lo que más les interesaba era martiri­
zar y gozar con el dolor ajeno.
El 9 de agosto, a las diez de la noche, se abrió la celda
y entró el agente Carrasco acompañado de dos personas: un
gringo y un hombrecito de aspecto sospechoso que estaba
vestido con un overol grasiento. Les ordenó que se acomo­
dasen a mi lado. A los pocos minutos metieron a otro pre­
so, se trataba de un joven teniente de ejército de nombre Ma­
rio Quezada, quien todavía vestía su elegante uniforme. El
contraste de los cuatro era notorio, un gringo, un chuquisa-
qucño, un cruceño y, el de overol, paceño.

— 134
Inmediatamente nos pusimos a conversar. Cada uno fue
contando por qué había caído preso. El gringo, don Carlos
Lowestein, no sabía explicar el motivo de su encarcelamien­
to. Era dueño y gerente de la casa comercial “ Helcorimex” .
San Román le quitó su auto, su dinero y un valioso reloj
de oro; lo detuvieron el día 7.
El teniente Quezada nos contó que había sido apresado
en pleno campo de instrucción juntamente con los tenientes
Mercado, Ordóñez y Muñoz. Ignoraba el motivo. Tres de
ellos estuvieron presos dos años. El cuarto, un traidor, fue
puesto en libertad.
El muchacho de overol resultó ser, pese a su condición
humilde, un hombre decente en toda la extensión de la pala­
bra, se llamaba Mario Ramos. Según él, lo había delatado
Guido Cernadas denunciándolo de haber tomado parte en la
revolución del 9 de noviembre, cosa que él negó al principio,
pero que acabó por confesar cuando fue careado con Cerna­
das. “ Y que iba hacer yo señor, nos dijo, si Cernadas que
es un muchacho que se las dá de decente y pituco me enrostra­
ba a mí que no soy sino un humilde trabajador? Tuve que
confesar que era verdad. Además hizo mi mala suerte que
uno de los agentes fue mi “ casi cuñado” y me la tenía jurada
porque no quise casarme con su hermana. Se la ha cobrado
el muy perro. ¿No es cierto que las cosas personales uno se
las debe arreglar de hombre a hombre y no abusar del poder
que tienen cuando uno está preso? Mi casi cuñado es el
agente Montenegro a quien lo había trompeado antes, no es
hombre que pueda conmigo afuera” . Todos asentimos. Te­
nía razón.
Un día fueron sacados don Carlos Lowestein y Mario
Ramos a prestar indagatoria. No volvieron durante cuatro
días. Pasaron por una infinidad de torturas, golpes, flagela-
mientos, arrancadas de cabellos, lápices al oído. Toda la se­

— 135 —
rie. Terminaron por llevarlos a la “ muralla”, donde estuvie­
ron cuatro días con sus noches. Al regresar a la celda eran
seres cadavéricos. Todo ese tiempo estuvieron sin comer y
solo podían servirse agua que era lo único que había en
abundancia. Me contaban que para entrar en calor en las
noches se abrazaban, daban saltos y corrían.
Don Carlos me confesó después: “ He estado en los cam­
pos de concentración de Hitler, pero nunca he sido tan ul­
trajado, tan vejado como aquí. Usted hubiera visto como ese
Jorge Bedregal S. obligaba a los agentes que me agarrasen
para que él pudiera pegarme y como es de estatura baja y
no me podía alcanzar el rostro hacía que me sentaran en una
silla y me sujetaran. Me acusan de que yo en mi auto y a
altas horas de la noche he estado transportando armamento
para Falange y quieren convencerme de ello, pero es comple­
tamente falso”.
Cuando Lowestein fue puesto en libertad en Navidad,
recién supo el por qué lo había apresado Rafael Gómez. E s­
te estafador, coordinador del Palacio de Gobierno, se había
adueñado de su casa comercial conjuntamente con otros altos
funcionarios del partido gobernante. Le quitaron su auto y
finalmente fue puesto en la frontera con Chile. Hoy este
honrado comerciante y caballeroso amigo se encuentra resi­
diendo en Bogotá, Colombia.
Mario Ramos, también nos contó la forma brutal como
Araño Peredo lo torturó. Tenía en su cuerpo las señales san­
grientas de los viles ultrajes. La manía de Araño Peredo
era arrancarle los pelos de la cabeza agarrando los mechones
y dando tirones hasta sacarlos así fuera con pedazos de piel.
Cuarenta y cinco días de continuo terror tuvimos que so­
portar esta vez. Si no eran los amigos, era yo el que salía
a las cámaras de torturas todas las noches. El continuo chi­
rrido de la reja al abrirse para dar paso a las víctimas que sa­

— 136 —
lían para el tormento y que regresaban, era un ruido que nos
ponía carne de gallina. Sus crujidos y la caída de su pesada
cadena bastaba para hacer latir violentamente nuestros co­
razones y quitarnos el sueño.
Un día, fueron sacados del “ Guanay” cuatro presos-
Humberto Ayllón, 60 años; Guillermo Bascopé, también de
60 años; José Guerra, de 45 y Juan Trillo, de 38. No vol­
vieron durante días. Unos agentes nos informaron que habían
sido puestos en libertad. Pero un día, ordenaron a los de la
celda uno a desocuparla y luego nos replegaron hacía el fon­
do del penal. Se abrió la reja y fueron entrando unos agen­
tes llevando casi de rastra a unos hombres; no los reconoci­
mos pues con las caras deshechas parecían monstruos. No
podían caminar, fueron metidos a la celda desocupada y echa­
dos llave. Cuando se fueron los agentes nos aproximamos
a ver quienes eran. Era increíble lo que veíamos, Ayllón,
Bascopé, Guerra y Trillo ahí estaban echos unas piltrafas hu­
manas. No hubo un solo preso que no se conmoviera y
algunos derramaron unas lágrimas al ver aquel cuadro. No
contento San Román con las torturas y flagelamientos, tuvo
a esos cuatro hombres durante un mes a pan y agua. Re­
cién permitió que los llevasen a una celda donde, incómoda­
mente, podía caber una persona, cuando estaban al borde de
la muerte. Allí, donde sólo podían estar parados o en cu­
clillas, los metió. Guerra, a consecuencia de los insoporta­
bles calambres, sufrió durante algunos meses la paralización
total de una pierna.
Para Paz Estenssoro no había amigos ni parientes. Jun­
to con nosotros estaba un primo hermano de él, don Alberto
Estenssoro. Este caballero sufrió lo mismo que nosotros y
tal vez mas pues desde el palacio de gobierno su pariente, el
presidente, ordenaba por teléfono a sus sayones la forma co­
mo debían torturarlo. Le reventaron los tímpanos y quedó

— 137 —
sordo y muy enfermo. Tres meses después se lo puso en li­
bertad y cinco meses más tarde lo volvimos a ver preso y tor­
turado. Pero esta vez no cayó solo, llegó acompañado de su
hermano el distinguido periodista Renán Estenssoro. ¿Por
qué Paz Estenssoro persiguió a muchos miembros de su fa­
milia? Por que no eran comunistas y para un buen marxis-
ta no hay parientes que valgan.
Un día, metieron a un nuevo preso. Cosa rara, era uno
solo, pues allí llegaban siempre por docenas. Se lo puso in­
comunicado y se nos recomendó no tratar de acercarnos a él.
Descuidé a los sicarios y le pasé una taza de café. Me dio
su nombre, se llamaba Mario Campuzano. No lo conocía, era
alto y delgado. Don Ernesto Flores Sanjinés se atrevió a pa­
sarle una botella de refresco y fue sorprendido por el centi­
nela. Inmediatamente se armó un lío. Gritos, amenazas e
insultos, felizmente no pasó nada. Don Mario Campuzano
fue uno de los presos más valerosos que he conocido. Su
entereza era impresionante.
Otro preso suelto llegó, un joven ex-cadete de carabi­
neros de nombre Hernán Angles. Este pobre muchacho es­
taba con la ropa del cuerpo, sin sobretodo y con unos zapa­
tos rotos. Lo habían tenido en el Control Político un mes
dándole garrote y poco alimento. Un día fue sacado para ir
al servicio, don Alberto Crespo G., descuidó al custodio y le
pasó una camisa de franela. Jamás he visto una mirada de
gratitud más expresiva que la de este muchacho en ese mo­
mento.
Los traidores, los “ buzos” , eran nuestra pesadilla. El
más peligroso, por lo cínico y sinvergüenza, era Walter Te­
jada, a quien le pusimos el mote de 33, pues cada vez que
formábamos para la lista daba la casualidad que le tocaba
aquel número. Zoilo Pizarro, Alfonso Guzmán Ampuero y
los “ Locos del Parque” , con la única excepción de Gonzalo

138 —
Tavera, nos inspiraban una gran desconfianza. Para justifi­
car el sueldo, por simple comedimiento, éstos personajes nos
tenían sobre ascuas. La delación era cosa corriente y te­
mida. La inmoralidad llegó a su grado máximo. La revo­
lución de Paz Estenssoro-Siles Zuazo, estaba cumpliendo su
máximo objetivo: acabar con la moral de todo un pueblo.
Jamás se nos permitió leer un libro y mucho menos un
periódico y esta era la mayor tortura para algunos jóvenes
estudiosos que habían. Pero un día, nos dieron la sorpresa
de meternos todos los diarios. El diario oficialista “ La Na­
ción” , con grandes caracteres y con clichés denunciaba un
Pacto firmado en Santiago de Chile por las fuerzas de la opo­
sición, donde según el gobierno, los partidos tradicionales
se comprometían en una revolución contra el M.N.R. para
llevar a la presidencia a don Oscar Unzaga de la Vega. Lei­
mos aquello con indiferencia y no le dimos importancia.
Los “ buzos”, fueron sacados a la gobernación que ya
estaba a cargo de Alberto Bloomfield. De allí regresaron y
comenzaron a lanzar rumores y a decir que esa tarde habrían
novedades. Y las hubo. Esa tarde llegó San Román al “ Gua­
nay” , acompañado de Bloomfield y una veintena de agentes.
Nos reunieron en la celda que tenía el nombre de “ Fábrica
de Caballos” , donde don Alberto Eyzaguirre, a costa de pa­
ciencia y con papel estañado de cigarrillos, había llegado a
levantar un altar en una de las paredes.
San Román, con aire de gran señor, que no le resultaba
nunca exacto por su condición de mulato, nos dice: “ He ve­
nido por el llamado que he recibido de ustedes. El gobier­
no de la Revolución Nacional se ha visto obligado a recluir­
los aquí para salvarles la vida, pues el pueblo los odia tanto
que a no mediar la magnanimidad del compañero Paz Es-
tenssoro, ustedes hubieran sido ultimados en sus propios ho
gares por la gente que fue explotada cuando estuvieron en el

— 139 —
poder. Pero queremos oír sus quejas y por ese motivo he
venido a saber que desean ustedes” .
Aquellos nos sorprendió tanto que no supimos qué res­
ponder. Nadie lo había llamado y la tensión se hizo mani­
fiesta. San Román no sabía que hacer y nosotros lo mismo.
Entonces alguien sugirió que don Julio César Canelas tomara
la palabra en nombre de los presos, cosa que todos apro­
bamos.
El señor Canelas comenzó con voz tranquila y firme ma­
nifestando a San Román que ninguno de los presos había
solicitado hablar con él, pues nada tenían que decirle, pero
que aprovechaba su presencia allí para exigirle nuestra liber­
tad, que era lo único que nos interesaba. Con respecto a
las declaraciones de la prensa sobre el pacto de Santiago, le
dijo que nosotros lo desconocíamos desde el momento que es­
tábamos presos y que privados de libertad era imposible pro­
nunciarse, pero que de cualquier forma, aquel Pacto no era
mal visto por nosotros. Era un rasgo de valor inaudito, ca­
si suicida.
Blumfield, reaccionó violentamente y se enfrentó con
Canelas a quien increpó por sus palabras; terminó manifes­
tando que una comisión de presos había hablado con él so­
licitándole la presencia de San Román allí.
El señor Canelas, pese a su condición de preso, sostuvo
que no era cierto lo afirmado por Blumfield. Todos lo apo­
yamos.
Blumfield, perdió los estribos y mostrando su calaña de
matón, se abalanzó sobre el señor Canelas con el evidente
propósito de agredirlo. San Román, cosa rara en él, lo to­
mó del brazo y le pidió que se calmara.
En este estado de cosas, los “ buzos” tuvieron que sa­
carse la máscara y Guzmán Ampuero pidió la palabra, la que
le fue concedida por San Román. Comenzó diciendo que él

— 140 —
y otros presos habían solicitado la presencia de San Román
para expresarle su protesta por el Pacto de Santiago.
— “ No es posible, señores, dijo, que mientras nosotros
aquí nos podrimos, ellos allá estén haciendo pactos agravan­
do nuestra situación, pues era de lógica suponer que el go­
bierno tomaría sus medidas contra nosotros ya que no lo
puede hacer con los firmantes de aquel “ ignominioso pacto” .
Lo apoyaron los buzos del gobierno y los traidores y
desertores de nuestras filas. Gracias a Dios no eran mu­
chos, aunque debo confesar que eran los suficientes para
sembrar la discordia entre nosotros.
Volvió San Román a tomar la palabra para expresar la
comprensión del M.N.R. “ por la justa indignación de los pre­
sos frente al pacto” . “ Pero es necesario, añadió, que la pro­
testa que acaban de expresar sea confirmada por medio de
votos escritos condenatorios contra esos vendepatrias. A pe­
dido de uno de los presos se pidió se nombrase una comi­
sión de cinco personas para que redactasen aquel voto. San
Román aceptó la sugerencia. Fueron nombrados don Julio
Canelas, los doctores Max Atristain, Walter Urgel y dos más
que no recuerdo.
Terminada la singular asamblea se marchó San Román
y con él fueron sacados Guzmán Ampuero, Pizarro, Tejada,
Carrasco, Bilbao, Antezana y otros.
El voto lanzado por la comisión presidida por Canelas
fue un documento digno y encuadrado al momento. No se
condenaba nada ni se insultaba. Firmamos todos, menos el
señor Canelas. Era imposible proceder en otra forma.
A media noche, se presentaron los buzos acompañados
por los agentes armados con cachiporras y mediante la pre­
sión más indigna se nos obligó a firmar otros votos fabrica­
dos por ellos, llenos de bajezas dignas de quienes lo hicieron

— 141 —
v «lo insultos contra los firmantes del pacto. Se atacaba en
forma canallesca al señor Oscar Unzaga de la Vega.
I I disociador Alfonso Guzmán Ampuero fue una cons­
tante pesadilla que tuvimos que soportar en esa época en la
prisión. Posteriormente ya en libertad, siguió sembrando
la discordia e incluso llegó a sorprender a Unzaga de la Ve­
ga hasta lograr incluir su nombre en la lista de candidatos a
diputados por La Paz en las elecciones parlamentarias de
1958. Actitud incomprensible la del señor Unzaga ya que
él no podía ignorar lo canalla que fue este sujeto en la pri­
sión donde lo denigró a él y delató a sus amigos.

SIG U EN LAS TORTURAS

Pepe Arias es un muchacho de baja estatura y de ca­


rácter alegre. Lo conocí, igual que a su señora madre, en
casa de un amigo en 1953. El no tenía ideas políticas de­
finidas pero su madre era una furibunda anti-comunista, con
un acentuado patriotismo y una esclarecida fe católica.
En la redada que hizo la policía política el 2 de agosto
de 1954, fue allanada la casa de Arias en busca de su ma­
dre. Tal vez alguien comunicó a la señora que iba a ser
apresada y se puso a buen recaudo. Los agentes al no en­
contrar a la señora Arias cargaron con el hijo que fue lle­
vado directamente al Panóptico.
Una de aquellas noches de terror, cuando éramos tor­
turados en los interminables interrogatorios, le tocó el tur­
no a Arias, quien al salir de su celda se despidió de sus
amigos y les dijo: “ No volveré, antes de delatar a mi ma­
dre me mataré, pues contra mí nada hay, soy inocente” .

— 142 —
Comenzaron los inquisidores con sus crueles métodos,
tratando de obligar al muchacho a delatar a su madre. Ocho
meses después, Arias me contó lo siguiente sobre aquella
noche infernal: “ San Román, quería a todo trance que yo
entregue a mamá. Primero fue todo a las buenas, luego vi­
nieron los golpes, las patadas, lápiz a los oídos y flagelamien-
tos; yo ya no daba más. Amanecía ya, cuando mis ver­
dugos me dejaron un momento solo en la oficina de la go­
bernación donde me habían estado torturando. Sacando fuer­
zas sobrehumanas, me puse de pié y tambaleándome me di­
rigí a la puerta y al ver que estaba solo me acerqué al ba­
randado, hice la señal de la Cruz y me lancé de cabeza ha­
cia el patio enlozado” .
“ Cuando desperté no sabía donde estaba, me dolía casi
todo, me toqué la cabeza y luego el cuerpo, una enfermera
me contó después lo que pasó. Hizo mi mala suerte que
en lugar de romperme el cráneo y morir, me fracturara la
columna vertebral y aquí me tiene usted lisiado para toda
mi vida” .
Paz Estenssoro, no contento con la inutilidad física de
este inocente muchacho, lo mantuvo en prisión año y medio.
En su lecho de enfermo contrajo matrimonio con su abne­
gada novia. A los pocos días de haber salido en libertad,
su esposa murió. El destino se ensañó contra este joven y
para cumplir su obra hizo que en su camino cruzara el de
los revolucionarios y asesinos del 9 de abril de 1952.
Madre e hijo, tomaron parte posteriormente en la revo­
lución del 19 de abril de 1959. Ambos, luego se refugiaron
en la Embajada Argentina y vinieron a este país, donde re­
siden actualmente.

143 —
LO S PR ESO S SE EM BO RRACH A N

Una noche, dos agentes muy jóvenes, que apenas tenían


17 años, uno de ellos apellidado Gorena, metieron a varios
presos dos botellas de alcohol y se pusieron a beber con
ellos. En la debilidad en que éstos se encontraban se em­
borracharon rápidamente y cometieron, como es de suponer,
algunas imprudencias. Incluso se pusieron a dar vivas a la
Falange. Fue vano el intento de los que estábamos sanos
convencer a los muchachos que se callaran y como es lógico
no faltó alguien que llevara el soplo al feroz Blumfield.
Este ingresó al “ Guanay”, fue sacando uno por uno a
los borrachos e inclusive nos olía el aliento a todos los pre­
sos que teníamos que repetir ante sus narices la palabra
“ Farfán”. Los que no olíamos a trago quedamos libres. En
cambio los alegres bebedores fueron llevados al patio y se
les metió, así como estaban, a un estanque lleno de agua.
Dándoles de culatazos no se les permitía sacar sino la ca­
beza afuera. Así amanecieron y luego de otra soberana pa­
liza se los llevó a la “ muralla” donde permanecieron hasta
la noche, mojados, tiritando y muchos de ellos con fuerte
resfrío. Sólo la juventud podía salvarnos de tanto peligro
de muerte.
No sabíamos como hacía Waldo Castro Montenegro pa­
ra estar todos los días “ entre San Juan y Mendoza” . El
cuento llegó también a lo de Blumfield y éste, que tenía
forma de averiguarlo no tardó en saberlo.
Una noche, terrible y dura para Castro, ingresó Blum­
field con sus agentes y lo agarró a trompadas para obligar­
lo a declarar quien le metía bebidas. Waldo comenzó negan­
do, pero la paliza fue tan contundente que al final terminó
por confesar. Su magnífica esposa se la había ingeniado.

— 144 —
Sacaba a las naranjas el jugo por un pequeño agujero y lue­
go les inyectaba alcohol de cuarenta grados. Recién enton­
ces supimos por qué Castro siempre estaba chupando naran­
jas en una forma rara. La tunda fue brutal y quedó tendi­
do en el patio toda la noche.
Mas de un dolor de cabeza tuvimos que sufrir debido
al alcohol. Los aficionados a la bebida se daban modos in­
creíbles para conseguirla y hubo uno que inclusive llegó a
fabricar, en el campo de concentración de Curahuara de Ca­
rangas, un alambique hecho de latas de conservas. No im­
portaba la calidad de la bebida, lo que había que lograr era
algo para olvidar, algo que permitiera pasar inconciente­
mente las penas o que pudiera devolver en el momento opor­
tuno el valor perdido.

ALVARO PEREZ D EL CA STILLO

Cuando sobrevino la revolución del 9 de abril, Alvaro


Pérez del Castillo se hizo cargo “ revolucionariamente”, del
puesto de subsecretario de Relaciones Exteriores. Luego fue
a ocupar la embajada en Colombia. Al igual que el amoral
Fellman Velarde, era de los que se complacía en ir a la
cárcel a burlarse de los presos políticos. No vacilaba en in­
gresar hasta el “ Guanay” donde no faltaban adulones que lo
rodeaban tratando de granjearse su simpatía para lograr una
entrevista y tal vez una futura libertad. Se hinchaba como
un pavo real al verse rodeado por sus víctimas y se daba
la importancia de gran señor. . . Nos dirigía frases de sabor
comunista, donde se entremezclaban vagas aspiraciones de
justicia social y otras de odio hacía las clases elevadas. Es

— 145
de advertir que es hijo de un terrateniente y él mismo mi­
llonario.
A costa de bajeza y tal vez para tranquilizar su alma
enferma, obtuvo de Paz Estenssoro que lo nombrase presi­
dente de una comisión que tenía la finalidad de tomar con­
tacto personal con cada preso político para ver su caso y
poner en libertad a los que tenían faltas leves.
La farsa fue perifoneada por la radio y cacareada por
los diarios. La comisión se hizo presente primero en el
Panóptico y luego marchó a los campos de concentración.
Mi señora, encontró un día a este señor que había sido
condiscípulo de colegio y le pidió que hiciera algo para que me
pusieran en libertad. Le prometió e incluso le dio una fe­
cha fija en que yo sería libertado.
Llegó la comisión al Panóptico y uno por uno fuimos
llamados a su presencia. Me tocó el turno a mí y
conducido ante ellos se me invitó a sentarme. Pérez del
Castillo tenía a su derecha al torturador Bedregal y a la iz­
quierda al gobernador, un señor Velasco.
Lo primero que hizo Pérez del Castillo fue presentar­
me a los demás miembros de la comisión con estas pala­
bras: “ Este señor es reincidente, es enemigo del M.N.R. y
no ha cesado de conspirar desde que tomamos el poder” .
Y dirigiéndose hacia mí me dijo: “ Tiene usted alguna queja
que exponer? El gobierno está interesado en dar libertad
a la mayor cantidad de gente pero para ello deseamos saber
que grado de culpabilidad tiene cada preso. Tiene usted la
palabra” .
— “ Creo que nada tengo que hablar después de la cor­
dial presentación que acaba usted de hacer de mi persona”.
— “ Su señora me ha manifestado que usted ha sido
torturado y que le han derribado los dientes.”

— 146 —
— “ He sido torturado muchísimas veces y es cierto que
me han derribado los dientes. Usted puede comprobarlo
ahora mismo.”
— “ ¿Puede usted decirnos el nombre de la persona o
personas que lo han ultrajado.”
— “ Se lo diría si usted me asegura que nada me pasa­
rá. Sin una garantía formal tengo la seguridad que esta
misma noche volverá el que lo hizo y me sacará las muelas.”
• — “ Agente, llévese a este c a r a jo ...” .
La tal comisión era una estafa más de la revolución
nacional. Ninguno logró salir en libertad, pese a que se
comprobaron muchísimos casos de verdadera inocencia.
Al ministro de gobierno, Federico Fortún, a San Román
y a Gayán les convenía tener la mayor cantidad de presos
políticos, pero no por la seguridad de su gobierno sino por
la seguridad de sus bolsillos, pues comerciaban con nuestro
hambre. El gobierno tenía fijada cierta cantidad de dinero
para mantener a los presos. Pero como nos tenían a ración
de hambre ya que del dinero dispuesto para nuestra alimen­
tación sólo gastaban la quinta parte podían llevarse tranqui­
lamente el saldo que iba a parar a sus cuentas corrientes.
El propio Pérez del Castillo ha hecho millones a costa nues­
tra. Según cuentas que hicimos en ese entonces, ahorraban
nada menos que TREIN TA M ILLO N ES DE BO LIV IA ­
NOS, fuera de los gastos reservados. Esta suma era lo ro­
bado a nuestra alimentación mensualmente.
Con estos méritos llegó a ser ministro de asuntos cam­
pesinos este agente de Moscú.

— 147 —
LO S P E R IO D IS T A S E X T R A N JE R O S

Paz Estenssoro-Siles Zuazo no solo compraban la con­


ciencia de muchos periodistas nacionales. También lo hicie­
ron con algunos extranjeros que llegaron a Bolivia, ya sea
como invitados por el gobierno o como simples curiosos que
iban a inquirir por la tan mentada “ revolución boliviana” .
Casi ninguno de los periodistas extranjeros, escribió la
verdad de lo que sucedía en Bolivia y se concretaron a adu­
lar al gobierno dando poca importancia a los miles de pre­
sos políticos que habían en las cárceles y campos de con­
centración. Para ellos, cumplir su noble misión informativa
tenía menos importancia que vender su conciencia y la pluma
a buen precio.
Algunos de ellos llegaron hasta nosotros, allá en las pri­
siones pero siempre fueron acompañados del jefe del Control
Político y de sus agentes sonriéndoles siempre y haciendo
preguntas sin importancia. Nunca pidieron hablar a solas o
ver personalmente las condiciones higiénicas en que estába­
mos. Es verdad que si algún preso se atrevía a decir algo,
apenas los periodistas salieron del penal, recibiría una feno­
menal tunda.
Un día llegaron varios periodistas yanquis, hombres y
mujeres, y con gran propaganda el gobierno los invitó a vi­
sitar a los presos. Se fijó el día de la visita a la cárcel.
Un día antes, el sádico Adhemar Menacho que servía en el
Control Político ingresó al penal y ordenó que nos cortaran
las inmensas melenas y nos afeitaran. El día de la entrevis­
ta, una hora antes, se sacó al patio a veinte presos, la ma­
yoría “ buzos” del gobierno. Nos arengó con un discurso en
el cual exigía declarar que estábamos agradecidos al gobierno
por nuestra prisión pues así nos había salvado la vida de la

— 148 —
ira popular, que la comida era excelente y que era falso
que “ nos hubieran torturado”, que las camas eran magnífi­
cas y que se nos daba todos los días leche con pan al levan­
tarnos. En fin, que estábamos en el paraíso.
No queriendo prestarme a la farsa, le hablé al preso
que tenía a mi derecha, el buzo Raúl Pinto, manifestándole
que yo revelaría a los periodistas el trato que se nos daba
y las torturas que había soportado. Como es natural, fui
denunciado, y Menacho no permitió que yo hablara con los
periodistas y se me metió al “ Guanay” a patadas.
En otra ocasión, unos periodistas chilenos, acompañados
por el embajador Hales, conocido propagandista de Paz-Siles,
y por el jefe del Control Político, San Román, llegaron al
penal a entrevistar “ voluntariamente” a los detenidos polí­
ticos. Esta vez, dos valientes militares, los coroneles Anto­
nio Ponce Montán y Francisco Barrero, desafiando la ira del
verdugo mayor, allí presente, denunciaron los vejámenes de
que eran objeto a diario, las palizas que habían recibido y la
detención arbitraria de sus personas sin proceso alguno. Di­
rigiéndose al embajador Hales, ambos militares terminaron
la entrevista con estas palabras: “ Nosotros lo invitamos, se­
ñor embajador, a venir mañana o pasado mañana a vernos
y comprobará con sus propios ojos el estado en que nos pon­
drán por todo lo que le acabamos de contar” .
Aquellos militares, sabían por qué hacían la invitación
al embajador. Era una hábil maniobra de evitar torturas y
flagelamientos. El embajador no volvió, los periodistas se
fueron y no publicaron nada y los denunciantes pasaron 20
días encerrados en la “ plancha” a pan y agua. Eso fue todo.

— 149 —
20 D E NOVIEM BRE DE 1954

Fue una noche infernal de torturas y más torturas. En


el “ Guanay” , en la planta baja, había un cuarto al que
se lo conocía por la “ plancha” . Se trataba de una pieza de
3 x 3 con el piso y las paredes de cemento. Allí se llevaba
a los presos que cometían una falta y se les castigaba con las
habituales y terribles palizas y lo que era peor con largos
días de encierro a pan y agua. Nunca estaba desocupada,
los lamentos que de allí salían ya no nos condolían. Se
metía a la víctima, se le daba la paliza y luego se lo em­
papaba con agua y así se lo dejaba sobre el piso también
mojado. ¡Como para no aguantar una pulmonía!
Aquella noche del 20 de noviembre de 1954 estaban to­
dos los verdugos, y a la cabeza de ellos el infaltable Alberto
Blumfield, sádico desde sus años mozos. Su primer delito
lo cometió contra su mejor amigo, “ Chanchito” Saucedo, allá
en el año 1934, a quien apuñaleó y dejó por muerto en los
bosques de Santa Cruz de la Sierra. El mismo niño de ma­
los instintos de ayer era el instrumento de los comunistas
hoy. Llegaron disfrazados de “ pepinos” y muchos alcoho­
lizados, escogieron a tres víctimas para apagar su sed de ver
sufrir. Ellos fueron los coroneles Enrique Vacaflor y Fran­
cisco Barrero y un obrero apellidado Aguilar.
Desde la media noche aquellos indefensos presos fue­
ron torturados. Los dos primeros en silencio recibieron las
palizas. Ninguno gritó, no hubo ni una sola queja. En
cambio el pobre Aguilar gritaba sin descanso. Venía su­
friendo aquello desde hacía muchos días, pero nunca “ había
llevado” tanto como esa noche. Sus lamentos eran angus­
tiosos mientras los gritos de los verdugos y en especial los
de Blumfield hacían retumbar todo el penal. Ellos creían

— 150
que por estar disfrazados de “ pepinos” nadie los reconocía.
Yo no he podido hasta ahora comprender su cobardía y sa­
dismo. Lo que ansiaban era simplemente ver sufrir; era
un goce paradisíaco para ellos el humillar con los insultos
más soeces y el retorcerse de las víctimas ante los latigazos
y los golpes. Solo descansaban cuando los infelices caían
desmayados. Ese fue el momento en que se retiraron las
bestias esa noche.
No se echó llave a la puerta de la “ plancha” tal vez pa­
ra mostrarlos como escarmiento a nosotros. Mirar a esos
tres hombres después de eso era para enfermar el alma por
el resto de sus días. Lo único que compensaba esta visión
de pesadilla era el aire de valor y la tenaz sonrisa de desdén
de los dos militares.
A la noche siguiente llevaron a otros y así fueron pa­
sando por ese cuarto maldito infinidad de presos, impoten­
tes para defenderse.
El buzo más canalla fue Raúl Pinto. Gozaba al denun­
ciar a sus compañeros de prisión y hacerlos martirizar. Su
complejo consistía en que habiéndose descubierto que era
un traidor se lo aisló y nadie le dirigía la palabra.
Este buzo había conocido al obrero Aguilar en la cárcel
y lo odiaba sin motivo alguno. Le seguía los pasos y un
día vio que el doctor Max Atristaín, compadecido del frío
que pasaba, le regaló un abrigo. Inmediatamente dio parte
a Blumfield, y éste, esa noche, volvió a torturar a Aguilar
para obligarlo a decir quien le había regalado el abrigo.
El sádico lo sabía, pero quería convertir al pobre Aguilar
en un delator. Pero pese a la monumetal paliza aquel buen
hombre no quiso delatar a su amigo y protector. Entonces
Blumfield llamó a gritos a Pinto y le ordenó decir quien
había entregado el abrigo a Aguilar. Pinto dio el nombre
del doctor Atristaín también a gritos. El doctor inmediata­

— 151 —
mente fue sacado y llevado a la gobernación; no volvió en
toda la noche, y cuando lo hizo, muy digno, negó que lo hu­
bieran maltratado. Pero nosotros supimos por los agentes
que había sido pegado.
La cárcel, también fue una escuela para nosotros. En
primer lugar los obreros, aquellos de quienes el gobierno se
proclamó amigo y protector “ por ser víctimas de la explo­
tación capitalista y de los gobiernos anteriores”, se encon­
traban también con nosotros padeciendo hambre, frío y tor­
mentos. Ellos, como es lógico suponer, eran mayoría y nos
confesaban haber sido engañados por Paz Estenssoro-Siles
Zuazo. Jamás creyeron que éstos los utilizarían solo como
pretextos para perseguir a sus enemigos o levantarían la
bandera de las reivindicaciones obreras para entregar a la
clase proletaria al comunismo.
Cada uno, con la sencillez de los hombres humildes al­
ternó en el penal con ex-presidentes, ex-ministros, ex-milita-
res, ex-altos funcionarios de estado, con universitarios y es­
tudiantes. Nos confesaban, riendo, que ellos estaban con­
vencidos ahora de que no eran ogros como los pintaban. “ Los
gobiernos de la “ rosca” , seguían diciendo, nunca nos traje­
ron en masa, presos. Y aún los casos aislados no eran cas­
tigados por actividades sindicales ni políticas sino por faltas
o delitos comunes. Vivíamos del fruto de nuestro trabajo
honradamente. El cambio ha sido total. Ahora en lugar de
trabajar para llevar el pan a nuestros hijos, nuestro gobier­
no, “ el gobierno del pueblo” como lo llaman Paz y Siles, nos
mete a la cárcel y hace padecer hambre y frío a nuestras fa­
milias. Solo por discrepar de sus ideales políticos” .
Yo también, saqué mis conclusiones de los “ rosqueros”
y de los obreros. Los primeros, no eran insensibles al su­
frimiento ajeno ni vende patrias, ni sirvientes de los baro­
nes del estaño como nos los habían pintado. Eran personas

152 —
dignas y en su mayoría de modesta situación económica, me­
recedor del respeto de todos los ciudadanos. No puedo ne­
gar, que conocí antes de la revolución del 9 de abril de
1952 algunos falsos valores, aquellos que por diversas cir­
cunstancias del destino lograron intervenir en los negocios
internacionales sin capacidad para ello, y que luego traicio­
naron a la confianza de sus conciudadanos. Pero eran pocos
y no pasaban de medio centenar. Hoy en cambio en el
gobierno de la llamada revolución nacional, los valores fal­
sos son miles, comenzando por Víctor Paz Estenssoro y
I lemán Siles Zuazo, hasta llegar a aquellos contorsionistas
como Pérez del Castillo que por medio de adulaciones esca­
laron situaciones y llegaron a ser hasta embajadores para
vergüenza de la patria.
A su vez los obreros no eran las fieras que se les creía
sino seres humanos, buenos y sensibles. Mal dirigidos, no
cabía duda. Incomprendidos tal vez y bastante ignorantes.
Por ello los demagogos se infiltraron en sus filas y explota­
ron su candidez. Se aprovecharon de ellos y gobiernan a
su nombre, haciéndoles creer que “ los obreros co-gobiernan”.
IVro los obreros presos se daban cuenta de que en realidad
no gobiernan y que ahora sí que son esclavos. Muchos han
sido corrompidos por los comunistas que los han obligado
a lomar un fusil y matar a diestra y siniestra. La “ demo-
ua< ia popular” los convirtió, de pacíficos ciudadanos que
eran, en milicianos sin Dios ni ley. Pero los dirigentes son
una minoría entre aquella gran masa humana que aspira a
vivir mejor, que añora el bienestar de antaño y que un día. . .
un día muy cercano, romperá la cadena de opresión y se
lan. ai a a las calles tras su presa, para ser implacables con
aquello-, que los engañaron, que los explotaron, que gober­
naron en su nombre, desnutrieron a sus hijos y que a mu-
< lio- de ( líos los hicieron asesinos.

153
Conocí a algunos “ niños bien” , aquellos que el gobier­
no trata de mostrarlos como parásitos de la sociedad. Casi
todos eran muchachos dignos y valientes. Llegaron a dor­
mir en una misma cama y fumar del mismo cigarrillo con
los obreros y los indios. Se contaban cuentos “ colorados”
y festejaban el chiste con grandes carcajadas. Mostraban un
increíble buen sentido. Eran hermanos que se reencontra­
ban en el dolor y que mañana juntos, unidos serán los
encargados de reconstruir la patria devastada.
Tenía yo un amigo, era un hombre retraído a quien se
tenía por un ser engreído y creído. Llegó, como todos.
Sorprendidos comenzamos a conocerlo tal como era, senci­
llo y cordial, pertenecía a una de las familias más distingui­
das de La Paz, se llama José Salgado Pacheco. Un día Pe­
pe, recibió un papel de su casa en el cual le decían que le
mandaban un pollo, tenía que contestar el papelito, pero
para ello vio si en el paquete estaba el pollo. Solo estaba
la mitad. Escribió, que había recibido la mitad. Cometió
una herejía, tenía que contestar sencillamente “ recibí confor­
m e” . Fue sacado a la gobernación, regresó tarde y se nos
dijo que no lo habían castigado, pero todos le hicimos bro­
mas preguntándole si mas bien le habían regalado confites.
Tenía muy buena mano para “ arreglar” el rancho y freía
los huevos con habilidad asombrosa, sin reventar las yemas.

;¡c s|< :¡í

El tiempo fue pasando, los días se sucedían unos tras


otros en terrible incertidumbre. Se anunciaba una amnistía
para Navidad, todos nos hacíamos ilusiones de ser incluidos
en ella.
Y el día tan ansiosamente esperado llegó por fin.
Ingresaron al penal Blumfield, Gómez y otros agentes,

154
nos hicieron formar y comenzaron a llamar a los que salían
en libertad. Salieron los caballerosos hermanos Canelas, Ju ­
lio César y Carlos, Pepe Salgado, mi compañero de celda
Carlos Lowestein y ocho personas más, seis de los cuales
eran “ buzos” . En total, de doscientos que éramos salieron
doce. Luego, a los que quedamos nos indicaron que arre­
gláramos nuestras “ pilchas” para ser trasladados a otras sec­
ciones. Yo fui llevado a la sección mujeres. Me metieron
a la celda número uno y me echaron llave.
El día de Navidad se permitió a nuestras familias vi­
sitarnos todo el día. Fui sacado para recibir la visita de mi
mujer y mis hijos. Esas visitas se las recibía en la Capilla.
Ese día fue todo un jubileo. Las felicitaciones y abrazos
eran nutridos. ¡Qué día más grato! Mis hijos vinieron tres
veces a verme ese día.
En la noche comenzamos a rezar el rosario en la celda
del ex-teniente Humberto Palacios y luego todas las siguien­
tes noches lo seguiamos rezando. Palacios es un hombre
moreno, alto y estoico. De pocas palabras. Era una de las
víctimas propiciatorias de los comunistas. Conozco las tor­
turas a que fue sometido, más adelante de esta mi narración
las he de insertar conforme me las narró él. ¿Y todo por
qué? Por ser un militar digno y patriota.

SECCION M UJERES, AÑO 1955

Se llamaba así a una determinada ala del Panóptico por


habri sido antes ocupada por mujeres. Ahora alojaba a un
«'un nai tic presos políticos. Según los agentes, ahí se en-
* min aban los presos más peligrosos. Era pues la sección
mejor guardada.

— 155 —
Constaba de dos departamentos, una planta alta y la
baja. Había más o menos 26 celdas, unas grandes y otras
muy pequeñas. En el patio se encontraba una pileta y un
“ noque” grande. Teníamos agua en abundancia y después
de cinco meses pude darme un baño. La única letrina que
había, gracias al agua abundante, era un contraste con la del
“ Guanay” .
Allí había una disciplina rígida, que era cumplida por
todos, desde los ex-dignatarios de estado hasta el último pin­
che. El aseo era una norma. Una mañana el joven “ reo
político” (así nos nombraban los reos comunes), Víctor So-
liz, haciéndose el gracioso, puso una ordenanza en la pared,
con el rol de recomendaciones sobre la higiene y la nece­
sidad de conservar el noque y el servicio completamente
limpio. En un gesto de humor firmó la ordenanza y bajo
su firma puso: “ El señor ministro de Salubridad” . Ese día,
por mala suerte, visitó aquella repartición el tantas veces
nombrado verdugo Adhemar Menacho. Venía a inspeccio­
nar. Nadie hizo caso de su presencia. Leyó la ordenanza
y preguntó: “ ¿Quién es el señor ministro?” De inmediato
se presentó el chico Soliz y dijo: “ Soy yo, señor”, creyendo
que nada podía pasarle por una broma de esa naturaleza.
Pero no fue así. Menacho, lo sacó de allí y lo mandó a la
“ plancha” para castigarlo personalmente.
Encontré en la sección mujeres a algunos amigos de la
infancia con quienes compartí todas las inquietudes y las po­
cas alegrías de esos días de prisión. Allí permanecían des­
de hacían más de dos años los coroneles Vacaflores, Loayza,
el general Bernardino Bilbao Rioja, su hermano Sinforiano
y otros.
La rigidez conque nos trataban los agentes se fue sua­
vizando un poco. Nos permitían conversar y hasta logra­
mos que se nos proporcionaran cortaplumas para poder ha­

— 156 —
cer trabajos manuales en madera. Algunos llegamos, a fuer­
za de paciencia, a realizar pequeñas obras de arte que con­
servamos aún.
El “ Diablito "Hugo Montoya, era un lince para todo.
De una cuchara de aluminio llegó a fabricar 20 llaves de can­
dados para una fuga, que por desgracia fracasó con la con­
sabida masacre de los presos por parte de los agentes. Se
propuso fabricar una guitarra y ayudado por todos nosotros
la terminó a la perfección. A los pocos días Paquito Bel-
trán, que era un inspirado artista, hizo vibrar sus cuerdas
y cantó un bolero muy popular en esos días: “ Palmeras” .
Esas pequeñas emociones ponían una nota vital de alegría
en nuestra monótona y triste existencia.
Paco Beltrán era un joven militar de carrera dado de
baja cuando los comunistas se hicieron cargo del poder. Te­
nía a su madre consumiéndose con un implacable cáncer. Los
viernes se le permitía ir a verla, debidamente custodiado.
Su madre, que presentía que sus días estaban contados, rogó
a su hijo que tratase de fugar; quería morir sabiéndolo li­
bre. Beltrán desde ese instante comenzó a idear la forma
de obedecer a su madre. Hizo su plan de fuga para la si­
guiente visita.
La suerte lo acompañó, pues salió escoltado por un solo
agente armado. Aproximándose como si fuera a besar a su
madre le dijo al oído que ese día se escaparía. Volviéndose
al agente que se encontraba cerca de la puerta le rogó que
lo acompañase a comprar un paquete de algodón, a lo que
aquel accedió. Dio el último beso a su madre y salieron.
Ya en la calle, subieron a un auto de alquiler y Beltrán
ordenó al chofer que lo llevase a la avenida Arce. El agente
debió ser del interior pues no se dio cuenta que en esa arte­
ria de la ciudad no hay farmacias y no se opuso. Hizo parar
el auto, pagó, y corriendo, ingresó a la embajada del Brasil.

— 157
Cuando el pobre agente se dio cuenta de lo que acababa de
pasar, ya era tarde. Entró a la embajada y rogó a Beltrán
que le tuviera lástima y que volviera a salir pues San Román
lo mataría por haberlo dejado escapar. Ante la negativa de
Beltrán e impulsado por el terror, el agente optó por asilarse
también y ambos marcharon al exilio. . .
En La Paz, mientras tanto, en un hospital, la madre de
este muchacho no cesó de rezar pidiendo protección para
su hijo. Su alegría debió ser muy grande al conocer su lle­
gada a tierra de libertad. . . Murió cuando su hijo la año­
raba en el exilio.

HACIA LO S CAMPOS D E CONCENTRACION

A media noche del 20 de enero, ingresó San Román y


sus infaltables guarda-espaldas a las distintas secciones donde
dormían los presos políticos. Se nos ordenó permanecer en
cama mientras ellos, de celda en celda, iban escogiendo pre­
sos para mandar a los campos de concentración. Nos alum­
braban la cara con sus linternas y ordenaban levantarse al
que les venía en gana y que alistara sus cosas.
La selección de las víctimas duró tres horas con el
acompañamiento de patadas, latigazos y grandes griterías pa­
ra sembrar la confusión y el miedo entre nosotros.
Clareaba cuando nuestros pobres amigos partieron rum­
bo a los campos de concentración. El traslado corrió a car­
go del sádico gobernador Alberto Blumfield, quedando en su
reemplazo el no menos conocido torturador Newton de la
Quintana. Este individuo formado en la misma escuela del
que se iba era no solamente odiador y cruel sino también
invertido sexual.

— 158 —
La partida de presos que llegó a Corocoro fue recibida
como debía ser: con una soberana paliza, de cuyos resulta­
dos murió esa misma noche un señor Mena, hijo del cono­
cido comerciante de la frontera con Chile a quien llamaban
el “ rey de la yareta”, por sus grandes negocios con este
combustible.
Quedó gravemente herido don Alejandro Arzabe, a
quien el preso político Napoleón Fiorilo denunció ante sus
verdugos como habiendo sido uno de los inspectores del
trabajo del régimen anterior. Y este mismo Fiorilo acome­
tió a golpes a su compañero de infortunio queriendo ganar
méritos ante los verdugos, hasta dejarlo desmayado. Un
agente quiso rematarlo, le dio un tremendo golpe con un
azadón y le hundió el cráneo. Arzabe se debatió entre la
vida y la muerte durante un año. Y así herido pasó un
año y medio preso.
Mientras esto sucedía en los campos de concentración,
el nuevo gobernador que reemplazó a Blumfield, de la Quin­
tana, puso en práctica en el Panóptico sus hazañas de Cura-
huara de Carangas. No había noche que no se deleitase
flagelando presos.
El 22 de enero fui trasladado a la sección “ Preferencia” .

SECCION “ PREFER EN C IA ”

Según comentario que oí, había la idea de que los que


llegaban a la sección “ Preferencia” eran aquellos que en
breve obtendrían su libertad y aunque nadie solicitaba que
los trasladen allí todos lo anhelaban. Fui trasladado con­
juntamente con Joaquín Ramos a esa sección.

— 1 5 9 —
Se nos ordenó que nos acomodáramos en la celda que
ocupaba el ex-ministro de Villarroel y ex-colega de Paz Es-
tenssoro, coronel Antonio Ponce Montan, a quien había co­
nocido dos años antes allí mismo, y a quien el gobierno
mantuvo preso sin vacaciones durante tres años y medio.
Digo sin vacaciones porque a mí me pusieron en libertad en
el Ínterin para luego volverme a encarcelar, lo que consideré
una vacación. Con Ponce estaba un “ buzo” de apellido Tó-
rrez, de profesión sastre, a quien los verdugos explotaban
en la prisión mandándose confeccionar trajes sin ninguna re­
muneración. Quedamos instalados con Ramos allí.
Esta sección tenía sus ventajas y la mayor a mi enten­
der era la gruta con una imagen de la Virgen de Lourdes
que había en medio del patio. Allí nos concentrábamos los
presos todas las mañanas y al atardecer. Mas amplia, y mu­
chísimo más grande que las otras secciones en las cuales
había estado antes, lo que fallaba era el agua, pues éramos
muchos. El servicio higiénico también era todo un proble­
ma para doscientos que tenían que hacer uso de una sola
letrina la que como es de suponer se echaba a perder con
el consiguiente desastre para todos.
En las noches y previa comprobación de que no estaban
los agentes encendíamos las ampolletas de luz que nos había­
mos ingeniado en conseguir. Habíamos logrado unir fila­
mentos, invisibles a simple vista, de alambres que conectá­
bamos con ambos polos de los contactos de los focos y los
manteníamos así sujetos con tela adhesiva. Esta luz la to­
mábamos del único alambre que allí había y que iba a dar a
la Gruta. Fuimos varias veces sorprendidos y castigados
por el robo de la corriente pero siempre reincidíamos pues
necesitábamos hacer algo o trabajar manualmente en las no­
ches y para eso nos hacía falta luz.

— 160 —
El coronel Ponce, que era muy ingenioso, llegó a fabri­
car un calentador de agua, que nos servía para hacer café
y hervir agua para bañarnos. Todo esto lo teníamos que
hacer clandestinamente. Para estos sádicos la suciedad, la
falta de higiene de los presos era elemento indispensable de
tortura.
La sección “ Preferencia” parecía tener muy merecido
nombre, pues se nos permitía dos cosas importantes: hacer
ostensiblemente trabajos manuales y conversar en las noches
hasta las ocho.
El coronel Ponce, que además era un narrador incansa­
ble, nos contaba sus conocimientos, experiencias y viajes por
Europa. A una pregunta mía de por qué, habiendo sido
colega de Paz Estenssoro en el gobierno de Villarroel, se
encontraba preso, me contestó lo mismo que había oído a
otros ex-amigos de Paz: No eran comunistas. Se vanaglo­
riaban solamente de ser nacionalistas.
Alternaba en nuestras charlas el “ buzo” Tórrez que nos
hacía reír por su ingenuidad y simplezas. Cuando narraba
sus aventuras amorosas con mujeres de mal vivir, y no que­
riendo darles ningún calificativo ofensivo las llamaba “ las re­
publicanas” . ¡Añoraba día y noche a sus republicanas!
Fabriqué dos juegos de dormitorio para las muñecas de
mis hijas y tallé, bajo la dirección artística del coronel Pon-
ce, tres cabezas de Cristo y dos de la Virgen. Aún hoy,
cuando veo estas obras y otras hechas con más dificultad,
en carozos duros de frutas, me emociono y también me ale­
gro. Aprendí algo muy hermoso.
El coronel Ponce muy bromista me hacía rabiar mucho
con sus ataques a la Iglesia y se burlaba de los que iban a
rezar a la Gruta. Lograba silenciarme con esta sola pre­
gunta: “ ¿Por qué, la Iglesia, se ha solidarizado con los co­
munistas del gobierno y no ha levantado su voz de protesta

— 161 —
por la creación de los campos de concentración? ¿Por qué
a los curas les ha faltado valor para venir a visitar a los
presos?” ¿Qué podía responder yo, católico practicante,
ante esa verdad absoluta? Yo estaba convencido de la trai­
ción a sus deberes de la alta jerarquía eclesiástica, contra­
riando no solo sus deberes específicos sino algunas termi­
nantes instrucciones vaticanas. Yo, y muchos como yo, he­
mos pasado crisis espirituales muy grandes y algunos por
solo esto han dejado la religión católica definitivamente; yo
no, porque lo que ha ocurrido es una defección de los hom­
bres. Nosotros los defendimos y ellos, los pastores, nos
abandonaron.
Otro día que también tocamos el tema religioso, otros
presos intervinieron en la discusión. Muchos eran unos
ateos rematados que no vacilaban en negar a Dios pues, se­
gún ellos, si Dios existiera no permitiría las injusticias que a
diario se cometían en el mundo. Yo trataba de hacerles ver
mi punto de vista de que los errores de los clérigos no se
podían atribuir a la Iglesia, que en toda institución habían
buenos y malos sin que por los malos tuviéramos que re­
pudiar las instituciones. No había que confundir los malos
arzobispos y sacerdotes con la Iglesia misma. Que así como
habían curas que no respondían a la línea divina había otros
a quienes nadie les podía negar su santidad. El tema religio­
so era uno de los más espinosos e imposibles de discutir sin
grave alteración de los ánimos. Esa tarde cerró la discu­
sión un joven, cuyo nombre no recuerdo, con estas palabras:
“ Yo soy católico pero no practicante, reconozco que Jesu­
cristo sufrió mucho, pero nosotros hemos sufrido más que
El, porque Jesús no conoció los campos de concentración” .
Es indudable que el encierro, las cavilaciones interminables,
la falta de solidaridad del exterior de la prisión nos amar­
gaba el espíritu y acabábamos por mezclar con los directos

— 162 —
culpables y sus cómplices a los que no mostraban con actitu­
des prácticas su misión apostólica y humanitaria. Era fru­
to y reflejo del dolor y de la desesperación. Parecía que
mientras unos nos afianzábamos a Aquel que todo lo puede,
otros, con su egoísmo, se empeñaban en separarse de El.
Habiendo sido un hombre de estado y de un régimen
violento, como lo fue el del mayor Villarroel, el coronel
Ponce estaba capacitado para analizar la situación nacional
con conocimiento de causa. Hablando acerca del gobierno
de Paz Estenssoro-Siles Zuazo, nos decía: “ La traición de es­
tos malandrines no es tan grave por lo que nos están des­
truyendo a nosotros sino porque están hipotecando el futuro
de la patria. Los convenios que a diario se firman son
viles negociados, los compromisos de pagos los están hacien­
do a largo plazo con el fin premeditado de que sean otros
los hombres que carguen con la ruina que ellos dejarán al
irse de Bolivia” .
Nunca me he de olvidar de estas palabras del coronel
Ponce. Han resultado tan ciertas que ellas han sido con­
firmadas con el correr del tiempo. Sólo que Dios les jugó
una mala pasada a los movimienlistas. Ellos se conocían
ineptos y sabían que no durarían en el gobierno y por eso
hicieron una carrera rápida de latrocinio y robos, mezclán­
dose en infinidad de negociados a largo plazo para que otros
carguen con el muerto. Pero ellos, que firmaron los pagarés
pensando no pagarlos, se han visto frente al destino que los
mantuvo en el poder tanto tiempo para obligarlos a cumplir
con sus compromisos.
Así, pese al silencio y a la reserva conque se llevaron
a cabo los inicuos negociados de Chacur, de Markus, de Ar­
pie y tantos otros, el pueblo sabe quiénes negocian y con cuán­
to se quedan. Nadie podrá levantar el peso de la infamia
que tienen encima Paz Estenssoro, Siles Zuazo, Juan Lechín,

163 —
Mario Tórrez, los Fortún Sanjinés, los Zuazo Cuenca, los
Alvarez Plata, los Pérez del Castillo, los Mac Lean, los Fell-
man Velarde, los Bedregal, los Sanjinés Uriarte y un número
muy largo de familias que por supuesto no honrarán a sus
hijos.

E L CO NFLICTO D E GENERACIO NES

¿Tuvieron nuestros padres culpa alguna cuando nos en­


gendraron? ¿Pensaron acaso que mañana, con el correr del
tiempo, aquellos a quienes dedicaron su vida, renegarían de
ellos por el solo hecho de ser viejos ahora? ¡Juventud alo­
cada! ¡También mañana serán viejos los jóvenes de hoy! Es
una ley fatal. La juventud inexperta puede lanzarse por el
camino errado y volvernos injustos para con los mayores.
Las largas horas de la prisión y las no menos largas de las
noches sin sueño me enseñaron que la juventud que puede
tantas cosas no podrá sin embargo reemplazar la experiencia
directa, la meditación y la serenidad que dan los años y el
estudio. La fuerza ardiente no lo puede todo.
Muchas veces hablamos de juventud y vejez en la pri­
sión, y cuando después de conocer íntimamente a tanta gen­
te, jóvenes y viejos, a buenos y malos, a personajes convi­
viendo en las celdas carcelarias con malandrines, tuve que
reconocer, y conmigo muchos, cuanto bien haría, en todos
los países, la colaboración de los jóvenes llenos de ímpetu
y de idealismo con los hombres maduros y con los viejos
saturados de sabiduría, de técnica, de cultura. A un Chur-
chill la humanidad le debe no solo tesoros de historia y li­
teratura sino también gran parte de su libertad. Roosevelt,
en medio de sus errores, dio el ímpetu de su gran pueblo

— 164 —
para ganar la guerra, como Adenauer dio la fuerza y la
ciencia del suyo para ganar la paz. Dejando el caso de
seres iluminados por una inspiración divina como Juana de
Arco o don Juan de Austria, que en plena juventud salvaron
a sus patrias y al mundo, es casi imposible prescindir de
los hombres con trayectoria, con experiencia y con un cono­
cimiento casi anticipado de los hechos.
El idealismo que anida en el corazón juvenil no es tam­
poco un don exclusivo de la juventud como no lo es el pa-
iriotismo. Así como hay jóvenes prematuramente enveje­
cidos hay viejos con el alma joven y con tanta fuerza espi­
ritual como a los treinta años. Mas veces he visto el ojo
certero del hombre de experiencia adivinar la hora del triun­
fo o de la derrota que el de los jóvenes enceguecidos de im­
paciencia.
Otro de nuestros temas de discusión era el conflicto
cutre el pasado y el presente. “ No queremos pactos con
el pasado” , era frecuente oír a algunos jóvenes fanatizados
que atribuían a los partidos tradicionales las desgracias na­
cionales sin reconocerles ningún mérito. Los que pensába­
mos en forma diferente les mostrábamos que el pasado in­
mediato eran nuestros padres, muchos de ellos servidores
abnegados y honestos de la patria. El pasado más inmedia­
to todavía era la vida de tranquilidad, de paz y hasta de bien-
< .lar que precedió al 9 de abril de 1952. El pasado media­
to fue la defensa del territorio en cinco fronteras, la cons-
f moción de caminos, de aeropuertos, de escuelas, de insti­
tuios.
El pasado hizo lo que hay de bueno en Solivia. Fue­
ron nuestros antepasados quienes con sus aciertos o des­
aciertos, lentamente forjaron toda una sociedad decente y res­
pe! ada, construyeron ferrocarriles y ciudades, impulsaron las
industrias, intensificaron el comercio y mejoraron la agricul-

— 165
tura y la ganadería. Todo marchaba en los decenios pasa­
dos a un ritmo lento si se quiere, pero seguro, y siempre
buscando el progreso de la nación. La vida del ciudadano
era respetada y su seguridad jurídica no era mellada. Los
hombres encargados de la administración de justicia, eran
en su mayoría, probos. A las Cámaras Legislativas llegaban
ciudadanos de todas las esferas sociales, pero casi siempre
los mejores, elegidos mediante el voto conciente, es decir, de
los que sabían leer y escribir. No se puede negar que algu­
na vez se denunciaron fraudes pero eso mismo dio a la ciu­
dadanía un impulso mas para su lucha política y significaba
libertad en la crítica y posibilidad de elegir sin presiones,
libremente, a los representantes del pueblo. Al Poder Eje­
cutivo llegaron hombres de conocida trayectoria partidista,
patriotas y no faltaron los idealistas, dejando tras sí una es­
tela progresista, laboriosa y fecunda. Casi todos los estadis­
tas que llegaron a la cumbre fueron dignos de ella. Algunos
presidentes, civiles y militares fallaron pero esos, en Bolivia,
como en todas las latitudes, fueron condenados por el tiempo
y la historia.
Este fue el pasado, al cual no se debe insultar y del
cual no puede renegar la juventud de ahora ávida de tomar
para sí los destinos del pueblo, que según ellos, debió ser
mejor gobernado y mejor administrado. Contra todo eso
que nos legaron nuestros antepasados se hizo la nefasta re­
volución del 9 de abril de 1952. Parte de esa juventud que
despotrica contra el pasado estaba dirigida por Paz Estensso-
ro y Siles Zuazo.
Y llegábamos a la conclusión de que para nadie, a me­
nos de ser ciego o sordo, pagado o engañado, es un secreto
que toda la tragedia de nuestra patria comienza el 9 de abril
de aquel año con la dominación de estos falsos redentores
del Movimiento Nacionalista Revolucionario que han aniqui-

— 166
ludo en su totalidad todo el progreso logrado en más de un
siglo, dando muerte a todas las industrias, corrompiendo el
comercio, prostituyendo la sociedad, arrasando los campos y
anarquizando al país hasta llevarlo a una franca lucha de cla­
ses. El Poder Ejecutivo cayó en manos de una docena de
Comisarios de estilo soviético, que hicieron gemir a la ciu­
dadanía; el Poder Legislativo se convirtió en un antro de
rufianes de la peor especie y el Poder Judicial, digno y res­
petado ayer, fue transformado en una gavilla de simples
milicianos a sueldo del déspota de turno.
Felizmente, nos decíamos, no toda la juventud está ex-
t inviada, muchos jóvenes han querido detener la destrucción
V han ofrendado su sangre por la ventura de la patria. De­
tener la mano homicida es una obligación y no permitir que
terminen con la existencia de la patria herida es un mandato
de la historia. En medio de la congoja de esas horas som­
brías de la prisión acabábamos por sentirnos más unidos
en el ideal de mitigar los dolores de la patria todos juntos,
In-, jóvenes de hoy con la fuerza de su esperanza puesta en
el futuro y los “ hombres del pasado” con sus méritos y ca­
pacidades forjados en dura lucha. Sólo así se podría legar
a las generaciones futuras algo más que una tierra en ruina.

T EN IEN T E HUM BERTO PALACIOS

Conocí al teniente Humberto Palacios en el Panóptico


Nai lonal durante mi primera prisión en 1953. Lo volví a
cnmntrar, siempre en la cárcel, los años 1954 y 1955. Y
.ibí lo dejé a raíz de mi nueva libertad.
Lo que voy a narrar son las confidencias hechas por él
rn rl exilio, aquí en Buenos Aires. Nada puedo agregar,

— 167
a no ser mi testimonio de todo lo que sufrió. Fue uno de
los presos más duramente castigados por el régimen comu­
nista boliviano. No alcanzo a comprender cómo ha podido
salir con vida de todos sus padecimientos.
En 1953, al ingresar por primera vez al Panóptico me
llamó la atención la conversación profundamente sincera de
un joven moreno, de mediana estatura, cuyo lenguaje conciso
y preciso inspiraba confianza. Supe que era un ex-oficial
de infantería, cuya resuelta y clara actitud democrática le
había granjeado el odio de los nuevos amos.
— Caí preso, comenzó diciéndome, un día de abril de
1953. Me sorprendieron en la calle y fui metido a empe­
llones a un vehículo. Aprovechando de un momento de des­
cuido de mis captores, y del tránsito congestionado de ve­
hículos en el Stadium, logré escapar del auto y emprendí
loca carrera. Al llegar a la plaza Uyuni se me cruzó inten­
cionalmente un auto manejado por un señorito que me co­
nocía y quien viéndome correr logró detenerme, momento
aquel en que me alcanzaron mis perseguidores. Luché por
librarme de ellos pero eran muchos, no pude resistir y sin
consideración alguna fui llevado a la Sección Segunda para
ser entregado al chileno Luis Gayán Contador, que era el
jefe de aquella repartición policial.
“ Como mi ingreso del Perú donde tuve que viajar a
raíz de la revolución de abril del 52, fue clandestino, tenía
un nombre supuesto y en mi carnet figuraba con este nom­
bre. Fui registrado así y tuve la suerte de que ninguno
de los agentes allí presentes me reconociera. Mi detención
se debía a una delación contra el supuesto nombre.
“ Gayán me interrogó largamente pero sin violencia en
un comienzo. Luego ordenó a sus agentes Taine, Rioja y
otros, que me metieran a la “ amansadora” , para refrescarme
la memoria. Fui sacado de lo de Gayán y llevado al patio.

— 168 —
I i “ amansadora” era un cuartucho de adobe de 80 cm. de
ancho por 1.40 de alto. Antes de meterme a esta especie
de cepo vertical, pusieron un rodillo y encima de él una tabla
luego se me introdujo en forma violenta. Yo mido 1.68 y
el cuartucho que solo tenía 1.40 quedaba más chico todavía
con el rodillo y la tabla. Es de imaginar la posición forza­
da que tuve que soportar. A la incomodidad de mi postura
se agregaba la inestabilidad para poderme mantener quieto
haciendo equilibrio sobre el rodillo. Dos o tres veces logré
zafarme de ese infierno para luego volver a ser metido a
punta de patadas y cachiporrazos. Recuerdo muy bien que
durante muchas horas aguanté con lucidez, luego perdí la
noción de las cosas.
“ Desperté cuando era ya de noche. Me encontraba
completamente desnudo y así me tenían sobre una mesa con
las manos y pies atados. Así que me vieron despierto co­
menzaron a poner sacos de arena sobre mí, luego, cuando
solo quedaba libre la cabeza, comenzaron a dar de garrota­
zos sobre los sacos de arena con el consiguiente dolor a mi
cuerpo. Este martirio duró mucho y solo pararon cuando
vieron que comenzaba a arrojar sangre por la boca. No sé
cuantas veces me habré desmayado. Gayán era el director
de aquello, ordenó que sacaran las bolsas de arena y que me
desataran. No podía moverme por mis propios medios. Lue­
go, así desnudo, fui llevado a una celda donde me dejaron
durante dos días.
“ Ellos querían que yo denunciase el paradero del co­
ronel Rafael Loayza de quien decían que era el jefe militar
revolucionario de los falangistas. No obtuvieron nada.
“ Al tercer día me entregaron mi ropa ordenándome que
me vistiese. Se me sacó de la celda y me condujeron nueva­
mente ante Gayán. Este se encontraba conversando con el
cadete Ledesma, alias “ El indio” , a quien yo conocía pues

— 169
era de mi grupo y acababa de caer preso. Se me ordenó
seguir adelante y no hablé con Gayán. Nos miramos con
Ledezma.
“ A las dos horas nuevamente fui llevado ante Gayán,
quien me increpó diciéndome que yo era el teniente Hum­
berto Palacios y que era inútil seguir negando. El cadete
Ledezma me había denunciado no cabía duda. Con todo
yo negué y persistí diciendo que me llamaba como me habían
registrado. Nuevamente fui llevado a la cámara de tortura
y sometido a iguales procedimientos que los días anteriores.
Se me aplicó la picana eléctrica.
“ Al saber Juan Lechín que el teniente Palacios era el
preso, se apersonó a la sección segunda y le dijo a Gayán:
“ Este hombre me pertenece. El masacró mineros en la gue­
rra civil y lo mandaré a las minas para que los mineros
ajusten cuentas con él. Pero Gayán no quiso entregarme
a Lechín pues quería a todo trance saber donde se encon­
traba oculto el coronel Loayza. Ante mis negativas, el pro­
pio Gayán con su cachiporra me pegaba y escogía precisa­
mente mis testículos para dañármelos. Yo sangraba por to­
das partes. Las torturas que me infligían eran siempre
hechas cuando estaba desnudo. Me metían alfileres bajo las
uñas de las manos y los pies. Me clavaban los dedos a los
ojos, a las narices y a los oídos. Un preso común, el súb­
dito francés Tonelier, era uno de los verdugos más sádicos
(este sujeto asesinó a un súbdito belga conjuntamente con
la esposa de éste. Descuartizaron a su víctima e introdu­
jeron sus restos en un baúl. Ahora servía a la revolución
nacional).
“ El cadete Ledezma, que era el único que sabía que el
coronel Loayza era mi padrastro, se lo sopló a Gayán y co­
mo es natural las torturas se quintuplicaron.

— 170
“ Nuevamente Lechín insistió ante el ministro de go­
bierno Federico Fortún Sanjinés, para que me entregaran a
él, a lo que accedió el ministro. Fui entregado a Lechín
esa misma noche, después de más de veinte días de torturas
u manos de Gayán. Mi traspaso a manos del dirigente mi­
nero, no mejoró mi suerte. Pasé de manos de un torturador
estúpido a manos de un sádico refinado. Lechín en persona
me ultrajó y los hombres a sus órdenes me infligieron un sin­
número de torturas. El odio a mi persona, por el solo he­
cho de haber cumplido con mi deber al defender al gobier­
no constitucional en 1949, me trajo como enemigos a éstas
bestias.
“ Al día siguiente de haber sido entregado a Lechín, éste
ordenó a sus lugartenientes, me llevaran a las minas y me
entregaran a los mineros para ser linchado en el mismo lu­
gar donde yo había cumplido con mi deber años atrás.
“ Me sacaron de La Paz a media noche en un auto. Sa­
limos de la ciudad con dirección a Potosí. Los lugartenientes
de Lechín me pusieron en medio de ellos. Cuando ya está­
bamos cerca de Potosí, y sabiendo lo que me esperaba al
llegar allí, tomé bruscamente el volante y traté de desviar
el auto hacia el profundo precipicio que teníamos a un cos­
tado. La rápida reacción tanto del que guiaba como de los
agentes que iban atrás hizo que yo no pudiera conseguir mi
objetivo. Pararon el vehículo y me sacaron del asiento de
adelante y a puñetazos y patadas me introdujeron en el
asiento de atrás. En un momento de descuido el chofer me
dijo al oído: “ Cálmese teniente, no lo vamos a entregar a
los mineros, Lechín solo quiere asustarlo y humillarlo”. No
lo creí y seguí forcejeando tratando de librarme de ellos.
Nuevamente nos pusimos en marcha. Llegados a Potosí me
hicieron dar varias vueltas a la plaza. Luego me llevaron
a la policía donde me alojaron.

— 171 —
“ Más o menos a media noche, me volvieron a sacar y
me metieron al auto. Uno de ellos me dijo: “ De esta no
se escapa, lo estamos llevando a las minas”.
“ Pese a la impresión de ser entregado como pasto a las
fieras, era tal mi cansancio que me quedé dormido. Via­
jamos toda la noche. Al atardecer del otro día llegamos nue­
vamente a La Paz y nuevamente me devolvieron a Gayan.
“ A los cuatro días de mi regreso de Potosí, Gayán me
hizo llevar a su presencia y me dijo: “ Se está hablando en
la calle que lo hemos matado a usted. Quiero que me firme
un papel en el cual conste que está usted vivo y que yo,
Gayán, no lo he torturado; necesito dejar a mis hijos un
apellido honorable. ¡La bestia brutal aún se creía honora­
ble! Firmé el documento tal como estaba redactado. Un
coronel que estaba preso también firmó como testigo.
“ Otro día fui sacado nuevamente ante el mismo Gayán
y éste ordenó a sus secuaces me llevasen al cementerio y que
me fusilen, pero debían hacerme cavar mi sepultura primero.
Sólo suspenderían mi fusilamiento si yo denunciaba el pa­
radero de mi padrastro el coronel Loayza.
“ Llegamos al cementerio. Custodiado por ocho mili­
cianos armados de fusiles, en el rincón más alejado, me al­
canzaron una pala ordenándome cavar mi sepultura. Como
un autómata me puse a cavar. Sudaba frío, y no tenía más
pensamiento que mi madre.
“ Cuando el pozo estuvo listo se me obligó a pararme
frente al pelotón de fusilamiento, constituido por civiles. Se
dio la orden de: “ fuego”. Sentí un impacto en toda la cara
y caí. . .
“ Cuando volví en mí, me di cuenta que estaba ence­
rrado en una celda. Me toqué la cara y el cuerpo. Sentí
mi rostro ensangrentado, aún me salía sangre de las heridas
que tenía en la cara. En el cuerpo no tenía ninguna he­

172 —
rida. Los criminales habían hecho el simulacro del fusila­
miento con balas de fogueo. Los impactos de éstas me hi­
cieron las pequeñas heridas que no eran para hacerme caer
pero la impresión de sentirse fusilado fue suficiente para
desplomarme. Yo creo que uno de estos simulacros es un
organismo predispuesto a la neurosis y después de semanas
de torturas, sería suficiente para volver loco a cualquiera.
Felizmente mis nervios demostraron estar intactos.
“ Nuevamente durante más de cuarenta días y muchas
noches fui torturado sin descanso en una y otra forma. Re­
cién se me dejó en paz, cuando mi padrastro el coronel
Loayza cayó preso, por una imprudencia, en manos de Gayán,
Yo ahora descansaría, me dije para mí. Le tocaba el turno
al coronel Loayza. El padeció iguales torturas. Actualmen­
te se encuentra preso y me imagino como estará sufriendo
pues los verdugos cada día se tecnifican más.”
Se puede hacer más comentario a esta patética narra­
ción del teniente Palacios. “ Solo Dios es testigo de los
innumerables crímenes cometidos por Paz Estenssoro y Siles
Zuazo. Los periodistas, corresponsales de prensa, diplomá­
ticos, etc., ignoraron estas monstruosidades que no son las
únicas.”
Palacios, pese a su físico desmejorado, conserva un alma
indomable. Trabaja en la provincia de Buenos Aires en una
granja agrícola con tres desterrados bolivianos más. Sigue
siendo un luchador democrático sin claudicaciones.

ASEO INTERNO D E LA PRISIO N

La limpieza de las diferentes secciones donde estábamos


alojados los presos políticos, al comienzo de 1953, corría a

— 173 —
cargo de los presos comunes, quienes eran, a la vez, nuestros
carceleros y torturadores: Raúl Gómez, J. Guerra, el francés
Tonelier, Burgos y otros. Unos, como Raúl Gómez, eran es­
tafadores conocidos, otros como Tonelier, asesino convicto y
confeso con sentencias ejecutoriadas.
Luego, los reos comunes fueron tomando cierta catego­
ría en la Revolución Nacional y llegaron a constituir uno de
sus “ pilares”. Ascendidos en su categoría no podían seguir
en sus antiguos tareas y los presos políticos tuvimos que to­
mar por nuestra cuenta la higiene.
Un día de marzo de 1955, llegaron de los campos de
concentración muchos presos enfermos y, con ellos algunos
soplones y presos torturadores, entre los que recuerdo a Ar­
mando Llanos (P ato ), Hugo de la Fuente, Hugo Farfán,
Hugo Antezana, Napoleón Fiorilo y otros. Estos, para ma­
la suerte nuestra, fueron alojados en nuestra sección “ pre­
ferencia” y de inmediato trataron, por todos los medios, de
sembrar la discordia con los rumores pre-fabricados por su
amo San Román. No encontraron acogida y fueron repu­
diados silenciosamente por los demás presos.
Pero el “ P ato” Llanos y La Fuente, que eran los más
peligrosos, encontraron la forma de crear un ambiente pro­
picio para sus fines, precisamente en el aseo del penal y
cuando les llegó el turno a ellos y sus compinches, se nega­
ron a ejecutar sus tareas e inclusive no permitieron que otros
lu hicieran. El primer día y el segundo pasaron sin nove­
dad. Pero al tercero, el Gobernador tomó cartas en el asun­
te y puso plazo perentorio para ejecutarlas. Muchos presos
querían hacer el aseo pero eran amenazados por los diso-
ciadores.
Fue entonces que yo tramé un ardid y en la noche lo
puse en ejecución. Me hice el enfermo del estómago y ro-
gué al agente Lema, que era el encargado de echar llave a

— 174 —
nuestras celdas, que no me encerrara, a lo que accedió. Cuan­
do todos dormían, presos y guardas, salí de mi celda y co­
mencé a barrer silenciosamente todo, el frío era intenso y
el viento cortaba la piel. Limpié la única letrina que había
para doscientos presos. Aquello era terrible y confieso que
las náuseas me vencían a ratos. En medio del frío traspi­
raba de asco y enfermé de veras del estómago. Baldeé has-
ra el amanecer. Luego me puse a meditar pues no se me ocul­
taba que aquello podría traerme consecuencias desagradables.
A las 7.30 nos sacaron a pasar la lista y con satisfac­
ción y temor miré a los provocadores, que no salían de su
asombro y cólera. E l Gobernador nada dijo y recibí las
felicitaciones de los demás presos. Así frustré que en el Pa­
nóptico, aquellos canallas comenzaran la obra odiosa que im­
plantaron en los campos de concentración. Desde aquel día
de marzo hice la promesa de hacer el aseo general, la que
cumplí hasta el día que obtuve mi libertad.
E l coronel Antonio Ponce, como ya lo he dicho, clan­
destinamente fabricó un calentador eléctrico, que yo usaba
también a escondidas logrando calentar cuatro latas de agua
con el fin de proceder al aseo de los presos. Gracias a esto
se bañaban, a medias, todos los días ocho personas. Sólo
así se puede explicar el por qué no nos llenamos de piojos.
Había en nuestra sección una mujer que habiendo cum­
plido su condena por haber asesinado a su esposo, se acos­
tumbró tanto a la cárcel que no quiso salir de ella. Tam­
bién esta infeliz sirvió a la Revolución Nacional: servía de
soplona y les lavaba la ropa a San Román, Fortún y mu­
chos agentes. Se decía que tenía, además de la comida gra­
tis, un sueldo.
Esta mujer perversa, como era madrugadora, me sor­
prendió varias veces robando luz y me denunció; los agentes
muchos de los cuales eran buenos y no queriendo más sufri­

— 175
mientos se hacían los sordos y callaban; otras veces se me
amenazó. Tenía la mujer una hija joven y muy buena, Ali­
cia, que por ser bien parecida mas de una vez hizo suspirar
a los presos que le dirigían insinuantes miradas.

PARA LO S PRESO S PO LITICO S NO HAY


LIBRO S N I LUZ

Jamás se permitió a nuestros familiares que nos llevaran


Hbros para distraernos y cuando sobornando a los guardas ob­
teníamos un diario éramos castigados casi siempre, pues los
“ buzos” se encargaban de denunciarnos.
Tampoco se nos permitió tener luz eléctrica y las 24
horas eran noches interminables y desesperantes. Principal­
mente los tres primeros meses. Sólo veíamos la luz del día
una vez, cuando nos sacaban al servicio. La luz eléctrica nos
la hacían ver y con abundancia con las ampolletas de 500
bujías solo cuando estábamos en las cámaras de tortura.
Con el tiempo como ya lo tengo dicho nos las ingenia­
mos para tener luz a altas horas de la noche, aunque con el
riesgo de un corte circuito y de incendio, disfrutábamos de
amenas charlas y hasta tomábamos cafecitos.
Los gobernadores Fidel Daza y Newton de la Quinta­
na nos descubrieron y, periódicamente, nos quitaban los focos
después de ultrajarnos. Pero al día siguiente volvíamos a
las andadas y los mismos agentes nos vendían los focos; era
un negocio “ lícito” para ellos.
Si no hubiera sido por la luz robada de esta manera
y por los trabajos manuales en madera que aprendimos a ha­
ce-r, creo que el tedio y la desesperanza habría consumido
la poca fe y coraje que nos quedaba.

— 176 —
Fue en una de estas noches oscuras cuando hizo la des­
gracia que uno de nuestros amigos presos se enloqueciera y
nos hiciera vivir una de las peores noches que hemos de re­
cordar mientras vivamos.
Arturo Clavel, era un hombre apacible, de profesión
pintor. Le faltaba la mano izquierda. Pasaba las horas de
presidiario haciendo algún trabajo manual, nadie veía en él
nada anormal y era muy parco al hablar.
Su condición humilde e inofensiva lo hace un hombre
simpático.
Una noche de junio de 1955, todos los habitantes del
penal se estremecieron ante los gritos desgarradores de un
hombre que más que un ser racional parecía una bestia,
cuyos bramidos hacían poner los pelos de punta.
En el cuartucho que en otra época sirvió de teatro,
Arturo Clavel libraba una batalla con sus amigos y en espe­
cial con su mejor amigo, Manuel Revilla, a quien trató de
apuñalear cuando éste estaba dormido; había perdido la ra­
zón. Se armó una gritería y desorden indescriptible, unos
que huían del pobre loco, otros que trataban de agarrarlo y
calmarlo o gritaban a los agentes que salven a aquél. Pare­
cía aquello un manicomio.
Al fin llegó el gobernador con sus agentes, abrieron la
celda y siempre con la insolencia abusiva agarraron al pobre
demente y lo arrastraron con crueldad imperdonable. Clavel
estaba sangrando, pues el mismo se apuñaleó. Fue aquella
una noche horrenda. Uno de los nuestros se había enloque­
cido y nos hizo pasar horas de angustia a todos sin poderle
brindar nada bueno.
El gobernador Fidel Daza, cruel y sin entrañas, hizo
apalear inmisericordemente al infeliz muchacho, creyendo que
se trataba de una treta. Después de 15 días volvió Clavel
a la sección, no era ni sombra de lo que había sido ni el loco

— 177 —
furioso en que se había convertido. Ahora era un ser mus­
tio, desencajado y con la mirada lejana e insensible.
Los técnicos de la Revolución Nacional habían encontra­
do el remedio más eficaz y rápido para curar a un loco: 15
días con sus noches de continuo palo bastaron para adorme­
cer a un demente furioso y devolverlo en un ser sin razón
pero manso.

CAPITAN CARLOS LLANOS

Como todos los militares de honor, el capitán Carlos


Llanos, fue retirado del ejército por negarse a seguir las ór­
denes del nuevo régimen de Paz Estenssoro.
Una noche fue allanado su domicilio por turbas embria­
gadas. Apresado el capitán se disponía a seguir a sus cap­
tores, cuando oyó a su señora pedir auxilio a grandes gri­
tos. Ingresó al dormitorio Llanos y encontró que uno de
los agentes trataba de violentar a su mujer. Su indignación
lógica le hizo acordarse que tenía un revólver escondido, lo
tomó y disparó contra el canalla movimientista. Hizo la
suerte que dio en el blanco y aquel depravado cayó muerto
a los pies de su presunta víctima.
Toda la tragedia ocurrió ante la sorpresa de los demás
agentes. Desarmado Llanos fue llevado a Control Político
donde fue torturado bárbaramente. Parece mentira pero se
lo quería obligar a que resucitara el muerto.
Conocí al capitán Llanos en la prisión. Era un hombre
sereno y profundamente católico. Todos los domingos nos
hacía oír el Santo Oficio de la Misa. Su caso, netamente
político, fue calificado posteriormente y a insistencia del mis­

178 —
mo Llanos como delito común. No hay que sorprenderse
por ello. Llanos comprendió que así era mejor, pues los
reos comunes tenían toda clase de prerrogativas. Lo saca­
ron de entre los políticos y andando el tiempo obtuvo su li­
bertad provisional.

LA TRA ICIO N EN LOS CAMPOS D E CONCENTRACION

Paz Estenssoro y Siles Zuazo, resentidos sociales ambos,


no contentos con haber encarcelado, torturado y vejado a mi­
les de ciudadanos y haberlos llevado a sombríos campos de
concentración, quisieron ir más lejos en su sádico afán de
humillar a sus víctimas. Para conseguirlo se valieron de es­
tas mismas. “ La cuña para ser buena tiene que ser del mis­
mo palo*.
Así, un día, fueron llamados por el Gobernador varios
presos falangistas para charlar con San Román, que, como
acostumbraba, había ido a inspeccionar la prisión. Este les
manifestó que el gobierno los invitaba a que renunciaran a
Falange y se inscribieran en el M.N.R. La renuncia debía
ser pública y su petición de ingreso al partido será aceptada
de inmediato si consentían en organizar el comando del M.
N.R. entre los presos.
Desesperados por conquistar la libertad, vieron en esta
proposición una posible manera de conseguirla, muchos tal
vez sin la intención de ser leales a la infamia que se les
proponía. Inmediatamente organizaron el Comando y jura­
ron lealtad al gobierno que los tenía oprimidos. Entre los
que con más docilidad acataron la medida hasta convertirse
en el terror de sus camaradas de infortunio, están los siguien­
tes, según declaraciones de sus propios amigos:

— 179 —
Rafael Taborga Dorado José Cañedo Justiniano
José T. del Granado Jorge Oroza Dever
Armando Llanos René López Murillo (que es­
Antonio de la Fuente cribió en Santiago un libro:
Hugo Farfán “ Bolivia, Cementerio de la
Walter Reager Libertad” )
Wilfredo Barrios Zoilo Pizarro
Cnl. Angel Tellería René Fernández
Alfredo Peñaranda José Quiroga
Carlos Crespo Ing. José Eyzaguirre D.
Víctor Quiroga losé Saavedra B.
Daniel Aponte Walter Fuentelsaz
Elias Crespo Raúl Foronda
Mario Ocampo Cas trillo Mario Maldonado
Raúl Pinto Antonio Tapia
Artidorio Parra Paz Jesús Pereira
Alfonso Atristaín (Teto) Manuel Ríos.
Walter Tejada Alfonso Guzmán Ampuero

La formación de este Comando agravó en el Campo de


Concentración de Curahuara de Carangas la situación espiri­
tual de los concentrados al sentir que las heridas que re­
cibían en ese “ campo de torturas” dolían más al ser infe­
ridas por los mismos amigos. ¿Eran amigos? Yo no quie­
ro hacerme eco de algunos torturados que los llaman “ mons­
truos” , “ hienas hambrientas” , etc., pues comprendo, después
de tantos sufrimientos presenciados que la debilidad de la
naturaleza humana es muy grande, pero es indudable que
esa perversión que llegaron a sufrir algunos se logró preci­
samente en los espíritus más débiles o más preparados para
el mal. Felizmente una gran mayoría, pese al terror, no
claudicó ni degradó su conciencia.

— 180 —
Luego se fueron perfeccionando los métodos. Así por
rjnnplo al formar para la lista de la noche, uno de los pre-
non tenía que decir: “ Atención, fir” . Todos los presos de-
hínn ponerse firmes y levantar la mano derecha haciendo
ln V con los dedos. Esta V, plagio de la V de la victoria
del gran estadista inglés Churchill, era el homenaje más vil
a quien ordenaba, desde lo más alto, todas las torturas y
castigos infamantes a los presos, era la V de Víctor Paz Es-
tcnssoro. Luego comenzaba, el que estaba de turno, a dar
vivas a éste, a Siles-Lechín y mueras a la Falange, a los pur-
sistas y al liberalismo, para terminar con un “ muera Unzaga
de la Vega” . Es preciso reconocer que todos los presos
se vieron obligados a prestarse a esta comedia denigrante.
Un “ viva” o un “ muera” menos estentóreo de lo que que­
rían los verdugos exponía al rebelde a inminentes torturas.
Luego vinieron las cartas de desconocimiento al jefe de
Falange, esas sí francamente repugnantes, dictadas por el go­
bierno o hechas por los traidores, serviles o obsecuentes, en
las que renunciaban a su partido o solicitaban “ su ingreso
al gran partido de la “ revolución nacional” .
Los iniciadores multiplicaban su tarea: “ hicieron” co­
mandos, renuncias, inscripciones, desconocimiento a sus je­
fes, para terminar en algunas bajezas. Creyeron que llegan­
do a estas abyecciones obtendrían un plato más del mísero
rancho o la libertad. Pero no les sirvió de nada; se que­
braron para ser mejor empleados por sus amos. Se convir­
tieron así en torturadores sin sueldo. Cuando no cumplían
a la perfección el papel asignado por los verdugos ellos tam­
bién eran víctimas de las palizas y del hambre. Acabaron
por ser despreciados por todos. Y además, estuvieron más
tiempo presos que muchas de sus víctimas.
Que un ignorante se quiebre moralmente se compren­

— 181 —
de, pero es menos comprensible tanta miseria moral en inte­
lectuales, profesionales y gente bien nacida.

DOS EX-M INISTRO S EN ESCENA

En el campo de concentración de Curabuara, se come­


tieron los abusos más horribles. Se obligó a los presos a
flagelarse entre ellos. La debilidad de la carne transformó
a seres nobles en sádicos brutales.
Una noche, fue actor de una escena de pesadilla un ex­
ministro, don Raúl Laguna Lo 2 ada, quien por la situación
que llegó a ocupar debió resistir hasta morir antes de come­
ter semejante felonía. El, un hombre corpulento y fuerte,
aceptó flagelar y patear sin piedad a un ex-colega suyo de
baja estatura y débil.
Obtuvo por esta hazaña y los billetes que pagó a San
Román su libertad.

*****

El gobernador Alberto Blumfield, una noche invitó a to­


mar unos tragos en Curahuara al preso Carlos Tercero Ban-
zer, lo emborrachó hasta hacerlo dar vivas a la Falange como
si estuviera en libertad. Luego él, en persona, la empren­
dió a golpes contra Tercero dándole una feroz paliza y
haciendo que los amigos de éste la continuaran. Le dieron
finalmente un culatazo en el cuello que le ocasionó la pérdi­
da de la voz por mucho tiempo.

*****
— 182 —
El ingeniero Walter Vásquez Michel es otra de las in­
numerables víctimas del M.N.R. Desde hace siete años que
vive más tiempo en la cárcel donde actualmente se encuen­
tra, que en su casa. No se le respetó ni siquiera en la
época en que ocupaba un asiento en la Cámara de Diputados.
En Curahuara, una noche fue llamado por Blumfield.
Fue desnudado y colgado de un “ potro” vertical; se lo fla­
geló brutalmente tratando los verdugos de darle en los ór­
ganos genitales. Lo desmayaron infinidad de veces. Luego
llamaron a su mejor amigo, Eduardo Parra Ugarte, a quien
se le entregó un látigo para que azotara a su amigo. Este
se negó a hacerlo terminantemente. Blumfield ordenó a sus
agentes desnudar al atrevido que se negaba a obedecerle y lo
hizo flagelar. Luego se le volvió a entregar el látigo para
que diera de latigazos a Vásquez. Este le rogaba a Parra:
“ Pégame, le decía, no te hagas castigar por mí. . pégame
hermanito. . ., yo sé que no lo haces por hacerme daño” .
Parra, con una entereza única, no quiso hacerlo y ambos
sufrieron más torturas hasta que amaneció.

El agente José Bogle, era uno de los más sádicos para


torturar. Su método predilecto era obligar al preso que caía
en sus manos a sentarse sobre hornillas calentadas al rojo-
blanco.
Sometió a torturas de esta naturaleza al cadete Gallar­
do y como ni así confesaba, le tomó los testículos y le dio
dos cortes con una navaja, como preludio de una posible cas­
tración.

Walter Rieger y el dentista Fernández de Cochabamba,


no necesitaban que los obligaran a torturar a sus amigos;

— 183 —
parecía gustarles la tarea. Fueron decenas los presos que pa­
saron por sus manos.

2{o|C 3)c sfc )Jc

E l cadete Rolando Soto estaba preso en Corocoro y un


hermano suyo en Catavi.
Un día Soto, en Uncía, fue torturado con tal saña que
quedó, a consecuencia de las lesiones sufridas, completamen­
te paralítico. Lo llevaron a La Paz donde pasó en el hos­
pital cinco años.
Su hermano Rolando, que había sido hasta el día de la
tragedia de su hermano un amigo excelente, tuvo una reac­
ción rara. Se ofreció al gobernador “ para sentar la mano”
a sus mismos camaradas. Todas las noches hallaba placer
en pegar a sus ex-amigos y al día siguiente se jactaba de
sus hazañas de la noche anterior. Con una cínica sonrisa y
sobándose el pie derecho decía: “ ¡Cómo los hice crugir a
los c a ra jo s... les daba cada puntapié!”, y soltaba la car­
cajada.
Salió en libertad, tal vez huyendo de sus víctimas se
vino a Buenos Aires. Se puso a trabajar, pero tenía una
cuenta pendiente con la sociedad y el destino se la cobró.
Un día salió precipitamente a tomar el tranvía que lo
transportaba a su trabajo; dio un mal paso, peor que los del
campo de concentración y cayó al suelo. Y ese pie, que
tanto dolor causó, y que tanto acariciaba, se lo cercenó el
tranvía.

— 184
NUEVOS GOBERNADORES

El gobernador que venía a ser el Comisario Político


del M.N.R. en el Panóptico, Fidel Daza, fue cambiado y
reemplazado por un señor Cánido, que solo ocupó su cargo
por diez días. No pudo aguantar la forma que se había
ordenado para martirizarnos y como era humano, nos trató
desde su entrada con toda corrección llamándonos “ señores”,
palabra que había sido desterrada del vocabulario revolu­
cionario. Para los verdugos nosotros éramos “ los reos”, y
entre ellos se llamaban “ compañero presidente”, “ compañero
ministro”, o simplemente “ compañero” .
Un día que Cánido dio “ arbitrariamente” varias entre­
vistas a los presos, los soplones fueron con el cuento al
verdugo San Román, quien se presentó en el acto y sor­
prendió las entrevistas dadas sin su consentimiento. Inme­
diatamente el caballeroso Cánido fue destituido y cayó en
desgracia en su partido.
En su lugar entró otro, tan perverso y canalla como
Daza y sus antecesores. Le decían el “ cerezo” Aliaga. E s­
te dirigía su maldad a la extorsión con nuestros familiares.
Lo que le interesaba a él era sacar provecho económico y lo
mejor que podía hacer cualquier preso era facilitarle dinero
para tener probabilidades de pasarlo mejor. Desgraciada­
mente muy pocos eran los que podían comprar su comodidad
y la mayoría teníamos que sufrir también allí las consecuen­
cias de ser pobres.
Bajo la autoridad de este individuo, pasamos la noche
de San Juan. La víspera había indicado a nuestras familias
que les autorizaba a la noche siguiente llevar a cada preso una
botella de bebida. Las pobres mujeres volaron a traer su
botellita de whisky o de pisco que las fue recibiendo Aliaga,

— 185 —
por centenares y que, como es de suponer, no llegaron jn
más a los presos. El, con sus agentes, las bebieron o ven
dieron lo que sobró.
La noche de San Juan, lo único que se dejó ingresar ni
penal fue una carga de leña que le llevaron a don Félix Bn
llivián y con la cual hicimos una gran hoguera. Los presos
más alegres bailaron algunas “ cuecas” habiéndose lucido don
Tacho Argandoña. Fue una noche simpática.

H O CH I M IN

En la primera semana de febrero de 1955, llegaron nue­


vos presos. Se trataba de unos veinte muchachos imberbes
y su historia era jocosa.
Un joven maestro de escuela, apellidado Valdez, pero
más conocido por el sobrenombre de Ho Chi Min, se pro­
puso conspirar por su cuenta. Llegó a reunir unos veinte
chiquillos a quienes metió en la cabeza hacer una revolución
para ellos, con él como presidente de la República. Los
muchachos que lo sabían un poco chiflado le llevaron la co­
rriente y asistían a sus reuniones con ánimo risueño. Así
iban las cosas, cuando los sabuesos del gobierno ubicaron
a los “ conspiradores” y les fueron siguiendo los pasos pues
decían estar sobre la pista de algo ‘‘muy bueno”.
Un día tomaron preso al futuro presidente y en menos
que canta un gallo lo hicieron cantar por medio de torturas;
delató a todo su “ gabinete en pleno” y a sus futuros cola­
boradores los fueron cazando y llevando al famoso Control
Político. En vano estos pobres chiquillos trataron de con­
vencer a San Román de la inocentada de Valdez. Como era

— 186 —
limen además de perverso, San Román, quería sacarles armas
v que denuncien a más amigos. Después de la buena soba-
■ l,i que les dieron y de tenerlos a pan y agua durante diez
día:, fueron trasladados a nuestra sección.
El pobre Ho Chi Min tenía que andar con cuidado en
. I penal, pues sus frustrados ministros tenían ganas de ajus­
tarle cuentas. El y sus amigos permanecieron catorce me-
ncs en los campos de concentración. Con la “ revolución na­
cional” no se podía bromear. Ni aún en jugarretas se po­
día hablar de tumbar al gobierno.

W Y ERAN TRES HERMANOS

Sus padres sufrieron lo indecible al tener presos duran­


te años a sus tres hijos. Por ello, no doy sus nombres, pe­
ro contaré su historia.
Eran los tres muchachos vigorosos, y simpáticos. El
mayor en el campo de concentración de Curahuara, traicionó
y se convirtió en delator y flagelador. A su hermano me­
nor que estaba también con él lo obligó a seguir el mismo
camino. El tercero no llegó a los campos, pero también si­
guió el mismo camino en el penal. Fue de los que al co­
mienzo salió a señalar domicilios de sus amigos.
Un día estos tres hermanos llegaron a juntarse en la
cárcel. Pese a sus traiciones y “ chivateos” no salieron en
libertad y se quedaron allí hasta lo último.
La moral la habían perdido, un día se pelearon allí en
nuestra presencia y se enrostraron mutuamente sus canalla­
das. Los dos menores estaban contra el mayor a quien cul­
paban de sus felonías. La discusión terminó violentamente.

187
El mayor recibió una soberana paliza de sus propios her
manos, paliza que la encontramos muy merecida pues era
el más depravado.

Un ex-cadete, que soportó con valentía las torturas fue


a reponerse a un hospital, regresó a los campos de concentra­
ción hecho una fiera. El mismo se complacía en torturar a
sus propios camaradas; era despiadado. Sus ex-amigos no
comprendían el por qué de la transformación de este mu­
chacho.
En el penal también quiso estropearnos y todos le te­
mían. Su mirada llena de odio infundía pavor.
Descubrí la tragedia de aquel caballero cadete aquí en
Buenos Aires. Tiene actualmente 2ó años. Está gordo, pas­
toso, lento. Consiguió trabajo en una casa donde todas las
empleadas eran mujeres y que al principio se “ insinuaban”
ante él pues todavía era apuesto y gallardo. Incapaz de
portarse virilmente tuvo que renunciar a su trabajo y mar­
charse a trabajar en una estancia de las pampas argentinas
donde llora su desventura. Había sido castrado por los si­
carios de Paz Estenssoro y Siles Zuazo.

EL SEÑOR SERRANO

El señor Serrano, es dueño de una casa vendedora de


repuestos para automóviles. Hombre de unos cincuenta años,
de mediana estatura, de ojos verdes y algo rubio. Tal vez
esto lo hace creerse un yanqui, cuyo acento y forma de ha­
blar ha tomado. Estuvo unos meses en EE.UU., lo que le
sirvió para perfeccionar el camuflage. Cuando se le habla

— 188 —
( I responde: “ Mi no saber hablar bien castellano”. Lo más
i.i acioso es que cuando uno de los presos le hablaba en in­
glés tampoco entendía. Le preguntamos por qué se encon­
gaba preso, y la respuesta, que es para matarse de risa, es
la siguiente:
— Hice un telegrama a Cochabamba, pidiendo a la su­
cursal que tengo allí, que me mandase a la brevedad posible
20 pistones. Al día siguiente fue allanado mi domicilio y
mi taller y me condujeron preso al Control Político donde
de inmediato me hicieron entrar a lo de San Román, quien
mostró un telegrama de Cochabamba dirigido a mí donde me
indicaban que no podían mandarme los pistones, pero en
lugar de pistones en el papel decía pistanes (de pistám: con­
tracción de las palabras “ pistola-ametralladora” ). Traté en
vano de convencer a aquel señor de lo que se trataba. Todo
fue inútil y por aquellos malditos pistones he recibido mu­
chas palizas y ya estoy por cumplir dos años de cárcel y no
sé hasta cuando más me tendrán.
Este buen señor era un inocentón que nos hacía reír
muchísimo por la forma en que contaba el cuento del pov
qué de su apresamiento en su medio castellano.
Resultó una pobre víctima de la estupidez del verdugo
San Román, que si se hubiera tomado el trabajo de pensar,
habría caído en la cuenta que nadie es tan tonto para hablar
de pistolas ametralladoras por telegrama en una dictadura.
Como éste hay docenas de casos.

MAYOR DE AVIACION CARLOS CLAVEL

Entre los presos llevados a La Paz desde Cochabamba,


el 2 de agosto de 1954, se encontraba el ex-mayor de avia­

— 189 —
ción Carlos Clavel, con quien nos hicimos muy amigos. No
podía dar una explicación del motivo por el cual hubiera si­
do apresado. Se lo capturó y se lo trasladó al Panóptico y
sólo le preguntaron su nombre. Nunca más lo volvieron a
molestar.
Una noche que los “ Locos del Parque”, se emborracha­
ron, el mayor Clavel descubrió el motivo de su prisión: Ma­
rio Peñaranda, uno de los que se emborrachó, remordido
por la conciencia y llorando, se le acercó y de rodillas le pi­
dió perdón manifestándole ser él el autor de su apresamien­
to pues cuando lo estaban interrogando lo denunció como
poseedor de un fusil que había visto en su casa cuando lo
visitó en Cochabamba, meses antes. “ Me pegaban, dijo, y
yo no sabía que declarar. No tuve más remedio que decla­
rar esa falsedad y como usted estaba en Cochabamba creí
que no le pasaría nada” .
El mayor Clavel perdonó a aquel infeliz y cobarde mu­
chacho. Así por una denuncia de esta clase, hicieron pade­
cer a dicho militar dos largos años de encarcelamiento, sin
siquiera habérsele interrogado.

NO TODOS LOS PRESO S ERAN IGUALES

No todos los presos sufrían hambre; había algunos pri­


vilegiados que tenían la suerte de ser tratados con benevo­
lencia por su carceleros y que económicamente estaban li­
bres de la miseria. Sus familiares se daban modos para lle­
varles, ya sea a la cárcel o a los campos de concentración,
alimentos en abundancia. La mayor parte compartían con
sus amigos lo que tenían. El hombre más generoso que
conocí en este sentido fue Jesús Terrazas U., quien sentía

190 —
concentración de Curahuara de Carangas donde se encontraba
desde hacía dos años. Todo él era una cosa lamentable: es­
quelético, todos los dientes se le movían y lo que era peor
estaba completamente lleno de piojos. Tal era la cantidad
de bichos que llevaba encima, que al sentarse en mi cama
se desgranaban sobre ella, con tanto pánico de mi parte que
me puse rápidamente a darles caza. Le preparamos un baño
y le dimos ropa para que se cambiase, pues venía con la
del cuerpo, que la quemamos. Luego nos dedicamos a ali­
mentarlo, ya que francametne nunca habíamos visto a un ser
humano en tal estado de desnutrición.
Por lo que nos contó el mayor Torrez a quien sus ami­
gos llamaban cariñosamente “ Pecho”, su estado, era el de
todos nuestros hermanos que estaban en el campo de con­
centración. Después de los primeros quince días gracias a
nuestros cuidados, fue recuperando su salud y resultó un ex­
celente amigo. Pese a sus sufrimientos su humorismo y la
chispa inagotable que tenía para contar cuentos y aventuras
más de una vez nos arrancó lágrimas de tanto como nos
hacía reír.
Gómez de la Torrez nos hizo conocer un pasaje de su
estadía en la prisión de Catavi y es la siguiente:
El 24 de febrero de 1954, el Alcalde de Catavi Toro
Barberí resolvió demostrar que él era un movimientista de
pelo en pecho. Se apersonó al campo de concentración acom­
pañado por muchos mineros e hizo formar a los presos y
ayudado por los agentes acometió a los indefensos detenidos
y les dio una furibunda paliza. Se ensañó contra hombres
que ya no eran jóvenes, Arturo Montes y Montes, don Julio
Palacios, contra el brigadier Aponte y el “ Indio” Mendoza.
Este último, se convirtió posteriormente en torturador.
Barberí, demostró ser muy “ macho” , y desde esa no­
cla* hacía sus excursiones para apagar su sed de maldad. Por

— 192
su hazaña el gobierno le ha regalado un garito de diversión,
donde las orgías se suceden entre los “ compañeros” a base de
cocaína.

FUGA D E UN CAMPO D E CONCENTRACION

Un día, se fugaron del campo de concentración de Cu-


rahuara, treinta y seis presos políticos. Pero solo seis tu­
vieron la suerte de lograr la libertad y se asilaron en Chile.
Dos quedaron muertos en el camino el teniente Francisco
Céspedes y Nicasio Montero. El resto fue recapturado y lle­
vado al campo para ser flagelados en presencia de los de­
más camaradas a fin de servir de escarmiento. Luego fueron
trasladados a La Paz, obligándoles, semidesnudos y sin za­
patos, a caminar algunos trechos, con los pies deshechos. El
gobierno los mostró a los periodistas recién cuando los puso
en estado presentable. Sólo cuando llegó la hora de exhibir­
los en público los esbirros se preocuparon por la comida y la
vestimenta de los presos. Se les inyectó toda clase de vita­
minas. Nadie sabía a que se debía este cambio. Después
nos explicamos todos: Era preciso hacerlos declarar en favor
del gobierno.
La fuga de estos hombres fracasó por la sencilla razón
de que, al pasar por un pueblito, entraron en él unos cuan­
tos en busca de alimentos y como no los encontraron com­
praron dos litros de alcohol. Tomaron unas copitas para apa­
gar el frío y el hambre, pero como estaban tan débiles se
marearon inmediatamente y perdieron el camino por donde
debían seguir. Comenzaron a dar vueltas y vueltas hasta
que fueron encontrados por las fuerzas gobiernistas. Estas
recurrieron para perseguirlos incluso a la aviación.

— 193 —
un verdadero placer dar un pan, un retazo de carne o un
vaso de leche al amigo en desgracia. Walter Pabón era
también muy generoso. No me olvido de la bondad de ca­
si todos los que formaban la “ célula Patiño” .
En cambio otros que eran verdaderamente repulsivos
por lo mezquino y por la falta de solidaridad para con los
amigos. Recuerdo muy bien a uno de estos señores, que
pese a su cultura, pues se trataba de un profesional, el Dr.
Luis Espinosa Rojo, jamás regaló nada de lo que su señora
le llevaba todos los sábados a Corocoro, y ni siquiera él
aprovechaba la gallina, el cordero, el café y los huevos que
recibía. Prefería ir, de preso en preso, ofreciéndolos en
venta y como allí no teníamos cómo comprarle, muchas ve­
ces prefirió que sus alimentos se echasen a perder antes que
compartirlos o comerlos. Pacientemente hacía la cola to­
dos los días para recibir el inmundo rancho que se nos daba.
Raúl Salazar, que tenía la suerte de que su abnegada
esposa no le hiciera faltar nunca absolutamente nada, pre­
fería también devolver a su casa lo que le sobraba. Nunca
compartió con nadie su abundancia y si alguna vez satisfizo
el hambre del “ chico” Mario Ramos, fue explotándolo en
su servicio.
Pero estas eran las excepciones.

MAYOR W ALTER GOMEZ DE LA TORRE

Un hombre andrajoso fue metido una noche, a empu­


jones, a la cuadra del Panóptico donde nos encontrábamos
nosotros. Inmediatamente fue reconocido por varios de los
que estábamos. Se trataba del mayor de ejército Walter
Gómez de la Torre. Lo acababan de traer del campo de

— 191 —
El capitán Francisco Céspedes y el cadete Nicasio Mon­
tero, que fueron recapturados, fueron muertos en el camino
(cuando la retoma) por creerlos San Román los autores de
la precipitada fuga, que a no mediar el alcohol habría tenido
éxito. Se dice que a estas dos víctimas se las sepultó en un
lugar próximo al cuartel y que no estaban muertos, sino
simplemente desmayados.
La historia de la fuga la conocimos con todos sus de­
talles en el penal de La Paz porque allí fueron a dar los pro­
tagonistas sobrevivientes, que pueden atestiguar cuanto afirmo.
El ex-mayor Julio Alvarez La Faye y el ingeniero Wal-
ter Vásquez, fueron sacados una noche del Panóptico y lle­
vados al campo de concentración de Curahuara. Allí, a las
muchas torturas ya sufridas se les aumentó otras. Pero la
más criminal de todas fue que casi fueron linchados por al­
gunos de los presos. El que más incitaba a ello era Pepe
Villamil.
Blumfield, reunió a los vendidos y les indicó que el go­
bierno mandaba a estas personas allí para que los presos se
hagan justicia por sus manos. “ Pues por culpa de estos mi­
serables, decía, ustedes siguen encerrados”. Los delatores y
traidores quisieron matarlos allí mismo y si se libraron de
ser muertos, fue por la serenidad de ambos.

M IERCOLES D E CENIZA D E 1955

Muchas de las esposas de los presos se encontraban en


tal estado de congoja y “ ablandamiento” que no vacilaron
en adular a las autoridades para aliviar el sufrimiento de
sus esposos o lograr la libertad de sus seres queridos.

— 194 —
El verdugo San Román, hombre de los bajos fondos,
.il verse buscado por señoras de sociedad, aceptó la adula­
ción, pero como siempre sacando partido perversamente.
Así el miércoles de ceniza, las señoras de Hugo Toro,
Hugo Sarmiento, Walter Pabón, Hernán Bustillo, Jorge Je-
guer, Moreno Bello y otros cuyos nombres no recuerdo, ob­
tuvieron el permiso de San Román para almorzar en el Pa­
nóptico con sus esposas. Debía asistir como auto-invitado
de “ honor” el verdugo con su esposa.
A medio día esos presos, que nada sabían del agasajo
con sus verdugos, fueron sacados de sus celdas y llevados a
la gobernación donde se efectuaría tan original banquete.
Los presos con sus señoras no tuvieron más remedio que
sentarse en la misma mesa donde se encontraba la bestia que
los humillaba y se complacía en torturarlos día y noche.
A las tres de la tarde, cosa que no había ocurrido otras
veces, se concedió a varios presos recibir visitas; entre los
favorecidos me encontré yo y lo que presencié aquella tarde
me produjo una inmensa congoja: San Román y su mujer
bajaron de la gobernación con los presos tratándolos con
una camaradería asombrosa. Parecían salir de una fiesta de
alegría, donde no hubieron penas, donde todos los asistentes
fueran hombres libres. Luego cuando San Román, su mu­
jer y las demás señoras, salieron a la calle dichos presos in­
gresaron a sus celdas. El sarcasmo era cruel. San Román
nos brindó la entrevista a los demás para que viésemos aque­
llo. Pretendía desmoralizarnos y lograr que cundiese entre
nosotros la desconfianza y el resentimiento.
CAE PRESO E L SUB-JEFE D E FALANGE SEÑOR
GUSTAVO STUMPFF

El 9 de abril de 1955, aniversario de la “ gloriosa” Re­


volución Nacional, los presos políticos fuimos sorprendidos
con la visita de San Román, quien nos manifestó haberse
apresado al subjefe de la Falange señor Stumpff Belmonte.
La caída del jefe falangista nos desmoralizó, pues sa­
bíamos que se preparaba algo afuera y estábamos esperando
los acontecimientos, que de lograr éxito traerían consigo la
libertad. Pese a que San Román nos había manifestado de
que si alguna revolución estallaba estando nosotros presos*
seríamos fusilados de inmediato para que si ella triunfaba
no la llegáramos a aprovechar. Pero nosotros teníamos pla­
neada la forma cómo debíamos proceder en un caso dado.
Por eso la caída de Stumpff nos cayó como un balde de agua
fría y nuevamente la desesperanza invadió nuestros corazo­
nes. ¿Por qué, Dios mío, siempre fracasábamos en nues­
tras empresas?

El gobernador hizo que nos metieran los diarios para


que nos informáramos del complot. Pero mas que tal infor­
mación, ellos querían que leyésemos las declaraciones de los
nuevos presos y en especial las del señor Stumpff. Es de
imaginar nuestra sorpresa al ver en la primera plana a este
señor fumando un cigarrillo y sirviéndose una taza de café,
en la poca grata compañía del verdugo San Román. Luego
se hacía la narración de los pormenores de la captura del
jefe político. Mas adelante estaban las declaraciones, con las
ampliaciones y suplementos de las primeras declaraciones del
señor Stumpff. No podíamos creer lo que nuestros ojos
veían.

— 196 —
¿Los carceleros se esmeraron en acumular declaraciones atri­
buidas a Stumpff, incluso denunciar contra su hermana Ma­
rina para “ destruir” a ese jefe político? La verdad la sabre­
mos cuando la historia verifique los hechos.
Aquello era una verdadera tragedia. Me resisto a creer
que Stumpff hubiera hecho el papel de delator. Pero es in­
dudable que “ le hicieron” cometer un error al hacerse captu­
rar con todos los documentos que dieron origen a las declara­
ciones publicadas en los diarios. Parece imposible que un jefe
político caiga con microfilms, listas de sus amigos, direcciones,
claves y los nombres supuestos que tenían sus colaboradores,
los que incluso estaban identificados por números. Cayeron
presas todas las mensajeras que le servían de contacto a quie­
nes llamaban “ palomas mensajeras” y las cárceles de La Paz
y todos los departamentos se llenaron nuevamente de in­
finidad de presos.
Otros presos también “ cantaron”, y sus declaraciones,
a cual más denigrantes, eran publicadas con fruición y es­
cándalo en el diario oficial “ La Nación” .
Llegamos, a raíz de las declaraciones de Stumpff y de
la captura de sus listas, a ser tantos los presos que el go­
bierno tuvo que mandar nuevas partidas de éstos a los cam­
pos de concentración. Ya no se usaban camiones para trans­
portarlos. Se los metía en vagones de carga donde iban
apiñados como sardinas. Dos o tres días en viaje que de
ordinario solo debía durar pocas horas, con los vagones ce­
rrados, sin darles ni un vaso de agua. Cuando llegaban a
su destino eran bajados como ganado y metidos a los cam­
pos, donde se los recibía con la entusiasta paliza consabida.
Los lamentos de los presos torturados volvieron a re­
sonar en el penal. Volvimos a vivir días y noches intermi­
nables de espanto y angustia. Una de esas noches también
fui sacado con otros; me llevaron ante San Román, quien a

— 197
gritos me increpó: “ Conque usted dice que nunca ha esta­
do metido en revoluciones? Lea estas declaraciones que ha
prestado un amigo suyo” . Las leí varias veces. No tenían
firmas, pero no cabía duda que el que las hizo me conocía
muy bien. Declaraba contra mí lo que yo había venido ha­
ciendo desde tres años atrás. Me presentaba como el cul­
pable; él, era inocente y solo por mi culpa estaba preso. Ne­
gué, como es lógico, y pedí que me encarasen con el de­
clarante. Pedí que se me diese el nombre. San Román me
contestó: “ Ya lo verá usted, pero mire so cínico, ya me la
jugó usted una vez con Torrez, pero eso se acabó. Usted,
me entregará las armas sea como sea. Piénselo, y mañana
cuando lo llame me lo dirá”, y me mandó a mi celda. Esa
mañana felizmente no llegó nunca, estaba muy ocupado en
torturar a los nuevos presos. Era el mayor deleite de este
enfermo.
Unos días más tarde fueron metiendo a nuestra sec­
ción a los nuevos presos. Entre ellos habían muchos amigos,
también “ reincidentes” como yo, que volvían a las prisiones
por su amor a la patria. Nuevamente estaban los hermanos
Estenssoro, caballerosos y dignos. Don Félix Ballivián, el
revolucionario del 21 de julio de 1946, que optimista, creía
que estaría allí solo un par de días. Esperando el día, casi
llegó al año de prisión. El poeta Enrique Kempf Mercado,
valeroso y muy digno, que al verse denunciado por Stumpff,
se presentó a San Román personalmente para no darle tra­
bajo de que mandase a sus agentes a buscarlo y por supues­
to a robarle; tuvo buen tino. Don Hugo Roberts Barra­
gán, el gran luchador anticomunista, ex-ministro de Paz Es­
tenssoro, allí estaba deshecho por las torturas a las cuales
fue sometido por orden de su amigo Paz Estenssoro que per­
sonalmente daba las indicaciones a sus sicarios para hacerlo
maltratar, estaba sordo.

— 198 —
Inmediatamente estos nuevos presos fueron cataloga­
dos por algunos antiguos como “ rosqueros” y se les puso co­
lectivamente el mote de “ célula Patiño” . Algunos presos
violentos quisieron humillarlos y obligarlos a baldear el ser­
vicio higiénico. Yo me opuse con energía y me presté a ha­
cer el trabajo por ellos. Veía en esos caballeros, mayores
que nosotros y respetables todos, a mi padre, y como tal
los respetaba y defendía. Además yo presentía que la dis­
criminación era hecha por orden del gobierno, pues se metió
la cizaña entre los antiguos, haciéndoles consentir que estos
señores eran los que empujaban a las revoluciones para apro­
vecharse de ellas.
Un día que me encontraba haciendo fila para recibir el
rancho me llamó uno de los nuevos presos y me invitó a
almorzar con él; no lo conocía, pero desde el primer instante
nos hicimos amigos, era el doctor Rodolfo Virreira Flor,
prestigioso abogado y magnífico amigo. Desde ese día tu­
ve la suerte de contarlo entre mis mentores intelectuales.
Jamás he de olvidar el provecho de sus charlas y consejos.
Soportó con decoro la prisión. No resultó un “ oligarca”
despiadado a quien el gobierno quería que se odiase. Era,
y es, un “ gentleman” , a quien los revolucionarios envidia­
ban por eso, porque era un caballero en toda la extensión
de la palabra. Como él, había decenas de hombres viejos
que supieron aguantar las humillaciones, mejor que muchos
jóvenes, con dignidad, sin rencores, haciendo gala de humor
y de optimismo envidiables aún en los momentos más du­
ros. Casi todos estos hombres viejos, parecían alimentados
y sostenidos por una fuerza interior, fruto de su experien­
cia, de sus sólidas convicciones, de su conocimiento del ser
humano y sus miserias. . .

199 —
Un día amanecí enfermo y desde entonces sufro perió­
dicamente las consecuencias de las torturas que me infligió
Gayán. Mis testículos se hincharon. Solicité médico y éste
se presentó a los diez días cuando ya casi no podía caminar.
El médico del Control Político era un joven chuquisaqueño
de apellido Reynolds, que me examinó a la ligera y al salir
me dijo que me mandaría remedios al día siguiente. Esa
misma tarde recibí los remedios, mandados por mis familia­
res; eran para tratar enfermedades venéreas. El muy cana­
lla, obedeciendo las órdenes de San Román, indicó a mi fa­
milia que yo padecía aquella enfermedad. Hacía un año que
estaba encerrado y nunca conocí antes lo que era una enfer­
medad venérea. Pero como lo que ellos querían era humi­
llarnos y humillar a nuestros familiares, no vacilaron en uti­
lizar a un profesional médico para hacerlo.

*****

Se obligó al señor Stumpff a tener conferencias con otros


dirigentes de su partido allí, en el penal, e inclusive se trajo
a algunos, de los lejanos campos de concentración. El go­
bierno les exigía un “ entendimiento” para llegar a la pacifi­
cación del país. Las conferencias duraron quince días y la
inquietud comenzó a cundir entre nosotros pues nos era de
sobra conocido que cuando el gobierno daba un paso de esta
naturaleza, era para ejecutar algún plan maquiavélico que te­
nía en mente. Se les impuso a los jóvenes dirigentes lanzar
sendas cartas de desconocimiento de su jefe don Oscar Un-
zaga de la Vega. A cambio de ellas el gobierno se compro­
metía a ir poniendo en libertad, y por partidas, a los presos,
y aseguraba que para Navidad de aquel año no quedaría un
solo detenido.
Acabaron por aceptar la proposición del gobierno y sa­
lieron las cartas.

— 200 —
CUANDO SEAMOS LIBR ES

¿Qué gobierno se implantará en Bolivia cuando esta


etapa desastrosa haya pasado? ¿Se volverá a entregar sus
destinos a hombres improvisados que nunca fueron gobierno
y que carecen de experiencia en los negocios públicos? Tam­
bién eran estas, entre otras las preguntas que nos hacíamos
en aquellas horas sombrías. Muchos pensábamos que Bolivia
no debiera intentar una nueva experiencia. Por grande que
fuera nuestra desesperación y por firme que fuera nuestro
derecho para gobernar, si cabe invocar como derecho el ha­
ber luchado por la libertad de la patria, no lo tenía por un
título suficiente para creernos los salvadores de la nación.
Han sido ocho años de latigazos, de torturas. Ocho
años de permanente afán de los gobernantes para que nin­
gún ciudadano boliviano se capacite y para impedir que se
profesionalice toda una juventud. . . Ocho años de culto a
la ignorancia. Es verdad que los jóvenes que lucharon es­
tos ocho años no son culpables del crimen, pero tampoco
son acreedores a que por sus padecimientos se les entregue
los destinos de un pueblo. Hay que dar tiempo al tiempo.
¿Qué podemos ofrecer nosotros que durante tanto tiem­
po sólo hemos sido obligados a asimilar ignorancia y odio?
Ni siquiera podemos alegar en nuestro favor, que, mientras
Bolivia padecía nosotros nos preparábamos para el futuro.
En las cárceles y campos de concentración solo se aprende
cual es la tortura aue más duele, cual es el sádico más
cruel o el delator más infame. Allí, nunca se nos permitió
leer absolutamente nada ni escribir, ni siquiera se nos dio
el derecho de pensar. Las veinticuatro horas del día en una
prisión del M.N.R. boliviano eran solo una larga noche de
angustia, en la que despertábamos con los fuetazos de los

— 201 —
verdugos y con el grito desgarrador de los presos. Somos
pues una generación castigada y endurecida por el destino.
¿Podemos pretender hacer gobierno de inmediato, al salir?
Sin quererlo, nos vengaríamos pero no haríamos justi­
cia. Y eso no es lo que quiere la patria. Hay demasiado
odio en nuestros corazones; odio por los que nos torturaron
y humillaron a nuestras familias; odio por los que están
destruyendo a la patria. Y aquel odio, justo, si se quiere,
contra los perversos, tiene que ser atemperado, precisamen­
te para que los castigos sean ejemplares y sin reproches.
Muchos no comprendían nuestros razonamientos. Noso­
tros insistíamos: Es necesario hacer un sacrificio. Un perío­
do de cuatro años es suficiente para que nos tecnifiquemos
y seamos capaces de hacer gobierno y cumplamos con el des­
tino histórico a que tenemos derecho. Durante este tiempo
habremos curado nuestras heridas físicas y morales; habre­
mos reemplazado el odio con la severidad justiciera. H a­
bremos, sino olvidado, pues es necesario desgraciadamente
no olvidar y estar siempre en guardia contra la perversidad
y los vesánicos, pero por lo menos perdonado.
Muchos se preguntaban: ¿Cómo podremos prepararnos
y tecnificarnos?
Alguna vez me permití dar mi modesta opinión de có­
mo se puede encarar este delicado problema que a no dudar
será de imperiosa necesidad resolver al día siguiente de la
liberación de Bolivia. El actual gobierno boliviano para
mantenerse en el poder tiene un presupuesto de mil sete­
cientos millones de bolivianos mensuales para pagar a cinco
mil milicianos, o sea que paga a cada asesino la suma de
trescientos cincuenta mil bolivianos. Y gasta otro tanto en
“ descubrir y fabricar revoluciones” , sostener delatores y com­
prar conciencias. Es decir que el derroche que hace para
oprimir al pueblo alcanza a la astronómica suma de tres mil

— 202
quinientos millones por mes (y conste que no incluyo el sa­
queo que comienza en el Palacio de Gobierno y termina en
las porterías de los ministerios) que convertidos a dólares
son más o menos trescientos cincuenta mil dólares. ¿De
dónde saca el gobierno ese dinero?, me preguntaban. De la
ayuda americana, contestaba, de una parte de esa ayuda.
Como EE.UU., ante un cambio de gobierno que se rea­
lice en Bolivia, no nos quitará esa ayuda sino que probable­
mente la aumentará para reconstruir lo que ayudó a destruir,
con la tercera parte de ese dinero el nuevo gobierno podría
abocarse a tecnificar por su cuenta y en forma rotativa y
de inmediato a unos tres mil quinientos jóvenes los que se­
rían enviados a EE.UU. y a Europa por dos años.
El ciudadano boliviano como lo he dicho antes, es re­
volucionario empedernido por su mediterraneidad. No tiene
contacto con el mundo exterior y las brisas del mar le hacen
falta. Necesita ver mundo, aprender a vivir. Tiene que en­
contrar su meta mediante la tecnificación en todo orden.
Tiene que ver que no solo se puede ganar la vida con car­
gos públicos y que es lo suficientemente capaz para afrontar
la vida por su cuenta.
El gobierno que suceda al actual, tiene que procurar
por todos los medios encaminar a esa juventud ávida de sa­
ber y a la cual se le privó de sus derechos. Si así procede,
Bolivia volverá al concierto de las naciones libres y próspe­
ras y ya no temerá nuevos despotismos.
Esos cientos de miles de dólares en lugar de seguir sir­
viendo para hundir a un país servirán para crear una nueva
conciencia. Servirá al mismo tiempo como una satisfacción
de EE.UU. al pueblo boliviano por su política “ equivocada”.
“ Tal vez” , decían unos; “ imposible”, replicaban otros.
“ En todo caso habrá que ensayar el sistema” , decían algunos
de los “ viejos” para calmar la inquieta sed de los muchachos.

— 203 —
Y los días pasaban. Los ultrajes no cesaban. Un día,
exactamente el 20 de julio de 1955, fue sacado de su celda
el señor Hugo Roberts Barragán para entrevistarse con su
señora y ver a su hijito que se encontraba muy enfermo.
Pasados los cinco minutos concedidos, se ordenó a Roberts
que se despidiese de su familia. El chiquito se puso a llorar
y no quería desprenderse de su padre. El gobernador que
era un canalla, Fidel Daza, trató de separar al niño de los
brazos de su progenitor en forma violenta. Roberts reac­
cionó y se enfrentó a aquél y lo abofeteó. Inmediatamente
fue reducido y llevado a la “ plancha” donde fue ultrajado
mientras su atribulada esposa, con su niño enfermo, era
echada del penal. Aquellos monstruos no tenían corazón;
el niño, inválido por una parálisis infantil, añoraba a su pa­
dre pues sentía la necesidad de su cariño.
Las cartas de desconocimientos sacadas a la fuerza a los
líderes falangistas tuvieron una sola respuesta. Se puso en
libertad a 53 personas. A mí me incluyeron en las listas
por mi estado de salud. Como estaba previsto la Navidad
llegó y pasó y el gobierno, como siempre, no cumplió.
Teníamos la firme creencia que el gobierno libertaría
a todos los que tomaron parte en las conversaciones o sea
los dirigentes, pero no fue así; los únicos dirigentes que sa­
lieron fueron Walter Alpire, Marcelo Terceros, Héctor Pe-
redo y Moreno Bello.
El gobierno anunció la amnistía para el 21 de julio, en
homenaje al aniversario de la muerte de Gualberto Villa-
rroel.

204 —
NUEVAM ENTE EN LIBERTAD

El 21 de julio de 1955, a la una de la tarde, el agente


del Control Político, Raúl Gómez Jáuregui, ingresó al penal
con su lista, pidió silencio y manifestó que habiendo el
gobierno decretado una amnistía parcial en memoria de Vi-
llarroel todas las personas que fueran llamadas debían alistar
sus cosas para salir en libertad.
Ninguno de los que estábamos se hacía ilusiones aun­
que, íntimamente, todos anhelábamos oír nuestros nombres.
Cuando dieron el mío quedé sorprendido y alegre. Corrí
a hacer mis “ pilchas”, me ayudaron los tres amigos con los
cuales habían convivido durante meses, los coroneles Ponce,
Barrero y Frías. Ellos, como la primera vez que salí en li­
bertad, se volvían a quedar. Los abracé y me despedí con
verdadera pena de los cientos de amigos que debían seguir
en el penal.
Nos concentraron en el primer patio, donde nos saluda­
mos con los presos de las otras reparticiones. Salía también
en libertad el ex-presidente de la República, don Néstor Gui-
llén, respetable y altivo.
Llegó el verdugo San Román acompañado de su perro
faldero, el coronel de carabineros Arze Zapata. Hizo leer
la lista y sin decirnos absolutamente nada ordenó que abrie­
ran la reja y saliéramos hacia la libertad. Los gritos de des­
pedida que nos enviaban los amigos que quedaban, los oimos
hasta llegar a la calle.
Mi familia no estaba allí. Un amigo, el doctor Guiller­
mo Gallardo, me invitó a ir a su casa lo que acepté. Vivía
muy cerca de allí y yo necesitaba salir lo antes posible de
aquel laberinto de gente que se había congregado a saludar
a los presos. Estaba emocionado. Me serví el café que me

205 —
invitaron tan gentilmente. El doctor Gallardo me consiguió
un taxi y partí a mi casa. Después de un año volvía a mi
hogar, y con él, a la felicidad y tranquilidad. ¿Duraría todo
aquello? No lo sabía, pero ahora tenía una firme resolu­
ción: nunca más yo caería preso; me tomarían muerto, pero
vivo jamás.
Sin comentario, inserto la noticia que dio “ El Diario”
del día 22 de julio de aquel año, sobre nuestra liberación:
“ A medio día de ayer, en la Plaza Sucre de la zona de
San Pedro se dio cita numerosa concurrencia para presen­
ciar la salida de los 53 detenidos políticos que fueron pues­
tos en libertad por las autoridades, de acuerdo con la polí­
tica de pacificación del gobierno y como homenaje a la me­
moria del Presidente Gualberto Villarroel.”
“ Como informamos en nuestra edición de ayer, el go­
bierno tiene la firme decisión de dar libertad a todos los pre­
sos que se encuentran en las prisiones de Curahuara de Ca­
rangas, Corocoro y la Penitenciaría Nacional, pero en forma
escalonada y paulatina.”
“ Poco antes de la salida de los presos políticos, se nos
proporcionó la siguiente nómina de las 53 personas puestas
en libertad:”

Guillén Olmos Néstor Inda Cordeiro Benjamín


Tercero Banzer Marcelo Landívar Flores Hernán
Alpire Durán Walter Montalvo Vázquez René
Arandia Peramaz Erasmo Machicado Lazarte Roberto
Azcui Iturri Roberto Nevardo Tezanos Pinto Luis
Barrientos Paz Braulio Patiño Mercado Julio César
Beltrán Camacho Carlos Ruiz Camacho Gonzalo
Cortez Moreira Benjamín Román Claros Abraham
Estenssoro Alborta Renán Rada Díaz Carlos de
Gumucio Ugarte Eduardo Salas Helguero Luis

206
Sarmiento Urquiola Hugo Gosálvez Zalles Jorge
Unzaga Villega Hugo Kempf Mercado Enrique
Vega Rodríguez Alfonso de la Martiz Molina Jesús
Vergara Navia Julio Monje Ortiz Armando
Villacorta Ricardo Navajas Mogro René
Ibáñez Andia Waly Ocampo Castrillo Mario
Peredo Peredo Héctor Roca Salvatierra Ramón
Moreno Bello Renato Rivera Endara Eddy
Aparicio Bonifaz Francisco Raña Lazcano Carlos
Antezana Prada Roberto Roberts Barragán Hugo
Ballivián Berdecio Alfonso Salamanca Lafuente Rodolfo
Barja Blanco Elias Saucedo Sevilla Lucas
Brañez Galindo Miguel Verástegui Alvarez Andrés
Calderón Taborga Raúl Virreira Flor Rodolfo
Estenssoro Alborta Alberto Valderrama Aramayo Manuel
Gómez de la Torre Walter Zalles Víctor.

De Curahuara:

“ Nuestros reporteros se informaron, en fuentes autoriza­


das, que llegaron de Corocoro, antes de medio día de ayer,
para ser puestos en libertad, diez presos que se hallan in­
cluidos en la lista anterior.
“ Asimismo, nos informamos que el martes de la sema­
na próxima llegarán a esta ciudad otros diez presos proceden­
tes de Curahuara de Carangas, incluidos también en la ante­
rior nómina.
La mayor parte de los detenidos políticos que fueron
puestos en libertad el día de ayer, se encontraban en el Pa­
nóptico Nacional de esta ciudad.
Los detenidos que recobraren la libertad fueron recibidos
por sus familiares a la salida de la Petenitenciaría en medio
de lágrimas y muestras de alegría.

— 207 —
Los presos que llegan el martes:
Los funcionarios del Departamento de Control Político
nos informaron que el martes llegarán de Corocoro y Cura-
huara los siguientes detenidos políticos que figuran en la lis­
ta anterior:
René Navajas Mogro, Mario Ocampo Castrillo, Luis Sa­
las Helguero, Hugo Unzaga Villegas, Andrés Verástegui Al-
varez y Alfonso de la Vega Rodríguez.
El día 6 de agosto, y en homenaje de las fiestas patrias,
saldrá en libertad otro grupo importante, y los demás irán
saliendo paulatinamente hasta el 24 de diciembre del pre­
sente año” .

LIC ITA C IO N GUBERNAM ENTAL

¡Qué terrible es sentir la hostilidad de la sociedad cuan­


do un hombre está caído! Libre estaba, pero el vacío era
insoportable. Los días se sucedían penosos y duros. Bus­
caba trabajo por todas partes y no lo conseguía. A donde
llegaba en busca de trabajo se me recibía con la misma pre­
gunta: “ ¿Tiene usted su carnet del M .N .R .?” Luego: “ Sus
antecedentes políticos nos impiden ayudarlo, si lo tomamos
seríamos muy mal mirados y hasta hostigados por el gobier­
no, usted perdone” .
Un día salió en los diarios una licitación pública para
locación de uno de los hoteles prefecturales. Resolví tentar
suerte. Me convenía salir de la ciudad. Presenté mi pro­
puesta por el hotel de Sorata y cosa rara, no obstante ser de
propiedad del gobierno, mi propuesta fue aceptada.
A fines de octubre de 1955, se me entregó el hote ly me
fui con toda mi familia. Tres factores me decidieron a so­

— 208
licitar esto: el primero era la imperiosa necesidad que tenía
de trabajar para alimentar a mis hijos; el segundo, el estado
delicado de mi hijo Carlos que requería un cambio de clima
y el de Sorata era el indicado; y, el tercero, porque quería
retirarme de la política y descansar un poco.
Sorata, con su clima templado del que ha dicho don Eme-
terio Villamil de Rada que fue el Paraíso Terrenal, resultó
maravilloso; mis hijos gozaban y el enfermo reaccionó admi­
rablemente, desde el primer día y comenzó a sentirse mejor.
Como siempre Dios me ayudaba, el hotel estuvo constante­
mente lleno y todo parecía pintarse muy bien.
Fue a pasar unos días allí el embajador de Costa Rica
don Jorge Villalobos, con quien trabé una sólida amistad a
la que tuve que recurrir días después para salvarme y no
caer nuevamente preso.
El día 10 de noviembre, es decir a solo diez días de ha­
berme hecho cargo del hotel, se presentó en él el Director
General de Turismo, mi amigo don Luis Arce Zenarruza,
quien me manifestó que, con gran sentimiento, se veía obli­
gado a quitarme la concesión del local porque el ministro de
Gobierno, Federico Fortún Sanjinés, así lo había ordenado.
Este mal sujeto lo había increpado por haber entregado el
hotel a un enemigo de la Revolución Nacional. Los que no
pertenecíamos a la pandilla gobernante no podíamos trabajar.
Eramos parias en nuestra misma patria.
Entregué el hotel con sentimiento y rabia y regresé a
La Paz. Un amigo me insinuó abandonase la patria si no
quería verme otra vez en la cárcel, pues según me manifestó
se había acordado echarme el guante.
Presenté mi solicitud de pasaporte para salir al exterior
y fue rechazada; el cerco se me hacía cada vez más estrecho.
Visité al embajador de Chile en su despacho y le soli­
cité asilo político. El señor Alejandro Hales me lo negó y

209 —
se tomó la libertad de darme una cátedra de servilismo ha­
cía su “ dilecto amigo Paz Estenssoro’. Me dijo: “ Ustedes
los de la oposición son los culpables de que el gobierno del
M.N.R., no pueda hacer nada para sacar al país de su actual
situación. No le puedo conceder asilo porque el país no es­
tá en estado de sitio y no hay persecuciones” .
Indignado le respondí: “ Señor embajador, usted no de­
be ignorar que el país vive en un permanente estado de sitio
desde 1952 y que las cárceles de donde acabo de salir están
llenas de presos políticos. Además usted sabe que lo que
nunca hubo en mi patria ahora existe: los campos de con­
centración que yo he conocido. Parte de los años 53, 54
y 55, he padecido en esos lugares y en las cárceles una infi­
nidad de torturas. Por último, señor embajador, si el go­
bierno movimientista al cual usted defiende no me persi­
gue, ¿por qué cree usted que me niega el pasaporte que le
he solicitado?” Quiso seguir hablando de las bondades de
los gobernantes de mi patria, pero me levanté y me despedí.
Tenía conmigo a mi chiquillo enfermo y com otio quería de­
jarlo así y era necesario someterlo a una operación decidí asi­
larme con él.
Me dirigí a la residencia del embajador de Costa Rica,
doctor Jorge Villalobos, que se encontraba alojado en el
Hotel Sucre y a quien acababa de conocer en Sorata. Me
recibió muy cortesmente. Lo puse al corriente de la entre­
vista que acababa de tener con su colega chileno y saltó de
indignación. Tomó el teléfono y le habló rogándole le con­
ceda unos minutos para ir a hablar inmediatamente con él.
Al salir me dijo que lo esperase allí mismo, que él arre­
glaría mi situación.
Regresó el doctor Villalobos y sus primeras palabras fue­
ron: “ Es increíble mi amigo, pero Hales se niega a darle
asilo, pero me ha asegurado que él le va a conseguir pasa­

— 210 —
porte. Todo lo hará usted por mi intermedio. Mañana mis­
mo me trae cuatro fotografías suyas. Me comprometo a
hacerlo salir del país” . Me acompañó hasta la puerta y al
despedirse me dijo: “ El embajador Hales, es mas movi-
mientista que Paz Estenssoro” .
Y esto quedó comprobado a los tres días: el embajador
Villalobos me hizo entrega de mi pasaporte que gracias a la
“ muñeca” del embajador Hales el gobierno me concedió.
Partí a Santiago de Chile con mi hijo el 29 de noviem­
bre habiendo llegado el mismo día a aquella hospitalaria
ciudad.
Inmediatamente solicité y obtuve del gobierno chileno
asilo político.
En Santiago fui recibido por una gran amiga de mi ca­
sa, Eliana Cabrera C., quien me llevó a casa del capitán chi­
leno Daniel Concha Martínez que sin conocerme me brindó
su hogar para alojarme. Gocé de mis primeras horas de
absoluta libertad en esa tierra libre y en aquel hogar dig­
nísimo y acogedor. Mi hijo no sintió la separación de sus
hermanitas porque los esposos Concha tenían dos amorosas
niñas de igual edad que mis hijas, Margarita y Sol. Mi gra­
titud para mis amigos Daniel y Margot será eterna.
Piloteado siempre por Eliana, llegué al Hospital de Ni­
ños “ Luis Calvo Makena” donde el médico boliviano doctor
Carlos Boheme me brindó toda su colaboración y obtuvo la
internación de mi hijo. El jefe de Cardiología doctor Hel-
mut Jagar y su ayudante el joven doctor Fernando Eykes, se
hicieron cargo del niño. Estos prestigiosos cirujanos opera­
ron con éxito el corazón de mi hijo el 20 de diciembre de
1955.
Yo en la antesala con una prima política, Tel de Alia­
ga, rezaba nerviosamente, pidiendo que mi hijo saliera ai­
roso de aquel trance. Gracias a Dios así fue.

— 211 —
El niño se restableció rápidamente merced al esmerado
cuidado del doctor Jagar, Eykes, Mariano de la Torre, Car­
los Boheme y al cariñoso trato que le brindaron todas las
magníficas enfermeras que adularon al “ bolivianito” , como
lo llamaban.
En enero mi chiquito podía ser sacado del hospital y
al retirarlo pregunté cuanto debía por la atención por el mes
y días que allí permaneció. No se me quiso cobrar abso­
lutamente nada. Ingresé a lo del doctor Jagar y le pedí sus
honorarios. Me miró con su mirada bondadosa y acarician­
do la cabecita de Carlitos me manifestó que nada le debía
y que lo único que yo tenía que hacer era llevar al niño dos
veces por semana para controlarlo. Me dirigí al doctor
Eykes, quien tomó en sus brazos al chico y le sacó una
nueva fotografía. El tampoco quiso sobrar nada. Todo
aquello era conmovedor. Salvaron a mi hijo, le hicieron una
de las operaciones más difíciles en ese entonces y no cobra­
ban un solo centavo, ni siquiera la internación del mu­
chacho.
Un día me hijo me dijo que quería ver a un amiguito
que tenía en el hospital llamado Saúl, lo llevé y de paso lo
hice examinar con los doctores Jagar y Eykes. El chico les
pidió ver a su amigo. El doctor Jagar me sacó al pasillo y
me manifestó que aquel chiquito por el cual preguntaba mi
hijo, había muerto en la sala de operaciones. Tenía la mis­
ma afección cardiaca que el mío que tuvo más suerte al so­
portar la intervención. Indiqué a mi hijo que la mamá de
Saúl ya se lo había llevado del hospital.
Mi amigo don Carlos Lowestein, aquel ciudadano ex­
tranjero que fue apresado y despojado de sus bienes en La
Paz, me escribió desde Colombia a Chile al saber la opera­
ción de mi hijo y mi situación, y me hizo llegar una ayuda
económica.

— 212 —
Pensé quedarme en Chile y llevar a mi familia. Pero
añoraba la patria y resolví volver tan luego como se pre­
sentase la ocasión.
La amnistía decretada en 1956 por el gobierno bolivia­
no me brindó la oportunidad de regresar y lo hice el 9 de
mayo, en el vapor “ Reina del Pacífico” . Nos encontramos
varios exilados. En primera iban los ex-canciller don Javier
Paz Campero y don Gustavo Chacón. En segunda, viajaba
el doctor Juan Pereyra Fiorilo con su familia y en tercera
iba yo. Mi señora y mi hijo regresaron en avión. Los de
primera y segunda clase, con todo señorío, no dejaban de ir
a verme y a veces me trasladaba con ellos a sus camarotes.
Llegué a La Paz el 12 de mayo. Me encontraba feliz
y optimista y tenía fe en el triunfo.

LA COMEDIA DE UNA ELECCIO N

El gobierno de la revolución nacional, dictó una amnis­


tía general y convocó a elecciones para elegir a un nuevo
presidente. De sobra sabíamos los opositores bolivianos
quien sería el sucesor de Paz Estenssoro y que, pasadas
ellas, volvería la persecución y la muerte.
Comenzamos una nueva lucha, con la misma fe de siem­
pre en el futuro. Ingresamos a la batalla electoral que pese
a tenerla ganada, la sabíamos perdida.
El país brindó una entusiasta recepción al señor Unzaga
de la Vega, jefe de Falange Socialista Boliviana, a su regreso
del exilio el 14 de mayo de 1956. El gobierno que se creía
fuerte, sintió miedo al ver a la multitud opositora que reci­
bía al líder político.

— 213 —
Unzaga, al despedirse me dijo: “ Hernán, espero que Dios
lo ayude en su patriótico propósito. Usted debe hacer el
viaje con sus propios medios pues es tal la miseria en que
nos encontramos que nos es humanamente ayudarlo” . Nos
dimos un abrazo. Al día siguiente salí de La Paz con mi
familia rumbo a la capital cruceña.
No pude partir de Santa Cruz de inmediato por desper­
fectos en la avioneta de Pepe Terrazas quien debía llevar­
me a Yacuiba. Este atraso permitió que me volviera a en­
contrar con Unzaga que acababa de llegar a esa ciudad. Me
hizo llamar a la casa de Marcelo Tercero B. y me dio algunas
instrucciones complementarias. Igualmente me rogó llevase
dos paquetes a Camiri, donde yo no debía aterrizar, pues mi
mi propósito era ganar la frontera lo más rápidamente posi­
ble. Pero él me convenció y acepté llevar lo que me pedía a
sus correligionarios de Camiri.
El vuelo en la avioneta de Pepe fue espléndido y lle­
gamos casi sin pensar a Camiri. Pepe, a gritos me indicó:
“ Parece que nos están esperando, hay mucha gente. Prefiero
ir al hangar de Yacimientos” . Así lo hicimos después de dar
media vuelta a la pista.
Apenas se apagó el motor, llegó un jeep con jóvenes fa­
langistas a muchos de los cuales conocía. Otto Meschwitz
me pidió le entregase los paquetes pues la policía venía tras
ellos. Se los entregué y partieron.
Varios jeeps con oficiales y soldados armados del ejérci­
to, comandados por el coronel Jordán Santa Cruz, llegaron
enseguida y rodearon la avioneta. La maniobra de tomar
presos a dos hombres sin armas fue coronada con todo éxito
y el valeroso militar se incautó de la avioneta después de pri­
varnos de nuestra libertad.
Se nos condujo a la sección II del regimiento de guar­
nición, donde un mayor nos sometió a un cerrado interro-

216 —
(•.»lorio. Quería saber el por qué de nuestra llegada allí, el
i on tenido de los paquetes entregados a los falangistas, el
partido al que pertenecíamos, etc. A Pepe lo dejaron en li­
bertad casi de inmediato, mientras que a mi me requisaron
minuciosamente. Nada me encontraron, pues dos días an­
tes de mi partida, en previsión de lo que pudiera ocurrir,
aproveché del viaje de una señora a Buenos Aires y le en­
tregué la carta de Unzaga rogándole que la guardase con
ella hasta mi llegada, pero con el encargo de que si hasta
fecha determinada yo no aparecía, esa carta debía ser en­
tregada a su destinatario.
Por esa razón la minuciosa requisa a la que me sometie­
ron no dio ningún resultado. Pero el desconfiado mayor que
me interrogaba me dijo que al día siguiente me enviaría de
regreso a La Paz.
A las siete de la noche el coronel Jordán Santa Cruz,
se acercó a mí y me preguntó: “ ¿Puedo confiar en su pala­
b ra?” Yo riendo le dije que siempre se podía confiar en la
palabra de un hombre contento. Mirándome con cierta des­
confianza agregó: “ Puede usted ir a comer algo a ese ho­
tel”, y me señaló uno que había en una esquina próxima,
“ no demore mucho, va usted a estar vigilado”.
Me fui al hotel, pensando en el fracaso de mi misión.
Tenía gran apetito y pedí un lomo. Cuando trataba de ser­
vírmelo entró precipitadamente Pepe Terrazas y me dijo: “ Si
sales al patio y saltas la pared del fondo puedes escapar, allí
habrá dentro de diez minutos un camión esperándote con el
motor encendido, que te sacará del pueblo” . No me lo hice
repetir. Saboreando por anticipado la alegría de jugarle una
mala pasada a un militar que hablaba de honor y de palabra
después de haberlos él violado, dejé el plato y con toda calma
me dirigí al patio. Salté la barda, ingresé a la cabina del
camión que me esperaba y emprendimos la fuga.

— 217
El dueño del camión resultó ser uno de esos muchachos
que fueron a esperarme a la pista segundos antes de que
llegase la policía. Me contó que la “ macana que había pa­
sado era por culpa de Carlos Terceros y Rómulo Barros que
tuvieron la imprudencia de anunciar mi llegada desde Santa
Cruz por medio de un radio hecho por la oficina del es­
tado”.
Amanecimos en Boyuibe, unos cien kilómetros al sud,
y allí fui llevado a la casa de un amigo de confianza de los
muchachos de Camiri y al que yo no conocía. Este magní­
fico caballero, a quien desde estas líneas envío de nuevo mi
reconocimiento, me dio su casa, comida y me tuvo oculto el
resto del día. En la noche me sacó de su casa y me mostró
el camino que debía seguir. Mi indignación contra Terceros
y Barros al contemplar el duro camino que debía recorrer a
pie, huyendo de la policía, se fue trocando en serena ale­
gría. ¡Dios quería que pudiera adorarle desde esa soledad
maravillosa! Pensé en los míos, en fos tranquilos días de
mi hogar, en las desgracias de la patria, en el porvenir y so­
bre todo en la necesidad de cumplir mi propósito. El viaje
a pie, que normalmente debió durar unas pocas horas en ca­
mión, se convirtió en una caminata de cuatro días y sus no­
ches. Dormía en cualquier claro del bosque, a la vera del
camino, en las horas de calor, y caminaba el resto del tiem­
po, allegándome al anochecer a algún caserío para comprar
alimentos. Todas las gentes hospitalarias que me atendieron
entonces con afecto hicieron mas ligero mi viaje.
Cuando llegué a Yacuiba busqué a un amigo que me
alojó en su casa. A las cinco de la mañana salí con el de­
seo de cruzar la frontera; mi amigo me señaló por donde
podía hacerlo. Desgraciadamente, por el lugar donde debía
cruzar la quebrada me encontré con un sonoro: “ Alto, quien
vive”. Hice como quien está extraviado, emprendí la reti-

218 —
rada y al final volví a lo de mi amigo a quien encontré
muy nervioso. Le dije que era mejor esperar hasta que des­
puntara el día y que trataría de cruzar la frontera por el mis­
mo terraplén ferroviario.

Yo sabía que el Jefe de Frontera era aquel sujeto que


tres años atrás me había torturado ferozmente en la sección
segunda de La Paz: el chileno Luis Gayán C., y me dijeron
también que en el pueblo era el dueño y señor de vidas y
haciendas. Si caía en sus manos allí quedaría terminada mi
misión, pues suponía que el coronel Jordán Santa Cruz ha­
bía comunicado mi fuga a todas partes. Con todo, resolví
correr el albur, me afeité los bigotes, me saqué los lentes,
me puse sombrero, que nunca uso, hasta las orejas, y marché
silbando a paso de vencedores.
Eran las nueve de la mañana. Me sorprendió la can­
tidad de gente que afluía de todas partes. Pregunté a que
se debía tanta muchadumbre y me dijeron que iban a depo­
sitar su voto. Recién me di cuenta que era el día de los
comicios. Ya fuera del pueblo, me fui encontrando con
más gente que venía de Pocitos. Esto me sirvió mucho pues
pude pasar desapercibido. En este retén del lado boliviano,
busqué a un amigo a quien estaba recomendado. Tuve la
suerte de encontrarlo. Me alojó y ayudó con verdadera amis­
tad en mi empresa. Como primera medida, conversamos
frente a dos pocilios de café. Antes de salir a la calle me
dio algunas instrucciones: debía seguirlo a una distancia de
cien metros y una vez en la quebrada, me daría la señal pa­
ra que yo emprendiera la carrera y pasara a territorio ar­
gentino. Se necesitaba conocer muy bien el terreno y aquel
muchacho sabía donde pisaba. Recibí la señal y me lancé
a toda velocidad, gracias a Dios sin novedad. Resultó tan
fácil que me quedé sorprendido. Desde la hospitalaria tie-

— 219 —
i ra argentina y por señales me despedí de aquel excelente sa-
maritano.
En territorio argentino me era forzoso seguir andando
a salto de mata pues no tenía ningún documento y tampoco
me convenía pedir asilo político ya que debía volver cuanto
antes. Seguí basta Tartagal a pie. Me apersoné allí donde
cierto caballero al que debía buscar, quien me brindó un
alojamiento.
Al día siguiente, en momento de tomar el coche-motor
para Salta, se me acercó un señor de edad y alcanzádome
unos billetes, me dijo: “ Vaya usted a alojarse al Hotel Amé­
rica que está allí al frente. Ahí recibirá usted instruccio­
nes” . Quedé sinceramente sorprendido e indiqué a mi sor­
presivo benefactor, que no sabía de que me hablaba. El se­
ñor me contestó que yo estaba haciendo muy bien mi papel
y me felicitó, “ pero para que vea que soy de confianza, aña­
dió, le diré que sé que es boliviano y radio-operador y que
es el hombre que estamos esperando” .
No cabía duda de que se trataba de una confusión, pues
si bien era yo boliviano no era radio-operador. Negué ser
ambas cosas, pues así tenía que hacerlo y le repetí que se
encontraba en un error. Se marchó.
Pasados unos quince minutos volvió aquel buen señor e
insistió en identificarme como la persona esperada por ellos.
Luego ante mi negativa, me espetó: “ ¿No es cierto que us­
ted conoce al coronel Ichazo? Yo vengo de parte de él. Le
he dicho mas de lo necesario y no siga macaneando pues
tenemos prisa” .
— Conozco al coronel Ichazo. He trabajado con él.
Estamos identificados porque ambos luchamos por la misma
causa, — le repliqué— , pero por favor dígale que no soy el
hombre esperado por él, que mi presencia aquí es casual y
que me llamo tal. — Le di un nombre cualquiera. El señor

— 220
se fue y cuando volvió convencido de haber “ metido la pata”,
me rogó que nada dijera ya que otra persona en el tren me
hablaría. En el tren nadie me habló.
Llegé a Salta. En vista de mi situación por falta
de documentos otro amigo me brindó su libreta de desmovi­
lización y tomó pasaje en avión para esa misma tarde, a su
nombre. Después de tantas peripecias llegué finalmente a
Buenos Aires a la media noche y me alojé en un hotel cén­
trico dispuesto a desquitarme de tantas noches de insomnio
y de otras pasadas en el suelo.
Al día siguiente llamé por teléfono al señor Alfredo
Flores, y lo cité para que me buscase a las 12. Mientras
tanto fui en busca de la buena señora que había tenido la
bondad de llevar la carta.
En un bar al 900 de Maipú nos reunimos con el señor
Flores, le entregué la carta y charlamos sobre la situación de
Bolivia. Me manifestó que al día siguiente me buscaría con
el señor José Gamarra Z.
En el mismo bar nos entrevistamos de nuevo con los
señores Flores y Gamarra. Entramos de lleno al tema de mi
misión y habló primero el señor Flores:
— “ Las elecciones habidas en Bolivia han demostrado
una fuerza avasalladora de la Falange y por eso creo que ya
no es necesario buscar al señor Hertzog, pese al pedido que
nos hace el Jefe. Ningún otro partido tiene probabilidades
de llegar al poder sino el nuestro y eso lo debemos hacer
sin pactos con el pasado. Debemos llegar solos y lo ha­
remos”.
Tomé la palabra y le manifesté que creía que se en­
contraba en un error. Que los votos recibidos por Falange
no eran todos falangistas y que votaron por el partido todos
o casi todos los opositores. “ Ustedes están muchos años fue­
ra de Bolivia y no viven la realidad nuestra, allí” , les aña-

— 221
clí luego: “ No sean ciegos, acepten las instrucciones del se­
ñor Unzaga y lleguemos a un entendimiento con el doctor
Hertzog. No se trata, señores, de llevar nuestra lucha con­
tra el comunismo por un solo camino de ambiciones parti­
darias. Lo que allí se juega es el destino de un pueblo y
no el encumbramiento de un determinado partido. Es necesa­
rio despojarnos de ambiciones. Unámonos y hagamos patria.
Salvémosla” .
Habló el señor Gamarra Zorrilla, que había permaneci­
do en silencio hasta entonces. Conocí a su padre y a él en
el Panóptico. Analizó las mismas cosas con los mismos ar­
gumentos ya dichos por el señor Flores. Su pasión por su
partido era enceguecedora. No aceptaba términos medios.
Ellos, solo ellos, eran los llamados a salvar a la patria y pa­
ra conseguirlo no necesitaban unirse con nadie. Incluso dis­
crepaban con el pensamiento de su Jefe y acabaron desobe­
deciendo sus órdenes.
Volví a tomar la palabra y con amargura les dije: “ Así
que yo he hecho un viaje inútil: ¿En vano me he jugado la
vida para llegar aquí y cumplir una misión que su jefe creía
necesaria, para tener este final? No señores, les pido, les
ruego recapacitar. Háganlo por Bolivia” .

Me fue imposible conmoverlos. Estaban empecinados.


Les manifesté que en vista del fracaso de mi misión busca­
ría en forma personal al doctor Hertzog a quien deseaba vi­
sitar. Saltaron los dos y me prohibieron que lo hiciera. “ Us­
ted no puede ir a visitar a ese señor sin autorización nues­
tra”, me dijeron.
— “ Señores, les respondí, yo no pertenezco al partido
de ustedes y por lo tanto no me pueden imponer una línea
de conducta. Visitaré al doctor Hertzog y le informaré el
por qué vine a Buenos Aires y el por qué de mi fracaso” .

— 222
Tres días permanecí en Buenos Aires y emprendí el re­
torno a la patria. Hasta Tartagal todo fue sin novedad. De
allí volví a hacer mi viaje a pie, pasé la frontera, rehuyen­
do acercarme a Yacuiba. Llovía a torrentes. No tenía abri­
go ni paraguas. Calado hasta los huesos seguí caminando
kilómetros tras kilómetros hasta Sanandita y continué ense­
guida hasta Villamontes. Un crudo “ surazo” y “ chilchi” me
congelaba entero. Sólo me acercaba a casuchas de indígenas
donde compraba un pollo y me lo preparaba. Hacía secar
mi ropa, dormía un poco y continuaba la marcha. Como úni­
co equipaje llevaba un libro “ Don Camilo”, que devoraba
con alegría cada vez que para descansar me ponía bajo un
árbol o mientras pasaban las horas del día en que no me
convenía ser visto.
Así caminé varios días y aún más de noche. El tiempo
era terrible. Diez días de continua lluvia, viento y mucho
frío. Llegué con los pies destrozados a Boyuibe y allí nue­
vamente me hospedó el mismo amigo que ya lo había hecho
cuando pasé algunas semanas antes. Su señora me lavó y
curó las heridas que tenía en los pies. Los tenía deshechos,
llenos de ampollas, con sangre que brotaba de varios lados.
Un día de improviso, se presentó un sacerdote al que el
amigo me presentó como “ señor Alcides Aramayo” . Nos sa­
ludamos, pero el padre que no era ningún ingenuo me es­
petó: “ Usted no se apellida Aramayo y es un político en
desgracia; si en algo puedo servirlo, confíe en este siervo de
D ios” . El sacerdote que así me habló, y a quien puedo
nombrar porque ya descansa en la Paz del Señor, era el
Padre Venturi. Me inspiró confianza y le conté mi odisea.
Le pedí me llevase, pues tenía un jeep, a alguna estancia.
Esa misma tarde me trasladó a lo de un amigo X .X . y allí
permanecí dos días reponiéndome de las heridas. Después
decidí continuar mi viaje a pie.

— 223
Una noche completamente cansado, me aproximé a una
casucha que tenía una lucesita. Nadie me sintió llegar y
miré por una abertura hacia adentro y vi algo que en medio
de mi fatiga me hizo sonreír. Un joven matrimonio de hu­
mildes campesinos se encontraba entregado a una ardiente
lucha de amor. Desgraciadamente hube de perturbar a aque­
lla tierna pareja, pues unos perros me acosaron y tuve por
fuerza que pedir socorro. El marido me abrió la puerta
destartalada y me invitó a pasar. Con la cordialidad de la
gente cordillerana, me convidó mate, me dio ropa seca, unas
caronas y unas frazadas. Eso y mi cansancio eran suficien­
tes para quedar completamente dormido en el suelo muy cer­
ca del fogón. Pocas veces me pareció mas blanda y placen­
tera la cama.
Al día siguiente me vendieron un pollo y me lo pre­
pararon; me invitaron a tomar desayuno y me desearon bue­
na suerte. En esa casa hospilataria dejé olvidado a Don
Camilo. Deseo que se hayan deleitado leyéndolo, en retri­
bución a sus bondades.
Finalmente llegué a Santa Cruz y luego volví a La Paz.
Le informé a Unzaga del fracaso de mi empresa. Me ma­
nifestó que ya había recibido una relación de sus amigos de
Buenos Aires.
No supe como interpretar su mirada y su silencio. Tal
vez no quería mostrarme su disgusto, pero quedó sumido en
hondos pensamientos, con la cabeza en las manos como quien
busca una solución y no la encuentra.

224
MARCHA D EL HAMBRE

El pueblo hambriento, cansado de tanto engaño y ex­


plotación, salió a las calles en la tarde del 22 de septiem­
bre de 1956, en una marcha silenciosa y pacífica, que se
denominó “ marcha del hambre” , en que las mujeres se pre­
sentaron con las canastas vacías y los hombres con los bol­
sillos dados vuelta para afuera.
Siles Zuazo, a los 45 días de haberse hecho cargo del
gobierno pudo dejar que esta marcha se llevara a cabo tran­
quilamente. Lejos de ello aprovechó para cometer su primer
atentado criminal. Ordenó a sus agentes del Control Polí­
tico que engrosaran aquella manifestación y cometieran toda
clase de desbordes. Sus esbirros incondicionales Juan Luis
Gutiérrez Granier, Juan Lechín, Mario Tórrez, Fellman Ve-
larde, Pérez del Castillo, Ríos Gamarra y otros, se encarga­
ron del resto.
Los agentes del gobierno incitaron a incendiar la Radio
lllimani, hicieron lo propio con el diario oficialista “ La Na­
ción” y con la oficina del Comité Político. Fue un “ bogo-
tazo” en pequeño.
Luego, los seguidores de Siles arriba nombrados, se die­
ron a la tarea de “ vengar agravios” . Vestidos de overoles,
los ministros de Siles con sus maleantes a sueldo marcharon
y quemaron las casas donde el señor Unzaga de la Vega ha­
bía estado viviendo.
El “ valiente” y conocido Pérez del Castillo con Fell­
man Velarde, fueron dos héroes esa tarde al ganar la mayor
batalla de su vida. Asaltaron la casa de la señora Rosa v.
de Fernández en la calle México, que la ocupaba con su hija
Marta y sus dos nietecitos de 3 y 4 años respectivamente.
¿Cuál era el delito de esta familia? Unzaga de la Vega vivió

225 —
¡illí i|iunce días y había que castigar el delito de haberlo
asilado.
Ambas señoras fueron golpeadas por los “ machos”. Ate­
rrorizadas las dos mujeres sólo atinaban a cuidar a sus pe­
queños. La baleadura fue espantosa y fueron lanzados to­
dos los muebles y ropa a la calle donde fueron repartidos
como botín por los asaltantes.
La señora Fernández con su hija y sus nietecitos, tu­
vieron que asilarse en la embajada de Guatemala. Allí lle­
garon sin zapatos y casi desnudas. La señora del embajador
luvo que cubrir su desnudez.
La casa de la familia Fernández fue inmediatamente ocu­
pada por varios “ compañeros” que la continúan teniendo des­
de entonces sin pagar un solo centavo. Pese a haber regre­
sado la familia a La Paz, se ve obligada a compartir su pro­
pia casa con los asaltantes, sin recibir alquileres ni atrever­
se a pedir el resto del departamento ni siquiera que paguen
la luz que consumen. Un Juez, el doctor del Portillo, de
la justicia revolucionaria, es uno de sus ocupantes, otro es un
periodista de apellido Marañón, y otro un agente del Control
Político.
La persecución era general. La casa del señor Unzaga
de la Vega fue quemada, y él, tuvo que asilarse con varios
amigos en la embajada de Venezuela, pues si el gobierno lo
llegaba a tomar lo habría hecho asesinar de inmediato. Vol­
vió a reinar en Bolivia la época de terror que Paz Estensso-
ro inició en 1952.
Cientos de personas, perseguidas por el odio oficial, tu­
vieron que asilarse de nuevo en distintas embajadas. Las
embajadas más hospitalarias fueron la de la República Ar­
gentina, Guatemala, Venezuela y Paraguay. La embajada de
Brasil negó asilo a muchas personas con increíble egoísmo
y a muchos inclusive se los arrojó a la calle, habiendo caí­

— 226 —
do presos muchos de los que allí llegaron. El embajador de
Chile, que como ya lo he dicho se llamaba Alejandro H a­
les, fue de los más serviles; el del Brasil se llamaba Teixeira
Soarez.
El día 27, me vi obligado a asilarme en la embajada
paraguaya y solicité salvoconducto para Asunción. Pero una
tarde llegó el agregado militar, coronel Canata, y nos dijo
que el gobierno boliviano había solicitado al gobierno para­
guayo la intervención en el Paraguay de los cientos de pre­
sos que llenaban las cárceles y que saldrían exilados. “ Y
claro, continuó diciendo el coronel Canata, nosotros en el
Paraguay necesitamos brazos, y por esa razón mi gobierno
ha aceptado la internación de los presos” . Ante esta afir­
mación, solicité esa misma tarde al encargado de negocios
paraguayo, doctor Rubén Ruiz, que solicitara mi visa para el
Perú. Yo no quería ir de bracero de otra tiranía.
Una tarde, el doctor Ruiz que fue siempre muy caba­
lleroso, me hizo una pregunta: “ ¿Si el presidente Siles le
ofreciera garantías, usted renunciaría al asilo?”
Mi respuesta fue: “ ¿Y quién garantiza a Siles?”

SEGUNDA E X IL IO

A las dos de la tarde del día 6 de octubre, en el auto


de la embajada, manejado personalmente por el doctor Ruiz,
fuimos sacados y llevados a Guaqui; inmediatamente este
gentil diplomático nos hizo ingresar a un pequeño vapor pe­
ruano que esa misma noche nos condujo a territorio del Pe­
rú. En el vapor me encontré con otros amigos que salían
en la misma condición y eran: Jorge Alvéstegui Alvarez, Or­
lando Busch Carmona, Alfredo de la Vega, Manuel Reyes

— 227 —
Ortiz, los brigadieres Tapia y Ledezma, un joven Lemoine, Mi­
guel Angel Cornejo, un muchacho Bertini y otros. Ama­
necimos en Puno, seguimos ese mismo día a Arequipa y al
día siguiente pasamos a Lima.
En Arequipa nos agasajaron los amigos; en la noche se
llevó a cabo una reunión y los recién llegados dieron un in­
forme de lo que había pasado. El cadete Ledezma, pidió
que yo informase algo de lo que había visto y de lo que pen­
saba. Aunque no tengo práctica oratoria no tuve más reme­
dio que pararme y decir cuatro palabras más o menos como
estas: “ Nada tengo que agregar a todo lo dicho por los
amigos que ya han informado con detalle sobre los sucesos
ocurridos en Bolivia. Pero algo tengo que pedirles, y muy
especialmente a los hombres que desde hace cuatro años es­
tán en el exilio. Y es que, si quieren ver libre a nuestra
patria del yugo comunista, todos deben volver allí. Quiero
decirles que muchos de los nuestros piensan que están su­
friendo y que tienen roto el cuerpo y hasta el alma, por cul­
pas que en realidad no son nuestras sino de algunos de uste­
des. Debemos volver señores, es necesario que volvamos.
En lo que a mí toca no llegaré a estar aquí más de tres
meses. ”
El coronel Arturo Armijo, fue el único que se me acer­
có y dándome unas palmaditas en la espalda me dijo: “ Nos
ha dado usted en la mata, lo que ha dicho es cierto, debe­
mos volver cuanto antes” . Armijo era sincero. Algunos de
los otros asistentes no recibieron muy bien mi reproche y
trataron de hacerme daño posteriormente, como se verá.
En Lima también fuimos agasajados cariñosamente por
los antiguos exilados, quien sincluso alquilaron una casa e
hicieron el Hogar Boliviano.
Las señoras Elena de Calderón, Esther de Kieffer, Ro­
sita Benavides y las hermanas Gladys y Ruth Murillo fueron

— 228 —
verdaderas samaritanas que se desvivían por ayudarnos. Al
Hogar Boliviano llegaron los universitarios y los que estaban
en peor situación. La alimitación la brindaban algunos resi­
dentes en su propia casa. De los que recuerdo por su bon­
dad están don Hugo Ernst Rivera y Raúl Kieffer Bedoya.
Lamento no recordar los nombres de todos los que nos con­
cedieron su hospitalidad cariñosa.
El aviador Alfredo de la Vega y yo, fuimos alojados en
casa de don Arturo Derteano Rodríguez, quie nos dio el ca­
lor de su hogar por todo el tiempo que estuvimos en el Perú.
Su dignísima esposa y sus simpáticos niños nos acogieron con
cariño y pasamos con ellos momentos inolvidables. Arturo,
caballeroso en toda la extensión de la palabra, jamás permi­
tió que gastásemos un solo centavo y más de una vez nos
ayudó en nuestras penurias. Me obsequió, para alegría de
mis cuatro hijos, hermosos juguetes que llevé después a La
Paz.
El mismo pedido que hice en Arequipa, lo hice en Li­
ma. Muchos enemigos me acarreó esta franqueza. Yo, mas
que un político, me creo un idealista y no transijo con
aquellos que olvidaron sus deberes para con la patria.
Muchos sabían que yo tenía razón pero no querían re­
conocer su cobardía o indiferencia. Ellos querían seguir
siendo dirigentes, o más bien seudo-dirigentes, a la espera
que otros, allí dentro de Bolivia, les sacaron las castañas del
fuego y les abrieron el camino para su regreso “ triunfal” .
Ellos derribaron fácilmente al gobierno del M.N.R. alrede­
dor de una mesa de café y daban golpes de estado por tal
o cual ministerio que, según ellos, les correspondía por ha­
ber permanecido mayor tiempo y “ heroicamente” en el exi­
lio. En los bares resolvían los problemas de la pobre pa­
tria, que, allá lejos, seguía sumida en el dolor.

— 229 —
Felizmente otros comprendieron mi angustia y me die­
ron plena razón. No eran los menos.
Intimé mucho con los señores José Alvéstegui A y Or­
lando Busch C. Nos hicimos inseparables, éramos “ tres mos­
queteros” que añorábamos la patria día a día. Decidimos
no tomar un trago ni ahogar nuestras penas en alcohol. Nues­
tras charlas, de la mañana a la noche, versaban sobre Bohvia,
sus problemas y sus tragedias. Teníamos el mismo vicio:
el café y una común nostalgia, el terruño.
Por la amistad que me unió a Jorge Alvéstegui conocí
al doctor Rodolfo López Kruger, quien me facilitó todo
para hacerme un “ chequeo” general en la Clínica Lozada.
Durante dos meses fui diariamente a que me pusiera inyec­
ciones. Gracias a los cuidados del doctor López mis dolen­
cias se fueron mitigando. La amistad que me brindó fue
muy reconfortante y la Navidad del 56, que fue una de las
muchas que pasé fuera de mi hogar, me pareció menos triste
en el hogar de los esposos López. A la hora del reparto de
regalos sus dos hermosos niños comenzaron a descolgar del
arbolito unos paquetes entre los que estaban los que la bon­
dad de sus padres habían destinado para Jorge, Orlando y
para mí. Desde hacía cuatro años mis hijos solo recibían la
visita del dolor y la tragedia.

E L G O BIERNO NOS SONDEA EN E L E X IL IO

En Lima nos encontramos con un primo, Ramón Pérez


Landívar. Pese a que había vivido en mi casa, él jamás
me invitó a ir a la suya. Pero un día, cuando ya estaba
tramitando mi ingreso a Bolivia, me sorprendió con una in­

230 —
vitación que hizo extensiva a Jorge y Orlando. Pasamos
una tarde juntos y nos atendió muy gentilmente. Nos habló
de la patria, de la necesidad de formar un nuevo partido
con nuevas ideas, nuevos programas y netamente anticomu­
nistas. Le manifestamos que el dolor de Bolivia era precisa­
mente el demasiado número de partidos políticos, y que la
patria se salvaría de hecho con solo un acontecimiento: La
unión de los partidos ya existentes para derrocar al gobierno
del M.N.R.
Ramón, hizo una ligera defensa de Siles Zuazo y atacó
abiertamente a Juan Lechín.
Nos despedimos, pero al salir a la calle Ramón me dijo
que quería hablar conmigo al día siguiente y me pidió que
lo esperase en un café dándome la indicación donde se en­
contraba ubicado.
Al día siguiente a la hora convenida nos juntamos con
Ramón y otro señor, a quien no conocía y que luego me
presentó. Se trataba del agregado militar de Bolivia, coro­
nel Gustavo Maldonado San Martín. Este señor me habló
de la difícil situación por la que sabía estaba pasando al­
gunos exilados y sacando su billetera me manifestó su deseo
de ayudarlos económicamente.
Reaccioné de inmediato y le manifesté que por muy
grande que fuera nuestra necesidad jamás aceptaríamos un
centavo de la embajada de un gobierno que nos había puesto
en aquella situación. Maldonado ante mi firme actitud fin­
gió avergonzarse y me pidió disculpas. Pasamos a hablar de
la situación de Bolivia y de la necesidad que había de que
todos los bolivianos se propusieran salvarla. Me dijo que Si­
les Zuazo le había autorizado para ponerse en contacto con
algunos asilados e invitarlos a regresar al país. Incluso ofre­
cía ayudarlos económicamente y proveer, a los que aceptasen,
de una imprenta para sacar un diario en La Paz. “ Sería in-

231 —
retesante, por ejemplo, dijo, que naciera un partido con el
nombre de Busch, el gran capitán del Chaco y que sea en­
cabezado por los amigos de Busch. ¿Qué le parece?”
Comprendí la treta. Ramón y Maldonado sabían la
amistad que me ligaba con el hijo de Germán Busch y que­
rían que yo influyese sobre él para convertirlo en un trai­
dor. Le dije que yo no era un tutor del señor Busch y que
no sabía como reaccionaría ante esa proposición, que lo más
que podía hacer era comunicársela al interesado. En otro
momento la indignación me ganó al oír el cinismo con el
que se vanagloriaban del desastre que habían ocasionado los
movimientistas en Bolivia. Para ellos el hecho de haber des­
poseído de sus propiedades a los tres grandes mineros era
más importante que saber si ese hecho ocasionaría o no la
ruina de la principal industria del país.
Sin embargo no quise cerrar todas las puertas antes de
conocer la opinión de don Oscar Unzaga de la Vega. Pero
antes de escribir un informe completo para el jefe de F a ­
lange puse en conocimiento de Orlando la proposición de
Maldonado San Martin. La rechazó de inmediato lo mismo
que Jorge Alvéstegui y los tres decidimos aprovechar la oca­
sión para pedir salvoconducto. Mientras tanto el Comité
Consultivo de F.S.B. se enteró de la conversación por algún
conducto de la embajada. Un día fuimos citados a casa del
coronel José Celestino Pinto donde estaba el Consejo en
pleno.
Allí alguien habló de nuestras supuestas conversaciones
con la Embajada y nos pidieron una explicación. Yo tenía
mis serias dudas acerca de la honestidad de algunos de los
presentes y suponía que uno de ellos estaba en contacto con
los funcionarios del gobierno de Bolivia. Fuera del coronel
Pinto estaban presentes Hans Keller, Oscar Barrientos, Ar­
mando Bascopé, Roberto Freyre y José María Achá. Este

— 232 —
último yo sabía que frecuentaba el departamento del emba­
jador Alberto Cuadros Quiroga, tal vez no como “ buzo”, pe­
ro sí como charlatán. Muchas veces almorzaba en las ha­
bitaciones del embajador en el Hotel Bolívar. Tampoco me
inspiraba confianza Achá por haber trabajado con él en Ya­
cimientos Petrolíferos. El fue uno de los que más renegó
de su partido y se inscribió en el M.N.R. manteniéndose en
él durante todo el gobierno de Paz Estenssoro mientras no­
sotros gemíamos en la cárcel. Ahora lo teníamos de diri­
gente y de mandón. Si renunció a su cargo por cálculo o
por convicción no lo sé pero en ese entonces se creía in­
minente la caída del gobierno del Movimiento.
De vez en cuando recurrí yo al consejo del mayor Julio
Alvarez La Faye o de Renán Estenssoro, cuyas opiniones
siempre me fueron valiosas.
Informamos al Comité Ejecutivo de F.S.B. diciéndole
que nada había que no conociese el jefe de Falange a quien
habíamos informado sobre los sondeos hechos por el agre­
gado militar Maldonado San Martín. Prácticamente desco­
nocimos la autoridad de aquellos señores pues la sola duda
de nuestra honorabilidad nos ofendía.
Sin haber llegado a ningún compromiso con la Embajada
insistimos los tres en solicitar salvoconducto para regresar
al país. Después de más de veinte días de gestiones se nos
concedió.
Mientras tanto, el Consejo de F.S.B. en Lima se había
dado a la innoble tarea de denigrarnos y hacer correr las
voces de que nos habíamos vendido al gobierno. Pidieron
al señor Unzaga de la Vega la expulsión del partido por trai­
ción. Como era de suponer, Oscar no aceptó la sugerencia
por haber estado al tanto de las conversaciones habidas, co­
sa que ignoraban los del Consejo, pero la intriga fue más
allá, y el mismo día que debíamos tomar el ómnibus que

— 233 —
nos conduciría a La Paz recibimos un cable de Unzaga don­
de nos pedía no regresar a Bolivia. Era tarde, teníamos
ya pagado el pasaje, no teníamos dinero para seguir vivien­
do en Lima y yo les dije a Jorge y Orlando que me marcha­
ría solo si fuera necesario. “ Mi puesto está allí. No puedo
quedarme cruzado de brazos lejos de la patria, se me hace
un cargo de conciencia estar desperdiciando mi tiempo, cuan­
do allí podemos reorganizarnos para cuando llegue el mo­
mento” , les manifesté.
Orlando había recibido ese mismo día un cable de su
señora donde le pedía no regresar y le anunciaba su viaje
para reunirse con él, pero prefirió seguir el camino de su
conciencia y lo mismo hizo Jorge Alvéstegui. Ambos opta­
ron por acompañarme. El 24 de enero de 1957, nos em­
barcamos y el 27 llegamos a Bolivia.
En Copacabana fuimos requisados y aún más en Piqui­
ña. A Jorge le encontraron una lista antigua en su libro de
misa con algunos nombres de amigos y se la decomisaron.
El teniente nos indicó que por orden de San Román, que
acababa de partir de aquel lugar y que conocía nuestro arri­
bo seguramente por comunicaciones que le hicieron de Lima,
debíamos presentarnos al Control Político al día siguiente a
las 11 de la mañana.
A la hora indicada nos presentamos con Orlando, pues
Jorge no quiso presentarse. San Román, el verdugo impla­
cable, nos recibió con sonrisas y extraña amabilidad; nos
manifestó que teníamos amplias garantías para trabajar, que
un día de esos lo citaría a su despacho al señor Busch. Le
manifestamos que Alvéstegui se encontraba enfermo y que
por ese motivo no se había hecho presente en su despacho.
El martes 29, fue allanada la casa de Jorge Alvéstegui
y tomado preso. Se lo tuvo detenido durante cuatro meses
por aquella lista que según San Román, era una lista con­

234 —
feccionada por Willy Gutiérrez Vea Murguía. En vano mo­
vimos todos los resortes para conseguir la libertad de Jorge.
Incluso yo, dejando mi asco a un lado, me acerqué un día
a San Román y le pedí la libertad de mi amigo Alvéstegui.
Este me expresó: “ Señor Landívar, creo que usted ha esta­
do mucho tiempo preso, ¿no es así? ¿Cree usted que algún
amigo suyo vino a pedir jamás su libertad? ¿Por qué usted
se incomoda y se permite venir a pedir la libertad de su
amiguito. Váyase de aquí, pues si me saca de mis casillas
lo voy a mandar preso para que le haga compañía” .
El Comité de F.S.B. de Lima nos tildó de traidores.
Allí, uno de esos “ traidores”, se encontraba en una maz­
morra.
Pero ese mismo Comité no llamó traidor al ex-mayor
Elias Belmonte Pabón cuando en tiempo de Paz Estenssoro,
mientras las cárceles y campos de concentración se encontra­
ban repletos de presos políticos y éramos vejados y tortura­
dos, entró en conversaciones con los principales verdugos el
ministro de gobierno Federico Fortún Sanjinés y el Jefe de
Control Político Claudio San Román, conversaciones que cul­
minaron con un viaje suyo por las capitales de Chile, Bra­
sil y Argentina para pedir a los exilados que aceptasen una
tregua política ofrecida por el gobierno. Y a pesar de que
esas charlas con nuestros verdugos fueron rechazadas por
los personeros de la oposición en esos países, su actitud no
fue tildada de traición sino que se le premió con el regalo
de una banca en la Cámara de Diputados. Todos saben
en que forma completó su deber de parlamentario. Estos
son los misterios de los comités políticos donde los verda­
deros traidores buscan una cabeza de turco que los libre de
las sospechas.

— 235 —
ESTA BILIZA CIO N M ONETARIA

Con una famosa huelga de hambre, Siles Zuazo, impuso


al país la Estabilización Monetaria. El pueblo intuyendo la
necesidad de dar ese paso necesario para el país, lo apoyó.
Los partidos de oposición resolvieron hacer una tácita tre­
gua política, por el año, que según él, se necesitaba para es­
tabilizar nuestra desvalorizada moneda.
Me encontré pues, a mi llegada del Perú sin saber que
hacer. No era posible conspirar pues todos estaban a la es­
pera del “ milagro Siles” . Casi nadie me quiso escuchar
cuando yo, peregrinando de un lado para otro, trataba de ha­
cerles comprender que la tal “ estabilización” solo era un
ardid para ganar tiempo y para que dejáramos en paz al esta­
bilizador. No pocos se rieron de mí, muchos opositores al
igual que los movimientistas, creían que Siles era muy dis­
tinto a Paz Estenssoro. Todos tenían la misma frase: “ es
un valiente, un patriota, es honrado, a nadie ha hecho llo­
rar ” . . . Ellos decían que lo hecho en la época de Paz E s­
tenssoro fue obra exclusiva de éste. Yo siempre discrepé
de tales afirmaciones, pues, jamás, Siles siendo vicepresiden­
te, condenó ningún acto criminal de los muchos que cometió
Paz Estenssoro. Su silencio otorgaba su visto bueno. Todos
los crímenes cometidos por Paz Estenssoro comprometían a
Siles, su vicepresidente y obsecuente servidor.
El mito de la “ valentía” de Siles es una simple leyenda.
Hay muchas pruebas de que solo salió a “ pelear” cuando no
había peligro alguno. Siempre estuvo ligado a la traición.
Su patriotismo era otro mito muy bien explotado lo mismo
que su honradez. De muchos negocios turbios se habla pero
el que conviene esclarecer con más urgencia es ei de las fa­
mosas 340,000 libras esterlinas victorianas. El no tenía na­

— 236 —
da el 9 de abril; hoy tiene varios departamentos fuera del
país, y, en La Paz, posee una casa residencial, que, pese a
prohibiciones legales la alquila en dólares a un alto funciona­
rio de la Embajada Argentina. Si él como presidente de la
nación da el ejemplo de la inmoralidad, ¿qué se puede espe­
rar de sus demás compañeros, reclutados entre los hampones
y resentidos sociales más peligrosos? ¿No decían acaso, él
y Paz, en 1951 que eran pobres de solemnidad? Otro mito
era el que no habían hecho llorar a nadie. Se olvidaron de
quien hizo asesinar a varios ciudadanos el primero de mayo
de 1949 y de los cientos de muertos que cayeron el 9 de
abril de 1952 por su causa. Y muchos que habían perdido
la memoria, se olvidaron del placer que sentía Siles Zuazo
negando la libertad que pedían los familiares de los presos
que en tiempos de Paz Estenssoro, recurrían a él, con los
ojos anegados en lágrimas. Negó siempre la libertad y des­
pués negó hasta las entrevistas y aunque ya anhelaba su pos­
tulación a la presidencia, recibía a los familiares de los pre­
sos con diplomacia y terminaba diciendo que nada podía ha­
cer por ellas ni por sus presos.
Con la aureola de valiente, patriota, honrado y humano,
Siles Zuazo, agregó una impostura más de su falaz trayec­
toria. La huelga de hambre que tanto ridículo le ganó en
el exterior era una prueba de su falta de valor. Lo que él
no se atrevía a hacer quería obligar al pueblo que lo hi­
ciera.
Que los movimientistas le creyeran era natural, pero que
la oposición cayera en la trampa era inconcebible. La única
explicación podría darla ese espíritu romántico del pueblo
que en ese momento se inclinaba por el que parecía más dé­
bil, frente a la fuerza de los sindicatos.
Amargado porque presentía que la comedia de Siles
sería otra estafa para el pueblo boliviano, tuve que dejar La

— 237 — •
Paz y viajar a Santa Cruz, donde esperaría que pasase la
tregua política y que mis amigos comprobaran el engaño.

SANTA CRUZ DE LA SIERRA

Me fui a trabajar al campo. Como en toda la república


allá también imperaba una tácita tregua. Nadie quería ha­
cer nada contra el gobierno conculcador.
Volvía a mi tierra natal después de muchísimos años y
comprobé con intensa emoción su progreso. Todos labora­
ban y el pensamiento unánime de los cruceños era solo tra­
bajar y producir. El acelerado ritmo de su producción indus­
trial, agrícola y ganadera, era algo impresionante.
La urbe mejoraba en construcciones nuevas aunque el
atraso municipal era terrible: el centro tenía, aparte de al­
gunos edificios buenos de 10 o 15 años, las mismas calles
arenosas llenas de baches, las mismas casas destartaladas. Fal­
ta de agua, de luz, de servicio higiénico, de desagüe, de pa­
vimentación, era lo primero que se notaba. Los habitantes
querían progreso real, progreso urbanístico, que les permitie­
ra a ellos y a los visitantes una vida confortable e higiénica
como en cualquier otra ciudad. Decidieron ejecutar un pro­
grama de modernización adecuada. Para ello se dirigieron
al gobierno pidiendo la cancelación de las regalías del petró­
leo que por ley correspondía al departamento de Santa Cruz.
La respuesta fue el silencio.
Fue entonces que el pueblo cruceño comenzó a reac­
cionar y a organizarse. Todas las clases sociales formaron
un solo haz de voluntades. Dejando momentáneamente la
política, todos, federales, pursistas, falangistas, liberales y,
hasta movimientistas, decidieron respaldar las legítimas y mo-

— 238 —
deraclas reclamaciones y planteamientos del Comité Pro-Santa
Cruz, presidido por el doctor Melchor Pinto Parada, y orga­
nizado precisamente para representar al departamento cruceño
y canalizar las inquietudes de progreso de la colectividad.
Alrededor de Pinto se juntaron todos, como he dicho, se hi­
zo una amable y fecunda tarea fraternal que servirá siempre
de ejemplo al país. El doctor Pinto tuvo el buen cuidado
de señalar concretamente el carácter apolítico de la orga­
nización para dar mayor fuerza a su acción y quitar cualquier
argumento de intervención partidaria que pudieran inventar
los chacales del régimen. Su tenacidad en este punto fue
encomiada y criticada. Muchos los más, creían que era pre­
ciso darte al Comité un carácter definitivamente opositor y
tomar, por lo bajo, providencias para armar a la juventud.
Sin prejuzgar sobre quien estaba en la razón es justo ano­
tar la serenidad con la que actuó el doctor Pinto.
El gobierno respondió a los pedidos de Santa Cruz en
forma despectiva. Comenzó por calificar a Pinto de “ fili­
bustero”, de oportunista y de falso. El pueblo cruceño acu­
só el impacto y comenzó a protestar por lo que se anun­
ciaba como una campaña concertada contra las reivindicacio­
nes cruceñas.
Un día de octubre de 1957, el pueblo, indignado por
las ofensas que recibía a diario del gobierno, resolvió salir
a las calles en una gran manifestación que terminó con la
incautación por parte de un gran contingente de ciudada­
nos, de unas maquinarias de Yacimientos Petrolíferos Fis­
cales Bolivianos que se pretendía trasladar a otro punto de
la República.
Mediante notas agresivas que herían la sensibilidad cru-
ceña, Sites Zuazo, ordenaba al Comité Pro-Santa Cruz la de­
volución de las maquinarias. La respuesta de Santa Cruz fue
digna de un pueblo altivo. Conciente de que esas maqui­

— 239
narias eran todavía necesarias en esa ciudad respondió al re­
to con un paro general de carácter departamental.
Obedeciendo las órdenes del gobierno, el Control Po­
lítico a cargo del asesino Adhemar Menacho, se parapetó en
la Alcaldía Municipal y hostigó al pueblo con ráfagas de
ametralladoras. Un puñado de indomables muchachos se lan­
zó contra la Municipalidad y allí cayó acribillado por las
balas gobiernistas el joven universitario Roca Pereyra. Nin­
guno de los que ingresaron a la Municipalidad llevaba ar­
mas. Pero la multitud incontenible se lanzó a la guarida
de los asesinos de Control Político y los apresó. Menacho
logró fugar por el tejado. Un jeep del C.P. fue incendiado
en la plaza.
Un hermano de Roca Pereyra, enloquecido por el dolor
que le produjo el asesinato de su hermano, pidió conocer al
criminal que se encontraba preso y que era nada menos un
agente muy conocido por la crueldad conque torturó a los
presos en los campos de concentración apellidado Pérez. In­
gresó a la celda de éste y acabó a balazos con el chekista
boliviano.
La situación se hizo tirante y el rompimiento con el
gobierno fue abierto pues se plegaron al Comité Pro Santa
Cruz, los mismos militantes del partido oficial. Se hizo
una sola pausa, allí no mandaba ningún partido. Las auto­
ridades que el día anterior obedecían al gobierno, se pu­
sieron al servicio del pueblo.
Enviado por el gobierno a comprobar los acontecimien­
tos llegó a Santa Cruz el ministro de Relaciones, Manuel
Barrau. Las mujeres cruceñas lo llevaron a la Municipali­
dad donde se velaban los restos del universitario Roca Pe­
reyra, y una de las mas audaces, tomándole de los cabellos
hizo que agachara la cabeza para que mirase de cerca el ros­
tro del muerto. El pobre hombre no sabía que hacer abu-

240 —
cheado por toda la gente indignada que solo así podía de­
mostrar su rabia.
A pesar de comprobar el agravio a Santa Cruz y el cri­
men, no cesó la canallesca propaganda de Radio Illimani y
del diario oficialista “ La Nación”, que lanzando a los cuatro
vientos la acusación de que Santa Cruz quería anexarse al
Brasil pedía al resto de la República lo ayudara a aplastar al
pueblo cruceño. El propio Siles Zuazo, con su conocida in­
conciencia acusó a ese departamento de separatista y al Bra­
sil de anexionista. Pocas veces la indignación llegó tan hon­
damente al corazón del pueblo boliviano.
La calumnia, en labios de Siles Zuazo no era de extra­
ñar y el pueblo boliviano lo conocía como urdidor de in­
famias. El mas que nadie, conocía el patriotismo de ese de­
partamento oriental; jamás hubo separatismo y si hubo al­
gunos desnaturalizados cruceños que alentaron en tiempo de
la guerra del Chaco aquel innoble sentimiento, ellos eran
ahora los partidarios del M.N.R. y sus más íntimos colabo­
radores.

V ISITA A SANTA CRUZ D EL PRESID EN TE


A RGENTINO

En su afán enfermizo de figuración, Siles Zuazo, con­


certó la entrevista con el presidente argentino, general Pedro
Eugenio Aramburu, para inaugurar el ferrocarril Yacuiba-
Santa Cruz que aún no había sido terminado. Como sabía
que el pueblo cruceño no lo recibiría amistosamente, solicitó
al Nuncio Monseñor Mozzoni viajase a Santa Cruz para obte­
ner del Comité Pro-Santa Cruz, un paréntesis en la disputa

241
hasta que pasase la entrevista. El Nuncio que jamás quiso
hacer nada por los presos y torturados, estuvo presto a obe­
decer a Siles y se trasladó a Santa Cruz. La Iglesia Católi­
ca no hace diferencias entre sus hijos del mundo entero, pe­
ro este prelado sí la hacía. Nunca interpuso sus buenos
oficios ante el gobierno para obtener clemencia para los mi­
les de católicos que yacían en las cárceles pero se encontraba
siempre listo para acatar lar insinuaciones del tirano como si
fuese un criado y no un Príncipe de la Iglesia. Llegó a
Santa Cruz. El pueblo aceptó la mediación, pero expresó
claramente que Siles no debía asombrarse si no recibía ni
un solo aplauso.
Llegó Siles Zuazo, “ como perro apaleado en barrio aje­
no”. Se presentó en los balcones de la Prefectura y con la
sed que tenía pidió agua. El pueblo allí reunido a una sola
voz le respondió: “ Si quiere agua, vaya a cavar un pauro” ( 1).
Cuando llegó el presidente argentino general Aramburo
se manifestó el contraste. El pueblo le brindó una ovación
grandiosa. Doloroso era para nosotros tener que aplaudir
con entusiasmo a un presidente extranjero y repudiar al nues­
tro. El despreciable tiranuelo no merecía sin embargo otra
cosa. Siles fue el único gobernante boliviano que fue recibi­
do con desprecio en Santa Cruz.
El miserable no lo olvidó. El orgullo y la dignidad de
los cruceños serían castigados. El odio de Siles Zuazo hizo
correr sangre generosa de niños, ultrajó a las mujeres en
su pudor y martirizó a sus hijos sangrientamente.
Para completar su obra vengativa él y su ministro de
(¡obierno, José Cuadros Quiroga, idearon la diabólica idea
de valerse de un cruceño. ¡Pero qué cruceño consiguieron
para “ sentar la mano” en la tierra oriental!

( ' ) l'.mio: un pozo, en el léxico popular cruceño.

— 242
Con instrucciones precisas, se ordenó a Luis Sandoval
Morón trasladarse a Santa Cruz. Sus antecedentes crimino­
sos eran conocidos. Este Sandoval Morón asesinó en la for­
ma más brutal al universitario Barros, a quien sumergió, des­
pués de haberlo torturado, en un noque con agua y lo ama­
rró de pies y manos con alambre provocándole descargas de
corriente eléctrica hasta hacerlo morir lentamente. ¿De qué
delito se acusaba a este muchacho?. . . No era gobiernista.
Y a este criminal se le daba carta blanca para terminar
con el Comité Pro Santa Cruz y por supuesto para hacer
desaparecer a sus dirigentes. Comenzó su labor en la capi­
tal con un sinnúmero de provocaciones. La sangre comenzó
a correr. Pinto Parada, denuncia a Siles los atropellos co­
metidos por sus partidarios y la insolente respuesta del pre­
sidente lo hace más prepotente a Sandoval Morón. El pue­
blo cruceño, sin esperar más, se levanta revolucionariamente
contra Sandoval a quien cerca en las afueras de la ciudad
conjuntamente con sus partidarios, que armados hasta los
dientes se traban en una lucha que dura tres días.
Dando al Morón es derrotado y emprende la fuga hacia
Cochabamba. Muchos heridos quedan y el pueblo cruceño
pierde al joven universitario Coronado, pero queda con la sa­
tisfacción de haber vengado la ofensa.
Siles Zuazo es derrotado nuevamente, y Santa Cruz se
libera una vez más de la dominación comunista.

E L FRACASO DE LA ESTABILIZACIO N

La cacareada estabilización de Siles Zuazo, fue un ro­


tundo fracaso. Una vez vencido el año que pidió para ver
sus resultados, y que todo el pueblo le concedió, la ciudada­

— 243
nía comprobó que lo único estabilizado eran las fortunas de
los jerarcas del partido gobernante. El estómago de los obre­
ros y de los ciudadanos de la clase media comenzó a sentir
hambre.
En su afán de sostenerse en el poder Siles quiso enga-
tuzar nuevamente a la ciudadanía y le imploró otro año
más de plazo. Dijo que este año 1958 se llamaría “ el año
de la producción”. El demagogo hablaba de producción sa­
biendo que la producción había disminuido en todo orden
de cosas por haberse apartado a los productores de sus ta­
reas habituales y haberlos llevado a las ciudades para exhi­
birlos en sus desfiles o para sembrar el terror a la población.
Tanto llevar al campesino a la ciudad ha despoblado el cam­
po, y ahora los agricultores prefieren deambular por las ciu­
dades en una odiosa holgazanería. Los obreros, que antes
producían y ganaban el pan para sus hijos, se han converti­
do en milicianos a quienes se empuja a asesinar impune­
mente a la gente no adicta al gobierno. ¿De qué produc­
ción podía pues hablar, el señor Siles Zuazo? Los propios
agricultores no desean producir pues saben que las tierras
que les han repartido no son suyas.
Hasta el pobre indígena comienza a ver claro y se dan
cuenta de que han sido engañados por los maestros de la
mentira.
Un día conversando con un cruceño le oí decir: “ Veo
que en Santa Cruz ha llegado el momento de ajustar cuen­
tas con el “ cerdo” . La próxima vez que vaya, pues Siles
Zuazo no es sino eso, un cerdo, que no se cansa de engañar
y humillar al pueblo que un día creyó en él.
“ La estabilización monetaria fracasó porque ella no fue
encarada con seriedad y honradez de parte de los gobiernis­
tas. El pueblo le brindó todo su apoyo pero, como siem­
pre, los demagogos lo estafaron. Los complejos de Siles

— 244 —
Zuazo lo inclinaron siempre hacia el mal. El saberse des­
preciado lo atormenta y no se cansa de decir que nadie quie­
re comprenderlo” .
“ En realidad el señor Siles Zuazo ocupó la primera ma­
gistratura sólo para demostrar su habilidad como comediante.
Sus reiteradas renuncias, como sus huelgas de hambre son pu­
ra comedia. El mismo, ordena a sus sindicatos de choferes
que hagan huelga general, pero a la condición de que pidan
que no se acepte su renuncia. Organiza una gran manifes­
tación “ multitudinaria”, como ellos llaman a esas concentra­
ciones impuestas, van a su casa, lo sacan y lo llevan de nue­
vo al Palacio de Gobierno. El, dócil al reclamo de la ciu­
dadanía, “ obedece a las bases” y con un gesto jesucristiano
retira su renuncia. Y luego pronuncia un discurso impreg­
nado de odio, se desfoga, culpa a la “ oligarquía” , a los “ ga­
monales” y a los “ cachorros de la rosca”, por haberlo pre­
cipitado a presentar su renuncia. Recurre a las armas más
innobles para conseguir el apoyo del pueblo: se hace com­
padecer, llora ante los dirigentes sindicales, comienza por
conmoverlos aumentándoles sus cupos y acaba con la com­
pra de sus conciencias en dinero efectivo. Después de su
huelga de hambre, de sus renuncias, ya a nadie convence.
Se muestra tal como es: “ Tigre acechando a su presa. El,
como antes Paz Estenssoro, ordena los atracos en las vías
públicas que se cometen todas las noches; sus víctimas apa­
recen tendidas en las calles, ya muertas o apaleadas. Todo
esto me dijo mi paisano. Era un buen resumen, en el len­
guaje de un hombre del pueblo, del carácter de Siles Zuazo.
Regreso a La Paz nuevamente. Busco a mis amigos y
todos ellos me dicen: “ Tenías razón, Siles Zuazo es peor
que Paz Estenssoro” .

245 —
M OTIN EN E L PANOPTICO NACIONAL

En los primeros días de mayo de 1957, y a raíz de un


intento de fuga, se produjo un motín en el Panóptico que
estuvo a punto de producir una masacre. Felizmente, esta
no se llevó a cabo gracias a la entereza del coronel Miltón
Delfín Cataldi, quien, durante tres días mantuvo conjunta­
mente con sus demás compañeros presos a raya al verdugo
San Román y sus sayones.
Alrededor de 80 presos políticos, dirigidos por Catal­
di y secundados por los señores Mario Arce, Pedro Salazar,
Max Eduardo, Gabriel Morales (Chaleco), Surco Maceda,
Cuéllar y otros, en un gesto sin precedentes, desafiaron a
toda la organización de represión de San Román, quien ha­
bía rodeado el penal con sus agentes y milicianos al tener
conocimiento, que los presos esas noches tenían planeada la
fuga.
Cataldi, dispuso que los presos políticos se armaran con
lo que pudiesen, palos, piedras, fierros y cuchillos. Los pre­
sos quitaron los fierros del balcón interior (Sección Mujeres)
y en un episodio parecido a la toma de La Bastilla, se movi­
lizaron dispuestos a morir ametrallados antes que permitir
atropellos y torturas al que estaba acostumbrado el sabueso
San Román, quien ante la resuelta actitud de este puñado
de hombres prácticamente indefensos, quedó desarmado mo­
ralmente. San Román, no pudo entrar donde se encontra­
ban los detenidos al ver la resuelta actitud de los presos
tuvo que retirarse pero manteniendo la tensión allí reinante
durante tres días. Tiempo éste, que los presos montaron
guardia para evitar el ingreso de los agentes.
Es cierto que la fuga planeada existía, pero ella estaba
coordinada con una acción revolucionaria que dirigida por

246 —
me mi« Ico de detenidos políticos quienes luego de franquear
« I lugar deberían capturar un importante objetivo próximo
en »oí h <>mi tanda con la ayuda exterior cuyas misiones ya se
ImItíiin señalado para otros objetivos de la ciudad. La ac-
.i.»n planificada no pudo ejecutarse por la falta de la nece-
Ain iu decisión de quienes debían actuar desde afuera a ins­
trucciones impartidas por el coronel Cataldi de acuerdo con
. I señor Surco y otros elementos organizadores.

1 9 5 8

Nuevamente los demócratas bolivianos anti-comunistas


nos situamos en la trinchera que Dios y la Patria nos tenía
señalada. No aceptamos seguir impasibles ante la tragedia
nacional. Concedimos a Siles Zuazo el año de tregua, nos
defraudó, traicionó una vez más a la nación; era hora de
recuperar nuestra libertad de acción y la recuperamos.
El país yendo de tumbo en tumbo. Sin norte, sin pro­
grama, sin hombres. Tres elementos han mantenido al M.
N.R. en el poder: la ayuda económica de los Estados Unidos,
las fracasadas tentativas falangistas de subversión y el terror
del Control Político. Por eso resolvimos continuar nuestra
lucha clandestina.
A fines de enero, el gobierno denunció el aborto de una
revolución y tomó presos a los que, según el gobierno, “ te­
nían que asesinar a Siles” . Comprendimos que aquello era
una farsa, pero nosotros los “ contrarrevolucionarios” conti­
nuamos nuestra labor. El gobierno sospechaba que una re­
volución estaba en marcha, pero no sabía los hilos, y puedo
lublar en plural pues no solamente marchaba una revolu­
ción sino cuatro.

— 247 —
Armé a algunos amigos. ¿Cómo conseguí las armas?
Muy fácilmente. Sabiendo que el 95% de la ciudadanía
de La Paz quería el derrocamiento del gobierno, iba de ca­
sa en casa y hablaba con sus moradores y les planteaba mi
plan en forma clara: “ Sé que usted no es comunista y por
lo tanto no es movimientista, ¿verdad? También sé que si
estalla una revolución usted no será de los que han de salir
a pelear a las calles. No vengo en pos de ayuda económica,
pero sí vengo a pedirle me entregue el arma que tenga,
cualquiera, todo nos sirve, sea usted patriota” .
Muchos fueron los que me dieron armas, gasolina, dina­
mita, etc. Una simpática señora que tenía trece dólares en
billetes de a uno, me los entregó. Con ese dinero compré
dos turriles de gasolina. A algunos tuve que amenazar. Les
dije: “ Cuidado con delatar, cuidado con “ soplar” . Lo sa­
bremos tarde o temprano y entonces arreglaremos las cuen­
tas personalmente con ustedes” .
Visité también a un joven profesional que era a la vez
secretario de un partido político. Lo conocía desde años
atrás, había estado preso. Charlamos sobre el momento po­
lítico y le pedí secundar la revolución que estaba por esta­
llar. El me dijo: “ Usted sabe que yo” . . . estaba nervioso.
Yo terminé la frase: “ Sí, sé que usted antenoche ha charla­
do con algunos dirigentes políticos de los otros partidos, que
un militar en ejercicio estuvo en esa reunión y que fracasó
porque éste se mostró muy arrogante. Nosotros hemos re­
suelto hacer la revolución sin ese militar, ¿qué le parece?”
“ Si es así estoy con ustedes, me dijo, pero en este momento
nada le puedo responder porque necesito consultar con mis
amigos”. En un momento de duda me espetó:“ ¿Por qué no
pide ayuda a Falange?”
— Le ruego no hacer preguntas, el repliqué, deseo saber
si acepta o no. Volveré mañana a saber el resultado.

— 248
\ili «le aquella entrevista arrepentido de haberla realiza-
.I.• Vi en aquel hombre, que era nada menos que uno de
l>> |i lt -i de un partido opositor, al timorato, al cobarde con
iliuiem de figuración, pero incapaz de dar el paso de auda-
« i.i | mi miedo de perder el puesto e ir a la cárcel. Pero
ii'*u!v¡ regresar al día siguiente.
Me reuní con él en el mismo lugar, me recibió más ner-
vi" " aun y me manifestó que su partido no estaba dispues-
i" a ii a una revolución y que era necesario llegar a las
• ■1« i cioncs, en las cuales él tenía la seguridad de entrar en
m ie g lo s con el gobierno y ganar unas bancas en el parla-
incnlo. “ En lo personal, me siguió diciendo, tengo miedo de
volver a la cárcel, estuve tres meses allá” . Me reí y le dije:
"Nosotros hemos estado, el que menos un año, y seguimos
luchando... Veo que con ustedes es imposible hacer na­
da. su partido quiere llegar al poder sin exponer nada. Eso
* s absurdo” .
Se puso pálido, se levantó de su asiento y me dijo: Me
eMá usted ofendiendo. Agradezca usted que no lo denun-
» io a San Román” .
No lo haga usted. . . pues créame que si me denuncia
mi a hacerme compañía. No soy un sinvergüenza ni un
» Inico para hacer amenazas con San Román pero conozco
mi dureza para aguantar las torturas. Si usted se atreve a
di hilarme diría que usted es mi jefe y que me ha denuncia­
da porque le conozco sus asuntos. Por su bien le ruego no
de usted un mal paso, señor. . .
Con los cobardes como este señorito cómodo, sin idea-
ii" político, hay que actuar directamente. Es la única ma­
l i c i a de que no se manchen y se queden quietos. Así fue.
Nuestros trajines subversivos iban viento en popa. Me
uní a los falangistas nuevamente y ayudé a armarse a un
guipo pursista, los cuales actuarían unidos. Sólo he de norn-

— 249 —
brar a uno que ya descansa en paz, el joven falangista César
Rojas Alcocer, caído el 21 de octubre de 1958. Me privo
de dar los nombres de los demás por estar unos en la cár­
cel y otros continuando la lucba clandestina.
En la desesperación de liberar a la patria me tecnifiqué
en muchas cosas útiles para una acción revolucionaria, podía
considerarme un hombre clave por la tenacidad conque asi­
milé mis experiencias.

14 D E MAYO D E 1958

En los primeros días de mayo tuve la última reunión


con mis amigos y allí resolvimos que, la cabeza revoluciona­
ria nos comunicaría la fecha del estallido revolucionario 12
horas antes por lo menos.
El 14 de mayo, a las 10 de la mañana, recibí un im­
prudente llamado telefónico en la oficina de un amigo que me
la prestaba con entera confianza y que yo arbitrariamente
usaba para mis contactos revolucionarios. El llamado me de­
jó alelado, pues así, por teléfono y en lenguaje claro me
dijeron: “ A las 12.30 de hoy estallará la revolución, pon a
los amigos sobre aviso para salir a las calles” .
A pesar de la tremenda impresión que representaba ese
aviso salí volando y feliz; había llegado por fin el día. . .
En el Prado hizo la suerte que me encontrara con dos mi­
litares que estaban en la danza y a los que puse al corriente
de los acontecimientos. Luego ingresé a la casa de la señora
que me dio los dólares y le pedí a su marido algún dinero
pues estaba sin un centavo para tomar taxi y dar mis ins­
trucciones a los amigos comprometidos.

— 250 —
Lo cité a “ Jone” f 1) Eduardo Antelo, que ya era po-
n. . .loi de dos fusiles, abundante munición y le dije que se
luein ni puesto que ya tenía señalado. Seguí a Miraflores
donde yo debía actuar con mi grupo, los puse al corriente
v le. pedí estar listos y que me esperasen pues yo iría a
nucí- armas.
Bajé a Obrajes y saqué mis pertrechos que metí a una
..m a sía . Resolví tomar una “ góndola”, para despistar. Me
encontraba parado en una esquina, cuando hizo la casualidad
.le que pasaran en una camioneta unos amigos, también re­
volucionarios, que me ofrecieron transportarme. Le pedí que
me llevasen a Miraflores, pero ambos muchachos me dijeron
que no había tiempo. Me condujeron a una callejuela del
mismo Obrajes; allí, en una casa muy bien situada estaban
I i muchachos jubilosos y un alto jefe militar. Con nosotros
lies hacíamos un grupo de 16 hombres, comandados por el
militar retirado.
Dos tambores explosionaron que eran parte de la señal
para salir a la lucha, según me indicaron. Faltaba la ex­
plosión de un tercero. Me encontraba feliz, pues esos tam­
bores los había proporcionado yo. Pasaron los minutos an­
gustiosos sin que la tercera explosión llegara a oirse y por
este motivo salieron de la casa los dos amigos de la camio­
neta y un ex-cadete mas a tomar contacto con la ciudad.
El entusiasmo de aquellos jóvenes era conmovedor, yo armé
¡i dos de ellos y al que comandaba el grupo le hice entre­
ga de mis otros pertrechos.
Pero los que salieron a tomar contacto no volvieron.
Luego uno de ellos que allí se encontraba comenzó a jugar
con el teléfono. ¿Estaba dando alguna señal? No lo sé
ni me importaba en ese momento. ¡Tan seguro parecía el

( 1) “Jone” : un apodo que quiere decir piedra, en el léxico popular


de Santa Cruz.

251 —
éxito! Pero la dolorosa realidad fue que en un momento de
esos, cuando nosotros esperábamos que volvieran los que sa­
lieron una hora antes vimos llegar al Control Político en va­
rios jeeps. Se aproximó a la reja de la calle y comenzaron
a “ granearnos” bala. Felizmente el largo callejón que comu­
nicaba la puerta de calle con la casa nos permitió defen­
dernos. Contestamos al fuego mientras nos preparábamos
para huir. Ocultamos lo mejor que pudimos armas y explo­
sivos y comenzamos a escalar las paredes de las casas veci­
nas mientras uno de los nuestros, parapetado al final de pa­
sadizo, mantenía a raya a San Román, Raúl Gómez y a sus
agentes. Finalmente lo ayudamos a saltar la pared y fuga­
mos todos. Yo sentía una gran angustia pensando en los
dueños de casa que quedaban para soportar la violencia de
San Román. Después supe que media hora más tarde de
nuestra salida, al no recibir respuesta al fuego graneado que
hacían los agentes, éstos ingresaron a la casa del ex-mayor
González, que así apellidaba el dueño, y que no repararon ni
en el estado grávido de su esposa, ni la tierna edad de sus
niñas. Obligaron a la señora González, a sentarse sobre car­
bones encendidos y al esposo lo ultrajaron en toda forma.
Yo llegué, en mi huida, al Colegio Rosa Gattorno; me
encontraba ligeramente herido y las monjitas se asustaron.
Me facilitaron agua para lavarme la sangre y a los pocos
minutos salí de allí para no comprometerlas. Llegué a mi
casa e indiqué a mi hija Olguita donde me iba a refugiar
ya que su mamá no estaba en casa. Le aconsejé que no
se asustase si iban los agentes a requisar. Sabía que irían.
Me encontraba sereno. Olguita era la única persona que
sabía donde estaría y le dije que nadie debía ir a buscarme.
Mi hija me comprendió y yo confiaba en ella.
Esa misma tarde, fue allanada la oficina del doctor Juan
l’eieyra Fiotillo, que fue donde se recibió la imprudente 11a-

— 252 —
madn telefónica; le quitaron su teléfono, lo persiguieron y
allanaron su domicilio. Sufrió el doctor Pereyra todos esos
atropellos por mi culpa. El nada sabía de mis trajines con­
trarrevolucionarios y le causé bastantes perjuicios morales
y materiales. Ojalá que me perdone y comprenda, pues ja­
más pensé que se cometería la imprudencia de hablarme en
lenguaje sin clave. Muchos otros domicilios fueron allana­
dos para encontrarme.
Mi casa recién fue allanada a las nueve de la mañana
del día siguiente. Debido a la tenacidad con que después
de cada prisión volvía a la lucha me creían como siempre
un pez gordo. Rodearon la casa con gran número de mili­
cianos que con sus ametralladoras apuntaban a mis familia­
res. Hicieron una requisa general. No encontraron nada
pues la única arma que yo tenía en mi hogar era el revólver
que en esos momentos estaba en mi poder. Hicieron llorar
a mis hijos y trataron de obligarlos a decir donde me en­
contraba. A Olguita, le pusieron el caño de una pistola ca­
si dentro de la boca, la niña tenía entonces nueve años y no
se inmutó; negó saber donde me encontraba. Mi pobre hija,
recién, cuando se fueron los criminales, pudo dar rienda suel­
ta a su miedo y lloró a mares en el regazo de su madre.
Pensé entonces, con infinita rabia que era imposible que
las lágrimas de mis hijas y las de miles de niños que en esos
instantes estaban siendo aterrorizados no cayeran algún día
sobre los verdugos y los suyos como una maldición.

Que me hicieran a mí lo que quisieran pues yo era el


contrarrevolucionario, era natural. ¿Acaso no lo habían he­
cho en otras oportunidades? Pero ¿por qué ensañarse con
los niños? Creían que así nos intimidarían. No quieren
comprender que nuestra lucha solo terminará con el triunfo
de la libertad y la justicia.

— 253 —
Al atardecer volvieron en mi busca. Sabían que yo ya
no caería preso ni me mataría, caería matando. Por eso ve­
nían en manadas, por decenas, a rodear mi casa y allanarla.

TERCER E X IL IO

Me vi después de estos acontecimientos obligado a soli­


citar asilo político en la Embajada Argentina. Las repetidas
incursiones del Control Político a mi domicilio y a los de mis
amigos lo aconsejaban.
Un automóvil diplomático me recogió de “ algún lugar”
y me trasladó a la una de la tarde del día 17 de mayo a la
sede de esa representación. Quince minutos más tarde lle­
gué a esa hospitalaria mansión de hombres Ubres, donde fui
recibido por el señor Consejero doctor José María Ruda,
quien me manifestó que la solicitud que había hecho el día
anterior para asilarme había sido aceptada por el señor Em­
bajador don Manuel Muñiz. Yo rengueaba un poco pues me
había dislocado el tobillo derecho y me dolía mucho. De
inmediato me proporcionaron una cama donde descansar.
En la noche el señor Embajador me recibió en su des­
pacho y me hizo algunas preguntas sobre los motivos que me
impulsaron a asilarme. Las respondí todas. Me ofreció la
atención de un médico al ver la dificultad que tenía para ca­
minar; le agradecí pero no acepté. Era mi deseo molestar
lo menos posible a las personas de aquella dignísima re­
presentación diplomática, que durante la tiranía de Paz-Siles,
mantuvo sus puertas abiertas, día y noche, listas a acoger
a los perseguidos políticos. Todos los que hemos pasado por
ella guardamos un recuerdo imborrable del valor, la entere­

— 2 54 —
za y la generosidad del doctor Muñiz, del coronel Eduardo
Avalía, del doctor Ruda, del coronel Soria, etc.
Al día siguiente se acogieron al asilo, allí mismo, dos
personas con las cuales estuve accidentalmente en la calle
7 de Obrajes. E l ex-coronel X .X . y un muchacho González.
Luego llegó el chofer del señor Unzaga apellidado Gamarra
y otro joven, Tapia Montier.
Los allanamientos a mi casa cesaron al saber Control
Político que ya me encontraba en la Embajada. Respiré
tranquilo.
Se nos concedió salvoconducto el 27 de mayo, día de la
Madre en Bolivia. Fuimos conducidos al aeropuerto de
“ El A lto” por el doctor Ruda para ser transportado en un
avión militar argentino a Buenos Aires.
Minutos antes de partir, llegó mi esposa con mis cua­
tro hijos a quienes apenas tuve tiempo de abrazar. No hu­
bieron lágrimas gracias a Dios; mi familia estaba feliz de
que yo salieran del país y que no hubiera llegado a la cár­
cel. . . Yo también estaba contento por ahorrarles sufri­
mientos.
A la una de la tarde arribamos a Salta. Almorcé solo
en el aeropuerto, pues los otros cuatro asilados resolvieron
quedarse allí y continué a Buenos Aires donde llegamos a
las 11 de la noche. En Ezeiza las autoridades aduaneras
y policiarias me trataron con suma cortesía e incluso no me
revisaron mi pobre equipaje. Gocé en esos momentos al
mirar los afanes de la señora del ministro de Defensa, Mo­
rales Guillén, que trataba por todos los medios de ocultar
de los ojos de Argos de los agentes aduaneros, un paque­
te. . . ¿Sería cocaína? Personas que conocen las andanzas
de esta gente me han dicho que podía estar en lo cierto. Los
altos jerarcas del gobierno de Bolivia son los mayores pro­
ductores de estupefacientes en América y nunca han vacilado

— 255 —
en acometer los negocios más turbios con tal que les repor­
ten ganancias fabulosas sin trabajar. Lo evidente es que al­
go llevaba en el paquete que ella no quería que fuera revi­
sado. Su nerviosismo la delataba. Pero era una mujer
y además tenía pasaporte oficial y de esa manera se logra al­
guna cortesía.
Llegué a la capital a la una de la madrugada y me fui
a un hotelito de cuarta categoría que a mí me pareció un
palacete por el solo hecho de estar en libertad. Al día si­
guiente conseguí una pensión en Moreno.
Como se sabe, en la única parte que triunfó la revolu­
ción del 14 de mayo fue en Santa Cruz y en Camiri. La
falta de apoyo por parte del doctor Pinto restó calor popu­
lar a los revolucionarios y decidió la suerte de aquellos en
forma desastrosa y, posteriormente, sangrienta.
El jefe falangista de aquella plaza, doctor Mario Gutié­
rrez, al verse huérfano del apoyo que creyó le brindaría el
pueblo y al tener noticias de que en La Paz y en otros de­
partamentos no sucedió nada no tuvo más remedio que dar­
se a la fuga con sus amigos.
En mi concepto fue aquivocada la actitud asumida por
el doctor Pinto al haber negado su concurso a aquellos va­
lerosos muchachos que luchaban por la libertad nacional. Su
raro criterio de que ya Santa Cruz no estaba bajo las ga­
rras del gobierno y por lo tanto no tenía por qué ingresar a
la lucha aunque cierto, lo pone en una situación bastante de­
licada pues él debía comprender que Bolivia toda padecía
una tiranía terrible, que si Santa Cruz había logrado desha­
cerse de ella, tenía la obligación de ayudar a sus hermanos
del norte a reconquistar la misma libertad de que gozaban
los cruceños. Creyó que Santa Cruz ya era libre para siem­
pre, no tuvo la visión del porvenir total del país, no pensó
que mientras Siles Zuazo fuera el presidente su hiprocresía

— 256 —
lo llevaría a todas las simulaciones. Esperaría pacientemente
n estar listo para marchar allí donde no hubiera simpatía por
él. Y así sucedió.
Es casi seguro, que si los revolucionarios cruceños se
hubieran mantenido cinco días con Santa Cruz en su poder,
la suerte de Bolivia se habría definido en ese entonces. Pe­
ro aquellos muchachos no pudieron sostenerse ni veinticua­
tro horas al negárseles por intermedio del doctor Pinto el
apoyo del pueblo, que esperó la palabra de su líder para sa­
lir a las calles. Sin apoyo del pueblo ¿qué podían hacer los
revolucionarios ante el avance de las fuerzas del gobierno?

LA RETOMA DE SANTA CRUZ

Siles Zuazo paga una vez más su gratitud a Santa Cruz


regando su suelo con la sangre generosa de sus valerosos
hijos.
La “ retoma” de Santa Cruz por las “ leales fuerzas go­
biernistas” fue realizada por dos “ militares de la revolución
nacional” . El general Acebey, de los ascendidos por su ser­
vilismo a la tiranía y el asesino a sueldo y actual senador,
Carmelo Cuéllar Jiménez. Hacer la retoma de una plaza,
abandonada 48 horas antes, no es ninguna hazaña. Los par­
tes que dirigían a su gobierno están llenos de acciones “ vic­
toriosas” . Estos dos héroes de pacotilla ingresaron a Santa
Cruz a la cabeza de algunos miles de indios de Ucureña.
¡Dignos jefes de tales soldados!
Hablemos un poco de Ucureña: En el valle de Cocha-
bamba existe un pueblo de indios quechuas que tiene ese
nombre. Esos indios, resabio de algún clan bárbaro, se han

— 257
sión al gobierno, el pueblo lo ignoró. Eran momentos muy
gratos para acordarse de los asesinos.
Pero éstos no se habían olvidado del pueblo y en espe­
cial del doctor Hertzog, a quien odiaban y temían. Allí, en
la manifestación pacífica de un pueblo delirante y esperan­
zado, que recibía al ex-mandatario que jamás hizo llorar a
nadie ni sembró el dolor, que no permitió que bajo su go­
bierno se derramase una sola gota de sangre y que impidió
que se malversasen los fondos fiscales, tenían que presentarse
los asesinos comandados por Fellman Velarde, Rolando Re­
quena y otros maleantes. Ingresaron en las últimas cuadras
de la manifestación. Era indignante verlos con las caras
congestionadas por el alcohol, con los puños amenazantes,
profiriendo gritos insultantes. El pueblo, a pedido del doc­
tor Hertzog y sus amigos, no aceptó la provocación y si­
guió su marcha triunfal llevando a su líder.
Pero Fellman Velarde, el monstruoso aborto, tenía que
mostrar su sed de sangre y queriendo testimoniar su servi­
lismo al gobierno Siles con quien se encontraba algo resen­
tido, incitó a sus agentes a acometer de hecho contra los
manifestantes. Tenía a sus órdenes cientos de milicianos y
de agentes del Control Político. De las palabras pasaron a
los hechos y comenzaron a apedrear al ex-mandatario. Una
de esas piedras hirió en el parietal izquierdo al doctor Hert­
zog. Sus amigos pretendieron cubrirlo pero él con gran sere­
nidad y entereza se negó a agacharse. Recibe nuevas pedra­
das y en medio de vivas y mueras llega a su casa donde des­
de los balcones, bajo una lluvia de piedras, arenga a los
mainfestantes pidiéndoles que no se dejen amilanar con los
provocadores, que no contesten la provocación para evitar
derramamiento de sangre y que se retiren a sus casas. Las
palabras dichas por él esa tarde, en plena pedrea, son un
modelo de valor.

— 260 —
Huí»' . M.i 1 ,1 1 . 1 « muchos heridos, hombres, mujeres y ni-
.. «|«1 1« ni . nr nlcndieron en el domicilio del Dr. Hertzog.
I Ih, I,.i |«ii electoral, entró desde ese día en una fase
. Imm.i l,i y violenta.
Un if.i «le ln Vega, que había entrado muchos meses
rtltiU ,l,iii,l, .iiiuincnte, hizo su aparición en público en me­
dio de iin.i multitud sólo igualada por la que recibió el ex-
|in „lili ni«- I ícrtzog. Allí estaban sus amigos falangistas
ni«,/, lili Ion a pursistas y liberales y todos los ciudadanos que
«tui«il mu lu libertad. El gobierno se abstuvo de provocar
nuevo:« incidentes. Temía que en esa manifestación hubie-
imi tilos en lugar de piedras y que se complicaran las cosas.
I I 20 de julio debían celebrarse las elecciones,
l uc un grave error, claro que es mi opinión personal, el
i|u< algunos partidos de oposición se hubieran prestado a la
l.ii .a electoral para legalizar con su presencia, una vez más,
l,i burda maniobra del M.N.R.
'lodos los partidos estaban dispuestos a abstenerse. Pe­
to un nuevo partido, creado a última hora, con el nombre de
Partido Social Cristiano, dirigido por Vicente Mendoza M.,
benjamín Miguel Harb, Remo Di Natale E., Alberto Castillo,
Carlos Ortega S., Oscar Silva y otros, sin malicia política
alguna o tal vez con demasiada malicia, pues algunos de ellos
fueron asesores del gobierno, se convirtieron en un verda­
dero apéndice del M.N.R. al presentarse como partido opo­
sitor con el objeto de mostrar a la opinión nacional e inter­
nacional que el gobierno de Siles Zuazo practicaba la demo­
cracia y permitía a los partidos desenvolverse libremente en
la política.
Como era de esperar, este partido, que se decía oposi­
tor, no aceptó ir a la abstención y decidió llegar a las ur­
nas. Algunos creían, en su afán oportunista, que capitali­
zarían todos los votos opositores en medio de una absten­

261 —
ción general y que de la noche a la mañana se convertiría
este pequeño grupo en un verdadero partido. Yo personal­
mente creo que la mayor parte de ellos eran leales colabora­
dores del M.N.R.
Falange Socialista Boliviana, creyó que no debía dejar
el campo libre a los Social Cristianos y cometió el mismo
error: fue a la elección. Era hacerle el caldo gordo al co­
munismo.
Los partidos tradicionales resolvieron votar en blanco o
abstenerse.
Como era de esperarse, las masas “ multitudinarias”, die­
ron el triunfo al gobierno de Siles, quien en un gesto de
“ magnanimidad”, regaló dos bancas parlamentarias a Falan­
ge Socialista Boliviana. El M.N.R. sabía que con esos dos
diputados opositores y un tercero que había quedado en la
Cámara, no corría ningún peligro y que sería fácil acallarlos
o correrlos. Pero concurriendo a las elecciones los falangis­
tas el gobierno demostraba hipócritamente ser democrático.
A fin de cuenta la democracia tiene su piedra de toque que
se caracteriza por dos cosas: las elecciones y la participa­
ción de la oposición en ellas.
Se realizaron las elecciones. Finalizado el escrutinio, los
falangistas salieron en manifestaciones por las calles. En la
plaza Pérez Velasco, fueron baleados por las huestes go­
biernistas las que asesinaron a dos muchachos.
El Control Político, como de costumbre, robó esos ca­
dáveres y los enterró como miembros del partido oficial, des­
pués de haber “ descubierto” que pertenecían al M.N.R. To­
das las reparticiones públicas enviaron coronas, se obligó a
los empleados a concurrir al sepelio. El gabinete en pleno,
ion el presidente a la cabeza, presidieron el cortejo. En los
discursos se manifestó el fervor partidario de los dos “ hé­
roe. civiles, abatidos por la metralla fascista” .

— 262 —
I Un “ heroico general de la democracia popular” a quien
lo llamaban el “ pajarito Prudencio” , que para vergüenza de
lu patria y de la institución viste el uniforme, fue el que in-

I
citó a las milicias a salir a las calles a asesinar falangistas.
Este general Prudencio, comandó aquella noche de terror,
en lugar de soldados, a milicianos ebrios, en su calidad de
jefe del Comando Departamental del M.N.R. El general-
miliciano, que ya era muy conocido por contrabandista, se
ganó con su proeza un nuevo negociado que le permitió
aumentar su fortuna mal adquirida que ya tenía. Siles Zua-
zo ordenó después de esto a la Corporación Minera conce­
derle, por sus merecidos servicios a la “ revolución nacional”,
un contrato para la provisión de carne argentina a las minas
nacionalizadas. El M.N.R. retribuye muy bien a sus foragi-
dos. Para ello, solo basta que éstos entreguen la cabeza
ensangrentada de un opositor.

22 D E JU L IO

Sabiendo el gobierno que las elecciones que acababa


de “ ganar” no tenían el beneplácito del pueblo boliviano,
resolvió asesinar al jefe de Falange, señor Unzaga de la
Vega. Contaba para ello con el famoso general miliciano
que he mencionado, a quien ordenó cumplir la orden.
El ministro de gobierno Marcial Tamayo, queriendo ha­
cer honor a su nombre, marcialmente marchó con sus agen­
tes del Control Político a “ sentar la mano” al jefe falangis­
ta. Como primera medida hizo cortar los teléfonos auto­
máticos, luego hizo incendiar la Secretaría de ese partido
que funcionaba en el edificio Chain. Asesinó a mansalva a

— 263 —
niños estudiantes del Colegio Villamil, y luego se dirigió a
la casa donde se encontraba el jefe falangista. El estratega
y jefe de los milicianos, general Prudencio, se encargó del
cerco de la casa y ordenó a sus secuaces el ataque. El dra­
ma, largamente estudiado y premeditado de Siles de eliminar
al señor Unzaga, estuvo a punto de hacerse realidad. Pero
el gobierno, no contó con que los cercados se defenderían,
ni sabía que esta vez estaban dispuestos a morir pero tam­
bién a matar. La lucha fue desigual. Heroicamente resis­
tieron los sitiados de la casa del “ Bola Rivero” , como afec­
tuosamente llamaban al dueño de casa, en medio de una in­
mensa muchedumbre horrorizada y atemorizada.
Allí, en la casa sitiada, habían mujeres y niños, lo que
no importó para que los cercados fueran incluso cañoneados
con “ oerlicon” y “ bazokas” . La casa fue casi deshecha pero
la resistencia continuó hasta que quemaron el último car­
tucho.
En un momento de esos cayó muerto uno de los agentes
de Coordinación, muerto por la espalda, baleado por sus mis­
mos “ compañeros” . El gobierno necesitaba una bandera pa­
ra poder justificar el crimen que preparaba.
Unzaga de la Vega y sus amigos finalmente se rindie­
ron; no fueron fusilados allí mismo por la enorme muche­
dumbre que se había reunido. Fueron sacados a culatazos
todos, hasta las mujeres y los niños ,y se los condujo presos
al Control Político.
Siles Zuazo, se vio obligado en esa ocasión, muy a pe­
sar suyo, a respetar la vida del señor Unzaga por el escán­
dalo que se produjo en su espectacular apresamiento, escán­
dalo que salvó al dirigente falangista. Si Unzaga se hubiera
rendido sin haber combatido esas dos horas, estoy seguro que
el gobierno lo hubiera liquidado y luego inventado alguna
historia para explicar la noticia de su “ muerte”.

— 264 —
Después de tres o cuatro días de haber estado preso el
señor Unzaga de la Vega, atormentado por su vencedor el
general-miliciano Prudencio, fue puesto en libertad. Los cu­
latazos en su rostro eran visibles.
Sus compañeros fueron encarcelados durante meses. Ni
que decir de los infinitos padecimientos inflingidos a todos
ellos.

21 D E OCTUBRE

Tanto el doctor Hertzog, como el señor Unzaga de la


Vega, se dirigieron en repetidas oportunidades a Siles, pidién­
dole dar los pasos necesarios para llegar a la pacificación
nacional.
En una proclama dirigida al país con el título de “ Pega
pero escucha”, el ex-presidente Hertzog, dirigiéndose a Siles
le decía: “ La suerte de Bolivia, está en sus manos señor
presidente” . La respuesta de Siles Zuazo no se hizo esperar.
Designó como ministro de gobierno al mismo hombre
fuerte de Paz Estenssoro, al instigador de la creación de los
campos de concentración y de las torturas a los presos po­
líticos. Y con este sujeto, llamado Walter Guevara Arce,
se comenzó a elaborar el siniestro plan para exterminar a
los jefes de la oposición: Hertzog, Unzaga y Montes. El in­
formante que teníamos incrustado en una alta repartición gu­
bernamental nos dio el nombre de las personas encargadas
de ejecutar las órdenes de Siles-Guevara.
Quien debía asesinar a Hertzog era el general Larrea.
A Unzaga, el coronel Portugal y a Montes un tercero cuyo
nombre no recuerdo. El doctor Hertzog denunció pública­
mente ante el ministro Guevara el atentado que estaba por
producirse.

265 —
Al verse descubiertos optaron dar otro golpe que pre­
pararon conjuntamente con el Director General de Policía,
Julián Guzmán Gamboa, mano ejecutora, desde 1944, de los
crímenes políticos preparados por Paz Estenssoro-Siles y Gue­
vara. A este asesino le ordenaron ponerse a las órdenes de
la oposición. Supe por boca del doctor Hertzog que mandó
de paseo a quienes les propusieron conversar con Guzmán:
“ ¿Qué podemos ofrecer a este asesino que ya no tenga? Yo
no creo además en su anticomunismo. Solo es un oportunis­
ta” , les expresó.
Desgraciadamente no lo conocían también en Falange,
a cuyos dirigentes engañaron para dar un golpe revoluciona­
rio que estalló el 21 de octubre de 1958.
La revolución fracasó, porque así tenía que ser. Guz­
mán Gamboa no salió a la lucha, como se había comprome­
tido; sus mismas fuerzas se encargaron de masacrar a los
grupos que salieron a la emboscada. Cayó prisionero el se­
cretario del señor Unzaga, César Rojas Alcocer, un brillante
luchador, que, brutalmente torturado, queriéndosele obligar
a que denunciara el lugar donde se encontraba su jefe, en­
contró finalmente la muerte. Este leal muchacho soportó que
le sacaran en vida las uñas de los pies y de las manos, que
le derribaran los dientes a culatazos, sufrió la rotura de su
columna vertebal. Ya medio muerto le sacaron la lengua y
en fin hicieron de su cuerpo una masa informe que fue
entregada a sus familiares para que sirviera de escarmiento.
Fue velado en la Casa Social del Maestro, donde fue visitado
por miles de personas que comprobaron con sus propios ojos
lo horroroso de las heridas.
El gobierno, completamente seguro de su impunidad, sin
temer ninguna reacción ni importarle los comentarios de­
mostró en esa forma de lo que era capaz a fin de mantenerse
en el poder.

— 266
Para justificar esa masacre revolucionaria, el gobierno
mató también a tres maleantes de su propio partido y pro­
clamó a los cuatro vientos que estos habían sido asesinados
por los falangistas.
Unzaga de la Vega salvó pues la vida el 21 de octubre
gracias a lealtad de su valiente secretario. Dios no permitió
que Siles Zuazo cumpliera su ansiado deseo de terminar con
su más encarnizado enemigo. El, la perversidad hecho hom­
bre y gobierno no pudo, esta vez, con Unzaga de la Vega, la
bondad personificada.
Así terminó este año de sangre y de dolor para el pueblo
boliviano. Desde ese día, Unzaga, debió permanecer en la
clandestinidad. Veía y oía por medio de sus lugartenientes.
El, confiado, seguía la lucha por la liberación de Bolivia.
Siles Zuazo, llamó al año 1958, el “ año de la produc­
ción” . La única producción que hubo en Bolivia fue de
odio, sangre y muertos.

19 D E A BRIL D E 1959

Un sol resplandeciente cubría la ciudad de La Paz; la


ciudadanía bajaba a Obrajes y Calacoto a pasar el domingo
en excursión. Nadie presentía que en unas horas más tarde
el pueblo paceño sería escenario de uno de los crímenes más
bárbaros que registra su tormentosa historia.
Ese día subí muy temprano a la ciudad pues tenía que
haber viajado a Buenos Aires en el avión del Correo Militar
Argentino al exterior, que hace su servicio quincenal a Bo­
livia. No viajé porque a última hora, la policía no quiso
darme la visa de salida por lo que tuve que apersonarme a la

— 267 —
embajada para manifestar el contratiempo que acababa de
sufrir.
Con mi señora esa mañana fuimos a oír misa a la Igle­
sia de María Auxiliadora. Cuando nos retirábamos de allí y
mientras esperábamos el ómnibus que tenía que trasladarnos
a Obrajes vimos pasar a varios dirigentes falangistas, entre
los que reconocí a “ Chano” Alvarez, Fidel Andrade, José Ma­
ría Achá y unos ocho más. Con Fidel nos saludamos ha­
ciéndonos un ademán con la mano. Eran más o menos las
9.30.
Llegué a mi casa de Obrajes muy molesto por mi viaje
frustrado. Me puse a jugar con mis hijos.
A las 10.30, llegó jadeante Poleca, una amiguita de mi
hija y me comunicó que en la ciudad había revolución, que
así lo había oído por radio. Naturalmente ello no me alarmó
ya que desde hacía siete años estaba metido en todas las re­
voluciones contra los comunistas y no sabía nada de la que
acababa de anunciarse. Me reí y le dije a la chiquilla que
no se pusiera nerviosa, que nada había, y se fue.
Pero a las 11.30, nuevamente vino la niña acompañada
ahora de su hermanita y me aseguró que era cierta la revo­
lución y que los falangistas habían tomado la Radio Illima-
ni y que luchaban en varios lugares de la ciudad. Mi mujer
y mis hijas se pusieron a llorar, pues ellas habían lo que para
mí significaban las revoluciones y en especial si ellas fraca­
saban. Puse la radio y comprobé que era cierta la noticia.
La mamá de la niña llegó poco después a la casa para
comunicarme que los hombres del gobierno en Obrajes esta­
ban reuniéndose y que estaban tomando sus providencias e
incluso allanando los domicilios de los opositores del barrio.
Me pidió que tratase de ocultarme pues presentía que la re­
volución era nada más que una trampa del gobierno.

268 —
Yo estuve de completo acuerdo con aquella señora pues
presentía que el gobierno había tendido una celada y que
había logrado sacar a varios dirigentes falangistas a la lu­
cha para asesinarlos “ legalmente” . Algo me hablaron de
una revolución en marcha y tal vez me hubiera metido a
ella a no mediar un compromiso que tomé con el Dr. Hert-
zog antes de su regreso a Buenos Aires, el mes anterior.
Momentos antes de tomar el avión el doctor Hertzog me
dijo: “ Hernán, cuidado con que usted se meta en la revo­
lución que está por estallar, pues tengo informe fidedignos
que se trata de una celada de Siles Zuazo, que está haciendo
jugar una carta brava a su director general de policía, Ju ­
lián Guzmán Gamboa, al que, según mis noticias, ha puesto
a las órdenes de los revolucionarios para engañarlos mejor.
Yo he cumplido mi deber al haber ya prevenido de esto al se­
ñor Unzaga de la Vega.” Al hacerme esta recomendación
el doctor Hertzog lo hacía por la gran estimación que tiene
por mí y mi familia y sabiendo que yo estaría de hecho
metido en cualquier conato por descabellado que fuera siem­
pre que representase una esperanza para terminar con los
comunistas. Cumplí mi palabra de no inmiscuirme. Este
fue el motivo para que yo hubiera estado ausente de la úni­
ca revolución que ignoré en mis largos años de lucha.
Con la noticia y las advertencias que me había hecho
el doctor Hertzog es pues de presumir que recibí la noticia
de la revolución que acababa de estallar sin esperanza y, aún
más, con angustia. Sabía, porque el corazón así me lo anun­
ciaba, que la “ trampa revolucionaria”, era solo eso, una tram­
pa innoble, muy digna de su criminal ejecutor Siles Zuazo.
Opté por lo tanto por el único camino que aconsejaba la
prudencia y la seguridad de mi familia: Salí disimulada­
mente de casa y fui a refugiarme a un hogar amigo.
A las pocas horas me informé del fracaso de la revo-

— 269 —
lución y lloré la muerte de la mayoría de los masacrados
que eran amigos personales míos, con quienes había lucha­
do durante siete años compartiendo cárceles y torturas. Eran
los amigos que a las 9.30 había visto en el Prado paseando
con sus trajes domingueros, sonrientes y alegres, y que, tras
horas más tai de, caerían en una emboscada preparada fría y
cobardemente, ejecutada con sadismo cruel y despiadado.
Temiendo que mi escondite pudiera ser denunciado a
los milicianos, y velando por la seguridad personal de los
dueños de casa, mi señora obtuvo que un amigo del otro
bando me sacase de allí y me llevase a la suya. De la casa
de este amigo — uno de los pocos movimientistas honra­
dos que conozco— fui llevado a la Embajada Argentina don­
de se me concedió generoso asilo.
La masacre efectuada por el gobierno fue brutal, no se
paró en chicas. Su ansia era la de matar yterminar con los
opositores. Ese día asesinó al mismo líder de Falange So­
cialista Boliviana, don Oscar Unzaga de la Vega, a su secre­
tario, a toda la plana mayor del partido que dirigía y a más
de cien de sus valerosos y aguerridos partidarios.
La celada debió ser muy hábil e ignoro como fue po­
sible que el señor Unzaga de la Vega cayera en ella. La
única respuesta a este terrible enigma es que el señor Unza­
ga, fue engañado por sus propios amigos, pues veía y oía
por los ojos y oídos de ellos, desde el momento en que vivía
en la clandestinidad. Muchos no falangistas trataron de lle­
gar a él para pedirle no creer en las promesas del director
general de policía que ya le había jugado sucio en otras
oportunidades. Pero sus amigos le hacían un cerco y era di­
fícil llegar a su presencia. Con todo, mas de uno hubo que lo
puso en guardia. Pero él prefirió no hacer caso a los hom­
bres que no eran de su partido y eligió el peor camino al
entregarse precisamente a sus encarnizados enemigos.

— 270 —
El 19 de abril el señor Unzaga cumplía un año más de
vida y ese sería también el último de su existencia. El pac­
to de honor que hizo Siles Zuazo, en uno de sus destierros
en Antofagasta con el señor Unzaga, para ir del brazo en
la lucha por la grandeza de la patria, acababa de ser cum­
plido, pero a su manera. Siles Zuazo sabe cumplir con sus
compromisos a la inversa, mata y corrompe todo lo que dice
querer y respetar. Su complejo de inferioridad es ese, co­
mo es el de todos los resentidos sociales de nacimiento: odia
todo lo bueno, lo decente y por lo tanto no tuvo jamás cabida
en él la grandeza de espíritu.
Aquel 19 de abril, pasará a la historia como el día más
sangriento y vergonzoso para la patria! Salvo la masacre
del Loreto todos los crímenes políticos pasados han quedado
empequeñecidos con este bárbaro genocidio. Hubo alevo­
sía, premeditación y según dicen hasta soborno de algún
consejero del señor Unzaga. Pero lo que no se comprende
es como Oscar Unzaga — espíritu lúcido y prudente— pudo
creer que Julián Guzmán Gamboa, el asesino de los patri­
cios el 20 de noviembre de 1944, en Chuspipata, el hombre
que sólo podía vivir tranquilo bajo el M.N.R., se hubiera
transformado de la noche a la mañana de lobo en cordero
y se hubiera convertido al falangismo repudiando a sus úni­
cos y naturales protectores.
La sangre derramada en aras de la libertad y la gran­
deza de la patria siempre es fructífera y Unzaga de la
Vega con su centenar de leales seguidores ha dejado una
bandera que puede, si es sostenida por manos patriotas, ser­
vir en el futuro para la redención de Bolivia.
Pero reflexionando fríamente pienso que el sacrificio de
esos valientes, sacados así, con engaño, a una muerte segura
y cobarde, no era lo que se merecían. Sé que muchos de
ellos, que siempre estaban listos para sacrificar sus vidas,
hubieran deseado morir en otra forma y no en una oscura
emboscada. Su ideal, valientes como eran, hubiera sido
morir matando a los asesinos de la patria. No temían mo­
rir pero no era gente para entregar la vida en una cobarde
trampa. Fueron masacrados y fusilados con la desesperanza
pintada en el rostro ante la traición que nunca esperaron,
mientras sus cuerpos aún calientes eran desnudados por las
milicias ávidas de botín. El “ cristianísimo” Siles Zuazo, pa­
ra hacer su comedia con más realismo, se fue a las afueras
de la ciudad y ametralló su automóvil blindado, para luego
perifonear por las radios que había sufrido un atentado de las
fuerzas revolucionarias y que por un milagro se había sal­
vado.
En el Tránsito fueron muertos decenas de muchachos
de 15 a 18 años. Incluso una enfermera que iba a mitigar
el dolor de las heridas, cayó muerta cercenada por la metra­
lla de los milicianos; esa valerosa y humilde mujer, madre
de cinco niños, doña Celia Camacho, ha dejado un ejemplo
y una gloria eterna a sus inocentes hijos.
La generosa Embajada Argentina desde esa noche brin­
dó asilo político a más de doscientas personas. No hay pa­
labras adecuadas para poder expresar la gratitud boliviana a
dicha representación diplomática y aún a riesgo de multipli­
car el elogio debo mencionar en especial al Encargado de
Negocios, coronel Eduardo Avalía, y al doctor José María
Ruda, alto miembro de dicha representación diplomática.
Allí nos encontramos de nuevo viejos amigos. Muchos
salvaron milagrosamente la vida. Otros estaban heridos y
aparecieron tres a quienes el gobierno dio como muertos en
“ acción” , según sus comunicados oficiales.
La mayoría eran obreros y no podían ser calificados de
“ oligarcas” ni “ reaccionarios” . Casi todos eran humildes
trabajadores, que, cansados de ser engañados, salieron a la

— 272 —
pelea sin dirección alguna, con el solo deseo de castigar a
los masacradores, torturadores, ladrones y asesinos. Conver­
só con ellos, y, todos, absolutamente todos, me confesaron
que ellos fueron a la lucha con el único propósito de derri­
bar al gobierno sin haber recibido orden de nadie ya que
ellos no conocían nada de la revolución.
Uno de los grupos que incluso llegó a tomar Radio Illi-
mani, tenía como ejecutor a Augusto Pereyra, a quien el
gobierno dio por muerto. Pereyra me dijo: “ Alpire, me or­
denó tomar Radio Illimani y yo la tomé; hemos resistido
seis horas, hasta disparar nuestra última bala. Finalmente
fuimos copados por los milicianos que asesinaron a los más,
cobardemente, y a nosotros nos llevaron presos al Palacio de
Gobierno; éramos seis. Ya en la Plaza Murillo y aprove­
chando de la enorme multitud de gente comencé a dar vivas
al gobierno y mueras a Falange, todos me corearon y creye­
ron que yo era uno de los milicianos y de esa manera en
momentos en que llegábamos al Palacio me desprendí del
grupo y emprendí la fuga seguido de otro amigo. En la es­
quina del Hotel París se me ordenó parar y unos oficiales
de carabineros quisieron hacerme vivar a la Falange; com­
prendiendo la treta, di vivas al gobierno y me dejaron pasar.
Me han quemado la casa, mi familia también se encuentra
prófuga y no saben que estoy vivo; sé que están de luto
por m í” . A los tres días la señora e hijos de este valeroso
muchacho llegaron a la embajada y se asilaron también.
El grupo encargado de tomar Teléfonos Automáticos di­
rigido por el ex-cadete Jorge Da Silva, no cumplió su mi­
sión porque “ encontraron la puerta cerrada” . ¿Puede valer
esta disculpa?
El terror volvió a imperar con mayor fuerza en Bolivia
después de los sangrientos sucesos del 19 de abril. Hoy el
pueblo gime sin esperanza, ante la indiferencia de los demás

— 273 —
pueblos americanos. La prensa del continente se hizo eco
del crimen cometido en Bolivia, pero luego el tiempo, y más
tarde el olvido, han tendido su velo de niebla y allí siguen
los buitres solazándose en su festín.
Es lástima que ningún país haya tomado a pecho la tra­
gedia de Bolivia pues no es una tragedia sin contagio. Los
gobernantes bolivianos hubieran querido tener a algunos go­
biernos de su lado pero a falta de ello han tratado de ins­
pirar compasión entre los intelectuales de izquierda de Amé­
rica, e “ incrustados” en los principales diarios del continen­
te. Así se tiene el caso de una dictadura cruel que no ins­
pira el repudio que inspiran otras solamente porque esa
dictadura es de izquierda.

E L FUSILADO No. 13
-

El cuartel “ Sucre” fue tomado con toda facilidad esa


mañana del 19 de abril por los falangistas que redujeron a
la guardia y luego a los 300 soldados que se encontraban en
su interior haciéndose el aseo dominical. Pero el gobierno,
que sabía de antemano lo que estaba por suceder, desplegó
fuerzas leales que tenía listas en el Estado Mayor General
que llegaron al cuartel “ Sucre”, en varios jeeps, al mando
del capitán Zapata.
El falangista Mario Gutiérrez Pacheco y dos muchachos
más que fueron dejados en el portón que dá a la calle ha­
ciendo guardia, al ver aproximarse los vehículos llenos de
soldados, se dieron a la fuga sin tiempo de dar la voz de alar­
ma a sus camaradas. Los jeeps ingresaron al cuartel a toda
velocidad, como a su casa, a sabiendas que nada les sucede­

— 274 —
ría, pues el gobierno conocía muy bien que los muchachos que
habían tomado la guardia carecían de armas y que si se aven­
turaron a hacerlo fue por la promesa de que encontrarían
la complicidad y armas que les habían asegurado.
Los jóvenes revolucionarios, sorprendidos desde el pri­
mer momento y presumiendo ya que habían sido víctimas de
una terrible emboscada, se encontraron desconcertados. Ape­
nas llegaron los jeeps al cuartel comenzó un fuego graneado
desde las oficinas de Tránsito, donde el director general de
aquella repartición, Juan Helming, con sus “ compañeros” es­
taba apostado con sus ametralladoras. Alpire, Kellemberger,
Andrade, Sierra, y el “ Torito” Saravia, que eran los únicos
que tenían algunas armas, respondieron al fuego y luego tu­
vieron que batirse en retirada en un desigual combate con
los soldados. Pronto se les agotó la munición y se rindie­
ron, arrojaron las armas y levantaron las manos.
Los que se rindieron eran: Walter Alpire, Carlos Ke­
llemberger, Fidel Andrade, Hugo Alvarez Daza, Carlos Pru­
dencio, Cosme Coca Jiménez, Mario Murguía, N. Pedriel,
N. Peredo, Fabián Golas, N. Salas, el “ Torito” Saravia y
Víctor Sierra Mérida, este último era el No. 13.
Otros revolucionarios no identificados, en total 12, fue­
ron muertos cuando trataban de escalar los muros y tres que
huyeron antes de la refriega, lo que dio el número exacto de
28 falangistas que llegaron a tomar el cuartel a las 11.30
del domingo 19 de abril.
El capitán Zapata, que parecía ser el jefe de los leales,
ordenó a uno de su soficiales, que no había reaccionado
cuando el cuartel fue tomado y que incluso no opuso ninguna
resistencia cuando el revolucionario Sierra le arrebató su es­
padín, encargarse de los prisioneros. Este oficial arrinconó
a los presos en una de las cuadras, manteniéndose éstos siem­
pre con las manos en alto.

— 275 —
Una vez apegados a la pared, este cobarde oficial, se
puso frente a ellos y apuntándoles con su pistola ametralla­
dora y sin recibir orden alguna disparó de derecha a iz­
quierda una ráfaga mortal. Los de más baja estatura, Al-
pire y Kellemberger, antes de caer llevaron sus manos al
rostro y dando medio paso adelante y medio hacia un lado,
cayeron al suelo con los impactos en la cabeza.
Los altos, Andrade y Alvarez, recibieron la descarga
en el pecho y los últimos, Murguía y Sierra, por algo in­
explicable y pese a ser de regular estatura, recibieron los
disparos en el rostro y fueron los únicos que no llegaron a
caer. Fue en ese instante que se les abalanzaron los solda­
dos y los derribaron a culatazos y remataron a los fusilados
a punta de golpes.
Como pese a la paliza que recibieron estos dos últimos
no murieron, obligaron a uno de ellos, Murguía, a ponerse
de pie y le ordenaron salir al patio. Tambaleante Mario,
obedeció la orden, pero apenas llegó al umbral de la puerta
fue recibido a tiros que le eran disparados por los soldados
que se encontraban en el patio.
Le tocó el turno al “ fusilado número trece”, Víctor
Sierra Mérida, muchacho de unos 34 años, alto, moreno, de
hermosa dentadura y con bigotes. Este, que había presen­
ciado el vía crucis de su amigo Murguía y con el instinto
natural de luchar por la vida, no quiso llegar al umbral por
lo cual recibió un garrotazo dado con un fusil. Según él,
el golpe fue terrible, pero no perdió la cabeza, y se tiró con
un salto de pescado (siempre fue un excelente deportista y
arquero por añadidura) y cayó tan largo como era apegado a
la pared, a dos pasos del umbral de la puerta. Fue en este
instante que el capitán Zapata ordenó al mismo oficial que
minutos antes había fusilado a sus compañeros que lo ulti­
mara. El asesino, que no había saciado su sed de sangre,

— 276
tomó su ametralladora, y a boca de jarro, le hizo una des­
carga que le dio en todo el costado izquierdo.
Pero Dios, en su grande misericordia y sus misteriosos
designios, había resuelto que quedase un testigo de aquella
barbarie. Sierra, conciente a pesar de sus heridas, se hizo
el muerto para no ser ultimado.
Así fue cómo vivió y sintió, en su propio cuerpo, el
despojo que sufrieron los cuerpos aún calientes de los fusi­
lados por la soldadezca. Primero fueron los bolsillos, los
relojes, los anillos de matrimonio, plumas fuentes y por úl­
timo la ropa. Fueron desnudados absolutamente todos, in­
cluso el vivo a quien tenían por muerto, Víctor Sierra” .
“ Lo único que no pudieron sacarme fue mi anillo de matri­
monio, nos decía, porque como yo estaba vivo, doblé mi
dedo, varios soldados trataron de arrebatármelo, me daban
un tirón y huían, parecía que mi crispación de dedos les
inspiraba un terror pánico.”
Cumplida la misión del “ glorioso ejército de la revolu­
ción nacional”, el jefe de la carnicería, capitán Zapata, re­
solvió llamar al jefe del Control Político, Raúl Gómez Jáu-
regui, quien una hora después de los hechos se hizo presente
en el lugar de los fusilamientos y comenzó su macabra tarea
de identificar a los muertos. A todos los conocía y fue dan­
do los nombres de cada uno para que uno de sus agentes
los anotasen. Cuando le llegó el turno, Sierra lo tomó de
los cabellos y le miró la cara comprobando que aquel se en­
contraba vivo y le dijo: “ Yo a ti te conozco”, a lo que res­
pondió Sierra: “ Claro que me conoce usted, señor Gómez.
Yo enterré a su madre cuando usted no pudo hacerlo” . Se
refería a la madre de Gómez que murió de pesar cuando su
hijo se encontraba preso por una cuantiosa estafa hecha en
la Caja del Seguro Obrero en 1951). El criminal Gómez
quedó alelado y confuso y solo atinó a decir: “ Ah, sí”, y

277 —
ordenó a sus genízaros que levantasen al herido y le pusieran
algunas prendas para cubrir su desnudez. Luego indicó que
lo trasladasen en cuanto llegase una movilidad al Control
Político, pues tenía que declarar lo que sabía.
Así, gravemente herido, con ocho balas en el cuerpo.
Sierra permaneció en el cuartel hasta las dos de la tarde.
Los oficiales y soldados al pasar por su lado lo insultaban
y le daban de patadas.
Luego fue metido un jeep que “ era manejado por un
chofer que tenía una ligera herida en el brazo” , según dice
Sierra y custodiado, fue llevado al Control Político. Cuan­
do iba a ser metido a esa tenebrosa repartición, donde los
heridos llegaban para ser ultimados por los sádicos agentes,
nuevamente la mano de Dios se hizo presente, y, cosa ex­
traña, aquellos mismos agentes, tal vez hastiados de tanta
carnicería efectuada por ellos aquel terrible día, horrorizados
por la orgía de sangre, no quisieron recibir al herido, pues
no sabían de quien se trataba, y ordenaron al chofer lo lleva­
se a la Asistencia Pública. Siempre custodiado, allí lo lle­
varon e instantes después fue introducido a la sala de ope­
raciones.
Dios estaba con Sierra, por lo visto, pues precisamente
allí fue identificado por un sacerdote amigo suyo quien re­
solvió salvarlo de las garras de los agentes. Lo sacó de la
Asistencia como si estuviera muerto y lo llevó al Hospital
General. Allí se encontró con el criminal Claudio San Ro­
mán que precisamente lo estaba buscando. Sierra hubiera sido
apresado de inmediato, pero los médicos no permitieron que
lo llevasen sin haberle practicado la curación de urgencia que
el herido necesitaba. Accedió San Román a que lo operasen
de inmediato y dispuso la custodia del herido que en segui­
da fue llevado a la sala de operaciones, quedando los agen­
tes custodiando la única entrada de aquella habitación. El

— 278
mi'«Iico y sus ayudantes (a quienes conocemos de sobra, pe­
ro cuyos nombres no es posible dar todavía), le hicieron
mía delicadísima intervención. El sacerdote amigo del he­
rido mientras tanto no descansaba, buscando la forma de
salvar al muchacho hasta que consiguió la colaboración de
dos monjitas para secuestrar nuevamente a Sierra y con el
beneplácito de los médicos, ayudantes y enfermeras, que es­
taban con él, lo salvaron de la siguiente manera: Uno de
los ayudantes se tendió sobre la camilla, le taparon la cara
y así sacaron al supuesto herido, los agentes siguieron la
camilla sin comprobar si el que salía era el que custodiaban.
Mientras esto sucedía el sacerdote ayudado por las monjitas,
galenos y enfermeras sacaron al herido y lo metieron al auto
de uno de los médicos y desaparecieron.
El fusilado No. 13 siguió su asombrosa odisea: fue ocul­
tado generosamente por varios amigos que tenían que tras­
ladarlo de casa en casa y así, a salto de mata, huyendo siem­
pre de los sabuesos, hasta un día, a los cinco de haber sido
“ fusilado” , en que ingresó a la Embajada Argentina donde
el doctor Ruda le concedió asilo.
Esta historia, completamente verídica, la narro tal co­
mo me la contó Sierra, amigo de diez años atrás y a quien
dediqué mis horas de asilo en la Embajada Argentina en
cuidarlo y mitigar en algo sus dolores. Poco podíamos ha­
cer por él fuera de ponerle algunas inyecciones, limpiarle
sus heridas que se encontraban infectadas y tratar de dis­
traerlo para que olvidase en algo el horrible drama que le
había tocado vivir y padecer.
Fue emocionante el momento en que, anoticiada la ma­
dre, la esposa y los hijos de que su ser querido se encontraba
a salvo y con vida, llegaron a besarlo, cuando ya lo tenían
por muerto.

279
Me cupo también ser testigo de dolorosos instantes cuan­
do las esposas e hijos y madres de los caídos en el cuartel,
llegaban a ver al fusilado No. 13, en pos de noticias de los
suyos. El dolor embargaba a Sierra y su esfuerzo era muy
grande para contar a aquellas familias la forma horrenda co­
mo cayeron sus deudos. Todas aquellas entrevistas hicieron
darramar muchas lágrimas. A muchas personas ni siquiera
conocía, pero compartía su dolor desde lo más profundo de
mi corazón. La entereza admirable de aquella gente, solo
comparable a la valentía de las víctimas, me han dado nue­
vas esperanzas de que la patria se salvará de la opresión.
El hijo de Carlos Kellemberger, de catorce años, pre­
guntó a Sierra: “ ¿Verdad que mi padre murió como un
macho?” “ Sí, muchacho. Tu padre murió como un valien­
te, terminó de disparar su ametralladora y tomó su pistola
e hizo tres disparos antes de que se le atracara el arma” ,
fue la respuesta de Sierra.
La señora de Cosme Coca Jiménez fue también varias
veces a hablar con Sierra y no obstante que éste le confesó
con toda franqueza que su marido había sido fusilado, ella
no quiso creerlo. Presencié su última visita. Fue con su
hijita de 11 años y llorando rogó a Sierra un relato deta­
llado de todo lo que había visto, pues manifestaba ella que
dudaba que su marido hubiera estado entre los muertos por
dos razones: primero, por cuanto el gobierno no había dado
el nombre de su esposo en la lista de los muertos; y segun­
do, decía ella, “ mi marido aquel día salió a misa y no a una
revolución” . Había pasado ya ocho días de los asesinatos.
Entonces Sierra, tomándole de la mano, le dijo: “ Le juro
señora, y me duele causarle este dolor, que su esposo aquel
día estuvo con nosotros; es como si lo estuviera viendo en
este instante. Subió al camión y lo vi cuando bajamos en el
cuartel; él no tenía ninguna arma y se concretó a seguirnos.

— 280 —
Los hechos posteriores que se desarrollaron lo paralizaron;
parecía un niño grande. Fue fusilado juntamente con noso­
tros, el gobierno no tenía por qué perdonarle la vida ya que
lo consideraba un revolucionario. No le aseguro haberlo
visto caer, pero sí le puedo garantizar que estaba con las
manos en alto y así fue asesinado Cosme, como lo fueron
los demás. Reclame usted al gobierno los restos de su es­
poso, ellos negarán que lo han matado, pero insista usted
en ver a los muertos y reconocerá a su marido.”
La atribulada señora y la pequeña lloraban incontenible­
mente. Y en un arrebato de furor, muy comprensible, la
señora de Coca Jiménez dijo: “ Maldigo a la Falange y al
Movimiento, que me han quitado a mi esposo y han privado
a mis hijos de su padre” . Besó en la frente a Sierra y se
marchó.
El fusilado No. 13, mi buen amigo Sierra, quedó deso­
lado ante la reacción de aquella viuda que recién aceptaba
como una realidad el fusilamiento de su llorado esposo.

LO S MUERTOS NO IDENTIFICADO S

Con la matanza efectuada por el gobierno aquel aciago


19 de abril fue brutalmente crecida, es imposible calcular
el número de los muertos. Siles Zuazo y su ministro Gue­
vara Arce han puesto en práctica el nuevo ardid de dar un
crecido número de muertos “ no identificados” . Con eso pre­
tenden lavarse las manos y a los cientos de pedidos hechos
por los familiares de las víctimas que reclaman a sus deu­
dos, ellos responden que nada saben, que no están presos,
que ellos no los han enterrado. . . y que deben estar ocul-

281
tos en algún lugar seguro. Ellos saben muy bien que se
encuentran muy bien “ ocultos”, pues los han enterrado en
una fosa común con el fin ya premeditado de no dar sus
nombres.
Daré el caso de tres amigos míos que fueron fusilados
en el cuartel “ Sucre”, cuyas muertes el gobierno negó du­
rante ocho días y que al final tuvo que confesar haberlos
matado, ante las exigencias de los deudos ( y el testimonio del
fusilado número 13), que no descansaron en reclamar hasta
conseguir al final la devolución de los cadáveres con la in­
tervención del nuevo Nuncio. Ellos son:
El dentista Hugo Alvarez Daza (Chano) de 42 años.
Su señora se resistió a creer que hubiera muerto. El salió
a la calle y prometió volver con entradas para llevar a la
matinal a sus pequeños hijos. Sucedieron los acontecimien­
tos y no volvió, y como en la lista que dio el gobierno no
estaba su nombre, ella creyó que se había ocultado por la
continua persecución de que era objeto. Visitó en la emba­
jada a Sierra y recién se enteró, muy atribulada, que su es­
poso había sido cobardemente asesinado. Ante las pruebas
que presentó la viuda el gobierno se vio obligado a entregar
el cadáver del Dr. Alvarez Daza. Era uno de los muertos
“ no identificados”.
El señor Cosme Coca Jiménez, tenía 48 años, era de
regular estatura y bastante corpulento. Su afligida esposa
removió cielo y tierra tratando de encontrarlo. Según lo he
dicho antes, ella manifestaba que su esposo salió a oír misa
y aseguraba que no estaba metido en trajines revolucionarios
y que por lo tanto no tenía porque estar muerto. Solo
cuando Sierra le aseguró que su marido había sido fusilado
se convenció de su desgracia. También por medio del
Nuncio obtuvo la devolución del cadáver de su esposo. Era
otro de los “ no identificados” .

282 —
Mario Murguía, también fusilado. Fue otro de los “ no
identificados” .
N. Periel, joven cruceño, fusilado conjuntamente con los
otros, quedó entre los no identificados. Sus familiares se
encontraban muy lejos para reclamar sus despojos.
El gobierno dio un número de 65 muertos no identifi­
cados. No se animó a anunciar que había otros ciento cin­
cuenta muertos más “ no identificados” y a todos los cuales
enterró en una fosa común en las afueras de la ciudad.
Tampoco dio la lista de las decenas de heridos que fue­
ron apresados y rematados a culatazos en el Control Po­
lítico y en el Palacio de Gobierno. Los heridos, una vez
hecha la primera curación en la Asistencia Pública o en el
Hospital General, eran llevados a estas reparticiones donde
eran ultimados a garrotazos y patadas.

OSCAR UNZAGA DE LA VEGA

¿Quién era Oscar Unzaga de la Vega? Fue sin duda


un místico del patriotismo y por lo tanto sintió en su alma
un amor sin límites por la tierra natal herida y una conmi­
seración desgarradora por sus desventuras. Percibió con cla­
ridad desde el primer día la destrucción de sus instituciones
a manos de los vándalos.
Unzaga de la Vega fue el idealista que se dio íntegro
a la patria hasta rendir su vida misma por ella.
Fue el guía de una juventud sin suerte, de una juven­
tud que le tocó actuar frente a la barbarie. De una juven­
tud pujante sin duda, pero que no acertó con su destino.
Unzaga de la Vega era la personificación de la bondad.
Con su sonrisa cautivaba a sus partidarios y con esa hermosa

— 283 —
frase que hizo carne en el pueblo, “ por Bolivia”, luchó titáni­
camente al frente de sus heroicos muchachos.
Los enemigos de la patria, los incondicionales de la In­
ternacional Comunista, vieron en él al oponente de sus mal­
dades. Y hechos poder, lo persiguieron sin piedad lanzan­
do sus jaurías rabiosas hasta asesinarlo el 19 de abril de
1959; Unzaga de la Vega ha muerto físicamente, pero su
gran espíritu no desaparecerá del corazón del pueblo a quien
tanto amó.
Al evocarlo hoy, lo recuerdo con afecto y admiración.
Lo conocí íntimamente en los muchos meses que vivió en
mi casa. Me impresionaba su idealismo, la confianza que
ponía en sus amigos y su desinterés personal. Su vida era
la de un asceta. Algo le faltó para ser un gran conductor:
carácter para imponerse y rigidez para castigar, siquiera mo­
ralmente, a los que no supieron responder a su confianza.
Combatió implacablemente las ideas contrarias a las que
él sustentaba y ante la crueldad de los tiranos se rebeló va­
rias veces. Salió a las calles con sus huestes pero con una
consigna equivocada en nuestra época: no matar. Por eso
cayeron sus denodados muchachos, y él mismo, acribillados
a balazos, “ suicidados” , “ fusilados” o masacrados en las cá­
maras de torturas.
Cuando se escriba serenamente sobre las facetas de la
vida de Oscar Unzaga de la Vega la historia se encargará
de hacerle justicia. Mañana, cuando la patria recobre su
normalidad, cuando el derecho se imponga a la arbitrariedad
y al crimen, su figura servirá de ejemplo a las generaciones
futuras. Junto al monumento de amor y lealtad a la pa­
tria, que no dudo se ha de levantar para perpetuar su me­
moria, estarán a su lado aquellos hombres que cayeron con
él, el desgraciado 19 de abril de 1959: René Gallardo, Wal-
ter Alpire, Carlos Kellemberg, Hugo Alvarez Daza, Cosme

284
Coca, Fidel Andrade, Carlos Prudencio, César Rojas, el “ To­
rito” Saravia y los cientos de hombres, mujeres y niños cu­
yas vidas y cuerpos han sido torturados en esta larga no­
che de desesperación y angustia.
Descansa en paz Oscar. Tu heroico sacrificio no fue
ni será inútil, con la luz que encendiste en el corazón de tus
amigos, Bolivia saldrá adelante de su actual miseria. Gloria
a tí Oscar Unzaga de la Vega. Yo te saludo: “ Por Bolivia” .

CUARTO E X IL IO

Con su tradicional generosidad, la Embajada Argenti­


na puso a disposición de los asilados dos aviones para sacar­
los de Bolivia. El día l 9 de mayo salió la primera partida
con dirección a la ciudad de Salta. El 5, en seis vehículos
diplomáticos, fuimos llevados los del segundo grupo al aero­
puerto de “ El A lto”. Este trayecto me tocó hacerlo en
compañía del señor Consejero doctor José María Ruda, quien
con su gran corrección y don de gentes volvió a mostrar
lo dignamente que sirve a su país.
Nos embarcamos 22 asilados con rumbo a la tierra li­
bre argentina. A las dos de la tarde nos recibieron en la
pintoresca ciudad de Salta algunos cordiales amigos. Después
que las autoridades sanitarias vacunaron a los que lo nece­
sitaban, fuimos embarcados, siempre con custodia oficial, en
un vehículo que nos llevó a la Policía Federal donde se nos
identificó con toda amabilidad por los funcionarios de esa
dignísima repartición. Luego se nos condujo al cuartel de
un regimiento donde nos brindaron cómodo alojamiento.
Al día siguiente proseguí viaje por tren a Buenos Aires
en compañía del coronel boliviano José Rivera y diez mu-

— 285 —
chachos, exilados también, que se quedaron en Córdoba. Lle­
gué a Buenos Aires el día 9 y me alojé en un modesto
hotelito de la calle Charcas, de donde un amigo me llevó ge­
nerosamente a su casa.
Desde mi partida de La Paz mis cavilaciones me marti­
llaban las sienes. Yo había resuelto no volver a asilarme al
regreso de mi tercer exilio. Cualquiera puede comprender
que no es nada grato el tener que huir siempre buscando
constantemente protección en una Embajada. Pero, cuando
uno ya conoce lo que le espera en un estado policiaco, don­
de si no se muere a manos del Control Político le quedan
solo dos alternativas: la cárcel, con sus vejaciones y torturas
o el exilio, hay que elegir este último, que por supuesto es
lo mejor cuando se desea proseguir la lucha. Sólo quien
se forme una idea cabal de las arbitrariedades de los gobier­
nos de fuerza, que no trepidan en meter a un hombre a la
cárcel sin proceso, o fusilarlo sin formación de causa, o en
rodear a los ciudadanos con un verdadero cerco de espías
para tenerlos siempre bajo la presión del miedo, podrá com­
prenderme y comprendernos a los demócratas bolivianos.
Mis cavilaciones durante mi permanencia en la Embaja­
da como en el avión y en el destierro me permitieron dete­
nerme a pensar en los epítetos que los movimientistas nos
dan: “ reaccionarios” , “ oligarcas” , “ imperialistas”, de los cua­
les no me había preocupado hasta entonces.
Si con los títulos ruidosos o denigrantes que ellos lan­
zan contra sus adversarios se consiguiera el adelanto de la pa­
tria, hasta nosotros, sus víctimas, tendríamos que apoyarlos.
Pero si esa propaganda, a favor o en contra, es sólo la ex­
presión de una consigan comunista como lo es la lucha de
clases, es una obligación combatirla como lo hacemos: con
energía implacable.

286 —
Luego, analizando el por qué a los gobiernos del pasa­
do se los tilda de “ reaccionarios ” , llegué a la conclusión de
que estoy identificado con esos “ reaccionarios” . Apoyo s*
esos gobiernos porque estuvieron encuadrados a la ley no
sólo en la letra muerta sino en la realidad. Esos gobiernos
respetaron el principio de propiedad y los legítimos derechos
y libertades del hombre. Hidalgamente me confesaba a mí
mismo conservador en cuanto al patriotismo, al reflexionar
que el deber más sagrado de un hombre, después del amor
a Dios, es el amor a la patria.
Lo que Bolivia necesita para dignificarse es menos odio,
menos consigna de lucha entre hermanos y más sentido prác­
tico. Es tan grande y rica nuestra tierra que hay cabida pa­
ra todos. ¿Por qué no podríamos llegar a convivir pacífi­
camente los hombres de todos los partidos incluso los pro­
gresistas y reaccionarios?

En el mes de octubre de 1959, ya en Buenos Aires, co­


mencé a trabajar en un negocio con dos amigos con tan mala
suerte que fracasamos. La crisis general, el verano que se
venía encima, la falta de capital, etc., fueron los factores de
nuestro fracaso. No me desanimé sin embargo. Conseguí
otro trabajo, donde desgraciadamente encontré un dueño que
resultó un malandrín. Decepcionado, no insistí mucho en
procurarme un nuevo empleo y abusando de la bondad del
amigo que me brindó su techo me dediqué a escribir febril­
mente estas páginas que felizmente van llegando a su fin.
No he tenido descanso copiándolas y recopiándolas, pues no
siendo escritor me he visto obligado a dar nuevas formas
a mi lenguaje para lograr sino la perfección, por lo menos
una cierta armonía entre las palabras escritas y mis recuer­
dos vividos.

— 281 —
Tal vez el lector se haga una pregunta que yo mismo
me la he hecho muchísimas veces: ¿Quién soy yo para es­
cribir, criticar y hasta censurar a personalidades nacionales y
extranjeras? No soy nadie o mejor dicho soy un cualquiera.
Desconocido incluso en el mismo pueblo donde nací. Siem­
pre me esmeré en pasar desapercibido en todas partes, en
casa, en la escuela, y ya hombre, fui un retraído. Un hecho
significativo pudo labrar mi felicidad si la suerte no me hu­
biera acompañado. Cuando quise casarme en La Paz, los
padres de mi novia escribieron una carta a una amiga suya
que residía en mi pueblo, Santa Cruz, preguntándole si me
conocía y qué clase de persona era. Esta señora, muy ami­
ga de mi madre, contestó en la siguiente forma: “ El mu­
chacho es muy bueno y pertenece a una familia distingui­
da, pero él, no frecuenta la sociedad”. Esa dama decía la
verdad: casi sin amigos, nunca intimé con nadie. Estuve
más identificado con mi madre a quien, complacido, acom­
pañaba en sus visitas de “ viejas”, que con los jóvenes en
los festivales y “ buris” ( ’ ) de ese entonces. Fui un soña­
dor, un romántico si se quiere, un cuidadoso guardador de
tradiciones y recuerdos, tal vez un hombre de otra época. . .
Cuando alrededor de la mesa de mi hogar se hablaba
con tanto respeto del “ gobierno”, del “ presidente y los mi­
nistros”, yo quedaba absorto y los creía, en mi candidez,
seres intocables y superiores. Luego el correr del tiempo y
donde estaban los presidentes, los ministros, etc., y com-
los vaivenes de la vida, me hicieron llegar precisamente
probé que eran seres humanos como, yo superiores cierta­
mente porque sabían más o porque ocupaban por su edad
esos altísimo cargos, pero iguales en lo demás. Ellos, co­
mo todos los hombres, al lado de sus virtudes tenían sus de-

U ) Buris: Fiestas nocturnas con música y baile.

— 288
fectos, grandes o pequeños. Allí, en ese contacto con los
hombres de gobierno, comenzó una nueva etapa de mi vida.
La siguiente la encontré en la cárcel cuando alterné con esos
mismos hombres, sufrí con ellos los mismos sufrimientos,
recibí las mismas palizas y los vi tan sencillos, tercos y va­
lientes como si nada hubiera pasado. La tercera etapa de
mi vida he venido a encontrarla en tierras extranjeras con
mis repetidos exilios.
Cuando un hombre, por humilde que sea, ha recorrido
mundo, vivido intensamente y padecido en carne propia to­
do lo que voy narrando y seguiré narrando, cuando ha com­
probado la miseria de los unos y la superioridad de los
otros, puede escribir sin miedo. Profundamente desengaña­
do y abatido o estimulado, tiene derecho a criticar y de
alabar. Para eso ha visto, oído, pesado y medido. Cuan­
do este hombre comprueba que hombres ilustres de nacio­
nes extranjeras se han extralimitado en los asuntos internos
de una patria, endiosando a los verdugos de un pueblo por
el solo hecho de haberse servido un riquísimo banquete o
por haber recibido los aplausos de una multitud exprofesa­
mente dirigida y amaestrada, y constata que entre copa y
copa ignoraron a los miles de bolivianos torturados y en­
carcelados que sólo pedían justicia, ese ciudadano, si es ho­
nesto, tiene derecho a censurar la impostura y acusar sin te­
mor las faltas a la solidaridad humana.
Por todo esto, el que escribe estas narraciones lo hace
con humildad, sin ánimo de injuriar ni de juzgar a nadie
pero si con la voluntad puesta en escribir la verdad, aun­
que ella duela a algunos. Lo que escribo es además abso­
lutamente cierto; nadie podrá refutarme porque he procura-
rado no decir ninguna inexactitud. Mi verdad, como todas
las verdades me traerán más de un enemigo. Pero si al-

— 289 —
guien puede demostrar que me he equivocado, que lo haga
con pruebas, y yo seré el primero en excusarme.
Así como no he querido ofender a nadie tampoco he
querido halagar por halagar. Si el elogio ha surgido no
ha sido de mis palabras sino de los hechos mismos que he
descrito.

26 DE JU N IO D E 1959

Las agencias noticiosas extranjeras nos traen nuevas in­


formaciones luctuosas de Bolivia. A solo cuatro meses de
los asesinatos en masa efectuados por el gobierno Siles-Gue-
vara en La Paz que tuvieron amplia y dolorosa repercusión
en América y en el mundo entero, los cables transmiten otras
noticias desoladoras de la pobre patria. No se trata ahora
de la masacre de un número más o menos grande de líderes
de un partido en una de las tantas revoluciones prefabrica­
das por el propio gobierno sino del extermino de uno de
los pueblos de la patria al que el gobierno no había podido
comunizar por las buenas ni por las malas. Este día — 26
de junio— Santa Cruz de la Sierra se convierte en la Hun­
gría de América, en el pueblo mártir de su fe democrática
con el genocidio contra su pueblo, para castigarlo por su de­
lito de amar la libertad y empeñarse en vivir con dignidad.
Es la cuarta excursión sangrienta que efectúa Siles Zua-
zo sobre el suelo cruceño. He tratado de encontrar el mo­
tivo que induce al señor Siles en su implacable como tenaz
persecución contra el pueblo oriental. Al echar una mirada
retrospectiva al pasado solo encuentro motivos de gratitud
de este hombre para con Santa Cruz. Pudo ser castigado y
aún derrocado del gobierno dos veces por el pueblo cruceño,

— 290 —
que le perdonó la vida y lo conservó en el poder. Pero yo
quiero remontarme a algo más lejano:
Un episodio me permitió conocer a Siles Zuazo cuando
yo era un niño de 14 años. Era la época de la guerra del
Chaco. Las damas cruceñas, se impusieron la obligación de
ayudar a las monjitas de los hospitales para cuidar y atender
a los heridos y a los cientos de enfermos que llegaban del
teatro de operaciones. Los hospitales estaban repletos y
muchos defensores de la patria tenían que quedar a la intem­
perie por falta de espacio. Fue entonces que las abnegadas
mujeres cruceñas resolvieron el problema llevándose cada una
a su casa a unos cuantos heridos o enfermos. Mi madre tra­
jo a la nuestra a muchos, que se fueron turnando. Entre
ellos recuerdo a Jorge Romero Loza (que murió), Carlos
Rivera, y unos muchachos apellidados Zambrana, Molina, Pe­
ña, Mendía, Midda, Pedraza, Flores, etc. Mi casa se con­
virtió en un pequeño hospital cuyos enfermos éramos no­
sotros, siete muchachos.
Mis hermanas y yo acompañábamos a mi madre en sus
recorridos por el patio y las habitaciones, llevándoles jugos
de frutas y aún la comida. Mi juvenil ardor patriótico me
impulsaba a servir a los soldados enfermos y a los que ha­
bían dado su sangre, incluso faltando al colegio algunas ve­
ces. Hubiera deseado pasar muchas horas escuchando las
proezas de los héroes y contemplándolos.
Allí, entre los heridos que cuidábamos había uno, pá­
lido, cuya mirada se percibía a través de sus lentes. Mi ma­
dre se acercó a él y le preguntó quien era y si necesitaba que
se comunicara alguna noticia a su familia. Dio su nombre:
Hernán Siles Zuazo, que tal vez por no tener a nadie fue
desde ese día el niño mimado de mi madre. No solamente
mi familia se esmeró en servir a Siles sino otras familias a
las que pedíamos ayuda.

— 291
Nadie podía adivinar en ese entonces que el herido Si­
les Zuazo, 25 años después, iba a ser el autor de las des­
gracias de la patria y del suelo cruceño. El destino, que hi­
zo que murieran muchos hombres buenos y nobles en la con­
tienda, permitió que este aborto del infierno se salvara.
Con su innoble conducta, Siles Zuazo, está “ pagando
ahora su deuda de gratitud” con Santa Cruz y con las da­
mas que le salvaron la vida. ¡Quién sabe a cuantos hijos
de esas damas abnegadas que lo atendieron habrá mandado
al otro mundo hasta ahora!
Yo atribuyo a ésto, el motivo por el cual este mal su­
jeto odia tanto a Santa Cruz. Lleno como es de complejos,
trata de olvidarlos y ahoga su ira con la sangre y el dolor de
sus semejantes.

íf: ;jc ¡i? 5j: ;jí

Ocho mil milicianos, como las hordas desenfrenadas de


Atila, llevaron a Santa Cruz de la Sierra su ignorancia, su
rapacidad y su mugre. Su sola presencia deshonraba. Sus
actitudes, su procacidad y groserías indignaban. Sometieron
al pueblo a un sinnúmero de vejámenes y humillaciones. La
invasión de estas montoneras alcoholizadas y dirigidas por
militares comunistas fue más humillante que las invasiones
que ha tenido que soportar la República por ejércitos ex­
tranjeros.
Ante el avance de las milicias, los hombres de aquella
ciudad que tuvieron la temeridad de tener en jaque durante
dos años al gobierno de Siles, con bravatas y telegramas y
sin armas, como no estaban preparados para una acción de
hecho, se vieron obligados a abandonar la ciudad e internar­
se al monte. Los invasores “ tomaron la ciudad” y marcha­
ron en pos de los que se replegaron. Eran en su mayoría
niños y jóvenes.

— 292
El gobernante conculc.ador cree haber ganado una bata­
lla. Sus parciales se dan a la tarea de “ sentar la mano” a
los jóvenes unionistas f 1) y la mayor victoria de que puede
jactarse el déspota son las apaleaduras y violaciones de todas
las noches. Ningún morador de esa pobre tierra tiene ga­
rantía alguna. Los muchachos que tuvieron que internarse
al monte, fueron rindiéndose en grupos. Todos ellos son
remitidos a La Paz donde permanecen presos en condiciones
inhumanas. A los más afortunados se los destierra.
Ante los atropellos cometidos, el Obispo de Santa Cruz,
Monseñor Luis Rodríguez sale en defensa de sus fieles. Pe­
ro el prelado con su vestimenta sagrada es respetado. Es
apaleado por los milicianos ante la mirada indiferente de
los militares de la democracia popular. En la paliza que tuvo
que soportar este digno sacerdote católico, sufrió la pérdida
de tres dientes a consecuencia de los culatazos dados por
los esbirros de Siles Zuazo. El padre Géricke, su coadju­
tor, es también pateado y humillado por igual motivo.
Lo increíble es que el Arzobispo de La Paz, Monseñor
Abel Antezana, que por su alta investidura y por el hecho
de residir en la sede del gobierno debió hacer oír de inme­
diato su voz de protesta, ha permanecido mudo con gran
consternación y sorpresa del pueblo católico de Bolivia toda.
El terror y la angustia imperan actualmente en Santa
Cruz; el pueblo humillado y vejado no atina a salir de su
asombro. No hay noche que algunos de sus hijos no sean
flagelados y se le rompe la cara, los testículos o las costillas.
Y sean así, abandonados en las calles. Quienes hacen todos
estos atentados son los jerarcas del partido gobernante que
para no ser reconocidos por sus víctimas se cubren la cara
como lo hacen los foragidos y maleantes.

( 1) Llamados así por pertenecer a una agrupación que llevaba el nom­


bre de “Unión Juvenil Cruceñista”.

— 293
Con el gesto teatral que es característico en él, Siles
Zuazo, toma su avión y se traslada a Santa Cruz para hu­
millar una vez más con su presencia a ese pueblo que lo
odia y queriendo granjearse la simpatía convoca a las ma­
dres de los muchachos que él tiene presos o prófugos para
decirles algo que finalmente nadie supo qué podía ser ya que
esas dignas señoras no acudieron a la cita clamorosa que les
hizo llegar por tres veces. La altivez de la mujer cruceña
fue demostrada como siempre al contestar a los emisarios
del verdugo: “ Díganle a Siles Zuazo, que preferimos llorar
mil veces ante el cadáver de nuestros hijos, antes de aceptar
ir a hablar con él. Lo mejor que puede hacer es marcharse
de Santa Cruz. Su presencia nos mancha.”
Su hipocresía recibió una lección sublime que no espe­
raba, pues él creyó sin duda que todas las madres acudirían
a humillarse e implorar perdón para sus hijos. Allí, se
quedó alojado en el Banco Central, solo, con sus secuaces
avergonzados.
El pueblo cruceño, invadido y ultrajado por el déspota
y por las hordas de milicianos que recorrían las calles, arma­
dos hasta los dientes, no perdió su rebeldía ante la adversi­
dad y con su orgullo ancestral se enfrentó al verdugo con la
moral en alto.
Las reiteradas acusaciones hechas por Siles Zuazo sobre
el supuesto “ anexionismo o separatismo” de Santa Cruz de
la Sierra son una calumnia. Permítaseme hacer un poco de
historia. He de remontarme a 134 años atrás, para comenzar
a refutar las temerarias acusaciones del mandatario que en
su afán morboso de cobrar supuestos agravios ofendió y hu­
milló a mi pueblo, olvidándose que Santa Cruz mas que cru­
ceña es boliviana hasta sus raíces. Otra cosa será que, en
su inconciencia partidista, al crear con su sañuda persecución
un resentimiento peligroso, puedan gestarse en el alma orien-

294
tal ideas que no coinciden con su arraigado sentimiento na­
cional.
Era de suponer que un hombre que ha escalado el más
alto cargo de la república, debe estar compenetrado, mas que
cualquier otro ciudadano, de toda su historia. Pero la men­
talidad comunizante de Siles Zuazo lo ha hecho olvidar el
pasado y la tradición gloriosa del país.
Desde la infancia nunca acepté, ni en broma, que mis
compañeros pudieran menospreciar esas gloria de la patria.
Recuerdo que un día nos llevaron a una excursión a los cam­
pos del Pari donde murió heroicamente el general argentino
don Ignacio Warnes. Estábamos cantando el himno nacio­
nal, que yo entonaba con emoción, cuando vi al director de
la escuela que molestaba a una de las profesoras haciendo ca­
so omiso de la sagrada música. Indignado me acerqué a él
y le reproché su actitud. Su respuesta no se hizo esperar
pues tomándome de las patillas me levantó en alto hasta san­
grar. Hice un escándalo y la emprendí a patadas contra el
señor director. . . Fui expulsado de la escuela y perdí un
año.
La historia de mi patria la aprendí de memoria y siem­
pre conservé la curiosidad de indagar lo que se relacionase
a ella. La "Creación de Bolivia” , el gran libro de Vicente
Lecuna, fue para mí una verdadera revelación, pues pude
seguir paso a paso la obra del Libertador Simón Bolívar y
del Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre.
Recuerdo que el primer tomo me subyugó por un motivo
emocional: porque encontré frecuentes referencias al pueblo
donde yo nací. Santa Ana de Velasco, entonces llamado
Santa Ana de Chiquitos. Por primera vez también al cono­
cer la insistente penetración brasileña sobre Santa Cruz.
El coronel realista Sebastián Ramos que a la sazón era
representante político del Rey de España en Santa Cruz, co-

— 295 —
Con el gesto teatral que es característico en él, Siles
Zuazo, toma su avión y se traslada a Santa Cruz para hu­
millar una vez más con su presencia a ese pueblo que lo
odia y queriendo granjearse la simpatía convoca a las ma­
dres de los muchachos que él tiene presos o prófugos para
decirles algo que finalmente nadie supo qué podía ser ya que
esas dignas señoras no acudieron a la cita clamorosa que les
hizo llegar por tres veces. La altivez de la mujer cruceña
fue demostrada como siempre al contestar a los emisarios
del verdugo: “ Díganle a Siles Zuazo, que preferimos llorar
mil veces ante el cadáver de nuestros hijos, antes de aceptar
ir a hablar con él. Lo mejor que puede hacer es marcharse
de Santa Cruz. Su presencia nos mancha.”
Su hipocresía recibió una lección sublime que no espe­
raba, pues él creyó sin duda que todas las madres acudirían
a humillarse e implorar perdón para sus hijos. Allí, se
quedó alojado en el Banco Central, solo, con sus secuaces
avergonzados.
El pueblo cruceño, invadido y ultrajado por el déspota
y por las hordas de milicianos que recorrían las calles, arma­
dos hasta los dientes, no perdió su rebeldía ante la adversi­
dad y con su orgullo ancestral se enfrentó al verdugo con la
moral en alto.
Las reiteradas acusaciones hechas por Siles Zuazo sobre
el supuesto “ anexionismo o separatismo” de Santa Cruz de
la Sierra son una calumnia. Permítaseme hacer un poco de
historia. He de remontarme a 134 años atrás, para comenzar
a refutar las temerarias acusaciones del mandatario que en
su afán morboso de cobrar supuestos agravios ofendió y hu­
milló a mi pueblo, olvidándose que Santa Cruz mas que cru­
ceña es boliviana hasta sus raíces. Otra cosa será que, en
su inconciencia partidista, al crear con su sañuda persecución
un resentimiento peligroso, puedan gestarse en el alma orien-

— 294
tal ideas que no coinciden con su arraigado sentimiento na­
cional.
Era de suponer que un hombre que ha escalado el más
alto cargo de la república, debe estar compenetrado, mas que
cualquier otro ciudadano, de toda su historia. Pero la men­
talidad comunizante de Siles Zuazo lo ha hecho olvidar el
pasado y la tradición gloriosa del país.
Desde la infancia nunca acepté, ni en broma, que mis
compañeros pudieran menospreciar esas gloria de la patria.
Recuerdo que un día nos llevaron a una excursión a los cam­
pos del Pari donde murió heroicamente el general argentino
don Ignacio Warnes. Estábamos cantando el himno nacio­
nal, que yo entonaba con emoción, cuando vi al director de
la escuela que molestaba a una de las profesoras haciendo ca­
so omiso de la sagrada música. Indignado me acerqué a él
y le reproché su actitud. Su respuesta no se hizo esperar
pues tomándome de las patillas me levantó en alto hasta san­
grar. Hice un escándalo y la emprendí a patadas contra el
señor director. . . Fui expulsado de la escuela y perdí un
año.
La historia de mi patria la aprendí de memoria y siem­
pre conservé la curiosidad de indagar lo que se relacionase
a ella. La “ Creación de Bolivia” , el gran libro de Vicente
Lecuna, fue para mí una verdadera revelación, pues pude
seguir paso a paso la obra del Libertador Simón Bolívar y
del Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre.
Recuerdo que el primer tomo me subyugó por un motivo
emocional: porque encontré frecuentes referencias al pueblo
donde yo nací. Santa Ana de Velasco, entonces llamado
Santa Ana de Chiquitos. Por primera vez también al cono­
cer la insistente penetración brasileña sobre Santa Cruz.
El coronel realista Sebastián Ramos que a la sazón era
representante político del Rey de España en Santa Cruz, co-

— 295 —
noccdor de los triunfos de los ejércitos de Bolívar y Sucre en
Junín y Ayacucho, no quiso rendir sus armas a los liberta­
dores e hizo su capitulación ante los representantes de don
Pedro I del Brasil, en Matogrosso, el 24 de marzo de 1825,
capitulación que fue ratificada en Santa Ana de Chiquitos,
el 24 de abril de ese mismo año, por los oficiales realistas.
Ante las noticias de invasión del ejército brasileño so­
bre Santa Cruz el “ Comandante General Presidente de Santa
Cruz, coronel José Vilela, a las órdenes del Mariscal de Aya-
cucho, le pidió a éste, en carta de fecha 25 de abril de aquel
mismo año a horas 12.30 de la noche, el envío urgente de
tropas para contener a los invasores.
“ El 7 de marzo del año citado, el general Sucre, dirigió
una comunicación al coronel José Vilela anunciándole el en­
vío de soldados a las órdenes del coronel López, indicándole
notificar a los invasores que debían desalojar de inmediato
el territorio nacional, ya que si no lo hacía, él ordenaría
su exterminio y la ocupación violenta del Estado de Mato­
grosso por las fuerzas libertadoras.
“ En fecha 11 de mayo de aquel año, le dirigió un oficio
a don Manuel José Araujo, Comandante en Jefe de las tro­
pas del Brsil en las fronteras de Chiquitos, intimándole la
desocupación de las tierras ocupadas y amenazándole con la
penetración a su territorio, “ donde llevaré la desolación, la
muerte y el espanto para vengar a nuestra patria, y corres­
ponder a la insolente nota y la atroz guerra” . . ., decía tex­
tualmente la nota del Mariscal Sucre.
El 20 de mayo, el mismo general Sucre dirigió otra
comunicación al Presidente de las Provincias Unidas del Río
de la Plata, denunciando la “ violación del derecho de gentes
y de las leyes de las naciones por las tropas del Brasil, de­
pendientes de Matogrosso” , en la que hacía conocer la no­
tificación del comandante brasileño para tomar posesión de

296 —
la provincia de Chiquitos. Anunciaba además que había co­
municado al general argentino Arenales, quien se encontraba
en Chuquisaca y que era Gobernador de Salta, las medidas
que acababa de tomar para castigar a los invasores.
El 21 de mayo de 1825, y ante la firme determinación
del Gran Mariscal de Ayacucho, General José Antonio de
Sucre, el gobernador de Matogrosso, Manuel Alves Da Cu-
ñhas ordenó a su Comandante de Armas que se encontraba
en territorio boliviano, Manuel Velloso Rebello de Vascon-
cello, desocupar el territorio invadido. La población cruce-
ña respaldó la decisión del general Sucre.
Pero desgraciadamente en todos los pueblos del mundo
existen traidores, y en Santa Cruz los hubo en diferentes
épocas. Pasaré a narrar tres hechos que por haber sucedido
en mi época me conmovieron profundamente.
El primero ocurrió en 1924. Gobernaba Bolivia don
Bautista Saavedra cuando un puñado de cruceños se alzó con­
tra su gobierno. Estos señores que no contaban con el apo­
yo del pueblo, llevaron su movimiento al terreno “ separatis­
ta” , y hasta llegaron a organizar un gobierno propio que pre­
tendieron fuera presidido por el doctor Udalrico Zambrana.
El gobierno central movilizó una división a órdenes del
general Hans Kundt y la envió a Santa Cruz con el objeto
de restablecer el orden. El ejército fue recibido por el pue­
blo cruceño con muestras de profunda simpatía. Los “ re­
beldes” dirigidos por el padre del ex-colaborador de Paz Es-
tenssoro, ex-ministro y ex-vicepresidente de la llamada Re­
volución Nacional, Ñuflo Chávez Ortiz, doctor Cástulo Chá-
vez, se internaron por la frontera al Brasil.
El segundo hecho de traición contra la nacionalidad se
efectuó precisamente en momentos de honda crisis y sus
promotores también fueron hombres que actualmente militan
en el gobierno del señor Siles Zuazo.

— 297 —
Estábamos en guerra con el Paraguay el año 1934, cuan­
do un grupo de cruceños dirigidos por el actual senador y
ex-director del diario oficialista “ La Nación” , Heberto Añez,
cayó prisionero y allá en Asunción esos malos bolivianos
se pusieron criminal y traidoramente a órdenes del gobierno
paraguayo. Confeccionaron la bandera del nuevo Estado
Cruceño, perifonearon por radio todos los días sus proclamas
incitando al pueblo oriental a levantarse en armas contra Bo-
livia, es decir contra su propia patria. Los cruceños res­
pondieron como verdaderos bolivianos, repudiaron a los trai­
dores y pelearon contra el enemigo con verdadero heroismo.
En 1936, Bolivia, atravesaba una época de pos-guerra
inquietante. Sus problemas eran múltiples y se necesitaba
verdadera fe para afrontarla.
En este estado de cosas, el entonces coronel y actual
“ general de la revolución nacional” y ex-ministro de Paz Es-
tenssoro, Froilán Callejas, dio un golpe subversivo y trató de
desconocer al gobierno legalmente constituido del doctor Jo ­
sé Luis Tejada Sorzano. Su maniobra era anti-bolivianista,
pues tenía como fin el “ separatismo” del departamento de
Santa Cruz de la Sierra. Y a no mediar el patriotismo y
serenidad de la gente cruceña tal vez habría tenido éxito.
Fracasada la maniobra, el coronel Callejas, un indigno
militar, pasó a vivir en el anonimato, repudiado por sus
mismos coterráneos. Recién volvió a oírse su nombre en
otra asonada dirigida por Paz Estenssoro en 1949 cuando se
puso al lado de éste para llevar al país a una sangrienta gue­
rra civil. Trató en vano de inducir a su propio hijo a trai­
cionar a su patria desertando del ejército nacional para ple­
garse al lado rebelde que él comandaba. La respuesta ne­
gativa del caballeroso teniente Callejas, pasará a la historia
como ejemplo de virilidad y sensatez. Quiero recordar con
este motivo a un gran cruceño, al general David Terrazas,

— 298 —
• |in pata no enfrentar a padre contra hijo cambió de destino
il joven oficial Callejas.

AÑO 1960

Regresé a la patria, después del más largo de mis exi­


lios. Procedente de Buenos Aires el día 28 de febrero lle­
gué a Villazón donde fui apresado y conducido al Control
Político de esa localidad fronteriza y que según los agentes
“ se me estaba esperando” .
En la mazmorra donde fui introducido, después de la
requisa y luego de habérseme quitado documentos y dinero
que poseía, encontré al capitán de ejército N. Rovira, con
quien compartí durante cuatro días aquel inmundo lugar.
Fuimos prácticamente abandonados, pues como en esos días
se celebraba el carnaval, los agentes se encontraban festeján­
dolo, de donde resulta fácil imaginarse que más que en
“ Villazón”, éstos se encontraban “ entre San Juan y Men­
doza”.
Después de cuatro días de encierro en Villazón, donde
sufrimos hambre y frío, se nos indicó que seríamos trasla­
dados a La Paz, pero que nuestro dinero requisado servi­
ría para pagar nuestros pasajes y los de los agentes que nos
custodiarían.
El 3 de marzo, fuimos embarcados en el tren inter­
nacional, en segunda clase. Los pasajeros de esta categoría
de pasaje, eran los famosos “ contrabandistas”, quienes al te­
ner conocimiento que con ellos viajaban dos presos políticos
manifestaron sus simpatías hacia nosotros haciéndonos un
sinnúmero de regalos y muy especialmente de comidas y be­
bidas.

— 299
En más de una ocasión, trataron de agredir a nuestros
custodios habiendo tenido que intervenir nosotros para que
no lo hicieran. Podíamos haber escapado, pero no lo hici­
mos por la sencilla razón de que nuestro ingreso había sido
solicitado legalmente. Para halagar a aquella buena gente
hubiéramos necesitado tener más de un estómago, pues nos
daban tanto de comer. . .
Uno de los agentes, apellidado Pinto, hizo su “ agosto”
con nuestra situación; pues caminó todos los coches pidien­
do una “ colaboración para dar de comer a los pobres presos
políticos que custodiamos” . Por supuesto que el pedido
fue generosamente atendido y el muy ladino ganó mucho di­
nero a costilla nuestra.
El día 4, arribamos a La Paz y fuimos llevados directa­
mente al Control Político y metidos al “ cuartito azul”, lla­
mado así por ser la antesala de las cámaras de torturas de
esa feroz oficina de represión.
Un camarada de armas del Cap. Rovira, que viajaba en
el mismo tren en el que lo habíamos hecho nosotros, co­
municó a la familia de éste que había llegado y que estaba
preso. Esa misma noche a altas horas recibió Rovira una
cama que la compartió conmigo.
El día 5, Rovira fue llevado para prestar su indagato­
ria la misma que duró cuatro horas. Regresó a la celda muy
abatido, porque lo “ habían convencido de su culpabilidad” .
Traté de reconfortarlo pero se encontraba sumamente nervio­
so y aplanado debido a que le habían asegurado que lo ten­
drían por lo menos unos seis meses encarcelado.
Por la noche, se me sacó para prestar también mi in­
dagatoria. Quedé sorprendido ante lo que veían mis ojos.
El agente que me interrogaba se portaba en una forma muy
amable y era el solo, no habían torturas, ni palabras de grue-

300 —
mi <alibre, ni la veintena de maleantes a los cuales estaba
acostumbrado.
Id cartapacio con mis antecedentes fue sacado de una
gaveta metálica, lo que me hizo entender que me encontrab
en el archivo ubicado en el segundo piso. Solicité al agen­
te me mostrase el cartapacio a lo que accedió. Lo tuve en­
tre mis manos por unos momentos y al entregárselo le dije:
" Jamás creí que se me tuviera por una activista tan peligro­
so”, porque así decía en una tarjeta de color gris, que llevaba
mi nombre con varias filiaciones políticas. El agente se son­
rió y me dijo: “ Ud. lo es; pese a todo lo que ha pasado per­
siste en su lucha. ¿Por qué no se retira de la política?
¿Qué le da ésta?”
No le respondí.
El agente, fue tomando nota de las respuestas que yo
le daba y que eran las mismas de siempre: Nombre, edad,
estado civil, profesión, partido político al que pertenecía,
motivo de mi detención, y los nombres de mis parientes y
amigos más allegados.
El agente, escribía y escribía. De vez en cuando le­
vantaba la vista y me hacía una pregunta, a la cual contes­
taba siempre con cautela y seguridad, porque no habiendo
torturas no había motivo de nerviosismo. A las cuatro de
la madrugada, el agente terminó de escribir “ mis declara­
ciones” y me las pasó para que las firmase. Le pregunté si
las podía leer, ya que en anteriores oportunidades no se per­
mitió leerlas y fui obligado a firmarlas sin saber lo que en
ellas había sido escrito. Ahora era distinto, se me trataba
como a un político de “ calidad” . Las firmé y puse mis ini­
ciales al lado derecho de cada una de las hojas que habían
sido llenadas con mi indagatoria. Se me ordenó ir a dormir.
Nos distraíamos con el capitán Rovira, mirando por las
rendijas de la puerta vientdo lo que pasaba afuera. Mostré

301 —
a Rovira, a un primo mío que no salía del Control Político
pero no era detenido sino amigo o agente de aquel organis­
mo represivo. Quedé íntimamente impresionado con mi des­
cubrimiento. Debería callar ésta vergüenza no por él sino
por la familia, pero yo necesito decir la verdad y nada más
que la verdad aunque ella duela. Mi primo responde al nom­
bre de Alfredo Landívar.
En la tarde del día 8, el jefe del Control Político, Raúl
Gómez Jáuregui, se nos acercó y nos dijo: “ Esta noche se­
rán puestos en libertad” . Y así fue, a las diez de la noche
se nos puso en libertad y nos fuimos a nuestras casas.
Cuando llegué a mi hogar, fue una sorpresa para los
míos que me creían aún en la Argentina dado que yo no
les había anunciado mi retomo. Según mis planes, tenía que
llegar a Bolivia y sacar a mi familia al exterior del país
para ponerla a buen recaudo ante un próximo golpe revolu­
cionario que teníamos entre manos.

LAS CARTAS D EL DOCTOR H ERTZO G

El día 8 de marzo, fui sorprendido por las declaracio­


nes del ministro de gobierno, Walter Guevara Arce, y la pu­
blicidad de tres cartas atribuidas al Dr. Hertzog. Esto, me
dejó sorprendido, pues leer el contenido de las indicadas car­
tas era como estar conversando con el mismo ex-presidente.
Conforme iba leyendo se me venía el alma a los pies. No
sólo por su contenido sino por la situación incómoda que
me creaba personalmente a mí, porque yo acababa de salir
de la casa del indicado jefe político, y si esas cartas habían
llegado a manos del gobierno tenían que haber sido entie-

— 302 —
gadas por un traidor o una traidora. Una de las cartas,
puedo asegurar que era auténtica; me la dictó el doctor Hert-
zog. Me refiero a la carta dirigida a sus correligionarios de
La Paz. Pero las otras dos, las desconocía aunque no me
eran ajenos los términos y conceptos vertidos en las mismas.
El gobierno, trató de matar a dos “ pájaros de un tiro” .
Su mansedumbre para tratarme en mi apresamiento en Vi-
llazón, y luego mi traslado a La Paz, donde fui objeto de un
tratamiento desusado en ellos, confirma mi acertó. No trato
de darme importancia, y aunque parezca ilógico, el gobierno
del M.N.R. me escogió como una víctima más de sus canalla­
das. Me conocía como un rebelde intransigente, como un
idólatra de la libertad y la democracia, y por lo tanto, un
luchador insobornable. La única forma de anularme la ha­
bían concebido en la trama más innoble y horrenda que men­
te humana pueda concebir. Lanzó la vulgar especie de que
había sido yo quien entregó aquellas cartas y el rumor se
fue extendiendo de boca en boca y mis propios amigos se
encargaron de hacer elucubraciones antojadizas y así, a un
patriota y auténtico defensor de los Derechos Humanos se
lo convirtió en un “ traidor”, en un “ felón” . Evidente que
no otra cosa sería yo si tal cosa hubiera cometido contra
aquel hombre generoso, que en mi último exilio me había
llevado a vivir en su casa y dado toda su confianza.
La canallesca infamia encontró eco en todas las esferas.
En Buenos Aires, Santiago de Chile, Lima y Bolivia, se me
calificó de “ traidor” . Muchos de mis detractores, agentes del
gobierno unos, otros amigos a quienes conocía sus debilida­
des, y otros por simple envidia, se convirtieron en los porta­
voces del gobierno para hundirme. ¡Y casi lo lograron!
La imputación gratuita que se me hizo me ha hecho
mucho daño. Justo es reconocer que no faltaban anteceden-

— 303 —
le. que- justifiquen la sospecha y la posterior acusación que
sirvió .1 1 gobierno para enlodarme, y son las siguientes:
I Los acontecimientos de Lima— 1956-1957 al cual
bago referencia anteriormente, y que terminó con la defec­
ción de uno de mis más allegados amigos, Orlando Busch Car-
mona, quien acabó por inscribirse al M.N.R. Es decir, se
pasó al gobierno públicamente.
29 — Armé a un grupo, cuyo jefe era un dirigente de
la Unión Socialista Republicana, Artidorio Parra Paz, quien
posteriormente se desenmascaró y demostró estar al servicio
del gobierno del M.N.R.
39 — Entregué dinero y armé a varios de sus hombres
de un alto dirigente falangista a quien el propio Unzaga de
la Vega me presentó y pidió que lo ayudase. Este mal su­
jeto, a quien Enrique Achá, en su libro “ Unzaga - Mártir
de América” llama Alberto Rojas y lo califica de traidor, se
llama en realidad Oscar Rocabado, lugarteniente del señor
Walter Vásquez Michel, que era a la sazón, el tercer hom­
bre después de Unzaga en la revolución del 14 de mayo de
1958.
4'' — Un hombre, con mi mismo apellido, era agente
de Control Político, y no se tomaron el trabajo de averi­
guar si aquel, era yo.
5'1 — Muchos de los hombres que trabajaron conmigo
y que llegaron a mí con órdenes del señor Unzaga de la
Vega, resultaron desleales. Así tenemos la villanía de Pepe
Koy, Torrez Toro y tantos otros a los cuales armé. Estos
llegaron como “ revolucionarios” y, no traían sus credenciales
de “ traidores” .
Pasaron los días, los meses y los años. ¡Qué existencia
la mía! Acosado por el gobierno y despreciado por mis
propios amigos. Lloré y sufrí hambre; incluso se me negaba
las más mínimas posibilidades de trabajo. A muy duras pe­

304 —
ñas conseguí el pan para mis hijos. Buscando trabajo viajé
a Santa Cruz tres veces, en el camión de un amigo, sin po­
der tomar ni una taza de café. El amigo bien me lo podía
dar pero yo no podía aceptar eso.
Mi sino era terrible. La fe en Dios era lo único que
me mantenía. Acomplejado vagué por las calles, los cami­
nos y aún las prisiones. El gobierno estaba no dispuesto a ol­
vidarse de mí. Me conocía demasiado y sabía que, tarde
o temprano, me habría de vindicar y ese gobierno tendría
que pagar la deuda que tenía conmigo. Estuvo a punto de
anularme y someterme. Gracias a Dios y a mis hijos, no
lo consiguió, para que mi lucha no hubiera tenido un final
de infamia y claudicación.
Un buen amigo, el esclarecido escritor don Moisés Al­
cázar, me dijo: “ Su caso, amigo Landívar, es similar a aquel
militar francés que pasó 20 años en la Isla del Diablo, acu­
sado de traición. El caso Dreyffus en Francia, es el caso
Landívar en Bolivia. Al final Ud. será vindicado como lo
fue aquel digno militar y sus hijos se enorgullecerán de ha­
ber tenido un padre como U d.” .
Y en carta fechada en Antofagasta, el 14 de abril del
presente año, mi dilecto amigo don Rodolfo Virreira Flor,
me dice: “ Ha sido víctima de la trama más horrenda que
mente humana pueda imaginar. Pero nosotros, que lo co­
nocimos allí donde se conoce a los verdaderos hombres, sa­
bemos que Ud. nunca podrá ser un canalla.”
El mismo doctor Hertzog, me entregó una carta en la
cual, aunque negando la existencia de las cartas, me reiteraba
su amistad. Desgraciadamente ésta carta, tuvo un retraso de
dos años. Si ella hubiera llegado a su debido tiempo cuán­
tos sufrimientos y penalidades me hubieran ahorrado.

— 305
J. EN RIQ U E H ERTZO G G.
Casilla No. 558

La Paz, 8 de mayo de 1962.


Señor don
Hernán Landívar Flores,
16 de Julio No. 191 - Obrajes.
La Paz.—

Mi estimado amigo Hernán:


Lamenté mucho cuando supe que la maledicencia de la
gente atribuyó a Ud. concomitancias con la pérdida de una
supuesta carta mía al señor Carlos Víctor Aramayo, que el
gobierno Siles Zuazo se encargó de difundir, irresponsable­
mente, a los cuatro vientos.
Yo me apresuré a desvirtuar, desde entonces, ante to­
das las personas que me hablaron del asunto, cualquier su­
posición malévola al respecto, y lo seguiré haciendo sin des­
canso. Es increíble la facilidad con que lo malo se difunde
cuando se trata de hacer daño.
Quien conozca de veras a Ud. no puede creer en ese
infundio sin sentido y yo me complazco en reiterarle ahora,
no sólo mi amistad sino mi confianza invariable. Hace mu­
chos años que lo conozco y se de su hombría de bien y en­
tereza. Mi opinión pues está asentada en el aprecio real
de los hechos.
Esta carta está escrita también para su esposa y sus
queridos hijos. Ellos deben saber que Ud. fue fiel a su
apellido y a la honorable tradición de su familia.
Rogándole saludar a los suyos y reiterándole mi afecto,
reciba Ud., estimado Hernán, un afectuoso abrazo de su
amigo y servidor.
Enrique Hertzog G.

— 306
ELECCIO N ES PRESID EN CIA LES D E 1960

Una vez más, el gobierno en su maquiavélico afán de


hacer consentir su “ democracia”, efectuó las elecciones para
elegir al sucesor del señor Siles Zuazo.
Falange Socialista Boliviana, dio su aval a la falsa lid
electoral concurriendo a la misma. La batalla fue brutal
entre el señor Paz Estenssoro y su ex-ministro de Relacio­
nes Exteriores Walter Guevara Arce.
En un comienzo, el Presidente Siles apoyó a su ex-mi­
nistro de gobierno señor Guevara Arce. Pero, como tenía
por costumbre abandonó a éste y dio su espaldarazo a su
“ Je fe ” Paz Estenssoro. No se crea que esta “ pelea” entre
compadres era cierta. Se trataba únicamente dar al pueblo
un poco de teatro para distraer su descontento y su hambre.
Se efectuaron las elecciones. Ganó Paz Estenssoro, co­
mo era natural que debía ser. El señor Guevara Arce, salió
al exilio y Falange Socialista se conformó con dos o tres di­
putados. Al gobierno le salió muy barato el reconocimiento
por la oposición de su “ innegable fe democrática” .
Se hizo la transmisión del mando con grandes descar­
gas de metralla.
¡Cuán distinta esta transmisión del mando a aquella de
1956 cuando Oscar Unzaga de la Vega existía! En esta ha­
bía el conformismo y el sometimiento. En aquella, impera­
ba la rebeldía y el patriotismo inculcado por aquel luchador
y caballero de la libertad.
Alguien, un miembro del gobierno, había profetizado lo
siguiente: “ El día que desaparezca Unzaga de la Vega, el
M.N.R. podrá gobernar sin traba alguna. Hay que matar
a Unzaga de la Vega” , terminó diciendo.

307 —
Y aquel hombre estaba en lo cierto. Asesinaron a Un-
zaga de la Vega y la oposición fue declinando y los jefes de
ésta oposición ya no se los nombra. Los herederos de aquel
gran visionario se sometieron y hoy alternan con el gobierno
en unas bancas parlamentarias miserables, donde ni siquiera
se les da el derecho de hablar, menos de protestar ante los
abusos y arbitrariedades que cometen los conculcadores.

NUEVAM ENTE EN SORATA

Con el nombre de mi señora, obtuve la concesión del Ho­


tel Sorata, llenando todos los requisitos exigidos en el lla­
mamiento a propuestas pertinente. Creimos que allí, íbamos
a conseguir la paz y tranquilidad espiritual. Además, la
fuente de ingresos para ganar el pan para nuestros hijos.
Pero no fue así, al poco tiempo comenzó una franca
presión y hostigamiento de parte de las autoridades. De La
Paz, en julio, en un solo mes, fueron tres comisiones a to­
marme preso, a las cuales burlé por las tretas que he venido
aprendiendo en estos once años.
El 20 de junio, tenía el hotel con muchos pasajeros,
cuando fui anoticiado de la llegada del foragido Rolando Re­
quena Gutiérrez y su pandilla. Bastó su presencia, para que
los pasajeros acomoden maletas y se marchen.
Requena, asaltante en ese entonces y hoy diputado, or­
denó a su secretario, un tal Pasten, que presentase la tarjeta
personal suya al hotel. El incondicional servidor, salió al pa­
tio y ametralló el edificio con el consiguiente pánico de los
pasajeros y mi familia. Se encontraban aún en el hotel un
ingeniero holandés, el ingeniero Carlos Guerrero y su fami­
lia y todo el plantel educacional del Colegio Santa Teresa.

— 308 —
Luego, Requena, me dijo: “ ¿Qué haría Ud. si lo fusilo aho­
ra mismo? Eran las dos de la mañana del amanecer del 21.
A lo que respondí, con otra pregunta: “ ¿Qué puede hacer
un m uerto?”
Después de cometer un sinnúmero de desmanes tanto en
el hotel como en el pueblo de Sorata, al día siguiente se
marchó con sus foragidos estafándome más de un millón de
bolivianos.

PAZ ESTENSSORO EN SORATA

Los moradores de Sorata, con el concurso del Punto IV,


trabajaron la captación de agua potable. Estos trabajos que­
daron terminados a fines de noviembre y resolvimos hacer
la inauguración el día 9 de diciembre.
Queriendo dar realce a tan magno acontecimiento, el
pueblo sorateño resolvió invitar al Presidente Paz Estensso-
ro y nombró madrina de la obra a la esposa de éste. Fue
invitado también el Embajador de los EE.UU., el de la Ar­
gentina, varios ministros y personalidades políticas de La Paz.
El primero en llegar fue el ministro de Salubridad Gui­
llermo Jáuregui Guachalla, antiguo amigo mío cuando no
era hombre del gobierno y trabajaba para los “ reaccionarios” .
Llegó con 24 horas de anticipación para “ preparar la llegada
de su jefe Paz Estenssoro” .
El día 9, a las 10 de la mañana llegó el Embajador
de los EE.UU. y a la 1 de la tarde lo hizo el Presidente
Paz Estenssoro. El pueblo le hizo una recepción organiza­
da y multitudinaria. A las 3 de la tarde llegó al hotel y or­
dené a los mozos que lo recibieran y le señalaran sus habi­
taciones. Fue con su esposa y tres hijos.

— 309
Su secretario Eduardo Olmedo López, se acercó a la ad­
ministración y me dijo: “ El presidente, no se sirve nada si
no tiene el visto bueno de este señor” , y me presentó a
otro que responde al apellido de Andrade. Entonces, los lle­
vé a ambos al comedor donde hice reunir a todo el presonal,
a quienes manifestó que, mientras durara la presencia del
presidente y su comitiva en el hotel, los que mandaban en
el mismo eran aquellos señores. Con este proceder mío li­
braba mis responsabilidades.
Atendí con todo esmero al señor embajador Stephansky,
lo mismo que al embajador de la Argentina, señor Gerardo
Shamiss. A ellos me interesaba hacerles conocer quien era
Paz Estenssoro. Cuando el embajador Shamiss, me invitó a
que lo visitara en la Embajada para hacérmela conocer, le
agradecí pero al mismo tiempo le conté que la conocía por
haberme asilado varias veces en ella. Esta charla fue oída
por la señora de Paz Estenssoro a quien no había visto y
que acababa de llegar y me dijo, en presencia de los dos
diplomáticos:
— ¿Está Ud. haciendo conocer su situación política a
los embajadores, señor Landívar?
Mi señora, que estaba conmigo, le respondió: “ Usted
sabe señora que Hernán no es del partido” . Al decirle, “ sa­
be” , mi esposa le hacía recuerdo, que en una ocasión cuan­
do yo estaba preso, ella y otras señoras más habían ido don­
de la esposa de Paz Estenssoro en pos de nuestra libertad.
El embajador Stephansky, me preguntó por qué yo no
había saludado al Presidente. Le hice conocer las torturas
que ese Presidente me había infligido y que no estaba dis­
puesto a saludar a mi verdugo.
— Pero eso es temerario, me dijo. No olvide usted
que, al final de cuentas, es el presidente de la nación. — An­
te mi firme actitud, el representante de los Estados Unidos

— 310 —
I■ ■

no tuvo más que darme la razón. Me invitó también a que


lo visitase en la embajada cuando vaya a La Paz.
El día 11, la comitiva presidencial, resolvió regresar a
La Paz. Olmedo López, se acercó y me manifestó que
mandara la cuenta al Palacio de Gobierno lo mismo que la
de los embajadores Stephansky y Shamiss.
Cuando los dos embajadores me pidieron la cuenta les
manifesté que ellas estaban pagadas. Nos pusimos a charlar
antes de la partida. Yo estaba en medio de los dos emba­
jadores en el gran comedor cuando desde el vestíbulo, el
Presidente Paz Estenssoro nos divisó y se dirigió hacia don­
de nos encontrábamos y, dirigiéndose directamente a mí, me
tendió la mano y me dijo: “ Todo ha estado muy bien y le
quedo muy agradecido señor Landívar, volveré dentro de 15
días” .
Me vi forzado a estrechar la mano de ese hombre por la
sorpresiva actitud de él, luego, por la educación fundamental
de mi persona y por la presencia de los señores embajadores
allí presentes. Esta actitud del presidente Paz Estenssoro, co­
mo se verá después, fue un acto teatral y demagógico. El bien
me conocía y sabía que mis charlas con los embajadores no
podían ser favorables a él, y quiso desmentirlas con aquel ges­
to “ democrático”. Yo lo había ignorado durante los tres días
que permaneció allí, mi actitud fue incluso notada por el em­
bajador de los Estados Unidos y, por lo tanto, el mismo Paz
Estenssoro tenía que haberse dado cuenta de mi “ mala edu­
cación”.
Quedé intrigado y meditabundo con el proceder del señor
Paz Estenssoro, sabía que detrás de aquel “ gesto democráti
co”, existía la trampa innoble de su vida misma. ¡Y no es­
tuve equivocado!. . .
El primero de enero, llamé por teléfono al embajador
Stephansky a quien felicité por el nuevo año. Asimismo, le

311 —
Su secretario Eduardo Olmedo López, se acercó a la ad­
ministración y me dijo: “ El presidente, no se sirve nada si
no tiene el visto bueno de este señor”, y me presentó a
otro que responde al apellido de Andrade. Entonces, los lle­
vé a ambos al comedor donde hice reunir a todo el presonal,
a quienes manifestó que, mientras durara la presencia del
presidente y su comitiva en el hotel, los que mandaban en
el mismo eran aquellos señores. Con este proceder mío li­
braba mis responsabilidades.
Atendí con todo esmero al señor embajador Stephansky,
lo mismo que al embajador de la Argentina, señor Gerardo
Shamiss. A ellos me interesaba hacerles conocer quien era
Paz Estenssoro. Cuando el embajador Shamiss, me invitó a
que lo visitara en la Embajada para hacérmela conocer, le
agradecí pero al mismo tiempo le conté que la conocía por
haberme asilado varias veces en ella. Esta charla fue oída
por la señora de Paz Estenssoro a quien no había visto y
que acababa de llegar y me dijo, en presencia de los dos
diplomáticos:
— ¿Está Ud. haciendo conocer su situación política a
los embajadores, señor Landívar?
Mi señora, que estaba conmigo, le respondió: “ Usted
sabe señora que Hernán no es del partido” . Al decirle, “ sa­
be” , mi esposa le hacía recuerdo, que en una ocasión cuan­
do yo estaba preso, ella y otras señoras más habían ido don­
de la esposa de Paz Estenssoro en pos de nuestra libertad.
El embajador Stephansky, me preguntó por qué yo no
había saludado al Presidente. Le hice conocer las torturas
que ese Presidente me había infligido y que no estaba dis­
puesto a saludar a mi verdugo.
— Pero eso es temerario, me dijo. No olvide usted
que, al final de cuentas, es el presidente de la nación. — An­
te mi firme actitud, el representante de los Estados Unidos

— 310 —
no tuvo más que darme la razón. Me invitó también a que
lo visitase en la embajada cuando vaya a La Paz.
El día 11, la comitiva presidencial, resolvió regresar a
La Paz. Olmedo López, se acercó y me manifestó que
mandara la cuenta al Palacio de Gobierno lo mismo que la
de los embajadores Stephansky y Shamiss.
Cuando los dos embajadores me pidieron la cuenta les
manifesté que ellas estaban pagadas. Nos pusimos a charlar
antes de la partida. Yo estaba en medio de los dos emba­
jadores en el gran comedor cuando desde el vestíbulo, el
Presidente Paz Estenssoro nos divisó y se dirigió hacia don­
de nos encontrábamos y, dirigiéndose directamente a mí, me
tendió la mano y me dijo: “ Todo ha estado muy bien y le
quedo muy agradecido señor Landívar, volveré dentro de 15
días” .
Me vi forzado a estrechar la mano de ese hombre por la
sorpresiva actitud de él, luego, por la educación fundamental
de mi persona y por la presencia de los señores embajadores
allí presentes. Esta actitud del presidente Paz Estenssoro, co­
mo se verá después, fue un acto teatral y demagógico. El bien
me conocía y sabía que mis charlas con los embajadores no
podían ser favorables a él, y quiso desmentirlas con aquel ges­
to “ democrático”. Yo lo había ignorado durante los tres días
que permaneció allí, mi actitud fue incluso notada por el em­
bajador de los Estados Unidos y, por lo tanto, el mismo Paz
Estenssoro tenía que haberse dado cuenta de mi “ mala edu­
cación” .
Quedé intrigado y meditabundo con el proceder del señor
Paz Estenssoro, sabía que detrás de aquel “ gesto democráti
co”, existía la trampa innoble de su vida misma. ¡Y no es­
tuve equivocado!. . .
El primero de enero, llamé por teléfono al embajador
Stephansky a quien felicité por el nuevo año. Asimismo, le

— 311 —
pedí una audiencia que me fue concedida para el día siguiente
a las 4 de la tarde.
Charlé con el señor Stephansky por espacio de una hora.
Le hice entrega de una carta en la cual confirmaba mis acu­
saciones contra el gobierno de Paz Estenssoro. Le entregué,
también la copia de una carta que yo le había escrito al
presidente Paz. Ambas las leyó en mi presencia, y en un mo­
mento de esos se levantó y tomándose la cabeza con ambas
manos, me dijo:
— Pero esto es temerario, le puede costar muy caro. No
olvide Ud. que se trata del Presidente de la República.
— Está usted en lo cierto, señor embajador — le dije—
pero para mí el señor Paz Estenssoro, fuera del cargo que tie­
ne, es el verdugo de Bolivia.
Acusé al señor Paz Estenssoro, de haber recibido entre
gallos y media noche al enviado especial de Fidel Castro, el
subsecretario de relaciones de Cuba, señor Olivares. Le hice
conocer al indicado embajador, que el diplomático cubano ha­
bía exigido al Presidente Paz Estenssoro, el nombramiento del
señor José Fellman Velarde como Canciller para que asistiera
a la Conferencia de Punta del Este.
El embajador señor Stephansky, fue cordial y tolerante
conmigo. Era la primera vez que yo entraba a la Embajada
de los EE.UU. y conversaba con su representante. Al co­
mienzo de la audiencia yo estaba muy nervioso, pero confor­
me iba exponiendo mis puntos de vista y al ver interesado
al diplomático ( me fui serenando y acabé como si estuviera
charlando con los amigos de siempre.
Al despedirme del señor Stephansky, le hice entrega de
un pequeño regalo consistente en un tejido indio llamado
“ aguayo” . Le prometí llevarle el día 20, otro similar con
la inscripción, también tejida, para el Presidente Kennedy,
que había encargado y cuya leyenda era la siguiente: “ El pue­

— 312
blo de Bolivia para el Presidente de los Estados Unidos,
John F. Kennedy, en su primer aniversario — 1961-1962” .
Este pequeño recuerdo le entregué personalmente al se­
ñor Stephansky. Para tener un acuse de recibo acudí al
ardid de dirigirme a la Embajada de los EE.UU. pidiendo
se me regale una bandera de la nación del norte. Obtuve
la respuesta del señor Consejero William L. S. Williams, el
19 de marzo de 1962.

SE ME QUITA E L H O TEL DE SORATA

El 4 de enero de 1962, recibí una llamada telefónica


en mi casa de Obrajes de parte de una señora allegada-mía
quien me pedía la visitase urgentemente.
Llegué a la casa de esta señora a las 5 de la tarde y de
inmediato me puso al corriente de lo que se trataba: “ Un
alto jerarca del partido de gobierno, le había hecho saber
que en la mañana de ese día el Presidente Paz Estenssoro,
en el Palacio de Gobierno, había llamado la atención al Pre­
fecto, doctor Eduardo Zuazo Cuenca, por haber entregado el
Hotel de Sorata a un enemigo del Gobierno y le ordenó res­
cindir del contrato y quitarme el indicado hotel” .
Inmediatamente, contraté un camión y me trasladé a So­
rata y recogí todas mis pertenencias, pues el hotel sólo consta
del edificio. Cuando llegó la comisión a quitarme el hotel
ya no había nada en él. Libré mis cosas de ser “ nacionaliza­
das”, gracias a la oportuna comunicación de la indicada se­
ñora.
El Presidente Paz Estenssoro, cumplió con la visita anun­
ciada que me hizo cuando me dio su diestra para ensuciar
la mía. El no fue, pero mandó a sus genízaros. La carta

— 313
que le entregué y cuya copia di al señor Stephansky, tuvo
inmediata respuesta.

RIO LAUCA

He de tratar el asunto del Río Lauca, pese a lo esca­


broso del tema y los consejos negativos de mis amigos para
hacerlo. Según ellos, hablar de esto daría al gobierno actual
de Bolivia, armas suficientes para tacharme de “ traidor”, por
mi supuesta defensa del asalto chileno. He meditado mucho
al respecto y he resuelto hacer un ligero análisis del asunto
porque creo que es un deber hacerlo. Callar sería dar el vis­
to bueno a los conculcadores que nos gobiernan ante sus
maquinaciones desleales y traidoras. Ellos no defienden na­
da patrióticamente. Eso sí, han encontrado un medio más
de estafa contra el pueblo boliviano.
El problema del Río Lauca, es viejo. En 1939, Chile
dio los primeros pasos para hacer los trabajos sobre él. El
gobierno boliviano de ese entonces, y los que han venido
sucediéndose, tomaron notas del problema sin darle la serie­
dad que el caso requería. Mientras tanto Chile, que dicho
sea de paso, nunca se duerme, fue avanzando en sus trabajos
y de vez en cuando, para salvar responsabilidades futuras,
daba un nuevo aviso al gobierno boliviano y éste como siem­
pre dilataba un arreglo radical. Los avisos y acuse de recibo
de los mismos era un mero formulismo, pues, Chile, con o
sin autorización de Bolivia, hubiera, como lo hizo, efectuado
trabajos en el Río Lauca.
Desde 1879, Chile ha venido ejerciendo sobre Bolivia
un sinnúmero de atropellos. Su total ausencia de escrúpulos
para expandirse no tuvo fronteras y Bolivia fue siempre la

— 314 —
víctima. Así nos arrebató nuestro litoral, y así acaba de to­
mar para sí el caudal del Río Lauca.
Después de ochenta años, en que Chile nos ganó la gue­
rra del Pacífico, el vencedor sigue imponiendo su voluntad y
nadie lo puede detener. La única forma de parar las am­
biciones chilenas sería responder a sus “ conquistas” con la
guerra de la revancha. Pero esto es quimérico, es imposi­
ble, porque los propios hijos de Bolivia tienen la culpa de
ello. Nos dedicamos más a deshacernos entre bolivianos que
a prepararnos para la reconquista.
Pero lo grotesco, en el caso del Lauca, es que fueroo
braceros bolivianos los que terminaron la obra chilena. Fue­
ron dos ministros de los señores Paz Estenssoro y Siles Zua-
zo los que enviaban a los trabajadores bolivianos para con­
solidar el ultraje y la usurpación. Los obreros bolivianos no
son culpables de ellos. Culpables si son los dos dignata­
rios de Estado que a espaldas del pueblo boliviano cometieron
la traición de callar la usurpación. En cualquier país civili­
zado tamaña traición sería castigada con la muerte de los
autores. Pero en Bolivia, en los últimos diez años, sé co­
meten tales contrasentidos que dejan desconcertado al que pien­
sa un poco. Así como los gobernantes contrataron a un chi­
leno, Luis Gayán Contador, para torturar a los bolivianos,
también contrataban a obreros bolivianos para que ayuden a
los usurpadores. ¡Oh paradoja! ¡Qué traición, Dios mío!
Cuando la obra fue terminada, cuando .la usurpación se
hizo realidad, el gobierno boliviano levanta el polvo y llega
al escándalo. Se acude a los organismos internacionales cuan­
do los millones de dólares terminaron su obra. ¿Podía Chi
le perder su dinero, su prestigio y su esperanza?
No. Los culpables son los hombres del actual régimen
comunista que impera en Bolivia. Durante 11 años no hi­
cieron otra cosa que desquiciar a la familia boliviana; des-

—- 315
trozaron al ejército que es la institución llamada a defender
los derechos de la nación. Por obtener las simpatías de los
gobiernos limítrofes callaron la penetración extranjera. Hoy
Chile, mañana será Brasil, Perú y Paraguay, con quienes te­
nemos litigios perennes y cuyas penetraciones silenciosas son
una realidad cotidiana.
En la era contemporánea, el peor enemigo de Bolivia
fue el general chileno Carlos Ibáñez del Campo. Cuando la
guerra del Chaco nos cerró la frontera. Y este hombre, fue
uno de los agasajados por Paz Estenssoro-Siles Zuazo en 1956.
Cuando ejercía la presidencia de Chile, Ibáñez del Campo
llegó a Bolivia como invitado especial del gobierno boliviano
y se le rindió pleitesía como si fuera un gran amigo de Bo­
livia y no el enemigo empedernido. Fue ante él, que el Can­
ciller Walter Guevara Arce, declaró que Bolivia no tenía
“ ningún problema con la hermana república de Chile”. Y es
Paz Estenssoro el que reclama ahora. ¿Por qué?
Es muy fácil dar la respuesta. Toda tiranía tiene ne­
cesidad de tener al pueblo siempre preocupado o temeroso.
No puede darle facilidad porque un pueblo feliz no acepta
tiranía. Y Bolivia, desde el 9 de abril de 1952, es un pue­
blo sin meta y sin esperanza, casi lo puedo calificar de ser un
pueblo vencido. Y un pueblo derrotado se deja llevar de
las narices hacia donde sus “ conductores” lo arrastraron.
Paz Estenssoro y su Canciller Fellman Velarde, tomaron
el asunto del río Lauca, como un arma política. El primero
necesitaba distraer el descontento del pueblo; el segundo de­
sea ser candidato a la vicepresidencia del año próximo y
necesita “ hacer plataforma”, salir de la nada que es, y con­
vertirse en el abanderado del sentir patriótico del pueblo bo­
liviano. ¡Ellos, los componentes de la Internacional Comu­
nista: patriotas! La patria para estos no existe y si la toman
en cuenta sólo será para aprovecharse de ella. Su patria es

— 316 —
Rusia, su amo es Khrusbchev y sus compañeros de ruta son
Fidel Castro, Rómulo Betancourt y tantos otros comunistas
que pululan por América.
El antichilenismo del señor Reliman Velarde también
tiene otro motivo. El se casó con una chilena. Ambos lle­
garon a Bolivia sin tener un centavo, pero cuando triunfó la
revolución del 9 de abril, comenzaron a hacer fortuna. Su
mujer, Silvia Toledo, trajo a su madre, sus hermanos y demás
deudos, y la danza de los millones fue incontrolable. Se hi
cieron ricos a costa del pueblo boliviano. Y cuando se can­
saron de “ ganar dinero” todos ellos regresaron a Chile a des­
cansar. Fellman, también se fue, incluso renunció a una
banca parlamentaria. Vendieron todo en Bolivia y allí en
Santiago se compraron varios inmuebles y los nuevos ricos
comenzaron o vivir del “ fruto de su trabajo”.
Pero un día de esos, la mujer de Fellman, que había
obtenido de su esposo que todos los inmuebles se compra­
ran a su nombre para que la “ oposición boliviana” no lo se­
ñale de haber robado, lo abandonó y se quedó con todo. Se
lo echó de la casa y el pobre hombre regresó a Bolivia en bus­
ca de nueva fortuna. El comunismo lo hizo Canciller. Y el
Canciller quiere ser Vicepresidente de Bolivia y como el que­
rer es poder ha comenzado a adular a la Iglesia pidiendo a la
Santa Sede, un “ Cardenal "para Bolivia. En verdad que
éstos comunistas no trepidan en llegar a lo grotesco si con
ello consiguen el fin señalado. “ El fin justifica los medios”
“ Los dólares sellan a la infamia” . Mañana tendrán Cardenal
Y el problema del río Lauca ha concluido. La OEA
no nos hizo caso. Chile se quedó con las aguas y los moví-
comunistas lograron sus fines: “ explotaron a su favor ei pa­
triotismo de los bolivianos” . Y aunque el problema del Lau­
ca ha sido una derrota, ellos sostienen el mismo como ban­
dera y siguen adormeciendo al pueblo.

— 317
LOS SU ICIDIO S EN BO LIVIA

A través de todo lo narrado se verá la existencia de un


sinnúmero de “ suicidios”, muchos no han sido insertados por­
que escapan a mi memoria y otros fueron silenciados por las
autoridades cuando las víctimas no eran de la capital.
Fuera del “ suicidio” del señor Unzaga de la Vega, quien
se destapa los sesos con un tiro en la sien derecha y al “ com­
probar él mismo que aún está vivo, toma otro revólver de
distinto calibre y se tira otro balazo en la sien izquierda” ; te­
nemos el “ suicidio” del ingeniero José Núñez Rosales, quien
según el comunicado oficial, se “ suicidó” pegándose un tiro
en la cabeza y arrrojándose luego a morir al patio de la casa
de una vecina. Pero hay algo más en el “ suicidio” del ma­
logrado ingeniero Núñez Rosales. A raíz de un accidente
automovilístico que sufrió en Santiago de Chile, quedó con
parte del cuerpo paralizado y su mano derecha completamen­
te anquilosada, la cual no podía usar ni siquiera para llevar
la cuchara a la boca, pero el gobierno, con ese “ poder de la
impunidad” hace que se pegue el “ balazo fatal a la cabeza
con esa misma mano”.
Referiré cómo murió el ingeniero Núñez Rosales tal
como me lo contó una persona que lo conocía y cuyo nom­
bre no inserto por su seguridad porque está en Bolivia. El,
cuando llegue el momento testificará la verdad de mi relato
José Núñez Rosales, era un hombre de izquierda y cuan
do triunfó la revolución del 9 de abril de 1952, se plegó a
ella y se convirtió en uno de sus máximos técnicos. Llegó
a ocupar incluso por breve tiempo la Gerencia General de la
Corporación Minera. Era a la vez, mentor del señor Juan
Lechín Oquendo a quien ilustraba y asesoraba. En suma fue
un “ gran amigo del maestro” .

— 318 —
Núñez Rosales cayó en desgracia ante el gobierno y tuvo
que salir del país. Vivió en el exilio, en Chile, durante va­
rios años donde escribió un pequeño análisis sobre la revolu­
ción boliviana.
Volvió al país completamente convencido de la necesidad
de producir un cambio gubernamental. Para el mismo, y sa­
biendo que no podía contar con la oposición, tuvo que bus­
car su medio de acción en las mismas esferas oficiales. Es
decir, gravitó su trabajo revolucionario sobre el núcleo de
hombres afines a sus ideas izquierdizantes.
Así fue como el día X , lo podemos llamar, el ingeniero
Núñez Rosales, que era el jefe de la conspiración, resolvió
dar el golpe revolucionario y se trasladó a Viacha y, una vez
en el cuartel dio el santo y seña. Fue recibido por el mismo
Comandante, quien inmediatamente comunicó al Presidente
Paz Estenssoro de la “ novedad”. Este ordenó la detención
de los sediciosos.
Ahí mismo, en Viacha, Núñez Rosales tuvo que sufrir
el primer atropello de agentes del Control Político, quienes
le asestan un tremendo golpe, cayó con el cráneo hundido.
El infortunado ingeniero murió en el acto. El golpe fue
brutal, el homicida acalló la voz de ese hombre que si hu­
biera caído en manos de San Román tal vez hubiera “ can­
tado” y dicho quien tenía que llegar a la presidencia de
haber triunfado la revolución. Así fue muerto el ingeniero
Núñez Rosales.
Pero el gobierno dio otra versión. Se había “ suicida­
do” al verse descubierto. Cuando los agentes llegaron a su
casa para apresarlo, éste se disparó un balazo con la mano
anquilosada y luego “ corrió para morir en el patio de un ve­
cino”. La familia de esta casa, una familia japonesa de ape­
llido Onn fue obligada a “ declarar” lo que el gobierno decía.
Se tomaron presos, a los cuales se les hizo “ confesar”

— 319 —
como sólo ellos saben hacerlo. El tiempo se encargó de
echar polvo sobre el episodio; el muerto bien muerto quedó.

OTRO SUICIDIO

Fue detenido el señor de la Riva, no recuerdo su nom­


bre, pero era hermano del ex-alcalde Luis Nardín Rivas. Se
lo sometió a torturas a manos de ese chileno a quien tanto
conozco, Luis Gayan. Luego salió el comunicado oficial: “ El
señor Rivas se suicidio metiéndose un cortaplumas al abdo­
men” .
Los que hemos estado presos sabemos que esto no es po­
sible por la sencilla razón, que al detenido se le quitan todas
sus pertenencias e incluso hasta los pañuelos y cordones de los
zapatos para evitar que se ahorquen. Pero la revolución na­
cional sabe “ suicidar” a los que no se someten a sus designios.

UN NUEVO “ SU IC ID IO ”

La coincidencia o el destino hizo producir a los nueve


años exactos de la muerte de la señora Carmela Cerruto de
Paz Estenssoro, producida el 8 de diciembre de 1953, un he­
cho en el que se encuentra implicada como una de las prin­
cipales “ cómplices” la hija de aquella infortunada señora. Di­
cho sea de paso, esta hija fue una mala hija como lo tengo
demostrado.
El 8 de diciembre de 1962, apareció “ suicidada” la seño­
rita Teresa Siles Villarroel, en el auto del secretario privado
del señor Paz Estenssoro, Eduardo Olmedo López.

— 320 —
En su edición del día 9, el periódico “ Presencia” da la
noticia en forma extraoficial que la indicada señorita Siles se
había “ suicidado” , pero denunciaba al mismo tiempo, la for­
ma poco normal del proceder del jefe de policía, mayor Raúl
Becerra, quien evadía a la prensa en forma sistemática, dan­
do a entender que en el tal “ suicidio” existía gato encerrado
El padre de la supuesta “ suicida” , reacciona tardíamen­
te. El, que no sabía donde se encontraba su hija a las 10 y
12 de la noche; a las 3 y 6 de la mañana, recién se da cuen­
ta de la desaparición de su hija a las 12 del día, cuando dos
amigos “ oficiosos” van a darle la noticia que su hija se ha­
bía “ suicidado”. Extraña actitud la de este padre cuya ac­
titud es de poner en duda.
Se produce el escándalo. Las autoridades tratan por to­
dos los medios de encubrir al verdadero o verdadera asesino.
El presidente Paz Estenssoro, se apresura a dirigirse al padre
de la víctima mediante carta que registró la prensa, en la
cual le dice que él no apañará las investigaciones.
Pero la realidad es muy otra. El señor Olmedo López,
no es detenido. Renuncia a su alto cargo en la Presidencia
de la República y se “ retira a descansar a su casa” .
Se hace la reconstrucción del “ suicidio” . La mujer que
representa a la desaparecida Teresa Siles, no puede disparar el
revólver con el cual, según manifestaba Olmedo López aque­
lla se había autoeliminado. Ni oprimiendo el gatillo con am­
bas manos en forma por demás forzada y que por lo tanto
descartaba el “ suicidio”. Pues, la señorita Siles, apareció
muerta con un balazo detrás del parietal derecho. La gene­
ralidad de los “ suicidas” se hacen los disparos en una de las
sienes, pero nunca lo hacen en la forma como trataban las
autoridades de demostrar.
Pero en Bolivia, los suicidas en los últimos años, y esto,
con el fin de “ desacreditar al gobierno de la revolución na-

— 321 —
cional” , como en el caso del señor Unzaga de la Vega, dis­
parándose dos balazos en ambas sienes y con distintas armas.
En el caso del ingeniero Núñez Rosales se dispara el pisto­
letazo con la mano anquilosada y se lanza luego, a morir al
patio de una vecina. Al teniente Maldonado se lo enloque-
se y luego se le da un fusil para que se mate, y el señor Ri­
vas, se abre el vientre con un cortaplumas. Y así mueren y
seguirán muriendo tantos y tantos ciudadanos en este baño de
sangre interminable.
En la reconstrucción que fue grabada y transmitida por
Radio América, Olmedo López, casi llorando dijo: “ ¿Qué
interés tenía yo de matar a esa criatura? ” Cuando se le pre­
guntó por qué usaba aquella arma, respondió: “ El presiden­
te Paz Estenssoro, nos pedía que andáramos siempre armados
por la constante acción revolucionaria de los opositores, tam­
bién nos ordenaba ponernos nuestros chalecos blindados” .
Pese al interés desplegado por las autoridades policia­
les que dieron la versión del “ suicidio” , el cual fue refrenda­
do por el médico forense. Pese a la descarada presión ejer­
cida sobre la familia de la víctima y, a la negativa de las au­
toridades judiciales en abrir el respectivo autocabeza del pro­
ceso contra el presunto asesino, se demostró finalmente que
la señorita Siles Villarroel había sido asesinada.
Y, aquí, lo que el pueblo sabía y callaba se confirma.
En declaraciones “ espontáneas” , y ante un juez parroquial,
la hija del presidente Paz Estenssoro, declara que ella estuvo
con el señor Olmedo López y la señorita Teresa Siles, la no­
che del trágico acontecimiento. En las mismas, la indicada se­
ñorita, dice en forma por demás insidiosa, que ella estaba
“ convencida” que su amiga Teresa no se había “ suicidado”.
Se nota a lo lejos, que ella trata por todos los medios de ha­
cer aparecer como victimador al señor Olmedo López. ¿Por
qué lo hizo? ¿Por qué se dan a publicidad esas declaraciones

— 322 —
“ espontáneas” después que ella se encontraba en Francia?
Pues, para nadie era un secreto, que la señora Miriam Paz
Cerruto, había abandonado el país en forma precipitada, pre­
cisamente a los pocos días del supuesto “ suicidio” . Estas de­
claraciones tuvieron que ser dadas porque el rumor del pue­
blo era ya una condena. El tal suicidio, no era sino un cri­
men pasional.
El escándalo sigue. Se extorsiona a la familia para
que desista del juicio. Se les intimida mostrándoles y ame­
nazando con publicar por la prensa fotos que mostraban a la
infortunada mujer completamente desnuda. Se apresa a los
hermanos, que pertenecen a la juventud del M.N.R. y que son
miembros de una banda de ladrones de vehículos, y que da­
da su condición de ser miembros del partido gobernante sus
fechorías quedaban encubiertas con la impunidad. Incluso
el señor Olmedo López, en la reconstrucción del “ suicidio” ,
dijo textualmente lo siguiente: “ Ahora, los hermanos de Te-
resita me miran con odio pero ellos más que nadie saben,
que muchas veces hice valer mis influencias, a pedido de ella,
para sacarlos de los líos en que se encontraban metidos” .
Como se ve, los Olmedo López, los Siles, los Paz Estenssoro,
pertenecían a un clan de familias que habían hecho de la in­
moralidad una forma de vivir.
En junio de 1961, el hijo del Presidente de Bolivia,
Ramiro Paz Cerruto, en estado de ebriedad, en el barrio de
Obrajes, atropelló a unos pobres músicos que se recogían de
una fiesta. Dejó un saldo de tres muertos y varios heridos.
Pero, como era el hijo del amo de Bolivia, este crimen no fue
ni siquiera investigado y como las víctimas eran gente humil­
de todo quedó en nada. La era de los Trujillos se había
trasladado a Bolivia.
Pero vamos analizando, hilando más delgado en el “ sui­
cidio” de la señorita Teresa Siles Villarroel.

— 323
La presión de las autoridades persistió hasta lo último.
Justo es reconocer que el señor Telmo Siles, hermano del
ex-presidente Siles Zuazo, no se acobardó ante las amenazas.
El quería vengar a su hija y persistió tenazmente. No así
la madre, quien ante la amenaza de encarcelamiento de los
hijos, que estaban presos, tuvo que presentarse ante el juez
con un escrito desistiendo de juicio contra el presunto asesino
señor Olmedo López.
Momento éste, que fue aprovechado por Olmedo López
para salir del país “ legalmente” . Cuando el padre de la víc­
tima reaccionó y desautorizó a su esposa, el inocente Olme­
do López con el beneplácito oficial desapareció de Bolivia.
Muy pronto sabremos, que su sacrificio fue premiado por el
gobierno con una embajada.
Mientras tanto, la hija del señor Paz Estenssoro, vagará
por Europa analizando su tormentosa vida y si el remordi­
miento algún día la hace recapacitar, recordará a aquel te­
niente Maldonado muerto por Gayán por orden de su padre.
Recordará a esa mártir mujer que fue su madre y que tam­
bién se “ suicidó”, y a su mejor amiga y rival, la señorita
Teresa Siles Villarroel.

SE NOS IM PONE LA SUBVERSION

Cuando a los pueblos se les niega el derecho a elegir


libremente a sus conductores, la rebelión armada se impone.
Y como lo dijera ese gran norteamericano, Jefferson: “ La li­
bertad, es necesaria abonarla con la sangre de los tiranos”.
Estas palabras, venidas de uno de los estadistas más
esclarecidos de los Estados Unidos, son un contraste con las

— 324 —
venidas por el Presidente actual de esa gran nación, John
I7. Kennedy.
El actual mandatario norteamericano, tal vez mal infor­
mado por sus asesores, ha puesto como ejemplo para Amé­
rica, la “ revolución boliviana” . Ha avalado, la más cruel ti­
ranía que soporta mi pueblo desde hace once años. Si bien
este proceder del estadista estadounidense no debe sorpren­
dernos, hay que lamentarlo. Tenemos muy fresco aún el pro­
ceder de los Estados Unidos con la mártir Hungría; recorda­
mos también, el espaldarazo que dio al tirano Nasser po­
niéndose contra sus legítimos aliados Inglaterra y Francia. Y
aquí, en América del Sud, allí en el Caribe donde el virus
comunista es profundamente peligroso, ( acaba de dar un paso
atrás después de su “ payasada de octubre de 1962” .
El señor Kennedy, dice al señor Ciro Cardone: “ Su des­
tino es sufrir. . . ” . Es muy fácil decir a los hombres que su­
fran por la agonía de la patria, frases bonitas como las ver­
tidas por el presidente norteamericano. Después de la frase,
viene el abandono a los patriotas cubanos a quienes se les
quita hasta la moral para liberar a su país de la tiranía co­
munista. También se los persigue y se los acusa deslealmen­
te de ser unos traficantes. . . Estados Unidos, y lo siento
por su pueblo generoso, muy pronto se deslizará por la pen
diente de su declinación, quedará sola por culpa de sus con­
ductores. Estos, se aferran a una “ convivencia suicida” con
aquellos que la aceptan hasta conseguir sus objetivos. Se
convierten así en los compañeros de ruta, en los estúpidos
útiles como son calificados por los propios comunistas.
Si hasta ayer creíamos que el Coloso del Norte nos de­
fendía de la brutalidad comunista, y nos alentaba en la lucha
por la libertad y la democracia, hoy se impone a los latino­
americanos no seguir la política equivocada de los Estados Uní-

— 325 —
dos y labrarse su propio destino con su esfuerzo y con su
sangre.
Basta ya de la dependencia de los pueblos sudamerica­
nos a la política norteamericana. Si hasta ayer fue la recto­
ra de nuestro destino, hoy se nos hace imperativo liberarnos
y procurar la confederación latinoamericana.
Debemos renunciar a la ayuda económica de los Estados
Unidos, pues, ella viene en forma tal, que sólo nos dá palia­
tivos estimulantes y no solucionan de ninguna manera los
graves problemas que tenemos en nuestros propios países.
La ayuda llega, con el cálculo mercantilista de los inversionis­
tas de donde proviene la ayuda. La “ libertad y la democra
cia” que ellos pregonan sólo son defendidas por ellos allí
donde sus intereses económicos corren el peligro de ser per­
judicados.
En lo que respecta a Bolivia, mi patria, en los últimos
once años, hemos tenido abierta intervención en los asuntos
internos del país por parte de los EE.UU. y pese al comunis­
mo del gobierno que impera allí, su ayuda ha sido perni­
ciosa y terriblemente desmoralizadora. Los comunistas se
vieron forzados a aceptar esta ayuda y se “ sometieron” por­
que no les quedaba otra alternativa para sobrevivir. Y a
los EE.UU. no le interesaba la clase de gobierno que rija los
destinos de mi país, a ellos sólo les intéresa tener unas “ re­
servas” dormidas y a cambio de la “ ayuda” obtuvieron decre­
tos del gobierno declarando como “ reservas fiscales” ciertas
zonas donde existen minerales que son codiciados por los dos
colosos que rigen los destinos del mundo.
Ante esta encrucijada en la que se encuentra el pueblo
boliviano; ante la desesperanza existente y la ninguna esperan­
za de un cambio en la política del Departamento de Estado,
se impone pues, como título este acápite, la subversión ar-

— 326
mada contra el gobierno comunista del señor Paz Estensso-
ro y su cuadrilla.
Debemos lanzarnos a la revolución. Debemos exterminar
a los conculcadores y a los destructores materiales y mora­
les del pueblo boliviano. Ya es tiempo de acabar con la
vergüenza. No es posible seguir viviendo de rodillas ante
los verdugos. No debemos aceptar que la brutalidad comu­
nista y el dólar nos conviertan en entes humanos.
La revolución, ya está en marcha. La liberación de
Bolivia será hecha realidad a muy corto plazo. Cuando ei
triunfo se imponga a la barbarie organizada, Bolivia volverá
con dignidad al concierto de las naciones libres. No será
más la mendiga internacional. La cenicienta de América,
con el esfuerzo de sus propios hijos resurgirá de los escom­
bros y demostrará al mundo su pujante esfuerzo por volver
a la libertad y a la democracia nacionalista y no tras aquella
falsa democracia que pregona los EE.UU. y que sólo es para
ellos, para los “ gringos”.
Cuando triunfa la revolución no será para que la apro­
vechen los partidos políticos determinados. Ella será del pue­
blo. El instinto popular sabrá encomendar quién o quié­
nes serán sus conductores. Bajo diez puntos la revolución
triunfante tendrá que labrar su nuevo destino:

1. — Se formará un gobierno cívico-militar.


2. — Se renunciará a la ayuda de los Estados Unidos.
3. — Se reconocerán todos los compromisos económi­
cos del régimen depuesto por el decoro del país.
4. — No Se aceptará a ninguno de los imperialismos.
Ni yanquis, ni rusos.
5. — Será necesaria la movilización general de los bo­
livianos para ingresar a una era de paz y de pro­
greso, buscando el Estado de Derecho.

— 327 —
6. — Se reconocerán los sindicatos y el derecho de huel­
ga, pero éstos tendrán que someterse a las leyes.
7. — Bajo pena de muerte se sancionará el robo y la
inmoralidad.
8. — Se disolverán los partidos políticos y se pedirá al
pueblo la formación de nuevos que se encuadren
a la realidad del momento.
9. — En el término de dos años, se procederán a unas
elecciones libres y democráticas.
10.— Bajo el nuevo Estado de Derecho al cual ingrese
el país, se llegará a la reorganización del Ejército
Nacional y el Cuerpo Nacional de Carabineros.

O PO SICIO N PO LITICA

En esta larga lucha de once años en contra de la más


feroz tiranía que registra la historia de Bolivia, los partidos
políticos de oposición, demostraron una absoluta inoperan-
cia, producto tanto de su impreparación para enfrentar un ré­
gimen brutal al estilo cubano, como de su comodidad acomo­
daticia dispuesta a participar en combinaciones — orientadas
por el mismo gobierno— para lograr cierta forma de “ convi­
vencia pacífica” con la tiranía, avalando a ésta su fraudulenta
posición democrática.
Esta conducta de los partidos de oposición, también cóm­
plices de la desgracia nacional, tuvo su excepción en el pe­
ríodo de 1952 al 19 de abril de 1959, cuando don Oscar
Unzaga de la Vega dirigía a su partido, Falange Socialista
Boliviana, que en esa época era el mayoritario en el país y
que enfrentó a la tiranía en titánica lucha. A Unzaga de

— 328 —
I.i podrá reprochársele errores en lo operativo pero
(itniáN su acertado criterio político y línea revolucionaria:
"|(.) iic a la tiranía imperante del M.N.R. sólo podría derro-
I h i n c * por la acción de la fuerza y la lucha armada!”
I loy, ante el fracaso de las uniones de los partidos de
•*|.MS¡ción, ensayadas en más de una década sin resultado prác­
tico alguno que no fuese la consabida pugna de ambiciones
I», i ¡onales y partidistas, a los verdaderos luchadores por la
libertad y la democracia, sólo nos queda un camino para li­
belar a la patria.
Ante el conformismo existente entre los partidos de opo-
• ición. Ante el “ pacto” de los herederos del señor Unzaga
de la Vega con el partido que dirigió el que lo “ suicidó” , ante
la total ausencia de los otros partidos a los cuales se ha de­
jado de oirlos nombrar o se han sometido, a los que no clau­
dicamos, se nos hace un deber seguir peleando.
La liberación de Bolivia de las garras comunistas, sólo
será posible por una fuerza combatiente integrada por ver­
daderos combatientes y firmes opositores de todos los secto­
res de la oposición. Esta fuerza ya existe y está en marcha
para librar la última batalla por la liberación de la patria.
Es obligación de todos los bolivianos cooperar en ésta verda­
dera cruzada para expulsar del poder a la más sangrienta ti­
ranía y devolver al pueblo el derecho de elegir a sus conduc­
tores, vivir en paz y deponer las armas cuando el triunfo de­
mocrático hubiera desplazado a los opresores.
El país destruido moral y materialmente, requiere un
tremendo esfuerzo para recuperar bajo un régimen que instau­
re una verdadera justicia social, una etapa de trabajo crea­
dor y que devuelva a la ciudadanía la fe en los destinos de
Bolivia. Será preciso combatir implacablemente a la inmo­
ralidad y a los ladrones públicos que han hecho hábito del
saqueo de las arcas fiscales; será preciso instaurar un nuevo

329 —
orden nacional capaz de detener la marcha al abismo y ga­
rantizar la supervivencia de la nación; será necesaria una
amplia movilización de las fuerzas vivas para que el país, con
las grandes posibilidades potenciales de que dispone, pueda
vivir con sus propios recursos sin recurrir a la humilde ca­
ridad internacional hecha costumbre bajo el régimen impe­
rante.

LO QUE AMERICA D EBE SABER

Todo lo anteriormente dicho tiene por objeto el hacer


conocer a mi pueblo y al mundo no comunista, los métodos
bárbaros a los cuales recurren los comunistas para someter
a los pueblos libres. Mis palabras son fruto de la experien­
cia. No cumpliría con mi conciencia si no h:ciese a mis her­
manos de América un llamado para que se pongan en guar­
dia y no sean engañados.
Una ola de descrédito ha insurgido en América Latina
contra los militares. Para unos el ejército es una casta de
privilegiados, parásita y por lo tanto inútil, para otros es un
conjunto de hombres rapaces y venales, y, finalmente, para
los más, es la institución que manejando la fuerza está al
servicio del capitalismo para aplastar a las clases obreras en
sus reivindicaciones. Un ejército como cualquiera otra ins­
titución tiene hombres buenos y malos, servidores que la
honran y pretorianos que la denigran, pero el comunismo bus­
ca no el honor sino el descrédito de las Fuerzas Armadas, en
todos los países, explotando los vicios o las faltas de los ma­
los elementos como si fuera la característica general de to
dos. No soy militarista pero admiro a los ejércitos que cum­
plen sus tareas específicas. El ejército es una valla insalva-

— 330
ble para los fines nefastos del comunismo y por eso lo ca­
lumnian. No he de mostrar ahora que un militar que gana
un sueldo, tal vez alto, es porque tiene derecho a recibir esa
paga por ser un verdadero soldado al servicio total de la pa­
tria. Los militares de verdad no tienen el derecho que tienen
los civiles de buscar cualquier negocio que les aumente sus
rentas, por lo tanto es justo que se les pague un buen sueldo
para que vivan con dignidad.
Los comunistas le dicen al pueblo: “ Mientras el pueblo
sufre, los militares tienen casas, autos, sueldos altísimos y
prebendas” . Y no para allí. Se complica a tal o cual grupo
militar en supuestos negociados. Negociados que nunca son
comprobad*js pero que dejan en la ciudadanía, sino el con­
vencimiento, por lo menos la duda. El fin perseguido es
ese: el descrédito de los militares, el odio a ellos, para cuan
do el fruto esté maduro lanzar al pueblo contra el ejército,
destrozarlo moral y materialmente. Lo demás es cosa fácil.
Una vez destrozado el ejército, les es fácil a los comu­
nistas apoderarse de los gobiernos y organizar lo que ellos
llaman el “ nuevo ejército” constituido por milicias bien ar­
madas, que no son otra cosa que militantes fanáticos del par­
tido comunista disfrazados,
El Ejército de mi patria, aquel Ejército que en medio
de su pequeñez era orgullo de la nación, ya no existe; fue
deshecho por la Internacional Comunista. Hoy en Bolivia
el Ejército ha sido reemplazado con milicianos que son el azo­
te del pueblo. A estas hordas se las llama el “ Ejército de
la Revolución Nacional” y tratan de ponerlo como ejemplo
a nuestros hermanos americanos con la secreta esperanza de
que otros pueblos libres en los cuales viven se lancen contra
su Ejército e impongan ejércitos populares.
Los bolivianos sabemos por experiencia propia lo que
era nuestro Ejército y lo que es el nuevo Ejército, orienta-

— 331 —
do desde Moscú. El velo de mistificación ha sido corrido y,
muy tarde, desgraciadamente, se dará cuenta la América del
engaño y de la traición de los comunistas bolivianos para con
su propia patria. Bolivia, es hoy, un vasto campo de con­
centración de más de un millón de kilómetros cuadrados,
con casi cuatro millones de habitantes cautivos.
Si en mi modestia pudiera dirigirme a mis hermanos
americanos les diría que defiendan a sus Ejércitos, que tole­
ren sus defectos, que a la postre les parecerán pequeñísimos
comparados con la brutalidad comunista que caería sobre
sus hombros y los de sus hijos. Les diría: “ No os mostréis
indiferentes o complacientes con los disociadores. Por pe­
queña que os parezca la calumnia lanzada contra el Ejército
impedid que se difunda. El Ejército no está constituido por
seres bajados del cielo. Sus componentes son seres huma­
nos y, como es lógico, no son infalibles. Pero un Ejército
disciplinado y educado siempre será mejor para la gloria de
la patria que una turba de milicianos sin entrañas” .
El hombre hecho militar en una democracia es la única
garantía que tienen los pueblos para mantenerse libres. La
escuela en la cual la patria lo educó es la única solvencia pa­
triótica de su verdadero nacionalismo. No de ese nacionalis­
mo trasnochado que invocan algunos partidos para ganar adep­
tos y que no es sino un disfraz para ocultar su comunismo,
que no se atreven a confesar.

LA JERA RQ U IA D E LA IG LE SIA CATOLICA

Después de los sucesos de junio de 1953, cuando la Igle­


sia fue atacada de hecho por el gobierno de Paz Estenssoro
y nosotros los católicos salimos en su defensa y le brindamos

— 332 —
todo nuestro apoyo desafiando al gobierno, pasó a ser, lo que
el Santo Padre Pío X II calificó como la Iglesia del Silencio.
La parcialidad del Nuncio monseñor Sergio Pignedole y
la de su sucesor, Monseñor Humberto Mozzoni, y del actual
Monseñor Carmine Rocco, para con el gobierno, fue apoyada
por la timidez rayana en el crimen del Arzobispo de La Paz
monseñor Abel I. Antezana, quien se sometió incondicional­
mente a los destinos gubiernistas hasta convertirse en un ins­
trumento de Paz-Siles.
En los primeros años de dominación comunista sólo un
valiente Obispo, Monseñor Clemente Maure, de Sucre, con­
denó al gobierno de Paz Estenssoro como netamente comu­
nista y pidió al pueblo luchar por su libertad y defender
su Santa Religión Católica. Demostró así toda la clarividen­
cia y valor que debe tener un pastor católico.
Posteriormente el Obispo de Cochabamba Monseñor Fr.
Tarsicio Senner, O.F.M., en 1959, condenó al gobierno co­
munista de Siles Zuazo, y por ello ha sido insultado, amena
zando de muerte e incluso atacado a balazos por las hordas
de Siles. Vivió pendiente de un hilo.
Más de once años sufre Bolivia la angustia de un terror
permanente sin que la Jerarquía de la Iglesia lo repito, se
haya puesto incondicionalmente al servicio de los asesinos,
hubiera levantado su voz de protesta por los campos de con­
centración, las torturas y apresamientos ilegales. Nunca acep­
tó servir de mediador ante la tiranía y siempre trató con
despotismo a las familias que llegaron a su sede en pos de
amparo para sus seres queridos, vejados y torturados. Su
silencio llegó a ser cobardía indigna ante Dios y los hombres,
pues nosotros no éramos reos comunes, sino presos políticos,
muchos de ellos inocentes. Muy pocos éramos los verdade­
ros culpables.

— 333 —
Un deber cristiano, como en otros países de la tierra,
era por lo menos pedir que se nos sometiera a la justicia or­
dinaria y conseguir con eso que muchos demostraran su ino­
cencia.
Una vez, y gracias a un agente con verdadero espíritu
cristiano, aceptó ir un sacerdote joven al “ Guanay” del Pa­
nóptico de La Paz a escondidas de los verdugos. El sacerdote
sin que lo supiera su Arzobispo Monseñor Antezana, llegó
allí para dar su bendición a un altar rústico fabricado por el
preso Humberto Eyzaguirre y cubierto con papeles estañados
de cigarrillos. El sacerdote entró temeroso y sólo atinó a
dar su bendición; ni siquiera nos dirigió la palabra, pero así
y todo su presencia fue un alivio muy grande.
Entre el clero joven tenemos amigos. Jamás les hemos
pedido ingresar a nuestras luchas políticas ya que comprende­
mos que la Iglesia no debe tomar parte activa en ellas. Pe­
ro sí, creemos que es su deber velar por la dignidad humana
y defenderla a costa de cualquier sacrificio y no peimitir que
se humille y ofenda la dignidad del ser humano. Parciali­
zarse con unos y servirles incondicionalmente, como lo ha he­
cho Monseñor Antezana, es un sarcasmo cruel para la doc­
trina de Cristo.
El escritor peruano señor N. Gallo, rechazó la Condeco­
ración que le brindó el tirano Siles Zuazo, como elocuente
protesta por los crímenes que cometía contra el pueblo. Esa
misma Condecoración ha sido aceptada por el Arzobispo de
La Paz Abel I. Antezana, emulando en esa forma al verdugo
y criminal coronel del Control Político Claudio San Román,
condecorado por el mismo motivo, “ por sus eminentes ser­
vicios” . Que Dios tenga misericordia de Monseñor Anteza­
na, que ha aceptado unirse en un abrazo macabro, él, el pas­
tor, con el verdugo del pueblo.

— 334 —
El pueblo boliviano es católico, pero es poco practicante,
mi retraimiento se debe a muchos factores. Ultimamente ese
desgano religioso se ha agravado por la complicidad de la
Iglesia con el régimen comunista que nos gobierna.
No había ningún justificativo para que el gobierno bo­
liviano otorgue la condecoración a Monseñor Antezana, pues
no se le conoce ninguna obra ni siquiera de caridad. No ca­
be duda que ha sido concedida con un fin político propagan­
dístico para ganar el silencio del que la recibía por su traición
a su Clero y a su grey. Los comunistas son diabólicos en su
hipocresía adulando a uno de los siervos del Dios al que tan­
to persiguen. El “ indigno ministro de D ios” recibe la conde­
coración de la mano ensangrentada que pocos días antes sega­
ba la vida de más de un centenar de jóvenes, mujeres y ni­
ños, entre los cuales se encontraba mi amigo don Oscar Un-
zaga de la Vega.
Pero el mal proceder de este jefe católico, no debe ha­
cernos creer que se trata de la sumisión total de la Iglesia a
los designios comunistas, ni debemos desfallecer en nuestra
fe. Bolivia ha de salir de su actual postración moral y es­
piritual y se ha de dignificar. Volverá Cristo a reinar con
mejores y más valientes conductores.
Bolivia necesitaba tal vez esta sacudida que haga tam­
balear su fe y sus ciencias. Las grandes crisis espirituales
han vuelto a la religión a más gente que las escuelas cate­
quistas.

CONTROL PO LITICO

El 9 de abril de 1952, Bolivia cae en manos del comu­


nismo internacional. Los revolucionarios se dieron a la ta­
rea de denigrar nuestro pasado histórico y sus hombres.
Falsearon los hechos de tal modo y repitieron con tanta in-

— 335 —
sistcncia sus calumnias que terminaron por hacer consentir
en buena parte del pueblo sus mentiras.
Todos los bolivianos fuimos o actores o testigos de la
infamia desde 1952 y nada de lo que a ella se refiere nos
es ajeno. La pasión se impuso a la conciencia.
Nadie se imaginó que Bolivia pudiera ser gobernada
por seres tan viles. Una verdadera oligarquía de rufianes
sobrevino con su prédica perversa para obligar al pueblo a
olvidar sus tradiciones y odiar a sus hermanos. Y así, co­
mo corresponde a hombres sin Dios ni ley fundaron para
sus fines un organismo capaz de sostenerlos en el poder ile­
galmente. Paz Estenssoro y Siles Zuazo dieron vida a ese
antro de inmoralidad y de crimen que se llamó el Departa­
mento de Control Político. Eligieron para integrarlo a los
peores entre los malos, se aprovecharon de los delincuentes,
los asesinos, de los perversos. Parecían tener en su mente
aquel lema que los hizo famosos por sus crímenes en 1944:
“ La sangre borra los males” .
De allí salieron, adiestrados, los disociadores, los en­
cargados de dividir a los partidos democráticos, los espías y
delatores. Y como ellos no conocían la moral y se mofaban
de ella, no vacilaron en buscar a las prostitutas y formar con
ellas otra legión de criminales, a las que se les dio el nom­
bre de “ barzolas” . Tales han sido las infamias de estas
mujeres que el nombre de la modesta mujer que dio origen
a la organización es sinónimo de perversidad y de bajeza.
Impusieron a mi pueblo un régimen de terror y latro­
cinio, de inmoralidad y de traiciones. Y, Bolivia, que ayer
se enorgullecía de su pasado, fue arrastrada a un vendaval
de pasiones y desenfreno, de odio, torturas y crímenes; que­
riendo hacer reformas destruyeron las industrias, obligaron
a los indios a no trabajar el campo. Los llevaron a las ciu­
dades a desfilar para mostrar su prepotencia, o para intimi-

— 336 —
dar a la ciudadanía. Desde el 9 de abril de 1952, no se ha
construido nada, ni una sola casa, pero se han destruido mu­
chas de los opositores.
Los hombres libres que somos los más, fuimos someti­
dos por aquellos foragidos, que son los menos, por el terror
y el miedo. Pero nunca cesó nuestra resistencia y jamás
cederá la voluntad de vencerla hasta ganar la última batalla.

BO LIV IA Y LA AYUDA NORTEAM ERICANA

El gobierno del Movimiento Nacionalista Revoluciona­


rio desde 1952 es la historia de una época que tocó vivir
a los bolivianos bajo un sistema de gobierno comunista, en
pleno corazón de América, ante la indiferencia casi total
de nuestros hermanos americanos y con la gran ayuda moral y
material del Departamento de Estado de los Estados Unidos,
incomprensible actitud para los millones de hombres libres
que mirábamos a la gran nación del Norte como el aban­
derado de la democracia.
Fui y soy un ferviente admirador de los Estados Uni­
dos, y si el lector encuentra en mi libro algunas duras
apreciaciones para el Departamento de Estado, no quiere
decir que yo tenga la menor aversión contra el pueblo nor­
teamericano. Mis críticas, precisamente por no provenir de
un jefe político, ni de un intelectual, ni siquiera de un pro­
fesional, sino de un hombre del mismo pueblo, producto de
la escasa cultura del medio ambiente en que vive, no tienen
intención política ni son fruto de ningún interés personal o
partidista. Deseo mas bien que estas páginas tengan la
virtud de obtener mañana un reencuentro con nuestros her­
manos norteamericanos, cuya eficiencia y tenacidad en el
trabajo son ejemplo para el mundo. Nuestra crítica al De-

— 337 —
partamento de Estado se refiere a la calidad de los repre­
sentantes diplomáticos enviados a Bolivia y a la deshonesti­
dad de algunos de sus funcionarios en la alta dirección de
los asuntos latinoamericanos. Cuando no nos enviaron em­
bajadores comunizantes, como Edward J. Spacks, nos man­
daron traficantes de sus intereses particulares y gestores de
grandes negocios, como Henry Holland. Con esta errada
política los EE.UU. sólo se granjearon la amistad de los
tiranos mientras se enajenaron la simpatía de los pueblos so­
metidos a la tiranía, abandonados por los que se llaman los
campeones de la democracia mundial.
En mi lejano hogar de Santa Cruz de la Sierra me en­
señaron a estar al tanto de todo lo que sucedía en el mun­
do. Rara noticia pasó, durante mi mocedad, desapercibida
por mas que ella sólo tuviera relación con lejanos lugares
del Asia o la Oceanía. Muchos libros de viajes cayeron en
esa época bajo mis ojos y después otros que me mostraban
el admirable desarrollo de los EE.UU. Llegué a amar al
pueblo norteamericano.
A través de los años fui siguiendo el ritmo natural del
tiempo con sus sucesos y sus historias. Oí hablar tanto del
imperialismo yanqui como del imperialismo ruso hasta que
decidí comprender en que consistían. He aquí mi modesta
opinión:
El imperialismo yanqui, secante en el sentido económi­
co nos ata de pies y manos a su absolutismo financiero. Pe­
ro tiene algo que lo disculpa, deja a los pueblos la libertad
de expresar sus pensamientos y de amar y venerar a Dios.
El imperialismo ruso es rapaz, cruel y sectario; todo en
él es sadismo, perversidad, crimen. Odian a Dios y niegan
la libertad al ser humano.
Y el drama de Bolivia, por absurdo que parezca, ra­
dica precisamente en que estos dos imperialismos tratan de

338 —
dominar al pueblo boliviano. Son dos enfermedades corro­
sivas que disputan el cuerpo enfermo de un pueblo inde­
fenso.
Los comunistas tienden a universalizar su doctrina me­
diante la sumisión de los pueblos por la violencia organiza­
da y calculada. Basan su sistema en todo aquello que hace
más de un siglo estableció el Manifiesto Comunista de Marx:
la lucha de clases, la intolerancia religiosa, la privación de
la libertad. No tienen concepto del espíritu, para ellos la
materia es como Dios. Tienen horror a la crítica y la si­
lencian con la violencia, en todas sus formas. Ellos saben
que todo a su alrededor es corrupto, pero prefieren ignorar­
lo. Su éxito se ha coronado hasta ahora con la muerte de
aquellos que no piensan lo mismo o que difieren en las tác­
ticas. Para ellos, idólatras del Estado todopoderoso, la vi­
da de los hombres, la dignidad del ser humano no tiene im­
portancia. Obedecer o morir es la consigna.
El imperialismo yanqui tampoco tiene alma cuando en­
tra en juego su desmedida ambición de someter a los pue­
blos a su dominio económico.
Lo curioso e incomprensible es que los Estados Uni­
dos han gastado miles de millones de dólares para imponer
la democracia en muchos lugares de la tierra, para sostener
gobiernos libres, pero pobres y débiles, y sin embargo, al
mismo tiempo han gastado millones de dólares en apoyar
regímenes antidemocráticos, dictatoriales y aún procomunis­
tas. Dá la impresión a veces de que no le importan las dic­
taduras con tal que apoyen su política económica y militar.
Allí, en Bolivia, los dos archienemigos, los dos impe­
rialismos se dan la mano. Los yanquis proporcionan el di­
nero y la ayuda moral para que los pro-soviéticos, con ese
dinero, sometan y maten, violen y humillen a un país, aun­
que por otro lado no se descuidan de obtener y consolidar
valiosas concesiones petroleras.

— 339
No cabe duda que los Estados Unidos tratan de hacer
un experimento de tipo ideológico. Esto hizo decir al ex­
presidente Enrique Hertzog que Bolivia era un “ nuevo ato­
lón de Bikini” . Ellos quieren ver hasta dónde un pueblo
puede soportar a un gobierno comunista pero, además, quie­
ren demostrar a nuestros hermanos americanos la tragedia y
el desastre de un pueblo gobernado por un gobierno comu­
nista. Tienen la esperanza, y hasta tal vez la seguridad de
que tarde o temprano el pueblo boliviano acabará por ex­
pulsar a los comunistas. Y para cuando ese día llegue, ellos
quieren tener muchos intereses en Bolivia. No sé si su
cálculo es exacto, no sé si el pueblo boliviano, cuando de­
saparezca el gobierno actual, barrido por la indignación po­
pular, seguirá acordando esas concesiones. Un Estado de
derecho lo primero que hará será revisar esos contratos y
pasarlos por el tamiz del examen público y del parlamento.
La generosidad norteamericana ha tenido pues un cálcu­
lo netamente comercial y a largo plazo. Durante estos sie­
te años ha ayudado a destruir a un pueblo digno y honra­
do. Apoyó la inmoralidad y armó el brazo de los déspo­
tas con armas mortíferas, pero parece tener suficiente con­
fianza en la mala memoria de los pueblos necesitados.
La afirmación que se ha hecho de que mi patria vive
de la limosna norteamericana es solo una verdad a medias.
Esa limosna ha servido sobre todo para enriquecer a unas
cuantas familias de jerarcas políticos y algunas norteameri­
canas. Con esa ayuda no se benefició realmente el pueblo
y como se produjo una ingrata coincidencia entre la ayuda
y el recrudecimiento de las persecuciones contra los oposi­
tores en la mente sencilla del pueblo ha surgido la idea de
que los dólares del Departamento de Estado han servido
pues, indirectamente para torturar, matar y hacer gemir a
un pueblo generoso. Sería un grave error el juzgar que hu-

— 340
|i<> mía relación de causa a efecto entre estos dos hechos,
pe ro la ceguera de los funcionarios diplomáticos norteame-
i Kunos estuvo en no pedir enérgicamente al gobierno que
esos dólares no fueran empleados en sostener las milicias
obreras ni los comandos zonales de foragidos ni el famoso
Control Político. Indirectamente pues han ayudado a sos­
tener la tiranía. Hoy existe sin duda alguna un sentimien­
to muy grande de aversión hacia EE.UU. por culpa de esos
malos funcionarios diplomáticos.

La Paz, 18 de Febrero de 1963.


Señor Don
Melville B. Osborne
Primer Secretario y Asesor de la
Embajada de los Estados Unidos.
Presente.—

Muy distinguido amigo:


Invitado por el señor Embajador y por Ud., he conci>
rrido en diversas oportunidades a conversar sobre temas po­
líticos de mi país.
Si bien mis conceptos y apreciaciones, no siempre fue­
ron recibidos con agrado por Uds., me siguieron dispensan­
do la benevolencia de escucharme con aparente impasibilidad.
Sin embargo, la franqueza, la euforia y la veracidad de
mis expresiones, al juzgar la desastrosa administración na­
cional y los últimos escándalos públicos ocasionados por per­
sonajes de este régimen, ha merecido de parte de Uds. una
reacción injustificada, ya que el carácter de representantes
extranjeros debía revestirles de imparcialidad o indiferencia.
Como corolario al análisis del “ suicidio” de la señorita
Teresa Siles, y aparentando franqueza y tono confidencial,

— 341 —
me ha dado Ud. el siguiente consejo: “ váyase fuera del país,
porque un día de estos lo pueden “ suicidar”, ya que sus as­
piraciones democráticas no cuajan en la actual situación boli­
viana, . . . .la democracia es para nosotros los gringos” .
Este generoso consejo suyo, me ha hecho meditar en la
desaparición de numerosos ciudadanos que han intervenido
en la política nacional frente a este régimen y en el propó­
sito de la Embajada de querer evitar la intervención ciuda­
dana en los asuntos de mi país.
La parcialidad conque el señor Embajador defiende al
presidente Paz Estenssoro y al régimen movimientista, no
obstante de su manifiesta tendencia comunista, de su pa­
tente ineptitud, de su pública inmoralidad, latrocinio y bru­
talidad, de la resistencia unánime del pueblo boliviano, ha
concitado la más acre y severa crítica de parte de la ciuda­
danía boliviana, no sólo en contra de la persona del señor
Embajador, sino de toda la política del Departamento de
Estado, cuya línea tortuosa, en Bolivia y en los demás paí­
ses americanos, está imponiendo el inexorable triunfo del
comunismo.
Un ilustre ex-canciller de mi patria, conocedor profun­
do de la política internacional americana, me dijo al anali­
zar el actual momento: “ Estados Unidos ha mandado a Bo­
livia como Embajador, a un hombre de tercera categoría;
hombre sin mayor cultura y sm escrúpulos y hecho a la me­
dida para alternar con los maleantes que gobiernan la Na­
ción. No se extrañe Ud. — prosiguió— que este pseudo
diplomático, esté incluso a sueldo o ganando comisión por
sus gestiones en favor del Gobierno. Naturalmente que los
diplomáticos de categoría no aceptarían un papel tan indig­
no y repugnante. Un Stromm, no haría jamás lo que hace
un Stephansky” .

— 342 —
Otro de los motivos por los que Uds. reaccionaron fren­
te a mis argumentos, ha sido el hecho de haberles manifes­
tado que mi país no recibía con beneplácito la famosa “ ayu­
da americana” . Es de público conocimiento el hecho de
que, los recursos enviados por el noble pueblo americano,
para aliviar la situación aflictiva de nosotros, no ha cumpli­
do tal objetivo y ha servido exclusivamente para el sosteni­
miento del MNR en el poder, para el enriquecimiento ilí­
cito de sus militantes, para el mantenimiento de los campos
de concentración y la maquinaria represiva del gobierno y
para fomentar la propaganda y difusión de la cultura mar-
xista. La insistencia del Departamento de Estado y los co­
medimientos de su Embajador en proporcionar a mi patria
semejante ayuda, no constituyen otra cosa que una franca
y descarada intervención en favor de un partido comunista
y de un gobierno nefasto y repudiado.
Al analizar la intervención comprobada del Gobierno de
Bolivia en los connatos comunistas del Perú, Ud. también
reaccionó ante mis aseveraciones categóricas relativas al en­
vío de armas del ejército y activistas campesinos, y sin ocul­
tar su disgusto me llegó a decir que en caso de que surgiera
el comunismo en Bolivia y Perú, Uds. se marcharían a su
país, para lo cual tenían ya preparadas sus maletas.
Esta aseveración, que aparentemente es ingenua y mue­
ve a sonreir, encierra en sí una interrogante de suma gra­
vedad:
¿Es que Uds, señores representantes del Gobierno Ame­
ricano, después de suministrar los fondos necesarios para la
comunización del pueblo boliviano, después de fomentar de­
liberadamente el crecimiento de los partidos comunistas,
después de combatir y desquiciar sistemáticamente a todas
las fuerzas democráticas de mi país, después de debilitar to­
dos los bastiones morales y espirituales que dificultan la

— 343
propagación del comunismo, piensan huir cobardemente, ape­
nas está lista a estallar la bomba comunista que Uds. mis­
mos han preparado. . . y para esto “ ya tienen acondiciona­
das las maletas“ ?
Para finalizar este análisis de nuestra última conversa­
ción, quiero manifestarle que todas mis críticas y juicios
vertidos acerca de la política del Departamento de Estado y
de algunos de los funcionarios de esa Embajada, son el tra­
sunto del pensamiento de todos los bolivianos, que al mis­
mo tiempo que repudian procedimientos equivocados de per­
sonas e instituciones, no deja de sentir su gran admiración
y afecto por ese noble y generoso pueblo americano.
Tengo el agrado de saludarlo afectuosamente.

Hernán Landívar Flores


Casilla 313.

TH E FO R EIG N SER V IC E
O F TH E
U N ITED STA TES O F AM ERICA

Embajada Americana, La Paz,


19 de marzo de 1962.

Estimado Sr. Landívar:


En nombre del Embajador Stephansky, acuso recibo de
la nota que le envió Ud. el 14 del mes en curso.
La Embajada no tiene actualmente posibilidades de en­
viar su obsequio para el Presidente Kennedy. Sin embar­
go, en el caso de que algún miembro de la Embajada viaje
a Washington, en un futuro próximo, el obsequio será re­
mitido con él.

344 —
La Embajada siente muchísimo no poder regalarle la
bandera de los Estados Unidos, pues ésta es propiedad de
su Gobierno y, de acuerdo a las regulaciones, sólo puede ser
prestada para ceremonias, pero no puede ser obsequiada.

Sin otro particular, me es grato saludar a Ud. con toda


atención.
'William L. S. Williams
Consejero de la Embajada

Sr. Hernán Landívar Flores,


Casilla 313, La Paz.

TH E FO R EIG N SER V IC E
OF TH E
U N ITED STA TES O F AM ERICA

Embajada Americana, La Paz,


24 de julio de 1962.

Estimado señor Landívar:

Me complazco en acusar recibo de su carta de 11 del


mes en curso y la copia adjunta de una carta suya a la re­
dacción del diario “ Presencia”.
En primer término quiero agradecerle sus palabras ha­
lagadoras acerca del éxito logrado por mi país en el lanza­
miento del satélite “ Telstar” . Como usted indudablemente
sabe, mi país desea que estas pruebas científicas sirvan al
bienestar de todos los pueblos del mundo.
Asimismo, deseo asegurarle que las observaciones ex-

— 345 —
puestas en la copia adjunta a su carta han sido leídas dete­
nidamente y con interés.
Aprovecho esta oportunidad para saludarlo con toda
:onsideración.
Melville E. Osborne
Primer Secretario
Sr. Hernán Landívar Flores,
Casilla 313, Presente.

TH E FO R EIG N SERV ICE


O F TH E
U N ITED STA TES O F AMERICA

Embajada Americana, La Paz,


3 de mayo de 1962.
Estimado Sr. Landívar:
Agradezco su carta del 2 de mayo y su gentil invita­
ción a una cena para conocer al Dr. Hertzog. Sensible­
mente, espero partir a Washington dentro de pocos días y
tengo compromisos durante todas las noches hasta el día de
mi partida.
Sin embargo, me gustaría conocer al ex-Presidente y
me agradaría mucho recibirlo ya sea en mi oficina o en mi re­
sidencia si tal arreglo le parece conveniente a él.
Con este motivo, saludo a usted muy atentamente.

Ben S. Stephansky
Embajador de los Estados Unidos
de América

Sr. Hernán Landívar Flores,


Casilla 313, Presente.

346 —
TH E FO R EIG N SER V IC E
O F TH E
U N ITED STA TES O F AMERICA

Embajada Americana La Paz, Bolivia


Marzo 25, 1963.

Señor Hernán Landívar Flores,


Casilla No. 313.
La Paz, Bolivia.

Señor:
He recibido varias cartas de Ud., inclusive la más re­
ciente con fecha del 18 de febrero del año en curso.
Ud. continuamente ataca al Embajador de los Estados
Unidos, innominados personeros del Departamento de Esta­
do y Gobierno de los Estados Unidos porque no está de
acuerdo con la política de los Estados Unidos. En su úl­
tima carta tiene la osadía de citarme a mí en los términos
más ofensivos e impertinenemente inexactos.
Dadas las circunstancias es difícil aceptar como since­
ros tanto su correspondencia como sus declaraciones de
amistad para con el pueblo Americano. Por lo tanto, le
devuelvo su carta del 18 de febrero con la solicitud de
que considere más cuidadosamente cualquier observación que
se vea constreñido a hacer antes de expresarla por escrito
en cartas dirigidas a esta Embajada.
Lamento verme forzado a dirigirme a su persona en es
tos términos, pero lo irresponsable de sus declaraciones y ale­
gaciones no se puede pasar por alto más.

Melville E. Osborne
Primer Secretario

— 347 —
La Paz, agosto 21 de 1963.
Al señor
Melville E. Osborne,
Presente.—

Señor:
A mi regreso de Buenos Aires, me fue entregada su
carta de fecha 25 de marzo, a la cual doy respuesta.
No soy, señor Osborne, un intruso en mi patria y to­
do lo que vengo haciendo por ella no es producto de mi
“ irresponsabilidad” sino de mi fe en ella. Irresponsables
son aquellos ciudadanos que traicionando a sus pueblos, se
hacen nombrar diplomáticos para que los representen, y és­
tos, se conviertan en sirvientes de cualquier tiranía que les
brinde prebendas.
Lea mis anteriores cartas y las que dirigí a su Emba­
jador Stephansky, y en todas ellas verá Ud., que no sólo
defendía a su patria sino al mismo Embajador pese a sus
errores cotidianos. Pero por más “ irresponsable” que sea
un ciudadano tiene el derecho de rebelarse ante la perenne
ineptitud de la parte contraria, a la cual trató de hacerle
ver su política desacertada.
Su carta, señor Osborne, trasunta el pensamiento de
una mente desequilibrada. Al negar sus conceptos verti­
dos de viva voz por Ud. en su despacho la tarde del 31 de
enero pasado, no hace otra cosa que confirmar que algunos
funcionarios del Departamento de Estado, son incapaces por
su falta de caballerosidad y hombría, para sostener en cual­
quier terreno lo dicho. Siento mucho no haber llevado
conmigo una grabadora. Creí, que toda esta podredumbre
no cabía en mentes más “ cultas” como la suya.
No tengo porque negar, al decirle que en México jamás
estuve para acostumbrarme a la marihuana. Y aunque soy

— 348 —
boliviano, no soy del régimen imperante para hacer lo pro­
pio con la cocaína. Tambén puede Ud., negar lo que me
dijo sobre este asunto: “ Las funcionarios del gobierno mexi­
cano, especialmente en tiempos del Presidente Alemán, se
enriquecieron con la marihuana; igual cosa sucede en Boli-
via, con la cocaína”. Protesté por su conformismo, pero a
Ud. constaba que su acertó era una realidad. El último es­
cándalo Lechín-Osinaga, segundo dignatario de la Nación, le
han dado la razón, y ante la corrupción sostenida por el De­
partamento de Estado, no nos queda a los bolivianos otra
cosa que resignarnos, ante la indignidad hecha diplomacia.
No sin razón los EE.UU. día a día vienen perdiendo
más amigos. No me refiero a Bolivia, somos un pigmeo an­
te el coloso; China, Laos, Hungría, Cuba, Vietnam, son
muestras patentes de su política desafortunada. Su patria,
señor Osborne, es digna de mejor suerte, fue llamada a ser
la conductora del mundo occidental. Los errores de sus es­
tadistas, y la ineptitud de sus diplomáticos nos empujan
cada día más, hacia la brutalidad comunista. ¡Que Dios se
apiade de nosotros!
Ayer “ Presencia” registra la parcialización insolente, que
confirma mis expresiones de mi carta del 18 de febrero pa­
sado, que me fue devuelta por Ud., que su Embajador Ste-
phansky, se proclamó “ compañero” de su amo Paz Esten-
ssoro. Igual cosa hizo el traficante Henry Holland. Nada
de lo que provenga de los EE.UU. nos llama la atención, se
cometen tales contrasentidos de esa “ democracia” de Uds.,
los “ gringos”, que si no fueran que promueven en el mun­
do entero la desgracia de los pueblos, serviría para editar
revistas y más revistas de tipo humorístico y trágico. No
tengo por qué rendir pleitesía a su patria y menos a Uds.,
señores diplomáticos. No les debo nada, y si algún recuerdo
ingrato tengo para Uds., son los campos de concentración,

— 349
los latigazos que recibí de los verdugos que son sostenidos
por la maldita ayuda americana. Por no ser sirviente de
nadie, y no doblegarme ante nadie, digo al pan pan y al
vino vino.
Puede Ud. devolver esta carta como la anterior. Pero
día llegará y muy pronto que el honor de Bolivia resurja y
mañana, mi pueblo, que es lo único que me interesa, sabrá
si fui yo, su idealista el “ irresponsable” o lo fue el intruso
diplomático que envalentonado por su inmunidad y el favor
oficial de sus patrones, tuvo la osadía de insultar a un ciu­
dadano que no hizo otra cosa que hablar con franqueza y
sin tapujo. Un día cualquiera he de publicar estos docu­
mentos, para demostrar a mi pueblo, la insolente interven­
ción de los funcionarios norteamericanos en los asuntos in­
ternos de nuestra patria.
Para terminar, señor Osborne, soy yo, el hijo de esta
tierra mártir, que exijo de Ud., mesura en su corresponden­
cia. Su dólar jamás corromperá mis principios.

Saludo a Ud. atte.

Hernán Landívar Flores

Esta fue la última comunicación que mantuve con la


Embajada de los EE.UU. Aquí hubiera terminado y echa­
do al olvido la insolencia de estos diplomáticos, si los acon­
tecimientos de octubre no hubieran terminado con el régi­
men del M.N.R.
El nuevo Virrey Henderson, el 29 de octubre, mandó
a su Vicecónsul Humphrey Thomas Peter, a traer arma­
mento para que Paz Estenssoro siga masacrando al pue­
blo. Esta verdad, está registrada en el periódico “ Cróni-

— 350 —
ca” , de Arequipa, de fecha 30. Los acompañantes del se­
ñor Peter, eran el Jefe de Seguridad del Palacio de G o­
bierno Oscar Araño Peredo, y los militares Antonio Tovar
Piérola, Edgardo Franco Molina, Eduardo Suárez, Angel Mé­
chate Zambrana. ¿Cuál era la misión del Vicecónsul? Alla­
nar ante las autoridades peruanas el trámite legal. Pues allí,
en el Perú, también los yanquis mandan. ¿Por qué, el go­
bierno del señor Belaúnde no reconoce a la Junta Militar?
Porque aquel gobierno coadyuvó al corruptor prófugo para
la masacre, y ahora proteje a éste, por las influencias del ex-
Embajador Juan Luis Gutiérrez Granier, que tiene ante el
señor Belaúnde, con quien lo unen lazos familiares. ¿Quién
es el pariente del presidente peruano? Juan Luis Gutié­
rrez Granier, el asesino de estudiantes del 21 de julio de
1946; el prontuariado en Santiago de Chile, por carterista.
¡Lo que le espera a la sociedad limeña con este sujeto, y su
maestro y mentor Paz Estenssoro1

H ERTZO G Y STEPHANSKY

En los primeros días de mayo hablé en la Embajada


Americana de la importancia que tendría una charla entre
el embajador de los Estados Unidos, señor Ben Stephans-
ky y el Dr. Enrique Hertzog, la misma que fue aceptada y
se concertó para el 6 de mayo de 1962, en casa del repre­
sentante norteamericano.
El Dr. Hertzog y don Desiderio Rivera llegaron a la
residencia del embajador a la hora convenida, que eran las
nueve de la noche, y fueron recibidos e introducidos al sa­
lón por el propio señor Stephansky, quien se disculpó por

— 351
recibir a los visitantes en traje sport. En el salón se en­
contraba el señor Melville E. Osborne, asesor político de
la Embajada.
El ex-presidente Hertzog se sentó en un sofá y a su la­
do izquierdo lo hizo el Dr. Rivera. Al lado derecho se
ubicó el señor Stephansky, el señor Osborne quedó frente
al Dr. Hertzog y yo procuré colocarme en un sitio que me
permitiera ver y oír a todos. Era la primera vez que asistía
a una reunión semejante.
Un mozo se presentó trayendo whisky. El dueño de
casa nos preguntó si bebíamos y los tres visitantes preferi­
mos tomar café, en tanto que el embajador y su asesor po­
lítico se servían whisky.
La charla la comenzó el embajador indicando al Dr. Llert-
zog que había deseado conocerlo antes por haber oído ha­
blar mucho de él. Luego dijo: “ Cuando el amigo Landí-
var me pidió esta reunión no vacilé en aceptarla. Permí­
tame Ud., Presidente, que lo llame así, porque en mi país
el ciudadano que llega a ocupar la primera magistratura de
la república se queda con el título en forma vitalicia” .
El Dr. Hertzog agradeció las palabras del señor Ste­
phansky y le manifestó que él también tenía deseos de co­
nocerlo y hacerle saber de viva voz la tragedia que sufría
Bolivia bajo el régimen movimientista. “ Esta es la segun­
da vez, le dijo, que vengo a tratar este problema de mi pa­
tria con el máximo representante de los EE.UU. y lo hago
en la esperanza de que se comprendan nuestros puntos de
vista y se vea con exactitud el pavoroos panorama político
de mi país que muy frecuentemente se oculta a los ojos de
los representantes extranjeros. Con el primer embajador
que he hablado de ésto fue con su antecesor el señor Philip
Bonsal” . El Dr. Hertzog, ingresó luego de lleno a hacer
conocer sus puntos de vista. Analizó primero lo que fue

— 352 —
el M.N.R. en su primer gobierno de 1944, cuando las in­
fluencias eran principalmente nacifascistas; luego describió
lo que fue en la oposición, haciéndole notar la evolución
de su pensamiento político que se inclinaba cada vez más
hacia el comunismo, hasta haberse producido en 1951 un
pacto con el Partido Comunista para obtener que esta or­
ganización política apoyara a Paz Estenssoro en las eleccio­
nes a condición de que este señor aplicara la Nacionaliza­
ción de Minas, la Reforma Agraria, la Reforma Urbana, la
Reforma de Educación, el Voto Universal, etc., etc. Le hi­
zo notar que ninguno de estos puntos figuraba en el pro­
grama del M.N.R. y que, en cambio, todos ellos estaban en
el programa comunista. Al hablar del M.N.R. en el gobier­
no y demostrar que estaba cumpliendo al pie de la letra el
programa comunista que había aceptado en 1951, hizo una
descripción de los atropellos cometidos contra la libertad de
los ciudadanos por Paz Estenssoro y Siles Zuazo y la crea­
ción del Control Político y los campos de concentración pa­
ra acallar la opinión democrática. En ese momento el señor
Stephansky hizo la primera interrupción, con visible disgus­
to ante el análisis objetivo del Dr. Hertzog, y le dijo: “ Per­
mítame Presidente decirle que antes del 9 de abril existía
una explotación de los trabajadores y los indios eran trata­
dos como esclavos sometidos al látigo de los oligarcas y de
los grandes “ barones del estaño” que tenían derechos abso­
lutos en Bolivia” .
El Dr. Hertzog le manifestó tranquilamente que lamen­
taba que un representante diplomático en lugar de documen­
tarse objetivamente sobre la realidad del país ante el cual
estaba acreditado, repitiera como un disco la cantaleta de
los jerarcas del régimen con sus propias palabras, para jus­
tificar sus atropellos, añadiéndole que no habían vacilado en
llenar al país con sus calumnias y en atribuir a gobernantes

— 353 —
y gobernados lo que el Movimiento quería, en beneficio de
sus ideas y su propaganda políticas. Le manifestó que ni
los llamados “ barones del estaño” tuvieron la ingerencia que
se decía en la vida política del país ni existió la explotación
de las que hablaba ya que antes de la revolución el sueldo
promedio de un maestro era tres veces mayor que el actual
y el salario de un obrero cuatro veces más grande, si se
tomaba el valor real de la moneda y no el valor nominal,
producto de la desvalorización monetaria. Aquí se produjo
la segunda interrupción del señor Stephansky quien dijo que
ahora los campesinos tenían bicicletas y máquinas de coser
y usaban zapatos en vez de andar descalzos como antes.
El Dr. Hertzog le expresó que esas eran fábulas de los pro­
pagandistas del régimen y que bastaba ver las fotografías de
las concentraciones campesinas en favor de Paz Estenssoro
para comprobar que ninguno de los manifestantes indígenas
usaba los zapatos que decía el embajador. En cuanto a las
máquinas de coser dijo que eran tan pocas, lo mismo que
las bicicletas, que más constituían una propaganda que una
realidad. Siguió extendiéndose en la opresión que reinaba
en toda la república, la falta de garantías para quienes no
pensaban lo mismo que el gobierno y el concepto que se
iba creando en el pueblo de que la ayuda americana en
lugar de servir los intereses populares no era otra cosa que
una ayuda política a un régimen despótico. El Dr. Rivera,
el Sr. Osborne y yo seguíamos la escena con curiosidad y
con cierta inquietud, porque presentíamos por el tono de
las respuestas y lo tajante de las expresiones que estábamos
llegando a un punto culminante. Stephansky hizo una des­
carada defensa de la acción gubernamental y se extralimitó
realmente en sus apreciaciones sobre la labor del gobierno
de Bolivia al cual lo consideraba no solamente competente
sino popular. La perorata de Stephansky parecía una lec-

354 —
ción aprendida de memoria; era la repetición exacta de to­
do lo que decía el periódico oficial y de lo que contenían
los discursos de los jerarcas de aquel partido. El doctor
Hertzog, cuando Stephansky terminó su fogoso discurso, le
dijo: “ Seguramente sabe Ud., señor embajador, que cuando
la Iglesia Católica quiere elevar a los altares a un siervo de
Dios por sus virtudes, hace un proceso sumamente severo
para analizar cada una de ellas y nombra una especie de fis­
cal con objeto de llegar a la verdad. Este personaje, encar­
gado de la investigación más severa, se llama, en términos
técnicos, el “ Promotor de la F e ”, y, en términos vulgares,
el “ abogado del diablo”. Como yo creo que Ud. quiere lle­
gar de todas maneras a conocer la verdad del problema bo­
liviano me alegro que haga Ud. el papel de “ abogado del
diablo ” .
— Yo no soy abogado del diablo, gritó el señor Ste­
phansky, con la cara congestionada de furia, ni quiero serlo.
— Entonces el asunto es peor, señor embajador, con­
testó el doctor Idertzog; quiere decir que si Ud. no acepta
ser “ abogado del diablo” está prestándose al ingrato papel
para un representante diplomático, de hacer de abogado del
M.N.R. Con razón en Bolivia se habla tanto de la compli­
cidad de algunos funcionarios de su embajada con el actual
gobierno. Ustedes se empeñan en no ver la realidad y uti­
lizan como única fuente de información la palabra oficial,
siempre interesada, o la de sus voceros pagados de la prensa
oficial. No sé si ha leído Ud. un famoso libro que se llama
“ Una nación de borregos”, en la cual su autor, un norte­
americano, muestra con claridad la enorme ingenuidad de los
diplomáticos de su país en Laos. Si Ud. cambia el nombre
de esa nación por el de Bolivia y los nombres de los repre­
sentantes estadounidenses en ese país por los que se en­
vían acá tendremos un cuadro igual” .

— 355 —
El embajador manifestó que había leído el libro pero
que él creía que el autor faltaba a la verdad. El Dr. Hert-
zog le replicó que en su concepto la comparación que se ha­
cía en el libro era perfectamente exacta. Stephansky dijo
entonces: “ Si existiera el comunismo en Bolivia como Ud.
dice, no cree que la reforma urbana ya se habría realizado?”
Hertzog le replicó que la reforma urbana no se había he­
cho no por falta de ganas del gobierno sino porque la
Nacionalización de Minas, la Reforma Agraria y todas las
demás medidas revolucionarias habían sido tan desatinadas
que las poblaciones habían hecho llegar a los personeros del
régimen un clamor unánime de protesta acerca del desastre
que significará esa bárbara etapa del colectivismo marxista
y por eso no se habían atrevido a ejecutarla y le añadió
que sin embargo existían numerosos abusos urbanos uno de
los cuales prefería que fuera narrado por mí.
Tomé la palabra y expresé al señor Stephansky lo si­
guiente: ”E1 gobierno boliviano, señor embajador, no nece­
sita llegar a la reforma urbana pues para él es más fácil,
meter a la cárcel al propietario y luego de torturarlo hacerlo
firmar la transferencia de sus propiedades. En el caso par­
ticular mío, fui obligado a transferir mi casa después de
muchas palizas, y muchos de los amigos que militan en la
oposición han corrido igual suerte. Los revolucionarios bo­
livianos son aun más crueles que los castristas en Cuba.
Estos lo hacen de frente, los de aquí lo hacen solapada­
mente” .
El embajador Stephansky miró su reloj y el Dr. Hert­
zog miró el suyo. Se veía a las claras que la conversación
no podría proseguir mucho tiempo más ya que había des­
aparecido la cordialidad. El Dr. Hertzog le dijo: “ Pese a
todo, quiero repetir a Ud., señor embajador, lo que le dije
al comienzo, que soy un sincero amigo de los EE.UU. y que

356 —
me duele que en vez de ganar más amigos en Bolivia los
vayan ustedes perdiendo día a día, pues no irá Ud. a creer
que los personeros del gobierno son sus amigos. Les pi­
den dinero, lo gastan alegremente y se ríen de ustedes. Pa­
ra ellos, comunistas como son o “ Compañeros de ruta”, sus
amigos son los soviéticos y no los norteamericanos” . En­
tonces se levantó el doctor Hertzog y nosotros para despe­
dirnos.
Eran las 12 de la noche cuando abandonamos, sin du­
da con beneplácito del dueño de casa, la residencia del señor
Stephansky. La sensación que esa conversación nos había
dejado a todos era deprimente. Stephansky no parecía el
representante de una gran nación como son los EE. UU.
sino un “ compañero” más de Paz Estenssoro, como lo fue­
ron Sparks, Henry Holland y tantos otros. Yo tenía ci­
frada una vaga esperanza de que esta entrevista hubiera
asegurado un cambio en la política del diplomático ameri­
cano y me quedé pensando en la verdad que representaba el
que “ gracias a los informes falsos de algunos diplomáticos
americanos en Bolivia y al dinero de los contribuyentes el
comunismo se desarrollaba con más rapidez y eficacia” , co­
mo le dijo el Dr. Hertzog.
Posteriormente se publicó que el señor Stephansky ha­
bía sido separado de su alto cargo en el Departamento de E s­
tado por manejos indecorosos en materia de dinero.
( “ Dime quienes son tus amigos y te diré quien eres!”
habría sido el caso de decirle).

— 357
LAS UNIVERSIDADES

A través del tiempo, las universidades de Bolivia, juga­


ron un papel determinante en defensa de las libertades y lu­
charon denodadamente contra las tiranías cualquiera que
fueran las características de ellas. Bastaría recordar el pa­
pel libertario de la Universidad de Charcas, educadora de
tantos proceres de la independencia argentina y boliviana,
lo mismo que los movimientos universitarios de 1930 y
1946.
La revolución de abril de 1932, encontró en esas uni­
versidades la misma rebeldía. Otros universitarios habían
sucedido a sus mayores pero el espíritu era el mismo. In­
felizmente algunos grupos intoxicados de marxismo comen­
zaron a complicarse con los conculcadores del derecho.
Los rebeldes universitarios, después de un año de re­
volución marxista, se dieron cuenta del grave peligro que
corrían y quisieron salvarse y salvar a la casa de estudios,
pero ya era tarde. Los comunistas disfrazados de movimien-
tistas habían copado las universidades. En agosto de 1933
los no contaminados trataron de rehacerse luchando por sus
libertades y fueron a unas elecciones universitarias, que lle­
garon a ganar. Pero el gobierno ya era fuerte e hizo lo
que hacen todas las tiranías: apresó a los jóvenes universi­
tarios y los mandó a los campos de concentración donde
algunos permanecieron hasta tres años. Luego formó la
Avanzada del M.N.R. que se hizo cargo de todas las direc­
tivas universitarias. Si no conseguían éstos sus fines por
medios persuasivos los lograban con la violencia y así acalla­
ron las voces juveniles que trataban de dignificar las casas
del saber. Las hordas vandálicas del gobierno comandadas
por los conocidos agitadores comunistas Lechín y Tórrez,

— 338 —
invadieron los claustros universitarios e impusieron su “ sa­
ber”, es decir la inmoralidad y el crimen, a tiros y a palos.
Las universidades de Bolivia, fueron sometidas y vio­
ladas por las turbas alcoholizadas e ignorantes. El gran
estadista inglés Disraeli, se había equivocado al decir que “ la
ignorancia no es capaz de construir absolutamente nada” .
En Bolivia, esa ignorancia comenzó a construir bajo la di­
rectiva comunista-movimientista la nueva clase, la nueva oli­
garquía de los hombres sin Ley y sin Dios. Era la Revolu­
ción en marcha.
Doloroso fue para nosotros presenciar el sometimiento
de esa juventud estudiosa. Los amigos universitarios que
allí en los campos de concentración se consumían esperan­
zados en su pronta liberación fueron abandonados por las
nuevas promociones a sueldo. Desgraciadamente, los que
quedaron en las universidades fueron los cobardes, los que
se vendieron por dinero o por viajes de turismo a la Cor­
tina de Hierro. Sometió el gobierno a los dirigentes me­
diante el soborno de sus conciencias y con el temor. Más
de una vez vimos en la presente fotografía del “ verdugo
oficial” , San Román, entregando a ciertos estudiantes el
cheque de los treinta dineros de su cobardía. Y cuando al­
gún estudiante se negaba a seguir las consignas gubiernis-
tas, no se trepidó en mostrar la mancha de la deshonra de
los pobres muchachos. “ Estamos construyendo el futuro de
la patria”, decían los verdugos. ¡Tremendo futuro el que
nos espera, amasado de cobardía y de venalidad! No sería
esta corrupción de la juventud bastante para demostrar que
en estos gobernantes no cabía patriotismo, cuando así de­
formaban los espíritus en su misión histórica de ser los go­
bernantes del mañana? Para Paz Estenssoro y Siles Zuazo,
la patria boliviana nunca existió, su verdadera patria pare­
cía Rusia.

359 —
Y así han ido pasando los años, once largos años, en
la que el país se ha ido sumiendo en la abyección. Lo más
granado de su juventud ha sido destrozada o asesinada en
las calles. Mientras tanto la mayoría de los estudiantes uni-
verstiarios ha permanecido indiferente a las desgracias na­
cionales. Cuando se trataba de convencerlos de su mala
labor se escuchaba esta respuesta que desgraciadamente es
la idea de muchos: “ Los tiempos han cambiado, ahora los
estudiantes no nos metemos en política. Si los políticos
quieren derribar al gobierno comunista, que detenta el po­
der, que lo hagan, nosotros permaneceremos en las univer­
sidades” . Estas fueron por ejemplo las palabras del di­
rigente universitario señor Viscarra, que demuestra la fal­
ta de sensibilidad y visión de los muchachos. Es la tesis
de cualquier derrotado que se convierte en derrotista. Lo
sé a este muchacho un demócrata. Pero de esta clase de
demócratas sin fuego sagrado, que preparan con su indolen­
cia el sometimiento de los pueblos a la dominación comu­
nista, está llena la U.M.S.A. Ven venir el desastre, lo pal­
pan pero mientras no sientan en su cuerpo el látigo nada
harán para detenerlo o para extirparlo. Y cuando lo sien­
tan ya será tarde para hacer nada. Es la generación de
mañana.
Es la primera vez que en Bolivia los gobernantes se
han dado a la tarea de halagar a los jóvenes estudiantes con
viajes y prebendas. Para no infundir sospechas, el gobier­
no los hace invitar por medio de gobiernos amigos y espe­
cialmente por los Estados Unidos. Estos muchachos se
sienten importantes, “ tomados en cuenta” , y se someten.
Más tarde vienen las invitaciones a la Unión Soviética y la
China. En tiempo de la llamada “ oligarquía” estos viajes
inoficiosos, no se realizaban por dos simples razones: los
gobiernos anteriores por mucho que se los calumnien, eran

— 360 —
honestos y no se atrevían a corromper a quienes mañana
serían gobernantes, y segundo el poco dinero de que dis­
ponían era invertido en otras obras o en mandar a algunos
técnicos a especializarse, pero no a turistas.
Los jóvenes universitarios, tienen, pese a su poquedad
y desesperanza, una deuda para con la patria y con nuestro
pasado histórico. Deben reaccionar si mañana no quieren
ser despreciados por su pueblo, ni que los alcance la mal­
dición que sin duda están lanzando desde su tumba sus
camaradas que yacen en el camposanto por no haber que­
rido vivir el estado amoral, que ellos han aceptado por una
migaja o cobardía.
Bolivia adolorida y acongojada espera de su juventud
estudiosa su liberación, aun es tiempo de encontrar el ca­
mino de la decencia y la libertad. Siempre hay tiempo pa­
ra las causas justas.

LIBERTA D D E PRENSA

Los hombres del M.N.R. son enemigos declarados de


la libertad de prensa. Bajo su primer gobierno con el pre­
sidente Villarroel, en repetidas oportunidades impusieron una
estricta censura periodística llegando inclusive a intervenir
los principales periódicos de La Paz como “ La Razón” , “ El
Diario” y “ Ultima H ora” . En los demás departamentos
de la república cometieron iguales atropellos.
Vueltos al poder con Paz Estenssoro silenciaron de he­
cho el gran rotativo “ La Razón” , orgullo de la prensa de
Bolivia. Crearon la Oficina de Prensa y Propaganda e In­
formaciones del Estado, con el único objeto de controlar a
los diarios independientes mediante la entrega de papel. El

361 —
mecanismo es bastante conocido: Se negaba a los diarios que
no el eran muy adictos la cuota correspondiente o la dis­
minuían y en cambio se aumentaba la de los periódicos
amigos. Otras veces, ejemplo “ El Diario”, se le concedían
divisas bartas, se les hacía endeudarse y luego con pliegos
de cargo se imponían condiciones. Es de justicia declarar
que, pese a la malísima conducta de Mario Carrasco, ínti­
mo amigo de Lechín, tanto su padre, don José, como su
hermano Jorge, con sus valeroso editorialista don Jorge Var­
gas Guzmán, supieron conservar con dignidad el diario.
Desaparecida “ La Razón”, “ El Diario”, que por derecho
natural es el “ decano” de la prensa nacional, comenzó en ar­
tículos encomiables y terminó con un servilismo irritante.
Todo lo del gobierno era bueno, callaba los latrocinios, dis­
minuía la gravedad de las estafas fiscales, atenuaba la gra­
vedad de los atropellos. Su impopularidad se hizo evidente
hasta que — después de haber obtenido inmensas cantidades
de divisas— se logró poco a poco rectificar su línea, lo que
se logró después de haber dejado la dirección Mario Ca­
rrasco.
El vespertino “ Ultima H ora”, mediante la coacción,
fue obligado en los primeros años revolucionarios a “ alqui­
larse” . Su dueño tuvo que refugiarse en la Embajada de
España. Tuvo que dar ese paso antes que su periódico
corra la misma suerte que “ La Razón” .
En 1956, vuelve “ Ultima H ora” a salir bajo la direc­
ción de sus antiguos propietarios. Su actitud es netamen­
te independiente, ni a favor ni en contra del gobierno pero
con el tiempo fue tomando el verdadero camino que le co­
rresponde y como es natural censura los desaciertos del régi­
men imperante. Ha sido un valeroso defensor de la lega­
lidad y no ha vacilado en denunciar los atropellos econó­
micos, ni los políticos.

— 362 —
Un día de marzo de 1958, este vespertino sacó un
editorial que conmueve a la ciudadanía por lo certero y va­
liente sobre el retorno del ex-presidente Paz Estenssoro. El
gobierno reacciona y manda a atacar la administración del
periódico y lograr herir a varias personas. Se comete más
de un destrozo en la maquinaria. El encargado de la mi­
sión vandálica fue el ya conocido agitador Fellman Velarde,
apoyado de los matones Rolando Requena, Huáscar Suárez,
Rosales y un centenar de agentes del Control Político. Ter­
mina la jornada “ heroica”, estos enemigos de la prensa ame­
nazan al dueño del diario, don Alfredo Alexander y su direc-
tor> don Moisés Alcázar, con castigarlos, incluso con la
muerte, si se atreven nuevamente a sacar el periódico. El
conflicto queda planteado.
Visité a los señores Alexander y Alcázar para aportar
el apoyo de mis amigos y el mío y les ofrecí estacionar gen­
te al día siguiente en el edificio de “ Ultima H ora” y no
permitir un nuevo atropello por los violentos. El ofreci­
miento fue aceptado pero con la condición de no portar ar­
mas ni provocar ni responder a las provocaciones. Les ase­
guré que así se haría.
Al día siguiente estuvimos muchos centenares de hom­
bres en toda la extensión de la cuadra, listos para repeler
cualquier agresión en forma violenta. Unos cincuenta ha­
bíamos ido armados y esperábamos poder, si la suerte nos
ayudaba, encender la chispa. Se nos presentaba además la
oportunidad de sentarles la mano a los gubiernistas y está­
bamos dispuestos a hacerlo. Hizo la mala suerte que los
atacantes del día anterior viendo la decisión nuestra y el
apoyo popular que nos alentaba, optaran por no hacerse pre­
sentes. Salió “ Ultima H ora” , como de costumbre, y nunca
más fue atacada por los foragidos.

— 363 —
I lay que reconocer la decisión de luchar de su propie­
tario, señor Alexander y su co-director, señor Alcázar, a
quienes desde estas líneas pido disculpas por haber desobe­
decido ese día sus recomendaciones sobre las armas.
Del diario oficialista “ La Nación” solo diré dos pala­
bras; sale todos los días vertiendo veneno.
El semanario comunista “ El Pueblo” es un pasquín sub­
vencionado por el gobierno para atacar a los gobiernos an­
teriores y también al mismo gobierno Paz-Siles, con la fi­
nalidad de impresionar a la Embajada Norteamericana y “ de­
mostrar” que no son comunistas y que por eso ese semana­
rio los ataca.
En todos los demás departamentos solo salen a luz dia­
rios oficialistas. En Cochabamba, después de haber sido in­
cendiado por orden de Fellman Velarde el diario “ Los Tiem­
pos” , de propiedad del gran periodista don Demetrio Ca­
nelas, no ha vuelto a salir otro diario que no sea guber­
namental.
En cuanto a los señores periodistas, es doloroso cons­
tatar que unos se vendieron al gobierno y otros se fueron
del país. La falta de garantías los alejó del puesto del
deber.
No hace mucho ha salido a luz otro diario católico
“ Presencia” , que valientemente sostiene la lucha desigual
con el gobierno. Se lo quiere callar por la persuación y
ahora hasta con la metralla. A raíz de los asesinatos del
19 de abril, este diario ha venido registrando las noticias
tal como eran y no a gusto del gobierno. Este optó por
mandar a sus milicianos a ametrallar sus instalaciones.
Como siempre, el régimen niega su participación en
aquel atentado. Pero la verdad es que solo los hombres del
gobierno son los que manejan armas y cometen los crímenes
impunemente. El silencio se ha hecho sobre el ametralla-

— 364 —
miento del diario “ Presencia”, no sería de extrañar que ello
se deba a la “ mediación piadosa de Monseñor Antezana” .
La libertad de prensa en Bolivia no existe, así como
tampoco existe la libertad de reunión y poco a poco va
desapareciendo incluso el derecho de pensar. . . Nuestro
pensamiento es “ adivinado” por los gubiernistas dotados de
facultades sobrehumanas y recibimos la consabida sanción,
palizas, cárceles y muerte “ repentina” por una bala perdi­
da, disparada por algún miliciano, por haber pensado mal
del gobierno.
Antes de terminar, he de hacer mención al atentado
cometido en las elecciones de junio de 1956, cuando un mi­
liciano hirió gravemente a un periodista uruguayo. El
atropello fue aceptado y silenciado por el periodista que ja­
más protestó. Le parecieron jugosos los seis mil dólares
con que el gobierno de la revolución premió su silencio.

i CUERPO DIPLOM ATICO

Después de la tiranía del General Mariano Melgarejo,


Bolivia ha tenido que soportar en la época de Paz Estensso-
ro-Siles Zuazo, una representación diplomática, sino igual,
peor que la que aduló al déspota en 1868. Digo peor, por­
que en pleno siglo veinte ya no debía repetirse lo que suce­
dió el siglo pasado. Nadie ignora, que el ignorante tirano,
para agradecer las adulaciones de los embajadores y a las na­
ciones que representaban firmaba graciosas concesiones te­
rritoriales y otorgaba condecoraciones que servían para com­
pensar las que a él le otorgaban a manos llenas.
Después de la revolución de abril de 1952, los repre­
sentantes diplomáticos, con raras excepciones, se comporta-

— 365 —
ron muy mediocremente sin que haya que excluir al mismo
I Embajador de los Estados Unidos, Edward S. Sparks. Casi
todas parecieron entregarse a la causa del gobierno abierta­
mente, extralimitándose en sus pedidos de licores y artefac­
tos. Hubo diplomático de país sudamericano que incluso
recibió dólares de Paz Estenssoro para hacer sus pedidos.
Era la mejor manera de cerrarle la boca.
La parcialidad del Cuerpo Diplomático con el gobierno
quedó muy pronto demostrada. Los jerarcas del partido go­
bernante, con la complacencia de los señores diplomáticos
que no hicieron ninguna observación, pusieron a sus auto­
móviles “ chapa diplomática” . Los gubiernistas temían ser
echados cualquier día del gobierno por el pueblo y creían
asegurarse una fácil huida mediante el ardid de la chapa di­
plomática que ellos sabían que era lo único que podía sal­
varlos de la ira popular permitiéndoseles llegar a un refugio
en cualquiera de las Embajadas.
Sólo un incidente sumamente grave y que casi costó la
vida al Embajador de Costa Rica, doctor Jorge Villalobos,
hizo que el Cuerpo Diplomático pidiera a Paz Estenssoro la
suspensión del uso de la famosa chapa.
Un día se declararon en huelga los constructores de La
Paz y salieron en manifestaciones. En esto pasó por la mis­
ma calle un auto con chapa diplomática y algunos de los
huelguistas incitaron a los manifestantes a quemar el auto,
que según él era del Alcalde, arengando a sus amigos así:
“ No se dejen engañar compañeros, mientras nosotros esta­
mos sin poder llevar a nuestros hijos el pan, los jerarcas
del partido se pasean en sus lujosos automóviles con chapa
oficial. Este auto es del Alcalde y debemos quemarlo”. La
incitación tuvo su efecto de inmediato, los manifestantes ro­
dearon el auto y lo apedrearon y momentos en que iba a ser
incendiado, el embajador Villalobos muy a duras penas pu-

366
do convencer a esa muchedumbre de su condición diplomá­
tica. El doctor Villalobos salvó la vida, pero nadie le sacará
de encima los repetidos golpes que recibió antes de ser re­
conocido.
Debido a la sañuda persecución política contra los anti­
comunistas, en éstos once años, las embajadas han sido ase­
diadas continuamente por la gente perseguida que iba en
pos de asilo político. Las únicas embajadas que siempre es­
tuvieron abiertas con amplio espíritu cristiano fueron las de
Argentina, Venezuela, Uruguay, Colombia, Paraguay y des­
pués de la caída de Arbenz, la de Guatemala. La Embaja­
da de Chile que estaba encargada al señor Alejandro Hales,
en repetidas oportunidades rechazó a los que allí llegaban.
Sólo el 22 de septiembre de 1956, aceptó una gran cantidad
de asilados, pero con la condición de que éstos se llevasen
desde el desayuno hasta la comida, pues la embajada no les
daría ni una Coca Cola. Lo que no fue óbice, según cuentan
para que el señor Hales presentara a su gobierno una cuen­
ta por varios millones de pesos chilenos por “ manutención
de asilados”. La ganancia obtenida por dicho representante
diplomático fue de mil por cero. La prensa chilena registró
en sus columnas esta afirmación mía en octubre de aquel
año 1959.
Las embajadas que se parcializaron más abiertamente
con Paz y Siles, fueron las del Brasil y el Perú, que en re­
petidas oportunidades se negaron a recibir a los que allí lle­
gaban y más de una persona fue tomada presa por los agen­
tes del gobierno cuando eran arrojados de sus sedes diplo­
máticas.
La complicidad del Cuerpo Diplomático con los gobier­
nos de los señores Paz Estenssoro-Siles Zuazo los pone en el
dilema de que cualquier día la sanción popular llegue hasta
ellos inconcientemente o tal vez concientemente. Y los en-

— 367 —
cargados del desborde serán el propio gobierno, como ya lo
anunció el ex-presidente Siles Zuazo en su amenaza pública,
cmindo dijo: “ Que un día cualquiera, cuando a él le venga
en gana, mandará a sus milicianos a acabar con la “ oligar­
quía que vive en los barrios residenciales” . Y es precisa­
mente en éstos barrios donde residen los señores diplomáti­
cos. Las turbas alcoholizadas no van a averiguar si tal o
cual casa pertenece a un particular o a un embajador. Sus
mujeres, sus hijas y ellos mismos serán violentados y por
mas que traten de identificarse no lo conseguirán, pues es
sumamente difícil convencer a las turbas y más difícil aún
si éstas se encuentran dirigidas por los comunistas.
Dios no permita que esto suceda, pero la amenaza ha
sido lanzada. Y cuando Siles Zuazo, enfermo de espíritu,
se propone destruir algo que a él le obsesiona, lo realiza.

IN V ESTIG A CIO N ES INTERNACIONALES

Si las investigaciones internacionales que a diario se rea­


lizan en el mundo entero, son como las que he presenciado
en Bolivia hay motivos para dudar de todas ellas.
Las “ investigaciones internacionales” por lo general ter­
minan por fallar a favor de los gobernantes conculcadores.
Tres son las razones a las que se puede atribuir seme­
jante despropósito: 1) La falta de garantías que los gobier­
nos tiránicos dan a las partes afectadas para acusar o defen­
derse; 2) El cierto recelo que los demás gobiernos tienen en
inmiscuirse en los asuntos internos de otros países; 3) La ge­
neral venalidad de los integrantes de las comisiones que ven-

— 368 —
den su conciencia sea por una mujer por una partida de pe­
sos o simplemente por un suculento cheque en dólares.
Estas afirmaciones son hechas sobre la base de realida­
des comprobadas.
1. — Bajo el primer gobierno del M.N.R. las repúbli­
cas americanas se negaron a reconocer al gobierno “ de facto”
presidido por el mayor Gualberto Villarroel, tachado fran­
camente de pro-nazi. Seis meses duró el boicot, hasta que un
día el Departamento de Estado de los Estados Unidos mandó
una comisión presidida por Mr. Avra Warren, para ver la
realidad boliviana bajo el nuevo gobierno. Los gobernantes
bolivianos entre los cuales estaba Paz Estenssoro al conocer
al personaje encargado de darles el certificado de buena con­
ducta, no vacilaron en averiguar su vida y milagros y sus
debilidades. Así, cuando arribó a La Paz, el señor Warren,
se encontró asediado por una atractiva e inteligente mujer,
lo demás fue cosa fácil de conseguir. La “ investigación”
tuvo un éxito rotundo, para el acusado naturalmente.
2. — En el segundo gobierno del M.N.R. bajo la pre­
sidencia de Paz Estenssoro, llegó otra comisión de la Cruz
Roja Internacional para investigar los campos de concen­
tración y el estado de los presos políticos recluidos. Los
personeros de esta comisión, a quienes les conocimos las
caras en el campo de concentración de Corocoro, informa­
ron que no era un campo de concentración y que los que allí
estábamos gozábamos de buena salud, teníamos abundante
comida y buenas camas. Es decir, afirmaban precisamente
lo contrario de la realidad pues en ese entonces y aunque
parezca exagerado lo que afirmo no se nos daba ni medio
gramo de pan a los cientos de presos hambrientos y enfer­
mos. No se dignaron ni siquiera ingresar al cuartel para
ver la forma en que vivíamos antes de dar su innoble in­
forme.

— 369 —
¿Que confianza pueden pues inspirar las investigacio­
nes internacionales? ¿Acaso se permite (al menos en el ca­
so de Bolivia) a la otra parte defenderse o acusar?
3.— El tercer caso de estas famosas investigaciones in­
ternacionales la tenemos con el “ suicidio” del jefe de la opo­
sición boliviana don Oscar Unzaga de la Vega. El gobier­
no de Bolivia, llama a la OEA, para que “ investigue” la
muerte de los señores Unzaga de la Vega y su secretario
René Gallardo, de quienes afirma desde los primeros mo­
mentos que se “ habían suicidado”, para luego acusar a los
señores Julio Alvarez La Faye y Enrique Achá de ser sus
victimarios.
La OEA acepta hacer la investigación pero demora ca­
si dos meses en trasladarse a Bolivia. Mientras tanto el
Canciller Víctor Andrade, viaja a los Estados Unidos para
seguir implorando ayuda americana. El secretario de la
OEA, ya comprometido a la investigación del crimen, no
tiene el mayor empacho en dar un almuerzo al presunto
cómplice de la muerte de Unzaga-Gallardo, al Canciller An­
drade, o sea que de antemano se parcializa con una de las
partes.
Es como si el juez que atiende una causa por un crimen
y que en estado de dar su veredicto final aceptase asistir
a un banquete ofrecido por uno de los litigantes.
¿Con estos antecedentes podríamos los bolivianos espe­
rar sin inquietud el fallo de la comisión de la O EA?
La OEA si no quería hacer el tristísimo papel que se
ha visto obligada a hacer, debía exigir al gobierno boli­
viano la suspensión del estado de sitio, el levantamiento de
la censura de prensa y la presencia de personeros de la
oposición, de personeros en plena libertad y no sólo de aque­
llos que están en las cárceles, que han sufrido y siguen su­
friendo las torturas físicas y las coacciones morales que usa

370
el gobierno contra los detenidos. Lejos de ello los comi­
sionados de la OEA han tomado en especial consideración
las declaraciones de testigos presionados. Para los bolivia­
nos de hoy, la OEA, es una organización acomodaticia, pre­
sidida por un oportunista, José Mora, en cuya boca la pala­
bra democracia y libertad, orden y decencia tienen un signi­
ficado especial según las ofertas que reciba de los intere­
sados.
La OEA ha dado su veredicto a los cuatro vientos:
“ Unzaga de la Vega se suicidó y lo remató su secretario,
quien a su vez se suicidó” . Ha rubricado con su sello el
infame crimen cometido por los señores Siles Zuazo y Wal-
ter Guevara; que cubiertos por la impunidad pueden seguir
adelante. . . La OEA estará siempre dispuesta a acudir de
nuevo a su llamado.
Al llegar al final de esta narración honrada y horren­
da en su contenido pero más horrenda por la persistencia
negativa de nuestros hermanos americanos para compren­
der y compulsar la noche roja en que se debate un pue­
blo en pleno corazón del continente es preciso proclamar a
los cuatro puntos cardinales que no es con el silencio de la
indiferencia que se debe practicar la no intervención. Cuan­
do un gobierno tiránico y cruel como el existente en Boli-
via ha conculcado todos los derechos humanos, ese gobier­
no debió, por lo menos, ser despreciado moralmente. Pero
la complicidad ideológica de muchos cientos de hombres in­
fluyentes de América se mostró impasible y ellos ayudaron
a que la verdad que existía tras la “ cortina de estaño” no
fuera vista y comprendida por los millones de americanos
que están identificados con el dolor del pueblo boliviano.
Si América aspira a ser en el futuro lo que anhelamos
los hombres libres de este continente, debemos demostrar
nuestra solidaridad a los pueblos y no a los gobiernos con-

— 371 —
culi adoros. Una nación, no es un grupo gobernante, es
un conglomerado de habitantes que unas veces tienen la
suerte de elegir a sus mandatarios y otras veces la desgra­
cia de caer en manos de los demagogos. Entre éstos y la
mayoría del pueblo existe una diferencia fundamental.
A mis hermanos bolivianos yo les pido que tengan fe y
confianza.
Los jóvenes falangistas que conservan la memoria de su
jefe mártir Oscar Unzaga de la Vega y sus valerosos lugar­
tenientes caídos en toda esta larga etapa de desastre nacio­
nal, con su legendaria frase en los labios “ Por Bolivia” , de­
ben pensar que es necesario unir todas las voluntades, despo­
jarse de toda ambición partidista o personalista y mirar, úni­
camente, los sufrimientos de Bolivia, para mitigarlos.
Los hombres a quienes se califican como “ hombres del
pasado” deben ayudar a salvar de la hecatombe al pueblo
boliviano, sin tomar en cuenta otra que el porvenir. ¡De­
ben ser los más comprensivos por ser los más experimentados!
Siento admiración tanto por los jóvenes falangistas, cu­
ya gesta aunque desgraciada, fue ejemplar, como para los hom­
bres de los partidos tradicionales, que pese a sus errores hu­
manos, permitieran que Bolivia viviera con libertad, con justi­
cia y con fe en el porvenir.
Traicionaría mi conciencia y mi fe patriótica si dejara
sin mencionar a los fríos y tibios, a los indolentes a quienes
sólo les importa su interés o sus intereses. En la hora de
la desesperanza y la angustia quisiera decirles: “ Calentad vues­
tro cuerpo y vuestro espíritu con la agonía de la patria, no
os quedéis inertes en el palacio de mármol desde donde con­
templáis la tragedia del pueblo que ayer creyó en vosotros;
dad algo de lo que ella os dio en sus días venturosos” .
Yo creo, por mi fe en Dios, por mi patria y por los mi­
les de muertos que yacen intranquilos en sus tumbas, caídos

372 —
en defensa de Bolivia, que mañana, cuando la luz se haga en
las mentes y vuelva la paz a nuestra patria, levantaremos, to­
dos juntos la Bolivia del futuro y en el historial de los hé­
roes no serán olvidados los que aunque tarde pusieron su
fe, su voluntad y sus fortunas, por algo imperecedero como
es la felicidad de las generaciones futuras.
Y a los señores movimientistas habría que decirles que
les queda un camino para rectificar sus errores. Si quieren
salvar a sus hijos y a sus nietos de la vergüenza que se cier­
ne sobre ellos por las monstruosidades cometidas por sus pa­
dres o abuelos, y no quieran recibir a diario el escupitajo de
los hijos de sus víctimas, deben alejarse de ese partido que ha
corrompido sus almas convirtiéndolos en traidores de su pa­
tria. Si no pueden empuñar las armas contra los verdugos
de la patria que no la vuelvan contra sus propios hermanos
que quieren salvarlos a ellos y a sus descendientes.

ELECCIO NES DE 1964

El panorama nacional es de un conformismo desgarra­


dor. La terquedad de Faz E-tenssoro, para mantenerse en
el poder es tal, que olvidó todo principio elemental. El
quiso, y tenía que ser. El dijo seré, y lo fue. El tiene un
rebaño a quien manda y ordena. El es el Al Capone que
asóla y corrompe. ¡Para eso cuenta con la ayuda del Depar­
tamento de Estado! El es el Janos Kadar de Hungría,
quien sometido al carnicero Khrushchev, llenó de vergüen­
za y ahogó en sangre a la mártir Hungría. El es la mano
ejecutora del imperialismo yanqui. Su Virrey, el Embaja­
dor Henderson está a su lado impartiéndole órdenes.

373 —
Quiso y obtuvo la prórroga presidencial. Su engrei­
miento ha sido coronado con un “ rotundo triunfo electo­
ral” . Que Dios lo guarde!
Los partidos tradicionales, una vez más se abstuvieron
de concurrir a la farsa electoral. Falange Socialista Boli­
viana, i or fin comprendió que este era el camino que debió
seguir desde 1956. Los Social Demócratas, dirigidos por
Reme Di Natale (elemento salido del seno del M NR) tam­
bién se abstuvieron igualmente. El PRIN de reciente crea­
ción por Juan Lechín Oquendo y el PRA de Guevara Arce.
El ex-presidente Siles Zuazo, llegó apresuradamente de
España, para convencer a Paz Estenssoro de la inconvenien­
cia de ir a la prórroga. Calculó mal y pisó en falso. El
quería ser el hombre de transacción, creyó que su Jefe Paz
Estenssoro le debía algo. . . él le había dado la presidencia
a aquél en dos oportunidades, y se creía heredero de la mis­
ma, pero su ambición, su hora había pasado. Político me­
diocre y sin ápice de patriotismo, luchaba solo por pasar a
la historia como presidente “ constitucional” por dos perío­
dos. Vulgar intrigante, falso y cínico, este pobre hombre,
sólo pudo llegar a la presidencia de la república porque el
pueblo había sido corrompido, extenuado, empobrecido y
humillado. Y en un pueblo casi ven cido ... ¡los canallas
hacen de las suyas!
Ante la abstención general, Paz Estenssoro se vio for­
zado a buscar inmorales a quienes comprar para que le hagan
el juego “ democrático”. Consiguió dos pequeños grupos.
Uno de ellos, el conocido y ya famoso ex-mayor Alber­
to Taborga, fue uno de los preferidos. Su condición mo­
ral ya era tan conocida que fue presa fácil. Se vendió por
una miserable suma y fundó un “ partido” el Frente Anti­
comunista Boliviano. Los millones que recibió, los convir­
tió en dólares para cuyo objeto se trasladó a Lima, de don-

— 374
de regresó diciendo a sus amigos que una firma americana
le había dado dinero para presentarse a las elecciones del
31 de mayo. Este grupo, vilmente engañado por Taborga,
hizo el juego a Paz Estenssoro y ni siquiera sacó una dipu­
tación conforme le había sido prometido.
El segundo grupo, formado de la noche a la mañana,
la Unión Cívica Nacional, estaba dirigido por los traidores
coronel retirado Santiago Pool Barrenechea, Mario Ocampo
Castillo, Juan Chacón, Arcadio Peña y Rolando Vásquez. E s­
te último autorizado por mi persona para seguir los pasos a
los anteriores.
Este grupo tomó contacto con Paz Estenssoro, por in­
termedio de Alfredo Franco Guachalla, y se concertó una
entrevista para la noche del día 11 de mayo en casa del ra­
dioperador Dávila en la calle Iturralde de Miraflores. La
entrevista debió efectuarse a horas 8 de la noche. En vis­
ta de que Paz Estenssoro no llegó a la hora indicada, el
dueño de casa, Dávila, rodó la película sobre la visita de Paz
a Estados Unidos.
A horas 10, llegó Paz Estenssoro e ingresó directamen­
te al cuarto donde sus invitados lo esperaban muy distraí­
dos. Después del saludo protocolar, se entró de lleno al
“ negocio electoral” .
El primero en comenzar la charla fue el coronel Pool
Barrenechea, quien, todo tembloroso, hizo entrega a Paz E s­
tenssoro de un papel con las “ condiciones” que ponían al
gobierno “ aquel grupo de cinco tunantes” para ir a las elec­
ciones. Exigían la bicoca de cincuenta mil dólares y cinco
diputaciones seguras.
Paz Estenssoro, hizo un análisis de la situación econó­
mica por la que atravesaba el país y su partido, y les comu­
nicó la imposibilidad de poder dar esa cantidad de dólares
y les ofreció la suma de DOSCIENTO S M ILLO N ES “ pa-

— 375 —
pulcros” en dos partidas. Al día siguiente cien millones y
el día 15 los otros cien.
Después de regatear un “ poquito” , ambas partes con­
vinieron en el pacto. Paz Estenssoro les daría los doscien­
tos millones y les aseguraba cinco diputaciones. Los cana­
llas, aceptaban esa forma de pago miserable y desde aque­
lla noche pasaron a depender del corruptor.
Dirigiéndose a Ocampo Castillo, Paz Estenssoro, le di­
jo: “ Espero que ahora mismo comience Ud. a montar su
“ maquinita” pero ya no para los falangistas sino para m í” .
Ocampo Castillo, despotricando contra sus antiguos ca­
maradas, aseguró a su nuevo amo que desde ese instante se­
ría un incondicional a su persona y que si salía electo di­
putado haría en el Parlamento lo que él ordenara.
Luego Paz Estenssoro, analizó la situación de su par­
tido y demostrando una confianza conmovedora a sus nue­
vos adeptos, les dijo que él sabía muy bien cual era el tiro
de Siles Zuazo. “ Lo que Hernán quiere es sólo sustituir­
me y ser el hombre de transacción. Pero yo no puedo darle
gusto, necesito salir electo nuevamente para cumplir la eta­
pa de reconstrucción nacional”.
“ En cuanto al señor Lechín, — prosiguió Paz— , me tie­
ne sin cuidado, ya me sirvió y ahora no lo necesito y no
volverá al partido. No así Siles y Guevara, éstos tienen las
puertas abiertas y serán bien recibidos si resuelven regresar.”
Al día siguiente, Pool Barenechea y Chacón, fueron los
encargados de recibir los primeros cien millones que les
fueron entregados en cortes de 50 pesos de la nueva mo­
neda, de manos del secretario de Paz, Carlos Serrate R. Hu­
bo un pequeño roce entre los cinco “ financistas” por el re­
parto del dinero, pues, estos dos con Ocampo quisieron lle­
varse la mayor parte. Les tocó a cada uno la suma de quin­
ce millones, y el saldo sirvió para la compra de una multi-

— 376 —
copiadora y para la propaganda electoral. Salieron afiches
que fueron pegados en las paredes con el slogan de: “ G O L­
PE DURO AL M .N .R.” . Estos eran los “ opositores” fabri­
cados por el corruptor.
El día 15, el mismo secretario Serrate, entregó a los
mismos Pool Barrenechea y Chacón, los cien millones res­
tantes y la repartija se hizo y tuvieron que dar varios mi­
llones a algunos miembros del M.N.R. que descubrieron el
juego y los chantajearon.
De las cinco diputaciones ofrecidas, sólo una fue “ ga­
nada” mediante el soqueteo de ánforas efectuada en La Paz,
y con las papeletas traídas del Beni por el candidato Ro­
lando Vásquez, quien no pudo hacer nada para salir electo
por ese distrito. Ocampo Castillo, fue el agraciado con la
benevolencia del corruptor y los otros quedaron al palo.
Esta fue la “ única oposición democrática” y los Esta­
dos Unidos quedaron satisfechos con el gran triunfo de su
pongo Paz E sten ssoro.. .

LAS G U ERRILLA S

Las guerrillas aparecen y proliferan, allí donde existe


un mal gobierno; donde las leyes son conculcadas, donde los
gobernantes se convierten en simples ejecutores de imperia­
lismos ajenos al pueblo. Donde la injusticia se impone por
el terror y el hambre. Donde la impunidad de los podero­
sos es el pan de cada día. Las guerrillas pues, son el re­
sultado de toda una calamidad impuesta por la camarilla
gobernante. Es el grito de angustia de un pueblo frustra­
do y casi vencido. Entonces, cuando el pueblo ya está por

377 —
sucumbir, unos cuantos idealistas salen a la lucha, acosan
y mueren por la patria herida.
Paz Kstcnssoro, Siles Zuazo, Lechín Oquendo, Guevara
Arce y un centenar de dirigentes del M.N.R. son un con­
glomerado de mala gente. La razón de la existencia de
estos hombres, es el odio y la venganza. Esté'Tlan de ma­
fiosos son gente mala pero con suerte. Les tocó actuar en
política cuando el Coloso del Norte, también en sus altas
esferas gubernamentales, anidaban gangsters. Los Holland,
los Stephanskys son de su misma calaña y por lo tanto vi­
no la ayuda desmedida no para construir sino para aco­
bardar, envilecer y enseñar a un pueblo a vivir de la hol­
ganza, factor indispensable para que ellos puedan permane­
cer en el poder. Al pueblo se le dio circo y al que menos
trabajaba se le pagaba mejor. Se imponía la ignorancia des-
de arriba para mantenernos en perenne esclavitud y some­
tidos e hipotecados por un siglo a la “ bondad yanqui” .
Contra este clan de mafiosos, nacieron las guerrillas co­
mo una necesidad nacional. Era la única forma de comba­
tir no a una tiranía, pues a Paz Estenssoro, no se lo puede
calificar de tirano. Tirano fue Pérez Jiménez, en Venezue­
la; Trujillo, en Santo Domingo; Perón, en la Argentina;
Stroessner, en el Paraguay. Estas tiranías, horrorosas en el
fondo y repudiables en sí, pero fueron tiranías constructi­
vas, levantaron de la nada a sus pueblos. Hicieron o b ra s.. .
Paz Estenssoro, no es pues un tirano, es un mero co­
rruptor. Corrompe lo que toca. Si algo creó, fue la in­
moralidad. No vaciló en corromper a sus propios hijos, obli­
gándolos a repudiar a su propia madre, haciéndolos convivir
con su amante. Luego ambos hijos, siguieron la mano “ rec­
tora” del corruptor. No vacilaron en matar. Si mataron,
no tuvieron miedo de hacerlo, sabían de antemano que eran
intocables, que la impunidad estaba con ellos, y que por al-

— 378
go su padre, el corruptor, montaba el potro. Era el dueño
de vida y hacienda de la pobre Bolivia.
Así pues, Paz Estenssoro, no es un estadista, es sólo
un vulgar corruptor. No es ni siquiera un tiranuelo, solo
es eso: un corruptor. . .
Las guerrillas en Bolivia, son legales y solo luchan con­
tra las fuerzas del corruptor, también lo hacen contra los
mercenarios llevados de Panamá. Pues la ayuda americana
es completa: dólares, armas y ahora mercenarios, en desca­
rada intervención en los asuntos internos de Bolivia.
En San Simón, fue abatido el “ asesor” Jackson. En
Apolo se vengaron y la carnicería fue atroz. Se cometió un
verdadero genocidio.
El Virrey Henderson, se dio este título en una reu­
nión social. Pues dijo textualmente a la doctora Saavedra:
“ He ordenado al doctor Paz Estenssoro, que ratifique co­
mo Ministro de Economía al señor Eduardo Arauco Paz” .
Igual orden debió haber dado para exterminar a los guerri­
lleros, e idéntica orden dio a su Vice-cónsul, para que viaje
al Perú el 29 de octubre pasado, a traer armamento para
el corruptor, y con estas armas aniquile a todo el pueblo bo­
liviano que luchaba contra su hombre de confianza. Al Vi­
rrey Henderson, poco le importa la vida de los bolivianos, él
sólo quiere sostener contra viento y marea a éste aunque
para ello tenga que matar a todo el pueblo.
El creyó que Bolivia era el Vietnam del Sur o el Con­
go, jamás pensó que los bolivianos no pueden aguantar in­
definidamente la opresión. Creyó que por esa ayuda sumi­
nistrada al gobierno del M.N.R., el pueblo tenía que doble­
garse y aceptar la imposición yanqui. . .
Que esta derrota que acaba de sufrir el Departamento
de Estado de los Estados Unidos ojalá les sirva de lección
y no vuelvan a cometer tan garrafales errores. Que la ayuda

— 379
no venga acondicionada al sometimiento y la vergüenza, que
ln den sin imposiciones. Si así lo hicieran, en el mundo li-
!>re jamás habrían guerrillas, los pueblos aman la libertad y
jamás se someterán al dólar y al rublo, de esto estoy comple­
tamente seguro en cuanto a Bolivia se refiere. Lo hemos
demostrado una vez más. Hoy somos libres con ayuda o sin
ayuda americana. Volveremos a ser un pueblo digno y res­
petado por el concierto de las naciones.
Las guerrillas en Bolivia, gracias a Dios, fueron de cor­
ta duración. Ellas fueron el fruto de la necesidad colecti­
va y ante la desesperanza general. Fue el primer paso ha­
cia la libertad que fue completada por la comprensión y el
patriotismo de los Jefes y Oficiales de nuestro glorioso Ejér­
cito Nacional.

20 DE SEPTIEM BRE DE 1964

Nadie en La Paz, presentía en la noche del 19 de sep­


tiembre, que esa noche renacería el terror y la angustia en
Bolivia.
Eran las 3.30 del amanecer del día 20, cuando mi casa
fue nuevamente teatro del más inicuo atropello. La puer­
ta fue violentamente metida y los agentes del Control Po­
lítico aparecieron al pie de mi cama con sus amtralladoras
en apronte. El jefe de éstos, Raúl Gómez Jáuregui, me in­
timó para que me entregue preso y me ordenó me vistiese
para que los acompañase.
El terror de mis seis pequeños hijos y de mi esposa, es
difícil de narrar. Sólo sé que mi hija mayor Olguita, llo­
rando y sin poder contener su cólera e indignación incre-

— 380
paba duramente a los “ valientes” agentes de la temible po­
licía política y angustiada les decía: “ Hasta cuando este
odio? ¡Son doce años que llevamos esta vida!”
Tuve que intervenir y rogar a mi pobre hija para que
se calmara y callase; yo temía atropellos mayores ante el sal­
vajismo de esos seres acostumbrados como estaban a la im­
punidad. Pues ella, su madre y sus otros hermanos esta­
ban a merced de esos foragidos. Mis otros hijos lloraban
a gritos. Mi hijo menor, hacía tres días que había sido
operado de la vista por el doctor Pescador, forcejeaba por
arrancarse la venda de los ojos para ver que pasaba. Lo
calmé y besé y le aseguré que volvería pronto.
Me despedí de mi esposa e hijos, y fui sacado de mi
casa estrictamente vigilado por media docena de agentes con
ametralladoras. Antes de partir, el jefe de los asaltantes,
Gómez se sacó las piezas del auricular del teléfono. Fui
introducido a una vagoneta y llevado hacia Calacoto.
En el vehículo, Gómez me hizo una pregunta idéntica
a la del 2 de agosto de 1954, en el Panóptico Nacional:
— ¿Otra vez don Hernán?
—• Así es, — le contesté.
En Calacoto, llegamos a una residencia lujosa que no
conocía. Bajaron varios agentes y se les unieron otros del
jeep que nos seguía, y penetraron a la casa como solo lo ha­
cen los ladrones, escalando las paredes. Yo quedé custodia­
do por tres agentes más el chofer.
Después de una hora y cuarto de espera, aparecieron los
agentes con una nueva víctima, don Julio Zuazo Cuenca.
Fue subido al mismo vehículo donde me encontraba. An­
tes de partir, Gómez dijo a la señora de Zuazo: “ Mate a su
perro, no sirve para nada”. El muy ladino, se refería a
que el manso animal no había ni siquiera ladrado anuncian­
do el ingreso de los ladrones.

— 381
Fuimos conducidos directamente al Control Político y
luego pasados a la celda 3, la cual ya estaba habitada por
veinte presos más. Reconocí entre estos a Walter Vázquez
Michel, Arturo Clavel, Jorge de la Vega y otros. Luego
ingresó Amado Rodríguez, Walter Bravo, Jorge Bedregal
Sanjinés, Mario Alarcón Lahore, y otros amigos de Lechín
y Siles. La mayoría de los presos eran falangistas.
Comenzamos a hacer conjeturas del por qué de nuestro
apresamiento. Zuazo Cuenca, deseando demostrar que él
sabía, nos dijo que todo se debía al plan revolucionario que
estaba tramando Siles Zuazo, y que él, había notado al pasar
por ia avenida Arce que la casa de Siles, estaba siendo alla­
nada y que no dudaba que aquel había sido apresado. Tam­
bién quiso impresionarnos con su “ machismo” y nos dijo:
“ Cuando los agentes estuvieron dentro de mi domicilio, los
increpé y luego les dije que los acompañaría cuando termi­
nara de afeitarme y ducharme” .
— ¿Y se lo permitieron? — le pregunté.
— ¡Claro que sí, yo soy quien soy! — me contestó.
— Bueno — le dije— , lo que es a nosotros, siempre
nos sacan en calzoncillos y no nos dan tiempo para nada.
Tuvieron consideración con Ud. porque pertenecen a la mis­
ma camada. Naturalmente que no quiero decir que Ud. es
agente, sino que pertenecen al mismo partido.
El doctor Mario Alarcón Lahore, quiso hacer proselitis-
mo aún allí donde la mayoría eran opositores de doce años;
y trató de convencernos de que deberíamos unirnos para de­
rrocar a Paz Estenssoro, hablaba a favor de Siles Zuazo. Nos
pidió hacer causa común para salvar al país. Ahora estamos
en iguales condiciones, me dijo.
— No estamos en iguales condiciones, doctor Alarcón,
- le dije. Nosotros somos opositores al régimen desde hace
más de doce años. Ustedes, los silistas, lechinistas y gue-

— 382 —
varistas, son opositores de la víspera. Y no lo hacen por
convicción sino porque les han quitado la mamadera.
— Mire Ud. le seguí diciendo, — y me revolví los bol­
sillos— , nosotros no tenemos un solo centavo y si nos sacan
fuera del país, dejamos a nuestras familias sin pan. Pues
ellas viven del duro trabajo que realizamos a salto de mata.
En cambio Uds. no tienen este problema. Tienen dólares
por demás y sus familiares no pasarán hambre, en primer
lugar porque Uds. se han enriquecido desmesuradamente;
luego los compadres que tienen aún en el poder, velarán
por ellas. ¿Ve Ud., doctor Alarcón?, no somos iguales. Ja ­
más podremos unirnos. Somos demasiado idealistas como
para transigir con los que destruyeron al país. ¿Que están
presos con nosotros? Es cierto, pero por qué, ¿por la pa­
tria? No doctor, Uds. están aquí por accidente, han per­
dido los favores del amo, porque éste les quitó la mamade­
ra. En Uds. no prima la patria sino la figuración personal
y el dinero.
Siguieron llegando más y más presos. La celda resul­
taba ya estrecha para los cincuenta que ya estábamos allí.
El último en ingresar a nuestra celda fue un muchachito de
quien no recuerdo el nombre. Las otras celdas también
estaban repletas.
Nos fueron sacando de a dos en dos, y se nos fotogra­
fió de frente y de perfil. Todo aquel día la pasamos con
frío y con hambre. Yo me descompuse y comencé a arro­
jar; Amando Rodríguez, llamó a la guardia y fui sacado al
patio donde tomé un poco de agua. La cabeza se me partía
por la falta de café, cuando no me sirvo este precioso líqui­
do, en verdad que me enfermo.
En la tarde nuevamente fuimos sacados de a uno en
uno. Fui el primero y llegué a la gobernación, donde se
me filió y luego me hicieron firmar un salvoconducto ya

383 —
Ir.lo. i|ii<’ hablan tenido con todas las firmas y sellos corres­
pondientes l'.stc salvoconducto era para salir al Paraguay.
Regirse a la celda y comuniqué a los amigos la nove­
dad “ Nos sacan al Paraguay” , les dije.
Al atardecer, se nos sacó de la celda y fuimos reparti­
dos en las diferentes celdas. Me tocó ocupar la celda 6, y
tuve como acompañante al diputado Ponce García, ai Ta­
rugo Bedregal y el dirigente campesino Antonio Espinoza
Wayar.
A las 12 de la noche del día lunes 21, San Román se
hizo presente en cada celda y averiguaba el nombre de cada
uno de los presos. Cuando identifió al diputado García
Ponce, se sonrió y dijo: “ ¿Ud. aquí, diputado? Se trata de
una equivocación. Yo ordené que me traigan a Ambrosio
García. Váyase diputado y discúlpeme” .
Salió García, y tras él salió San Román. Tras de éste,
salió Bedregal, y lo llamó. . . Claudio. . . Este retrocedió
y atendió a Bedregal. . .
— Este es el pago que me dá el gobierno por mis 23
años de lucha a favor del M .N.R.? — le dijo Bedregal a
San Román.
— Ya hablaremos Tarugo, hay denuncias muy graves
contra ti, estas conspirando a favor de Siles, a quien le has
dado dinero. Mañana hablaremos y aclararemos tu situación.
— Pero Claudio, ¿cómo es posible que me tengas pre­
so precisamente con gente a la cual he hecho tanto daño?
San Román le aseguró que al día siguiente arreglaría
su situación y dejó completamente abatido a Bedregal.
Cuando la puerta fue cerrada, Bedregal, tomándose la
cabeza con ambas manos, dijo: “ Doy gracias a Dios de estar
preso con Uds. pues así estoy pagando todos los atropellos
que cometí contra Uds.”

— 384 —
El canalla de Paz Estenssoro, nos obligó a tomar pre­
so al amigo, a torturarlo y saquearlo y ahora que ya no nos
necesita, nos mete preso precisamente con esa gente a la cual
hicimos tanto mal. El muy maldito, prosiguió Bedregal, al­
gún día me las pagará.
Luego nos dijo que era cierto que el viernes 18, ha­
bían tenido una reunión en el bufete de Ñuflo Chávez Or-
tiz, donde Siles Zuazo propuso ir a la conspiración para
derrocar a Paz Estenssoro. Que en la misma estuvieron
Zuazo Cuenca, Alarcón Lahore, Carlos Montaño Daza, un
doctor Villarroel, Salinas López y él. Que de toda esta gen­
te había que buscar al “ buzo” . El sospechaba de Salinas,
Villarroel y de Montaño.
Yo lo oía, y más sospechaba de él. Jamás podría olvi­
dar a Bedregal. Pues tuvo mucho que ver con los presos
políticos desde 1952 a 1956. Fue un intrigante, tortura­
dor y saqueador. Hombre sin escrúpulos, actuaba en “ po­
lítica” para asegurar sólo su caja. Sí, torturó y con sus pro­
pias manos y allí estaba preso con nosotros. Era un preso,
o sólo un espía? Allá él, con su conciencia.
Al amanecer del día 22, fuimos sacados de nuestras cel­
das y todos los presos nos reunimos en el patio del Control
Político. Mediante lista se iba seleccionando. Unos eran
metidos a tal o cual celda, y otros, obligados a sacar sus
pertenencias, pues serían sacados al destierro.
Conjuntamente con Bedregal, Espinoza y un turco le-
chinista, que no cejaba en maldecir a Lechín, porque por
su culpa estaba preso desde hacía 20 días, nos metieron a
la celda I. Oíamos los gritos de nuestras familias en la ca­
lle. Se habían apercibido que los presos serían sacados al
destierro aquel día, los gritos y mueras a Paz Estenssoro y
San Román, nos alentaban. Paz E sten ssoro ... al pare­
dón. . . coreaban.

385 —
La prisión quedó más o menos tranquila, los presos que
fueron sacados al Paraguay dejaron un vacío en aquel recin­
to de represión. Los que quedamos, seguimos sumidos en
nuestras cavilaciones más sombrías. Aquellos, salían, si bien
desterrados, por lo menos a respirar el aire de la libertad.
Nosotros quedábamos a merced de los verdugos.
El miércoles 23, Bedregal fue puesto en libertad.
Ese mismo día, el Ministro de Gobierno Ciro Hum-
boldt, condiscípulo mío, divisó a mi esposa en la fila de los
familiares que llevaban comida y le hizo entrevistar. Luego
él personalmente habló conmigo.
Humboldt: Siento mucho que te encuentres aquí, que­
rido Hernán. Te aseguro que nada sabía de tu apresa­
miento. San Román me ha informado que estás metido en
la conspiración hasta la coronilla. ¿Por qué no sientas ca­
beza de una vez por todas?
— Mira Ciro, cuando un hombre, le dije, cae una vez
al Control Político, no se lo desprende más. Esta es la sex­
ta vez que me meten preso. Soy veterano en todo. Fundé
el primer campo de concentración, el de Corocoro, fui some­
tido a un sinnúmero de torturas, he salido cuatro veces al
exilio, mi casa ha sido allanada un sinnúmero de veces y mis
hijos están creciendo con tal sicosis, que sólo Dios sabe el
futuro que tendrán. ¿Por qué ese afán, esa complacencia
de aterrorizar a los niños? A mi me pueden tomar preso en
la calle ya que mi trabajo lo realizo fuera de mi casa.
Ministro: — Tienes toda la razón para indignarte. Este
San Román es un tipo odiador y ha convencido al Presiden­
te Paz, que tú eres el enlace entre La Paz-Buenos Aires.
Que trabajas en una conspiración a favor del coronel Delfín
Cataldi. En fin tú conoces más que yo a San R o m á n ...
Lo único que te puedo ofrecer es hacerte salir del país. Te

386 —
haré poner en libertad y pon tus papeles en orden. ¿Dónde
quieres ir?
— Ya que no me queda otra alternativa que irme, or­
dena que me saquen a la Argentina, — le manifesté.
Ministro: — A la Argentina no puedo garantizar poder
sacarte, pero sí, al Brasil o al Perú.
— Sácame donde quieras, pero que sea pronto porque
San Román me la tiene jurada y de repente me “ suicida” .
Esta charla la mantuve con Humboldt, completamente
a solas, en la gobernación. Luego Ciro, se aproximó a una
puerta contigua a la que ocupábamos y llamó a San Román,
y le dio esta orden:
— General, le ruego poner inmediatamente en libertad
al señor Landívar. Ya he charlado con él, y ha aceptado sa­
lir del país.
San Román: — Muy bien, Ministro, su orden será cum­
plida, pero debo advertirle que el señor Landívar no es la
mosquita muerta que Ud. cree. Es un contrarrevoluciona­
rio empedernido, y creo que lo mejor será que lo manten­
gamos preso hasta que haga unas declaraciones.
Ministro: — ¿Y para hacer unas declaraciones se nece­
sitan muchos días, General?
San Román: — Creo que sí Ministro, pues son tantos
los presos que necesitamos tiempo.
Ministro: — Haga una excepción General, le ruego po­
ner en libertad al señor Landívar hoy mismo.
San Román: — Muy bien, señor Ministro, al señor Lan­
dívar será puesto en libertad a las cuatro de la tarde.
Nos dimos un apretón de manos con Ciro, y fui condu­
cido nuevamente a la celda 6. Donde ya no tenía com­
pañía.
Pasaron las cuatro, y vinieron muchas horas cuatro, y
la ansiada libertad no llegaba.

— 387
gobierno que no caerá jamás. Somos invencibles, tenemos
nulo controlado y no hay poder que nos derrote.
— ¿Si Uds. son tan poderosos por qué entonces nos
traen. .. por qué nos temen? Yo creo más bien que aho-
i .i sí Uds. son más débiles que nosotros. Saben que el pue­
blo ya ha perdido el miedo, y que sólo espera el momento
oportuno para cualquier cosa.
San Román. — Ud. está hablando así porque tiene a
ii padrino Humboldt, quiero que sepa que no he de aceptar
que me hable en esa forma. Uds. son unos inconcientes que
no quieren el progreso del país. Norteamérica nos ayuda y
todo el mundo alaba la personalidad del Presidente Paz Es-
tcnssoro y la Revolución Nacional. >
— Precisamente, general, el odio del pueblo al gobier­
no radica en eso, en el demasiado entreguismo a los yan­
quis, la desmedida intervención de ese imperialismo en nues­
tros asuntos internos.
San Román. — Le voy a ser confidencial, hace unos me­
ses, el presidente me ofreció la embajada en el Japón, yo
acepté porque ya estoy cansado de esta vida y además por­
que tengo quien me reemplace en este cargo de seguridad
del estado. ¿Pues sabe qué ha pasado? El Departamento
de Estado, por intermedio del embajador Henderson, pidió
al presidente que EE.UU. no veía conveniente mi alejamien­
to del gobierno porque yo, era el sostén indispensable del
régimen. ¿Ya ve Ud. que hasta Estados Unidos me conoce
y me estima?
— Me permite Ud. hablarle con toda franqueza gene-
tal, no corro el peligro de que esta charla termine con la
violencia acostumbrada, si expongo como hasta ahora, mis
puntos de vista?
San Román. — Hable Ud. estoy de buen humor y no
tengo prisa.

— 390
— El Departamento de Estado de los Estados Unidos
adula a todos los gobiernos que hacen lo que ellos quieren.
No me extraña que mañana Ud. sea condecorado. Recuerdo
muy bien, la amistad existente entre Estados Unidos con la
tiranía de Marcos Pérez Jiménez, cuando éste era sólo su
portavoz. El día que no le sirvió, ¿qué hizo con él? Lo
entregó al chacal Rómulo Betancourt, porque éste era su
nuevo sirviente de turno. Para los gobernantes estadouni­
denses no hay principios, esa democracia de la cual hacen
gala, son meros engaños para sojuzgar a los pueblos incau­
tos como el nuestro. Ellos quieren sólo la explotación eco­
nómica y el mantenimiento de los pueblos que no sea el su­
yo, en la completa ignorancia. Para ellos, es mejor que el
pueblo viva de la holganza y que no trabaje. No quieren
pueblos superados y que piensen, ellos quieren pueblos in­
concientes a quienes manejar con una supuesta ayuda que en
nada beneficia al pueblo. Un ejemplo, general, ¿cuánto cos­
taba la leche evaporada holandesa? Yo la compraba a 1.500
y la condensada a 1.800, hoy no se permite la traída de estas
leches porque EE.UU. a cambio de la “ ayuda” nos obliga
a comprar la misma leche, a 3.000 y 4.500, respectivamen­
te. Yo admiro al pueblo norteamericano por las cosas gran­
des que ha producido y sigue produciendo, pero su gobier­
no. . .
San Román. — Basta ya de macanas. Ahora mi ami­
go, quiero saber los motivos de sus frecuentes viajes a la
Argentina, a Cochabamba, a Santa Cruz. Además, quiero
que me entregue las armas que tiene desde hace tanto tiem­
po. Sus conversaciones telefónicas que las tengo aquí, (se­
ñaló su escritorio). Dígame Ud. cuales son sus contactos
con Milton Cataldi, Alfredo Candia, Hugo Roberts y los de­
más amigos que se juntan con Ud.
— No tengo armas, hace tiempo que Uds. lo saben, me

— 391
torturaron y ni así me convencieron de que tenía armas. No
tengo contacto con el coronel Cataldi, y con los señores Can­
día y Roberts, sólo somos amigos y charlamos de vez en
cuando.
Tomando un libro grueso que tenía en el brazo del si­
llón, me lo arrojó con violencia a la cara. Mis lentes vola­
ron, pero felizmente no se rompieron. Me apresuré a reco­
gerlos. Me tomó de un brazo y me lo retorció. Quedé
asombrado ante el cambio brusco de la fiera, era un ener­
gúmeno y soez. Estaba desfigurado y me gritaba y decía:
Ahora verá de lo que soy capaz, aunque tenga que dar cuen­
ta al ministro de Gobierno, lo he de matar, ya que Ud. me
tiene asqueado con sus mentiras. Cree Ud. que le he creí­
do todo lo que me ha venido hablando porque creyó que lo
escuchaba. So carajo, ahora mismo verá de lo que soy ca­
paz . . . — Llamó a sus agentes y les ordenó me lleven a la
celda oscura. . .
Fui sacado a empellones de la oficina de San Román.
En la celda volví a analizar la situación. Tenía en la
conciencia que estaba conspirando. Pero al mismo tiempo
comprobé que San Román y su gente, no sabía gran cosa de
nuestro movimiento. Ellos hacían sólo cábalas y nada más
y querían sacar con mentiras la verdad. Su servicio de in­
teligencia ya no era el mismo de los años anteriores. Sus
mismos agentes, no eran los malditos de antaño. Ellos te­
nían más miedo que nosotros. Trataban de ayudarnos y con­
graciarse con los presos. En suma, estábamos próximos al
triunfo. ¡Habíamos vencido al miedo! La batalla final, era
nuestra, estaba seguro de ello. Me puse feliz y di de ro­
dillas, gracias al Altísimo.
El día del cumpleaños de Paz Estenssoro, fui sacado
nuevamente de mi celda y se me dijo que saque mis cosas.
Tomé mis dos frazadas y un termo y seguí a los agentes.

— 392 —
Una vez en la gobernación, se me indicó que podía salir a
la calle y que estaba libre. Que al día siguiente debería pre­
sentarme ante el ministro de Gobierno.
Una vez en la calle, me crucé a la casa comercial de mi
amigo Rodríguez, que queda precisamente frente al Control
Político y allí dejé mis cosas. Tomé un auto y me trasladé
a mi casa.
Al día siguiente, me apersoné al ministerio de Gobierno,
y hablé personalmente con el doctor Humboldt, esta charla
fue cordial aunque severa. Ciro estaba muv preocupado y
me manifestó que a muy duras penas, había conseguido li­
bertad y que ella estaba condicionada a mi salida del país.
El ministro me dijo: “ San Román te odia y te puedo
asegurar que ha sido providencial el que yo esté de minis­
tro para salvarte. Eres un hombre que no descansas y te
metes en todas partes a desacreditar al gobierno. Invoco
tu condición de padre y de nuestra amistad, para pedirte
que te vayas del país y abandones tus tragines conspirativos.
Te daré pasaporte sin intervención del Control Político, y
saldrás al Perú, de allí te vas donde quieras. San Román
se opone a tu salida y debes cuidarte, pues dos agentes te
seguirán a todas partes. Te ruego no me comprometas y
aceptes mi consejo.
Prometí a Humboldt mi salida del país y él se aseguró,
mi pasaporte que el día 14 estuvo listo a nombre de Zaca­
rías Landívar. Con este nombre tomé mi pasaje en la Flo­
ta Morales de Exprinter, donde varios amigos empleados de
esa firma, me ayudaron para que el Control Político no se
apercibiera de mi salida. Debo a estos amigos mi gratitud,
porque al ayudarme ellos se exponían a caer en desgracia
ante el temible San Román.
Antes de partir, me puse en contacto con mis amigos
de conspiración y muy especialmente con el mayor Manuel

393 —
Aguirre, con quien trazamos planes y él me dio una lista de
personas que nos ayudarían en la invasión que llevaríamos
a cabo por Villazón, más o menos del 15 al 20 de noviembre,
fecha postergada por los sucesos del 20 de septiembre. Pues
esta revolución debería haber estallado el 25 de septiembre.
Instruí a mi camarada de confabulación René Ortiz, lo
que tenía que hacer durante mi ausencia. Lo puse en con­
tacto con mis grupos de choque.
Mientras tanto, habíamos perdido contacto con el coro­
nel Cataldi. La última comunicación que tuvimos con él,
había sido la interceptada por San Román. Antes nos ha­
bía mandado dos correos, a cargo de su joven secretario
Mario Arce.

QUINTO E X IL IO

El día 15 de octubre, a las 8 de la mañana partí de la


avenida Camacho, oficina de Exprinter, en la flota Morales.
Mi señora e hijos estuvieron a despedirme. Ese mismo día
pisé tierra peruana y proseguí viaje a Lima donde llegué el
día 18.
En esta capital, tomé contacto con el coronel José Ce­
lestino Pinto, y le hice entrega de una carta que me había
dado el mayor Aguirre. El coronel Pinto no dio importan­
cia a nuestra revolución y se escandalizó cuando le hice co­
nocer nuestros planes. Me indicó que me ponga en contacto
con el secretario de Falange, señor Perfecto Alberti, para
quien me dio una tarjeta.

— 394 —
Desilusionado con la actitud de Pinto, charlé con Al-
berti y S. Pinto L.; luego con Oscar Barrientos y otros
amigos. Convencí para sincronizar nuestra invasión por Ya-
cuiba y Villazón, a Fernando Arias, para que prepare un gru­
po de diez hombres e invadir por el Desaguadero, el día y
hora que yo le transmitiría desde Buenos Aires, donde pa­
saría muy pronto. Este, con varios excelentes amigos como
Eduardo Flor Jordán, Emilio Alexander, se comprometieron
a secundar nuestra revolución.
Me puse en contacto con el coronel Cataldi, quien des­
de Buenos Aires me mandó mi pasaje aéreo para que me tras­
ladase a esa capital a la brevedad posible. Desgraciadamen­
te la carta con el pasaje llegó un poco demorado, y ella arribó
cuando Paz Estenssoro había sido ya derrocado y exilado al
Perú.
Recibí el derrocamiento del corruptor, con verdadero
júbilo y di gracias a Dios por el final de la era oprobiosa
que soportó Bolivia con semejante sujeto.
El destino, me había jugado otra parte. Yo que no
tuve un minuto de descanso en procura del derrocamiento
del M.N.R. del poder, cuando esto sucedió me encontraba a
miles de kilómetros del teatro de operaciones. Confieso que
esto me dolió bastante.
El mismo destino, nos reunía en la Capital de los Virre­
yes, con el corruptor, pero ya no como el poderoso sino co­
mo un pobre bellaco, que aún trataba de hablar de ser el
hombre más querido del pueblo y que contaba con el 90
por ciento de los votos que lo había “ reelegido democrá­
ticamente” .
En la conferencia de prensa que dio, una chica bonita
de 20 años, Miriam del Castillo, burlando la estricta vigi­
lancia policial, llegó al salón del hotel donde el corruptor

— 395 —
daba su conferencia y le gritó: “ A se sin o ..., la d r ó n ...,
criminal. . .
Inmediatamente fue tomada presa conjuntamente con el
señor Emilio Alexander y el hijo del coronel Vincenti. En
el Perú como en Bolivia, el corruptor seguía custodiado por
sus guarda espaldas y ahora por la policía peruana. Su co­
bardía es congènita, no hay que extrañarse. Su conciencia
lo acusa y vivirá por el resto de sus días acosado y viendo
fantasmas.
Los exilados, le han hecho una guerra de nervios in­
calculable. Una noche incluso se le arrojó una “ bomba” de
cohetes. La administración del hotel, tuvo que insinuar al
corruptor su salida del mismo por cuanto su presencia era
perjudicial para el buen nombre del hotel. El administra­
dor tenía razón, pues todo lo que toca el corruptor, lo co­
rrompe.
Desde el mismo día de su arribo a Lima, Paz Esten-,
ssoro está conspirando. Los correos le llegan de Bolivia to­
dos los días. Sus contactos con la embajada de Bolivia en
Buenos Aires, donde se encuentra su hombre de confianza
Federico Fortún, se hacen en forma “ oficial” ya que tanto
los empleados de la embajada de Lima como la de Buenos
Aires siguen en manos de hombres puestos por él, ninguno
ha sido removido. El encargado de negocios actual, coronel
Gallardo, conversa todos los días con Fortún en la casa de
éste. El correo va y viene Lima-Buenos Aires-La Paz. Una
señora Chávez es la encargada de los contactos.
Todo esto lo pude comprobar en Buenos Aires, donde
me trasladé el día 9 de noviembre. A mi arribo a La Paz
denuncié estas anormalidades al coronel Baldivieso, coordi­
nador del ministerio de Gobierno, y luego al Canciller coro­
nel Zenteno.

— 396 —
Llegué a Buenos Aires y ya no encontré al coronel Ca-
taldi en ésa, me encontraba sin dinero para poder movili­
zarme. Por intermedio del ministerio de Relaciones Exte­
riores argentino, obtuve un pasaje en el avión correo mili­
tar CAME y en él llegué a La Paz el día 23, exactamente a
los 20 días de la revolución libertadora.
Cuántas veces había retornado a la patria después de
un exilio, volvía confiado a proseguir la lucha y lo hacía
sin miedo. En cambio hoy, mi retorno me tenía en zozo­
bra. Una gentil señora argentina Betty de M. que me acom­
pañó al aeroparque conjuntamente con su esposo, y el doc­
tor Hertzog, tuvo que hacerme tomar un tranquilizante. Pues
una angustia me oprimía el corazón. Sabía que regresaba
a mi patria ya libre. Pero tenía miedo. Doce años de te­
rror son tan largos y dejan tal huella, que uno no cree que la
libertad hubiera sido recuperada tan fácilmente.
Hacía 40 días que había estado preso y luego obliga­
do a salir, y hoy. . . volvía a mi hogar en al seguridad de
encontrar la libertad por la cual había luchado incansable­
mente durante doce años.
En el avión meditaba y hacía reminiscencia de mi lucha
y me costaba trabajo convencerme. Fui uno de los prime­
ros en alistarme contra la tiranía imperante desde el 9 de
abril de 1952. Fue una lucha sin cuartel, gracias a Dios,
aunque fui derrotado muchas veces, jamás fui doblegado.
Con orgullo puedo decir que no claudiqué y aunque privé a
mis hijos de tranquilidad y hasta los obligué a vivir en la
miseria, bien valía el sacrificio. La patria ante todo, pues
en mi concepto, la patria está después de Dios y el hogar des­
pués de la patria.
Nuestro triunfo pudo lograrse muchos años antes.
Desgraciadamente, el conformismo y el derrotismo nos aba­
tió antes que el enemigo. Para muchos, el cómodo exilio

397 —
los insensibilizó. Otros, ante la desesperanza y su falta de
fe, los doblegó y los acobardó, se pasaron al enemigo. Otros,
fueron dejados tranquilos, y hasta se les permitió trabajar y
hacer dinero. Formaron empresas y ya por no perder su
comodidad económica abandonaron la lucha y pasaron a ser
los “ insensibles y satisfechos” que engrosaban las filas, sin
ser movimientistas, de los nuevos ricos. Para esta gente,
proseguir la lucha era inconsciencia, pedantería. Los que se­
guían luchando eran calificados de locos u hombres acos­
tumbrados a no trabajar y permanecer constantemente per­
seguidos y con este pretexto vivir de la nada.
Cuántas veces toqué las puertas de gente que se decía
opositora, no para pedirles dinero sino consejo. Muchos
me cerraban sus puertas. Otros oían con los ojos cerrados
mis planteamientos, para terminar diciendo: “ Que vamos a
hacer, quién después de Paz Estenssoro? No queda más re­
medio que trabajar y aceptar las cosas tal como están, seguir
luchando es ir al suicidio. No tenemos posibilidades, todo
está corrompido.”
En mi indignación, sólo atinaba a mirarlos con lástima.
Estaba seguro que cuando triunfáramos, éstos serían los co­
sechadoras de la victoria. Ellos, que jamás supieron del
hambre de sus hijos, serían los cosechadores de las peras
del triunfo. Ojalá esté equivocado. No se daban cuenta,
que ningún hombre es insustituible. Que cualquier paco
de la esquina sería mejor que Paz Estenssoro. La cobar­
día los hacía insensibles y hasta calculadores. Era la mejor
forma de vivir tranquilos, pero se calificaban de oposito­
res. ..
Toda esta angustia me atormentaba. Luego pasaba a
analizar la situación de la Junta Militar. Se habían deshe­
cho de la “ maquinita represiva”, pero quedaban en el gobier­
no movimientistas y comunistas incrustados, a los cuales es

— 398
difícil despachar de un plumazo. Los partidos tradicionales,
entre ellos Falange, heroicos luchadores de doce años con­
tra la tiranía, tenían sino el derecho, la obligación de exigir
a la Junta Militar el castigo de aquellos hombres del régi­
men caído que torturaron y se enriquecieron a costilla del
pueblo. El aporte de estos para el triunfo revolucionario
es innegable. Pero la gloria se llevan y es justo procla­
marlo a los cuatro vientos los maestros, estudiantes y uni­
versitarios. Ellos, abandonados incluso por el pueblo, fue­
ron los que quebraron la maquinaria del bárbaro, y facili­
taron el derrocamiento del corruptor.
Los maestros, las víctimas de siempre, fueron denigra­
dos y vejados en todo sentido. Sus dirigentes traicionaron
sus aspiraciones y se vendieron. Estoy dispuesto a demos­
trar cómo días antes de mi encarcelamiento el 19, el diri­
gente Bravo, Burgoa y otros, cenaban en el Círculo Alemán
con el ministro Humboldt. Luego, la señora María Luisa
Araño de Machicado es hermana del sub-jefe de Control Po­
lítico Oscar Araño Peredo y, por lo tanto, con serios com­
promisos morales en el régimen pazestenssorista.
Los estudiantes y universitarios, abandonados al prin­
cipio por sus propios padres, lucharon denodadamente con­
tra los terribles carabineros y agentes del Control Político.
Una vez más, los recintos sagrados, escuelas y universidades
fueron hollados por milicianos y barzolas.
Cuando los diarios de Lima sacaron las fotos mostran­
do la rendición de los universitarios con las manos en alto,
no pude contener mis lágrimas y lloré. Sí lloré, pedí a
Dios el castigo para aquellos brutos que no respetaban la
rebeldía justa de esos muchachos que sólo tenían como de­
lito, el amor a la libertad y a la patria ultrajada. Se ha­
bían cansado de vivir de rodillas. Resolvieron correr todos

— 399 —
los riesgos y salieron a desafiar a la tiranía con la única ar­
ma que poseían: la verdad y su amor a la patria.
El gobierno, en complicidad con la embajada de los Es­
tados Unidos, se dieron a la tarea de humillar a esa mucha­
chada idealista. Primero fueron los gases, luego las balas, y
cuando éstas se agotaron, la embajada mandó a su vicecón­
sul a Arequipa (Perú), a traer más armas y más muni­
c ió n ... La ayuda americana, era com pleta... También
ayudaba a torturar y matar a un pueblo. Para eso obligó
al gobierno, para que San Román no vaya como embajador,
ellos lo necesitaban para aterrorizar al pueblo. ¡Que Dios
los perdone!
El vuelo Buenos Aires-La Paz fue magnífico y duró exac­
tamente siete horas. Cuando llegué a mi casa de Obrajes,
mi esposa y mis hijos ya me esperaban, nos abrazamos con
alegría y dimos gracias al Altísimo tanto por nuestra unión
como por permitirnos la dicha de ver a nuestro pueblo libre
y sin miedo.
Inmediatamente, dirigí una carta al general Barrientos,
haciéndole conocer mi agradecimiento por el solo hecho de
haber derrocado al corruptor y su maquinita. Luego me pu­
se en contacto con el ministerio de Gobierno y con el de Re­
laciones, para hacerles conocer la preocupación que me em­
bargaba por haber visto a las embajadas de Lima y Buenos
Aires, en manos de los hombres de confianza de Paz Es-
tenssoro. De estas sedes, lo vuelvo a repetir, se organizan
las conspiraciones, se toman los sellos, el papel, y hasta la
influencia para desvirtuar la Revolución Libertadora de la
Junta Militar.

— 400
JU NTA M ILITA R

Desde hace varios años, me uní a una organización mi­


litar ELN A para lo cual me trasladé en febrero de 1963, a
Buenos Aires y tomé contacto directo con el jefe de la misma
coronel Milton Delfín Cataldi. Regresé a Bolivia en mayo
de aquel año y puse en actividad esta organización que era
como es de suponer revolucionaria. Fui el directo encar­
gado para inscribir adherentes y puse en ejecución un plan
de acción que hubiera tenido éxito a no mediar la demora
en nuestras comunicaciones con Buenos Aires, debido a la
falta de medios económicos. Pese a todos estos inconve­
nientes, logramos dar a nuestra organización casi una perfec­
ta línea de combate y sólo esperábamos el momento propicio
para salir a las calles.
Una de las últimas instrucciones que recibí del coronel
Cataldi fue la de no oponernos a una posible revolución en
favor del general René Barrientos, ya que él, Cataldi, no
se opondría a él, siempre que esta posible eventualidad die­
ra como fruto al derrocamiento de Paz Estenssoro y favore­
ciera al país.
Aún antes del triunfo del general Barrientos, el coro­
nel Cataldi me dirigió una carta a Lima, en la cual al ana­
lizar la situación de Bolivia, me aseguraba que teníamos que
ayudar a Barrientos en las actuales circunstancias, pues tenía
la seguridad que en el general había primado el patriotis­
mo y su rompimiento con Paz, era una cosa real y no la ma­
niobra innoble que sospechábamos. Me ordenaba instruir
a los amigos de Bolivia para apoyar a Barrientos sin ningún
compromiso o exigencia.
Al ex-mayor Manuel Aguirre, quien era uno de los más
entusiastas conspiradores, dirigí una carta urgente desde Li­

— 401 —
ma, la cual no llegó a sus manos por encontrarse ya preso
en el Control Político. Pero la carta en cuestión fue reci­
bida por el complotado Rene Ortiz, quien se desplazó y
coadyuvó con nuestra gente a la consolidación de la revolu­
ción a favor del general Barrientos.
Es digno de destacarse, el desprendimiento del coronel
Cataldi, que al conocer los sucesos de Bolivia, se trasladó de
inmediato a Bolivia, y se puso de inmediato a órdenes de la
Junta Militar.
La implantación de una Junta Militar, era un deseo
imperioso del pueblo. Los militares en servicio activo, no
nos rechazaron cuando les propusimos. Pero tenían que an­
dar con cautela, en vista de la terrible policía política.
La lealtad de los hombres y muy especialmente de los
militares, está primero para con la patria. Ellos fueron
obligados por la rigidez de un partido político a actuar en
él, pero siempre primó en ellos Bolivia. Paz Estenssoro no
tenía ningún derecho a exigir lealtad a los miembros del
Ejército Nacional, que había sido destruido por él mismo.
El sólo podía esperar lealtad de sus propios amigos, de los
milicianos y barzolas, pero jamás de los militares. Estos,
desarmados, denigrados como fueron desde la famosa revo­
lución del 9 de abril de 1952, tenían la- obligación no sólo
ante el pueblo boliviano sino ante el mundo entero de cas­
tigar a los que vejaron a nuestro glorioso Ejército Nacional.
Quienes se han dado a la tarea, muy especialmente los
movimientistas y comunistas, de volver a echar sombras so­
bre los señores militares, no hacen otra cosa que cumplir con­
signas políticas extracontinentales. Ellos, que de bolivianos
sólo tienen el nombre, no tienen ningún derecho para creer­
se los rectores del pueblo, al cual explotaron políticamente
en su beneficio partidista y personal. Los canallas no po­
drán jamás manchar a nuestro Ejército, y éste nunca más

— 402 —
será vejado porque los verdaderos bolivianos no permitire­
mos que la antipatria vuelva al poder.
Para que nuestro glorioso Ejército vuelva al cauce de su
antigua dignidad, debe ser engrosado con aquellos dignos
militares que fueron dados de baja por el corruptor. En
su seno no deben ser aceptados los generales milicianos
como Fortún Sanjinés, Rivas Ugalde, Rodríguez Bidegaín,
“ Pajarito” Prudencio, Pablo Acebey, los Selem y los San
Román, tienen su lugar, son la ignominia que sólo pudieron
actuar bajo un régimen oprobioso que pasará a la historia
en peores condiciones que la tiranía de Melgarejo.
Para que la Junta Militar se haga acreedora a la estima­
ción del pueblo debe ser purificada. Su actual composición
deja mucho que desear. El pueblo se pregunta el por qué
los generales que tuvieron mucho que ver con la masacre de
guerrilleros, como los generales Suárez Guzmán (cuñado de
Portón Sanjinés), Hugo Bánzer, Joaquín Malpartida, Juan
Lechín, Sigfrido Montero, Eduardo Méndez, Rogelio Miran­
da y otros, componen la Junta Militar, después de haber si­
do incondicionales servidores del corruptor. El mismo Jefe
de la Casa Militar, coronel Mattos, tiene su cuenta pendien­
te a raíz de su actuación en el cuartel Sucre en 1959.
La silvatina que sufrió el general Alfredo Ovando Can­
día fue ya una advertencia del pueblo que no le perdonó el*
haber permitido la huida de Paz Estenssoro.
El Presidente de la Junta Militar, General Barrientos,
es una esperanza nacional y es nuestro deber ayudarlo para
la reconstrucción del país. Pero para que ello sea posible se
hace necesario la implantación de la justicia y el castigo de
los vesánicos. Debe escoger a sus inmediatos colaboradores
y no dejarse cercar por los vivos e inescrupulosos.

— 403 —
JU A N LECH IN OQUENDO

Este eterno dirigente sindical, acostumbrado a vivir de


las bases mineras, es un pelele del comunismo internacional.
Su ambición de mando y de pasar a la historia como el “ pri­
mer presidente obrero”, lo hizo romper con su compadre Paz
Estenssoro. Se convirtió en opositor de último momento.
Sabía que los días del M.N.R. estaban contados y como le
gustó estar siempre arriba, se apartó de este partido y for­
mó el “ suyo” PRIN.
¿Quiénes son sus acompañantes? En sus filas están los
mismos hombres que asaltaban, torturaban en el primer go­
bierno del corruptor. Su brazo derecho, Rolando Requena,
era quien asaltaba, vejaba, robaba y hacía un sinnúmero de
canalladas a nombre de la “ revolución nacional”. Perso­
nalmente a mí, en 1961, me asaltó y ametralló y me robó
la suma de SEISCIEN TO S M IL BOLIVIANOS. Son tes­
tigos de esta barbarie, todo el plantel educacional del Cole­
gio Santa Teresa, el Ing. Carlos Guerrero y muchas personas
más. Nada pude hacer y tuve que aguantar y perder ese di­
nero. Incluso, me quiso fusilar, era muy “ macho” , estaba
acompañado por media docena de sus foragidos y maleantes
igual que él. En esa época, no era el “ diputado del frau­
de”, era uno de los que ayudó al tirano a humillar a toda
una generación. ¿Se arrepintió? ¿Pueden los canallas arre­
pentirse, cuando nacieron para ser siempre canallas?
El señor Lechín, es un calculador, un impostor que en­
gaña y engañará siempre a sus “ bases” . Para Lechín, sólo
existe Lechín, y las mujeres. Los mineros, son su caballo
de Troya para seguir mamando sobre los hombres de esa bue­
na gente que cree en él. Si así no fuera, la inmensa for­
tuna que tiene Lechín en el extranjero la traería a Bolivia,

— 404 —
instalaría las mismas empresas que tiene en Venezuela, y
volverían al país los cientos de miles de dólares que tiene
depositados en bancos de Suiza. Ahora que la libertad ha
vuelto al país, se preocuparía de aclarar la denuncia que le
hizo el coronel Osinaga, sobre su complicidad en la fabri­
cación de pichicata. Pero él no quiere aclarar nada, sólo
quiere figurar e imponer su doctrina, ¿la tiene?. . . ¿Que
su abuelita le dejó 500.000 dólares? ¡Que se lo crea su
abuela!
Cuando el corruptor huyó, el “ valiente” Lechín salió de
debajo de que pollera y quiso tomar por asalto el Palacio de
Gobierno. El era el único que tenía derecho a heredar la si­
lla presidencial. En los hombros de sus parciales que nada
tuvieron que ver con la revolución, trató de ingresar al Pa­
lacio Quemado. Pero como Lechín, ya es conocido de opor­
tunista y odiador de los señores militares, su asalto fue frus­
trado por los verdaderos revolucionarios. Al oír la defensa
de los revolucionarios, los valientes cargadores del “ líder”
minero, lo soltaron y este cayó como sapo al suelo, y ga­
teando de cuatropies huyó, dejando a sus sicarios a merced
del fuego de los revolucionarios. Este es el verdadero Le­
chín, el que quiere ser presidente y pone condiciones a la
Junta Militar.
El exige elecciones inmediatas, pone como “ cuco” a los
mineros para que sus planteamientos sean tomados en cuen­
ta a la brevedad posible. No acepta que los mineros entre­
guen sus armas. En una palabra, Lechín, quiere que 27.000
mineros se conviertan en un nuevo Control Político, para
aterrorizar al pueblo y él hacer de las suyas. Esta minoría
de mineros, muy respetable por cierto, no tienen ningún
derecho a exigir el sometimiento de cuatro millones de ha­
bitantes a sus designios. Ellos, deben someterse a las leyes
y al trabajo, ya pasó la era de los holgazanes y se impone el

— 405 —
trabajo. El que quiere comer, que produzca. La política
debe ser desterrada y olvidada por un tiempo bastante largo.
Lechín, cuya enfermedad congénita de odiador y resen­
tido social, debe dar el ejemplo a sus mineros, comenzando
aunque sea en viejo, a trabajar y demostrar que sirve para
hacer algo y no ser el parásito de siempre. Tiene que acla­
rar también que hizo con el oro que llevó al comienzo de la
revolución nacional y por cuyo contrabando fue detenido en
Lima. No es ajeno tampoco al contrabando de cuadros va­
liosos que llevó cuando fue nombrado embajador en Italia.
El río cuando truena, trae piedras, y las acusaciones con­
tra Lechín han sido hechas sobre alguna base de verdad.
No en vano un diputado argentino lo acusó, y esta acusación
no era interesada, o hecha por la oposición. Si Lechín in­
siste en figurar en la política boliviana, se hace necesario que
se limpie del lodo que lleva encima.
Fue el autor de la destrucción del Ejército, a cuantos
militares ultrajó personalmente. El teniente Humberto Pa­
lacios tiene la palabra, y con él muchos otros. Se hace ne­
cesario, demostrar a este señor que los bolivianos no hemos
perdido la memoria. Estamos dispuestos a perdonar, pero
sería un crimen olvidar y aceptar la convivencia con los
bandidos de ayer, convertidos en angelitos cuando no fue­
ron recontratados para seguir sojuzgando al pueblo. Fran­
camente, espanta ver tanto cinismo de gente que tiene como
único mérito, el haber coadyuvado a destruir al país y obli­
gado a su propia gente a asaltar, torturar y matar.
La Junta Militar, no debe aceptar ningún componenda
con este caballero de industria. Bolivia, ya tiene por demás
la vergüenza de haberlo aceptado como vicepresidente. Na­
turalmente, esta barbaridad no hubiera podido ser, sino exis­
tiera aquel famoso Estatuto Electoral, fabricado por su hom­
bre de confianza y mentor, Méndez Tejada. Hay que dejar-

— 406 —
lo que cacarea, y veremos si puede llegar a la presidencia
sin el favor oficial y su Estatuto Electoral.

EL CARNICERO W ALTER GUEVARA ARCE

Este siniestro personaje, acostumbrado a las maniobras


innobles, es otra figura de opereta digna de estudio. Fue el
propiciador de los campos de concentración. El alentador
de la formación del Control Político, conocedor de las tor­
turas y ultrajes a la dignidad humana en el primer período
del corruptor. Fue el que negoció con Chile, la usurpación
del Río Lauca. Fue el siniestro personaje que se dio a la
indigna tarea de adular al peor enemigo de Bolivia, el gene­
ral chileno Carlos Ibáñez del Campo.
Fue el que asesinó al mártir César Rojas Alcocer, el 21
de octubre de 1958. Fue quien ordenó a Guzmán Gamboa
a tender la trampa a don Oscar Unzaga de la Vega. Fue
quien ordenó al sádico Adhemar Menacho que suicide a
aquel líder político el 19 de marzo de 1959.
El cree, que por el pacto que firmó con F.S.B., su pa­
sado quedó sellado con el olvido. Ese pacto recaerá siem­
pre como una vergüenza sobre los líderes falangistas, que
aceptaron estrechar la mano con el verdugo de su Jefe.
Los amigos de Unzaga de la Vega, jamás podremos olvidar,
lo que este canalla dijo de él desde los balcones del Palacio
de Gobierno, donde levantando las cenizas del mártir líder
lo calificó de invertido. Sólo un canalla, como Guevara Ar­
ce, que acababa de hacer asesinar al Jefe falangista, puede
llegar tan lejos en la ignominia y el sadismo.
Y fue este hombre, que el día 4 de noviembre, cuando
los estudiantes de Cochabamba salían a festejar el derroca­

407 —
miento del corruptor, se mezcló a los manifestantes acom­
pañado por media docena de sus genízaros, y llegó a la cabe­
za de los manifestantes y se hizo alzar en hombros, con su
gente, queriendo dar la impresión que la manifestación era
obra suya y que era llevado en hombros.
Reconocido por el padre del dirigente falangista muer­
to en el cuartel Sucre, Dr. Prudencio, se le avalanzó con el
bastón en alto, y gritando: “ Qué hace este asesino a q u í.. . ? ”
El valiente carnicero Guevara Arce se desmayó y cayó al
suelo, de donde fue arrastrado y llevado fuera de la mani­
festación.
Pero como el cinismo y la desvergüenza es la razón de
su existencia, el carnicero persistió y se introdujo nuevamen­
te entre los manifestantes y quiso dirigir la palabra a la mul­
titud. Nuevamente el padre del doctor Prudencio, se fue
contra él, y fue silenciado y tuvo que huir.
Estos traficantes de la política, que quieren caer para­
dos en todos los cambios de gobierno, y que luchan por lle­
gar a la presidencia de la república, sin otro mérito que el cri­
men y la demagogia, son los que ahora, cuando la dignidad
nacional ha vuelto al país quieren usufructuar de ella, como
lo hicieron durante muchísimos años al lado del corruptor.
Si este es corrupto, Guevara, Siles y Lechín, son mil veces
putrefactos.
Cuando era ministro de Gobierno, con la impunidad que
ostentara, mató a dos estudiantes, que andaban en una mo-
toneta. ¿Podrá negar esto, el carnicero Guevara Arce?

— 408 —
HERNAN SILES ZUAZO

La historia de los hombres se conoce a través de sus


actos personales, y luego por la propaganda pagada. Este
último recurso fue el arma más usada por los dirigentes
de la llamada revolución nacional. La prensa, las revistas
y los libros proliferaron enalteciendo a este clan de malean­
tes. Los periodistas inmorales, tanto nacionales como extran­
jeros, se dieron a la tarea de tejer historias a cuales más
hermosas sobre los realizadores de la revolución boliviana.
Los dineros del pueblo fueron graciosamente regalados a los
periodistas que alababan a los déspotas.
Siles Zuazo fue uno de estos hombres, jesucristiano,
tal se autotitula, con esa máscara, dio más dolor al pueblo
boliviano que cualquier otro tirano. Ensangrentó al país has­
ta la desesperación. Cuando los falangistas, en el cuartel
Sucre, se habían rendido y estaban con las manos en alto,
el capitán que fue quien tomó el cuartel, habló con el tira­
nuelo Siles Zuazo, que se encontraba refugiado en el cuartel
de San Jorge, y le dio la novedad: “ He reducido a los rebel­
des, quienes se han rendido, qué hago con ellos Excelencia?”
Siles Zuazo. — ¡Tírelos!
Con su falsía característica, envolvió al Nuncio Pigg-
noli, y al otro Monzzoni. Sus comedias, sus famosas huelgas
de hambre, recurso de cabrones, sólo tenía como fin, no la
defensa de la patria, sino la defensa de su figuración per­
sonal. Es el hombre más inepto, que llegó a la primera ma­
gistratura, después de haber envilecido a un pueblo, después
de haberlo corrompido, y en un pueblo enfermo, los cana­
llas hacen de las suyas.
Sus montoneras de Ucureña, se trasladaban donde él
ordenaba que vayan, mi pueblo, ese noble pueblo, que le

— 409 —
quitó el hambre y la sed, Santa Cruz de la Sierra, fue su víc­
tima codiciada. El muy canalla. . .
Se peleó con Paz Estenssoro, porque éste no quiso
que sea presidente por dos períodos. Lo acusó, recién se
dio cuenta a los doce años de que el corruptor era un mal­
dito. Su famoso sobre secreto da la pauta de todo lo que
es este triste personaje, que ahora cree tener derecho de se­
guir hundiendo al país.
Doce años son demasiado tiempo como para conocer
a los hombres. Y la fechoría de los maleantes, cuando son
poder, se los anota en el prontuario del pueblo. Y ese pron­
tuario está en la conciencia de todos los buenos bolivianos
y no debemos olvidar a los que hicieron de la patria su ha­
cienda y de sus hijos sus víctimas.
Matarlos sería una sanción muy leve. Hay que rogar
a Dios porque les dé larga vida. Que vivan muchísimo, que
sus hijos, sus propios hijos nos vengarán, vengarán a Bolivia,
por sus crímenes de lesa patria.
Siles Zuazo quiere volver a la presidencia, este ex­
cremento de los quintos infiernos, que se cree el inmaculado,
si quiere ser perdonado por el pueblo, que devuelva la vida
de los cientos de falangistas muertos el 19 de abril, que ven­
da sus casas que tiene en el extranjero y la que tiene en la
avenida Arce y la que ocupa su madre en Obrajes. ¿Qué
tenía antes de la Revolución Nacional? Es fácil demos­
trar lo que tenía cada uno de los integrantes de este equipo
de financistas. . . Para ello, solo se necesita nombrar una
comisión que investigue el caso de cada uno de ellos, y ve­
remos donde fue a parar la ayuda americana, y los bienes de
todos los opositores que fueron saqueados por estos salva­
dores de la patria.
Si Siles Zuazo está verdaderamente arrepentido de sus
crímenes, que comience denunciando los negociados de las

410 —
libras esterlinas, Chacur, Markus, Cebú, y tantos y tantos
otros negociados, que escapan a mi memoria pero que son
conocidos por el pueblo boliviano.
¿Qué hizo para evitar la destrucción del Ejército Na­
cional? No fue coautor de todos los desmanes de su amo
Paz Estenssoro?

REVOLUCION D EL 4 D E NOVIEM BRE D E 1964

He regresado al país después de haber cerrado mi lu­


cha por la dignidad de la patria, con el apresamiento que
sufrí el 20 de septiembre, y mi exilio del 15 de octubre pa­
sado. En lugar de regresar de Lima inmediatamente, me
fui a Buenos Aires para recoger el libro que tenía escrito y
que hoy sale a luz. Este, debió haber salido, cuando el co­
rruptor, era poder. La falta de medios económicos, y la nin­
guna colaboración de los exilados pudientes, postergaron la
salida y hoy, sale porque es necesario acusar a quienes no
sólo destrozaron al país sino el alma de sus habitantes. Acu­
sar a aquellos que trataron de matar el espíritu y nos trata­
ron de convertir en bestias.
El perdón, del que se habla después del triunfo, sólo
pueden exigirlo los culpables. Los que contemporizaron con
los asesinos y conculcadores. Nadie que purgó sus idea­
les en las cárceles, en los campos de concentración y el exi­
lio, y sufrió el sinnúmero de torturas a que hago referencia,
puede pensar en perdón y o lv id o .. .
Por haber perdonado el 21 de julio de 1946, volvieron
los chacales el 9 de Abril de 1952. A los maleantes em­
pedernidos, no se los puede llevar por el buen camino y la

— 411 —
cárcel, es la morada natural a que tienen derecho. Lo de­
más es lirismo. Repito, los únicos que pregonan el perdón,
y olvido, son aquellos ciudadanos hombres y mujeres, que
algo tuvieron que ver con los canallas. Los comprometidos
en negociados o algún soplo oportuno para desbaratar una
conspiración, o simplemente “ buzos” a sueldo y que eran
“ opositores” . A estos últimos, hay que desenmascararlos y
dar sus nombres por un tiempo largo en los periódicos, pa­
ra que reciban por lo menos la sanción moral de la sociedad
que tiene derecho de conocerlos.
P e rd ó n ... O lv id o ... ¿Es acaso posible perdonar des­
pués de haber sufrido lo que este libro dice? ¿O lv id ar.. .
el terror de nuestros hijos, el daño ocasionado al alma y el
espíritu de tantos miles de niños y mujeres que sufrieron
los allanamientos y el ametrallamiento de sus domicilios?
No. Mil veces no. No hay que perdonar.. . ni mucho me­
nos olvidar. Debemos odiar, si odiar al mal. Defenderse
contra él, aniquilarlos allí donde se encuentren, ellos no tie­
nen derecho a exigir perdón u olvido de sus fechorías, ¡fue­
ron tan feroces, tan terriblemente brutales! que casi puedo
asegurar, que ni Dios, que es infinitamente bueno, los puede
perdonar. ¿Por qué nosotros vamos a perdonar y olvidar?
Un pueblo enfermo tiene que purificarse. ¿Cómo ha­
cerlo? Pues extirpando de raíz sus males. Hay que juzgar,
con la ley en la mano, a los que obligaron a torturar, a los
que torturaron, a los que apañaron a los criminales, a los
cómodos e insensibles que aceptaron cobardemente que sus
semejantes fueran paulatinamente aniquilados. Si la mayo­
ría consciente del pueblo boliviano se hubiera levantado pa­
ra poner atajo a la barbarie, muchos años de brutalidad nos
hubiéramos evitado. La cobardía, el conformismo, fueron
el aliciente de los bárbaros. Se permitió el ultraje cotidia­
no a nuestros hijos, a quienes incluso, se los retaba en la

412 —
casa por tener el valor civil de oponerse a los brutales. No
se los alentaba, incluso se los obligaba a vivir de rodillas.
Estos son aún más culpables de la inmoralidad reinante, por­
que no supieron cumplir con su deber de patriota, de padre,
de hijo o de simple ciudadano.
Perdonar y olvidar es fomentar la impunidad. El dra­
ma de Bolivia radica precisamente en su demasiado “ roman­
ticismo” . Inmediatamente que se sale del terror, se piensa
en el perdón y olvido. Por eso, por esta grave falta, los
canallas siempre abundan. Gracias a la impunidad, prolife-
ran los conculcadores. Porque nunca se los castiga, la bar­
barie se repite cada cierto tiempo. Esta forma de ser tiene
que terminar de una vez por todas.
Con la ley en la mano, cada preso puede muy bien me­
ter a la cárcel media docena de movimientistas y comunis­
tas. Estos son el cáncer del pueblo. Ellos son los que im­
pusieron un estado tal de aniquilamiento de la dignidad hu­
mana que por lo mismo que desprecian a la sociedad y a
Dios, no pueden tener cabida en una sociedad consciente y
progresista. Se los debe encarcelar y . . . con grillos en los
tobillos. Son peores que los que matan por robar o por pa­
sión. Son enfermos que no deben andar sueltos por las ca­
lles. Son bestias de dos pies, y con un cerebro macabro
listos a producir y exportar maldad diabólica.
Olvidar y perdonar. . . es la cantaleta de los débiles,
de los que nada hicieron por la patria, ni por sus hijos.

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