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Vane Black
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• Cuando los mares se sequen, cuando las estrellas caigan del cielo
• Acuerdo de pasión y guerra
• Mi prometido castigo
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♡
Luego de masacrar a los cíclopes al servicio de Zeus en venganza por
el asesinato de su hijo, Apolo es castigado por el rey de los dioses a
permanecer al servicio de un mortal por un año, solo pudiendo recuperar
sus dones divinos una vez aprendida la lección. Como ningún otro mortal
más que un rey es digno de ser servido por una divinidad, el joven dios eligió
a la casa de Feres y a su nuevo rey como señor. Sin sus poderes divinos, y
teniendo que experimentar la existencia al igual que los mortales, Apolo
esperaba tener un papel secundario en la vida palaciega. Pero Eros, el dios
alado del amor, ha sido encargado con una misión: pinchar al dios del sol
con sus flechas de oro al momento en que su mirada se encontrase con la
del joven rey. Una vez más, la vida de Apolo se verá interrumpida por el
amor no correspondido hacia un mortal, quien, en su travesía por conseguir
la mano de la hija de un celoso rey, le ruega que lo ayude.
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Apolo nació en las sombras. Como pesadas y frías mantas, cubrían el
cuerpo de su madre y la cueva donde se encontraba, instándola casi al punto
de la asfixia a mantener silencio. Su presencia allí debía ser ocultada, pues
los ojos de Hera recorrían la tierra en busca de la nueva amante de su esposo,
y del hijo que pronto nacería. Cegada por los celos ante el romance entre Zeus
y Leto, prohibió que la mujer dé a luz en tierra firme, isla u océano, y mantuvo
a su hija Ilitia, diosa menor de los partos, a su lado constantemente, evitando
que diera a luz. Luego de nueve días y nueve noches de dolores interminables,
y gracias a la intervención de las otras diosas y de Zeus mismo, la isla Ortigia
decidió darle asilo en tan vulnerable momento. Oculta de los ojos fríos de la
diosa, Leto finalmente dio a luz a una hija, pero los dolores continuaban.
Al borde de la muerte, los sudados párpados de Leto se abrieron al
sentir un suave toque en su muslo, contraído debido a las atroces
contracciones. Una joven de cabello moreno y ojos fríos y claros como la plata
la observaba, su mirada recorriendo el rostro de la mujer con una tranquilidad
y una inocencia que se contradecía con la madurez de su cuerpo. Y así como
lo saben todas las madres, con aquella certeza secreta que todas las mujeres
llevan en su interior, Leto supo que aquella joven frente a ella era su hija, hace
minutos nacida de sus entrañas. La muchacha extendió las manos hacia su
madre y, antes de que Leto pudiera reaccionar, las presionó contra el
estómago hinchado. Soltando un alarido de dolor, Leto atinó solo a sujetarse
de las manos que parecían querer desgarrarle su vientre, y a empujar. Luego
de un tiempo indeterminado, la mujer abrió los ojos, que no se había
percatado de cerrar, para encontrarse con que estaba tendida en el suelo,
cubierta con el magro manto que había logrado tomar antes de huir. Ignorando
el dolor que recorría su cuerpo, comenzó a levantarse para buscar a sus hijos.
Una mano tomó su muñeca, sobresaltándola.
La muchacha de ojos de plata la observaba en silencio, manos que
antes habían causado tanto dolor ahora la guiaban suavemente hacia el
suelo, ayudándola a recostarse. Leto parecía no poder despegar la mirada de
aquella joven, tan bella y tan seria, que le apartaba el cabello húmedo de
sudor de la frente con tanta delicadeza. Su hija. Podía reconocer en ella a sí
misma, en su cabello moreno, en la curva de su mandíbula, la espeses de sus
cejas. El puente de su nariz. Pero también lo veía a él en ella, en sus fríos
ojos, en la amplitud de sus hombros, en la fuerza de sus manos. Un reflejo
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un nuevo ciudadano no era fácil en Feres. Si bien era una de las casas más
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1 luminoso
2 Uno de los epítetos de Apolo, “sanador”.
3 Médico.
4 Señora, “lady”; título, rango.
acuerdos políticos con las casas vecinas. La gente, quien había vivido allí
por generaciones, no veía bien el cambio. Pero poner en riesgo la salud de
los suyos por el orgullo de un anciano terco que solo veía como válida la
medicina que el padre de su padre había pasado de generación en
generación.
—kyria Stacia se encuentra bien, eso es todo lo que importa —
respondió, observando desapasionadamente como el juego de las semillas
se mezclaba con la pasta verdosa. Si el objetivo de Zeus era que Apolo
conociera la miseria causada por el orgullo mortal, pensó con furia, el
castigo ciertamente estaba dando frutos. Aun después de varias lunas, la
voz de su padre reverberaba en sus oídos…
Como era usual, los juicios y audiencias se llevaban a cabo en la sala
del trono. Allí, en el medio de aquel medio círculo, se encontraba el trono más
imponente y resplandeciente de todos. De blanco marfil, asiento y respaldo
del más fino cuero y bronce bruñido, sostenía a Zeus sobre una tarima,
separándolo de los dioses y diosas sentados a su alrededor. Apolo se
encontraba parado a unos metros frente al rey de los dioses, la sangre cálida
aun manchando sus manos. La ira y la cólera que lo había inundado hace
horas aun persistían bajo su piel, aquella divinidad que lo marcaba como hijo
de Zeus brotando como ondas expansivas de sus poros. Aun podía sentir el
peso del cuerpo frío de su hijo en sus brazos, los gritos de sus nietos, en
brazos de su madre, retumbando en sus oídos. Su padre lo observaba, sin
inmutarse, desde las alturas. Nadie se atrevía a hablar antes que él, por lo
que un pesado silencio se había instalado en la sala.
Su madre, de espalda recta y orgullosa, se encontraba parada unos
pasos detrás de él, sin tocarlo, pero aun así ofreciendo su apoyo. Finalmente,
Zeus se enderezó. Todos parecieron hacer lo mismo, esperando con ansias la
condena para poder retirarse de su presencia.
—Lejanos y ya antiguos son los tiempos donde tu juventud y tu
deliberada ignorancia de las reglas te permitieron escapar de las
consecuencias de tus actos. —Aun no alzando su voz, Zeus podía ser oído
desde cualquier esquina de la amplia habitación. Este era su territorio, el
centro de su poder. Nadie más que él podía decidir el destino de las
divinidades allí presentes—. Hoy es el día en que tus crímenes no serán
perdonados. Destierro eterno al Tártaro es la condena correspondiente a la
atrocidad que has cometido. —Apolo no pudo contenerse, una risa histérica y
forzada escapándose de sus labios. No fueron pocos los dioses que se
tensaron en sus respectivos tronos, reconociendo que la paz en la sala pendía
de un hilo muy fino.
—¿Crimen? Tú lo llamas crimen, yo lo llamo justicia —escupió entre
dientes, cerrando sus puños con indignación—. Si es que acaso algo así existe
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en tu preciado reino. Aquí los que deberían ser declarados culpables son unos
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visita que Apolo supo que el rey, ya entrado en años, había fallecido unas
semanas antes, y que el joven heredero iba a ser coronado rey en unos pocos
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5 Rey.
otro que no sea el rey, y esta era la oportunidad perfecta para conocer al
futuro rey. Si tenía suerte, el muchacho sería un blando idiota, fácil de
manipular. Apolo le acompañaría como consejero, y luego de un año podría
recuperar sus poderes y regresar a su templo en Delfos. Aprovechando que
el anciano estaba ocupado gritándole a un sirviente por haber echado a
perder una pócima que había sido preparada para kyria Periclímine, ahora
viuda del rey, quien sufría de constantes dolores de cabeza, salió de la
habitación y rápidamente recorrió los pasillos en busca de los cuartos del
rey. Suponía que, al haber pasado el tiempo asignado del día para las
reuniones entre los mandatarios de la ciudad, el futuro rey se encontraría
en sus habitaciones, rodeado de lujos, incluso siendo atendido por un grupo
de sirvientes.
Después de haber caminado por lo que parecía horas en amplios
corredores, finalmente Apolo llegó a una amplia sala, donde tres puertas
conectaban a otras tres habitaciones. De una de ellas, entreabierta, se
escuchaba un leve murmullo, intermitente al sonido de un instrumento de
escritura al deslizarse por un papiro. Sigilosamente, el muchacho se acercó
a la puerta, observando por la pequeña abertura el interior de la habitación.
Desde la pobre perspectiva que había conseguido solo podía verse una gran
mesa de roble, labrada de forma exquisita, mostrando escenas de famosas
batallas. Detrás de ella se encontraba un joven hombre, de expresión seria,
con el ceño ligeramente fruncido. El murmullo provenía de él, quien parecía
estar recitando algo. Súbitamente, como si hubiera sentido el peso de la
mirada del rubio sobre él, el muchacho levantó la vista, y sus ojos se
encontraron con los del dios, ahora mortal. Para Apolo, fue como haber sido
pateado en el pecho, sus costillas colapsando en su torso, clavándose en su
corazón.
Fue como haber explotado en millones de pedazos, esparcidos por el
viento. Fue como la primera vez que recorrió los cielos en su carro
iridiscente, como la primera vez que realmente tocó al sol. Aun siendo
mortal, Apolo pudo sentir como su corazón se veía irremediablemente
entretejido al del muchacho. Repentinamente se dio cuenta de que había
abierto la puerta y entrado en la habitación, sin poder despegar la mirada
de los ojos negros que lo observaban. Por unos momentos, ninguno de los
dos dijo algo. El muchacho se puso de pie, y rodeó el escritorio para
detenerse frente a él. Era más alto que Apolo, por una importante cantidad.
Este era un muchacho, un joven hombre, acostumbrado al trabajo, a la
actividad física. A la guerra. Sus brazos, de músculos fuertes y
desarrollados, su espalda, ancha y recta, y las cicatrices que adornaban su
piel atestiguaban a ellos. La imagen que se había planteado del futuro rey
no podía ser más equivocada.
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6 Epíteto de Apolo, hace referencia al monte donde nació, y el futuro hogar del oráculo de
Delfos
7 Amigo querido, cercano.
preguntó, colocando una de sus manos sobre el hombro de Apolo. Su mano
ocupa gran parte de él, y el joven dios debió contener un estremecimiento al
sentir la calidez de la piel contra la suya. En un extraño momento de
introspección, Apolo comprendió que, aun siendo dios, aun teniendo todos
los dones y habilidades divinas que le habían sido otorgadas, el camino que
Admeto debía recorrer en su vida no se cruzaba con el suyo.
Inevitablemente, el mortal estaría grabado con fuego en su existencia, aun
después de siglos.
Apolo fijó los ojos en los de Admeto, y sonrió.
Más adelante, cuando las Moiras decidieran que el tiempo de vida de
Admeto ha llegado a su fin, cuando Apolo, postrado frente a ellas, ruegue
por una excepción, cuando Alcestis, alentada por el ardiente amor hacia su
esposo decida tomar su lugar en el inframundo entonces todo será
inevitablemente cambiado. Cuando Admeto no pueda lidiar con la muerte
de su esposa, y le ruegue a Apolo que vaya por ella, entonces él maldecirá a
Zeus y a todos los dioses. Maldecirá a todos quienes hayan decidido lastimar
a su madre, a él, a su enamorado que nunca corresponderá sus
sentimientos. Maldecirá el día en que nació, porque ni siquiera sus poderes
divinos, ni su posición como hijo de Zeus le ayudarán a mantener a su rey
con vida. No realmente. Pero por ahora, ese momento, sentado allí junto a
su amado, sintiendo los rayos tibios del sol durante el atardecer desde aquel
balcón en aquel palacio, fue suficiente.
Cuando los mares se sequen, cuando las estrellas caigan del cielo.
Cuando toda la vida en la tierra duerma, cuando nuestras pieles se sequen,
cuando nuestros huesos se quiebren. Cuando no quede nada en el universo
excepto tú y yo. Entonces estaremos juntos.
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En la antigua Grecia la alabanza a los dioses era algo común, Ares
siendo el Dios de la guerra está acostumbrado a ser invocado en las batallas
para disfrutar al ver la muerte de los desamparados y la sangre de los
inocentes. Sin embargo, cuando es descubierto por el Panteón Griego en su
lio amoroso con afrodita, no puede evitar sentirse furioso, entonces decide
alejarse de las problemáticas deidades e integrarse de lleno en los campos
de batalla como un soldado espartano.
Sura se destaca entre todas las Heteras no sólo por su inteligencia y
propiedad al hablar, sino también porque es muy buena aconsejando a los
generales sobre cómo ganar sus batallas. En un pequeño campamento al
norte de la región de Laconia se encuentra con Enialio Areios quien queda
encandilado por el talento de Sura al bailar desnudándose, entonces sin
saber que es el mismo Dios de la Guerra, Sura inicia una aventura con él.
¿Cómo podría sobrevivir un romance entre un Dios sanguinario y una
humana estratega?
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Monte Olimpo
Ares hizo una mueca al escuchar el escandalo retumbar desde fuera
de la puerta de sus aposentos, los gritos furiosos llegaban a pesar de oír a
alguien intentando acallarlos. No eran exactamente los gritos que le gustaba
escuchar, mucho menos de la boca de la Diosa que los emitía, de la boca de
ella disfrutaba de otro tipo de gritos, gemidos y palabras.
Dando un suspiro se sentó en su kline y esperó, observando mientras
tanto los detalles en sus aposentos. Aquí era el hogar de los dioses, había
alzado su templo de cristal, cuya característica principal era que sus
paredes le permitían observar lo que sucedía en los alrededores, sin dejar
que desde fuera los ojos curiosos vieran lo que ocurría dentro. Sin embargo,
a pesar de ser el Dios de la guerra y querer siempre estar preparado ante
cualquier peligro, pocas veces utilizaba esa característica de su morada,
prefería mantener las paredes de opaco mármol blanco, y usar ese lugar
para descansar y disfrutar de los placeres divinos.
Pudo admirar los muebles tallados en oro y mármol, la seda cubriendo
todo lo necesario, incluso se fijó en el cuarto de armas donde había estado
practicando. Este aún tenía las puertas abiertas y le permitían ver sus
artefactos favoritos y trofeos de guerra, adornar el lugar.
Movió su mirada a la entrada del palacio y entonces las enormes
puertas se abrieron con la fuerza de un vendaval dando paso a Afrodita, con
su largo cabello rubio con tonos rojizos y cobre, su piel como nata y una
elegante túnica que se sujetaba a su hombro con un brillante broche de oro.
Ella lo miro furiosa y luego fijó su vista en quien la seguía con un ceño
fruncido, Alectrión, uno de sus ayudantes entro detrás de ella y la miro con
disgusto.
—Señor…
—Dile a este inepto que se largue. —El hermoso rostro de su amante
se veía estropeado por la furia—. O lo enviaré al Tártaros a sufrir. Alectrión
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No sólo sus ojos eran feroces, todo en él lo era, su cabello era tan
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oscuro como la noche y lo llevaba hasta sus hombros como buen guerrero
espartano, llevaba una armadura que dejaba ver parte de su pecho, donde
músculos fuertes adornaban su carne morena, lamió sus labios excitada y
escuchó como la melodía de la lira iba acabando.
Deslizó sus manos hasta el nudo de su cadera, aun marcando el
compás, se maravilló al ver cómo él seguía el camino de sus manos con
apreciación, al momento que desato la falda de su vestido dio un giro rápido
y cayo de rodillas, abriendo un poco, solo un poco sus piernas para dejarle
ver la humedad en sus pliegues y luego cubrirla con la misma seda que se
había quitado, finalizando así su presentación.
Los aplausos resonaron junto con su respiración agitada y mantuvo
su rostro bajo, sin volver a fijar su vista en el general principal de esa
habitación.
Entonces Eunides, el hombre a quien había convencido de llevarla
hasta el banquete pasó adelante ayudándola a ponerse de pie, ella termino
por amarrar su vestido volviendo a lo de antes y giró cuando el hombre la
mostró ante todos jactándose del premio que había llevado.
—Esta mis queridos amigos —dijo Eunides y ella sintió el regocijo en
su voz—. Es la preciosa Sura Urania, un sueño celestial para los hombres.
Ella dio una pequeña inclinación y entonces él la giro hacia la mesa
principal para presentarla.
Eso era lo que esperaba, ser invitada a codearse con los principales
soldados, en especial con el general Enialio Areios, el hombre de los
ardientes ojos.
Las conversaciones llenas de apreciación volvieron a elevarse por la
habitación y Sura estaba segura de que su baile seria durante el resto de la
noche el tema principal al cual todos se referirían. Mucho más tomando en
consideración que se encontraban en un campamento de guerreros, donde
las mujeres eran escasas, en especial las del linaje de Sura.
Eunides se puso de pie frente a la mesa llena de delicias y saludo a
todos los presentes con entusiasmo, luego permitió a Sura dar un paso
adelante y saludar, obviamente conservando su papel de sumisa ella había
continuado con la mirada pegada al piso, solo elevándola cuando su
celestino la invitó a hacerlo.
Al momento de levantar su rostro, fijo sus ojos azules en el general
Enialio y no pudo evitar lamer sus labios resecos, cuando vio los oscuros
ojos de él fijarse en el movimiento de su lengua. Dio una pequeña sonrisa y
hablo—: Buenas noches señores. —Hizo una pequeña inclinación—. Espero
haberos deleitado con mi danza, tal cual vosotros me deleitáis a mí con sus
batallas.
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—Alzo la uva que probó y la colocó en la boca del general Atreo, quien
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a lamer sus labios como lo había hecho tantas veces esa noche y como todas
esas veces él deseo besarla. Sin embargo, ahora la devoró.
Acercó su boca y le tomó, traspasando la barrera de sus dientes
usando su lengua, ella soltó un gemido de sorpresa y entonces enredó su
lengua con la suya. Sintió su sabor, canela y uvas, sabía a la misma
ambrosia.
La apretó contra su protuberancia y ella soltó un fuerte suspiro y
arrimándose a él enterró las uñas en sus bíceps así, sin darse cuenta de lo
que hacía, Ares los terminó transportando hasta la misma habitación que
estaba ocupando bajo su identidad mortal como Enialio Areios.
Ella no pareció darse cuenta del cambio de escenario y de alguna
manera eso le tranquilizó, no tenía ganas de explicar nada. Tomó las tiras
de su vestido y les rasgó, dejándola completamente desnuda.
Aguardó unos momentos para admirar su belleza. La chica tenía un
hermoso y largo cabello negro y unos brillantes ojos azules, su piel blanca
era suave al tacto y sus formas. Nunca había visto un cuerpo con tantas
curvas perfectas, hasta Afrodita estaría celosa de esa perfección.
Se fijó en sus pechos coronados por pezones en un tono rosa que lo
tenía embelesado, incluso creyó ver que estos se endurecían bajo su ardiente
mirada, y al bajar la mirada hasta su hermoso coño lo halló brillando con
las gotas de su propia excitación. Por ese motivo no aguantó más y bajó la
boca hasta uno de sus pezones probándolo, Sura dio un grito estrangulado
de la impresión y sujeto a Ares desde sus cabellos.
—¡Señor! —Él le dio toda su atención a uno de las pequeñas joyas y
luego se trasladó al otro dándole el mismo cuidado que al primero. Sura sólo
se retorcía en sus brazos, dejando escapar pequeños gemidos de necesidad,
incluso podía oler el aroma de su humedad y saborearlo en su boca.
—Te comeré —dijo y supo que sus propios ojos debían estar nublados
por la excitación.
—Yo también quiero probarle —la escucho murmurar mientras
deslizaba su mirada hasta su erección—, por favor, señor.
Soltó un gruñido ante su suplica y quitándose su propia ropa la
arrastró hasta el lecho en el suelo de la habitación, acostándose de espaldas
hizo a Sura sentarse sobre su rostro sus nalgas eran una vista espectacular
para él, pero nada en comparación a su centro desnudo todo sonrosado y
húmedo por su deseo, no espero un segundo más y acaricio su clítoris con
su dedo, ella se estremeció mientras le permitía acariciarla.
Sintió sus manos deslizarse sobre sus duros abdominales,
inclinándose hacia adelante, acerco más su jugoso coño a su cara. Entonces
Sura tomó su erección entre sus manos y comenzó a acariciarlo, sus
delicadas manos sobre su suave acero.
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sintiendo las ondulaciones de este, los metió y saco haciendo que los jugos
se resbalaran de ella, a punto de gotear en su boca y decidió que no podía
aguantar más sin probarle. Puso su boca allí, bebiendo el dulce rocío de su
coño y utilizando sus dedos para mantenerla abierta para él.
—¡Por los dioses!
Sura soltó una exclamación, moviendo sus caderas para aumentar el
roce de su lengua sobre su coño, sus manos casi perdieron el ritmo sobre
su dura polla, pero como una experta logró mantenerlo aun soltando los
deliciosos gemidos que lo ponían duro.
Sabia deliciosa y bebió con fuerza de ella, su sabor era tan adictivo
como el mismo licor de los dioses, su lengua se vio presionada por las
paredes de su coño y eso ya estaba acabando con su cordura. Fue cuando
sintió la sedosa humedad de su boca sobre su erección, cubriéndola
mientras lo chupaba, que la perdió por completo. Pudo imaginar cómo se
vería la imagen si alguien entrara en la habitación y supo que no había nada
más caliente que ella.
Entonces ambos se dedicaron a torturar al otro solo con placer, si él
succionaba con fuerza ella apretaba su polla sin vacilación, cuando ella lo
tragaba con voracidad, él entonces la comía con fervor.
—Por Zeus, voy a correrme —el gritito que ella soltó, además de las
paredes de su vagina que apretaban sus dedos como si quisieran tragarlo,
le confirmaron lo que ella dijo.
Pero entonces se apartó de ella, tomándola de la cintura le volteo,
colocándola de espaldas sobre la manta, ella soltó un grito lleno de
indignación.
—¿Qué haces? —dijo furiosa, entonces él le levanto las piernas hasta
sus hombros, abriéndola completamente para sí y pudo observar los
henchidos labios que había estado comiendo.
—Tomándote. —Sin previo aviso la penetró, su erección ya estaba casi
al límite con su boca, pero el interior de su coño era realmente un paraíso,
cálido y apretado para él, lo que le sorprendió tomando en consideración la
profesión de Sura.
—¡Enialio! —gritó.
Miro su rostro con apreciación, sus mejillas sonrosadas y su boca
abierta soltando gemidos deliciosos, se perdió entonces en sus ojos, el azul
estaba casi perdido entre el negro de su pupila y brillaban, nunca había
visto que los ojos de una mortal brillaran de tal manera.
Casi perdió el ritmo de sus embestidas, sabía que no aguantaría
mucho más, bajó la boca para tomar la de ella, sintiendo sus sabores
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mezclarse y ella chupo su lengua con descaro. Fue entonces que comenzó a
apretarse en torno a él, como un volcán su interior ardía y cuando ella llego
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Sura volvió a tomar una bocanada de aire, cuando sus espasmos por
fin comenzaron a menguar. Este general espartano la había tomado ya cinco
veces, en distintas posiciones y sin ninguna tregua entre un orgasmo a otro.
Este último en el que había tomado su trasero sin siquiera un aviso previo
la había dejado agotada y satisfecha, nunca se había sentido tan satisfecha
con uno de sus amantes.
Se giró a mirarle, se había puesto de pie y llenaba un vaso de cerámica
con agua. Aun no estaba segura de cómo había llegado hasta su habitación,
pero estaba segura de que con tanta pasión, si un ejército los atacaba en
aquel momento, ella tampoco se hubiera dado cuenta de eso.
Sura observó el cuerpo de su amante, tan perfectamente esculpido,
sus músculos duros. Cuando se giró y pudo ver su erección aun semi dura,
sintió su coño apretarse de deseo. ¡Por Zeus! parecía una ninfa de esas que
algunos decían vivían en los bosques.
Enialio se le acercó y le entrego el vaso, lo recibió en silencio y apartó
la mirada de él, bebió el líquido y se dio cuenta que su garganta ardía un
poco, seguramente producto de los gritos que soltaba apenas le hacía
alcanzar el placer.
—¿Estás bien? —Elevó su mirada y le vio alzando una ceja hacia ella
con curiosidad, entonces Sura frunció el ceño.
—Sí, sólo un poco adolorida. —No mentía, sentía su cuerpo magullado
en partes que ni sabía que tenía, pero era un dolor exquisito en su opinión,
así que dijo—: Sólo necesito unos minutos de descanso.
Él soltó una carcajada que resonó en toda la habitación y ella abrió
sus ojos sorprendida.
—¿Qué es tan gracioso? —le pregunto frunciendo el ceño.
Negó con su cabeza y se sentó a su lado, aun riendo.
—Tres horas —dijo y ella ladeo la cabeza confundida, al ver el brillo
de diversión en su mirada—. Te tome por tres horas seguidas y tú dices que
necesitas sólo unos minutos.
—Oh. —Abrió sus ojos con sorpresa, no se había percatado de aquello,
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al ver sus cejas alzadas supo que debía decir algo—. No me di cuenta que
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Cada favor tiene un pago...
Cada acto tiene una consecuencia...
Y este acto, y este favor, tienen la consecuencia más grande, y el pago
más doloroso, en la historia del Olimpo.
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La diosa Artemisa miraba con anhelo al niño que acababa de nacer en
un pequeño pueblo de Grecia. Ansiaba poder tener la posibilidad de tener
un hijo propio, pero no podía. Cada vez más se arrepentía de haberle pedido
ese deseo a su padre, Zeus. Ser virgen por siempre, ¿qué había pensado?
Claro era una pequeña niña de nueve años cuando pidió tal cosa, en
ese momento sonaba bien, y de alguna forma todavía sonaba bien. Pero... al
ver la felicidad que traían esas pequeñas criaturas a sus madres, deseó tener
uno propio. Podía pedírselo a su padre, pero tenía miedo que le negara tal
petición.
Se alejó con una pequeña opresión el pecho, al recordar el gozo que
alumbraba la cara de la mujer, la cual acaba de ayudar a conceder a su hijo.
Deseaba ese gozo, pero no sabía cómo conseguirlo.
***
***
sentía.
La familia vio el descenso del sol con miedo, porque significaba que la
diosa podría llegar en cualquier momento, y llevarse a Elián. Se hizo la
noche y la diosa nunca llegó, y calmó un poco de su miedo, pero no
significaba que no vendría. Al menos nos concedió un día más, pensó Elián,
antes de irse a sus aposentos a descansar.
***
preocupo por ti, Artemisa, no quiero que nuestro padre te haga algo, ante
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***
Artemisa se encontraba muy ansiosa al ver a su amado caminando en
los alrededores de su templo, le agradaba su presencia, aunque lo único que
hiciera fuera gruñir, y blasfemar cada vez que le dirigía la palabra, cosa que
le parecía divertido.
Lo llevó a los que serían sus aposentos, ya que dudaba que él quisiera
compartir el suyo.
Pasaron los días y Elián no salía de sus aposentos ni para comer, cosa
que enfureció y preocupó a Artemisa, aunque debía —como hubieran hecho
sus superiores— castigarlo por su comportamiento, no podía, su corazón no
se lo permitía.
Le dolía su rechazo y odio, se lo había dejado en claro cada vez que
iba a ver su estado, siempre se lo gritaba o gruñía, una que otra vez le lanzo
un objeto molesto, pero lo dejaba pasar porque entendía su actitud, le había
arrebatado a su familia ¿por qué no estaría molesto? Claro, ante su
comportamiento quería alargar el tiempo para ir a visitarla, pensaba desde
el principio llevarlo una vez cada semana. Ella entendía el dolor de no poder
a ver a la gente que ama, no podía pasar una semana sin poder ver a su
padre, o hermano, sin que le doliera, pero ahí estaba ella tratando de
complacerlo en todo.
Las ninfas, nunca habían visto a la diosa Artemisa tan abatida y triste,
y se molestaron con el mortal Elián. Si él pudiera ver más allá de aquel acto
doloroso de la diosa, y viera lo buena que era, más todos los actos que hizo
a su placer y beneficio, no la trataría de esa forma. Cada vez más la diosa
no quería comer, no iba a escuchar cantar a las hijas de Océano, o si quiera
cazar, cosa que amaba con toda su alma, se encontraba demasiado triste
para ello.
La única de las ninfas amnisiodes que no parecía querer ahorcar a
Elián y llevarlo a la presencia de dios Hades para que lo torturara durante
toda la eternidad, se acercó a sus aposentos, con una bandeja de plata, llena
de los mejores frutos, quesos, panes, vinos y la más jugosa carne que tenían
en el templo de Artemisa. Anuncio su presencia antes de entrar,
encontrando al varón recostado en la gran cama.
—Su comida, mi señor —murmuró la ninfa colocando la bandeja en
una de las mesas.
—Gracias —masculló Elián sin darle una mirada a la ninfa—, se
puede retirar.
La ninfa, también conocida como Vasti, resoplo y se acercó a la cama,
para sentarse en una de las orillas de ella. —Muchacho Elián, no actué tan
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es, ella nunca le haría daño ni a usted, ni a los seres que ama. —Él resopló
ante eso. Si no me quiere hacer daño, no hiciera esto, pensó molesto—. Ella
sólo anhela algo que sólo usted puede darle. Si no actuara de esta forma,
ella misma lo hubiera llevado a ver a su familia, la diosa comprende cuán
preciados son ellos para ti. —Aquellas palabras llamaron su atención, Elián
no podía creer aquello ¿Artemisa le permitiría ver a su familia de nuevo?
Imposible, aquella ninfa lo estaba engañando—. No me mire de esa forma,
es cierto, mi señora haría cualquier cosa, para su felicidad y bienestar. Cosa
que ha hecho desde su nacimiento ¿o no lo ha notado?
—No... —masculló molesto. La ninfa al igual que a Artemisa al
principio, le pareció cómica su actitud, y no pudo evitar resoplar una risa.
—Los mortales son tan superficiales... —murmuró divertida.
—¿Disculpa? —La miro molesto por sus palabras. Le molestaba que
nombraran a los humanos “mortales”, como le gustaban llamarlos, como si
fueran inferiores que ellos. Bueno claro que lo eran, pero no era lindo
recordarlo de aquella forma.
—No se ofenda... —No claro que no me ofendo, pensó el, igual o hasta
más molesto que antes—, el problema es que todo lo que ha hecho la diosa,
los miles de actos que ha hecho por su bienestar, han sido opacados por un
solo acto. Nunca entenderé el porqué de todos ustedes se concentran en lo
malo —soltó un gruñido—, si no lo hicieran todo fuera más lindo y bello.
Solo le pido un favor, trate de darle una oportunidad a la diosa. Solo una,
no se arrepentirá —le suplicó antes de retirarse de los aposentos de Elián.
Se quedó viendo la puerta por donde se había ido la ninfa, por un
largo y extenso rato, hasta acceder a su petición. Solo una oportunidad, ¿qué
saldría, mal?, pensó antes de levantarse e ir a buscar a Artemisa.
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Artemisa se miraba irritada y molesta a través de su espejo. Se
encontraba furiosa consigo misma, y mucho más con Elián y su familia. Su
familia por sembrar ese odio hacia ella, y con él por... afectarla como lo
hacía.
Tomó la decisión de ir a cazar, tenía días sin hacerlo, y creía que un
rato de caza le haría mejorar su estado de ánimo. Cogió su arco y flecha, y
tomó rumbo a los confines de la montaña, donde las más temibles y
horripilantes bestias andaban.
Caminó por un largo rato buscando algún indicio de una buena presa,
para su colección. Agudizo su oído cuando escucho el sonido de una rama
quebrarse, se puso alerta para ver qué, o quién se acercaba. Cuando las
pisadas se escucharon más fuertes, y cercanas alzo su arco y preparo para
disparar.
Apunto dónde provenía las pisadas, más cuando iba a soltar la flecha,
una figura conocida por sus ojos y conciencia —sobre todo su corazón—, la
detuvo y bajo el arma, para mandarle una mirada molesta y desconcertada.
—¿Qué hace por estos lados? ¿No le dije que estaban prohibidos para
usted? Es muy peligroso que un humano ande por estos lados sin
protección. —Miró su cuerpo que era cubierto solo por una túnica hasta las
rodillas, y no cargaba nada con que defenderse—. Está loco si pensó que
podía venir aquí sin algún arma, más estoy armada, cazando, lo confundí
con un animal o bestia, ¡Pensaba disparar una flecha a su pecho! Fue muy
imprudente de su parte, Elián. —Regañó una molesta, y preocupada
Artemisa. A pesar de todo ella no quería que ningún daño le pasara, no solo
por ella, sino por Moira. Le había prometido protegerlo, no podía romper
alguna promesa, y menos una de esa magnitud.
—La estaba buscando, diosa Artemisa. Sus ninfas amnisiodes me
mandaron a este lugar, diciendo que estaba aquí, no esperaba que nada me
sucediese —dijo en tono tranquilo. Artemisa lo miro asombrada ¿sus niñas
lo mandaron a la montaña? ¿Aun sabiendo lo peligroso que era? Eso le
molesto y decidió darles un pequeño castigo por tal decisión y actitud. Pero
algo golpeó su mente fuerte y duro ¿la estaba buscando? ¿Por qué?
Decidió no tener muchas incógnitas rondando en su mente, así que le
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pregunto confundida. —¿Me buscaba? ¿Para qué, o por qué? —Lo miró
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anonadada.
El rostro de Elián se tornó de un suave color carmesí antes de
responder—: Para hablar, decidí que, si pasaría el resto de mi vida en este
lugar, con usted, tendría que dejar mi odio de lado, sino viviré desdichado
el resto que queda de ella. —Contestó con un encogimiento de hombros.
Aquellas palabras llenaron de un extraño dolor en el pecho de la diosa
Artemisa, pero no era un dolor feo, de sufrimiento, sino de felicidad. Su
alegría era tanta, que en su pecho no parecía caber entera, y eso le asusto,
como le fascino.
—Bueno mi amado, acompáñame de regreso al templo. Luego de
que... hable con mis niñas iré por ti para que me acompañes a un concierto
de las hijas de Océano. Si eso está bien, claro. —Añadió lo último al ver la
cara de Elián, parecía incomodo o disgustado, no le gustaba aquello, quería
que estuviera cómodo y a gusto con su presencia. Pero Roma no se
construyó en un día, así que tendría que esperar que con el tiempo se sienta
de aquella forma.
—Sí, claro. Solo es que nunca he oído el cantar de las hijas de Océano
—comentó, y ella le dio una sonrisa amable.
—Pues muy pronto lo harás, y no te arrepentirás. Ahora andando, se
está escondiendo el sol, y la montaña se pone aún más peligrosa de noche.
—Advirtió antes de comenzar a andar hacia el templo.
En el camino de regreso le preguntó por su familia, y su niñez. Sabía
cómo fue, y como era su familia, pero escucharlo de él, le daba un nuevo
giro a la imagen. Se rio al escuchar algunos detalles vergonzosos de él, y
Elián se vio asombrado cuando se dio cuenta que le agradaba el sonido de
su risa.
En el momento que llegaron al templo se encontraban riendo
despreocupadamente, cuando el dios Apolo apareció frente los dos seres,
asombrando y asustando a los tales.
—Entonces eres tú el mortal de mi hermana. —Comentó con sorna a
Elián, cual miraba al dios con temor, ante su mirada de odio y desprecio—.
¿En serio Artemisa? De todos ¿Él? ¡¿En serio?! —Le reclamó y aquella
mirada que era dirigida a Elián, fue dirigida a su hermana esta vez.
Artemisa miro furiosa a su mellizo y alzo su arco. —La última vez
quise clavarte una de estas en tu mentecilla, pero no estaba armada, ahora
lo estoy y no temo o dudo de hacerlo. —Jaló la flecha hacia atrás, pero la
retuvo en su lugar—. ¿Qué demonios quieres? —Gruñó. Aquellas palabras
no solo asombraron a los dos hombres, sino a ella misma. Ella nunca decía
aquellas palabras, pero su hermano estaba sacando lo peor de ella en esos
momentos.
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mis superiores, es lindo que me trates como igual, no como mayor, o menor.
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