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FAMILIA

Mi abuelo pateaba puertas entre blasfemias. Mis tías afirman que no se metían, se escondían
justificando al pobre viejito que terminaba golpeando a mi abuela, Ella se quedó, amo a su esposo
abusivo hasta el final de sus días, pero quizá nunca pensó que su hijo menor escuchaba, se
estremecía por sus gritos y las blasfemias que salían de la boca de su padre. El quizá se convierte
en un lo sabía, lo tenía claro, era una pequeña casa donde sus hijos se refugiaban en un cuartito,
ella lo sabía, lo sabía, pero no le importaba, el amor te hace siego, y ella dejo a esos niños hundirse
acompañándola. Bien dicen, dónde va una madre va un hijo.

Con el tiempo el niño abusivo creció, se refugió en el trago, las calles, mujeres y sexo. Dejo de ser
un niño y se casó, pero el niño no salió de su alma, el adolecente herido de quince que había
dejado los estudios por un buen polvo que le subiera el ego, para ser contado entre sus amigos y
una botella de cerveza, nunca se marchó. Tubo su primera hija, de otra mujer, abandono a esa
niña y agrego un peso en su vida, ese niño lo lamenta, pero no tanto como ella, ella murió sin un
padre y él se regocija en culpa. Una morena problemática, buscando la figura de su padre entre
otros hombres, golpeando y rompiendo artilugios. Yo no veo una niña grosera, mucho menos
malcriada, mis ojos ven una pequeña desesperada, ahogándose en miseria con el único propósito
de encontrar algo del amor de su padre. A la morena le llegaban zapatos y ropa bonita, la culpa de
su padre en ese entonces era no poder vivir con aquella morena, pero nunca basto, los zapatos y la
ropa no llenan el corazón.

Nació su segunda hija, El primer parto al que no asistió. Los comportamientos abusivos, mentiras y
engaños pasaban por alto, la madre primeriza sonreía, no dejaría al hombre, el cambiaria, el seria
el padre de su hija. No cambio, pero quería un padre para su hija, el hombre no ayudaba, los
gastos ella los llevaba, mientras se esforzaba por construir su casa. La niña estaba sola, su madre y
su padre trabajaban, la dejaban en el jardín asta tarde y quizá la profesora era su segunda madre.
La niña creció, refugiándose en juguetes rotos, un tablero prestado y un pequeño mundo, donde le
enseñaba a aquellos seres sin vida, desgastados, pero su única compañía. Quizá se podría decir
que su hermana mayor atento contra su vida, en plena construcción la tiro a un filo, segada por la
envidia, la madre de la menor cuidaba niños, que eran golpeados por la mayor, quizá en los ojos de
la pequeña la mayor le aterraba, pero se envidiaban, la menor tenia al padre en su techo y la
mayor los privilegios que conllevaban la culpa.

Nació el tercer hijo y el único varón, otro parto al que no asistió. Un moreno problemático similar a
su padre, su hermana era su segunda madre, pues sus padres trabajaban, un mal estudiante
amante al deporte, un soñador sin apoyo de una madre o un padre. El niño no estudiaba, se
escapaba de sus clases como de su casa, su padre no compraba lo que necesitaba y a él en ese
momento poco le importaba, Anhelaba ver a sus progenitores en un partido, un entrenamiento o
que siquiera lo acompañaran. La impotencia por las noches de esos fines de semana lo
perturbaban, un pequeño que quería defender a su madre, que no podía contra su propio padre.
Su segundo deporte se convirtió en esconderse, junto a su hermana por las noches donde el olor a
alcohol inundaba la casa. El tercero fue llamar mujeres, incitado por su madre que por las
infidelidades muy dolida estaba. Su hermana se sacrificaba, encerrándose en ese cuarto para dejar
solo a su hermano, que a diferencia de ella en los estudios no se refugiaba, la verdad al barón poco
le importaban.
Nació la tercera y la última esperanza, la madre desesperada anhelaba que con ese parto el
hombre cambiara, pasando en alto la ausencia en el embarazo, el hombre no asistió a una
ecografía o un control, pues ya otros labios eran dueños de su corazón, era diferente, no era otro
amor pasajero, era especial, para él era el verdadero. Sin embargo, la madre pasando las
sospechas en alto se aferró, había perdido un bebe y para ella esta era una señal de dios, la niña
nació y fue el tercer parto al que el hombre no asistió. Se lo habían advertido, tres días antes su
hijo lo llamo, angustiado, rogando por que volviera casa, pero el clima caluroso, las mujeres
bonitas, la cerveza fría y los gritos persuasivos de sus amigos opacaron las suplicas del niño, y no
asistió. El parto riesgoso sucedió y el hombre al día siguiente llego, Entro alcoholizado al hospital.
De la mesa manejo en ese estado asta Bogotá, sus ojos perdidos dieron con los de su hijo, solo en
esa sala de espera, cuente le comento que la niña nació este se dio la vuelta y abandonándolo al
auto se subió, tres días después en un bus ellos tres llegaron a casa, encontrando al hombre
tendido en la cama.

La mayor parte del tiempo la niña tubo juguetes nuevos, siendo adorada por su hermana quizá
fastidiada, no supo cuándo, pero todo se rompió, sus hermanos crecieron, pero no estuvieron, sus
padres ya no trabajaban tanto, pero las paredes y los gritos los separaban, la niña no quería salir,
no quería ir a estudiar, pues en el colegio la molestaban.

Las tres crianzas se ejercieron en la niña, la abandonaron y llenaron de artilugios como a su


primera hermana, se cuidaba sola como la segunda, escondiéndose éntrelas paredes y el estudio le
costaba como al tercero. La niña no tubo amigos, la niña no tubo padres, la molestaban y
acosaban, pero su madre estaba ocupada, tenía que espantar a las amigas de su padre, sus
hermanos crecieron y de ella se aburrieron. No le gustaba el deporte como a su hermano, pero
jugaba, jugaba sola y se refugiaba, no se escondía junto a sus hermanos cuando el olor a alcohol
llegaba a la casa, se escondía sola, no eran solo los fines de semana, era todo el tiempo, creo su
pequeño mundo escapando de todos esos contratiempos.

Tubo normalidad, ella la recuerda, su padre que no había visto en semanas llegaba con cajas llenas
de juguetes, y después salían a comer en familia. Era lo más cercano que había tenido a
normalidad, pues recuerda que antes de cumplir los cinco ya todo iba mal. Tenía pesadillas, se
escabullía por las noches buscando refugio en sus padres, siendo recibida, pero después la puerta
ya no le habrían, ella se quedaba dormida en el suelo de su puerta, lloraba y gritada aterrada, pero
la puerta ya no habrían, y con el tiempo despertaba llorando de las pesadillas, gritando por su
madre, pero ella del cuarto ya no salía, no dormía, dormía en clase.

Mi padre ahora patea puertas, repitiendo las acciones que algún día le hicieron mojar los
pantalones. Amenaza la vida de mi madre, pero yo veo un niño, asustado, veo tres, escucho como
el niño tira la puerta, escucho como su ex pareja trata de calmarlo, y veo como la tercera y única
verdadera niña escucha como su padre amenaza la vida de su madre. Ella lo sabía, lloraba a
cascada y se ahogaba entre sollozos. Siempre se sintió la más racional entre esas paredes, los
adultos la felicitaban por su madures, y quizá si era la más racional.

Mi mama también patea la puerta, patea la de mi hermano cuando se desespera, le hizo un hueco
de un rodillazo, pero no logra abrirla como mi padre, ella sabe que fue abusaba y denigrada, ella
siente que fue la única, ella cree que sus hijos no sienten. Ella ya no lo iba a soportar, pero la
menor no le creía, lo había hecho muchas veces, había llegado a dormir a su cuarto muchas veces,
pero nunca sucedía, solo se quejaba, se les olvida, nunca cambian, nunca se separan.

Me hermana me golpea cuando se desespera, cuando no puede cuidar a su hija. Perdona, cuernos,
mentiras y malos comportamientos como mi madre, con las esperanzas e ilusiones de mi madre,
sin embargo cree que lo sabe todo, pero no abre los ojos.

Mi hermano no patea la puerta, pero si la golpea con sus puños gritando blasfemias, mientras su
pareja al otro lado se desespera, tira cosas, grita y rompe televisores, con el tiempo cuernos y
sangre, se besan, como si yo no los escuchara, como si su hijo no lo hiciera. Mi hermano perdona
infidelidades como mi madre, mi hermano espera que cambie como mi madre.

Su hijo de entonces seis años patea mi puerta, dice que me matara, me insulta como un grande y
deja su rabia en ella.

Yo no pateo puertas, no grito. Bueno, lo hago en silencio, mientras me ahogo entre sollozos
golpeando mi cabeza contra la pared, con agresividad y desespero, como si no doliera.

Cuatro hermanos desesperados, con cuatro refugios donde se escondían absolutamente aterrados.

La mayor se refugió en disturbios y hombres.

La que sigue, en estudios, cuatro paredes y trabajo duro.

El barón en calles, amigos, malos comportamientos y una cancha de futbol.

La menor se refugió en su cuarto, letras y en su cabeza, que ahora irónicamente la atormenta.

Ella lo sabía, sabía que era un siclo abusivo, lo sabía y huía, parecía ser la única que veía. Quería
correr, escapar, pero estaba cansada, estaba derrotada, no quiera estar ahí, no quería estar acá, o
siquiera haya, esa niña ya no quiere estar.

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