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Fe, de Bruno Pólack

Cuando me enfrento a un libro de poesía de la generación más reciente o última, por lo


general termino en aquel sueño fatigoso y frecuentemente interrumpido que es por
definición la duermevela. La voz del poeta está ahí, vaga, oscila, pero no trasciende, es la
misma, cotidiana, cansina, que se agota pronto y por ende no se espera más que cuatro o
cinco versos contundentes.
He leído Fe (Vallejo & Company), de Bruno Pólack (Lima, 1978) con cierto temor. El
temor es una especie de pródromo cuando algo nos cautiva. El temor concita atención,
pensamiento, reflexión, y si se pretende, fe. Donde la fe es discriminada, la poesía puede
anticipar cualquier resquicio de perdición, de dolor y caos, porque como dice un verso del
cuarto canto “hoy la poesía es una labor doméstica”. O como refiere el poeta François
Villon: “en esta fe yo quiero vivir y morir”.
El libro de Bruno Pólack encalla en aquel espacio místico/terrenal (mi garganta / se ha
preparado durante / siglos para este canto), cuando nadie se manifiesta, cuando las palabras
no declaran nada y solo se agrupan por antojo, diversión, sin ninguna búsqueda, sin ningún
Purgatorio o viaje dantesco. ¿Se aleja de las “pequeñas necesidades” y se ocupa de las
“grandes” y “reales”? Stevenson decía al respecto: “tales cosas como el honor, el amor y la
fe son no sólo más nobles que la comida y la bebida, sino que en verdad creo que las
deseamos más, y sufrimos en forma más aguda su ausencia”. Entonces Pólack remueve,
agita, apostando por una visión del tiempo más simple, más palpable, de la poesía misma
(Hesíodo, Pablo, Aligheri, Villon, E. A. Westphalen) porque cuando “palabras tan antiguas
que se echan a la bolsa y se revuelven, así tenemos un poema”.
Fe es también el tránsito de la Universal a lo Particular y viceversa, ambos tópicos
descienden en un mismo significado, en una misma unidad, y pueden enunciar sin ninguna
preferencia sígnica (poesía a las cosas / del mar a las cosas) y “no serán más que
incomprensibles ruinas del lenguaje”. En dichas ruinas los hombres de fe, “quienes aman y
en suma mienten”, navegan, persiguen luminarias, la historia del futuro, como si este ya
estuviera escrito y descrito en un día, en mis años. “Toda palabra, como todo pez, es un
conjuro mágico, si la repetimos con Fe, nace la plegaria o la poesía”. Con todo, la fe
siempre estará en la palabra y la poesía será lo último que se pierde, lo que queda por vivir
y escribir.

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