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Infierno en Botîvîd----------
Hernán Landívar Flores
INFIERNO EN BOLIVIA
La Paz - Bolivia
1964
Amigo lector:
H. L. P.
Queridos hijos:
— 7—
Lo que escribo en palabras sencillas es la pura verdad.
Olguita y María Cristina se acuerdan, estoy seguro, de las
muchas noches de terror vividas por nuestra familia. Requi
sas violentas de la casa a altas horas de la noche; hordas
de milicianos alcoholizados y de sicarios comunistas entran
do a robar, a insultar, a pegar, mientras con el caño de sus
armas sobre infantiles pechos, procuraban arrancar confesio
nes sobre mi paradero. Todo eso que vivimos entonces, y
con nosotros la mayoría de los hogares bolivianos que no
aceptaba el nuevo estado comunista, es lo que intentaré con
tar al desnudo, sin pasión y sin odio, con el único deseo
de que esta trágica etapa de la vida boliviana sea bien co
nocida. El mejor estímulo para la impunidad de los delitos
es el silencio.
Mi libro saldrá a luz cuando la tiranía esté imperante
todavía en Bolivia para que se pueda comprobar la exactitud
de lo que afirmo.
— Adorados hijos: ustedes han sufrido mucho con mis
encarcelamientos. Vuestra madre también ha padecido lo
indecible. Mientras era perseguido o arrastrado de la casa
a la cárcel o de un campo de concentración al exilio, ella
iba de un lado a otro en procura de mi libertad o en pos
de pan para ustedes, tratando también de conseguir en su
amargo camino de desesperación y angustia, la salud de Car
iños, que parecía sentenciado a una muerte segura por su
congènita lesión cardíaca. ¡Sólo Dios sabe lo que debió pa
decer! Su abnegación y valentía jamás se doblegaron ante
el infortunio ni ante la maldad de los verdugos. Nuestra
fe — la de ella y la mía— , en Dios y una secreta esperanza
en la inmanente fuerza del espíritu, nos mantuvieron firmes.
Me parece verla todavía con un frágil cuerpecito sobre sus
brazos en el patio de la prisión del campo de concentración
de Corocoro. Mientras yo estaba en una mazmorra me con
8 —
templaba desde allí. Más que sus humildes regalos, me
ti.lia el consuelo y la alegría que para mí significaban las
noticias de mis hijos.
También recuerdo las terribles horas que sucedían a las
visitas que ustedes me hacían en la prisión, visitas de cinco
minutos, que tal vez por mi ansiedad de prolongarlas me
parecían fracciones de segundo.
En esas horas sombrías, cuando la angustia se implanta
en el corazón de los hombres y el alma parece que va a
destrozarse, imploraba muchas veces a Dios el castigo de los
vesánicos que gozaban con nuestro martirio, complaciéndo
me en imaginar lo que yo les haría. Cuando mi ira impo
tente se aplacaba, humildemente rogaba a Dios que los per
donara y les concediera tener piedad para sus semejantes.
Le pedía también que cuando llegara el día de la justicia
divina y humana, yo no pudiera o no quisiera vengarme.
Que alejara de mí todo odio. Pero más tarde volvía la
implacable lucha espiritual contra los que destruían la pa
tria, mancillaban los hogares, hacían de la traición y de la
venta de conciencia su oficio, contra los adversarios de todo
lo noble y decente, y contra los que seguían el camino de
la persecución, del robo y el asesinato. Era imposible ol
vidar la masacre brutal de toda una juventud, esperanza de
la patria.
Más tarde, ya en libertad, ambulé sin un centavo, en
busca del pan indispensable para ustedes y para entonces,
a falta de los golpes de la prisión, sufrí una nueva forma de
hostilidad de los verdugos. Para los que luchábamos por
la libertad no podía ni debía haber pan ni empleo. A nues
tra penuria económica se sumaba un vacío social que resul
taba insoportable. A la espantosa pobreza se añadía la so
ledad absoluta. Todo el bienestar, el dinero y la alegría
c*ran reservados para ellos.
— 9
Felizmente no todos fueron sombras. Tal vez por no
haber hecho mal a nadie encontré algunos amigos providen
ciales. Ellos que conocían la persecución sañuda que pesa
ba sobre mí, como sobre la mayoría de los bolivianos, com
prendieron la razón por la cual no podía llevar el sustento
diario y vinieron una y otra vez, silenciosa y discretamente,
en nuestra ayuda. Esta amistad de tanta buena gente acabó
por compensar los esfuerzos de los agentes del gobierno que
trataban por todos los medios de doblegarme, de someterme
por el hambre y la miseria y volverme un esclavo de sus
designios. En el proceso de comunización paulatina a que
el país iba siendo sometido, era fácil, si no se tenía el alma
templada, renegar de la patria y del hogar. Era fácil con
vertirse en un sin Dios y sin Ley, creando de esta manera
la pasta vil con la que se forma el perfecto comunista. Eso
lo sabían ellos de sobra. Doy gracias a Dios por haber
podido luchar y resistir victoriosamente.
Una de las preguntas que más frecuentemente me han
hecho, es por qué los comunistas del gobierno me persi
guen y encarcelan, sometiéndome a infinidad de torturas.
<A mí, que no era un líder político ni pertenecía a un par
tido poderoso? Mi respuesta está en este libro, pero voy
a decir desde ahora lo que pienso al respecto. El comunis
mo es una secta que comienza por matar la sensibilidad.
Trata de dominar al mundo, y para conseguirlo se vale de
todos los disfraces posibles e imaginables. Si se presenta
ran los comunistas sólo como “ comunistas encontrarían po
cos seguidores y casi todos se apartarían de su lado. Nikita
Khrushchcv dio la pauta infernal de lo que son, ai declarar,
en enero de 1957, lo siguiente: “ Si nosotros creyéramos en
Dios, tendríamos que darle las gracias por todos los adelan
tos de la Unión Soviética”. Los comunistas, hijos míos, son
hombres que negando a Dios se creen los dueños de las vi-
— 10 —
cías y haciendas de sus semejantes. Adoptan todas las pos
turas, son capaces de mostrarse bajo todas las apariencias:
tinas veces son nacionalistas y para ello explotan el amor
arraigado que todo ser normal tiene por el terruño que lo
vio nacer; otras veces son furiosamente caritativos y aparen
tan enternecerse por el dolor y los sufrimientos ajenos a fin
de conquistar adeptos; otras, se presentan como dechado de
pacifismo — ellos son belicosos por naturaleza— para ener
var y debilitar las defensas materiales y espirituales, de los
pueblos, pero con diabólica habilidad se introducen en todas
partes, estudiando debilidades y flaquezas de los hombres
para explotarlos en su beneficio.
En Bolivia, como en muchos otros países, han llegado
a dominar a centenares de miles de seres humanos, a quie
nes después de conquistarles la voluntad, quieren esclavizar
los por el resto de su vida. El Movimiento Nacionalista
Revolucionario es el partido de los comunistas disfrazados
di nacionalistas, es el hogar natural de los simuladores. To
maron el poder en medio de la indiferencia de un pueblo
ciego que los creyó patriotas.
Lo primero que hicieron desde el gobierno fue some
ter a ese mismo pueblo mediante una engañosa propaganda,
mostrándole un paraíso de bienestar que se obtendría si
todos los apoyaban. Lo demás fue obra de la credulidad,
de la inercia y de la cobardía. Poco a poco, la gente entró
a formar en la fila de los esclavos ,obligados a ver, oír y
hacer lo que los comunistas querían que se vea, se oiga y
se haga. Quienes en un rapto de independencia se nega
ban a aceptar el nuevo estado de cosas, corrían el riesgo de
ser liquidados, encarcelados, torturados o llevados a un cam
po de concentración que los comunistas tienen siempre a
mano como el mejor medio de “ lavar los cerebros” de sus
enemigos ideológicos. Yo que siempre repudié a los comu
1 1 —
nistas por mis profundas convicciones religiosas y patrióticas,
no podía aceptar esa esclavitud y aún siendo un hombre po
bre, sin tierras, ni minas, ni acciones, me convertí para ellos,
de hecho, en un “ imperialista” , en un “ sirviente de la oli
garquía” , en un “ gamonal” . Me identificaron como un
peligroso reaccionario a quien había que perseguir y “ sentar
la mano”, como dicen ellos, o convencer por las buenas o
las malas de las bondades del paraíso movi-comunista que
comenzaban a crear. Por eso he sufrido y ustedes también.
He sufrido, pues, por que no quise ser un esclavo, porque
siendo los comunistas seres sin moral, yo me negué a acom
pañarlos; porque siendo ellos desenfrenados, violentos, crue
les, criminales, cínicos, calumniadores, yo preferí mantener
me dentro de los principios de la religión de mis padres y
seguir siendo católico, probo, honrado y veraz.
El perfecto comunista, y así está ocurriendo en Bolivia,
delata a sus padres, a sus hermanos, a su esposa, a su hijo,
al mejor amigo; debe traicionar a su patria, renegar de sus
principios para servir a su doctrina. Para ellos no hay más
patria que la Rusia Soviética, “ la patria de los proletarios
del mundo” , y por eso emplean su poder para exterminar
todo vestigio de patriotismo y dignidad humana. Pervertir
a hombres, mujeres y niños y arrancarles toda base mo
ral, no es crimen para los comunistas bolivianos y como
saben que el dinero conquista tanto como el acero, para lo
grar sus fines corruptores, disponen del dinero del pueblo
y del que le otorgan engañados los Estados Unidos, en gran
des cantidades. El dinero robado a sus víctimas les sirvió
para pagar a los verdugos que tenían como misión buscar
nuevos tesoros y nuevas víctimas. La compra de concien
cias, la formación de perfectos soplones, las brigadas de
choque, no tienen dificultades cuando se carece de escrúpu
los y se dispone de medios.
— 12
Por lo que les digo, ya saben ustedes por qué no podía
ser comunista y por qué no quiero ser movimientista. El
Movimiento trajo consigo el comunismo. Y como tampoco
quiero que mañana traten de convertir a mis hijos a una u
otra de estas sectas, es que escribo estas líneas. Si recha
zan ustedes estas doctrinas que se confunden, honrarán a su
padre y yo no dejaré de bendecirles.
Nada me irritó más en esta revolución del M.N.R. que
esa discriminación de clases que quería echar por tierra la
igualdad y la fraternidad entre los hombres. Me enseñaron
mis padres, desde la infancia, a no menospreciar a nadie, a
considerar a todos como igualmente dignos de respeto, cual
quiera que fuera el color de su piel, de su raza y de su
fortuna. Un indio, un budista o un millonario, si son ca
paces de cumplir sus deberes con la humanidad, son dignos
de nuestra consideración y amistad. Separar en clases a los
hombres, inducirlos a luchar entre ellos nada más que por te
ner fortuna, o por carecer de ella, por creer en un Dios o por
tener raza distinta, es la acción más criminal que puede ca
ber en una mente. Es abolir en muchos hombres la posi
bilidad de ser útiles a sus semejantes y a su propio país,
bs atentar contra la vetdadera paz. Es suprimir la convi
vencia.
Tenemos un deber sagrado, enseñado por Dios, de amar
al prójimo y eso significa que estamos obligados a dar algo
de lo nuestro a los que tienen menos, a volver al buen camino
al descarriado, al vicioso, al perverso. Caridad no es sólo
abrir nuestra bolsa sino también nuestro corazón y nuestra
casa, en amplio gesto de solidaridad humana. ¿Cómo po
dríamos hacerlo, sí nuestra mente está envenenada por el
odio y si en nuestro corazón no hay cabida para la com
prensión, que es la base de la caridad? También por eso
me puse a luchar contra el Movimiento Nacionalista Revo-
— 13 —
nistas por mis profundas convicciones religiosas y patrióticas,
no podía aceptar esa esclavitud y aún siendo un hombre po
bre, sin tierras, ni minas, ni acciones, me convertí para ellos,
de hecho, en un “ imperialista”, en un “ sirviente de la oli
garquía”, en un “ gamonal” . Me identificaron como un
peligroso reaccionario a quien había que perseguir y “ sentar
la mano” , como dicen ellos, o convencer por las buenas o
las malas de las bondades del paraíso movi-comunista que
comenzaban a crear. Por eso he sufrido y ustedes también.
He sufrido, pues, por que no quise ser un esclavo, porque
siendo los comunistas seres sin moral, yo me negué a acom
pañarlos; porque siendo ellos desenfrenados, violentos, crue
les, criminales, cínicos, calumniadores, yo preferí mantener
me dentro de los principios de la religión de mis padres y
seguir siendo católico, probo, honrado y veraz.
El perfecto comunista, y así está ocurriendo en Bolivia,
delata a sus padres, a sus hermanos, a su esposa, a su hijo,
al mejor amigo; debe traicionar a su patria, renegar de sus
principios para servir a su doctrina. Para ellos no hay más
patria que la Rusia Soviética, “ la patria de los proletarios
del mundo” , y por eso emplean su poder para exterminar
todo vestigio de patriotismo y dignidad humana. Pervertir
a hombres, mujeres y niños y arrancarles toda base mo
ral, no es crimen para los comunistas bolivianos y como
saben que el dinero conquista tanto como el acero, para lo
grar sus fines corruptores, disponen del dinero del pueblo
y del que le otorgan engañados los Estados Unidos, en gran
des cantidades. El dinero robado a sus víctimas les sirvió
para pagar a los verdugos que tenían como misión buscar
nuevos tesoros y nuevas víctimas. La compra de concien
cias, la formación de perfectos soplones, las brigadas de
choque, no tienen dificultades cuando se carece de escrúpu
los y se dispone de medios.
— 12 —
Por lo que les digo, ya saben ustedes por qué no podía
ser comunista y por qué no quiero ser movimientista. El
Movimiento trajo consigo el comunismo. Y como tampoco
quiero que mañana traten de convertir a mis hijos a una u
otra de estas sectas, es que escribo estas líneas. Si recha
zan ustedes estas doctrinas que se confunden, honrarán a su
padre y yo no dejaré de bendecirles.
Nada me irritó más en esta revolución del M.N.R. que
esa discriminación de clases que quería echar por tierra la
igualdad y la fraternidad entre los hombres. Me enseñaron
mis padres, desde la infancia, a no menospreciar a nadie, a
considerar a todos como igualmente dignos de respeto, cual
quiera que fuera el color de su piel, de su raza y de su
fortuna. Un indio, un budista o un millonario, si son ca
paces de cumplir sus deberes con la humanidad, son dignos
de nuestra consideración y amistad. Separar en clases a los
hombres, inducirlos a luchar entre ellos nada más que por te
ner fortuna, o por carecer de ella, por creer en un Dios o por
tener raza distinta, es la acción más criminal que puede ca
ber en una mente. Es abolir en muchos hombres la posi
bilidad de ser útiles a sus semejantes y a su propio país.
Es atentar contra la verdadera paz. Es suprimir la convi
vencia.
Tenemos un deber sagrado, enseñado por Dios, de amar
al prójimo y eso significa que estamos obligados a dar algo
de lo nuestro a los que tienen menos, a volver al buen camino
al descarriado, al vicioso, al perverso. Caridad no es sólo
abrir nuestra bolsa sino también nuestro corazón y nuestra
casa, en amplio gesto de solidaridad humana. ¿Cómo po
dríamos hacerlo, si nuestra mente está envenenada por el
odio y si en nuestro corazón no hay cabida para la com
prensión, que es la base de la caridad? También por eso
me puse a luchar contra el Movimiento Nacionalista Revo
— 13
lucionario, porque no podía soportar ia irritante presión de
los odiadores, de los injustos, de los crueles.
¿Por qué te hiciste político, cuando no necesitabas de
la política?, me dijeron muchas veces. Como única respues
ta podría repetir una gran frase divina: “ No sólo de pan
vive el hombre” . Pero quiero explicarme más: lo hice por
no poder soportar la injusticia y porque todo hombre tiene
el deber de interesarse en lo que conviene al país, a la so
ciedad y a la familia. ¿Cómo podría comprender estas co
sas elementales sin tener ideas políticas, sin conocer las ideas
políticas de los demás y sin poder juzgar donde están el bien
o el mal? Una de las peores tragedias de Bolivia ha sido
siempre la falta de militancia activa y de interés permanente
de tanta gente egoísta por los destinos de la patria. Me
hice político para no mantenerme en la posición suicida de
los indiferentes.
He luchado con mis modestas fuerzas durante estos sie
te años contra un estado amoral y arbitrario pero no lo he
hecho por conseguir ulteriores ventajas partidistas o perso
nales, sino como fruto de mi inmensa fe democrática y por
el gran cariño que siento por ustedes. Y además porque mi
más grande ambición es que ninguno de mis hijos tenga que
sufrir mañana lo que yo sufrí y padecí: torturas físicas y
morales, que nunca llegarán a conocer en su horrenda tota
lidad. Me hice político — y no quise sustraerme a los peli
gros de la lucha contra el mal— porque no quiero que uste
des, ciudadanos del mañana, permitan nuevos ultrajes a la
dignidad del hombre.
Yo seguiré luchando hasta sacrificar la vida, si es nece
sario, para impedir que siga imperando en la patria el esta
do policíaco que se adueñó del poder el 9 de abril de 1952,
estado cuya meta es convertir al hombre en esclavo, después
de haberle destruido el alma. Me acuerdo con emoción pro
14 —
funda de una escena ocurrida en nuestra casa. El 14 de
mayo de 1958 se quiso obligar a ustedes, con arma y bala
en boca, a delatar a su padre. Olguita, muy serena, y pese
a saber donde estaba oculto, logró vencer el miedo que in
vadía su tierno corazoncito y negó saber el paradero. Esto
sucedió porque no éramos comunistas. Pero si otro hubiera
sido el caso, mis hijos no hubieran vacilado en entregar al
autor de sus días, pues una de las obligaciones elementales
de un perfecto militante es denunciar a los “ enemigos de la
causa proletaria” , así sea el propio padre.
Mis hijos adorados: Las sublimes palabras, “ Dios, Pa
tria y H ogar”, fueron mi divisa y el acicate para ir formando
paso a paso un porvenir económico, seguro y digno. Pero
desde el 9 de abril de 1952, estas palabras se convirtieron
en palabras huecas y sin sentido. Para los comunistas la pa
tria, tal como la entendemos nosotros, es un “ prejuicio bur
gués” ; se sirven de ella sólo como un medio para sus inte
reses y su odio. Al adversario, los comunistas le niegan el pan,
la sal, la seguridad y la vida. Los anticomunistas y aún los
indiferentes en política no tienen, según ellos, derecho alguno.
Y por grande que fuera la justicia que les asista, el más
miserable funcionario cumpliría su consigna negándosela.
Desde el 9 de abril de 1952 Boiivia se pobló de “ enemigos” :
“ Enemigos del pueblo” los llamaban también ’’traidores a
la patria” . Los únicos limpios y justos eran “ éllos” . Más
de la mitad de la patria estaba constituida por los “ vendidos
a la oligarquía” , por “ sirvientes del imperialismo yanqui”,
por “ vende patrias” o por “ entreguistas” . Lo que no agra
daba al comunismo, el M.N.R. se apresuraba a eliminarlo.
Y al comunismo no le agradaba que hubieran hombres hon
rados, patriotas, con principios de fe religiosa. No le inte
resaban los que analizaban u observaban. Lo único que
quería era fanáticos servidores para cumplir sus consignas,
— 15 —
gente sin escrúpulos, sin conciencia moral. Su único credo
fue el odio, la lucha de clases y la sumisión a Moscú.
No me avine a esta servidumbre. Fui un rebelde. Por
eso me persiguieron, me encarcelaron, me torturaron. Por
eso conspiré muchas veces para derrocar a ese gobierno y de
rramé tantas lágrimas de impotencia y de rabia.
Todo hombre tiene derecho a la libertad para progresar,
para pensar, para escribir. Si se le arrancan esos bienes
asegurados por el Derecho natural, por la Constitución, las
leyes nacionales y las internacionales, existe un deber de re
belarse.
Es imposible, hijos míos, para un hombre patriota se
guir siendo insensible a la tragedia nacional, o mirar con in
diferencia traidora la infeliz solución de los problemas, en
comendados a maleantes, audaces y temerarios. Los hom
bres que militan en el M.N.R. son siempre gansters y la ma
yoría de sus dirigentes son resentidos sociales. Los que na
cieron en cunas honorables son tan viles o más que los otros:
son traidores, no sólo a su patria sino a sus nombres y a su
estirpe. Es una curiosa aberración del M.N.R. Todos los
que padecen de total ausencia de escrúpulos, de enfermizo
afán de dinero, se han adherido a él y actúan en él. Sobre
el M.N.R. parece pesar una maldición: corrompe ló que toca.
De sus filas han salido los más grandes estafadores, asesi
nos, crápulas, traficantes de mujeres y de estupefacientes. De
allí provienen los conculcadores de todas las leyes humanas
y divinas, los que han barrido de su alma todo lo bello, lo
noble, lo elevado que recibieron como herencia o educación.
En suma, hijos míos: mis convicciones religiosas y la
seguridad futura de ustedes, me enfrentaron a estos hom
bres. Para mí no hay sino mi Bolivia y con mi lucha he
querido conservarla intacta, tal como yo la conocí y amé
desde la infancia. Al luchar por ella, lo hice por ustedes.
16 —
gente sin escrúpulos, sin conciencia moral. Su único credo
fue el odio, la lucha de clases y la sumisión a Moscú.
No me avine a esta servidumbre. Fui un rebelde. Por
eso me persiguieron, me encarcelaron, me torturaron. Por
eso conspiré muchas veces para derrocar a ese gobierno y de
rramé tantas lágrimas de impotencia y de rabia.
Todo hombre tiene derecho a la libertad para progresar,
para pensar, para escribir. Si se le arrancan esos bienes
asegurados por el Derecho natural, por la Constitución, las
leyes nacionales y las internacional^, existe un deber de re
belarse.
Es imposible, hijos míos, para un hombre patriota se
guir siendo insensible a la tragedia nacional, o mirar con in
diferencia traidora la infeliz solución de los problemas, en
comendados a maleantes, audaces y temerarios. Los hom
bres que militan en el M.N.R. son siempre gansters y la ma
yoría de sus dirigentes son resentidos sociales. Los que na
cieron en cunas honorables son tan viles o más que los otros:
son traidores, no sólo a su patria sino a sus nombres y a su
estirpe. Es una curiosa aberración del M.N.R. Todos los
que padecen de total ausencia de escrúpulos, de enfermizo
afán de dinero, se han adherido a él y actúan en él. Sobre
el M.N.R. parece pesar una maldición: corrompe ló que toca.
De sus filas han salido los más grandes estafadores, asesi
nos, crápulas, traficantes de mujeres y de estupefacientes. De
allí provienen los conculcadores de todas las leyes humanas
y divinas, los que han barrido de su alma todo lo bello, lo
noble, lo elevado que recibieron como herencia o educación.
En suma, hijos míos: mis convicciones religiosas y la
seguridad futura de ustedes, me enfrentaron a estos hom
bres. Para mí no hay sino mi Bolivia y con mi lucha he
querido conservarla intacta, tal como yo la conocí y amé
desde la infancia. Al luchar por ella, lo hice por ustedes.
— 16 —
No me arrepiento de haber dado más de siete años de ju
ventud, abandonando a veces a los seres queridos, viviendo
en inmundos calabozos o alternando las torturas con el ham
bre. Todos aquellos sufrimientos, grabados en mi mente, se
rán en la vejez gratos recuerdos si se logra que Bolivia re
cobre su dignidad. Las cicatrices de mi cuerpo serán ga
lardones. Después de haber dado todo por la patria tan
querida, sólo pido a Dios que me permita ver el final de
tantos sufrimientos; que podamos un día asentar de nuevo
el respeto a la ley para todos y que desaparezca para siem
pre el germen del mal.
Mis hijos queridos: quiero que sepan ustedes que nun
ca es vana la lucha por un ideal de libertad y justicia. Po
demos muy bien, como ha ocurrido en repetidas oportuni
dades, perder muchas batallas, pero tratemos de ganar la úl
tima. Unidos en un solo ideal de salvación nacional. Has
ta ustedes, pequeñuelos como son, están dando algo. Cuan
do las lágrimas caigan por vuestras mejillas, por la ausencia
de vuestro padre perseguido, estarán orando por la patria,
que al final se salvará gracias a sus propios hijos, hoy, ma
ñana o cualquier día. ¿Qué importa el día? Dios aca
bará por escucharnos y como ha encendido en nosotros una
luz de verdad y de honor, no permitirá que se apague. Tra
taré de vivir para ustedes, pero si caigo en esta magna lucha
no hay que acobardarse. Les ruego seguir mi ejemplo.
Siempre es tiempo para seguir luchando por la libertad de
la patria. Dios está y estará siempre al lado nuestro.
- 17
20 D E NOVIEM BRE D E 1944
— 20 —
cruceiros a que Villarroel y sus compinches no durarían dos
años más en el poder. Aceptó el desafío y firmamos un
documento. El general Candia firmó como testigo.
Regresé a Bolivia en septiembre de aquel año resuelto
a tomar parte activa contra el gobierno del coronel Villa
rroel. Pedí a mi cuñado Rodolfo Landívar Serrate me pre
sentase al partido Liberal, donde él militaba. Este partido
era el más acorde con mis ideas.
Una vez dentro de esa militancia me puse a trabajar al
lado de mi cuñado y del gran luchador liberal don Osvaldo
Gutiérrez Jiménez con otros valerosos ciudadanos que se ha
bían puesto frente al gobierno del M.N.R.
El gobierno comprendía que día a día se iban acabando
sus fuerzas. Para sostenerse siguió aumentando el terror.
Los atropellos se sucedían a diario. Las cárceles seguían
llenándose.
El 13 de junio de 1946, Bolivia volvió a vestirse de
luto. El gobierno Villarroel-Paz Estenssoro asesinó en las
calles de La Paz a un centenar de jóvenes. La suerte esta
ba echada. La nación insurgía venciendo sus temores y so
breponiéndose a su inmenso dolor colectivo.
21 DE JU L IO DE 1946
21 —
yor Villarroel y su inspirador Paz Estenssoro. Los cadáve
res de sus víctimas iban siendo desenterrados o encontrados
en las profundidades de los barrancos donde fueron lanzados
por orden del feroz torturador mayor Julián Guzmán Gam
boa.
El Comité revolucionario de Santa Cruz, se hizo cargo
ese día 21 del gobierno departamental y se formó una junta
presidida por el doctor Osvaldo Gutiérrez, J. Rodolfo Lan-
dívar Serrate y Melchor Pinto P. El día 22 el doctor Gu
tiérrez me ordenó trasladarme a La Paz llevando una misión
reservada para el ministro de gobierno don Roberto Bilbao
La Vieja, a quien fui presentado por don Féliz Ballivián Cal
derón. Tuve la inmensa satisfacción de cumplir esta pri
mera misión sin contratiempo.
La segunda misión que me encomendaron ante el jefe
de mi partido, el recordado y caballeroso militar general don
José L. Lanza, quien me honró con su amistad, también fue
llevada a cabo exitosamente.
La Junta de Gobierno presidida por el gran magistrado
judicial, doctor Tomás Monje Gutiérrez, fue impuesta en cier
to modo por el pueblo revolucionario. La corta permanencia
en el poder de este probo gobernante fue de continua zozo
bra. Una tentativa de asesinato contra él, hecha en el Pa
lacio de Gobierno el 27 de septiembre de ese año, volvió a
sacar a la gente a las calles, y de nuevo los faroles de La Paz
cumplieron su trágico destino. La marea fue vencida final
mente y se llamó a elecciones. Estas se efectuaron el 5 de
enero de 1947.
Apoyé como era natural al candidato de mi partido don
Luis Fernando Guachalla. Personalmente me repugnaba que
Ja fórmula que este ilustre político presidía hubiera sido pro
clamada en consorcio con el Partido de la Izquierda Revolu
cionaria, organismo netamente comunista. Pero bisoño en
— 22
materia política, era un disciplinado militante de mi partido.
Voté por él.
Pese a la presión oficial que existió sin duda alguna,
pues el ministro de gobierno doctor Bilbao la Vieja era mi
litante del PIR en ese entonces, salió elegido el candidato
de la Unión Socialista Republicana, doctor Enrique Hertzog
G ., cuya fórmula integraba el doctor Mamerto Urriolagoitia.
El 10 de marzo del mismo año, Bolivia ingresó a la vida
constitucional en medio de una esperanzada espectativa y con
los mejores auspicios internacionales. Hertzog, era una de
las víctimas de la Logia Radepa y de la policía política; te
nía fama de hombre honorable, justiciero y sereno. El país
entero respiró de alivio al ver normalizada la vida nacional.
Las mujeres y niños elevaron sus preces de agradecimiento a
Dios porque al fin podían contar de nuevo con la vida y se
guridad de sus seres queridos, y todos nos pusimos a tra
bajar en medio de la alegría colectiva.
Fijé mi residencia en la ciudad de La Paz, donde ese
mismo año resolví formar mi hogar. Después de doce años
de matrimonio, Dios lo ha bendecido con seis niños.
Un azar del destino, hizo que el presidente don Enrique
Hertzog me conociera en un balneario termal de La Paz y
me invitara para que trabajase en el Palacio de Gobierno con
él. El cargo que ocupé fue uno de los más humildes pero
de mucha responsabilidad. Lo serví con devoción y lealtad
y la amistad que desde entonces le brindé se ha ido aumen
tando día a día.
— 23 —
del triunfo de los candidatos demócratas las audaces manio
bras del Movimiento Nacionalista Revolucionario juntas con
las del Partido Comunista dirigido por Juan Lechín, volvie
ron a enlutar a los hogares bolivianos y a sembrar el terror
en las calles.
— 24 —
Mientras corría por nuestras venas un escalofrío de tra
gedia, presenciamos un hecho insólito por la audacia y va
lentía del protagonista. Armado solo de un revólver 38
corto, vimos a don Guillermo Estrada, miembro del partido
oficial, dirigirse directamente a Siles, abriéndose paso entre
los partidarios de aquél. Estrada es un hombre corpulenta
y muy fuerte, de un manotón agarró de las solapas a Siles
y lo bajó del auto dándole enseguida una media docena de
bofetadas. Los “ valientes” seguidores de Siles solo atinaron
a huir, y en su desbande arrastraron a su tambaleante jefe.
Con serenidad asombrosa, don Guillermo, empuñando siem
pre su revólver, se dirigió al Palacio, caminando lentamente
hacia atrás. La reja del palacio le fue abierta e ingresó al
hall, donde lo recibimos en triunfo. El propio presidente
lo felicitó con un abrazo. Poco después, sin disparar un
tiro, la policía despejó la plaza. Así fue deshecha una de
las revoluciones del M.N.R., dirigidas por el “ valeroso” Si
les Zuazo.
En la retirada, los amigos de Siles trataron de vengarse
soltando los frenos de algunos vehículos estacionados frente
al palacio y los empujaron hacia la calle Ayacucho que tiene
una pendiente muy empinada sobre al cual se deslizaron co
mo horrorosos fantasmas sembrando el terror y la muerte en
los pacíficos transeúntes. No había que sorprenderse. A los
movimientistas jamás les importó la vida de los demás y la
segaron cuantas veces pudieron hacerlo sin exponer la propia.
La Radio Amauta, de propiedad de un pervertido men
tal apellidado Saavedra Pérez, perifoneaba llamando a la re
belión al pueblo. Esto colmó la paciencia del presidente
Hertzog, quien recién entonces autorizó al ministro de go
bierno doctor Alfredo Mollinedo para que tomase medidas
que terminaran con aquellos desmanes.
— 25 —
A raíz de este suceso el presidente Hertzog, que tres
meses antes quiso tomarse un descanso para compensar su
abrumador trabajo reunió a sus ministros y amigos y les ex
presó que creía llegado el momento de dejar por un breve
tiempo el mando para afrontar con nuevas fuerzas sus res
ponsabilidades. Hizo llamar de Sucre al vicepresidente
Urriolagoitia, y le entregó el poder. El siete de mayo con
la salud visiblemente afectada abandonó el Palacio de G o
bierno, a donde no retornaría ya sino como particular. Lo
despedimos con lágrimas en los ojos.
Dolorido e incomprendido, el presidente Hertzog que sa
lió con la intención de volver en un mes, fue prolongando
su estadía en la región de Yungas, siguiendo las alternativas
de una política incomprensible. Sus propios amigos, enca
bezados por el jefe del Partido, don Edmundo Vásquez, lo
acusaron de debilidad y de haber sido demasiado tolerante
con los movimientistas.
La reacción del doctor Hertzog no se hizo esperar y
en un documento que pasará a la historia como ejemplar ma
nifiesto de desprendimiento, patriotismo y enseñanza, desvir
tuó las temerarias acusaciones de sus amigos de ayer. Pero
como las pasiones e intereses personales de los miembros del
partido gobernante socavaban la estabilidad constitucional del
país y como, entretanto, había sobrevenido la Guerra Civil
de ese año, el presidente Hertzog hizo renuncia de su man
dato constitucional abandonando la nave del estado en otro
documento histórico. En el fondo se había cambiado la po
lítica preconizada y llevada a cabo por él con positivos re
sultados. No pudiendo rectificar el nuevo rumbo y no sien
do suyas las nuevas responsabilidades prefirió dejar el poder.
La historia se encargará de analizar y dar su fallo defi
nitivo sobre este episodio de la vida de Bolivia.
En lo que a mí respecta, conocedor como era de muchos
— 26 —
entretelones palaciegos, que el mismo presidente Hertzog
ignoraba, puedo señalar a los responsables de ese sucio jue
go de intrigas que se desarrolló en Palacio en esos meses.
Muchos intereses creados se oponían a la continuación
del doctor Hertzog. Su escrupulosidad en el manejo de los
intereses fiscales, su gran honestidad personal, disgustaban
a muchos pescadores de río revuelto. Se sabía que no po
día contarse con él para nada que fuera doloso, defectuoso
o indigno. Hertzog había ganado hasta entonces la batalla
contra la arbitrariedad política, contra las persecuciones in
justificadas y contra la ilegalidad.
Los dos años y medio de gobierno del ex-presidente
Hertzog fueron de continuo progreso. Volvió el país a una
completa pacificación nacional. Se fundaron nuevas escuelas,
se dio impulso a la construcción de caminos y muy especial
mente a la carretera Cochabamba-Santa Cruz, lo que no im
pidió al demagogo Paz Estenssoro, “ inaugurarlo” , como una
de sus realizaciones. Se construyó el Hospital Obrero de
Miraflores, inaugurado también por el déspota como otra de
las obras de la revolución nacional. El impulso que dio el
el doctor Hertzog a los trabajos de Yacimientos Petrolíferos
Bolivianos fue muy grande e hizo factible el auge del “ oro
negro” años después. Paz Estenssoro también se aprovechó
de esta bonanza petrolera heredada para sofisticar a la opi
nión nacional y extranjera. Se construyó en la época de
Hertzog dos oleoductos y se amplió el empréstito con EE.
UU. para la construcción de una refinería que lievó el pro
greso a la ciudad de Sucre. Trabajé dos años en Yacimien
tos y puedo asegurar que lo planificado en 1949 por los ex
celentes ingenieros que presidían aquella repartición fiscal
aseguraban un completo auge para seis años después, y así
sucedió. Solo que los iniciadores fueron olvidados y los
laureles se los llevaron los inescrupulosos.
27
El trabajo del ferrocarril Yacuiba-Santa Cruz fue así
mismo acelerado. El presidente Hertzog inauguró uno de
los primeros tramos de la indicada línea férrea. Luego inau
guró también, en una histórica entrevista con el presidente
del Brasil Eurico Gaspar Dutra, el tramo Corumbá-San José
de Chiquitos. Se ampliaron los trabajos del ferrocarril La
Paz-Beni y todos los ferrocarriles de la República marcharon
sin ningún contratiempo.
Las relaciones con la Iglesia fueron cordialísimas y en
1948 se efectuó el 29 Congreso de Educación Católica y un
Congreso Mariano en el que el propio presidente proclamó
a la Virgen “ Patrona de Bolivia”.
El standard de vida aumentó y casi no se conocieron las
huelgas y si las hubo, ellas fueron inmediatamente solucio
nadas con la cooperación de los patronos y obreros.
Los partidos políticos se desenvolvieron con toda tran
quilidad y hasta se puede asegurar que se llegó al libertinaje
por el abuso de las amplias garantías existentes en ese en
tonces. La prensa, en todas sus tendencias, fue respetada
como todos saben y como se puede comprobar leyendo los
diarios de aquella época.
Todo un programa de progreso y bienestar dejaba el Dr.
Hertzog a} salir del Palacio de Gobierno aquel día de mayo
de 1949.
Se hizo cargo de la Presidencia de la República don Ma
merto Urriolagoitia, hombre completamente ajeno a los pro
blemas nacionales y desgraciadamente muy influenciable. ,Muy
pronto lo envolvieron los aduladores y comenzó la danza de
los negociados que sirvió a los movimientistas, que no dor
mían, de pretexto para sus fines revolucionarios. Así co
menzó a ser denunciada Ja corrupción del gobierno que per
mitiría a sus enemigos más tarde denunciarla con carácter
de escándalo.
28 —
Las elecciones de 1950, en las que sacó una aparente
mayoría Víctor Paz Estenssoro fue el comienzo del fin. Es
tas elecciones hay que mirarlas bajo dos fases distintas. Don
Carlos Hertzog, hermano del ex-presidente, en un resonante
artículo titulado “ Tenía que suceder”, dijo cosas profunda
mente exactas sobre las causas de esa derrota del gobierno
que no fue según él una votación “ a favor” de Víctor Paz
Estenssoro sino un repudio del país “ contra" el régimen de
Urriolagoitia.
La opinión pública que por su lado se dio a elucubrar
sobre las causas de esa derrota, encontró razones para creer
en la ineficacia del ministro de gobierno don José Saavedra
Suárez, que además desempeñaba las funciones de Canciller,
en ausencia del titular don Pedro Zilvetti Arce. Me acuer
do que uno de los candidatos opuestos al doctor Gabriel Go-
sálvez, el señor Guillermo Gutiérrez Vea Murguía, enarboló
un “ slogan” muy eficaz basado en una inexactitud: “ Si quie
re ir a Corea, vote por Gosálvez” , decía. Se refería a la im
putación hecha al señor Zilvetti Arce de haber ofrecido un
regimiento de soldados bolivianos para ir a pelear a Corea
con las fuerzas de las Naciones Unidas.
Este “ slongan” mal intencionado, que amargó profun
damente al señor Gosálvez, tuvo una importancia innegable
no para que el señor Gutiérrez ganara la elección, sino pa
ra que la perdiera el señor Gosálvez. El único beneficiado
en esa escandalosa pugna de apetitos fue Paz Estenssoro. Si
todos los oponentes se hubieran puesto de acuerdo en una
sola candidatura frente al enemigo común que er ael M.N.R.
con su partido con el Partido Comunista, es absolutamente
seguro que jamás estos dos partidos hubieran llegado al po
der. En la repartición de responsabilidades para encontrar
al culpable de la situación en que se debate nuestra repú
blica es indudable que no es poca la que corresponde a esos
políticos ciegos.
29
Con todo, hay una justificación que dar al partido ofi
cial de ese entonces. Por grande que hubiera sido la de
sidia que se atribuía al ministro de gobierno Saavedra Suá-
rez, es indudable que de haberse querido forzar las cosas y
emplear cuantiosos recursos, el candidato oficial habría ga
nado la elección, y de muy lejos. Haber perdido una elec
ción desde el gobierno, pudiendo ganarla, por no haber que
rido emplear recursos vedados o simples procedimientos anti
democráticos es ya un timbre de honor para ese gobierno.
Si es ésta actitud la verdadera, ella fue posible debido
a que aún perduraban las ideas legalistas del Dr. Hertzog.
EL “ M AM ERTAZO”
— 30 —
no pudo realizarse por la negativa del señor Gosálvez a plan
tear la cuestión ante las Cámaras y por la defección de Urrio-
lagoitia que no quiso afrontar la situación, y fugó del país
una madrugada, dejando a la patria en manos de una Junta
Militar.
La Junta Militar que amaneció gobernando aquel día
desgraciado para la patria presidida por el general Hugo Ba-
llivián pudo haber sido un magnífico gobierno, fransitorio y
beneficioso para el país. Le bastaba interpretar el sentir
de la ciudadanía: No quería el país a Urriolagoitia, pero tam
poco a Paz Estenssoro. Había que llamar prontamente a
elecciones. Desgraciadamente esa Junta formada por una
mayoría de militares ambiciosos que se envanecieron con el
poder que les había caído del cielo, no supo cumplir con su
deber. Sus vanidosos miembros que al hacerse cargo del
mando prometieron al pueblo elecciones, se olvidaron de sus
promesas y comenzaron a hacer planes de larga permanencia.
El pueblo impaciente esperaba el momento oportuno para
ajustar cuentas. Todos estos errores iban juntándose y te
jiendo la trama de un próxima tragedia.
Paz Estenssoro en Buenos Aires, donde era asesorado
y mantenido por el dictador Perón, ordenó a su segundo en
Bolivia, Hernán Siles Zuazo, poner todos los obstáculos ne
cesarios al gobierno de la Junta, y gracias al pacto electoral
entre el M.N.R. y el Partido Comunista se introdujeron en
los sindicatos mineros y fabriles.
Difícil sería enumerar la cantidad de conatos revolucio
narios y revoluciones descubiertas desde 1947 hasta el 9 de
abril de 1952.
A la ayuda financiera que le prestaba el presidente Pe
rón, se sumaban otras como las del aventurero Chacur. Paz
Estenssoro, cobarde como siempre, jamás quiso arriesgarse.
Siempre permaneció agazapado, acrecentando su fortuna cons-
— 3 1
lituícla por parte de las generosas contribuciones revolucio
narias otorgadas por numerosas casas e industrias de la Ar
gentina, por órdenes de las autoridades de ese entonces.
JU NTA M ILITA R
32 —
9 DE A BRIL D E 1952
— 33 —
Perú y por intermedio del general Rodríguez se ordenó a las
fuerzas leales cesar el fuego y retirarse. Este fue el momen
to propicio para que las fuerzas de Siles y Lechín se lanza
ran contra los soldados de línea cuyos oficiales que ya se
creían victoriosos, lloraban de rabia al ver la traición
de sus propios comandos. En efecto, para nadie era un se
creto que ya los revolucionarios estaban derrotados y que en
el fondo Siles Zuazo fue a Laja a buscar garantías para él
y su gente.
— 34 —
que Perón enviaba con víveres y medicamentos para los “ des
camisados” de Bolivia. Su abnegada esposa doña Carmela
Cerruto, recorrió los barrios pobres de La Paz acompañada
de los peronistas argentinos repartiendo entre la gente hu
milde aquellos víveres y entregando como “ yapa” dos cua
dros: “ Perón-Evita” . La revolución boliviana quedaba así
indisimuladamente marcada.
Y.P.F.B.
— 35
La depuración de los no-movimientistas se hizo con sa
ña en todas las reparticiones públicas. Los cargos técnicos
fueron ocupados por los revolucionarios sin tener en cuenta
competencia ni antigüedad. Así un zapatero iba a ocupar
una oficialía mayor de un ministerio; un soplón llegó a mi
nistro y otro de la misma calaña a sub-secretario de Rela
ciones Exteriores. Al llamar soplón, empleo la palabra en
su acepción total: me refiero a aquellos que eran agentes del
ministerio de gobierno a cuya cabeza se encontraba el doctor
Alfredo Mollinedo, y que sirvieron de informantes o de agen
tes provocadores sin que el M.N.R. lo supiera.
JO SE FELLM AN VELARDE
— 36
Me estrechó la mano y se fue, dejándome el sobre, sin saber
en verdad de qué se trataba.
Abrí el sobre y encontré nada menos que un memorán
dum de Paz Estenssoro para su ministro de Agricultura Gui
llermo Alborta Velasco en el cual le ordenaba entregar “ al
compañero Hernán Landívar Flores” un cupo de un camión
Federal de la Casa SA C I” . Qué sorprendido e indignado.
]Llamarme a mí compañero!
Inmediatamente me comuniqué con Fellman por telé
fono y le reproché su desvergüenza. Me contestó que no
fuera iluso, que aceptase sacar el camión, que él pondría la
plata y me daría cien mil bolivianos por sólo prestarme a
servir de intermediario, asegurándome además que seguiría
mos haciendo pingües negocios; que aquello sólo era para em
pezar. Me negué rotundamente y le dije que buscara ladro
nes y no hombres honrados para sus picardías. Le devolví
la minuta por intermedio de mi cuñado.
En los primeros días de agosto, recibí un llamado telefó
nico del Ministerio de Agricultura, para manifestarme que
me necesitaban urgentemente. Quedé sorprendido. Nada
me ligaba a dicho ministerio pero para salir de dudas allí
fui. Figúrese el lector mi sorpresa al conocer que el Mi
nisterio “ me había concedido el cupo por el camión” . In
mediatamente me puse al habla con Fellman, y le dije que
era indignidad lo que él hacía, que no debía contar conmigo
para nada y que jamás me prestaría a servir de palo blanco
a nadie. Nuevamente trató de convencerme tocando el lado
flaco de mi cesantía, de la necesidad de velar por mis hijos
y de lo difícil que me sería conseguir como ganarme la vida.
Le aseguré que eso era cuenta mía, que a él no le concernía
el asunto y le colgué el teléfono.
A fines de ese mismo mes recibí un memorándum del
Ministerio junto con el cual venía otro memorándum para
— 37 —
la SAC1 en que se ordenaba a esa casa comercial entregarme
un camión. Me apersoné ante el gerente general de la casa
indicada, don Manuel Holguín, a quien manifesté que yo no
iba a recoger el indicado vehículo porque no lo había soli
citado. Holguín me miró admirado. Luego me fui al mi
nisterio de Agricultura, y devolví el memorándum dejando
un crudo mensaje verbal al secretario.
En la noche fui buscado por Fellman quien trató nue
vamente de convencerme, y ante mi negativa rotunda me di
jo: “ Ha perdido usted la única oportunidad para hacerse rico,
ya se arrepentirá” . La verdad era que él había perdido un
“ manso” de los muchos que tuvo para enriquecerse.
La odisea del camión no terminó ahí. Fellman trató
de conseguir otro “ palo blanco” , pero el nuevo ministro Alci-
biades Velarde C., le hizo la jugada y se lo adjudicó a su hijo
Alcibiades Velarde Ortiz.
En el M.N.R. el que no corre vuela. Así procedían los
“ hombres de la Revolución Nacional” . Querían a todo tran
ce hacerse ricos de la noche a la mañana. Y en verdad, la
mayoría lo ha logrado a costa del hambre de todo el pueblo.
38 —
expatriados y nadie, absolutamente nadie, quedó allí para
dirigirlos. El único partido que tenía a su jefe dentro de
Bolivia era Falange Socialista Boliviana.
Oscar Unzaga de la Vega, jefe de ese partido, era desde
muchos años atrás mi amigo personal; lo conocí en Río de
Janeiro en 1947. Fui a visitarlo y le manifesté que era ne
cesario hacer algo por la patria y que si él se ponía a la cabe
za de la oposición muchos ciudadanos le seguiríamos. Me
agradeció el ofrecimiento prometiéndome que él se lanzaría
a la lucha clandestina, ya que el gobierno no le permitía sa
lir a las calles libremente. Le di mi dirección para que me
llamase el día que me necesitara. Esta entrevista la sostu
vimos en una casa de la Avenida 6 de Agosto.
Era visible la paulatina penetración comunista en el go
bierno. No sólo las consignas y los métodos eran comunis
tas, también lo eran los hombres. Todos los trotskystas co
nocidos, los piristas, los stalinistas del P.C. ingresaban en
masa a las funciones públicas y aún al M.N.R.
En los primeros días de enero de 1953, después de un
fallido golpe de la derecha del M .N.R., golpe en que dicho
sea de paso quedó demostrada en forma concluyente la in
fluencia del comunismo en el gobierno, trabé amistad con
Ambrosio García y Jorge Arze Z., ambos lugartenientes del
señor Unzaga y desde aquel día trabajé con ellos poniendo
mi modesta contribución y mi entusiasmo a la tarea de sal
var a la República.
El 9 de abril de ese año, festejaban los movimientistas
el primer aniversario de la revolución. Fusilería desde el
amanecer, sirenas, camiones cargados con indígenas y obreros.
La concentración mayor la hicieron en el Stadium.
Ese día recibí la visita de un primo hermano de mi pa
dre, Rómulo Araño Peredo, quien comenzó a charlar precisa
mente sobre la concentración que en esos momentos se reali
— 3 9 —
zaba muy cerca de mi casa, pues yo vivía detrás del Stadium.
Aprovechó tío Rómulo de aquella conversación para despo
tricar contra Paz Estenssoro y su partido.
Me llamó la atención la vehemencia del buen señor pues
lo sabía simpatizante del gobierno y así se lo manifesté.
“ Te voy a hacer una confidencia, me dijo. Perdí mi hijo
en la revolución del 21 de julio del 46. Luego tuve que sa
lir al exilio con mi hijo Oscar y allí permanecí seis años. Paz
Estenssoro me prometió siempre, que cuando triunfara la re
volución me nombraría ministro de Educación, lo que no ha
cumplido; se ha contentado con dar solo el cargo de Secreta
rio de su señora a mi hijo Oscar. Por lo tanto he resuelto
abandonarlo y pasarme al lado de ustedes. Soy amigo de Un-
zaga de la Vega y deesaría verme con él para ofrecerle mis
servicios, pues puedo darles informes que le interesan, ya que
mi hijo trabaja en el mismo palacio de gobierno.”
Le contesté que yo no sabía donde se encontraba Un-
zaga, que no tenía ningún contacto con él por no estar me
tido en trajines políticos.
Se despidió manifestándome que volvería el 15, y que yo
no debía desconfiar de él, pues pronto me daría pruebas de
su total alejamiento del M.N.R.
El 15, regresó efectivamente y me comunicó que su hi
jo le había dicho que el gobierno pensaba tomar presos a mu
chos falangistas y muy especialmente a Walter Alpire, esa
misma noche. Le agradecí por su informe, lo invité a almor
zar para el siguiente domingo y nos despedimos.
Esa misma tarde me puse al habla con Ambrosio Gar
cía para ponerlo al corriente de los informes dados por Ara-
no Peredo y le manifesté que nada se perdería con una en
trevista. Concertamos la reunión para el mismo domingo
que debía ir Araño Peredo a casa.
Mientras tanto yo me había puesto en campaña para la
— 40
adquisición de armamentos. Compré dos pistolas ametralla
doras Schmeisser y un amigo me regaló dos fusiles comple
tamente nuevos más un cajón de balas. Ese amigo que res
ponde al nombre de Angel Tórrez Toro, me manifestó que
odiaba a los movimientistas porque le habían matado a un
hermano.
Una noche me buscó en mi casa Amando Rodríguez,
yerno en ese entonces de Araño Peredo, con quien yo tenía
amistad desde hacía varios años. Me reveló que había lle
gado de Oruro y que sabiendo por un amigo que yo conspi
raba no había vacilado en venir a ponerse a nuestra disposi
ción ya que se sentía identificado con la causa. Yo sabía
que Rodríguez era muy amigo de Oscar pues dos años atrás
Unzaga fue su padrino de matrimonio con la hija de Araño.
De hecho nos pusimos de acuerdo y le manifesté que tra
bajaría conmigo; que todas las noches me podía buscar en
casa para poderle yo dar su misión concreta. Desde enton
ces Amando iba a verme todas las noches y yo le entregaba
propaganda subversiva para que la distribuyera.
El sábado, víspera del día en que vendría a almorzar,
Araño llegó jadeante a casa y me dijo que me cuidase pues
había oído una orden cuando estaba con su hijo en el pa
lacio, “ de ir a la avenida Chile a requisar una casa cuyo nú
mero no alcanzó a oír” . Yo vivía precisamente en esa ave
nida y nada raro sería que pudieran venir por tí”, me añadió.
Lo calmé y le dije que ya que me había dado el aviso
terminara el favor sacando de mi casa una maleta que le en
tregaría, a lo que accedió. Le indiqué que la llevase al Hos
pital Maternológico y que se la entregara a su hija María
Luisa que se encontraba internada; de allí yo la recogería.
Así lo hizo y se marchó.
Más o menos a la una de la tarde sentí un barullo en
la calle y salí a ver de que se trataba. Un fuerte grupo de
— 41
milicianos habían invadido la casa de al lado cuyo dueño era
don Julio Palacios. La requisa duró hasta las tres de la tar
de. A esa hora fue sacado a culatazos el señor Palacios al
igual que su joven hijo. Se los llevaron presos. Los gritos
de la señora y demás familiares eran enternecedores, pero
fueron vanos. Aquel excelente señor fue subido a punta de
golpes a la camioneta pese a tener más de sesenta años; ni
que decir de su hijo.
Bajé a la avenida Saavedra donde estaba la Maternidad
y allí encontré a Araño con la maleta que le di. Me la
entregó y volví con ella a casa.
El domingo llegó puntualmente Araño y minutos des
pués lo hizo García. Inmediatamente entramos a tratar el
asunto que nos interesaba. Un momento de esos mi señora
me llamó y me manifestó tener la intuición de que Araño
jugaba sucio; me reí de sus temores y la tranquilicé. ¡Cuán
to lamenté después no haberle hecho caso!
Almorzamos, hablando siempre de política y una posible
revolución a corto plazo. Convinimos los tres estar en con
tacto permanente y yo fui el encargado de mantenerlo. Pre
viamente García había aceptado ir un día de la próxima se
mana a la casa de Araño en la avenida 20 de Octubre 546,
sin precisar qué día. Una hora más tarde llegó Arce Zena-
rruza a recoger a Ambrosio y después de conversar un poco
más se marchó Araño.
El jueves, Araño, me llamó por teléfono para rogarme
me apersonase a su oficina de la calle Comercio. Me indicó
que al día siguiente debía estar García en su casa a las tres
de la tarde pues tenía que presentarle a un sacerdote alemán.
Me puso en contacto con García quien me pidió lo reco
giera al día siguiente de su refugio.
Recogí a García del lugar indicado y Jorge Arce nos lle
vó en su auto. Nos seguía un auto negro con varios ami
gos más. Ingresamos a la casa García y yo, mientras los de
más se quedaron cuidando pues había el temor de una celada.
En el departamento de Araño lo encontramos a él y lue
go nos presentó a un sacerdote que dijo ser alemán y ex
coronel de las fuerzas hitlerianas. Después nos presentó tam
bién a un súbdito croata.
La entrevista tenía por objeto, según Araño Peredo, po
nernos en contacto con el sacerdote que quería poner su ex
periencia anti-comunista al servicio de Falange. Asimismo
nos manifestó que en casa de un judío, amigo suyo, se en
contraban ocultos dos oficiales que habían ingresado clandes
tinamente del Perú y que querían ponerse en contacto con
nosotros. Fui comisionado por García para conocer a los
oficiales, y el sacerdote me citó para el día siguiente en la
Iglesia de San Juan de Dios que era su parroquia, para lle
varme a conocer a los militares.
El croata era un señor de edad madura que fumaba mu
cho. A primera vista me infundió recelo. Nos dijo que era
un experto en la fabricación de bombas que quería prestar
sus servicios terroristas a la causa falangista. García le agra
deció el ofrecimiento, pero le manifestó que su partido lucha
ba con otras armas. Que tal vez llegaría a ir a una revolu
ción pero sin recurrir a ningún método de terror. Es evi
dente que Ambrosio con certera intuición desconfiaba tam
bién.
En esta ocasión, Araño Peredo nos enseñó una docu
mentación de tipo comunista, indicándonos que se la había
sacado a su hijo Antonio, de su cartera y que recién acababa
de saber que su hijo pertenecía a esa ideología. El la re
pudiaba y se encontraba desolado. El sacerdote trató de
consolarlo y nosotros no le dimos importancia.
Nos retiramos de aquella casa sin haber sacado nada
interesante de la entrevista aparte de la posible reunión con
— 43 —
esos oficiales recién llegados del Perú y cuyos nombres no
conocíamos.
Al día siguiente busqué al sacerdote en la iglesia. Me
acompañaba el mayor Jorge Frías B. El padre estaba cele
brando misa y esperé que terminara de oficiar. Entré a la
sacristía, me reconoció y me dijo que lo esperase cinco mi
nutos. Salió y tomamos un auto de alquiler dando él la di
rección: calle Iturralde, al final. Llegamos y tocó dando
unos golpes que yo no pude precisar. Se abrió la puerta y
una niña, muy hermosa, nos introdujo con todas las precau
ciones del caso directamente a un dormitorio donde encon
tramos a los dos oficiales que al ver al mayor Frías lo abra
zaron. Este me los presentó, no doy sus nombres por en
contrarse en Bolivia luchando clandestinamente.
Los puse al corriente de los movimientos que yo cono
cía, que no eran muchos, y les pedí me indicaran si estaban
dispuestos a seguir las directivas de Unzaga de la Vega. Am
bos dijeron que harían cualquier cosa con tal de derrocar al
gobierno comunista de Paz Estenssoro. Les indiqué que por
intermedio del mayor Frías recibirían noticias nuestras. Asi
mismo les dije que podían utilizar a la persona que nos ha
bía puesto en contacto. Nos despedimos enseguida y nos
marchamos.
44 —
Un grupo de personas encabezadas por Juan Lechín y Ñu-
flo Chávez, conocidos dirigentes comunistas y ministros en
ese entonces de Paz Estenssoro, salieron borrachos de la boi-
te del “ Gallo de O ro”, que queda a unas decenas de pasos de
la gruta, cuando ya comenzaba a amanecer y resolvieron prac
ticar tiro al blanco.
Así lo hicieron y no encontraron nada mejor para afi
nar su puntería que la imagen de la Virgen. Como es de
suponer la estatua quedó completamente destrozada, ya que
los tiros fueron muchos y bastante grande el grupo de la
hazaña.
La acusación que hizo la Iglesia por tamaña ofensa fue
directa contra los comunistas. Respondió Lechín desde los
balcones del Palacio de Gobierno con insultos contra la Je
rarquía Eclesiástica y en especial contra Monseñor Antezana.
El pueblo católico de La Paz indignado, mandó oficiar,
dos días después, una misa de desagravio a su religión y a su
pastor. Se llevó a cabo en la Catedral donde pronunció un
valiente sermón el Padre Aruza. La misa se efectuó a las
seis de la tarde. Terminada ella sacamos a Monseñor An
tezana en andas. Llabíanse concentrado en la plaza Murillo
unas sesenta mil personas. Le hicimos dar una vuelta com
pleta a la plaza dando vivas a Cristo Rey y a la Virgen Ma
ría. Fue una manifestación emotiva.
Los agentes provocadores del gobierno se introdujeron
en la manifestación, a sabiendas de nuestra obligada pasivi
dad, y a nuestros gritos de “ Cristo R e y .. . Cristo Rey. . . ” ,
ellos, levantando la mano derecha y con el signo robado de
la V de la victoria del gran Churchill, no cesaron de contes
tar con los de: “ Víctor P a z .. . Víctor P a z .. . ” .
— 45 —
LA P R IM E R A CELAD A
— 46 —
Abdalla: “ Señores, el señor Araño les habrá informado
el por qué de esta entrevista y creo preferible entrar al gra
no de inmediato” .
Tomé la palabra manifestándole que el señor Araño nos
había pedido la entrevista pero que en realidad no sabíamos
de que se trataba y que le rogaba nos dijera con toda franque
za sus puntos de vista.
— “ Ayer me he informado, comenzó a decir Abdalla,
que el Presidente Paz Estenssoro ha resuelto echarme de mi
cargo y como yo no soy sirviente de nadie ni acepto que na
die me haga una mala pasada, por muy presidente que sea,
he resuelto jugarle sucio yo primero y para eso los he citado
a ustedes. No crean que la ayuda que les ofrezco es gratis.
No señores, yo pediré no la jefatura que actualmente tengo,
sino el Consulado General en Buenos Aires. Asimismo la
suma de dos millones de bolivianos en dinero efectivo, para
que, en caso de fracasar la revolución, yo tenga medios para
huir al extranjero” .
Nuevamente tomé la palabra y le dije: “ ¿Qué garan
tías nos dá usted de que lo que acaba de decirnos es cierto?
¿Qué nos ofrece usted pues supongo que su pedido es por
algo que usted está dispuesto a dar, verdad?
— “ Yo les ofrezco entregarles, el día que ustedes de
seen, doscientos hombres bien armados y aguerridos”, repu
so Abdalla. “ En cuanto a lí garantía de que no les pienso
tender una celada, ustedes dirán. Les puedo entregar como
rehen a mi familia hasta que vean mi actuación. ¿Qué les
parece?
Jorge Arce Z., después de pensar un momento le dijo:
“ Mire señor Abdalla, nosotros no tenemos más autorización
que escuchar su proposición y nada podemos ofrecerle mien
tras no informemos a la jefatura. Así que ahora podemos
— 47 —
citarnos para otro día y usted recibirá la repuesta de nuestro
Jefe. ¿Tiene usted alguna otra cosa que decir?”
— “ Bueno, diga usted al señor Unzaga que estoy dis
puesto a hacer lo que les he informado y aún más. Creo
que la oportunidad se nos presentará en el viaje que hará Paz
Estenssoro a Ucureña para la firma del decreto de Reforma
Agraria, que será el 2 de agosto. Cualquier novedad me la
hacen conocer por intermedio del señor Araño. Buenos días”.
Araño Peredo no intervino para nada en la charla. Nos
despedimos y salimos con Jorge a la calle.
Nos quedamos preocupados. Era claro que se trataba de
un par de malandrines. Con Jorge coincidimos en que nos
estaban tendiendo una trampa. Resolvimos no tener más con
tacto con el Jefe de Investigaciones. Le rogué a Jorge que
informase a García el resultado de la entrevista y le manifes
tara nuestros temores.
La credencial la metí en mi maletín en un escondite se
guro que tenía y me fui a casa. Allí me esperaban malas no
ticias. Tenía ya a mi hijo enfermo desde hacía algunos me
ses, pero su caso no parecía revestir gravedad. “ Tranquili
dad es lo que necesita”, decían los médicos. Pero esa tarde
lo encontré muy grave. Tiré el maletín sobre la mesa y no
me acordé más de él. El niño tenía una palidez cadavérica,
respiraba con dificultad y se quejaba sin descanso.
Pasé el resto del día en una zozobra indecible. Una
junta de médicos reunidos al caer la tarde acabó por desahu
ciar al niño. Me sentí desfallecer. Veía la tragedia por an
ticipado, pero había otra tragedia que no veía, la que ven
dría en cuestión de horas a acabar de turbar la ya muy tur
bada paz de mi hogar.
— 48 —
P R IM E R A L L A N A M IE N T O
— 49 —
citarnos para otro día y usted recibirá la repuesta de nuestro
Jefe. ¿Tiene usted alguna otra cosa que decir?”
— “ Bueno, diga usted al señor Unzaga que estoy dis
puesto a hacer lo que les he informado y aún más. Creo
que la oportunidad se nos presentará en el viaje que hará Paz
Estenssoro a Ucureña para la firma del decreto de Reforma
Agraria, que será el 2 de agosto. Cualquier novedad me la
hacen conocer por intermedio del señor Araño. Buenos días”.
Araño Peredo no intervino para nada en la charla. Nos
despedimos y salimos con Jorge a la calle.
Nos quedamos preocupados. Era claro que se trataba de
un par de malandrines. Con Jorge coincidimos en que nos
estaban tendiendo una trampa. Resolvimos no tener más con
tacto con el Jefe de Investigaciones. Le rogué a Jorge que
informase a García el resultado de la entrevista y le manifes
tara nuestros temores.
La credencial la metí en mi maletín en un escondite se
guro que tenía y me fui a casa. Allí me esperaban malas no
ticias. Tenía ya a mi hijo enfermo desde hacía algunos me
ses, pero su caso no parecía revestir gravedad. “ Tranquili
dad es lo que necesita”, decían los médicos. Pero esa tarde
lo encontré muy grave. Tiré el maletín sobre la mesa y no
me acordé más de él. El niño tenía una palidez cadavérica,
respiraba con dificultad y se quejaba sin descanso.
Pasé el resto del día en una zozobra indecible. Una
junta de médicos reunidos al caer la tarde acabó por desahu
ciar al niño. Me sentí desfallecer. Veía la tragedia por an
ticipado, pero había otra tragedia que no veía, la que ven
dría en cuestión de horas a acabar de turbar la ya muy tur
bada paz de mi hogar.
48 —
P R IM E R A L L A N A M IE N T O
49 —
y que mi mujer ignoraba. Tenía la vaga esperanza de que el
miliciano que robó el maletín se hubiera contentado con el
dinero y no le diera importancia a ese documento. Pasó el
día y nada sucedió. No intenté ocultarme y permanecí en la
casa. Me lo imponía la salud de mi hijo.
Al día siguiente 30, a las 8.30 de la mañana, fue rodea
da mi casa por más de un centenar de milicianos llegados en
dos camiones, dos jeeps y una vagoneta. Venían comandan
do a aquellos foragidos el mismo Castañón y un señor gordo
a quien llamaban “ negro Abasto” . Yo mismo les abrí la reja,
me encontraba en pijama.
Una nueva requisa fue practicada y no me dejaron nada
en su lugar. Guardaba yo en mi archivo una colección de
los editoriales de “ La Razón” desde el 21 de julio al 31 de
diciembre de 1946. Abasto y Castañón al ver la colección
se dieron una mirada de inteligencia y dijeron: “ Hemos en
contrado a un pez gordo” . ¡Qué chasco se llevaron!
Abasto me pidió que le prestase a él personalmente aque
llos editoriales a lo que accedí. De igual manera se los hu
bieran llevado sin mi permiso. En la requisa no encontraron
absolutamente nada que les pudiera interesar ni nada compro
metedor, pero sí me robaron algunas cosas que no se lleva
ron la víspera. Cada miliciano que deseaba algo lo tomaba
sin pedir permiso y se lo metía al bolsillo.
Castañón me indicó en tono violento que tenía que lle
varme preso. Mi señora intervino y hubo un cambio de pa
labras con el insolente. Yo tuve que rogarle que se calmara,
pues aquel sujeto estaba poniéndose grosero y terminó por
amenazarla con llevarla detenida, a ella también. Abasto
me dijo que me vistiese. Ingresé a mi dormitorio y me ves
tí en presencia del foragido a quien logré descuidar para des
hacerme de una libretita que tenía con claves y nombres de
amigos. La empleada Hortensia la escondió.
— 50 —
Besé a mi esposa, a mis hijos, y sobre todo a mi Carli
tas, a quien dejaba terriblemente grave.
Al salir a la calle me quedé asombrado.; no creía ser
tan peligroso. El despliegue de tropa para tomar preso a
un hombre solo era impresionante. El público presenciaba la
escena y unos gringos que vivían frente a mi casa miraban
incrédulos todo aquello. “ Más de cien hombres armados
para tomar a un hombre desarmado” , decían con sus caras
de asombro aquellas pobres gentes.
Los milicianos subieron a los camiones, los agentes a los
jeeps y a mí me introdujeron a empellones en una vagoneta
celeste último modelo. Abasto tomó el volante, yo quedé
entre él y Castañón a mi derecha; detrás de nosotros seis
agentes con pistanes.
Marchamos de la calle I de Obrajes donde yo vivía. El
trayecto fue lleno de incidentes por cuanto Abasto insistía
en llevarme preso al Comité Político y entregarme a Méndez
Tejada, que era secretario general del partido de gobierno,
mientras Castañón era más bien de opinión de llevarme a la
Sección Segunda y entregarme a manos del torturador chile
no, mayor de carabineros Luis Gayán Contador. Como no
llegaban a ponerse de acuerdo comenzaron a insultarse.
Al llegar a la ciudad, los ánimos se calmaron y triunfó
la tesis de Castañón. Fui llevado a la Sección Segunda, que
en ese entonces hacía el papel de Policía Política. Ingresa
mos a dicha repartición por su principal entrada que da a la
calle Junín.
Inmediatamente fui introducido a una caseta que según
oí decir era la “ Prevención” . Me registraron y me quitaron
todo lo que tenía: billetera, chequera, dinero, pluma fuente,
reloj, corbata, pañuelos y hasta las trenzas de los zapatos.
Luego una voz ordenó: “ Métanlo al ropero” . Fui metido
a uno de esos cuartitos que tenían en un salón grande y que
— 51 —
estaban numerados; me tocó el número 4. Eran las diez y
treinta de la mañana. Hacía mucho frío ahí dentro pues hizo
la mala suerte que el cuartucho que me tocó estaba precisa
mente frente a una ventana que daba a la calle, por la que
entraba el viento.
Los roperos, eran reparticiones de 1.30 x 1 metro de
ancho: no era posible acostarse y había que estar de pie o
en cuclillas.
— 52
ron exprofesamente a este mal sujeto con el único y estudiado
objeto de humillar a los bolivianos en lo que tenían de más
sagrado, en su patriotismo.
El chileno Luis Gayan Contador era el jefe de la Sec
ción Segunda donde me hallaba y ante él tenía que compa
recer en breves minutos más. No me eran desconocidas las
“ hazañas” de terror de este bárbaro torturador, sádico impla
cable. Confieso que tenía miedo al solo oír su nombre.
A las 11 de aquel mismo día fui sacado de mi celda y
llevado ante Gayán. Al ingresar a su oficina, que daba pre
cisamente a la plaza Murillo, lo encontré sentado detrás del
escritorio.
Inmediatamente me di cuenta, con solo mirarlo, que la
leyenda de terror que sobre él corría en el pueblo boliviano
era cierta. Al primer golpe de vista uno comprendía estar
ante un degenerado. Era sencillamente repulsivo. Con un
ojo desviado, la mirada fría del único ojo que se fijaba en
uno era trágica. Parecía un poseído. Al levantarse de su
asiento su figura me pareció grotesca.
Se dirigió hacia mí y me indicó que me sentase. Yo
absorto lo retraté en mi mente: Hombre corpulento de más
de 1 metro con 80 centímetros y cien o más kilos de peso.
Sus ojos tenían una aureola roja de hombre habitualmente
aficionado al alcohol. Su tufo era asqueroso y salía de su
cuerpo un olor repugnante. Tenía colgado del cuello un ti
rante especial del cual pendía una cachiporra de goma con
la punta emplomada. Al andar parecía un orangután en
corvado.
Se puso a un paso frente a mí, me observó un instan
te. . . Me quitó de un manotazo los lentes que uso por mi
miopía. Luego me mostró un papel y me preguntó si lo
reconocía. Traté de agarrarlo para poderlo leer pero lo re
tiró de inmediato. Yo había reconocido la credencial de Un-
— 53 —
estaban numerados; me tocó el número 4. Eran las diez y
treinta de la mañana. Hacía mucho frío ahí dentro pues hizo
la mala suerte que el cuartucho que me tocó estaba precisa
mente frente a una ventana que daba a la calle, por la que
entraba el viento.
Los roperos, eran reparticiones de 1.30 x 1 metro de
ancho: no era posible acostarse y había que estar de pie o
en cuclillas.
— 52 —
ron exprofesamente a este mal sujeto con el único y estudiado
objeto de humillar a los bolivianos en lo que tenían de más
sagrado, en su patriotismo.
El chileno Luis Gayán Contador era el jefe de la Sec
ción Segunda donde me hallaba y ante él tenía que compa
recer en breves minutos más. No me eran desconocidas las
“ hazañas” de terror de este bárbaro torturador, sádico impla
cable. Confieso que tenía miedo al solo oír su nombre.
A las 11 de aquel mismo día fui sacado de mi celda y
llevado ante Gayán. Al ingresar a su oficina, que daba pre
cisamente a la plaza Murillo, lo encontré sentado detrás del
escritorio.
Inmediatamente me di cuenta, con solo mirarlo, que la
leyenda de terror que sobre él corría en el pueblo boliviano
era cierta. Al primer golpe de vista uno comprendía estar
ante un degenerado. Era sencillamente repulsivo. Con un
ojo desviado, la mirada fría del único ojo que se fijaba en
uno era trágica. Parecía un poseído. Al levantarse de su
asiento su figura me pareció grotesca.
Se dirigió hacia mí y me indicó que me sentase. Yo
absorto lo retraté en mi mente: Hombre corpulento de más
de 1 metro con 80 centímetros y cien o más kilos de peso.
Sus ojos tenían una aureola roja de hombre habitualmente
aficionado al alcohol. Su tufo era asqueroso y salía de su
cuerpo un olor repugnante. Tenía colgado del cuello un ti
rante especial del cual pendía una cachiporra de goma con
la punta emplomada. Al andar parecía un orangután en
corvado.
Se puso a un paso frente a mí, me observó un instan
t e . . . Me quitó de un manotazo los lentes que uso por mi
miopía. Luego me mostró un papel y me preguntó si lo
reconocía. Traté de agarrarlo para poderlo leer pero lo re
tiró de inmediato. Yo había reconocido la credencial de Un-
— 53 —
zaga que me habían robado. Pero le dije que no sabía de
que se trataba, pues no veía bien.
Luego monologó para sí; oí que decía: “ Estos falangis
tas encuentran gente de toda clase para su revoluciones.
¿Quién pudiera creer que éste que tengo aquí sea un revolu
cionario peligroso? Pero, naturalmente, la prueba es contun
dente” .
Luego dirigiéndome la palabra, dijo: “ Mire, usted está
en mis manos y no le queda otro recurso que ponerse de
acuerdo conmigo, pues de lo contrario usted morirá o que
dará lisiado para el resto de sus días. Por la credencial que
se le ha confiscado, Ud. no podrá negar que sabe donde se
encuentra el señor Unzaga. ¿Verdad?
Me enfrenté a Gayán y le manifesté que no sabía de
que me hablaba, que a mí nadie me había quitado credencial
alguna, que no era falangista y que por lo tanto ignoraba
donde se encontraba el señor Unzaga.
— ¿Niega usted ser amigo del señor Unzaga?
— No, no niego, soy su amigo y lo estimo muchísimo,
pero no sé donde se encuentra.
— ¿Niega usted haber sido colaborador incondicional de
los ex-presidentes Hertzog, Urriolagoitia y Ballivián?
— Fui y soy amigo del ex-presidente Hertzog. En cuan
to al señor Urriolagoitia, aunque usted no lo crea fue el pri
mero que me hizo conocer la cárcel por no querer someterme
a sus arbitrariedades. Al general Ballivián lo conocí en Ro
boré en el año 1943, pero jamás cultivé su amistad y nunca
fui colaborador suyo.
Luego Gayán suavizó la voz, se sentó y me dijo: “ El
presidente Paz Estenssoro es magnánimo y le promete que ol
vidará sus trajines subversivos si Ud. nos indica donde se
encuentran el señor Unzaga y Ambrosio García. Le dare
mos un cargo en el Consulado de Bolivia en Buenos Aires y
— 54
dos millones de bolivianos. ¿Acepta usted? No pierda esta
ocasión que es la única salvación que le queda. Piense en
su mujer y sus hijos. . . jPueden quedar sin padre!” . . .
— Me es imposible indicarle el domicilio del señor Un-
zaga ni el de García porque no sé donde viven. Nadie pue
de confesar lo que nc sabe. Además aun cuando lo supiera
no se lo diría, pues no nací delator.
Gayán saltó de su asiento y se lanzó sobre mí. Caí al
suelo por supuesto al recibir el impacto de semejante mole.
Traté de levantarme y no lo conseguí. Me dio un pisotón
en el estómago y quedé desmayado. Volví en mí al recibir
un chorro de agua fría en la cara. Cuando trataba de incor
porarme, Gayán se echó sobre mí, puso sus rodillas sobre mi
vientre y con sus dos manazas asquerosas me tomó de la
cabeza y comenzó a golpearla contra el suelo. Yo pensé que
no resistiría un minuto más. Luego con una brutalidad in
creíble introdujo sus dedos pulgares a mis ojos y me los iba
oprimiendo lenta y despiadadamente. Yo no veía estrellas,
veía venir la muerte, sentía un sudor frío y un desvaneci
miento que me iba anestesiando el alma. El dolor era de
sesperante, el torturador no cesaba de decir: “ ¿Dónde está
el señor U n zaga.. . Unzaga. . . Unzaga, dónde está? Y me
arrojaba a las narices su hedor y su saliva.
Yo me puse a rezar ,tanto para llegar en buena forma al
final de la vida como para no oirlo. Rogaba a la Virgen del
Perpetuo Socorro que sellase mis labios y que no me convir
tiera en un delator.
En un arranque de desesperación saqué fuerzas sobre
humanas para deshacerme de aquel monstruo y lo conseguí.
Fue toda una proeza. Yo que solo pesaba 40 kilos con 1.60
de estatura acabé por echar a un lado a aquella bestia de casi
dos metros con más de cien kilos de peso. Libre de él, me
lancé con un salto de pescado hacia la puerta-ventana que
— 55 —
estaba abierta y que daba a la plaza Murillo. Todo el drama
se desarrollaba en el segundo piso. Hizo mi mala suerte
que debido a la falta de mis lentes calculara mal la distancia
y fui a estrellarme en el barandado.
Gayán se abalanzó sobre mí, me tomó de los pies y me
arrastró hacia dentro pidiendo ayuda a sus subordinados que
estaban en la habitación del lado. Les ordenó cerraran aque
lla puerta por la cual traté de lanzarme. Jadeante y con ra
bia descontrolada prosiguió su hazaña golpeándome con su la
que. Caí desmayado y ensangrentado.
Cuando volví en mí, me encontraba completamente des
nudo y con las manos atadas. Gayán estaba solo y me con
templaba con mirada siniestra. Luego tomó unos aparatos
que no alcancé a precisar, pero que parecían castañuelas, me
agarró con ellos los testículos y me los fue oprimiendo poco
a poco, brutalmente. Fue terrible aquello. Nunca había
sentido dolor más grande. Me retorcía. . . me desm ayaba.. .
volvía a recuperar el sentido para seguir sufriendo la misma
tortura y oír las mismas inquisiciones: ¿Dónde está Unza-
g a . . . Unzaga. . . Unzaga y al final, G arcía. . . García. . . ? ”
Sus palabras ya no tenían felizmente sentido para mí.
Saciado ya de haberme torturado y sin haber consegui
do la delación que perseguía, Gayán volvió a llamar a sus
ayudantes y les ordenó: “ Llévenlo al Panóptico y si no habla,
mátenlo” , y dirigiéndose a su principal secuaz Jorge Rioja,
le dijo: “ Tú me respondes de este carajo” .
Fui vestido por estos siniestros personajes pues yo era
incapaz de moverme; se me condujo a la prevención y me
entregaron las cosas que me habían confiscado, menos los pa
ñuelos, la corbata y las trenzas de los zapatos.
— 56 —
LAS TORTURAS EN E L PANOPTICO NACIONAL
— 57 —
Rio ja pidió al gobernador una pequeña escalera, la que
le fue llevada de inmediato. Me tendieron sobre ella y me
ataron de pies y manos. Luego la levantaron haciendo que
mi cabeza quedase hacia abajo. Enseguida Rioja me flageló
en el vientre. Sentí al volver en mí un escosor en las plan
tas de los pies. La sangre se me había venido a la cabeza y
me era difícil respirar libremente. Cuando recuperaba sentía
unas tremendas ganas de vomitar. Para mí era una suerte
quedar desmayado, pues así no sufría pero me reanimaban a
cada momento con agua fría. Paraban la escalera y era un
alivio quedar en esa posición. Pero luego apagaban sus ciga
rrillos en mi cuerpo y en especial en las palmas de las ma
nos y en los pies.
Entre los torturadores estaban dos benianos apellidados
Urquizo y Puerta; noté que estos no me habían tocado y que
se condolían de mí. Cuando Rioja y Arce Amaya se cansa
ron de torturarme, salieron al corredor a conversar con Ba-
zoberry y Salazar, ordenando a Urquizo y Puerta que prosi
guieran con las torturas. Estos, cerraron la puerta y comen
zaron a rogarme a que hablase, “ lo van a matar señor”, me
decían. “ Denuncie usted a cualquier amigo” . No me toca
ron pero hicieron la comedia de dar golpes y patadas y gri
taban insultándome. Querían que yo gritase a lo que no ac
cedí, pues si no me había quejado ante Gayan y los otros,
era ridículo hacerlo en ese momento de alivio para mí. La
farsa duró 15 minutos más o menos. La puerta fue abierta
de una patada y nuevamente ingresaron Rioja y Arce. To
maron mi ropa que estaba encima de la cama y la registraron.
Rioja tomó mi chequera y quiso obligarme a que firmase los
cheques en blanco a lo que me negué, pero se la guardó;
lo mismo hizo con mi pluma fuente, mi billetera, mi reloj y
un número de lotería. Arce Amaya se guardó unos aretes de
brillantes que me había dado mi hermana días antes, para
— 58 —
t
hacérselos arreglar, y una cadena de oro de mi señora. Ur-
quizo se apropió de mi anillo de matrimonio. ¡Modelos de
honradez los tales policías!
Me pusieron nuevamente de cabeza en la escalera y re
cibí nuevos tormentos. Arce Amaya y Rioja eran verdaderos
discípulos de Gayán por el refinamiento que ponían. Yo
continuaba rezando y pidiendo a la Virgen me iluminase pa
ra encontrar una salida a aquellos sufrimientos.
Nuevamente quedé en poder de Urquizo y Puerta que
insistieron en sus súplicas. Me desataron de la escalera y
me hicieron sentar en el cajón. Así, más tranquilo, pensé y
creí que Dios me enviaba la solución. Pregunté la hora.
Eran las 4.20. Les dije que quería hablar urgentemente con
Gayán. Llamaron a Rioja que ingresó de inmediato. Le
manifestó que iba a denunciar el refugio del señor Unzaga
y de García. Me vistieron apresuradamente y alzado fui in
troducido a la camioneta y casi volando estuvimos en presen
cia de Gayán.
El plan que me tracé mentalmente fue el siguiente: Me
encontraba completamente aniquilado y ya no podía resistir
más, pero las torturas no disminuían. Como de ningún mo
do iba a denunciar a nadie, lo más probable era que me ma
tasen allí; es decir, que me iban a masacrar. Pensé que en
tre morir en esa forma y que hiciesen desaparecer mi cadá
ver y morir públicamente era preferible lo último y demos
trar así a mis verdugos que no era ningún cobarde traidor.
Era un gesto desesperado con el 99% de probabilidades de
morir y con el 1% de salvarme. Pero había que jugarse el
todo por el todo.
Ingresé a lo de Gayán completamente deshecho. Le re
petí mi ofrecimiento y le dije: “ Yo conozco el refugio del
señor Unzaga pero anoche recibí un papel de Ambrosio Gar
— 59 —
cía en el cual me citaba para hoy día para llevarme a ver a
Oscar” .
— ¿A qué sitio lo citó y a qué hora?, preguntó Gayán.
— A las cinco y media de hoy debo estar en el Parque
Triangular en Miradores, donde me buscará un joven vestido
de negro que tendrá un periódico bajo el brazo. Yo debo
esperarlo parado frente al surtidor. El enlace se me acerca
rá a pedirme fuego para encender un cigarrillo y me pregun
tará si soy “ Alfredo”. A mi respuesta de sí, me trasladará
al lugar donde se encuentran Unzaga y García.
Gayán miró su reloj y me dijo: “ Falta casi una hora,
cuidado con jugarme una mala pasada. Yo iré con usted y
se bajará del auto una cuadra antes del parque y usted co
mo si nada ocurriera se irá con su enlace. Yo le seguiré” .
Luego ordenó a Rioja que me metiera al ropero.
Recé un rosario y pedí a la Virgen y a Dios me ayuda
ran en lo que iba a hacer; no dejé de pedirle también que por
amor a mis hijos me salvara la vida. Sentí que me renacían
las fuerzas a la sola idea de jugarles una buena pasada.
Casi todo lo tenía previsto. Bajado del auto policial
yo seguiría la ruta indicada y al llegar al surtidor donde por
supuesto nadie vendría, emprendería una loca carrera hacia
una posible libertad. Bien sabía que mis seguidores me ame
trallarían por la espalda si me veían correr. Prefería esta
muerte violenta, antes que aquella otra lenta en la cámara de
tortura. A lo mejor también conseguía burlar a mis ver
dugos.
Mientras esperaba haciendo hora y terminada mi ora
ción, me puse a pensar en mi esposa, en mis adorados hijos,
mis padres y hermanos. Constaté que me encontraba insen
sible y me asombré de la tranquilidad con la cual esperaba la
muerte. Recordé pasajes insignificantes de mi niñez; luego
me puse a recordar a mis maestros, mis amigos. Me dormí
— 60 —
y soñé con mi madre muerta. Era tal mi cansancio que pu
de dormir, aunque parezca mentira, apoyado el cuerpo en esa
especie de ataúd vertical en que me encontraba.
Desperté a los gritos de gente que me llamaba; al prin
cipio no me di cuenta donde estaba y de que se trataba. Se
abrió bruscamente el ropero y fui sacado por varios agentes
que a empellones me llevaron a la oficina de Gayán al que
encontré completamente borracho. Ordenó a sus agentes que
alistasen dos camionetas y que fuera la mayor cantidad de
gente bien armada y dirigiéndose a mí me dijo: “ Vamos” .
— Son las diez de la noche señor Gayán — le dije seña
lándole el reloj que había en la pared. El enlace que debía
recogerme tenía que hacerlo a las cinco y media. Supongo
que al no haberme presentado a esa hora habrá comprendido
que algo me ha pasado o a lo mejor sabe que ya me encuentro
preso. Yo no sé dónde podremos ir a esta hora.
La Bestia me miró con odio terrible y se lanzó sobre mí
y ayudado por sus agentes todos ellos me flagelaron y gol
pearon en la misma oficina de Gayán. Luego ordenó a su
Secretario Villarreal que esa misma noche me interrogase y
me hiciera firmar mis declaraciones, pues el ministro de G o
bierno Federico Fortún Sanjinés, las necesitaba para el día
siguiente. Fui sacado de allí a rastras y llevado de nuevo al
ropero.
A las dos de la madrugada se me sacó de mi ropero y me
llevaron a la secretaría donde me obligaron a sentarme fren
te a un escritorio. Me dolían todas las partes de mi cuerpo.
Tal como había oído decir que hacían los comunistas rusos
pusieron dos ampolletas de 500 bujías cuyos deslumbrantes
rayos me dañaban los ojos. Las lágrimas comenzaron a go
tear, los párpados se me cerraban y el escosor me atormen
taba. No podía llevar mis manos a la cara pues cuando tra
taba de hacerlo recibía un fuerte golpe en el brazo.
— 61
Comenzó el interrogatorio; al señor que tenía al frente
no lo podía ver porque la luz me cegaba, lo mismo que al
que tenía la máquina de escribir. A los que estaban detrás
mío tampoco los veía pues no se me permitía dar la vuelta.
Tenía que estar con la mirada fija en las ampolletas. Así
más o menos fue el interrogatorio:
P.— ¿A qué partido pertenece usted? ¿Y desde cuán
do milita en él?
R.— Pertenezco al partido Liberal desde 1945.
El que hacía las preguntas, ordenaba al dactilógrafo que
escribiera lo que él ordenaba. Y ordenó escribir a la primera
pregunta:
— El detenido Hernán Landívar Flores, es liberal-purso-
falangista.
P.— ¿Cuántos años tiene usted?
R.— Tengo treinta y tres años.
P.— ¿Estado civil?
R.— Casado.
P.— ¿Se le conoce a usted algún apodo?
R.— No tengo ningún apodo.
P.— ¿Por qué cree usted que ha sido detenido?
R.— Supongo que se debe a un error. Se me ha dicho
que me encuentro implicado en trajines subversivos, lo que
niego terminantemente.
P.— ¿Cómo es que en su maletín, que se encontró en
su casa, había precisamente una credencial de puño y letra del
señor Unzaga de la Vega?
R.— Así me lo han informado los señores que me han
tomado preso. Pero ese maletín no es mío e ignoro como
han podido encontrarlo en mi domicilio. O es que el indi
cado documento lleva mi nombre para poder ser acusado?
(Yo sabía que la credencial no tenía mi nombre).
62 —
P.— Es amigo usted del señor Unzaga, de los ex-pre-
sidentes Hertzog, Urriolagoitia y Ballivián?
R.— Sí, soy amigo del señor Unzaga desde hace muchí
simos años. Lo mismo puedo decir del ex-presidente Hert
zog. En cuanto a los señores Urriolagoitia y Ballivián aun
que los conozco no soy amigo de ellos.
P.— Usted manifestó al mayor Gayan que ayer a las
5.30 lo recogería un enlace en Miraflores para llevarlo don
de el señor Unzaga y luego manifiesta usted no tener ninguna
complicidad en actos subversivos. ¿Cómo puede aclarar es
ta contradicción?
R.— Atormentado por las torturas inventé esa treta pa
ra ser llevado allí y tratar de fugar, momento en que los agen
tes dispararían contra mí y me matarían. Nada de eso
es cierto. Pero la verdad es que yo prefería aquello antes
de seguir sufriendo los tormentos que he recibido.
P.— ¿Tiene usted algo más que decir?
R.— Nada tengo que agregar.
Se me ordenó ponerme de pie y me colocaron “ de plan
tón” mirando la pared. Se me quitó el paleto. A cada ins
tante me daban golpes en las corvas y manos hasta hinchár
melas. Mientras tanto el secretario seguía dictando “ mis de
claraciones” a su humor. El frío era intenso.
Al amanecer se me obligó a firmar esas “ declaraciones”,
las cuales llenaban tres carillas de papel oficio. No se me
permitió leerlas. También se me hizo firmar dos hojas de
papel en blanco. Se me devolvió el reloj con el único ob
jeto de que yo desesperase al mirar pasar las horas. Y dos
agentes me escoltaron a mi ropero donde me encerraron de
nuevo. El cansancio me tenía deshecho y el hambre me aco
saba. Me arrodillé no obstante a dar gracias a Dios por ha
berme salvado de una muerte segura. Los ojos los tenía
— 63 —
Comenzó el interrogatorio; al señor que tenía al frente
no lo podía ver porque la luz me cegaba, lo mismo que al
que tenía la máquina de escribir. A los que estaban detrás
mío tampoco los veía pues no se me permitía dar la vuelta.
Tenía que estar con la mirada fija en las ampolletas. Así
más o menos fue el interrogatorio:
P.— ¿A qué partido pertenece usted? ¿Y desde cuán
do milita en él?
R.— Pertenezco al partido Liberal desde 1945.
El que hacía las preguntas, ordenaba al dactilógrafo que
escribiera lo que él ordenaba. Y ordenó escribir a la primera
pregunta:
— El detenido Hernán Landívar Flores, es liberal-purso-
falangista.
P.— ¿Cuántos años tiene usted?
R.— Tengo treinta y tres años.
P.— ¿Estado civil?
R.— Casado.
P.— ¿Se le conoce a usted algún apodo?
R.— No tengo ningún apodo.
P.— ¿Por qué cree usted que ha sido detenido?
R.— Supongo que se debe a un error. Se me ha dicho
que me encuentro implicado en trajines subversivos, lo que
niego terminantemente.
P.— ¿Cómo es que en su maletín, que se encontró en
su casa, había precisamente una credencial de puño y letra del
señor Unzaga de la Vega?
R.— Así me lo han informado los señores que me han
tomado preso. Pero ese maletín no es mío e ignoro como
lian podido encontrarlo en mi domicilio. O es que el indi
cado documento lleva mi nombre para poder ser acusado?
(Yo sabía que la credencial no tenía mi nombre).
62 —
P.— Es amigo usted del señor Unzaga, de los ex-pre-
sidentes Hertzog, Urriolagoitia y Ballivián?
R.— Sí, soy amigo del señor Unzaga desde hace muchí
simos años. Lo mismo puedo decir del ex-presidente Hert
zog. En cuanto a los señores Urriolagoitia y Ballivián aun
que los conozco no soy amigo de ellos.
P.— Usted manifestó al mayor Gayán que ayer a las
5.30 lo recogería un enlace en Miraflores para llevarlo don
de el señor Unzaga y luego manifiesta usted no tener ninguna
complicidad en actos subversivos. ¿Cómo puede aclarar es
ta contradicción?
R.— Atormentado por las torturas inventé esa treta pa
ra ser llevado allí y tratar de fugar, momento en que los agen
tes dispararían contra mí y me matarían. Nada de eso
es cierto. Pero la verdad es que yo prefería aquello antes
de seguir sufriendo los tormentos que he recibido.
P.— ¿Tiene usted algo más que decir?
R.— Nada tengo que agregar.
Se me ordenó ponerme de pie y me colocaron “ de plan
tón” mirando la pared. Se me quitó el paleto. A cada ins
tante me daban golpes en las corvas y manos hasta hinchár
melas. Mientras tanto el secretario seguía dictando “ mis de
claraciones” a su humor. El frío era intenso.
Al amanecer se me obligó a firmar esas “ declaraciones”,
las cuales llenaban tres carillas de papel oficio. No se me
permitió leerlas. También se me hizo firmar dos hojas de
papel en blanco. Se me devolvió el reloj con el único ob
jeto de que yo desesperase al mirar pasar las horas. Y dos
agentes me escoltaron a mi ropero donde me encerraron de
nuevo. El cansancio me tenía deshecho y el hambre me aco
saba. Me arrodillé no obstante a dar gracias a Dios por ha
berme salvado de una muerte segura. Los ojos los tenía
— 63 —
muy hinchados y me dolían terriblemente. Las sucias uñas
de Gayan parecían estar clavadas todavía.
Al meter la mano a uno de mis bolsillos del pantalón
encontré un papelito diminuto y bien arrugado que al leerlo
me espantó. Si este papel hubiera caído en manos de Gayan
era seguro que hubiera caído García preso, pues era una no
ta de éste, donde me decía que le llevara a una casa determi
nada los “ confites” que yo tenía. Los “ confites” eran las
armas. No vacilé en comérmelo; felizmente era bastante pe
queño.
Al tercer día sentí que mi vecino, también preso, y que
se encontraba en el ropero 5, hablaba. Me preguntó quién
era y si quería mandar algún mensaje a mi casa, pues esa ma
ñana tendría una entrevista con su madre. Su voz me ins
piró confianza y le rogué que indicase a su mamá llamar al
teléfono, cuyo número le di, a mi casa, e informar a mi seño
ra donde me encontraba. Desde ese instante nos hicimos
amigos, sin conocernos físicamente. Guardo para este gran
muchacho, Fernando Ruiz, mucho agradecimiento y afecto,
pues su mensaje llegó a mi casa y varias veces se dio modos
para pasarme café por encima de su celda que no tenía techo.
A la derecha, mi otro vecino, también desconocido has
ta entonces para mí, Jorge Núñez del Prado, se comunicó en
la misma forma que Ruiz. Me pasaba comida que su seño
ra le enviaba y que yo no podía servirme por no poder mas
ticar y por los fuertes dolores que sentía en el estómago por
los golpes recibidos.
Gayan no permitía que me sirvieran ni un vaso de agua
y así estuve durante quince días. A no mediar la ayuda de
mis desconocidos protectores yo creo que habría fallecido.
Un día de esos recibí la visita de Araño Peredo, quien
me dijo venía de parte de mi señora, que según él se encon
traba afuera, esperando noticias mías. Lo recibí con frial
— 64
dad pues ya sospechaba que era él el autor de mi apresa
miento. Su actitud de ese momento fue canallesca, pues me
dijo que había conseguido la entrevista con la promesa que
le hizo a Gayan de sacarme la delación del escondite de
Unzaga o García. Le manifesté que él, mas que nadie, co
nocía a mis padres y por lo tanto a mí, que me extrañaba que
se comprometiera a tanta bajeza. “ Mi cuna y mis hijos me
impiden ser un canalla, señor. Le ruego manifestar a mi
señora que me encuentro sino bien, regular. Le insinuó no
decirle el estado en que estoy pues sería afligirla inútilmen
te. Al despedirme me dijo que Jorge Arce había arreglado con
Gayan para no ser apresado y me aseguró que pagó por su
libertad un millón de bolivianos.
En la noche me visitó también mi cuñado Luis, que per
tenece al partido oficial, y al que Gayán permitió hablar con
migo en presencia de varios agentes. Mi cuñado, en forma de
broma sacó su pistola y me preguntó: “ ¿Qué harías si tu
vieras en tus manos esta arm a?” La tomé y le dije: “ Desde
luego que no me mataría” . En ese instante llegó Gayán y
me arrebató el arma, increpó a mi cuñado por habérmela da
do y le pidió retirarse.
A medida que pasaban los días y disminuían los dolores,
iba recobrando mi tranquilidad y buen humor. Por un hue
co que había en el ropero, yo me distraía mirando lo que pa
saba fuera de mi celda. Todos los días con sus noches era un
continuo llegar de presos. A muchos los reconocía pero no
podía conversar con ellos. Una tarde fueron metidos dos
amigos que habían sido apresados cuando intentaron entrar
clandestinamente del Perú. Eran Efraín Urey y Hugo Caste-
do y un amigo de ellos, Alberto Ponce García. Supe el mo
tivo de su apresamiento por los comentarios que hacían los
agentes.
— 65
ASESINATO O SU ICID IO D EL TEN IEN T E
MALDONADO
— 66 —
Gayán entonces lo abofeteó y le dijo: “ So carajo, ¿con
que Ud. queriendo enamorar a la hija del Jefe? ¿No sabe
usted que aquella chiquilla es menor de edad?”
El teniente Maldonado que era muy ágil y fuerte, al
verse así ultrajado saltó sobre Gayán y le dio varias patadas
y entonces tuvimos que intervenir nosotros, los agentes que
estábamos afuera de la oficina y contener al teniente que tra
taba de deshacerse y no cesaba de insultar a Gayán.
Gayán ordenó que llevásemos a Maldonado al último
cuarto y nos encargó que lo desnudásemos y que luego iría
é l . . . El pobre teniente se defendió y recibimos muchos so
papos y patadas. Pero éramos muchos, lo redujimos y lo
desnudamos.
Entró Gayán en mangas de camisa y con su cachiporra
en la mano comenzó a torturar al pobre militar despiadada
mente. Al teniente lo teníamos agarrado varios agentes y no
podía defenderse. Los golpes a la cabeza y a los testículos
eran terribles. Comenzó a sangrar y se desmayó varias ve
ces, pero aguantó valientemente todo aquello sin lanzar un
solo grito. Quedó tendido en el suelo y Gayán nos dijo:
“ Echenle agua y vigílenlo, ya volveré. Nadie debe tocarlo
sino yo.”
Así desnudo tuvo que estar Maldonado todo el día aquél.
A las 11 de la noche regresó Gayán completamente 'borracho
y con su cachiporra volvió a atormentarlo en el suelo; luego
nos ordenó ponerlo en pie y en esa posición se complacía con
darle en los testículos hasta que se los reventó. Notamos
que el teniente Maldonado nos miraba en forma rara; sus ojos
estaban vidriosos y un rato de esos dio un aterrador y an
gustioso alarido y se lanzó contra Gayán. Este lo recibió
dándole con su cachiporra en la cabeza. Le daba y le daba. . .
hasta que cayó sin sentido Maldonado.
— 67 —
Gayán, se salió de allí y ordenó a Rio ja que preparase
una cama, la del tercer piso, y lo pusieran en esta pieza don
de nos encontramos, ahí, donde están esas manchas de san
gre. Nos ordenó trasladar al teniente y echarlo allí. Luego,
cuando Maldonado volvió en sí, Gayán le alcanzó un fusil
bala en boca y listo para ser disparado y se retiró. El te
niente Maldonado que había perdido la razón y que estaba sin
zapatos, tomó el fusil, puso el caño en su boca y con el dedo
del pie oprimió el gatillo y se destapó los sesos. ¿Ves ese
pedazo negrusco que hay allí? Es un pedazo de seso y que
nosotros no nos animamos a limpiar.
Así murió el teniente Maldonado. Fue obligado a sui
cidarse y al día siguiente el gobierno dijo que se había suici
dado en un informe a la prensa.
“ Su pobre madre, prosiguió, no ha dejado de venir a in
quirir por su hijo ni un solo día, pues ella no se convence
de que se hubiera suicidado y exige la entrega del cadáver
del muchacho. Creo que está perdiendo la razón porque vie
ne, nos insulta y nos arma escándalos. Nosotros no le ha
cemos caso y la compadecemos. Pero hizo la mala suerte que
hoy se encontró con Gayán y lo increpó y lo llamó asesino.
Este se enfureció y ordenó su detención.”
Esta es la historia de uno de los hombres que sirvió a
Paz Estenssoro. ¿Su delito? ¿Es que había delito en mirar
o hablar con la hija de Paz Estenssoro? Simples coqueteos
juveniles que lo llevaron a sufrir torturas y una muerte horri
ble. Salió de su casa, dejando a su ilusionada madre, a cum
plir un deber que le imponía su carrera. Y jamás volvió pa
ra verla.
Su m ad re.. . pobre m ad re.. . ¿Qué será de ella? La
muerte la habrá tal vez reunido al hijo que tanto amaba.
68 —
E L PRESO ZAPATA
— 69 —
PER IPECIA S D E UN PERIO D ISTA
70 —
cia de Gayán, el preso quiso emprenderla a golpes a los agen
tes que le habían pegado. Gayán lo contuvo y le pidió le
informase por qué había sido detenido y el periodista le
dijo:
— Soy periodista chileno y entre los papeles que me
han quitado está mi carnet. Fui invitado por el Presidente
Paz Estenssoro para visitar Bolivia y por este motivo llegué
aquí hace cuatro días. Esta noche salí a conocer la ciudad
e ingresé a un bar a tomar unas copitas y me entusiasmé an
te la alegría de los parroquianos con quienes entablé conver
sación. En un momento de esos me paré y alzando mi copa
en alto brindé a gritos diciendo: “ Por Bolivia” . Inmedia
tamente que pronuncié estas palabras, como si algo malo hu
biera dicho, se me lanzaron seis individuos y la emprendie
ron a golpes conmigo, arrastrándome hasta aquí donde usted
me vé, completamente ensangrentado. Deseo que usted me
haga devolver mis documentos y mi dinero para marcharme.
Mañana me quejaré a mi embajador para que haga el recla
mo respectivo.
Gayán estaba perplejo y trató de calmar al periodista.
Le pidió mil disculpas y comenzó a dar de puñetazos a los
agentes. Luego le dijo: “ Usted ha sido víctima de una con
fusión y aquel brindis ha sido el motivo de la reacción de los
agentes, que le han creído falangista pues debe saber que aquí
en Bolivia, el partido que hace mayor oposición es la Falan
ge Socialista Boliviana, que incluso está conspirando para de
rrocar al gobierno. El saludo falangista es ese con el cual
usted trató de brindar: “ Por Bolivia” .
— Pero todo se arreglará, señor periodista. Venga usted
conmigo a mi despacho, por favor acompáñeme. — Y tomán
dolo del brazo se lo llevó.
Por supuesto que la amenaza de reclamar a su embaja
dor quedó en nada según nos contó uno de los agentes al día
— 71 —
siguiente. Gayán le tapó la boca devolviéndole sus noven
ta mil bolivianos y entregándole quinientos dólares más, que
es lo que costó al gobierno de Bolivia la paliza merecida a
aquel traficante de su pluma. Llevó una paliza como falan
gista y vendió su conciencia como movimientista.
72
luminoso. Marcaba las diez de la noche. El reloj me re
sultó un tormento pues mi vista no se apartaba de él y los
minutos se fueron haciend oeternos.
A las doce menos cinco el vehículo paró y nos ordenaron
bajarnos de inmediato. Estábamos frente al Panóptico Na
cional. Es decir, que el trayecto de la Policía a este lugar
que generalmente se hace en cinco minutos lo habíamos rea
lizado en más de dos horas. ¿Por qué? Porque sencillamen
te el gobierno quería destrozarnos moralmente. No le im
portaba nuestra tranquilidad espiritual y no vacilaba en vio
lentar nuestros nervios y hacernos vivir en continuo sobre
salto y zozobra. Muchos de esos presos, con la imaginación,
llegaron esa noche a Chuspipata. Y esa tortura es la que
querían causar.
Uno por uno fuimos ingresando al penal, donde éramos
recibidos por el gobernador Bazoberry, mediante la compro
bación de una lista que le habían entregado. Fuimos llevados
directamente al “ Guanay” .
E L “ G UANAY”
— 7 3 —
“ Que los encantos de las mujeres no perturben la paz de
los presos”.
La otra celda tenía un letrero incomprensible que decía:
“ Fábrica de Caballos” . Las celdas pequeñas también tenían
sus nombres: “ El gato que fuma” , “ La moliendita del arenal”,
“ Control Político” , etc. La única letrina tenía un letrero que
decía: “ Judas Seleme” , con unas coplas más dedicadas al co
munista Juan Lechín: “ Lechín es un lechón, y como tal nos
lo hemos de comer” , etc., etc.
Las paredes estaban llenas de letreros o dibujos de los
miles de presos políticos que habían pasado y seguirían pa
sando por aquel tenebroso lugar. Me sonreí con la puesta por
un señor de leyenda que decía: “ Aquí estuvo el indomable
Meyer Aragón” . Después me enteré que en esa misma celda
pasó muchas semanas preso, años atrás, el ex-presidente En
rique Hertzog.
Ingresamos al “ Guanay” en fila de a uno y tomándonos
de la mano, pues nos habían manifestado que debíamos tener
cuidado al andar por el piso de la planta alta que estaba en
mal estado y con muchos huecos peligrosos. No había luz,
andábamos a tientas. Un momento de esos sentí un tirón
y el amigo que venía detrás mío desapareció dando un grito.
Cayó por uno de los huecos a la planta baja y allí quedó
quejándose. Luego supe que se trataba del ex-cadete Carlos
España S., a quien subieron luego todo magullado.
Había en el “ Guanay” presos políticos antiguos, la ma
yoría de los cuales estaban encerrados con llave en sus celdas.
Otras celdas no tenían puertas. En estas nos ordenaron que
nos acomodáramos.
Cuando los agentes se retiraron y nosotros a tientas tra
tábamos de ponernos cómodos, nos habló uno de los presos
antiguos y nos dio su nombre, era el coronel de ejército Lu
cio Luizaga, a quien inmediatamente reconocí por haber sido
— 74 —
mi comandante en el Regimiento 2 de Caballería, en Robo
ré, 19 años atrás. Nos abrazamos con afecto.
Amaneció; las celdas fueron abiertas a las 7.30. Los
antiguos presos salieron en busca nuestra para ver si entre
los nuevos estaba su padre, su hermano, su hijo o algún pa
riente o amigo. Con el primero que hablé fue con el ex
vicepresidente de la república don Julián Montellano, a quien
no conocía, pero que se había enterado de las torturas a las
que había sido sometido. Sus palabras me hicieron mucho
bien. Era un hombre de sentimientos. Le hice una pregun
ta indiscreta: “ ¿Por qué, doctor Montellano, usted se encuen
tra aquí, habiendo sido “ compañero” de Paz Estenssoro y
vicepresidente en el primer gobierno del M .N .R .?”
— Sí, en efecto, yo fui vicepresidente en tiempo de Vi-
llarroel, pero era nacionalista y no comunista ni sinvergüen
za como Paz Estenssoro, me respondió. Y en su cara cansa
da se pintaba una gran amargura.
A las ocho nos metieron el desayuno el cual consistía
en un jarro de infusión de “ sultana” sin pan. La “ sultana”
es, pese a su nombre de resonancias orientales, simplemente
la cáscara del café.
A las 9 de la mañana el doctor Montellano nos dijo:
“ Hoy es el día de la patria, 6 de agosto. Cantemos el him
no nacional. Hicimos un callejón de dos filas a todo lo lar
go del estrecho corredor y cantamos nuestro himno. Jamás
había sentido una emoción tan grande como aquel día. Mu
chachos de 15 años y viejos de más de 70, ex-ministros, ex
militares, intelectuales y trabajadores manuales, unidos en el
dolor y en el amor a la patria, festejábamos “ la libertad de
nuestra patria” . Por doquier que dirigiese mi mirada, com
probaba que, lo mismo que yo, estaban todos, derramando
lágrimas.
— 7 5 —
¡Libertad de Bolivia! Era un verdadero sarcasmo del
destino. ¿De qué libertad podía hablarse en ese momento?
Nuestros antepasados lucharon 15 años para legárnosla y no
sotros por defenderla estábamos encarcelados. Por mantener
nuestros principios y tradiciones estábamos al margen de la
sociedad.
En el “ Guanay”, habían más ex-militares que civiles y
no dejó de llamarme la atención el comprobar que habían
también muchos ex-colaboradores del gobierno Villarroel-Paz
Estenssoro. Entre ellos por ejemplo, estaba el coronel An
tonio Ponce Montán, ex-ministro de Obras Públicas y Co
municaciones y otros más. Todos ellos me dieron la misma
respuesta que me dio el doctor Montellano: Eran nacionalis
tas pero no comunistas y ese era su crimen. Me dijeron tam
bién que su ex-colega Paz Estenssoro siempre fue un extre
mista y que a no mediar la intervención de Villarroel y la
de ellos, en el primer gobierno del M.N.R., ya habría co
metido los crímenes que ahora comenzaba a cometer. Co
menzaba . . .
76 —
El gobierno, con sus prácticas de terror ya conocidas,
trató por todos los medios de intimidar a los universitarios.
Los presionó en toda forma y sus agentes secretos, que ha
bían formado la llamada “ avanzada universitaria del M .N.R.” ,
cometieron muchos desmanes y asaltos. Pese a esta maqui
naria de fuerza se efectuaron las elecciones en las que la fór
mula pro-falangista triunfó abrumadoramente.
Al conocer la derrota, el gobierno mandó fuerzas a la
Universidad y los milicianos profanaron aquel recinto sagra
do ocupándola con la ayuda de los agentes del Control Polí
tico comandados por Claudio San Román, Alberto Blumfield,
Adhemar Menacho. Todos ellos se dieron a la tarea de apre
sar a los jóvenes universitarios. Fueron apaleados allí mis
mo y conducidos directamente al Panóptico.
Cayeron en las garras del Control Político moros y cris
tianos. Voy a describir un caso que movería a risa si el
actor no hubiera padecido seis meses de reclusión en el cam
po de concentración de Corocoro y un sinnúmero de vejáme
nes a su dignidad.
El universitario Dix Anda, extranjero e hijo del Cónsul
de Bélgica, por su condición de tal, no militaba en ningún
partido. Todos los días acostumbraba recogerse a su casa y
para ahorrarse unos pesos en movilidad pedía, haciendo seña
con el dedo a los que pasaban en sus autos particulares,
que lo llevaran. Era un “ auto stop” . Esa tarde, según nos
contó Dix pasó una camioneta y en ella distinguió a varios
amigos. Corrió tras la camioneta pidiendo a sus ocupantes
que la hicieran parar para que lo llevaran. “ La camioneta
paró en la siguiente esquina, a donde llegué cansado, nos de
cía, y me subí a ella. Me sorprendió ver gente armada y a
mis amigos, que siempre acostumbraban hablar a gritos, mu
dos como ostras. Se puso en marcha la camioneta, y recién
me di cuenta de lo que se trataba. Quise bajarme pero no
77 —
me dejaron y aquí me tienen ustedes preso como un idiota
y sin saber siquiera lo que es política. Espero aclarar mi si
tuación y que me pongan en libertad más tarde.”
El atribulado muchacho fue ignorado por las autoridades
que ni siquiera lo interrogaron. Su padre trató por todos
los medios de conseguir su libertad. A los pocos días fue
llevado al campo de concentración, donde estuvo seis meses,
con el consiguiente perjuicio de haber perdido un año de es
tudio.
Como este caso podían citarse muchos. Algunos de
aquellos chicos nada sabían de política. Su delito era tener
un padre del anterior régimen o ser anti-comunista.
Lo que hizo el gobierno con la Universidad Mayor de
San Andrés lo hizo con todas las universidades de la repúbli
ca. La revolución nacional perjudicó a toda una generación
que era la esperanza de la patria. En estos siete años, muy
pocos son los universitarios que han podido obtener una pro
fesión. Su mayoría de edad la cumplieron en las mazmorras
o los campos de trabajo forzado. ¿Puede la cultura univer
sal y la civilización perdonar este crimen?
E L PODER JU D IC IA L
— 78
vera, al coronel “ Mono” Costa y muchos otros amigos, los
cuales eran metidos, de a cuatro, a las celdas pequeñas y en
cerrados con llave. Se les puso centinelas de vista. Uno de
esos militares fue reconocido por el cadete Téllez y comenzó
a gritar: “ Téllez Judas. . . Téllez Ju das” . Todos nosotros co
reamos pues se trataba del traidor militar que fue contra su
institución el 9 de abril de 1952, entregando el arsenal a los
revolucionarios de Siles. Su hazaña fue premiada por Siles
nombrándole Jefe de la Casa Militar. Luego el infeliz, al
darse cuenta de que el gobierno de Paz Estenssoro era comu
nista, trató de hacerle la revolución el 6 de enero de 1953,
y desde entonces se encontraba en la cárcel.
Desde la reja un agente gritó: “ Téllez” . El cadete de
ese apellido corrió hacia la reja donde el agente le hizo en
trega de dos paquetes de cigarrillos Derby y un papel en el
cual puso el “ recibí conforme” . Regresó y nos dijo que no
sabía quien le mandaba los cigarrillos, pero que presumía eran
para el “ Judas Téllez” y que por lo tanto, habiendo sido
comprado con dineros del estado, no era delito que los pre
sos los fumasen. Repartió los cigarrillos y todos nos reímos
por la argucia del simpático muchacho.
Estaba también preso don Juan Gamarra, rico industrial
de más de sesenta años. En la “ Sección Mujeres” se encon
traba, desde mucho tiempo atrás, su hijo José Gamarra Zo
rrilla. Fue una agradable sorpresa para el señor Gamarra el
mirar, aunque fuese de lejos, a su hijo. El dolor de ese pa
dre lo comprendimos todos los que estábamos a su lado y tra
tamos de darle ánimo. Pidió don José María, todo atribu
lado, a los agentes que le permitieran abrazar a su hijo. No
se lo permitieron y tuvo que consolarse con hacerle algunas
demostraciones de afecto con la mano a la distancia.
El motivo de aquella concentración de los presos políti
cos tenía por objeto ocultarnos a la “ visita general de cárcel”
— 7 9
que ese día efectuaba el Poder Judicial. Por mandato de
nuestras leyes, los jueces deben visitar todas las diferentes
secciones del penal y ver y oír a cada uno de los presos o de
tenidos. Con una complicidad asquerosa, los jueces aque
llos, que el pueblo pagaba para que administren justicia y
que sabían perfectamente que había un lugar llamado “ Gua
nay”, atestado de presos políticos, pasaron de largo. Tres
cientas personas sufrían allí y sin embargo, pese al pedido
de nuestras familias, no fueron capaces de requerir que fué
ramos presentados para ejercitar nuestro derecho de defensa.
Los maldecimos entonces no sólo desde el fondo de nuestros
corazones. Los habríamos escupido de cólera. Sin embar
go no había por qué extrañarse.
El gobierno de la revolución nacional, comenzó su obra
atacando y destruyendo todo lo que encontraba digno y pro
vechoso para la patria. Liquidó pues también el Poder Ju
dicial y contrató a los más venales para jueces. Ni en la
época del tirano Melgarejo, se llegó a tanta iniquidad. El
cuerpo judicial de ese entonces, renunció e hizo dejación de
sus funciones cuando el déspota trató de imponerle sus ór
denes. Cien años más tarde, sus colegas, desde el presidente
de la Corte Suprema, Mario Aráoz, hasta el último juez, se
convirtieron en simples venales milicianos al servicio de la
tiranía y del comunismo internacional.
V ISITA D E M I FA M ILIA
— 80
nuestro cuarto hijo estaba muy demacrada. Olguita y Mari-
cita estaban más o menos bien, Carlitos era un pequeño ca
dáver. Pese a su corta edad, pues solo tenía un año, no me
desconoció.
La visita fue controlada por cuatro agentes, y las pocas
cosas que me llevaron de regalo fueron requisadas minuciosa
mente, incluso los panes, que eran partidos para ver si no
habían papeles o instrumentos cortantes. Lo irritante era
que en lugar de dejarnos hablar eran ellos, los agentes, in
trusos y mal criados, los que hablaban.
Mi esposa me informó del curso de mis negocios: deu
das que había que pagar y que no se habían cancelado y deu
dores que no querían cumplir porque querían aprovecharse
de mi situación. Ese era el cuadro desolador que se presen
tó a mis ojos.
Mis hijos me hablaban atropelladamente sobre sus mu
ñecas y la enfermedad de su hermanito. Fue una visita in
olvidable. Pero como no se trataba de torturas sino de mo
mentos placenteros los agentes la terminaron a los cinco mi
nutos. Besé con amor a mi mujer y a mis hijos; los estreché
entre mis brazos y les rogué que no llorasen, para que yo
quedara tranquilo. Se portaron valientemente y salieron son
riendo. Desde la reja me enviaron sus besos y agitaban sus
manitas. Se perdieron en el laberinto de la calle, mientras
yo volvía a las tinieblas de la incertidumbre.. .
— 81
de 1956. El segundo fue apresado en los primeros meses de
1953 y sólo fue puesto en libertad tres años después.
Paz Estenssoro y Siles Zuazo los temían y ordenaron a
sus torturadores oficiales, Gayán y San Román, que los tu
vieran bien guardados y no permitieran la fuga. Ambos es
taban encerrados en una celda de la planta baja. No se les
permitía salir de ella y el propio Gayán guardaba la llave y
venía una vez por semana a sacarlos al patio. Tenían pues
que hacer hasta sus necesidades corporales en el cuartucho.
Un día llegó Gayán con su ayudante, el teniente Tito
García, para sacar a ambos presos al sol. Salieron con la
altivez gallarda de nuestros militares del antiguo y querido
ejército. Miraron a sus carceleros con desprecio y se acer
caron a la única pileta de agua helada, donde hicieron su
higiene. Luego un poco de ejercicio gimnástico y varias
vueltas al patio. Los de arriba los mirábamos con simpatía
y todos hubiéramos querido charlar con ellos. Un momento
en que desapareció Gayán, el teniente García nos dijo si algo
queríamos regalar a los coroneles lo podíamos hacer. La in
sinuación no cayó en saco roto y les enviamos lo poco que
teníamos. Yo le tiré al coronel Loayza unos naipes viejos y
dos velas. Nos agradecieron emocionados.
Parecían estar gordos, pero la palidez de sus rostros
decían bien a las claras que en realidad estaban hinchados.
El recreo duró exactamente una hora. Regresó Gayán y los
cuatro cautivos fueron vueltos a la celda y encerrados con llave.
— 8 2 —
Allí me recibió el ex-mayor de carabineros y reo común, Fi
del Salazar, quien me manifestó que Gayán quería hablar con
migo por teléfono. Me dio un vuelco al corazón, pues pre
sentía que se trataba de las armas que me habían quitado,
asunto sobre el cual no me preguntaron ni en las torturas
ni en el interrogatorio que me habían hecho.
Mientras esperaba, me puse a pasearme nerviosamente
en la gobernación. Cual no sería mi asombro al ver que en
el cuarto que daba al lado estaba un capitán de carabineros
apellidado Tapia, que se encontraba preso con nosotros pero
que en ese momento se hallaba sentado detrás de una máqui
na de escribir y tecleando muy contento. Se acercó a mí
y muy nervioso me dijo que lo habían obligado a escribir su
indagatoria. Si aquello hubiera sido cierto no tenía porque
darme explicaciones. Luego supe que era tenido por “ buzo”
o “ chivato” , que era el nombre que dábamos a los espías
del gobierno.
Sonó el teléfono y Salazar atendió. Era Gayán a quien
comunicó que yo me encontraba presente. Me pasó el auri
cular y oí la voz del verdugo: “ Oiga Landívar, me dijo, le
doy 24 horas para que declare usted la verdad y no el mon
tón de mentiras que aparecen en sus declaraciones. No jue-
que usted con mv paciencia. Haga memoria y escriba su
confesión usted mismo; ordenaré al gobernador que le entre
gue papel y lápiz. Necesito para mañana mismo sus declara
ciones. Deseo además que me indique usted la dirección de
su cuñado Luis, dónde vive y si lo puedo encontrar hoy
mismo” .
Me puso en aprietos, pues yo no conocía el nombre de
la calle donde vivía mi cuñado con quien mis relaciones eran
muy tensas. Así se lo manifesté. No temía que Gayán lo
buscase para apresarlo pues pertenecían a la misma agrupa
ción.
— 83 —
Gayán hecho una furia me dijo: “ Dígame pronto donde
vive y no tema, que no es para tomarlo preso” . Insistía que
ignoraba el domicilio pero le dije que podía darle algunos da
tos por los cuales podía llegar a la casa que buscaba y así
lo hice.
Terminó Gayán su perorata con un: “ Carajo! Ya sabe
usted lo que le espera. No crea que me olvidado de usted,
lo tengo muy presente y mañana voy a ajustar cuentas con
todos los de allí. Vaya a dormir y que me hable el gober
nador".
Pasé el auricular al gobernador Salazar, y mientras éste
hablaba no podía salir de mi asombro e indignación. ¿Pero
qué podía hacer? Estaba en manos de ellos y lo mejor era
hacerse el tonto.
Sin pedir el papel que me indicó me daría, me retiré de
la gobernación acompañado del mismo agente Guerra.
— 84 —
Comenzó la lista y el penúltimo de los nombrados fui
yo. Inmediatamente doblé mis frazadas pues no tenía col
chón y tomé una botella “ termo” que contenía café. Fui
mos saliendo guiados por Gómez y llegamos a la Capilla don
de ya se encontraban otros presos de las otras secciones. Era
mos en total cincuenta. Mientras esperábamos las órdenes,
me arrodillé y recé un rosario pidiendo a Dios protección
para los míos. La oración en esta, como en otras ocasio
nes, me servía para darme fuerza espiritual.
A la una de la madrugada llegó el Jefe de Control Po
lítico, Claudio San Román y el jefe de la Sección Segunda
Luis Gayán Contador. Se nos ordenó formar filas de a dos.
Así comenzamos a salir a la calle donde nos esperaban dos
camiones grandes y muchos vehículos pequeños. Subimos a
los camiones empujados por los carabineros, que se compla
cían al vernos caer con nuestros bultos. Nos apiñaron co
mo si fuéramos ganado. En cada camión ingresamos 25 y
otros tantos agentes y carabineros que iban como custodias.
Se dio la orden de partida. En cuanto arrancaron los camio
nes alguien entonó el Himno Nacional, que todos coreamos.
Se nos quiso obligar a callarnos pero no obedecimos. Luego
los falangistas entonaron sus canciones partidarias y partieron
dando vivas a su jefe, don Oscar Unzaga de la Vega.
Más o menos a las tres horas de viaje una de las llantas
del camión se reventó y tuvimos que esperar auxilio. No
se nos permitió bajarnos del vehículo y permanecimos así
acurrucados y helándonos de frío con el viento cortante de
la pampa. Comenzó a nevar copiosamente. Me serví el ca
fé que tenía en el termo e invité a algunos amigos. Era tan
poco el café ¡y nosotros tantos!, que nos tocó escasamente a
un trago. Recién al tomar el cafecito, Hugo Castedo Ley-
gue, se dio cuenta que su dentadura postiza la había dejado
en su “ velador” en el Panóptico.
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Amaneció, una capa de nieve nos cubría la cabeza y los
hombros. Nuestros cuerpos estaban entumecidos por el frío
y por la falta de movimiento. Me atormentaban los calam
bres.
A las 6 de la mañana llegó el auxilio y recién nos per
mitieron bajar del camión. Los soldados nos rodearon apun
tando sus armas que tenían bala en boca. Para entrar en
calor comenzamos a hacer ejercicios violentos. La pampa
era una sola sábana blanca. El amanecer fue grandioso por
su paisaje. La sorpresa que sentimos al presenciar la salida
del sol nos hizo lanzar gritos de admiración.
Cambiada la rueda pinchada, nos ordenaron embarcar.
No tuvimos ningún otro percance, hasta llegar a Corocoro a
las 4 de la tarde. Cantamos el Himno Nacional al entrar
al penal y nos respondieron los presos desde dentro del cuar
tel. Dimos mueras al gobierno y muy especialmente a Paz
Estenssoro y Siles Zuazo.
Custodiados, nos hicieron ingresar al cuartel. La facha
del gobernador era impresionante. Era el prototipo del ma
tón. Era un teniente de carabineros que había tenido gran
participación en los asesinatos del 20 de noviembre de 1944.
El gobierno de Paz-Siles había sido muy hábil para escoger
a sus colaboradores, pues convirtió en verdugos nuestros a
los presos comunes más perversos y obsecuentes. Se valió
de los hombres con más instintos criminales desde su naci
miento, como este sujeto, que respondía al nombre de Car
los Rivero alias “ el tuerto” .
El gobierno de la revolución nacional, convirtió el anti
guo cuartel del regimiento “ Pérez”, de Corocoro, en campo
de concentración, donde eran llevados los anticomunistas que
caímos presos por nuestro amor a la patria. Este cuartel
constaba de tres cuerpos. A los presos se nos metió al de en
medio. Trescientos hombres fuimos obligados a habitar cin
86 —
co cuadras, tres grandes y dos pequeñas. Una sola pileta
nos surtía de agua la cual llegaba entre las 11 y 12 de la ma
ñana pues debido al frío recién a esa hora se descongelaba
el caño. Era por lo tanto un verdadero problema la higiene
y vislumbramos que nos sería imposible bañarnos todo el
cuerpo.
Después de haber sido requisadas nuestras pertenencias
y bolsillos nos indicaron que nos ubicáramos donde mejor
pudiéramos. Una vez libres nos abrazamos con los amigos
que allí ya se encontraban. El primer abrazo que recibí fue
el de mi condiscípulo Marcelo Tercero Banzer. Luego se
me acercó un señor gordo a quien reconocí porque desde ha
cía muchos años me debía diez mil bolivianos y me dijo:
“ Yo a usted lo conozco” . A lo que respondí: “ Claro que
me conoce, mi amigo, y ahora no podrá huir y me pagará
lo que me debe” . La carcajada fue general. Este señor res
ponde al nombre de Carlos Ferreira, hombre de pésimos an
tecedentes. Siempre que lo encontraba en la calle y trataba
de cobrarle me sacaba revólver o cuchillo y de esta manera
su negativa a conversar me obligaba a optar por la retirada.
Ahora lo tenía frente a mí. ¿Era un preso político?
Ferreira, me manifestó que como no podía pagarme me
iba a hacer un favor: “ Le voy a buscar un lugar macanudo
donde duerma usted”. Acepté la oferta y lo acompañé. El
sitio no me pareció malo, además no era posible encontrar
allí una pieza con baño individual. Nos pusimos de acuerdo
con Jorge Núñez del Prado y Dix Anda para dormir los tres
juntos, pues yo quería aprovechar los colchones de ellos, a
lo que accedieron muy gentilmente.
Llegó la noche. ¡Terrible primera noche de pánico, te
rror y angustia en un campo de concentración del M.N.R.!
Los mineros tenían por costumbre ir al cuartel y lanzar
cargas de dinamita para aterrorizar a los detenidos. Los es-
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trucndos eran ensordecedores y los pocos vidrios que ya que
daban en las ventanas saltaban hechos astillas noche a noche.
Esta angustia duraba hasta el amanecer. El único que no des
pertaba para nada era Ferreira, que tenía como apodo el
sobrenombre de “ Lonabol” . Jamás creí encontrar a un ser
humano que durmiera tan pesado y roncara tanto. Parecía
un motor de un camión enfangado.
A las siete de la mañana se nos obligaba a levantarnos
y a las 7.30 se nos daba un jarro de “ sultana” , sin pan. A
las 8.30 debía estar todo el cuartel completamente limpio.
No se permitía el ingreso a nadie a las celdas durante el
día. Teníamos que permanecer en el patio soportando el
viento frío y cortante de las llanuras de Pacajes.
A las 12.30, se nos servía un plato de ‘Tagua” prepara
da por los mismos presos. Era obligatorio servirse esa ba
zofia o en caso contrario se corría el riesgo del castigo per
sonal. El jefe de cocina, un señor Navarro, se convirtió en
un verdadero zar. Se robaba las pocas papitas que le daban
para el rancho y de escondidas con sus compinches se las
comían.
A las 6 de la tarde se nos servía otro plato de la misma
lagua asquerosa e insípida, de maíz picado.
A las 7 de la noche, se nos daba un puñado de coca por
los encargados de esta repartición, Antonio Castellanos y N.
Montero. Por adquirir este puñado de coca en mas de una
ocasión vi lanzarse puñetazos. Según decían, masticando las
hojas de la coca se pierde el hambre y se duerme bien. Eran
dos ventajas en ese momento, sin embargo jamás pude apren
der a masticarlas pero las recibía para regalarlas a cualquier
amigo.
A las 8 de la noche, el gobernador pasaba lista y se nos
ordenaba ingresar a las cuadras, donde luego nos echaban
llave. Antes de ingresar a las cuadras, los más de los pre
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sos nos parábamos frente a un cuadro de Nuestro Señor y
rezábamos. No faltaban los ateos que se hacían la burla,
no les hacíamos caso. Ellos también eran incluidos en nues
tras oraciones.
La segunda, tercera y cuarta noche, fueron de continuo
terror, pero conforme iba pasando el tiempo nos fuimos acos
tumbrando.
El gobernador, el famoso “ Tuerto Rivera” , había reci
bido la orden de “ sentar la mano” a los presos y el gobierno
le prometía, en cambio de su brutalidad, su ascenso a capi
tán. No trepidó pues en ganar su grado lo más rápido po
sible, sus abusos se fueron multiplicando y ya causaba terror
la llegada de la noche. Así, una de esas noches inolvidables
por lo bestial, ingresó a las cuadras con sus agentes habitua
les y otros llegados de La Paz que nos obligaron a ponernos
de pie en el sitio donde nos encontrábamos y él con sus se
cuaces comenzó el saqueo de los escasos billetes que tenía
mos. Luego comenzó a quitar los anillos de matrimonio y
todo cuanto de valor encontraban. Hubieron presos que se
quedaron incluso sin pantalones. Al saqueo se agregaron los
insultos y patadas que nos daban. Se nos tuvo de plantón
hasta que amaneció.
A la noche siguiente, Rivera sacó dos presos de cada cua
dra, en total diez. Tengo presente a algunos, a Marcelo Ter
cero Banzer, Raúl Bosch, Carlos Ferreira y sin causa ni mo
tivo alguno, a empellones, los puso de plantón y se fue al
pueblo. De allí regresó a la madrugada, acompañado por
una veintena de mineros alcoholizados y armados. Sacó a
los presos que estaban plantoneando desde hacía cuatro ho
ras y dirigiéndose a los mineros les dijo: “ Compañeros, aquí
les entrego a estos sirvientes de los barones del estaño que
tanto los han explotado a ustedes, venguense y cuélguenlos;
nada teman, háganse justicia por sus propias manos” .
— 8 9 —
Ferreira perdió los estribos y se arrodilló ante los mi
ñeros y juntando las manos les imploró clemencia. No sa
bía lo que hablaba y en su confusión y espanto sólo atinaba
a decir: “ Por favor no me maten, soy madre de cinco ni
ños” . El hombre no trataba de hacer comedia porque la
cosa iba en serio. Se creyó incluso traicionado por el gober
nador, a quien servía de soplón. Los mineros miraban a
aquellos hombres con ojos asesinos, pero no se animaban a
lanzarse sobre ellos.
Tercero Banzer les habló a los mineros con calmado va
lor y les manifestó que ellos no eran asesinos de los mineros
y que nada tenían que hacer con los barones del estaño; que
hacía mucho tiempo estaban presos sin proceso y arbitraria
mente. Que ellos, los mineros, no debían aceptar volverse
asesinos, matando a gente indefensa. “ ¿Les gustaría a us
tedes que mañana los maten y dejaran a sus hijos huérfa
nos? El gobernador está borracho, — prosiguió firmemente— ,
y mañana cuando le pase la “ mona” y compruebe el crimen
cometido por ustedes tengan la seguridad que él mismo los
tomará presos y los remitirá a La Paz” . Las palabras sere
nas de Marcelo tuvieron el mágico efecto de ablandar aque
llos endurecidos corazones. Luego tomó la palabra el que
parecía ser dirigente de aquella pobre gente engañada y ex
plotada y dijo: “ No teman nada, que nada les pasará, pues
como bien dice usted ninguna cuenta tenemos con ustedes y
si el gobierno tiene algo que cobrarles que lo haga. Noso
tros no mancharemos nuestras manos con sangre de gente in
defensa. Les prometemos inclusive que no habrán más di
namitazos” . Le estrechó la mano y se marcharon. Todos
los presos nos reconciliamos con estos hombres engañados
pero buenos en el fondo.
Un oficial que presenció esta escena, metió a los asusta
dos muchachos nuevamente a sus celdas. Al día siguiente
— 9 0 —
de este drama frustrado, este mismo oficial nos contó el in
cidente.
El día 6 de septiembre me tocó cumplir mis 33 años,
solo y bastante abatido. Grande fue mi sorpresa al medio
día al ser llamado a la prevención, donde me dijeron me es
peraba una visita. Me sacaron fuera del cuartel y allí, al lado
de un jeep, y con sus hermanos, estaba mi señora. Me aver
goncé por lo mal vestido que yo estaba, con la barba creci
da, la cabeza con inmensa melena y lleno de piojos. La
abracé con ternura y agradecimientos. La pobrecita, pese
a estar en los últimos meses de embarazo, no se había olvida
do de mi cumpleaños y allí la tenía muy cerca de mí. La
acosé a preguntas sobre mis hijas y en especial sobre Carli-
tos y su respuesta fueron las lágrimas. Entre sollozos me
dijo que continuaba grave, pero que Dios solo salvaría. Gra
cias a que mi señora fue con sus hermanos, que pertenecían
al gobierno, la entrevista fue relativamente larga, pues nos
permitieron estar cuarenta minutos. Naturalmente no se nos
dejó solos y el “ tuerto” Rivero intervenía a menudo en nues
tra charla como si fuera un viejo amigo y no un vulgar tor
turador. Con mi señora también fue a visitar a su esposo la
señora de Jorge Núñez del Prado. Mis hijas me mandaron
un riquísimo pato con arroz. ¡Mi plato favorito! y hábilmen
te preparado por mi esposa.
El gobernador anunció el fin de la entrevista y a pedido
de mis cuñados nos concedió diez minutos más. Minutos
aquellos que aproveché para seguir hablando con mi señora
sobre tanta cosa relativa a nuestros hijos, a ella y a nuestra
casa. Le rogué que se cuidase y que tuviera fe pues Dios no
me había abandonado hasta ahora y que seguiría protegién
dome después. Le dije que pronto saldría en libertad. So
bre nuestro Carlitos le hablé con tal seguridad de su mejoría
que yo mismo me asombré de mi fe. Nunca, ni en las horas
9 1 —
más trágicas o en las alegres, me había olvidado de Aquél
que todo lo puede y sabía que no me dejaría perecer.
Ingresamos con Jorge al cuartel llenos de regalos que el
gobernador, por primera vez, no nos robó. Preparamos un
banquete e invitamos a algunos amigos a festejar mi cumple
años. Un indiecito, Chipana, que dormía muy cerca de no
sotros me regaló un cenicero de barro que acababa de termi
nar, con su leyenda sobre el campo de concentración y la
fecha. Guardo este regalo entre los más preciados recuerdos
de la prisión.
LA CRUZ RO JA INTERNACIONAL
— 9 2 —
Llegó el tan esperado día, la nerviosidad nos tenía como
sobre ascuas. La primera movilidad llegada de La Paz fue
con agentes del Control Político a cargo de Henry, que lle
gaban como refuerzos ante posibles disturbios.
En dos vagonetas, llegaron los gringos, gringas y na
cionales de la tan cacareada comisión “ internacional”. Co
menzaron su obra benéfica y humana conversando con el go
bernador y el médico Lino Estenssoro. Reían como si estu
vieran en un circo. No había en aquellos personajes que
debían cumplir una misión tan benéfica como humanitaria nin
guna dignidad.
Se acercaron a la enorme reja de fierro y se pusieron a
mirarnos como si los allí concentrados, fuéramos animales de
un zoológico. El doctor José Espinoza, un médico cautivo,
solicitó que se le permitiera charlas con la comisión pero no
se le permitió. Los comisionados extranjeros se quedaron
tan frescos ante la negativa como si nada hubiera pasado.
Nosotros allí adentro, conteníamos nuestra cólera ante
tamaña infamia. Que los bolivianos se prestaran a una far
sa de esta naturaleza pase, lo comprendíamos, pero no podía
mos explicarnos que los extranjeros soportaran esta barbarie.
Era inaudita su obsecuencia ante los verdugos.
La realidad nos demostraba allí con dolor, que también
los gringos sabían vender sus conciencias y que no vacilaban
en escudarse en una institución sagrada por sus principios
cristianos para ayudar con su complicidad a mantener la im
punidad del gobierno. ¡Cómo quisiera conocer los nombres
de esa gente! Los publicaría a fin de enrostrarles personal
mente su cobardía para vergüenza de sus hijos.
Terminada la “ inspección” , la “ benéfica” e hipócrita co
misión regresó a La Paz a dar su informe, en el cual se decía
haber examinado a todos los presos los cuales se encontraban
9 3 —
absolutamente bien, que la comida era excelente y que nin
gún mal trato se nos dispensaba.
¿Cuántos dólares costó al gobierno ese informe? ¿Quié
nes fueron los canallas que hicieron escarnio de nuestros su
frimientos?
Los señores y señoras de esa comisión no conversaron
con ninguno de los presos. Los únicos que hablaron con
ellos fueron los agentes del gobierno es decir el gobernador
y el ignorante, zafio y perverso médico Lino Estensso-
ro. Las proezas de este individuo no terminan aquí. Ya
contaré después cómo era capaz de llegar al crimen por ga
nar el favor de su “ primo Víctor”, parentesco que no dude
existía. Los dos primos eran dignos el uno del otro.
— 94 —
El “ Tuerto Rivero”, nuestro jefe del campo, fue anoti
ciado de la cacería de cerdos y se hizo presente en el lugar
de los hechos. No se enojó y aplaudió mas bien la hazaña
y regaló una bolsa de maíz para preparar el “ mote” . Se en
contraba feliz por haber conseguido su ascenso. Nos mostró
un telegrama de su ministro donde le hacía conocer que el
gobierno le había ascendido por sus “ eminentes servicios” .
Nos ordenó que en lugar de llamarlo teniente desde ese mis
mo momento se lo llamase capitán.
Al día siguiente nos servimos el fricasé que resultó es
caso para más de trescientos presos. El que más comió fue
el gobernador. Pero al final de cuentas saboreamos todos si
quiera un pedazo de carne bien preparada después de mu
chos meses.
Aún no habíamos terminado de comer los chanchitos
cuando sentimos bulla en la reja. Se trataba de los indios
dueños de los animalitos que venían a cobrar. Los atendió
el gobernador y arbitrariamente trató de azotarlos, amenazán
dolos con aprenderlos a ellos también. Tuvieron que inter
venir algunos de los presos para que no los ultrajasen. Des
graciadamente no podíamos pagar y nos quedamos con cierta
pena. . .
— 9 5 —
hicieran sus necesidades corporales. El gobierno de la “ re
volución nacional”, también estudió este detalle íntimo para
ensañarse con sus víctimas.
Dos veces al día, a las 12 y a las 5 de la tarde, se nos
sacaba en grupos de 20 personas. Antes de salir nosotros,
se mandaba al campo raso, a unos quinientos pasos del cuar
tel, a 40 soldados muy bien armados y con bala en boca,
que rodeaban un círculo en el cual teníamos que sufrir aque
lla afrenta cruel de obedecer la voz de mando: “ uno”, era
para bajarse los pantalones; “ dos”, para ponerse en cucli
llas y cuando el verdugo terminaba de contar veinte, tenía
mos que estar de pie con los pantalones ajustados y luego
la orden: “ adelante, carrera, mar” . . .
Los oficiales y soldados gozaban con aquel espectáculo
repugnante. Nos apuntaban y nos insultaban con palabras
soeces. En varias oportunidades, cuando el deseo de esos ca
nallas de reirse de sus víctimas era muy grande no vacilaban
en disparar sus armas a muy corta distancia de nosotros, con
el consiguiente pánico que eso nos ocasionaba y por supues
to, teniendo que ir de un lado para otro con los pantalones
a medio caer. Era imposible guarecerse detrás de nadie, era
un peladar donde no se veía una sola rama. El gobierno
había sabido escoger muy bien el sitio.
No era posible rehuir a este acontecimiento; todos tenía
mos que salir al servicio todos los días, las dos veces, aun
que no quisiéramos. Paz Estenssoro-Siles Zuazo, así lo ha
bían dispuesto y nosotros teníamos que hacer aquello en su
honor. Estaba completamente prohibido salir al servicio a
otra hora. Y muchos pobres enfermos tuvieron que pasar
más de una vergüenza por ello.
— 9 6 —
E L M OTIN
— 9 7 —
do La Marsellesa y yendo hacia la reja. Marchábamos hacia
la muerte segura y estúpida.
Gracias a la serenidad de algunos presos de edad, se
pudo conseguir que aquella muchachada se contuviera sin
llegar a los hechos. Habría sido hacerse masacrar sin prove
cho alguno.
9 8 —
go con sal. Conminó a los huelguistas para que se comieran
el turril entero de la lagua y ante la tenaz negativa de éstos
los castigó con un “ chocolate” de una hora. El castigo del
“ chocolate” lo conocíamos desde nuestros días de cuartel.
Consistía, en esos tiempos, en obligar a los soldados castiga
dos a correr de derecha a izquierda, tenderse, levantarse y
volver a tender y levantarse, volver a correr así indefinida
mente hasta caer rendido. Se nos obligaba también a poner
nos de cuclillas con las manos en la nunca.
Ahora este “ chocolate” , era distinto, se ordenaba correr
y los agentes corrían tras los presos dándoles con su cachi
porras, patadas y culatazos. Aquellos chiquillos en la debi
lidad en que se encontraban fueron cayendo desmayados uno
por uno. Estenssoro los fue reanimando para que siguieran
sufriendo y los volvió a la cuadra donde se encontraba el
gobernador. Ni con el castigo recibido claudicaron los va
lientes muchachos.
Entonces al médico Lino Estenssoro se le vino una idea
luminosa y diabólica y le habló en secreto al gobernador,
quien complacido asintió con la cabeza y dirigiéndose a esa
juventud, muy superior a él, le dijo:
— Como no quieren ustedes comer por las buenas, no
sotros los obligaremos a hacerlo por las malas. Esta riquí
sima lagua, se las vamos a poner en “ enema” , pero para que
resulte más sabrosa, ya que está un poco salada, le agregare
mos algo de “ ají” . Prepararon la lavativa y le agregaron
el ají.
Los muchachos creyeron que se trataba de una simple
amenaza y se sonrieron. Pero aquello no era una broma y
para probarlo, el tuerto canallesco, tal aconsejado por el mé
dico, escogió como a su primera víctima al sobrino de éste,
Raúl Bosch, quien fue agarrado por los agentes, desnudado
en el suelo y así, por la fuerza, entre risotadas del goberna
— 9 9 —
dor y el médico, recibió su enema. El criminal acto fue
presenciado por aquellos valerosos muchachos, quienes antes
de sufrir todos la afrenta y el dolor de su amigo, así tratado,
tuvieron que romper la huelga y servirse aquella lagua cruda
e insípida.
El “ humanitarismo” de este médico ya era conocido
por nosotros por una hazaña anterior.
Fueron llevados al hospital del pueblo cinco enfermos y
él debía atenderlos. Una noche, llegó borracho al hospital
acompañado de varios milicianos armados y también alcoho
lizados. Sacó a los presos enfermos y los arrojó del hos
pital. Uno de los enfermos, el conocido comerciante don
Luis Canelas C., quiso reclamar por tan inhumano proceder
y la respuesta de Estenssoro fue correrlos a bala desde el hos
pital hasta el campo de concentración que se encontraba a
tres kilómetros del hospital. A raíz de este atentado murió
pocos después el anciano preso político, señor don Julio La
Mar.
— 1 0 0 —
Un grupo de señoras de los presos políticos visitó al
Nuncio, Monseñor Sergio Pignedoli, para exponerle sus que
jas y rogarle su mediación. Increíblemente, el representante
diplomático del más grande luchador anticomunista como fue
Pío X II, el discípulo de Aquél que dio su vida para evitar
injusticias, se negó a mediar. Las señoras se indignaron y
tuvieron un agrio cruce de palabras con el Nuncio. Al final
de la entrevista, las damas manifestaron al Nuncio que allí,
en la Nunciatura se quedarían desde ese instante y se decla
rarían en huelga de hambre. El prelado logró convencerlas,
las sacó de su casa pero se quedó después tan tranquilo.
Las señoras se trasladaron al Palacio de Justicia y en
viaron una comisión al Palacio de Gobierno para informar a
Paz Estenssoro que se declaraban en huelga de hambre como
protesta, hasta obtener la libertad de los presos políticos.
El sádico gobernante no las quiso recibir y les hizo decir
que fueran donde el ministro de gobierno Federico Fortún S.,
quien las recibió y escuchó, para luego manifestarles tranqui
lamente que el gobierno no pondría en libertad a nadie, y
agregó: “ Sepan ustedes señoras, que necesitamos más presos,
más presos. Pierden el tiempo en hacer huelga de hambre y
el gobierno no las ha de tolerar. Si hasta las 7 de la noche
ustedes no la suspenden tendrán que atenerse a las conse
cuencias.”
Prácticamente las echó de su despacho.
Las atribuladas señoras volvieron al local donde se en
contraban las huelguistas e hicieron conocer el fracaso de su
misión. Estas no se desanimaron y decidieron continuar la
huelga.
A las 8 de la noche llegó el jefe de Control Político,
Claudio San Román, con unos cincuenta agentes y entró al
lugar donde estaban reunidas las huelguistas, atropellándolas
y gritándolas, les decía:
— 1 0 1 —
“ Ustedes lo que quieren son hombres. Aquí les traigo
a estos muchachos potentes. Mírenlos y digan si les gustan” .
Y mostraban a sus agentes entre los que se encontraba un
sujeto de cara feroz y completamente desnudo.. .
Las indignadas señoras, aterrorizadas y humilladas solo
atinaban a huir antes de ser ultrajadas de hecho por aquella
turba de maleantes. Era la respuesta “ revolucionaria” de
Paz Estenssoro-Siles Zuazo a la solicitud de libertad inter
puesta por nuestras familias.
La revolución nacional seguía su marcha.
EN LIBERTA D
— 1 0 2 —
libertad. Pero he resuelto al mismo tiempo, y eso para su
bien, hacerle una buena despedida para que se acuerde de los
campos de concentración y no vuelva a meterse en conspira
ciones. Unos cuantos latigazos no le caerán mal. Vaya us
ted y arregle sus cosas y venga de inmediato. Cuidado con
estar recibiendo cartas o papelitos. — Ordenó a un cabo que
me acompañase y me vigilara.
Salí de la prevención cavilando y me estremecía pensan
do en la “ cordial” despedida que me daría este bárbaro.
La noticia de mi libertad corrió de boca en boca y to
dos mis amigos me acosaban con mensajes para sus familias.
Jorge y Dix, mis inseparables amigos, con los cuales compar
tí el suelo que nos servía de cama, me ayudaron a juntar mis
“ pilchas” y hacer con ellas un solo bulto. Saqué los pocos
pesos que me quedaban y se los entregué a ambos. Nos
abrazamos y luego vino una interminable cadena de abrazos
de despedida y de votos y encargos hasta llegar a la pre
vención.
El gobernador en persona hizo la revisión de mis cosas
y el cabo me registró a mí personalmente y permitió que
sacase el cenicero con leyenda que me habían regalado el día
de mi cumpleaños. Terminada la revisión, el gobernador,
sin darme felizmente la paliza ofrecida, me indicó que lo si
guiera. Salimos del cuartel y agitando las manos me despedí
de mis amigos que quedaban, solo Dios sabe hasta cuándo,
esperando la ansiada libertad.
Conforme me iba alejando con mi bulto al hombro, me
hacía esta reflexión: “ Que yo, culpable, pues lo era, salía en
libertad por mi fe y por haber sabido negar mi culpabilidad,
mientras allí en el campo quedaban, muchos inocentes, que
permanecían por no haber sabido resistir a las amenazas y
golpes y por haber claudicado declarando culpas que no te
nían y que eran leves si existían. Otros, como mi joven ami-
— 103
go Dix Anda “ sin arte ni parte” en nuestras luchas patrióti
cas, quedaban en esa helada soledad sumido en una noche in
terminable de congojas.
Desperté de mis cavilaciones al llegar a la estación fe
rroviaria. El gobernador me deseó buena suerte y trató de
marcharse. Yo lo detuve y le pedí mi pasaje pues no me
quedaba ni un centavo. Con un carajo violento, me preguntó
si quería volver a la prisión, dio media vuelta protestando
y se marchó.
Una cholita que presenció aquello, me miró con lástima
y se fue. Al rato regresó trayendo un plato de comida y cua
tro huevos pasados por agua y me invitó para que me sirvie
ra. Comí con placer el fricasé con chuño que me ofreció.
Me pareció un manjar. Los huevos me los guardé para el
camino. Hablamos un poco, yo no tenía ganas de conver
sar y además mi interlocutora entendía muy poco el castella
no, pues ella hablaba de preferencia aymara y yo tampoco la
entendía. Le agradecí, le estreché la mano y me subí al tren.
No tenía conque pagar mi pasaje, pero eso no importaba;
de cualquier forma viajaría.
El tren se puso en movimiento, dejé mi bulto en el va
gón de segunda y corrí y me introduje a la locomotora donde
estaba el maquinista. Mi suerte estaba echada. A gritos
le hice entender mi aflictiva situación. Aquel buen hombre
que era sin duda de los nuestros, me permitió hacer el viaje
a su lado y así llegué a La Paz ese mismo día. En la estación
estaba mi esposa.
La naturaleza me dotó de una figura nada apuesta y al
salir de un campo de concentración, lleno de piojos, mele
nudo, barbudo y sucio, presentaba un aspecto estrafalario.
Sentía la mirada burlesca y de asco de cuantas personas me
cruzaban. En verdad yo parecía un pordiosero.
Nos abrazamos con mi esposa y le pedí que fuéramos
104 —
pronto a ver a mis hijos. Solo los que han pasado por el
trance de morir sin ver a los suyos imaginarán la ternura
conque besé a mis pequeños. En el dormitorio yacía mi
Garlitos en una carpa de oxígeno. Lo tomé en mis brazos,
me miró y se puso a llorar; mis lágrimas rodaron también
sin poderlas contener, mi mujer y mis hijas se abrazaron a mí
y juntos lloramos todos, pero esta vez de alegría. Esto me
hizo mucho bien.
Al día siguiente recibí unas líneas de Unzaga y García
felicitándome por mi liberación. Me comunicaban además
que mi tío, Rómulo Araño Peredo, fue el traidor que me ten
dió la celada. Asimismo me decían que si aquel volvía a bus
carme no lo rechazase y tratase mas bien de engañarlo, ha
ciéndole creer que ignoraba todas sus canalladas. Necesitá
bamos tener un traidor, para engañar al gobierno.
Araño Peredo no se hizo esperar y esa tarde fue a visi
tarme. Al abrazarme derramó algunas lágrimas de cocodrilo,
y me dijo: “ Conozco tu situación y vengo a ofrecerte un tra
bajo conmigo” . Yo acepté y desde el día siguiente fui a tra
bajar a su oficina. Deseaba vengarme y estando cerca de él
me sería fácil conseguirlo.
SEG U I CONSPIRANDO
— 105 —
p ¿»ración Minera a hacer entrega de dinero al empleado Hu
go Antezana. Un día me enteré del por qué de estas entre
gas. Araño Peredo tenía contrato con la Corporación para
la provisión de carne en las minas, pero para conseguir los
contratos y adelantos de dinero, tenía que entregar el 3%
de las ganancias al hombre que se lo facilitaba, que en este
caso era Antezana.
Un día, Araño me dio un cheque con el importe de la
“ coima” ; se lo llevé a Antezana pero éste no lo quiso recibir
y me exigió le llevase dinero en efectivo. No dudo que Ara-
no trataba de obtener, pagando con cheque, una prueba que
le serviría para un futuro chantage. No había que extrañar
te dada la calaña de los protagonistas.
— 106
que era imposible, ya que la persona que los había regalado
no estaba en la ciudad, pero le dije: “ Consiga un camión,
mañana podemos ir a buscarlo y pasado mañana volveremos
con la dinamita” . Me preguntó si tenía armas y le respondí
que sí. “ ¿Estaría usted dispuesto a actuar allí por su ba
rrio?” “ Claro que sí, respondí, estamos tardando demasia
do en hacerlo” .
Me citó para el día siguiente en el cine Monje Campero
y nos despedimos.
Al día siguiente, nos juntamos en el lugar señalado y
me dijo no haber conseguido la movilidad y me preguntó si
por lo menos le podía conseguir de inmediato siquiera un
cajón de dinamita. Le manifesté que sí porque yo tenia
unos pocos y esa misma tarde se lo entregué. Acordamos vol
ver a reunirnos en Obrajes el día 7 en la noche; como yo vi
vía allí, acordamos cenar juntos en casa.
Guillermo llegó a las seis a casa y me invitó a salir a
la calle y me dijo: “ Lleve a su hijo para despistar” ; así lo
hice. Nos fuimos directamente a Irpavi en una góndola, in
gresamos al Colegio Militar donde habló con un cadete be-
11 ¡ano que me presentó. Le dijo que quería que me cono
ciese y nos retiramos. Una vez en casa, nos encerramos en
un cuarto y me puso al corriente de lo que sucedería el día 9
a las siete de la mañana y lo que yo debía hacer con mi gru
po. Tenía que reforzar el ataque al Colegio Militar si los
cadetes leales no se rendían a los complotados. Me indicó
que Pancho, a quien no conocía, atacaría por otro lado el
mismo objetivo. “ Mañana a las 9, me dijo, vendré a bus
carlo para ir a lo de Pancho y presentárselo” . No se quedó
a comer, pues me dijo tener mucho que hacer y nos despe
dimos.
Al día siguiente, a las 9.30 lo esperé y fuimos a lo de
Pancho que también vivía en la parte baja de Obrajes. Nos
— 107 —
acompañaba un muchacho beniano a quien tampoco conocía.
En la casa de Pancho nos atendió una cholita, quien toda
nerviosa nos manifestó que nuestro amigo no estaba. Rioja,
creyéndose engañado por la empleada trató de ingresar a la
casa, pero la cholita no lo dejó.
Entonces Rioja le dijo a la empleada: “ Dígale a Pancho
que nunca creí que fuera un cobarde, que yo sé que está ahí
dentro.”
Al retirarse, Rioja comentaba el incidente de Pancho in
dignadísimo. Estaba muy nervioso. Tomamos la góndola
de regreso y ahí me dio las últimas instrucciones. Yo seguí
con él hasta la ciudad para citar a mis amigos con los cuales
tenía que atacar el objetivo señalado el día siguiente.
Cité a Jorge Núñez del Prado que acababa de salir de la
prisión, a Mario Fernández B., Fernando Ruiz, Mariano Ra
mos y cinco personas más cuyos nombres no doy por estar
ellos libres en Bolivia y no haber caído presos hasta la fecha.
Invité a todos ellos a tomar té en mi casa y les rogué no fal
tar esa tarde a la cita, donde les daría noticias muy gratas.
A la hora indicada, llegaron estos valientes muchachos y
de inmediato les puse al corriente de lo que trataba. “ Des
de este momento ustedes se quedan aquí, no es posible que
regresen a sus casas” , les dije. A los otros cinco los cité
en otro lugar para que no se conocieran y no supieran de que
se trataba. A los nombrados arriba los tuve en casa, pues
tenía en ellos la más absoluta confianza.
Tomamos el té, luego los invité a dar una ojeada al tea
tro de nuestra próxima aventura. Nos llamó la atención que
a la hora en que todos los empleados abandonaban las ofici
nas, en el Colegio Militar ingresaban vehículos y más vehícu
los con gente armada. Un amigo nuestro que estaba espian
do los movimientos del enemigo por mi orden, vino a darme
108 —
parte y me dijo que a él le parecía extraño esta concentra
ción de vehículos y gente en el Colegio.
Me reuní con los amigos y regresamos a la casa, a la
cual a duras penas pudimos llegar, pues muy cerca, en la “ gru
ta” se escucharon fuertes descargas de ametralladoras. Man
dé a uno de los que estaban conmigo a averiguar que pasaba,
regresó a la media hora con noticias muy malas para nosotros.
Entre los milicianos que se encontraban en la gruta, encontró
a un amigo que le informó que el gobierno había debelado
una revolución de Falange. Aquello era grave, pero resolvi
mos esperar noticias de los nuestros.
A las 8 de la noche vino a informarme el amigo que te
nía vigilando el Colegio Militar; estaba excitado y me dijo que
habían seguido llegando milicianos armados y que estaban to
mando posiciones estratégicas alrededor del edificio.
Salimos con Ruiz y Fernández, y nos trasladamos hacia
la “ gruta” , donde continuaban disparando los milicianos.
Comprobamos que éstos eran más o menos unas doscientas
personas, que vitoreaban al M.N.R. y daban mueras a Fa
lange.
Regresamos y subimos por el “ desecho” hacia Miraflo
res. Allí también el gobierno tenía sus milicianos sobre las
.timas. No me quedó otro recurso, que aconsejar a esos mu
chachos volvieran a sus casas a esperar los acontecimientos,
pidiéndoles que si estallaba la revolución salieran a la lucha,
procurando llegar a Obrajes donde yo estaría, y si no lo conse
guían que se unieran a cualquier grupo revolucionario. Yo
no podía sacrificarlos y salir a pelear ante una revolución ya
debelada horas antes de su estallido.
Volví por el mismo camino a casa, donde estuve hasta
media noche. A esa hora me trasladé a una casucha cerca
del Colegio Militar donde permanecí hasta las nueve de la
mañana del día siguiente.
109 —
REVOLUCION D EL 9 DE NOVIEM BRE D E 1953
— 110
ciudad secundó el golpe. A propósito de Lechín, hoy se co
noce que Paz Estenssoro que sabía su viaje a Cochabamba y
los propósitos revolucionarios, no le dijo nada. Para la men
talidad criminal del entonces presidente la muerte de Lechín
por los falangistas habría servido no solo de bandera para
intensificar las persecuciones sino que le habría librado de un
censor peligroso y aun de un adversario en potencia.
De Obrajes me trasladé a la casa de un pariente que vi
vía en Miraflores donde permanecí oculto 20 días.
Desde el primer momento sintonicé la radio y escuché
las órdenes que daba José Fellman Velarde a Mario Tórrez,
que se encontraba en Huanuni, para que marchase sobre Co
chabamba con los mineros y libertase a Lechín. Asimismo
le ordenaba, destruir e incendiar el periódico “ Los Tiempos” .
Los revolucionarios cochabambinos, al conocer el fraca
so de sus camaradas de La Paz, abandonaron la plaza y se
dieron a la fuga. Lechín fue puesto en libertad sin haber
sido ultrajado. La retoma de la plaza por los “ heroicos mo-
vimientistas” , que salieron de sus escondites a las calles a
sembrar el terror fue espectacular. Las cárceles se colmaron
de presos y comenzó de nuevo la sádica labor torturadora
de Orozco, Adhemar Menacho y otros.
El diario “ Los Tiempos” , fue incendiado y su director,
el ilustre periodista don Demetrio Canelas y todo el perso
nal de redacción encarcelados y luego desterrados. La or
den del monstruoso Director General de Informaciones y
Cultura había sido cumplida.
La ciudad de Cochabamba fue invadida por mineros e
indios y su población aterrorizada. Casi no hubo casa que
no fuera allanada. De La Paz, fueron enviados a ayudar a
los temidos agentes del Control Político algunos siniestros
gangsters como Mario Abadalla, Oscar Araño Peredo y un
cuñado de éste, el ingeniero Fausto Machicado. Estos re
— 111 —
grasaron después cargados de trQfeos: platería> cuadros ant¡.
guOS y muchas cosas valiosas de sus centenare5 de aUana.
mientos.
Los presos fueron torturado, en d estiIo más ref¡nada.
mente comunista, al que se añadía ]a per5eversidad de los
téc„ ,c o s d e la checa boliviana . Orozco y Menacho se com-
pacían en desnudar a sus v.ctm,as> fiagelarlos> metetles con
fuerZa lapices a los oídos hasta reventarIes d tf lue.
on encender al rojo un cabo de . • , ., ,
8° , . \ . _ . Escoba e introducirlo al ano
de SUS victimas. Luis Qutroga Uno de ,os márt¡ me cQn
tó todos los horripilantes detalle, Fueron decenas
sufr,eron lo inenarrable y día llegará en que se conocerá d
tétr,co detalle, aunque a muchos un expiicabIe pudor fes b¡)
sellado para siempre los labios.
Dos hombres viejos, cuyos oombres nQ q dar
h iniquidad de a tortura fucror, desnudados ados .
Ios indios que, alcoholizados, no Vac|Iaron en ,0 8 Des.
pu¿s muchos otros sufrieron esta ¡n¡ ¡dad
A un honorable caballero, sd i ui- ' ,
, , ’ e lo obligo a presenciar du-
rante noches y noches estas tortutas bas,a en|oquecerIo. H
„„te hombre parece un anciano ~ ✓ . ,
esia . 30 anos mas de los que
reamente tiene. ^
Se empujaba por la fuerza a los presos . sentarse sobre
bor„, as eléctricas al rojo y erar, mantenidos „ , , fuefza s0.
ure ellas hasta quemar su ropa v
Dre F y sus carnes.
El pavor ante tanta iniquidad ' a i , , .,
. , ,. , M q se apodero de la población
cocbabambina a tal extremo que ~ i _i • . , ,
coc » 1 1 i i ., el gobierno se vio obligado
• “ apreSar y ‘ 1° ° a Pa2> «I Principal tortu-
rador mayor de carabineros Jorge Qrozco. En realidad, solo
f un desplazamiento, pues asi Como fue un a2Qte ,os
cochabambinos, lo fue enseguida para ,os paceñoS; ]os cruce
ños, tarijenos o chuqu.saqueños. A Sucre, |a suaye
hosp,taiar,a ciudad capital, no tie„e Ia cul de ser su j '
natal, este enfermo mental gozaba con el dolor de todas sus
víctimas, pero mas todavía si él ocasionaba, con sus propias
manos, las heridas a sus conterráneos sucrenses.
No respetaron a nadie, ni curas, ni niños, ni mujeres, ni
ancianos; la sed de odio y destrucción se convirtió en una
pesadilla. Todo el que no pensaba como el gobierno tenía
que ser humillado y destruido. Una anciana fue abofeteada
en su propia casa sin tener nada que ver con la revolución,
solo por decir que ignoraba lo que le preguntaban. El pa
dre Sagredo fue apresado y luego desterrado, después de ha
ber sido ultrajado sin que se respetase sus hábitos. Mi iglesia
calló el ultraje. . .
Un pobre hombre que estaba preso por robo de gallinas
desde días antes de la revolución, que no entendía que cosa
era Falange o Movimiento, padeció y sufrió los campos de
concentración con los demás.
— 113
Lo que no dice el comunicado, es lo que todo Bolivia
sabía. Paz Estenssoro tenía en el Palacio a una joven con
cubina a la cual hacía alternar con sus hijos. Los dos mu
chachos, halagados por el poder que tenía el padre abando
naron a su propia madre para vivir con la querida.
La muerte de esta ejemplar esposa, lo liberó de un in
minente divorcio escandaloso.
Para acallar las murmuraciones, el gobierno, en especial
el servil ministro, Federico Fortún S., haciendo su acostum
brado papel de cabrón, llevó por unas semanas a la querida
del presidente a Corumbá, ante la amenaza de un posible bro
te de violencia de algunas mujeres adictas a la difunta señora
Carmela.
Mientras tanto, el “ acongojado esposo” , en un último
acto teatral hacía que los restos de su víctima fueran velados
en el Palacio de Gobierno y le brindó un “ entierro de pri
mera” .
Pasado el “ dolor” , hace regresar a la querida y a los po
cos meses se casa con ella convirtiéndola en la primera dama
de la nación. Una vez más, el pueblo boliviano era humi
llado por su “ libertador económico” .
Todos comentaban y yo conozco a un médico extranjero
que afirmaba con plena conciencia que la señora Carmela,
fue obligada, por una mano criminal e interesada, a quitarse
la vida. El comentario llegó como es natural a las esferas
diplomáticas y costó el alejamiento de un embajador por ha
ber acogido y difundido el rumor.
El embajador de Chile, Raúl Bravo, que es de quien ha
blo, fue recibido por Paz Estenssoro con toda clase de mues
tras de adulación mientras pareció un adicto. Fellman Ve-
larde, incluso le hizo dar un préstamo en el Banco Minero
por un millón de bolivianos, en un momento de necesidad.
Pero un día este señor embajador, manifestó sus dudas sobre
— 114 —
la muerte “ natural” de la esposa del presidente. Como el go
bierno Paz-Siles tenía espías en todas partes y de los soplones
y soplonas no se libraban ni las embajadas, el cuento llegó
fresquito a Paz Estenssoro, quien solicitó al gobierno del ge
neral Ibáñez del Campo, con el que hacía muy buenas migas,
el retiro inmediato de su representante.
Otro drama tuvo lugar a dos cuadras del Palacio. Allí,
en una mazmorra de la Dirección General de Policías, donde
se encontraban recluidos los revolucionarios del 9 de noviem
bre, un miliciano de la revolución nacional, con bala asesina
y misteriosa, dio muerte a mi recordado amigo Guillermo
Rioja. La misma bala que mató a éste gran luchador por
la libertad, traspasó el brazo de Gonzalo Díaz Villamil y ter
minó su recorrido incrustándose en la cabeza del periodista
católico doctor Juan Pereira Fiordo.
El gobierno, como siempre, trató de ocultar el hecho cri
minal, ocurrido a las 11 de la mañana, e incluso aceptó las
“ viandas” para el muerto y los heridos. A las 2 de la tarde
los familiares de éstos recién se enteraron del crimen y soli
citaron ver a sus seres queridos.
Sólo después de muchas horas, la señora de Guillermo
encontró el cadáver destrozado de su marido. Su brazo iz
quierdo estaba casi desprendido. De la morgue pudo trasla
darlo a su casa y velarlo cristianamente.
Los otros heridos, Villamil y Pereira, fueron trasladados
a la Clínica de Carabineros, donde el último pasó semanas
entre la vida y la muerte. No se le pudo extraer la bala del
cerebro y, pese a su gravedad, el gobierno se negó a ponerlo
en libertad. Sabedora la madre de Pereira que su hijo ha
bía sido herido tuvo que trasladarse de Santiago de Chile,
donde residía, a La Paz, y exigió al gobierno que le permi
tiera llevar a su hijo a Chile, lo que consiguió recién un mes
más tarde.
115 —
El doctor Pereyra, gracias a los cuidados de su madre
que es médica, salvó felizmente la vida, pero tiene el recuer
do de la bala asesina incrustada en su cerebro. Es otro tes
tigo de la barbarie.
En el humilde hogar de Guillermo Rioja, su afligida es
posa, con el hijo pequeño en brazos, lloraba inconsolable
mente la desaparición del leal compañero. Sus amigos la
acompañaban y probablemente comentaban la forma extraña
del recorrido de la bala. Esto alarmó al gobierno que acos
tumbrado como estaba a no dar cuentas de sus actos, envió
a altas horas de la noche a su incondicional agente Alberto
Blumfield con una veintena de secuaces a robar el cadáver
de su víctima. La maldad incontrolable de éstos seres no se
conmovió ante los gritos desgarrantes de la esposa. La orden
fue cumplida después de golpear a la señora y dar de cula
tazos a los amigos allí presentes. El cuerpo de Guillermo
fue enterrado por Federico Fortún S., quien sabe dónde.
El día 9, a las 4 de la tarde, los amigos de Rioja hicimos
un entierro simbólico. En una de las esquinas del Panóp
tico Nacional le dio la despedida con una brillante oración
fúnebre el doctor Jorge Siles Salinas Vega. El Control Po
lítico disolvió aquella manifestación de duelo con cartuchos
de gases, arrestando a algunos de los asistentes.
Fueron dos dramas que conmovieron al pueblo boliviano.
El terror asesino unió ese día en la muerte a estos dos per
sonajes de tragedia griega: la esposa respetable pagando con
su vida su disconformidad con el infiel esposo y el varonil
abanderado dejando este mundo con una imprecación en los
labios, son el símbolo de esa abyección sin límite que creó
Paz Estenssoro.
Mientras en la primera casa de la patria, en ese tétrico
Palacio Quemado se representaba la farsa del dolor regocija
1 1 6 —
do, en la última casa de la patria, allí, en las mazmorras de
un penal, tres patriotas caían víctimas del odio comunista.
1 9 5 4
117 —
migo y sería ilógico que le hagamos ganar dinero para que
mañana ayude a hacernos una revolución. Pero como todo
se puede arreglar, le voy a proponer dos cosas: primero, que
usted se inscriba en el M.N.R., y segundo, que de las ganan
cias que obtenga deje usted para la caja del partido, el cin
co por ciento.
Ante la proposición reaccioné violentamente. No quie
ro repetir lo que le dije a aquel señor; luego me retiré as
queado dando un portazo.
En el pasillo me encontré con Antezana, quien me miró
con una sonrisa sarcástica.
Mi negocio de carne me había dejado algún dinero. Se
guí conspirando y adquirí algunas armas. Formé nuevamen
te mi grupo, pero entre aquellos que lo formaban estaba el
que un año antes me regaló los fusiles. Esta vez me jugó
una mala pasada.
Un día de julio lo busqué. Se llama Angel Torrez To
ro, y le indiqué que pronto tendríamos novedades; le pre
gunté si tenía armas. No las tenía. Le manifesté que yo
le daría una pistola ametralladora al día siguiente, pero que
debía tener su camioneta lista para una hora determinada.
El día indicado le hice entrega del arma más cinco cajas de
balas.
Yo procedía aisladamente. No quería tener contactos
directos con el comando revolucionario hasta no tener un buen
grupo. De todos modos yo estaría listo para el momento
que estallase la revolución. Me propuse pues conseguir ar
mas a la mayor cantidad de mis amigos y así lo hice. Nin
guno fuera de Torrez me falló. Resultó no solo un hablador
sino un traidor.
Así las cosas, al amanecer del día 2 de agosto fui sor
prendido a las cinco de la mañana con el allanamiento de mi
domicilio por milicianos comandados por Armando Bascopé,
118
Gerente de la Compañía de Teléfonos Automáticos, a quien
acompañaba un antiguo amigo mío de la infancia, el teniente
de carabineros Juan Antonio Roca, al que en un principio no
reconocí. Recién cuando se dio a conocer le abrí la puerta
personalmente. Yo habría preferido escapar y ocultarme pe
ro me fue imposible ruir pues mi casa estaba rodeada por los
cuatro costados. Tuve que entregarme a los milicianos ar
mados antes de permitir que mi familia sufriera los atrope
llos consabidos.
La requisa fue minuciosa, Bascopé se apoderó de varias
cartas personales que me había escrito el doctor Enrique Hert-
zog, fechadas en Madrid, y de otras de mi recordado amigo
don Juan Manuel Balcázar, que me escribió a Corumbá, cuan
do Urriolagoitia me sacó del país.
SEGUNDA PRISIO N
119 —
migo y sería ilógico que le hagamos ganar dinero para que
mañana ayude a hacernos una revolución. Pero como todo
se puede arreglar, le voy a proponer dos cosas: primero, que
usted se inscriba en el M.N.R., y segundo, que de las ganan
cias que obtenga deje usted para la caja del partido, el cin
co por ciento.
Ante la proposición reaccioné violentamente. No quie
ro repetir lo que le dije a aquel señor; luego me retiré as
queado dando un portazo.
En el pasillo me encontré con Antezana, quien me miró
con una sonrisa sarcástica.
Mi negocio de carne me había dejado algún dinero. Se
guí conspirando y adquirí algunas armas. Formé nuevamen
te mi grupo, pero entre aquellos que lo formaban estaba el
que un año antes me regaló los fusiles. Esta vez me jugó
una mala pasada.
Un día de julio lo busqué. Se llama Angel Torrez To
ro, y le indiqué que pronto tendríamos novedades; le pre
gunté si tenía armas. No las tenía. Le manifesté que yo
le daría una pistola ametralladora al día siguiente, pero que
debía tener su camioneta lista para una hora determinada.
El día indicado le hice entrega del arma más cinco cajas de
balas.
Yo procedía aisladamente. No quería tener contactos
directos con el comando revolucionario hasta no tener un buen
grupo. De todos modos yo estaría listo para el momento
que estallase la revolución. Me propuse pues conseguir ar
mas a la mayor cantidad de mis amigos y así lo hice. Nin
guno fuera de Torrez me falló. Resultó no solo un hablador
sino un traidor.
Así las cosas, al amanecer del día 2 de agosto fui sor
prendido a las cinco de la mañana con el allanamiento de mi
domicilio por milicianos comandados por Armando Bascopé,
118
Gerente de la Compañía de Teléfonos Automáticos, a quien
acompañaba un antiguo amigo mío de la infancia, el teniente
de carabineros Juan Antonio Roca, al que en un principio no
reconocí. Recién cuando se dio a conocer le abrí la puerta
personalmente. Yo habría preferido escapar y ocultarme pe
ro me fue imposible ruir pues mi casa estaba rodeada por los
cuatro costados. Tuve que entregarme a los milicianos ar
mados antes de permitir que mi familia sufriera los atrope
llos consabidos.
La requisa fue minuciosa, Bascopé se apoderó de varias
cartas personales que me había escrito el doctor Enrique Hert-
zog, fechadas en Madrid, y de otras de mi recordado amigo
don Juan Manuel Balcázar, que me escribió a Corumbá, cuan
do Urríolagoitia me sacó del país.
SEGUNDA PRISIO N
— 119 —
Velarde, quienes habían dirigido personalmente la hazaña de
mi captura.
Ibamos a toda velocidad sin saber nosotros a que lugar
nos conducían. Finalmente llegamos al Panóptico Nacional
donde entramos bajo una lluvia de patadas y empujones.
Al ingresar a la gobernación la encontré llena de presos
políticos, casi todos amigos míos. Formamos cola por orden
de llegada. Allí, delante de la fila se encontraba el agente
Raúl Gómez J., muy conocido nuestro, que iba tomando no
ta de los recién llegados. Otros agentes estaban encargados
de la requisa personal. Como otras veces, nos despojaron
de nuestras pertenencias, billeteras, corbatas, plumas fuentes,
relojes, pañuelos, etc., hasta las trenzas de los zapatos para
evitar, según nos dijeron, “ un posible suicidio” . Yo y todos
quedamos con los bolsillos vacíos. Me decomisaron hasta
las estampas religiosas y el rosario que siempre llevo con
migo.
Cuando me tocó el turno, Gómez levantó la vista y me
dijo: “ Otra vez aquí, señor Landívar, ¿por qué no escar
mienta? ”
Mi respuesta fue tajante: “ Cuando Control Político lo
ficha una vez a uno, lo sigue tomando preso aunque sepan los
agentes que nada tiene que hacer con la política; esta vez,
por ejemplo, no sé de que se trata y aquí me tiene usted co
mo se dice “ sin saber leer ni escribir” .
Un señor Machicado, munícipe en el régimen anterior,
y a quien recién conocía, en un momento en que creyó que
nadie lo veía arrojó al suelo un pequeño papel muy estrujado.
El agente que estaba cerca, lo vio y recogió el papel e incre
pó a Machicado preguntándole por qué había botado aquello.
Machicado quiso hacerse el tonto y negó que el papelucho
fuera suyo, diciendo que tal vez otro preso lo había tirado
cerca de él. El agente le enrostró a gritos que él lo había
— 120
visto y en presencia de todos lo agredió. Entregó a Gómez
papelito, éste lo leyó y dirigiéndose a Machicado le dijo: “ Así
<pie usted tiene una radio clandestina?. . . Muy bien, ahora
mismo tiene que indicarnos donde está” . Desde ese instante
el pobre señor Machicado, se convirtió en una víctima de aque
llos bárbaros. Días y noches interminables de continuas tor
turas tuvo que soportar. Fue el preso más requerido por
los verdugos y todo él acabó por convertirse en una masa
magullada, en un espectro. Nos prohibieron hablarle. Pero
fue valiente, supo ser hombre, negó siempre. Sin delatar a
nadie y sin entregar la radio, permaneció en la cárcel y en
los campos de concentración dos años.
Una vez tomadas nuestras generales, fuimos conducidos
directamente al “ Guanay” . Recorrí el mismo trayecto que
había hecho el año pasado. Me encerraron en la celda No. 2,
juntamente con Jesús Terrazas U. Por el ventanillo cuadra
do que tiene la puerta, nos pusimos a mirar y a ver a las
personas que iban llegando; reconocimos a muchos: Alberto
Crespo G ., ex-ministro y jefe del Partido Social Demócrata,
Max Atristaín, Ciro Félix Trigo, ex-ministro también, José
Salgado Pacheco y otros conocidos nuestros.
Permanecimos todo el día encerrados, oyendo como la
reja se abría y cerraba chirriando, aislando del mundo exte
rior cada vez mayor número de presos. Llegó la noche, sentí
sed, pero era imposible conseguir una gota de agua. Cons
taté que no había cambiado nada el rigor de antes.
A media noche, con gran despliegue de fuerza armada,
ingresó el jefe de Control Político, Claudio San Román, acom
pañado del mayor de carabineros Jorge Orozco, Oscar Araño
l’eredo, Gómez y otros. Después de entrar a la celda No. 1
llegó a la mía y como no había luz preguntó quienes estaban
allí. Le dimos nuestros nombres. Me enfocó San Román
con su linterna y me dijo: “ Así que usted es Landívar, ¿dón
— 121
de están las veintitrés ametralladoras que compró? Vaya ha
ciendo memoria”. Y dirigiéndose a Gómez le ordenó saca
ran a Terrazas de allí porque yo debía estar incomunicado.
Al retirarse se me acercó Araño Peredo y me dijo: “ Es
tás fregado hermano, hay denuncias concretas contra vos so
bre las armas que tienes y el ministro Fortún ha ordenado se
te ajusten cuentas, pues recién ha sabido que habías tomado
parte en la revolución del 9 de noviembre del año pasado,
burlándote de la libertad que se te dio quince días antes.
Te voy a recomendar a Orozco que será el que te interrogue,
para que no te masacre” . Mi “ querido” primo, cumplió su
promesa. Veinticuatro horas más tarde, Orozco me torturó
con verdadera saña y me derribó a golpes los dientes. Un
año antes, Araño padre me entregó a la policía política; hoy
le tocaba a Araño hijo cometer otra canallada. ¡De tal palo
tal astilla!
El ingeniero René Navajas Mogro, estaba en una celda a
la izquierda de la mía con otro preso que respondía al nom
bre de Guido Cernadas. Este fue sacado al pasillo al día si
guiente y habló con San Román; no llegamos a saber de lo
que hablaban, pero terminó arrodillándose ante San Román y
le prometió hablar todo lo que sabía; así nos lo comunicó des
pués uno de los agentes. Cumplió su palabra, denunció a
sus amigos e inclusive los encaró. Juntamente con otros mu
chachos de una agrupación a.la cual pertenecía, llamada “ Los
locos del Parque” , que dejó en la cárcel muy ingratos recuer
dos, fueron sacados de la prisión muchas veces, al amanecer,
a señalar domicilios de sus amigos falangistas. Estos mucha
chos de apenas 20 años, sin haber sido torturados, intimida
dos con la sola presencia de aquel verdugo, claudicaron y se
entregaron al gobierno.
— 122
NUEVAS TORTURAS
— 123 —
Quedamos solos con el escribiente, me ofreció una taza
de café. Le manifesté que no se hiciera la burla, creyendo
que se trataba de otra clase de tortura, pero no fue así. Fue
a la cocina y volvió con una taza de café caliente y me invito
a servirme. Hacía tres días que no me servía nada y el café
es mi vicio. Los primeros sorbos sabían a sangre, luego me
fui recuperando y sentí el gusto del cafesito. El señor Pra-
da me observaba. Así permanecimos varios minutos.
Por último me dijo: “ Mucho lo han estropeado y es me
jor que usted entregue las armas que tiene, pues un amigo
suyo que está también preso lo ha delatado y San Román
no tardará en llegar y lo ha de carear”. Le manifesté que
no tenía ninguna arma y que podían carearme.
Comenzó a interrogarme; no habían golpes sino “ insi
nuaciones” . Prada, trataba por todos los medios de mostrar
se amable y hasta servicial. Censuró acremente a mis verdu
gos de momentos antes, y aunque es cierto que él no inter
vino en aquella masacre despiadada y cruel, también es cier
to que la toleró y su presencia allí en la cámara de tortura
bastaba para comprobar que, aunque más humano, era de la
misma camada. Su cuñado, el ministro Federico Fortún, me
había recomendado- a él, no cabía duda. Igual que un año
antes, se me creía “ un pez gordo”. Lo que negué bajo el lá
tigo, negué con la persuación.
Me manifestó que un señor Arturo Carvajal había ya de
clarado contra mí. Pese a mis sufrimientos, a mis dolores
del cuerpo, los oídos y de la boca, no disimulé una sonrisa
de sarcasmo. Yo no tenía ningún amigo que llevase aquel
apellido.
Luego me nombró a Angel Torrez Toro, a éste sí que
lo conocía y ante las pruebas de la amistad que me presen
taba no negué, pero poniéndole de manifiesto que mis víncu
los con éste eran netamente comerciales.
— 126 —
Quedamos solos con el escribiente, me ofreció una taza
de café. Le manifesté que no se hiciera la burla, creyendo
que se trataba de otra clase de tortura, pero no fue así. Fue
a la cocina y volvió con una taza de café caliente y me invitó
a servirme. Hacía tres días que no me servía nada y el café
es mi vicio. Los primeros sorbos sabían a sangre, luego me
fui recuperando y sentí el gusto del cafesito. El señor Pra-
da me observaba. Así permanecimos varios minutos.
Por último me dijo: “ Mucho lo han estropeado y es me
jor que usted entregue las armas que tiene, pues un amigo
suyo que está también preso lo ha delatado y San Román
no tardará en llegar y lo ha de carear”. Le manifesté que
no tenía ninguna arma y que podían carearme.
Comenzó a interrogarme; no habían golpes sino “ insi
nuaciones” . Prada, trataba por todos los medios de mostrar
se amable y hasta servicial. Censuró acremente a mis verdu
gos de momentos antes, y aunque es cierto que él no inter
vino en aquella masacre despiadada y cruel, también es cier
to que la toleró y su presencia allí en la cámara de tortura
bastaba para comprobar que, aunque más humano, era de la
misma camada. Su cuñado, el ministro Federico Fortún, me
había recomendado a él, no cabía duda. Igual que un año
antes, se me creía “ un pez gordo”. Lo que negué bajo el lá
tigo, negué con la persuación.
Me manifestó que un señor Arturo Carvajal había ya de
clarado contra mí. Pese a mis sufrimientos, a mis dolores
del cuerpo, los oídos y de la boca, no disimulé una sonrisa
de sarcasmo. Yo no tenía ningún amigo que llevase aquel
apellido.
Luego me nombró a Angel Torrez Toro, a éste sí que
lo conocía y ante las pruebas de la amistad que me presen
taba no negué, pero poniéndole de manifiesto que mis víncu
los con éste eran netamente comerciales.
— 126 —
— Puede usted comprobar, le dije, que entre los pape
les que me han requisado, hay un cheque protestado por
falta de fondos, de Torrez Toro a mi favor. Le vendí una
cámara frigorífica y por hacer ese negocio he tenido que ha
blar con él. En esto era sincero, le vendí la cámara y me
pagó con un cheque sin provisión que aún conservo. Por
último llamó a un agente, y le pidió trajese la ametralladora
que había secuestrado a Torrez Toro, me la mostró y me
dijo: “ Torrez ha declarado que usted le entregó esta arma;
usted no puede negar y es mejor que confiese y entregue las
armas que tiene escondidas e indique a quienes de sus ami
gos ha armado con ellas” . Negué, manifestando que si fue
ra cierto que Tórrez había confesado contra mí, yo atribuía
aquello a su falta de honradez para pagarme lo que me debía.
Que me estaba implicando en un acto revolucionario que yo
desconocía y que tal vez él dirigía. “ Por último, señor Pra-
da, si ustedes quieren alguna confesión mía, hágala, que yo
la firmaré, pero por favor no me atormenten m ás” .
Comenzó escribiendo, mi nombre, mi edad, estado, pro
fesión, nombre de mis padres, de mi señora, de mis hijos,
de mis hermanos, me pidió dos nombres de mis amigos más
íntimos; le di el de Fellman Velarde y el de René Antelo,
ambos movimientistas a quienes apenas conocía. Cuando le
dije que pertenecía al partido liberal, se indignó creyendo
que le estaba tomando el pelo.
— “ Si usted es liberal, por qué está trabajando con Fa
lange?” .
— “ No estoy trabajando con Falange”, le contesté.
— “ Entonces usted es liberal-purso-falangista, un gamo-
nal, un sirviente de los barones del estaño” .
— “ Soy liberal, señor Prada, pero si usted quiere au
mentarle lo demás no es cosa mía” .
127 —
— “ ¿Niega usted haber recibido órdenes del doctor En
rique Iíertzog por intermedio del señor Arturo Carvajal?”
— “ Sí, niego; no conozco a ninguna persona con este
nombre” .
— “ ¿Así que usted no conoce a H ertzog?”
— “ Conozco al doctor Hertzog, al que no conozco es a
Carvajal; usted dice que está preso y que ha declarado con
tra mí, llámelo y que me encare” .
Llamó a un agente y le ordenó llevarme al calabozo que
da al lado de la gobernación. Una vez allí se me encerró,
pero primero me echaron dos baldes de agua. Quedé empa
pado y tiritando de frío y de dolor. Me senté en un rincón,
lloré silenciosamente y creo que me dormí.
Oí gritos más tarde, me puse en pié, sobresaltado, con
el corazón que me latía violentamente. Ingresaron al calabo
zo un montón de agentes y uno de ellos me dijo: “ Va usted
a hablar con el coronel San Román”. Era la primera vez que
iba a mirar de día a este sujeto. Ingresó dando chillidos e
incluso pegó alguna bofetada a un agente. Se plantó frente
a mí y me miró, con la arrogancia de los cobardes que pueden
pegar y maltratar impunemente. Yo que estaba semimuerto,
indefenso y no esperaba nada de la vida en ese momento, me
atreví no obstante, temblando, a sostener su mirada.
San Román es un mulato de regular estatura y gordo.
Sus ojillos vivaces le dan el aspecto de un gato montés, sus
labios son delgados, los pómulos abultados, el cuello corto
y la cabeza achatada. Su cara es la de un rufián de barrio.
Sus dientes son pequeños. No ríe y su mirada es muy fría.
Habla con voz destemplada y tan atiplada que parece
estar saliendo recién de la pubertad. Me dice: “ ¿Dónde
están las 23 ametralladoras que compró para la revolución del
9 de noviembre? Escriba en un papel ordenando a su se
ñora, que está ahí afuera, esperando su orden para entregar
— 128 —
las. Inmediatamente que las recojamos usted quedará en li
bertad. No perdamos tiempo y hágalo rápido” .
— “ Mi señora no puede estar esperando la nota que us
ted quiere que escriba coronel, porque no tengo ninguna ar
ma escondida”.
Me tomó del cuello y me apretó la garganta hasta hacerme
desvanecer y me empujó, cayendo al suelo tan largo como
era. Me hizo flagelar y ordenó me llevaran a la gobernación.
Cuando allí lo encontré ordenó llevasen a Tórrez Toro a su
presencia. Eran más o menos las ocho de la mañana.
Dirigiéndose a Tórrez Toro, San Román le dijo: “ Este
carajo no quiere confesar y para que usted le refresque la
memoria lo he hecho llamar. ¿Tiene o no tiene armas es
condidas este granupa? ¿No es cierto que la pistám que he
mos encontrado en su casa se la entregó este señor? ¿No es
cierto que lo comprometió para una revolución que debía es
tallar en estos días? ¿Es o no cierto que la noche del prime
ro de agosto, usted, con este caballerito, ingresaron al Club
Arabe donde jugaron hasta el amanecer y luego usted lo lle
vó a cierto lugar de Miraflores donde se hizo dejar sin per
mitir que lo acompañase, pidiéndole mas bien que regresara
a recogerlo dentro de una hora? ¿Cuando usted volvió en
contró, sí o no, a este señor con un bulto pesado que usted
supone eran armas?
Este bombardeo de preguntas a Tórrez me dejó perplejo.
Muchas de ellas eran ciertas. Otras absurdas y algunas cap
ciosas. Tórrez, algo nervioso, habló atropelladamente como
era su costumbre. Me encaró que yo le había entregado la
“ pistám” en casa de un ciego, (era cierto). Que habíamos
estado en el Club Arabe (era falso); que habíamos ido a
Miraflores, era cierto, pero fue en busca de mi médico por
que mi hijo ese día se puso muy grave y Tórrez sabía quien
era el médico, pues incluso nos llevó a la casa y acompañó de
— 129
vuelta al doctor. No he jugado jamás en la vida y mucho
menos iba a salir a jugar hasta tarde de la noche en esa
época de terror, sabiendo que en cualquier boca calle podían
salir los milicianos a robarme, patearme o meterme un plomo.
En cuanto a las armas había bastante de verdad, eran trece
las que tuve, pero las repartí entre los amigos. Yo tenía al
presente solo cinco en un lugar que jamás llegarían a encon
trar los agentes, pero eran armas sagradas, conseguidas con
sacrificios enormes, para castigar a aquellos hombres y no pa
ra entregárselas. Podían matarme pero no las entregaría.
Para demostrar que aquel traidor era un canalla y revis
tiéndome de un cinismo desconocido en mí, me lancé contra
el delator y sin dar tiempo a que me lo impidan le crucé el
rostro con un sopapo. Se quedó perplejo y no trató de res
ponderme pese a estar en condiciones de masacrarme por su
corpulenta estatura y el apoyo que tenía del verdugo. El
agente Ma2 uelo, me agarró violentamente y con la ayuda de
otros me volvió a la silla. San Román, como si nada hubiera
visto me preguntó: “ ¿Cuándo iba a estallar la revolución?
Ya los otros están confesando y sabemos que iba a estallar
de modo que su declaración solo nos servirá para comprobar
la fecha” .
— “ No conozco ninguna revolución coronel, le dije, y
si los otros presos han declarado debe ser porque ellos sa
bían que había, yo no sé nada” .
— “ Hertzog, desde Buenos Aires, le ha mandado plata
con don Arturo Carvajal. Usted no lo puede negar, pues Car
vajal ya declaró y es inútil que usted se resista” .
— “ Pese a la amistad y mas que todo a la lealtad que
guardo al doctor Hertzog, no mantengo comunicación con él.
No he recibido de él ni de nadie un centavo”.
San Román ordenó llevar a su celda a Tórrez Toro, y
luego dirigiéndose a mí me dijo: “ Tiene que hablar, animal,
— 130 —
testarudo, pues de lo contrario de aquí usted no saldrá vivo.
Llévenlo a la “ muralla” y que no se le dé de comer hasta
que confiese.
La “ muralla”, es el callejón que separa la calle de las
edificaciones de dentro; tiene más o menos un ancho de me
tro y medio. El frío, la intemperie y el chiflón de un viento
seco añadido a los dolores que sufría hicieron que aquel lu
gar me resultase un suplicio. Una pileta echada a perder y
su continuo chorro de agua me ponía los nervios de punta.
Me dejaron solo.
Más o menos a las seis de la tarde, exhausto, fui lleva
do a mi celda. Allí encontré un señor que me dijo llamarse
Marcelo Dupleich, se quejaba de dolor de estómago y me
manifestó que lo habían torturado mucho, yo no lo conocía.
En eso sentí unos golpes en un rincón, me aproximé y vi
una mano que me alcanzaba un papel. Observé primero el
hueco y comprobé que los anteriores presos se las habían
ingeniado hasta horadar aquella pared de cincuenta centíme
tros de grosor. Cómo lo hicieron, lo ignoro.
Leí el papel; se me preguntaba si yo era Landívar y
que si así era me tendiera al suelo y pusiera el oído al hueco.
Así lo hice y mi desconocido vecino me dijo atropelladamen
te que Marcelo Dupleich era un agente provocador del go
bierno, que no le creyera nada de sus farsas y supuestas tor
turas. “ Veinte personas estamos aquí porque él nos ha de
latado e incluso ha delatado a sus primos hermanos, los
Alexander” . Me recomendó no dejarme embaucar. Le agra
decí y nos despedimos.
Dupleich comenzó a contarme sus trajines “ revoluciona
rios” . Yo le escuchaba sin responderle. Noté que trataba
de ganarse mi confianza y me hacía preguntas que a no me
diar el oportuno aviso yo hubiera tal vez contestado y me
hubiera tenido que arrepentir.
— 131 —
Me sacaron al servicio; era terrible aquello: un solo re
trete para más de doscientos presos. No había agua para bal
dear pues continuaba la costumbre del año pasado. Se traía
a la sección medio turril de agua que debía servir para todas
nuestras necesidades. Por supuesto nos tocaba apenas a un
jarro por persona.
Comprobamos después el triste papel que hacía Dupleich,
era un agente de su amigo Federico Fortún, un “ buzo”, co
mo llamábamos a los delatores. A los pocos días de haber
estado haciendo el papel de agente provocador fue puesto en
libertad, y, fuera de la prisión, continuó su indigna tarea.
Fui sacado nuevamente al amanecer de aquel día 5 de
agosto. Fue una serie de nuevas palizas, interrogatorios,
persuaciones, para terminar con nuevas y terribles torturas.
No hablé. Estaba tan exhausto, tan dolorido, que me entró
una sensación de muerte inminente. La Virgen, como se lo
había pedido, selló mis labios. San Román y sus sicarios se
enfurecían hasta el paroxismo ante mi testarudez y continua
ban azotándome. Rezaba, procurando sugestionarme con la
idea de que no me dolían los azotes y sólo dejaba ver unas
ligeras contracciones a cada latigazo. El dolor era muy in
tenso, las lágrimas se me querían salir y apenas las contenía.
¿Por qué llorar en presencia de aquellos monstruos? ¿Para
que se burlen y se mofen? No, no lloraría ni hablaría. . .
Me llevaron a mi celda. Encontré en ella a Jesús Te
rrazas. No hablamos ni una sola palabra. El comprendió
mi tragedia y tal vez meditaba sobre lo que a él le pasaría
cuando lo sacasen a declarar, y eso le ocurrió al amanecer
del día 6 de agosto. Día de la patria, día de la libertad de
Bolivia. Allí estábamos, esclavizados y torturados. El año
pasado pudimos entonar el Himno Nacional. Hoy, no era
posible. Los métodos comunistas en los dos años de gobier
132 —
no que habían pasado, se habían tecnificado. Eran más crue
les y sádicos.
Terrazas regresó a la noche siguiente. Le hablé, no me
contestó. Un momento más tarde lo oí sollozar, a tientas
me acerqué para tratar de consolarlo. Luego percibí un li
gero olor a asado, hacía cuatro días que no probaba bocado,
aquel olor me incitó el hambre y le pedí a Terrazas me diera
un pedazo de carne que yo creía le habían dado. Pero no
era carne asada lo que le habían dado a aquel pobre amigo.
El festín fue para el sadismo de los verdugos: con dos velas
encendidas, quemaron las orejas de Terrazas; lentamente, muy
lentamente primero quemaron los vellos, luego fueron acer
cando la llama a la piel del lóbulo chamuscándola y quemán
dola. No podía moverse, lo habían sujetado sobre la silla.
Le quemaron también parte del pelo y el cuero cabelludo.
¡Terrible suplicio, sólo imaginable en mentes comunistas'
Pero el olor.. - era agradable, especialmente cuando no se
ha comido cinco días. Lloramos de rabia e impotencia.
Un día que fui sacado para ser llevado al servicio me en
contré con un preso que no había visto nunca. Me habló y
me preguntó si y ° era Landívar, le manifesté que sí, inqui
riéndole si necesitaba algo de mí.
__me dijo, he sabido que le han derribado los dien
tes y quería saber si era cierto para denunciarlo algún día” . . .
Como respuesta a su curiosidad le enseñé la boca. Se
quedó horrorizado y maldijo al gobierno y en especial a Paz
Estenssoro. “ No se alarme usted, he pasado peores cosas, le
añadí, esto no es nada, algún día se sabrá las iniquidades co
metidas contra nosotros; somos cientos, tal vez miles” . . .
El agente que nos custodiaba se impacientó y me ordenó
seguir al servicio. Antes de separarme de ese mozo, simpá
tico y amable, le pregunté su nombre.
— 133 —
— “ Soy abogado y me llamo Guillermo Bedregal Gutié
rrez” . Nos estrechamos la mano y le agradecí su preocupa
ción por mí.
El señor Bedregal, salió de la prisión un mes más tarde.
Pero su libertad estuvo acondicionada con la infamia. Al
traspasar los umbrales de la prisión dejó allí, donde estába
mos nosotros, la dignidad y la grandeza. Hasta la víspera
había sido falangista y furibundo partidario de Unzaga de la
Vega. Reflexionó sin duda que más valía el dinero que el
ideal y más los honores que el honor. Abjuró de su fe fa
langista, repudió a Unzaga, se incorporó al Movimiento. H i
zo una repugnante carrera meteòrica. Fue secretario general
de la Presidencia en la época de Siles Zuazo. Hoy, de trai
ción en traición, es Presidente de la Corporación Minera. Sus
cuentas bancarias han aumentado prodigiosamente. Veremos
hasta donde llega este maestro de la felonía.
Nuevamente Terrazas fue sacado de mi celda y lo tras
pasaron a la celda número 3. Mantuvimos contacto por lar
go tiempo por el hueco descubierto días antes. Yo esa no
che volví a sufrir nuevas torturas. No querían convencerse
mis verdugos que yo no estaba dispuesto a hablar, pero ade
más del interés que tenían en mis confesiones llegué a la evi
dencia de que a ellos lo que más les interesaba era martiri
zar y gozar con el dolor ajeno.
El 9 de agosto, a las diez de la noche, se abrió la celda
y entró el agente Carrasco acompañado de dos personas: un
gringo y un hombrecito de aspecto sospechoso que estaba
vestido con un overol grasiento. Les ordenó que se acomo
dasen a mi lado. A los pocos minutos metieron a otro pre
so, se trataba de un joven teniente de ejército de nombre Ma
rio Quezada, quien todavía vestía su elegante uniforme. El
contraste de los cuatro era notorio, un gringo, un chuquisa-
qucño, un cruceño y, el de overol, paceño.
— 134
Inmediatamente nos pusimos a conversar. Cada uno fue
contando por qué había caído preso. El gringo, don Carlos
Lowestein, no sabía explicar el motivo de su encarcelamien
to. Era dueño y gerente de la casa comercial “ Helcorimex” .
San Román le quitó su auto, su dinero y un valioso reloj
de oro; lo detuvieron el día 7.
El teniente Quezada nos contó que había sido apresado
en pleno campo de instrucción juntamente con los tenientes
Mercado, Ordóñez y Muñoz. Ignoraba el motivo. Tres de
ellos estuvieron presos dos años. El cuarto, un traidor, fue
puesto en libertad.
El muchacho de overol resultó ser, pese a su condición
humilde, un hombre decente en toda la extensión de la pala
bra, se llamaba Mario Ramos. Según él, lo había delatado
Guido Cernadas denunciándolo de haber tomado parte en la
revolución del 9 de noviembre, cosa que él negó al principio,
pero que acabó por confesar cuando fue careado con Cerna
das. “ Y que iba hacer yo señor, nos dijo, si Cernadas que
es un muchacho que se las dá de decente y pituco me enrostra
ba a mí que no soy sino un humilde trabajador? Tuve que
confesar que era verdad. Además hizo mi mala suerte que
uno de los agentes fue mi “ casi cuñado” y me la tenía jurada
porque no quise casarme con su hermana. Se la ha cobrado
el muy perro. ¿No es cierto que las cosas personales uno se
las debe arreglar de hombre a hombre y no abusar del poder
que tienen cuando uno está preso? Mi casi cuñado es el
agente Montenegro a quien lo había trompeado antes, no es
hombre que pueda conmigo afuera” . Todos asentimos. Te
nía razón.
Un día fueron sacados don Carlos Lowestein y Mario
Ramos a prestar indagatoria. No volvieron durante cuatro
días. Pasaron por una infinidad de torturas, golpes, flagela-
mientos, arrancadas de cabellos, lápices al oído. Toda la se
— 135 —
rie. Terminaron por llevarlos a la “ muralla”, donde estuvie
ron cuatro días con sus noches. Al regresar a la celda eran
seres cadavéricos. Todo ese tiempo estuvieron sin comer y
solo podían servirse agua que era lo único que había en
abundancia. Me contaban que para entrar en calor en las
noches se abrazaban, daban saltos y corrían.
Don Carlos me confesó después: “ He estado en los cam
pos de concentración de Hitler, pero nunca he sido tan ul
trajado, tan vejado como aquí. Usted hubiera visto como ese
Jorge Bedregal S. obligaba a los agentes que me agarrasen
para que él pudiera pegarme y como es de estatura baja y
no me podía alcanzar el rostro hacía que me sentaran en una
silla y me sujetaran. Me acusan de que yo en mi auto y a
altas horas de la noche he estado transportando armamento
para Falange y quieren convencerme de ello, pero es comple
tamente falso”.
Cuando Lowestein fue puesto en libertad en Navidad,
recién supo el por qué lo había apresado Rafael Gómez. E s
te estafador, coordinador del Palacio de Gobierno, se había
adueñado de su casa comercial conjuntamente con otros altos
funcionarios del partido gobernante. Le quitaron su auto y
finalmente fue puesto en la frontera con Chile. Hoy este
honrado comerciante y caballeroso amigo se encuentra resi
diendo en Bogotá, Colombia.
Mario Ramos, también nos contó la forma brutal como
Araño Peredo lo torturó. Tenía en su cuerpo las señales san
grientas de los viles ultrajes. La manía de Araño Peredo
era arrancarle los pelos de la cabeza agarrando los mechones
y dando tirones hasta sacarlos así fuera con pedazos de piel.
Cuarenta y cinco días de continuo terror tuvimos que so
portar esta vez. Si no eran los amigos, era yo el que salía
a las cámaras de torturas todas las noches. El continuo chi
rrido de la reja al abrirse para dar paso a las víctimas que sa
— 136 —
lían para el tormento y que regresaban, era un ruido que nos
ponía carne de gallina. Sus crujidos y la caída de su pesada
cadena bastaba para hacer latir violentamente nuestros co
razones y quitarnos el sueño.
Un día, fueron sacados del “ Guanay” cuatro presos-
Humberto Ayllón, 60 años; Guillermo Bascopé, también de
60 años; José Guerra, de 45 y Juan Trillo, de 38. No vol
vieron durante días. Unos agentes nos informaron que habían
sido puestos en libertad. Pero un día, ordenaron a los de la
celda uno a desocuparla y luego nos replegaron hacía el fon
do del penal. Se abrió la reja y fueron entrando unos agen
tes llevando casi de rastra a unos hombres; no los reconoci
mos pues con las caras deshechas parecían monstruos. No
podían caminar, fueron metidos a la celda desocupada y echa
dos llave. Cuando se fueron los agentes nos aproximamos
a ver quienes eran. Era increíble lo que veíamos, Ayllón,
Bascopé, Guerra y Trillo ahí estaban echos unas piltrafas hu
manas. No hubo un solo preso que no se conmoviera y
algunos derramaron unas lágrimas al ver aquel cuadro. No
contento San Román con las torturas y flagelamientos, tuvo
a esos cuatro hombres durante un mes a pan y agua. Re
cién permitió que los llevasen a una celda donde, incómoda
mente, podía caber una persona, cuando estaban al borde de
la muerte. Allí, donde sólo podían estar parados o en cu
clillas, los metió. Guerra, a consecuencia de los insoporta
bles calambres, sufrió durante algunos meses la paralización
total de una pierna.
Para Paz Estenssoro no había amigos ni parientes. Jun
to con nosotros estaba un primo hermano de él, don Alberto
Estenssoro. Este caballero sufrió lo mismo que nosotros y
tal vez mas pues desde el palacio de gobierno su pariente, el
presidente, ordenaba por teléfono a sus sayones la forma co
mo debían torturarlo. Le reventaron los tímpanos y quedó
— 137 —
sordo y muy enfermo. Tres meses después se lo puso en li
bertad y cinco meses más tarde lo volvimos a ver preso y tor
turado. Pero esta vez no cayó solo, llegó acompañado de su
hermano el distinguido periodista Renán Estenssoro. ¿Por
qué Paz Estenssoro persiguió a muchos miembros de su fa
milia? Por que no eran comunistas y para un buen marxis-
ta no hay parientes que valgan.
Un día, metieron a un nuevo preso. Cosa rara, era uno
solo, pues allí llegaban siempre por docenas. Se lo puso in
comunicado y se nos recomendó no tratar de acercarnos a él.
Descuidé a los sicarios y le pasé una taza de café. Me dio
su nombre, se llamaba Mario Campuzano. No lo conocía, era
alto y delgado. Don Ernesto Flores Sanjinés se atrevió a pa
sarle una botella de refresco y fue sorprendido por el centi
nela. Inmediatamente se armó un lío. Gritos, amenazas e
insultos, felizmente no pasó nada. Don Mario Campuzano
fue uno de los presos más valerosos que he conocido. Su
entereza era impresionante.
Otro preso suelto llegó, un joven ex-cadete de carabi
neros de nombre Hernán Angles. Este pobre muchacho es
taba con la ropa del cuerpo, sin sobretodo y con unos zapa
tos rotos. Lo habían tenido en el Control Político un mes
dándole garrote y poco alimento. Un día fue sacado para ir
al servicio, don Alberto Crespo G., descuidó al custodio y le
pasó una camisa de franela. Jamás he visto una mirada de
gratitud más expresiva que la de este muchacho en ese mo
mento.
Los traidores, los “ buzos” , eran nuestra pesadilla. El
más peligroso, por lo cínico y sinvergüenza, era Walter Te
jada, a quien le pusimos el mote de 33, pues cada vez que
formábamos para la lista daba la casualidad que le tocaba
aquel número. Zoilo Pizarro, Alfonso Guzmán Ampuero y
los “ Locos del Parque” , con la única excepción de Gonzalo
138 —
Tavera, nos inspiraban una gran desconfianza. Para justifi
car el sueldo, por simple comedimiento, éstos personajes nos
tenían sobre ascuas. La delación era cosa corriente y te
mida. La inmoralidad llegó a su grado máximo. La revo
lución de Paz Estenssoro-Siles Zuazo, estaba cumpliendo su
máximo objetivo: acabar con la moral de todo un pueblo.
Jamás se nos permitió leer un libro y mucho menos un
periódico y esta era la mayor tortura para algunos jóvenes
estudiosos que habían. Pero un día, nos dieron la sorpresa
de meternos todos los diarios. El diario oficialista “ La Na
ción” , con grandes caracteres y con clichés denunciaba un
Pacto firmado en Santiago de Chile por las fuerzas de la opo
sición, donde según el gobierno, los partidos tradicionales
se comprometían en una revolución contra el M.N.R. para
llevar a la presidencia a don Oscar Unzaga de la Vega. Lei
mos aquello con indiferencia y no le dimos importancia.
Los “ buzos”, fueron sacados a la gobernación que ya
estaba a cargo de Alberto Bloomfield. De allí regresaron y
comenzaron a lanzar rumores y a decir que esa tarde habrían
novedades. Y las hubo. Esa tarde llegó San Román al “ Gua
nay” , acompañado de Bloomfield y una veintena de agentes.
Nos reunieron en la celda que tenía el nombre de “ Fábrica
de Caballos” , donde don Alberto Eyzaguirre, a costa de pa
ciencia y con papel estañado de cigarrillos, había llegado a
levantar un altar en una de las paredes.
San Román, con aire de gran señor, que no le resultaba
nunca exacto por su condición de mulato, nos dice: “ He ve
nido por el llamado que he recibido de ustedes. El gobier
no de la Revolución Nacional se ha visto obligado a recluir
los aquí para salvarles la vida, pues el pueblo los odia tanto
que a no mediar la magnanimidad del compañero Paz Es-
tenssoro, ustedes hubieran sido ultimados en sus propios ho
gares por la gente que fue explotada cuando estuvieron en el
— 139 —
poder. Pero queremos oír sus quejas y por ese motivo he
venido a saber que desean ustedes” .
Aquellos nos sorprendió tanto que no supimos qué res
ponder. Nadie lo había llamado y la tensión se hizo mani
fiesta. San Román no sabía que hacer y nosotros lo mismo.
Entonces alguien sugirió que don Julio César Canelas tomara
la palabra en nombre de los presos, cosa que todos apro
bamos.
El señor Canelas comenzó con voz tranquila y firme ma
nifestando a San Román que ninguno de los presos había
solicitado hablar con él, pues nada tenían que decirle, pero
que aprovechaba su presencia allí para exigirle nuestra liber
tad, que era lo único que nos interesaba. Con respecto a
las declaraciones de la prensa sobre el pacto de Santiago, le
dijo que nosotros lo desconocíamos desde el momento que es
tábamos presos y que privados de libertad era imposible pro
nunciarse, pero que de cualquier forma, aquel Pacto no era
mal visto por nosotros. Era un rasgo de valor inaudito, ca
si suicida.
Blumfield, reaccionó violentamente y se enfrentó con
Canelas a quien increpó por sus palabras; terminó manifes
tando que una comisión de presos había hablado con él so
licitándole la presencia de San Román allí.
El señor Canelas, pese a su condición de preso, sostuvo
que no era cierto lo afirmado por Blumfield. Todos lo apo
yamos.
Blumfield, perdió los estribos y mostrando su calaña de
matón, se abalanzó sobre el señor Canelas con el evidente
propósito de agredirlo. San Román, cosa rara en él, lo to
mó del brazo y le pidió que se calmara.
En este estado de cosas, los “ buzos” tuvieron que sa
carse la máscara y Guzmán Ampuero pidió la palabra, la que
le fue concedida por San Román. Comenzó diciendo que él
— 140 —
y otros presos habían solicitado la presencia de San Román
para expresarle su protesta por el Pacto de Santiago.
— “ No es posible, señores, dijo, que mientras nosotros
aquí nos podrimos, ellos allá estén haciendo pactos agravan
do nuestra situación, pues era de lógica suponer que el go
bierno tomaría sus medidas contra nosotros ya que no lo
puede hacer con los firmantes de aquel “ ignominioso pacto” .
Lo apoyaron los buzos del gobierno y los traidores y
desertores de nuestras filas. Gracias a Dios no eran mu
chos, aunque debo confesar que eran los suficientes para
sembrar la discordia entre nosotros.
Volvió San Román a tomar la palabra para expresar la
comprensión del M.N.R. “ por la justa indignación de los pre
sos frente al pacto” . “ Pero es necesario, añadió, que la pro
testa que acaban de expresar sea confirmada por medio de
votos escritos condenatorios contra esos vendepatrias. A pe
dido de uno de los presos se pidió se nombrase una comi
sión de cinco personas para que redactasen aquel voto. San
Román aceptó la sugerencia. Fueron nombrados don Julio
Canelas, los doctores Max Atristain, Walter Urgel y dos más
que no recuerdo.
Terminada la singular asamblea se marchó San Román
y con él fueron sacados Guzmán Ampuero, Pizarro, Tejada,
Carrasco, Bilbao, Antezana y otros.
El voto lanzado por la comisión presidida por Canelas
fue un documento digno y encuadrado al momento. No se
condenaba nada ni se insultaba. Firmamos todos, menos el
señor Canelas. Era imposible proceder en otra forma.
A media noche, se presentaron los buzos acompañados
por los agentes armados con cachiporras y mediante la pre
sión más indigna se nos obligó a firmar otros votos fabrica
dos por ellos, llenos de bajezas dignas de quienes lo hicieron
— 141 —
v «lo insultos contra los firmantes del pacto. Se atacaba en
forma canallesca al señor Oscar Unzaga de la Vega.
I I disociador Alfonso Guzmán Ampuero fue una cons
tante pesadilla que tuvimos que soportar en esa época en la
prisión. Posteriormente ya en libertad, siguió sembrando
la discordia e incluso llegó a sorprender a Unzaga de la Ve
ga hasta lograr incluir su nombre en la lista de candidatos a
diputados por La Paz en las elecciones parlamentarias de
1958. Actitud incomprensible la del señor Unzaga ya que
él no podía ignorar lo canalla que fue este sujeto en la pri
sión donde lo denigró a él y delató a sus amigos.
— 142 —
Comenzaron los inquisidores con sus crueles métodos,
tratando de obligar al muchacho a delatar a su madre. Ocho
meses después, Arias me contó lo siguiente sobre aquella
noche infernal: “ San Román, quería a todo trance que yo
entregue a mamá. Primero fue todo a las buenas, luego vi
nieron los golpes, las patadas, lápiz a los oídos y flagelamien-
tos; yo ya no daba más. Amanecía ya, cuando mis ver
dugos me dejaron un momento solo en la oficina de la go
bernación donde me habían estado torturando. Sacando fuer
zas sobrehumanas, me puse de pié y tambaleándome me di
rigí a la puerta y al ver que estaba solo me acerqué al ba
randado, hice la señal de la Cruz y me lancé de cabeza ha
cia el patio enlozado” .
“ Cuando desperté no sabía donde estaba, me dolía casi
todo, me toqué la cabeza y luego el cuerpo, una enfermera
me contó después lo que pasó. Hizo mi mala suerte que
en lugar de romperme el cráneo y morir, me fracturara la
columna vertebral y aquí me tiene usted lisiado para toda
mi vida” .
Paz Estenssoro, no contento con la inutilidad física de
este inocente muchacho, lo mantuvo en prisión año y medio.
En su lecho de enfermo contrajo matrimonio con su abne
gada novia. A los pocos días de haber salido en libertad,
su esposa murió. El destino se ensañó contra este joven y
para cumplir su obra hizo que en su camino cruzara el de
los revolucionarios y asesinos del 9 de abril de 1952.
Madre e hijo, tomaron parte posteriormente en la revo
lución del 19 de abril de 1959. Ambos, luego se refugiaron
en la Embajada Argentina y vinieron a este país, donde re
siden actualmente.
143 —
LO S PR ESO S SE EM BO RRACH A N
— 144 —
Sacaba a las naranjas el jugo por un pequeño agujero y lue
go les inyectaba alcohol de cuarenta grados. Recién enton
ces supimos por qué Castro siempre estaba chupando naran
jas en una forma rara. La tunda fue brutal y quedó tendi
do en el patio toda la noche.
Mas de un dolor de cabeza tuvimos que sufrir debido
al alcohol. Los aficionados a la bebida se daban modos in
creíbles para conseguirla y hubo uno que inclusive llegó a
fabricar, en el campo de concentración de Curahuara de Ca
rangas, un alambique hecho de latas de conservas. No im
portaba la calidad de la bebida, lo que había que lograr era
algo para olvidar, algo que permitiera pasar inconciente
mente las penas o que pudiera devolver en el momento opor
tuno el valor perdido.
— 145
de advertir que es hijo de un terrateniente y él mismo mi
llonario.
A costa de bajeza y tal vez para tranquilizar su alma
enferma, obtuvo de Paz Estenssoro que lo nombrase presi
dente de una comisión que tenía la finalidad de tomar con
tacto personal con cada preso político para ver su caso y
poner en libertad a los que tenían faltas leves.
La farsa fue perifoneada por la radio y cacareada por
los diarios. La comisión se hizo presente primero en el
Panóptico y luego marchó a los campos de concentración.
Mi señora, encontró un día a este señor que había sido
condiscípulo de colegio y le pidió que hiciera algo para que me
pusieran en libertad. Le prometió e incluso le dio una fe
cha fija en que yo sería libertado.
Llegó la comisión al Panóptico y uno por uno fuimos
llamados a su presencia. Me tocó el turno a mí y
conducido ante ellos se me invitó a sentarme. Pérez del
Castillo tenía a su derecha al torturador Bedregal y a la iz
quierda al gobernador, un señor Velasco.
Lo primero que hizo Pérez del Castillo fue presentar
me a los demás miembros de la comisión con estas pala
bras: “ Este señor es reincidente, es enemigo del M.N.R. y
no ha cesado de conspirar desde que tomamos el poder” .
Y dirigiéndose hacia mí me dijo: “ Tiene usted alguna queja
que exponer? El gobierno está interesado en dar libertad
a la mayor cantidad de gente pero para ello deseamos saber
que grado de culpabilidad tiene cada preso. Tiene usted la
palabra” .
— “ Creo que nada tengo que hablar después de la cor
dial presentación que acaba usted de hacer de mi persona”.
— “ Su señora me ha manifestado que usted ha sido
torturado y que le han derribado los dientes.”
— 146 —
— “ He sido torturado muchísimas veces y es cierto que
me han derribado los dientes. Usted puede comprobarlo
ahora mismo.”
— “ ¿Puede usted decirnos el nombre de la persona o
personas que lo han ultrajado.”
— “ Se lo diría si usted me asegura que nada me pasa
rá. Sin una garantía formal tengo la seguridad que esta
misma noche volverá el que lo hizo y me sacará las muelas.”
• — “ Agente, llévese a este c a r a jo ...” .
La tal comisión era una estafa más de la revolución
nacional. Ninguno logró salir en libertad, pese a que se
comprobaron muchísimos casos de verdadera inocencia.
Al ministro de gobierno, Federico Fortún, a San Román
y a Gayán les convenía tener la mayor cantidad de presos
políticos, pero no por la seguridad de su gobierno sino por
la seguridad de sus bolsillos, pues comerciaban con nuestro
hambre. El gobierno tenía fijada cierta cantidad de dinero
para mantener a los presos. Pero como nos tenían a ración
de hambre ya que del dinero dispuesto para nuestra alimen
tación sólo gastaban la quinta parte podían llevarse tranqui
lamente el saldo que iba a parar a sus cuentas corrientes.
El propio Pérez del Castillo ha hecho millones a costa nues
tra. Según cuentas que hicimos en ese entonces, ahorraban
nada menos que TREIN TA M ILLO N ES DE BO LIV IA
NOS, fuera de los gastos reservados. Esta suma era lo ro
bado a nuestra alimentación mensualmente.
Con estos méritos llegó a ser ministro de asuntos cam
pesinos este agente de Moscú.
— 147 —
LO S P E R IO D IS T A S E X T R A N JE R O S
— 148 —
ira popular, que la comida era excelente y que era falso
que “ nos hubieran torturado”, que las camas eran magnífi
cas y que se nos daba todos los días leche con pan al levan
tarnos. En fin, que estábamos en el paraíso.
No queriendo prestarme a la farsa, le hablé al preso
que tenía a mi derecha, el buzo Raúl Pinto, manifestándole
que yo revelaría a los periodistas el trato que se nos daba
y las torturas que había soportado. Como es natural, fui
denunciado, y Menacho no permitió que yo hablara con los
periodistas y se me metió al “ Guanay” a patadas.
En otra ocasión, unos periodistas chilenos, acompañados
por el embajador Hales, conocido propagandista de Paz-Siles,
y por el jefe del Control Político, San Román, llegaron al
penal a entrevistar “ voluntariamente” a los detenidos polí
ticos. Esta vez, dos valientes militares, los coroneles Anto
nio Ponce Montán y Francisco Barrero, desafiando la ira del
verdugo mayor, allí presente, denunciaron los vejámenes de
que eran objeto a diario, las palizas que habían recibido y la
detención arbitraria de sus personas sin proceso alguno. Di
rigiéndose al embajador Hales, ambos militares terminaron
la entrevista con estas palabras: “ Nosotros lo invitamos, se
ñor embajador, a venir mañana o pasado mañana a vernos
y comprobará con sus propios ojos el estado en que nos pon
drán por todo lo que le acabamos de contar” .
Aquellos militares, sabían por qué hacían la invitación
al embajador. Era una hábil maniobra de evitar torturas y
flagelamientos. El embajador no volvió, los periodistas se
fueron y no publicaron nada y los denunciantes pasaron 20
días encerrados en la “ plancha” a pan y agua. Eso fue todo.
— 149 —
20 D E NOVIEM BRE DE 1954
— 150
que por estar disfrazados de “ pepinos” nadie los reconocía.
Yo no he podido hasta ahora comprender su cobardía y sa
dismo. Lo que ansiaban era simplemente ver sufrir; era
un goce paradisíaco para ellos el humillar con los insultos
más soeces y el retorcerse de las víctimas ante los latigazos
y los golpes. Solo descansaban cuando los infelices caían
desmayados. Ese fue el momento en que se retiraron las
bestias esa noche.
No se echó llave a la puerta de la “ plancha” tal vez pa
ra mostrarlos como escarmiento a nosotros. Mirar a esos
tres hombres después de eso era para enfermar el alma por
el resto de sus días. Lo único que compensaba esta visión
de pesadilla era el aire de valor y la tenaz sonrisa de desdén
de los dos militares.
A la noche siguiente llevaron a otros y así fueron pa
sando por ese cuarto maldito infinidad de presos, impoten
tes para defenderse.
El buzo más canalla fue Raúl Pinto. Gozaba al denun
ciar a sus compañeros de prisión y hacerlos martirizar. Su
complejo consistía en que habiéndose descubierto que era
un traidor se lo aisló y nadie le dirigía la palabra.
Este buzo había conocido al obrero Aguilar en la cárcel
y lo odiaba sin motivo alguno. Le seguía los pasos y un
día vio que el doctor Max Atristaín, compadecido del frío
que pasaba, le regaló un abrigo. Inmediatamente dio parte
a Blumfield, y éste, esa noche, volvió a torturar a Aguilar
para obligarlo a decir quien le había regalado el abrigo.
El sádico lo sabía, pero quería convertir al pobre Aguilar
en un delator. Pero pese a la monumetal paliza aquel buen
hombre no quiso delatar a su amigo y protector. Entonces
Blumfield llamó a gritos a Pinto y le ordenó decir quien
había entregado el abrigo a Aguilar. Pinto dio el nombre
del doctor Atristaín también a gritos. El doctor inmediata
— 151 —
mente fue sacado y llevado a la gobernación; no volvió en
toda la noche, y cuando lo hizo, muy digno, negó que lo hu
bieran maltratado. Pero nosotros supimos por los agentes
que había sido pegado.
La cárcel, también fue una escuela para nosotros. En
primer lugar los obreros, aquellos de quienes el gobierno se
proclamó amigo y protector “ por ser víctimas de la explo
tación capitalista y de los gobiernos anteriores”, se encon
traban también con nosotros padeciendo hambre, frío y tor
mentos. Ellos, como es lógico suponer, eran mayoría y nos
confesaban haber sido engañados por Paz Estenssoro-Siles
Zuazo. Jamás creyeron que éstos los utilizarían solo como
pretextos para perseguir a sus enemigos o levantarían la
bandera de las reivindicaciones obreras para entregar a la
clase proletaria al comunismo.
Cada uno, con la sencillez de los hombres humildes al
ternó en el penal con ex-presidentes, ex-ministros, ex-milita-
res, ex-altos funcionarios de estado, con universitarios y es
tudiantes. Nos confesaban, riendo, que ellos estaban con
vencidos ahora de que no eran ogros como los pintaban. “ Los
gobiernos de la “ rosca” , seguían diciendo, nunca nos traje
ron en masa, presos. Y aún los casos aislados no eran cas
tigados por actividades sindicales ni políticas sino por faltas
o delitos comunes. Vivíamos del fruto de nuestro trabajo
honradamente. El cambio ha sido total. Ahora en lugar de
trabajar para llevar el pan a nuestros hijos, nuestro gobier
no, “ el gobierno del pueblo” como lo llaman Paz y Siles, nos
mete a la cárcel y hace padecer hambre y frío a nuestras fa
milias. Solo por discrepar de sus ideales políticos” .
Yo también, saqué mis conclusiones de los “ rosqueros”
y de los obreros. Los primeros, no eran insensibles al su
frimiento ajeno ni vende patrias, ni sirvientes de los baro
nes del estaño como nos los habían pintado. Eran personas
152 —
dignas y en su mayoría de modesta situación económica, me
recedor del respeto de todos los ciudadanos. No puedo ne
gar, que conocí antes de la revolución del 9 de abril de
1952 algunos falsos valores, aquellos que por diversas cir
cunstancias del destino lograron intervenir en los negocios
internacionales sin capacidad para ello, y que luego traicio
naron a la confianza de sus conciudadanos. Pero eran pocos
y no pasaban de medio centenar. Hoy en cambio en el
gobierno de la llamada revolución nacional, los valores fal
sos son miles, comenzando por Víctor Paz Estenssoro y
I lemán Siles Zuazo, hasta llegar a aquellos contorsionistas
como Pérez del Castillo que por medio de adulaciones esca
laron situaciones y llegaron a ser hasta embajadores para
vergüenza de la patria.
A su vez los obreros no eran las fieras que se les creía
sino seres humanos, buenos y sensibles. Mal dirigidos, no
cabía duda. Incomprendidos tal vez y bastante ignorantes.
Por ello los demagogos se infiltraron en sus filas y explota
ron su candidez. Se aprovecharon de ellos y gobiernan a
su nombre, haciéndoles creer que “ los obreros co-gobiernan”.
IVro los obreros presos se daban cuenta de que en realidad
no gobiernan y que ahora sí que son esclavos. Muchos han
sido corrompidos por los comunistas que los han obligado
a lomar un fusil y matar a diestra y siniestra. La “ demo-
ua< ia popular” los convirtió, de pacíficos ciudadanos que
eran, en milicianos sin Dios ni ley. Pero los dirigentes son
una minoría entre aquella gran masa humana que aspira a
vivir mejor, que añora el bienestar de antaño y que un día. . .
un día muy cercano, romperá la cadena de opresión y se
lan. ai a a las calles tras su presa, para ser implacables con
aquello-, que los engañaron, que los explotaron, que gober
naron en su nombre, desnutrieron a sus hijos y que a mu-
< lio- de ( líos los hicieron asesinos.
153
Conocí a algunos “ niños bien” , aquellos que el gobier
no trata de mostrarlos como parásitos de la sociedad. Casi
todos eran muchachos dignos y valientes. Llegaron a dor
mir en una misma cama y fumar del mismo cigarrillo con
los obreros y los indios. Se contaban cuentos “ colorados”
y festejaban el chiste con grandes carcajadas. Mostraban un
increíble buen sentido. Eran hermanos que se reencontra
ban en el dolor y que mañana juntos, unidos serán los
encargados de reconstruir la patria devastada.
Tenía yo un amigo, era un hombre retraído a quien se
tenía por un ser engreído y creído. Llegó, como todos.
Sorprendidos comenzamos a conocerlo tal como era, senci
llo y cordial, pertenecía a una de las familias más distingui
das de La Paz, se llama José Salgado Pacheco. Un día Pe
pe, recibió un papel de su casa en el cual le decían que le
mandaban un pollo, tenía que contestar el papelito, pero
para ello vio si en el paquete estaba el pollo. Solo estaba
la mitad. Escribió, que había recibido la mitad. Cometió
una herejía, tenía que contestar sencillamente “ recibí confor
m e” . Fue sacado a la gobernación, regresó tarde y se nos
dijo que no lo habían castigado, pero todos le hicimos bro
mas preguntándole si mas bien le habían regalado confites.
Tenía muy buena mano para “ arreglar” el rancho y freía
los huevos con habilidad asombrosa, sin reventar las yemas.
154
nos hicieron formar y comenzaron a llamar a los que salían
en libertad. Salieron los caballerosos hermanos Canelas, Ju
lio César y Carlos, Pepe Salgado, mi compañero de celda
Carlos Lowestein y ocho personas más, seis de los cuales
eran “ buzos” . En total, de doscientos que éramos salieron
doce. Luego, a los que quedamos nos indicaron que arre
gláramos nuestras “ pilchas” para ser trasladados a otras sec
ciones. Yo fui llevado a la sección mujeres. Me metieron
a la celda número uno y me echaron llave.
El día de Navidad se permitió a nuestras familias vi
sitarnos todo el día. Fui sacado para recibir la visita de mi
mujer y mis hijos. Esas visitas se las recibía en la Capilla.
Ese día fue todo un jubileo. Las felicitaciones y abrazos
eran nutridos. ¡Qué día más grato! Mis hijos vinieron tres
veces a verme ese día.
En la noche comenzamos a rezar el rosario en la celda
del ex-teniente Humberto Palacios y luego todas las siguien
tes noches lo seguiamos rezando. Palacios es un hombre
moreno, alto y estoico. De pocas palabras. Era una de las
víctimas propiciatorias de los comunistas. Conozco las tor
turas a que fue sometido, más adelante de esta mi narración
las he de insertar conforme me las narró él. ¿Y todo por
qué? Por ser un militar digno y patriota.
— 155 —
Constaba de dos departamentos, una planta alta y la
baja. Había más o menos 26 celdas, unas grandes y otras
muy pequeñas. En el patio se encontraba una pileta y un
“ noque” grande. Teníamos agua en abundancia y después
de cinco meses pude darme un baño. La única letrina que
había, gracias al agua abundante, era un contraste con la del
“ Guanay” .
Allí había una disciplina rígida, que era cumplida por
todos, desde los ex-dignatarios de estado hasta el último pin
che. El aseo era una norma. Una mañana el joven “ reo
político” (así nos nombraban los reos comunes), Víctor So-
liz, haciéndose el gracioso, puso una ordenanza en la pared,
con el rol de recomendaciones sobre la higiene y la nece
sidad de conservar el noque y el servicio completamente
limpio. En un gesto de humor firmó la ordenanza y bajo
su firma puso: “ El señor ministro de Salubridad” . Ese día,
por mala suerte, visitó aquella repartición el tantas veces
nombrado verdugo Adhemar Menacho. Venía a inspeccio
nar. Nadie hizo caso de su presencia. Leyó la ordenanza
y preguntó: “ ¿Quién es el señor ministro?” De inmediato
se presentó el chico Soliz y dijo: “ Soy yo, señor”, creyendo
que nada podía pasarle por una broma de esa naturaleza.
Pero no fue así. Menacho, lo sacó de allí y lo mandó a la
“ plancha” para castigarlo personalmente.
Encontré en la sección mujeres a algunos amigos de la
infancia con quienes compartí todas las inquietudes y las po
cas alegrías de esos días de prisión. Allí permanecían des
de hacían más de dos años los coroneles Vacaflores, Loayza,
el general Bernardino Bilbao Rioja, su hermano Sinforiano
y otros.
La rigidez conque nos trataban los agentes se fue sua
vizando un poco. Nos permitían conversar y hasta logra
mos que se nos proporcionaran cortaplumas para poder ha
— 156 —
cer trabajos manuales en madera. Algunos llegamos, a fuer
za de paciencia, a realizar pequeñas obras de arte que con
servamos aún.
El “ Diablito "Hugo Montoya, era un lince para todo.
De una cuchara de aluminio llegó a fabricar 20 llaves de can
dados para una fuga, que por desgracia fracasó con la con
sabida masacre de los presos por parte de los agentes. Se
propuso fabricar una guitarra y ayudado por todos nosotros
la terminó a la perfección. A los pocos días Paquito Bel-
trán, que era un inspirado artista, hizo vibrar sus cuerdas
y cantó un bolero muy popular en esos días: “ Palmeras” .
Esas pequeñas emociones ponían una nota vital de alegría
en nuestra monótona y triste existencia.
Paco Beltrán era un joven militar de carrera dado de
baja cuando los comunistas se hicieron cargo del poder. Te
nía a su madre consumiéndose con un implacable cáncer. Los
viernes se le permitía ir a verla, debidamente custodiado.
Su madre, que presentía que sus días estaban contados, rogó
a su hijo que tratase de fugar; quería morir sabiéndolo li
bre. Beltrán desde ese instante comenzó a idear la forma
de obedecer a su madre. Hizo su plan de fuga para la si
guiente visita.
La suerte lo acompañó, pues salió escoltado por un solo
agente armado. Aproximándose como si fuera a besar a su
madre le dijo al oído que ese día se escaparía. Volviéndose
al agente que se encontraba cerca de la puerta le rogó que
lo acompañase a comprar un paquete de algodón, a lo que
aquel accedió. Dio el último beso a su madre y salieron.
Ya en la calle, subieron a un auto de alquiler y Beltrán
ordenó al chofer que lo llevase a la avenida Arce. El agente
debió ser del interior pues no se dio cuenta que en esa arte
ria de la ciudad no hay farmacias y no se opuso. Hizo parar
el auto, pagó, y corriendo, ingresó a la embajada del Brasil.
— 157
Cuando el pobre agente se dio cuenta de lo que acababa de
pasar, ya era tarde. Entró a la embajada y rogó a Beltrán
que le tuviera lástima y que volviera a salir pues San Román
lo mataría por haberlo dejado escapar. Ante la negativa de
Beltrán e impulsado por el terror, el agente optó por asilarse
también y ambos marcharon al exilio. . .
En La Paz, mientras tanto, en un hospital, la madre de
este muchacho no cesó de rezar pidiendo protección para
su hijo. Su alegría debió ser muy grande al conocer su lle
gada a tierra de libertad. . . Murió cuando su hijo la año
raba en el exilio.
— 158 —
La partida de presos que llegó a Corocoro fue recibida
como debía ser: con una soberana paliza, de cuyos resulta
dos murió esa misma noche un señor Mena, hijo del cono
cido comerciante de la frontera con Chile a quien llamaban
el “ rey de la yareta”, por sus grandes negocios con este
combustible.
Quedó gravemente herido don Alejandro Arzabe, a
quien el preso político Napoleón Fiorilo denunció ante sus
verdugos como habiendo sido uno de los inspectores del
trabajo del régimen anterior. Y este mismo Fiorilo acome
tió a golpes a su compañero de infortunio queriendo ganar
méritos ante los verdugos, hasta dejarlo desmayado. Un
agente quiso rematarlo, le dio un tremendo golpe con un
azadón y le hundió el cráneo. Arzabe se debatió entre la
vida y la muerte durante un año. Y así herido pasó un
año y medio preso.
Mientras esto sucedía en los campos de concentración,
el nuevo gobernador que reemplazó a Blumfield, de la Quin
tana, puso en práctica en el Panóptico sus hazañas de Cura-
huara de Carangas. No había noche que no se deleitase
flagelando presos.
El 22 de enero fui trasladado a la sección “ Preferencia” .
SECCION “ PREFER EN C IA ”
— 1 5 9 —
Se nos ordenó que nos acomodáramos en la celda que
ocupaba el ex-ministro de Villarroel y ex-colega de Paz Es-
tenssoro, coronel Antonio Ponce Montan, a quien había co
nocido dos años antes allí mismo, y a quien el gobierno
mantuvo preso sin vacaciones durante tres años y medio.
Digo sin vacaciones porque a mí me pusieron en libertad en
el Ínterin para luego volverme a encarcelar, lo que consideré
una vacación. Con Ponce estaba un “ buzo” de apellido Tó-
rrez, de profesión sastre, a quien los verdugos explotaban
en la prisión mandándose confeccionar trajes sin ninguna re
muneración. Quedamos instalados con Ramos allí.
Esta sección tenía sus ventajas y la mayor a mi enten
der era la gruta con una imagen de la Virgen de Lourdes
que había en medio del patio. Allí nos concentrábamos los
presos todas las mañanas y al atardecer. Mas amplia, y mu
chísimo más grande que las otras secciones en las cuales
había estado antes, lo que fallaba era el agua, pues éramos
muchos. El servicio higiénico también era todo un proble
ma para doscientos que tenían que hacer uso de una sola
letrina la que como es de suponer se echaba a perder con
el consiguiente desastre para todos.
En las noches y previa comprobación de que no estaban
los agentes encendíamos las ampolletas de luz que nos había
mos ingeniado en conseguir. Habíamos logrado unir fila
mentos, invisibles a simple vista, de alambres que conectá
bamos con ambos polos de los contactos de los focos y los
manteníamos así sujetos con tela adhesiva. Esta luz la to
mábamos del único alambre que allí había y que iba a dar a
la Gruta. Fuimos varias veces sorprendidos y castigados
por el robo de la corriente pero siempre reincidíamos pues
necesitábamos hacer algo o trabajar manualmente en las no
ches y para eso nos hacía falta luz.
— 160 —
El coronel Ponce, que era muy ingenioso, llegó a fabri
car un calentador de agua, que nos servía para hacer café
y hervir agua para bañarnos. Todo esto lo teníamos que
hacer clandestinamente. Para estos sádicos la suciedad, la
falta de higiene de los presos era elemento indispensable de
tortura.
La sección “ Preferencia” parecía tener muy merecido
nombre, pues se nos permitía dos cosas importantes: hacer
ostensiblemente trabajos manuales y conversar en las noches
hasta las ocho.
El coronel Ponce, que además era un narrador incansa
ble, nos contaba sus conocimientos, experiencias y viajes por
Europa. A una pregunta mía de por qué, habiendo sido
colega de Paz Estenssoro en el gobierno de Villarroel, se
encontraba preso, me contestó lo mismo que había oído a
otros ex-amigos de Paz: No eran comunistas. Se vanaglo
riaban solamente de ser nacionalistas.
Alternaba en nuestras charlas el “ buzo” Tórrez que nos
hacía reír por su ingenuidad y simplezas. Cuando narraba
sus aventuras amorosas con mujeres de mal vivir, y no que
riendo darles ningún calificativo ofensivo las llamaba “ las re
publicanas” . ¡Añoraba día y noche a sus republicanas!
Fabriqué dos juegos de dormitorio para las muñecas de
mis hijas y tallé, bajo la dirección artística del coronel Pon-
ce, tres cabezas de Cristo y dos de la Virgen. Aún hoy,
cuando veo estas obras y otras hechas con más dificultad,
en carozos duros de frutas, me emociono y también me ale
gro. Aprendí algo muy hermoso.
El coronel Ponce muy bromista me hacía rabiar mucho
con sus ataques a la Iglesia y se burlaba de los que iban a
rezar a la Gruta. Lograba silenciarme con esta sola pre
gunta: “ ¿Por qué, la Iglesia, se ha solidarizado con los co
munistas del gobierno y no ha levantado su voz de protesta
— 161 —
por la creación de los campos de concentración? ¿Por qué
a los curas les ha faltado valor para venir a visitar a los
presos?” ¿Qué podía responder yo, católico practicante,
ante esa verdad absoluta? Yo estaba convencido de la trai
ción a sus deberes de la alta jerarquía eclesiástica, contra
riando no solo sus deberes específicos sino algunas termi
nantes instrucciones vaticanas. Yo, y muchos como yo, he
mos pasado crisis espirituales muy grandes y algunos por
solo esto han dejado la religión católica definitivamente; yo
no, porque lo que ha ocurrido es una defección de los hom
bres. Nosotros los defendimos y ellos, los pastores, nos
abandonaron.
Otro día que también tocamos el tema religioso, otros
presos intervinieron en la discusión. Muchos eran unos
ateos rematados que no vacilaban en negar a Dios pues, se
gún ellos, si Dios existiera no permitiría las injusticias que a
diario se cometían en el mundo. Yo trataba de hacerles ver
mi punto de vista de que los errores de los clérigos no se
podían atribuir a la Iglesia, que en toda institución habían
buenos y malos sin que por los malos tuviéramos que re
pudiar las instituciones. No había que confundir los malos
arzobispos y sacerdotes con la Iglesia misma. Que así como
habían curas que no respondían a la línea divina había otros
a quienes nadie les podía negar su santidad. El tema religio
so era uno de los más espinosos e imposibles de discutir sin
grave alteración de los ánimos. Esa tarde cerró la discu
sión un joven, cuyo nombre no recuerdo, con estas palabras:
“ Yo soy católico pero no practicante, reconozco que Jesu
cristo sufrió mucho, pero nosotros hemos sufrido más que
El, porque Jesús no conoció los campos de concentración” .
Es indudable que el encierro, las cavilaciones interminables,
la falta de solidaridad del exterior de la prisión nos amar
gaba el espíritu y acabábamos por mezclar con los directos
— 162 —
culpables y sus cómplices a los que no mostraban con actitu
des prácticas su misión apostólica y humanitaria. Era fru
to y reflejo del dolor y de la desesperación. Parecía que
mientras unos nos afianzábamos a Aquel que todo lo puede,
otros, con su egoísmo, se empeñaban en separarse de El.
Habiendo sido un hombre de estado y de un régimen
violento, como lo fue el del mayor Villarroel, el coronel
Ponce estaba capacitado para analizar la situación nacional
con conocimiento de causa. Hablando acerca del gobierno
de Paz Estenssoro-Siles Zuazo, nos decía: “ La traición de es
tos malandrines no es tan grave por lo que nos están des
truyendo a nosotros sino porque están hipotecando el futuro
de la patria. Los convenios que a diario se firman son
viles negociados, los compromisos de pagos los están hacien
do a largo plazo con el fin premeditado de que sean otros
los hombres que carguen con la ruina que ellos dejarán al
irse de Bolivia” .
Nunca me he de olvidar de estas palabras del coronel
Ponce. Han resultado tan ciertas que ellas han sido con
firmadas con el correr del tiempo. Sólo que Dios les jugó
una mala pasada a los movimienlistas. Ellos se conocían
ineptos y sabían que no durarían en el gobierno y por eso
hicieron una carrera rápida de latrocinio y robos, mezclán
dose en infinidad de negociados a largo plazo para que otros
carguen con el muerto. Pero ellos, que firmaron los pagarés
pensando no pagarlos, se han visto frente al destino que los
mantuvo en el poder tanto tiempo para obligarlos a cumplir
con sus compromisos.
Así, pese al silencio y a la reserva conque se llevaron
a cabo los inicuos negociados de Chacur, de Markus, de Ar
pie y tantos otros, el pueblo sabe quiénes negocian y con cuán
to se quedan. Nadie podrá levantar el peso de la infamia
que tienen encima Paz Estenssoro, Siles Zuazo, Juan Lechín,
163 —
Mario Tórrez, los Fortún Sanjinés, los Zuazo Cuenca, los
Alvarez Plata, los Pérez del Castillo, los Mac Lean, los Fell-
man Velarde, los Bedregal, los Sanjinés Uriarte y un número
muy largo de familias que por supuesto no honrarán a sus
hijos.
— 164 —
para ganar la guerra, como Adenauer dio la fuerza y la
ciencia del suyo para ganar la paz. Dejando el caso de
seres iluminados por una inspiración divina como Juana de
Arco o don Juan de Austria, que en plena juventud salvaron
a sus patrias y al mundo, es casi imposible prescindir de
los hombres con trayectoria, con experiencia y con un cono
cimiento casi anticipado de los hechos.
El idealismo que anida en el corazón juvenil no es tam
poco un don exclusivo de la juventud como no lo es el pa-
iriotismo. Así como hay jóvenes prematuramente enveje
cidos hay viejos con el alma joven y con tanta fuerza espi
ritual como a los treinta años. Mas veces he visto el ojo
certero del hombre de experiencia adivinar la hora del triun
fo o de la derrota que el de los jóvenes enceguecidos de im
paciencia.
Otro de nuestros temas de discusión era el conflicto
cutre el pasado y el presente. “ No queremos pactos con
el pasado” , era frecuente oír a algunos jóvenes fanatizados
que atribuían a los partidos tradicionales las desgracias na
cionales sin reconocerles ningún mérito. Los que pensába
mos en forma diferente les mostrábamos que el pasado in
mediato eran nuestros padres, muchos de ellos servidores
abnegados y honestos de la patria. El pasado más inmedia
to todavía era la vida de tranquilidad, de paz y hasta de bien-
< .lar que precedió al 9 de abril de 1952. El pasado media
to fue la defensa del territorio en cinco fronteras, la cons-
f moción de caminos, de aeropuertos, de escuelas, de insti
tuios.
El pasado hizo lo que hay de bueno en Solivia. Fue
ron nuestros antepasados quienes con sus aciertos o des
aciertos, lentamente forjaron toda una sociedad decente y res
pe! ada, construyeron ferrocarriles y ciudades, impulsaron las
industrias, intensificaron el comercio y mejoraron la agricul-
— 165
tura y la ganadería. Todo marchaba en los decenios pasa
dos a un ritmo lento si se quiere, pero seguro, y siempre
buscando el progreso de la nación. La vida del ciudadano
era respetada y su seguridad jurídica no era mellada. Los
hombres encargados de la administración de justicia, eran
en su mayoría, probos. A las Cámaras Legislativas llegaban
ciudadanos de todas las esferas sociales, pero casi siempre
los mejores, elegidos mediante el voto conciente, es decir, de
los que sabían leer y escribir. No se puede negar que algu
na vez se denunciaron fraudes pero eso mismo dio a la ciu
dadanía un impulso mas para su lucha política y significaba
libertad en la crítica y posibilidad de elegir sin presiones,
libremente, a los representantes del pueblo. Al Poder Eje
cutivo llegaron hombres de conocida trayectoria partidista,
patriotas y no faltaron los idealistas, dejando tras sí una es
tela progresista, laboriosa y fecunda. Casi todos los estadis
tas que llegaron a la cumbre fueron dignos de ella. Algunos
presidentes, civiles y militares fallaron pero esos, en Bolivia,
como en todas las latitudes, fueron condenados por el tiempo
y la historia.
Este fue el pasado, al cual no se debe insultar y del
cual no puede renegar la juventud de ahora ávida de tomar
para sí los destinos del pueblo, que según ellos, debió ser
mejor gobernado y mejor administrado. Contra todo eso
que nos legaron nuestros antepasados se hizo la nefasta re
volución del 9 de abril de 1952. Parte de esa juventud que
despotrica contra el pasado estaba dirigida por Paz Estensso-
ro y Siles Zuazo.
Y llegábamos a la conclusión de que para nadie, a me
nos de ser ciego o sordo, pagado o engañado, es un secreto
que toda la tragedia de nuestra patria comienza el 9 de abril
de aquel año con la dominación de estos falsos redentores
del Movimiento Nacionalista Revolucionario que han aniqui-
— 166
ludo en su totalidad todo el progreso logrado en más de un
siglo, dando muerte a todas las industrias, corrompiendo el
comercio, prostituyendo la sociedad, arrasando los campos y
anarquizando al país hasta llevarlo a una franca lucha de cla
ses. El Poder Ejecutivo cayó en manos de una docena de
Comisarios de estilo soviético, que hicieron gemir a la ciu
dadanía; el Poder Legislativo se convirtió en un antro de
rufianes de la peor especie y el Poder Judicial, digno y res
petado ayer, fue transformado en una gavilla de simples
milicianos a sueldo del déspota de turno.
Felizmente, nos decíamos, no toda la juventud está ex-
t inviada, muchos jóvenes han querido detener la destrucción
V han ofrendado su sangre por la ventura de la patria. De
tener la mano homicida es una obligación y no permitir que
terminen con la existencia de la patria herida es un mandato
de la historia. En medio de la congoja de esas horas som
brías de la prisión acabábamos por sentirnos más unidos
en el ideal de mitigar los dolores de la patria todos juntos,
In-, jóvenes de hoy con la fuerza de su esperanza puesta en
el futuro y los “ hombres del pasado” con sus méritos y ca
pacidades forjados en dura lucha. Sólo así se podría legar
a las generaciones futuras algo más que una tierra en ruina.
— 167
a no ser mi testimonio de todo lo que sufrió. Fue uno de
los presos más duramente castigados por el régimen comu
nista boliviano. No alcanzo a comprender cómo ha podido
salir con vida de todos sus padecimientos.
En 1953, al ingresar por primera vez al Panóptico me
llamó la atención la conversación profundamente sincera de
un joven moreno, de mediana estatura, cuyo lenguaje conciso
y preciso inspiraba confianza. Supe que era un ex-oficial
de infantería, cuya resuelta y clara actitud democrática le
había granjeado el odio de los nuevos amos.
— Caí preso, comenzó diciéndome, un día de abril de
1953. Me sorprendieron en la calle y fui metido a empe
llones a un vehículo. Aprovechando de un momento de des
cuido de mis captores, y del tránsito congestionado de ve
hículos en el Stadium, logré escapar del auto y emprendí
loca carrera. Al llegar a la plaza Uyuni se me cruzó inten
cionalmente un auto manejado por un señorito que me co
nocía y quien viéndome correr logró detenerme, momento
aquel en que me alcanzaron mis perseguidores. Luché por
librarme de ellos pero eran muchos, no pude resistir y sin
consideración alguna fui llevado a la Sección Segunda para
ser entregado al chileno Luis Gayán Contador, que era el
jefe de aquella repartición policial.
“ Como mi ingreso del Perú donde tuve que viajar a
raíz de la revolución de abril del 52, fue clandestino, tenía
un nombre supuesto y en mi carnet figuraba con este nom
bre. Fui registrado así y tuve la suerte de que ninguno
de los agentes allí presentes me reconociera. Mi detención
se debía a una delación contra el supuesto nombre.
“ Gayán me interrogó largamente pero sin violencia en
un comienzo. Luego ordenó a sus agentes Taine, Rioja y
otros, que me metieran a la “ amansadora” , para refrescarme
la memoria. Fui sacado de lo de Gayán y llevado al patio.
— 168 —
I i “ amansadora” era un cuartucho de adobe de 80 cm. de
ancho por 1.40 de alto. Antes de meterme a esta especie
de cepo vertical, pusieron un rodillo y encima de él una tabla
luego se me introdujo en forma violenta. Yo mido 1.68 y
el cuartucho que solo tenía 1.40 quedaba más chico todavía
con el rodillo y la tabla. Es de imaginar la posición forza
da que tuve que soportar. A la incomodidad de mi postura
se agregaba la inestabilidad para poderme mantener quieto
haciendo equilibrio sobre el rodillo. Dos o tres veces logré
zafarme de ese infierno para luego volver a ser metido a
punta de patadas y cachiporrazos. Recuerdo muy bien que
durante muchas horas aguanté con lucidez, luego perdí la
noción de las cosas.
“ Desperté cuando era ya de noche. Me encontraba
completamente desnudo y así me tenían sobre una mesa con
las manos y pies atados. Así que me vieron despierto co
menzaron a poner sacos de arena sobre mí, luego, cuando
solo quedaba libre la cabeza, comenzaron a dar de garrota
zos sobre los sacos de arena con el consiguiente dolor a mi
cuerpo. Este martirio duró mucho y solo pararon cuando
vieron que comenzaba a arrojar sangre por la boca. No sé
cuantas veces me habré desmayado. Gayán era el director
de aquello, ordenó que sacaran las bolsas de arena y que me
desataran. No podía moverme por mis propios medios. Lue
go, así desnudo, fui llevado a una celda donde me dejaron
durante dos días.
“ Ellos querían que yo denunciase el paradero del co
ronel Rafael Loayza de quien decían que era el jefe militar
revolucionario de los falangistas. No obtuvieron nada.
“ Al tercer día me entregaron mi ropa ordenándome que
me vistiese. Se me sacó de la celda y me condujeron nueva
mente ante Gayán. Este se encontraba conversando con el
cadete Ledesma, alias “ El indio” , a quien yo conocía pues
— 169
era de mi grupo y acababa de caer preso. Se me ordenó
seguir adelante y no hablé con Gayán. Nos miramos con
Ledezma.
“ A las dos horas nuevamente fui llevado ante Gayán,
quien me increpó diciéndome que yo era el teniente Hum
berto Palacios y que era inútil seguir negando. El cadete
Ledezma me había denunciado no cabía duda. Con todo
yo negué y persistí diciendo que me llamaba como me habían
registrado. Nuevamente fui llevado a la cámara de tortura
y sometido a iguales procedimientos que los días anteriores.
Se me aplicó la picana eléctrica.
“ Al saber Juan Lechín que el teniente Palacios era el
preso, se apersonó a la sección segunda y le dijo a Gayán:
“ Este hombre me pertenece. El masacró mineros en la gue
rra civil y lo mandaré a las minas para que los mineros
ajusten cuentas con él. Pero Gayán no quiso entregarme
a Lechín pues quería a todo trance saber donde se encon
traba oculto el coronel Loayza. Ante mis negativas, el pro
pio Gayán con su cachiporra me pegaba y escogía precisa
mente mis testículos para dañármelos. Yo sangraba por to
das partes. Las torturas que me infligían eran siempre
hechas cuando estaba desnudo. Me metían alfileres bajo las
uñas de las manos y los pies. Me clavaban los dedos a los
ojos, a las narices y a los oídos. Un preso común, el súb
dito francés Tonelier, era uno de los verdugos más sádicos
(este sujeto asesinó a un súbdito belga conjuntamente con
la esposa de éste. Descuartizaron a su víctima e introdu
jeron sus restos en un baúl. Ahora servía a la revolución
nacional).
“ El cadete Ledezma, que era el único que sabía que el
coronel Loayza era mi padrastro, se lo sopló a Gayán y co
mo es natural las torturas se quintuplicaron.
— 170
“ Nuevamente Lechín insistió ante el ministro de go
bierno Federico Fortún Sanjinés, para que me entregaran a
él, a lo que accedió el ministro. Fui entregado a Lechín
esa misma noche, después de más de veinte días de torturas
u manos de Gayán. Mi traspaso a manos del dirigente mi
nero, no mejoró mi suerte. Pasé de manos de un torturador
estúpido a manos de un sádico refinado. Lechín en persona
me ultrajó y los hombres a sus órdenes me infligieron un sin
número de torturas. El odio a mi persona, por el solo he
cho de haber cumplido con mi deber al defender al gobier
no constitucional en 1949, me trajo como enemigos a éstas
bestias.
“ Al día siguiente de haber sido entregado a Lechín, éste
ordenó a sus lugartenientes, me llevaran a las minas y me
entregaran a los mineros para ser linchado en el mismo lu
gar donde yo había cumplido con mi deber años atrás.
“ Me sacaron de La Paz a media noche en un auto. Sa
limos de la ciudad con dirección a Potosí. Los lugartenientes
de Lechín me pusieron en medio de ellos. Cuando ya está
bamos cerca de Potosí, y sabiendo lo que me esperaba al
llegar allí, tomé bruscamente el volante y traté de desviar
el auto hacia el profundo precipicio que teníamos a un cos
tado. La rápida reacción tanto del que guiaba como de los
agentes que iban atrás hizo que yo no pudiera conseguir mi
objetivo. Pararon el vehículo y me sacaron del asiento de
adelante y a puñetazos y patadas me introdujeron en el
asiento de atrás. En un momento de descuido el chofer me
dijo al oído: “ Cálmese teniente, no lo vamos a entregar a
los mineros, Lechín solo quiere asustarlo y humillarlo”. No
lo creí y seguí forcejeando tratando de librarme de ellos.
Nuevamente nos pusimos en marcha. Llegados a Potosí me
hicieron dar varias vueltas a la plaza. Luego me llevaron
a la policía donde me alojaron.
— 171 —
“ Más o menos a media noche, me volvieron a sacar y
me metieron al auto. Uno de ellos me dijo: “ De esta no
se escapa, lo estamos llevando a las minas”.
“ Pese a la impresión de ser entregado como pasto a las
fieras, era tal mi cansancio que me quedé dormido. Via
jamos toda la noche. Al atardecer del otro día llegamos nue
vamente a La Paz y nuevamente me devolvieron a Gayan.
“ A los cuatro días de mi regreso de Potosí, Gayán me
hizo llevar a su presencia y me dijo: “ Se está hablando en
la calle que lo hemos matado a usted. Quiero que me firme
un papel en el cual conste que está usted vivo y que yo,
Gayán, no lo he torturado; necesito dejar a mis hijos un
apellido honorable. ¡La bestia brutal aún se creía honora
ble! Firmé el documento tal como estaba redactado. Un
coronel que estaba preso también firmó como testigo.
“ Otro día fui sacado nuevamente ante el mismo Gayán
y éste ordenó a sus secuaces me llevasen al cementerio y que
me fusilen, pero debían hacerme cavar mi sepultura primero.
Sólo suspenderían mi fusilamiento si yo denunciaba el pa
radero de mi padrastro el coronel Loayza.
“ Llegamos al cementerio. Custodiado por ocho mili
cianos armados de fusiles, en el rincón más alejado, me al
canzaron una pala ordenándome cavar mi sepultura. Como
un autómata me puse a cavar. Sudaba frío, y no tenía más
pensamiento que mi madre.
“ Cuando el pozo estuvo listo se me obligó a pararme
frente al pelotón de fusilamiento, constituido por civiles. Se
dio la orden de: “ fuego”. Sentí un impacto en toda la cara
y caí. . .
“ Cuando volví en mí, me di cuenta que estaba ence
rrado en una celda. Me toqué la cara y el cuerpo. Sentí
mi rostro ensangrentado, aún me salía sangre de las heridas
que tenía en la cara. En el cuerpo no tenía ninguna he
172 —
rida. Los criminales habían hecho el simulacro del fusila
miento con balas de fogueo. Los impactos de éstas me hi
cieron las pequeñas heridas que no eran para hacerme caer
pero la impresión de sentirse fusilado fue suficiente para
desplomarme. Yo creo que uno de estos simulacros es un
organismo predispuesto a la neurosis y después de semanas
de torturas, sería suficiente para volver loco a cualquiera.
Felizmente mis nervios demostraron estar intactos.
“ Nuevamente durante más de cuarenta días y muchas
noches fui torturado sin descanso en una y otra forma. Re
cién se me dejó en paz, cuando mi padrastro el coronel
Loayza cayó preso, por una imprudencia, en manos de Gayán,
Yo ahora descansaría, me dije para mí. Le tocaba el turno
al coronel Loayza. El padeció iguales torturas. Actualmen
te se encuentra preso y me imagino como estará sufriendo
pues los verdugos cada día se tecnifican más.”
Se puede hacer más comentario a esta patética narra
ción del teniente Palacios. “ Solo Dios es testigo de los
innumerables crímenes cometidos por Paz Estenssoro y Siles
Zuazo. Los periodistas, corresponsales de prensa, diplomá
ticos, etc., ignoraron estas monstruosidades que no son las
únicas.”
Palacios, pese a su físico desmejorado, conserva un alma
indomable. Trabaja en la provincia de Buenos Aires en una
granja agrícola con tres desterrados bolivianos más. Sigue
siendo un luchador democrático sin claudicaciones.
— 173 —
cargo de los presos comunes, quienes eran, a la vez, nuestros
carceleros y torturadores: Raúl Gómez, J. Guerra, el francés
Tonelier, Burgos y otros. Unos, como Raúl Gómez, eran es
tafadores conocidos, otros como Tonelier, asesino convicto y
confeso con sentencias ejecutoriadas.
Luego, los reos comunes fueron tomando cierta catego
ría en la Revolución Nacional y llegaron a constituir uno de
sus “ pilares”. Ascendidos en su categoría no podían seguir
en sus antiguos tareas y los presos políticos tuvimos que to
mar por nuestra cuenta la higiene.
Un día de marzo de 1955, llegaron de los campos de
concentración muchos presos enfermos y, con ellos algunos
soplones y presos torturadores, entre los que recuerdo a Ar
mando Llanos (P ato ), Hugo de la Fuente, Hugo Farfán,
Hugo Antezana, Napoleón Fiorilo y otros. Estos, para ma
la suerte nuestra, fueron alojados en nuestra sección “ pre
ferencia” y de inmediato trataron, por todos los medios, de
sembrar la discordia con los rumores pre-fabricados por su
amo San Román. No encontraron acogida y fueron repu
diados silenciosamente por los demás presos.
Pero el “ P ato” Llanos y La Fuente, que eran los más
peligrosos, encontraron la forma de crear un ambiente pro
picio para sus fines, precisamente en el aseo del penal y
cuando les llegó el turno a ellos y sus compinches, se nega
ron a ejecutar sus tareas e inclusive no permitieron que otros
lu hicieran. El primer día y el segundo pasaron sin nove
dad. Pero al tercero, el Gobernador tomó cartas en el asun
te y puso plazo perentorio para ejecutarlas. Muchos presos
querían hacer el aseo pero eran amenazados por los diso-
ciadores.
Fue entonces que yo tramé un ardid y en la noche lo
puse en ejecución. Me hice el enfermo del estómago y ro-
gué al agente Lema, que era el encargado de echar llave a
— 174 —
nuestras celdas, que no me encerrara, a lo que accedió. Cuan
do todos dormían, presos y guardas, salí de mi celda y co
mencé a barrer silenciosamente todo, el frío era intenso y
el viento cortaba la piel. Limpié la única letrina que había
para doscientos presos. Aquello era terrible y confieso que
las náuseas me vencían a ratos. En medio del frío traspi
raba de asco y enfermé de veras del estómago. Baldeé has-
ra el amanecer. Luego me puse a meditar pues no se me ocul
taba que aquello podría traerme consecuencias desagradables.
A las 7.30 nos sacaron a pasar la lista y con satisfac
ción y temor miré a los provocadores, que no salían de su
asombro y cólera. E l Gobernador nada dijo y recibí las
felicitaciones de los demás presos. Así frustré que en el Pa
nóptico, aquellos canallas comenzaran la obra odiosa que im
plantaron en los campos de concentración. Desde aquel día
de marzo hice la promesa de hacer el aseo general, la que
cumplí hasta el día que obtuve mi libertad.
E l coronel Antonio Ponce, como ya lo he dicho, clan
destinamente fabricó un calentador eléctrico, que yo usaba
también a escondidas logrando calentar cuatro latas de agua
con el fin de proceder al aseo de los presos. Gracias a esto
se bañaban, a medias, todos los días ocho personas. Sólo
así se puede explicar el por qué no nos llenamos de piojos.
Había en nuestra sección una mujer que habiendo cum
plido su condena por haber asesinado a su esposo, se acos
tumbró tanto a la cárcel que no quiso salir de ella. Tam
bién esta infeliz sirvió a la Revolución Nacional: servía de
soplona y les lavaba la ropa a San Román, Fortún y mu
chos agentes. Se decía que tenía, además de la comida gra
tis, un sueldo.
Esta mujer perversa, como era madrugadora, me sor
prendió varias veces robando luz y me denunció; los agentes
muchos de los cuales eran buenos y no queriendo más sufri
— 175
mientos se hacían los sordos y callaban; otras veces se me
amenazó. Tenía la mujer una hija joven y muy buena, Ali
cia, que por ser bien parecida mas de una vez hizo suspirar
a los presos que le dirigían insinuantes miradas.
— 176 —
Fue en una de estas noches oscuras cuando hizo la des
gracia que uno de nuestros amigos presos se enloqueciera y
nos hiciera vivir una de las peores noches que hemos de re
cordar mientras vivamos.
Arturo Clavel, era un hombre apacible, de profesión
pintor. Le faltaba la mano izquierda. Pasaba las horas de
presidiario haciendo algún trabajo manual, nadie veía en él
nada anormal y era muy parco al hablar.
Su condición humilde e inofensiva lo hace un hombre
simpático.
Una noche de junio de 1955, todos los habitantes del
penal se estremecieron ante los gritos desgarradores de un
hombre que más que un ser racional parecía una bestia,
cuyos bramidos hacían poner los pelos de punta.
En el cuartucho que en otra época sirvió de teatro,
Arturo Clavel libraba una batalla con sus amigos y en espe
cial con su mejor amigo, Manuel Revilla, a quien trató de
apuñalear cuando éste estaba dormido; había perdido la ra
zón. Se armó una gritería y desorden indescriptible, unos
que huían del pobre loco, otros que trataban de agarrarlo y
calmarlo o gritaban a los agentes que salven a aquél. Pare
cía aquello un manicomio.
Al fin llegó el gobernador con sus agentes, abrieron la
celda y siempre con la insolencia abusiva agarraron al pobre
demente y lo arrastraron con crueldad imperdonable. Clavel
estaba sangrando, pues el mismo se apuñaleó. Fue aquella
una noche horrenda. Uno de los nuestros se había enloque
cido y nos hizo pasar horas de angustia a todos sin poderle
brindar nada bueno.
El gobernador Fidel Daza, cruel y sin entrañas, hizo
apalear inmisericordemente al infeliz muchacho, creyendo que
se trataba de una treta. Después de 15 días volvió Clavel
a la sección, no era ni sombra de lo que había sido ni el loco
— 177 —
furioso en que se había convertido. Ahora era un ser mus
tio, desencajado y con la mirada lejana e insensible.
Los técnicos de la Revolución Nacional habían encontra
do el remedio más eficaz y rápido para curar a un loco: 15
días con sus noches de continuo palo bastaron para adorme
cer a un demente furioso y devolverlo en un ser sin razón
pero manso.
178 —
mo Llanos como delito común. No hay que sorprenderse
por ello. Llanos comprendió que así era mejor, pues los
reos comunes tenían toda clase de prerrogativas. Lo saca
ron de entre los políticos y andando el tiempo obtuvo su li
bertad provisional.
— 179 —
Rafael Taborga Dorado José Cañedo Justiniano
José T. del Granado Jorge Oroza Dever
Armando Llanos René López Murillo (que es
Antonio de la Fuente cribió en Santiago un libro:
Hugo Farfán “ Bolivia, Cementerio de la
Walter Reager Libertad” )
Wilfredo Barrios Zoilo Pizarro
Cnl. Angel Tellería René Fernández
Alfredo Peñaranda José Quiroga
Carlos Crespo Ing. José Eyzaguirre D.
Víctor Quiroga losé Saavedra B.
Daniel Aponte Walter Fuentelsaz
Elias Crespo Raúl Foronda
Mario Ocampo Cas trillo Mario Maldonado
Raúl Pinto Antonio Tapia
Artidorio Parra Paz Jesús Pereira
Alfonso Atristaín (Teto) Manuel Ríos.
Walter Tejada Alfonso Guzmán Ampuero
— 180 —
Luego se fueron perfeccionando los métodos. Así por
rjnnplo al formar para la lista de la noche, uno de los pre-
non tenía que decir: “ Atención, fir” . Todos los presos de-
hínn ponerse firmes y levantar la mano derecha haciendo
ln V con los dedos. Esta V, plagio de la V de la victoria
del gran estadista inglés Churchill, era el homenaje más vil
a quien ordenaba, desde lo más alto, todas las torturas y
castigos infamantes a los presos, era la V de Víctor Paz Es-
tcnssoro. Luego comenzaba, el que estaba de turno, a dar
vivas a éste, a Siles-Lechín y mueras a la Falange, a los pur-
sistas y al liberalismo, para terminar con un “ muera Unzaga
de la Vega” . Es preciso reconocer que todos los presos
se vieron obligados a prestarse a esta comedia denigrante.
Un “ viva” o un “ muera” menos estentóreo de lo que que
rían los verdugos exponía al rebelde a inminentes torturas.
Luego vinieron las cartas de desconocimiento al jefe de
Falange, esas sí francamente repugnantes, dictadas por el go
bierno o hechas por los traidores, serviles o obsecuentes, en
las que renunciaban a su partido o solicitaban “ su ingreso
al gran partido de la “ revolución nacional” .
Los iniciadores multiplicaban su tarea: “ hicieron” co
mandos, renuncias, inscripciones, desconocimiento a sus je
fes, para terminar en algunas bajezas. Creyeron que llegan
do a estas abyecciones obtendrían un plato más del mísero
rancho o la libertad. Pero no les sirvió de nada; se que
braron para ser mejor empleados por sus amos. Se convir
tieron así en torturadores sin sueldo. Cuando no cumplían
a la perfección el papel asignado por los verdugos ellos tam
bién eran víctimas de las palizas y del hambre. Acabaron
por ser despreciados por todos. Y además, estuvieron más
tiempo presos que muchas de sus víctimas.
Que un ignorante se quiebre moralmente se compren
— 181 —
de, pero es menos comprensible tanta miseria moral en inte
lectuales, profesionales y gente bien nacida.
*****
*****
— 182 —
El ingeniero Walter Vásquez Michel es otra de las in
numerables víctimas del M.N.R. Desde hace siete años que
vive más tiempo en la cárcel donde actualmente se encuen
tra, que en su casa. No se le respetó ni siquiera en la
época en que ocupaba un asiento en la Cámara de Diputados.
En Curahuara, una noche fue llamado por Blumfield.
Fue desnudado y colgado de un “ potro” vertical; se lo fla
geló brutalmente tratando los verdugos de darle en los ór
ganos genitales. Lo desmayaron infinidad de veces. Luego
llamaron a su mejor amigo, Eduardo Parra Ugarte, a quien
se le entregó un látigo para que azotara a su amigo. Este
se negó a hacerlo terminantemente. Blumfield ordenó a sus
agentes desnudar al atrevido que se negaba a obedecerle y lo
hizo flagelar. Luego se le volvió a entregar el látigo para
que diera de latigazos a Vásquez. Este le rogaba a Parra:
“ Pégame, le decía, no te hagas castigar por mí. . pégame
hermanito. . ., yo sé que no lo haces por hacerme daño” .
Parra, con una entereza única, no quiso hacerlo y ambos
sufrieron más torturas hasta que amaneció.
— 183 —
parecía gustarles la tarea. Fueron decenas los presos que pa
saron por sus manos.
— 184
NUEVOS GOBERNADORES
— 185 —
por centenares y que, como es de suponer, no llegaron jn
más a los presos. El, con sus agentes, las bebieron o ven
dieron lo que sobró.
La noche de San Juan, lo único que se dejó ingresar ni
penal fue una carga de leña que le llevaron a don Félix Bn
llivián y con la cual hicimos una gran hoguera. Los presos
más alegres bailaron algunas “ cuecas” habiéndose lucido don
Tacho Argandoña. Fue una noche simpática.
H O CH I M IN
— 186 —
limen además de perverso, San Román, quería sacarles armas
v que denuncien a más amigos. Después de la buena soba-
■ l,i que les dieron y de tenerlos a pan y agua durante diez
día:, fueron trasladados a nuestra sección.
El pobre Ho Chi Min tenía que andar con cuidado en
. I penal, pues sus frustrados ministros tenían ganas de ajus
tarle cuentas. El y sus amigos permanecieron catorce me-
ncs en los campos de concentración. Con la “ revolución na
cional” no se podía bromear. Ni aún en jugarretas se po
día hablar de tumbar al gobierno.
187
El mayor recibió una soberana paliza de sus propios her
manos, paliza que la encontramos muy merecida pues era
el más depravado.
EL SEÑOR SERRANO
— 188 —
( I responde: “ Mi no saber hablar bien castellano”. Lo más
i.i acioso es que cuando uno de los presos le hablaba en in
glés tampoco entendía. Le preguntamos por qué se encon
gaba preso, y la respuesta, que es para matarse de risa, es
la siguiente:
— Hice un telegrama a Cochabamba, pidiendo a la su
cursal que tengo allí, que me mandase a la brevedad posible
20 pistones. Al día siguiente fue allanado mi domicilio y
mi taller y me condujeron preso al Control Político donde
de inmediato me hicieron entrar a lo de San Román, quien
mostró un telegrama de Cochabamba dirigido a mí donde me
indicaban que no podían mandarme los pistones, pero en
lugar de pistones en el papel decía pistanes (de pistám: con
tracción de las palabras “ pistola-ametralladora” ). Traté en
vano de convencer a aquel señor de lo que se trataba. Todo
fue inútil y por aquellos malditos pistones he recibido mu
chas palizas y ya estoy por cumplir dos años de cárcel y no
sé hasta cuando más me tendrán.
Este buen señor era un inocentón que nos hacía reír
muchísimo por la forma en que contaba el cuento del pov
qué de su apresamiento en su medio castellano.
Resultó una pobre víctima de la estupidez del verdugo
San Román, que si se hubiera tomado el trabajo de pensar,
habría caído en la cuenta que nadie es tan tonto para hablar
de pistolas ametralladoras por telegrama en una dictadura.
Como éste hay docenas de casos.
— 189 —
ción Carlos Clavel, con quien nos hicimos muy amigos. No
podía dar una explicación del motivo por el cual hubiera si
do apresado. Se lo capturó y se lo trasladó al Panóptico y
sólo le preguntaron su nombre. Nunca más lo volvieron a
molestar.
Una noche que los “ Locos del Parque”, se emborracha
ron, el mayor Clavel descubrió el motivo de su prisión: Ma
rio Peñaranda, uno de los que se emborrachó, remordido
por la conciencia y llorando, se le acercó y de rodillas le pi
dió perdón manifestándole ser él el autor de su apresamien
to pues cuando lo estaban interrogando lo denunció como
poseedor de un fusil que había visto en su casa cuando lo
visitó en Cochabamba, meses antes. “ Me pegaban, dijo, y
yo no sabía que declarar. No tuve más remedio que decla
rar esa falsedad y como usted estaba en Cochabamba creí
que no le pasaría nada” .
El mayor Clavel perdonó a aquel infeliz y cobarde mu
chacho. Así por una denuncia de esta clase, hicieron pade
cer a dicho militar dos largos años de encarcelamiento, sin
siquiera habérsele interrogado.
190 —
concentración de Curahuara de Carangas donde se encontraba
desde hacía dos años. Todo él era una cosa lamentable: es
quelético, todos los dientes se le movían y lo que era peor
estaba completamente lleno de piojos. Tal era la cantidad
de bichos que llevaba encima, que al sentarse en mi cama
se desgranaban sobre ella, con tanto pánico de mi parte que
me puse rápidamente a darles caza. Le preparamos un baño
y le dimos ropa para que se cambiase, pues venía con la
del cuerpo, que la quemamos. Luego nos dedicamos a ali
mentarlo, ya que francametne nunca habíamos visto a un ser
humano en tal estado de desnutrición.
Por lo que nos contó el mayor Torrez a quien sus ami
gos llamaban cariñosamente “ Pecho”, su estado, era el de
todos nuestros hermanos que estaban en el campo de con
centración. Después de los primeros quince días gracias a
nuestros cuidados, fue recuperando su salud y resultó un ex
celente amigo. Pese a sus sufrimientos su humorismo y la
chispa inagotable que tenía para contar cuentos y aventuras
más de una vez nos arrancó lágrimas de tanto como nos
hacía reír.
Gómez de la Torrez nos hizo conocer un pasaje de su
estadía en la prisión de Catavi y es la siguiente:
El 24 de febrero de 1954, el Alcalde de Catavi Toro
Barberí resolvió demostrar que él era un movimientista de
pelo en pecho. Se apersonó al campo de concentración acom
pañado por muchos mineros e hizo formar a los presos y
ayudado por los agentes acometió a los indefensos detenidos
y les dio una furibunda paliza. Se ensañó contra hombres
que ya no eran jóvenes, Arturo Montes y Montes, don Julio
Palacios, contra el brigadier Aponte y el “ Indio” Mendoza.
Este último, se convirtió posteriormente en torturador.
Barberí, demostró ser muy “ macho” , y desde esa no
cla* hacía sus excursiones para apagar su sed de maldad. Por
— 192
su hazaña el gobierno le ha regalado un garito de diversión,
donde las orgías se suceden entre los “ compañeros” a base de
cocaína.
— 193 —
un verdadero placer dar un pan, un retazo de carne o un
vaso de leche al amigo en desgracia. Walter Pabón era
también muy generoso. No me olvido de la bondad de ca
si todos los que formaban la “ célula Patiño” .
En cambio otros que eran verdaderamente repulsivos
por lo mezquino y por la falta de solidaridad para con los
amigos. Recuerdo muy bien a uno de estos señores, que
pese a su cultura, pues se trataba de un profesional, el Dr.
Luis Espinosa Rojo, jamás regaló nada de lo que su señora
le llevaba todos los sábados a Corocoro, y ni siquiera él
aprovechaba la gallina, el cordero, el café y los huevos que
recibía. Prefería ir, de preso en preso, ofreciéndolos en
venta y como allí no teníamos cómo comprarle, muchas ve
ces prefirió que sus alimentos se echasen a perder antes que
compartirlos o comerlos. Pacientemente hacía la cola to
dos los días para recibir el inmundo rancho que se nos daba.
Raúl Salazar, que tenía la suerte de que su abnegada
esposa no le hiciera faltar nunca absolutamente nada, pre
fería también devolver a su casa lo que le sobraba. Nunca
compartió con nadie su abundancia y si alguna vez satisfizo
el hambre del “ chico” Mario Ramos, fue explotándolo en
su servicio.
Pero estas eran las excepciones.
— 191 —
El capitán Francisco Céspedes y el cadete Nicasio Mon
tero, que fueron recapturados, fueron muertos en el camino
(cuando la retoma) por creerlos San Román los autores de
la precipitada fuga, que a no mediar el alcohol habría tenido
éxito. Se dice que a estas dos víctimas se las sepultó en un
lugar próximo al cuartel y que no estaban muertos, sino
simplemente desmayados.
La historia de la fuga la conocimos con todos sus de
talles en el penal de La Paz porque allí fueron a dar los pro
tagonistas sobrevivientes, que pueden atestiguar cuanto afirmo.
El ex-mayor Julio Alvarez La Faye y el ingeniero Wal-
ter Vásquez, fueron sacados una noche del Panóptico y lle
vados al campo de concentración de Curahuara. Allí, a las
muchas torturas ya sufridas se les aumentó otras. Pero la
más criminal de todas fue que casi fueron linchados por al
gunos de los presos. El que más incitaba a ello era Pepe
Villamil.
Blumfield, reunió a los vendidos y les indicó que el go
bierno mandaba a estas personas allí para que los presos se
hagan justicia por sus manos. “ Pues por culpa de estos mi
serables, decía, ustedes siguen encerrados”. Los delatores y
traidores quisieron matarlos allí mismo y si se libraron de
ser muertos, fue por la serenidad de ambos.
— 194 —
El verdugo San Román, hombre de los bajos fondos,
.il verse buscado por señoras de sociedad, aceptó la adula
ción, pero como siempre sacando partido perversamente.
Así el miércoles de ceniza, las señoras de Hugo Toro,
Hugo Sarmiento, Walter Pabón, Hernán Bustillo, Jorge Je-
guer, Moreno Bello y otros cuyos nombres no recuerdo, ob
tuvieron el permiso de San Román para almorzar en el Pa
nóptico con sus esposas. Debía asistir como auto-invitado
de “ honor” el verdugo con su esposa.
A medio día esos presos, que nada sabían del agasajo
con sus verdugos, fueron sacados de sus celdas y llevados a
la gobernación donde se efectuaría tan original banquete.
Los presos con sus señoras no tuvieron más remedio que
sentarse en la misma mesa donde se encontraba la bestia que
los humillaba y se complacía en torturarlos día y noche.
A las tres de la tarde, cosa que no había ocurrido otras
veces, se concedió a varios presos recibir visitas; entre los
favorecidos me encontré yo y lo que presencié aquella tarde
me produjo una inmensa congoja: San Román y su mujer
bajaron de la gobernación con los presos tratándolos con
una camaradería asombrosa. Parecían salir de una fiesta de
alegría, donde no hubieron penas, donde todos los asistentes
fueran hombres libres. Luego cuando San Román, su mu
jer y las demás señoras, salieron a la calle dichos presos in
gresaron a sus celdas. El sarcasmo era cruel. San Román
nos brindó la entrevista a los demás para que viésemos aque
llo. Pretendía desmoralizarnos y lograr que cundiese entre
nosotros la desconfianza y el resentimiento.
CAE PRESO E L SUB-JEFE D E FALANGE SEÑOR
GUSTAVO STUMPFF
— 196 —
¿Los carceleros se esmeraron en acumular declaraciones atri
buidas a Stumpff, incluso denunciar contra su hermana Ma
rina para “ destruir” a ese jefe político? La verdad la sabre
mos cuando la historia verifique los hechos.
Aquello era una verdadera tragedia. Me resisto a creer
que Stumpff hubiera hecho el papel de delator. Pero es in
dudable que “ le hicieron” cometer un error al hacerse captu
rar con todos los documentos que dieron origen a las declara
ciones publicadas en los diarios. Parece imposible que un jefe
político caiga con microfilms, listas de sus amigos, direcciones,
claves y los nombres supuestos que tenían sus colaboradores,
los que incluso estaban identificados por números. Cayeron
presas todas las mensajeras que le servían de contacto a quie
nes llamaban “ palomas mensajeras” y las cárceles de La Paz
y todos los departamentos se llenaron nuevamente de in
finidad de presos.
Otros presos también “ cantaron”, y sus declaraciones,
a cual más denigrantes, eran publicadas con fruición y es
cándalo en el diario oficial “ La Nación” .
Llegamos, a raíz de las declaraciones de Stumpff y de
la captura de sus listas, a ser tantos los presos que el go
bierno tuvo que mandar nuevas partidas de éstos a los cam
pos de concentración. Ya no se usaban camiones para trans
portarlos. Se los metía en vagones de carga donde iban
apiñados como sardinas. Dos o tres días en viaje que de
ordinario solo debía durar pocas horas, con los vagones ce
rrados, sin darles ni un vaso de agua. Cuando llegaban a
su destino eran bajados como ganado y metidos a los cam
pos, donde se los recibía con la entusiasta paliza consabida.
Los lamentos de los presos torturados volvieron a re
sonar en el penal. Volvimos a vivir días y noches intermi
nables de espanto y angustia. Una de esas noches también
fui sacado con otros; me llevaron ante San Román, quien a
— 197
gritos me increpó: “ Conque usted dice que nunca ha esta
do metido en revoluciones? Lea estas declaraciones que ha
prestado un amigo suyo” . Las leí varias veces. No tenían
firmas, pero no cabía duda que el que las hizo me conocía
muy bien. Declaraba contra mí lo que yo había venido ha
ciendo desde tres años atrás. Me presentaba como el cul
pable; él, era inocente y solo por mi culpa estaba preso. Ne
gué, como es lógico, y pedí que me encarasen con el de
clarante. Pedí que se me diese el nombre. San Román me
contestó: “ Ya lo verá usted, pero mire so cínico, ya me la
jugó usted una vez con Torrez, pero eso se acabó. Usted,
me entregará las armas sea como sea. Piénselo, y mañana
cuando lo llame me lo dirá”, y me mandó a mi celda. Esa
mañana felizmente no llegó nunca, estaba muy ocupado en
torturar a los nuevos presos. Era el mayor deleite de este
enfermo.
Unos días más tarde fueron metiendo a nuestra sec
ción a los nuevos presos. Entre ellos habían muchos amigos,
también “ reincidentes” como yo, que volvían a las prisiones
por su amor a la patria. Nuevamente estaban los hermanos
Estenssoro, caballerosos y dignos. Don Félix Ballivián, el
revolucionario del 21 de julio de 1946, que optimista, creía
que estaría allí solo un par de días. Esperando el día, casi
llegó al año de prisión. El poeta Enrique Kempf Mercado,
valeroso y muy digno, que al verse denunciado por Stumpff,
se presentó a San Román personalmente para no darle tra
bajo de que mandase a sus agentes a buscarlo y por supues
to a robarle; tuvo buen tino. Don Hugo Roberts Barra
gán, el gran luchador anticomunista, ex-ministro de Paz Es
tenssoro, allí estaba deshecho por las torturas a las cuales
fue sometido por orden de su amigo Paz Estenssoro que per
sonalmente daba las indicaciones a sus sicarios para hacerlo
maltratar, estaba sordo.
— 198 —
Inmediatamente estos nuevos presos fueron cataloga
dos por algunos antiguos como “ rosqueros” y se les puso co
lectivamente el mote de “ célula Patiño” . Algunos presos
violentos quisieron humillarlos y obligarlos a baldear el ser
vicio higiénico. Yo me opuse con energía y me presté a ha
cer el trabajo por ellos. Veía en esos caballeros, mayores
que nosotros y respetables todos, a mi padre, y como tal
los respetaba y defendía. Además yo presentía que la dis
criminación era hecha por orden del gobierno, pues se metió
la cizaña entre los antiguos, haciéndoles consentir que estos
señores eran los que empujaban a las revoluciones para apro
vecharse de ellas.
Un día que me encontraba haciendo fila para recibir el
rancho me llamó uno de los nuevos presos y me invitó a
almorzar con él; no lo conocía, pero desde el primer instante
nos hicimos amigos, era el doctor Rodolfo Virreira Flor,
prestigioso abogado y magnífico amigo. Desde ese día tu
ve la suerte de contarlo entre mis mentores intelectuales.
Jamás he de olvidar el provecho de sus charlas y consejos.
Soportó con decoro la prisión. No resultó un “ oligarca”
despiadado a quien el gobierno quería que se odiase. Era,
y es, un “ gentleman” , a quien los revolucionarios envidia
ban por eso, porque era un caballero en toda la extensión
de la palabra. Como él, había decenas de hombres viejos
que supieron aguantar las humillaciones, mejor que muchos
jóvenes, con dignidad, sin rencores, haciendo gala de humor
y de optimismo envidiables aún en los momentos más du
ros. Casi todos estos hombres viejos, parecían alimentados
y sostenidos por una fuerza interior, fruto de su experien
cia, de sus sólidas convicciones, de su conocimiento del ser
humano y sus miserias. . .
199 —
Un día amanecí enfermo y desde entonces sufro perió
dicamente las consecuencias de las torturas que me infligió
Gayán. Mis testículos se hincharon. Solicité médico y éste
se presentó a los diez días cuando ya casi no podía caminar.
El médico del Control Político era un joven chuquisaqueño
de apellido Reynolds, que me examinó a la ligera y al salir
me dijo que me mandaría remedios al día siguiente. Esa
misma tarde recibí los remedios, mandados por mis familia
res; eran para tratar enfermedades venéreas. El muy cana
lla, obedeciendo las órdenes de San Román, indicó a mi fa
milia que yo padecía aquella enfermedad. Hacía un año que
estaba encerrado y nunca conocí antes lo que era una enfer
medad venérea. Pero como lo que ellos querían era humi
llarnos y humillar a nuestros familiares, no vacilaron en uti
lizar a un profesional médico para hacerlo.
*****
— 200 —
CUANDO SEAMOS LIBR ES
— 201 —
verdugos y con el grito desgarrador de los presos. Somos
pues una generación castigada y endurecida por el destino.
¿Podemos pretender hacer gobierno de inmediato, al salir?
Sin quererlo, nos vengaríamos pero no haríamos justi
cia. Y eso no es lo que quiere la patria. Hay demasiado
odio en nuestros corazones; odio por los que nos torturaron
y humillaron a nuestras familias; odio por los que están
destruyendo a la patria. Y aquel odio, justo, si se quiere,
contra los perversos, tiene que ser atemperado, precisamen
te para que los castigos sean ejemplares y sin reproches.
Muchos no comprendían nuestros razonamientos. Noso
tros insistíamos: Es necesario hacer un sacrificio. Un perío
do de cuatro años es suficiente para que nos tecnifiquemos
y seamos capaces de hacer gobierno y cumplamos con el des
tino histórico a que tenemos derecho. Durante este tiempo
habremos curado nuestras heridas físicas y morales; habre
mos reemplazado el odio con la severidad justiciera. H a
bremos, sino olvidado, pues es necesario desgraciadamente
no olvidar y estar siempre en guardia contra la perversidad
y los vesánicos, pero por lo menos perdonado.
Muchos se preguntaban: ¿Cómo podremos prepararnos
y tecnificarnos?
Alguna vez me permití dar mi modesta opinión de có
mo se puede encarar este delicado problema que a no dudar
será de imperiosa necesidad resolver al día siguiente de la
liberación de Bolivia. El actual gobierno boliviano para
mantenerse en el poder tiene un presupuesto de mil sete
cientos millones de bolivianos mensuales para pagar a cinco
mil milicianos, o sea que paga a cada asesino la suma de
trescientos cincuenta mil bolivianos. Y gasta otro tanto en
“ descubrir y fabricar revoluciones” , sostener delatores y com
prar conciencias. Es decir que el derroche que hace para
oprimir al pueblo alcanza a la astronómica suma de tres mil
— 202
quinientos millones por mes (y conste que no incluyo el sa
queo que comienza en el Palacio de Gobierno y termina en
las porterías de los ministerios) que convertidos a dólares
son más o menos trescientos cincuenta mil dólares. ¿De
dónde saca el gobierno ese dinero?, me preguntaban. De la
ayuda americana, contestaba, de una parte de esa ayuda.
Como EE.UU., ante un cambio de gobierno que se rea
lice en Bolivia, no nos quitará esa ayuda sino que probable
mente la aumentará para reconstruir lo que ayudó a destruir,
con la tercera parte de ese dinero el nuevo gobierno podría
abocarse a tecnificar por su cuenta y en forma rotativa y
de inmediato a unos tres mil quinientos jóvenes los que se
rían enviados a EE.UU. y a Europa por dos años.
El ciudadano boliviano como lo he dicho antes, es re
volucionario empedernido por su mediterraneidad. No tiene
contacto con el mundo exterior y las brisas del mar le hacen
falta. Necesita ver mundo, aprender a vivir. Tiene que en
contrar su meta mediante la tecnificación en todo orden.
Tiene que ver que no solo se puede ganar la vida con car
gos públicos y que es lo suficientemente capaz para afrontar
la vida por su cuenta.
El gobierno que suceda al actual, tiene que procurar
por todos los medios encaminar a esa juventud ávida de sa
ber y a la cual se le privó de sus derechos. Si así procede,
Bolivia volverá al concierto de las naciones libres y próspe
ras y ya no temerá nuevos despotismos.
Esos cientos de miles de dólares en lugar de seguir sir
viendo para hundir a un país servirán para crear una nueva
conciencia. Servirá al mismo tiempo como una satisfacción
de EE.UU. al pueblo boliviano por su política “ equivocada”.
“ Tal vez” , decían unos; “ imposible”, replicaban otros.
“ En todo caso habrá que ensayar el sistema” , decían algunos
de los “ viejos” para calmar la inquieta sed de los muchachos.
— 203 —
Y los días pasaban. Los ultrajes no cesaban. Un día,
exactamente el 20 de julio de 1955, fue sacado de su celda
el señor Hugo Roberts Barragán para entrevistarse con su
señora y ver a su hijito que se encontraba muy enfermo.
Pasados los cinco minutos concedidos, se ordenó a Roberts
que se despidiese de su familia. El chiquito se puso a llorar
y no quería desprenderse de su padre. El gobernador que
era un canalla, Fidel Daza, trató de separar al niño de los
brazos de su progenitor en forma violenta. Roberts reac
cionó y se enfrentó a aquél y lo abofeteó. Inmediatamente
fue reducido y llevado a la “ plancha” donde fue ultrajado
mientras su atribulada esposa, con su niño enfermo, era
echada del penal. Aquellos monstruos no tenían corazón;
el niño, inválido por una parálisis infantil, añoraba a su pa
dre pues sentía la necesidad de su cariño.
Las cartas de desconocimientos sacadas a la fuerza a los
líderes falangistas tuvieron una sola respuesta. Se puso en
libertad a 53 personas. A mí me incluyeron en las listas
por mi estado de salud. Como estaba previsto la Navidad
llegó y pasó y el gobierno, como siempre, no cumplió.
Teníamos la firme creencia que el gobierno libertaría
a todos los que tomaron parte en las conversaciones o sea
los dirigentes, pero no fue así; los únicos dirigentes que sa
lieron fueron Walter Alpire, Marcelo Terceros, Héctor Pe-
redo y Moreno Bello.
El gobierno anunció la amnistía para el 21 de julio, en
homenaje al aniversario de la muerte de Gualberto Villa-
rroel.
204 —
NUEVAM ENTE EN LIBERTAD
205 —
invitaron tan gentilmente. El doctor Gallardo me consiguió
un taxi y partí a mi casa. Después de un año volvía a mi
hogar, y con él, a la felicidad y tranquilidad. ¿Duraría todo
aquello? No lo sabía, pero ahora tenía una firme resolu
ción: nunca más yo caería preso; me tomarían muerto, pero
vivo jamás.
Sin comentario, inserto la noticia que dio “ El Diario”
del día 22 de julio de aquel año, sobre nuestra liberación:
“ A medio día de ayer, en la Plaza Sucre de la zona de
San Pedro se dio cita numerosa concurrencia para presen
ciar la salida de los 53 detenidos políticos que fueron pues
tos en libertad por las autoridades, de acuerdo con la polí
tica de pacificación del gobierno y como homenaje a la me
moria del Presidente Gualberto Villarroel.”
“ Como informamos en nuestra edición de ayer, el go
bierno tiene la firme decisión de dar libertad a todos los pre
sos que se encuentran en las prisiones de Curahuara de Ca
rangas, Corocoro y la Penitenciaría Nacional, pero en forma
escalonada y paulatina.”
“ Poco antes de la salida de los presos políticos, se nos
proporcionó la siguiente nómina de las 53 personas puestas
en libertad:”
206
Sarmiento Urquiola Hugo Gosálvez Zalles Jorge
Unzaga Villega Hugo Kempf Mercado Enrique
Vega Rodríguez Alfonso de la Martiz Molina Jesús
Vergara Navia Julio Monje Ortiz Armando
Villacorta Ricardo Navajas Mogro René
Ibáñez Andia Waly Ocampo Castrillo Mario
Peredo Peredo Héctor Roca Salvatierra Ramón
Moreno Bello Renato Rivera Endara Eddy
Aparicio Bonifaz Francisco Raña Lazcano Carlos
Antezana Prada Roberto Roberts Barragán Hugo
Ballivián Berdecio Alfonso Salamanca Lafuente Rodolfo
Barja Blanco Elias Saucedo Sevilla Lucas
Brañez Galindo Miguel Verástegui Alvarez Andrés
Calderón Taborga Raúl Virreira Flor Rodolfo
Estenssoro Alborta Alberto Valderrama Aramayo Manuel
Gómez de la Torre Walter Zalles Víctor.
De Curahuara:
— 207 —
Los presos que llegan el martes:
Los funcionarios del Departamento de Control Político
nos informaron que el martes llegarán de Corocoro y Cura-
huara los siguientes detenidos políticos que figuran en la lis
ta anterior:
René Navajas Mogro, Mario Ocampo Castrillo, Luis Sa
las Helguero, Hugo Unzaga Villegas, Andrés Verástegui Al-
varez y Alfonso de la Vega Rodríguez.
El día 6 de agosto, y en homenaje de las fiestas patrias,
saldrá en libertad otro grupo importante, y los demás irán
saliendo paulatinamente hasta el 24 de diciembre del pre
sente año” .
— 208
licitar esto: el primero era la imperiosa necesidad que tenía
de trabajar para alimentar a mis hijos; el segundo, el estado
delicado de mi hijo Carlos que requería un cambio de clima
y el de Sorata era el indicado; y, el tercero, porque quería
retirarme de la política y descansar un poco.
Sorata, con su clima templado del que ha dicho don Eme-
terio Villamil de Rada que fue el Paraíso Terrenal, resultó
maravilloso; mis hijos gozaban y el enfermo reaccionó admi
rablemente, desde el primer día y comenzó a sentirse mejor.
Como siempre Dios me ayudaba, el hotel estuvo constante
mente lleno y todo parecía pintarse muy bien.
Fue a pasar unos días allí el embajador de Costa Rica
don Jorge Villalobos, con quien trabé una sólida amistad a
la que tuve que recurrir días después para salvarme y no
caer nuevamente preso.
El día 10 de noviembre, es decir a solo diez días de ha
berme hecho cargo del hotel, se presentó en él el Director
General de Turismo, mi amigo don Luis Arce Zenarruza,
quien me manifestó que, con gran sentimiento, se veía obli
gado a quitarme la concesión del local porque el ministro de
Gobierno, Federico Fortún Sanjinés, así lo había ordenado.
Este mal sujeto lo había increpado por haber entregado el
hotel a un enemigo de la Revolución Nacional. Los que no
pertenecíamos a la pandilla gobernante no podíamos trabajar.
Eramos parias en nuestra misma patria.
Entregué el hotel con sentimiento y rabia y regresé a
La Paz. Un amigo me insinuó abandonase la patria si no
quería verme otra vez en la cárcel, pues según me manifestó
se había acordado echarme el guante.
Presenté mi solicitud de pasaporte para salir al exterior
y fue rechazada; el cerco se me hacía cada vez más estrecho.
Visité al embajador de Chile en su despacho y le soli
cité asilo político. El señor Alejandro Hales me lo negó y
209 —
se tomó la libertad de darme una cátedra de servilismo ha
cía su “ dilecto amigo Paz Estenssoro’. Me dijo: “ Ustedes
los de la oposición son los culpables de que el gobierno del
M.N.R., no pueda hacer nada para sacar al país de su actual
situación. No le puedo conceder asilo porque el país no es
tá en estado de sitio y no hay persecuciones” .
Indignado le respondí: “ Señor embajador, usted no de
be ignorar que el país vive en un permanente estado de sitio
desde 1952 y que las cárceles de donde acabo de salir están
llenas de presos políticos. Además usted sabe que lo que
nunca hubo en mi patria ahora existe: los campos de con
centración que yo he conocido. Parte de los años 53, 54
y 55, he padecido en esos lugares y en las cárceles una infi
nidad de torturas. Por último, señor embajador, si el go
bierno movimientista al cual usted defiende no me persi
gue, ¿por qué cree usted que me niega el pasaporte que le
he solicitado?” Quiso seguir hablando de las bondades de
los gobernantes de mi patria, pero me levanté y me despedí.
Tenía conmigo a mi chiquillo enfermo y com otio quería de
jarlo así y era necesario someterlo a una operación decidí asi
larme con él.
Me dirigí a la residencia del embajador de Costa Rica,
doctor Jorge Villalobos, que se encontraba alojado en el
Hotel Sucre y a quien acababa de conocer en Sorata. Me
recibió muy cortesmente. Lo puse al corriente de la entre
vista que acababa de tener con su colega chileno y saltó de
indignación. Tomó el teléfono y le habló rogándole le con
ceda unos minutos para ir a hablar inmediatamente con él.
Al salir me dijo que lo esperase allí mismo, que él arre
glaría mi situación.
Regresó el doctor Villalobos y sus primeras palabras fue
ron: “ Es increíble mi amigo, pero Hales se niega a darle
asilo, pero me ha asegurado que él le va a conseguir pasa
— 210 —
porte. Todo lo hará usted por mi intermedio. Mañana mis
mo me trae cuatro fotografías suyas. Me comprometo a
hacerlo salir del país” . Me acompañó hasta la puerta y al
despedirse me dijo: “ El embajador Hales, es mas movi-
mientista que Paz Estenssoro” .
Y esto quedó comprobado a los tres días: el embajador
Villalobos me hizo entrega de mi pasaporte que gracias a la
“ muñeca” del embajador Hales el gobierno me concedió.
Partí a Santiago de Chile con mi hijo el 29 de noviem
bre habiendo llegado el mismo día a aquella hospitalaria
ciudad.
Inmediatamente solicité y obtuve del gobierno chileno
asilo político.
En Santiago fui recibido por una gran amiga de mi ca
sa, Eliana Cabrera C., quien me llevó a casa del capitán chi
leno Daniel Concha Martínez que sin conocerme me brindó
su hogar para alojarme. Gocé de mis primeras horas de
absoluta libertad en esa tierra libre y en aquel hogar dig
nísimo y acogedor. Mi hijo no sintió la separación de sus
hermanitas porque los esposos Concha tenían dos amorosas
niñas de igual edad que mis hijas, Margarita y Sol. Mi gra
titud para mis amigos Daniel y Margot será eterna.
Piloteado siempre por Eliana, llegué al Hospital de Ni
ños “ Luis Calvo Makena” donde el médico boliviano doctor
Carlos Boheme me brindó toda su colaboración y obtuvo la
internación de mi hijo. El jefe de Cardiología doctor Hel-
mut Jagar y su ayudante el joven doctor Fernando Eykes, se
hicieron cargo del niño. Estos prestigiosos cirujanos opera
ron con éxito el corazón de mi hijo el 20 de diciembre de
1955.
Yo en la antesala con una prima política, Tel de Alia
ga, rezaba nerviosamente, pidiendo que mi hijo saliera ai
roso de aquel trance. Gracias a Dios así fue.
— 211 —
El niño se restableció rápidamente merced al esmerado
cuidado del doctor Jagar, Eykes, Mariano de la Torre, Car
los Boheme y al cariñoso trato que le brindaron todas las
magníficas enfermeras que adularon al “ bolivianito” , como
lo llamaban.
En enero mi chiquito podía ser sacado del hospital y
al retirarlo pregunté cuanto debía por la atención por el mes
y días que allí permaneció. No se me quiso cobrar abso
lutamente nada. Ingresé a lo del doctor Jagar y le pedí sus
honorarios. Me miró con su mirada bondadosa y acarician
do la cabecita de Carlitos me manifestó que nada le debía
y que lo único que yo tenía que hacer era llevar al niño dos
veces por semana para controlarlo. Me dirigí al doctor
Eykes, quien tomó en sus brazos al chico y le sacó una
nueva fotografía. El tampoco quiso sobrar nada. Todo
aquello era conmovedor. Salvaron a mi hijo, le hicieron una
de las operaciones más difíciles en ese entonces y no cobra
ban un solo centavo, ni siquiera la internación del mu
chacho.
Un día me hijo me dijo que quería ver a un amiguito
que tenía en el hospital llamado Saúl, lo llevé y de paso lo
hice examinar con los doctores Jagar y Eykes. El chico les
pidió ver a su amigo. El doctor Jagar me sacó al pasillo y
me manifestó que aquel chiquito por el cual preguntaba mi
hijo, había muerto en la sala de operaciones. Tenía la mis
ma afección cardiaca que el mío que tuvo más suerte al so
portar la intervención. Indiqué a mi hijo que la mamá de
Saúl ya se lo había llevado del hospital.
Mi amigo don Carlos Lowestein, aquel ciudadano ex
tranjero que fue apresado y despojado de sus bienes en La
Paz, me escribió desde Colombia a Chile al saber la opera
ción de mi hijo y mi situación, y me hizo llegar una ayuda
económica.
— 212 —
Pensé quedarme en Chile y llevar a mi familia. Pero
añoraba la patria y resolví volver tan luego como se pre
sentase la ocasión.
La amnistía decretada en 1956 por el gobierno bolivia
no me brindó la oportunidad de regresar y lo hice el 9 de
mayo, en el vapor “ Reina del Pacífico” . Nos encontramos
varios exilados. En primera iban los ex-canciller don Javier
Paz Campero y don Gustavo Chacón. En segunda, viajaba
el doctor Juan Pereyra Fiorilo con su familia y en tercera
iba yo. Mi señora y mi hijo regresaron en avión. Los de
primera y segunda clase, con todo señorío, no dejaban de ir
a verme y a veces me trasladaba con ellos a sus camarotes.
Llegué a La Paz el 12 de mayo. Me encontraba feliz
y optimista y tenía fe en el triunfo.
— 213 —
Unzaga, al despedirse me dijo: “ Hernán, espero que Dios
lo ayude en su patriótico propósito. Usted debe hacer el
viaje con sus propios medios pues es tal la miseria en que
nos encontramos que nos es humanamente ayudarlo” . Nos
dimos un abrazo. Al día siguiente salí de La Paz con mi
familia rumbo a la capital cruceña.
No pude partir de Santa Cruz de inmediato por desper
fectos en la avioneta de Pepe Terrazas quien debía llevar
me a Yacuiba. Este atraso permitió que me volviera a en
contrar con Unzaga que acababa de llegar a esa ciudad. Me
hizo llamar a la casa de Marcelo Tercero B. y me dio algunas
instrucciones complementarias. Igualmente me rogó llevase
dos paquetes a Camiri, donde yo no debía aterrizar, pues mi
mi propósito era ganar la frontera lo más rápidamente posi
ble. Pero él me convenció y acepté llevar lo que me pedía a
sus correligionarios de Camiri.
El vuelo en la avioneta de Pepe fue espléndido y lle
gamos casi sin pensar a Camiri. Pepe, a gritos me indicó:
“ Parece que nos están esperando, hay mucha gente. Prefiero
ir al hangar de Yacimientos” . Así lo hicimos después de dar
media vuelta a la pista.
Apenas se apagó el motor, llegó un jeep con jóvenes fa
langistas a muchos de los cuales conocía. Otto Meschwitz
me pidió le entregase los paquetes pues la policía venía tras
ellos. Se los entregué y partieron.
Varios jeeps con oficiales y soldados armados del ejérci
to, comandados por el coronel Jordán Santa Cruz, llegaron
enseguida y rodearon la avioneta. La maniobra de tomar
presos a dos hombres sin armas fue coronada con todo éxito
y el valeroso militar se incautó de la avioneta después de pri
varnos de nuestra libertad.
Se nos condujo a la sección II del regimiento de guar
nición, donde un mayor nos sometió a un cerrado interro-
216 —
(•.»lorio. Quería saber el por qué de nuestra llegada allí, el
i on tenido de los paquetes entregados a los falangistas, el
partido al que pertenecíamos, etc. A Pepe lo dejaron en li
bertad casi de inmediato, mientras que a mi me requisaron
minuciosamente. Nada me encontraron, pues dos días an
tes de mi partida, en previsión de lo que pudiera ocurrir,
aproveché del viaje de una señora a Buenos Aires y le en
tregué la carta de Unzaga rogándole que la guardase con
ella hasta mi llegada, pero con el encargo de que si hasta
fecha determinada yo no aparecía, esa carta debía ser en
tregada a su destinatario.
Por esa razón la minuciosa requisa a la que me sometie
ron no dio ningún resultado. Pero el desconfiado mayor que
me interrogaba me dijo que al día siguiente me enviaría de
regreso a La Paz.
A las siete de la noche el coronel Jordán Santa Cruz,
se acercó a mí y me preguntó: “ ¿Puedo confiar en su pala
b ra?” Yo riendo le dije que siempre se podía confiar en la
palabra de un hombre contento. Mirándome con cierta des
confianza agregó: “ Puede usted ir a comer algo a ese ho
tel”, y me señaló uno que había en una esquina próxima,
“ no demore mucho, va usted a estar vigilado”.
Me fui al hotel, pensando en el fracaso de mi misión.
Tenía gran apetito y pedí un lomo. Cuando trataba de ser
vírmelo entró precipitadamente Pepe Terrazas y me dijo: “ Si
sales al patio y saltas la pared del fondo puedes escapar, allí
habrá dentro de diez minutos un camión esperándote con el
motor encendido, que te sacará del pueblo” . No me lo hice
repetir. Saboreando por anticipado la alegría de jugarle una
mala pasada a un militar que hablaba de honor y de palabra
después de haberlos él violado, dejé el plato y con toda calma
me dirigí al patio. Salté la barda, ingresé a la cabina del
camión que me esperaba y emprendimos la fuga.
— 217
El dueño del camión resultó ser uno de esos muchachos
que fueron a esperarme a la pista segundos antes de que
llegase la policía. Me contó que la “ macana que había pa
sado era por culpa de Carlos Terceros y Rómulo Barros que
tuvieron la imprudencia de anunciar mi llegada desde Santa
Cruz por medio de un radio hecho por la oficina del es
tado”.
Amanecimos en Boyuibe, unos cien kilómetros al sud,
y allí fui llevado a la casa de un amigo de confianza de los
muchachos de Camiri y al que yo no conocía. Este magní
fico caballero, a quien desde estas líneas envío de nuevo mi
reconocimiento, me dio su casa, comida y me tuvo oculto el
resto del día. En la noche me sacó de su casa y me mostró
el camino que debía seguir. Mi indignación contra Terceros
y Barros al contemplar el duro camino que debía recorrer a
pie, huyendo de la policía, se fue trocando en serena ale
gría. ¡Dios quería que pudiera adorarle desde esa soledad
maravillosa! Pensé en los míos, en fos tranquilos días de
mi hogar, en las desgracias de la patria, en el porvenir y so
bre todo en la necesidad de cumplir mi propósito. El viaje
a pie, que normalmente debió durar unas pocas horas en ca
mión, se convirtió en una caminata de cuatro días y sus no
ches. Dormía en cualquier claro del bosque, a la vera del
camino, en las horas de calor, y caminaba el resto del tiem
po, allegándome al anochecer a algún caserío para comprar
alimentos. Todas las gentes hospitalarias que me atendieron
entonces con afecto hicieron mas ligero mi viaje.
Cuando llegué a Yacuiba busqué a un amigo que me
alojó en su casa. A las cinco de la mañana salí con el de
seo de cruzar la frontera; mi amigo me señaló por donde
podía hacerlo. Desgraciadamente, por el lugar donde debía
cruzar la quebrada me encontré con un sonoro: “ Alto, quien
vive”. Hice como quien está extraviado, emprendí la reti-
218 —
rada y al final volví a lo de mi amigo a quien encontré
muy nervioso. Le dije que era mejor esperar hasta que des
puntara el día y que trataría de cruzar la frontera por el mis
mo terraplén ferroviario.
— 219 —
i ra argentina y por señales me despedí de aquel excelente sa-
maritano.
En territorio argentino me era forzoso seguir andando
a salto de mata pues no tenía ningún documento y tampoco
me convenía pedir asilo político ya que debía volver cuanto
antes. Seguí basta Tartagal a pie. Me apersoné allí donde
cierto caballero al que debía buscar, quien me brindó un
alojamiento.
Al día siguiente, en momento de tomar el coche-motor
para Salta, se me acercó un señor de edad y alcanzádome
unos billetes, me dijo: “ Vaya usted a alojarse al Hotel Amé
rica que está allí al frente. Ahí recibirá usted instruccio
nes” . Quedé sinceramente sorprendido e indiqué a mi sor
presivo benefactor, que no sabía de que me hablaba. El se
ñor me contestó que yo estaba haciendo muy bien mi papel
y me felicitó, “ pero para que vea que soy de confianza, aña
dió, le diré que sé que es boliviano y radio-operador y que
es el hombre que estamos esperando” .
No cabía duda de que se trataba de una confusión, pues
si bien era yo boliviano no era radio-operador. Negué ser
ambas cosas, pues así tenía que hacerlo y le repetí que se
encontraba en un error. Se marchó.
Pasados unos quince minutos volvió aquel buen señor e
insistió en identificarme como la persona esperada por ellos.
Luego ante mi negativa, me espetó: “ ¿No es cierto que us
ted conoce al coronel Ichazo? Yo vengo de parte de él. Le
he dicho mas de lo necesario y no siga macaneando pues
tenemos prisa” .
— Conozco al coronel Ichazo. He trabajado con él.
Estamos identificados porque ambos luchamos por la misma
causa, — le repliqué— , pero por favor dígale que no soy el
hombre esperado por él, que mi presencia aquí es casual y
que me llamo tal. — Le di un nombre cualquiera. El señor
— 220
se fue y cuando volvió convencido de haber “ metido la pata”,
me rogó que nada dijera ya que otra persona en el tren me
hablaría. En el tren nadie me habló.
Llegé a Salta. En vista de mi situación por falta
de documentos otro amigo me brindó su libreta de desmovi
lización y tomó pasaje en avión para esa misma tarde, a su
nombre. Después de tantas peripecias llegué finalmente a
Buenos Aires a la media noche y me alojé en un hotel cén
trico dispuesto a desquitarme de tantas noches de insomnio
y de otras pasadas en el suelo.
Al día siguiente llamé por teléfono al señor Alfredo
Flores, y lo cité para que me buscase a las 12. Mientras
tanto fui en busca de la buena señora que había tenido la
bondad de llevar la carta.
En un bar al 900 de Maipú nos reunimos con el señor
Flores, le entregué la carta y charlamos sobre la situación de
Bolivia. Me manifestó que al día siguiente me buscaría con
el señor José Gamarra Z.
En el mismo bar nos entrevistamos de nuevo con los
señores Flores y Gamarra. Entramos de lleno al tema de mi
misión y habló primero el señor Flores:
— “ Las elecciones habidas en Bolivia han demostrado
una fuerza avasalladora de la Falange y por eso creo que ya
no es necesario buscar al señor Hertzog, pese al pedido que
nos hace el Jefe. Ningún otro partido tiene probabilidades
de llegar al poder sino el nuestro y eso lo debemos hacer
sin pactos con el pasado. Debemos llegar solos y lo ha
remos”.
Tomé la palabra y le manifesté que creía que se en
contraba en un error. Que los votos recibidos por Falange
no eran todos falangistas y que votaron por el partido todos
o casi todos los opositores. “ Ustedes están muchos años fue
ra de Bolivia y no viven la realidad nuestra, allí” , les aña-
— 221
clí luego: “ No sean ciegos, acepten las instrucciones del se
ñor Unzaga y lleguemos a un entendimiento con el doctor
Hertzog. No se trata, señores, de llevar nuestra lucha con
tra el comunismo por un solo camino de ambiciones parti
darias. Lo que allí se juega es el destino de un pueblo y
no el encumbramiento de un determinado partido. Es necesa
rio despojarnos de ambiciones. Unámonos y hagamos patria.
Salvémosla” .
Habló el señor Gamarra Zorrilla, que había permaneci
do en silencio hasta entonces. Conocí a su padre y a él en
el Panóptico. Analizó las mismas cosas con los mismos ar
gumentos ya dichos por el señor Flores. Su pasión por su
partido era enceguecedora. No aceptaba términos medios.
Ellos, solo ellos, eran los llamados a salvar a la patria y pa
ra conseguirlo no necesitaban unirse con nadie. Incluso dis
crepaban con el pensamiento de su Jefe y acabaron desobe
deciendo sus órdenes.
Volví a tomar la palabra y con amargura les dije: “ Así
que yo he hecho un viaje inútil: ¿En vano me he jugado la
vida para llegar aquí y cumplir una misión que su jefe creía
necesaria, para tener este final? No señores, les pido, les
ruego recapacitar. Háganlo por Bolivia” .
— 222
Tres días permanecí en Buenos Aires y emprendí el re
torno a la patria. Hasta Tartagal todo fue sin novedad. De
allí volví a hacer mi viaje a pie, pasé la frontera, rehuyen
do acercarme a Yacuiba. Llovía a torrentes. No tenía abri
go ni paraguas. Calado hasta los huesos seguí caminando
kilómetros tras kilómetros hasta Sanandita y continué ense
guida hasta Villamontes. Un crudo “ surazo” y “ chilchi” me
congelaba entero. Sólo me acercaba a casuchas de indígenas
donde compraba un pollo y me lo preparaba. Hacía secar
mi ropa, dormía un poco y continuaba la marcha. Como úni
co equipaje llevaba un libro “ Don Camilo”, que devoraba
con alegría cada vez que para descansar me ponía bajo un
árbol o mientras pasaban las horas del día en que no me
convenía ser visto.
Así caminé varios días y aún más de noche. El tiempo
era terrible. Diez días de continua lluvia, viento y mucho
frío. Llegué con los pies destrozados a Boyuibe y allí nue
vamente me hospedó el mismo amigo que ya lo había hecho
cuando pasé algunas semanas antes. Su señora me lavó y
curó las heridas que tenía en los pies. Los tenía deshechos,
llenos de ampollas, con sangre que brotaba de varios lados.
Un día de improviso, se presentó un sacerdote al que el
amigo me presentó como “ señor Alcides Aramayo” . Nos sa
ludamos, pero el padre que no era ningún ingenuo me es
petó: “ Usted no se apellida Aramayo y es un político en
desgracia; si en algo puedo servirlo, confíe en este siervo de
D ios” . El sacerdote que así me habló, y a quien puedo
nombrar porque ya descansa en la Paz del Señor, era el
Padre Venturi. Me inspiró confianza y le conté mi odisea.
Le pedí me llevase, pues tenía un jeep, a alguna estancia.
Esa misma tarde me trasladó a lo de un amigo X .X . y allí
permanecí dos días reponiéndome de las heridas. Después
decidí continuar mi viaje a pie.
— 223
Una noche completamente cansado, me aproximé a una
casucha que tenía una lucesita. Nadie me sintió llegar y
miré por una abertura hacia adentro y vi algo que en medio
de mi fatiga me hizo sonreír. Un joven matrimonio de hu
mildes campesinos se encontraba entregado a una ardiente
lucha de amor. Desgraciadamente hube de perturbar a aque
lla tierna pareja, pues unos perros me acosaron y tuve por
fuerza que pedir socorro. El marido me abrió la puerta
destartalada y me invitó a pasar. Con la cordialidad de la
gente cordillerana, me convidó mate, me dio ropa seca, unas
caronas y unas frazadas. Eso y mi cansancio eran suficien
tes para quedar completamente dormido en el suelo muy cer
ca del fogón. Pocas veces me pareció mas blanda y placen
tera la cama.
Al día siguiente me vendieron un pollo y me lo pre
pararon; me invitaron a tomar desayuno y me desearon bue
na suerte. En esa casa hospilataria dejé olvidado a Don
Camilo. Deseo que se hayan deleitado leyéndolo, en retri
bución a sus bondades.
Finalmente llegué a Santa Cruz y luego volví a La Paz.
Le informé a Unzaga del fracaso de mi empresa. Me ma
nifestó que ya había recibido una relación de sus amigos de
Buenos Aires.
No supe como interpretar su mirada y su silencio. Tal
vez no quería mostrarme su disgusto, pero quedó sumido en
hondos pensamientos, con la cabeza en las manos como quien
busca una solución y no la encuentra.
224
MARCHA D EL HAMBRE
225 —
¡illí i|iunce días y había que castigar el delito de haberlo
asilado.
Ambas señoras fueron golpeadas por los “ machos”. Ate
rrorizadas las dos mujeres sólo atinaban a cuidar a sus pe
queños. La baleadura fue espantosa y fueron lanzados to
dos los muebles y ropa a la calle donde fueron repartidos
como botín por los asaltantes.
La señora Fernández con su hija y sus nietecitos, tu
vieron que asilarse en la embajada de Guatemala. Allí lle
garon sin zapatos y casi desnudas. La señora del embajador
luvo que cubrir su desnudez.
La casa de la familia Fernández fue inmediatamente ocu
pada por varios “ compañeros” que la continúan teniendo des
de entonces sin pagar un solo centavo. Pese a haber regre
sado la familia a La Paz, se ve obligada a compartir su pro
pia casa con los asaltantes, sin recibir alquileres ni atrever
se a pedir el resto del departamento ni siquiera que paguen
la luz que consumen. Un Juez, el doctor del Portillo, de
la justicia revolucionaria, es uno de sus ocupantes, otro es un
periodista de apellido Marañón, y otro un agente del Control
Político.
La persecución era general. La casa del señor Unzaga
de la Vega fue quemada, y él, tuvo que asilarse con varios
amigos en la embajada de Venezuela, pues si el gobierno lo
llegaba a tomar lo habría hecho asesinar de inmediato. Vol
vió a reinar en Bolivia la época de terror que Paz Estensso-
ro inició en 1952.
Cientos de personas, perseguidas por el odio oficial, tu
vieron que asilarse de nuevo en distintas embajadas. Las
embajadas más hospitalarias fueron la de la República Ar
gentina, Guatemala, Venezuela y Paraguay. La embajada de
Brasil negó asilo a muchas personas con increíble egoísmo
y a muchos inclusive se los arrojó a la calle, habiendo caí
— 226 —
do presos muchos de los que allí llegaron. El embajador de
Chile, que como ya lo he dicho se llamaba Alejandro H a
les, fue de los más serviles; el del Brasil se llamaba Teixeira
Soarez.
El día 27, me vi obligado a asilarme en la embajada
paraguaya y solicité salvoconducto para Asunción. Pero una
tarde llegó el agregado militar, coronel Canata, y nos dijo
que el gobierno boliviano había solicitado al gobierno para
guayo la intervención en el Paraguay de los cientos de pre
sos que llenaban las cárceles y que saldrían exilados. “ Y
claro, continuó diciendo el coronel Canata, nosotros en el
Paraguay necesitamos brazos, y por esa razón mi gobierno
ha aceptado la internación de los presos” . Ante esta afir
mación, solicité esa misma tarde al encargado de negocios
paraguayo, doctor Rubén Ruiz, que solicitara mi visa para el
Perú. Yo no quería ir de bracero de otra tiranía.
Una tarde, el doctor Ruiz que fue siempre muy caba
lleroso, me hizo una pregunta: “ ¿Si el presidente Siles le
ofreciera garantías, usted renunciaría al asilo?”
Mi respuesta fue: “ ¿Y quién garantiza a Siles?”
SEGUNDA E X IL IO
— 227 —
Ortiz, los brigadieres Tapia y Ledezma, un joven Lemoine, Mi
guel Angel Cornejo, un muchacho Bertini y otros. Ama
necimos en Puno, seguimos ese mismo día a Arequipa y al
día siguiente pasamos a Lima.
En Arequipa nos agasajaron los amigos; en la noche se
llevó a cabo una reunión y los recién llegados dieron un in
forme de lo que había pasado. El cadete Ledezma, pidió
que yo informase algo de lo que había visto y de lo que pen
saba. Aunque no tengo práctica oratoria no tuve más reme
dio que pararme y decir cuatro palabras más o menos como
estas: “ Nada tengo que agregar a todo lo dicho por los
amigos que ya han informado con detalle sobre los sucesos
ocurridos en Bolivia. Pero algo tengo que pedirles, y muy
especialmente a los hombres que desde hace cuatro años es
tán en el exilio. Y es que, si quieren ver libre a nuestra
patria del yugo comunista, todos deben volver allí. Quiero
decirles que muchos de los nuestros piensan que están su
friendo y que tienen roto el cuerpo y hasta el alma, por cul
pas que en realidad no son nuestras sino de algunos de uste
des. Debemos volver señores, es necesario que volvamos.
En lo que a mí toca no llegaré a estar aquí más de tres
meses. ”
El coronel Arturo Armijo, fue el único que se me acer
có y dándome unas palmaditas en la espalda me dijo: “ Nos
ha dado usted en la mata, lo que ha dicho es cierto, debe
mos volver cuanto antes” . Armijo era sincero. Algunos de
los otros asistentes no recibieron muy bien mi reproche y
trataron de hacerme daño posteriormente, como se verá.
En Lima también fuimos agasajados cariñosamente por
los antiguos exilados, quien sincluso alquilaron una casa e
hicieron el Hogar Boliviano.
Las señoras Elena de Calderón, Esther de Kieffer, Ro
sita Benavides y las hermanas Gladys y Ruth Murillo fueron
— 228 —
verdaderas samaritanas que se desvivían por ayudarnos. Al
Hogar Boliviano llegaron los universitarios y los que estaban
en peor situación. La alimitación la brindaban algunos resi
dentes en su propia casa. De los que recuerdo por su bon
dad están don Hugo Ernst Rivera y Raúl Kieffer Bedoya.
Lamento no recordar los nombres de todos los que nos con
cedieron su hospitalidad cariñosa.
El aviador Alfredo de la Vega y yo, fuimos alojados en
casa de don Arturo Derteano Rodríguez, quie nos dio el ca
lor de su hogar por todo el tiempo que estuvimos en el Perú.
Su dignísima esposa y sus simpáticos niños nos acogieron con
cariño y pasamos con ellos momentos inolvidables. Arturo,
caballeroso en toda la extensión de la palabra, jamás permi
tió que gastásemos un solo centavo y más de una vez nos
ayudó en nuestras penurias. Me obsequió, para alegría de
mis cuatro hijos, hermosos juguetes que llevé después a La
Paz.
El mismo pedido que hice en Arequipa, lo hice en Li
ma. Muchos enemigos me acarreó esta franqueza. Yo, mas
que un político, me creo un idealista y no transijo con
aquellos que olvidaron sus deberes para con la patria.
Muchos sabían que yo tenía razón pero no querían re
conocer su cobardía o indiferencia. Ellos querían seguir
siendo dirigentes, o más bien seudo-dirigentes, a la espera
que otros, allí dentro de Bolivia, les sacaron las castañas del
fuego y les abrieron el camino para su regreso “ triunfal” .
Ellos derribaron fácilmente al gobierno del M.N.R. alrede
dor de una mesa de café y daban golpes de estado por tal
o cual ministerio que, según ellos, les correspondía por ha
ber permanecido mayor tiempo y “ heroicamente” en el exi
lio. En los bares resolvían los problemas de la pobre pa
tria, que, allá lejos, seguía sumida en el dolor.
— 229 —
Felizmente otros comprendieron mi angustia y me die
ron plena razón. No eran los menos.
Intimé mucho con los señores José Alvéstegui A y Or
lando Busch C. Nos hicimos inseparables, éramos “ tres mos
queteros” que añorábamos la patria día a día. Decidimos
no tomar un trago ni ahogar nuestras penas en alcohol. Nues
tras charlas, de la mañana a la noche, versaban sobre Bohvia,
sus problemas y sus tragedias. Teníamos el mismo vicio:
el café y una común nostalgia, el terruño.
Por la amistad que me unió a Jorge Alvéstegui conocí
al doctor Rodolfo López Kruger, quien me facilitó todo
para hacerme un “ chequeo” general en la Clínica Lozada.
Durante dos meses fui diariamente a que me pusiera inyec
ciones. Gracias a los cuidados del doctor López mis dolen
cias se fueron mitigando. La amistad que me brindó fue
muy reconfortante y la Navidad del 56, que fue una de las
muchas que pasé fuera de mi hogar, me pareció menos triste
en el hogar de los esposos López. A la hora del reparto de
regalos sus dos hermosos niños comenzaron a descolgar del
arbolito unos paquetes entre los que estaban los que la bon
dad de sus padres habían destinado para Jorge, Orlando y
para mí. Desde hacía cuatro años mis hijos solo recibían la
visita del dolor y la tragedia.
230 —
vitación que hizo extensiva a Jorge y Orlando. Pasamos
una tarde juntos y nos atendió muy gentilmente. Nos habló
de la patria, de la necesidad de formar un nuevo partido
con nuevas ideas, nuevos programas y netamente anticomu
nistas. Le manifestamos que el dolor de Bolivia era precisa
mente el demasiado número de partidos políticos, y que la
patria se salvaría de hecho con solo un acontecimiento: La
unión de los partidos ya existentes para derrocar al gobierno
del M.N.R.
Ramón, hizo una ligera defensa de Siles Zuazo y atacó
abiertamente a Juan Lechín.
Nos despedimos, pero al salir a la calle Ramón me dijo
que quería hablar conmigo al día siguiente y me pidió que
lo esperase en un café dándome la indicación donde se en
contraba ubicado.
Al día siguiente a la hora convenida nos juntamos con
Ramón y otro señor, a quien no conocía y que luego me
presentó. Se trataba del agregado militar de Bolivia, coro
nel Gustavo Maldonado San Martín. Este señor me habló
de la difícil situación por la que sabía estaba pasando al
gunos exilados y sacando su billetera me manifestó su deseo
de ayudarlos económicamente.
Reaccioné de inmediato y le manifesté que por muy
grande que fuera nuestra necesidad jamás aceptaríamos un
centavo de la embajada de un gobierno que nos había puesto
en aquella situación. Maldonado ante mi firme actitud fin
gió avergonzarse y me pidió disculpas. Pasamos a hablar de
la situación de Bolivia y de la necesidad que había de que
todos los bolivianos se propusieran salvarla. Me dijo que Si
les Zuazo le había autorizado para ponerse en contacto con
algunos asilados e invitarlos a regresar al país. Incluso ofre
cía ayudarlos económicamente y proveer, a los que aceptasen,
de una imprenta para sacar un diario en La Paz. “ Sería in-
231 —
retesante, por ejemplo, dijo, que naciera un partido con el
nombre de Busch, el gran capitán del Chaco y que sea en
cabezado por los amigos de Busch. ¿Qué le parece?”
Comprendí la treta. Ramón y Maldonado sabían la
amistad que me ligaba con el hijo de Germán Busch y que
rían que yo influyese sobre él para convertirlo en un trai
dor. Le dije que yo no era un tutor del señor Busch y que
no sabía como reaccionaría ante esa proposición, que lo más
que podía hacer era comunicársela al interesado. En otro
momento la indignación me ganó al oír el cinismo con el
que se vanagloriaban del desastre que habían ocasionado los
movimientistas en Bolivia. Para ellos el hecho de haber des
poseído de sus propiedades a los tres grandes mineros era
más importante que saber si ese hecho ocasionaría o no la
ruina de la principal industria del país.
Sin embargo no quise cerrar todas las puertas antes de
conocer la opinión de don Oscar Unzaga de la Vega. Pero
antes de escribir un informe completo para el jefe de F a
lange puse en conocimiento de Orlando la proposición de
Maldonado San Martin. La rechazó de inmediato lo mismo
que Jorge Alvéstegui y los tres decidimos aprovechar la oca
sión para pedir salvoconducto. Mientras tanto el Comité
Consultivo de F.S.B. se enteró de la conversación por algún
conducto de la embajada. Un día fuimos citados a casa del
coronel José Celestino Pinto donde estaba el Consejo en
pleno.
Allí alguien habló de nuestras supuestas conversaciones
con la Embajada y nos pidieron una explicación. Yo tenía
mis serias dudas acerca de la honestidad de algunos de los
presentes y suponía que uno de ellos estaba en contacto con
los funcionarios del gobierno de Bolivia. Fuera del coronel
Pinto estaban presentes Hans Keller, Oscar Barrientos, Ar
mando Bascopé, Roberto Freyre y José María Achá. Este
— 232 —
último yo sabía que frecuentaba el departamento del emba
jador Alberto Cuadros Quiroga, tal vez no como “ buzo”, pe
ro sí como charlatán. Muchas veces almorzaba en las ha
bitaciones del embajador en el Hotel Bolívar. Tampoco me
inspiraba confianza Achá por haber trabajado con él en Ya
cimientos Petrolíferos. El fue uno de los que más renegó
de su partido y se inscribió en el M.N.R. manteniéndose en
él durante todo el gobierno de Paz Estenssoro mientras no
sotros gemíamos en la cárcel. Ahora lo teníamos de diri
gente y de mandón. Si renunció a su cargo por cálculo o
por convicción no lo sé pero en ese entonces se creía in
minente la caída del gobierno del Movimiento.
De vez en cuando recurrí yo al consejo del mayor Julio
Alvarez La Faye o de Renán Estenssoro, cuyas opiniones
siempre me fueron valiosas.
Informamos al Comité Ejecutivo de F.S.B. diciéndole
que nada había que no conociese el jefe de Falange a quien
habíamos informado sobre los sondeos hechos por el agre
gado militar Maldonado San Martín. Prácticamente desco
nocimos la autoridad de aquellos señores pues la sola duda
de nuestra honorabilidad nos ofendía.
Sin haber llegado a ningún compromiso con la Embajada
insistimos los tres en solicitar salvoconducto para regresar
al país. Después de más de veinte días de gestiones se nos
concedió.
Mientras tanto, el Consejo de F.S.B. en Lima se había
dado a la innoble tarea de denigrarnos y hacer correr las
voces de que nos habíamos vendido al gobierno. Pidieron
al señor Unzaga de la Vega la expulsión del partido por trai
ción. Como era de suponer, Oscar no aceptó la sugerencia
por haber estado al tanto de las conversaciones habidas, co
sa que ignoraban los del Consejo, pero la intriga fue más
allá, y el mismo día que debíamos tomar el ómnibus que
— 233 —
nos conduciría a La Paz recibimos un cable de Unzaga don
de nos pedía no regresar a Bolivia. Era tarde, teníamos
ya pagado el pasaje, no teníamos dinero para seguir vivien
do en Lima y yo les dije a Jorge y Orlando que me marcha
ría solo si fuera necesario. “ Mi puesto está allí. No puedo
quedarme cruzado de brazos lejos de la patria, se me hace
un cargo de conciencia estar desperdiciando mi tiempo, cuan
do allí podemos reorganizarnos para cuando llegue el mo
mento” , les manifesté.
Orlando había recibido ese mismo día un cable de su
señora donde le pedía no regresar y le anunciaba su viaje
para reunirse con él, pero prefirió seguir el camino de su
conciencia y lo mismo hizo Jorge Alvéstegui. Ambos opta
ron por acompañarme. El 24 de enero de 1957, nos em
barcamos y el 27 llegamos a Bolivia.
En Copacabana fuimos requisados y aún más en Piqui
ña. A Jorge le encontraron una lista antigua en su libro de
misa con algunos nombres de amigos y se la decomisaron.
El teniente nos indicó que por orden de San Román, que
acababa de partir de aquel lugar y que conocía nuestro arri
bo seguramente por comunicaciones que le hicieron de Lima,
debíamos presentarnos al Control Político al día siguiente a
las 11 de la mañana.
A la hora indicada nos presentamos con Orlando, pues
Jorge no quiso presentarse. San Román, el verdugo impla
cable, nos recibió con sonrisas y extraña amabilidad; nos
manifestó que teníamos amplias garantías para trabajar, que
un día de esos lo citaría a su despacho al señor Busch. Le
manifestamos que Alvéstegui se encontraba enfermo y que
por ese motivo no se había hecho presente en su despacho.
El martes 29, fue allanada la casa de Jorge Alvéstegui
y tomado preso. Se lo tuvo detenido durante cuatro meses
por aquella lista que según San Román, era una lista con
234 —
feccionada por Willy Gutiérrez Vea Murguía. En vano mo
vimos todos los resortes para conseguir la libertad de Jorge.
Incluso yo, dejando mi asco a un lado, me acerqué un día
a San Román y le pedí la libertad de mi amigo Alvéstegui.
Este me expresó: “ Señor Landívar, creo que usted ha esta
do mucho tiempo preso, ¿no es así? ¿Cree usted que algún
amigo suyo vino a pedir jamás su libertad? ¿Por qué usted
se incomoda y se permite venir a pedir la libertad de su
amiguito. Váyase de aquí, pues si me saca de mis casillas
lo voy a mandar preso para que le haga compañía” .
El Comité de F.S.B. de Lima nos tildó de traidores.
Allí, uno de esos “ traidores”, se encontraba en una maz
morra.
Pero ese mismo Comité no llamó traidor al ex-mayor
Elias Belmonte Pabón cuando en tiempo de Paz Estenssoro,
mientras las cárceles y campos de concentración se encontra
ban repletos de presos políticos y éramos vejados y tortura
dos, entró en conversaciones con los principales verdugos el
ministro de gobierno Federico Fortún Sanjinés y el Jefe de
Control Político Claudio San Román, conversaciones que cul
minaron con un viaje suyo por las capitales de Chile, Bra
sil y Argentina para pedir a los exilados que aceptasen una
tregua política ofrecida por el gobierno. Y a pesar de que
esas charlas con nuestros verdugos fueron rechazadas por
los personeros de la oposición en esos países, su actitud no
fue tildada de traición sino que se le premió con el regalo
de una banca en la Cámara de Diputados. Todos saben
en que forma completó su deber de parlamentario. Estos
son los misterios de los comités políticos donde los verda
deros traidores buscan una cabeza de turco que los libre de
las sospechas.
— 235 —
ESTA BILIZA CIO N M ONETARIA
— 236 —
da el 9 de abril; hoy tiene varios departamentos fuera del
país, y, en La Paz, posee una casa residencial, que, pese a
prohibiciones legales la alquila en dólares a un alto funciona
rio de la Embajada Argentina. Si él como presidente de la
nación da el ejemplo de la inmoralidad, ¿qué se puede espe
rar de sus demás compañeros, reclutados entre los hampones
y resentidos sociales más peligrosos? ¿No decían acaso, él
y Paz, en 1951 que eran pobres de solemnidad? Otro mito
era el que no habían hecho llorar a nadie. Se olvidaron de
quien hizo asesinar a varios ciudadanos el primero de mayo
de 1949 y de los cientos de muertos que cayeron el 9 de
abril de 1952 por su causa. Y muchos que habían perdido
la memoria, se olvidaron del placer que sentía Siles Zuazo
negando la libertad que pedían los familiares de los presos
que en tiempos de Paz Estenssoro, recurrían a él, con los
ojos anegados en lágrimas. Negó siempre la libertad y des
pués negó hasta las entrevistas y aunque ya anhelaba su pos
tulación a la presidencia, recibía a los familiares de los pre
sos con diplomacia y terminaba diciendo que nada podía ha
cer por ellas ni por sus presos.
Con la aureola de valiente, patriota, honrado y humano,
Siles Zuazo, agregó una impostura más de su falaz trayec
toria. La huelga de hambre que tanto ridículo le ganó en
el exterior era una prueba de su falta de valor. Lo que él
no se atrevía a hacer quería obligar al pueblo que lo hi
ciera.
Que los movimientistas le creyeran era natural, pero que
la oposición cayera en la trampa era inconcebible. La única
explicación podría darla ese espíritu romántico del pueblo
que en ese momento se inclinaba por el que parecía más dé
bil, frente a la fuerza de los sindicatos.
Amargado porque presentía que la comedia de Siles
sería otra estafa para el pueblo boliviano, tuve que dejar La
— 237 — •
Paz y viajar a Santa Cruz, donde esperaría que pasase la
tregua política y que mis amigos comprobaran el engaño.
— 238 —
deraclas reclamaciones y planteamientos del Comité Pro-Santa
Cruz, presidido por el doctor Melchor Pinto Parada, y orga
nizado precisamente para representar al departamento cruceño
y canalizar las inquietudes de progreso de la colectividad.
Alrededor de Pinto se juntaron todos, como he dicho, se hi
zo una amable y fecunda tarea fraternal que servirá siempre
de ejemplo al país. El doctor Pinto tuvo el buen cuidado
de señalar concretamente el carácter apolítico de la orga
nización para dar mayor fuerza a su acción y quitar cualquier
argumento de intervención partidaria que pudieran inventar
los chacales del régimen. Su tenacidad en este punto fue
encomiada y criticada. Muchos los más, creían que era pre
ciso darte al Comité un carácter definitivamente opositor y
tomar, por lo bajo, providencias para armar a la juventud.
Sin prejuzgar sobre quien estaba en la razón es justo ano
tar la serenidad con la que actuó el doctor Pinto.
El gobierno respondió a los pedidos de Santa Cruz en
forma despectiva. Comenzó por calificar a Pinto de “ fili
bustero”, de oportunista y de falso. El pueblo cruceño acu
só el impacto y comenzó a protestar por lo que se anun
ciaba como una campaña concertada contra las reivindicacio
nes cruceñas.
Un día de octubre de 1957, el pueblo, indignado por
las ofensas que recibía a diario del gobierno, resolvió salir
a las calles en una gran manifestación que terminó con la
incautación por parte de un gran contingente de ciudada
nos, de unas maquinarias de Yacimientos Petrolíferos Fis
cales Bolivianos que se pretendía trasladar a otro punto de
la República.
Mediante notas agresivas que herían la sensibilidad cru-
ceña, Sites Zuazo, ordenaba al Comité Pro-Santa Cruz la de
volución de las maquinarias. La respuesta de Santa Cruz fue
digna de un pueblo altivo. Conciente de que esas maqui
— 239
narias eran todavía necesarias en esa ciudad respondió al re
to con un paro general de carácter departamental.
Obedeciendo las órdenes del gobierno, el Control Po
lítico a cargo del asesino Adhemar Menacho, se parapetó en
la Alcaldía Municipal y hostigó al pueblo con ráfagas de
ametralladoras. Un puñado de indomables muchachos se lan
zó contra la Municipalidad y allí cayó acribillado por las
balas gobiernistas el joven universitario Roca Pereyra. Nin
guno de los que ingresaron a la Municipalidad llevaba ar
mas. Pero la multitud incontenible se lanzó a la guarida
de los asesinos de Control Político y los apresó. Menacho
logró fugar por el tejado. Un jeep del C.P. fue incendiado
en la plaza.
Un hermano de Roca Pereyra, enloquecido por el dolor
que le produjo el asesinato de su hermano, pidió conocer al
criminal que se encontraba preso y que era nada menos un
agente muy conocido por la crueldad conque torturó a los
presos en los campos de concentración apellidado Pérez. In
gresó a la celda de éste y acabó a balazos con el chekista
boliviano.
La situación se hizo tirante y el rompimiento con el
gobierno fue abierto pues se plegaron al Comité Pro Santa
Cruz, los mismos militantes del partido oficial. Se hizo
una sola pausa, allí no mandaba ningún partido. Las auto
ridades que el día anterior obedecían al gobierno, se pu
sieron al servicio del pueblo.
Enviado por el gobierno a comprobar los acontecimien
tos llegó a Santa Cruz el ministro de Relaciones, Manuel
Barrau. Las mujeres cruceñas lo llevaron a la Municipali
dad donde se velaban los restos del universitario Roca Pe
reyra, y una de las mas audaces, tomándole de los cabellos
hizo que agachara la cabeza para que mirase de cerca el ros
tro del muerto. El pobre hombre no sabía que hacer abu-
240 —
cheado por toda la gente indignada que solo así podía de
mostrar su rabia.
A pesar de comprobar el agravio a Santa Cruz y el cri
men, no cesó la canallesca propaganda de Radio Illimani y
del diario oficialista “ La Nación”, que lanzando a los cuatro
vientos la acusación de que Santa Cruz quería anexarse al
Brasil pedía al resto de la República lo ayudara a aplastar al
pueblo cruceño. El propio Siles Zuazo, con su conocida in
conciencia acusó a ese departamento de separatista y al Bra
sil de anexionista. Pocas veces la indignación llegó tan hon
damente al corazón del pueblo boliviano.
La calumnia, en labios de Siles Zuazo no era de extra
ñar y el pueblo boliviano lo conocía como urdidor de in
famias. El mas que nadie, conocía el patriotismo de ese de
partamento oriental; jamás hubo separatismo y si hubo al
gunos desnaturalizados cruceños que alentaron en tiempo de
la guerra del Chaco aquel innoble sentimiento, ellos eran
ahora los partidarios del M.N.R. y sus más íntimos colabo
radores.
241
hasta que pasase la entrevista. El Nuncio que jamás quiso
hacer nada por los presos y torturados, estuvo presto a obe
decer a Siles y se trasladó a Santa Cruz. La Iglesia Católi
ca no hace diferencias entre sus hijos del mundo entero, pe
ro este prelado sí la hacía. Nunca interpuso sus buenos
oficios ante el gobierno para obtener clemencia para los mi
les de católicos que yacían en las cárceles pero se encontraba
siempre listo para acatar lar insinuaciones del tirano como si
fuese un criado y no un Príncipe de la Iglesia. Llegó a
Santa Cruz. El pueblo aceptó la mediación, pero expresó
claramente que Siles no debía asombrarse si no recibía ni
un solo aplauso.
Llegó Siles Zuazo, “ como perro apaleado en barrio aje
no”. Se presentó en los balcones de la Prefectura y con la
sed que tenía pidió agua. El pueblo allí reunido a una sola
voz le respondió: “ Si quiere agua, vaya a cavar un pauro” ( 1).
Cuando llegó el presidente argentino general Aramburo
se manifestó el contraste. El pueblo le brindó una ovación
grandiosa. Doloroso era para nosotros tener que aplaudir
con entusiasmo a un presidente extranjero y repudiar al nues
tro. El despreciable tiranuelo no merecía sin embargo otra
cosa. Siles fue el único gobernante boliviano que fue recibi
do con desprecio en Santa Cruz.
El miserable no lo olvidó. El orgullo y la dignidad de
los cruceños serían castigados. El odio de Siles Zuazo hizo
correr sangre generosa de niños, ultrajó a las mujeres en
su pudor y martirizó a sus hijos sangrientamente.
Para completar su obra vengativa él y su ministro de
(¡obierno, José Cuadros Quiroga, idearon la diabólica idea
de valerse de un cruceño. ¡Pero qué cruceño consiguieron
para “ sentar la mano” en la tierra oriental!
— 242
Con instrucciones precisas, se ordenó a Luis Sandoval
Morón trasladarse a Santa Cruz. Sus antecedentes crimino
sos eran conocidos. Este Sandoval Morón asesinó en la for
ma más brutal al universitario Barros, a quien sumergió, des
pués de haberlo torturado, en un noque con agua y lo ama
rró de pies y manos con alambre provocándole descargas de
corriente eléctrica hasta hacerlo morir lentamente. ¿De qué
delito se acusaba a este muchacho?. . . No era gobiernista.
Y a este criminal se le daba carta blanca para terminar
con el Comité Pro Santa Cruz y por supuesto para hacer
desaparecer a sus dirigentes. Comenzó su labor en la capi
tal con un sinnúmero de provocaciones. La sangre comenzó
a correr. Pinto Parada, denuncia a Siles los atropellos co
metidos por sus partidarios y la insolente respuesta del pre
sidente lo hace más prepotente a Sandoval Morón. El pue
blo cruceño, sin esperar más, se levanta revolucionariamente
contra Sandoval a quien cerca en las afueras de la ciudad
conjuntamente con sus partidarios, que armados hasta los
dientes se traban en una lucha que dura tres días.
Dando al Morón es derrotado y emprende la fuga hacia
Cochabamba. Muchos heridos quedan y el pueblo cruceño
pierde al joven universitario Coronado, pero queda con la sa
tisfacción de haber vengado la ofensa.
Siles Zuazo es derrotado nuevamente, y Santa Cruz se
libera una vez más de la dominación comunista.
E L FRACASO DE LA ESTABILIZACIO N
— 243
nía comprobó que lo único estabilizado eran las fortunas de
los jerarcas del partido gobernante. El estómago de los obre
ros y de los ciudadanos de la clase media comenzó a sentir
hambre.
En su afán de sostenerse en el poder Siles quiso enga-
tuzar nuevamente a la ciudadanía y le imploró otro año
más de plazo. Dijo que este año 1958 se llamaría “ el año
de la producción”. El demagogo hablaba de producción sa
biendo que la producción había disminuido en todo orden
de cosas por haberse apartado a los productores de sus ta
reas habituales y haberlos llevado a las ciudades para exhi
birlos en sus desfiles o para sembrar el terror a la población.
Tanto llevar al campesino a la ciudad ha despoblado el cam
po, y ahora los agricultores prefieren deambular por las ciu
dades en una odiosa holgazanería. Los obreros, que antes
producían y ganaban el pan para sus hijos, se han converti
do en milicianos a quienes se empuja a asesinar impune
mente a la gente no adicta al gobierno. ¿De qué produc
ción podía pues hablar, el señor Siles Zuazo? Los propios
agricultores no desean producir pues saben que las tierras
que les han repartido no son suyas.
Hasta el pobre indígena comienza a ver claro y se dan
cuenta de que han sido engañados por los maestros de la
mentira.
Un día conversando con un cruceño le oí decir: “ Veo
que en Santa Cruz ha llegado el momento de ajustar cuen
tas con el “ cerdo” . La próxima vez que vaya, pues Siles
Zuazo no es sino eso, un cerdo, que no se cansa de engañar
y humillar al pueblo que un día creyó en él.
“ La estabilización monetaria fracasó porque ella no fue
encarada con seriedad y honradez de parte de los gobiernis
tas. El pueblo le brindó todo su apoyo pero, como siem
pre, los demagogos lo estafaron. Los complejos de Siles
— 244 —
Zuazo lo inclinaron siempre hacia el mal. El saberse des
preciado lo atormenta y no se cansa de decir que nadie quie
re comprenderlo” .
“ En realidad el señor Siles Zuazo ocupó la primera ma
gistratura sólo para demostrar su habilidad como comediante.
Sus reiteradas renuncias, como sus huelgas de hambre son pu
ra comedia. El mismo, ordena a sus sindicatos de choferes
que hagan huelga general, pero a la condición de que pidan
que no se acepte su renuncia. Organiza una gran manifes
tación “ multitudinaria”, como ellos llaman a esas concentra
ciones impuestas, van a su casa, lo sacan y lo llevan de nue
vo al Palacio de Gobierno. El, dócil al reclamo de la ciu
dadanía, “ obedece a las bases” y con un gesto jesucristiano
retira su renuncia. Y luego pronuncia un discurso impreg
nado de odio, se desfoga, culpa a la “ oligarquía” , a los “ ga
monales” y a los “ cachorros de la rosca”, por haberlo pre
cipitado a presentar su renuncia. Recurre a las armas más
innobles para conseguir el apoyo del pueblo: se hace com
padecer, llora ante los dirigentes sindicales, comienza por
conmoverlos aumentándoles sus cupos y acaba con la com
pra de sus conciencias en dinero efectivo. Después de su
huelga de hambre, de sus renuncias, ya a nadie convence.
Se muestra tal como es: “ Tigre acechando a su presa. El,
como antes Paz Estenssoro, ordena los atracos en las vías
públicas que se cometen todas las noches; sus víctimas apa
recen tendidas en las calles, ya muertas o apaleadas. Todo
esto me dijo mi paisano. Era un buen resumen, en el len
guaje de un hombre del pueblo, del carácter de Siles Zuazo.
Regreso a La Paz nuevamente. Busco a mis amigos y
todos ellos me dicen: “ Tenías razón, Siles Zuazo es peor
que Paz Estenssoro” .
245 —
M OTIN EN E L PANOPTICO NACIONAL
246 —
me mi« Ico de detenidos políticos quienes luego de franquear
« I lugar deberían capturar un importante objetivo próximo
en »oí h <>mi tanda con la ayuda exterior cuyas misiones ya se
ImItíiin señalado para otros objetivos de la ciudad. La ac-
.i.»n planificada no pudo ejecutarse por la falta de la nece-
Ain iu decisión de quienes debían actuar desde afuera a ins
trucciones impartidas por el coronel Cataldi de acuerdo con
. I señor Surco y otros elementos organizadores.
1 9 5 8
— 247 —
Armé a algunos amigos. ¿Cómo conseguí las armas?
Muy fácilmente. Sabiendo que el 95% de la ciudadanía
de La Paz quería el derrocamiento del gobierno, iba de ca
sa en casa y hablaba con sus moradores y les planteaba mi
plan en forma clara: “ Sé que usted no es comunista y por
lo tanto no es movimientista, ¿verdad? También sé que si
estalla una revolución usted no será de los que han de salir
a pelear a las calles. No vengo en pos de ayuda económica,
pero sí vengo a pedirle me entregue el arma que tenga,
cualquiera, todo nos sirve, sea usted patriota” .
Muchos fueron los que me dieron armas, gasolina, dina
mita, etc. Una simpática señora que tenía trece dólares en
billetes de a uno, me los entregó. Con ese dinero compré
dos turriles de gasolina. A algunos tuve que amenazar. Les
dije: “ Cuidado con delatar, cuidado con “ soplar” . Lo sa
bremos tarde o temprano y entonces arreglaremos las cuen
tas personalmente con ustedes” .
Visité también a un joven profesional que era a la vez
secretario de un partido político. Lo conocía desde años
atrás, había estado preso. Charlamos sobre el momento po
lítico y le pedí secundar la revolución que estaba por esta
llar. El me dijo: “ Usted sabe que yo” . . . estaba nervioso.
Yo terminé la frase: “ Sí, sé que usted antenoche ha charla
do con algunos dirigentes políticos de los otros partidos, que
un militar en ejercicio estuvo en esa reunión y que fracasó
porque éste se mostró muy arrogante. Nosotros hemos re
suelto hacer la revolución sin ese militar, ¿qué le parece?”
“ Si es así estoy con ustedes, me dijo, pero en este momento
nada le puedo responder porque necesito consultar con mis
amigos”. En un momento de duda me espetó:“ ¿Por qué no
pide ayuda a Falange?”
— Le ruego no hacer preguntas, el repliqué, deseo saber
si acepta o no. Volveré mañana a saber el resultado.
— 248
\ili «le aquella entrevista arrepentido de haberla realiza-
.I.• Vi en aquel hombre, que era nada menos que uno de
l>> |i lt -i de un partido opositor, al timorato, al cobarde con
iliuiem de figuración, pero incapaz de dar el paso de auda-
« i.i | mi miedo de perder el puesto e ir a la cárcel. Pero
ii'*u!v¡ regresar al día siguiente.
Me reuní con él en el mismo lugar, me recibió más ner-
vi" " aun y me manifestó que su partido no estaba dispues-
i" a ii a una revolución y que era necesario llegar a las
• ■1« i cioncs, en las cuales él tenía la seguridad de entrar en
m ie g lo s con el gobierno y ganar unas bancas en el parla-
incnlo. “ En lo personal, me siguió diciendo, tengo miedo de
volver a la cárcel, estuve tres meses allá” . Me reí y le dije:
"Nosotros hemos estado, el que menos un año, y seguimos
luchando... Veo que con ustedes es imposible hacer na
da. su partido quiere llegar al poder sin exponer nada. Eso
* s absurdo” .
Se puso pálido, se levantó de su asiento y me dijo: Me
eMá usted ofendiendo. Agradezca usted que no lo denun-
» io a San Román” .
No lo haga usted. . . pues créame que si me denuncia
mi a hacerme compañía. No soy un sinvergüenza ni un
» Inico para hacer amenazas con San Román pero conozco
mi dureza para aguantar las torturas. Si usted se atreve a
di hilarme diría que usted es mi jefe y que me ha denuncia
da porque le conozco sus asuntos. Por su bien le ruego no
de usted un mal paso, señor. . .
Con los cobardes como este señorito cómodo, sin idea-
ii" político, hay que actuar directamente. Es la única ma
l i c i a de que no se manchen y se queden quietos. Así fue.
Nuestros trajines subversivos iban viento en popa. Me
uní a los falangistas nuevamente y ayudé a armarse a un
guipo pursista, los cuales actuarían unidos. Sólo he de norn-
— 249 —
brar a uno que ya descansa en paz, el joven falangista César
Rojas Alcocer, caído el 21 de octubre de 1958. Me privo
de dar los nombres de los demás por estar unos en la cár
cel y otros continuando la lucba clandestina.
En la desesperación de liberar a la patria me tecnifiqué
en muchas cosas útiles para una acción revolucionaria, podía
considerarme un hombre clave por la tenacidad conque asi
milé mis experiencias.
14 D E MAYO D E 1958
— 250 —
Lo cité a “ Jone” f 1) Eduardo Antelo, que ya era po-
n. . .loi de dos fusiles, abundante munición y le dije que se
luein ni puesto que ya tenía señalado. Seguí a Miraflores
donde yo debía actuar con mi grupo, los puse al corriente
v le. pedí estar listos y que me esperasen pues yo iría a
nucí- armas.
Bajé a Obrajes y saqué mis pertrechos que metí a una
..m a sía . Resolví tomar una “ góndola”, para despistar. Me
encontraba parado en una esquina, cuando hizo la casualidad
.le que pasaran en una camioneta unos amigos, también re
volucionarios, que me ofrecieron transportarme. Le pedí que
me llevasen a Miraflores, pero ambos muchachos me dijeron
que no había tiempo. Me condujeron a una callejuela del
mismo Obrajes; allí, en una casa muy bien situada estaban
I i muchachos jubilosos y un alto jefe militar. Con nosotros
lies hacíamos un grupo de 16 hombres, comandados por el
militar retirado.
Dos tambores explosionaron que eran parte de la señal
para salir a la lucha, según me indicaron. Faltaba la ex
plosión de un tercero. Me encontraba feliz, pues esos tam
bores los había proporcionado yo. Pasaron los minutos an
gustiosos sin que la tercera explosión llegara a oirse y por
este motivo salieron de la casa los dos amigos de la camio
neta y un ex-cadete mas a tomar contacto con la ciudad.
El entusiasmo de aquellos jóvenes era conmovedor, yo armé
¡i dos de ellos y al que comandaba el grupo le hice entre
ga de mis otros pertrechos.
Pero los que salieron a tomar contacto no volvieron.
Luego uno de ellos que allí se encontraba comenzó a jugar
con el teléfono. ¿Estaba dando alguna señal? No lo sé
ni me importaba en ese momento. ¡Tan seguro parecía el
251 —
éxito! Pero la dolorosa realidad fue que en un momento de
esos, cuando nosotros esperábamos que volvieran los que sa
lieron una hora antes vimos llegar al Control Político en va
rios jeeps. Se aproximó a la reja de la calle y comenzaron
a “ granearnos” bala. Felizmente el largo callejón que comu
nicaba la puerta de calle con la casa nos permitió defen
dernos. Contestamos al fuego mientras nos preparábamos
para huir. Ocultamos lo mejor que pudimos armas y explo
sivos y comenzamos a escalar las paredes de las casas veci
nas mientras uno de los nuestros, parapetado al final de pa
sadizo, mantenía a raya a San Román, Raúl Gómez y a sus
agentes. Finalmente lo ayudamos a saltar la pared y fuga
mos todos. Yo sentía una gran angustia pensando en los
dueños de casa que quedaban para soportar la violencia de
San Román. Después supe que media hora más tarde de
nuestra salida, al no recibir respuesta al fuego graneado que
hacían los agentes, éstos ingresaron a la casa del ex-mayor
González, que así apellidaba el dueño, y que no repararon ni
en el estado grávido de su esposa, ni la tierna edad de sus
niñas. Obligaron a la señora González, a sentarse sobre car
bones encendidos y al esposo lo ultrajaron en toda forma.
Yo llegué, en mi huida, al Colegio Rosa Gattorno; me
encontraba ligeramente herido y las monjitas se asustaron.
Me facilitaron agua para lavarme la sangre y a los pocos
minutos salí de allí para no comprometerlas. Llegué a mi
casa e indiqué a mi hija Olguita donde me iba a refugiar
ya que su mamá no estaba en casa. Le aconsejé que no
se asustase si iban los agentes a requisar. Sabía que irían.
Me encontraba sereno. Olguita era la única persona que
sabía donde estaría y le dije que nadie debía ir a buscarme.
Mi hija me comprendió y yo confiaba en ella.
Esa misma tarde, fue allanada la oficina del doctor Juan
l’eieyra Fiotillo, que fue donde se recibió la imprudente 11a-
— 252 —
madn telefónica; le quitaron su teléfono, lo persiguieron y
allanaron su domicilio. Sufrió el doctor Pereyra todos esos
atropellos por mi culpa. El nada sabía de mis trajines con
trarrevolucionarios y le causé bastantes perjuicios morales
y materiales. Ojalá que me perdone y comprenda, pues ja
más pensé que se cometería la imprudencia de hablarme en
lenguaje sin clave. Muchos otros domicilios fueron allana
dos para encontrarme.
Mi casa recién fue allanada a las nueve de la mañana
del día siguiente. Debido a la tenacidad con que después
de cada prisión volvía a la lucha me creían como siempre
un pez gordo. Rodearon la casa con gran número de mili
cianos que con sus ametralladoras apuntaban a mis familia
res. Hicieron una requisa general. No encontraron nada
pues la única arma que yo tenía en mi hogar era el revólver
que en esos momentos estaba en mi poder. Hicieron llorar
a mis hijos y trataron de obligarlos a decir donde me en
contraba. A Olguita, le pusieron el caño de una pistola ca
si dentro de la boca, la niña tenía entonces nueve años y no
se inmutó; negó saber donde me encontraba. Mi pobre hija,
recién, cuando se fueron los criminales, pudo dar rienda suel
ta a su miedo y lloró a mares en el regazo de su madre.
Pensé entonces, con infinita rabia que era imposible que
las lágrimas de mis hijas y las de miles de niños que en esos
instantes estaban siendo aterrorizados no cayeran algún día
sobre los verdugos y los suyos como una maldición.
— 253 —
Al atardecer volvieron en mi busca. Sabían que yo ya
no caería preso ni me mataría, caería matando. Por eso ve
nían en manadas, por decenas, a rodear mi casa y allanarla.
TERCER E X IL IO
— 2 54 —
za y la generosidad del doctor Muñiz, del coronel Eduardo
Avalía, del doctor Ruda, del coronel Soria, etc.
Al día siguiente se acogieron al asilo, allí mismo, dos
personas con las cuales estuve accidentalmente en la calle
7 de Obrajes. E l ex-coronel X .X . y un muchacho González.
Luego llegó el chofer del señor Unzaga apellidado Gamarra
y otro joven, Tapia Montier.
Los allanamientos a mi casa cesaron al saber Control
Político que ya me encontraba en la Embajada. Respiré
tranquilo.
Se nos concedió salvoconducto el 27 de mayo, día de la
Madre en Bolivia. Fuimos conducidos al aeropuerto de
“ El A lto” por el doctor Ruda para ser transportado en un
avión militar argentino a Buenos Aires.
Minutos antes de partir, llegó mi esposa con mis cua
tro hijos a quienes apenas tuve tiempo de abrazar. No hu
bieron lágrimas gracias a Dios; mi familia estaba feliz de
que yo salieran del país y que no hubiera llegado a la cár
cel. . . Yo también estaba contento por ahorrarles sufri
mientos.
A la una de la tarde arribamos a Salta. Almorcé solo
en el aeropuerto, pues los otros cuatro asilados resolvieron
quedarse allí y continué a Buenos Aires donde llegamos a
las 11 de la noche. En Ezeiza las autoridades aduaneras
y policiarias me trataron con suma cortesía e incluso no me
revisaron mi pobre equipaje. Gocé en esos momentos al
mirar los afanes de la señora del ministro de Defensa, Mo
rales Guillén, que trataba por todos los medios de ocultar
de los ojos de Argos de los agentes aduaneros, un paque
te. . . ¿Sería cocaína? Personas que conocen las andanzas
de esta gente me han dicho que podía estar en lo cierto. Los
altos jerarcas del gobierno de Bolivia son los mayores pro
ductores de estupefacientes en América y nunca han vacilado
— 255 —
en acometer los negocios más turbios con tal que les repor
ten ganancias fabulosas sin trabajar. Lo evidente es que al
go llevaba en el paquete que ella no quería que fuera revi
sado. Su nerviosismo la delataba. Pero era una mujer
y además tenía pasaporte oficial y de esa manera se logra al
guna cortesía.
Llegué a la capital a la una de la madrugada y me fui
a un hotelito de cuarta categoría que a mí me pareció un
palacete por el solo hecho de estar en libertad. Al día si
guiente conseguí una pensión en Moreno.
Como se sabe, en la única parte que triunfó la revolu
ción del 14 de mayo fue en Santa Cruz y en Camiri. La
falta de apoyo por parte del doctor Pinto restó calor popu
lar a los revolucionarios y decidió la suerte de aquellos en
forma desastrosa y, posteriormente, sangrienta.
El jefe falangista de aquella plaza, doctor Mario Gutié
rrez, al verse huérfano del apoyo que creyó le brindaría el
pueblo y al tener noticias de que en La Paz y en otros de
partamentos no sucedió nada no tuvo más remedio que dar
se a la fuga con sus amigos.
En mi concepto fue aquivocada la actitud asumida por
el doctor Pinto al haber negado su concurso a aquellos va
lerosos muchachos que luchaban por la libertad nacional. Su
raro criterio de que ya Santa Cruz no estaba bajo las ga
rras del gobierno y por lo tanto no tenía por qué ingresar a
la lucha aunque cierto, lo pone en una situación bastante de
licada pues él debía comprender que Bolivia toda padecía
una tiranía terrible, que si Santa Cruz había logrado desha
cerse de ella, tenía la obligación de ayudar a sus hermanos
del norte a reconquistar la misma libertad de que gozaban
los cruceños. Creyó que Santa Cruz ya era libre para siem
pre, no tuvo la visión del porvenir total del país, no pensó
que mientras Siles Zuazo fuera el presidente su hiprocresía
— 256 —
lo llevaría a todas las simulaciones. Esperaría pacientemente
n estar listo para marchar allí donde no hubiera simpatía por
él. Y así sucedió.
Es casi seguro, que si los revolucionarios cruceños se
hubieran mantenido cinco días con Santa Cruz en su poder,
la suerte de Bolivia se habría definido en ese entonces. Pe
ro aquellos muchachos no pudieron sostenerse ni veinticua
tro horas al negárseles por intermedio del doctor Pinto el
apoyo del pueblo, que esperó la palabra de su líder para sa
lir a las calles. Sin apoyo del pueblo ¿qué podían hacer los
revolucionarios ante el avance de las fuerzas del gobierno?
— 257
sión al gobierno, el pueblo lo ignoró. Eran momentos muy
gratos para acordarse de los asesinos.
Pero éstos no se habían olvidado del pueblo y en espe
cial del doctor Hertzog, a quien odiaban y temían. Allí, en
la manifestación pacífica de un pueblo delirante y esperan
zado, que recibía al ex-mandatario que jamás hizo llorar a
nadie ni sembró el dolor, que no permitió que bajo su go
bierno se derramase una sola gota de sangre y que impidió
que se malversasen los fondos fiscales, tenían que presentarse
los asesinos comandados por Fellman Velarde, Rolando Re
quena y otros maleantes. Ingresaron en las últimas cuadras
de la manifestación. Era indignante verlos con las caras
congestionadas por el alcohol, con los puños amenazantes,
profiriendo gritos insultantes. El pueblo, a pedido del doc
tor Hertzog y sus amigos, no aceptó la provocación y si
guió su marcha triunfal llevando a su líder.
Pero Fellman Velarde, el monstruoso aborto, tenía que
mostrar su sed de sangre y queriendo testimoniar su servi
lismo al gobierno Siles con quien se encontraba algo resen
tido, incitó a sus agentes a acometer de hecho contra los
manifestantes. Tenía a sus órdenes cientos de milicianos y
de agentes del Control Político. De las palabras pasaron a
los hechos y comenzaron a apedrear al ex-mandatario. Una
de esas piedras hirió en el parietal izquierdo al doctor Hert
zog. Sus amigos pretendieron cubrirlo pero él con gran sere
nidad y entereza se negó a agacharse. Recibe nuevas pedra
das y en medio de vivas y mueras llega a su casa donde des
de los balcones, bajo una lluvia de piedras, arenga a los
mainfestantes pidiéndoles que no se dejen amilanar con los
provocadores, que no contesten la provocación para evitar
derramamiento de sangre y que se retiren a sus casas. Las
palabras dichas por él esa tarde, en plena pedrea, son un
modelo de valor.
— 260 —
Huí»' . M.i 1 ,1 1 . 1 « muchos heridos, hombres, mujeres y ni-
.. «|«1 1« ni . nr nlcndieron en el domicilio del Dr. Hertzog.
I Ih, I,.i |«ii electoral, entró desde ese día en una fase
. Imm.i l,i y violenta.
Un if.i «le ln Vega, que había entrado muchos meses
rtltiU ,l,iii,l, .iiiuincnte, hizo su aparición en público en me
dio de iin.i multitud sólo igualada por la que recibió el ex-
|in „lili ni«- I ícrtzog. Allí estaban sus amigos falangistas
ni«,/, lili Ion a pursistas y liberales y todos los ciudadanos que
«tui«il mu lu libertad. El gobierno se abstuvo de provocar
nuevo:« incidentes. Temía que en esa manifestación hubie-
imi tilos en lugar de piedras y que se complicaran las cosas.
I I 20 de julio debían celebrarse las elecciones,
l uc un grave error, claro que es mi opinión personal, el
i|u< algunos partidos de oposición se hubieran prestado a la
l.ii .a electoral para legalizar con su presencia, una vez más,
l,i burda maniobra del M.N.R.
'lodos los partidos estaban dispuestos a abstenerse. Pe
to un nuevo partido, creado a última hora, con el nombre de
Partido Social Cristiano, dirigido por Vicente Mendoza M.,
benjamín Miguel Harb, Remo Di Natale E., Alberto Castillo,
Carlos Ortega S., Oscar Silva y otros, sin malicia política
alguna o tal vez con demasiada malicia, pues algunos de ellos
fueron asesores del gobierno, se convirtieron en un verda
dero apéndice del M.N.R. al presentarse como partido opo
sitor con el objeto de mostrar a la opinión nacional e inter
nacional que el gobierno de Siles Zuazo practicaba la demo
cracia y permitía a los partidos desenvolverse libremente en
la política.
Como era de esperar, este partido, que se decía oposi
tor, no aceptó ir a la abstención y decidió llegar a las ur
nas. Algunos creían, en su afán oportunista, que capitali
zarían todos los votos opositores en medio de una absten
261 —
ción general y que de la noche a la mañana se convertiría
este pequeño grupo en un verdadero partido. Yo personal
mente creo que la mayor parte de ellos eran leales colabora
dores del M.N.R.
Falange Socialista Boliviana, creyó que no debía dejar
el campo libre a los Social Cristianos y cometió el mismo
error: fue a la elección. Era hacerle el caldo gordo al co
munismo.
Los partidos tradicionales resolvieron votar en blanco o
abstenerse.
Como era de esperarse, las masas “ multitudinarias”, die
ron el triunfo al gobierno de Siles, quien en un gesto de
“ magnanimidad”, regaló dos bancas parlamentarias a Falan
ge Socialista Boliviana. El M.N.R. sabía que con esos dos
diputados opositores y un tercero que había quedado en la
Cámara, no corría ningún peligro y que sería fácil acallarlos
o correrlos. Pero concurriendo a las elecciones los falangis
tas el gobierno demostraba hipócritamente ser democrático.
A fin de cuenta la democracia tiene su piedra de toque que
se caracteriza por dos cosas: las elecciones y la participa
ción de la oposición en ellas.
Se realizaron las elecciones. Finalizado el escrutinio, los
falangistas salieron en manifestaciones por las calles. En la
plaza Pérez Velasco, fueron baleados por las huestes go
biernistas las que asesinaron a dos muchachos.
El Control Político, como de costumbre, robó esos ca
dáveres y los enterró como miembros del partido oficial, des
pués de haber “ descubierto” que pertenecían al M.N.R. To
das las reparticiones públicas enviaron coronas, se obligó a
los empleados a concurrir al sepelio. El gabinete en pleno,
ion el presidente a la cabeza, presidieron el cortejo. En los
discursos se manifestó el fervor partidario de los dos “ hé
roe. civiles, abatidos por la metralla fascista” .
— 262 —
I Un “ heroico general de la democracia popular” a quien
lo llamaban el “ pajarito Prudencio” , que para vergüenza de
lu patria y de la institución viste el uniforme, fue el que in-
I
citó a las milicias a salir a las calles a asesinar falangistas.
Este general Prudencio, comandó aquella noche de terror,
en lugar de soldados, a milicianos ebrios, en su calidad de
jefe del Comando Departamental del M.N.R. El general-
miliciano, que ya era muy conocido por contrabandista, se
ganó con su proeza un nuevo negociado que le permitió
aumentar su fortuna mal adquirida que ya tenía. Siles Zua-
zo ordenó después de esto a la Corporación Minera conce
derle, por sus merecidos servicios a la “ revolución nacional”,
un contrato para la provisión de carne argentina a las minas
nacionalizadas. El M.N.R. retribuye muy bien a sus foragi-
dos. Para ello, solo basta que éstos entreguen la cabeza
ensangrentada de un opositor.
22 D E JU L IO
— 263 —
niños estudiantes del Colegio Villamil, y luego se dirigió a
la casa donde se encontraba el jefe falangista. El estratega
y jefe de los milicianos, general Prudencio, se encargó del
cerco de la casa y ordenó a sus secuaces el ataque. El dra
ma, largamente estudiado y premeditado de Siles de eliminar
al señor Unzaga, estuvo a punto de hacerse realidad. Pero
el gobierno, no contó con que los cercados se defenderían,
ni sabía que esta vez estaban dispuestos a morir pero tam
bién a matar. La lucha fue desigual. Heroicamente resis
tieron los sitiados de la casa del “ Bola Rivero” , como afec
tuosamente llamaban al dueño de casa, en medio de una in
mensa muchedumbre horrorizada y atemorizada.
Allí, en la casa sitiada, habían mujeres y niños, lo que
no importó para que los cercados fueran incluso cañoneados
con “ oerlicon” y “ bazokas” . La casa fue casi deshecha pero
la resistencia continuó hasta que quemaron el último car
tucho.
En un momento de esos cayó muerto uno de los agentes
de Coordinación, muerto por la espalda, baleado por sus mis
mos “ compañeros” . El gobierno necesitaba una bandera pa
ra poder justificar el crimen que preparaba.
Unzaga de la Vega y sus amigos finalmente se rindie
ron; no fueron fusilados allí mismo por la enorme muche
dumbre que se había reunido. Fueron sacados a culatazos
todos, hasta las mujeres y los niños ,y se los condujo presos
al Control Político.
Siles Zuazo, se vio obligado en esa ocasión, muy a pe
sar suyo, a respetar la vida del señor Unzaga por el escán
dalo que se produjo en su espectacular apresamiento, escán
dalo que salvó al dirigente falangista. Si Unzaga se hubiera
rendido sin haber combatido esas dos horas, estoy seguro que
el gobierno lo hubiera liquidado y luego inventado alguna
historia para explicar la noticia de su “ muerte”.
— 264 —
Después de tres o cuatro días de haber estado preso el
señor Unzaga de la Vega, atormentado por su vencedor el
general-miliciano Prudencio, fue puesto en libertad. Los cu
latazos en su rostro eran visibles.
Sus compañeros fueron encarcelados durante meses. Ni
que decir de los infinitos padecimientos inflingidos a todos
ellos.
21 D E OCTUBRE
265 —
Al verse descubiertos optaron dar otro golpe que pre
pararon conjuntamente con el Director General de Policía,
Julián Guzmán Gamboa, mano ejecutora, desde 1944, de los
crímenes políticos preparados por Paz Estenssoro-Siles y Gue
vara. A este asesino le ordenaron ponerse a las órdenes de
la oposición. Supe por boca del doctor Hertzog que mandó
de paseo a quienes les propusieron conversar con Guzmán:
“ ¿Qué podemos ofrecer a este asesino que ya no tenga? Yo
no creo además en su anticomunismo. Solo es un oportunis
ta” , les expresó.
Desgraciadamente no lo conocían también en Falange,
a cuyos dirigentes engañaron para dar un golpe revoluciona
rio que estalló el 21 de octubre de 1958.
La revolución fracasó, porque así tenía que ser. Guz
mán Gamboa no salió a la lucha, como se había comprome
tido; sus mismas fuerzas se encargaron de masacrar a los
grupos que salieron a la emboscada. Cayó prisionero el se
cretario del señor Unzaga, César Rojas Alcocer, un brillante
luchador, que, brutalmente torturado, queriéndosele obligar
a que denunciara el lugar donde se encontraba su jefe, en
contró finalmente la muerte. Este leal muchacho soportó que
le sacaran en vida las uñas de los pies y de las manos, que
le derribaran los dientes a culatazos, sufrió la rotura de su
columna vertebal. Ya medio muerto le sacaron la lengua y
en fin hicieron de su cuerpo una masa informe que fue
entregada a sus familiares para que sirviera de escarmiento.
Fue velado en la Casa Social del Maestro, donde fue visitado
por miles de personas que comprobaron con sus propios ojos
lo horroroso de las heridas.
El gobierno, completamente seguro de su impunidad, sin
temer ninguna reacción ni importarle los comentarios de
mostró en esa forma de lo que era capaz a fin de mantenerse
en el poder.
— 266
Para justificar esa masacre revolucionaria, el gobierno
mató también a tres maleantes de su propio partido y pro
clamó a los cuatro vientos que estos habían sido asesinados
por los falangistas.
Unzaga de la Vega salvó pues la vida el 21 de octubre
gracias a lealtad de su valiente secretario. Dios no permitió
que Siles Zuazo cumpliera su ansiado deseo de terminar con
su más encarnizado enemigo. El, la perversidad hecho hom
bre y gobierno no pudo, esta vez, con Unzaga de la Vega, la
bondad personificada.
Así terminó este año de sangre y de dolor para el pueblo
boliviano. Desde ese día, Unzaga, debió permanecer en la
clandestinidad. Veía y oía por medio de sus lugartenientes.
El, confiado, seguía la lucha por la liberación de Bolivia.
Siles Zuazo, llamó al año 1958, el “ año de la produc
ción” . La única producción que hubo en Bolivia fue de
odio, sangre y muertos.
19 D E A BRIL D E 1959
— 267 —
embajada para manifestar el contratiempo que acababa de
sufrir.
Con mi señora esa mañana fuimos a oír misa a la Igle
sia de María Auxiliadora. Cuando nos retirábamos de allí y
mientras esperábamos el ómnibus que tenía que trasladarnos
a Obrajes vimos pasar a varios dirigentes falangistas, entre
los que reconocí a “ Chano” Alvarez, Fidel Andrade, José Ma
ría Achá y unos ocho más. Con Fidel nos saludamos ha
ciéndonos un ademán con la mano. Eran más o menos las
9.30.
Llegué a mi casa de Obrajes muy molesto por mi viaje
frustrado. Me puse a jugar con mis hijos.
A las 10.30, llegó jadeante Poleca, una amiguita de mi
hija y me comunicó que en la ciudad había revolución, que
así lo había oído por radio. Naturalmente ello no me alarmó
ya que desde hacía siete años estaba metido en todas las re
voluciones contra los comunistas y no sabía nada de la que
acababa de anunciarse. Me reí y le dije a la chiquilla que
no se pusiera nerviosa, que nada había, y se fue.
Pero a las 11.30, nuevamente vino la niña acompañada
ahora de su hermanita y me aseguró que era cierta la revo
lución y que los falangistas habían tomado la Radio Illima-
ni y que luchaban en varios lugares de la ciudad. Mi mujer
y mis hijas se pusieron a llorar, pues ellas habían lo que para
mí significaban las revoluciones y en especial si ellas fraca
saban. Puse la radio y comprobé que era cierta la noticia.
La mamá de la niña llegó poco después a la casa para
comunicarme que los hombres del gobierno en Obrajes esta
ban reuniéndose y que estaban tomando sus providencias e
incluso allanando los domicilios de los opositores del barrio.
Me pidió que tratase de ocultarme pues presentía que la re
volución era nada más que una trampa del gobierno.
268 —
Yo estuve de completo acuerdo con aquella señora pues
presentía que el gobierno había tendido una celada y que
había logrado sacar a varios dirigentes falangistas a la lu
cha para asesinarlos “ legalmente” . Algo me hablaron de
una revolución en marcha y tal vez me hubiera metido a
ella a no mediar un compromiso que tomé con el Dr. Hert-
zog antes de su regreso a Buenos Aires, el mes anterior.
Momentos antes de tomar el avión el doctor Hertzog me
dijo: “ Hernán, cuidado con que usted se meta en la revo
lución que está por estallar, pues tengo informe fidedignos
que se trata de una celada de Siles Zuazo, que está haciendo
jugar una carta brava a su director general de policía, Ju
lián Guzmán Gamboa, al que, según mis noticias, ha puesto
a las órdenes de los revolucionarios para engañarlos mejor.
Yo he cumplido mi deber al haber ya prevenido de esto al se
ñor Unzaga de la Vega.” Al hacerme esta recomendación
el doctor Hertzog lo hacía por la gran estimación que tiene
por mí y mi familia y sabiendo que yo estaría de hecho
metido en cualquier conato por descabellado que fuera siem
pre que representase una esperanza para terminar con los
comunistas. Cumplí mi palabra de no inmiscuirme. Este
fue el motivo para que yo hubiera estado ausente de la úni
ca revolución que ignoré en mis largos años de lucha.
Con la noticia y las advertencias que me había hecho
el doctor Hertzog es pues de presumir que recibí la noticia
de la revolución que acababa de estallar sin esperanza y, aún
más, con angustia. Sabía, porque el corazón así me lo anun
ciaba, que la “ trampa revolucionaria”, era solo eso, una tram
pa innoble, muy digna de su criminal ejecutor Siles Zuazo.
Opté por lo tanto por el único camino que aconsejaba la
prudencia y la seguridad de mi familia: Salí disimulada
mente de casa y fui a refugiarme a un hogar amigo.
A las pocas horas me informé del fracaso de la revo-
— 269 —
lución y lloré la muerte de la mayoría de los masacrados
que eran amigos personales míos, con quienes había lucha
do durante siete años compartiendo cárceles y torturas. Eran
los amigos que a las 9.30 había visto en el Prado paseando
con sus trajes domingueros, sonrientes y alegres, y que, tras
horas más tai de, caerían en una emboscada preparada fría y
cobardemente, ejecutada con sadismo cruel y despiadado.
Temiendo que mi escondite pudiera ser denunciado a
los milicianos, y velando por la seguridad personal de los
dueños de casa, mi señora obtuvo que un amigo del otro
bando me sacase de allí y me llevase a la suya. De la casa
de este amigo — uno de los pocos movimientistas honra
dos que conozco— fui llevado a la Embajada Argentina don
de se me concedió generoso asilo.
La masacre efectuada por el gobierno fue brutal, no se
paró en chicas. Su ansia era la de matar yterminar con los
opositores. Ese día asesinó al mismo líder de Falange So
cialista Boliviana, don Oscar Unzaga de la Vega, a su secre
tario, a toda la plana mayor del partido que dirigía y a más
de cien de sus valerosos y aguerridos partidarios.
La celada debió ser muy hábil e ignoro como fue po
sible que el señor Unzaga de la Vega cayera en ella. La
única respuesta a este terrible enigma es que el señor Unza
ga, fue engañado por sus propios amigos, pues veía y oía
por los ojos y oídos de ellos, desde el momento en que vivía
en la clandestinidad. Muchos no falangistas trataron de lle
gar a él para pedirle no creer en las promesas del director
general de policía que ya le había jugado sucio en otras
oportunidades. Pero sus amigos le hacían un cerco y era di
fícil llegar a su presencia. Con todo, mas de uno hubo que lo
puso en guardia. Pero él prefirió no hacer caso a los hom
bres que no eran de su partido y eligió el peor camino al
entregarse precisamente a sus encarnizados enemigos.
— 270 —
El 19 de abril el señor Unzaga cumplía un año más de
vida y ese sería también el último de su existencia. El pac
to de honor que hizo Siles Zuazo, en uno de sus destierros
en Antofagasta con el señor Unzaga, para ir del brazo en
la lucha por la grandeza de la patria, acababa de ser cum
plido, pero a su manera. Siles Zuazo sabe cumplir con sus
compromisos a la inversa, mata y corrompe todo lo que dice
querer y respetar. Su complejo de inferioridad es ese, co
mo es el de todos los resentidos sociales de nacimiento: odia
todo lo bueno, lo decente y por lo tanto no tuvo jamás cabida
en él la grandeza de espíritu.
Aquel 19 de abril, pasará a la historia como el día más
sangriento y vergonzoso para la patria! Salvo la masacre
del Loreto todos los crímenes políticos pasados han quedado
empequeñecidos con este bárbaro genocidio. Hubo alevo
sía, premeditación y según dicen hasta soborno de algún
consejero del señor Unzaga. Pero lo que no se comprende
es como Oscar Unzaga — espíritu lúcido y prudente— pudo
creer que Julián Guzmán Gamboa, el asesino de los patri
cios el 20 de noviembre de 1944, en Chuspipata, el hombre
que sólo podía vivir tranquilo bajo el M.N.R., se hubiera
transformado de la noche a la mañana de lobo en cordero
y se hubiera convertido al falangismo repudiando a sus úni
cos y naturales protectores.
La sangre derramada en aras de la libertad y la gran
deza de la patria siempre es fructífera y Unzaga de la
Vega con su centenar de leales seguidores ha dejado una
bandera que puede, si es sostenida por manos patriotas, ser
vir en el futuro para la redención de Bolivia.
Pero reflexionando fríamente pienso que el sacrificio de
esos valientes, sacados así, con engaño, a una muerte segura
y cobarde, no era lo que se merecían. Sé que muchos de
ellos, que siempre estaban listos para sacrificar sus vidas,
hubieran deseado morir en otra forma y no en una oscura
emboscada. Su ideal, valientes como eran, hubiera sido
morir matando a los asesinos de la patria. No temían mo
rir pero no era gente para entregar la vida en una cobarde
trampa. Fueron masacrados y fusilados con la desesperanza
pintada en el rostro ante la traición que nunca esperaron,
mientras sus cuerpos aún calientes eran desnudados por las
milicias ávidas de botín. El “ cristianísimo” Siles Zuazo, pa
ra hacer su comedia con más realismo, se fue a las afueras
de la ciudad y ametralló su automóvil blindado, para luego
perifonear por las radios que había sufrido un atentado de las
fuerzas revolucionarias y que por un milagro se había sal
vado.
En el Tránsito fueron muertos decenas de muchachos
de 15 a 18 años. Incluso una enfermera que iba a mitigar
el dolor de las heridas, cayó muerta cercenada por la metra
lla de los milicianos; esa valerosa y humilde mujer, madre
de cinco niños, doña Celia Camacho, ha dejado un ejemplo
y una gloria eterna a sus inocentes hijos.
La generosa Embajada Argentina desde esa noche brin
dó asilo político a más de doscientas personas. No hay pa
labras adecuadas para poder expresar la gratitud boliviana a
dicha representación diplomática y aún a riesgo de multipli
car el elogio debo mencionar en especial al Encargado de
Negocios, coronel Eduardo Avalía, y al doctor José María
Ruda, alto miembro de dicha representación diplomática.
Allí nos encontramos de nuevo viejos amigos. Muchos
salvaron milagrosamente la vida. Otros estaban heridos y
aparecieron tres a quienes el gobierno dio como muertos en
“ acción” , según sus comunicados oficiales.
La mayoría eran obreros y no podían ser calificados de
“ oligarcas” ni “ reaccionarios” . Casi todos eran humildes
trabajadores, que, cansados de ser engañados, salieron a la
— 272 —
pelea sin dirección alguna, con el solo deseo de castigar a
los masacradores, torturadores, ladrones y asesinos. Conver
só con ellos, y, todos, absolutamente todos, me confesaron
que ellos fueron a la lucha con el único propósito de derri
bar al gobierno sin haber recibido orden de nadie ya que
ellos no conocían nada de la revolución.
Uno de los grupos que incluso llegó a tomar Radio Illi-
mani, tenía como ejecutor a Augusto Pereyra, a quien el
gobierno dio por muerto. Pereyra me dijo: “ Alpire, me or
denó tomar Radio Illimani y yo la tomé; hemos resistido
seis horas, hasta disparar nuestra última bala. Finalmente
fuimos copados por los milicianos que asesinaron a los más,
cobardemente, y a nosotros nos llevaron presos al Palacio de
Gobierno; éramos seis. Ya en la Plaza Murillo y aprove
chando de la enorme multitud de gente comencé a dar vivas
al gobierno y mueras a Falange, todos me corearon y creye
ron que yo era uno de los milicianos y de esa manera en
momentos en que llegábamos al Palacio me desprendí del
grupo y emprendí la fuga seguido de otro amigo. En la es
quina del Hotel París se me ordenó parar y unos oficiales
de carabineros quisieron hacerme vivar a la Falange; com
prendiendo la treta, di vivas al gobierno y me dejaron pasar.
Me han quemado la casa, mi familia también se encuentra
prófuga y no saben que estoy vivo; sé que están de luto
por m í” . A los tres días la señora e hijos de este valeroso
muchacho llegaron a la embajada y se asilaron también.
El grupo encargado de tomar Teléfonos Automáticos di
rigido por el ex-cadete Jorge Da Silva, no cumplió su mi
sión porque “ encontraron la puerta cerrada” . ¿Puede valer
esta disculpa?
El terror volvió a imperar con mayor fuerza en Bolivia
después de los sangrientos sucesos del 19 de abril. Hoy el
pueblo gime sin esperanza, ante la indiferencia de los demás
— 273 —
pueblos americanos. La prensa del continente se hizo eco
del crimen cometido en Bolivia, pero luego el tiempo, y más
tarde el olvido, han tendido su velo de niebla y allí siguen
los buitres solazándose en su festín.
Es lástima que ningún país haya tomado a pecho la tra
gedia de Bolivia pues no es una tragedia sin contagio. Los
gobernantes bolivianos hubieran querido tener a algunos go
biernos de su lado pero a falta de ello han tratado de ins
pirar compasión entre los intelectuales de izquierda de Amé
rica, e “ incrustados” en los principales diarios del continen
te. Así se tiene el caso de una dictadura cruel que no ins
pira el repudio que inspiran otras solamente porque esa
dictadura es de izquierda.
E L FUSILADO No. 13
-
— 274 —
ría, pues el gobierno conocía muy bien que los muchachos que
habían tomado la guardia carecían de armas y que si se aven
turaron a hacerlo fue por la promesa de que encontrarían
la complicidad y armas que les habían asegurado.
Los jóvenes revolucionarios, sorprendidos desde el pri
mer momento y presumiendo ya que habían sido víctimas de
una terrible emboscada, se encontraron desconcertados. Ape
nas llegaron los jeeps al cuartel comenzó un fuego graneado
desde las oficinas de Tránsito, donde el director general de
aquella repartición, Juan Helming, con sus “ compañeros” es
taba apostado con sus ametralladoras. Alpire, Kellemberger,
Andrade, Sierra, y el “ Torito” Saravia, que eran los únicos
que tenían algunas armas, respondieron al fuego y luego tu
vieron que batirse en retirada en un desigual combate con
los soldados. Pronto se les agotó la munición y se rindie
ron, arrojaron las armas y levantaron las manos.
Los que se rindieron eran: Walter Alpire, Carlos Ke
llemberger, Fidel Andrade, Hugo Alvarez Daza, Carlos Pru
dencio, Cosme Coca Jiménez, Mario Murguía, N. Pedriel,
N. Peredo, Fabián Golas, N. Salas, el “ Torito” Saravia y
Víctor Sierra Mérida, este último era el No. 13.
Otros revolucionarios no identificados, en total 12, fue
ron muertos cuando trataban de escalar los muros y tres que
huyeron antes de la refriega, lo que dio el número exacto de
28 falangistas que llegaron a tomar el cuartel a las 11.30
del domingo 19 de abril.
El capitán Zapata, que parecía ser el jefe de los leales,
ordenó a uno de su soficiales, que no había reaccionado
cuando el cuartel fue tomado y que incluso no opuso ninguna
resistencia cuando el revolucionario Sierra le arrebató su es
padín, encargarse de los prisioneros. Este oficial arrinconó
a los presos en una de las cuadras, manteniéndose éstos siem
pre con las manos en alto.
— 275 —
Una vez apegados a la pared, este cobarde oficial, se
puso frente a ellos y apuntándoles con su pistola ametralla
dora y sin recibir orden alguna disparó de derecha a iz
quierda una ráfaga mortal. Los de más baja estatura, Al-
pire y Kellemberger, antes de caer llevaron sus manos al
rostro y dando medio paso adelante y medio hacia un lado,
cayeron al suelo con los impactos en la cabeza.
Los altos, Andrade y Alvarez, recibieron la descarga
en el pecho y los últimos, Murguía y Sierra, por algo in
explicable y pese a ser de regular estatura, recibieron los
disparos en el rostro y fueron los únicos que no llegaron a
caer. Fue en ese instante que se les abalanzaron los solda
dos y los derribaron a culatazos y remataron a los fusilados
a punta de golpes.
Como pese a la paliza que recibieron estos dos últimos
no murieron, obligaron a uno de ellos, Murguía, a ponerse
de pie y le ordenaron salir al patio. Tambaleante Mario,
obedeció la orden, pero apenas llegó al umbral de la puerta
fue recibido a tiros que le eran disparados por los soldados
que se encontraban en el patio.
Le tocó el turno al “ fusilado número trece”, Víctor
Sierra Mérida, muchacho de unos 34 años, alto, moreno, de
hermosa dentadura y con bigotes. Este, que había presen
ciado el vía crucis de su amigo Murguía y con el instinto
natural de luchar por la vida, no quiso llegar al umbral por
lo cual recibió un garrotazo dado con un fusil. Según él,
el golpe fue terrible, pero no perdió la cabeza, y se tiró con
un salto de pescado (siempre fue un excelente deportista y
arquero por añadidura) y cayó tan largo como era apegado a
la pared, a dos pasos del umbral de la puerta. Fue en este
instante que el capitán Zapata ordenó al mismo oficial que
minutos antes había fusilado a sus compañeros que lo ulti
mara. El asesino, que no había saciado su sed de sangre,
— 276
tomó su ametralladora, y a boca de jarro, le hizo una des
carga que le dio en todo el costado izquierdo.
Pero Dios, en su grande misericordia y sus misteriosos
designios, había resuelto que quedase un testigo de aquella
barbarie. Sierra, conciente a pesar de sus heridas, se hizo
el muerto para no ser ultimado.
Así fue cómo vivió y sintió, en su propio cuerpo, el
despojo que sufrieron los cuerpos aún calientes de los fusi
lados por la soldadezca. Primero fueron los bolsillos, los
relojes, los anillos de matrimonio, plumas fuentes y por úl
timo la ropa. Fueron desnudados absolutamente todos, in
cluso el vivo a quien tenían por muerto, Víctor Sierra” .
“ Lo único que no pudieron sacarme fue mi anillo de matri
monio, nos decía, porque como yo estaba vivo, doblé mi
dedo, varios soldados trataron de arrebatármelo, me daban
un tirón y huían, parecía que mi crispación de dedos les
inspiraba un terror pánico.”
Cumplida la misión del “ glorioso ejército de la revolu
ción nacional”, el jefe de la carnicería, capitán Zapata, re
solvió llamar al jefe del Control Político, Raúl Gómez Jáu-
regui, quien una hora después de los hechos se hizo presente
en el lugar de los fusilamientos y comenzó su macabra tarea
de identificar a los muertos. A todos los conocía y fue dan
do los nombres de cada uno para que uno de sus agentes
los anotasen. Cuando le llegó el turno, Sierra lo tomó de
los cabellos y le miró la cara comprobando que aquel se en
contraba vivo y le dijo: “ Yo a ti te conozco”, a lo que res
pondió Sierra: “ Claro que me conoce usted, señor Gómez.
Yo enterré a su madre cuando usted no pudo hacerlo” . Se
refería a la madre de Gómez que murió de pesar cuando su
hijo se encontraba preso por una cuantiosa estafa hecha en
la Caja del Seguro Obrero en 1951). El criminal Gómez
quedó alelado y confuso y solo atinó a decir: “ Ah, sí”, y
277 —
ordenó a sus genízaros que levantasen al herido y le pusieran
algunas prendas para cubrir su desnudez. Luego indicó que
lo trasladasen en cuanto llegase una movilidad al Control
Político, pues tenía que declarar lo que sabía.
Así, gravemente herido, con ocho balas en el cuerpo.
Sierra permaneció en el cuartel hasta las dos de la tarde.
Los oficiales y soldados al pasar por su lado lo insultaban
y le daban de patadas.
Luego fue metido un jeep que “ era manejado por un
chofer que tenía una ligera herida en el brazo” , según dice
Sierra y custodiado, fue llevado al Control Político. Cuan
do iba a ser metido a esa tenebrosa repartición, donde los
heridos llegaban para ser ultimados por los sádicos agentes,
nuevamente la mano de Dios se hizo presente, y, cosa ex
traña, aquellos mismos agentes, tal vez hastiados de tanta
carnicería efectuada por ellos aquel terrible día, horrorizados
por la orgía de sangre, no quisieron recibir al herido, pues
no sabían de quien se trataba, y ordenaron al chofer lo lleva
se a la Asistencia Pública. Siempre custodiado, allí lo lle
varon e instantes después fue introducido a la sala de ope
raciones.
Dios estaba con Sierra, por lo visto, pues precisamente
allí fue identificado por un sacerdote amigo suyo quien re
solvió salvarlo de las garras de los agentes. Lo sacó de la
Asistencia como si estuviera muerto y lo llevó al Hospital
General. Allí se encontró con el criminal Claudio San Ro
mán que precisamente lo estaba buscando. Sierra hubiera sido
apresado de inmediato, pero los médicos no permitieron que
lo llevasen sin haberle practicado la curación de urgencia que
el herido necesitaba. Accedió San Román a que lo operasen
de inmediato y dispuso la custodia del herido que en segui
da fue llevado a la sala de operaciones, quedando los agen
tes custodiando la única entrada de aquella habitación. El
— 278
mi'«Iico y sus ayudantes (a quienes conocemos de sobra, pe
ro cuyos nombres no es posible dar todavía), le hicieron
mía delicadísima intervención. El sacerdote amigo del he
rido mientras tanto no descansaba, buscando la forma de
salvar al muchacho hasta que consiguió la colaboración de
dos monjitas para secuestrar nuevamente a Sierra y con el
beneplácito de los médicos, ayudantes y enfermeras, que es
taban con él, lo salvaron de la siguiente manera: Uno de
los ayudantes se tendió sobre la camilla, le taparon la cara
y así sacaron al supuesto herido, los agentes siguieron la
camilla sin comprobar si el que salía era el que custodiaban.
Mientras esto sucedía el sacerdote ayudado por las monjitas,
galenos y enfermeras sacaron al herido y lo metieron al auto
de uno de los médicos y desaparecieron.
El fusilado No. 13 siguió su asombrosa odisea: fue ocul
tado generosamente por varios amigos que tenían que tras
ladarlo de casa en casa y así, a salto de mata, huyendo siem
pre de los sabuesos, hasta un día, a los cinco de haber sido
“ fusilado” , en que ingresó a la Embajada Argentina donde
el doctor Ruda le concedió asilo.
Esta historia, completamente verídica, la narro tal co
mo me la contó Sierra, amigo de diez años atrás y a quien
dediqué mis horas de asilo en la Embajada Argentina en
cuidarlo y mitigar en algo sus dolores. Poco podíamos ha
cer por él fuera de ponerle algunas inyecciones, limpiarle
sus heridas que se encontraban infectadas y tratar de dis
traerlo para que olvidase en algo el horrible drama que le
había tocado vivir y padecer.
Fue emocionante el momento en que, anoticiada la ma
dre, la esposa y los hijos de que su ser querido se encontraba
a salvo y con vida, llegaron a besarlo, cuando ya lo tenían
por muerto.
279
Me cupo también ser testigo de dolorosos instantes cuan
do las esposas e hijos y madres de los caídos en el cuartel,
llegaban a ver al fusilado No. 13, en pos de noticias de los
suyos. El dolor embargaba a Sierra y su esfuerzo era muy
grande para contar a aquellas familias la forma horrenda co
mo cayeron sus deudos. Todas aquellas entrevistas hicieron
darramar muchas lágrimas. A muchas personas ni siquiera
conocía, pero compartía su dolor desde lo más profundo de
mi corazón. La entereza admirable de aquella gente, solo
comparable a la valentía de las víctimas, me han dado nue
vas esperanzas de que la patria se salvará de la opresión.
El hijo de Carlos Kellemberger, de catorce años, pre
guntó a Sierra: “ ¿Verdad que mi padre murió como un
macho?” “ Sí, muchacho. Tu padre murió como un valien
te, terminó de disparar su ametralladora y tomó su pistola
e hizo tres disparos antes de que se le atracara el arma” ,
fue la respuesta de Sierra.
La señora de Cosme Coca Jiménez fue también varias
veces a hablar con Sierra y no obstante que éste le confesó
con toda franqueza que su marido había sido fusilado, ella
no quiso creerlo. Presencié su última visita. Fue con su
hijita de 11 años y llorando rogó a Sierra un relato deta
llado de todo lo que había visto, pues manifestaba ella que
dudaba que su marido hubiera estado entre los muertos por
dos razones: primero, por cuanto el gobierno no había dado
el nombre de su esposo en la lista de los muertos; y segun
do, decía ella, “ mi marido aquel día salió a misa y no a una
revolución” . Había pasado ya ocho días de los asesinatos.
Entonces Sierra, tomándole de la mano, le dijo: “ Le juro
señora, y me duele causarle este dolor, que su esposo aquel
día estuvo con nosotros; es como si lo estuviera viendo en
este instante. Subió al camión y lo vi cuando bajamos en el
cuartel; él no tenía ninguna arma y se concretó a seguirnos.
— 280 —
Los hechos posteriores que se desarrollaron lo paralizaron;
parecía un niño grande. Fue fusilado juntamente con noso
tros, el gobierno no tenía por qué perdonarle la vida ya que
lo consideraba un revolucionario. No le aseguro haberlo
visto caer, pero sí le puedo garantizar que estaba con las
manos en alto y así fue asesinado Cosme, como lo fueron
los demás. Reclame usted al gobierno los restos de su es
poso, ellos negarán que lo han matado, pero insista usted
en ver a los muertos y reconocerá a su marido.”
La atribulada señora y la pequeña lloraban incontenible
mente. Y en un arrebato de furor, muy comprensible, la
señora de Coca Jiménez dijo: “ Maldigo a la Falange y al
Movimiento, que me han quitado a mi esposo y han privado
a mis hijos de su padre” . Besó en la frente a Sierra y se
marchó.
El fusilado No. 13, mi buen amigo Sierra, quedó deso
lado ante la reacción de aquella viuda que recién aceptaba
como una realidad el fusilamiento de su llorado esposo.
LO S MUERTOS NO IDENTIFICADO S
281
tos en algún lugar seguro. Ellos saben muy bien que se
encuentran muy bien “ ocultos”, pues los han enterrado en
una fosa común con el fin ya premeditado de no dar sus
nombres.
Daré el caso de tres amigos míos que fueron fusilados
en el cuartel “ Sucre”, cuyas muertes el gobierno negó du
rante ocho días y que al final tuvo que confesar haberlos
matado, ante las exigencias de los deudos ( y el testimonio del
fusilado número 13), que no descansaron en reclamar hasta
conseguir al final la devolución de los cadáveres con la in
tervención del nuevo Nuncio. Ellos son:
El dentista Hugo Alvarez Daza (Chano) de 42 años.
Su señora se resistió a creer que hubiera muerto. El salió
a la calle y prometió volver con entradas para llevar a la
matinal a sus pequeños hijos. Sucedieron los acontecimien
tos y no volvió, y como en la lista que dio el gobierno no
estaba su nombre, ella creyó que se había ocultado por la
continua persecución de que era objeto. Visitó en la emba
jada a Sierra y recién se enteró, muy atribulada, que su es
poso había sido cobardemente asesinado. Ante las pruebas
que presentó la viuda el gobierno se vio obligado a entregar
el cadáver del Dr. Alvarez Daza. Era uno de los muertos
“ no identificados”.
El señor Cosme Coca Jiménez, tenía 48 años, era de
regular estatura y bastante corpulento. Su afligida esposa
removió cielo y tierra tratando de encontrarlo. Según lo he
dicho antes, ella manifestaba que su esposo salió a oír misa
y aseguraba que no estaba metido en trajines revolucionarios
y que por lo tanto no tenía porque estar muerto. Solo
cuando Sierra le aseguró que su marido había sido fusilado
se convenció de su desgracia. También por medio del
Nuncio obtuvo la devolución del cadáver de su esposo. Era
otro de los “ no identificados” .
282 —
Mario Murguía, también fusilado. Fue otro de los “ no
identificados” .
N. Periel, joven cruceño, fusilado conjuntamente con los
otros, quedó entre los no identificados. Sus familiares se
encontraban muy lejos para reclamar sus despojos.
El gobierno dio un número de 65 muertos no identifi
cados. No se animó a anunciar que había otros ciento cin
cuenta muertos más “ no identificados” y a todos los cuales
enterró en una fosa común en las afueras de la ciudad.
Tampoco dio la lista de las decenas de heridos que fue
ron apresados y rematados a culatazos en el Control Po
lítico y en el Palacio de Gobierno. Los heridos, una vez
hecha la primera curación en la Asistencia Pública o en el
Hospital General, eran llevados a estas reparticiones donde
eran ultimados a garrotazos y patadas.
— 283 —
frase que hizo carne en el pueblo, “ por Bolivia”, luchó titáni
camente al frente de sus heroicos muchachos.
Los enemigos de la patria, los incondicionales de la In
ternacional Comunista, vieron en él al oponente de sus mal
dades. Y hechos poder, lo persiguieron sin piedad lanzan
do sus jaurías rabiosas hasta asesinarlo el 19 de abril de
1959; Unzaga de la Vega ha muerto físicamente, pero su
gran espíritu no desaparecerá del corazón del pueblo a quien
tanto amó.
Al evocarlo hoy, lo recuerdo con afecto y admiración.
Lo conocí íntimamente en los muchos meses que vivió en
mi casa. Me impresionaba su idealismo, la confianza que
ponía en sus amigos y su desinterés personal. Su vida era
la de un asceta. Algo le faltó para ser un gran conductor:
carácter para imponerse y rigidez para castigar, siquiera mo
ralmente, a los que no supieron responder a su confianza.
Combatió implacablemente las ideas contrarias a las que
él sustentaba y ante la crueldad de los tiranos se rebeló va
rias veces. Salió a las calles con sus huestes pero con una
consigna equivocada en nuestra época: no matar. Por eso
cayeron sus denodados muchachos, y él mismo, acribillados
a balazos, “ suicidados” , “ fusilados” o masacrados en las cá
maras de torturas.
Cuando se escriba serenamente sobre las facetas de la
vida de Oscar Unzaga de la Vega la historia se encargará
de hacerle justicia. Mañana, cuando la patria recobre su
normalidad, cuando el derecho se imponga a la arbitrariedad
y al crimen, su figura servirá de ejemplo a las generaciones
futuras. Junto al monumento de amor y lealtad a la pa
tria, que no dudo se ha de levantar para perpetuar su me
moria, estarán a su lado aquellos hombres que cayeron con
él, el desgraciado 19 de abril de 1959: René Gallardo, Wal-
ter Alpire, Carlos Kellemberg, Hugo Alvarez Daza, Cosme
284
Coca, Fidel Andrade, Carlos Prudencio, César Rojas, el “ To
rito” Saravia y los cientos de hombres, mujeres y niños cu
yas vidas y cuerpos han sido torturados en esta larga no
che de desesperación y angustia.
Descansa en paz Oscar. Tu heroico sacrificio no fue
ni será inútil, con la luz que encendiste en el corazón de tus
amigos, Bolivia saldrá adelante de su actual miseria. Gloria
a tí Oscar Unzaga de la Vega. Yo te saludo: “ Por Bolivia” .
CUARTO E X IL IO
— 285 —
chachos, exilados también, que se quedaron en Córdoba. Lle
gué a Buenos Aires el día 9 y me alojé en un modesto
hotelito de la calle Charcas, de donde un amigo me llevó ge
nerosamente a su casa.
Desde mi partida de La Paz mis cavilaciones me marti
llaban las sienes. Yo había resuelto no volver a asilarme al
regreso de mi tercer exilio. Cualquiera puede comprender
que no es nada grato el tener que huir siempre buscando
constantemente protección en una Embajada. Pero, cuando
uno ya conoce lo que le espera en un estado policiaco, don
de si no se muere a manos del Control Político le quedan
solo dos alternativas: la cárcel, con sus vejaciones y torturas
o el exilio, hay que elegir este último, que por supuesto es
lo mejor cuando se desea proseguir la lucha. Sólo quien
se forme una idea cabal de las arbitrariedades de los gobier
nos de fuerza, que no trepidan en meter a un hombre a la
cárcel sin proceso, o fusilarlo sin formación de causa, o en
rodear a los ciudadanos con un verdadero cerco de espías
para tenerlos siempre bajo la presión del miedo, podrá com
prenderme y comprendernos a los demócratas bolivianos.
Mis cavilaciones durante mi permanencia en la Embaja
da como en el avión y en el destierro me permitieron dete
nerme a pensar en los epítetos que los movimientistas nos
dan: “ reaccionarios” , “ oligarcas” , “ imperialistas”, de los cua
les no me había preocupado hasta entonces.
Si con los títulos ruidosos o denigrantes que ellos lan
zan contra sus adversarios se consiguiera el adelanto de la pa
tria, hasta nosotros, sus víctimas, tendríamos que apoyarlos.
Pero si esa propaganda, a favor o en contra, es sólo la ex
presión de una consigan comunista como lo es la lucha de
clases, es una obligación combatirla como lo hacemos: con
energía implacable.
286 —
Luego, analizando el por qué a los gobiernos del pasa
do se los tilda de “ reaccionarios ” , llegué a la conclusión de
que estoy identificado con esos “ reaccionarios” . Apoyo s*
esos gobiernos porque estuvieron encuadrados a la ley no
sólo en la letra muerta sino en la realidad. Esos gobiernos
respetaron el principio de propiedad y los legítimos derechos
y libertades del hombre. Hidalgamente me confesaba a mí
mismo conservador en cuanto al patriotismo, al reflexionar
que el deber más sagrado de un hombre, después del amor
a Dios, es el amor a la patria.
Lo que Bolivia necesita para dignificarse es menos odio,
menos consigna de lucha entre hermanos y más sentido prác
tico. Es tan grande y rica nuestra tierra que hay cabida pa
ra todos. ¿Por qué no podríamos llegar a convivir pacífi
camente los hombres de todos los partidos incluso los pro
gresistas y reaccionarios?
— 281 —
Tal vez el lector se haga una pregunta que yo mismo
me la he hecho muchísimas veces: ¿Quién soy yo para es
cribir, criticar y hasta censurar a personalidades nacionales y
extranjeras? No soy nadie o mejor dicho soy un cualquiera.
Desconocido incluso en el mismo pueblo donde nací. Siem
pre me esmeré en pasar desapercibido en todas partes, en
casa, en la escuela, y ya hombre, fui un retraído. Un hecho
significativo pudo labrar mi felicidad si la suerte no me hu
biera acompañado. Cuando quise casarme en La Paz, los
padres de mi novia escribieron una carta a una amiga suya
que residía en mi pueblo, Santa Cruz, preguntándole si me
conocía y qué clase de persona era. Esta señora, muy ami
ga de mi madre, contestó en la siguiente forma: “ El mu
chacho es muy bueno y pertenece a una familia distingui
da, pero él, no frecuenta la sociedad”. Esa dama decía la
verdad: casi sin amigos, nunca intimé con nadie. Estuve
más identificado con mi madre a quien, complacido, acom
pañaba en sus visitas de “ viejas”, que con los jóvenes en
los festivales y “ buris” ( ’ ) de ese entonces. Fui un soña
dor, un romántico si se quiere, un cuidadoso guardador de
tradiciones y recuerdos, tal vez un hombre de otra época. . .
Cuando alrededor de la mesa de mi hogar se hablaba
con tanto respeto del “ gobierno”, del “ presidente y los mi
nistros”, yo quedaba absorto y los creía, en mi candidez,
seres intocables y superiores. Luego el correr del tiempo y
donde estaban los presidentes, los ministros, etc., y com-
los vaivenes de la vida, me hicieron llegar precisamente
probé que eran seres humanos como, yo superiores cierta
mente porque sabían más o porque ocupaban por su edad
esos altísimo cargos, pero iguales en lo demás. Ellos, co
mo todos los hombres, al lado de sus virtudes tenían sus de-
— 288
fectos, grandes o pequeños. Allí, en ese contacto con los
hombres de gobierno, comenzó una nueva etapa de mi vida.
La siguiente la encontré en la cárcel cuando alterné con esos
mismos hombres, sufrí con ellos los mismos sufrimientos,
recibí las mismas palizas y los vi tan sencillos, tercos y va
lientes como si nada hubiera pasado. La tercera etapa de
mi vida he venido a encontrarla en tierras extranjeras con
mis repetidos exilios.
Cuando un hombre, por humilde que sea, ha recorrido
mundo, vivido intensamente y padecido en carne propia to
do lo que voy narrando y seguiré narrando, cuando ha com
probado la miseria de los unos y la superioridad de los
otros, puede escribir sin miedo. Profundamente desengaña
do y abatido o estimulado, tiene derecho a criticar y de
alabar. Para eso ha visto, oído, pesado y medido. Cuan
do este hombre comprueba que hombres ilustres de nacio
nes extranjeras se han extralimitado en los asuntos internos
de una patria, endiosando a los verdugos de un pueblo por
el solo hecho de haberse servido un riquísimo banquete o
por haber recibido los aplausos de una multitud exprofesa
mente dirigida y amaestrada, y constata que entre copa y
copa ignoraron a los miles de bolivianos torturados y en
carcelados que sólo pedían justicia, ese ciudadano, si es ho
nesto, tiene derecho a censurar la impostura y acusar sin te
mor las faltas a la solidaridad humana.
Por todo esto, el que escribe estas narraciones lo hace
con humildad, sin ánimo de injuriar ni de juzgar a nadie
pero si con la voluntad puesta en escribir la verdad, aun
que ella duela a algunos. Lo que escribo es además abso
lutamente cierto; nadie podrá refutarme porque he procura-
rado no decir ninguna inexactitud. Mi verdad, como todas
las verdades me traerán más de un enemigo. Pero si al-
— 289 —
guien puede demostrar que me he equivocado, que lo haga
con pruebas, y yo seré el primero en excusarme.
Así como no he querido ofender a nadie tampoco he
querido halagar por halagar. Si el elogio ha surgido no
ha sido de mis palabras sino de los hechos mismos que he
descrito.
26 DE JU N IO D E 1959
— 290 —
que le perdonó la vida y lo conservó en el poder. Pero yo
quiero remontarme a algo más lejano:
Un episodio me permitió conocer a Siles Zuazo cuando
yo era un niño de 14 años. Era la época de la guerra del
Chaco. Las damas cruceñas, se impusieron la obligación de
ayudar a las monjitas de los hospitales para cuidar y atender
a los heridos y a los cientos de enfermos que llegaban del
teatro de operaciones. Los hospitales estaban repletos y
muchos defensores de la patria tenían que quedar a la intem
perie por falta de espacio. Fue entonces que las abnegadas
mujeres cruceñas resolvieron el problema llevándose cada una
a su casa a unos cuantos heridos o enfermos. Mi madre tra
jo a la nuestra a muchos, que se fueron turnando. Entre
ellos recuerdo a Jorge Romero Loza (que murió), Carlos
Rivera, y unos muchachos apellidados Zambrana, Molina, Pe
ña, Mendía, Midda, Pedraza, Flores, etc. Mi casa se con
virtió en un pequeño hospital cuyos enfermos éramos no
sotros, siete muchachos.
Mis hermanas y yo acompañábamos a mi madre en sus
recorridos por el patio y las habitaciones, llevándoles jugos
de frutas y aún la comida. Mi juvenil ardor patriótico me
impulsaba a servir a los soldados enfermos y a los que ha
bían dado su sangre, incluso faltando al colegio algunas ve
ces. Hubiera deseado pasar muchas horas escuchando las
proezas de los héroes y contemplándolos.
Allí, entre los heridos que cuidábamos había uno, pá
lido, cuya mirada se percibía a través de sus lentes. Mi ma
dre se acercó a él y le preguntó quien era y si necesitaba que
se comunicara alguna noticia a su familia. Dio su nombre:
Hernán Siles Zuazo, que tal vez por no tener a nadie fue
desde ese día el niño mimado de mi madre. No solamente
mi familia se esmeró en servir a Siles sino otras familias a
las que pedíamos ayuda.
— 291
Nadie podía adivinar en ese entonces que el herido Si
les Zuazo, 25 años después, iba a ser el autor de las des
gracias de la patria y del suelo cruceño. El destino, que hi
zo que murieran muchos hombres buenos y nobles en la con
tienda, permitió que este aborto del infierno se salvara.
Con su innoble conducta, Siles Zuazo, está “ pagando
ahora su deuda de gratitud” con Santa Cruz y con las da
mas que le salvaron la vida. ¡Quién sabe a cuantos hijos
de esas damas abnegadas que lo atendieron habrá mandado
al otro mundo hasta ahora!
Yo atribuyo a ésto, el motivo por el cual este mal su
jeto odia tanto a Santa Cruz. Lleno como es de complejos,
trata de olvidarlos y ahoga su ira con la sangre y el dolor de
sus semejantes.
— 292
El gobernante conculc.ador cree haber ganado una bata
lla. Sus parciales se dan a la tarea de “ sentar la mano” a
los jóvenes unionistas f 1) y la mayor victoria de que puede
jactarse el déspota son las apaleaduras y violaciones de todas
las noches. Ningún morador de esa pobre tierra tiene ga
rantía alguna. Los muchachos que tuvieron que internarse
al monte, fueron rindiéndose en grupos. Todos ellos son
remitidos a La Paz donde permanecen presos en condiciones
inhumanas. A los más afortunados se los destierra.
Ante los atropellos cometidos, el Obispo de Santa Cruz,
Monseñor Luis Rodríguez sale en defensa de sus fieles. Pe
ro el prelado con su vestimenta sagrada es respetado. Es
apaleado por los milicianos ante la mirada indiferente de
los militares de la democracia popular. En la paliza que tuvo
que soportar este digno sacerdote católico, sufrió la pérdida
de tres dientes a consecuencia de los culatazos dados por
los esbirros de Siles Zuazo. El padre Géricke, su coadju
tor, es también pateado y humillado por igual motivo.
Lo increíble es que el Arzobispo de La Paz, Monseñor
Abel Antezana, que por su alta investidura y por el hecho
de residir en la sede del gobierno debió hacer oír de inme
diato su voz de protesta, ha permanecido mudo con gran
consternación y sorpresa del pueblo católico de Bolivia toda.
El terror y la angustia imperan actualmente en Santa
Cruz; el pueblo humillado y vejado no atina a salir de su
asombro. No hay noche que algunos de sus hijos no sean
flagelados y se le rompe la cara, los testículos o las costillas.
Y sean así, abandonados en las calles. Quienes hacen todos
estos atentados son los jerarcas del partido gobernante que
para no ser reconocidos por sus víctimas se cubren la cara
como lo hacen los foragidos y maleantes.
— 293
Con el gesto teatral que es característico en él, Siles
Zuazo, toma su avión y se traslada a Santa Cruz para hu
millar una vez más con su presencia a ese pueblo que lo
odia y queriendo granjearse la simpatía convoca a las ma
dres de los muchachos que él tiene presos o prófugos para
decirles algo que finalmente nadie supo qué podía ser ya que
esas dignas señoras no acudieron a la cita clamorosa que les
hizo llegar por tres veces. La altivez de la mujer cruceña
fue demostrada como siempre al contestar a los emisarios
del verdugo: “ Díganle a Siles Zuazo, que preferimos llorar
mil veces ante el cadáver de nuestros hijos, antes de aceptar
ir a hablar con él. Lo mejor que puede hacer es marcharse
de Santa Cruz. Su presencia nos mancha.”
Su hipocresía recibió una lección sublime que no espe
raba, pues él creyó sin duda que todas las madres acudirían
a humillarse e implorar perdón para sus hijos. Allí, se
quedó alojado en el Banco Central, solo, con sus secuaces
avergonzados.
El pueblo cruceño, invadido y ultrajado por el déspota
y por las hordas de milicianos que recorrían las calles, arma
dos hasta los dientes, no perdió su rebeldía ante la adversi
dad y con su orgullo ancestral se enfrentó al verdugo con la
moral en alto.
Las reiteradas acusaciones hechas por Siles Zuazo sobre
el supuesto “ anexionismo o separatismo” de Santa Cruz de
la Sierra son una calumnia. Permítaseme hacer un poco de
historia. He de remontarme a 134 años atrás, para comenzar
a refutar las temerarias acusaciones del mandatario que en
su afán morboso de cobrar supuestos agravios ofendió y hu
milló a mi pueblo, olvidándose que Santa Cruz mas que cru
ceña es boliviana hasta sus raíces. Otra cosa será que, en
su inconciencia partidista, al crear con su sañuda persecución
un resentimiento peligroso, puedan gestarse en el alma orien-
294
tal ideas que no coinciden con su arraigado sentimiento na
cional.
Era de suponer que un hombre que ha escalado el más
alto cargo de la república, debe estar compenetrado, mas que
cualquier otro ciudadano, de toda su historia. Pero la men
talidad comunizante de Siles Zuazo lo ha hecho olvidar el
pasado y la tradición gloriosa del país.
Desde la infancia nunca acepté, ni en broma, que mis
compañeros pudieran menospreciar esas gloria de la patria.
Recuerdo que un día nos llevaron a una excursión a los cam
pos del Pari donde murió heroicamente el general argentino
don Ignacio Warnes. Estábamos cantando el himno nacio
nal, que yo entonaba con emoción, cuando vi al director de
la escuela que molestaba a una de las profesoras haciendo ca
so omiso de la sagrada música. Indignado me acerqué a él
y le reproché su actitud. Su respuesta no se hizo esperar
pues tomándome de las patillas me levantó en alto hasta san
grar. Hice un escándalo y la emprendí a patadas contra el
señor director. . . Fui expulsado de la escuela y perdí un
año.
La historia de mi patria la aprendí de memoria y siem
pre conservé la curiosidad de indagar lo que se relacionase
a ella. La "Creación de Bolivia” , el gran libro de Vicente
Lecuna, fue para mí una verdadera revelación, pues pude
seguir paso a paso la obra del Libertador Simón Bolívar y
del Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre.
Recuerdo que el primer tomo me subyugó por un motivo
emocional: porque encontré frecuentes referencias al pueblo
donde yo nací. Santa Ana de Velasco, entonces llamado
Santa Ana de Chiquitos. Por primera vez también al cono
cer la insistente penetración brasileña sobre Santa Cruz.
El coronel realista Sebastián Ramos que a la sazón era
representante político del Rey de España en Santa Cruz, co-
— 295 —
Con el gesto teatral que es característico en él, Siles
Zuazo, toma su avión y se traslada a Santa Cruz para hu
millar una vez más con su presencia a ese pueblo que lo
odia y queriendo granjearse la simpatía convoca a las ma
dres de los muchachos que él tiene presos o prófugos para
decirles algo que finalmente nadie supo qué podía ser ya que
esas dignas señoras no acudieron a la cita clamorosa que les
hizo llegar por tres veces. La altivez de la mujer cruceña
fue demostrada como siempre al contestar a los emisarios
del verdugo: “ Díganle a Siles Zuazo, que preferimos llorar
mil veces ante el cadáver de nuestros hijos, antes de aceptar
ir a hablar con él. Lo mejor que puede hacer es marcharse
de Santa Cruz. Su presencia nos mancha.”
Su hipocresía recibió una lección sublime que no espe
raba, pues él creyó sin duda que todas las madres acudirían
a humillarse e implorar perdón para sus hijos. Allí, se
quedó alojado en el Banco Central, solo, con sus secuaces
avergonzados.
El pueblo cruceño, invadido y ultrajado por el déspota
y por las hordas de milicianos que recorrían las calles, arma
dos hasta los dientes, no perdió su rebeldía ante la adversi
dad y con su orgullo ancestral se enfrentó al verdugo con la
moral en alto.
Las reiteradas acusaciones hechas por Siles Zuazo sobre
el supuesto “ anexionismo o separatismo” de Santa Cruz de
la Sierra son una calumnia. Permítaseme hacer un poco de
historia. He de remontarme a 134 años atrás, para comenzar
a refutar las temerarias acusaciones del mandatario que en
su afán morboso de cobrar supuestos agravios ofendió y hu
milló a mi pueblo, olvidándose que Santa Cruz mas que cru
ceña es boliviana hasta sus raíces. Otra cosa será que, en
su inconciencia partidista, al crear con su sañuda persecución
un resentimiento peligroso, puedan gestarse en el alma orien-
— 294
tal ideas que no coinciden con su arraigado sentimiento na
cional.
Era de suponer que un hombre que ha escalado el más
alto cargo de la república, debe estar compenetrado, mas que
cualquier otro ciudadano, de toda su historia. Pero la men
talidad comunizante de Siles Zuazo lo ha hecho olvidar el
pasado y la tradición gloriosa del país.
Desde la infancia nunca acepté, ni en broma, que mis
compañeros pudieran menospreciar esas gloria de la patria.
Recuerdo que un día nos llevaron a una excursión a los cam
pos del Pari donde murió heroicamente el general argentino
don Ignacio Warnes. Estábamos cantando el himno nacio
nal, que yo entonaba con emoción, cuando vi al director de
la escuela que molestaba a una de las profesoras haciendo ca
so omiso de la sagrada música. Indignado me acerqué a él
y le reproché su actitud. Su respuesta no se hizo esperar
pues tomándome de las patillas me levantó en alto hasta san
grar. Hice un escándalo y la emprendí a patadas contra el
señor director. . . Fui expulsado de la escuela y perdí un
año.
La historia de mi patria la aprendí de memoria y siem
pre conservé la curiosidad de indagar lo que se relacionase
a ella. La “ Creación de Bolivia” , el gran libro de Vicente
Lecuna, fue para mí una verdadera revelación, pues pude
seguir paso a paso la obra del Libertador Simón Bolívar y
del Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre.
Recuerdo que el primer tomo me subyugó por un motivo
emocional: porque encontré frecuentes referencias al pueblo
donde yo nací. Santa Ana de Velasco, entonces llamado
Santa Ana de Chiquitos. Por primera vez también al cono
cer la insistente penetración brasileña sobre Santa Cruz.
El coronel realista Sebastián Ramos que a la sazón era
representante político del Rey de España en Santa Cruz, co-
— 295 —
noccdor de los triunfos de los ejércitos de Bolívar y Sucre en
Junín y Ayacucho, no quiso rendir sus armas a los liberta
dores e hizo su capitulación ante los representantes de don
Pedro I del Brasil, en Matogrosso, el 24 de marzo de 1825,
capitulación que fue ratificada en Santa Ana de Chiquitos,
el 24 de abril de ese mismo año, por los oficiales realistas.
Ante las noticias de invasión del ejército brasileño so
bre Santa Cruz el “ Comandante General Presidente de Santa
Cruz, coronel José Vilela, a las órdenes del Mariscal de Aya-
cucho, le pidió a éste, en carta de fecha 25 de abril de aquel
mismo año a horas 12.30 de la noche, el envío urgente de
tropas para contener a los invasores.
“ El 7 de marzo del año citado, el general Sucre, dirigió
una comunicación al coronel José Vilela anunciándole el en
vío de soldados a las órdenes del coronel López, indicándole
notificar a los invasores que debían desalojar de inmediato
el territorio nacional, ya que si no lo hacía, él ordenaría
su exterminio y la ocupación violenta del Estado de Mato
grosso por las fuerzas libertadoras.
“ En fecha 11 de mayo de aquel año, le dirigió un oficio
a don Manuel José Araujo, Comandante en Jefe de las tro
pas del Brsil en las fronteras de Chiquitos, intimándole la
desocupación de las tierras ocupadas y amenazándole con la
penetración a su territorio, “ donde llevaré la desolación, la
muerte y el espanto para vengar a nuestra patria, y corres
ponder a la insolente nota y la atroz guerra” . . ., decía tex
tualmente la nota del Mariscal Sucre.
El 20 de mayo, el mismo general Sucre dirigió otra
comunicación al Presidente de las Provincias Unidas del Río
de la Plata, denunciando la “ violación del derecho de gentes
y de las leyes de las naciones por las tropas del Brasil, de
pendientes de Matogrosso” , en la que hacía conocer la no
tificación del comandante brasileño para tomar posesión de
296 —
la provincia de Chiquitos. Anunciaba además que había co
municado al general argentino Arenales, quien se encontraba
en Chuquisaca y que era Gobernador de Salta, las medidas
que acababa de tomar para castigar a los invasores.
El 21 de mayo de 1825, y ante la firme determinación
del Gran Mariscal de Ayacucho, General José Antonio de
Sucre, el gobernador de Matogrosso, Manuel Alves Da Cu-
ñhas ordenó a su Comandante de Armas que se encontraba
en territorio boliviano, Manuel Velloso Rebello de Vascon-
cello, desocupar el territorio invadido. La población cruce-
ña respaldó la decisión del general Sucre.
Pero desgraciadamente en todos los pueblos del mundo
existen traidores, y en Santa Cruz los hubo en diferentes
épocas. Pasaré a narrar tres hechos que por haber sucedido
en mi época me conmovieron profundamente.
El primero ocurrió en 1924. Gobernaba Bolivia don
Bautista Saavedra cuando un puñado de cruceños se alzó con
tra su gobierno. Estos señores que no contaban con el apo
yo del pueblo, llevaron su movimiento al terreno “ separatis
ta” , y hasta llegaron a organizar un gobierno propio que pre
tendieron fuera presidido por el doctor Udalrico Zambrana.
El gobierno central movilizó una división a órdenes del
general Hans Kundt y la envió a Santa Cruz con el objeto
de restablecer el orden. El ejército fue recibido por el pue
blo cruceño con muestras de profunda simpatía. Los “ re
beldes” dirigidos por el padre del ex-colaborador de Paz Es-
tenssoro, ex-ministro y ex-vicepresidente de la llamada Re
volución Nacional, Ñuflo Chávez Ortiz, doctor Cástulo Chá-
vez, se internaron por la frontera al Brasil.
El segundo hecho de traición contra la nacionalidad se
efectuó precisamente en momentos de honda crisis y sus
promotores también fueron hombres que actualmente militan
en el gobierno del señor Siles Zuazo.
— 297 —
Estábamos en guerra con el Paraguay el año 1934, cuan
do un grupo de cruceños dirigidos por el actual senador y
ex-director del diario oficialista “ La Nación” , Heberto Añez,
cayó prisionero y allá en Asunción esos malos bolivianos
se pusieron criminal y traidoramente a órdenes del gobierno
paraguayo. Confeccionaron la bandera del nuevo Estado
Cruceño, perifonearon por radio todos los días sus proclamas
incitando al pueblo oriental a levantarse en armas contra Bo-
livia, es decir contra su propia patria. Los cruceños res
pondieron como verdaderos bolivianos, repudiaron a los trai
dores y pelearon contra el enemigo con verdadero heroismo.
En 1936, Bolivia, atravesaba una época de pos-guerra
inquietante. Sus problemas eran múltiples y se necesitaba
verdadera fe para afrontarla.
En este estado de cosas, el entonces coronel y actual
“ general de la revolución nacional” y ex-ministro de Paz Es-
tenssoro, Froilán Callejas, dio un golpe subversivo y trató de
desconocer al gobierno legalmente constituido del doctor Jo
sé Luis Tejada Sorzano. Su maniobra era anti-bolivianista,
pues tenía como fin el “ separatismo” del departamento de
Santa Cruz de la Sierra. Y a no mediar el patriotismo y
serenidad de la gente cruceña tal vez habría tenido éxito.
Fracasada la maniobra, el coronel Callejas, un indigno
militar, pasó a vivir en el anonimato, repudiado por sus
mismos coterráneos. Recién volvió a oírse su nombre en
otra asonada dirigida por Paz Estenssoro en 1949 cuando se
puso al lado de éste para llevar al país a una sangrienta gue
rra civil. Trató en vano de inducir a su propio hijo a trai
cionar a su patria desertando del ejército nacional para ple
garse al lado rebelde que él comandaba. La respuesta ne
gativa del caballeroso teniente Callejas, pasará a la historia
como ejemplo de virilidad y sensatez. Quiero recordar con
este motivo a un gran cruceño, al general David Terrazas,
— 298 —
• |in pata no enfrentar a padre contra hijo cambió de destino
il joven oficial Callejas.
AÑO 1960
— 299
En más de una ocasión, trataron de agredir a nuestros
custodios habiendo tenido que intervenir nosotros para que
no lo hicieran. Podíamos haber escapado, pero no lo hici
mos por la sencilla razón de que nuestro ingreso había sido
solicitado legalmente. Para halagar a aquella buena gente
hubiéramos necesitado tener más de un estómago, pues nos
daban tanto de comer. . .
Uno de los agentes, apellidado Pinto, hizo su “ agosto”
con nuestra situación; pues caminó todos los coches pidien
do una “ colaboración para dar de comer a los pobres presos
políticos que custodiamos” . Por supuesto que el pedido
fue generosamente atendido y el muy ladino ganó mucho di
nero a costilla nuestra.
El día 4, arribamos a La Paz y fuimos llevados directa
mente al Control Político y metidos al “ cuartito azul”, lla
mado así por ser la antesala de las cámaras de torturas de
esa feroz oficina de represión.
Un camarada de armas del Cap. Rovira, que viajaba en
el mismo tren en el que lo habíamos hecho nosotros, co
municó a la familia de éste que había llegado y que estaba
preso. Esa misma noche a altas horas recibió Rovira una
cama que la compartió conmigo.
El día 5, Rovira fue llevado para prestar su indagato
ria la misma que duró cuatro horas. Regresó a la celda muy
abatido, porque lo “ habían convencido de su culpabilidad” .
Traté de reconfortarlo pero se encontraba sumamente nervio
so y aplanado debido a que le habían asegurado que lo ten
drían por lo menos unos seis meses encarcelado.
Por la noche, se me sacó para prestar también mi in
dagatoria. Quedé sorprendido ante lo que veían mis ojos.
El agente que me interrogaba se portaba en una forma muy
amable y era el solo, no habían torturas, ni palabras de grue-
300 —
mi <alibre, ni la veintena de maleantes a los cuales estaba
acostumbrado.
Id cartapacio con mis antecedentes fue sacado de una
gaveta metálica, lo que me hizo entender que me encontrab
en el archivo ubicado en el segundo piso. Solicité al agen
te me mostrase el cartapacio a lo que accedió. Lo tuve en
tre mis manos por unos momentos y al entregárselo le dije:
" Jamás creí que se me tuviera por una activista tan peligro
so”, porque así decía en una tarjeta de color gris, que llevaba
mi nombre con varias filiaciones políticas. El agente se son
rió y me dijo: “ Ud. lo es; pese a todo lo que ha pasado per
siste en su lucha. ¿Por qué no se retira de la política?
¿Qué le da ésta?”
No le respondí.
El agente, fue tomando nota de las respuestas que yo
le daba y que eran las mismas de siempre: Nombre, edad,
estado civil, profesión, partido político al que pertenecía,
motivo de mi detención, y los nombres de mis parientes y
amigos más allegados.
El agente, escribía y escribía. De vez en cuando le
vantaba la vista y me hacía una pregunta, a la cual contes
taba siempre con cautela y seguridad, porque no habiendo
torturas no había motivo de nerviosismo. A las cuatro de
la madrugada, el agente terminó de escribir “ mis declara
ciones” y me las pasó para que las firmase. Le pregunté si
las podía leer, ya que en anteriores oportunidades no se per
mitió leerlas y fui obligado a firmarlas sin saber lo que en
ellas había sido escrito. Ahora era distinto, se me trataba
como a un político de “ calidad” . Las firmé y puse mis ini
ciales al lado derecho de cada una de las hojas que habían
sido llenadas con mi indagatoria. Se me ordenó ir a dormir.
Nos distraíamos con el capitán Rovira, mirando por las
rendijas de la puerta vientdo lo que pasaba afuera. Mostré
301 —
a Rovira, a un primo mío que no salía del Control Político
pero no era detenido sino amigo o agente de aquel organis
mo represivo. Quedé íntimamente impresionado con mi des
cubrimiento. Debería callar ésta vergüenza no por él sino
por la familia, pero yo necesito decir la verdad y nada más
que la verdad aunque ella duela. Mi primo responde al nom
bre de Alfredo Landívar.
En la tarde del día 8, el jefe del Control Político, Raúl
Gómez Jáuregui, se nos acercó y nos dijo: “ Esta noche se
rán puestos en libertad” . Y así fue, a las diez de la noche
se nos puso en libertad y nos fuimos a nuestras casas.
Cuando llegué a mi hogar, fue una sorpresa para los
míos que me creían aún en la Argentina dado que yo no
les había anunciado mi retomo. Según mis planes, tenía que
llegar a Bolivia y sacar a mi familia al exterior del país
para ponerla a buen recaudo ante un próximo golpe revolu
cionario que teníamos entre manos.
— 302 —
gadas por un traidor o una traidora. Una de las cartas,
puedo asegurar que era auténtica; me la dictó el doctor Hert-
zog. Me refiero a la carta dirigida a sus correligionarios de
La Paz. Pero las otras dos, las desconocía aunque no me
eran ajenos los términos y conceptos vertidos en las mismas.
El gobierno, trató de matar a dos “ pájaros de un tiro” .
Su mansedumbre para tratarme en mi apresamiento en Vi-
llazón, y luego mi traslado a La Paz, donde fui objeto de un
tratamiento desusado en ellos, confirma mi acertó. No trato
de darme importancia, y aunque parezca ilógico, el gobierno
del M.N.R. me escogió como una víctima más de sus canalla
das. Me conocía como un rebelde intransigente, como un
idólatra de la libertad y la democracia, y por lo tanto, un
luchador insobornable. La única forma de anularme la ha
bían concebido en la trama más innoble y horrenda que men
te humana pueda concebir. Lanzó la vulgar especie de que
había sido yo quien entregó aquellas cartas y el rumor se
fue extendiendo de boca en boca y mis propios amigos se
encargaron de hacer elucubraciones antojadizas y así, a un
patriota y auténtico defensor de los Derechos Humanos se
lo convirtió en un “ traidor”, en un “ felón” . Evidente que
no otra cosa sería yo si tal cosa hubiera cometido contra
aquel hombre generoso, que en mi último exilio me había
llevado a vivir en su casa y dado toda su confianza.
La canallesca infamia encontró eco en todas las esferas.
En Buenos Aires, Santiago de Chile, Lima y Bolivia, se me
calificó de “ traidor” . Muchos de mis detractores, agentes del
gobierno unos, otros amigos a quienes conocía sus debilida
des, y otros por simple envidia, se convirtieron en los porta
voces del gobierno para hundirme. ¡Y casi lo lograron!
La imputación gratuita que se me hizo me ha hecho
mucho daño. Justo es reconocer que no faltaban anteceden-
— 303 —
le. que- justifiquen la sospecha y la posterior acusación que
sirvió .1 1 gobierno para enlodarme, y son las siguientes:
I Los acontecimientos de Lima— 1956-1957 al cual
bago referencia anteriormente, y que terminó con la defec
ción de uno de mis más allegados amigos, Orlando Busch Car-
mona, quien acabó por inscribirse al M.N.R. Es decir, se
pasó al gobierno públicamente.
29 — Armé a un grupo, cuyo jefe era un dirigente de
la Unión Socialista Republicana, Artidorio Parra Paz, quien
posteriormente se desenmascaró y demostró estar al servicio
del gobierno del M.N.R.
39 — Entregué dinero y armé a varios de sus hombres
de un alto dirigente falangista a quien el propio Unzaga de
la Vega me presentó y pidió que lo ayudase. Este mal su
jeto, a quien Enrique Achá, en su libro “ Unzaga - Mártir
de América” llama Alberto Rojas y lo califica de traidor, se
llama en realidad Oscar Rocabado, lugarteniente del señor
Walter Vásquez Michel, que era a la sazón, el tercer hom
bre después de Unzaga en la revolución del 14 de mayo de
1958.
4'' — Un hombre, con mi mismo apellido, era agente
de Control Político, y no se tomaron el trabajo de averi
guar si aquel, era yo.
5'1 — Muchos de los hombres que trabajaron conmigo
y que llegaron a mí con órdenes del señor Unzaga de la
Vega, resultaron desleales. Así tenemos la villanía de Pepe
Koy, Torrez Toro y tantos otros a los cuales armé. Estos
llegaron como “ revolucionarios” y, no traían sus credenciales
de “ traidores” .
Pasaron los días, los meses y los años. ¡Qué existencia
la mía! Acosado por el gobierno y despreciado por mis
propios amigos. Lloré y sufrí hambre; incluso se me negaba
las más mínimas posibilidades de trabajo. A muy duras pe
304 —
ñas conseguí el pan para mis hijos. Buscando trabajo viajé
a Santa Cruz tres veces, en el camión de un amigo, sin po
der tomar ni una taza de café. El amigo bien me lo podía
dar pero yo no podía aceptar eso.
Mi sino era terrible. La fe en Dios era lo único que
me mantenía. Acomplejado vagué por las calles, los cami
nos y aún las prisiones. El gobierno estaba no dispuesto a ol
vidarse de mí. Me conocía demasiado y sabía que, tarde
o temprano, me habría de vindicar y ese gobierno tendría
que pagar la deuda que tenía conmigo. Estuvo a punto de
anularme y someterme. Gracias a Dios y a mis hijos, no
lo consiguió, para que mi lucha no hubiera tenido un final
de infamia y claudicación.
Un buen amigo, el esclarecido escritor don Moisés Al
cázar, me dijo: “ Su caso, amigo Landívar, es similar a aquel
militar francés que pasó 20 años en la Isla del Diablo, acu
sado de traición. El caso Dreyffus en Francia, es el caso
Landívar en Bolivia. Al final Ud. será vindicado como lo
fue aquel digno militar y sus hijos se enorgullecerán de ha
ber tenido un padre como U d.” .
Y en carta fechada en Antofagasta, el 14 de abril del
presente año, mi dilecto amigo don Rodolfo Virreira Flor,
me dice: “ Ha sido víctima de la trama más horrenda que
mente humana pueda imaginar. Pero nosotros, que lo co
nocimos allí donde se conoce a los verdaderos hombres, sa
bemos que Ud. nunca podrá ser un canalla.”
El mismo doctor Hertzog, me entregó una carta en la
cual, aunque negando la existencia de las cartas, me reiteraba
su amistad. Desgraciadamente ésta carta, tuvo un retraso de
dos años. Si ella hubiera llegado a su debido tiempo cuán
tos sufrimientos y penalidades me hubieran ahorrado.
— 305
J. EN RIQ U E H ERTZO G G.
Casilla No. 558
— 306
ELECCIO N ES PRESID EN CIA LES D E 1960
307 —
Y aquel hombre estaba en lo cierto. Asesinaron a Un-
zaga de la Vega y la oposición fue declinando y los jefes de
ésta oposición ya no se los nombra. Los herederos de aquel
gran visionario se sometieron y hoy alternan con el gobierno
en unas bancas parlamentarias miserables, donde ni siquiera
se les da el derecho de hablar, menos de protestar ante los
abusos y arbitrariedades que cometen los conculcadores.
— 308 —
Luego, Requena, me dijo: “ ¿Qué haría Ud. si lo fusilo aho
ra mismo? Eran las dos de la mañana del amanecer del 21.
A lo que respondí, con otra pregunta: “ ¿Qué puede hacer
un m uerto?”
Después de cometer un sinnúmero de desmanes tanto en
el hotel como en el pueblo de Sorata, al día siguiente se
marchó con sus foragidos estafándome más de un millón de
bolivianos.
— 309
Su secretario Eduardo Olmedo López, se acercó a la ad
ministración y me dijo: “ El presidente, no se sirve nada si
no tiene el visto bueno de este señor” , y me presentó a
otro que responde al apellido de Andrade. Entonces, los lle
vé a ambos al comedor donde hice reunir a todo el presonal,
a quienes manifestó que, mientras durara la presencia del
presidente y su comitiva en el hotel, los que mandaban en
el mismo eran aquellos señores. Con este proceder mío li
braba mis responsabilidades.
Atendí con todo esmero al señor embajador Stephansky,
lo mismo que al embajador de la Argentina, señor Gerardo
Shamiss. A ellos me interesaba hacerles conocer quien era
Paz Estenssoro. Cuando el embajador Shamiss, me invitó a
que lo visitara en la Embajada para hacérmela conocer, le
agradecí pero al mismo tiempo le conté que la conocía por
haberme asilado varias veces en ella. Esta charla fue oída
por la señora de Paz Estenssoro a quien no había visto y
que acababa de llegar y me dijo, en presencia de los dos
diplomáticos:
— ¿Está Ud. haciendo conocer su situación política a
los embajadores, señor Landívar?
Mi señora, que estaba conmigo, le respondió: “ Usted
sabe señora que Hernán no es del partido” . Al decirle, “ sa
be” , mi esposa le hacía recuerdo, que en una ocasión cuan
do yo estaba preso, ella y otras señoras más habían ido don
de la esposa de Paz Estenssoro en pos de nuestra libertad.
El embajador Stephansky, me preguntó por qué yo no
había saludado al Presidente. Le hice conocer las torturas
que ese Presidente me había infligido y que no estaba dis
puesto a saludar a mi verdugo.
— Pero eso es temerario, me dijo. No olvide usted
que, al final de cuentas, es el presidente de la nación. — An
te mi firme actitud, el representante de los Estados Unidos
— 310 —
I■ ■
311 —
Su secretario Eduardo Olmedo López, se acercó a la ad
ministración y me dijo: “ El presidente, no se sirve nada si
no tiene el visto bueno de este señor”, y me presentó a
otro que responde al apellido de Andrade. Entonces, los lle
vé a ambos al comedor donde hice reunir a todo el presonal,
a quienes manifestó que, mientras durara la presencia del
presidente y su comitiva en el hotel, los que mandaban en
el mismo eran aquellos señores. Con este proceder mío li
braba mis responsabilidades.
Atendí con todo esmero al señor embajador Stephansky,
lo mismo que al embajador de la Argentina, señor Gerardo
Shamiss. A ellos me interesaba hacerles conocer quien era
Paz Estenssoro. Cuando el embajador Shamiss, me invitó a
que lo visitara en la Embajada para hacérmela conocer, le
agradecí pero al mismo tiempo le conté que la conocía por
haberme asilado varias veces en ella. Esta charla fue oída
por la señora de Paz Estenssoro a quien no había visto y
que acababa de llegar y me dijo, en presencia de los dos
diplomáticos:
— ¿Está Ud. haciendo conocer su situación política a
los embajadores, señor Landívar?
Mi señora, que estaba conmigo, le respondió: “ Usted
sabe señora que Hernán no es del partido” . Al decirle, “ sa
be” , mi esposa le hacía recuerdo, que en una ocasión cuan
do yo estaba preso, ella y otras señoras más habían ido don
de la esposa de Paz Estenssoro en pos de nuestra libertad.
El embajador Stephansky, me preguntó por qué yo no
había saludado al Presidente. Le hice conocer las torturas
que ese Presidente me había infligido y que no estaba dis
puesto a saludar a mi verdugo.
— Pero eso es temerario, me dijo. No olvide usted
que, al final de cuentas, es el presidente de la nación. — An
te mi firme actitud, el representante de los Estados Unidos
— 310 —
no tuvo más que darme la razón. Me invitó también a que
lo visitase en la embajada cuando vaya a La Paz.
El día 11, la comitiva presidencial, resolvió regresar a
La Paz. Olmedo López, se acercó y me manifestó que
mandara la cuenta al Palacio de Gobierno lo mismo que la
de los embajadores Stephansky y Shamiss.
Cuando los dos embajadores me pidieron la cuenta les
manifesté que ellas estaban pagadas. Nos pusimos a charlar
antes de la partida. Yo estaba en medio de los dos emba
jadores en el gran comedor cuando desde el vestíbulo, el
Presidente Paz Estenssoro nos divisó y se dirigió hacia don
de nos encontrábamos y, dirigiéndose directamente a mí, me
tendió la mano y me dijo: “ Todo ha estado muy bien y le
quedo muy agradecido señor Landívar, volveré dentro de 15
días” .
Me vi forzado a estrechar la mano de ese hombre por la
sorpresiva actitud de él, luego, por la educación fundamental
de mi persona y por la presencia de los señores embajadores
allí presentes. Esta actitud del presidente Paz Estenssoro, co
mo se verá después, fue un acto teatral y demagógico. El bien
me conocía y sabía que mis charlas con los embajadores no
podían ser favorables a él, y quiso desmentirlas con aquel ges
to “ democrático”. Yo lo había ignorado durante los tres días
que permaneció allí, mi actitud fue incluso notada por el em
bajador de los Estados Unidos y, por lo tanto, el mismo Paz
Estenssoro tenía que haberse dado cuenta de mi “ mala edu
cación” .
Quedé intrigado y meditabundo con el proceder del señor
Paz Estenssoro, sabía que detrás de aquel “ gesto democráti
co”, existía la trampa innoble de su vida misma. ¡Y no es
tuve equivocado!. . .
El primero de enero, llamé por teléfono al embajador
Stephansky a quien felicité por el nuevo año. Asimismo, le
— 311 —
pedí una audiencia que me fue concedida para el día siguiente
a las 4 de la tarde.
Charlé con el señor Stephansky por espacio de una hora.
Le hice entrega de una carta en la cual confirmaba mis acu
saciones contra el gobierno de Paz Estenssoro. Le entregué,
también la copia de una carta que yo le había escrito al
presidente Paz. Ambas las leyó en mi presencia, y en un mo
mento de esos se levantó y tomándose la cabeza con ambas
manos, me dijo:
— Pero esto es temerario, le puede costar muy caro. No
olvide Ud. que se trata del Presidente de la República.
— Está usted en lo cierto, señor embajador — le dije—
pero para mí el señor Paz Estenssoro, fuera del cargo que tie
ne, es el verdugo de Bolivia.
Acusé al señor Paz Estenssoro, de haber recibido entre
gallos y media noche al enviado especial de Fidel Castro, el
subsecretario de relaciones de Cuba, señor Olivares. Le hice
conocer al indicado embajador, que el diplomático cubano ha
bía exigido al Presidente Paz Estenssoro, el nombramiento del
señor José Fellman Velarde como Canciller para que asistiera
a la Conferencia de Punta del Este.
El embajador señor Stephansky, fue cordial y tolerante
conmigo. Era la primera vez que yo entraba a la Embajada
de los EE.UU. y conversaba con su representante. Al co
mienzo de la audiencia yo estaba muy nervioso, pero confor
me iba exponiendo mis puntos de vista y al ver interesado
al diplomático ( me fui serenando y acabé como si estuviera
charlando con los amigos de siempre.
Al despedirme del señor Stephansky, le hice entrega de
un pequeño regalo consistente en un tejido indio llamado
“ aguayo” . Le prometí llevarle el día 20, otro similar con
la inscripción, también tejida, para el Presidente Kennedy,
que había encargado y cuya leyenda era la siguiente: “ El pue
— 312
blo de Bolivia para el Presidente de los Estados Unidos,
John F. Kennedy, en su primer aniversario — 1961-1962” .
Este pequeño recuerdo le entregué personalmente al se
ñor Stephansky. Para tener un acuse de recibo acudí al
ardid de dirigirme a la Embajada de los EE.UU. pidiendo
se me regale una bandera de la nación del norte. Obtuve
la respuesta del señor Consejero William L. S. Williams, el
19 de marzo de 1962.
— 313
que le entregué y cuya copia di al señor Stephansky, tuvo
inmediata respuesta.
RIO LAUCA
— 314 —
víctima. Así nos arrebató nuestro litoral, y así acaba de to
mar para sí el caudal del Río Lauca.
Después de ochenta años, en que Chile nos ganó la gue
rra del Pacífico, el vencedor sigue imponiendo su voluntad y
nadie lo puede detener. La única forma de parar las am
biciones chilenas sería responder a sus “ conquistas” con la
guerra de la revancha. Pero esto es quimérico, es imposi
ble, porque los propios hijos de Bolivia tienen la culpa de
ello. Nos dedicamos más a deshacernos entre bolivianos que
a prepararnos para la reconquista.
Pero lo grotesco, en el caso del Lauca, es que fueroo
braceros bolivianos los que terminaron la obra chilena. Fue
ron dos ministros de los señores Paz Estenssoro y Siles Zua-
zo los que enviaban a los trabajadores bolivianos para con
solidar el ultraje y la usurpación. Los obreros bolivianos no
son culpables de ellos. Culpables si son los dos dignata
rios de Estado que a espaldas del pueblo boliviano cometieron
la traición de callar la usurpación. En cualquier país civili
zado tamaña traición sería castigada con la muerte de los
autores. Pero en Bolivia, en los últimos diez años, sé co
meten tales contrasentidos que dejan desconcertado al que pien
sa un poco. Así como los gobernantes contrataron a un chi
leno, Luis Gayán Contador, para torturar a los bolivianos,
también contrataban a obreros bolivianos para que ayuden a
los usurpadores. ¡Oh paradoja! ¡Qué traición, Dios mío!
Cuando la obra fue terminada, cuando .la usurpación se
hizo realidad, el gobierno boliviano levanta el polvo y llega
al escándalo. Se acude a los organismos internacionales cuan
do los millones de dólares terminaron su obra. ¿Podía Chi
le perder su dinero, su prestigio y su esperanza?
No. Los culpables son los hombres del actual régimen
comunista que impera en Bolivia. Durante 11 años no hi
cieron otra cosa que desquiciar a la familia boliviana; des-
—- 315
trozaron al ejército que es la institución llamada a defender
los derechos de la nación. Por obtener las simpatías de los
gobiernos limítrofes callaron la penetración extranjera. Hoy
Chile, mañana será Brasil, Perú y Paraguay, con quienes te
nemos litigios perennes y cuyas penetraciones silenciosas son
una realidad cotidiana.
En la era contemporánea, el peor enemigo de Bolivia
fue el general chileno Carlos Ibáñez del Campo. Cuando la
guerra del Chaco nos cerró la frontera. Y este hombre, fue
uno de los agasajados por Paz Estenssoro-Siles Zuazo en 1956.
Cuando ejercía la presidencia de Chile, Ibáñez del Campo
llegó a Bolivia como invitado especial del gobierno boliviano
y se le rindió pleitesía como si fuera un gran amigo de Bo
livia y no el enemigo empedernido. Fue ante él, que el Can
ciller Walter Guevara Arce, declaró que Bolivia no tenía
“ ningún problema con la hermana república de Chile”. Y es
Paz Estenssoro el que reclama ahora. ¿Por qué?
Es muy fácil dar la respuesta. Toda tiranía tiene ne
cesidad de tener al pueblo siempre preocupado o temeroso.
No puede darle facilidad porque un pueblo feliz no acepta
tiranía. Y Bolivia, desde el 9 de abril de 1952, es un pue
blo sin meta y sin esperanza, casi lo puedo calificar de ser un
pueblo vencido. Y un pueblo derrotado se deja llevar de
las narices hacia donde sus “ conductores” lo arrastraron.
Paz Estenssoro y su Canciller Fellman Velarde, tomaron
el asunto del río Lauca, como un arma política. El primero
necesitaba distraer el descontento del pueblo; el segundo de
sea ser candidato a la vicepresidencia del año próximo y
necesita “ hacer plataforma”, salir de la nada que es, y con
vertirse en el abanderado del sentir patriótico del pueblo bo
liviano. ¡Ellos, los componentes de la Internacional Comu
nista: patriotas! La patria para estos no existe y si la toman
en cuenta sólo será para aprovecharse de ella. Su patria es
— 316 —
Rusia, su amo es Khrusbchev y sus compañeros de ruta son
Fidel Castro, Rómulo Betancourt y tantos otros comunistas
que pululan por América.
El antichilenismo del señor Reliman Velarde también
tiene otro motivo. El se casó con una chilena. Ambos lle
garon a Bolivia sin tener un centavo, pero cuando triunfó la
revolución del 9 de abril, comenzaron a hacer fortuna. Su
mujer, Silvia Toledo, trajo a su madre, sus hermanos y demás
deudos, y la danza de los millones fue incontrolable. Se hi
cieron ricos a costa del pueblo boliviano. Y cuando se can
saron de “ ganar dinero” todos ellos regresaron a Chile a des
cansar. Fellman, también se fue, incluso renunció a una
banca parlamentaria. Vendieron todo en Bolivia y allí en
Santiago se compraron varios inmuebles y los nuevos ricos
comenzaron o vivir del “ fruto de su trabajo”.
Pero un día de esos, la mujer de Fellman, que había
obtenido de su esposo que todos los inmuebles se compra
ran a su nombre para que la “ oposición boliviana” no lo se
ñale de haber robado, lo abandonó y se quedó con todo. Se
lo echó de la casa y el pobre hombre regresó a Bolivia en bus
ca de nueva fortuna. El comunismo lo hizo Canciller. Y el
Canciller quiere ser Vicepresidente de Bolivia y como el que
rer es poder ha comenzado a adular a la Iglesia pidiendo a la
Santa Sede, un “ Cardenal "para Bolivia. En verdad que
éstos comunistas no trepidan en llegar a lo grotesco si con
ello consiguen el fin señalado. “ El fin justifica los medios”
“ Los dólares sellan a la infamia” . Mañana tendrán Cardenal
Y el problema del río Lauca ha concluido. La OEA
no nos hizo caso. Chile se quedó con las aguas y los moví-
comunistas lograron sus fines: “ explotaron a su favor ei pa
triotismo de los bolivianos” . Y aunque el problema del Lau
ca ha sido una derrota, ellos sostienen el mismo como ban
dera y siguen adormeciendo al pueblo.
— 317
LOS SU ICIDIO S EN BO LIVIA
— 318 —
Núñez Rosales cayó en desgracia ante el gobierno y tuvo
que salir del país. Vivió en el exilio, en Chile, durante va
rios años donde escribió un pequeño análisis sobre la revolu
ción boliviana.
Volvió al país completamente convencido de la necesidad
de producir un cambio gubernamental. Para el mismo, y sa
biendo que no podía contar con la oposición, tuvo que bus
car su medio de acción en las mismas esferas oficiales. Es
decir, gravitó su trabajo revolucionario sobre el núcleo de
hombres afines a sus ideas izquierdizantes.
Así fue como el día X , lo podemos llamar, el ingeniero
Núñez Rosales, que era el jefe de la conspiración, resolvió
dar el golpe revolucionario y se trasladó a Viacha y, una vez
en el cuartel dio el santo y seña. Fue recibido por el mismo
Comandante, quien inmediatamente comunicó al Presidente
Paz Estenssoro de la “ novedad”. Este ordenó la detención
de los sediciosos.
Ahí mismo, en Viacha, Núñez Rosales tuvo que sufrir
el primer atropello de agentes del Control Político, quienes
le asestan un tremendo golpe, cayó con el cráneo hundido.
El infortunado ingeniero murió en el acto. El golpe fue
brutal, el homicida acalló la voz de ese hombre que si hu
biera caído en manos de San Román tal vez hubiera “ can
tado” y dicho quien tenía que llegar a la presidencia de
haber triunfado la revolución. Así fue muerto el ingeniero
Núñez Rosales.
Pero el gobierno dio otra versión. Se había “ suicida
do” al verse descubierto. Cuando los agentes llegaron a su
casa para apresarlo, éste se disparó un balazo con la mano
anquilosada y luego “ corrió para morir en el patio de un ve
cino”. La familia de esta casa, una familia japonesa de ape
llido Onn fue obligada a “ declarar” lo que el gobierno decía.
Se tomaron presos, a los cuales se les hizo “ confesar”
— 319 —
como sólo ellos saben hacerlo. El tiempo se encargó de
echar polvo sobre el episodio; el muerto bien muerto quedó.
OTRO SUICIDIO
UN NUEVO “ SU IC ID IO ”
— 320 —
En su edición del día 9, el periódico “ Presencia” da la
noticia en forma extraoficial que la indicada señorita Siles se
había “ suicidado” , pero denunciaba al mismo tiempo, la for
ma poco normal del proceder del jefe de policía, mayor Raúl
Becerra, quien evadía a la prensa en forma sistemática, dan
do a entender que en el tal “ suicidio” existía gato encerrado
El padre de la supuesta “ suicida” , reacciona tardíamen
te. El, que no sabía donde se encontraba su hija a las 10 y
12 de la noche; a las 3 y 6 de la mañana, recién se da cuen
ta de la desaparición de su hija a las 12 del día, cuando dos
amigos “ oficiosos” van a darle la noticia que su hija se ha
bía “ suicidado”. Extraña actitud la de este padre cuya ac
titud es de poner en duda.
Se produce el escándalo. Las autoridades tratan por to
dos los medios de encubrir al verdadero o verdadera asesino.
El presidente Paz Estenssoro, se apresura a dirigirse al padre
de la víctima mediante carta que registró la prensa, en la
cual le dice que él no apañará las investigaciones.
Pero la realidad es muy otra. El señor Olmedo López,
no es detenido. Renuncia a su alto cargo en la Presidencia
de la República y se “ retira a descansar a su casa” .
Se hace la reconstrucción del “ suicidio” . La mujer que
representa a la desaparecida Teresa Siles, no puede disparar el
revólver con el cual, según manifestaba Olmedo López aque
lla se había autoeliminado. Ni oprimiendo el gatillo con am
bas manos en forma por demás forzada y que por lo tanto
descartaba el “ suicidio”. Pues, la señorita Siles, apareció
muerta con un balazo detrás del parietal derecho. La gene
ralidad de los “ suicidas” se hacen los disparos en una de las
sienes, pero nunca lo hacen en la forma como trataban las
autoridades de demostrar.
Pero en Bolivia, los suicidas en los últimos años, y esto,
con el fin de “ desacreditar al gobierno de la revolución na-
— 321 —
cional” , como en el caso del señor Unzaga de la Vega, dis
parándose dos balazos en ambas sienes y con distintas armas.
En el caso del ingeniero Núñez Rosales se dispara el pisto
letazo con la mano anquilosada y se lanza luego, a morir al
patio de una vecina. Al teniente Maldonado se lo enloque-
se y luego se le da un fusil para que se mate, y el señor Ri
vas, se abre el vientre con un cortaplumas. Y así mueren y
seguirán muriendo tantos y tantos ciudadanos en este baño de
sangre interminable.
En la reconstrucción que fue grabada y transmitida por
Radio América, Olmedo López, casi llorando dijo: “ ¿Qué
interés tenía yo de matar a esa criatura? ” Cuando se le pre
guntó por qué usaba aquella arma, respondió: “ El presiden
te Paz Estenssoro, nos pedía que andáramos siempre armados
por la constante acción revolucionaria de los opositores, tam
bién nos ordenaba ponernos nuestros chalecos blindados” .
Pese al interés desplegado por las autoridades policia
les que dieron la versión del “ suicidio” , el cual fue refrenda
do por el médico forense. Pese a la descarada presión ejer
cida sobre la familia de la víctima y, a la negativa de las au
toridades judiciales en abrir el respectivo autocabeza del pro
ceso contra el presunto asesino, se demostró finalmente que
la señorita Siles Villarroel había sido asesinada.
Y, aquí, lo que el pueblo sabía y callaba se confirma.
En declaraciones “ espontáneas” , y ante un juez parroquial,
la hija del presidente Paz Estenssoro, declara que ella estuvo
con el señor Olmedo López y la señorita Teresa Siles, la no
che del trágico acontecimiento. En las mismas, la indicada se
ñorita, dice en forma por demás insidiosa, que ella estaba
“ convencida” que su amiga Teresa no se había “ suicidado”.
Se nota a lo lejos, que ella trata por todos los medios de ha
cer aparecer como victimador al señor Olmedo López. ¿Por
qué lo hizo? ¿Por qué se dan a publicidad esas declaraciones
— 322 —
“ espontáneas” después que ella se encontraba en Francia?
Pues, para nadie era un secreto, que la señora Miriam Paz
Cerruto, había abandonado el país en forma precipitada, pre
cisamente a los pocos días del supuesto “ suicidio” . Estas de
claraciones tuvieron que ser dadas porque el rumor del pue
blo era ya una condena. El tal suicidio, no era sino un cri
men pasional.
El escándalo sigue. Se extorsiona a la familia para
que desista del juicio. Se les intimida mostrándoles y ame
nazando con publicar por la prensa fotos que mostraban a la
infortunada mujer completamente desnuda. Se apresa a los
hermanos, que pertenecen a la juventud del M.N.R. y que son
miembros de una banda de ladrones de vehículos, y que da
da su condición de ser miembros del partido gobernante sus
fechorías quedaban encubiertas con la impunidad. Incluso
el señor Olmedo López, en la reconstrucción del “ suicidio” ,
dijo textualmente lo siguiente: “ Ahora, los hermanos de Te-
resita me miran con odio pero ellos más que nadie saben,
que muchas veces hice valer mis influencias, a pedido de ella,
para sacarlos de los líos en que se encontraban metidos” .
Como se ve, los Olmedo López, los Siles, los Paz Estenssoro,
pertenecían a un clan de familias que habían hecho de la in
moralidad una forma de vivir.
En junio de 1961, el hijo del Presidente de Bolivia,
Ramiro Paz Cerruto, en estado de ebriedad, en el barrio de
Obrajes, atropelló a unos pobres músicos que se recogían de
una fiesta. Dejó un saldo de tres muertos y varios heridos.
Pero, como era el hijo del amo de Bolivia, este crimen no fue
ni siquiera investigado y como las víctimas eran gente humil
de todo quedó en nada. La era de los Trujillos se había
trasladado a Bolivia.
Pero vamos analizando, hilando más delgado en el “ sui
cidio” de la señorita Teresa Siles Villarroel.
— 323
La presión de las autoridades persistió hasta lo último.
Justo es reconocer que el señor Telmo Siles, hermano del
ex-presidente Siles Zuazo, no se acobardó ante las amenazas.
El quería vengar a su hija y persistió tenazmente. No así
la madre, quien ante la amenaza de encarcelamiento de los
hijos, que estaban presos, tuvo que presentarse ante el juez
con un escrito desistiendo de juicio contra el presunto asesino
señor Olmedo López.
Momento éste, que fue aprovechado por Olmedo López
para salir del país “ legalmente” . Cuando el padre de la víc
tima reaccionó y desautorizó a su esposa, el inocente Olme
do López con el beneplácito oficial desapareció de Bolivia.
Muy pronto sabremos, que su sacrificio fue premiado por el
gobierno con una embajada.
Mientras tanto, la hija del señor Paz Estenssoro, vagará
por Europa analizando su tormentosa vida y si el remordi
miento algún día la hace recapacitar, recordará a aquel te
niente Maldonado muerto por Gayán por orden de su padre.
Recordará a esa mártir mujer que fue su madre y que tam
bién se “ suicidó”, y a su mejor amiga y rival, la señorita
Teresa Siles Villarroel.
— 324 —
venidas por el Presidente actual de esa gran nación, John
I7. Kennedy.
El actual mandatario norteamericano, tal vez mal infor
mado por sus asesores, ha puesto como ejemplo para Amé
rica, la “ revolución boliviana” . Ha avalado, la más cruel ti
ranía que soporta mi pueblo desde hace once años. Si bien
este proceder del estadista estadounidense no debe sorpren
dernos, hay que lamentarlo. Tenemos muy fresco aún el pro
ceder de los Estados Unidos con la mártir Hungría; recorda
mos también, el espaldarazo que dio al tirano Nasser po
niéndose contra sus legítimos aliados Inglaterra y Francia. Y
aquí, en América del Sud, allí en el Caribe donde el virus
comunista es profundamente peligroso, ( acaba de dar un paso
atrás después de su “ payasada de octubre de 1962” .
El señor Kennedy, dice al señor Ciro Cardone: “ Su des
tino es sufrir. . . ” . Es muy fácil decir a los hombres que su
fran por la agonía de la patria, frases bonitas como las ver
tidas por el presidente norteamericano. Después de la frase,
viene el abandono a los patriotas cubanos a quienes se les
quita hasta la moral para liberar a su país de la tiranía co
munista. También se los persigue y se los acusa deslealmen
te de ser unos traficantes. . . Estados Unidos, y lo siento
por su pueblo generoso, muy pronto se deslizará por la pen
diente de su declinación, quedará sola por culpa de sus con
ductores. Estos, se aferran a una “ convivencia suicida” con
aquellos que la aceptan hasta conseguir sus objetivos. Se
convierten así en los compañeros de ruta, en los estúpidos
útiles como son calificados por los propios comunistas.
Si hasta ayer creíamos que el Coloso del Norte nos de
fendía de la brutalidad comunista, y nos alentaba en la lucha
por la libertad y la democracia, hoy se impone a los latino
americanos no seguir la política equivocada de los Estados Uní-
— 325 —
dos y labrarse su propio destino con su esfuerzo y con su
sangre.
Basta ya de la dependencia de los pueblos sudamerica
nos a la política norteamericana. Si hasta ayer fue la recto
ra de nuestro destino, hoy se nos hace imperativo liberarnos
y procurar la confederación latinoamericana.
Debemos renunciar a la ayuda económica de los Estados
Unidos, pues, ella viene en forma tal, que sólo nos dá palia
tivos estimulantes y no solucionan de ninguna manera los
graves problemas que tenemos en nuestros propios países.
La ayuda llega, con el cálculo mercantilista de los inversionis
tas de donde proviene la ayuda. La “ libertad y la democra
cia” que ellos pregonan sólo son defendidas por ellos allí
donde sus intereses económicos corren el peligro de ser per
judicados.
En lo que respecta a Bolivia, mi patria, en los últimos
once años, hemos tenido abierta intervención en los asuntos
internos del país por parte de los EE.UU. y pese al comunis
mo del gobierno que impera allí, su ayuda ha sido perni
ciosa y terriblemente desmoralizadora. Los comunistas se
vieron forzados a aceptar esta ayuda y se “ sometieron” por
que no les quedaba otra alternativa para sobrevivir. Y a
los EE.UU. no le interesaba la clase de gobierno que rija los
destinos de mi país, a ellos sólo les intéresa tener unas “ re
servas” dormidas y a cambio de la “ ayuda” obtuvieron decre
tos del gobierno declarando como “ reservas fiscales” ciertas
zonas donde existen minerales que son codiciados por los dos
colosos que rigen los destinos del mundo.
Ante esta encrucijada en la que se encuentra el pueblo
boliviano; ante la desesperanza existente y la ninguna esperan
za de un cambio en la política del Departamento de Estado,
se impone pues, como título este acápite, la subversión ar-
— 326
mada contra el gobierno comunista del señor Paz Estensso-
ro y su cuadrilla.
Debemos lanzarnos a la revolución. Debemos exterminar
a los conculcadores y a los destructores materiales y mora
les del pueblo boliviano. Ya es tiempo de acabar con la
vergüenza. No es posible seguir viviendo de rodillas ante
los verdugos. No debemos aceptar que la brutalidad comu
nista y el dólar nos conviertan en entes humanos.
La revolución, ya está en marcha. La liberación de
Bolivia será hecha realidad a muy corto plazo. Cuando ei
triunfo se imponga a la barbarie organizada, Bolivia volverá
con dignidad al concierto de las naciones libres. No será
más la mendiga internacional. La cenicienta de América,
con el esfuerzo de sus propios hijos resurgirá de los escom
bros y demostrará al mundo su pujante esfuerzo por volver
a la libertad y a la democracia nacionalista y no tras aquella
falsa democracia que pregona los EE.UU. y que sólo es para
ellos, para los “ gringos”.
Cuando triunfa la revolución no será para que la apro
vechen los partidos políticos determinados. Ella será del pue
blo. El instinto popular sabrá encomendar quién o quié
nes serán sus conductores. Bajo diez puntos la revolución
triunfante tendrá que labrar su nuevo destino:
— 327 —
6. — Se reconocerán los sindicatos y el derecho de huel
ga, pero éstos tendrán que someterse a las leyes.
7. — Bajo pena de muerte se sancionará el robo y la
inmoralidad.
8. — Se disolverán los partidos políticos y se pedirá al
pueblo la formación de nuevos que se encuadren
a la realidad del momento.
9. — En el término de dos años, se procederán a unas
elecciones libres y democráticas.
10.— Bajo el nuevo Estado de Derecho al cual ingrese
el país, se llegará a la reorganización del Ejército
Nacional y el Cuerpo Nacional de Carabineros.
O PO SICIO N PO LITICA
— 328 —
I.i podrá reprochársele errores en lo operativo pero
(itniáN su acertado criterio político y línea revolucionaria:
"|(.) iic a la tiranía imperante del M.N.R. sólo podría derro-
I h i n c * por la acción de la fuerza y la lucha armada!”
I loy, ante el fracaso de las uniones de los partidos de
•*|.MS¡ción, ensayadas en más de una década sin resultado prác
tico alguno que no fuese la consabida pugna de ambiciones
I», i ¡onales y partidistas, a los verdaderos luchadores por la
libertad y la democracia, sólo nos queda un camino para li
belar a la patria.
Ante el conformismo existente entre los partidos de opo-
• ición. Ante el “ pacto” de los herederos del señor Unzaga
de la Vega con el partido que dirigió el que lo “ suicidó” , ante
la total ausencia de los otros partidos a los cuales se ha de
jado de oirlos nombrar o se han sometido, a los que no clau
dicamos, se nos hace un deber seguir peleando.
La liberación de Bolivia de las garras comunistas, sólo
será posible por una fuerza combatiente integrada por ver
daderos combatientes y firmes opositores de todos los secto
res de la oposición. Esta fuerza ya existe y está en marcha
para librar la última batalla por la liberación de la patria.
Es obligación de todos los bolivianos cooperar en ésta verda
dera cruzada para expulsar del poder a la más sangrienta ti
ranía y devolver al pueblo el derecho de elegir a sus conduc
tores, vivir en paz y deponer las armas cuando el triunfo de
mocrático hubiera desplazado a los opresores.
El país destruido moral y materialmente, requiere un
tremendo esfuerzo para recuperar bajo un régimen que instau
re una verdadera justicia social, una etapa de trabajo crea
dor y que devuelva a la ciudadanía la fe en los destinos de
Bolivia. Será preciso combatir implacablemente a la inmo
ralidad y a los ladrones públicos que han hecho hábito del
saqueo de las arcas fiscales; será preciso instaurar un nuevo
329 —
orden nacional capaz de detener la marcha al abismo y ga
rantizar la supervivencia de la nación; será necesaria una
amplia movilización de las fuerzas vivas para que el país, con
las grandes posibilidades potenciales de que dispone, pueda
vivir con sus propios recursos sin recurrir a la humilde ca
ridad internacional hecha costumbre bajo el régimen impe
rante.
— 330
ble para los fines nefastos del comunismo y por eso lo ca
lumnian. No he de mostrar ahora que un militar que gana
un sueldo, tal vez alto, es porque tiene derecho a recibir esa
paga por ser un verdadero soldado al servicio total de la pa
tria. Los militares de verdad no tienen el derecho que tienen
los civiles de buscar cualquier negocio que les aumente sus
rentas, por lo tanto es justo que se les pague un buen sueldo
para que vivan con dignidad.
Los comunistas le dicen al pueblo: “ Mientras el pueblo
sufre, los militares tienen casas, autos, sueldos altísimos y
prebendas” . Y no para allí. Se complica a tal o cual grupo
militar en supuestos negociados. Negociados que nunca son
comprobad*js pero que dejan en la ciudadanía, sino el con
vencimiento, por lo menos la duda. El fin perseguido es
ese: el descrédito de los militares, el odio a ellos, para cuan
do el fruto esté maduro lanzar al pueblo contra el ejército,
destrozarlo moral y materialmente. Lo demás es cosa fácil.
Una vez destrozado el ejército, les es fácil a los comu
nistas apoderarse de los gobiernos y organizar lo que ellos
llaman el “ nuevo ejército” constituido por milicias bien ar
madas, que no son otra cosa que militantes fanáticos del par
tido comunista disfrazados,
El Ejército de mi patria, aquel Ejército que en medio
de su pequeñez era orgullo de la nación, ya no existe; fue
deshecho por la Internacional Comunista. Hoy en Bolivia
el Ejército ha sido reemplazado con milicianos que son el azo
te del pueblo. A estas hordas se las llama el “ Ejército de
la Revolución Nacional” y tratan de ponerlo como ejemplo
a nuestros hermanos americanos con la secreta esperanza de
que otros pueblos libres en los cuales viven se lancen contra
su Ejército e impongan ejércitos populares.
Los bolivianos sabemos por experiencia propia lo que
era nuestro Ejército y lo que es el nuevo Ejército, orienta-
— 331 —
do desde Moscú. El velo de mistificación ha sido corrido y,
muy tarde, desgraciadamente, se dará cuenta la América del
engaño y de la traición de los comunistas bolivianos para con
su propia patria. Bolivia, es hoy, un vasto campo de con
centración de más de un millón de kilómetros cuadrados,
con casi cuatro millones de habitantes cautivos.
Si en mi modestia pudiera dirigirme a mis hermanos
americanos les diría que defiendan a sus Ejércitos, que tole
ren sus defectos, que a la postre les parecerán pequeñísimos
comparados con la brutalidad comunista que caería sobre
sus hombros y los de sus hijos. Les diría: “ No os mostréis
indiferentes o complacientes con los disociadores. Por pe
queña que os parezca la calumnia lanzada contra el Ejército
impedid que se difunda. El Ejército no está constituido por
seres bajados del cielo. Sus componentes son seres huma
nos y, como es lógico, no son infalibles. Pero un Ejército
disciplinado y educado siempre será mejor para la gloria de
la patria que una turba de milicianos sin entrañas” .
El hombre hecho militar en una democracia es la única
garantía que tienen los pueblos para mantenerse libres. La
escuela en la cual la patria lo educó es la única solvencia pa
triótica de su verdadero nacionalismo. No de ese nacionalis
mo trasnochado que invocan algunos partidos para ganar adep
tos y que no es sino un disfraz para ocultar su comunismo,
que no se atreven a confesar.
— 332 —
todo nuestro apoyo desafiando al gobierno, pasó a ser, lo que
el Santo Padre Pío X II calificó como la Iglesia del Silencio.
La parcialidad del Nuncio monseñor Sergio Pignedole y
la de su sucesor, Monseñor Humberto Mozzoni, y del actual
Monseñor Carmine Rocco, para con el gobierno, fue apoyada
por la timidez rayana en el crimen del Arzobispo de La Paz
monseñor Abel I. Antezana, quien se sometió incondicional
mente a los destinos gubiernistas hasta convertirse en un ins
trumento de Paz-Siles.
En los primeros años de dominación comunista sólo un
valiente Obispo, Monseñor Clemente Maure, de Sucre, con
denó al gobierno de Paz Estenssoro como netamente comu
nista y pidió al pueblo luchar por su libertad y defender
su Santa Religión Católica. Demostró así toda la clarividen
cia y valor que debe tener un pastor católico.
Posteriormente el Obispo de Cochabamba Monseñor Fr.
Tarsicio Senner, O.F.M., en 1959, condenó al gobierno co
munista de Siles Zuazo, y por ello ha sido insultado, amena
zando de muerte e incluso atacado a balazos por las hordas
de Siles. Vivió pendiente de un hilo.
Más de once años sufre Bolivia la angustia de un terror
permanente sin que la Jerarquía de la Iglesia lo repito, se
haya puesto incondicionalmente al servicio de los asesinos,
hubiera levantado su voz de protesta por los campos de con
centración, las torturas y apresamientos ilegales. Nunca acep
tó servir de mediador ante la tiranía y siempre trató con
despotismo a las familias que llegaron a su sede en pos de
amparo para sus seres queridos, vejados y torturados. Su
silencio llegó a ser cobardía indigna ante Dios y los hombres,
pues nosotros no éramos reos comunes, sino presos políticos,
muchos de ellos inocentes. Muy pocos éramos los verdade
ros culpables.
— 333 —
Un deber cristiano, como en otros países de la tierra,
era por lo menos pedir que se nos sometiera a la justicia or
dinaria y conseguir con eso que muchos demostraran su ino
cencia.
Una vez, y gracias a un agente con verdadero espíritu
cristiano, aceptó ir un sacerdote joven al “ Guanay” del Pa
nóptico de La Paz a escondidas de los verdugos. El sacerdote
sin que lo supiera su Arzobispo Monseñor Antezana, llegó
allí para dar su bendición a un altar rústico fabricado por el
preso Humberto Eyzaguirre y cubierto con papeles estañados
de cigarrillos. El sacerdote entró temeroso y sólo atinó a
dar su bendición; ni siquiera nos dirigió la palabra, pero así
y todo su presencia fue un alivio muy grande.
Entre el clero joven tenemos amigos. Jamás les hemos
pedido ingresar a nuestras luchas políticas ya que comprende
mos que la Iglesia no debe tomar parte activa en ellas. Pe
ro sí, creemos que es su deber velar por la dignidad humana
y defenderla a costa de cualquier sacrificio y no peimitir que
se humille y ofenda la dignidad del ser humano. Parciali
zarse con unos y servirles incondicionalmente, como lo ha he
cho Monseñor Antezana, es un sarcasmo cruel para la doc
trina de Cristo.
El escritor peruano señor N. Gallo, rechazó la Condeco
ración que le brindó el tirano Siles Zuazo, como elocuente
protesta por los crímenes que cometía contra el pueblo. Esa
misma Condecoración ha sido aceptada por el Arzobispo de
La Paz Abel I. Antezana, emulando en esa forma al verdugo
y criminal coronel del Control Político Claudio San Román,
condecorado por el mismo motivo, “ por sus eminentes ser
vicios” . Que Dios tenga misericordia de Monseñor Anteza
na, que ha aceptado unirse en un abrazo macabro, él, el pas
tor, con el verdugo del pueblo.
— 334 —
El pueblo boliviano es católico, pero es poco practicante,
mi retraimiento se debe a muchos factores. Ultimamente ese
desgano religioso se ha agravado por la complicidad de la
Iglesia con el régimen comunista que nos gobierna.
No había ningún justificativo para que el gobierno bo
liviano otorgue la condecoración a Monseñor Antezana, pues
no se le conoce ninguna obra ni siquiera de caridad. No ca
be duda que ha sido concedida con un fin político propagan
dístico para ganar el silencio del que la recibía por su traición
a su Clero y a su grey. Los comunistas son diabólicos en su
hipocresía adulando a uno de los siervos del Dios al que tan
to persiguen. El “ indigno ministro de D ios” recibe la conde
coración de la mano ensangrentada que pocos días antes sega
ba la vida de más de un centenar de jóvenes, mujeres y ni
ños, entre los cuales se encontraba mi amigo don Oscar Un-
zaga de la Vega.
Pero el mal proceder de este jefe católico, no debe ha
cernos creer que se trata de la sumisión total de la Iglesia a
los designios comunistas, ni debemos desfallecer en nuestra
fe. Bolivia ha de salir de su actual postración moral y es
piritual y se ha de dignificar. Volverá Cristo a reinar con
mejores y más valientes conductores.
Bolivia necesitaba tal vez esta sacudida que haga tam
balear su fe y sus ciencias. Las grandes crisis espirituales
han vuelto a la religión a más gente que las escuelas cate
quistas.
CONTROL PO LITICO
— 335 —
sistcncia sus calumnias que terminaron por hacer consentir
en buena parte del pueblo sus mentiras.
Todos los bolivianos fuimos o actores o testigos de la
infamia desde 1952 y nada de lo que a ella se refiere nos
es ajeno. La pasión se impuso a la conciencia.
Nadie se imaginó que Bolivia pudiera ser gobernada
por seres tan viles. Una verdadera oligarquía de rufianes
sobrevino con su prédica perversa para obligar al pueblo a
olvidar sus tradiciones y odiar a sus hermanos. Y así, co
mo corresponde a hombres sin Dios ni ley fundaron para
sus fines un organismo capaz de sostenerlos en el poder ile
galmente. Paz Estenssoro y Siles Zuazo dieron vida a ese
antro de inmoralidad y de crimen que se llamó el Departa
mento de Control Político. Eligieron para integrarlo a los
peores entre los malos, se aprovecharon de los delincuentes,
los asesinos, de los perversos. Parecían tener en su mente
aquel lema que los hizo famosos por sus crímenes en 1944:
“ La sangre borra los males” .
De allí salieron, adiestrados, los disociadores, los en
cargados de dividir a los partidos democráticos, los espías y
delatores. Y como ellos no conocían la moral y se mofaban
de ella, no vacilaron en buscar a las prostitutas y formar con
ellas otra legión de criminales, a las que se les dio el nom
bre de “ barzolas” . Tales han sido las infamias de estas
mujeres que el nombre de la modesta mujer que dio origen
a la organización es sinónimo de perversidad y de bajeza.
Impusieron a mi pueblo un régimen de terror y latro
cinio, de inmoralidad y de traiciones. Y, Bolivia, que ayer
se enorgullecía de su pasado, fue arrastrada a un vendaval
de pasiones y desenfreno, de odio, torturas y crímenes; que
riendo hacer reformas destruyeron las industrias, obligaron
a los indios a no trabajar el campo. Los llevaron a las ciu
dades a desfilar para mostrar su prepotencia, o para intimi-
— 336 —
dar a la ciudadanía. Desde el 9 de abril de 1952, no se ha
construido nada, ni una sola casa, pero se han destruido mu
chas de los opositores.
Los hombres libres que somos los más, fuimos someti
dos por aquellos foragidos, que son los menos, por el terror
y el miedo. Pero nunca cesó nuestra resistencia y jamás
cederá la voluntad de vencerla hasta ganar la última batalla.
— 337 —
partamento de Estado se refiere a la calidad de los repre
sentantes diplomáticos enviados a Bolivia y a la deshonesti
dad de algunos de sus funcionarios en la alta dirección de
los asuntos latinoamericanos. Cuando no nos enviaron em
bajadores comunizantes, como Edward J. Spacks, nos man
daron traficantes de sus intereses particulares y gestores de
grandes negocios, como Henry Holland. Con esta errada
política los EE.UU. sólo se granjearon la amistad de los
tiranos mientras se enajenaron la simpatía de los pueblos so
metidos a la tiranía, abandonados por los que se llaman los
campeones de la democracia mundial.
En mi lejano hogar de Santa Cruz de la Sierra me en
señaron a estar al tanto de todo lo que sucedía en el mun
do. Rara noticia pasó, durante mi mocedad, desapercibida
por mas que ella sólo tuviera relación con lejanos lugares
del Asia o la Oceanía. Muchos libros de viajes cayeron en
esa época bajo mis ojos y después otros que me mostraban
el admirable desarrollo de los EE.UU. Llegué a amar al
pueblo norteamericano.
A través de los años fui siguiendo el ritmo natural del
tiempo con sus sucesos y sus historias. Oí hablar tanto del
imperialismo yanqui como del imperialismo ruso hasta que
decidí comprender en que consistían. He aquí mi modesta
opinión:
El imperialismo yanqui, secante en el sentido económi
co nos ata de pies y manos a su absolutismo financiero. Pe
ro tiene algo que lo disculpa, deja a los pueblos la libertad
de expresar sus pensamientos y de amar y venerar a Dios.
El imperialismo ruso es rapaz, cruel y sectario; todo en
él es sadismo, perversidad, crimen. Odian a Dios y niegan
la libertad al ser humano.
Y el drama de Bolivia, por absurdo que parezca, ra
dica precisamente en que estos dos imperialismos tratan de
338 —
dominar al pueblo boliviano. Son dos enfermedades corro
sivas que disputan el cuerpo enfermo de un pueblo inde
fenso.
Los comunistas tienden a universalizar su doctrina me
diante la sumisión de los pueblos por la violencia organiza
da y calculada. Basan su sistema en todo aquello que hace
más de un siglo estableció el Manifiesto Comunista de Marx:
la lucha de clases, la intolerancia religiosa, la privación de
la libertad. No tienen concepto del espíritu, para ellos la
materia es como Dios. Tienen horror a la crítica y la si
lencian con la violencia, en todas sus formas. Ellos saben
que todo a su alrededor es corrupto, pero prefieren ignorar
lo. Su éxito se ha coronado hasta ahora con la muerte de
aquellos que no piensan lo mismo o que difieren en las tác
ticas. Para ellos, idólatras del Estado todopoderoso, la vi
da de los hombres, la dignidad del ser humano no tiene im
portancia. Obedecer o morir es la consigna.
El imperialismo yanqui tampoco tiene alma cuando en
tra en juego su desmedida ambición de someter a los pue
blos a su dominio económico.
Lo curioso e incomprensible es que los Estados Uni
dos han gastado miles de millones de dólares para imponer
la democracia en muchos lugares de la tierra, para sostener
gobiernos libres, pero pobres y débiles, y sin embargo, al
mismo tiempo han gastado millones de dólares en apoyar
regímenes antidemocráticos, dictatoriales y aún procomunis
tas. Dá la impresión a veces de que no le importan las dic
taduras con tal que apoyen su política económica y militar.
Allí, en Bolivia, los dos archienemigos, los dos impe
rialismos se dan la mano. Los yanquis proporcionan el di
nero y la ayuda moral para que los pro-soviéticos, con ese
dinero, sometan y maten, violen y humillen a un país, aun
que por otro lado no se descuidan de obtener y consolidar
valiosas concesiones petroleras.
— 339
No cabe duda que los Estados Unidos tratan de hacer
un experimento de tipo ideológico. Esto hizo decir al ex
presidente Enrique Hertzog que Bolivia era un “ nuevo ato
lón de Bikini” . Ellos quieren ver hasta dónde un pueblo
puede soportar a un gobierno comunista pero, además, quie
ren demostrar a nuestros hermanos americanos la tragedia y
el desastre de un pueblo gobernado por un gobierno comu
nista. Tienen la esperanza, y hasta tal vez la seguridad de
que tarde o temprano el pueblo boliviano acabará por ex
pulsar a los comunistas. Y para cuando ese día llegue, ellos
quieren tener muchos intereses en Bolivia. No sé si su
cálculo es exacto, no sé si el pueblo boliviano, cuando de
saparezca el gobierno actual, barrido por la indignación po
pular, seguirá acordando esas concesiones. Un Estado de
derecho lo primero que hará será revisar esos contratos y
pasarlos por el tamiz del examen público y del parlamento.
La generosidad norteamericana ha tenido pues un cálcu
lo netamente comercial y a largo plazo. Durante estos sie
te años ha ayudado a destruir a un pueblo digno y honra
do. Apoyó la inmoralidad y armó el brazo de los déspo
tas con armas mortíferas, pero parece tener suficiente con
fianza en la mala memoria de los pueblos necesitados.
La afirmación que se ha hecho de que mi patria vive
de la limosna norteamericana es solo una verdad a medias.
Esa limosna ha servido sobre todo para enriquecer a unas
cuantas familias de jerarcas políticos y algunas norteameri
canas. Con esa ayuda no se benefició realmente el pueblo
y como se produjo una ingrata coincidencia entre la ayuda
y el recrudecimiento de las persecuciones contra los oposi
tores en la mente sencilla del pueblo ha surgido la idea de
que los dólares del Departamento de Estado han servido
pues, indirectamente para torturar, matar y hacer gemir a
un pueblo generoso. Sería un grave error el juzgar que hu-
— 340
|i<> mía relación de causa a efecto entre estos dos hechos,
pe ro la ceguera de los funcionarios diplomáticos norteame-
i Kunos estuvo en no pedir enérgicamente al gobierno que
esos dólares no fueran empleados en sostener las milicias
obreras ni los comandos zonales de foragidos ni el famoso
Control Político. Indirectamente pues han ayudado a sos
tener la tiranía. Hoy existe sin duda alguna un sentimien
to muy grande de aversión hacia EE.UU. por culpa de esos
malos funcionarios diplomáticos.
— 341 —
me ha dado Ud. el siguiente consejo: “ váyase fuera del país,
porque un día de estos lo pueden “ suicidar”, ya que sus as
piraciones democráticas no cuajan en la actual situación boli
viana, . . . .la democracia es para nosotros los gringos” .
Este generoso consejo suyo, me ha hecho meditar en la
desaparición de numerosos ciudadanos que han intervenido
en la política nacional frente a este régimen y en el propó
sito de la Embajada de querer evitar la intervención ciuda
dana en los asuntos de mi país.
La parcialidad conque el señor Embajador defiende al
presidente Paz Estenssoro y al régimen movimientista, no
obstante de su manifiesta tendencia comunista, de su pa
tente ineptitud, de su pública inmoralidad, latrocinio y bru
talidad, de la resistencia unánime del pueblo boliviano, ha
concitado la más acre y severa crítica de parte de la ciuda
danía boliviana, no sólo en contra de la persona del señor
Embajador, sino de toda la política del Departamento de
Estado, cuya línea tortuosa, en Bolivia y en los demás paí
ses americanos, está imponiendo el inexorable triunfo del
comunismo.
Un ilustre ex-canciller de mi patria, conocedor profun
do de la política internacional americana, me dijo al anali
zar el actual momento: “ Estados Unidos ha mandado a Bo
livia como Embajador, a un hombre de tercera categoría;
hombre sin mayor cultura y sm escrúpulos y hecho a la me
dida para alternar con los maleantes que gobiernan la Na
ción. No se extrañe Ud. — prosiguió— que este pseudo
diplomático, esté incluso a sueldo o ganando comisión por
sus gestiones en favor del Gobierno. Naturalmente que los
diplomáticos de categoría no aceptarían un papel tan indig
no y repugnante. Un Stromm, no haría jamás lo que hace
un Stephansky” .
— 342 —
Otro de los motivos por los que Uds. reaccionaron fren
te a mis argumentos, ha sido el hecho de haberles manifes
tado que mi país no recibía con beneplácito la famosa “ ayu
da americana” . Es de público conocimiento el hecho de
que, los recursos enviados por el noble pueblo americano,
para aliviar la situación aflictiva de nosotros, no ha cumpli
do tal objetivo y ha servido exclusivamente para el sosteni
miento del MNR en el poder, para el enriquecimiento ilí
cito de sus militantes, para el mantenimiento de los campos
de concentración y la maquinaria represiva del gobierno y
para fomentar la propaganda y difusión de la cultura mar-
xista. La insistencia del Departamento de Estado y los co
medimientos de su Embajador en proporcionar a mi patria
semejante ayuda, no constituyen otra cosa que una franca
y descarada intervención en favor de un partido comunista
y de un gobierno nefasto y repudiado.
Al analizar la intervención comprobada del Gobierno de
Bolivia en los connatos comunistas del Perú, Ud. también
reaccionó ante mis aseveraciones categóricas relativas al en
vío de armas del ejército y activistas campesinos, y sin ocul
tar su disgusto me llegó a decir que en caso de que surgiera
el comunismo en Bolivia y Perú, Uds. se marcharían a su
país, para lo cual tenían ya preparadas sus maletas.
Esta aseveración, que aparentemente es ingenua y mue
ve a sonreir, encierra en sí una interrogante de suma gra
vedad:
¿Es que Uds, señores representantes del Gobierno Ame
ricano, después de suministrar los fondos necesarios para la
comunización del pueblo boliviano, después de fomentar de
liberadamente el crecimiento de los partidos comunistas,
después de combatir y desquiciar sistemáticamente a todas
las fuerzas democráticas de mi país, después de debilitar to
dos los bastiones morales y espirituales que dificultan la
— 343
propagación del comunismo, piensan huir cobardemente, ape
nas está lista a estallar la bomba comunista que Uds. mis
mos han preparado. . . y para esto “ ya tienen acondiciona
das las maletas“ ?
Para finalizar este análisis de nuestra última conversa
ción, quiero manifestarle que todas mis críticas y juicios
vertidos acerca de la política del Departamento de Estado y
de algunos de los funcionarios de esa Embajada, son el tra
sunto del pensamiento de todos los bolivianos, que al mis
mo tiempo que repudian procedimientos equivocados de per
sonas e instituciones, no deja de sentir su gran admiración
y afecto por ese noble y generoso pueblo americano.
Tengo el agrado de saludarlo afectuosamente.
TH E FO R EIG N SER V IC E
O F TH E
U N ITED STA TES O F AM ERICA
344 —
La Embajada siente muchísimo no poder regalarle la
bandera de los Estados Unidos, pues ésta es propiedad de
su Gobierno y, de acuerdo a las regulaciones, sólo puede ser
prestada para ceremonias, pero no puede ser obsequiada.
TH E FO R EIG N SER V IC E
OF TH E
U N ITED STA TES O F AM ERICA
— 345 —
puestas en la copia adjunta a su carta han sido leídas dete
nidamente y con interés.
Aprovecho esta oportunidad para saludarlo con toda
:onsideración.
Melville E. Osborne
Primer Secretario
Sr. Hernán Landívar Flores,
Casilla 313, Presente.
Ben S. Stephansky
Embajador de los Estados Unidos
de América
346 —
TH E FO R EIG N SER V IC E
O F TH E
U N ITED STA TES O F AMERICA
Señor:
He recibido varias cartas de Ud., inclusive la más re
ciente con fecha del 18 de febrero del año en curso.
Ud. continuamente ataca al Embajador de los Estados
Unidos, innominados personeros del Departamento de Esta
do y Gobierno de los Estados Unidos porque no está de
acuerdo con la política de los Estados Unidos. En su úl
tima carta tiene la osadía de citarme a mí en los términos
más ofensivos e impertinenemente inexactos.
Dadas las circunstancias es difícil aceptar como since
ros tanto su correspondencia como sus declaraciones de
amistad para con el pueblo Americano. Por lo tanto, le
devuelvo su carta del 18 de febrero con la solicitud de
que considere más cuidadosamente cualquier observación que
se vea constreñido a hacer antes de expresarla por escrito
en cartas dirigidas a esta Embajada.
Lamento verme forzado a dirigirme a su persona en es
tos términos, pero lo irresponsable de sus declaraciones y ale
gaciones no se puede pasar por alto más.
Melville E. Osborne
Primer Secretario
— 347 —
La Paz, agosto 21 de 1963.
Al señor
Melville E. Osborne,
Presente.—
Señor:
A mi regreso de Buenos Aires, me fue entregada su
carta de fecha 25 de marzo, a la cual doy respuesta.
No soy, señor Osborne, un intruso en mi patria y to
do lo que vengo haciendo por ella no es producto de mi
“ irresponsabilidad” sino de mi fe en ella. Irresponsables
son aquellos ciudadanos que traicionando a sus pueblos, se
hacen nombrar diplomáticos para que los representen, y és
tos, se conviertan en sirvientes de cualquier tiranía que les
brinde prebendas.
Lea mis anteriores cartas y las que dirigí a su Emba
jador Stephansky, y en todas ellas verá Ud., que no sólo
defendía a su patria sino al mismo Embajador pese a sus
errores cotidianos. Pero por más “ irresponsable” que sea
un ciudadano tiene el derecho de rebelarse ante la perenne
ineptitud de la parte contraria, a la cual trató de hacerle
ver su política desacertada.
Su carta, señor Osborne, trasunta el pensamiento de
una mente desequilibrada. Al negar sus conceptos verti
dos de viva voz por Ud. en su despacho la tarde del 31 de
enero pasado, no hace otra cosa que confirmar que algunos
funcionarios del Departamento de Estado, son incapaces por
su falta de caballerosidad y hombría, para sostener en cual
quier terreno lo dicho. Siento mucho no haber llevado
conmigo una grabadora. Creí, que toda esta podredumbre
no cabía en mentes más “ cultas” como la suya.
No tengo porque negar, al decirle que en México jamás
estuve para acostumbrarme a la marihuana. Y aunque soy
— 348 —
boliviano, no soy del régimen imperante para hacer lo pro
pio con la cocaína. Tambén puede Ud., negar lo que me
dijo sobre este asunto: “ Las funcionarios del gobierno mexi
cano, especialmente en tiempos del Presidente Alemán, se
enriquecieron con la marihuana; igual cosa sucede en Boli-
via, con la cocaína”. Protesté por su conformismo, pero a
Ud. constaba que su acertó era una realidad. El último es
cándalo Lechín-Osinaga, segundo dignatario de la Nación, le
han dado la razón, y ante la corrupción sostenida por el De
partamento de Estado, no nos queda a los bolivianos otra
cosa que resignarnos, ante la indignidad hecha diplomacia.
No sin razón los EE.UU. día a día vienen perdiendo
más amigos. No me refiero a Bolivia, somos un pigmeo an
te el coloso; China, Laos, Hungría, Cuba, Vietnam, son
muestras patentes de su política desafortunada. Su patria,
señor Osborne, es digna de mejor suerte, fue llamada a ser
la conductora del mundo occidental. Los errores de sus es
tadistas, y la ineptitud de sus diplomáticos nos empujan
cada día más, hacia la brutalidad comunista. ¡Que Dios se
apiade de nosotros!
Ayer “ Presencia” registra la parcialización insolente, que
confirma mis expresiones de mi carta del 18 de febrero pa
sado, que me fue devuelta por Ud., que su Embajador Ste-
phansky, se proclamó “ compañero” de su amo Paz Esten-
ssoro. Igual cosa hizo el traficante Henry Holland. Nada
de lo que provenga de los EE.UU. nos llama la atención, se
cometen tales contrasentidos de esa “ democracia” de Uds.,
los “ gringos”, que si no fueran que promueven en el mun
do entero la desgracia de los pueblos, serviría para editar
revistas y más revistas de tipo humorístico y trágico. No
tengo por qué rendir pleitesía a su patria y menos a Uds.,
señores diplomáticos. No les debo nada, y si algún recuerdo
ingrato tengo para Uds., son los campos de concentración,
— 349
los latigazos que recibí de los verdugos que son sostenidos
por la maldita ayuda americana. Por no ser sirviente de
nadie, y no doblegarme ante nadie, digo al pan pan y al
vino vino.
Puede Ud. devolver esta carta como la anterior. Pero
día llegará y muy pronto que el honor de Bolivia resurja y
mañana, mi pueblo, que es lo único que me interesa, sabrá
si fui yo, su idealista el “ irresponsable” o lo fue el intruso
diplomático que envalentonado por su inmunidad y el favor
oficial de sus patrones, tuvo la osadía de insultar a un ciu
dadano que no hizo otra cosa que hablar con franqueza y
sin tapujo. Un día cualquiera he de publicar estos docu
mentos, para demostrar a mi pueblo, la insolente interven
ción de los funcionarios norteamericanos en los asuntos in
ternos de nuestra patria.
Para terminar, señor Osborne, soy yo, el hijo de esta
tierra mártir, que exijo de Ud., mesura en su corresponden
cia. Su dólar jamás corromperá mis principios.
— 350 —
ca” , de Arequipa, de fecha 30. Los acompañantes del se
ñor Peter, eran el Jefe de Seguridad del Palacio de G o
bierno Oscar Araño Peredo, y los militares Antonio Tovar
Piérola, Edgardo Franco Molina, Eduardo Suárez, Angel Mé
chate Zambrana. ¿Cuál era la misión del Vicecónsul? Alla
nar ante las autoridades peruanas el trámite legal. Pues allí,
en el Perú, también los yanquis mandan. ¿Por qué, el go
bierno del señor Belaúnde no reconoce a la Junta Militar?
Porque aquel gobierno coadyuvó al corruptor prófugo para
la masacre, y ahora proteje a éste, por las influencias del ex-
Embajador Juan Luis Gutiérrez Granier, que tiene ante el
señor Belaúnde, con quien lo unen lazos familiares. ¿Quién
es el pariente del presidente peruano? Juan Luis Gutié
rrez Granier, el asesino de estudiantes del 21 de julio de
1946; el prontuariado en Santiago de Chile, por carterista.
¡Lo que le espera a la sociedad limeña con este sujeto, y su
maestro y mentor Paz Estenssoro1
H ERTZO G Y STEPHANSKY
— 351
recibir a los visitantes en traje sport. En el salón se en
contraba el señor Melville E. Osborne, asesor político de
la Embajada.
El ex-presidente Hertzog se sentó en un sofá y a su la
do izquierdo lo hizo el Dr. Rivera. Al lado derecho se
ubicó el señor Stephansky, el señor Osborne quedó frente
al Dr. Hertzog y yo procuré colocarme en un sitio que me
permitiera ver y oír a todos. Era la primera vez que asistía
a una reunión semejante.
Un mozo se presentó trayendo whisky. El dueño de
casa nos preguntó si bebíamos y los tres visitantes preferi
mos tomar café, en tanto que el embajador y su asesor po
lítico se servían whisky.
La charla la comenzó el embajador indicando al Dr. Llert-
zog que había deseado conocerlo antes por haber oído ha
blar mucho de él. Luego dijo: “ Cuando el amigo Landí-
var me pidió esta reunión no vacilé en aceptarla. Permí
tame Ud., Presidente, que lo llame así, porque en mi país
el ciudadano que llega a ocupar la primera magistratura de
la república se queda con el título en forma vitalicia” .
El Dr. Hertzog agradeció las palabras del señor Ste
phansky y le manifestó que él también tenía deseos de co
nocerlo y hacerle saber de viva voz la tragedia que sufría
Bolivia bajo el régimen movimientista. “ Esta es la segun
da vez, le dijo, que vengo a tratar este problema de mi pa
tria con el máximo representante de los EE.UU. y lo hago
en la esperanza de que se comprendan nuestros puntos de
vista y se vea con exactitud el pavoroos panorama político
de mi país que muy frecuentemente se oculta a los ojos de
los representantes extranjeros. Con el primer embajador
que he hablado de ésto fue con su antecesor el señor Philip
Bonsal” . El Dr. Hertzog, ingresó luego de lleno a hacer
conocer sus puntos de vista. Analizó primero lo que fue
— 352 —
el M.N.R. en su primer gobierno de 1944, cuando las in
fluencias eran principalmente nacifascistas; luego describió
lo que fue en la oposición, haciéndole notar la evolución
de su pensamiento político que se inclinaba cada vez más
hacia el comunismo, hasta haberse producido en 1951 un
pacto con el Partido Comunista para obtener que esta or
ganización política apoyara a Paz Estenssoro en las eleccio
nes a condición de que este señor aplicara la Nacionaliza
ción de Minas, la Reforma Agraria, la Reforma Urbana, la
Reforma de Educación, el Voto Universal, etc., etc. Le hi
zo notar que ninguno de estos puntos figuraba en el pro
grama del M.N.R. y que, en cambio, todos ellos estaban en
el programa comunista. Al hablar del M.N.R. en el gobier
no y demostrar que estaba cumpliendo al pie de la letra el
programa comunista que había aceptado en 1951, hizo una
descripción de los atropellos cometidos contra la libertad de
los ciudadanos por Paz Estenssoro y Siles Zuazo y la crea
ción del Control Político y los campos de concentración pa
ra acallar la opinión democrática. En ese momento el señor
Stephansky hizo la primera interrupción, con visible disgus
to ante el análisis objetivo del Dr. Hertzog, y le dijo: “ Per
mítame Presidente decirle que antes del 9 de abril existía
una explotación de los trabajadores y los indios eran trata
dos como esclavos sometidos al látigo de los oligarcas y de
los grandes “ barones del estaño” que tenían derechos abso
lutos en Bolivia” .
El Dr. Hertzog le manifestó tranquilamente que lamen
taba que un representante diplomático en lugar de documen
tarse objetivamente sobre la realidad del país ante el cual
estaba acreditado, repitiera como un disco la cantaleta de
los jerarcas del régimen con sus propias palabras, para jus
tificar sus atropellos, añadiéndole que no habían vacilado en
llenar al país con sus calumnias y en atribuir a gobernantes
— 353 —
y gobernados lo que el Movimiento quería, en beneficio de
sus ideas y su propaganda políticas. Le manifestó que ni
los llamados “ barones del estaño” tuvieron la ingerencia que
se decía en la vida política del país ni existió la explotación
de las que hablaba ya que antes de la revolución el sueldo
promedio de un maestro era tres veces mayor que el actual
y el salario de un obrero cuatro veces más grande, si se
tomaba el valor real de la moneda y no el valor nominal,
producto de la desvalorización monetaria. Aquí se produjo
la segunda interrupción del señor Stephansky quien dijo que
ahora los campesinos tenían bicicletas y máquinas de coser
y usaban zapatos en vez de andar descalzos como antes.
El Dr. Hertzog le expresó que esas eran fábulas de los pro
pagandistas del régimen y que bastaba ver las fotografías de
las concentraciones campesinas en favor de Paz Estenssoro
para comprobar que ninguno de los manifestantes indígenas
usaba los zapatos que decía el embajador. En cuanto a las
máquinas de coser dijo que eran tan pocas, lo mismo que
las bicicletas, que más constituían una propaganda que una
realidad. Siguió extendiéndose en la opresión que reinaba
en toda la república, la falta de garantías para quienes no
pensaban lo mismo que el gobierno y el concepto que se
iba creando en el pueblo de que la ayuda americana en
lugar de servir los intereses populares no era otra cosa que
una ayuda política a un régimen despótico. El Dr. Rivera,
el Sr. Osborne y yo seguíamos la escena con curiosidad y
con cierta inquietud, porque presentíamos por el tono de
las respuestas y lo tajante de las expresiones que estábamos
llegando a un punto culminante. Stephansky hizo una des
carada defensa de la acción gubernamental y se extralimitó
realmente en sus apreciaciones sobre la labor del gobierno
de Bolivia al cual lo consideraba no solamente competente
sino popular. La perorata de Stephansky parecía una lec-
354 —
ción aprendida de memoria; era la repetición exacta de to
do lo que decía el periódico oficial y de lo que contenían
los discursos de los jerarcas de aquel partido. El doctor
Hertzog, cuando Stephansky terminó su fogoso discurso, le
dijo: “ Seguramente sabe Ud., señor embajador, que cuando
la Iglesia Católica quiere elevar a los altares a un siervo de
Dios por sus virtudes, hace un proceso sumamente severo
para analizar cada una de ellas y nombra una especie de fis
cal con objeto de llegar a la verdad. Este personaje, encar
gado de la investigación más severa, se llama, en términos
técnicos, el “ Promotor de la F e ”, y, en términos vulgares,
el “ abogado del diablo”. Como yo creo que Ud. quiere lle
gar de todas maneras a conocer la verdad del problema bo
liviano me alegro que haga Ud. el papel de “ abogado del
diablo ” .
— Yo no soy abogado del diablo, gritó el señor Ste
phansky, con la cara congestionada de furia, ni quiero serlo.
— Entonces el asunto es peor, señor embajador, con
testó el doctor Idertzog; quiere decir que si Ud. no acepta
ser “ abogado del diablo” está prestándose al ingrato papel
para un representante diplomático, de hacer de abogado del
M.N.R. Con razón en Bolivia se habla tanto de la compli
cidad de algunos funcionarios de su embajada con el actual
gobierno. Ustedes se empeñan en no ver la realidad y uti
lizan como única fuente de información la palabra oficial,
siempre interesada, o la de sus voceros pagados de la prensa
oficial. No sé si ha leído Ud. un famoso libro que se llama
“ Una nación de borregos”, en la cual su autor, un norte
americano, muestra con claridad la enorme ingenuidad de los
diplomáticos de su país en Laos. Si Ud. cambia el nombre
de esa nación por el de Bolivia y los nombres de los repre
sentantes estadounidenses en ese país por los que se en
vían acá tendremos un cuadro igual” .
— 355 —
El embajador manifestó que había leído el libro pero
que él creía que el autor faltaba a la verdad. El Dr. Hert-
zog le replicó que en su concepto la comparación que se ha
cía en el libro era perfectamente exacta. Stephansky dijo
entonces: “ Si existiera el comunismo en Bolivia como Ud.
dice, no cree que la reforma urbana ya se habría realizado?”
Hertzog le replicó que la reforma urbana no se había he
cho no por falta de ganas del gobierno sino porque la
Nacionalización de Minas, la Reforma Agraria y todas las
demás medidas revolucionarias habían sido tan desatinadas
que las poblaciones habían hecho llegar a los personeros del
régimen un clamor unánime de protesta acerca del desastre
que significará esa bárbara etapa del colectivismo marxista
y por eso no se habían atrevido a ejecutarla y le añadió
que sin embargo existían numerosos abusos urbanos uno de
los cuales prefería que fuera narrado por mí.
Tomé la palabra y expresé al señor Stephansky lo si
guiente: ”E1 gobierno boliviano, señor embajador, no nece
sita llegar a la reforma urbana pues para él es más fácil,
meter a la cárcel al propietario y luego de torturarlo hacerlo
firmar la transferencia de sus propiedades. En el caso par
ticular mío, fui obligado a transferir mi casa después de
muchas palizas, y muchos de los amigos que militan en la
oposición han corrido igual suerte. Los revolucionarios bo
livianos son aun más crueles que los castristas en Cuba.
Estos lo hacen de frente, los de aquí lo hacen solapada
mente” .
El embajador Stephansky miró su reloj y el Dr. Hert
zog miró el suyo. Se veía a las claras que la conversación
no podría proseguir mucho tiempo más ya que había des
aparecido la cordialidad. El Dr. Hertzog le dijo: “ Pese a
todo, quiero repetir a Ud., señor embajador, lo que le dije
al comienzo, que soy un sincero amigo de los EE.UU. y que
356 —
me duele que en vez de ganar más amigos en Bolivia los
vayan ustedes perdiendo día a día, pues no irá Ud. a creer
que los personeros del gobierno son sus amigos. Les pi
den dinero, lo gastan alegremente y se ríen de ustedes. Pa
ra ellos, comunistas como son o “ Compañeros de ruta”, sus
amigos son los soviéticos y no los norteamericanos” . En
tonces se levantó el doctor Hertzog y nosotros para despe
dirnos.
Eran las 12 de la noche cuando abandonamos, sin du
da con beneplácito del dueño de casa, la residencia del señor
Stephansky. La sensación que esa conversación nos había
dejado a todos era deprimente. Stephansky no parecía el
representante de una gran nación como son los EE. UU.
sino un “ compañero” más de Paz Estenssoro, como lo fue
ron Sparks, Henry Holland y tantos otros. Yo tenía ci
frada una vaga esperanza de que esta entrevista hubiera
asegurado un cambio en la política del diplomático ameri
cano y me quedé pensando en la verdad que representaba el
que “ gracias a los informes falsos de algunos diplomáticos
americanos en Bolivia y al dinero de los contribuyentes el
comunismo se desarrollaba con más rapidez y eficacia” , co
mo le dijo el Dr. Hertzog.
Posteriormente se publicó que el señor Stephansky ha
bía sido separado de su alto cargo en el Departamento de E s
tado por manejos indecorosos en materia de dinero.
( “ Dime quienes son tus amigos y te diré quien eres!”
habría sido el caso de decirle).
— 357
LAS UNIVERSIDADES
— 338 —
invadieron los claustros universitarios e impusieron su “ sa
ber”, es decir la inmoralidad y el crimen, a tiros y a palos.
Las universidades de Bolivia, fueron sometidas y vio
ladas por las turbas alcoholizadas e ignorantes. El gran
estadista inglés Disraeli, se había equivocado al decir que “ la
ignorancia no es capaz de construir absolutamente nada” .
En Bolivia, esa ignorancia comenzó a construir bajo la di
rectiva comunista-movimientista la nueva clase, la nueva oli
garquía de los hombres sin Ley y sin Dios. Era la Revolu
ción en marcha.
Doloroso fue para nosotros presenciar el sometimiento
de esa juventud estudiosa. Los amigos universitarios que
allí en los campos de concentración se consumían esperan
zados en su pronta liberación fueron abandonados por las
nuevas promociones a sueldo. Desgraciadamente, los que
quedaron en las universidades fueron los cobardes, los que
se vendieron por dinero o por viajes de turismo a la Cor
tina de Hierro. Sometió el gobierno a los dirigentes me
diante el soborno de sus conciencias y con el temor. Más
de una vez vimos en la presente fotografía del “ verdugo
oficial” , San Román, entregando a ciertos estudiantes el
cheque de los treinta dineros de su cobardía. Y cuando al
gún estudiante se negaba a seguir las consignas gubiernis-
tas, no se trepidó en mostrar la mancha de la deshonra de
los pobres muchachos. “ Estamos construyendo el futuro de
la patria”, decían los verdugos. ¡Tremendo futuro el que
nos espera, amasado de cobardía y de venalidad! No sería
esta corrupción de la juventud bastante para demostrar que
en estos gobernantes no cabía patriotismo, cuando así de
formaban los espíritus en su misión histórica de ser los go
bernantes del mañana? Para Paz Estenssoro y Siles Zuazo,
la patria boliviana nunca existió, su verdadera patria pare
cía Rusia.
359 —
Y así han ido pasando los años, once largos años, en
la que el país se ha ido sumiendo en la abyección. Lo más
granado de su juventud ha sido destrozada o asesinada en
las calles. Mientras tanto la mayoría de los estudiantes uni-
verstiarios ha permanecido indiferente a las desgracias na
cionales. Cuando se trataba de convencerlos de su mala
labor se escuchaba esta respuesta que desgraciadamente es
la idea de muchos: “ Los tiempos han cambiado, ahora los
estudiantes no nos metemos en política. Si los políticos
quieren derribar al gobierno comunista, que detenta el po
der, que lo hagan, nosotros permaneceremos en las univer
sidades” . Estas fueron por ejemplo las palabras del di
rigente universitario señor Viscarra, que demuestra la fal
ta de sensibilidad y visión de los muchachos. Es la tesis
de cualquier derrotado que se convierte en derrotista. Lo
sé a este muchacho un demócrata. Pero de esta clase de
demócratas sin fuego sagrado, que preparan con su indolen
cia el sometimiento de los pueblos a la dominación comu
nista, está llena la U.M.S.A. Ven venir el desastre, lo pal
pan pero mientras no sientan en su cuerpo el látigo nada
harán para detenerlo o para extirparlo. Y cuando lo sien
tan ya será tarde para hacer nada. Es la generación de
mañana.
Es la primera vez que en Bolivia los gobernantes se
han dado a la tarea de halagar a los jóvenes estudiantes con
viajes y prebendas. Para no infundir sospechas, el gobier
no los hace invitar por medio de gobiernos amigos y espe
cialmente por los Estados Unidos. Estos muchachos se
sienten importantes, “ tomados en cuenta” , y se someten.
Más tarde vienen las invitaciones a la Unión Soviética y la
China. En tiempo de la llamada “ oligarquía” estos viajes
inoficiosos, no se realizaban por dos simples razones: los
gobiernos anteriores por mucho que se los calumnien, eran
— 360 —
honestos y no se atrevían a corromper a quienes mañana
serían gobernantes, y segundo el poco dinero de que dis
ponían era invertido en otras obras o en mandar a algunos
técnicos a especializarse, pero no a turistas.
Los jóvenes universitarios, tienen, pese a su poquedad
y desesperanza, una deuda para con la patria y con nuestro
pasado histórico. Deben reaccionar si mañana no quieren
ser despreciados por su pueblo, ni que los alcance la mal
dición que sin duda están lanzando desde su tumba sus
camaradas que yacen en el camposanto por no haber que
rido vivir el estado amoral, que ellos han aceptado por una
migaja o cobardía.
Bolivia adolorida y acongojada espera de su juventud
estudiosa su liberación, aun es tiempo de encontrar el ca
mino de la decencia y la libertad. Siempre hay tiempo pa
ra las causas justas.
LIBERTA D D E PRENSA
361 —
mecanismo es bastante conocido: Se negaba a los diarios que
no el eran muy adictos la cuota correspondiente o la dis
minuían y en cambio se aumentaba la de los periódicos
amigos. Otras veces, ejemplo “ El Diario”, se le concedían
divisas bartas, se les hacía endeudarse y luego con pliegos
de cargo se imponían condiciones. Es de justicia declarar
que, pese a la malísima conducta de Mario Carrasco, ínti
mo amigo de Lechín, tanto su padre, don José, como su
hermano Jorge, con sus valeroso editorialista don Jorge Var
gas Guzmán, supieron conservar con dignidad el diario.
Desaparecida “ La Razón”, “ El Diario”, que por derecho
natural es el “ decano” de la prensa nacional, comenzó en ar
tículos encomiables y terminó con un servilismo irritante.
Todo lo del gobierno era bueno, callaba los latrocinios, dis
minuía la gravedad de las estafas fiscales, atenuaba la gra
vedad de los atropellos. Su impopularidad se hizo evidente
hasta que — después de haber obtenido inmensas cantidades
de divisas— se logró poco a poco rectificar su línea, lo que
se logró después de haber dejado la dirección Mario Ca
rrasco.
El vespertino “ Ultima H ora”, mediante la coacción,
fue obligado en los primeros años revolucionarios a “ alqui
larse” . Su dueño tuvo que refugiarse en la Embajada de
España. Tuvo que dar ese paso antes que su periódico
corra la misma suerte que “ La Razón” .
En 1956, vuelve “ Ultima H ora” a salir bajo la direc
ción de sus antiguos propietarios. Su actitud es netamen
te independiente, ni a favor ni en contra del gobierno pero
con el tiempo fue tomando el verdadero camino que le co
rresponde y como es natural censura los desaciertos del régi
men imperante. Ha sido un valeroso defensor de la lega
lidad y no ha vacilado en denunciar los atropellos econó
micos, ni los políticos.
— 362 —
Un día de marzo de 1958, este vespertino sacó un
editorial que conmueve a la ciudadanía por lo certero y va
liente sobre el retorno del ex-presidente Paz Estenssoro. El
gobierno reacciona y manda a atacar la administración del
periódico y lograr herir a varias personas. Se comete más
de un destrozo en la maquinaria. El encargado de la mi
sión vandálica fue el ya conocido agitador Fellman Velarde,
apoyado de los matones Rolando Requena, Huáscar Suárez,
Rosales y un centenar de agentes del Control Político. Ter
mina la jornada “ heroica”, estos enemigos de la prensa ame
nazan al dueño del diario, don Alfredo Alexander y su direc-
tor> don Moisés Alcázar, con castigarlos, incluso con la
muerte, si se atreven nuevamente a sacar el periódico. El
conflicto queda planteado.
Visité a los señores Alexander y Alcázar para aportar
el apoyo de mis amigos y el mío y les ofrecí estacionar gen
te al día siguiente en el edificio de “ Ultima H ora” y no
permitir un nuevo atropello por los violentos. El ofreci
miento fue aceptado pero con la condición de no portar ar
mas ni provocar ni responder a las provocaciones. Les ase
guré que así se haría.
Al día siguiente estuvimos muchos centenares de hom
bres en toda la extensión de la cuadra, listos para repeler
cualquier agresión en forma violenta. Unos cincuenta ha
bíamos ido armados y esperábamos poder, si la suerte nos
ayudaba, encender la chispa. Se nos presentaba además la
oportunidad de sentarles la mano a los gubiernistas y está
bamos dispuestos a hacerlo. Hizo la mala suerte que los
atacantes del día anterior viendo la decisión nuestra y el
apoyo popular que nos alentaba, optaran por no hacerse pre
sentes. Salió “ Ultima H ora” , como de costumbre, y nunca
más fue atacada por los foragidos.
— 363 —
I lay que reconocer la decisión de luchar de su propie
tario, señor Alexander y su co-director, señor Alcázar, a
quienes desde estas líneas pido disculpas por haber desobe
decido ese día sus recomendaciones sobre las armas.
Del diario oficialista “ La Nación” solo diré dos pala
bras; sale todos los días vertiendo veneno.
El semanario comunista “ El Pueblo” es un pasquín sub
vencionado por el gobierno para atacar a los gobiernos an
teriores y también al mismo gobierno Paz-Siles, con la fi
nalidad de impresionar a la Embajada Norteamericana y “ de
mostrar” que no son comunistas y que por eso ese semana
rio los ataca.
En todos los demás departamentos solo salen a luz dia
rios oficialistas. En Cochabamba, después de haber sido in
cendiado por orden de Fellman Velarde el diario “ Los Tiem
pos” , de propiedad del gran periodista don Demetrio Ca
nelas, no ha vuelto a salir otro diario que no sea guber
namental.
En cuanto a los señores periodistas, es doloroso cons
tatar que unos se vendieron al gobierno y otros se fueron
del país. La falta de garantías los alejó del puesto del
deber.
No hace mucho ha salido a luz otro diario católico
“ Presencia” , que valientemente sostiene la lucha desigual
con el gobierno. Se lo quiere callar por la persuación y
ahora hasta con la metralla. A raíz de los asesinatos del
19 de abril, este diario ha venido registrando las noticias
tal como eran y no a gusto del gobierno. Este optó por
mandar a sus milicianos a ametrallar sus instalaciones.
Como siempre, el régimen niega su participación en
aquel atentado. Pero la verdad es que solo los hombres del
gobierno son los que manejan armas y cometen los crímenes
impunemente. El silencio se ha hecho sobre el ametralla-
— 364 —
miento del diario “ Presencia”, no sería de extrañar que ello
se deba a la “ mediación piadosa de Monseñor Antezana” .
La libertad de prensa en Bolivia no existe, así como
tampoco existe la libertad de reunión y poco a poco va
desapareciendo incluso el derecho de pensar. . . Nuestro
pensamiento es “ adivinado” por los gubiernistas dotados de
facultades sobrehumanas y recibimos la consabida sanción,
palizas, cárceles y muerte “ repentina” por una bala perdi
da, disparada por algún miliciano, por haber pensado mal
del gobierno.
Antes de terminar, he de hacer mención al atentado
cometido en las elecciones de junio de 1956, cuando un mi
liciano hirió gravemente a un periodista uruguayo. El
atropello fue aceptado y silenciado por el periodista que ja
más protestó. Le parecieron jugosos los seis mil dólares
con que el gobierno de la revolución premió su silencio.
— 365 —
ron muy mediocremente sin que haya que excluir al mismo
I Embajador de los Estados Unidos, Edward S. Sparks. Casi
todas parecieron entregarse a la causa del gobierno abierta
mente, extralimitándose en sus pedidos de licores y artefac
tos. Hubo diplomático de país sudamericano que incluso
recibió dólares de Paz Estenssoro para hacer sus pedidos.
Era la mejor manera de cerrarle la boca.
La parcialidad del Cuerpo Diplomático con el gobierno
quedó muy pronto demostrada. Los jerarcas del partido go
bernante, con la complacencia de los señores diplomáticos
que no hicieron ninguna observación, pusieron a sus auto
móviles “ chapa diplomática” . Los gubiernistas temían ser
echados cualquier día del gobierno por el pueblo y creían
asegurarse una fácil huida mediante el ardid de la chapa di
plomática que ellos sabían que era lo único que podía sal
varlos de la ira popular permitiéndoseles llegar a un refugio
en cualquiera de las Embajadas.
Sólo un incidente sumamente grave y que casi costó la
vida al Embajador de Costa Rica, doctor Jorge Villalobos,
hizo que el Cuerpo Diplomático pidiera a Paz Estenssoro la
suspensión del uso de la famosa chapa.
Un día se declararon en huelga los constructores de La
Paz y salieron en manifestaciones. En esto pasó por la mis
ma calle un auto con chapa diplomática y algunos de los
huelguistas incitaron a los manifestantes a quemar el auto,
que según él era del Alcalde, arengando a sus amigos así:
“ No se dejen engañar compañeros, mientras nosotros esta
mos sin poder llevar a nuestros hijos el pan, los jerarcas
del partido se pasean en sus lujosos automóviles con chapa
oficial. Este auto es del Alcalde y debemos quemarlo”. La
incitación tuvo su efecto de inmediato, los manifestantes ro
dearon el auto y lo apedrearon y momentos en que iba a ser
incendiado, el embajador Villalobos muy a duras penas pu-
366
do convencer a esa muchedumbre de su condición diplomá
tica. El doctor Villalobos salvó la vida, pero nadie le sacará
de encima los repetidos golpes que recibió antes de ser re
conocido.
Debido a la sañuda persecución política contra los anti
comunistas, en éstos once años, las embajadas han sido ase
diadas continuamente por la gente perseguida que iba en
pos de asilo político. Las únicas embajadas que siempre es
tuvieron abiertas con amplio espíritu cristiano fueron las de
Argentina, Venezuela, Uruguay, Colombia, Paraguay y des
pués de la caída de Arbenz, la de Guatemala. La Embaja
da de Chile que estaba encargada al señor Alejandro Hales,
en repetidas oportunidades rechazó a los que allí llegaban.
Sólo el 22 de septiembre de 1956, aceptó una gran cantidad
de asilados, pero con la condición de que éstos se llevasen
desde el desayuno hasta la comida, pues la embajada no les
daría ni una Coca Cola. Lo que no fue óbice, según cuentan
para que el señor Hales presentara a su gobierno una cuen
ta por varios millones de pesos chilenos por “ manutención
de asilados”. La ganancia obtenida por dicho representante
diplomático fue de mil por cero. La prensa chilena registró
en sus columnas esta afirmación mía en octubre de aquel
año 1959.
Las embajadas que se parcializaron más abiertamente
con Paz y Siles, fueron las del Brasil y el Perú, que en re
petidas oportunidades se negaron a recibir a los que allí lle
gaban y más de una persona fue tomada presa por los agen
tes del gobierno cuando eran arrojados de sus sedes diplo
máticas.
La complicidad del Cuerpo Diplomático con los gobier
nos de los señores Paz Estenssoro-Siles Zuazo los pone en el
dilema de que cualquier día la sanción popular llegue hasta
ellos inconcientemente o tal vez concientemente. Y los en-
— 367 —
cargados del desborde serán el propio gobierno, como ya lo
anunció el ex-presidente Siles Zuazo en su amenaza pública,
cmindo dijo: “ Que un día cualquiera, cuando a él le venga
en gana, mandará a sus milicianos a acabar con la “ oligar
quía que vive en los barrios residenciales” . Y es precisa
mente en éstos barrios donde residen los señores diplomáti
cos. Las turbas alcoholizadas no van a averiguar si tal o
cual casa pertenece a un particular o a un embajador. Sus
mujeres, sus hijas y ellos mismos serán violentados y por
mas que traten de identificarse no lo conseguirán, pues es
sumamente difícil convencer a las turbas y más difícil aún
si éstas se encuentran dirigidas por los comunistas.
Dios no permita que esto suceda, pero la amenaza ha
sido lanzada. Y cuando Siles Zuazo, enfermo de espíritu,
se propone destruir algo que a él le obsesiona, lo realiza.
— 368 —
den su conciencia sea por una mujer por una partida de pe
sos o simplemente por un suculento cheque en dólares.
Estas afirmaciones son hechas sobre la base de realida
des comprobadas.
1. — Bajo el primer gobierno del M.N.R. las repúbli
cas americanas se negaron a reconocer al gobierno “ de facto”
presidido por el mayor Gualberto Villarroel, tachado fran
camente de pro-nazi. Seis meses duró el boicot, hasta que un
día el Departamento de Estado de los Estados Unidos mandó
una comisión presidida por Mr. Avra Warren, para ver la
realidad boliviana bajo el nuevo gobierno. Los gobernantes
bolivianos entre los cuales estaba Paz Estenssoro al conocer
al personaje encargado de darles el certificado de buena con
ducta, no vacilaron en averiguar su vida y milagros y sus
debilidades. Así, cuando arribó a La Paz, el señor Warren,
se encontró asediado por una atractiva e inteligente mujer,
lo demás fue cosa fácil de conseguir. La “ investigación”
tuvo un éxito rotundo, para el acusado naturalmente.
2. — En el segundo gobierno del M.N.R. bajo la pre
sidencia de Paz Estenssoro, llegó otra comisión de la Cruz
Roja Internacional para investigar los campos de concen
tración y el estado de los presos políticos recluidos. Los
personeros de esta comisión, a quienes les conocimos las
caras en el campo de concentración de Corocoro, informa
ron que no era un campo de concentración y que los que allí
estábamos gozábamos de buena salud, teníamos abundante
comida y buenas camas. Es decir, afirmaban precisamente
lo contrario de la realidad pues en ese entonces y aunque
parezca exagerado lo que afirmo no se nos daba ni medio
gramo de pan a los cientos de presos hambrientos y enfer
mos. No se dignaron ni siquiera ingresar al cuartel para
ver la forma en que vivíamos antes de dar su innoble in
forme.
— 369 —
¿Que confianza pueden pues inspirar las investigacio
nes internacionales? ¿Acaso se permite (al menos en el ca
so de Bolivia) a la otra parte defenderse o acusar?
3.— El tercer caso de estas famosas investigaciones in
ternacionales la tenemos con el “ suicidio” del jefe de la opo
sición boliviana don Oscar Unzaga de la Vega. El gobier
no de Bolivia, llama a la OEA, para que “ investigue” la
muerte de los señores Unzaga de la Vega y su secretario
René Gallardo, de quienes afirma desde los primeros mo
mentos que se “ habían suicidado”, para luego acusar a los
señores Julio Alvarez La Faye y Enrique Achá de ser sus
victimarios.
La OEA acepta hacer la investigación pero demora ca
si dos meses en trasladarse a Bolivia. Mientras tanto el
Canciller Víctor Andrade, viaja a los Estados Unidos para
seguir implorando ayuda americana. El secretario de la
OEA, ya comprometido a la investigación del crimen, no
tiene el mayor empacho en dar un almuerzo al presunto
cómplice de la muerte de Unzaga-Gallardo, al Canciller An
drade, o sea que de antemano se parcializa con una de las
partes.
Es como si el juez que atiende una causa por un crimen
y que en estado de dar su veredicto final aceptase asistir
a un banquete ofrecido por uno de los litigantes.
¿Con estos antecedentes podríamos los bolivianos espe
rar sin inquietud el fallo de la comisión de la O EA?
La OEA si no quería hacer el tristísimo papel que se
ha visto obligada a hacer, debía exigir al gobierno boli
viano la suspensión del estado de sitio, el levantamiento de
la censura de prensa y la presencia de personeros de la
oposición, de personeros en plena libertad y no sólo de aque
llos que están en las cárceles, que han sufrido y siguen su
friendo las torturas físicas y las coacciones morales que usa
370
el gobierno contra los detenidos. Lejos de ello los comi
sionados de la OEA han tomado en especial consideración
las declaraciones de testigos presionados. Para los bolivia
nos de hoy, la OEA, es una organización acomodaticia, pre
sidida por un oportunista, José Mora, en cuya boca la pala
bra democracia y libertad, orden y decencia tienen un signi
ficado especial según las ofertas que reciba de los intere
sados.
La OEA ha dado su veredicto a los cuatro vientos:
“ Unzaga de la Vega se suicidó y lo remató su secretario,
quien a su vez se suicidó” . Ha rubricado con su sello el
infame crimen cometido por los señores Siles Zuazo y Wal-
ter Guevara; que cubiertos por la impunidad pueden seguir
adelante. . . La OEA estará siempre dispuesta a acudir de
nuevo a su llamado.
Al llegar al final de esta narración honrada y horren
da en su contenido pero más horrenda por la persistencia
negativa de nuestros hermanos americanos para compren
der y compulsar la noche roja en que se debate un pue
blo en pleno corazón del continente es preciso proclamar a
los cuatro puntos cardinales que no es con el silencio de la
indiferencia que se debe practicar la no intervención. Cuan
do un gobierno tiránico y cruel como el existente en Boli-
via ha conculcado todos los derechos humanos, ese gobier
no debió, por lo menos, ser despreciado moralmente. Pero
la complicidad ideológica de muchos cientos de hombres in
fluyentes de América se mostró impasible y ellos ayudaron
a que la verdad que existía tras la “ cortina de estaño” no
fuera vista y comprendida por los millones de americanos
que están identificados con el dolor del pueblo boliviano.
Si América aspira a ser en el futuro lo que anhelamos
los hombres libres de este continente, debemos demostrar
nuestra solidaridad a los pueblos y no a los gobiernos con-
— 371 —
culi adoros. Una nación, no es un grupo gobernante, es
un conglomerado de habitantes que unas veces tienen la
suerte de elegir a sus mandatarios y otras veces la desgra
cia de caer en manos de los demagogos. Entre éstos y la
mayoría del pueblo existe una diferencia fundamental.
A mis hermanos bolivianos yo les pido que tengan fe y
confianza.
Los jóvenes falangistas que conservan la memoria de su
jefe mártir Oscar Unzaga de la Vega y sus valerosos lugar
tenientes caídos en toda esta larga etapa de desastre nacio
nal, con su legendaria frase en los labios “ Por Bolivia” , de
ben pensar que es necesario unir todas las voluntades, despo
jarse de toda ambición partidista o personalista y mirar, úni
camente, los sufrimientos de Bolivia, para mitigarlos.
Los hombres a quienes se califican como “ hombres del
pasado” deben ayudar a salvar de la hecatombe al pueblo
boliviano, sin tomar en cuenta otra que el porvenir. ¡De
ben ser los más comprensivos por ser los más experimentados!
Siento admiración tanto por los jóvenes falangistas, cu
ya gesta aunque desgraciada, fue ejemplar, como para los hom
bres de los partidos tradicionales, que pese a sus errores hu
manos, permitieran que Bolivia viviera con libertad, con justi
cia y con fe en el porvenir.
Traicionaría mi conciencia y mi fe patriótica si dejara
sin mencionar a los fríos y tibios, a los indolentes a quienes
sólo les importa su interés o sus intereses. En la hora de
la desesperanza y la angustia quisiera decirles: “ Calentad vues
tro cuerpo y vuestro espíritu con la agonía de la patria, no
os quedéis inertes en el palacio de mármol desde donde con
templáis la tragedia del pueblo que ayer creyó en vosotros;
dad algo de lo que ella os dio en sus días venturosos” .
Yo creo, por mi fe en Dios, por mi patria y por los mi
les de muertos que yacen intranquilos en sus tumbas, caídos
372 —
en defensa de Bolivia, que mañana, cuando la luz se haga en
las mentes y vuelva la paz a nuestra patria, levantaremos, to
dos juntos la Bolivia del futuro y en el historial de los hé
roes no serán olvidados los que aunque tarde pusieron su
fe, su voluntad y sus fortunas, por algo imperecedero como
es la felicidad de las generaciones futuras.
Y a los señores movimientistas habría que decirles que
les queda un camino para rectificar sus errores. Si quieren
salvar a sus hijos y a sus nietos de la vergüenza que se cier
ne sobre ellos por las monstruosidades cometidas por sus pa
dres o abuelos, y no quieran recibir a diario el escupitajo de
los hijos de sus víctimas, deben alejarse de ese partido que ha
corrompido sus almas convirtiéndolos en traidores de su pa
tria. Si no pueden empuñar las armas contra los verdugos
de la patria que no la vuelvan contra sus propios hermanos
que quieren salvarlos a ellos y a sus descendientes.
373 —
Quiso y obtuvo la prórroga presidencial. Su engrei
miento ha sido coronado con un “ rotundo triunfo electo
ral” . Que Dios lo guarde!
Los partidos tradicionales, una vez más se abstuvieron
de concurrir a la farsa electoral. Falange Socialista Boli
viana, i or fin comprendió que este era el camino que debió
seguir desde 1956. Los Social Demócratas, dirigidos por
Reme Di Natale (elemento salido del seno del M NR) tam
bién se abstuvieron igualmente. El PRIN de reciente crea
ción por Juan Lechín Oquendo y el PRA de Guevara Arce.
El ex-presidente Siles Zuazo, llegó apresuradamente de
España, para convencer a Paz Estenssoro de la inconvenien
cia de ir a la prórroga. Calculó mal y pisó en falso. El
quería ser el hombre de transacción, creyó que su Jefe Paz
Estenssoro le debía algo. . . él le había dado la presidencia
a aquél en dos oportunidades, y se creía heredero de la mis
ma, pero su ambición, su hora había pasado. Político me
diocre y sin ápice de patriotismo, luchaba solo por pasar a
la historia como presidente “ constitucional” por dos perío
dos. Vulgar intrigante, falso y cínico, este pobre hombre,
sólo pudo llegar a la presidencia de la república porque el
pueblo había sido corrompido, extenuado, empobrecido y
humillado. Y en un pueblo casi ven cido ... ¡los canallas
hacen de las suyas!
Ante la abstención general, Paz Estenssoro se vio for
zado a buscar inmorales a quienes comprar para que le hagan
el juego “ democrático”. Consiguió dos pequeños grupos.
Uno de ellos, el conocido y ya famoso ex-mayor Alber
to Taborga, fue uno de los preferidos. Su condición mo
ral ya era tan conocida que fue presa fácil. Se vendió por
una miserable suma y fundó un “ partido” el Frente Anti
comunista Boliviano. Los millones que recibió, los convir
tió en dólares para cuyo objeto se trasladó a Lima, de don-
— 374
de regresó diciendo a sus amigos que una firma americana
le había dado dinero para presentarse a las elecciones del
31 de mayo. Este grupo, vilmente engañado por Taborga,
hizo el juego a Paz Estenssoro y ni siquiera sacó una dipu
tación conforme le había sido prometido.
El segundo grupo, formado de la noche a la mañana,
la Unión Cívica Nacional, estaba dirigido por los traidores
coronel retirado Santiago Pool Barrenechea, Mario Ocampo
Castillo, Juan Chacón, Arcadio Peña y Rolando Vásquez. E s
te último autorizado por mi persona para seguir los pasos a
los anteriores.
Este grupo tomó contacto con Paz Estenssoro, por in
termedio de Alfredo Franco Guachalla, y se concertó una
entrevista para la noche del día 11 de mayo en casa del ra
dioperador Dávila en la calle Iturralde de Miraflores. La
entrevista debió efectuarse a horas 8 de la noche. En vis
ta de que Paz Estenssoro no llegó a la hora indicada, el
dueño de casa, Dávila, rodó la película sobre la visita de Paz
a Estados Unidos.
A horas 10, llegó Paz Estenssoro e ingresó directamen
te al cuarto donde sus invitados lo esperaban muy distraí
dos. Después del saludo protocolar, se entró de lleno al
“ negocio electoral” .
El primero en comenzar la charla fue el coronel Pool
Barrenechea, quien, todo tembloroso, hizo entrega a Paz E s
tenssoro de un papel con las “ condiciones” que ponían al
gobierno “ aquel grupo de cinco tunantes” para ir a las elec
ciones. Exigían la bicoca de cincuenta mil dólares y cinco
diputaciones seguras.
Paz Estenssoro, hizo un análisis de la situación econó
mica por la que atravesaba el país y su partido, y les comu
nicó la imposibilidad de poder dar esa cantidad de dólares
y les ofreció la suma de DOSCIENTO S M ILLO N ES “ pa-
— 375 —
pulcros” en dos partidas. Al día siguiente cien millones y
el día 15 los otros cien.
Después de regatear un “ poquito” , ambas partes con
vinieron en el pacto. Paz Estenssoro les daría los doscien
tos millones y les aseguraba cinco diputaciones. Los cana
llas, aceptaban esa forma de pago miserable y desde aque
lla noche pasaron a depender del corruptor.
Dirigiéndose a Ocampo Castillo, Paz Estenssoro, le di
jo: “ Espero que ahora mismo comience Ud. a montar su
“ maquinita” pero ya no para los falangistas sino para m í” .
Ocampo Castillo, despotricando contra sus antiguos ca
maradas, aseguró a su nuevo amo que desde ese instante se
ría un incondicional a su persona y que si salía electo di
putado haría en el Parlamento lo que él ordenara.
Luego Paz Estenssoro, analizó la situación de su par
tido y demostrando una confianza conmovedora a sus nue
vos adeptos, les dijo que él sabía muy bien cual era el tiro
de Siles Zuazo. “ Lo que Hernán quiere es sólo sustituir
me y ser el hombre de transacción. Pero yo no puedo darle
gusto, necesito salir electo nuevamente para cumplir la eta
pa de reconstrucción nacional”.
“ En cuanto al señor Lechín, — prosiguió Paz— , me tie
ne sin cuidado, ya me sirvió y ahora no lo necesito y no
volverá al partido. No así Siles y Guevara, éstos tienen las
puertas abiertas y serán bien recibidos si resuelven regresar.”
Al día siguiente, Pool Barenechea y Chacón, fueron los
encargados de recibir los primeros cien millones que les
fueron entregados en cortes de 50 pesos de la nueva mo
neda, de manos del secretario de Paz, Carlos Serrate R. Hu
bo un pequeño roce entre los cinco “ financistas” por el re
parto del dinero, pues, estos dos con Ocampo quisieron lle
varse la mayor parte. Les tocó a cada uno la suma de quin
ce millones, y el saldo sirvió para la compra de una multi-
— 376 —
copiadora y para la propaganda electoral. Salieron afiches
que fueron pegados en las paredes con el slogan de: “ G O L
PE DURO AL M .N .R.” . Estos eran los “ opositores” fabri
cados por el corruptor.
El día 15, el mismo secretario Serrate, entregó a los
mismos Pool Barrenechea y Chacón, los cien millones res
tantes y la repartija se hizo y tuvieron que dar varios mi
llones a algunos miembros del M.N.R. que descubrieron el
juego y los chantajearon.
De las cinco diputaciones ofrecidas, sólo una fue “ ga
nada” mediante el soqueteo de ánforas efectuada en La Paz,
y con las papeletas traídas del Beni por el candidato Ro
lando Vásquez, quien no pudo hacer nada para salir electo
por ese distrito. Ocampo Castillo, fue el agraciado con la
benevolencia del corruptor y los otros quedaron al palo.
Esta fue la “ única oposición democrática” y los Esta
dos Unidos quedaron satisfechos con el gran triunfo de su
pongo Paz E sten ssoro.. .
LAS G U ERRILLA S
377 —
sucumbir, unos cuantos idealistas salen a la lucha, acosan
y mueren por la patria herida.
Paz Kstcnssoro, Siles Zuazo, Lechín Oquendo, Guevara
Arce y un centenar de dirigentes del M.N.R. son un con
glomerado de mala gente. La razón de la existencia de
estos hombres, es el odio y la venganza. Esté'Tlan de ma
fiosos son gente mala pero con suerte. Les tocó actuar en
política cuando el Coloso del Norte, también en sus altas
esferas gubernamentales, anidaban gangsters. Los Holland,
los Stephanskys son de su misma calaña y por lo tanto vi
no la ayuda desmedida no para construir sino para aco
bardar, envilecer y enseñar a un pueblo a vivir de la hol
ganza, factor indispensable para que ellos puedan permane
cer en el poder. Al pueblo se le dio circo y al que menos
trabajaba se le pagaba mejor. Se imponía la ignorancia des-
de arriba para mantenernos en perenne esclavitud y some
tidos e hipotecados por un siglo a la “ bondad yanqui” .
Contra este clan de mafiosos, nacieron las guerrillas co
mo una necesidad nacional. Era la única forma de comba
tir no a una tiranía, pues a Paz Estenssoro, no se lo puede
calificar de tirano. Tirano fue Pérez Jiménez, en Venezue
la; Trujillo, en Santo Domingo; Perón, en la Argentina;
Stroessner, en el Paraguay. Estas tiranías, horrorosas en el
fondo y repudiables en sí, pero fueron tiranías constructi
vas, levantaron de la nada a sus pueblos. Hicieron o b ra s.. .
Paz Estenssoro, no es pues un tirano, es un mero co
rruptor. Corrompe lo que toca. Si algo creó, fue la in
moralidad. No vaciló en corromper a sus propios hijos, obli
gándolos a repudiar a su propia madre, haciéndolos convivir
con su amante. Luego ambos hijos, siguieron la mano “ rec
tora” del corruptor. No vacilaron en matar. Si mataron,
no tuvieron miedo de hacerlo, sabían de antemano que eran
intocables, que la impunidad estaba con ellos, y que por al-
— 378
go su padre, el corruptor, montaba el potro. Era el dueño
de vida y hacienda de la pobre Bolivia.
Así pues, Paz Estenssoro, no es un estadista, es sólo
un vulgar corruptor. No es ni siquiera un tiranuelo, solo
es eso: un corruptor. . .
Las guerrillas en Bolivia, son legales y solo luchan con
tra las fuerzas del corruptor, también lo hacen contra los
mercenarios llevados de Panamá. Pues la ayuda americana
es completa: dólares, armas y ahora mercenarios, en desca
rada intervención en los asuntos internos de Bolivia.
En San Simón, fue abatido el “ asesor” Jackson. En
Apolo se vengaron y la carnicería fue atroz. Se cometió un
verdadero genocidio.
El Virrey Henderson, se dio este título en una reu
nión social. Pues dijo textualmente a la doctora Saavedra:
“ He ordenado al doctor Paz Estenssoro, que ratifique co
mo Ministro de Economía al señor Eduardo Arauco Paz” .
Igual orden debió haber dado para exterminar a los guerri
lleros, e idéntica orden dio a su Vice-cónsul, para que viaje
al Perú el 29 de octubre pasado, a traer armamento para
el corruptor, y con estas armas aniquile a todo el pueblo bo
liviano que luchaba contra su hombre de confianza. Al Vi
rrey Henderson, poco le importa la vida de los bolivianos, él
sólo quiere sostener contra viento y marea a éste aunque
para ello tenga que matar a todo el pueblo.
El creyó que Bolivia era el Vietnam del Sur o el Con
go, jamás pensó que los bolivianos no pueden aguantar in
definidamente la opresión. Creyó que por esa ayuda sumi
nistrada al gobierno del M.N.R., el pueblo tenía que doble
garse y aceptar la imposición yanqui. . .
Que esta derrota que acaba de sufrir el Departamento
de Estado de los Estados Unidos ojalá les sirva de lección
y no vuelvan a cometer tan garrafales errores. Que la ayuda
— 379
no venga acondicionada al sometimiento y la vergüenza, que
ln den sin imposiciones. Si así lo hicieran, en el mundo li-
!>re jamás habrían guerrillas, los pueblos aman la libertad y
jamás se someterán al dólar y al rublo, de esto estoy comple
tamente seguro en cuanto a Bolivia se refiere. Lo hemos
demostrado una vez más. Hoy somos libres con ayuda o sin
ayuda americana. Volveremos a ser un pueblo digno y res
petado por el concierto de las naciones.
Las guerrillas en Bolivia, gracias a Dios, fueron de cor
ta duración. Ellas fueron el fruto de la necesidad colecti
va y ante la desesperanza general. Fue el primer paso ha
cia la libertad que fue completada por la comprensión y el
patriotismo de los Jefes y Oficiales de nuestro glorioso Ejér
cito Nacional.
— 380
paba duramente a los “ valientes” agentes de la temible po
licía política y angustiada les decía: “ Hasta cuando este
odio? ¡Son doce años que llevamos esta vida!”
Tuve que intervenir y rogar a mi pobre hija para que
se calmara y callase; yo temía atropellos mayores ante el sal
vajismo de esos seres acostumbrados como estaban a la im
punidad. Pues ella, su madre y sus otros hermanos esta
ban a merced de esos foragidos. Mis otros hijos lloraban
a gritos. Mi hijo menor, hacía tres días que había sido
operado de la vista por el doctor Pescador, forcejeaba por
arrancarse la venda de los ojos para ver que pasaba. Lo
calmé y besé y le aseguré que volvería pronto.
Me despedí de mi esposa e hijos, y fui sacado de mi
casa estrictamente vigilado por media docena de agentes con
ametralladoras. Antes de partir, el jefe de los asaltantes,
Gómez se sacó las piezas del auricular del teléfono. Fui
introducido a una vagoneta y llevado hacia Calacoto.
En el vehículo, Gómez me hizo una pregunta idéntica
a la del 2 de agosto de 1954, en el Panóptico Nacional:
— ¿Otra vez don Hernán?
—• Así es, — le contesté.
En Calacoto, llegamos a una residencia lujosa que no
conocía. Bajaron varios agentes y se les unieron otros del
jeep que nos seguía, y penetraron a la casa como solo lo ha
cen los ladrones, escalando las paredes. Yo quedé custodia
do por tres agentes más el chofer.
Después de una hora y cuarto de espera, aparecieron los
agentes con una nueva víctima, don Julio Zuazo Cuenca.
Fue subido al mismo vehículo donde me encontraba. An
tes de partir, Gómez dijo a la señora de Zuazo: “ Mate a su
perro, no sirve para nada”. El muy ladino, se refería a
que el manso animal no había ni siquiera ladrado anuncian
do el ingreso de los ladrones.
— 381
Fuimos conducidos directamente al Control Político y
luego pasados a la celda 3, la cual ya estaba habitada por
veinte presos más. Reconocí entre estos a Walter Vázquez
Michel, Arturo Clavel, Jorge de la Vega y otros. Luego
ingresó Amado Rodríguez, Walter Bravo, Jorge Bedregal
Sanjinés, Mario Alarcón Lahore, y otros amigos de Lechín
y Siles. La mayoría de los presos eran falangistas.
Comenzamos a hacer conjeturas del por qué de nuestro
apresamiento. Zuazo Cuenca, deseando demostrar que él
sabía, nos dijo que todo se debía al plan revolucionario que
estaba tramando Siles Zuazo, y que él, había notado al pasar
por ia avenida Arce que la casa de Siles, estaba siendo alla
nada y que no dudaba que aquel había sido apresado. Tam
bién quiso impresionarnos con su “ machismo” y nos dijo:
“ Cuando los agentes estuvieron dentro de mi domicilio, los
increpé y luego les dije que los acompañaría cuando termi
nara de afeitarme y ducharme” .
— ¿Y se lo permitieron? — le pregunté.
— ¡Claro que sí, yo soy quien soy! — me contestó.
— Bueno — le dije— , lo que es a nosotros, siempre
nos sacan en calzoncillos y no nos dan tiempo para nada.
Tuvieron consideración con Ud. porque pertenecen a la mis
ma camada. Naturalmente que no quiero decir que Ud. es
agente, sino que pertenecen al mismo partido.
El doctor Mario Alarcón Lahore, quiso hacer proselitis-
mo aún allí donde la mayoría eran opositores de doce años;
y trató de convencernos de que deberíamos unirnos para de
rrocar a Paz Estenssoro, hablaba a favor de Siles Zuazo. Nos
pidió hacer causa común para salvar al país. Ahora estamos
en iguales condiciones, me dijo.
— No estamos en iguales condiciones, doctor Alarcón,
- le dije. Nosotros somos opositores al régimen desde hace
más de doce años. Ustedes, los silistas, lechinistas y gue-
— 382 —
varistas, son opositores de la víspera. Y no lo hacen por
convicción sino porque les han quitado la mamadera.
— Mire Ud. le seguí diciendo, — y me revolví los bol
sillos— , nosotros no tenemos un solo centavo y si nos sacan
fuera del país, dejamos a nuestras familias sin pan. Pues
ellas viven del duro trabajo que realizamos a salto de mata.
En cambio Uds. no tienen este problema. Tienen dólares
por demás y sus familiares no pasarán hambre, en primer
lugar porque Uds. se han enriquecido desmesuradamente;
luego los compadres que tienen aún en el poder, velarán
por ellas. ¿Ve Ud., doctor Alarcón?, no somos iguales. Ja
más podremos unirnos. Somos demasiado idealistas como
para transigir con los que destruyeron al país. ¿Que están
presos con nosotros? Es cierto, pero por qué, ¿por la pa
tria? No doctor, Uds. están aquí por accidente, han per
dido los favores del amo, porque éste les quitó la mamade
ra. En Uds. no prima la patria sino la figuración personal
y el dinero.
Siguieron llegando más y más presos. La celda resul
taba ya estrecha para los cincuenta que ya estábamos allí.
El último en ingresar a nuestra celda fue un muchachito de
quien no recuerdo el nombre. Las otras celdas también
estaban repletas.
Nos fueron sacando de a dos en dos, y se nos fotogra
fió de frente y de perfil. Todo aquel día la pasamos con
frío y con hambre. Yo me descompuse y comencé a arro
jar; Amando Rodríguez, llamó a la guardia y fui sacado al
patio donde tomé un poco de agua. La cabeza se me partía
por la falta de café, cuando no me sirvo este precioso líqui
do, en verdad que me enfermo.
En la tarde nuevamente fuimos sacados de a uno en
uno. Fui el primero y llegué a la gobernación, donde se
me filió y luego me hicieron firmar un salvoconducto ya
383 —
Ir.lo. i|ii<’ hablan tenido con todas las firmas y sellos corres
pondientes l'.stc salvoconducto era para salir al Paraguay.
Regirse a la celda y comuniqué a los amigos la nove
dad “ Nos sacan al Paraguay” , les dije.
Al atardecer, se nos sacó de la celda y fuimos reparti
dos en las diferentes celdas. Me tocó ocupar la celda 6, y
tuve como acompañante al diputado Ponce García, ai Ta
rugo Bedregal y el dirigente campesino Antonio Espinoza
Wayar.
A las 12 de la noche del día lunes 21, San Román se
hizo presente en cada celda y averiguaba el nombre de cada
uno de los presos. Cuando identifió al diputado García
Ponce, se sonrió y dijo: “ ¿Ud. aquí, diputado? Se trata de
una equivocación. Yo ordené que me traigan a Ambrosio
García. Váyase diputado y discúlpeme” .
Salió García, y tras él salió San Román. Tras de éste,
salió Bedregal, y lo llamó. . . Claudio. . . Este retrocedió
y atendió a Bedregal. . .
— Este es el pago que me dá el gobierno por mis 23
años de lucha a favor del M .N.R.? — le dijo Bedregal a
San Román.
— Ya hablaremos Tarugo, hay denuncias muy graves
contra ti, estas conspirando a favor de Siles, a quien le has
dado dinero. Mañana hablaremos y aclararemos tu situación.
— Pero Claudio, ¿cómo es posible que me tengas pre
so precisamente con gente a la cual he hecho tanto daño?
San Román le aseguró que al día siguiente arreglaría
su situación y dejó completamente abatido a Bedregal.
Cuando la puerta fue cerrada, Bedregal, tomándose la
cabeza con ambas manos, dijo: “ Doy gracias a Dios de estar
preso con Uds. pues así estoy pagando todos los atropellos
que cometí contra Uds.”
— 384 —
El canalla de Paz Estenssoro, nos obligó a tomar pre
so al amigo, a torturarlo y saquearlo y ahora que ya no nos
necesita, nos mete preso precisamente con esa gente a la cual
hicimos tanto mal. El muy maldito, prosiguió Bedregal, al
gún día me las pagará.
Luego nos dijo que era cierto que el viernes 18, ha
bían tenido una reunión en el bufete de Ñuflo Chávez Or-
tiz, donde Siles Zuazo propuso ir a la conspiración para
derrocar a Paz Estenssoro. Que en la misma estuvieron
Zuazo Cuenca, Alarcón Lahore, Carlos Montaño Daza, un
doctor Villarroel, Salinas López y él. Que de toda esta gen
te había que buscar al “ buzo” . El sospechaba de Salinas,
Villarroel y de Montaño.
Yo lo oía, y más sospechaba de él. Jamás podría olvi
dar a Bedregal. Pues tuvo mucho que ver con los presos
políticos desde 1952 a 1956. Fue un intrigante, tortura
dor y saqueador. Hombre sin escrúpulos, actuaba en “ po
lítica” para asegurar sólo su caja. Sí, torturó y con sus pro
pias manos y allí estaba preso con nosotros. Era un preso,
o sólo un espía? Allá él, con su conciencia.
Al amanecer del día 22, fuimos sacados de nuestras cel
das y todos los presos nos reunimos en el patio del Control
Político. Mediante lista se iba seleccionando. Unos eran
metidos a tal o cual celda, y otros, obligados a sacar sus
pertenencias, pues serían sacados al destierro.
Conjuntamente con Bedregal, Espinoza y un turco le-
chinista, que no cejaba en maldecir a Lechín, porque por
su culpa estaba preso desde hacía 20 días, nos metieron a
la celda I. Oíamos los gritos de nuestras familias en la ca
lle. Se habían apercibido que los presos serían sacados al
destierro aquel día, los gritos y mueras a Paz Estenssoro y
San Román, nos alentaban. Paz E sten ssoro ... al pare
dón. . . coreaban.
385 —
La prisión quedó más o menos tranquila, los presos que
fueron sacados al Paraguay dejaron un vacío en aquel recin
to de represión. Los que quedamos, seguimos sumidos en
nuestras cavilaciones más sombrías. Aquellos, salían, si bien
desterrados, por lo menos a respirar el aire de la libertad.
Nosotros quedábamos a merced de los verdugos.
El miércoles 23, Bedregal fue puesto en libertad.
Ese mismo día, el Ministro de Gobierno Ciro Hum-
boldt, condiscípulo mío, divisó a mi esposa en la fila de los
familiares que llevaban comida y le hizo entrevistar. Luego
él personalmente habló conmigo.
Humboldt: Siento mucho que te encuentres aquí, que
rido Hernán. Te aseguro que nada sabía de tu apresa
miento. San Román me ha informado que estás metido en
la conspiración hasta la coronilla. ¿Por qué no sientas ca
beza de una vez por todas?
— Mira Ciro, cuando un hombre, le dije, cae una vez
al Control Político, no se lo desprende más. Esta es la sex
ta vez que me meten preso. Soy veterano en todo. Fundé
el primer campo de concentración, el de Corocoro, fui some
tido a un sinnúmero de torturas, he salido cuatro veces al
exilio, mi casa ha sido allanada un sinnúmero de veces y mis
hijos están creciendo con tal sicosis, que sólo Dios sabe el
futuro que tendrán. ¿Por qué ese afán, esa complacencia
de aterrorizar a los niños? A mi me pueden tomar preso en
la calle ya que mi trabajo lo realizo fuera de mi casa.
Ministro: — Tienes toda la razón para indignarte. Este
San Román es un tipo odiador y ha convencido al Presiden
te Paz, que tú eres el enlace entre La Paz-Buenos Aires.
Que trabajas en una conspiración a favor del coronel Delfín
Cataldi. En fin tú conoces más que yo a San R o m á n ...
Lo único que te puedo ofrecer es hacerte salir del país. Te
386 —
haré poner en libertad y pon tus papeles en orden. ¿Dónde
quieres ir?
— Ya que no me queda otra alternativa que irme, or
dena que me saquen a la Argentina, — le manifesté.
Ministro: — A la Argentina no puedo garantizar poder
sacarte, pero sí, al Brasil o al Perú.
— Sácame donde quieras, pero que sea pronto porque
San Román me la tiene jurada y de repente me “ suicida” .
Esta charla la mantuve con Humboldt, completamente
a solas, en la gobernación. Luego Ciro, se aproximó a una
puerta contigua a la que ocupábamos y llamó a San Román,
y le dio esta orden:
— General, le ruego poner inmediatamente en libertad
al señor Landívar. Ya he charlado con él, y ha aceptado sa
lir del país.
San Román: — Muy bien, Ministro, su orden será cum
plida, pero debo advertirle que el señor Landívar no es la
mosquita muerta que Ud. cree. Es un contrarrevoluciona
rio empedernido, y creo que lo mejor será que lo manten
gamos preso hasta que haga unas declaraciones.
Ministro: — ¿Y para hacer unas declaraciones se nece
sitan muchos días, General?
San Román: — Creo que sí Ministro, pues son tantos
los presos que necesitamos tiempo.
Ministro: — Haga una excepción General, le ruego po
ner en libertad al señor Landívar hoy mismo.
San Román: — Muy bien, señor Ministro, al señor Lan
dívar será puesto en libertad a las cuatro de la tarde.
Nos dimos un apretón de manos con Ciro, y fui condu
cido nuevamente a la celda 6. Donde ya no tenía com
pañía.
Pasaron las cuatro, y vinieron muchas horas cuatro, y
la ansiada libertad no llegaba.
— 387
gobierno que no caerá jamás. Somos invencibles, tenemos
nulo controlado y no hay poder que nos derrote.
— ¿Si Uds. son tan poderosos por qué entonces nos
traen. .. por qué nos temen? Yo creo más bien que aho-
i .i sí Uds. son más débiles que nosotros. Saben que el pue
blo ya ha perdido el miedo, y que sólo espera el momento
oportuno para cualquier cosa.
San Román. — Ud. está hablando así porque tiene a
ii padrino Humboldt, quiero que sepa que no he de aceptar
que me hable en esa forma. Uds. son unos inconcientes que
no quieren el progreso del país. Norteamérica nos ayuda y
todo el mundo alaba la personalidad del Presidente Paz Es-
tcnssoro y la Revolución Nacional. >
— Precisamente, general, el odio del pueblo al gobier
no radica en eso, en el demasiado entreguismo a los yan
quis, la desmedida intervención de ese imperialismo en nues
tros asuntos internos.
San Román. — Le voy a ser confidencial, hace unos me
ses, el presidente me ofreció la embajada en el Japón, yo
acepté porque ya estoy cansado de esta vida y además por
que tengo quien me reemplace en este cargo de seguridad
del estado. ¿Pues sabe qué ha pasado? El Departamento
de Estado, por intermedio del embajador Henderson, pidió
al presidente que EE.UU. no veía conveniente mi alejamien
to del gobierno porque yo, era el sostén indispensable del
régimen. ¿Ya ve Ud. que hasta Estados Unidos me conoce
y me estima?
— Me permite Ud. hablarle con toda franqueza gene-
tal, no corro el peligro de que esta charla termine con la
violencia acostumbrada, si expongo como hasta ahora, mis
puntos de vista?
San Román. — Hable Ud. estoy de buen humor y no
tengo prisa.
— 390
— El Departamento de Estado de los Estados Unidos
adula a todos los gobiernos que hacen lo que ellos quieren.
No me extraña que mañana Ud. sea condecorado. Recuerdo
muy bien, la amistad existente entre Estados Unidos con la
tiranía de Marcos Pérez Jiménez, cuando éste era sólo su
portavoz. El día que no le sirvió, ¿qué hizo con él? Lo
entregó al chacal Rómulo Betancourt, porque éste era su
nuevo sirviente de turno. Para los gobernantes estadouni
denses no hay principios, esa democracia de la cual hacen
gala, son meros engaños para sojuzgar a los pueblos incau
tos como el nuestro. Ellos quieren sólo la explotación eco
nómica y el mantenimiento de los pueblos que no sea el su
yo, en la completa ignorancia. Para ellos, es mejor que el
pueblo viva de la holganza y que no trabaje. No quieren
pueblos superados y que piensen, ellos quieren pueblos in
concientes a quienes manejar con una supuesta ayuda que en
nada beneficia al pueblo. Un ejemplo, general, ¿cuánto cos
taba la leche evaporada holandesa? Yo la compraba a 1.500
y la condensada a 1.800, hoy no se permite la traída de estas
leches porque EE.UU. a cambio de la “ ayuda” nos obliga
a comprar la misma leche, a 3.000 y 4.500, respectivamen
te. Yo admiro al pueblo norteamericano por las cosas gran
des que ha producido y sigue produciendo, pero su gobier
no. . .
San Román. — Basta ya de macanas. Ahora mi ami
go, quiero saber los motivos de sus frecuentes viajes a la
Argentina, a Cochabamba, a Santa Cruz. Además, quiero
que me entregue las armas que tiene desde hace tanto tiem
po. Sus conversaciones telefónicas que las tengo aquí, (se
ñaló su escritorio). Dígame Ud. cuales son sus contactos
con Milton Cataldi, Alfredo Candia, Hugo Roberts y los de
más amigos que se juntan con Ud.
— No tengo armas, hace tiempo que Uds. lo saben, me
— 391
torturaron y ni así me convencieron de que tenía armas. No
tengo contacto con el coronel Cataldi, y con los señores Can
día y Roberts, sólo somos amigos y charlamos de vez en
cuando.
Tomando un libro grueso que tenía en el brazo del si
llón, me lo arrojó con violencia a la cara. Mis lentes vola
ron, pero felizmente no se rompieron. Me apresuré a reco
gerlos. Me tomó de un brazo y me lo retorció. Quedé
asombrado ante el cambio brusco de la fiera, era un ener
gúmeno y soez. Estaba desfigurado y me gritaba y decía:
Ahora verá de lo que soy capaz, aunque tenga que dar cuen
ta al ministro de Gobierno, lo he de matar, ya que Ud. me
tiene asqueado con sus mentiras. Cree Ud. que le he creí
do todo lo que me ha venido hablando porque creyó que lo
escuchaba. So carajo, ahora mismo verá de lo que soy ca
paz . . . — Llamó a sus agentes y les ordenó me lleven a la
celda oscura. . .
Fui sacado a empellones de la oficina de San Román.
En la celda volví a analizar la situación. Tenía en la
conciencia que estaba conspirando. Pero al mismo tiempo
comprobé que San Román y su gente, no sabía gran cosa de
nuestro movimiento. Ellos hacían sólo cábalas y nada más
y querían sacar con mentiras la verdad. Su servicio de in
teligencia ya no era el mismo de los años anteriores. Sus
mismos agentes, no eran los malditos de antaño. Ellos te
nían más miedo que nosotros. Trataban de ayudarnos y con
graciarse con los presos. En suma, estábamos próximos al
triunfo. ¡Habíamos vencido al miedo! La batalla final, era
nuestra, estaba seguro de ello. Me puse feliz y di de ro
dillas, gracias al Altísimo.
El día del cumpleaños de Paz Estenssoro, fui sacado
nuevamente de mi celda y se me dijo que saque mis cosas.
Tomé mis dos frazadas y un termo y seguí a los agentes.
— 392 —
Una vez en la gobernación, se me indicó que podía salir a
la calle y que estaba libre. Que al día siguiente debería pre
sentarme ante el ministro de Gobierno.
Una vez en la calle, me crucé a la casa comercial de mi
amigo Rodríguez, que queda precisamente frente al Control
Político y allí dejé mis cosas. Tomé un auto y me trasladé
a mi casa.
Al día siguiente, me apersoné al ministerio de Gobierno,
y hablé personalmente con el doctor Humboldt, esta charla
fue cordial aunque severa. Ciro estaba muv preocupado y
me manifestó que a muy duras penas, había conseguido li
bertad y que ella estaba condicionada a mi salida del país.
El ministro me dijo: “ San Román te odia y te puedo
asegurar que ha sido providencial el que yo esté de minis
tro para salvarte. Eres un hombre que no descansas y te
metes en todas partes a desacreditar al gobierno. Invoco
tu condición de padre y de nuestra amistad, para pedirte
que te vayas del país y abandones tus tragines conspirativos.
Te daré pasaporte sin intervención del Control Político, y
saldrás al Perú, de allí te vas donde quieras. San Román
se opone a tu salida y debes cuidarte, pues dos agentes te
seguirán a todas partes. Te ruego no me comprometas y
aceptes mi consejo.
Prometí a Humboldt mi salida del país y él se aseguró,
mi pasaporte que el día 14 estuvo listo a nombre de Zaca
rías Landívar. Con este nombre tomé mi pasaje en la Flo
ta Morales de Exprinter, donde varios amigos empleados de
esa firma, me ayudaron para que el Control Político no se
apercibiera de mi salida. Debo a estos amigos mi gratitud,
porque al ayudarme ellos se exponían a caer en desgracia
ante el temible San Román.
Antes de partir, me puse en contacto con mis amigos
de conspiración y muy especialmente con el mayor Manuel
393 —
Aguirre, con quien trazamos planes y él me dio una lista de
personas que nos ayudarían en la invasión que llevaríamos
a cabo por Villazón, más o menos del 15 al 20 de noviembre,
fecha postergada por los sucesos del 20 de septiembre. Pues
esta revolución debería haber estallado el 25 de septiembre.
Instruí a mi camarada de confabulación René Ortiz, lo
que tenía que hacer durante mi ausencia. Lo puse en con
tacto con mis grupos de choque.
Mientras tanto, habíamos perdido contacto con el coro
nel Cataldi. La última comunicación que tuvimos con él,
había sido la interceptada por San Román. Antes nos ha
bía mandado dos correos, a cargo de su joven secretario
Mario Arce.
QUINTO E X IL IO
— 394 —
Desilusionado con la actitud de Pinto, charlé con Al-
berti y S. Pinto L.; luego con Oscar Barrientos y otros
amigos. Convencí para sincronizar nuestra invasión por Ya-
cuiba y Villazón, a Fernando Arias, para que prepare un gru
po de diez hombres e invadir por el Desaguadero, el día y
hora que yo le transmitiría desde Buenos Aires, donde pa
saría muy pronto. Este, con varios excelentes amigos como
Eduardo Flor Jordán, Emilio Alexander, se comprometieron
a secundar nuestra revolución.
Me puse en contacto con el coronel Cataldi, quien des
de Buenos Aires me mandó mi pasaje aéreo para que me tras
ladase a esa capital a la brevedad posible. Desgraciadamen
te la carta con el pasaje llegó un poco demorado, y ella arribó
cuando Paz Estenssoro había sido ya derrocado y exilado al
Perú.
Recibí el derrocamiento del corruptor, con verdadero
júbilo y di gracias a Dios por el final de la era oprobiosa
que soportó Bolivia con semejante sujeto.
El destino, me había jugado otra parte. Yo que no
tuve un minuto de descanso en procura del derrocamiento
del M.N.R. del poder, cuando esto sucedió me encontraba a
miles de kilómetros del teatro de operaciones. Confieso que
esto me dolió bastante.
El mismo destino, nos reunía en la Capital de los Virre
yes, con el corruptor, pero ya no como el poderoso sino co
mo un pobre bellaco, que aún trataba de hablar de ser el
hombre más querido del pueblo y que contaba con el 90
por ciento de los votos que lo había “ reelegido democrá
ticamente” .
En la conferencia de prensa que dio, una chica bonita
de 20 años, Miriam del Castillo, burlando la estricta vigi
lancia policial, llegó al salón del hotel donde el corruptor
— 395 —
daba su conferencia y le gritó: “ A se sin o ..., la d r ó n ...,
criminal. . .
Inmediatamente fue tomada presa conjuntamente con el
señor Emilio Alexander y el hijo del coronel Vincenti. En
el Perú como en Bolivia, el corruptor seguía custodiado por
sus guarda espaldas y ahora por la policía peruana. Su co
bardía es congènita, no hay que extrañarse. Su conciencia
lo acusa y vivirá por el resto de sus días acosado y viendo
fantasmas.
Los exilados, le han hecho una guerra de nervios in
calculable. Una noche incluso se le arrojó una “ bomba” de
cohetes. La administración del hotel, tuvo que insinuar al
corruptor su salida del mismo por cuanto su presencia era
perjudicial para el buen nombre del hotel. El administra
dor tenía razón, pues todo lo que toca el corruptor, lo co
rrompe.
Desde el mismo día de su arribo a Lima, Paz Esten-,
ssoro está conspirando. Los correos le llegan de Bolivia to
dos los días. Sus contactos con la embajada de Bolivia en
Buenos Aires, donde se encuentra su hombre de confianza
Federico Fortún, se hacen en forma “ oficial” ya que tanto
los empleados de la embajada de Lima como la de Buenos
Aires siguen en manos de hombres puestos por él, ninguno
ha sido removido. El encargado de negocios actual, coronel
Gallardo, conversa todos los días con Fortún en la casa de
éste. El correo va y viene Lima-Buenos Aires-La Paz. Una
señora Chávez es la encargada de los contactos.
Todo esto lo pude comprobar en Buenos Aires, donde
me trasladé el día 9 de noviembre. A mi arribo a La Paz
denuncié estas anormalidades al coronel Baldivieso, coordi
nador del ministerio de Gobierno, y luego al Canciller coro
nel Zenteno.
— 396 —
Llegué a Buenos Aires y ya no encontré al coronel Ca-
taldi en ésa, me encontraba sin dinero para poder movili
zarme. Por intermedio del ministerio de Relaciones Exte
riores argentino, obtuve un pasaje en el avión correo mili
tar CAME y en él llegué a La Paz el día 23, exactamente a
los 20 días de la revolución libertadora.
Cuántas veces había retornado a la patria después de
un exilio, volvía confiado a proseguir la lucha y lo hacía
sin miedo. En cambio hoy, mi retorno me tenía en zozo
bra. Una gentil señora argentina Betty de M. que me acom
pañó al aeroparque conjuntamente con su esposo, y el doc
tor Hertzog, tuvo que hacerme tomar un tranquilizante. Pues
una angustia me oprimía el corazón. Sabía que regresaba
a mi patria ya libre. Pero tenía miedo. Doce años de te
rror son tan largos y dejan tal huella, que uno no cree que la
libertad hubiera sido recuperada tan fácilmente.
Hacía 40 días que había estado preso y luego obliga
do a salir, y hoy. . . volvía a mi hogar en al seguridad de
encontrar la libertad por la cual había luchado incansable
mente durante doce años.
En el avión meditaba y hacía reminiscencia de mi lucha
y me costaba trabajo convencerme. Fui uno de los prime
ros en alistarme contra la tiranía imperante desde el 9 de
abril de 1952. Fue una lucha sin cuartel, gracias a Dios,
aunque fui derrotado muchas veces, jamás fui doblegado.
Con orgullo puedo decir que no claudiqué y aunque privé a
mis hijos de tranquilidad y hasta los obligué a vivir en la
miseria, bien valía el sacrificio. La patria ante todo, pues
en mi concepto, la patria está después de Dios y el hogar des
pués de la patria.
Nuestro triunfo pudo lograrse muchos años antes.
Desgraciadamente, el conformismo y el derrotismo nos aba
tió antes que el enemigo. Para muchos, el cómodo exilio
397 —
los insensibilizó. Otros, ante la desesperanza y su falta de
fe, los doblegó y los acobardó, se pasaron al enemigo. Otros,
fueron dejados tranquilos, y hasta se les permitió trabajar y
hacer dinero. Formaron empresas y ya por no perder su
comodidad económica abandonaron la lucha y pasaron a ser
los “ insensibles y satisfechos” que engrosaban las filas, sin
ser movimientistas, de los nuevos ricos. Para esta gente,
proseguir la lucha era inconsciencia, pedantería. Los que se
guían luchando eran calificados de locos u hombres acos
tumbrados a no trabajar y permanecer constantemente per
seguidos y con este pretexto vivir de la nada.
Cuántas veces toqué las puertas de gente que se decía
opositora, no para pedirles dinero sino consejo. Muchos
me cerraban sus puertas. Otros oían con los ojos cerrados
mis planteamientos, para terminar diciendo: “ Que vamos a
hacer, quién después de Paz Estenssoro? No queda más re
medio que trabajar y aceptar las cosas tal como están, seguir
luchando es ir al suicidio. No tenemos posibilidades, todo
está corrompido.”
En mi indignación, sólo atinaba a mirarlos con lástima.
Estaba seguro que cuando triunfáramos, éstos serían los co
sechadoras de la victoria. Ellos, que jamás supieron del
hambre de sus hijos, serían los cosechadores de las peras
del triunfo. Ojalá esté equivocado. No se daban cuenta,
que ningún hombre es insustituible. Que cualquier paco
de la esquina sería mejor que Paz Estenssoro. La cobar
día los hacía insensibles y hasta calculadores. Era la mejor
forma de vivir tranquilos, pero se calificaban de oposito
res. ..
Toda esta angustia me atormentaba. Luego pasaba a
analizar la situación de la Junta Militar. Se habían deshe
cho de la “ maquinita represiva”, pero quedaban en el gobier
no movimientistas y comunistas incrustados, a los cuales es
— 398
difícil despachar de un plumazo. Los partidos tradicionales,
entre ellos Falange, heroicos luchadores de doce años con
tra la tiranía, tenían sino el derecho, la obligación de exigir
a la Junta Militar el castigo de aquellos hombres del régi
men caído que torturaron y se enriquecieron a costilla del
pueblo. El aporte de estos para el triunfo revolucionario
es innegable. Pero la gloria se llevan y es justo procla
marlo a los cuatro vientos los maestros, estudiantes y uni
versitarios. Ellos, abandonados incluso por el pueblo, fue
ron los que quebraron la maquinaria del bárbaro, y facili
taron el derrocamiento del corruptor.
Los maestros, las víctimas de siempre, fueron denigra
dos y vejados en todo sentido. Sus dirigentes traicionaron
sus aspiraciones y se vendieron. Estoy dispuesto a demos
trar cómo días antes de mi encarcelamiento el 19, el diri
gente Bravo, Burgoa y otros, cenaban en el Círculo Alemán
con el ministro Humboldt. Luego, la señora María Luisa
Araño de Machicado es hermana del sub-jefe de Control Po
lítico Oscar Araño Peredo y, por lo tanto, con serios com
promisos morales en el régimen pazestenssorista.
Los estudiantes y universitarios, abandonados al prin
cipio por sus propios padres, lucharon denodadamente con
tra los terribles carabineros y agentes del Control Político.
Una vez más, los recintos sagrados, escuelas y universidades
fueron hollados por milicianos y barzolas.
Cuando los diarios de Lima sacaron las fotos mostran
do la rendición de los universitarios con las manos en alto,
no pude contener mis lágrimas y lloré. Sí lloré, pedí a
Dios el castigo para aquellos brutos que no respetaban la
rebeldía justa de esos muchachos que sólo tenían como de
lito, el amor a la libertad y a la patria ultrajada. Se ha
bían cansado de vivir de rodillas. Resolvieron correr todos
— 399 —
los riesgos y salieron a desafiar a la tiranía con la única ar
ma que poseían: la verdad y su amor a la patria.
El gobierno, en complicidad con la embajada de los Es
tados Unidos, se dieron a la tarea de humillar a esa mucha
chada idealista. Primero fueron los gases, luego las balas, y
cuando éstas se agotaron, la embajada mandó a su vicecón
sul a Arequipa (Perú), a traer más armas y más muni
c ió n ... La ayuda americana, era com pleta... También
ayudaba a torturar y matar a un pueblo. Para eso obligó
al gobierno, para que San Román no vaya como embajador,
ellos lo necesitaban para aterrorizar al pueblo. ¡Que Dios
los perdone!
El vuelo Buenos Aires-La Paz fue magnífico y duró exac
tamente siete horas. Cuando llegué a mi casa de Obrajes,
mi esposa y mis hijos ya me esperaban, nos abrazamos con
alegría y dimos gracias al Altísimo tanto por nuestra unión
como por permitirnos la dicha de ver a nuestro pueblo libre
y sin miedo.
Inmediatamente, dirigí una carta al general Barrientos,
haciéndole conocer mi agradecimiento por el solo hecho de
haber derrocado al corruptor y su maquinita. Luego me pu
se en contacto con el ministerio de Gobierno y con el de Re
laciones, para hacerles conocer la preocupación que me em
bargaba por haber visto a las embajadas de Lima y Buenos
Aires, en manos de los hombres de confianza de Paz Es-
tenssoro. De estas sedes, lo vuelvo a repetir, se organizan
las conspiraciones, se toman los sellos, el papel, y hasta la
influencia para desvirtuar la Revolución Libertadora de la
Junta Militar.
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JU NTA M ILITA R
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ma, la cual no llegó a sus manos por encontrarse ya preso
en el Control Político. Pero la carta en cuestión fue reci
bida por el complotado Rene Ortiz, quien se desplazó y
coadyuvó con nuestra gente a la consolidación de la revolu
ción a favor del general Barrientos.
Es digno de destacarse, el desprendimiento del coronel
Cataldi, que al conocer los sucesos de Bolivia, se trasladó de
inmediato a Bolivia, y se puso de inmediato a órdenes de la
Junta Militar.
La implantación de una Junta Militar, era un deseo
imperioso del pueblo. Los militares en servicio activo, no
nos rechazaron cuando les propusimos. Pero tenían que an
dar con cautela, en vista de la terrible policía política.
La lealtad de los hombres y muy especialmente de los
militares, está primero para con la patria. Ellos fueron
obligados por la rigidez de un partido político a actuar en
él, pero siempre primó en ellos Bolivia. Paz Estenssoro no
tenía ningún derecho a exigir lealtad a los miembros del
Ejército Nacional, que había sido destruido por él mismo.
El sólo podía esperar lealtad de sus propios amigos, de los
milicianos y barzolas, pero jamás de los militares. Estos,
desarmados, denigrados como fueron desde la famosa revo
lución del 9 de abril de 1952, tenían la- obligación no sólo
ante el pueblo boliviano sino ante el mundo entero de cas
tigar a los que vejaron a nuestro glorioso Ejército Nacional.
Quienes se han dado a la tarea, muy especialmente los
movimientistas y comunistas, de volver a echar sombras so
bre los señores militares, no hacen otra cosa que cumplir con
signas políticas extracontinentales. Ellos, que de bolivianos
sólo tienen el nombre, no tienen ningún derecho para creer
se los rectores del pueblo, al cual explotaron políticamente
en su beneficio partidista y personal. Los canallas no po
drán jamás manchar a nuestro Ejército, y éste nunca más
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será vejado porque los verdaderos bolivianos no permitire
mos que la antipatria vuelva al poder.
Para que nuestro glorioso Ejército vuelva al cauce de su
antigua dignidad, debe ser engrosado con aquellos dignos
militares que fueron dados de baja por el corruptor. En
su seno no deben ser aceptados los generales milicianos
como Fortún Sanjinés, Rivas Ugalde, Rodríguez Bidegaín,
“ Pajarito” Prudencio, Pablo Acebey, los Selem y los San
Román, tienen su lugar, son la ignominia que sólo pudieron
actuar bajo un régimen oprobioso que pasará a la historia
en peores condiciones que la tiranía de Melgarejo.
Para que la Junta Militar se haga acreedora a la estima
ción del pueblo debe ser purificada. Su actual composición
deja mucho que desear. El pueblo se pregunta el por qué
los generales que tuvieron mucho que ver con la masacre de
guerrilleros, como los generales Suárez Guzmán (cuñado de
Portón Sanjinés), Hugo Bánzer, Joaquín Malpartida, Juan
Lechín, Sigfrido Montero, Eduardo Méndez, Rogelio Miran
da y otros, componen la Junta Militar, después de haber si
do incondicionales servidores del corruptor. El mismo Jefe
de la Casa Militar, coronel Mattos, tiene su cuenta pendien
te a raíz de su actuación en el cuartel Sucre en 1959.
La silvatina que sufrió el general Alfredo Ovando Can
día fue ya una advertencia del pueblo que no le perdonó el*
haber permitido la huida de Paz Estenssoro.
El Presidente de la Junta Militar, General Barrientos,
es una esperanza nacional y es nuestro deber ayudarlo para
la reconstrucción del país. Pero para que ello sea posible se
hace necesario la implantación de la justicia y el castigo de
los vesánicos. Debe escoger a sus inmediatos colaboradores
y no dejarse cercar por los vivos e inescrupulosos.
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JU A N LECH IN OQUENDO
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instalaría las mismas empresas que tiene en Venezuela, y
volverían al país los cientos de miles de dólares que tiene
depositados en bancos de Suiza. Ahora que la libertad ha
vuelto al país, se preocuparía de aclarar la denuncia que le
hizo el coronel Osinaga, sobre su complicidad en la fabri
cación de pichicata. Pero él no quiere aclarar nada, sólo
quiere figurar e imponer su doctrina, ¿la tiene?. . . ¿Que
su abuelita le dejó 500.000 dólares? ¡Que se lo crea su
abuela!
Cuando el corruptor huyó, el “ valiente” Lechín salió de
debajo de que pollera y quiso tomar por asalto el Palacio de
Gobierno. El era el único que tenía derecho a heredar la si
lla presidencial. En los hombros de sus parciales que nada
tuvieron que ver con la revolución, trató de ingresar al Pa
lacio Quemado. Pero como Lechín, ya es conocido de opor
tunista y odiador de los señores militares, su asalto fue frus
trado por los verdaderos revolucionarios. Al oír la defensa
de los revolucionarios, los valientes cargadores del “ líder”
minero, lo soltaron y este cayó como sapo al suelo, y ga
teando de cuatropies huyó, dejando a sus sicarios a merced
del fuego de los revolucionarios. Este es el verdadero Le
chín, el que quiere ser presidente y pone condiciones a la
Junta Militar.
El exige elecciones inmediatas, pone como “ cuco” a los
mineros para que sus planteamientos sean tomados en cuen
ta a la brevedad posible. No acepta que los mineros entre
guen sus armas. En una palabra, Lechín, quiere que 27.000
mineros se conviertan en un nuevo Control Político, para
aterrorizar al pueblo y él hacer de las suyas. Esta minoría
de mineros, muy respetable por cierto, no tienen ningún
derecho a exigir el sometimiento de cuatro millones de ha
bitantes a sus designios. Ellos, deben someterse a las leyes
y al trabajo, ya pasó la era de los holgazanes y se impone el
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trabajo. El que quiere comer, que produzca. La política
debe ser desterrada y olvidada por un tiempo bastante largo.
Lechín, cuya enfermedad congénita de odiador y resen
tido social, debe dar el ejemplo a sus mineros, comenzando
aunque sea en viejo, a trabajar y demostrar que sirve para
hacer algo y no ser el parásito de siempre. Tiene que acla
rar también que hizo con el oro que llevó al comienzo de la
revolución nacional y por cuyo contrabando fue detenido en
Lima. No es ajeno tampoco al contrabando de cuadros va
liosos que llevó cuando fue nombrado embajador en Italia.
El río cuando truena, trae piedras, y las acusaciones con
tra Lechín han sido hechas sobre alguna base de verdad.
No en vano un diputado argentino lo acusó, y esta acusación
no era interesada, o hecha por la oposición. Si Lechín in
siste en figurar en la política boliviana, se hace necesario que
se limpie del lodo que lleva encima.
Fue el autor de la destrucción del Ejército, a cuantos
militares ultrajó personalmente. El teniente Humberto Pa
lacios tiene la palabra, y con él muchos otros. Se hace ne
cesario, demostrar a este señor que los bolivianos no hemos
perdido la memoria. Estamos dispuestos a perdonar, pero
sería un crimen olvidar y aceptar la convivencia con los
bandidos de ayer, convertidos en angelitos cuando no fue
ron recontratados para seguir sojuzgando al pueblo. Fran
camente, espanta ver tanto cinismo de gente que tiene como
único mérito, el haber coadyuvado a destruir al país y obli
gado a su propia gente a asaltar, torturar y matar.
La Junta Militar, no debe aceptar ningún componenda
con este caballero de industria. Bolivia, ya tiene por demás
la vergüenza de haberlo aceptado como vicepresidente. Na
turalmente, esta barbaridad no hubiera podido ser, sino exis
tiera aquel famoso Estatuto Electoral, fabricado por su hom
bre de confianza y mentor, Méndez Tejada. Hay que dejar-
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lo que cacarea, y veremos si puede llegar a la presidencia
sin el favor oficial y su Estatuto Electoral.
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miento del corruptor, se mezcló a los manifestantes acom
pañado por media docena de sus genízaros, y llegó a la cabe
za de los manifestantes y se hizo alzar en hombros, con su
gente, queriendo dar la impresión que la manifestación era
obra suya y que era llevado en hombros.
Reconocido por el padre del dirigente falangista muer
to en el cuartel Sucre, Dr. Prudencio, se le avalanzó con el
bastón en alto, y gritando: “ Qué hace este asesino a q u í.. . ? ”
El valiente carnicero Guevara Arce se desmayó y cayó al
suelo, de donde fue arrastrado y llevado fuera de la mani
festación.
Pero como el cinismo y la desvergüenza es la razón de
su existencia, el carnicero persistió y se introdujo nuevamen
te entre los manifestantes y quiso dirigir la palabra a la mul
titud. Nuevamente el padre del doctor Prudencio, se fue
contra él, y fue silenciado y tuvo que huir.
Estos traficantes de la política, que quieren caer para
dos en todos los cambios de gobierno, y que luchan por lle
gar a la presidencia de la república, sin otro mérito que el cri
men y la demagogia, son los que ahora, cuando la dignidad
nacional ha vuelto al país quieren usufructuar de ella, como
lo hicieron durante muchísimos años al lado del corruptor.
Si este es corrupto, Guevara, Siles y Lechín, son mil veces
putrefactos.
Cuando era ministro de Gobierno, con la impunidad que
ostentara, mató a dos estudiantes, que andaban en una mo-
toneta. ¿Podrá negar esto, el carnicero Guevara Arce?
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HERNAN SILES ZUAZO
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quitó el hambre y la sed, Santa Cruz de la Sierra, fue su víc
tima codiciada. El muy canalla. . .
Se peleó con Paz Estenssoro, porque éste no quiso
que sea presidente por dos períodos. Lo acusó, recién se
dio cuenta a los doce años de que el corruptor era un mal
dito. Su famoso sobre secreto da la pauta de todo lo que
es este triste personaje, que ahora cree tener derecho de se
guir hundiendo al país.
Doce años son demasiado tiempo como para conocer
a los hombres. Y la fechoría de los maleantes, cuando son
poder, se los anota en el prontuario del pueblo. Y ese pron
tuario está en la conciencia de todos los buenos bolivianos
y no debemos olvidar a los que hicieron de la patria su ha
cienda y de sus hijos sus víctimas.
Matarlos sería una sanción muy leve. Hay que rogar
a Dios porque les dé larga vida. Que vivan muchísimo, que
sus hijos, sus propios hijos nos vengarán, vengarán a Bolivia,
por sus crímenes de lesa patria.
Siles Zuazo quiere volver a la presidencia, este ex
cremento de los quintos infiernos, que se cree el inmaculado,
si quiere ser perdonado por el pueblo, que devuelva la vida
de los cientos de falangistas muertos el 19 de abril, que ven
da sus casas que tiene en el extranjero y la que tiene en la
avenida Arce y la que ocupa su madre en Obrajes. ¿Qué
tenía antes de la Revolución Nacional? Es fácil demos
trar lo que tenía cada uno de los integrantes de este equipo
de financistas. . . Para ello, solo se necesita nombrar una
comisión que investigue el caso de cada uno de ellos, y ve
remos donde fue a parar la ayuda americana, y los bienes de
todos los opositores que fueron saqueados por estos salva
dores de la patria.
Si Siles Zuazo está verdaderamente arrepentido de sus
crímenes, que comience denunciando los negociados de las
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libras esterlinas, Chacur, Markus, Cebú, y tantos y tantos
otros negociados, que escapan a mi memoria pero que son
conocidos por el pueblo boliviano.
¿Qué hizo para evitar la destrucción del Ejército Na
cional? No fue coautor de todos los desmanes de su amo
Paz Estenssoro?
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cárcel, es la morada natural a que tienen derecho. Lo de
más es lirismo. Repito, los únicos que pregonan el perdón,
y olvido, son aquellos ciudadanos hombres y mujeres, que
algo tuvieron que ver con los canallas. Los comprometidos
en negociados o algún soplo oportuno para desbaratar una
conspiración, o simplemente “ buzos” a sueldo y que eran
“ opositores” . A estos últimos, hay que desenmascararlos y
dar sus nombres por un tiempo largo en los periódicos, pa
ra que reciban por lo menos la sanción moral de la sociedad
que tiene derecho de conocerlos.
P e rd ó n ... O lv id o ... ¿Es acaso posible perdonar des
pués de haber sufrido lo que este libro dice? ¿O lv id ar.. .
el terror de nuestros hijos, el daño ocasionado al alma y el
espíritu de tantos miles de niños y mujeres que sufrieron
los allanamientos y el ametrallamiento de sus domicilios?
No. Mil veces no. No hay que perdonar.. . ni mucho me
nos olvidar. Debemos odiar, si odiar al mal. Defenderse
contra él, aniquilarlos allí donde se encuentren, ellos no tie
nen derecho a exigir perdón u olvido de sus fechorías, ¡fue
ron tan feroces, tan terriblemente brutales! que casi puedo
asegurar, que ni Dios, que es infinitamente bueno, los puede
perdonar. ¿Por qué nosotros vamos a perdonar y olvidar?
Un pueblo enfermo tiene que purificarse. ¿Cómo ha
cerlo? Pues extirpando de raíz sus males. Hay que juzgar,
con la ley en la mano, a los que obligaron a torturar, a los
que torturaron, a los que apañaron a los criminales, a los
cómodos e insensibles que aceptaron cobardemente que sus
semejantes fueran paulatinamente aniquilados. Si la mayo
ría consciente del pueblo boliviano se hubiera levantado pa
ra poner atajo a la barbarie, muchos años de brutalidad nos
hubiéramos evitado. La cobardía, el conformismo, fueron
el aliciente de los bárbaros. Se permitió el ultraje cotidia
no a nuestros hijos, a quienes incluso, se los retaba en la
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casa por tener el valor civil de oponerse a los brutales. No
se los alentaba, incluso se los obligaba a vivir de rodillas.
Estos son aún más culpables de la inmoralidad reinante, por
que no supieron cumplir con su deber de patriota, de padre,
de hijo o de simple ciudadano.
Perdonar y olvidar es fomentar la impunidad. El dra
ma de Bolivia radica precisamente en su demasiado “ roman
ticismo” . Inmediatamente que se sale del terror, se piensa
en el perdón y olvido. Por eso, por esta grave falta, los
canallas siempre abundan. Gracias a la impunidad, prolife-
ran los conculcadores. Porque nunca se los castiga, la bar
barie se repite cada cierto tiempo. Esta forma de ser tiene
que terminar de una vez por todas.
Con la ley en la mano, cada preso puede muy bien me
ter a la cárcel media docena de movimientistas y comunis
tas. Estos son el cáncer del pueblo. Ellos son los que im
pusieron un estado tal de aniquilamiento de la dignidad hu
mana que por lo mismo que desprecian a la sociedad y a
Dios, no pueden tener cabida en una sociedad consciente y
progresista. Se los debe encarcelar y . . . con grillos en los
tobillos. Son peores que los que matan por robar o por pa
sión. Son enfermos que no deben andar sueltos por las ca
lles. Son bestias de dos pies, y con un cerebro macabro
listos a producir y exportar maldad diabólica.
Olvidar y perdonar. . . es la cantaleta de los débiles,
de los que nada hicieron por la patria, ni por sus hijos.