Había una vez un mono. Había sido capturado muy pequeño en la
selva, cuando sus padres se descuidaron unos segundos. Desde que fue separado de sus padres, el pequeño no había visto otro mono. De tal manera que ignoraba como era él mismo. Cierto día se encontró frente a un espejo, por casualidad. Primero se entretuvo, miraba extrañado, hizo 2 o 3 muecas; naturalmente que el espejo le iba devolviendo los gestos. Tanto hizo que el mono termino soltando una sonora carcajada. - “¡Hi, hi, hi!” – reía – ¡Qué feo eres! ¡Oh, qué hocico! ¡Oh, qué mamarracho! ¡ Oh, qué horror de la naturaleza! ¡Vamos, escóndete de una vez! ¿Habrase visto un ser más grotesco que tú? Cerca del mono estaba un gato casero que observaba todo lo que el mono hacia y no pudo mas que soltar la risa, burlón. - “¡Bravo! Has hecho muy bien tu propio elogio – maulló el gato. Ese hocico…Ese mamarracho…Eres tú mismo. Mira bien detrás del cristal… ¿No lo ves? ¿No lo comprendes? No hay nadie ahí… Es un espejo, refleja tu propia imagen…Ese es tu retrato…Eres tú” … rabioso, arrojo el espejo al suelo, que se rompió en mil pedazos, después el gato dijo: - “¡Bravo! Pero el espejo no tenía la culpa. Primero te reías, creyendo que se trataba de otro personaje. Ahora ya no te ríes. Te pones molesto. Pero tu sigues siendo el mismo y la gente se ríe de ti. La culpa es solo tuya”. FIN.