Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Editor
Alejandro Peluffo
Julio, 2019
Contenido
Prefacio ................................................................................................................. 1
1
La Doctrina Clásica Protestante de la Santificación
J. C. Ryle
2
3
1. La naturaleza de la santificación
En primer lugar, hemos de considerar la naturaleza de la santificación. ¿A qué se
refiere la Biblia cuando habla de un hombre “santificado”?
La santificación es esa obra espiritual interior que el Señor Jesucristo obra en un
hombre, por medio del Espíritu Santo, cuando le llama a ser un verdadero creyente. No
solamente lo lava en su sangre, sino que lo aparta de su amor natural hacia el pecado y
el mundo, pone un nuevo principio en su corazón y le hace piadoso en su vida práctica.
Por regla general, el instrumento que utiliza el Espíritu para llevar a cabo esta obra es la
Palabra de Dios, aunque en ocasiones utilice el sufrimiento y las visitaciones
providenciales “sin palabra” (1 Pe 3:1). En la Escritura al objeto de esta obra de Cristo
por medio de su Espíritu se le denomina hombre “santificado”.1
Quien imagine que Jesucristo solo vivió, murió y resucitó a fin de proporcionar
la justificación y el perdón de los pecados de su pueblo, tiene mucho que aprender. Lo
sepa o no, está deshonrando a nuestro bendito Señor y lo está mutilando como Salvador.
El Señor Jesús se ha encargado de todo lo que necesitan las almas de su pueblo: no
solamente para liberarlas de la culpa de sus pecados por medio de su muerte expiatoria,
sino también del dominio de sus pecados, poniendo el Espíritu Santo en sus corazones;
no solamente para justificarlas, sino también para santificarlas. Así, pues, él no es solo
su “justicia”, sino también su “santificación” (1 Cor 1:30). Escuchemos lo que dice la
Biblia: “Por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean
santificados”; “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para
santificarla”; “Se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y
purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”; “Llevó él mismo nuestros
pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los
pecados, vivamos a la justicia”; “[Nos] ha reconciliado en su cuerpo de carne, por
medio de la muerte, para [presentarnos] santos y sin mancha e irreprensibles delante de
él” (Jn 17:9; Ef 5:25, 26; Tito 2:14; 1 Pe 2:24; Col 1:21, 22). Reflexionemos acerca del
sentido de estos cinco textos: si las palabras sirven de algo, enseñan que Cristo es tan
responsable de la santificación como de la justificación de su pueblo creyente. Ambas
quedan cubiertas por igual en ese “pacto perpetuo, ordenado en todas las cosas, [que]
será guardado”, del cual Cristo es el Mediador. De hecho, hay un pasaje en el que se
denomina a Cristo “el que santifica”, y a su pueblo “los que son santificados” (Heb
2:11).
1
“Las Escrituras mencionan una doble santificación y, en consecuencia, hay una doble santidad.
La
primera es común a las personas y cosas, consistiendo en una dedicación, consagración o separación
singulares de ellas para el servicio de Dios, por su propio nombramiento, por el cual se hacen santos. Esto
se aplica a los sacerdotes y levitas de antaño; el arca, el altar, el tabernáculo y el templo que eran
santificados y hechos santos y, ciertamente, en toda santidad hay una dedicación y separación singular
para Dios. Pero en el sentido mencionado, la suya era solitaria y, exclusivamente, de él. Nada se
relacionaba con esta separación sagrada ni había ningún otro efecto de esta santificación. Pero, en
segundo lugar, hay otro tipo de santificación y santidad, este apartarse para Dios no es lo primero
realizado ni lo intencionado, sino una consecuencia y efecto de ella. Ésta es real en el interior, por la
comunicación de un principio de santidad de nuestra naturaleza, desarrollado con su práctica de actos y
deberes de obediencia santa a Dios. Esto es lo que buscamos”, John Owen (1616-1683) acerca del
Espíritu Santo, Works (Obras), Tomo 3, 370, edición de Goold.
4
no hay vida santa no hay Espíritu Santo. La santificación es el sello que pone el Espíritu
en el pueblo de Cristo. Todos los que son “guiados por el Espíritu de Dios [y solo ellos]
son hijos de Dios” (Ro 8:14).
4. La santificación, por otro lado, es la única señal segura de la elección de
Dios. Es indudable que los nombres y el número de los elegidos son algo secreto, que
Dios ha guardado sabiamente a recaudo y no ha revelado al hombre. No se nos concede
a nosotros, en este mundo, estudiar las páginas del Libro de la Vida y ver si nuestros
nombres están inscritos en él. Pero sí se deja bastante claro con respecto a la elección
que las mujeres y los hombres elegidos pueden conocerse y distinguirse por sus vidas
santas. Está escrito expresamente que los tales son “elegidos […] en santificación”;
“[escogidos] […] mediante la santificación”; “[predestinados] para que fuesen hechos
conformes a la imagen de su Hijo”; que Dios “nos escogió en él [en Cristo] antes de la
fundación del mundo, para que fuésemos santos”. De este modo, cuando Pablo ve que la
“fe” y el “amor”, así como la paciente “esperanza”, de los creyentes tesalonicenses
están actuando, dice: “Conocemos […] vuestra elección” (1 Pe 2:2; 2 Tes 2:13; Ro
8:29; Ef 1:4; 1 Tes 1:3, 4). Quien se jacta de ser uno de los elegidos de Dios y, a la vez,
vive deliberada y continuadamente en pecado solo se está engañando a sí mismo y
profiriendo una vil blasfemia. Por supuesto, es difícil saber lo que son realmente las
personas y al final muchos que aparentan una profesión de fe convincente, quizá
resulten ser hipócritas corruptos hasta la médula. Pero donde no hay como mínimo
alguna muestra de santificación, podemos estar del todo seguros de que tampoco hay
elección. El catecismo de la Iglesia enseña sabia y correctamente que el Espíritu Santo
“santifica a todo el pueblo elegido de Dios”.
5. La santificación, por otro lado, siempre es visible. Al igual que la Cabeza de
la Iglesia de quien brota, no puede “permanecer oculta”. “Cada árbol se conoce por su
fruto” (Lc 6:44). Una persona verdaderamente santificada puede estar tan revestida de
humildad que no vea más que debilidades y defectos en sí misma. Igual que Moisés,
cuando descendió del monte, puede que no sea consciente del resplandor de su rostro.
Igual que los justos, en la gran parábola de las ovejas y los cabritos, puede que
considere que no ha hecho nada digno de la atención y los elogios de su Señor:
“¿Cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos?” (Mt 25:37). Pero lo vea en sí mismo
o no, los demás siempre verán en él una conducta, unos gustos, un carácter y unos
hábitos distintos de los del resto de las personas. La mismísima idea de que un hombre
esté “santificado” sin que se vea santidad en su vida es una solemne insensatez y una
contradicción. Quizá la luz sea muy trémula; pero en una habitación oscura una sola
chispa ya es visible. Quizá la vida sea muy débil; pero basta con que haya un poco de
pulso para que pueda percibirse. Lo mismo sucede con el hombre santificado: su
santificación será algo perceptible y visible, aunque él mismo no lo entienda. ¡Un
“santo” en el que no se advierte más que mundanalidad y pecado es un tipo de monstruo
que no hallamos en la Biblia!
6. La santificación, por otro lado, es algo de lo que todo creyente es
responsable. No quisiera que se me malinterpretara. Sostengo con tanta convicción
como el que más que todo hombre es responsable ante Dios, y que todos los que se
pierdan quedarán mudos y sin excusas en el último día. Todo hombre tiene la capacidad
de “perder su alma” (Mt 16:26). Pero, si bien afirmo eso, sostengo que los creyentes son
eminente y particularmente responsables, y tienen la obligación especial, de vivir vidas
santas. No son como los demás —muertos, ciegos y sin renovar—; están vivos para
Dios, y tienen luz y conocimiento y un nuevo principio en ellos. Si no son santos, ¿qué
6
otro culpable hay sino ellos? Si no están santificados, ¿a quién pueden culpar si no a sí
mismos? Dios, que les ha dado gracia, y un nuevo corazón y una nueva naturaleza, los
ha dejado sin excusas si no viven para su alabanza. Esta es una cuestión que suele
olvidarse con demasiada frecuencia. Quien profesa ser un cristiano verdadero mientras
permanece inactivo, satisfecho con un grado paupérrimo de santificación (si es que hay
alguna en absoluto), y te dice tranquilamente que “no puede hacer nada”, es un
espectáculo lamentable y una persona muy ignorante. Velemos y salvaguardémonos de
este engaño. La Palabra de Dios siempre dirige sus preceptos a los creyentes como seres
responsables. Si el Salvador de los pecadores nos concede una gracia renovadora y nos
llama por medio de su Espíritu, podemos estar seguros de que espera de nosotros que
utilicemos nuestra gracia y no nos quedemos dormidos. Olvidar esto lleva a muchos
creyentes a “contristar al Espíritu Santo”, y los convierte en cristianos muy inútiles y
molestos.
7. La santificación, por otro lado, es susceptible de crecer y desarrollarse. Un
hombre puede ir subiendo peldaños en la santidad y estar mucho más santificado en una
etapa de su vida que en otra. No estará más perdonado ni justificado que cuando creyó
por vez primera —aunque pueda sentirlo más—; pero sí es seguro que tiene la
posibilidad de estar más santificado, puesto que toda virtud de su nuevo carácter puede
ser fortalecida, aumentada y enriquecida. Este es el significado obvio de la última
oración de nuestro Señor por sus discípulos, cuando utilizó la palabra: “Santifícalos”; y
de la oración de Pablo por los tesalonicenses: “El mismo Dios de paz os santifique” (Jn
17:17; 1 Tes 5:23). En ambos casos la expresión implica claramente la posibilidad de un
aumento en la santificación, mientras que la expresión “justifícalos” jamás se aplica en
la Escritura a un creyente, puesto que no puede estar más justificado de lo que ya está.
No veo base alguna en la Escritura para la doctrina de la “santificación imputada”. A mi
modo de ver, esta es una doctrina que confunde cosas diferentes, y conduce a
consecuencias altamente perniciosas. No solo eso, es una doctrina que entra en abierta
contradicción con la experiencia de la mayoría de los cristianos más destacados. Si hay
algún punto en el que coincidan los más grandes santos de Dios es el siguiente: que ven
más, conocen más, sienten más, se arrepienten más y creen más a medida que avanzan
en su vida espiritual, y cuanto más cerca caminan de Dios. En resumen, “[crecen] en
gracia”, tal como exhorta Pedro a los creyentes que hagan, y “[abundan en ello] más y
más”, en palabras de Pablo (2 Pe 3:18; 1 Tes 4:1).
8. La santificación, por otro lado, depende en gran medida de la utilización
diligente de los medios escriturarios. Cuando digo “medios” tengo en mente la lectura
de la Biblia, la oración privada, la asistencia regular a la iglesia, la escucha regular de la
Palabra de Dios y la participación regular en la Cena del Señor. Afirmo como un hecho
manifiesto que ninguna persona que no se preocupe por estas cosas puede llegar a
esperar un progreso en su santificación. No sé de ningún santo destacado que los haya
descuidado. Dichos medios son canales que se han instituido para que el Espíritu
transmita al alma, a través de ellos, los nuevos suministros de gracia, y fortalezca la
obra que ha comenzado en el hombre interior. Táchese esto de doctrina legal si se desea,
pero yo jamás vacilaré en declarar que no existen logros espirituales sin un esfuerzo
previo. Me sería más fácil imaginar la prosperidad de un granjero que se limitara a
sembrar sus campos y a no volverlos a mirar hasta la siega, que esperar de un creyente
un elevado grado de santidad sin ser diligente en su lectura de la Biblia, sus oraciones y
su observancia de los domingos. Nuestro Señor es un Dios que obra a través de medios,
y jamás bendecirá el alma de un hombre que se cree tan espiritual y elevado que no los
precisa.
7
agradables a los ojos de Dios. “De tales sacrificios se agrada Dios” (Heb 13:16).
“Obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor” (Col 3:20).
“Hacemos las cosas que son agradables delante de él” (1 Jn 3:22). Jamás olvidemos
esto, dado que es una doctrina muy reconfortante. Tal como a un padre le agradan los
esfuerzos de su retoño por complacerlo, aun cuando se trate de regalarle una margarita o
atravesar la habitación andando, así nuestro Padre celestial se complace ante las torpes
obras de sus hijos creyentes. Se fija en el motivo, el principio y la intención de sus
actos, y no meramente en su cantidad o calidad. Los considera miembros de su propio
Hijo amado y, por amor a él, se siente complacido dondequiera que alguien está
gobernado por un ojo bueno. Los miembros de la Iglesia que ponen esto en duda harán
bien en examinar el Artículo 12 de la Iglesia de Inglaterra.
11. La santificación, por otro lado, será completamente necesaria para
atestiguar nuestro carácter en el gran Día del Juicio. Será del todo inútil alegar que
creímos en Cristo a menos que nuestra fe haya tenido algún efecto santificador visible
en nuestras vidas. Pruebas y más pruebas, eso será lo único necesario ante el Gran
Trono Blanco, cuando se abran los libros, los sepulcros entreguen a sus ocupantes,
cuando los muertos se alineen ante el tribunal de Dios. Sin alguna prueba de que nuestra
fe en Cristo ha sido real y genuina, solo resucitaremos para nuestra condenación. No
veo ninguna prueba que vaya a ser admitida en ese día a excepción de la santificación.
La cuestión no será cómo hablamos y lo que profesamos, sino cómo vivimos y lo que
hicimos. Que nadie se engañe en cuanto a esto. Si hay algo fuera de cualquier duda con
respecto al futuro, es que habrá un juicio; y si hay algo fuera de cualquier duda con
respecto a ese juicio, es que las “obras” y los “actos” de los hombres serán considerados
y sometidos a examen (Jn 5:29; 2 Cor 5:10; Ap 20:13). Quien imagine que las obras
carecen de importancia porque no pueden justificarnos es un cristiano tremendamente
ignorante. A menos que abra los ojos, descubrirá a sus propias expensas que, si se
presenta ante el tribunal de Dios sin alguna muestra de gracia, más le valdrá no haber
nacido.
12. La santificación, por último, es completamente necesaria a fin de
educarnos y prepararnos para el Cielo. La mayoría de los hombres esperan ir al Cielo
cuando mueran, pero es de temer que sean pocos los que se toman la molestia de
considerar si disfrutarían del Cielo en caso de estar en él. El Cielo es esencialmente un
lugar santo; todos sus ocupantes son santos; todas sus ocupaciones son santas. Es claro
y manifiesto que para ser verdaderamente felices en el Cielo se nos ha de preparar y
educar de algún modo para el mismo durante nuestra estancia en la tierra. El concepto
de un Purgatorio tras la muerte, que convertirá a los pecadores en santos, es un invento
falaz del hombre, y no se enseña en ninguna parte de la Biblia. Hemos de ser santos
antes de morir, si es que deseamos ser santos después en la gloria. La idea predilecta de
muchos de que los moribundos solo precisan de la absolución y el perdón de los
pecados a fin de prepararlos para su gran cambio, es un triste engaño. Necesitamos la
obra del Espíritu Santo además de la de Cristo; necesitamos la renovación del corazón
además de la sangre expiatoria; necesitamos ser santificados además de justificados. Es
habitual oír a las personas decir en su lecho de muerte: “Solo deseo que el Señor
perdone mis pecados y me dé descanso”. ¡Pero quienes dicen tales cosas olvidan que el
resto del Cielo sería completamente inútil si no tuviéramos un corazón para disfrutarlo!
¿Qué podría hacer en el Cielo un hombre sin santificar, en el hipotético caso de que
pudiera llegar allí? Afrontemos esa cuestión con honradez y démosle una respuesta
sincera. Nadie puede ser feliz en un sitio donde no se encuentra en su elemento, y donde
todo lo que le rodea no es afín a sus gustos, sus hábitos y su carácter. Cuando un águila
9
sea feliz en una jaula, cuando una oveja esté a gusto en el agua, cuando a un búho le
complazca el sol del mediodía, cuando a un pez le satisfaga estar en tierra firme,
entonces —y solo entonces— reconoceré que un hombre sin santificar puede ser feliz
en el Cielo.3
He establecido estas doce proposiciones acerca de la santificación firmemente
convencido de su veracidad, y pido a todos los que lean estas páginas que las sopesen
cuidadosamente. Cada una de ellas podría ampliarse y tratarse con mayor detenimiento,
y todas ellas son dignas de reflexión y consideración personales. Quizá algunas puedan
cuestionarse o contradecirse; pero dudo que ninguna de ellas se pueda refutar o rebatir.
Solo pido que se escuchen honrada e imparcialmente. Estoy persuadido de que son
susceptibles de ayudar a las personas a tener unas ideas más claras con respecto a la
santificación.
3
“No hay ninguna fantasía humana inventada por el hombre, ninguna más necia, ninguna tan
perniciosa como ésta: Que las personas no purificadas, no santificadas, no hechas santas en su vida, sean
después llevadas a ese estado de bendición que consiste en disfrutar de Dios. Estas personas tampoco
pueden regocijarse en Dios y Dios no sería una recompensa para ellas. Es cierto que la santidad se
perfecciona en el cielo, pero invariablemente su comienzo se limita a este mundo”. — Owen on the Holy
Spirit (Owen sobre el Espíritu Santo), 575. Edición de Goold. John Owen (1616-1683): Capellán en el
ejército de Oliver Cromwell y vicecanciller de la Universidad de Oxford. La mayor parte de su vida fue
pastor de iglesias congregacionales. Sus escritos abarcan un periodo de cuarenta años y llegan a
veinticuatro tomos que se consideran entre los mejores recursos para el estudio de la teología en el idioma
inglés. Nació de padres puritanos en la aldea de Oxfordshire de Stadham, Inglaterra.
10
escaparían del pecado y se tornarían eminentemente santos. Olvidaban que no hay rejas
ni cerrojos que mantengan fuera al diablo y que, allá donde vayamos, acarreamos con
nosotros la raíz de todo mal: nuestros propios corazones. Convertirse en un fraile o en
una monja o trabajar en una “casa de misericordia” no es el camino directo a la
santificación. La verdadera santificación no lleva al cristiano a eludir las dificultades,
sino a afrontarlas y vencerlas. Cristo desea que su pueblo demuestre que su gracia no es
una mera planta de invernadero, capaz únicamente de crecer a cubierto, sino algo fuerte
y resistente que puede florecer en todos los aspectos de la vida. El elemento primario de
nuestra santificación es cumplir con nuestro deber en la situación a que Dios nos ha
llamado, como la sal en medio de la corrupción y la luz entre las tinieblas. El arquetipo
escriturario del hombre santificado no es el hombre que se esconde en una cueva, sino el
hombre que, como señor o criado, como padre o hijo, en la familia y en la calle, en el
negocio y en el trabajo glorifica a Dios. Nuestro Señor mismo dijo en su última oración:
“No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Jn 17:5).
5. La santificación no consiste en llevar a cabo algún acto correcto de forma
ocasional. Es la obra cotidiana de un nuevo principio celestial en el interior que se
refleja en toda la conducta diaria de una persona, tanto en las cosas grandes como en las
pequeñas. Su esencia se encuentra en el corazón y, tal como sucede con este en lo
referente al cuerpo, así ejerce una influencia constante en cada parte del carácter. No es
como una bomba que solo extrae agua cuando se ejerce presión sobre ella, sino como
una fuente perpetua de la que brota un manantial perpetuo de forma natural y
espontánea. Hasta Herodes, cuando escuchó a Juan el Bautista, “hacía muchas cosas”
aun cuando su corazón estaba completamente equivocado a los ojos de Dios (Mr 6:20
RV1909). De igual modo, hay multitudes de personas hoy día que parecen tener
arrebatos espasmódicos de “bondad”, tal como se la denomina, y hacen muchas cosas
correctas bajo la influencia de la enfermedad, la aflicción, la muerte en la familia, los
desastres sociales o una súbita punzada de la conciencia. Sin embargo, cualquier
observador perspicaz advertirá que, durante todo ese tiempo, no están convertidos y no
saben lo más mínimo de la santificación. Un verdadero santo, tal como era Ezequías, lo
será de todo corazón. Considerará los mandamientos de Dios justos en todo y
aborrecerá “todo camino de mentira” (2 Cr 31:21; Sal 119:104).
6. La auténtica santificación se revelará en un respeto continuo a la ley de
Dios, y en un esfuerzo continuo para vivir en obediencia a ella como regla de vida. No
existe mayor error que imaginar que un cristiano no tiene nada que ver con la ley y los
Diez Mandamientos porque no se puede justificar por medio de su observancia. El
mismo Espíritu Santo que convence al creyente de pecado por medio de la ley, y lo
conduce a Cristo para su justificación, lo llevará siempre a una utilización espiritual de
la ley, como un guía amigable, en la búsqueda de la santificación. Nuestro Señor
Jesucristo jamás hizo de menos los Diez Mandamientos; por el contrario, los expuso en
su primera intervención pública —el Sermón del Monte— y mostró la naturaleza
exhaustiva de sus exigencias. Pablo nunca menospreció la ley; por el contrario, dice:
“Pero sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente”; “según el hombre
interior, me deleito en la ley de Dios” (1 Tim 1:8; Ro 7:22). El que se considera un
santo mientras desprecia los Diez Mandamientos y se toma a la ligera la mentira, la
hipocresía, el fraude, el mal carácter, la calumnia, la ebriedad y el quebrantamiento del
séptimo mandamiento, se encuentra bajo el influjo de un terrible engaño. ¡En el último
día le costará trabajo demostrar que es un “santo”!
12
4
“En el evangelio, Cristo se nos presenta como un modelo y ejemplo de santidad y, tal como es
una fantasía maldita creer que éste era todo el propósito de su vida y muerte, o sea, principalmente
ejemplificar y confirmar la doctrina de santidad que él enseñó; lo es también olvidar que él es nuestro
ejemplo, dejar de considerarlo por fe con ese fin y esforzarnos para conformarnos a él, es inicuo y
pernicioso. Por lo tanto, meditemos mucho en lo que él era, lo que él hacía y cómo encaraba todos sus
13
deberes y pruebas, hasta que una imagen o idea de su santidad perfecta se implante en nuestras mentes y,
por ello, lleguemos a parecernos a él”. —Owen acerca del Espíritu Santo, 513; edición de Goold.
14
justificación y la santificación son dos cosas distintas que siempre hemos de tener
presentes. Sin embargo, hay aspectos en los que son similares y otros en los que
difieren. Intentemos enumerarlos.
4. Aplicación Práctica
Solo me queda ahora concluir este tema con unas breves palabras prácticas.
Hemos visto la naturaleza y las señales visibles de la santificación. ¿Qué reflexiones
prácticas debe plantearnos toda esta cuestión?
1. Por un lado, tomemos conciencia del peligroso estado en que se encuentran
muchos cristianos profesantes. Nadie verá al Señor sin santidad; sin santidad no hay
salvación (Heb 12:14). ¡Qué gran cantidad de supuesta religión es, pues, del todo inútil!
¡Qué inmensa proporción de feligreses se halla en el camino ancho que lleva a la
destrucción! Es una idea espantosa, abrumadora. ¡Ojalá que los predicadores abrieran
los ojos y comprendieran el estado de las almas que los rodean! ¡Ojalá que fuera posible
persuadir a los hombres a “huir de la ira venidera”! Si las almas sin santificar pueden ser
salvas e ir al Cielo, la Biblia no es verdadera. ¡Sin embargo, la Biblia es verdadera y no
puede mentir! ¡Qué final habrá!
2. Por otro lado, asegurémonos de confirmar nuestro estado y no cejemos
hasta sentir y saber que nosotros mismos estamos “santificados”. ¿Cuáles son nuestros
gustos, nuestras elecciones, nuestras preferencias y nuestras inclinaciones? Esa es la
prueba de fuego. Poco importa lo que deseemos y lo que esperemos ser tras nuestra
muerte. ¿Qué somos ahora? ¿Qué estamos haciendo? ¿Estamos santificados o no? Si no
es así, solo podemos culparnos a nosotros mismos.
3. Por otro lado, si deseamos ser santificados, el curso que debemos tomar es
manifiesto: debemos empezar por Cristo. Debemos acudir a él como pecadores, sin
otro alegato que nuestra necesidad absoluta, y encomendarle nuestras almas por fe, para
alcanzar la paz y la reconciliación con Dios. Debemos ponernos en sus manos, como en
manos de un buen médico, e implorarle misericordia y gracia. No debemos esperar
llevar ninguna otra recomendación con nosotros: el primer paso hacia la santificación,
tal como sucede con la justificación, es acudir a Cristo con fe. Primero debemos vivir y
luego obrar.
16
4. Por otro lado, si deseamos crecer en santidad y llegar a estar más santificados,
debemos proseguir siempre tal como empezamos, y acudir de forma renovada y
continua a Cristo. Él es la cabeza de la que debe nutrirse cada miembro (Ef 4:16). El
gran secreto de la santificación progresiva es vivir la vida de fe diaria en el Hijo de Dios
y aprovisionarnos cotidianamente de la gracia que se nos ha prometido en su plenitud y
de la fuerza que él ha puesto a disposición de su pueblo. Los creyentes que parecen
anquilosados descuidan, por regla general, la comunión íntima con Jesús y contristan de
ese modo al Espíritu. El que oró diciendo: “Santifícalos” en la víspera de su crucifixión,
está más que dispuesto a ayudar a todos los que acudan a él por fe y deseen ser
santificados en mayor medida.
5. Por otro lado, no esperemos demasiado de nuestros corazones aquí abajo.
En el mejor de los casos hallaremos en nosotros motivos diarios de humillación, y nos
descubriremos deudores necesitados de misericordia y gracia a cada instante. Cuanta
más luz tengamos más patentes se nos harán nuestras imperfecciones. Éramos pecadores
cuando comenzamos, y descubriremos que somos pecadores a cada paso: pecadores
hasta el fin, a pesar de haber sido renovados, perdonados y justificados. Nuestra
perfección absoluta aún está por llegar, y aguardarla es una de las razones para que
anhelemos el Cielo.
6. Por último, jamás nos avergoncemos de atribuir gran importancia a la
santificación y de contender por un elevado patrón de santidad. Mientras otros se
dan por satisfechos con unos logros misérrimos y a otros aún no les avergüenza lo más
mínimo vivir sin santidad alguna, contentos con una mera visita a la iglesia, sin llegar a
avanzar jamás —como le sucede a un caballo uncido a una noria—, mantengámonos
firmes en las sendas antiguas y busquemos una santidad eminente en nosotros, y
prediquémosla con fervor a los demás. Ese es el único camino a la felicidad verdadera.
Independientemente de lo que digan los demás, tengamos la convicción de que
la santidad es la felicidad, y que la persona que pasa por la vida con mayor consuelo es
la persona santificada. Es indudable que existen algunos cristianos verdaderos que, por
causa de una mala salud, o de aflicciones familiares, o de alguna otra causa oculta,
disfrutan de escaso consuelo sensible y recorren dolientes su camino al Cielo. Pero esos
son casos excepcionales: por regla general, a largo plazo, se podrá comprobar que las
personas “santificadas” son las más felices del mundo. Disfrutan de consuelos sólidos
que el mundo no puede dar ni arrebatar. “Sus caminos son caminos deleitosos”; “mucha
paz tienen los que aman tu ley”. El que no puede mentir dijo: “Mi yugo es fácil, y ligera
mi carga”. Pero también está escrito: “No hay paz para los malos” (Pr 3:17; Sal
119:165; Mt 11:30; Is 48:22).
La Doctrina de la Santificación
Louis Berkhof
Esta lectura corresponde a gran parte del capítulo X de Louis Berkhof, Teología
Sistemática (1938). La obra de Berkhof (1873–1957) representa muy bien la teología
reformada sobre la santificación. De acuerdo con Grudem, “Este libro es un gran
tesoro sobre de información y análisis, y probablemente es el más útil volumen de
teología sistemática disponible desde cualquier perspectiva teológica”. En lo referente a
la doctrina de la santificación, esta obra se puede complementar con La Redención
Consumada y Aplicada de John Murray (1955), y la Teología Sistemática de Wayne
Grudem (2004). Berkhof tiene la virtud de decir mucho en poco espacio. Téngase en
cuenta que Berkhof se graduó del seminario en 1900, en pleno auge de la doctrina
perfeccionista de la escuela de Oberlin, representada por sus maestros Asa Mahan y
Charles Finney y James Fairchild. Es por eso que él dedica bastante espacio para
refutar ese error doctrinal, que aún persiste hoy entre las iglesias metodistas,
nazarenas y pentecostales.
Se han eliminado el comienzo y el fin de este capítulo: (1) el análisis de los términos del
AT y el NT para santidad y santificación, y (2) la relación de la santificación con las
buenas obras, respectivamente.
…
5
Página 200.
17
18
la cooperación del hombre para evitar el peligro de la justicia por obras. El pietismo y el
metodismo pusieron mucho énfasis en el compañerismo constante con Cristo como el
gran medio para la santificación. Al exaltar la santificación a expensas de la
justificación no siempre evitaron el peligro de la justicia propia. Wesley no nada más
distinguió entre justificación y santificación sino tácitamente las separó; y habló de la
completa santificación como de un segundo regalo de la gracia que sigue al primero, es
a saber, a la justificación por la fe, después de un período largo o corto. Aunque también
habló de la santificación como de un proceso, sin embargo, sostuvo que el creyente
debiera orar y procurar una inmediata y completa santificación como un acto de Dios
por separado. Bajo la influencia del racionalismo, y del moralismo de Kant dejó de
considerarse a la santificación como una obra sobrenatural del Espíritu Santo en la
renovación de los pecadores y se le rebajó hasta el nivel de un mero mejoramiento
moral realizable mediante los poderes naturales del hombre. Para Schleiermacher la
santificación era nada más el dominio progresivo del conocimiento de Dios dentro de
nosotros. Y para Ritschl consistía en la perfección moral de la vida cristiana a la que
podemos llegar mediante el cumplimiento de nuestra vocación como miembros del
reino de Dios. En la porción mayor de la teología liberal moderna, la santificación
consiste nada más en la siempre cada vez más grande redención del más bajo yo del
hombre, mediante el dominio del más alto yo. La redención por el carácter es uno de los
temas actuales y el término “santificación” ha quedado para designar tan sólo un
mejoramiento moral.
mundo, Ex 19:4-6; Eze 20:39-44. Dios, al tomar este pueblo de entre el impuro y
malvado mundo, protesta en contra de ese mundo y de su pecado. Además, repetidas
veces lo hizo perdonando también a su pueblo infiel, porque no quería que el mundo
impío se regocijara al considerar que Dios había fracasado en su obra, Os 11:9.
La idea de santidad en su sentido derivativo también se aplica a las cosas y a las
personas que se colocan en relación especial con Dios. La tierra de Canaán, la ciudad de
Jerusalén, el monte del templo, el tabernáculo y el templo, los sábados y las fiestas
solemnes de Israel, — cada una y todas estas cosas se llaman santas, puesto que están
consagradas a Dios y colocadas bajo la brillantez de su majestuosa santidad. De manera
semejante, los profetas, los levitas y los sacerdotes se denominan santos como personas
apartadas para el servicio especial del Señor. Israel tuvo sus lugares sagrados, sus
épocas sagradas, sus ritos sagrados y sus personas sagradas. Si embargo, esta no es
todavía la idea ética de la santidad. Uno puede ser una persona sagrada y estar, no
obstante, del todo vacío de la gracia de Dios en su corazón. En la antigua dispensación
tanto como en la nueva la renovación ética es el resultado de la influencia renovadora y
santificadora del Espíritu Santo. Sin embargo, debe recordarse que aun en donde el
concepto de santidad está por completo espiritualizado, siempre expresa una relación.
La idea de santidad nunca es la de una bondad moral considerada en sí misma, sino la
de una bondad ética vista en su relación con Dios.
2. EN EL NUEVO TESTAMENTO. Al pasar del Antiguo Testamento al Nuevo
notamos una notable diferencia. Mientras que en el Antiguo Testamento no hay ni un
solo atributo de Dios que sobresalga con la misma prominencia de su santidad, en el
Nuevo la santidad raras veces se atribuye a Dios. Con excepción de algunos cuantos
pasajes del Antiguo Testamento, se le cita nada más en los escritos de Juan, Jn 17:11; 1
Jn 2:20; Ap 6:10. Con toda probabilidad la explicación de esto se encuentra en el hecho
de que en el Nuevo Testamento la santidad se presenta como la característica especial
del Espíritu de Dios por quien los creyentes son santificados, capacitados para servir y
conducidos a su eterno destino, 2 Tes 2:13; Tito 3:5. La palabra hagios se usa en
relación con el Espíritu de Dios casi cien veces. Sin embargo, el concepto de santidad y
santificación no es diferente en el Nuevo de lo que es en el Antiguo Testamento. Tanto
en el primero como en el segundo la santidad se atribuye al hombre en un sentido
derivativo. En uno como en el otro la santidad ética no es mera rectitud moral, y la
santificación nunca es nada más un mejoramiento moral. Actualmente, con frecuencia
se confunden estas dos cuando la gente habla de la salvación mediante el carácter. Un
hombre puede vanagloriarse de grande adelanto moral, y sin embargo ser un bien
conocido extranjero en cuanto a la santificación. La Biblia no exige pura y simplemente
un mejoramiento moral, pero sí, un mejoramiento moral en relación con Dios, por causa
de Dios y con el propósito de servir a Dios. La Biblia insiste en la santificación. En este
punto preciso mucha de la predicación ética de la actualidad está notoriamente
equivocada, y el único remedio para corregirse está en que haga la presentación de la
doctrina verdadera de la santificación. La santificación puede definirse como aquella
operación misericordiosa y continua del Espíritu Santo por la cual Él libera al
pecador justificado de la polución del pecado, renueva su naturaleza completa a la
imagen de Dios y lo capacita para realizar buenas obras.
D. LA NATURALEZA DE LA SANTIFICACIÓN
21
6
Se refiere al año 1932, fecha de la primera edición en inglés.
24
ella y por lo mismo van siempre acompañados de ella, Rom 6:3; 1 Cor 12:13; Tito 3:5;
1 Ped 3:21.
3. LA DIRECCIÓN PROVIDENCIAL. Los actos providenciales de Dios, tanto los
favorables como los adversos, son con frecuencia medios poderosos de santificación. En
relación con la operación del Espíritu Santo por medio de la palabra, operan en nuestros
afectos naturales y de esta manera, a menudo ahondan la impresión de la verdad
religiosa y la introducen al alma. Debe recordarse que la luz de la revelación divina es
necesaria para la interpretación de sus direcciones providenciales, Sal 119:71; Rom 2:4;
Heb 12:10.
7
Pregunta 114.
8
Systematic Theology, 87.
25
operación del Espíritu Santo. El conocimiento del hecho de que la santificación está
fundada sobre la justificación, siendo imposible colocarla sobre cualquiera otra base, y
de que el ejercicio constante de la fe es necesario para avanzar en el camino de la
santidad, nos resguardara en contra de toda justicia propia, en nuestra lucha para
avanzar en la bondad y santidad de nuestra vida. Merece atención particular el hecho de
que, mientras que la fe más débil media para el logro de una perfecta justificación, el
grado de santificación es conmensurable con la potencia de la fe del cristiano y con la
persistencia con la que él se posesiona de Cristo.
9
Compárese Robertson, The Minister and His Greek Testament, 100.
27
nunca caen del estado de gracia (porque eso es pecado); y sin embargo los
perfeccionistas son la misma gente que cree que hasta los creyentes verdaderos pueden
caer y apartarse.
bajo las condiciones del pacto de obras. Queremos dar a entender, sin embargo, que se
trata de obras que en su cualidad moral son diferentes en esencia de las acciones de los
no regenerados, y que son la expresión de una naturaleza nueva y santa, como el
principio del cual brotan. Son obras que Dios no sólo aprueba, sino que, en cierto
sentido, también recompensa. Las siguientes son las características de las obras
espirituales buenas: (1) Son los frutos de un corazón regenerado, puesto que sin éste no
puede haber la disposición (de obedecer a Dios) y el motivo (de glorificar a Dios) que se
requiere, Mat 12:33; 7:17, 18. (2) No están hechas sólo en conformidad externa con la
ley de Dios, sino que se hacen en obediencia consciente a la voluntad revelada de Dios,
es decir, porque son requeridas por Dios. Brotan del principio del amor a Dios y del
deseo de hacer su voluntad, Deut 6:2; 1 Sam 15:22; Isa 1:12; 29:13; Mat 15:9. (3)
Cualquiera que sea su fin inmediato, su finalidad última no puede ser el bienestar del
hombre, sino la gloria de Dios, la cual es el más alto propósito concebido en la vida del
hombre, 1 Cor 10:31; Rom 12:1; Col 3:17, 23.
…
La Santificación, El Crecimiento en la Semejanza de Cristo
Wayne Grudem
Como indica este cuadro, la santificación es algo que continúa a lo largo de toda
nuestra vida como cristianos. El curso ordinario de una vida cristiana involucrará el
crecimiento continuo en santificación, y es algo en lo que el Nuevo Testamento nos
anima a que le prestemos atención y nos esforcemos en conseguirlo.
29
30
poder de la nueva vida espiritual dentro de nosotros nos guarda de ceder a la vida de
pecado.
El cambio moral inicial es la primera etapa en la santificación. En este sentido
hay un cierto traslapo entre la regeneración y la santificación, porque este cambio moral
es en realidad una parte de la regeneración. Pero cuando lo vemos desde el punto de
vista del cambio moral dentro de nosotros, lo podemos ver también como la primera
etapa de la santificación. Pablo mira retrospectivamente a un suceso completado cuando
dice a los corintios: “Pero ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido
justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co
6:11). Del mismo modo, en Hechos 20:32 Pablo se puede referir a los cristianos como
los que tienen “herencia entre todos los santificados”.
Este paso inicial en la santificación involucra un rompimiento definido con el
poder dominante y amor al pecado, de manera que el creyente ya no está más controlado
o dominado por el pecado y ya no le gusta pecar. Pablo dice: “De la misma manera,
también ustedes considérense muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús
… Así el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, porque ya no están bajo la ley sino
bajo la gracia” (Ro 6:11, 14). Pablo dice que los cristianos han sido “liberados del
pecado” (Ro 6:18). En este contexto, estar muerto al pecado o ser liberado del pecado
involucra el poder para vencer acciones o pautas de comportamiento pecaminoso en
nuestra vida. Pablo les dice a los romanos: “No permitan ustedes que el pecado reine en
su cuerpo mortal, ni obedezcan a sus malos deseos. No ofrezcan los miembros de su
cuerpo al pecado como instrumentos de injusticia, ofrézcanse más bien a Dios” (Ro
6:12–13). Estar muerto al poder dominante del pecado significa que nosotros como
cristianos, en virtud del poder del Espíritu Santo y la vida de resurrección de Cristo
obrando dentro de nosotros, tenemos el poder de vencer la tentación y la seducción del
pecado. El pecado ya no será nuestro amo como lo era antes de hacernos cristianos.
En términos prácticos, esto significa que debemos afirmar dos cosas como
ciertas. Por un lado, nunca seremos capaces de decir: “Estoy completamente libre del
pecado”, porque nuestra santificación nunca estará del todo completada (vea abajo).
Pero, por otro lado, un cristiano nunca debiera decir (por ejemplo) “Este pecado me ha
derrotado, me rindo. He tenido un mal temperamento por treinta y siete años y lo tendré
hasta el día que me muera, y las personas me van a tener que aguantar tal como soy”.
Decir eso es reconocer que el pecado te ha dominado. Es permitir que el pecado reine en
nuestros cuerpos. Es admitir la derrota. Es negar la verdad de las Escrituras, que nos
dicen: “De la misma manera, también ustedes considérense muertos al pecado, pero
vivos para Dios en Cristo Jesús” (Ro 6:11). Es negar la verdad de las Escrituras que nos
dicen que “el pecado no tendrá dominio sobre ustedes” (Ro 6:14).
El rompimiento inicial con el pecado involucra una reorientación de nuestros
deseos de manera que ya no tenemos una inclinación dominante hacia el pecado en
nuestra vida. Pablo sabe que sus lectores fueron antiguos esclavos del pecado (como lo
son todos los incrédulos), pero dice que ellos ya no son esclavos. “Pero gracias a Dios
que, aunque antes eran esclavos del pecado, ya se han sometido de corazón a la
enseñanza que les fue transmitida. En efecto, habiendo sido liberados del pecado, ahora
son ustedes esclavos de la justicia” (Ro 6:17–18). Este cambio en los deseos e
inclinación de la persona ocurre al comienzo de la santificación.
2. La santificación va aumentando a lo largo de la vida. Aunque el Nuevo
Testamento habla de un comienzo definido de la santificación, también lo ve como un
proceso que continúa a lo largo de nuestra vida cristiana. En general este es el sentido
31
EL PROCESO DE LA SANTIFICACIÓN
perfectamente. Por tanto, han concluido, es posible para nosotros obtener un estado de
perfección impecable en esta vida. Además, apuntan a la oración de Pablo por los
tesalonicenses: “Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo” (1 Ts
5:23), e infieren que bien puede ser que la oración de Pablo se cumpliera en algunos de
los cristianos tesalonicenses. De hecho, Juan incluso dice: “Todo el que practica el
pecado, no lo ha visto ni lo ha conocido” (1 Jn 3:6). ¿Están hablando estos versículos de
la posibilidad de una perfección impecable en la vida de algunos cristianos? Es este
estudio, usaré la palabra perfeccionismo para referirme a este punto de vista de que la
perfección impecable es posible en esta vida.
Si examinamos con detenimiento estos pasajes veremos que no apoyan la
posición perfeccionista. Primero, sencillamente no se enseña en las Escrituras que
cuando Dios da un mandamiento, él también nos da la capacidad para obedecerlo en
cada caso. Dios manda a todas las personas en todo lugar que obedezcan todas sus leyes
morales y los tiene como culpables de no obedecerlos, aun cuando las personas no
redimidas son pecadores y, como tales, están muertas en sus delitos y pecados, y eso les
incapacita para obedecer los mandamientos de Dios. Cuando Jesús nos manda que
seamos perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5:48), nos está
sencillamente diciendo que la pureza moral absoluta de Dios es la meta hacia la cual
debemos apuntar y la norma por la cual Dios nos va a pedir cuentas. El hecho de que
nosotros no seamos capaces de estar a la altura de ese ideal no significa que va a ser
rebajado; más bien, quiere decir que necesitamos la gracia y el perdón de Dios para
vencer lo que queda del pecado en nosotros. Del mismo modo, cuando Pablo manda a
los corintios que completen la obra de la santificación en el temor del Señor (2 Co 7:1),
o pide en oración que Dios santifique plenamente a los tesalonicenses (1 Ts 5:23), está
apuntando a la meta que él quiere que ellos alcancen. No está diciendo que algunos lo
van a conseguir, sino que ese es el ideal moral al que Dios quiere que todos los
creyentes aspiren.
La declaración de Juan: “Todo aquel que permanece en él, no peca” (1 Jn 3:6)
no está enseñando que algunos de nosotros vamos a alcanzar la perfección, porque el
tiempo presente de los verbos en griego se traducen mejor como indicando una acción
continuada o actividad habitual: “Todo el que permanece en él, no practica el pecado.
Todo el que practica el pecado, no lo ha visto ni lo ha conocido” (1 Jn 3:6, NVI). Esta
declaración es similar a la que hace Juan unos pocos versículos después: “Ninguno que
haya nacido de Dios practica el pecado, porque la semilla de Dios permanece en él; no
puede practicar el pecado, porque ha nacido de Dios” (1 Jn 3:9). Si vamos a tomar estos
versículos para probar una perfección impecable, tendrían que probarla para todos los
cristianos, porque están hablando de lo que es cierto de todos los que son nacidos de
Dios, y todo el que ha visto a Cristo y le ha conocido.
Por tanto, no parece haber ningún versículo en las Escrituras que sea
convincente en la enseñanza de que es posible para algún ser humano estar
completamente libre de pecado en esta vida. Por otro lado, hay pasajes tanto en el
Antiguo como en el Nuevo Testamentos que enseñan claramente que no podemos ser
moralmente perfectos en esta vida. En la oración de Salomón durante la dedicación del
templo, él dice: “Ya que no hay ser humano que no peque, si tu pueblo peca contra ti
…” (1 R 8:46). Del mismo modo, leemos una pregunta retórica con una respuesta
negativa implícita en Proverbios 20:9: “¿Quién puede afirmar: ‘Tengo puro el corazón;
estoy limpio de pecado’?” Y leemos también una declaración explícita en Eclesiastés
7:20: “No hay en la tierra nadie tan justo que haga el bien y nunca peque”.
34
está lejos de haber obtenido libertad total del pecado en nuestros motivos, pensamientos
e intenciones del corazón.
…
C. Dios y el hombre cooperan en la santificación
Algunos (tales como John Murray) objetan a decir que Dios y el hombre
“cooperan” en la santificación, porque ellos quieren insistir en que esa es la obra
primaria de Dios y que nuestra parte en la santificación es solo secundaria (vea Fil
2:12–13). Sin embargo, si nosotros explicamos con claridad la naturaleza del papel de
Dios y nuestro papel en la santificación, no es inapropiado decir que Dios y el hombre
cooperan en la santificación. Dios obra en nuestra santificación y nosotros también, y
trabajamos por el mismo propósito. No estamos diciendo que tenemos participaciones
iguales en la santificación o que ambos trabajamos de la misma forma, sino solo
decimos que cooperamos con Dios en formas que son apropiadas a nuestra condición de
criaturas de Dios. Y el hecho de que las Escrituras enfatizan el papel que nosotros
tenemos en la santificación (con todos los mandamientos morales del Nuevo
Testamento), hace que sea apropiado enseñar que Dios nos llama a cooperar con él en
esta actividad.
1. La parte de Dios en la santificación. Puesto que la santificación es sobre
todo obra de Dios, es apropiado que Pablo orara diciendo: “Que Dios mismo, el Dios de
paz, los santifique por completo” (1 Ts 5:23). Una de las funciones específicas de Dios
el Padre en la santificación es su proceso de disciplinar a sus hijos (vea He 2:5–11).
Pablo les dice a los filipenses: “Pues Dios es quien produce en ustedes tanto el querer
como el hacer para que se cumpla su buena voluntad” (Fil 2:13), indicando así algo de
la manera en que Dios los santificaba, haciendo que desearan tanto su voluntad como
dándoles el poder para cumplirla. El autor de Hebreos nos habla de los papeles del
Padre y del Hijo en la bendición familiar: “El Dios que da la paz … Que él los capacite
en todo lo bueno para hacer su voluntad. Y que, por medio de Jesucristo, Dios cumpla
en nosotros lo que le agrada. A él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (He
13:20–21).
El papel de Dios el Hijo, Cristo Jesús, en la santificación es, primero, que él
ganó nuestra santificación. Por tanto, Pablo podía decir que Dios hizo a Cristo “nuestra
sabiduría —es decir, nuestra justificación, santificación y redención” (1 Co 1:30).
Además, en el proceso de la santificación Jesús es también nuestro ejemplo, porque
debemos correr la carrera de la vida “[fijando] la mirada en Jesús, el iniciador y
perfeccionador de nuestra fe” (He 12:2). Pedro les dice a sus lectores: “Cristo sufrió por
ustedes, dándoles ejemplo para que sigan sus pasos” (1 P 2:21). Y Juan dice: “El que
afirma que permanece en él, debe vivir como él vivió” (1 Jn 2:6).
Pero es Dios el Espíritu Santo quien trabaja específicamente dentro de nosotros
para cambiarnos y santificarnos, dándonos una mayor santidad de vida. Pedro habla de
la “obra santificadora del Espíritu” (1 P 1:2), y Pablo habla también de la “obra
santificadora del Espíritu” (2 Ts 2:13). Es el Espíritu Santo el que produce en nosotros
“el fruto del Espíritu” (Gá 5:22–23), esos rasgos característicos que son parte de una
mayor santificación diaria. Si nosotros crecemos en la santificación “andamos en el
Espíritu” y somos “guiados por el Espíritu” (Gá 5:16–18; cf. Ro 8:14), es decir, que
somos cada vez más sensibles a los deseos y estímulos del Espíritu Santo en nuestra
vida y carácter. El Espíritu Santo es el espíritu de santidad, y genera santidad dentro de
nosotros.
36
temor de Dios la obra de nuestra santificación” (2 Co 7:1). Esta clase de lucha por la
obediencia y por la santidad puede involucrar gran esfuerzo de nuestra parte, porque
Pedro les dice a sus lectores que se “esfuercen” por crecer en las características que son
conforme a la piedad (2 P 1:5). Muchos pasajes específicos del Nuevo Testamento nos
animan a que prestemos detallada atención a los varios aspectos de la santidad y de la
piedad en la vida (vea Ro 12:1–13:14; Ef 4:17–6:20; Fil 4:4–9; Col 3:5–4:6; 1 P 2:11–
5:11; et al.). Debemos edificar continuamente pautas y hábitos de santidad, porque una
medida de madurez es que los cristianos maduros “tienen la capacidad de distinguir
entre lo bueno y lo malo, pues han ejercitado su facultad de percepción espiritual” (He
5:14).
El Nuevo Testamento no sugiere ningún atajo mediante el cual podamos crecer
en santificación, sino solo nos anima repetidas veces a darnos a nosotros mismos a los
medios antiguos y reconocidos de la lectura de la Biblia y la meditación (Sal 1:2; Mt
4:4; Jn 17:17), la oración (Ef 6:18; Fil 4:6), la adoración (Ef 5:18–20), al testimonio (Mt
28:19–20), al compañerismo cristiano (He 10:24–25), a la autodisciplina y al dominio
propio (Gá 5:23; Tit 1:8).
Es importante que continuemos creciendo tanto en la confianza pasiva en Dios
para nuestra santificación y en nuestro esfuerzo activo por la santidad y una mayor
obediencia en nuestra vida. Si descuidamos el esfuerzo activo para obedecer a Dios, nos
hacemos cristianos pasivos y perezosos. Si descuidamos el papel pasivo de confiar en
Dios y entregarnos a él, nos hacemos orgullosos y excesivamente confiados en nosotros
mismos. En cualquier caso, nuestra santificación será deficiente. Debemos mantener la
fe y la diligencia en obedecer al mismo tiempo. El antiguo himno dice: “Obedecer, y
confiar en Jesús, es la regla marcada para andar en la luz”.
Debemos añadir un punto más a nuestro estudio de nuestro papel en la
santificación: La santificación es por lo general un proceso corporativo en el Nuevo
Testamento. Es algo que sucede en comunidad. Se nos exhorta: “Preocupémonos los
unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de
congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros, y con
mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca” (He 10:24–25). Los cristianos
juntos “son como piedras vivas, con las cuales se está edificando una casa espiritual. De
este modo llegan a ser un sacerdocio santo” (1 P 2:5); juntos son una “nación santa” (1
P 2:9), juntos se les insta a “anímense y edifíquense unos a otros, tal como lo vienen
haciendo” (1 Ts 5:11). Pablo ruega a los hermanos en Éfeso que “vivan de una manera
digna del llamamiento que han recibido” (Ef 4:1) y que vivan de esa manera en
comunidad: “siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor.
Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” (Ef 4:2–
3). Cuando eso ocurre, el cuerpo de Cristo funciona como un todo unido, cada parte
trabajando debidamente, de modo que la santificación corporativa sucede al tiempo que
“todo el cuerpo crece y se edifica en amor” (Ef 4:16; cf. 1 Co 12:12–26; Gal 6:1–2). Es
significativo que el fruto del Espíritu incluye muchas cosas que sirven para edificar la
comunidad (“amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y
dominio propio”, Gá 5:22–23), mientras que las “obras de la naturaleza pecaminosa”
destruyen la comunidad (“inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y
brujería; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y
envidia; borracheras, orgías, y otras cosas parecidas”, Gal 5:19–21).
…
La Santificación
John Murray
Las Presuposiciones
La santificación es un aspecto de la aplicación de la redención. Hay un orden en
la aplicación de la redención, y el orden es progresivo hasta que alcanza su culminación
en la libertad de la gloria de los hijos de Dios (Ro 8:21, 30). La santificación no es el
primer paso en la aplicación de la redención; presupone otros pasos como el
llamamiento eficaz, la regeneración, justificación y adopción. Todos éstos tienen una
estrecha relación con la santificación. Los dos anteriores pasos o aspectos, que son
particularmente pertinentes para la santificación, son el llamamiento y la regeneración.
La santificación es una obra de Dios en nosotros, y el llamamiento y la regeneración
son actos de Dios que tienen sus efectos inmediatos en nosotros. El llamamiento se
dirige a nuestra conciencia y suscita una respuesta en nuestra conciencia. La
regeneración es la renovación que se registra en nuestra conciencia en los ejercicios de
la fe y del arrepentimiento, amor y obediencia. Hay también otras consideraciones que
exhiben la relevancia particular del llamamiento y de la regeneración con respecto al
proceso de la santificación. Es por el llamamiento que somos unidos a Cristo, y es esta
unión con Cristo la que vincula al pueblo de Dios con la eficacia y la virtud por medio
de la que son santificados.
La regeneración es obrada por el Espíritu Santo (Jn 3:3, 5, 6, 8) y por medio de
este acto el pueblo de Dios viene a ser habitado por el Espíritu Santo; y así, en términos
del Nuevo Testamento, llegan a ser “espirituales”. La santificación es de manera
específica la obra de este Santo Espíritu habitador y director.
Una consideración de la máxima importancia que se deriva de la prioridad del
llamamiento y de la regeneración es que el pecado queda destronado en cada persona
que es eficazmente llamada y regenerada. El llamamiento une a Cristo (1 Co 1:9), y si la
persona llamada queda unida a Cristo, queda unida a él en virtud de su muerte y del
poder de su resurrección; es muerto al pecado, el viejo hombre ha sido crucificado, el
cuerpo de pecado ha quedado destruido, el pecado no tiene el dominio (Ro 6:2–6, 14).
38
39
En Romanos 6:14 Pablo no está simplemente dando una exhortación. Está haciendo una
declaración apodíctica en el sentido de que el pecado no ejercerá dominio sobre aquel
que esté bajo la gracia. En el contexto da una exhortación en un lenguaje muy similar,
pero aquí está haciendo una negación enfática: “Porque el pecado no se enseñoreará de
vosotros”. Si contemplamos la cuestión desde la perspectiva de la regeneración,
llegamos a la misma conclusión. El Espíritu Santo es el agente controlador y director en
cualquier persona regenerada. De aquí el principio fundamental, la disposición rectora:
el carácter dominante de cada persona regenerada es la santidad; es “espiritual” y se
deleita en la ley del Señor según el hombre interior (1 Co 2:14, 15; Ro 7:22). Este debe
ser el sentido en que Juan habla de la persona regenerada como alguien que no practica
el pecado y como no pudiendo pecar (1 Jn 3:9; 5:18). No se trata de que sea sin pecado
(cf. 1 Jn 1:8; 2:1).
Lo que Juan está destacando es seguramente el hecho de que la persona
regenerada no puede cometer el pecado que es para muerte (1 Jn 5:16), no puede negar
que Jesús es el Hijo de Dios y que ha venido en carne (1 Jn 4:1–4), no puede
abandonarse de nuevo a la iniquidad, se guarda, y el maligno no lo toca. Mayor es el
que está en el creyente que el que está en el mundo (1 Jn 4:4).
Hemos de apreciar esta enseñanza de la Escritura. Cada uno que ha sido llamado
eficazmente por Dios y que ha sido regenerado por el Espíritu ha logrado la victoria en
términos de Romanos 6:14 y 1 Juan 3:9; 5:4, 18. Y esta victoria es real o no es nada. Es
un reproche al testimonio del Nuevo Testamento y una distorsión de este hablar de ella
como meramente potencial o posicional. Es tan real y práctica como lo es cualquier cosa
comprendida en la aplicación de la redención.
Tocante a esta libertad del dominio del pecado, se debe también reconocer que
esta victoria sobre el poder del pecado no se logra mediante un proceso, ni por nuestros
esfuerzos o trabajo con este fin. Se logra de una vez por todas por unión con Cristo y la
gracia regeneradora del Espíritu Santo. Los perfeccionistas tienen razón cuando insisten
en decir que esta victoria no la logramos nosotros ni se llega a ella esforzándonos o
trabajando por ello; están en lo correcto cuando mantienen que es un acto en el tiempo
alcanzado por la fe. Pero también cometen tres radicales errores, errores que
distorsionan toda su presentación de la santificación.
1) No alcanzan a reconocer que esta victoria es la posesión de todo aquel que ha
nacido de nuevo y que es llamado eficazmente.
2) Presentan la victoria como separable del estado de justificación.
3) La presentan como algo muy diferente de como la presenta la Escritura; la
presentan como estar exentos de pecar o como exención de pecado consciente. Es un
error emplear estos textos en apoyo de cualquier otra postura acerca de la victoria que la
que enseñan las Escrituras, esto es, la radical rotura con el poder y amor al pecado que
es necesariamente posesión de cada uno de los que han sido unidos con Cristo. La unión
con Cristo es unión con él en la eficacia de su muerte y en la virtud de su resurrección;
aquel que así murió y resucitó con Cristo queda liberado del pecado, y el pecado no se
enseñoreará de él.
El objeto de la santificación
Esta liberación del poder del pecado lograda por la unión con Cristo, y de la
contaminación del pecado lograda por la regeneración no elimina todo pecado del
40
corazón y de la vida del creyente. Sigue habiendo el pecado que mora en el creyente (cf.
Ro 6:20; 7:14–25; 1Jn1:8; 2:1). El creyente no está aún tan amoldado a la imagen de
Cristo que sea santo, inocente, sin contaminación y separado de los pecadores. La
santificación tiene precisamente este objeto, y tiene como su meta la eliminación de
todo pecado y la completa conformación a la imagen del Hijo de Dios, para que sea
santo como el Señor es santo. Si tomamos el concepto de la santificación total en serio,
nos vemos conducidos forzosamente a la conclusión de que no será culminada hasta que
el cuerpo de nuestra humillación sea transformado a la semejanza del cuerpo de la gloria
de Cristo, cuando lo corruptible se revista de incorrupción y lo mortal se revista de
inmortalidad (Fil 3:21; 1 Co 15:54).
Debemos darnos cuenta de la seriedad del objeto de la santificación. Hay varios
respectos en los que se debe contemplar:
1. Todo pecado en el creyente es una contradicción de la santidad de Dios. El
pecado no cambia su carácter como pecado porque la persona en quien mora y por
quien sea cometido sea creyente. Es cierto que el creyente mantiene una nueva relación
con Dios. No hay condenación judicial para él y la ira judicial de Dios no descansa
sobre él (Ro 8:1). Dios es su Padre y él es hijo de Dios. El Espíritu Santo mora en él y
es su abogado. Cristo es el abogado del creyente para con el Padre. Pero el pecado que
reside en el creyente y que comete es de tal carácter que merece la ira de Dios y se
suscita el desagrado paterno de Dios por este pecado. Así, el pecado que queda, que
mora, es la contradicción de todo lo que él es como persona regenerada e hijo de Dios.
Es la contradicción del mismo Dios, en cuya imagen ha sido recreado. Sentimos el
temor de la solicitud del apóstol cuando dice: “Hijitos míos, os escribo estas cosas para
que no pequéis” (1 Jn 2:1). Para que no haya ninguna disposición a tomar el pecado
como algo supuesto, para contentarse con el status quo, para gratificar el pecado, o para
convertir la gracia de Dios en disolución, Juan tiene el celo de llamar a los creyentes al
recuerdo de que todo aquel que tiene esperanza en Dios “se purifica a sí mismo, así
como él es puro” (1 Jn 3:3), y que todo lo que está en el mundo, “los deseos de la carne,
la codicia de los ojos, y la soberbia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo”
(1 Jn 2:16).
2. La presencia del pecado en el creyente involucra el conflicto en su corazón y
vida. Si hay pecado restante, que mora dentro, ha de haber el conflicto que describe
Pablo en Romanos 7:14ss. Es inútil argumentar que este conflicto no es normal. Si hay
pecado en cualquier grado en uno en quien mora el Espíritu Santo, entonces hay
tensión, hay contradicción dentro del corazón de aquella persona. Lo cierto es que
cuanto más santificada está la persona, cuanto más amoldada esté a la imagen de su
Salvador, tanto más debe reaccionar en rechazo contra toda falta de conformidad a la
santidad de Dios. Cuanto más profunda su aprehensión de la majestad de Dios, cuanto
mayor la intensidad de su amor hacia Dios, cuanto más persistentes sus anhelos por
alcanzar el premio del alto llamamiento de Dios en Cristo Jesús, tanto más consciente
será de la gravedad del pecado que permanece y tanto más aguda será su repugnancia
contra el mismo.
Cuanto más se aproxime al lugar santísimo, tanto más se dará cuenta de su
pecaminosidad y clamará: “¡Miserable hombre de mí!” (Ro. 7:24). ¿No fue éste el
efecto en todo el pueblo de Dios al entrar en una más estrecha proximidad a la
revelación de la santidad de Dios? “¡Ay de mí!, que estoy muerto; porque siendo
hombre inmundo de labios, y habitando en medio de un pueblo de labios inmundos, han
visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Is 6:5). “De oídas había yo sabido de ti;
41
más ahora te ven mis ojos; por lo cual me aborrezco a mí mismo, y me arrepiento en
polvo y ceniza” (Job 42:5, 6, V.M.).
La verdadera santificación bíblica no tiene afinidad con la propia complacencia,
que ignora o deja de tomar en cuenta la pecaminosidad de toda falta de conformidad a la
imagen de aquel que era santo, inocente, sin contaminación. “Sed, pues, vosotros
perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mt. 5:48).
3. Debe haber un constante y creciente aprecio de que, aunque el pecado
permanece, no por ello debe ejercer el dominio. Hay una total diferencia entre que el
pecado sobreviva y que el pecado reine, entre el regenerado en conflicto con el pecado y
el irregenerado complaciente con el pecado. Una cosa es que el pecado viva en
nosotros; otra que nosotros vivamos en pecado. Una cosa es que el enemigo ocupe la
capital; otra que su ejército derrotado hostigue las guarniciones del reino. Es del mayor
interés para el cristiano y del mayor interés para su santificación que sepa que el pecado
no tiene dominio sobre él, que las fuerzas de la gracia redentora, regeneradora y
santificante le han sido aplicadas en aquello que es central en su ser moral y espiritual,
que él es morada de Dios por el Espíritu, y que Cristo ha sido constituido en él la
esperanza de gloria. Ello equivale a decir que tiene que considerarse muerto ciertamente
al pecado, pero vivo para con Dios por medio de Jesucristo su Señor.
Es la fe de esta realidad lo que provee la base para la exhortación y el incentivo
al cumplimiento de esta: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo
que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al
pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como
vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia”
(Ro 6:12, 13). En esta cuestión el indicativo se encuentra en la base del imperativo, y
nuestra fe en el hecho es indispensable para la ejecución del deber. La fe de que el
pecado no se enseñoreará es la dinámica en el servicio fiel a la justicia y a Dios, de
manera que podamos tener el fruto para santidad y como fin la vida eterna (Ro 6:17,
22). Es el objeto de la santificación que el pecado sea más y más mortificado, y la
santidad alimentada y cultivada.
El agente de la santificación
Es necesario recordar que en último análisis nosotros no nos santificamos a
nosotros mismos. Es Dios quien santifica (1 Tes 5:23). De manera específica, es el
Espíritu Santo el agente de la santificación. En este contexto se tienen que hacer algunas
observaciones.
1. El modo de la operación del Espíritu en santificación está rodeado de
misterio. No conocemos el modo de la morada del Espíritu ni el modo de su operación
eficiente en los corazones y mentes y voluntades del pueblo de Dios mediante la que
son progresivamente purificados de la contaminación del pecado y más y más
transformados según la imagen de Cristo. Mientras que no debemos dañar el hecho de
que la obra del Espíritu en nuestros corazones se refleja en nuestra conciencia y
conocimiento interior; mientras que no debemos relegar la santificación al reino de lo
subconsciente ni dejar de reconocer que la santificación trae a su órbita todo el campo
de la actividad consciente de nuestra parte, debemos, con todo, apreciar el hecho de que
hay una actividad de parte del Espíritu Santo que sobrepasa con creces el análisis o la
introspección por nuestra parte. Los efectos de esta actividad constante e ininterrumpida
entran en el campo de nuestra conciencia, del entendimiento, el sentimiento y la
42
Este artículo, escrito por Tim Challies, fue publicado el 27 de marzo de 2017, en
https://www.challies.com/articles/rule-1-trust-the-means-of-grace-8-rules-for-growing-
in-godliness/. Challies dice que esta serie de artículos, “8 reglas para crecer en la
piedad” se han extraído de la obra de Thomas Watson, particularmente de estas
palabras: “Sé diligente en el uso de todos los medios que puedan promover la piedad,
Lucas 13:24: “Esforzaos a entrar por la puerta angosta”. ¿Qué es un propósito sin
búsqueda? Cuando haya hecho su estimación de la piedad, persiga aquellos medios que
sean más convenientes para obtenerla”. Se incluye en esta selección de lecturas para
subrayar la importancia de la santificación como un esfuerzo comunitario, y reforzar lo
dicho en otras lecturas acerca de la Palabra y la oración.
44
45
familias e iglesias. Los padres deben enseñarla a sus hijos, los pastores a sus
congregaciones, los cristianos a sus compañeros. Debemos meditar en ella, buscando
con diligencia y oración comprenderla, y debemos aplicarla, moldeando nuestras vidas
de acuerdo con su verdad y cada mandato. Como cristianos somos, y siempre debemos
ser, personas de El Libro.
Conclusión
Ray Ortlund señala que los medios de gracia son la respuesta de Dios a las
preguntas que todo cristiano debe hacer: “¿Cómo puedo yo, como creyente, acceder a la
gracia del Señor para mis muchas necesidades? ¿A dónde voy, qué hago para
conectarme con la ayuda real que Él brinda a los pecadores y los que sufren aquí en este
mundo?” Accedemos a la gracia del Señor y recibimos la ayuda del Señor a través de
estos medios ordinarios. No podemos esperar crecer o prosperar aparte de ellos. Pero
podemos esperar con confianza crecer y prosperar en proporción al grado en que nos
comprometemos con ellos, porque Dios los ha ordenado para este propósito.
Así, la primera regla de la piedad es confiar en los medios ordinarios de la
gracia. Debemos aprovechar al máximo las disciplinas que Dios provee, y debemos
asegurarnos de no perder nuestra confianza en que Dios puede y trabajará a través de
tales medios ordinarios. Es su deseo y deleite hacerlo.
Los Cinco Factores Clave en la Santificación de Cada Cristiano
David Powlison
Estos puntos fueron extraídos de ¿Cómo funciona la santificación? por David
Powlison, y fueron publicados por Tim Challies, en 14 de Julio de 2017, en
https://www.challies.com/articles/the-five-key-factors-in-every-christians-sanctification/
Powlison ministra en el campo de la consejería bíblica. Este pequeño sumario
de su obra permite apreciar algunas implicaciones de la doctrina de la santificación
progresiva en la práctica de aconsejar bíblicamente.
Dios te cambia
Dios te cambia. Él interviene soberanamente y a veces de manera invisible e
interfiere en tu vida para ayudarte a crecer en la santidad. Este puede ser el medio más
obvio, pero tu inclinación atea natural emparejada con tu inclinación por la gloria propia
amenaza con hacerle olvidar o descartar su importancia. Tu santificación no sería
posible sin que Dios intervenga primero para que el Evangelio sea hermoso para tu
entenebrecido corazón y mente. Tú mismo no puedes querer ver cuando has sido ciego
de nacimiento. De la misma manera, no puedes hacerte vivir en Cristo cuando estás
muerto en pecado.
La conversión es solo un ejemplo de la interferencia soberana de Dios. Cuando
le pides que sea tu Señor, debes recibir su interferencia permanente y perfecta en el
transcurso de tu vida. Debes recordar que tu santificación también depende de él,
“porque Dios produce en vosotros tanto el querer como el hacer su buena voluntad” (Fil
2:13).
La verdad te cambia
Dios elige trabajar en armonía con un libro, su libro. Romanos 15:4 muestra esta
interacción entre Dios y la Palabra de Dios: “Porque las cosas que se escribieron antes,
para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de
las Escrituras, tengamos esperanza”. Sin embargo, en el versículo 13, Pablo ora que “el
Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en
47
48
esperanza por el poder del Espíritu Santo”. La Escritura da esperanza porque su autor es
el Dios y dador de esperanza.
La Biblia es “es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel,
que hace sabio al sencillo” (Sal 19:7). Una mente no convertida puede extraer sabiduría
de sus verdades proverbiales e incluso esto puede resultar en cambios de
comportamiento. Pero los cristianos beben de sus palabras porque están habitados por el
Espíritu de Dios y desean escuchar la voz de Dios. Esto, también, debería resultar en
cambios de comportamiento, y cambios de una naturaleza mucho mejor y más profunda.
La verdad de Dios te transforma a medida que lees, reflexionas, comprendes y obedeces
su Palabra.
Tú cambias
El sufrimiento, la gente sabia, la verdad y la obra soberana de Dios deben unirse
a su arrepentimiento voluntario y constante. Te resistes a la santificación cuando eres
pasivo y no respondes a estos cuatro factores. Estás llamado a ser tanto un oyente como
un hacedor de la Palabra. Si alguien te reprende por el pecado, deberías elegir
arrepentirte y cambiar. Ante el sufrimiento, tienes la opción de ceder a la tentación de
amargarte o de encontrar esperanza en Dios. Cuando creíste en el Señor, te “convertiste
de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero” (1 Tes 1:9). Pero incluso tu
arrepentimiento es una obra del poder de Dios en ti.
En lugar de resistir, metase en el torrente de la obra santificadora de Dios y vea
cómo el poder del Señor se revela en todas las formas en que Dios, la verdad, las
personas y el sufrimiento lo cambian a medida que responde con obediencia y
arrepentimiento continuo.
La Visión Chaferiana de la Santificación
Alejandro Peluffo
I. Introducción
El Seminario Teológico de Dallas (de aquí en más “STD”) fue probablemente el
factor más influyente en la configuración de los puntos de vista modernos sobre la
santificación del fundamentalismo y el evangelicalismo.10 Este modelo a menudo se
denomina santificación “dispensacional”, “perspectiva agustiniana-dispensacional”11, o
incluso “visión de Dallas”12, ya que la gran mayoría de sus adherentes son graduados de
STD y siguen la perspectiva de su fundador sobre la santificación.13 Charles Ryrie
sugiere la etiqueta “Chaferiana”14, disociándolo, por lo tanto, del dispensacionalismo.15
El propósito de este ensayo es analizar y criticar la enseñanza representativa del
STD sobre la doctrina de la santificación. “Chaferiana” es el término elegido para
referirse a esa opinión, ya que parece ser la etiqueta más precisa.
Alejandro Peluffo, The Chaferian View of Sanctification, An Analysis and Critique, ensayo
presentado para el cumplimiento parcial de los requisitos de TH 705, Theology III, The Master´s
Seminary, Diciembre de 2009.
10
Andrew David Naselli, “Keswick Theology: A Survey and Analysis of the Doctrine of
Sanctification in the Early Keswick Movement,” Detroit Baptist Seminary Journal 13 (2008): 27.
11
John F. Walvoord, “The Augustinian-Dispensational Perspective,” en Five Views of
Sanctification, (Grand Rapids: Zondervan, 1987), 199–226.
12
William W. Combs, “The Disjunction Between Justification and Sanctification in Contemporary
Evangelical Theology,” Detroit Baptist Seminary Journal 6 (Fall 2001): 28–33.
13
Este ensayo considera los escritos de Lewis S. Chafer, Charles Ryrie, Dwight Pentecost, John
Walvoord y Henry Holloman como representativos del STD.
14
“Esta etiqueta sirve para distinguir la posición defendida por Lewis Sperry Chafer en su
tratamiento de la doctrina de la santificación” (ver Systematic Theology, 8 vols. [Dallas: Dallas
Theological Seminary, 1947], vol. 6; y He That Is Spiritual, rev. ed. [Grand Rapids: Zondervan, 1967]).
Esta es también la posición official del STD (“Doctrinal Statement,” Article ix); Charles C. Ryrie,
“Contrasting Views on Sanctification,” en Walvoord: A Tribute, ed. por Donald K. Campbell (Chicago:
Moody Press, 1982), 191.
15
Ver Jonathan R. Pratt, “Dispensational Sanctification: A Misnomer” Detroit Baptist Seminary
Journal 7 (Fall 2002): 95–108.
16
Lewis Sperry Chafer, He that is Spiritual (Chicago, Moody Press, 1918). Editado en español
como El Hombre Espiritual (Milwaukee, WI: Spanish Publications, 1973), y reeditado como El Hombre
Espiritual: Un Estudio Clásico sobre la Doctrina de la Espiritualidad (Grand Rapids: Portavoz, 1995).
17
Ibid., 3.
18
Ibid.
19
Ibid., 9.
50
51
se cumple divinamente cuando hay fe real en Cristo; lo último se logra cuando hay un
ajuste real al Espíritu”.20
La Biblia revela las condiciones para alcanzar ese tipo de ajuste al Espíritu. La
condición clave para hacer “la transición de lo carnal a lo espiritual”21 es la llenura con
el Espíritu. Esa llenura se distingue claramente de los otros ministerios del Espíritu
Santo. Chafer dice: “Es posible nacer del Espíritu, ser bautizado con el Espíritu, ser
habitado por el Espíritu y sellado con el Espíritu y, sin embargo, estar sin la llenura del
Espíritu”.22 La llenura del Espíritu no se alcanza ni por la respuesta a la oración
persistente ni por la espera paciente. “El cristiano siempre estará lleno mientras haga
posible la obra del Espíritu en su vida”.23
Chafer ve un orden divino revelado de las condiciones para la espiritualidad, en
tres frases sencillas: (1) “No contristéis al Espíritu Santo” (Ef 4:30); (2) “No apaguéis al
Espíritu” (1 Tes 5:19); y (3) “Andad en el Espíritu” (Gal 5:16). Dos de estas tres
condiciones bíblicas “están directamente relacionadas con el tema del pecado en la vida
diaria del creyente, y una con la entrega a la voluntad a Dios”.24 Todo su sistema de
santificación se basa en estas tres condiciones, con especial énfasis en la dedicación
como el primer paso o crisis inicial para liberar el poder del Espíritu. Chafer no cree en
la erradicación de la vieja naturaleza sino en su “contrarrestación por el poder del
Espíritu”.25
Chafer reafirma su sistema en su monumental Teología Sistemática (8
volúmenes). Sugestivamente, trata con la doctrina de la santificación en el Volumen VI,
dedicado a la neumatología, en lugar de en su tomo dedicado a la salvación.26 Allí,
define claramente la santificación como un proceso aparte de la justificación: “existen
condiciones bien definidas en las que el creyente carnal puede llegar a ser espiritual y
éstas no tienen ninguna relación con el único requisito por el cual los perdidos pueden
ser salvados”.27 Para él, la santificación comienza con la entrega del creyente a Dios:
“En virtud de presentar su cuerpo un sacrificio vivo, el hijo de Dios se aparta así para
Dios y se santifica experimentalmente”.28
Chafer suena como un defensor de la “vida victoriosa” o “movimiento de
santidad” cuando propone la santificación por la fe: “para obtener la victoria, el creyente
debe mantener una actitud de fe hasta el fin de que puede ser salvado del poder reinante
del pecado, así como fue salvado de la culpa y la pena del pecado por un acto de fe”29; y
cuando afirma que es posible que un cristiano alcance una victoria perfecta sobre su
20
Ibid., 13.
21
Ibid., 40.
22
Ibid., 77.
23
Ibid., 78.
24
Ibid., 80–81.
25
Ibid., 169. Chafer le llama “counteraction”, lo cual sería como el acto de contrarrestar o contra-
actuar.
Ryrie destaca las habilidades de Chafer como teólogo, “como se puede ver en su excelente
26
pecado: “Dios ha provisto la posibilidad de una victoria perfecta; pero los cristianos a
menudo han fracasado en su realización”.30
Resumen
La visión Chaferiana de la santificación se puede resumir en varios puntos: (1)
La santificación progresiva como una obra divina separada del tiempo de la
justificación.31 (2) División de los creyentes en dos categorías: el hombre carnal y el
hombre espiritual. (3) Rendirse a la voluntad de Dios como una crisis definida y única.
(4) La santificación por la fe en el poder del Espíritu para neutralizar o contrarrestar la
carne.
La visión de “santificación” de Dallas tiene algunos puntos que recomendar.
Sostiene que el bautismo del Espíritu Santo es la obra del Espíritu que coloca al
creyente en el cuerpo de Cristo en el momento de la regeneración. También enseña la
seguridad eterna de los creyentes y la imposibilidad de alcanzar la perfección sin pecado
en esta vida presente. Su énfasis en la gracia de Dios y la depravación humana también
son encomiables. Finalmente, sin ninguna duda, Dios ha utilizado este movimiento de
“consagrar la vida a Cristo” propuesto por los chaferianos, para propagar miles de
misioneros en todo el mundo, en el siglo veinte.32
Para el propósito de este ensayo, la atención se centrará en los cuatro puntos
enumerados anteriormente, haciendo un análisis bíblico y teológico de todos y
mostrando su similitud con los “movimientos de santidad” de fines del s. XIX.
30
Ibid., 185.
31
Chafer, He That is Spiritual, 13–14. Chafer reconoce que “experimentalmente el que se salva a
través de la fe en Cristo, puede al mismo tiempo rendirse totalmente a Dios y entrar de inmediato en una
vida de verdadera entrega. Sin duda este es a menudo el caso. Así fue en la experiencia de Saulo de Tarso
(Hch 9:4–6)”. Evidentemente, para él eso es algo opcional, no la regla.
32
Joel A. Carpenter, Revive Us Again, The Reawakening of American Fundamentalism (New
York: Oxford University Press, 1997), 80–85; y George M. Marsden, Fundamentalism and American
Culture, The Shaping of Twentieth-Century Evangelicalism, 1870–1925 (New York: Oxford University
Press, 1980), 72–101.
33
John Walvoord, “Augustinian–Dispensational Perspective,” en Five Views on Sanctification,
Melvin E. Dieter (Grand Rapids: The Zondervan Corporation, 1987), 225.
34
Ryrie, “Contrasting Views on Sanctification,” 194. Ryrie puede decir eso porque sostiene que la
santificación posicional ocurre simultáneamente con la justificación. En ese sentido él piensa que los
53
puntos de vista de chaferianos y reformados son los mismos. Sin embargo, el punto en discusión no es
posicional sino la santificación experimental o progresiva.
35
Charles C. Ryrie, Balancing the Christian Life (Chicago: Moody Press, 1969), 187.
36
Ibid., 186. Tratando con el mismo tema de la dedicación, Chafer hace una afirmación similar:
“Las personas entusiastas pero irreflexivas han promovido una grave distorsión de la doctrina, en el
sentido de que los términos de la salvación deben incluir, además de la fe en Cristo, una entrega completa
a Su autoridad. Sin embargo, tan importante como lo es en su lugar, la rendición es un asunto que solo
pertenece al que ya es hijo de Dios”, Chafer, Systematic Theology, 6:172.
37
“La posición actual del no-señorío [para la salvación] es principalmente el producto de la
teología de Dallas”, Combs, “The Disjunction between Justification and Sanctification”, 32.
38
John F. MacArthur Jr., Faith Works: The Gospel According to the Apostles (Dallas: Word,
1993), 121.
39
Combs, “The Disjunction Between Justification and Sanctification”, 32.
40
Bruce Demarest, The Cross and Salvation (Wheaton: Crossway Books, 2007), 401.
54
41
Benjamin B. Warfield, Perfectionism, vol. II (Grand Rapids: Baker Book House, 1932), 107.
Warfield denuncia que fue la posición de Asa Mahan, el primer presidente de Oberlin College: “Debe
observarse cuidadosamente qué es lo que está involucrado en esta crítica, de que, en opinión de Mahan, la
santificación no solamente no es por esfuerzo sino por fe, sino también que no es por el acto de fe por el
cual se recibe la justificación, sino por un acto posterior de fe. . . Él insiste en que la santificación sigue a
la conversión”.
42
Jonathan R. Pratt, “Dispensational Sanctification: A Misnomer” Detroit Baptist Seminary
Journal 7 (Fall 2002): 102.
43
Combs, “The Disjunction Between Justification and Sanctification”, 29.
44
John F. Walvoord, The Holy Spirit (Grand Rapids: Zondervan Publishing House, 1958), 190.
45
Dwight Pentecost, The Divine Comforter (Westwood: Fleming Revell Company, 1963), 154.
46
Ryrie, Balancing the Christian Life, 12–18.
47
Gordon D. Fee, Primera Epístola a los Corintios (Grand Rapids: Nueva Creación, 1994), 137.
55
Con esta acusación [3:1, De manera que yo, hermanos, no pude hablaros
como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo],
Pablo se expuso a siglos enteros de malentendido. Pero su preocupación
es singular: no consiste en sugerir diversas clases de cristianos o grados
de espiritualidad, sino en lograr que ellos dejen de pensar como la gente
del mundo presente.48
En este párrafo, Pablo usa dos términos diferentes para “carnal” σαρκικός
(sarkikós) y σάρκινος (sárkinos). σαρκικός significa “pertenecer a la carne” (σάρξ’) [en
oposición a πνευματικός], “carnal”; por otro lado, σάρκινος es “consistente / compuesto
de carne”, “carnoso”.49 Anthony Thiselton explica que “σάρκινος significa movido por
impulsos completamente humanos, mientras que σαρκικός significa movido por interés
propio”.50 Otros eruditos los ven como sinónimos. El punto en esta discusión es que
ambos representan tentaciones comunes para cada cristiano en cada etapa de su vida.
La entrada en TDNT (“Kittel”) tiene una nota interesante: “1 Cor 2:13–3: 3 no
describe un grupo extático como πνευματικοί [espirituales], sino aquellos que entienden
el mensaje de la cruz, de modo que lo que se dice en 3:1–3 es simplemente que los
creyentes están constantemente expuestos a la tentación de convertirse en incrédulos”.51
La implicación correcta de este texto es que los creyentes pueden vivir,
temporalmente, de una manera carnal, pero los creyentes, por definición, viven de una
manera habitualmente justa; los que viven de una manera típicamente carnal son
incrédulos. “Cada cristiano puede ser llamado un cristiano carnal porque cada cristiano
es carnal hasta cierto punto, pero no hay una categoría distinta de cristiano carnal”.52
El obispo J. C. Ryle lo dice muy bien:
La regeneración compatible con una vida de disipación y mundanalidad
es un invento de teólogos heréticos, pero jamás se menciona en la
Escritura. Por el contrario, S. Juan dice expresamente que “todo aquel
que es nacido de Dios, no practica el pecado”, “hace justicia”, “ama a su
hermano” y “vence al mundo” (1 Juan 2:29; 3:9–14; 5:4–18). En pocas
palabras, donde no hay santificación no hay regeneración, y donde no hay
vida santa no hay nuevo nacimiento. Es indudable que esto resulta duro
de oír para muchos, pero —ya sea duro o no lo sea— es la pura verdad
bíblica. Está escrito claramente que cuando alguien es nacido de Dios la
“simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido
de Dios” (1 Juan 3:9) ... ¡Un “santo” en el que no se advierte más que
mundanalidad y pecado es un tipo de monstruo que no hallamos en la
Biblia!”.53
Por esa razón, es evidente que estas enseñanzas, derivadas de 1 Corintios 3:1-15
no solo son exegéticamente indefendibles sino también doctrinas perniciosas, desde una
48
Ibid., 139. Se recomienda leer con mucha atención este comentario desde 2:9 y hasta 3:4.
49
William Arndt, Frederick W. Danker and Walter Bauer, A Greek-English Lexicon of the New
Testament and Other Early Christian Literature, 3rd ed. (Chicago: University of Chicago Press, 2000),
914.
50
Anthony C. Thiselton, The First Epistle to the Corinthians: A Commentary on the Greek Text.
NIGTC (Grand Rapids: W.B. Eerdmans, 2000), 289.
51
Eduard Schweizer, σαρκικός, en Theological Dictionary of the New Testament, ed. Gerhard
Kittel (Grand Rapids: Eerdmans, 1964), 7:144.
52
Combs, “The Disjunction Between Justification and Sanctification”, 42.
53
J. C. Ryle, Holiness (Durham: Evangelical Press, 1979), 17.
56
perspectiva teológica y pastoral. Estas doctrinas se han utilizado para inculcar en las
personas la idea de que pueden tener verdadera fe y, sin embargo, ser carnales e
infructuosas. Lewis y Demarest ofrecen un argumento adicional sobre el peligro de
pensar que hay distintos grados de espiritualidad entre los cristianos:
Es contraproducente para la santificación colocar a algunos cristianos en
una clase más alta que otros. Aquellos que se consideran que están en el
plano superior pueden ser engañados al imaginar que están más allá de la
tentación y han alcanzado la plena estatura de la semejanza a Cristo. Los
que están en el plano inferior pueden imaginar que no necesitan crecer en
Cristo. Pero todos los creyentes están en el viaje espiritual en el mismo
reino espiritual. Todos los que nacen de nuevo lucharán con aspectos de
la carnalidad de maneras diferentes y sutiles en diferentes etapas de la
vida. . . Esa pretensión también interrumpe la unidad cristiana para
dividir a la iglesia en dos “clases” mutuamente excluyentes.54
El origen de esta doctrina se remonta a Asa Mahan y al Colegio Oberlin.55
Hablando de Mahan, Warfield afirma: “En consecuencia, había dos clases de cristianos,
un tipo inferior que solo había recibido justificación, y un tipo superior que también
había recibido santificación”.56 Y en su crítica de “El Hombre Espiritual”, Warfield
alega:
El señor Chafer hace usa de toda la jerga de los maestros de la “Vida
Superior”. En él, también, oímos hablar de dos tipos de cristianos a los
que designa respectivamente “hombres carnales” y “hombres
espirituales”, sobre la base de una mala interpretación de I Corintios 2:9
ss. (pp. 8, 109, 146); y se nos dice que pasar de uno hombre a otro
depende de nuestra decisión, siempre que nos interese “reclamar” el
grado más alto “por la fe” (p. 146). Para él, también, el disfrute de cada
bendición depende de que as “reclamemos” (p. 129).57
El segundo distintivo de la santificación chaferiana se basa entonces en una
dudosa exégesis, usada también por grupos que enseñan una segunda bendición luego
de la salvación.
C. Dedicación a Dios
El tema de la dedicación es central en la visión chaferiana de la santificación.
Charles Ryrie comenta: “Quizás no haya un asunto más importante en relación con la
vida espiritual que la dedicación”.58 John Walvoord escribió en 1958:
Es imposible entrar en los gozos presentes de la salvación sin aceptar al
Salvador como Señor, pero esta es una verdad que se debe comprender
tanto en la experiencia como en la doctrina. En consecuencia, los
cristianos son constantemente exhortados a rendirse a Dios. En Romanos
6:13, se encuentra la exhortación. . . La palabra griega para “presentar” se
54
Gordon R. Lewis y Bruce A. Demarest, Integrative Theology, Vol. 3 (Grand Rapids: Zondervan
Publishing House, 1994), 220–21.
55
Combs, “The Disjunction Between Justification and Sanctification”, 38.
56
Warfield, Perfectionism, 67.
57
Benjamin B. Warfield, “A Review of Lewis Sperry Chafer’s ‘He That Is Spiritual”, The
Princeton Theological Review 17: 2 (April 1919): 322.
58
Ryrie, Balancing the Christian Life, 75.
57
59
Walvoord, The Holy Spirit, 197–98.
60
Charles C. Ryrie, The Holy Spirit (Chicago: Moody Press, 1965), 96–97.
61
Dwight Pentecost, Pattern for Maturity (Chicago: Moody Press, 1966), 129–30.
62
Ibid., 130.
63
Frank Stagg, “The Abused Aorist,” Journal of Biblical Literature 91:2 (1972): 222–31.
64
Donald A. Carson, Exegetical Fallacies (Grand Rapids: Baker Academic, 1996), 68–73
58
Juan 2:20 dice “Tomó cuarenta y seis años para construir (οἰκοδομήθη) este
templo” Evidentemente, el indicativo aoristo no apunta a una sola acción en el pasado.
Más bien, como la mayoría de las gramáticas griegas enseñan, el uso del aoristo implica
una acción indefinida. En palabras de Daniel Wallace: “El tiempo aoristo presenta el
evento en resumen, visto como un todo desde fuera, sin tener en cuenta la composición
interna del acontecimiento”.65 Dana-Mantey coinciden: “El aoristo denota una acción
simplemente como un evento, sin definir en ningún sentido la manera de su
ocurrencia”.66 Comentando sobre Juan 2:20, Stagg dice “Tampoco es este un uso
excepcional. Este es un uso aorístico normal, una simple alusión a la acción sin
descripción, es decir, a-orístico o indefinido”.67
Lo mismo es cierto para el imperativo aoristo (el tiempo de Romanos 6:13),
usado en Lucas 19:13: “Y llamó a diez de sus esclavos, les dio diez minas y les dijo:
‘Hagan negocios (πραγματεύσασθε) con esto hasta que regrese’”. Una vez más, la
acción contemplada no es momentánea, solo hecha de una vez por todas, o incluso vista
como completada en el pasado. El imperativo aoristo no dice nada de la naturaleza de la
acción.
Sería una tontería ver acciones puntuales en esos ejemplos.68 “No menos
absurdo es en otra parte construir una interpretación bíblica o teología sobre la falacia
que un aoristo debe implicar que ocurra una vez o para siempre”.69
Stagg finaliza su artículo explorando varias gramáticas griegas para mostrar la
misma verdad, y para concluir: “La acción cubierta por el aoristo puede o no ser
puntual, y la presencia del aoristo no da ningún indicio sobre la naturaleza de la acción
detrás de ello. Los factores contextuales son primarios para cualquier intento de ir detrás
del aoristo a la naturaleza de la acción en sí misma”.70
¿Están esos factores contextuales presentes en Romanos 12:1? Douglas Moo,
uno de los principales comentaristas de Romanos, explica: “El tiempo aoristo en sí
mismo no indica eso [un acto de “una vez por todas”], y no hay ninguna razón en el
contexto para pensar que Pablo consideraría esta presentación como una ofrenda que
hacemos solo una vez. Pablo simplemente nos ordena que hagamos esta ofrenda, sin
65
Daniel B. Wallace, Greek Grammar Beyond the Basics, Exegetical Syntax of the New Testament
(Zondervan Publishing House, 1996), 554.
66
H. E. Dana y Julius R. Mantey, A Manual Grammar of the Greek New Testament (Toronto,
Ontario: The Macmillan Company, 1927), 187.
67
Stagg, “The Abused Aorist”, 228.
68
Carson, Exegetical Fallacies, 68–69, y Stagg, 228–29, mencionan docenas de ejemplos.
69
Stagg, “The Abused Aorist”, 228.
70
Ibid., 231. Wallace presenta una clara analogía para explicar el aspecto de “foto” del tiempo
aoristo, Greek Grammar Beyond the Basics, 555.
59
decir nada sobre la frecuencia con la que se debe hacer”.71 Thomas R. Schreiner
sostiene una opinión similar: “Esta es una mala interpretación del tiempo aoristo, que no
denota de manera inherente una acción hecha una vez por todas. Si el aoristo significa
una acción que ocurre solo una vez se indica por otros factores contextuales. Aquí no
están presentes tales factores contextuales”.72
Lo mismo es cierto en Romanos 6:13. Nuevamente, Moo comenta: “Algunos
comentaristas piensan que Pablo retrata esta “presentación” como una acción hecha “de
una vez por todas”, o como ingresiva (“empieza a presentar”), o como urgente. Pero el
tiempo aoristo en sí mismo no indica tales matices, y nada en el contexto aquí sugiere
ninguno de ellos claramente”.73 Y Schreiner confirma: “La diferencia entre los dos
[presente imperativo y aoristo imperativo] no debe ser presionada; no debe entenderse
que el aoristo se refiere a una acción definitiva o decisiva. Lo más probable es que las
dos formas diferentes sean simplemente sinónimos aquí”.74
En lugar de una cuidadosa exégesis, la interpretación chaferiana de estos dos
textos de prueba parece proceder de los maestros de Keswick. De hecho, Chafer adaptó
gran parte de su concepto de santificación del movimiento de “vida victoriosa”
representado por sus mentores.75
Es un hecho sugerente que los movimientos de santidad hicieron hincapié en el
mismo error a fines del siglo diecinueve. Richard A. Young ilustra el uso indebido del
tiempo aoristo en su Intermediate New Testament Greek: “Los ejemplos de las malas
interpretaciones resultantes abundan en la literatura, especialmente en los círculos de
santidad para apoyar la naturaleza de una santificación de “crisis”. Por ejemplo . . . En
Romanos 12:1 debemos hacer una presentación decisiva de una vez por todas de
nuestras vidas a Dios, algo que nunca debe hacerse de nuevo”.76
Andrew Naselli señala el mismo error en uno de estos movimientos: “La
teología de Keswick es culpable de la falacia del tiempo aoristo. . . Esta suposición es
común en la literatura de Keswick, especialmente con referencia al texto de prueba para
la crisis de la consagración (p. ej., Rom 6:13 y 12:1)”.77
William Combs muestra el origen de tal énfasis en la consagración:
Palmer desarrolló su “teología del altar” por medio de alguna exégesis
ingeniosa, si se puede llamar exégesis. Ella comenzó con la declaración
de Jesús en Mateo 23:19 que el altar santifica la ofrenda. Entonces
Palmer observó que Éxodo 29:37 dice que todo lo que toca el altar es
santo. Ya que el altar santifica la ofrenda, todo lo que toca el altar es
santo. Y, según Hebreos 13:10, para los creyentes del NT, Cristo es su
altar. Por lo tanto, si uno se coloca en el altar, esa persona será santa. Y la
receta para lograr esto se encuentra en Romanos 12:1. Uno se coloca en
71
Douglas J. Moo, The Epistle to the Romans, The New International Commentary on the New
Testament (Grand Rapids: Eerdmans Publishing Company, 1996), 750.
72
Thomas R. Schreiner, Romans, Baker Exegetical Commentary on the New Testament (Grand
Rapids: Baker Books, 1998), 643.
73
Moo, The Epistle to the Romans, 385.
74
Schreiner, Romans, 324.
75
Consultar Randall Gleason, “B. B. Warfield and Lewis S. Chafer on Sanctification” Journal of
the Evangelical Theological Society 40:2 (June 1997): 244, para ver las conexiones de Chafer con los
“movimientos de santidad”.
76
Richard A. Young, Intermediate New Testament Greek: A Linguistic and Exegetical Approach
(Nashville: Broadman & Holman, 1994), 121.
77
Naselli, “Keswick Theology”, 55.
60
el altar mediante una consagración de una vez por todas que implica una
entrega completa a Dios, especialmente la voluntad de uno. “Así, la
consagración completa garantiza la entera santificación”.78
Por lo tanto, Chafer y sus discípulos de STD están edificando sobre una falacia
exegética lo que ellos consideran la doctrina “más importante” de la vida cristiana79, la
“clave” para la vida cristiana.80
C. Santificación Contrarrestante
El distintivo elegido por Ryrie para caracterizar el punto de vista chaferiano no
es la separación de justificación/santificación, ni la división carnal/espiritual, ni la
consagración a Dios, sino la acción de contrarrestar. “La visión chaferiana de la
santificación progresiva se puede resumir en la idea de contrarrestar la nueva naturaleza
del creyente contra la vieja, o del Espíritu contra la carne”.81 Esa es la definición elegida
por Charles Ryrie después de resumir el punto de vista reformado como “extirpación
gradual”, y el de la vida victoriosa como “perfeccionismo” o “erradicación”.82
El concepto de santificación contrarrestante o “contra-actuante” se menciona en
“El Hombre Espiritual” y Chafer lo amplía en su Teología Sistemática. La idea básica
es que los creyentes progresan en la santificación al rendirse al Espíritu Santo, quien
puede contrarrestar la vieja naturaleza y otorgar poder a la nueva. Todos los esfuerzos
para cambiar la vieja naturaleza son en vano. Lo único que se puede hacer con la carne
es ponerla bajo el control de un poder mayor. “La cuestión vital”, razona Chafer, “es si
el cristiano, en sí mismo y simplemente porque es salvo, tiene el poder para controlar
victoriosamente su naturaleza pecaminosa. Sería imposible concebir conflicto más sutil
y engañoso. En este conflicto entre el hombre salvado que posee una nueva naturaleza y
su naturaleza caída, el hombre salvado con sus propósitos santos es completamente
derrotado”.83
Los creyentes solo pueden contrarrestar la vieja naturaleza con el mayor poder
del Espíritu Santo cuando están llenos del Espíritu (“el secreto de la santificación”). La
más reciente y representativa Teología Sistemática del STD, Understanding Christian
Theology (2003), explica el método de contrarrestación para “conquistar el pecado y la
carne a través de la victoria de Cristo”:
Debemos por fe reclamar esta victoria y aplicarla a nuestras vidas para
experimentar la victoria sobre el pecado y la carne. . . Por la fe, los
creyentes pueden reclamar la victoria de Cristo sobre el pecado y,
mediante la gracia de Dios y su Espíritu, pueden resistir el pecado (Rom
8:13) . . . Los cristianos se esclavizan a su nuevo Maestro al obedecer tres
órdenes: No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo obedeciendo sus
concupiscencias (6:12); dejen de presentarse al pecado para una vida
injusta; y preséntense a Dios para una vida justa (6:13, 19). Cuanto más
se esclavizan los cristianos a su nuevo Maestro al obedecer estos
78
William W. Combs, “Romans 12:1–2 and the Doctrine of Sanctification,” Detroit Baptist
Seminary Journal 11 (2006): 5–6.
79
Pentecost, The Divine Comforter, 154.
80
Ryrie, “Contrasting Views on Sanctification,” 199.
81
Ibid., 191.
82
Ibid., 190–91.
83
Chafer, Systematic Theology, 6:185.
61
84
Henry W. Holloman, “Sanctification, Rediscovering the Transforming Power of Sanctification,”
en Understanding Christian Theology, ed. Charles R. Swindoll y Roy B. Zuck, (Nashville: Thomas
Nelson Publishers, 2003), 971–73.
85
Steven Barabas, So Great Salvation (Eugene: Wipf & Stock, 1952), 100.
86
Donald G. Bloesch, Essentials of Evangelical Theology. Two Volumes in One (Peabody:
Hendrickson Publishers, 2006), 61.
87
Robert Duncan Culver, Systematic Theology, Biblical & Historical (Ross-shire: Christian Focus
Publications, 2005), 759.
62
que sea en parte de la obra de Dios y en parte la obra del hombre, sino
simplemente, que Dios efectúa el trabajo en parte a través de la
instrumentalidad del hombre como un ser racional, al exigirle una
cooperación inteligente y en oración con el Espíritu.88
Pablo puede decir que ha trabajado más que todos los demás apóstoles, “pero no
yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Cor 15:10). A los colosenses les explica que él
trabaja, “luchando según la potencia de él [Cristo], la cual actúa poderosamente en mí”
(Col 1:29). Él mismo exhorta a los cristianos: “ocupaos [κατεργάζεσθε, presente medio
imperativo de εργον] en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil 2:12). Pero
inmediatamente Pablo les recuerda que lo hacen “porque [γάρ] Dios es el que en
vosotros produce [ἐνεργῶν, participio presente activo de εργον] así el querer como el
hacer, por su buena voluntad” (Fil 2:13). Hay docenas de pasajes que enfatizan que el
creyente debe comprometerse plena y conscientemente en su santificación.89 John
Murray explica con maestría la dinámica de tal interacción entre la obra de Dios y la
obra del creyente:
La obra de Dios en nosotros no queda suspendida porque nosotros
obremos. Tampoco es la relación estrictamente de cooperación, como si
Dios hiciese su parte y nosotros hiciésemos la nuestra de manera que la
conjunción o coordinación de ambas produjese el resultado deseado. Dios
obra en nosotros, y nosotros también obramos. Pero la relación es que
debido a que Dios obra, nosotros obramos. Toda obra de nuestra
salvación por nuestra parte es el efecto de Dios obrando en nosotros, no
el querer con exclusión al hacer ni el hacer con exclusión del querer, sino
tanto el querer como el hacer. Y esta obra de Dios se dirige al fin de
capacitamos para querer y hacer lo que a él le agrada. Aquí tenemos no
sólo la explicación de toda actividad aceptable por nuestra parte, sino que
tenemos también el incentivo para nuestro querer y hacer . . . Cuanto más
persistentemente activos estamos en el trabajo, más persuadidos
estaremos de que toda la gracia y el poder energizantes son de Dios. 90
La tradición reformada es rica en fórmulas para expresar el sinergismo en la
santificación. William G. T. Shedd dice: “La santificación es tanto una gracia como un
deber. . . La regeneración, siendo la obra sola de Dios, es gracia, pero no un deber”.91
Shedd cita a Agustín: “Dios opera sin nuestra ayuda para que podamos querer hacer lo
correcto, pero cuando queremos lo correcto, Él coopera con nosotros (Grace and Free
Will, 33)”.92 Y también cita a John Owen:
La obra de la primera conversión [regeneración] se realiza mediante un
acto inmediato de poder divino, sin ninguna cooperación activa de
nuestra parte. Pero esta no es la ley o regla de la comunicación u
operación de la gracia real para la subyugación del pecado [en el
88
Louis Berkhof, Systematic Theology (Grand Rapids: Eerdmans Publishing Company, 1938),
534.
89
Robert L. Reymond, A New Systematic Theology of the Christian Faith (Nashville: Thomas
Nelson, 1998), 779. Reymond enumera: Rom 12:1–3, 9–21; 13:7–14; 2 Cor 7:1; Gal 5:13–16; Ef 4:17–
32; Fil 3:10–17; 4:4–9; Col 3:1–25; 1 Tes 5:8–22; Heb 12:14–16; 13:1–9; Stg 1:19–27; 2:14–26; 3:13–
18; 1 Pe 1:13–25; 2:11–17; 2 Pe 3:14–18; 1 Jn 2:3–11; 3:17–24.
90
John Murray, Redemption Accomplished and Applied (Grand Rapids: Eerdmans Publishing
Company, 1955), 184–85.
91
William G. T. Shedd, Dogmatic Theology, 3rd ed. (Phillipsburg: P & R Pub., 2003), 804.
92
Ibid., 807.
63
Resumen
Este análisis ha demostrado que las cuatro premisas principales de la visión de
chaferiana de la santificación no tienen apoyo bíblico. La interpretación chaferiana de la
santificación es una versión mejorada de la teología de Keswick; y entonces, como tal,
es una forma modificada de wesleyanismo y el movimiento de santidad.
IV. Conclusión
El dispensacionalismo en general y el Seminario Teológico de Dallas en
particular, como su principal promotor, han ofrecido una contribución distintiva a la
discusión teológica en los campos de la eclesiología y la escatología.96 Sin embargo, en
la doctrina de la salvación, el STD y su visión chaferiana de la santificación, han
servido para difundir el error teológico con consecuencias prácticas desastrosas. Los
puntos de vista de los “cristianos carnales” y la justificación separada de la santificación
han perpetuado la falsa confianza de muchos incrédulos que profesan la fe cristiana.
Además, el concepto de contrarrestar la santificación ha engañado a muchos cristianos
en sus esfuerzos por ser santos.
La magnitud de este error doctrinal, sostenida por tantos años y extendida por
tantos lugares, solo habla en voz alta de cuán descuidada ha sido la doctrina de la
santificación en la iglesia moderna. Considerando la pasión por la santidad expresada
por escritores y predicadores en generaciones anteriores, James Packer puede tener
razón al afirmar que la santidad es una gloria decreciente en el mundo evangélico de
hoy.97
93
Ibid.
94
Berkhof, Systematic Theology, 533–34.
95
Naselli, “Keswick Theology”, 52.
96
“La hermenéutica también ha sido influenciada ya que los eruditos se han visto obligados a
considerar la relación entre Israel nacional y la iglesia”. Jonathan R. Pratt, “Dispensational Sanctification:
A Misnomer”, Detroit Baptist Seminary Journal 7 (Fall 2002): 95.
97
David Peterson, Possessed by God, A New Testament Theology of Sanctification and Holiness
(Grand Rapids: Eerdmans Publishing House, 1995), 11.
Advertencias para Nuestro Tiempo en la Cuestión de la Santidad
J. C. Ryle
Tomado del prólogo de la primera edición de J. C. Ryle, Santidad, escrito por el mismo
autor en 1877. Esta introducción tiene un valor enorme, porque muestra el contexto en
el que Ryle se sintió impulsado a escribir. En la segunda mitad del s. XIX proliferaban
los movimientos inspirados en los errores de John Wesley, que enseñó la perfección
cristiana, y la segunda obra de gracia, de la cual surgieron la separación entre la
justificación y la santificación. Movimientos de la “vida superior”, la “vida
victoriosa”, la “santificación por fe”, la “vida espiritual”. Por medio de siete
preguntas, Ryle rechaza los énfasis no escriturales tanto de los perfeccionistas, como
de los que desprecian el esfuerzo del creyente para la santificación. Se agregan
subtítulos a cada pregunta para facilitar la lectura.
En cuanto al estilo del escritor, citamos del prefacio escrito por Martin Lloyd Jones de
la edición en inglés, Holiness, de 1956: “Las características del método y estilo del
obispo Ryle son obvias. Él es preeminente y siempre es bíblico y expositivo. Nunca
comienza con una teoría en la que trata de encajar algunos versículos. Él siempre
comienza con la Palabra y la expone. Es la exposición en su máxima profundidad y
altura. Siempre es claro y lógico e invariablemente conduce a una clara enunciación de
la doctrina. Es fuerte y viril y está completamente libre de sentimentalismo que a
menudo se describe como ‘devocional’”.
64
65
En cuanto a la frase “santidad por la fe”, no la veo en ninguna parte del Nuevo
Testamento. En la cuestión de nuestra justificación ante Dios, la fe en Cristo es
indiscutiblemente la única cosa necesaria. Todos los que creen son justificados; la
justicia se imputa “al que no obra, sino cree” (Ro 4:5). Es completamente escriturario y
correcto decir: “Solo la fe justifica”; pero no es igualmente escriturario ni correcto
decir: “Solo la fe santifica”. Esa afirmación precisa de muchas matizaciones. Bástenos
un solo hecho: san Pablo nos dice a menudo que un hombre “es justificado por fe sin las
obras de la ley”; pero no se nos indica ni una sola vez que dicho hombre sea
“santificado por fe sin las obras de la ley”. Por el contrario, Santiago nos dice
expresamente que la fe mediante la cual somos justificados de forma visible y
manifiesta ante el hombre, es una fe que “si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Stg
2:17). A modo de respuesta, se me podrá decir que nadie tiene intención de
menospreciar las “obras” como parte esencial de una vida santa. Comoquiera que sea,
resultaría oportuno dejar esto más claro de lo que muchos parecen hacerlo hoy día.
predicadores favoritos y nuestro grupo religioso, así como más que una disposición a
discutir con todos aquellos que discrepen de nosotros. Es algo de la “imagen de Cristo”
que los demás pueden observar y percibir en nosotros en nuestras vidas privadas, en
nuestro carácter y en nuestras acciones (Ro 8:29).
que sienten que nunca podrán alcanzar semejante “perfección”. Envanece a muchos
hermanos débiles, que imaginan ser algo no siendo nada. En resumen, es una quimera
peligrosa.
Quizá una opinión que cuenta con el respaldo y el apoyo de hombres como los mejores
reformadores y puritanos no logre convencer a todas las mentes del siglo XIX, pero en
todo caso conviene hablar de ella respetuosamente.
crecimiento en la mentalidad espiritual, todo eso, tal como lo veo, se enseña y se insta
claramente en la Escritura y queda claramente ejemplificado en las vidas de muchos de
los santos de Dios. Lo que no veo en la Biblia son saltos repentinos e instantáneos de la
conversión a la consagración. ¡Ciertamente, dudo que exista la menor base para decir
que alguien puede convertirse sin consagrarse a Dios! Es indudable que puede estar más
consagrado, y lo estará a medida que vaya creciendo en gracia; pero si no se consagró a
Dios en el mismísimo día en que se convirtió y nació de nuevo, desconozco qué otra
cosa puede significar la conversión. ¿No corren las personas el peligro de subestimar e
infravalorar la inmensa bienaventuranza de la conversión? ¿No están subestimando —
cuando instan a los creyentes a una “vida más elevada” como una segunda conversión—
la anchura, la altura y la profundidad de ese primer gran capítulo que la Escritura
denomina nuevo nacimiento, nueva creación y resurrección espiritual? Quizá esté
equivocado, pero en ocasiones, en los últimos años, he tenido la impresión al leer el
enérgico lenguaje que utilizan muchos acerca de la “consagración”, de que su idea con
respecto a la “conversión” que la antecede había de ser particularmente pobre e
inapropiada, si es que tenían alguna idea de la conversión en absoluto. En resumen,
¡casi he tenido la sospecha de que cuando se “consagraban” en realidad se estaban
convirtiendo por primera vez!
Reconozco sin tapujos que prefiero las formas antiguas. Considero más sabio y
prudente presentar a todos los conversos la posibilidad de crecer continuamente en la
gracia, aumentándola más y más, y dedicándose y consagrándose más cada año a Cristo,
en espíritu, alma y cuerpo. Enseñemos a toda costa que se puede alcanzar más santidad
y disfrutar de más Cielo en la tierra de lo que la mayoría de los creyentes experimentan
en la actualidad. Pero me niego a decirle a ningún converso que precisa de una segunda
conversión y que algún día dará un salto enorme a un estado de consagración absoluta.
Me niego a enseñarlo porque no veo nada en la Escritura que respalde semejante
enseñanza. Me niego a enseñarlo porque considero que la tendencia de tal doctrina es
profundamente perniciosa, que desanima a los mansos y humildes y envanece a los
superficiales, ignorantes y orgullosos hasta un extremo sumamente peligroso.
Sobre desalentar la lucha contra el pecado en pos de una dedicación pasiva a Dios
7. En séptimo y último lugar, ¿es sabio enseñar a los creyentes que no atribuyan
tanta importancia a la lucha y la contienda con el pecado, sino que, en lugar de eso,
deben “presentarse a Dios” y ser pasivos en manos de Cristo? ¿Se corresponde esto con
el tenor de la Palabra de Dios? Lo dudo.
Lo cierto es que la expresión “presentaos” aparece en un solo pasaje del Nuevo
Testamento como cometido de los creyentes. El pasaje es Romanos 6, y en él la
expresión se repite en cinco ocasiones en el espacio de seis versículos (cf. Ro 6:13–19).
Pero aun ahí el término no incluye el sentido de “ponernos de forma pasiva en manos de
otro”. Cualquier estudiante de griego podrá decirnos que el sentido es más bien de
“presentarnos” activamente para la utilización y el servicio (cf. Ro 12:1). La expresión
es, pues, una excepción. Pero, por otro lado, sería sencillo señalar como mínimo
veinticinco o treinta pasajes en las Epístolas donde se enseña claramente a los creyentes
que se esfuercen de forma personal y activa, y se les responsabiliza de poner en práctica
lo que Cristo quiere que hagan, y no se les dice que se “presenten” como agentes
pasivos y se queden quietos, sino que se levanten y actúen. Se dice que el verdadero
cristiano se caracteriza por una santa violencia, un conflicto, una guerra, una lucha, una
vida de soldado, una contienda… Cabría pensar que la explicación de “la armadura de
71
Dios” en Efesios 6 deja la cuestión zanjada. Por otro lado, sería sencillo mostrar que la
doctrina de la santificación sin el esfuerzo personal —simplemente “presentándonos a
Dios”— es justamente la doctrina de los fanáticos antinomianos del siglo XVII (a
quienes ya he hecho referencia al hablar del The Spiritual Antichrist de Rutherford), y
que su tendencia es hacia el mal más extremo. Por otro lado, sería sencillo mostrar que
se trata de una doctrina completamente subversiva de toda la enseñanza de libros
probados y aprobados como El Progreso del Peregrino, y que si la aceptamos no
podemos más que arrojar el viejo libro de Bunyan al fuego. Si “Cristiano”, en El
Progreso del Peregrino, simplemente se presentó a Dios y nunca luchó o contendió, mi
lectura de la famosa alegoría ha sido en vano. Pero la pura verdad es que se insiste en
confundir dos cosas distintas: esto es, la justificación y la santificación. En la
justificación la palabra que se dice al hombre es “cree”, solo “cree”; en la santificación
esa palabra debe ser: “Vela, ora y lucha”. No mezclemos ni confundamos lo que Dios
ha separado.
Conclusión
Dejo aquí el tema de mi introducción y me apresuro a llegar a una conclusión.
Confieso que dejo mi pluma con tristeza y preocupación. La actitud de los cristianos
protestantes de hoy día me llena de preocupación y de temor ante el futuro.
Existe una asombrosa ignorancia de la Escritura entre muchos, y una
consecuente ausencia de religión firme y sólida. De ningún otro modo se puede explicar
la facilidad con que los hombres son “llevados por doquiera de todo viento de doctrina”
como si fueran niños (Ef 4:14). Existe una extendida atracción ateniense por lo
novedoso, y un malsano rechazo hacia cualquier cosa antigua, uniforme y que siga la
trillada senda de nuestros antepasados. Habrá miles de personas dispuestas a
congregarse ante una nueva voz y una nueva doctrina sin pensar, ni por un momento, si
esa doctrina que oyen es cierta. Existe un deseo insaciable de cualquier enseñanza
sensacional, emocionante y que apele a los sentimientos. Existe un apetito malsano por
una especie de cristianismo espasmódico e histérico. La vida religiosa de muchos es
poco más que tomarse unas copas y el “espíritu afable y apacible” que elogia Pedro se
olvida por completo (1 Pe 3:4). Las multitudes gritando, los salones abarrotados, la
música altisonante y la constante incitación de las emociones son las únicas cosas de las
que muchos se preocupan. La incapacidad para distinguir diferencias doctrinales está
cada vez más extendida y, mientras el predicador sea “agudo” y “fervoroso”, hay
numerosas personas que parecen pensar que todo anda bien, ¡y te tacharán de
terriblemente “estrecho e inflexible” si les indicas lo contrario! Moody y Haweis, Dean
Stanley y Canon Liddon, Mackonochie y Pearsall Smith, parecen idénticos a ojos de
tales personas. Todo esto es triste, muy triste. Pero si a ello añadimos que los sinceros
defensores de la santidad creciente tienen luchas intestinas y no se entienden entre sí, es
mucho más triste aún. Sin duda, nos hallaremos en una difícil situación.
En lo que a mí concierne, soy consciente de que ya no soy un ministro joven.
Quizá mi mente se está volviendo correosa y no puedo aceptar con facilidad ninguna
doctrina nueva: “Lo antiguo es mejor”. Imagino que pertenezco a la vieja escuela de la
teología evangélica y que, por tanto, me doy por satisfecho con enseñanza acerca de la
santificación como la que veo en Life of Faith (La vida de fe) de Sibbes y Manton, y en
The Life, Walk and Triumph of Faith (Vivir, caminar y triunfar por fe) de William
Romaine. Pero debo expresar mi esperanza de que los hermanos más jóvenes que han
adoptado nuevas ideas con respecto a la santidad eviten multiplicar las divisiones
72
innecesarias. ¿Piensan que hoy día se precisa un listón más elevado en la vida cristiana?
También yo lo creo. ¿Piensan que se precisa una enseñanza más clara, plena y enérgica
con respecto a la santidad? Yo también. ¿Piensan que se debería exaltar más a Cristo
como la Raíz y el Autor de la santificación tanto como de la justificación? También yo.
¿Piensan que se debería instar cada vez más a los creyentes a vivir por fe? Yo también
lo hago. ¿Piensan que se debería recalcar a los creyentes que caminar cerca de Dios es
el secreto de la felicidad y la utilidad? También lo creo. Estamos de acuerdo en todo
esto; pero si quieren ir más lejos, entonces les pido que tengan cuidado de mirar por
dónde pisan y que expliquen clara y nítidamente lo que quieren decir.
Por último, debo renegar —y lo hago con amor— de la utilización de palabras y
frases desmañadas y a la última moda en la enseñanza de la santificación. Sostengo que
un movimiento a favor de la santidad no puede propagarse por medio de una fraseología
de nuevo cuño, o por medio de afirmaciones desproporcionadas y parciales, o forzando
y aislando textos concretos, o exaltando una verdad a expensas de otra, o alegorizando y
amoldando textos para extraer de ellos significados que el Espíritu Santo jamás quiso
atribuirles, o hablando con desprecio y acritud de quienes no ven las cosas exactamente
igual que nosotros y no siguen nuestro mismo camino. Estas cosas no contribuyen a la
paz; por el contrario, repelen a muchos y los mantienen alejados. Este tipo de armas no
impulsan la causa de la verdadera santificación, sino que la obstaculizan. Un
movimiento en pro de la santidad que produce luchas y contiendas entre los hijos de
Dios tiene algo de sospechoso. Por amor a Cristo, y en nombre de la verdad,
esforcémonos en buscar la paz además de la santidad: “Lo que Dios juntó, no lo separe
el hombre”.
Pido a Dios a diario, y es mi más hondo deseo, que la santidad personal aumente
grandemente entre los cristianos profesantes de Inglaterra. Pero confío en que todos los
que están implicados en fomentarla se ajusten al tenor de la Escritura, distingan las
cosas que difieren y separen “lo precioso de lo vil” (Jeremías 15:19).